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Costumbres y Hábitos

Ver más Los hábitos son un conjunto de costumbres, de prácticas que se forman,
en general, cuando una persona hace algo de la misma manera y en el mismo
lugar una y otra vez hasta que lo realiza automáticamente sin esfuerzo o
planeación.

Una costumbre es un hábito adquirido por la práctica frecuente de un acto. Las


costumbres de una nación o persona, son el conjunto de inclinaciones y de usos
que forman su carácter distintivo.

Generalmente se distingue entre las que cuentan con aprobación social, y las
malas costumbres, que son relativamente comunes, pero no cuentan con
aprobación social, y a veces leyes han sido promulgadas para tratar de
modificarlas en la conducta de las personas.

Normas sociales: estas normas son dictadas a partir de una serie de costumbres,
tradiciones, y modas que prevalecen en una sociedad en particular y frente a la
cual los sujetos deben responder con su cumplimiento. Estas reglas surgen de
manera espontánea tras la repetición de determinadas costumbres a lo largo del
tiempo pero no por esto no son percibidas por el individuo, a quien se las imponen,
como no obligatorias. En caso de que un miembro de la sociedad, del que se
espera que las respete, no lo haga, puede ser castigado con el rechazo y repudio
social.

Normas religiosas: estas normas devienen de Dios, quien las destina a todos los
seres humanos, quienes deben responder ante él con su cumplimiento. A pesar de
esto, su cumplimiento se espera por parte de la comunidad de los creyentes. En
caso de que no cumplan con las normas divinas, el individuo será castigado con la
conciencia del pecado.

Normas morales: estas normas, a diferencia de las anteriores, no son dictadas por
nadie más que por el propio individuo, es por esto que están destinadas a sí
mismo y responden a la propia conciencia.
Moral Positiva

La Moral Positiva es la compartida por la mayor parte de individuos que conforman


una sociedad determinada. Hart las distingue y clasifica en diferentes formas de
aplicación, la restringida que es por ejemplo el vestir, dormir, etc y en actividades
como por ejemplo el jugar y divertirse las cuales son aleatorias en el tiempo.
También cabe destacar que algunas normas morales positivas cuando son
transgredidas pueden dar lugar en primer lugar simplemente a una advertencia, a
un reproche, a la exclusión o al desprecio colectivo.

La moral (del gen. latín mōris, ‘costumbre’, y de ahí mōrālis, ‘lo relativo a los usos
y las costumbres’) es un conjunto de normas, creencias, valores y costumbres que
dirigen o guían la conducta de grupos de personas en la sociedad. Se distingue de
la ética en que esta es una moral transcultural o universal, aunque ambas se
suelen confundir. La moral permite distinguir cuáles acciones son buenas y cuáles
malas para un grupo social. Otra perspectiva la define como el conocimiento de lo
que el ser humano debe hacer o evitar para conservar la estabilidad social.1

El término «moral» tiene un sentido opuesto al de «inmoral» (contra la moral) y


«amoral» (sin moral). Es la existencia de acciones y actividades susceptibles de
valoración moral, está fundamentada en el ser humano como sujeto de actos
voluntarios. Abarca la acción de las personas en todas sus manifestaciones,
además de que permite la introducción y referencia de los valores.

Los conceptos y creencias sobre la moral llegan a ser considerados y codificados


de acuerdo a una cultura, religión, grupo, u otro esquema de ideas, que tienen
como función la regulación del comportamiento de sus miembros. La conformidad
con dichas codificaciones también puede ser conocida como moral y se considera
que la sociedad depende del uso generalizado de esta para su existencia.

Hay diversas definiciones y concepciones de lo que en realidad significa la moral,


y esto ha sido tema de discusión y debate a través del tiempo. Múltiples opiniones
concuerdan en que el término representa aquello que permite distinguir entre el
bien y el mal2 de los actos, mientras que otros dicen que son solo las costumbres
las que se evalúan virtuosas o perniciosas.
Actos humanos en la moralidad

Son aquellas acciones internas y externas en las que el hombre actúa por su
voluntad, a propuesta del entendimiento y previa la deliberación anterior.

REQUISITOS DEL ACTO HUMANO.

Es el elemento imprescindible, porque no se puede querer algo si antes no se


conoce, y tampoco podemos querer algo libremente si no somos conscientes de
ello. Este conocimiento incluye:

Advertencia: atención de la mente al acto.

Deliberación: valoración sobre la conveniencia o inconveniencia del acto.

Imperio: la determinación al querer.

