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"Acerca De La Inscripcion De La Estructura"

(*) Capítulo Xix Del Libro El Psicoanálisis En La Clínica De Bebés Y Niños Pequeños, Ed. La Campana, La Plata, Pcia. De
Bs.as., Argentina,1996. [presentado En Las Jornadas De La Escuela Sigmund Freud De Rosario: Psicoanálisis Hoy.
Diciembre De 1993].

Elsa Coriat

Voy a seguir hablando de bebés, de los tiempos en que se construyen los cimientos del
aparato psíquico. La clínica de este tiempo plantea, para el analista, afinar al máximo las
respuestas que la teoría le aporta respecto a las preguntas acerca de: ¿cómo surge el
deseo?, ¿cómo se produce un nuevo sujeto, en lo real, sobre la faz de la tierra?
Cuando, más allá de las consultas pediátricas de rutina, los padres consultan por un niño muy
pequeño a cualquiera de los profesionales de las artes de curar, es porque observan que algo
se ha obstaculizado en el desarrollo de su hijo. La mayoría de las veces —aunque no
siempre—, si se investiga con un mínimo de seriedad, es posible encontrar que algo de lo
orgánico vino fallado.
En todos los casos, tanto con compromiso orgánico como sin él, no sólo está en riesgo la
función que se observa alterada sino también el devenir de la constitución deseante, lo cual
puede arrojar resultados mucho más nefastos que aquellos que implican las limitaciones
intrínsecas a lo orgánico.
Por este motivo, para una clínica del infans eficaz, es necesaria la presencia de un
psicoanalista en el equipo interdisciplinario. El psicoanálisis se ve llamado a extender las
fronteras de su campo de trabajo práctico, lo cual requiere una modalidad operativa que, en lo
más obvio —no en su núcleo central—, difiere de un tratamiento psicoanalítico clásico, y, por
eso mismo, requiere precisar con cuidado las herramientas teóricas necesarias para no
tergiversar a qué se le llama psicoanálisis.
La intervención clínica de un profesional —sea de la disciplina que fuera— al operar sobre un
niño pequeño —se lo proponga o no se lo proponga: inevitablemente— tiene efectos sobre
cuestiones que hacen a las primeras vueltas en la constitución del sujeto. Tanto más eficaz
será su accionar si sabe de la estructura significante en la que de hecho interviene,
conjugando las herramientas clínicas que le aporta su especificidad con el saber y los
elementos técnicos de la dirección de la cura que ha venido plasmando la teoría psicoanalítica
en el último siglo.

