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OGOTÁ, 24 DE JUNIO DE 1828.

AL CONSEJO DE GOBIERNO.

Señores del Consejo:

La República de Colombia depositada en vuestras manos por algunos meses ha conservado su gloria,
su libertad y su dicha, de una manera que parecía inconcebible a los pensamientos vulgares. Cuando
mil tormentas amenazaban nuestras cabezas ha sido la sabiduría del Consejo de Gobierno, y ha sido
igualmente la voluntad nacional las que han conservado el depósito sagrado de nuestra libertad. Por
tanto ¿cuántas bendiciones, cuántas alabanzas no deberá este pueblo a la cabeza que lo ha erigido en
su marcha nacional, y que le ha dado seguridad? La voluntad nacional es la ley suprema de los
gobernantes; someterse a esta voluntad suprema es el primer deber de todo ciudadano y yo como tal
me someto a ella. Siempre seré el defensor de las libertades públicas y es la voluntad nacional la que
ejerce la verdadera soberanía y por tanto el único soberano a quien yo sirvo como tal. Cada vez que el
pueblo quiera retirarme sus poderes, y separarme del mando, que lo diga, que yo me someteré gustoso
y sacrificaré ante él, mi espada, mi sangre y hasta mi cabeza. Tal es el juramento sagrado que hago
ante este templo, ante todos los magistrados principales, y lo que es más, ante-todo el pueblo.

A la Corte Suprema de Justicia

Señor Presidente:

Los guardianes de nuestras leyes, los que mantienen el sagrario de nuestros derechos y de nuestros
deberes son los ministros del Poder Judicial de Colombia. Como tal, ningún homenaje, ningún aprecio
es más sagrado para mi corazón; y vosotros al darme vuestro asentimiento me obligáis a conservar ese
depósito de nuestros derechos y obligaciones. Yo ofrezco pues señores que la justicia será mi primer
objeto en la administración de que voy a encargarme por la voluntad pública. La libertad práctica no
consiste en otra cosa que en la administración de la justicia y en el cumplimiento de las leyes, para que
el justo y el débil no teman, y el mérito y la virtud sean recompensados. Por tanto nada me es más grato
que recibir las congratulaciones del Supremo Tribunal de la nación.

Al Intendente del Departamento

Señor Intendente:

La capital de Bogotá ha sido siempre y es el trono de la opinión nacional. Viéndose en el conflicto de


perder su libertad o sus leyes quiso perder más bien sus leyes que su libertad. El pueblo que siempre
es más sabio que todos los sabios tomó sobre si la carga que no puede llevar la nación misma, que es
la de conservar su gloria: pero este pueblo generoso ha querido que un pobre ciudadano se encargue
del peso más abrumador que pudiera confiarse apenas con justicia a un inmortal. Un hombre que se
pone sobre los demás, que debe juzgar de sus conciencias, de sus acciones, de sus bienes, de sus vidas
¿quién puede ser éste? No lo conozco sino en la sabiduría y la sabiduría no puede existir entre los
hombres. Sin embargo la voluntad nacional será mi guía, y nada me podrá retraer de consagrarme a su
servicio y de conducir este pueblo a donde él quiera.

Señores: yo he defendido por muchos años la libertad y las voluntades públicas, porque éste es el voto
nacional: terminada la guerra vi la división de los espíritus y la divergencia de las opiniones, y entonces
procuré inspirar al congreso y a todos los magistrados de Colombia el deseo de consultar la voluntad
nacional. Se pronunció ésta en favor de las reformas y se nombraron diputados a dictar leyes sabias y
benéficas. Nuestros antiguos disturbios tuvieron bastante influjo y poder sobre los espíritus de nuestros
diputados para no permitirles reunirse bajo un solo punto para bien de la República. La gran convención
se disolvió el 11 de este mes, y casi al mismo tiempo el pueblo de Bogotá como inspirado por la
divinidad, se reunió para tratar del bien de la República. Tenemos una voluntad dijo: que ésta se haga:
tenemos un hijo, que este hijo venga y se haga cargo del gobierno. Yo deseo pues llenar vuestros votos,
y estoy dispuesto a sacrificarme por cumplir vuestra voluntad. Pero si alguno quiere que me separe del
mando, que lo diga, que yo lo dimitiré juntamente con mi espada, esa espada que ha servido en las
batallas, y con la que he hecho tantos sacrificios: vosotros sois mis jueces: mi sangre y mi cabeza la
sacrificaré por el pueblo, es todo lo que puedo ofreceros.

