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Clima: Nueva cumbre, nuevo fracaso… Cada vez

más cerca del abismo

Con un decepcionante resultado acaba de finalizar la COP25 Chile-


Madrid 2019, entre las esperanzas y las luchas de los pueblos del
mundo por la urgente toma de acciones para frenar el calentamiento
global, y las fuertes presiones de las grandes corporaciones
contaminantes y los países más poderosos del planeta por mantener sin
cambios el rumbo suicida hacia el colapso de la humanidad.

Luis Lafferriere (*) – 17 de diciembre de 2019.-

A principios de los años ’70 del siglo XX el estudio del Club de Roma “Los límites
del crecimiento” elevó un fuerte llamado de alerta por las consecuencias que
tendría para la supervivencia de los seres humanos durante el siglo XXI, la
continuación de los procesos de depredación ambiental que promovía el orden
social capitalista a escala planetaria.

Recién en el año 1992 la ‘Cumbre de la Tierra’ en Río de Janeiro abrirá un espacio


importante entre naciones para debatir con seriedad una de los más graves
componentes de ese camino insustentable que seguía transitando el sistema,
buscando impedir "una perturbación antrópica peligrosa" del clima de la Tierra.
Ese objetivo debía ir garantizándose a través de las Conferencias de las Partes
(COP) que desde 1995 se reúnen anualmente.

Sin embargo, ni el llamado de comienzo de los años ’70 ni la Cumbre de Río de


principios de los ’90 fueron obstáculos para que los grandes contaminadores del
planeta profundizaran su oscura huella durante las décadas siguientes, evitando
que los países adopten medidas que impidan frenar la creciente emisión de gases
de efecto invernadero producto de sus actividades (en especial por la quema de
los combustibles fósiles).

La fuerte presión de las empresas multinacionales del petróleo, gas y carbón,


además de otros sectores consumidores en gran escala de energía de ese origen
(automotriz, petroquímica, transporte de larga distancia naval y aeronáutica, etc),
apoyados incondicionalmente por sus Estados y por grandes medios de in-
comunicación y des-información a su servicio, pusieron muchos recursos y millones
de dólares para financiar campañas de difamación negacionistas, y confundir con
informes pseudo-científicos a la opinión pública mundial.
Los límites difusos del Acuerdo de París

A pesar de que cada vez mayor cantidad de países se fueron sumando a las
cumbres mundiales del clima, cumbre tras cumbre se fueron sumando fracasos y
falta de decisiones firmes y vinculantes para frenar la emisión de gases efecto
invernadero. Recién a mediados de la segunda década de este siglo, la COP21 o
‘Cumbre de París’ llegará a mostrar algunos avances significativos en el camino
cada vez más urgente y necesario para evitar grandes colapsos.

Si bien no se tomaron decisiones vinculantes entre los países asistentes, al menos


se llegó a definir el límite que no se debería pasar para permitir la continuidad de
la existencia de la humanidad en la Tierra. Desde entonces, el acuerdo casi
unánime de casi 200 países reconoce que la emisión de gases efecto invernadero
no debería alterar en más de un grado y medio o dos grados, la temperatura del
planeta (en relación a la vigente hasta el inicio de la primera revolución industrial).

Hay que recordar que durante miles de años, la concentración de gases de efecto
invernadero que mantuvo una temperatura media que permitió la vida de los seres
humanos en el planeta estuvo alrededor de las 280 ppm (parte por millón) de
dióxido de carbono equivalente. La ciencia indicaba que esa concentración no debía
superar la barrera de las 350 ppm si se quería mantener las condiciones para la
supervivencia de nuestra especie. La cuestión es que no sólo se superó ese margen
en 1989, sino que sobrepasó las 400 ppm (en 2016) y en el último año ya llega a
415 ppm. Entretanto, la temperatura media se ha incrementado poco más de
un grado centígrado, y el margen que queda para no llegar a colapsos
insuperables es muy escaso.

La ambigüedad del límite establecido en el 2015 en París se agrava porque la


Cumbre no establece mecanismos de control y cumplimiento obligatorio al
compromiso de emisión de los países, y porque además EEUU, uno de los
principales emisores del mundo, cambió a los pocos días su presidente, y el nuevo
mandatario decidió retirar su país de esos acuerdos, negando no sólo la
responsabilidad histórica criminal por las emisiones realizadas, sino hasta negando
el propio cambio climático.

Aun así, y suponiendo que todos los países cumplieran voluntariamente con sus
propuestas de reducción de la emisión de los GEI (gases de efecto invernadero),
la suma de las propuestas daría como resultado un incremento de la temperatura
media de alrededor de 3 grados y medios por sobre la era preindustrial, es decir,
muy por encima del laxo límite acordado por la COP21.