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Sin significante no habría ningún sujeto en lo real(1), dice Lacan; pero tampoco habría sujeto
en lo real si ese significante no se escribiera sobre un cuerpo vivo dotado con la herencia
biológica de la especie humana. La prehistoria del sujeto, el tiempo del proto-sujeto, ese
tiempo que a posteriori quedará inscripto como represión primaria, es el tiempo del encuentro
de lo simbólico —portado por quienes se hacen cargo del infans— con el real orgánico del
recientemente nacido, esa masilla fresca. El efecto de este encuentro —en la mayoría de los
casos, no en todos— es la producción de un sujeto del deseo.
El psicoanalista que trabaja con adultos, para su operación, no necesita tener presentes los
datos relativos a la génesis de la estructura con la cual trabaja. No ocurre lo mismo con el
psico¬analista que es consultado en función de un pequeño, al cual no le queda más remedio
que preguntarse: ¿por qué caminos materiales tiene su incidencia la palabra antes de que
haya palabra?
Si un sujeto es lo que representa a un significante para otro significante, preguntarse por la
génesis del sujeto es lo mismo que preguntarse de qué manera se inscribe el significante en el
cuerpo vivo. Una vez que la maquinaria simbólica está instalada en lo que antes era un puro
organismo, ya conocemos bastante de su modalidad operatoria, pero ¿cómo se instala?
Especialmente nos interesa ubicar la respuesta si nos consideramos responsables de facilitar
su instalación, imprescindible condición para que allí surja un sujeto.
Reconozco que mis preguntas no son demasiado originales; hace ya un siglo que el
psicoanálisis viene trabajando sus respuestas. Aunque Freud no se ocupaba de la clínica de
bebés, se planteó lo mismo cuando sus descubrimientos clínicos lo llevaron a su primera
formalización de la estructura del aparato psíquico. En el Proyecto de una psicología para
neurólogos, apenas concluye de describir los tres sistemas neuronales que allí presenta,
necesita comenzar a articular lo que poco después llamará primera experiencia de
satisfacción, mítica hipótesis del origen del aparato o de cómo se facilita la primera asociación
entre dos neuronas y se establecen las primeras barreras de contacto.
¿“Biologismo de Freud”, correspondería que dijera un laca¬niano hoy en día?
Antes de seguir avanzando, necesito detenerme unos instantes en lo que considero los
prejuicios actuales que se extienden en nuestro campo, donde tantas formulaciones
freudianas se dan por perimidas al ser supuestamente superadas por las de Lacan.
El evolucionismo de muchos postfreudianos, donde los niñitos iban pasando por los distintos
estadios en función del despliegue de una maduración predeterminada desde lo biológico
—donde el Otro tenía tanta incidencia sobre lo que les pasaba como la que tiene en el
crecimiento del repollo— ha merecido las más acervas críticas de Lacan.
Esto no justifica que cierto sector del lacanismo haya llegado a la conclusión de que el sujeto
es siempre idéntico a sí mismo, homologando las leyes que rigen su estructura tanto en el
tiempo de la infancia como en el de la adultez.
En este trabajo, como en otros, parto de la siguiente premisa: la estructura del lenguaje, en la
que nace y muere cada sujeto, es atemporal; no así su instalación en cada sujeto. A lo largo
del tiempo se van sucediendo implicaciones del sujeto en la estructura cualitativamente

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diversas.
Se trata de tiempos lógicos, por supuesto, pero no sé hasta qué punto a todos le resulta obvio
que es imposible que un tiempo lógico se despliegue como no sea en un tiempo real, es decir,
ese tiempo al que nos referimos simbólicamente midiéndolo en términos cronológicos.
Mientras que los tiempos lógicos son los mismos para la constitución de cualquier sujeto, los
tiempos cronológicos son diversos; pero, para aspectos centrales, esta diversidad se
encuentra acotada en un cierto margen temporal. Por ejemplo: no es arbitrario ni casual, no es
un desliz de Lacan, que ubique el estadio del espejo entre los 6 y los 18 meses.
En La dirección de la cura, Lacan plantea que las inves¬tigaciones genéticas y la observación
directa están lejos de haberse desligado de una animación propiamente analítica. Y continúa
haciendo referencia a que él mismo dedicó un año entero de su seminario a trabajar
cuestiones relativas a las relaciones de objeto y a su génesis. En ese mismo párrafo, en
apretada síntesis, valora la observación del niño alimentada por una justa
conceptua¬lización(2).
Con esta cita y con estos comentarios no pretendo ni empezar a fundamentar cuestiones
epistemológicas sumamente delicadas, pero sí ubicarme en una línea de preocupaciones que
nace con Freud, en los orígenes del psicoanálisis, y que es retomada por Lacan. Quienes
consideran que las investigaciones genéticas no tienen cabida en el campo del psicoanálisis,
desconocen la cantidad de tiempo y de páginas que Lacan le dedicó, no sólo en El estadio del
espejo o en el seminario de Las relaciones de objeto, sino también en la construcción del
grafo de Subversión o en el seminario de Los cuatro conceptos —por mencionar sólo algunos
de los textos que nos resultan claves.
Freud es quien demuestra al mundo por primera vez que la personalidad de cada uno no
viene dada por la herencia orgánica sino que se construye, lo constitucional es marcado por
las expe¬riencias de los primeros años infantiles, haciéndose evidente que estas experiencias,
para cada niño, se producen estrechamente determinadas desde la historia inconsciente de
quienes lo tienen a su cargo.
Si, desde la lectura de Lacan, se releen algunos textos de Freud, se ilumina por dónde
proceder en la clínica. Me refiero en especial, tratándose de bebés y de niños pequeños, a la
operación lacaniana que transforma incluso las fantasías heredadas filogené¬ticamente en
letra inscripta por el Otro a posteriori del nacimiento.
Cuando Lacan formaliza que el inconsciente tiene la estructura del lenguaje, que en él operan
las leyes de las lenguas que son y fueron efectivamente habladas, presenta los caminos
materiales por donde tiene efecto la palabra, herramienta privilegiada del psicoanalista en su
intervención sobre lo real. En el acto de presentarnos las figuras topológicas como
contrapartida del huevo freudiano, da un importante paso adelante en formalizar los caminos
de circulación del significante y sus efectos sobre el sujeto siguiendo leyes independientes de
toda fisiología. Sin embargo, en ese mismo acto, en ese mismo seminario, vuelve a subrayar
la necesariedad de considerar al significante no sólo como verbal sino también como escrito.
En mi Proyecto de neurología para psicoanalistas trabajé estas cuestiones desde la cara de lo

