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UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE

FACULTAD DE HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE LINGÜÍSTICA Y LITERATURA
CURSO: LITERATURA CHILENA SIGLOS: XX Y XXI
PROFESORA: LORENA GARRIDO

LA (RE)PRESENTACIÓN DE
LA “MUJER” EN LA NOVELA
NATURALISTA “EL ROTO”
MUJER OBJETO CREADA PARA EL CONSUMO DEL
HOMBRE

DIEGO RAMÍREZ ZÚÑIGA


diego.ramirez.z@usach.cl

21 de enero de 2020
¿Cómo se (re)presenta a la “mujer” en El roto de Joaquín Edwards Bello? Para responder esa
interrogante debemos considerar que aquella novela corresponde a la corriente naturalista, la
que tiene una función específica: mostrar los errores y desequilibrios del ser humano,
narrando sus vicios y bajezas con la intención de ayudar a la gente para que los corrija.
Teniendo en cuenta esto, no se puede esperar una (re)presentación muy loable de cualquiera
de sus personajes, y menos de la “mujer”, ya que en aquellos años se poseía una percepción
de ella muy distinta a la de nuestros días. En la novela El roto (re)presentan a la “mujer”
como un objeto de mercado para el hombre; se utilizarán distintas aseveraciones de críticas
feministas que entrarán en diálogo con extractos de la novela para corroborar la hipótesis
planteada.
Escribo mujer entre comillas (“mujer”), ya que, como nos menciona Simone de
Beauvoir, bajo un lente feminista no se puede definir ni encasillar dicho término, puesto que
existe un rechazo a cualquier noción de esencia o naturaleza de la mujer: “no se nace mujer;
llega una a serlo” (Moi 102). A raíz de esto, se debe considerar que las “mujeres” de las que
se hablará, son específicamente aquellos personajes que residen en el burdel.
Existen variadas formas teóricas en la que se percibe, socialmente, la sexualidad
femenina. Una de sumo interés para el presente ensayo, es la que presenta Franca Basaglia,
quien nos señala:

el cuerpo femenino ha sido considerado como “cuerpo para otros”; plantea que las
fases de la historia de la mujer pasan por las modificaciones y alteraciones de su
cuerpo. La preservación y custodia del núcleo familiar, el embarazo y la función
materna han marcado el cuerpo de la mujer como un “cuerpo para otros”: para la
procreación o para el goce del hombre. (Figueroa y Rivera 145)

En los pasajes del libro, podemos observar en más de una ocasión esta disposición
del cuerpo para el otro. Edwards nos lo deja en claro desde un comienzo al mencionarnos
que quienes llegaban a trabajar en el burdel “Soportaban sin emoción la caída como
soportarían en adelante los golpes y ultrajes, […] En sus rasgos llevaban impresa la historia
violenta de conquista y sumisión.” (Edwards 10). Estar expuesto a golpes y ultrajes sin
derecho a reclamo ni a defenderse, significa claramente un desmedro a la persona. Es tanto
el daño que se recibe, que la reduce hasta el punto tal de convertirla en un mero objeto. El
deber soportar todo aquello por la necesidad de dinero, da la impresión de que solo son un
producto de consumo que se arrienda y que ni siquiera es necesario su cuidado, porque al ser
una “mujer” en esas condiciones no poseería un valor más que el de sus servicios sexuales
dejando atrás todo el valor y su condición de ser humano. Su valor cambiaría solo si la
“mujer” cumple con los estándares de belleza de la época, además de tener ciertas
características propias de del contexto en el que se desenvuelve.

Dentro de los atributos del género femenino, lo bello ha ocupado desde tiempo
inmemorial, un lugar privilegiado en la conformación de la identidad. Georges
Vigarello afirma que “la belleza valoriza el género femenino hasta el extremo de
parecer su culminación”. Para obtener el “reconocimiento social” un cuerpo
construido e interpretado como femenino, deberá responder a los criterios de belleza
vigentes. (Solorza 4)

Como el personaje de Julia, la bonita de la casa, la más solicitada; por su aspecto, la


patrona no la reprendía cuando volvía de sus escapadas y la defendía cuando esta se reñía
con las demás: - ¿Cómo? ¡Repite tísica de…! ¡Estás apestando la casa y todavía venís con
bravatas! … ¡Envidiosa! Todas le tienen ley a la Julia porque es la más favorecida. Yo estimo
a la Julia porque es de otro rango… porque es educada como yo… (Edwards 87)
O como el personaje de Violetita, que a los trece años tuvo un cambio exuberante en
su desarrollo dando uno de esos saltos prodigiosos propios de su edad y de su sexo. Desde
muy temprana edad estaba cansada de escuchar que tenía unos bellos ojos; se lo decían en
todas partes: almacenes, en la calle, en el mercado y en la cigarrería, lo cual la halagaba. “Los
hombres aseguraban que estaba “de partirla con l´uña”,” [sic] (Edwards 37).
Continuando con el hilo de la transformación del cuerpo de la mujer a un objeto,
existe otro ejemplo; es cuando un cadete militar pasa por el burdel y ponen frente a él a las
prostitutas para que las vea y después pueda elegir a la que más le gustó. En otras palabras,
oferta y demanda: “Doña Rosa apareció, balanceándose, llena de polvos de arroz y de
autoridad. Sin saludar al visitante, fría, correcta, llenó el patio con su voz chillona.
- ¡Julia, Etelvina, Laura, niñas, pasen al salón!” [sic] (Edwards 38).
Cuando cambia el consumidor cambia el producto y viceversa. Esta aseveración
también se logra observar en uno de los pasajes del libro; ocurre cuando una de las prostitutas,
Laura, contrae sarna, provocando que su consumidor también sea alguien con dicha
patología. Lo que reafirma una vez más la calidad de objeto consumible que responde ante
un mercado: “Julia bajó los ojos con hipocresía y dijo que ella se acostaría antes con un ratero
que con un sarnoso. La noche anterior la había invitado un tipo todo comido de sarna, pero
ella se lo había mandado a Laura…” (Edwards 85).
Para que a las “mujeres” que residen en el burdel lleguen ser considerada como
objetos, es necesario pensar que, por su imaginario y la construcción social de la época, están
sometidas ante una jerarquización donde su lugar está, claro, por debajo de los hombres. De
acuerdo con Bourdieu, tal como lo cita Plaza (2007):

