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Durante los últimos años, ha surgido una transformación en las relaciones existentes entre
el Estado y la sociedad como consecuencia de la condición protagonista y
extraordinariamente fortalecida que ha adquirido la sociedad en la administración de los
intereses públicos. En efecto, en la actualidad hemos superado las ideas del
keynesianismo y el estructuralismo, caracterizadas por una intervención constante del
Estado a través de las empresas públicas y las instituciones gubernamentales, a una idea
mucho más garantista, consistente en la capacidad del Estado de establecer un control
continuo, activo y prolongado a los agentes de los sectores económicos, con el objetivo
de garantizar el orden público, el bien común y la seguridad de los ciudadanos. Esto
quiere decir, en pocas palabras, que el Estado no solo tiene la finalidad de intervenir
regulatoriamente en las relaciones de los particulares, sino que éste tiene el objetivo de
desarrollar un "espacio regulatorio compartido" que implica una inevitable mezcla de
características públicas y privadas, donde subyacen una serie de cuestiones regulatorias
sujetas a decisión pública1.
1
Mariano Carbajales, El Estado regulador (Buenos Aires: Editorial Ábaco de Rodolfo Depalma, 2006), 36.
2
José Esteve Pardo, Lecciones de Derecho administrativo (Madrid: Marcial Pons), 52.
3
Manuel Aragón Reyes, “La democracia social y económica. Los Consejos Económicos y Sociales como
ejemplo”. En Economía y Derecho ante el Siglo XXI (Valladolid: Junta de Castilla y León, 2001), 16.
4
La lex mercatoria se entiende como un “sistema normativo supranacional existente por sí mismo, distinto
y autónomo respecto a cada uno de los derechos positivos nacionales, ámbito en donde intervienen
activamente no sólo hombres de negocios –los agentes económicos- sino también autoridades estatales y
organismos internacionales –organizaciones nacionales y supranacionales-“. Pedro Alfonso Labariega
Villanueva, La moderna lex mercatoria y el comercio internacional. Disponible en:
http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/revdpriv/cont/26/dtr/dtr3.pdf, última visita en fecha 10 de
junio de 2015.
“Con esta perspectiva, podemos decir que Estado y mercado no son sinónimos de lo
público y lo privado. Los mercados también representan una instancia de lo público,
en el sentido que los agentes privados hacen actividad pública cuando transan y
deben enmarcarse dentro de la institucionalidad establecida. Las transacciones deben
ser transparentes y los agentes privados deben poder dar cuenta de ellas a la sociedad
(ej.: riesgos medioambientales, protección a los consumidores, seguridad laboral,
responsabilidad tributaria, defensa de la competencia, etc.). De este modo, el Estado
no es tanto un agente económico sino más bien un constructor de “institucionalidad”,
es decir, del espacio público en el cual los agentes privados asumen
responsabilidades”6 (Subrayado nuestro).
En virtud de esto, podemos afirmar que el rol asumido por el Estado frente al
modelo de economía de mercado ha modificado completamente la función de la
regulación económica, la cual de ser entendida como el simple poder de dictar normas, ha
pasado a componer un conjunto de potestades regulatorias destinadas a orientar el
funcionamiento de los mercados hacia la competencia y a imponer obligaciones de
5
Oscar Muñoz (ed.), Hacia el Estado regulador (Santiago de Chile: Cieplan, 1993).
6
Mariano Carbajales, op. cit., 69.
7
Eduardo Jorge Prats, “El Tribunal Constitucional y la cláusula constitucional del Estado regulador”. En
Anuario 2012 del Tribunal Constitucional (Santo Domingo: Tribunal Constitucional), 86.
8
CCC, sentencia de fecha 2 de agosto de 2001, No. C-815/01.
9
Por ejemplo: En España se ha argumentado el fracaso del modelo de Estado regulador, no por su
extinción, sino por la evolución de este modelo a un Estado sostenible para poder hacer frente a la crisis
económica. El modelo de Estado sostenible tiene como objetivo garantizar la gestión eficiente de los
servicios públicos, evitando derroches en los recursos, (…) adoptándose las fórmulas que mejor respondan
a los objetivos de atención a todos los ciudadanos y que, en todo caso, estarán sujetos a la supervisión del
Estado.
10
Roberto Dromi, Nuevo Estado, nuevo derecho (Buenos Aires, 1994), apart. 5 del capítulo IV.
Ahora bien, como todo trabajo de investigación que pretende efectuar aportes
jurídicos es necesario analizar los conceptos utilizados. Por tanto, a continuación
analizaremos las primeras aproximaciones al concepto de regulación que aunque parece
una tarea sencilla posee ciertas complicaciones, toda vez que la expresión “regulación” es
frecuentemente utilizada tanto en un contexto legal como fuera de él13.