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escrito que necesariamente hace borde con lo orgánico. Allí decía:
El Otro escribe en el cuerpo del infans. Pero si hay escritura, ¿de qué está hecho el papel?,
¿de qué la tinta?. Si tomamos como papel la superficie corporal, ésta funciona a la manera del
block maravilloso. Las extensiones periféricas del sistema nervioso central se ocupan de llevar
la información al cerebro y allí queda instalado el registro definitivo. Las letras del mensaje
quedan escritas en código químico. La información se transmite por vía química y eléctrica.
Podríamos decir que, si el psicoanálisis se ocupa de los efectos de lo escrito, la neurología se
ocupa del papel(3).
Y resulta que para algunas de las preguntas que nos plan¬teamos en tanto psicoanalistas, los
simples y arcaicos esquemitas de Freud —tal vez porque era neurólogo— presentan sesgos
que nos permiten articular algunas cuestiones atinentes al origen, con mayor claridad que
modelos posteriores de Lacan, propuestos para otros fines.
Hechas todas estas salvedades —imprescindibles como marco para ubicar lo nuevo que quería
presentar— vayamos a lo espe¬cífico de este trabajo.
Al comienzo, planteaba una pregunta: ¿cómo nace el sujeto en lo real? Acotaba su extensión
presentándola bajo la forma de: ¿por qué caminos materiales tiene su incidencia la palabra
antes de que haya palabra?, ¿cómo se instala la maquinaria simbólica en el organismo vivo?
En la Carta 52, Freud nos presenta tres sistemas de inscripción —signos de percepción,
inconsciente y preconciente— ubicados entre percepción y conciencia.

[GRAFICOS y SIMBOLOS: Consultar versión impresa en Biblioteca]

Son cinco lugares, representado cada uno en el esquema con su respectivo conjunto de X.
Las X están escritas todas igual, pero en cada conjunto su cualidad difiere de la de los demás.
Por empezar, los trazos marcados en percepción y conciencia son fugaces, se borran
rápidamente, mientras que los de los otros tres sistemas permanecen indelebles una vez
establecidos.
Si leemos el segundo sistema de inscripciones, el inconsciente, desde textos freudianos
posteriores, podemos pensar cada una de esas X como Vorstellungrepräsentanz. Nos
convendrá tener presente también que, para Lacan, el Vorstellungrepräsentanz es el
significante binario(4).
El significante está allí, pero ¿cómo ha llegado a inscribirse? El recién nacido no lo traía
puesto cuando llegó al mundo, ni tampoco podemos pensar que brotó de sus cromosomas.
Dice Freud: Debo destacar que las sucesivas transcripciones representan la obra psíquica de
sucesivas épocas de la vida. En cada límite de dos de esas épocas el material psíquico debe
ser sometido a una traducción(5).
Los tres sistemas de inscripción se van armando, entonces, uno después de otro. La
instalación del primero es condición para la inscripción del siguiente.
Si el recién nacido llega al mundo carente de todo trazo, no carece del papel donde la letra

