Se me ha pedido hablar sobre el tema de Estrategia como Arte y Ciencia, y es
quizá mi entusiasmo por regresar a estos pasillos que he aceptado esta tarea. Es bastante imprudencia que yo, como civil, deba hablar a esta audiencia militar profesional sobre el tema de estrategia, menos aún que también deba hacerlo en términos que puedan implicar un dominio del enfoque artístico así como también científico al tema que linden con lo absurdo. Debo rectificar ese supuesto, y luego proseguir para tratar de hacer lo mejor con lo que queda del tema. Después de todo, el título de una conferencia, como el título de un libro, tienen el objeto dual de comunicar cierto significado concerniente al contenido y también mostrar cierto atractivo. Es un punto de referencia no para examinarlo muy claramente sino su significado. Por otro lado, ayuda al conferenciante al principio de su exposición para saber sobre lo que va a hablar en general.
El Dr. Brodie asistió a la Universidad de Chicago, recibiendo su Ph. D en relaciones
internacionales en 1940. Desde 1943 a 1945 sirvió en la Marina de los Estados Unidos, primero en la Oficina de Artillería y más tarde en la Oficina del Jefe de Operaciones Navales. En 1945 sirvió como técnico experto con la delegación de los Estados Unidos en las Naciones Unidas en San Francisco. Desde 1945 a 1951 el Dr. Brodie estuvo en la facultad de la Universidad de Yale, eventualmente como Director de Estudios de Post- Grado en el Departamento de Relaciones Internacionales. También se asoció durante estos años con el Colegio de Guerra Naval, el Colegio de Guerra Aérea y la Biblioteca del Congreso. El Dr. Brodie se convirtió en Ayudante Especialista del Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en 1950. El siguiente año, fue a la Corporación RAND, donde se convirtió en teórico líder de la guerra nuclear. Es el autor de Moralidad y Estrategia (1964), Guerra y Política (1973), De Crossbow a H-Bomb (1962), Estrategia en la Era de Misiles (1959), Poder Marítimo en la Era de la Maquinaria (1943), y otros libros y artículos. Falleció en 1978. Este artículo publicó una conferencia dada por el Dr. Brodie en el Colegio de Guerra Naval el 18 de Setiembre de 1958.
Lo primero que me sucedió mientras hablábamos acerca de la estrategia como
arte y ciencia fue que, hasta cierto punto, parecía que estábamos aludiendo a dos épocas distintas. El tipo de enfoque científico de los problemas estratégicos representado por mi propia organización, la Corporación RAND – y por organizaciones similares asociadas al Ejército y la Marina – data sólo de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Nótese que dije “problemas estratégicos” en lugar de “estrategia”, puesto que este último término sugiere algo comprensivo, coherente y, en un nivel de decisión de política superior, aún nos encontramos lejos de haber encontrado el modo de hacerlo científicamente. Tampoco quiero sugerir que los enfoques sobre estrategia utilizados antes de la Segunda Guerra Mundial no hayan sido esencialmente científicos. Por el contrario, eran buenos o malos en el grado en el que reflejaban valores científicos de objetividad, realismo, comprensión e imaginación. Permítanme, sin embargo, advertirles que, excepto por algunas personas talentosas que históricamente han sido escasas y que pudieron o no haber tenido mucha influencia en su época y en las subsecuentes, tanto el arte como la ciencia generalmente han hecho falta en los que se suponía eran estudios estratégicos. Si hubiera motivo para sentirse satisfecho ahora, lo tendré que dejar para el último punto de mi charla. Pero, no debemos dejarnos engañar por nuestras propias palabras, y cuando hablamos sobre estrategia, ya sea como arte o como ciencia, debemos ser claros en nuestros propios pensamientos, que nos referimos a un estudio idealmente concebido y llevado a cabo sólo pocas veces. En este momento conviene aclarar la distinción entre el estudio de una teoría estratégica y los problemas estratégicos, por un lado, y por otro, la práctica real de la estrategia por parte de un general o de un almirante. La diferencia no es tan marcada como parece, especialmente ahora que las decisiones sobre estrategias importantes son tomadas no en medio del calor de la batalla, sino durante los periodos de paz, en ambientes de relativa calma. Sin embargo, dentro de los límites de mi tarea, he decidido hablar principalmente acerca de la teoría. Tal vez esto revele mis propios prejuicios, que el interés nacional (y estoy seguro que para su propio interés profesional) está en la práctica, no en la teoría, de la estrategia. Por otro lado, parece confirmado históricamente que si la teoría disminuye, sucede lo mismo con la práctica. ¿Podría ser de otro modo? Tanto generales como almirantes deben aprender su arte en algún lugar, pero lo que marca una gran diferencia es que hayan sido preparados en una atmósfera de investigación directa acerca de la estrategia o que simplemente se les haya transmitido ciertos axiomas