11
Slavoj Zizek, La lucha de clases en Wall Street. Disponible en:
http://www.lemonde.fr/opinions/article/2008/10/09/lutte-des-classes-a-wall-street-par-slavoj-
zizek_1104997_3232.html, última visita en fecha 10 de junio de 2015.
12
Esto ha sido una de las críticas de la Escuela de Chicago a la intervención reguladora del Estado, la cual
fue heredada, en gran medida, del pensamiento liberal de Milton Friedman. Entre los principales autores de
esta escuela podemos mencionar a Posner, Stigler, Mc Cormick, Tollison. Por todos, ver Günther Teubner,
Law as Medium and Law as Institution. Dilemmas of Law in the Welfare State (Berlín/New York: De
Gruyter), 430.
13
Mariano Carbajales, op. cit., 87.
14
Definición obtenida en la Real Academia Española. Disponible en:
http://lema.rae.es/drae/?val=regulaci%C3%B3n.
15
P. Selznick, “Focusing Organizational Research on Regulation”. En R. Noll (ed.), Regulatory Policy and
Social Sciences (Berkerly: Universidad de California, 1986), 363.
16
Jorge Sarmiento García, “Algunos Principios en Materia de Regulación”. En Regulación Económica de
los Servicios Públicos. Dos décadas de regulación de servicios públicos en Iberoamérica (Perú: ARA
Editores, 2010), 258.
17
Eduardo Jorge Prats, “El Tribunal Constitucional y la cláusula constitucional del Estado regulador”. op.
cit., 88.
Partiendo del esquema anterior, podemos acercarnos a una definición que podrías
ser aún más consuma de la conceptualización jurídica de la regulación en su sentido
amplio. En efecto, para Muñoz Machado, por regulación habría que entender un control
prolongado, intenso y localizado, que se ejerce por una agencia del Estado, sobre una
actividad a la cual la sociedad atribuye especial relevancia. De manera que regular no
solo es producir normas sino también supervisar el ejercicio de una actividad, ordenar el
funcionamiento del mercado, resolver disputas entre particulares y sancionar a aquellos
que violen las normas de un sector 18 . La regulación sería, entonces, “la serie de
instrumentos mediante los cuales los gobiernos establecen requerimientos sobre la libre
actividad de las empresas y los ciudadanos por razones de interés público. Las
regulaciones así entendidas se expresan tanto en leyes como reglamentos y órdenes o
actos administrativos producidos en los diferentes niveles de gobierno o en las
organizaciones no gubernamentales o autorreguladas que tengan poderes reguladores
delegados”19.
18
Santiago Muñoz Machado, “Fundamentos e instrumentos jurídicos de la regulación económica”. En
Santiago Muñoz Machado y José Esteve Pardo (directores), Derecho de la Regulación Económica I.
Fundamentos e instituciones de la regulación (Madrid: Iustel, 2009), 1173.
19
Joan Prats y J. Company, “La construcción institucional de las capacidades reguladoras. Un tema clave
en la nueva agenda de desarrollo”. En Instituciones y Desarrollo (No. 1/1998), 64.
Por tanto, podemos afirmar que la regulación busca enfrentar los fallos o
distorsiones del mercado, donde muchas veces es difícil o imposible la libertad de acceso,
existen grandes concentraciones empresariales y se producen posiciones de dominio. Es
decir, que la regulación económica es una regulación de competencia del mercado 22. Esta
regulación de la competencia, ordenada en nuestro ordenamiento jurídico por la
Constitución cuando establece que “el Estado favorece y vela por la competencia libre y
20
Mariano Carbajales, op. cit., 110.
21
Ibídem. Citando a Juan Carlos Cassagne, Estudios de derecho público, 97.
22
Eduardo Jorge Prats y Omar Victoria Contreras, Derecho de la Regulación Monetaria y Financiera
(Santo Domingo: Ius Novum, 2012), 26.
23
Eduardo Jorge Prats, “El Tribunal Constitucional y la cláusula constitucional del Estado regulador”. op.
cit., 93.
24
Ibídem.
Es decir, para Marver Bernstein25, la regulación económica está pasando por dos
etapas: primero, la etapa donde se cuestiona el objetivo regulatorio pues existe una
incertidumbre de si el Estado regulador puede lograr la eficiencia de los servicios
ofrecidos en los sectores económicos y, una segunda etapa, en la cual se sostiene que las
agencias reguladoras, tarde o temprano, degeneran en el cansancio pudiendo ser
fácilmente capturadas por los intereses económicos que ellas están regulando. Esta
situación nos obliga a replantearnos no solo la concepción del término de regulación sino,
de igual forma, el rol de las agencias en la intervención reguladora del Estado, pues de ser
cierta esta teoría y la práctica parece demostrarlo, sería necesario retornar al Estado
interventor o, en cambio, acudir a las ideas de Milton Friedman de un capitalismo
completamente destrabado26, para combatir las fallas del mercado.