No basta cualquier conocimiento para que haya un acto humano; pero no se


requiere un conocimiento tan completo y exhaustivo que apenas podría darse en
la práctica. Puede decirse que, en general, para que haya un acto humano es
necesario y suficiente con que el sujeto tenga advertencia del acto que va a
realizar y de su conveniencia o inconveniencia: así el sujeto puede ser dueño de
ese acto.

¿Qué es la moralidad?, ¿Cómo saber cuando un acto humano es moralmente


bueno o malo?, ¿Cuáles son las fuentes de la moralidad?; estas son las
interrogantes a las que se trata de dar respuesta en el presente trabajo, ya que es
un problema el determinar con exactitud de qué depende la calificación moral de
los actos libres del hombre, es decir, cómo nos aseguramos que nuestros actos
son buenos o son malos, pues bien, esta labor corresponde a la moralidad.

No podemos decir que el agua es buena cuando nos quita la sed y mala cuando
inunda, sino que nos beneficia o nos perjudica; el agua no puede actuar de un
modo diferente al modo en que lo hace en cada caso concreto.

La imposibilidad de elegir modos de actuación diferentes hace imposible calificar a


los objetos desde el punto de vista moral. Sin embargo, sabemos que los seres
humanos somos capaces de actuar de muchas formas ante cada situación y que,
por eso, nuestros actos son calificables moralmente.
Normas en la ética

Las normas éticas sirven para regular las acciones de los seres humanos, especialmente
respecto a sus efectos sobre otras personas. Una de sus características fundamentales es
que son universales, válidas para cualquier sujeto ético en cualquier instante y lugar.
Algunas normas pueden referirse sólo al agente y a la acción (prohibido fumar), pero son
mucho más completas e interesantes las normas que también explicitan a los sujetos
receptores de los efectos de la acción.

Algunos intentos de universalización se refieren solamente a los agentes: que todo el


mundo utilice las mismas normas de conducta. La universalidad es parcial o incompleta,
ya que el contenido de las normas distingue y discrimina diversos grupos particulares de
personas receptoras de las diversas acciones (todo el mundo está obligado a ayudar a los
necesitados, está prohibido maltratar a las mujeres).

La universalidad completa se refiere no solamente a los agentes causantes de las acciones


reguladas, sino también a los receptores (beneficiarios o perjudicados) de los efectos de
dichas acciones. Las normas valen para todos respecto a todos, y esto implica que los
enunciados de las normas sólo puedan referirse a cada ser humano en abstracto,
independientemente de sus características particulares que le encuadrarían en algún
grupo subconjunto de la humanidad (sea de forma más estable, como ser negro, o más
circunstancial, como estar enfermo).

La universalidad también significa que la norma debe cumplirse en todo momento y lugar;
si se ordena alguna acción esta no puede dejar de realizarse, y si se ordena respecto a una
persona se ordena respecto a todas las personas. Por eso no tienen sentido los deberes
naturales, el obligar a hacer algo, porque es imposible realizar acciones constantes sobre
todo el mundo. Las prohibiciones naturales sí tienen sentido y son posibles: es factible no
agredi r nunca a nadie, basta con no hacer nada.
Deberes y Derechos

Todas las personas, independientemente de la edad, el origen, la cultura y de cualquier


otra circunstancia, tenemos unos derechos que se deben respetar. Igualmente todos, del
más pequeño al más mayor, tenemos también unos deberes que cumplir. Tanto los
derechos como los deberes son necesarios para vivir en sociedad y para convivir bien con
los demás.

Cada derecho lleva aparejados unos deberes y unas responsabilidades. Así, por ejemplo,
como niños y jóvenes, tenéis reconocido el derecho a la educación, pero este derecho
comporta, al mismo tiempo, un deber y una responsabilidad para vosotros: el deber de ir
a la escuela y la responsabilidad de estudiar. Otro ejemplo de que nuestros derechos
piden nuestro compromiso es que tenéis derecho a no ser agredidos y, por lo tanto,
también el deber de no agredir a los otros. Y aún otro: tenéis derecho a la salud y, por lo
tanto, el deber de ir al médico, de tomar los medicamentos, de no actuar poniendo en
peligro vuestra salud: comiendo inadecuadamente, haciendo actividades en las que os
podéis hacer daño o podéis hacer daño a los otros y perjudicar su salud.