estereotipados. El terrible ejemplo de la Primera Guerra Mundial en sus fases terrestres debería ser suficiente para convencernos de esto. Considero que es justo decir que mientras una buena teoría no garantice una buena dirección, una mala teoría ciertamente garantiza lo contrario. Una de las primeras cosas que llama la atención del estudiante de estrategia es el tamaño tan reducido del grupo de personas que realmente contribuyen de manera significativa en el campo. En la estrategia especialmente para un conflicto terrestre, la figura más importante es, de lejos, Carl von Clausewitz quien, después de todo, murió hace ya más de cien años. Su contemporáneo, Henri de Jomini fue también un personaje respetable, aunque no en el mismo plano que Clausewitz. Sin embargo, creo que ha sido el más influyente de los dos. Utilizó el francés, que es una lengua más internacional que el alemán de Clausewitz; aún para la traducción, resulta más fácil leerlo y comprenderlo; Jomini escribió mucho más y, sobre todo, vivió mucho más. Vivió para ser un hombre viejo y fue prolífico a lo largo de toda su vida. Jomini fue leído por los hombres que dirigieron nuestra Guerra Civil, y fue Jomini, no Clausewitz, a quien Mahan reconoció como su mejor amigo entre los escritores. Creo que este es un punto históricamente importante ya que la influencia de Jomini se ha hecho ciertamente más aparente en nuestro propio tiempo que en el de Clausewitz. Después de Clausewitz y Jomini, encontramos varios colaboradores en estudios especiales sobre estrategia, algunos de ellos muy buenos. En Alemania se encontraba el respetado Mariscal de Campo Helmuth von Moltke quien fue Jefe de Estado Mayor en el Ejército Imperial por algo más de 30 años (al parecer no estaban acostumbrados a los cambios). Por supuesto, también estaba presente el conde Alfred von Schlieffen. En Francia, tuvimos el peculiar trabajo de Ardant du Picq, mientras en Gran Bretaña se oía el nombre de aquel Coronel George F. R. Henderson quien escribió de manera tan genial acerca de nuestra Guerra Civil, y en particular acerca de las campañas de Stonewall Jackson. De hecho, podría continuar mencionando otros respetables nombres. Sin embargo, me parece que existe una profunda disminución en la calidad del pensamiento estratégico a partir de la época de Clausewitz. Dicha disminución, finalmente, toma la forma de una búsqueda de axiomas simples y fáciles de comprender, algo que el mismo Clausewitz trató escrupulosamente de evitar. En el ámbito de la estrategia naval tenemos un importante nombre: el del hombre que estuvo cercana y productivamente relacionado con esta institución, y cuyo nombre ha sido asignado al edificio, Mahan Hall, contiguo a este, Pringle Hall. Él tiende a ensombrecer a uno de sus contemporáneos que pudo haber llegado a ser mucho más conocido, el historiador naval civil británico Julian S. Corbett. En el campo de la estrategia aérea tenemos un nombre, el general italiano Giulio Douhet. Todos sus escritos podrían juntarse en un libro de un tamaño pequeño, de hecho, es eso lo que se ha hecho. Literalmente, no hay nadie más. Deben estar pensando en nombres como Billy Mitchell y Alexander de Seversky, pero Mitchell, a pesar de tener muchas ideas tácticas, jamás mostró tener un sentido de la estrategia, mientras que Seversky, a mi parecer, simplemente reescribió a Douhet sin hacer las respectivas menciones y con un sentido de la responsabilidad mucho menor. Tal vez piensen que estoy tratando indiferentemente un gran número de escritos acerca de la teoría estratégica que ha continuado hasta nuestros días, por ejemplo, los publicados en diversas revistas profesionales. Sin embargo, permítanme asegurarles, en primer lugar, que el número no es tan grande, y en segundo lugar, que la cantidad existente suele ser (salvo algunas excepciones) de baja calidad. No me estoy refiriendo a trabajos sobre historia naval o militar. Éstos probablemente estén actualmente mejor realizados que en épocas anteriores. En la última década se han producido buenos trabajos sobre historia naval y militar. Yo estoy refiriéndome a trabajos teóricos sobre estrategia, trabajos que pretenden explicar en lugar de simplemente describir el pasado, o que hacen referencia a condiciones presentes y futuras. Esto suele ser repetitivo, estereotipado, inimaginable, y lamento mucho decirlo, usualmente propagandístico. Con “propagandístico” obviamente me refiero al conflicto entre los servicios. Antes de continuar especulando sobre la aridez de la teoría estratégica en nuestra época, consideremos el método de los grandes líderes del pensamiento estratégico que he mencionado. En primer lugar tomemos a Clausewitz que representa lo que conocemos como la “interpretación filosófica de la historia militar”, y quien efectivamente es la figura más importante en esta tradición. Clausewitz fue un oficial profesional que además estudiaba profundamente no sólo la guerra, sino también la ciencia y la filosofía de su época. Fue, por