25
Marver Bernstein, Regulating Business by Independent Commissions (Princeton: Princeton University
Press), 306.
26
Mariano Carbajales, op. cit., 365. Citando a Milton Friedman, en Der Spiegel, No. 48, 1970, 153.
“Una técnica del Estado moderno dentro de sus funciones de policía administrativa
consistente en la utilización de un conjunto de normas e instrumentos jurídico-
económicos para lograr el funcionamiento adecuado de determinadas actividades o
sectores esenciales de una comunidad, procurando establecer un equilibro entre los
intereses de las partes involucradas y que por sus características específicas no
pueden dejarse en su totalidad al libre juego de las reglas del mercado”27.
Esto quiere decir, en pocas palabras, que el Estado, con el objetivo de garantizar
el crecimiento equilibrado y sostenible de la economía, desarrolla un conjunto de
instrumentos para asegurar el equilibro en la prestación de los servicios de interés general
por parte de los actores del mercado, evitando la instauración de monopolios y
competencias desleales, y, por consiguiente, asegurando que las personas tengan acceso a
servicios eficientes. Es por esta razón, que el Estado crea “un espacio regulatorio
compartido”, pues mientras garantiza la competencia libre y leal entre los agentes
económicos, los cuales se desarrollan en el mercado a través de sus propias normas
internas, garantiza que los administrados tengan un acceso eficiente a los servicios
existenciales, sin necesidad, en algunos casos, de incurrir en grandes gastos por la
prestación pública de dichos servicios. Ahora bien, es importante aclarar que los
instrumentos que componen la intervención reguladora del Estado no solo se caracterizan
por políticas públicas destinadas a diseñar el marco general en el cual se desarrollan los
agentes económicos, sino que, de igual forma, estos instrumentos abarcan las medidas
internas asumidas por las agencias reguladoras para poder implementar una supervisión
adecuada de las actividades comerciales llevadas a cabo por los agentes económicos.
Es necesario advertir que aun teniendo una conceptualización clara sobre el término
regulación económica, esta definición nos diría bastante poco si no incursionamos en la
evolución del Estado, pues el Estado transforma su interacción con la sociedad como
consecuencia del fenómeno de la regulación. En efecto, el cambio de modelo de Estado –
de un Estado prestacional a un Estado regulador- se debe a las transformaciones
27
Mariano Carbajales, op. cit., 110.
De entrada debemos señalar que si bien este trabajo pretende analizar la teoría de la
captura de las agencias reguladoras con una vocación jurídica, es prácticamente
imposible estudiar la regulación económica y las fallas del mercado sin hablar de
doctrinas económicas, pues son éstas las que han protagonizado los grandes cambios
políticos y jurídicos del siglo XX, obligando la transformación de las funciones
regulatorias del Estado. Entre los acontecimientos históricos que han enmarcado las
teorías económicas, y solo con carácter enunciativo, podemos mencionar: (i) la Gran
Depresión de los años treinta, a la que los países buscaban desesperadamente una
solución; (ii) el auge del desarrollismo y la tecnocracia de los años sesenta, con el
nacimiento de nuevas escuelas económicas que hacían hincapié en el fortalecimiento de
las industrias nacionales como factor esencial para el desarrollo, caracterizada por cierto
recelo en la apertura indiscriminada de las economías; (iii) la “década de la liberalización
económica de los años ochenta”, caracterizada por una gran liberalización de la
economía; y, por último, (iv) la aún creciente globalización económica, especialmente
provocada por la innovación tecnológica y las grandes multinacionales a través del
mercado financiero29. Sin duda alguna, estos hechos históricos nos permitirán analizar las
principales doctrinas económicas que han permitido la mutación del Estado durante las
transformaciones ideológicas o concepciones políticas y económicas de la sociedad.
28
Eduardo Jorge Prats, “El Tribunal Constitucional y la cláusula constitucional del Estado regulador”. op.
cit., 78.
29
Mariano Carbajales, op. cit., 110.
30
Pierre Boyer y Jorge Ponce, Regulatory capture and banking supervision reform (Elsevier: Journal of
Financial Stability No. 8, 2012), 206-217.
31
Jesús Avezuela, Agencias. El ejemplo norteamericano (Madrid: Fundación Ciudadanía, 2008), 20.
Es importante mantener presente esta idea de Stiglitz –el mercado debe ser
moderado y domesticado para garantizar que funcione en beneficio de la mayoría de los
ciudadanos-, pues esta aserción, heredada del pensamiento de Keynes, ha dado lugar,
como bien explicaremos más adelante, a reevaluar la intervención del Estado en la
economía a través de las teorías del interés público, de la elección pública y de los grupos
32
Mariano Carbajales, op. cit., 26.
