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ALONSO QUIJANO

Y... ¿cómo
encontraste Chile?
Y… ¿cómo encontraste Chile?
Alonso Quijano

Y… ¿cómo encontraste
Chile?

E-mail para Raymundo,


que se quedó en Francia
Ch863 Quijano, Alonso
I Y… ¿cómo encontraste Chile? E-mail para
Raymundo, que se quedó en Francia / Alonso
Quijano. – – Santiago : RIL editores, 2016.

184 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0268-3

  1 crónicas chilenas. 2 literatura chilena.

Y... ¿cómo encontraste Chile?


e-mail para Raymundo, que se quedó en Francia
Primera edición: marzo de 2016

© Alonso Quijano, 2016

© RIL® editores, 2016

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Composición, diseño e impresión: RIL® editores


Diseño de portada: Marcelo Uribe Lamour

Impreso en Chile • Printed in Chile

ISBN 978-956-01-0268-3

Derechos reservados.
Índice

Prefacio ..................................................................................... 11
I Una «seguridad» de miedo........................................... 15
II Mapuches, mestizos, sefaradíes, mezclas diversas......... 19
III La huella del ínclito Lucho Barrios............................... 21
IV Más «seguridad» y más miedo..................................... 23
V ¿Ha cambiado o sigue igual?........................................ 25
VI La herencia del albacea testamentario.......................... 27
VII Las inmutables tradiciones........................................... 29
VIII Menos «seguridad» con menos plata............................ 31
IX Manifestaciones y novedades políticas.......................... 33
X ¿Puedo integrarme realmente?...................................... 35
XI Al principio, se deprime................................................ 37
XII Los compañeros y el término de la revolución
democrática burguesa................................................... 39
XIII Puente Alto, la música y el espíritu comercial desarrollado.... 43
XIV Grasas, bellezas y más grasas........................................ 45
XV El Tricolor San Carlos.................................................. 47
XVI En los parques se ama y se muere ................................ 49
XVII Más desarrollados que en Francia................................ 53
XX Los «turcos», los coreanos y los imbéciles racistas........ 57
XXI El Lago de los Cisnes de Izquierda................................ 59
XXII En Chile se lee, aunque los libros
sean horriblemente caros.............................................. 61
XXIV «¡No digas que vienes de afuera!»................................ 63
XXV «En este mundo traidor, todo es según
el color del cristal…».................................................... 65
XXVI Soledad por todos lados............................................... 69
XXVII «La buena gente»......................................................... 71
XXVIII «No pasa nada, compadre…»...................................... 73
XXIX Una copia feliz… de las malas ideas que vienen de afuera,
como siempre............................................................... 77
XXX «¿Y por qué no volviste antes?»................................... 79
XXXI «Felices Pascuas».......................................................... 77
XXXII Gringos, predicadores y ajedrecistas en la Plaza de Armas..... 83
XXXIII Almuerzos abstractos, olvido
y más liberalismo volcánico.......................................... 87
XXXIV Algo de geografía urbana algo terremoteada................ 91
XXXVII Tratando, con Orlando, de saber
o comprender lo que viví.............................................. 95
XXXVIII El culpable de todo… según la mitología aceptada....... 99
XXXIX El terreno de experimentación de las multinacionales...103
XL Amarillo pato............................................................. 105
XLI La base real del Chile anterior.................................... 107
XLI El otro lado................................................................ 109
XLII ¡Cómprelo a crédito!.................................................. 113
XLV Pinchando en forma o pagando.................................. 117
XLVI El ambiente cálido… en verano… del Metro.............. 119
XLVII Estas son las mañanitas…muy poco del rey David,
en realidad.................................................................. 123
XLVIII La ideologización permanente y la formación
de la mentalidad pequeñoburguesa............................. 127
XLIX «¡Ya pues, váyase luego… no hable tanto!»................ 133
L Logorrea informativa y depresiva............................... 137
LI Poco a poco me voy acostumbrando… es terrible....... 141
LII Turisteando… en bus.................................................. 143
LIII Voy a dos misas sui generis…sin que se derrumbe
el altar… para rendir homenaje a la consecuencia...... 149
LIII Una película «dolorosa»............................................. 153
LIV El horror absoluto...................................................... 155
LV Escuche la radio, algo se puede sacar en limpio.......... 159
LVI El imperio del papel.................................................... 161
LVII El modelito que se gastan…........................................ 163
LVIII El ministro, los paisajes y el «servicio»....................... 167
LIX «¡Está lleno de peruanos!»......................................... 171
LX «Como decía mi madre, las mujeres
chilenas son lo mejor del país»................................... 173
LXI La conceptualización postmoderna y las «raíces»....... 175
LXII Ya estoy «in»….......................................................... 179
LXIII «Álzate América por tu dignidad».............................. 181
Sentir que es un soplo la vida
que veinte años no es nada