ejemplo, un gran admirador del filósofo Hegel, quien era diez años mayor que él y que falleció también a causa de la epidemia de cólera en 1831. La admiración que sentía hacía él lo llevó a imitar la dialéctica hegeliana característica. De este modo, al igual que Hegel, presenta, en primer lugar, la tesis de su argumento; luego, la antítesis; y, finalmente, la síntesis. Esta es la característica que hace que sea difícil leer a Hegel, y es lo mismo que sucede con Clausewitz. Lo vemos, por ejemplo, en el primer capítulo de este libro titulado On War –el único capítulo que editó y consideró terminado antes de su muerte – en el cual explica, primero, la proposición de que la guerra en su forma pura menosprecia cualquier modificación de violencia. Este es el tema con el que empieza el libro y que se desarrolla con una considerable elocuencia. De repente, después de unas cuantas páginas, comienza a desarrollar un tema opuesto: la guerra, aunque, ésta nunca se presenta en su forma pura, es más bien una fase en la actividad política de los estados. Esto lo llevó a calificar todo lo que había mencionado antes como violencia pura. Debido a su método dialéctico, no resulta fácil comprender a Clausewitz para quien intenta leerlo de manera casual. Pero es lo suficientemente simple como para citarlo, y algunas de las frases presentes en sus primeras páginas llevan consigo mucha poder. Por ello, la autoridad de sus palabras ha sido utilizada para subrayar lo absurdo que es intentar moderar la guerra cuando, de hecho, en todo su libro la guerra es considerada como un acto político y por lo tanto debe ser gobernada por el objetivo político. Clausewitz toca este tema una y otra vez a lo largo de su obra. Él ha sido llamado “el profeta de la guerra total”, cuando de hecho, es casi todo lo contrario: es prácticamente “el profeta de la guerra limitada”. Sus deducciones sobre estrategia se derivan de una lectura similar de la historia militar especialmente de su época, la cual abraza las guerras napoleónicas, pero además las guerras de los últimos dos siglos. De los diez volúmenes en que se encuentran recopilados sus trabajos póstumos, siete son monografías sobre historia. Su tratamiento de la historia militar es comprensivo, cuidadoso, y, sobretodo, objetivo. Esto, lo admito, sigue siendo la clave de la buena utilización de la historia y los estudios estratégicos. De esta manera, las cualidades que hacen grande a Clausewitz son, en primer lugar, su perspicacia y amplitud filosófica que lo lleva a examinar el terreno de guerra en la vida de las naciones y que lo libra del error, lo cual es común en algunas otras figuras del mismo campo – el error de considerar la guerra como si fuera un acto aislado que no es capaz de cumplir un objetivo por sí mismo. Otro aspecto de Clausewitz que lo hace importante es su insistencia al referirse a un tema en particular desde todas sus perspectivas. Está tan decidido a aclarar las excepciones de cualquier regla como a presentar una. Es debido a esta última razón que Clausewitz insiste en que no existen principios de guerra, es decir, no hay un sistema de reglas cuyo seguimiento garantice el éxito. Su contemporáneo Jomini se opone a esta posición. Clausewitz ha sido criticado ya que no dejó ningún “sistema” de estrategia, ni método que pueda ser adoctrinado por los maestros y aprendidos por los estudiantes. La observación es real, sin embargo yo la considero más un punto a su favor que un motivo para criticarlo. Fíjense que Clausewitz vivió cerca del final de una era en la cual la tecnología militar apenas experimentaba algunos cambios. Lo que haya cambiado en las tácticas y estrategias que atribuimos a las guerras napoleónicas no involucraba cambios en lo material. El mosquete de cañón ánima lisa fue el arma durante toda la era napoleónica, así como el cañón de ánima lisa dirigido por caballos fue la pieza de campo convencional. Esto puso la posición de Clausewitz en considerable contraste con la de Mahan quien comenzó a escribir acerca de la estrategia naval durante el periodo donde se presentaron cambios más rápidos y radicales en el armamento naval. La vela le dio paso al vapor, las embarcaciones de madera se han cambiado por construcciones y blindaje de metal o acero, la pieza de ánima lisa por el fúsil y así sucesivamente. Incluso algo interesante sobre Mahan es que apartó su atención de estos cambios que estaban ocurriendo en su propia época, a lo que consideraba eran las perdurables condiciones de la guerra en el mar. Como Clausewitz, solo tanto más, la mayoría de sus escritos son historias – historias navales de los días de vela. Su gran héroe es el [Almirante Horacio] Nelson, de quien también escribió una biografía. Sus preceptos sobre estrategia naval se encuentran principalmente en sus historias, aunque finalmente escribió (hacia fines de su carrera) un volumen denominado Estrategia Naval (que fue publicado en 1911), que él mismo consideró intelectualmente no muy exitoso. Al igual que