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Héctor Viel Temperley

[El nadador (1967), en Obra completa, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2003.]

EL NADADOR

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada. hasta las lluvias
Soy el hombre que quiere ser aguada de su infancia,
para beber tus lluvias que a las tardes crecían
con la piel de su pecho. entre sus piernas salpicadas
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo como alto y limpio pajonal que aislaba
para tus lluvias mansas, las casonas
para tus fuertes lluvias, y desde sus paredes
para todas tus aguas. celestes se ensanchaba.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos, Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
que no son más que cielos arrastrados por la memoria de las aguas
por tus caídos ángeles. hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada. como marcas de luz, de tus sandalias.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arrollos Y recuerda los días cuando el cielo
se sostiene vibrante, rodaba hasta los ríos como un viento
como en medio del aire. y hacía el agua tan azul que el hombre
Mi cuerpo que se hunde entraba en ella y respiraba.
en transparentes ríos Soy el hombre que nada hasta los cielos
y va soltando en ellos con sus largas miradas.
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
a la corriente. Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada hacen ruido de alas.

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