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Conclusión

Podemos concluir que el proceso de globalización ha traído consecuencias positivas y


negativas. Muchos países en desarrollo ya han aprovechado las oportunidades que ha
puesto a su alcance la economía mundial. Los países que se adaptaron más rápidamente a
la globalización, como Brasil, China, Costa Rica, Filipinas y México, lograron duplicar su
participación en el comercio internacional e incrementar el ingreso per cápita en dos
terceras partes entre 1980 y 1997. Su experiencia demuestra que la integración a la
economía mundial puede ofrecer grandes ventajas a los países en desarrollo.

Sin embargo, otros países no han obtenido resultados tan favorables. Una gran parte de la
población mundial, especialmente en África al sur del Sahara, ha quedado a la zaga y no se
ha beneficiado del progreso económico. Por lo tanto, la disparidad entre los países más
ricos y los más pobres es mayor que nunca, siendo la pobreza cada vez más profunda
dentro de los países. La pobreza no es sólo inaceptable desde el punto de vista moral, sino
que además constituye un caldo de cultivo para la guerra y el terrorismo. Por lo tanto, la
pobreza es la mayor amenaza a la paz y la estabilidad en el siglo XXI.

El problema de la pobreza no se resolverá tratando de dar marcha atrás al proceso de


globalización, y así lo demostraron los hechos observados en el siglo XX. En cambio, el
mundo necesita formular un nuevo enfoque de la globalización que aproveche el enorme
potencial que ésta ofrece para contribuir al bienestar de la humanidad. A fin de seguir
avanzando en dicho proceso y obtener el respaldo necesario para lograr una globalización
más integral, es preciso establecer un entendimiento político común que permita
aprovechar al máximo los beneficios y reducir al mismo tiempo los riesgos.

Muchos países aún se encuentran en las primeras etapas de la integración en la economía


mundial. Aun así, a estos países les corresponde asumir la principal responsabilidad de
aprovechar las ventajas que ofrece la globalización. Un país que se abre a la economía
mundial debe tener la capacidad institucional interna que le permita aplicar las reformas
estructurales necesarias (como la liberalización del comercio y la cuenta de capital) y, por
regla general, mantener un régimen cambiario flexible.
La lucha contra la pobreza mundial debe basarse en el principio de la "ayuda para la
autoayuda". Los países pobres deben esforzarse por lograr la paz, el régimen de derecho y
una buena gestión de gobierno interno, así como por aplicar medidas económicas que
alienten la iniciativa privada y la integración en la economía mundial. Los países ricos, por
su parte, deben intensificar su respaldo financiero en forma de inversión, asistencia oficial
para el desarrollo y alivio de la deuda. Y lo que es más importante, deben abrir los
mercados en los ámbitos en que los países en desarrollo tienen una ventaja comparativa.

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