33
Joseph Stiglitz, El Precio de la Desigualdad. El 1 por ciento de la población tiene lo que el 99 por ciento
necesita (México: Taurus, 2012), 27.
34
Ibíd., 28.
Ahora bien, debemos resaltar que como consecuencia del surgimiento de las
organizaciones nacionales y supranacionales, así como también por la desigualdad
surgida entre los países desarrollados y subdesarrollados –especialmente por las
circunstancias socio-políticas de los países de Latinoamérica-, la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (en lo adelante “CEPAL”),
desarrolla la teoría del estructuralismo caracterizada por centrar la industrialización como
principal elemento de las políticas económicas. En efecto, esta teoría pone al Estado
como agente principal de la modernización de la economía tanto en el ámbito productivo
como en el social e institucional, por lo que éste no solo interviene en el mercado como
constructor del especio público en el cual los agentes económicos asumen
responsabilidades, sino que participa, de igual forma, como prestador de los productos y
servicios. Por tanto, la teoría del estructuralismo fomenta la creación de empresas
públicas, las cuales deben convertirse en los motores de la inversión y el cambio de las
estructuras de producción, desarrollando actividades intermedias básicas o de fuertes
externalidades. Es por esta razón que la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica afirmó,
en su sentencia No. 45 de fecha 17 de mayo de 1978, lo siguiente:
35
CSJCR, sentencia emitida por la Sala de Casación el 17 de mayo de 1978, No. 45.
a) Estas empresas se vinculan a objetivos políticos y sociales los cuales les imponen
condicionamientos, límites e interferencias políticas y legales que impiden su buena
y correcta gestión.
b) La carencia de excedentes empresariales, lo que provoca que tengan un
endeudamiento creciente y constante y que el Estado les tenga que conceder
subsidios, avales y líneas de financiación preferentes.
c) Aportan poco a la colectividad, puesto que, ni pagan tributos ni reparten beneficios o
dividendos, generando, más bien, un déficit creciente con cargo al presupuesto
nacional.
d) Son empleadas como instrumentos políticos (política antiinflacionista, de empleo y
de desarrollo económico, etc). Ningún político u organización política permitirá la
quiebra de una empresa pública –las organizadas bajo las formas del derecho
privado-, puesto que, el despedido y desempleo consecuentes afectarían seriamente
su imagen electoral.
36
Ernesto Jinesta Lobo, Tratado de Derecho Administrativo, Tomo I (Costa Rica: Editorial Jurídica
Continental, 2009), 163.
37
Gaspar Ariño Ortíz, Principios de Derecho Público Económico (Granada: Ediciones Comares, 1999),
387-435.
38
Oscar Muñoz (ed.), op. cit.
39
César Ciriano Vela, Administración económica y discrecionalidad. Un análisis normativo y
jurisprudencial (Valladolid: Lex Nova, 2000). Citando a Manuel Castells.
40
Aunque el término de privatización y desregulación son usualmente utilizados como sinónimos, es
importante advertir que se tratan de procesos totalmente distintos. En efecto, la privatización es cualquier
cambio o proceso que conduzca a poner en manos privadas, de personas físicas o jurídicas particulares,
actividades y organizaciones –empresas- antes en manos públicas. En tal sentido, solo resulta apropiado
hablar de “privatización” cuando tal actividad o servicio, hasta entonces considerada pública, se
“despublifica”, deja de esta reservada a la titularidad pública y de hecho, además, pasa a ser prestada por
empresas propiamente privadas. En cambio, la desregulación constituye el proceso a través del cual se
elimina o reduce las regulaciones jurídicas imperativas por parte de los poderes públicos. En algunos países
de Latinoamérica, por ejemplo, Argentina y Chile, se produjo ambas cosas: privatización propiamente
dicha (“despublificación”) y desregulación, sin embargo, puede darse que en muchos procesos de
privatización no se produzca una desregulación sino más bien lo contrario, se aumente el número de las
regulaciones. Por esta razón, es la importancia de diferenciar los conceptos de privatización y
desregulación. Ver: Mariano Carbajales, op. cit., 74.