Por lo tanto, si queremos que los derechos de las personas de nuestro entorno sean
respetados, tenemos el deber de no vulnerar estos derechos. Si queremos que el lugar
donde vivimos sea agradable, tenemos que respetarlo, tanto si sólo es nuestro como si es
de todos.

Los derechos son las necesidades de las personas que han sido reconocidas jurídicamente,
a través de leyes internacionales, nacionales y autonómicas. Estos derechos de todas las
personas están recogidos en la Declaración de Derechos Humanos, y en cada Estado, en su
Constitución. En Cataluña, también en el Estatuto.
Valores y deberes

Valor Moral- El bien y el mal no son conceptos mentales subjetivos, sino son objetivos. Es
decir, que algo es bueno o malo independientemente de lo que individualmente la gente
piense. Todos los Nazis alemanes para el tiempo de Hitler pudieron haber pensado en el
momento, que la exterminación de los judíos (el holocausto) era una buena idea, pero al
enterarse de todo lo que sucedió, la opinión general del resto del mundo pensó que fue
una atrocidad. Mantengan en mente que es sumamente importante que se establezca
que uno de los puntos de este argumento propone que los valores morales se basan en la
naturaleza de Dios. Los valores morales tienen que ver con el bien y el mal, o podemos
decir que los valores morales tienen que ver con lo bueno y lo malo.

Deber Moral- define la obligación moral y las prohibiciones que son vinculantes para
nosotros, independientemente de lo que pensamos. Lo que intento decir es que los
deberes morales se basan en los mandamientos de Dios, y define lo que debemos o no
debemos hacer. No solo los 10 que aparecen en el libro de Éxodo capítulo 20, sino en todo
mandato de Dios.

Los deberes morales tienen que ver con nuestras obligaciones y prohibiciones de lo que es
correcto o incorrecto. Un ejemplo que combina el valor y el deber sería decir que es
incondicionalmente mal torturar un bebé como forma de entretenimiento o como un
pasatiempo. Sería decir que esto no es de buen valor y que tenemos el deber de prohibir
este tipo de acto. Para seguir la cadena de pensamiento de este argumento, también es
necesario explicar qué significa cuando se dice que algo es objetivo o subjetivo.

Objetivo: independiente de otras opiniones. (Ej. Objeto, algo que es real o verdadero a
pesar de las opiniones que se oponen).

Subjetivo: depende de la opinión ajena. (Ej. La opinión del sujeto).

Una continuación del ejemplo previo: “el holocausto (objeto) no fue correcto, sin importar
la opinión de los Nazis (sujetos) quienes pensaron en el momento que era bueno y
correcto.”
El bien y el Mal

Categorías de la ética en las que se expresa la estimación moral de los fenómenos sociales
y de la conducta de las personas. El bien es aquello que la sociedad (o una clase social
dada progresiva) considera moral, digno de imitación. El mal tiene un significado opuesto.
Los explotadores presentan su idea del bien y del mal como «eterna» y válida para todos
los hombres, remitiéndose, para ello, a prescripciones divinas o a principios «metafísicos».
Uno de los sistemas morales idealistas más influyentes es la teoría de Kant. Según ella, es
un bien todo cuanto está en consonancia con el imperativo de la ley moral, dado en cada
ser racional independientemente de las condiciones en que el hombre vive (Imperativo
categórico). Ya en la filosofía antigua, se abrió paso la dirección materialista en la
concepción del bien y del mal, de la conducta moral. El hedonismo (Arístipo, Epicuro)
consideraba un bien sólo lo que causa placer. Dicha teoría ética fue desarrollada por los
materialistas franceses del siglo XVIII, ante todo por Helvecio. El materialismo premarxista
veía la fuente de la conducta moral en la naturaleza humana, en las condiciones de vida y
de educación del hombre, pero declaraba eternas las representaciones del bien y del mal.
Por lo que respecta a la ética burguesa contemporánea, lo más característico consiste en
que, por una parte, intenta fundamentar y justificar el derecho a la explotación de los
trabajadores y de los pueblos de los países coloniales; por otra, niega el significado de
todos los juicios morales (positivismo lógico en ética). La ética marxista-leninista rechaza
la interpretación metafísica del bien y del mal. «Las ideas de bien y de mal han cambiado
tanto de pueblo a pueblo, de siglo a siglo, que no pocas veces hasta se contradicen
abiertamente» (F. Engels, «Anti-Dühring», pág. 87. E.P.U. 1961, pág. 114). Por otra parte,
los conceptos de «bien» y de «mal» tienen su fuente objetiva en el desarrollo de la
sociedad. Las acciones de las personas pueden ser estimadas como buenas o malas, según
faciliten o dificulten la satisfacción de las necesidades históricas de la sociedad. El código
moral del constructor del comunismo tal como se halla formulado en el programa del
P.C.U.S. sirve de pauta para valorar la conducta moral (buena o mala) de los hombres
soviéticos.
La esencia de lo bueno

Schlick dice que la ética teológica contiene dos concepciones de la esencia de lo bueno.
Según la interpretación más superficial, lo bueno lo es porque Dios lo quiere así; de
acuerdo con la interpretación más profunda, Dios quiere lo bueno porque es bueno.

