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Hombre de celuloide

El pícaro surcoreano

Juzgar una ópera como Las bodas de Fígaro por su trama es banal. Lo mismo sucede con
Parásitos del surcoreano Bong Joon-Ho: la historia es lo de menos; lo de más son los instantes en
que el ritmo se suspende y uno siente algo como un aria de Mozart. Que Parásitos ganó la Palma
de Oro es anecdótico. Muchas obras menores han recibido esta presea y se olvidan en poco
tiempo. No así el espíritu de este filme de Bong que se nos queda en la mente varios días. En el
2006 The Host se volvió la película más taquillera del cine de Corea del Sur. En aquel tiempo el
cineasta parecía sólo un joven talentoso que hacía entretenidas películas de monstruos. Había en
The Host, sin embargo, momentos poéticos que nos sumían en un auténtico cuento de hadas en
el que un padre de familia tenía que rescatar a su hija raptada por una criatura que había crecido
monstruosa en las profundidades del río Han. La cosa tenía su moraleja social: el padre era un
tipo incapaz de encontrar trabajo y funcionar en este mundo capitalista. Aún así Bong no forzaba
la nota queriendo denunciar el problema de la injusticia social. Con su siguiente obra
representativa sí que lo hizo. Llevó las cosas hasta un extremo chocante. Okja del 2017 cuenta la
historia de una niña que se hace amiga de un cerdito mutante que los malos carnívoros capitalistas
quieren convertir en salchicha. El surcoreano nos espetaba con un mensaje ecológico que
terminaba por empañar lo realmente importante: la historia de esta niña de campo y su mascota
tonta pero feliz. Este año Bong Joon-Ho ha conseguido el punto medio que, como sabía
Aristóteles, no implica mediocridad sino virtuosísimo. Parásitos contiene los temas que preocupan
al creador quien, sin embargo, los toca con un gentil sentido del humor. La historia va de un pícaro
que, como todos los pícaros del mundo, cae bien a pesar de que hace mal. Nuestro joven héroe
es contratado para dar clases de inglés a la hija de familia de un ejecutivo rico. El muchacho
aprovecha para enamorarla a ella, tender trampas a los sirvientes de la mansión y hacer que los
corran para luego recomendar a su propia familia pues todos están desempleados. Es así que la
familia pobre del chico pícaro entra a trabajar para la familia rica de la joven tonta. Los millonarios,
claro, no saben que los primeros están emparentados lo cual se presta para una comedia de
enredos del tipo de Las bodas de Fígaro. Hasta aquí el director denuncia que no hay trabajo y que
la brecha social en países como Corea es muy amplia. Sin embargo la cosa da un giro y lo que
comenzó siendo la simple metáfora de eso que los marxistas llaman “lucha de clases” comienza
a volverse, primero, analogía de la situación política en Corea. Más adelante la obra crece en arte.
Y se expande. Emerge entonces el tema que Bong Joon-Ho ha venido cazando desde los inicios
de su carrera. Es un tema que está en el cuento de hadas que es The Host y en el panfleto
ecologista que es Okja: es el amor filial. Se equivocan quienes han querido ver en Parásitos una
crítica al sistema: los ricos están lejos de ser los malos. Los pobres resultan además tan malos
como sus enemigos de clase. Por otra parte, los mensajes panfletarios son muy aburridos. Lo que
no aburre nunca es el arte de obras como Parásitos, una película capaz de transmitir la ternura
que siente este joven pícaro cuando ve que humillan a su padre. No, Parásitos no es el retrato de
la injusticia social en Corea; es un retrato de amor filial.

Parásitos. Dirección, Bong-Joon Ho. Corea del Sur, 2019.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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