(…) y aunque no quise el regreso


siempre se vuelve al primer amor,
la vieja calle (…)
que con indiferencia hoy me ven volver

Alfredo Lepera
Prefacio

Estas crónicas, estas impresiones, aparecerán muy subjetivas y por


fuerza algo injustas.
Las arrojé a las vías electrónicas para un amigo lejano que, en
Francia, vive tan exiliado como lo fui yo. Escritas a menudo cansado,
después de caminar horas por las calles de Santiago. Fueron mails en-
viados tarde, solo, en un departamento arrendado, después de treinta
y tres años de exilio en Francia, donde rehíce mi vida.
Llegué a Lyon de treinta años, trabajé otros treinta y cinco, creció
mi pequeña familia, jubilé y perdí los lazos con Chile. Colaboré natu-
ralmente desde allá con la lucha de los chilenos contra la dictadura,
pero una vez que bajo la tutela de la embajada de los Estados Unidos
se hizo el pase hacia la Concertación, me separé del Chile político. No
de los lazos familiares, sin embargo.
Viviendo en otro país participo en la difícil lucha de los trabaja-
dores del mundo contra el capitalismo. Es lo más lógico y, sobre todo,
lo único posible, cercano a lo que me rodeaba ya durante decenios.
Me pareció que después de la derrota del 73, del cambio de la
chaqueta militar por una civil el 89, pasarían muchos años antes de
que recomenzara algo parecido a lo de la época vivida.
Además, había sustituido el nacionalismo tan fuerte de los chilenos
por una visión mucho más internacionalista. No me sentía francés, pero
vivía allá y participaba activamente en las luchas del pueblo francés.
Le tenía rencor a Chile además, como muchísimos exiliados que
habían vivido momentos muy difíciles bajo el pinochetismo. No que-
ría volver a un país que había cambiado la dictadura por un manto
«democrático», por casi lo mismo, no otra cosa que la herencia de la
dictadura en todos sus aspectos, salvo en la intensidad de la represión
y en el hecho de que ahora se votaba para consagrar la misma cosa.

11
Alonso Quijano

Pero terminé por volver y desde hace algún tiempo, vengo cada
año, sin hallarme definitivamente. Me siento más seguro, más integra-
do, más respetado en Francia que en Chile, a pesar de mi condición
de inmigrante. Es así, es un hecho concreto, que puede quizás cambiar
con el tiempo.
Estas crónicas las escribí cuando en el gobierno estaba la derecha,
que en el poder siempre ha estado y sigue estándolo, ya que controla
lo principal: la economía del país y el aparato represivo. Hoy día, con
el gobierno de Bachelet, se cree estar haciendo los cambios cosméticos
necesarios para limar algo las terribles injusticias y desigualdades del
país y hacerlo menos riesgoso para… los que lo explotan intensamente.
Pero pienso que solo acondiciona una nueva acometida de las clases
populares.
Porque en Chile, desde la Colonia, ha habido una seguidilla
constante de insurrecciones de los de abajo: mapuche, clase media y
trabajadores, en el mismo orden, que se suceden entre 40 y 50 años,
grosso modo. Comienzan, a menudo, con la acción de los estudiantes;
luego aparecen algunos reformistas que tratan de frenar esta espiral
ascendente con algunos cambios, y otros más reformistas aun que
empujan el carro más lejos; pero cuando los trabajadores comienzan
a entrar en la danza todo es finiquitado, liquidado, en todo el sentido
de la palabra, por las fuerzas de represión.
Por lo tanto, hay que esperar una continuación del mismo orden.
Los individuos, decía Freud, como los pueblos, digo yo, tienen una
tendencia marcada a la repetición.
Así pues, tómense estas anécdotas y reflexiones como lo que son:
las primeras impresiones de quien desembarca en un país que ha olvi-
dado y que redescubre, con todos los errores de apreciación de quien
no conoce el país actual y del que solo le quedan vagos recuerdos de
una época pasada… y que se repite para volver.
Algunas explicaciones podrán parecer curiosas a chilenos que
conocen bien el país, pero es que lo he escrito pensado originalmente
en un público francés.

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Y… ¿cómo encontraste Chile?

