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Fantasma y angustia en la fobia ingresá tu email
Angustia y fantasma
La segunda idea que quiero desarollar en este texto -el desencadenamiento de angustia
está ligado a los fantasmas reprimidos- tiene, también, su punto de partida en la
correspondencia Freud-Fliess. En el Manuscrito N Freud dice: “La formación de síntomas
por identificación depende de las fantasías, (...). Dado que el desencadenamiento de la
angustia está ligado a estas fantasías reprimidas (4) debemos concluir que la
transformación de la libido en angustia no tiene lugar por la defensa entre el yo y el ics.,
sino en el propio ics. Por consiguiente, también debe existir libido ics. La represión de
impulsos no parece generar angustia”.
Es sorprendente esta afirmación que anticipa en muchos años a la que dará en 1925 en
“Inhibición, síntoma y angustia”, cuando afirma: “Pero el afecto angustioso de la fobia que
constituye por entero la esencia de la misma, no procede del proceso de represión ni de
las cargas de libido de los impulsos reprimidos, sino de los factores represores mismos.
(...). La angustia causa aquí la represión, y no, como ante afirmábamos, la represión, la
angustia”.
Pero antes de esta conceptualización de la angustia, en la conferencia XXV (1916-17)
Freud diferencia una angustia real y una angustia neurótica y coloca el acto del nacimiento
como la fuente y el prototipo de la angustia. El trauma del nacimiento es el suceso real, la
escena real que dio origen a la angustia. Es también el prototipo de la angustia de
castración, en cuanto que este afecto primario –la angustia- corresponde al momento de
separación del niño del cuerpo de su madre. De esta escena traumática de separación
quedan fragmentos que van a integrar la estructura del fantasma. El fantasma protege de
la angustia ante lo real de la escena.
Ahora bien, lo que me parece más sorprendente aún es el concepto de angustia real, que
reemplaza al concepto de trauma como desencadenante del factor cuantitativo. Esta frase
del texto “Inhibición, síntoma y angustia” (cap.IV) lo confirma: “El miedo angustioso de la
zoofobia es el miedo a la castración, sin modificación alguna; esto es una angustia real;
miedo a un peligro verdaderamente amenazador o juzgado real”. Estos conceptos
freudianos me hacen pensar que el objeto de la angustia es el mismo objeto de la fobia, es
decir “lo temido”, y éste es siempre lo real, aquello que tiene que permanecer siempre en
el registro de la imposibilidad. El síntoma de la fobia aparece cuando este objeto, viniendo
de lo real imposible, amenaza con hacerse posible en lo real. Este real, das ding, fue
fragmentado y algunos de estos pedazos forman los fantasmas.
El desencadenamiento de esta angustia real está ligada a los fantasmas reprimidos; esto
es al fantasma de separación de la madre. Angustia real y fantasma parecen equivalentes,
en el sentido que una desencadena el otro. El heredero del trauma es la angustia real que
acompaña al fantasma de castración. Cuando Freud abandona la teoría del trauma, el
lugar de lo real lo ocupa el fantasma que desencadena la angustia.
La angustia real surge ante la confrontación del sujeto con lo real. Es lo real de la angustia
lo que provoca el síntoma. La angustia trae consigo, acarrea, ese objeto inasimilable, que
Freud va a llamar das ding y Lacan el objeto a, que enfrenta al sujeto a su condición de
objeto en la relación con el Otro. Esta confrontación trae como consecuencia una
diseminación de la estructura del fantasma, en efecto el fantasma se descompone en sus
partes constitutivas $ à a. El sujeto es desalojado de su lugar y ocupa el lugar del objeto.
Dicha disgregación provoca angustia.
Si lo planteamos desde la perspectiva edípica, la madre entra en la estructura edípica
mediante la ecuación fálica pene-niño. El niño va ser el falo de la madre. La ley ejercida
por el padre: metáfora paterna, va separar esta ecuación en dos y la madre volverá a la
castración y el niño será librado a su propio deseo.
La madre es el Otro (A) completo y al nacer el niño, su producto, está completa como
Otro, es 1 entero. El niño es un producto que se desprende del cuerpo de la madre, en esa
medida es objeto a, el Otro va ser entonces A+a = 1 es decir completo. Pero la operación
de separación ejercida por la influencia de la metáfora paterna, va dar el siguiente
resultado A= 1-a, es decir A tachado. El niño que ocupaba el lugar de a, será desalojado
de ese lugar y se constituirá como sujeto tachado en relación con ese objeto, causa de su
deseo como sujeto. Estos objetos tienen la particularidad de ser desprendidos del cuerpo,
el pene es potencialmente desprendible, de allí deriva el temor a ser castrado, es decir, a
perder este objeto que a algunos seres humanos les falta. Esos objetos a son las fronteras
de la exterioridad, son objetos límites entre el cuerpo y la exterioridad. De allí que el
fantasma al constituirse introduzca ese objeto en su estructura.
El fantasma es un límite al goce, es decir al goce incestuoso, pero permite el goce fálico,
porque el objeto que lo constituye es ese objeto fálico en donde el sujeto estaba antes de
ser sujeto. Antes de ser sujeto era el objeto fálico de la madre. La separación hace de este
ser un sujeto parlante, y deseante. La ley paterna dice: no reintegrarás tu producto = a,
es decir cae del Otro maternal, queda con la marca de la falta: A tachado. Pero también
dice al niño, no te acostarás con tu madre: lo desaloja del lugar de objeto=falo, para
situarlo como sujeto para quién el objeto a perdido, será la causa de su deseo. En ambos
lados A y $ tachados, el objeto a es un resto que cae de esa operación. Para A es
definitivamente perdido, para S será integrado y constituirá su fantasma y el límite al
goce.
Cuando este límite es franqueado se produce un retorno de goce y un desprendimiento de
angustia. Al traspasar los límites el sujeto vuelve a ocupar el lugar del objeto como resto,
como producto y vuelve a situarse como producto de la madre.
La angustia en la fobia
NOTAS BIBLIOGRAFICAS
(1) Freud Sigmund, Los orígenes del Psicoanálisis- Cartas a Fliess: carta 61, Manuscrito L;
carta 63, Manuscrito M; carta 64, Manuscrito N, 1897; editorial Biblioteca Nueva,
Madrid 1968.
(2) Subrayado en el original.
(3) J. Lacan le Seminaire XI 1964, Seuil, p.58-59. La traducción es propia.
(4) El subrayado es mío