Las mismas mujeres aplican a cualquier realidad y, en especial, a las relaciones de


poder en las que están atrapadas, unos esquemas mentales que son el producto de la
asimilación de estas relaciones de poder y que se explican en las oposiciones
fundadoras del orden simbólico. (135)

Estas relaciones de poder ni siquiera hacen que se cuestionen su vida o si existe otro
camino para poder sustentar su existencia, ya que:

El dominado no dispone, para imaginarse a sí mismo o para imaginar sus relaciones


con el dominador, de otro instrumento que aquel que comparte con el dominador y
que consiste en categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores que
se presentan como naturales. (135)

Las manifestaciones de poder entre esta dicotomía hombre-mujer, y la mirada hacia


la “mujer” como un objeto, es algo que portan desde su llegada al mundo. Solo por ser mujer
están subyugadas y destinadas a estar a merced del hombre y más si aquella “mujer” ha estado
toda su vida en un contexto como el de un burdel:

Violetita crecía entre los polvos de Kananga y el olor de las frituras, rodando de falda
en falda, con grititos entrecortados, como una perrilla regalona; las bocas la
baboseaban y más de una mano maliciosa se había posado sobre su cuerpecito gordo,
palpando las protuberancias femeninas que en sus cuatro años precoces ya inflaban
las ropitas. (Edwards 15)
Tal y como ocurre con otros objetos de consumo, si son exclusivos todos los desean
y si no están a la venta, los desean aún más. Para obtener dicho objeto existen dos vías: la
primera, corresponde a pagar un precio excesivamente alto por él, la segunda es robándolo.
Así lo hicieron con Violetita, robaron su cuerpo, se llevaron parte de su alma, robaron su
infancia de una vez por todas, y la consumieron contra su voluntad. Utilizaron la fuerza y no
dudaron en conseguir tan raro y codiciado objeto apenas se presentó la oportunidad:

La habían encontrado en las afueras de la población, por esos basurales, entre unos
solares abandonados y el pedregal por donde se desliza el Mapocho… Lloraba en una
posición que no admitía dudas… Los policías lo dijeron todo sin miramientos en esa
casa que conocían, en medio de esas mujeres que despreciaban: ¡La forzaron! Uno
entregó los zapatos de la pobre que traía amarrados en el mango del yatagán.
(Edwards 95-96)

Como se pudo ver ejemplificado a lo largo de este escrito, la “mujer” que (re)presenta
Joaquín Edwards Bello en El roto está doblemente condenada, primero por el contexto en el
cual reside, considerando que una de las postulaciones de los naturalistas es que el contexto
determina la vida de las personas y es casi imposible poder cambiarlo, y segundo, por el
simple hecho de ser “mujer”. En este escrito, pudimos observar cómo se manifiestan las
relaciones de poder a las cuales están sometidas estas “mujeres” residentes del burdel , la
condición a la que está subyugada la “mujer “ de la época, la “transformación” de ser humano
a objeto de consumo para el hombre, corroborar que lo único que puede darle un giro a la
condición de la “mujer” es la belleza, pero que también puede llegar a ser la perdición y
cómo es la naturaleza del hombre ante la “mujer”, que fue (re)presentada como objeto de
mercado para el hombre. ¿Cuánto de ello hay en nuestros días? ¿Cuántas cosas siguen como
estaban en aquella época? De existir estas mismas condiciones socialmente hablando, ¿cómo
remediarlas? ¿Quién debe remediarlas?
Creo que la respuesta reside en la pedagogía, en el cómo enseñamos/enseñaremos a
las futuras generaciones. No es un tema menor cambiar la perspectiva colectiva que se tiene
de la “mujer”. Creo que bajo el contexto de las manifestaciones que han venido ocurriendo
y que ocurren en nuestros días, poco a poco, lentamente, se ha modificado la perspectiva de
ellas en una gran parte de la población, aunque existen dogmas como la religiosidad que con
su moralidad y sus leyes inamovibles e invariables siguen tratando de perpetuar el rol de la
“mujer” en la sociedad.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 Edwards Bello, Joaquín. El roto. Santiago, Chile: Universitaria, 2013.


 Figueroa Juan y Gabriela Rivera. “Algunas reflexiones sobre la representación social
de la sexualidad femenina”. Mujeres y relaciones de género en la antropología
latinoamericana. Ed. Soledad González Montes. México, 1993. 141-167.
 Moi, Toril. Teoría literaria feminista. Madrid, España: Cátedra, 1988.
 Plaza Verlasco, Marta. “Sobre el concepto de “violencia de género”. Violencia
simbólica, lenguaje, representación”. Extravío. Revista electrónica de literatura
comparada 2 (2007): 132-145.
 Solorza, Paola Susana. “Belleza y abyección: la representación del cuerpo femenino
en la narrativa de Silvina Ocampo”. Errancia. Revista de Psicoanálisis, Teoría
Crítica y Cultura2 (2014).

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