Clausewitz, no solo estaba interesado en la manera en que los hombres luchan sino también en por qué luchan. Los artículos y ensayos reunidos en este volumen titulado Armamentos y Arbitraje demuestran que tiene una sofisticación muy considerable en política internacional. Muy diferente de Clausewitz o Mahan es Douhet, el profeta del poder aéreo. Para empezar, no solo es historiador (como los otros no), pero explícitamente y vigorosamente rechaza la idea que se puede aprender a partir de un estudio de historia la forma en que las guerras deben ser libradas. Rechaza especialmente la doctrina, derivada de Jomini y que estoy seguro ha escuchado varias veces, que “los métodos cambian, pero los principios no.” De hecho, vuelve esa doctrina al revés, e insiste que una invención tan radical como la de la aeronave debe cambiar todo sobre la guerra. Yo, personalmente, creo que Douhet merece mayor crédito por su audacia en este respecto. Recuerdo que Mahan, en uno de los pocos casos en que él se pronunció, estableció que “la guerre de course (p.e. asalto comercial) nunca puede ser en sí decisiva de grandes asuntos.” Este se basó mayormente en una lectura de la Guerra de 1812. Pero cuando Mahan murió en diciembre de 1914, el submarino ya estaba a punto de proponer de otro modo –que quizá la guerre de course pueda ser decisiva de grandes asuntos; sin embargo, Mahan no logró predecir totalmente el enorme potencial del submarino como un asaltante de comercio. Efectivamente nadie habría previsto el potencial real del submarino como bombardero estratégico. Creo que el axioma frecuentemente repetido que cité hace un momento – “los métodos cambian, pero los principios no” –ha tenido en total una influencia poco acertada sobre el pensamiento estratégico, fomentando, como lo hace, el enfoque del hombre perezoso a nuevos problemas. Efectivamente esto redujo la marcha de nuestra adaptación a las armas atómicas. Si atribuimos esto a Jomini, debemos tener en cuenta que el tipo de cambios que Jomini presenció en toda su vida no tiene comparación con los que vemos en nuestra época. También creo que Douhet merece crédito por burlarse del tipo de resumen del conocimiento que encontramos en el tratamiento usual de los supuestos “principios de guerra”. No obstante, sospecho también que la ignorancia de Douhet sobre la historia militar ayuda a explicar uno de sus errores más desastrosos. Recordemos que fue una piedra angular de su filosofía que de aquí en adelante la defensa sería muy superior a la ofensa por el motivo que las líneas serían estáticas, aún si el ejército defensor era muy inferior al del oponente atacante. Esta idea la basó en una lectura preliminar de la I Guerra Mundial (creo que una lectura más cuidadosa de la I Guerra Mundial hubiera debilitado esa opinión), y fue el tipo de error que una persona que era tan brillante como él pero también que el mejor estudiante de historia probablemente hubiera incurrido. Ninguno de los hombres que he mencionado hasta ahora empleó nada de lo que remotamente parecía un análisis de los sistemas modernos, pero solo en el caso de Douhet se ve que resulta en un error realmente grave. Los otros estaban buscando lo que no había cambiado en la guerra. Esto los obligó a depender fuertemente en la investigación histórica. Pero Douhet estaba examinando lo que era esencialmente nuevo, sin tener mucho que seguir excepto sus presentimientos. De este modo, otro error cardinal de Douhet fue que sobreestimó tremendamente la cantidad de daño físico que podría ser realizado con cada tonelada de bombas, y subestimó demasiado la cantidad de perjuicio que cualquier nación podría absorber. En otras palabras, fueron sus diversos criterios cuantitativos que estaban errados. En algunos casos el error resultaba del mal uso de la aritmética elemental. Encontrar las cifras correctas es lo que el análisis de los sistemas modernos particularmente señala, y Douhet en gran parte se hubiera beneficiado de eso. Para estar seguro, la bomba atómica se presentó para rescatar a Douhet de algunos de sus peores cálculos, pero creo que no estamos siendo excesivamente puristas si les negamos crédito por eso. De todas formas, y la más importante, la bomba atómica y sus sucesores nucleares fueron mucho más allá para ayudar a redimirlo de sus errores. Habían creado nuevos problemas hoy en día que su filosofía no logró acomodarse. Esto hizo que nos diéramos cuenta que la situación que enfrentamos hoy en día señala la mayor deficiencia de Douhet: olvidó que la guerra encaja en un contexto político y debe tener una función política. Sin embargo, no había estado solo en este respecto. Ese error pone a Douhet en el extremo opuesto de la escala desde Clausewitz, y hace la filosofía de este último en ciertos aspectos cruciales más pertinentes a nuestra propia época que a la de Douhet. Sin embargo, no quiero implicar que Douhet deba ser tratado con algo más que considerable respeto. Su pensamiento era tanto imaginativo como ferozmente lógico –después