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Hombre de celuloide

¿Perdona Dios a los traidores?

Es difícil saber qué esperaban quienes han lanzado críticas negativas a El irlandés. No puede uno
desear que, con tantos años y tantas arrugas, cada obra de Scorsese nos deje mudos. Tampoco
entiendo a los puristas que se escandalizan histéricos porque dicen que El irlandés exalta la
violencia en calles como las de México. No encuentro relación entre los asesinatos ficticios de
Robert De Niro y los de un sicario en la vida real. Los primeros son hermosos, los segundos
terribles. El irlandés habla como todas las ficciones de dos o tres cosas reales. Es necesario saber
por ejemplo que Jimmy Hoffa llegó a ser el hombre más poderoso de Estados Unidos con ayuda
de la mafia y que se le interpuso, con ayuda de la mafia, John F. Kennedy. Si uno no conoce estas
verdades puede que se pierda con los esfuerzos de Scorsese por dar timo a una obra que, a pesar
de su tamaño, se queda corta por el nivel del misterio que pretende contar. Scorsese, con base
en el libro Jymmy Hoffa: Caso cerrado, de Charles Brandt, juega a resolver uno de los grandes
enigmas de la política estadounidense que es, nos guste o no, de interés mundial. Es necesario,
pues, cierta cultura para involucrarnos realmente con esta que es una obra de arte en la tradición
del Hollywood de Hitchcock u Orson Welles. Precisamente por eso El irlandés inicia con un
soberbio plano secuencia en que se luce el fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto. Los movimientos
de cámara en El irlandés parecen aprendidos de Vittorio Storaro quien ha dado a luz, entre otras
secuencias, la de los helicópteros a ritmo de Wagner en Apocalypse Now. Prieto ha dicho en varias
entrevistas que se asume alumno de Storaro. En El irlandés muestra que, en efecto, lo es. Un
alumno que está ya muy cerca de pisar los talones de su maestro. Y visto que no hay arte que no
necesite explicación y para no confundir a los jóvenes que apenas aprenden quién es Scorsese,
vale la pena centrarse tan sólo en la elegancia de dos planos secuencias, lso que abren y cierran
la película. Desde tiempos de El ciudadano Kane el plano secuencia es declaración de principios:
aquí hay dinero y talento. Cámara penetra un pasillo. Como si director y cinefotógrafo quisieran
arrancarnos de lo insulso de la vida real para iniciarnos en el mundo de la ficción. Rodrigo Prieto
es un virtuoso capaz de hacer pasar su lente por toda clase de iluminaciones. Finalmente,
asumiendo que los ojos del espectador van a saber a ciencia cierta quién asesino a Hoffa, Prieto
se detiene en un hombre de espaldas: Robert De Niro. El auditorio avezado notará de inmediato
un reloj de oro y un anillo. Son recuerdos de los hombres que en esta película luchan por el alma
del protagonista. Luchan por el alma de De Niro un mafioso interpretado por Joe Pesci y un
sindicalista, Jimmy Hoffa, interpretado en clave operística por Al Pacino. En El irlandés sucede
como en Pelotón: dos hombres luchan por el alma de un tercero. Si el final de Pelotón sugiere que
el teniente Taylor ha salvado su vida inmortal, el plano final de Rodrigo Prieto parece dudar. La luz
es aquí como los acordes finales de la overtura Coriolano de Beethoven. Ambas obras han lanzado
una pregunta: ¿Dios perdona la traición? La respuesta de Beethoven es la misma de Scorsese:
un discreto, no, no… no. Si uno es incapaz de entender estas cosas que ponen a El irlandés a la
altura de Shakespeare y Beethoven, mejor que deje Netflix, se suscriba a Amazon y mire De viaje
con los Derbez.

El irlandés. Dirección, Martin Scorsese. Estados Unidos, 2019.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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