Ludwig Wittgenstein considera que la primera concepción es la más profunda, lo bueno es


lo que Dios manda. Esto corta el camino a toda explicación de “por qué” es bueno,
mientras que la segunda concepción es precisamente la superficial, la racionalista, que
procede como si lo que es bueno todavía se pudiera fundamentar. La primera concepción
afirma claramente que la esencia de lo bueno no tiene nada que ver con los hechos y que,
por consiguiente, no puede explicarse mediante proposición alguna. Si alguna proposición
expresa precisamente lo que quiere decir Wittgenstein es: lo bueno es lo que Dios manda.

Uno de ellos es Platón, quien dividió al mundo conocido en dos grandes esferas: el de las
cosas sensibles, aquellas que podemos captar a través de los sentidos, y el mundo de las
ideas, aquellas que son perfectas y que se acercarían a la noción que podemos tener de
esencia. A esas ideas o esencias es, según Platón, a lo que debemos apuntar.

Por otro lado, Aristóteles tomó esa misma división hablando de sustancias sensibles y
sustancias que se podrían captar sólo a través de la filosofía. En este último caso estamos
hablando de la esencia de las cosas, algo abstracto que se escapa a la capacidad sensible
pero que es inteligible a través de la razón y de la sabiduría.

La esencia como reflejo de nuestras identidades

Entendemos hoy en día que todos nosotros como seres humanos y también que todas las
cosas tienen una esencia. Esto es aquello que nos hace quienes somos y no otra cosa. Esa
esencia es algo inmutable, que no se puede cambiar ni alterar más allá de que ciertos
aspectos de nuestra vida puedan alterarse, como por ejemplo nuestro estado civil,
nuestra edad, el lugar en el que vivimos, etc. Todos estos predicados contribuyen a
construir nuestra identidad pero hay algo que no varía y que permanece siempre igual en
nuestro interior, en nuestro ser más íntimo y puro que pocas veces es conciente.
Lo bello y lo justo

La posible convergencia entre la ética y la estética, entre lo bello y lo justo en la práctica


arquitectónica, es a mi juicio un problema fundamental para nuestra disciplina en estos
primeros años del tercer milenio. Esta preocupación, y su resolución particular en obras
arquitectónicas, tendrá un impacto importante no solo en el desarrollo de nuestras
ciudades, sino en la posibilidad de supervivencia de nuestras culturas. Tradicionalmente,
desde el inicio del siglo XIX y particularmente durante el movimiento moderno del siglo
XX, el interés político, ético o social de la arquitectura se ha entendido como antitético a
su sentido poético o artístico, entendido casi siempre como un problema de
«composición» del objeto arquitectónico. Ejemplos son las rubricas de “arquitectura
social” o “arquitectura sustentable” con sus connotaciones tecnológicas, tradicionalmente
opuestas a los intereses formales de los arquitectos frecuentemente considerados como
grandes innovadores formales. Hoy las posiciones de vanguardia cuestionan incluso que la
arquitectura tiene una función social o crítica, o que representa una posición política.

Numerosos malentendidos en torno a este problema han mantenido nuestra profesión en


una posición marginal en la cultura. En casi todo el mundo se perpetua el sin sentido de
una arquitectura supuestamente artística sin un autentico discurso teórico, que le de
raíces en el lenguaje y los hábitos cotidianos. O la absurda, supuesta alternativa, de una
arquitectura de interés social o simplemente sustentable que no es más que una
actividad de ingeniería civil. La polarización es falsa. La producción de una arquitectura a
la vez poética y ética no es excepcional y ha sido posible a lo largo de nuestra historia,
particularmente con anterioridad al momento de radicalización del sujeto como creador
durante el siglo XVIII. La posibilidad de una tal arquitectura en el presente, responsable de
su verdadero contexto físico y cultural a la vez que poética, ha sido la preocupación
fundamental de mis especulaciones teóricas.

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