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La «Oda a Salinas» desde la estética originaria ANTONI O LOZANO Y DE CASTRO

FERNANDO LABAJOS BRIONES


A Gago, nuestro maestro por ser frutos de su maravilloso árbol El silencio
transformado en tempestad, irrumpe en el oído de fray Luis, convirtiéndose en
mágicas palabras, dando origen a la «Oda a Salinas», obra suprema de belleza
inagotable en sí misma...
L A «ODA A SALINAS» transpira luz de origen, es estética originaria, música de Orpheo.
«En Orpheo se simboliza la procedencia invisible de todo el mundo que vemos y, a la
vez, la incoercible vocación de lo visible y lo cósmico a la luz y a la armonía; hacia la
fuente insondable de la esencialización o de la invisibilidad»'. Fray Luis, no cabe duda,
cayó arrebatado por esta «música extremada» personificada en Salinas, músico, no en
vano, ciego de nacimiento, capaz, como Tiresias, de ver a través de su ceguera, ver la
claridad sin las cosas, la belleza más alia de las cosas bellas. Esta belleza, «hermosura»
como pone de manifiesto fray Luis, es «luz no usada», previa a la cristalización en
formas y en figuras, en colores plurales, que produce el prisma de la ex-istencia. El aire,
que para el poeta es el alma de la naturaleza, en el suspiro a la escucha del «don
divino» «se serena», el movimiento es quietud, la respiración suspiro, simboliza la
tranquilidad del «ser vario» frente a las turbulencias del «ser diverso». Junto al alma
de la naturaleza, clima y circunmundo del poeta, se encuentra su propia alma sumida
en el olvido. Olvido, tanto en el plano ontológico: el alma perdida en lo diverso de la
existencia; como en el plano gnoseológico, en sentido platónico, y antes órphico-
pitagórico, como atenuante previo ai preciso «recuerdo»; o en otras palabras:
1 S. PÉREZ GAGO, Razón, «sueño» y realidad. Niveles de percepción estética en la
semántica «sueño» de Antonio Machado, Ed. San Esteban, Salamanca, 1984, p. 13. 6 7
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«acuerdo» con el origen, según el axioma plotiniano: «El recuerdo es para los que han
olvidado»2 . La recuperación de origen, transportados siempre por la música, se
produce en esos dos niveles; ontológico: «torna a cobrar el tino», y gnoseológico:
«memoria perdida». El retroprogreso de la estética originaria siempre es onto-noético,
ya que en el origen se dan las divinas nupcias del ser y del saber, donde este saber es
siempre conocimiento cualitativo: «Y como se conoce», sigue fray Luis, «se mejora», se
recupera de modo ontológico: «en suerte» y gnoseológico «pensamiento». Se pierde
el conocimiento cuantitativo, corporal, simbolizado aquí como «el oro» al que el
«vulgo vil» rinde idolatría; no es belleza sin las cosas, sino de las cosas bellas, que es
«caduca»: ontológicamente descendiente; y «engañadora», gnoseológicamente vacía.
En la cuarta estrofa, cabe hablar del carácter ascensual de la mística de fray Luis,
confluyente en esto, por supuesto, de nuevo con la estética originaria. En este punto,
hay que clarificar que este ascenso místico no se produce por negatividad del mundo,
sino por asombro del trasmundo, o, dicho en nuestros términos, «Universo». «En la luz
del "universo", el "mundo" ha sido vencido (...). En la meta de lo Órphico, como en lo
contemplativo, la misión es la visión. La visión es la inmersión en la luz, en la claridad
de las cosas. Para entonces, las cosas claras, las formas y las figuras del "mundo" ya
han quedado muy atrás. Esto supone también una «victoria noética: esa victoria que
obtiene la claridad de las cosas al vencer las cosas claras» 3. Sólo de este modo puede
entenderse en la mística que el «mundo sea enemigo del alma» •*. El mundo es
provisional. El «apartamiento» del «mundanal ruido», quicio del sentir del poeta del
Tormes, es propio del ana-coreta, etimológicamente el que danza hacia arriba (aquí es
inescapable la simultaneidad propia de lo meridional con los derviches giradores de la
mística sufí). «Al fondo del anacoreta, no hay huida del mundo y de la forma exterior,
sino una aproximación y ascensión al universo y a la forma interior» 5. En este ascenso,
es preciso desengañarse de cualquier matiz de intencionalidad, el asombro sólo
fructifica en deponencia, como veremos adelante, en «desmayo dichoso». Como dice
Pinero Moral: «En la estética el sujeto es "deponente", tanto en lo que concierne a su
"ser" como en lo que se refiere a su "saber". El que el sujeto sea constitutivamente
deponente supone no renunciar a toda actividad, entregándose a la mera ataraxia o a
una suspensión del juicio como correlato de una "duda metódica"; antes bien, el sujeto
se siente en plenitud ontológica y "sapiencial", al ser, él mismo, "sido" y "conocido"
por aquello (por quien, tal vez), que le hace ser y que le conoce»6 . Incluso el hecho de
negar el mundo es eso, un «hecho»: una actividad, cargada de intencionalidad; negar,
como afirmar, es sólo propio del modo de hacer de la razón, que
2 PLOTINO, Eneadas 4, 6, 7. 3 S. PÉREZ GAGO, Semblante órphico, Ed. San Esteban,
1985. p. 93. 4 S. PÉREZ GAGO, p. 129. 5 S. PÉREZ GAGO, Órphico, Ed. San Esteban,
1985. p. 30. Acerca de la negación como trance en San Juan de la Cruz, véase S. PÉREZ
GAGO, Estética originaria, p. 362. 6 R. I. PINERO MORAL, «Revisión de la racionalidad
desde la estética originaria» en Serse. Cuadernos de Filosofía n.° o, mayo 198, p. 12. LA
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es dialéctica y funciona por antinomias. Frente a la intención de la razón, la mística es