Un informe del 2018 del Panel de Expertos Intergubernamentales por el Cambio


Climático de las Naciones Unidas no deja lugar a dudas acerca de la gravedad de
la situación: un calentamiento de 2ºC sería mucho más peligroso para la especie
humana y para las no humanas. Valga como ejemplo, entre otros, que el casquete
glaciar de Groenlandia contiene suficiente hielo para incrementar en 7 metros el
nivel de los mares, y los especialistas estiman que el punto de no retorno de su
dislocación se sitúa entre 1,5ºC y 2ºC de calentamiento…

Como afirmaba el especialista Daniel Tanuro en un artículo difundido días antes


de la última cumbre, si llegara a producirse esa situación el mundo entraría en un
camino de no retorno, ya que desencadenada la dislocación de Groenlandia (o de
cualquier otro casquete glaciar) será imposible detenerlo antes de que la Tierra
alcance un nuevo equilibrio energético, lo que podría generar retroalimentaciones
imparables y un gigantesco dominó que lleve el aumento de la temperatura media a
4º o 5º C, haciendo casi imposible la vida humana y de muchas otras especies. En
su opinión, “la Tierra entraría entonces en un nuevo régimen, análogo al del
Plioceno: el planeta horno”.

COP25: Nueva cumbre, nuevo fracaso.

Hace pocos días concluyó la COP25 Chile-Madrid 2019, que debía avanzar de
manera expeditiva en compromisos estrictos para limitar las emisiones, dado el
cortísimo plazo que tenemos los humanos para evitar colapsos globales. En su
Reporte de Brecha de Emisiones 2019, ONU Medio Ambiente había alertado de la
necesidad de recortar las emisiones anualmente en 7,6 por ciento entre 2020 y
2030 para cumplir con mantener el aumento de la temperatura en 1,5 grados
centígrados, establecido en el Acuerdo de París. Sin embargo, se sostiene que el
mundo está fuera del camino con esos objetivos, que implican contraer 45 por
ciento de los GEI para 2030 y ser carbono neutral en 2050.

No se equivocó el economista y ecologista Antonio Brailovsky cuando consultado


sobre sus expectativas, poco antes de la realización de esta última cumbre,
afirmaba que no tenía ninguna. Sostenía de manera contundente que “el sólo hecho
de que haya una reunión número 25 para discutir los problemas del clima, quiere
decir que se han reunido 24 veces y han fracasado en llegar a un acuerdo que
funcione. Siempre prometen algo y luego no lo cumplen. De modo que tenemos 24
ejemplos de fracaso de Cumbres del clima en las que dijeron un montón de cosas y
no cumplieron ninguna. Por lo tanto, no veo razones para pensar que esta vez sea
diferente”.

Ante la mención del entrevistador del llamado de más de once mil científicos de
todo el mundo para declarar la necesidad de la emergencia climática y proponer
seis medidas urgentes, Brailovsky fue muy claro: “El problema es que a ningún
político le preocupa qué va a pasar con el mundo cuando termine su mandato. Le
preocupa lo que pase durante su mandato. De modo que hablarle a alguien del
2040 o 2050 cuando están pensando en cómo terminan el 2019 y cómo comienzan
el 2020, esto es ciencia ficción. Es como si les hablaran del año 25.000. El sistema
político y económico están diseñados para pensar en el muy corto plazo y no en el
largo, y esto requiere hacer cambios profundos rápido, que se van a ver dentro de
un tiempo mediano, en varias décadas y en realidad ni siquiera se van a ver, porque
si las cosas se hacen bien lo que vamos a ver es que no empeora”.

A pesar de la prolongación de dos días más de la cumbre, y tras casi dos semanas
de negociación entre representantes de 196 países, no se lograron decisiones
concretas para la reducción de emisión de GEI, y el documento final denominado
“Chile-Madrid Tiempo de Actuar” sólo contiene un llamado a las naciones para que
presenten propuestas más ambiciosas para la próxima cumbre en Glasgow (fines
de 2020). El propio Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Gutérrez,
calificó esa declaración como decepcionante

Una muestra de los limitados avances logrados, es que solo Gabón y Nepal, cuya
responsabilidad por la emergencia climática es nula, se apegan a la meta de
reducción de 1,5 grados, dentro de las contribuciones determinadas a nivel
nacional, los planes climáticos voluntarios para cumplir con el Acuerdo de París en
cuanto a reducción de emisiones. Las medidas de Bután, Costa Rica, Etiopía y
Filipinas implican un aumento de 2,0 grados, mientras que las políticas del resto
de países califican de “insuficiente” a “críticamente insuficiente”, según la
plataforma Monitoreo de la Acción Climática.

Ciertamente, 84 países, entre ellos el nuestro, se comprometieron a presentar


programas más enérgicos de reducción de GEI para el próximo encuentro, pero
entre ellos no se encuentran China, Estados Unidos, India ni Rusia, responsables
en conjunto de más de la mitad de los GEI que se producen en el mundo; tampoco
están Japón, Brasil y Arabia Saudita, que son otros grandes contaminadores
planetarios.
Igualmente crítica se mostró Inés Camilloni, científica en el Centro de
Investigación del Mar y la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires y autora
de informes del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC):
“Llevamos 25 años hablando de cambio climático con certezas cada vez más
contundentes de responsabilidad humana, pero todavía no hemos logrado superar
de alguna forma esta división que impone la economía y los intereses”.