En efecto, esta nueva doctrina, identificada por Mariano Carbajales como “la
nueva macroeconomía clásica” 42 , se caracteriza por la existencia de un indispensable
marco normativo e institucional, que facilite precisamente la legislación estatal en la
ordenación y desarrollo de la economía. No obstante, a diferencia de la teoría clásica del
keynesianismo, este marco normativo e institucional diseñado por el Estado debe estar
acompañado por la intervención de los propios sectores sociales y tecnológicos. De modo
que si bien los “nuevos clásicos” del pensamiento económico parten de las ideas de
Keynes, éstos propugnan la implementación de las políticas públicas como un juego
dinámico entre las autoridades económicas y los agentes privados, considerados ambos
como decisores racionales. En otras palabras, las políticas económicas implican una
inevitable mezcla de características públicas y privadas, donde subyacen una serie de
cuestiones regulatorias sujetas a decisión pública, por lo que el marco normativo
diseñado por el Estado debe partir de los riesgos que los agentes económicos admiten
racionalmente, a fin de gestionar estos riesgos mediante su control y distribución en el
conjunto de la sociedad43.
Por esto, esta doctrina busca que las políticas macroeconómicas del Estado sean
diseñadas a través de las medidas microeconómicas adoptadas por los agentes
económicos, pues se supone que éstos, además de tener información necesaria para
conocer las tendencias de los mercados en los cuales operan, tienen una interpretación
41
Juan Carlos Cassagne, Derecho Administrativo. Tomo I (Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 2006), 347.
42
Mariano Carbajales, op. cit., 27.
43
José Esteve Pardo, ob. cit., 51.
En tal sentido, la nueva macroeconomía clásica parte del hecho de que todos los
agentes económicos son entes racionales –teoría de las expectativas racionales-, por lo
que poseen las informaciones necesarias para procesar correctamente las señales de los
mercados y anticiparse a las intenciones de las autoridades económicas, evitando que las
agencias reguladoras puedan diseñar políticas que afecten el desarrollo del mercado. Sin
duda alguna, esta doctrina fue la primera en tratar de limitar la discrecionalidad de las
agencias reguladoras al momento de diseñar las políticas económicas, impidiendo que los
agentes sean sistemáticamente engañados por los gobiernos y, en consecuencia,
garantizando que el marco normativo e institucional diseñado por las autoridades
económicas responda a los intereses colectivos del mercado. De modo que los “nuevos
clásicos” de las expectativas racionales se oponían a las políticas económicas
discrecionales o impredecibles, pues entendían que el diseño de las políticas
macroeconómicas, sin tomar en cuenta las expectativas de los agentes económicos,
constituían políticas que trasmitían señales económicas erróneas, confundían a la opinión
pública, distorsionaban su conducta económica y provocaban despilfarro44.
44
José de Jesús Rodríguez Vargas, La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo
Mundial (EMVI: Tesis doctoral de Economía). Disponible en: http://www.eumed.net/tesis-
doctorales/jjrv/9l.htm, última visita en fecha 22 de julio de 2015.
Durante este trabajo hemos explicado algunas de las razones que podrían justificar la
intervención reguladora del Estado en una economía de mercado, analizando las distintas
doctrinas que han surgido en respuesta a los acontecimientos históricos de la sociedad.
45
Joseph Stiglitz, There is no invisible hand (Reino Unido: theguardian). Disponible en:
http://www.theguardian.com/education/2002/dec/20/highereducation.uk1#article_continue, última visita en
fecha 22 de junio de 2015.
46
Mariano Carbajales, op. cit., 28.
Ahora bien, luego de comprender que se requiere de la regulación del Estado para
garantizar el crecimiento equilibrado y sostenido de la economía y sobre todo, al estudiar
las distintas explicaciones que demuestran la necesidad de la existencia de una
intervención reguladora en los mercados, es necesario preguntarnos, ¿por qué debemos
regular los mercados? O, más bien, ¿cuáles son las justificaciones técnicas de la
regulación económica? Para responder estas preguntas los economistas han incurrido a
tres teorías distintas: (a) la teoría del interés público o “funcionalista”, (b) la teoría de los
grupos de interés, los grupos de acción colectiva o grupos de presión y, (c) la teoría de la
elección pública (Public Choice Theory).
47
Eduardo Jorge Prats, “El Tribunal Constitucional y la cláusula constitucional del Estado regulador”. op.
cit., 79.
En esta teoría, la regulación debe ser justificada como un correctivo para percibir las
deficiencias en el funcionamiento del mercado 50 . En otras palabras, la motivación o
justificación de la intervención del Estado en los mercados descansa, principalmente, en
las fallas del mercado. Por tanto, cuando la economía de mercado opera ineficientemente,
como cuando hay problemas relacionados con el poder monopólico; cuando existen
problemas de información; cuando se dan problemas de coordinación; cuando se está en
presencia de externalidades; cuando se presentan inconvenientes relacionados con la
existencia de bienes públicos o de recursos comunes; o, incluso, cuando se presentan
inequidades de acuerdo con los sentimientos populares prevalecientes, habrá, prima facie,
desde el punto de vista del interés público, un caso o justificación para una intervención
regulatoria51.
48
En esta justificación se encuentra la teoría del interés público que, como bien explicaremos, tiene como
finalidad evitar las imperfecciones del mercado.