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será escrita. Viene dotado, además, de las neuronas que corresponden al primer lugar, el de
la percepción.
En un texto que me resulta especialmente fecundo para la lectura de la Carta 52, dice
Rolando Karothy: El primer lugar, percepción o Wahrnehmung, podría leerse como el modo en
que lo real golpea al organismo viviente. Se recibe ahí el impacto de eso que golpea pero no
se conserva nada de él, siguiendo la argumentación freudiana de que es un sistema de
recepción del impacto pero no de conservación de la marca(6).
Lo que golpea, ya sea para el placer, ya sea para el dolor, queda registrado como marca en el
segundo lugar, el de los signos de percepción, primer sistema de inscripciones. Claro está que
lo que golpea queda inscripto según se alcance a percibirlo. Ahora bien, ¿cómo imaginar de
qué manera son percibidos los objetos del mundo por un recién nacido, cuando todavía no
diferencia siquiera su cuerpo del universo?
Spitz habla de una etapa anobjetal o sin objeto(7) —con lo que no concordamos—; sin embargo,
más acá de sus formali¬zaciones, el recorte de sus observaciones es sumamente rico en
datos referentes al establecimiento de la imagen visual del otro como objeto.
Se necesitan ocho meses de repeticiones para que el niño pueda diferenciar a su madre como
tal de los otros y de sí mismo. Un poco antes, a los seis meses, en los comienzos del estadio
del espejo, el bebé no sólo le sonríe alborozado al reflejo de su propia imagen: hace lo mismo
al ver a casi cualquier persona que se le acerque y le preste atención.
Siguiendo con la cuenta regresiva, recién a los 2 ó 3 meses el rostro humano le resulta
significativo, pero todavía no diferencia una cara real de una máscara.
¿Qué es lo que se ve en las primeras semanas, en los primeros meses de vida? Estando
dotado de un sistema óptico similar al del adulto en su funcionamiento orgánico, al carecer de
un sistema de huellas mnémicas ya inscripto, que le permita recortar las imágenes desde los
significantes del Otro, el bebé va registrando los aspectos, los rasgos del objeto, que se le
imponen directamente desde lo real, según los filtros de su aparato perceptivo. En el sistema
de signos de percepción, va quedando inscripto tan sólo lo que alcanzó a diferenciarse en
función del valor que adquiere para el organismo. Las marcas se establecen una por una,
según el aparato perceptivo que las registre. Me refiero a que le llevará varias semanas darse
cuenta de que ese objeto que ve, algo tiene que ver con el que toca o con el que escucha.
No estamos en un tiempo sin objeto sino en el tiempo del establecimiento del objeto de la
pulsión. Con semejantes marcas de origen, no por nada nos resulta fantasmático.
Si decimos que se registra lo que se diferencia y que las diferencias se establecen en función
del valor, ¿a qué valor nos estamos refiriendo? Al valor libidinal que el objeto —o mejor dicho,
el rasgo del objeto— adquiere para el infans, a su valor como objeto de satisfacción en lo real,
generador de placer o displacer.
Por este sesgo, el otro que se hace cargo del infans es decisivo en lo que quedará marcado,
ya que de él depende la presentación del objeto —incluyendo en esta categoría de objeto tanto
el alimento como los juguetes, tanto las partes del cuerpo del adulto como las del propio niño.
Es obvio para un psicoanalista que la libidinización del objeto empieza del lado del adulto, en