de todo, fueron algunas de sus premisas que resultaron erróneas, no su lógica –y, por supuesto, era audaz en sus opiniones. Esos son los rasgos que siempre merecen admiración y emulación. Hasta ahora he tratado de ayudarle a recordar algo del contenido así como también el método de la figura principal, o figuras, en cada uno de los tres principales campos de estrategia. Con su indulgencia, ahora debo especular sobre las razones por las que considero el estado relativamente lento del estudio estratégico que con los años está siendo en cierto modo mejorado por la introducción de nuevos métodos importantes de análisis científico. Uno de los primeros pensamientos que vienen a mi mente es que Clausewitz puede haber agotado una amplia especulación en su campo, así como Mahan lo hizo más tarde. Ciertamente existe algo de eso. Era difícil decir cosas originales y profundas después de Clausewitz. Sé, por experiencia personal al hacer el esfuerzo, que es difícil decir cosas importantes y originales sobre la guerra naval después de Mahan y Corbett. E incluso, eso no puede decir la historia completa. Clausewitz no se anticipó al campo de la estrategia tanto como Adam Smith se anticipó al campo de la economía, incluso comparar lo que había pasado en cada uno de estos campos en generaciones subsiguientes: en este último caso el enorme e incluso vital crecimiento de la teoría y el conocimiento, y en el primer caso muy poco crecimiento o desarrollo. Por supuesto también podría ser cierto que personas como Clausewitz y Mahan fueron accidentes, de todos modos –pensadores brillantes y originales y eruditos en una profesión que, enfrentémoslo honestamente, nunca se le ha dado mucho valor a estas cualidades. La muy poca frecuencia con la cual dichos hombres habían aparecido entraría en discusión, pero el examen de la carrera de Mahan tiende a confirmarlo. Hemos recordado que Mahan nunca recibió ningún beneficio de la carrera a partir de sus magníficas contribuciones al pensamiento estratégico de su época, excepto por la asignación a este Colegio. Se retiró como capitán y fue promovido a contralmirante solo en retiro, junto con todos los otros capitanes retirados quienes habían vivido lo suficiente para servir en la Guerra Civil. Mahan, en su autobiografía, nos cuenta que llegó a considerarse como temperamentalmente incompatible a la carrera que había elegido. Y, como de hecho, sabemos que él no era considerado suficientemente bueno como oficial de buque por algunos de sus superiores en el mar, el último de los cuales le dio un mal informe de aptitud como comandante del crucero Chicago. La historia nos cuenta dos cosas: primero, que la Marina entonces no dio un valor muy alto al pensamiento estratégico per se; y, segundo, que Mahan en sí en gran parte disociaba su carrera como experto y escritor de la de oficial naval. Parecía sentir que su carrera naval era importante para él solo para dar orientación a su interés erudito. Quizá también lo estimuló en su dominio del tema, pero no podemos estar muy seguros de eso. Después de todo, un número de personas que no tuvieron esa formación también ha contribuido al trabajo extremadamente importante, al igual que Corbett y esa muy interesante figura del siglo dieciocho, John Clark de Edimburgo, cuyo tratado sobre tácticas navales tuvo una influencia importante en las tácticas de Trafalgar. La Marina de Guerra, como cualquier servicio militar, se encuentra obligada a dar un alto valor a ciertas otras cualidades además de la erudición de sus oficiales. Notemos que no estoy criticando esto –lejos de ello. Las cualidades como la lealtad, el coraje físico y, especialmente el liderazgo están muy arriba de la lista. Por supuesto, la inteligencia es necesaria para dominar las técnicas ahora muy involucradas, pero también pueden ser totalmente absorbidas al hacerlo. Mientras más enfaticemos un tipo sobre otro más drásticamente reduciremos nuestras opciones para conseguir este último tipo por cualquier clase de descuido, ya que los talentos de cualquier tipo específico siempre son escasos Existe otra característica de la profesión militar que creo es relevante. A diferencia de la mayoría de profesiones esotéricas, la profesión militar es más bien reacia a la especialización. Se acostumbra a la especialización en los campos tecnológicos, aunque desde el punto de vista de la carrera en base a la tolerancia más que al ánimo. Comparemos esta situación con la de la profesión médica, por ejemplo, donde los espectaculares avances son el trabajo no de practicar física, aunque se puede especializar en la práctica, sino de un grupo de trabajadores relativamente pequeño que está especializado en la investigación. La siguiente pregunta es: ¿Por qué los servicios militares dan tal poca valoración a la estrategia (como presento), es decir perspicacia estratégica e imaginación y a los tipos especiales de conocimiento que contribuyen a esto? La respuesta se divide en dos partes, y debo decir algo sobre ambas. Una