49
En esta justificación se encuentran las teorías de los grupos de interés y la elección pública, las cuales
justifican la regulación en base a la preminencia de los intereses particulares sobre el interés público.
50
Anthony Ogus, Regulation. Legal Form and Economic Theory (Oxford: Hart Publishing, 2004), 17.
51
Juan José Romero Guzmán, ¿Capturados por nuestra suspicacia? Algunas aproximaciones acerca del
origen, desarrollo y extinción de las regulaciones. En Revista Chilena de Derecho, Vol. 35 No. 1, año 2008.
pp. 9-35. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-
34372008000100002, última visita en fecha 22 de junio de 2015.
Continúa este tribunal señalando que “[e]l Estado tiene a su cargo la dirección
general de la economía y, en esa medida, es no sólo legitima su intervención en
ciertos sectores, sino que en algunos eventos se hace necesaria con el fin de
racionalizarla y conseguir el mejoramiento de la calidad de vida de la población, la
distribución equitativa de oportunidades y los beneficios del desarrollo”54.
52
TC, sentencia de fecha 9 de abril de 2013, No. TC/0048/13.
53
CCC, sentencias C-865 de 2004, C-352 de 2009, C-228 de 2010 y C-186 de 2011.
54
CCC, sentencia de fecha 8 de mayo de 2013, C-263/13.
55
Al hacer referencia a la teoría del interés público, hay doctrinarios, como Den Hertog (2000), pp. 232-
235, que distinguen entre una versión antigua y una nueva de dicha teoría. Por ejemplo, se destaca como
supuesto de la mencionada teoría (en su elaboración más temprana) la eficiencia de toda intervención
reguladora dirigida a remediar una falla de mercado. Como complemento a lo anterior, se suele hablar de
“una versión más sofisticada de la teoría del interés público”, en el cual se toma en consideración los
eventuales costos y fallas de regulación. Ver: José de Jesús Rodríguez Vargas, op. cit.
Ahora bien, debemos advertir que, como bien señala Juan José Romero Guzmán,
en un escenario en donde predomina un vocabulario con expresiones como “conflicto de
interés”, “captura”, “corrupción”, entre otras, se encuentra implícito un descredito de las
actuaciones basadas en el “interés público” y, por el contrario, una creciente inclinación
por explicar la realidad en general y las políticas públicas y regulaciones en particular, en
base al predominio de los intereses privados59. Por tanto, a continuación analizaremos
aquellas teorías que justifican la intervención del Estado basada en la predominancia del
interés privado sobre el interés público.
Esta teoría sostiene que las políticas públicas tienden a reflejar los intereses de los grupos
organizados, por lo que la regulación económica se justifica como el producto de las
56
George Stigler, The Theory of Economic Regulation. En The Bell Journal of Economics and
Management Science, Vol. 2, No. 1 (Spring, 1971), 55.
57
Anthony Ogus, op. cit., 30.
58
Juan José Romero Guzmán, op. cit.
59
Ibídem.
En ese sentido, Mariano Carbajales ha señalado que los teóricos de los “grupos de
interés” cuestionan la regulación como un “espíritu público” que se perfecciona por las
buenas intenciones de las agencias reguladoras y los agentes económicos –la teoría del
interés público-, pues éstos sostienen que los mercados están compuestos por grupos
competitivos que tienen como finalidad ajustar las políticas regulatorias a sus medidas
para obtener mayores beneficios. En efecto, estos teóricos se sitúan desde un pluralismo
abierto en finalidades hasta el corporativismo. Los pluralistas ven grupos competitivos
que pelean por el poder a través de las elecciones o coaliciones de grupos que usan de su
poder para ajustar a su medida los regímenes regulatorios. Y, por su parte, los
corporativistas ven grupos vencedores que pactan con el Estado y que producen
estructuras regulatorias que excluyen a quienes no participan de sus intereses 62 . Sin
embargo, independientemente de la corriente utilizada para explicar la teoría de los
grupos de interés –pluralista o corporativista-, la finalidad es la misma: la regulación
económica responde a los intereses de las industrias, las cuales, sin que involucren
necesariamente actos ilícitos, pueden tener una influencia indebida sobre la autoridad.
Por esto, algunos doctrinarios han hecho referencia a que existe una “privatización de las
políticas públicas”, pues, al final de cuentas, la regulación económica es un recurso
60
Mariano Carbajales, op. cit., 29.
61
George Stigler, op. cit. (“every industry or occupation that has enough political power to utilize the state
sill seek contro entry”).
62
Mariano Carbajales, op. cit., 29.
