Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Los individuos adultos, así, poseen una capacidad de autonomía que los convierte en
sujetos de derecho, o sea, en personas capaces de tomar sus propias decisiones sin
consultar antes a nadie (aunque puedan elegir hacerlo). En este sentido es lo contrario
de la heteronomía o la dependencia. Desde luego, con la autonomía, como con la
libertad, también se adquieren obligaciones y responsabilidades. En ese sentido es
un rasgo de madurez o adultez.
Autonomía moral
En la autonomía convergen, desde un punto de vista filosófico, tanto la visión del
individuo ante los demás, como ante sí mismo. Algo vinculado a la noción
psicoanalítica del superyo o superego: el conjunto de normas a las que el
individuo decide ceñirse más o menos conscientemente. Esto se hace particularmente
cierto en asuntos morales, en los que el individuo responde a una tradición cultural
que ha recibido de sus progenitores y su entorno.
La autonomía moral, por ende, será la capacidad de juzgar moralmente una acción,
una situación o un evento, determinando así si se trata de algo aceptable o no. La
moralidad es susceptible a la presión de los pares, claro está, pero en la medida en que
los individuos poseen criterios bien formados y están conscientes de su capacidad de
toma de decisiones, se esperaría de ellos una fuerte autonomía moral. Lo cual no
significa, claro está, que no se pueda cambiar de opiniones.
3. Autonomía de la voluntad
La autonomía de la voluntad es un principio básico y primordial del derecho
contractual y de las relaciones entre particulares: el deseo expreso, manifiesto, sin
presencia alguna de coacción u obligación, de decidir por la propia persona o los
propios bienes, y para suscribir los contratos que se deseen, o de negociar sus
contenidos y efectos.
4. Autonomía y heteronomía
Dichos criterios, además, se asumen sin reflexión, tal y como ocurre con los valores
que se nos inculcan cuando somos niños: provienen de afuera, de nuestros padres, y
sólo en la medida en que nos volvemos autónomos podemos escoger abrazarlos o
reemplazarlos por un código propio.
Teoría y práctica
Engendrada por la actividad práctica de los hombres, la teoría ejerce a su vez una influencia
enorme sobre la práctica, y descubre ante los hombres perspectivas nuevas. Así, la teoría marxista-
leninista es la generalización de la experiencia del movimiento obrero de todos los países. Por otra
parte, no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. La fuerza del marxismo-leninismo
reside en que, al generalizar la práctica revolucionaria, la historia de la sociedad, revela la conexión
de los fenómenos, las leyes objetivas del desarrollo, la marcha de los acontecimientos presentes y
futuros; prevé con anticipación de años, las tendencias fundamentales de la evolución social, lo que
permite al partido comunista trazar planes de actividad práctica rigurosamente científicos. Así, pues,
la teoría y la práctica se completan y se enriquecen recíprocamente. La teoría se convierte en algo
sin objeto si no se liga a la práctica revolucionaria, y la práctica es ciega si la teoría revolucionaria
no ilumina su camino. La teoría debe no sólo generalizar la práctica adquirida, sino también
anticiparse a ella, mostrarle el camino a seguir, pertrechar a los hombres en su actividad práctica.
Los trabajos de los grandes dirigentes del proletariado, Marx, Engels, Lenin, Stalin, ofrecen ejemplos
de ello.
Entre los oportunistas de la II Internacional había una divergencia completa entre la teoría y la
práctica. Habían vaciado la teoría marxista de su espíritu revolucionario vivo, la habían separado de
la acción revolucionaria de las masas para reducirla a dogmas lamentables que fueron barridos por
la lucha revolucionaria. La unidad de la teoría y de la práctica halló su expresión brillante en la
actividad del Partido Comunista de la Unión Soviética. El marxismo-leninismo encarna la teoría y la
práctica revolucionaria en una unidad verdadera que es la estrella directriz del partido proletario.