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A principios de los años ’70 del siglo XX el estudio del Club de Roma “Los límites
del crecimiento” elevó un fuerte llamado de alerta por las consecuencias que
tendría para la supervivencia de los seres humanos durante el siglo XXI, la
continuación de los procesos de depredación ambiental que promovía el orden
social capitalista a escala planetaria.
A pesar de que cada vez mayor cantidad de países se fueron sumando a las
cumbres mundiales del clima, cumbre tras cumbre se fueron sumando fracasos y
falta de decisiones firmes y vinculantes para frenar la emisión de gases efecto
invernadero. Recién a mediados de la segunda década de este siglo, la COP21 o
‘Cumbre de París’ llegará a mostrar algunos avances significativos en el camino
cada vez más urgente y necesario para evitar grandes colapsos.
Hay que recordar que durante miles de años, la concentración de gases de efecto
invernadero que mantuvo una temperatura media que permitió la vida de los seres
humanos en el planeta estuvo alrededor de las 280 ppm (parte por millón) de
dióxido de carbono equivalente. La ciencia indicaba que esa concentración no debía
superar la barrera de las 350 ppm si se quería mantener las condiciones para la
supervivencia de nuestra especie. La cuestión es que no sólo se superó ese margen
en 1989, sino que sobrepasó las 400 ppm (en 2016) y en el último año ya llega a
415 ppm. Entretanto, la temperatura media se ha incrementado poco más de
un grado centígrado, y el margen que queda para no llegar a colapsos
insuperables es muy escaso.
Aun así, y suponiendo que todos los países cumplieran voluntariamente con sus
propuestas de reducción de la emisión de los GEI (gases de efecto invernadero),
la suma de las propuestas daría como resultado un incremento de la temperatura
media de alrededor de 3 grados y medios por sobre la era preindustrial, es decir,
muy por encima del laxo límite acordado por la COP21.
Hace pocos días concluyó la COP25 Chile-Madrid 2019, que debía avanzar de
manera expeditiva en compromisos estrictos para limitar las emisiones, dado el
cortísimo plazo que tenemos los humanos para evitar colapsos globales. En su
Reporte de Brecha de Emisiones 2019, ONU Medio Ambiente había alertado de la
necesidad de recortar las emisiones anualmente en 7,6 por ciento entre 2020 y
2030 para cumplir con mantener el aumento de la temperatura en 1,5 grados
centígrados, establecido en el Acuerdo de París. Sin embargo, se sostiene que el
mundo está fuera del camino con esos objetivos, que implican contraer 45 por
ciento de los GEI para 2030 y ser carbono neutral en 2050.
Ante la mención del entrevistador del llamado de más de once mil científicos de
todo el mundo para declarar la necesidad de la emergencia climática y proponer
seis medidas urgentes, Brailovsky fue muy claro: “El problema es que a ningún
político le preocupa qué va a pasar con el mundo cuando termine su mandato. Le
preocupa lo que pase durante su mandato. De modo que hablarle a alguien del
2040 o 2050 cuando están pensando en cómo terminan el 2019 y cómo comienzan
el 2020, esto es ciencia ficción. Es como si les hablaran del año 25.000. El sistema
político y económico están diseñados para pensar en el muy corto plazo y no en el
largo, y esto requiere hacer cambios profundos rápido, que se van a ver dentro de
un tiempo mediano, en varias décadas y en realidad ni siquiera se van a ver, porque
si las cosas se hacen bien lo que vamos a ver es que no empeora”.
A pesar de la prolongación de dos días más de la cumbre, y tras casi dos semanas
de negociación entre representantes de 196 países, no se lograron decisiones
concretas para la reducción de emisión de GEI, y el documento final denominado
“Chile-Madrid Tiempo de Actuar” sólo contiene un llamado a las naciones para que
presenten propuestas más ambiciosas para la próxima cumbre en Glasgow (fines
de 2020). El propio Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Gutérrez,
calificó esa declaración como decepcionante
Una muestra de los limitados avances logrados, es que solo Gabón y Nepal, cuya
responsabilidad por la emergencia climática es nula, se apegan a la meta de
reducción de 1,5 grados, dentro de las contribuciones determinadas a nivel
nacional, los planes climáticos voluntarios para cumplir con el Acuerdo de París en
cuanto a reducción de emisiones. Las medidas de Bután, Costa Rica, Etiopía y
Filipinas implican un aumento de 2,0 grados, mientras que las políticas del resto
de países califican de “insuficiente” a “críticamente insuficiente”, según la
plataforma Monitoreo de la Acción Climática.
Y añade Camilloni: “Lo que muestra la ciencia es que si en los próximos 10 años
no reducimos drásticamente las emisiones y generamos sumideros (no alcanza
solo con reducir, también hay que remover dióxido de carbono de la
atmósfera) no es posible alcanzar el objetivo planteado en París. Mientras
estemos a tiempo de reducir y actuar, todavía hay algo de optimismo”.
Y agrega entonces: “Para ello sería necesaria una reducción draconiana de las
emisiones mundiales netas de CO2: -58% de aquí a 2030, -100% de aquí al 2050 y
emisiones negativas del 2050 al 2100”. Pero este significativo decrecimiento
requerido en las emisiones de GEI no se puede lograr sin una fuerte reducción del
consumo mundial de energía (del orden del 20% en 2030 y del 40%, o incluso más,
en 2050), lo que, por su parte, no podría alcanzarse sin un decrecimiento
significativo de la producción y el transporte.
Por esas razones, concluye que “es demasiado tarde para evitar la catástrofe que
aumenta por todas partes”.
Aclara entonces: “Somos testigos de las cada vez más intensas olas de calor, de
ciclones y violentos tifones, del derretimiento de los glaciares de Groenlandia y
del Antártico, de un aumento mayor que lo previsto del nivel de los océanos, de las
violentas tempestades y precipitaciones, de la perturbación de los monzones, de
los mortales incendios forestales y cantidad de otros fenómenos ampliamente
difundidos por los media. Por no hablar de la rápida destrucción de la
biodiversidad (originada en parte por el cambio climático) y sin olvidar otras
facetas de la crisis ecológica (sobre todo, la contaminación debida a los productos
químicos sintéticos y los nucleótidos radioactivos).”
Cambiar el orden social capitalista para construir otros mundos, antes que
desaparezca la humanidad y muchas otras formas de vida en el planeta.
Es cada vez más evidente que dentro del orden social vigente es imposible
resolver los graves problemas de la humanidad, incluyendo el calentamiento global
y sus secuelas. Sus lógicas esenciales de buscar la mayor rentabilidad posible de
los negocios y el mayor crecimiento posible del sistema chocan con los límites que
pone un planeta finito dentro del cual se desarrollan las actividades humanas.
Pero esas múltiples manifestaciones que muestran señales de los nuevos mundos
que debemos construir entre todos, deben potenciarse en la resistencia al avance
destructivo de este sistema sobre la humanidad y el ambiente, buscando
decisiones que implican transformaciones profundas del sistema social y su base
económica. Para eso debemos informar, sensibilizar, participar, organizarnos y
reclamar todos los días para que los gobiernos se vean obligados a actuar en
defensa de los intereses del conjunto, y se enfrenten de manera decidida a las
presiones de los grandes intereses corporativos.
Ya son decenas de miles los jóvenes que se están movilizando en muchos países, a
partir del llamado de la joven sueca Greta Thumberg, y en sus reclamos aparece
cada vez con más claridad y énfasis la crítica al sistema dominante y los urgentes
pedidos de políticas que nos salven del colapso.