En Chile
Hola, Raymundo, solo en este departamento arrendado, te cuento
mis primerísimas impresiones.
El vuelo fue tranquilo y desde la ventana del avión, después de
13 horas de viaje, alcanzo a ver las montañas que protegen Chile. Se
ven inmensas, poco nevadas en este mes de octubre de 2010. Terrosas,
metálicas, terribles, aparentemente demasiado próximas al avión. Las
hemos sobrevolado durante un buen rato, en dirección en diagonal
viniendo desde el norte de Argentina, para aterrizar en la estrecha faja
de tierra que deja la cordillera en el valle central del país y su capital,
Santiago.
Después de haber dejado atrás la cordillera, el A 340 culebrea en-
tre las montañas y perfora las nubes bajas, señal de la persistencia de
la Niña, fenómeno climático que marcará toda mi estadía. El pilotaje
tiene que ser preciso: es un país de montañas altas y estrechos valles.
Algunos, transversales, aumentan los obstáculos.
Antes, como sabes, el avión atravesaba la cordillera directamente
hacia Santiago desde Mendoza en Argentina y debía zambullirse súbi-
tamente para no aterrizar en el mar… ¡Tan estrecho es el país!
El aeropuerto es moderno, de tipo familiar, sin ese lado imperso-
nal de otros aeropuertos. La gente al llegar se abraza con profusión,
ventilando su chilenidad tanto tiempo retenida en el extranjero. La
mayoría de los chilenos es muy nacionalista o abiertamente chovinista.
Tengo la intención de quedarme algunos meses para reacostum-
brarme a la vida del país. El país que me vio nacer, donde viví mi in-
fancia, hice mis escasos estudios, atravesé la difícil adolescencia y tuve
la suerte de participar en el movimiento político y social que marcó a
Chile en los años 60, hasta 1978.
Casi 33 años de ausencia… Temo que tan larga separación haya
cavado zanjas profundas, pero siento confianza. Después de todo… ¿no
soy acaso chileno? Pienso que al cabo de algunas semanas me sentiré
como pez en el agua, un agua que creo conocer bien.
Pero una vez los pies firmes en la tierra, en la tierra chilena, al
margen de sueños e ilusiones, la realidad es otra. No me encuentro
para nada...

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Alonso Quijano

Mi mirada se detiene sobre todo en las diferencias. Y me doy cuenta


de que el país ha cambiado… sin haber cambiado, según lo que veo.
Es como si hubiesen revuelto un naipe sin cambiar las cartas. Es una
extraña sensación que describiré tal como la percibí. Muy subjetiva-
mente, más como una fotografía que como una explicación.
Aunque a medida que avance en el reencuentro, conmigo mismo
y con el país, espero que las cosas me parezcan más lógicas, más fa-
miliares.

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I
Una «seguridad» de miedo

Raymundo, la primera impresión que tengo es la de una hiperexa-


geración de la «seguridad». Da miedo.
Vivo en un departamento pequeño en un edificio en el centro
mismo de Santiago. Hay tres conserjes permanentes en el primer piso
del edificio. Controlan allí las puertas. Para entrar o para salir, hay que
esperar que ellos las abran, aun si eres arrendatario del inmueble. ¡Cui-
dado de caerles antipático! Tu actitud, algún gesto mal interpretado…
pueden muy bien hacerte la vida imposible. La «seguridad» anda por
todas partes y por todas partes me molesta.
En otros barrios los guardias, en garitas, vigilan las calles y a los
transeúntes, a las visitas. En cada casa se ven adosadas a las fachadas
placas de sociedades de vigilancia, cuyos agentes no he visto nunca.
Parece ser que los protegidos deben conformarse solo con estar conec-
tados a la central por medio de sofisticados medios electrónicos… En la
noche, a una hora determinada, deben comunicarse para señalar que se
encuentran todavía con vida… De otro modo, el servicio interviene…
La competencia entre estas «empresas de servicios» es fuerte. En los
barrios ricos y no tan ricos, los asociados, además de indicar su perte-
nencia a una u otra con las ya mencionadas placas en las fachadas, se
agrupan para pagar algo menos, en concordancia con las «bondades»
o «ventajas» del sistema imperante… Claro es que antes nadie pagaba
nada: esta extorsión mal disfrazada simplemente no existía.
Es el sueño dorado de los raketeros de Chicago: tomar toda la
población de una gran ciudad bajo su protección.
En el centro encontré entre dos o tres guardias por negocio. Solo
uno en los pequeños. Sin contar los que no se ven pero que están ahí,
cerquita, escondidos, al acecho, listos para intervenir.
De visita al cerro Santa Lucía, un paseo turístico, me encuentro
con guardias vestidos con chalecos antibalas… Está bien protegido el
paseo, inocente en otros tiempos. Ahora hay que inscribir el carné de