Un ejemplo de esta teoría puede constituirlo la presión por parte de los grandes
productores de pan por bloquear la aprobación de una ley de Nueva York (1905) que
limitaba el número de horas que los panaderos podían trabajar por semana, o, por
ejemplo, en el caso dominicano, el aumento autocrático del más del 40% del precio del
pan por parte de la Unión de Medianos y Pequeños Industriales de la Harina (en lo
adelante “UMPIH”) 65 . En efecto, independientemente de que la fijación de precios
constituye una conducta anticompetitiva que afecta la competencia efectiva y el bienestar
de los consumidores (artículo 5.a y 61.a de la Ley General de Competencia No. 42-08, de
fecha 16 de enero de 2008), la UMPIH anunció públicamente el aumento del pan, que
constituye un acuerdo concertado, ante la mirada indiferente de la agencia llamada a
regular la competencia efectiva en los mercados66. De esta manera se evidencia como los
agentes económicos se asociación para actuar colectivamente contra las políticas
regulatorias y, en consecuencia, adaptar o inobservar los regímenes regulatorios.
63
Ibíd, 364.
64
Especialmente por los representantes de la Escuela de Chicago (Stigler, Peltzman y Becker) y de la
Escuela de Virginia (Buchanan, Tollison y Tullock).
65
Véase: “Panaderos deciden subir a RD$7.00 el pan de agua”, disponible en:
http://acento.com.do/2015/economia/8228388-panaderos-deciden-subir-rd7-00-al-pan-de-agua/, última
visita en fecha 24 de junio de 2015.
66
Véase: Enmanuel Cedeño Brea, A Falta de pan (y de Procompetencia), Casabe (Santo Domingo, Lex
Mercatoria, 18 de marzo de 2015). Disponible en: http://enmanuelcedenobrea.com/2015/03/18/a-falta-de-
pan-y-de-procompetencia-casabe/, última visita en fecha 24 de junio de 2015.
67
Jean-Jacques Laffont y Jean Tirole, “The Politics of Government Decision-Making: A Theory of
Regulatory Capture”. En The Quarterly Journal of Economics, Vol. 106, No. 4 (Oxford University Press,
1991), pp. 19090-1091.
68
El término “Grassroots” hace referencia a las asociaciones que surgen de manera espontánea en las
comunidades. Estas asociaciones incluyen empleados, accionistas, proveedores y los ciudadanos de las
comunidades donde se encuentran ubicadas las industrias.
69
Juan José Romero Guzmán, op. cit. Citando a Ernesto Engel, se necesita mejor información para legislar
(Chile: La Tercera, 5 de abril de 2004).
70
Jean-Jacques Laffont y Jean Tirole, op. cit., 1091.
Entre las preguntas efectuadas entorno a la teoría de los grupos de interés, podemos
resaltar la de Posner, al indicar que “si un grupo de interés es suficientemente fuerte para
71
Marver Bernstein, op. cit., 306.
Por tanto, podemos afirmar que esta teoría se diferencia de la teoría de los grupos
de interés, pues no evalúa la preminencia de los intereses particulares en la regulación
económica como resultado de la influencia de los grupos de acción colectiva, sino más
bien, centra su visión en la actividad individual de las agencias reguladoras. Es decir, que
su objetivo es analizar la regulación “de intereses particulares” desde la parte oculta del
Iceberg y no únicamente en la octava parte del volumen que sobre sale de éste. Vale
ejemplificar esta afirmación mediante la siguiente imagen:
72
Richard Posner, “Theories of Economic Regulation”. En The Bell Journal of Economics and
Management Science, vol. 5 No. 2 (1974), 335.
73
Mariano Carbajales, op. cit., 31.
Incentivos Sobornos
particulares monetarios
PUBLIC CHOICE
Carencia de Información
monitoreos asimétrica
Burocracias Clientelismo
Barreras de Beneficios
entrada fiscales
Créditos Concesiones
subsidiados monopólicas
“Rent-seeking”
En base a esta teoría, las políticas regulatorias no solo responden a los intereses
particulares debido a la cooptación por parte de las industrias –si esto fuera la razón,
combatir los medios utilizados por los agentes económicos (punta del Iceberg) sería
bastante sencillo-, sino que existe un problema sistémico, caracterizado por las
transacciones que de manera indirecta que desarrollan las industrias y las agencias
reguladoras. En cuanto a este aspecto, Downs advierte que existen diferencias
importantes entre las transacciones convencionales del mercado –productores y
consumidores- y el “comercio” político –productores y agencias-. En efecto, en los
mercados convencionales, cuando un proveedor se encuentra con una demanda de los
consumidores, la transacción no da lugar a coerción que no sea para requerir a ambas
partes a hacer lo que voluntariamente han acordado. Por tanto, la transacción no da lugar
a externalidades y los terceros no se ven afectados. En cambio, en un contexto político, el
resultado de la “transacción” es normalmente una política regulatoria que tiene un efecto
coercitivo general –es decir, posee efectos generales y no solo particulares-, por lo que
impone costos a aquellos que no votaron por el funcionario o que no se benefician
directamente de las políticas adoptadas 76 . De modo que se produce una especie de
monopolio natural en el cual solo se benefician aquellas industrias con mayores
probabilidades de aportar a la causa política de los funcionarios a cargo de las agencias
74
Anthony Downs, An Economic Theory of Democracy (New York: Harper and Row, 1957), 33.