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la elección misma de los objetos a ofrecer desde los significantes inconscientes de quien se
encuentre ejerciendo lo que Winnicott llama función materna.
Todo este último párrafo no es más que una manera de decir lo que resume la frase: el Otro
escribe sobre el cuerpo del infans.
Pero hasta acá: ¿qué tenemos escrito en el bebé? Un babélico conjunto de signos de
percepción, una concatenación de marcas cuyo único ordenamiento asociativo es por
simultaneidad. La sincronía imperante nos impide toda lectura(8). ¿Cuándo accederemos a
significantes legibles?
Si he presentificado más arriba, a grandes trazos, el recorrido de la imagen visual del objeto,
se debe a que la teoría psico¬analítica, desde distintos autores, lo tiene más trabajado, más
incorporado, que el recorrido de la imagen acústica del objeto. Y es en este punto que quiero
presentar una cierta articulación que no he encontrado en otro lado.
Dice Freud: Las presentaciones verbales nacen, por su parte, de la percepción sensorial en la
misma forma que las imágenes de cosa. Renglones más arriba viene de decir que la imagen
de cosa es la primitiva y verdadera —primitiva en relación a la imagen verbal— y que el sistema
Prec. nace a consecuencia de la sobrecarga de la imagen de cosa por su conexión con las
presentaciones verbales(9).
La inscripción de la imagen de cosa efectivamente precede en unos cuantos meses a la
inscripción de la imagen verbal. ¿Por qué? Porque sólo puede inscribirse lo que resulta
significativo desde su valor de diferencia libidinal y las palabras nada le dicen al pequeño. No
tiene la más mínima posibilidad de diferenciar una de otra.
Las palabras no, pero sí la voz. Y desde el primer momento. Así como el recién nacido viene
preparado, desde su bagaje hereditario, para sentirse atraído por los ojos que lo miran, se
observa, hasta en la manera de disponer su tonicidad muscular, que la voz humana ejerce
una atracción sobre él de una cualidad diferente a la de otros materiales sonoros.
La voz es una más de las presentaciones de la cosa a las que tiene acceso el recién nacido.
Entre los signos de percepción, junto con las marcas correspondientes a las imágenes
visuales de cosa están, por supuesto, las que corresponden a las imágenes táctiles,
cenestésicas, olfativas, etc., etc., y —las destacamos— las imágenes acústicas. Todas ellas
están en un montón sincrónico, diferenciables entre sí sólo por si atraen o rechazan las cargas
libidinales en función del principio de placer-displacer.
La voz humana que escucha el bebé de pocas semanas es portadora de los fonemas de la
lengua. Pero escucha también otra voz: la suya propia. Las fonaciones iniciales del bebé
incluyen todos los fonemas posibles de todas las lenguas del mundo, incluso algunos que no
se utilizan en ninguna. El bebé no está en condiciones todavía de diferenciar siquiera los
fonemas entre sí. A pesar de eso, de entre todos los fonemas posibles, algunos —los de la
lengua materna— van quedando registrados porque son indisolubles de la imagen acústica de
la cosa-voz privilegiada.
Si la lengua es un sistema de diferencias —anillos cuyo collar se sella en otro collar hecho de
anillos(10)— la primera diferencia que es condición que se establezca para que puedan tener