respuesta tiende a ser que la Marina de Guerra, o cualquier servicio, no necesita varios estrategas. Después de todo, ¿cuántos canales hay para el comandante en jefe, de todos modos? Como dijo un oficial alemán en los días de Schlieffen a un joven subalterno que estaba tratando de desarrollar sus propias ideas sobre estrategia: “Su Majestad se quedó solo con un estratega [Schlieffen], y ni usted ni yo somos ese hombre.” Sin embargo, esta respuesta no explica por qué el hombre que llegó a la cumbre –y de ese modo quien llega a ser el estratega practicante –se espera que haga un excelente trabajo cuando sea seleccionado por otros talentos. La otra razón, estoy seguro, es la convicción general que la estrategia es fácil. Este enunciado puede sorprenderle, pero propongo que la concepción de estrategia al ser fácil está implícita en todo su entrenamiento. También, los enunciados explícitos para el mismo efecto no son una necesidad. Un buen ejemplo es del difunto Mariscal de Campo Lord [Archibald] Wavell, quien, haciendo excepción a un enunciado del Capitán [Basil] Liddell-Hart, escribió el siguiente párrafo:
Creo que la táctica, el arte de manejar tropas en el campo de batalla, es y siempre
será la parte más difícil y más importante de la tarea del general que la estrategia, el arte de llevar las fuerzas al campo de batalla en una posición favorable. Una analogía sencilla se puede hace del bridge contrato. La vocación es la estrategia: el juego de las tácticas manuales. Imagino que todos los jugadores de cartas experimentados estarán de acuerdo que lo último es la parte más difícil del juego, y da más libertad a la habilidad del buen jugador. La profesión es hasta cierto grado mecánica y sujeta a convenciones; así es la estrategia, sus principales normas son simples y fáciles de comprender... Pero al final es el resultado de la forma en la que las cartas son jugadas o que la batalla es librada que es puesto en las hojas de puntaje o en las páginas de la historia. Por tanto valoro la habilidad táctica sobre la habilidad estratega, especialmente de aquel que juega bien las malas cartas.
Varios generales, desde Napoleón a Eisenhower, han afirmando de una forma u
otra la idea que las principales normas de la guerra “son simples y fáciles de comprender”, pero es notable que incluso Lord Wavell debe haberse unido a ese coro. Después de todo, ese error fatal de su propia carrera resultó de un error en el criterio estratégico. En algún momento, francamente lo admite como tal. En la primera parte de 1941 –solo un año antes que publicase el pasaje que acabo de citar –concedió su autoridad militar para aprobar la expedición británica a Grecia, y comprometió una parte considerable de sus fuerzas a ese propósito, sin haber predispuesto primero al [General Erwin] Rommel en el desierto. Se excusa él mismo en el campo en que la acción hubiera sido justificada contra cualquier comandante ordinario, y entonces añade: “No había contado con Rommel”. Y no tuvo nada que decir sobre el destino de la expedición en Grecia. Para regresar al enunciado citado, también nos debemos dar cuenta que la concepción tradicionalmente estrecha de estrategia como “el arte de llevar las fuerzas al campo de batalla en una posición favorable” –una concepción que no llega a tener en cuenta ninguna consideración de los últimos objetivos de la campaña –y especialmente de la guerra en sí –en cuyas consideraciones Wavell podría haber buscado excusar la intervención de Grecia (como otros lo habían hecho). Sobretodo, la idea que la estrategia, “es hasta cierto grado mecánica y sujeta a convenciones” revela la hipótesis casi universal que los fines u objetivos del esfuerzo militar siempre son dados o en cierto modo son obvios. Efectivamente en la guerra (como en varias otras críticas) debe ser cierto que si uno sabe sin duda lo que tiene que hacer, luego decidir cómo va a hacerlo (que es la definición de “estrategia” de Wavell) hace mucho menos exigencias al líder que hacerlo realmente. Pero, como indicó la Guerra de Corea, la pregunta de lo que uno tiene que hacer puede ser bastante desconcertante en el momento en que se admite que es una cuestión real. Para las guerras del futuro, puede ser la mayor y única pregunta a las que nos enfrentemos. También, por una variedad de razones, es una cuestión en la cual el político puede darnos muy poca orientación, y no debemos esperarla de él. Permítanme hacer un paréntesis un momento para ampliar ese punto, que creo que es muy importante. Recordemos algo: usted, y muy pocos civiles, pueden pasar la mayoría de las horas de trabajo meditando la siguiente guerra, pero el político no puede hacer esto. Incluso si uno acepta por el momento la definición limitada del propio Wavell sobre estrategia, no puede ayudarnos a entender la forma desdeñosa en la que él desestima las decisiones estratégicas no solo como menos difíciles sino también menos importantes que las decisiones tácticas. Menos difíciles (dentro de los límites que él