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Se entiende por autonomía a la capacidad de decidir de manera propia,

independiente, sin la coerción o la influencia de terceros. Este término se aplica


dentro del pensamiento filosófico (ética), psicológico (psicología evolutiva) e incluso
legal y político (soberanía), pero siempre con significados semejantes, vinculados con
la capacidad de autogestión y la independencia, cuando no la libertad.

En el desarrollo cognitivo y emocional de las personas, la autonomía se convierte en


una cualidad cada vez más marcada y esperada del individuo. Quizá porque de
niños (y aún de adolescentes) somos seres vulnerables, que en gran medida dependen
de las decisiones de sus padres (lo que en materia jurídica consagra la patria potestad)
tanto para lo logístico como lo afectivo. Esta última forma de dependencia es la última
en desaparecer, a medida que nos hacemos más autónomos y empezamos a tomar
nuestras propias decisiones.

Los individuos adultos, así, poseen una capacidad de autonomía que los convierte en
sujetos de derecho, o sea, en personas capaces de tomar sus propias decisiones sin
consultar antes a nadie (aunque puedan elegir hacerlo). En este sentido es lo contrario
de la heteronomía o la dependencia. Desde luego, con la autonomía, como con la
libertad, también se adquieren obligaciones y responsabilidades. En ese sentido es
un rasgo de madurez o adultez.

En materia política, similarmente, es un rasgo de soberanía de las naciones como


tales: un país que tenga autonomía en materia legal, económica y cultural será un país
independiente, por ende un país más libre y más capaz de hacer frente a la comunidad
internacional.

Autonomía moral
En la autonomía convergen, desde un punto de vista filosófico, tanto la visión del
individuo ante los demás, como ante sí mismo. Algo vinculado a la noción
psicoanalítica del superyo o superego: el conjunto de normas a las que el
individuo decide ceñirse más o menos conscientemente. Esto se hace particularmente
cierto en asuntos morales, en los que el individuo responde a una tradición cultural
que ha recibido de sus progenitores y su entorno.

La autonomía moral, por ende, será la capacidad de juzgar moralmente una acción,
una situación o un evento, determinando así si se trata de algo aceptable o no. La
moralidad es susceptible a la presión de los pares, claro está, pero en la medida en que
los individuos poseen criterios bien formados y están conscientes de su capacidad de
toma de decisiones, se esperaría de ellos una fuerte autonomía moral. Lo cual no
significa, claro está, que no se pueda cambiar de opiniones.
3. Autonomía de la voluntad
La autonomía de la voluntad es un principio básico y primordial del derecho
contractual y de las relaciones entre particulares: el deseo expreso, manifiesto, sin
presencia alguna de coacción u obligación, de decidir por la propia persona o los
propios bienes, y para suscribir los contratos que se deseen, o de negociar sus
contenidos y efectos.

Su fundamento proviene de las legislaciones liberales nacidas de la Revolución


Francesa (1789), que planteaban la libertad e igualdad entre los seres humanos,
bajo ciertos límites impuestos por la mutua consideración. Dichas limitaciones suelen
ser:

 Los términos suscritos de un contrato no pueden firmarse, so pena de romper


o hacer nulo el documento.
 Ninguna cláusula del contrato puede contradecir el ordenamiento legal o la
jurisprudencia del Estado de derecho.

4. Autonomía y heteronomía

La heteronomía es, en dos platos, lo contrario de la autonomía: la necesidad de que los


preceptos y las determinaciones de un individuo, sociedad u organización provengan
de otro. Visto así, se trata de una forma de dependencia, cuando no de sumisión,
ya que los criterios de otro son los que resultan valederos, en ausencia (o en lugar de)
los propios.

Dichos criterios, además, se asumen sin reflexión, tal y como ocurre con los valores
que se nos inculcan cuando somos niños: provienen de afuera, de nuestros padres, y
sólo en la medida en que nos volvemos autónomos podemos escoger abrazarlos o
reemplazarlos por un código propio.

Teoría y práctica

El problema de la relación entre la teoría y la práctica es una de las cuestiones fundamentales de