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lugar los anillos posteriores, es la de los fonemas entre sí.
La numerosa repetición de inscripciones de los fonemas portados por la voz del adulto no se
produce en vano: determina que el infans comience a privilegiarlos.
Me baso en lo que sigue: entre los seis y los ocho meses —ni antes ni después, en un niño
normal, criado en condiciones normales— las fonaciones del balbuceo del bebé comienzan a
limitarse a la de los fonemas de su lengua materna. A partir de cierto momento, bastante
antes de cumplirse el año, los bebés franceses balbucean en francés, los chinos en chino,
algunos porteños en lunfardo.
Dice Roman Jakobson: No se puede explicar la selección de los sonidos retenidos en el
momento del paso del balbuceo al lenguaje más que por ese mismo paso, es decir por la
nueva función que corresponde al sonido cuando éste se convierte en un sonido de la lengua;
concretamente, adquiere en ese momento un valor fonemático.
Y continúa: Se forma y desarrolla poco a poco en el niño una intención de comunicación que
va a sustituir ese “delirio de la lengua” aún anclado en lo biológico. (...) En lugar de la
abundancia fonética del balbuceo se instala la austeridad fonemática de los primeros
escalones del lenguaje; una especie de deflación transforma los “sonidos salvajes” del
balbuceo en valores lingüísticos(11).
Pero si los primeros acotamientos a la abundancia fonética comienzan a producirse a los 6
meses, no es posible atribuirles desde el vamos una “intención de comunicación”. Desde
mucho antes de la diferenciación fonemática, un bebé va diferenciando su grito y su llanto en
función de los distintos displaceres que pretende que se solucionen; pero para que
estrictamente podamos hablar de “intención de comunicación”, es imprescindible que se
suponga un otro a quien se quiere dirigir el mensaje —que haya un “tú”, como dirían los
lingüistas—. Y ocurre que la existencia del otro, para el infans, no puede sostenerse antes de
que haya pasado por la angustia de los ocho meses. En el tiempo previo a este pasaje ya
puede haber comenzado a sospechar que él no es el universo, que sus límites corporales algo
tienen que ver con los límites de la imagen que ve en el espejo, pero todavía no tiene claro
hasta dónde él es efectivamente otro que su madre.
¿Por qué entonces comenzaría esta diferenciación fonemática en el balbuceo si no se
pretende comunicar nada a un otro que no existe todavía? Una hipótesis posible es que
apenas el pequeño humano comienza a ponerse canchero en el dominio de sus cuerdas
vocales, las utiliza para reproducir con ellas los sonidos asociados por simultaneidad a los
momentos placenteros. Su voz también es un juguete con el que se complace.
A Jakobson, en tanto lingüista, le interesa dar cuenta de cómo el niño se apropia de la lengua.
En cuanto a mí, me apoyo en sus muy valiosas observaciones porque me interesa dar cuenta
de otra cara de la cuestión: ubicar por qué caminos la lengua se apropia del organismo vivo,
convirtiéndolo en sujeto, sin posibilidad de elección.
Si bien la voz es un objeto pasible de privilegio desde el comienzo, a partir de cierto momento
preciso recibe una sobre¬carga libidinal.
Aquí cito a Lacan:

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En cuanto la madre se convierte en una potencia y como tal en real, y de ella depende
manifiestamente para el niño su acceso a los objetos, ¿qué ocurre? Estos objetos, que hasta
entonces eran pura y simplemente objetos de satisfacción, se convierten por intervención de
esa potencia en objetos de don. (...) La situación ha dado un vuelco: la madre se ha
convertido en real y el objeto en simbólico. El objeto vale como testimonio del don proveniente
de la potencia materna. El objeto tiene desde ese momento dos órdenes de propiedades de
satisfacción (...): satisface una necesidad, pero también simboliza una potencia favorable(12).
Si un objeto real que satisface una necesidad real —el seno, la tetina— ha podido convertirse en
elemento del objeto simbólico, cualquier otro objeto capaz de satisfacer una necesidad real
puede ocupar su lugar, y, de forma destacada, ese objeto ya simbolizado, pero también
perfectamente materializado que es la palabra.
Si la regresión oral al objeto primitivo de devoración acude a compensar la frustración de
amor, tal reacción de incorporación proporciona el modelo a esa especie de incorporación, la
incorporación de determinadas palabras entre otras, que está en el origen de la formación
precoz llamada el superyó (...).
El superyó es un sustituto del don(13).
Considero que la madre deviene potencia, otro real, a partir de la angustia del octavo mes. Es
lógicamente imposible suponerlo antes. En ese tiempo, el sistema de signos de percepción
está ya pletórico de los trazos de los fonemas diferenciales de la lengua materna, junto a los
trazos de las otras dimensiones de la imagen de cosa. Pero a diferencia de todas las demás,
las imágenes fonemáticas transportan en sus repeticiones un orden externo que
necesariamente pulsa por imponerse más allá de los límites de las asociaciones por
simultaneidad. Me refiero al orden que implican las propiedades de la lengua, aunque más no
sea en el nivel en que los fonemas, ya diferenciados entre sí, insisten en presentarse en
determinadas sucesiones más que en otras: las palabras.
La palabra, a esta altura, no es todavía una palabra en sentido pleno, pero el material fónico
que compone a alguna de ellas —ese trozo de cadena fónica diferenciada— comienza a
inscribirse como trazo privilegiado. En el sistema de los signos de percepción, podemos
suponer esa inscripción como significante unario.
Cuando el material sonoro que la voz transporta proporciona no sólo el goce de la satisfacción
pulsional, sino que además se convierte en objeto de don, inmerso en la dialéctica simbólica,
las huellas mnémicas que lo registran sufren una sobrecarga. El sistema de signos de
percepción se ve desbordado, insuficiente desde las leyes de su estructura para dar cuenta de
las nuevas asociaciones. Comienza a construirse el sistema inconsciente, donde las imágenes
acústicas, los trozos de material fónico, toman el relevo de la representación de las restantes
imágenes de cosa, inscriptas simultáneamente a ellos en el sistema anterior.
Los flamantes Vorstellungrepräsentanz (representantes de la representación, significantes
binarios) comienzan a relacionarse entre sí de acuerdo a las leyes operatorias de la lengua.
En el nuevo sistema conquistado, los fonemas, sencillamente, comienzan a desplegar el juego
de anillos para el que están hechos.

