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El ciprés de Silos.

Se dice que los poetas del 27 hablaban por imágenes, y esta obra es un claro ejemplo,
pues partiendo de la visión real de un ciprés en el claustro de Santo Domingo de Silos,
Gerardo Diego utiliza esta imagen para asociar su esbeltez y verticalidad, con su
propia ansia de ascensión espiritual, de reunión con la divinidad.

Llama la atención que el texto esté centrado en una sola imagen, un ciprés; que utiliza
de modo cuasi visionario, pues lo relaciona no solo por su semejanza física, sino por las
emociones que despierta: ciprés-verticalidad-ansia de ascensión espiritual. Este uso de
la imagen es un rasgo vanguardista, que veremos en los autores de la Generación del
27, a la que el autor pertenece. Y esta focalización en un solo elemento, y la forma de
describirlo, recuerda de algún modo a Bécquer, con su arpa silenciosa y cubierta de polvo.

Es muy importante la construcción del ritmo del poema. Gerardo Diego utiliza una
forma métrica tradicional como es el soneto, pero logra un ritmo completamente
musical gracias a las aliteraciones - Enhiesto surtidor de sombra y sueño-. Así, el sonido
[s] se combina con la vibrante doble [r] y con la líquida [l] -chorro que a las estrellas casi
alcanza- para describir un momento de silencio, una quietud… que genera un
desasosiego - ansiedades, sentí, diluirme-, un movimiento del alma, de un alma que fluye
con la ele, que vibra con la erre: -ascender, vuelto en cristales. Por eso prácticamente todas
las palabras del poema llevan eses, erres dobles y eles: negra, torre, arduos, filos, delirios,
verticales, ciprés, fervor, Silos. La utilización de estos sonidos para expresar quietud y
zozobra espiritual no nos es extraña, Fray Luís de León y San Juan de la Cruz
recurrieron a este tipo de aliteración, y según Dámaso Alonso, de un modo casi
intuitivo.

El ritmo tan especial de esta obra, que la hace fácil de recordar (Unamuno se la sabía de
memoria) se logra también atendiendo al lugar que ocupan las palabras en el poema.
Este rasgo es común en la Generación del 27, y Gerardo Diego lo consigue
anteponiendo los adjetivos cuando el ritmo lo requiere: enhiesto surtidor, negra torre,
arduos filos, mudo ciprés. La entonación es regular al recitar, porque los versos coinciden
métrica y sintácticamente, no hay encabalgamientos.

El poema puede estructurarse en dos partes bien diferenciadas, coincidentes con los
dos cuartetos y los dos tercetos. En las dos primeras estrofas se describe el ciprés y se
da una coordenada geográfica y temporal - hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, / peregrina al
azar, mi alma sin dueño-. Con la llegada al monasterio, aparece la primera persona, el
yo lírico, y entramos en la segunda parte del soneto, donde se describe el sentimiento
generado por el encuentro.

En este caso la naturaleza, además de un entorno, es parte del yo lírico, porque el


paisaje crea en el poeta un fruto espiritual -Cuando te vi […] qué ansiedades sentí de
diluirme/y ascender como tú, vuelto en cristales. De nuevo la mística española del XVI
expresó este efecto. Recordemos las ansias de elevación en las Odas, cuando Fray Luís
se lamentaba de no poder ascender hacia el cielo estrellado, ascender como tú, vuelto en
cristales. Los cristales pueden referirse a las estrellas de modo metafórico, o incluso a
un efecto de luz creado por el sol en las hojas del ciprés, que lo vuelven diáfano y
ligero como el cristal.

El poema comienza con una aliteración, una metáfora y una personificación en -


Enhiesto surtidor de sombra y sueño/que acongojas el cielo con tu lanza-. La metáfora puede
hacer referencia al doble sentido del ciprés como generador de sombra, pero también
de sueño, sea una breve siesta recostado bajo su tronco, sea un sueño eterno, pues
sabido es que el ciprés es el árbol de los cementerios. En todo caso, sombra y sueño
suponen paz y silencio, y la connotación no parece negativa.

En el tercer verso aparece la hipérbole, con chorro que a las estrellas casi alcanza, haciendo
referencia a su altura. Posteriormente, su verticalidad y aislamiento (el poeta ha
particularizado al ciprés) se muestran en una enumeración de metáforas que se aúnan
con el paralelismo (sustantivo+ preposición+ sustantivo) y la bimenbración -Mástil de
soledad, prodigio isleño; / flecha de fe, saeta de esperanza.

El verso cuarto, devanado a sí mismo en loco empeño, contrasta con lo expuesto hasta la
fecha, pues parece que ese empeño de ascensión espiritual del alma es loco. Podríamos
entender que el poeta cree que este anhelo es imposible. El penúltimo verso, Ejemplo de
delirios verticales, parece corroborar este temor: si nuestro deseo es una locura, quizá el
ciprés es un símbolo doble, positivo y negativo a la vez, donde el deseo y el miedo se
funden.

En los versos hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, /peregrina al azar, mi alma sin dueño, se
forma la temporalización del poema, que realmente es un momento, un instante, un
encuentro en un “hoy” en un lugar concreto y real. El hecho de que su alma
personificada sea peregrina al azar, sin dueño, contrasta con el ciprés, sólido y firme
como un mástil y podría dar a entender que el poeta, pese a esa sensación de anhelo,
no cree en la trascendencia, en un ser superior. Por eso su alma no tiene dueño. De ahí
el desasosiego.

El primer terceto comienza con una enumeración de adjetivos valorativos señero, dulce,
firme, que evocan estabilidad y seguridad, de nuevo por contraste con el alma del
poeta. En general la adjetivación es más abundante en los tercetos, y dentro de estos, el
primero es más sutil, por las imágenes elegidas -diluirme, cristales- y el segundo más
oscuro, no solo por lo que nos evoca la negra torre de arduos filos, sino porque un
mudo ciprés en el fervor de Silos puede referirse tanto al ambiente de quietud que rodea
al ciprés, (en este caso, mudo, sería un epíteto) como al hecho de que no tenga fervor,
que sea algo mudo dentro de un lugar religioso, como un poeta que no puede consolar
su alma en Dios. Árbol y poeta serían entonces uno.

En coherencia con lo expresado hasta ahora, y del mismo modo que el campo fónico ha
connotado un efecto de silencio-zozobra espiritual, el campo semántico hace referencia
a la verticalidad, a la elevación o a elementos que están en lo alto: enhiesto, cielo, lanza,
estrellas, flecha, saeta, alcanza, ascender, chorro, surtidor. El texto utiliza muy pocos verbos,
–acongojas, sentí, diluirme, ascender, - y son todos de sentimiento.
Si prima el sentimiento, la función expresiva y la poética están presentes en el texto, la
subjetividad es evidente porque el poema describe una emoción sentida por el autor, y
la función poética se manifiesta en la hermosa forma con la que el texto expresa ese
sentimiento: el uso continuado de una imagen de la que parten las metáforas y el resto
de recursos estilísticos comentados, incluyendo la precisa elección de las palabras para
lograr un poema puro.

En conclusión; por su destreza verbal, por combinar capacidad metafórica y


sensibilidad con una finura musical, Gerardo Diego logra uno de esos raros y perfectos
poemas, fáciles en apariencia, que permanecen en la memoria.

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