aplica), sí lo son efectivamente. Las “principales normas” de la guerra de la cual habla, y que muy obviamente sobrevalúa representa la mayor parte de las modestas mejoras en el sentido común, y al hombre totalmente sensible, la preparación de una decisión sensible en una línea de conducta que podría ser bastante fácil. A diferencia de los problemas tácticos, que hacen fuertes demandas a la habilidad técnica y que en la guerra siempre son múltiples y con frecuencia presentados bajo presión, la decisión estratégica es una regla simple y ordinaria en su contenido, y casi siempre se hace en relativa libertad del calor y las vicisitudes de la batalla, y puede ser de un tipo que se hace una vez y para toda la campaña o para toda la guerra. Pero qué tan importante es que sea correcta!. Para darle un ejemplo de un nivel más bien más bajo –algo que podría denominarse “grandes tácticas” más que estrategia, pero teniendo algunas de las mismas características –cuando el Almirante [William F.] Halsey en la prueba suprema de su arte en el Golfo de Leyte lanzó a su vasta Tercera Flota contra una fuerza señuelo, efectivamente invalidó tanto sus propias incomparables cualidades como líder y combatiente y también la ventaja americana de poseer la flota superior. Las fuerzas terrestres americanas –cuya protección era su primera responsabilidad –no sufrieron el desastre que su acción provocó, pero perdieron la oportunidad que los japoneses habían puesto en sus manos para destruir su flota principal (para asegurarse, fue destruido posteriormente y muy pronto). Notemos que él cometió este error, debido a su rígida adherencia a lo que él consideraba era un “principio de la guerra” –concretamente, el principio de la concentración. También se puede considerar la frase cautivadora con la cual Sir Winston Churchill calificó una dura crítica de la conducta de Sir John Jellicoe en Jutland: “Jellicoe fue el único hombre en cualquiera de los dos lados que podía perder la guerra en una tarde”. ¡Qué mundo de significado mordaz yace en ese reconocimiento!. O, para usar un ejemplo de las campañas aéreas de la II Guerra Mundial, recordemos la decisión del Comando de caza RAF de no comprometer las incursiones de aviones de caza alemanes enviados sobre Londres al principio de la Batalla de Gran Bretaña. Una decisión bastante obvia, para estar seguros –o lo fue? Se aguantó de rechazar el anzuelo alemán y dejar al enemigo volar sin encontrar resistencia sobre la capital. También, recordemos que la campaña de bombardeo estratégico Aliado en la II Guerra Mundial es raras veces criticada por su manejo táctico, que, en total, generalmente se admite haber sido espléndidamente realizado. Todas las críticas importantes y voluminosas del centro de esfuerzo alrededor de las preguntas que son esencialmente estratégicas. ¿Los recursos militares básicos fueron absorbidos por este en gran parte en vista de las retribuciones, o viceversa? ¿El poder aéreo involucrado no podría haber sido mejor empleado, incluso como poder aéreo, para otros propósitos militares? ¿No fueron seleccionados los sistemas de blanco erróneos? Y así sucesivamente. Cualquier convicción que podamos tener sobre las respuestas a estas preguntas (o la lógica de este razonamiento), las preguntas en sí no son ni irrelevantes ni poco importantes. Finalmente, en el nivel más alto de las decisiones estaba la elección aliada, en la entrada de los Estados Unidos a la II Guerra Mundial, para concentrarse en defender a Alemania e Italia primero, en lugar de Japón. Esto, en vista del ataque a Pearl Harbor, fue emocionalmente, estoy seguro, que no fue una decisión fácil. Pero ¿qué podría haber sido más simple y más obviamente correcto? Sabemos que este compromiso fue resistido, y también sabemos qué afortunado es que la resolución básica detrás de ella nunca falló. Es difícil escapar a la conclusión que el punto de vista de Lord Wavell refleja una predisposición peculiarmente profesional. No hay duda que la táctica y la administración de las fuerzas militares son las áreas en las cuales el soldado es más completamente profesional. El manejo de las batallas, ya sea en tierra, mar o aire –la maniobra de las grandes fuerzas, el liderazgo de los hombres frente al horror y la muerte, y el desarrollo y la administración de las organizaciones que deben efectuar estos propósitos –no es claramente un trabajo para aficionados. En estas tareas no existe sustituto para el difícil entrenamiento y la experiencia que los servicios proporcionan por varios años. Es incomprensible que estas tareas deban ser mucho más cuidadosamente consideradas y mucho más aceptadas que aquellas que parecen estar en la periferia de la profesión, y más bien casi fuera de ella, que con frecuencia no pueden ser probadas hasta que la guerra empieza –y quizá no exclusivamente aún así. E incluso creo que estamos propensos a cometer errores mucho más básicos y costosos en el campo de la estrategia que los que podamos cometer en la táctica. Ahora tenemos