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La máquina está instalada. El collar extiende sus cadenas.
El cuerpo vivo ha sido sujetado por el virus mortal(14) (15).
Bibliografía y notas
1) Jacques Lacan: Posición del inconsciente, en Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores, Buenos
Aires, 1985, pág. 814.
2) Jacques Lacan: La dirección de la cura y los principios de su poder, en Escritos 2, op. cit.,
pág. 592.
3) Elsa Coriat: Proyecto de neurología para psicoanalistas. Cap. XVIII de esta edición.
4) Jacques Lacan: Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed.
Paidós, Buenos Aires, 1986, pág. 226.
5) Sigmund Freud: Carta 52, en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, pág. 3531/2.
6) Rolando Karothy: El goce y la carta 52, en No hay relación sexual, Ed. Homo Sapiens,
Rosario, 1993, pág. 168.
7) René Spitz: El primer año de vida del niño, Ed. Fondo de Cultura Económica, Argentina,
1969.
8) Aquí sugiero remitirse al texto ya mencionado de Rolando Karothy, el cual hace una
interesante articulación con el texto de Lacan Observación sobre el informe de Daniel
Lagache. Desde allí podría pensarse el sistema de signos de percepción como estrechamente
relacionado con el Ello freudiano.
9) Sigmund Freud: Lo inconsciente, en Obras Completas, op. cit., pág. 2081.
10) Jacques Lacan: La instancia de la letra en el inconsciente, en Escritos 1, op. cit., pág. 481.
11) Roman Jakobson: Lenguaje infantil y afasia, Ed. Ayuso, Madrid, 1974, pág. 35/7.
12) Jacques Lacan: Seminario IV: Las relaciones de objeto, clase del 12 de diciembre de
1956, Ed. Paidos, Buenos Aires, 1994, pág. 70.
13) Ibid, clase del 6 de febrero de 1957, págs. 177/8.
14) El juego continúa. Todo aquello de lo que hemos hablado hasta aquí acontece en un
tiempo previo a que la palabra sea portadora de sentido. Una vez que la imagen verbal ha
alcanzado su pleno desarrollo, una nueva sobrecarga, la de la significación convencional,
socialmente establecida, dará origen al proceso secundario, lo que exigirá un tercer sistema
(el Prec.). De todas formas, prefiero explicitar que, en sentido estricto, reservo los términos de
inconsciente y preconsciente para los sistemas que se establecen después del pasaje por la
divisoria de aguas que sella la prohibición edípica. Estos son algunos de sus prolegómenos.
15) Fuente de algunas ideas referidas al lenguaje y los bebés, han sido tantas conversaciones
mantenidas con Noemí Giuliani, fonoaudióloga, coordinadora del Equipo de Lenguaje del
Centro “Dra. Lydia Coriat”.

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