75
Mariano Carbajales, op. cit., 31.
76
Anthony Downs, op. cit., 33.
¿Esto quiere decir, entonces, que detrás del fracaso de toda regulación está la
egoísta motivación de los actores en el mercado político o mercado por regulación? O, en
cambio, ¿la regulación solo se encuentra justificada en los beneficios particulares
adquiridos por sus actores –industrias y agencias reguladoras-? Antes de responder a
estas preguntas, debemos advertir que la teoría del public choice desconoce el interés
colectivo o social como justificación para la intervención del Estado, por lo que ésta
busca reducir las motivaciones de la intervención del Estado al exclusivo dominio del
interés individual, atribuyéndole incluso un cierto cinismo a la actividad política. En tal
sentido, es claro que esta teoría ha ignorado la anatomía de las instituciones políticas que
proporcionan los diferentes tipos de regulación. De esta manera lo ha advertido Sam
Peltzman, al precisar que si bien la teoría económica parece explicar satisfactoriamente el
proceso desregulatorio de los años setenta y ochenta, falla, entre otras cosas, en su
respuesta respecto del diseño de las instituciones y su adaptabilidad77.
77
Sam Peltzman, En “The economic Theory of Regulation after a Decade of Deregulation” (1989), citado
por R. Baldwin, C. Scott y C. Hood, A Reader on Regulation, (Oxford University Press, 1998), 11.
Ahora bien, si bien es cierto que las autoridades públicas no solo regulan para
obtener beneficios particulares, sino que existe una finalidad primordial que es disminuir
las fallas del mercado para garantizar el desarrollo del régimen económico, no menos
cierto es que es que no solo el mercado puede fallar, sino también la regulación o el
Estado. Esta falla del “gobierno” se encuentra justificada en las teorías de los grupos de
interés y la elección pública que consagran la regulación como un sistema que responde a
los intereses de las industrias. Por tanto, entendemos que no podemos limitar la
justificación de la intervención del Estado en la búsqueda del interés colectivo, pero
tampoco podemos desconocer que, independientemente de los intereses particulares de
los actores del mercado –agentes económicos y agencias reguladoras-, la finalidad de la
regulación se encuentra, de igual forma, motivada por el interés público, pues, como bien
hemos indicado precedentemente, el rol fundamental del Estado en la economía es
garantizar el crecimiento equilibrado y sostenido de la mismo en un marco de libre
competencia, igualdad de oportunidades, responsabilidad social, participación y
solidaridad (artículo 217 de la Constitución).
78
James Buchanan, Liberty, Market and State: political economy in the 1980s (Brighton: Wheatsheaf,
1985), 278.
CAPÍTULO DOS
Las administraciones
reguladoras independientes en
la República Dominicana
Para Douglass North, las instituciones son “las reglas de juego”, las cuales asumen dos
formas: reglas formales, las cuales son útiles para codificar las reglas que rigen el
funcionamiento de la sociedad y su economía; y, por otro lado, la reglas informales que
se caracterizan por las normas internas que asumen los agentes económicos79. De modo
que, sin perjuicio de la influencia de los grupos de interés en moldear la regulación, esta
adquiere forma (en términos de formulación y enforcement) en parte importante según las
características de las instituciones existentes 80 . Es decir, que el “espacio regulatorio
compartido” generado por las instituciones actúa como marco en el cual juegan diferentes
intereses u organizaciones de modo similar, por lo que las actuaciones de los agentes
económicos se encuentran moldeadas por las reglas de ese marco general. Esto significa
que la efectividad de las políticas regulatorias va a depender del cumplimiento de las
reglas formales e informales que componen el “espacio regulatorio”, pues de lo contario,
se incrementa la posibilidad de que se produzcan fallas tanto en el mercado como en las
autoridades públicas. Es por esta razón que la función del regulador constituye una tarea
compleja que requiere de discrecionalidad técnica e independencia política. Para Muñoz
Machado, la función del regulador debe “ejercitarla fundamentalmente un órgano
79
Douglass North, Institutions, institutional change and economic performance (Cambridge y New York:
Cambridge University Press, 1990), 152.
80
Robert Baldwin y Martin Cave, Understanding Regulation (Oxford: Oxford University Press, 1999), pp.
27-31