Al Jefe Político del Cantón

Señor:

Me es infinitamente grato dirigirme a vosotros para deciros todo lo que debo a este virtuoso pueblo de
Bogotá. Hace algunos años me recibió con un triunfo republicano, igual a éste, y más grande para mí
que el de todos los emperadores del mundo. Ahora, llamándome para depositar en mí el mando
supremo, se ha hecho digno de toda mi gratitud v de todo mi aprecio. Trasmitid pues estos sentimientos
a todos mis compatriotas, a todos los que me oyen. Señores: el cabildo de la capital tuvo la bondad de
quererme honrar con sus sufragios; por tanto, ¿cuál no será mi reconocimiento a este pueblo, a este
lugar, a esta plaza en donde ha resonado varias veces el grito de la patria junto con el de su Libertador?
El pueblo, este pueblo soberano ha depositado en mí su confianza. Yo no lo engaño, y yo cumpliré con
sus votos y con su voluntad.

Al Comandante General del Departamento

Señor General:

Como diputado de los militares de la capital del Departamento de Cundinamarca, me parece que sois
el tribuno de los ciudadanos armados, que no son más que los hijos de la patria autorizados para
defender sus derechos. El ejército de Colombia ha sido el modelo de las virtudes cívicas y militares.
Nuestras leyes lo habían pervertido en alguna parte pequeña, pero vil: este ejército quería tomar sobre
sí sus primitivos derechos, y deliberar como los demás ciudadanos; pero el soldado no debe deliberar,
¡y desgraciado del pueblo cuando el hombre armado delibera! Sin embargo, el ejército no ha querido
más que conservar la voluntad y los derechos del pueblo. Por tanto, él se ha hecho acreedor a la gratitud
y al aprecio de los demás ciudadanos; y por lo mismo yo lo respeto. Este ejército ha sido la base de
nuestras garantías y lo será en lo sucesivo. Yo lo ofrezco a nombre de este ejército como primer soldado
de él, séame permitida esta vanagloria. Yo sé que él nunca hará más que la voluntad general, porque
conozco sus sentimientos. Nunca será más que el súbdito de las leyes y de la voluntad nacional.

Al Rector de la Universidad

Señor:

Plugiera al cielo que me hubiera sido dado propagar la luz de la verdad y de las ciencias en todos los
espíritus, para que no nos descarriásemos del camino de la virtud y no cayésemos en la sombra del
error y de la ignorancia. Pero desgraciadamente el estado de las cosas no me lo ha permitido. Pero yo
ofrezco que ningún objeto será de tanta preferencia para mí en lo sucesivo como la dirección de esos
retoños de la vida, de esos ciudadanos que van a ser los sucesores de nuestros derechos, de nuestra
libertad y de nuestra independencia, para que conserven estos preciosos bienes por sus virtudes y por
su ciencia e ilustración. Yo dirigiré desde ahora mis pasos a la instrucción de los pueblos y a la de sus
hijos.

Gaceta de Colombia. N’ 355, 29 de junio de 1928.

Al Contador General Decano

Señor:

Los encargados de dirigir la sustancia del pueblo son ciertamente los que mantienen bajo su dirección
la parte más cara de los ciudadanos. Esta sustancia popular no ha sido por desgracia ni bien
administrada ni bien dirigida. La debilidad de nuestras instituciones había puesto a la República en la
más grande crisis que se podía sufrir: la nación se hallaba en una completa bancarrota y la bancarrota,
señores, es el colmo de las calamidades que pueden sobrevenir a una nación; pero yo espero que
manteniendo el gobierno el imperio de las leyes y haciendo que cada uno cumpla con su deber el tesoro
público será bien administrado. Entonces las naciones que nos han dado, por medio de sus socorros
generosos, la libertad y la independencia de que ahora gozamos recibirán en galardón los tributos y
homenajes de un pueblo reconocido. Yo espero, pues, de vosotros esa fidelidad, y que los agentes del
tesoro público serán en adelante los primeros agentes de la República que merezcan por su probidad
una gran parte de nuestra gratitud.

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