«intuición del corazón», por usar términos machadianos, a cuyo pensar debe tanto la
estética originaria 7. En la cuarta estrofa «el aire» ya en «serenidad» se ve traspasado,
no hay mejor forma de decirlo, y, en ascenso, el alma, llega a «la más alta esfera», la
referencia aquí a lo órphicopitagórico es de nuevo clara, la música de las esferas, el
«universo» del que hablamos antes, esto es, el círculo del Orbe Originario; lo más alto,
el punto cenital, el punto de luz que asume todos los puntos de vista. Allí, el alma
«oye» porque «la escucha es cualificación, quietud, entrega»8 . Estar a la escucha es
contemplación del ser, «es la aptitud», que no actitud, también «de los órphicos» 9.
Alejados ya del perecedero ruido del mundo, escuchamos «la primera», la prístina y
originaria Música de todas las músicas. Como venimos diciendo, la belleza de todas las
cosas bellas. Que es «fuente» y manantial. El alma allí también «ve» en aptitud
contemplativa al «gran Maestro», divinizado aquí, porque ya está traspasado a la orilla
de las Musas. En lo sagrado todo recobra su inmensidad natural. El movimiento es
«destreza», no es el movimiento abrupto de la diversidad de lo real, sino el cambio
«diestro» y fluvial de lo que en Estética denominamos «rialidad». La cítara, en clara
alusión a la lira de Orpheo, ha dejado de ser instrumento, porque simboliza no «la
música que pulsamos o cantamos sino la música que nos pulsa y nos encanta» I0 . El
participio «aplicado» indica que el músico es sujeto trascendental hipostasiado,
porque se en-canta al producir el son sagrado. Esta música, que sustenta, que cría y
alimenta, revela Utopía y U-cronía, el lugar es «templo», y el tiempo es «eterno». La
sexta estrofa nos muestra la clave de la música de Orpheo: la armonía. En la armonía
solo hay complementarios, no hay contrarios. Los dualismos, antinomias, límites de la
realidad, producidos por el objetivismo de la actitud razonadora, son orillas de una
misma «rialidad», desde el punto cenital que supone la armonía. Se abandona la
«porfía» de la dialéctica: alma-cuerpo, mundo terreno, mundo celeste. El místico
abandona su individualidad (entendiendo siempre la «negación» como trance), es
persona, per-sonare, que es resonancia y «responsabilidad», «consonante respuesta»,
«no en el sentido dialéctico de preguntas y respuestas, sino en el profundo sentido de
lo órphico "in-sistencial": vibración de comunión en el todo originario, con la música
total»:I .