la ciencia marxista en general, de la teoría marxista del conocimiento, en particular. El marxismo
considera la teoría y la práctica en su vínculo indisoluble y en su interacción, reconociendo a la
práctica el papel decisivo. Por práctica se entiende el conjunto de las actividades humanas tendientes
a crear las condiciones indispensables para la existencia de la sociedad. Para e] marxismo, la
práctica es, ante todo, la actividad material, la producción, pues la existencia misma de la sociedad,
la vida de los hombres dependen de ella. Uno de los elementos constitutivos más importantes de la
práctica es la actividad revolucionaria de las clases, de los grupos sociales, destinada a suprimir los
regímenes sociales caducos y substituirlos por sistemas nuevos, avanzados, favorables al progreso
de la sociedad. La experiencia científica constituye también una forma de la práctica. La teoría nace
sobre la base de la práctica, es el resultado de una generalización de la experiencia práctica de las
masas. Sin práctica, no puede haber teoría científica. La práctica plantea problemas que la teoría
está llamada a responder. Para el marxismo, no hay teoría que se baste a sí misma. Sólo una teoría
ligada a la práctica, al servicio de la práctica y verificada por la práctica, hunde sus raíces en la vida.
De ahí la tesis marxista según la cual “el punto de vista de la vida, de la práctica debe ser el punto
de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento” (Lenin, Materialismo y
empiriocriticismo, p. 152, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1948). Las necesidades de la
práctica han desempeñado siempre un papel determinante en el progreso de las ciencias. Así, las
necesidades de los pueblos agricultores y criadores de ganado, las necesidades de la navegación,
hicieron nacer la astronomía y las matemáticas. El desarrollo de las ciudades, de los talleres, del
tráfico, &c., engendra la mecánica. Sobre todo después de la Edad Media, con la aparición y el
progreso de la producción capitalista, las ciencias florecen. “Si después de la oscura noche de la
Edad Medía, las ciencias renacen bruscamente con una fuerza insospechable y aumentan con la
rapidez del milagro, debemos ese prodigio directamente a la producción” (Engels, Dialéctica de la
naturaleza, Ed. rusa).
En la sociedad socialista, la actividad de los hombres liberados de la esclavitud capitalista, da libre
curso al progreso de la ciencia. El socialismo significa una ampliación sin precedentes de todas las
esferas de la actividad humana. El auge impetuoso de la industria, la reorganización de la pequeña
economía campesina en una gran agricultura socialista ricamente dotada de la técnica moderna, la
transformación planificada de la naturaleza en escala jamás conocida, &c., todo eso plantea a la
ciencia problemas grandiosos. Así, las conquistas de la doctrina michurinista (ver) se explican por
su vínculo con la práctica nueva de la edificación koljosiana, con las necesidades de la gran
agricultura socialista. Sucede lo mismo con la física, la química, la geología, &c.

Engendrada por la actividad práctica de los hombres, la teoría ejerce a su vez una influencia
enorme sobre la práctica, y descubre ante los hombres perspectivas nuevas. Así, la teoría marxista-
leninista es la generalización de la experiencia del movimiento obrero de todos los países. Por otra
parte, no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. La fuerza del marxismo-leninismo
reside en que, al generalizar la práctica revolucionaria, la historia de la sociedad, revela la conexión
de los fenómenos, las leyes objetivas del desarrollo, la marcha de los acontecimientos presentes y
futuros; prevé con anticipación de años, las tendencias fundamentales de la evolución social, lo que
permite al partido comunista trazar planes de actividad práctica rigurosamente científicos. Así, pues,
la teoría y la práctica se completan y se enriquecen recíprocamente. La teoría se convierte en algo
sin objeto si no se liga a la práctica revolucionaria, y la práctica es ciega si la teoría revolucionaria
no ilumina su camino. La teoría debe no sólo generalizar la práctica adquirida, sino también
anticiparse a ella, mostrarle el camino a seguir, pertrechar a los hombres en su actividad práctica.
Los trabajos de los grandes dirigentes del proletariado, Marx, Engels, Lenin, Stalin, ofrecen ejemplos
de ello.
Entre los oportunistas de la II Internacional había una divergencia completa entre la teoría y la
práctica. Habían vaciado la teoría marxista de su espíritu revolucionario vivo, la habían separado de
la acción revolucionaria de las masas para reducirla a dogmas lamentables que fueron barridos por
la lucha revolucionaria. La unidad de la teoría y de la práctica halló su expresión brillante en la
actividad del Partido Comunista de la Unión Soviética. El marxismo-leninismo encarna la teoría y la
práctica revolucionaria en una unidad verdadera que es la estrella directriz del partido proletario.

El marxismo concibe la unidad de la teoría y de la práctica de una manera dialéctica tomando en


cuenta las contradicciones que surgen entre las tesis teóricas caducas y los nuevos datos de la
práctica. Esas contradicciones son superadas por medio de la generalización de la práctica nueva,
por el reajuste de la teoría a la práctica. Nuestros datos prácticos tienen un límite histórico concreto,
y no pueden ser considerados como definitivos. Las condiciones históricas nuevas amplían la
actividad práctica de los hombres y exigen la revisión de tal o cual tesis teórica a la luz de datos
prácticos nuevos. La práctica es no solamente la base y la fuente del progreso de la teoría, sino
también el único criterio científico de la veracidad de nuestro conocimiento. (Ver Criterio de la
verdad.)

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