tiempo para unas cuantas palabras sobre el método científico moderno. Primero, recordemos que el método científico es útil y está siendo usado para explorar opciones alternativas pero no para tomar la elección final. Este último depende finalmente de un buen criterio, que quiere decir en la intuición informada de una persona o de un grupo de personas que han sido criadas en un adoctrinamiento particular y cuyo enfoque a su trabajo es fundamentalmente el del artista, no del científico. No estoy quejándome de esto –de hecho, no veo cómo podría ser de otro modo –simplemente estoy observándolo. El trabajo científico que fue aceptado tiende a ser el que afecta a los problemas tácticos más que a los estratégicos, o que afecta a problemas estratégicos de menor nivel más que a los problemas estratégicos de mayor nivel. De hecho hasta hace poco mi organización, la Corporación RAND, evitó los problemas estratégicos. Solo recientemente se ha penetrado realmente en esta área. Se puede decir que se abstuvo de hacerlo en gran medida porque fue invitado de abstenerse a hacerlo. El universo de datos fuera del cual las decisiones militares razonables se han realizado es una vasta masa caótica de hechos tecnológicos, económicos y políticos y predicciones. Emplear el método científico para alcanzar orden en este caos no es lo mejor que podemos hacer. Cuando el método es verídico a sus propios principios, está sujeto a ser mucho más fiable que el método alternativo tradicional, que es depender del criterio intuitivo de los comandantes experimentados. Una razón que esto es mejor es que tiende a incorporar de una forma ordenada lo que sea bueno en la fuerte intuición. Sin embargo, nuestra experiencia hasta ahora con la preparación científica para la toma de decisión militar nos advierte apreciar qué tan imperfecto es “lo mejor que podemos hacer”. Aquellos de nosotros que hacen este trabajo son acosados por todos los tipos de limitaciones, incluyendo una limitación en talentos. Sobretodo, existen limitaciones en el conocimiento disponible. Donde el objeto es predecir el futuro por la acción apropiada ahora, simplemente no podemos esperar hasta que todos los hechos relevantes hayan ocurrido. Además, podemos progresar cuando cortemos y tratemos aisladamente una pequeña parte de los datos universales totales que enfrentamos. Por esa razón, casi todo estudio está hasta cierto punto (y a veces en gran medida) fuera de contexto. Además, siempre estamos tratando con grandes agregados de pura casualidad. Estos a veces son difíciles de tomar en consideración sin parecer agobiar nuestros resultados, y que, por supuesto, y que uno naturalmente detesta hacer. Lo mismo es cierto de la gran serie de variables que se ocupan de las intenciones y capacidades del enemigo. Finalmente, estamos sumergidos en una predisposición –el nuestro y el de nuestros clientes o lectores. A estos últimos nos acostumbramos con anticipación inconsciente o semiconsciente incluso cuando tratamos de ser honestos –y siempre es difícil ser completamente honesto. Unas cuantas palabras sobre el gran desarrollo en los últimos años de la técnica del juego. Un visitante casual en RAND podría tener la sensación que nada continua excepto los juegos. Creo que RAND fue el primero en los desarrollos de todo tipo de juegos, incluyendo los juegos a un nivel estratégico muy elevado. Considero que la Escuela de Guerra Naval tienen una historia considerable en este respecto, también, pero creo que en su mayor parte en el nivel táctico más que en el estratégico. A mí me parece que la técnica del juego por lo menos hace dos cosas, las cuales son extremadamente importantes. Una es que tiende a hacer una realidad fuera del potencial y también las intenciones nominalmente atribuidas al enemigo. He tenido el privilegio de estudiar en estos años una serie de supuestos “estudios estratégicos”, y casi siempre me he asombrado al grado al cual son extendidos por lo que solo se pueden denominar ”ilusiones”. Con frecuencia habrá en la primera página una lista de hipótesis establecidas o postulados que dirán algo como lo siguiente: “(1) el enemigo es muy inteligente; (2) Tiene la iniciativa.” Sin embargo, cuando voltea las páginas, el enemigo ha dejado de ser inteligente, y también ha dejado de tener iniciativa. El juego de guerra no le permite quedarse así. En segundo lugar, y creo casi igualmente importante, la lista de estudios estratégicos que he visto realmente son estudios de despliegue. No son planes de guerra sino planes de despliegue. Las fuerzas del juego de guerra impulsan su pensamiento más allá del primer paso, y quizá más allá del segundo y tercer paso. Bueno, veo que mi tiempo se acaba. ¿Qué he tratado de presentarles esta mañana? Efectivamente no fue algo que pueda llevarse en un empaque cómodo – y déjenme decir que esta fue mi intención. He tratado de persuadirlos que la estrategia no es un simple estudio; que es un estudio importante; y que no existen respuestas fáciles. Muchas gracias!