7 Véase el apartado «Irracionalismo místico» en S. PÉREZ GAGO, Razón, «sueño»y


realidad...», p. 68. 8 S. PÉREZ GAGO, Estética originaria. Ed. San Esteban, 1991, p. 67. s
ídem., p. 406, 10 ídem., Orphkos, p. 119. 11 ídem., Estética originaria, p. 91. 6 8 0
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Aquí es donde el «alma navega» libre de anclas, arrecifes y riberas, el aire serenado, el
mar con dulces olas, y un ligero viento marca el rumbo en su roce con la vela. El alma,
en el sentido místico antedicho, deja de hacer pie y nada hasta hacerse ella misma
mar, recuperando lo que era, el manantial y la fuente de la música primera. Ése es el
método propio de ía estética originaria, «llegar a ser sin dejar de ser», que tiene su raíz
en la ética pindárica «sé el que eres» más interior y deponente que el deifico
«conócete a ti mismo», que por intentar objetivar la existencia no puede rozar nunca
la esencia. Lo «accidental» aquí es «extraño» exterior, y «peregrino» pasajero en el
tiempo, perecedero, y el alma ontonoéticamente recuperada no lo «siente» y no lo
«oye», se encuentra sustentada, alimentada por la Música. La «natura naturata» y la
«natura naturans» se ajustan de este modo a lo «originario» o «naturaleza nasa», que
es «criadora» y sustentadora. El manantial del que bebemosI2 . Esta «mimesis
primera» o «connaturalidad» sólo puede darse en deponencia, en admiración: «Oh
desmayo dichoso! Oh muerte que das vida! Oh dulce olvido!» *J. El desmayo, de gran
tradición en los místicos, supone «pérdida» de los «sentidos» que nos aferran a la
realidad, para recuperar el «sentido» que nos pone en el rumbo de la fluvialidad
musical. Y esto siempre es deponencia dichosa: «Porque para ser "dichoso", dicho por
el ser supremo, hay que dejar de "decir". Se exige ser, pronunciado»1 *. Para esto hay
que ser, «silente» ser «a la escucha» de la música que nos en-canta, sin que podamos
cantarla :5, De este modo, retomo el tema de la «negación» mística, que ya dije que no
era negación intencional racional. La deponencia ontonoética es «llegar a ser sin dejar
de ser» es «resucitar» es «muerte que da vida», «sin dejar de ser, llegar a ser
inmortal». Como el ejemplo del «anacoreta», podría valemos el de los pájaros que se
alegran «al ser de día», no al «dejar de ser de noche», esto es lo originarioIé . El olvido
no es amargo, sino dulce, porque conlleva «recuerdo», cordialidad y connaturalidad,
vuelta al origen. De este modo fray Luis, con su «Oda a Salinas», se encuentra inmerso
en una tradicción que nos obliga a aceptar el brindis ofrecido por el maestro Santiago
Pérez Gago: «Las vivas aguas del ser» de Machado, «Las mesmas vivas aguas de la
vida» de Santa Teresa, «La hermosura... do mana el agua pura» del neblí fontivereño,
la «no perecedera música, que es la fuente y la primera» 11 ídem., p. 54. '' Pinero
Moral dice: «La deponencia ontonoética quiere ser ese método de recuerdo que
recupere la religación con el axioma primario, que haga renacer en nosotros esa
ontopatía, esa gnoseopatfa originaria: retroprogresar a la «dicha» del claro día, sin
sombras que nos atormenten»,
en el prólogo a S. PÉREZ GAGO, Deponencia ontonoética, Ed. San Esteban, 1990, p. n.
•4 S. PÉREZ GAGO, Deponencia ontonoética, p. 158. r 5 S. PÉREZ GAGO, p. 123. 16 S.
PÉREZ GAGO, Estética originaria, pp. 324, 325. LA «ODA A SALINAS» DESDE LA
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de fray Luis «el rialismo español» que es sed profunda de Orpheo podemos asegurar
que es «vino español» para todos. Sobre todo para todos los filósofos. En filosofía, y
sobre todo en estética, que es filo-sofía primera, brindamos siempre con él. Con este
«vino español», de cepa meridional l~>.

La estética refulge, desde el océano silente, como un manantial de luz. Sus caballos
dorados atraviesan la fría estepa racional, entonando sus invisibles cantos de silencio
circular. La estética nos habla, en la boca inexistente del profundo «sonar» universal.
Acaricia nuestros oídos, liberándolos del martirio existencial. Saca a nuestros ojos de la
fría cárcel del mirar. Se baña en nuestra alma sumiéndola en un sueño atemporal. Nos
asusta en sinsentidos y en verdades de verdad. Rompe el rayo el velo de la noche. Su
luz inunda la oscuridad. Un grupo de órphicos bailan al son de la insonoridad. Escuchan
música no audible embebidos en aguas de soledad. Montados van por el destino hacia
la profundidad del mar en donde el oro mana del único manantial. '7

S. PÉREZ GAGO, p. 270.

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