Y añade Camilloni: “Lo que muestra la ciencia es que si en los próximos 10 años
no reducimos drásticamente las emisiones y generamos sumideros (no alcanza
solo con reducir, también hay que remover dióxido de carbono de la
atmósfera) no es posible alcanzar el objetivo planteado en París. Mientras
estemos a tiempo de reducir y actuar, todavía hay algo de optimismo”.

¿Es posible todavía evitar las grandes catástrofes?

Volviendo a Tanuro, que se pregunta si es posible permanecer por debajo del


grado y medio de aumento de la temperatura, su respuesta es bastante pesimista:

“Actualmente el calentamiento se sitúa alrededor de 1,1ºC en relación a la era


preindustrial. Con el actual ritmo de emisiones, el límite de 1,5ºC se alcanzará
hacia 2040. Hay que hacer todo lo posible para impedir que eso ocurra. Pero,
¿estamos a tiempo? ¡No del todo!...”

Y agrega entonces: “Para ello sería necesaria una reducción draconiana de las
emisiones mundiales netas de CO2: -58% de aquí a 2030, -100% de aquí al 2050 y
emisiones negativas del 2050 al 2100”. Pero este significativo decrecimiento
requerido en las emisiones de GEI no se puede lograr sin una fuerte reducción del
consumo mundial de energía (del orden del 20% en 2030 y del 40%, o incluso más,
en 2050), lo que, por su parte, no podría alcanzarse sin un decrecimiento
significativo de la producción y el transporte.

Por esas razones, concluye que “es demasiado tarde para evitar la catástrofe que
aumenta por todas partes”.

Aclara entonces: “Somos testigos de las cada vez más intensas olas de calor, de
ciclones y violentos tifones, del derretimiento de los glaciares de Groenlandia y
del Antártico, de un aumento mayor que lo previsto del nivel de los océanos, de las
violentas tempestades y precipitaciones, de la perturbación de los monzones, de
los mortales incendios forestales y cantidad de otros fenómenos ampliamente
difundidos por los media. Por no hablar de la rápida destrucción de la
biodiversidad (originada en parte por el cambio climático) y sin olvidar otras
facetas de la crisis ecológica (sobre todo, la contaminación debida a los productos
químicos sintéticos y los nucleótidos radioactivos).”
Cambiar el orden social capitalista para construir otros mundos, antes que
desaparezca la humanidad y muchas otras formas de vida en el planeta.

Es cada vez más evidente que dentro del orden social vigente es imposible
resolver los graves problemas de la humanidad, incluyendo el calentamiento global
y sus secuelas. Sus lógicas esenciales de buscar la mayor rentabilidad posible de
los negocios y el mayor crecimiento posible del sistema chocan con los límites que
pone un planeta finito dentro del cual se desarrollan las actividades humanas.

Existen alternativas al sistema depredador que se ha expandido en todo el


planeta. Las mismas surgen no sólo de los estudios científicos y las propuestas
académicas, sino también de la acción de movimientos sociales, grupos
ambientalistas, comunidades de base, pueblos originarios, con prácticas concretas
de formas de producción, de consumo y de convivencia que se generan en casi todo
el mundo, que cuidan los bienes comunes, defienden la biodiversidad, priorizan la
vida y buscan la armonía.

Pero esas múltiples manifestaciones que muestran señales de los nuevos mundos
que debemos construir entre todos, deben potenciarse en la resistencia al avance
destructivo de este sistema sobre la humanidad y el ambiente, buscando
decisiones que implican transformaciones profundas del sistema social y su base
económica. Para eso debemos informar, sensibilizar, participar, organizarnos y
reclamar todos los días para que los gobiernos se vean obligados a actuar en
defensa de los intereses del conjunto, y se enfrenten de manera decidida a las
presiones de los grandes intereses corporativos.

Ya son decenas de miles los jóvenes que se están movilizando en muchos países, a
partir del llamado de la joven sueca Greta Thumberg, y en sus reclamos aparece
cada vez con más claridad y énfasis la crítica al sistema dominante y los urgentes
pedidos de políticas que nos salven del colapso.

En esta lucha nos va el presente y el futuro. No podemos permanecer indiferentes


ni bajar los brazos. Tenemos la obligación de legar a las futuras generaciones el
derecho a seguir viviendo en este mundo, como nosotros lo hemos tenido. Es
nuestro único hogar…

(*) Luis Lafferriere – Docente universitario de economía – Director del Programa


de Extensión “Por una nueva economía, humana y sustentable” de la carrera de
Comunicación Social de la UNER – Miembro de la Junta Abya Yala por los Pueblos
Libres y del Frente de Lucha por la Soberanía Alimentaria Argentina.

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