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Alonso Quijano

identidad en un registro ad hoc si se quiere subir…Vistas las condiciones


de «seguridad», más bien paranoicas a las 10 de la mañana de un día de
semana, no subí: hay límites para todo y este no fui capaz de soportarlo.
En la mayoría de los edificios públicos o privados hay guardias
que se arrogan el derecho de interrogarte de tus idas y venidas en los
parajes. Los edificios más resguardados disponen de un cartel en el que
se lee: «Antes de entrar, identifíquese con el conserje». Se trata, por
lo general, de un cartón o una tabla hechiza que se observa detrás de
los barrotes de las rejas que se abren bajo las órdenes del cancerbero.
¡Qué cantidad de rejas hay en este país! Por todos lados. En los
primeros pisos, en los segundos pisos, en todas las entradas de las casas
y los edificios, aún en los condominios donde viven con total seguridad
los propietarios y arrendatarios.
Rejas y alambrados eléctricos son el paisaje urbano de los barrios
ricos, menos ricos y aun pobres. Una «elegancia» que no existía en
mis tiempos.
Los negocios llevan el círculo de seguridad aun más lejos y es nece-
sario dar el rut que te identifica en todas partes y a todas las personas en
cualquier momento, para mostrar que no eres un peligroso delincuente que
entró en… ¡una tienda que vende teléfonos en pleno centro de la ciudad!
No hay un peso en el establecimiento: todo se hace por tarjetas
bancarias o cheques y en la puerta hay dos gorilas que hacen gala de
sus Colt 45 y muestran sus caninos.
Pero no temáis: Chile es una democracia ejemplar… Lo aseguran
todos los que se dejan tratar como delincuentes potenciales, todos los
días, a toda hora, en todo momento. Los mismos que viven como los
presos detrás de rejas. Eso aquí es la norma, al parecer.
En los grandes almacenes hay más guardias con enormes revólveres
y chalecos antibalas; también en los bancos, entre los empleados, se
ocultan guardias, tal como lo dictan los manuales de seguridad. En la
tele —ya hablaré de eso— se ven muchas películas glorificando a… los
guardias. Todos están bien guardados, un poco demasiado...
Los uniformes son variopintos y se hacen competencia entre
aquellos azules tirando al gris con las impecables camisas blancas
combinadas elegantemente con pantalones negros, la raya roja sobre
el costado. Otros, más inspirados, se ponen en la cabeza sombreros en
punta similares a aquellos de la policía del Canadá (nunca encontré una
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Y… ¿cómo encontraste Chile?

explicación a tan extraño mimetismo). En resumen, un lujo estrambó-


tico de tenidas. Un caleidoscopio multicolor de la seguridad al que hay
que agregar a los pobres pacos todavía color verde diarrea de guagua.
Aun los taxis llevan en sus techos amarillos los números y letras
pintados de negro, enormes, de sus matrículas… ¡para que los heli-
cópteros de la policía puedan seguirlos desde el cielo!
Policías en los barrios, guardias de seguridad en los barrios. Todo
el mundo en búsqueda de medios para tener sus propios guardias.
Empresas de seguridad por todas partes. Ofertas de empleo para guar-
dias de seguridad puestas en los postes del alumbrado público, en las
calles, en pleno centro de Santiago. Ofertas de formación, pagadas,
para guardias de seguridad a lo largo de tres páginas de un diario de
anuncios. Seguridad por todos lados.
¡Impresionante!
Cuarteles de la policía de investigaciones en pequeños pueblecillos.
Y toda esa gente que hace sonar sus sirenas y bocinas o sus voces por
los que están menos dotados, tratando de afirmar su importancia, jus-
tificar su presencia, que es la condición necesaria para la conservación
de sus salarios y de sus empleos.
Deben adorar a los delincuentes. Sin ellos, es la cesantía asegurada.
El pinochetismo combinado con el miedo de perder «lo que tanto ha
costado ganar» ha penetrado profundamente.
Poco a poco cada uno se convence de que está amenazado por
los delincuentes que ha fabricado el terriblemente desigual sistema
chileno; que es necesario, obligatorio, contratar los servicios de las
empresas de seguridad.
Es una bola de nieve que ha rodado sin piedad sobre todos los que
poseen algo, aterrorizándolos, haciéndoles meter la mano al bolsillo. Es
también un arma política temible. El delincuente, la seguridad, el espí-
ritu pinochetista forman un todo, se sostienen los unos con los otros.
Guardias en el Metro, policías armados en el Metro. Altoparlantes
que ayudan a la gente a alinearse para su propia seguridad. De todos
lados llegan consejos de seguridad para beneficio de los pasantes.
Mensajes al interior de los vagones del Metro. La gente reacciona
como autómatas convencidos bajo el diluvio de propaganda, de con-
cienciación aseguradora. O porque una larga experiencia les indica
no desobedecer jamás.
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Alonso Quijano

Una paranoia de seguridad muy bien mantenida. Espeluznante.


Pero ¿corresponde a la realidad?
Nada he visto por el momento… pero el ambiente es pesado. Se
está tan en seguridad que se teme el robo o la agresión en todas partes.
La gente que camina, cuando siente que alguien camina detrás suyo, se
vuelve y mira asustada, prevenida, pronta a defenderse o a reaccionar.
Se calma después si el peatón «no tiene facha de delincuente». Pero
nunca se sabe: los delincuentes han cambiado de pinta.
Según los diarios, hay más de un asalto a las casas de los muy ricos
por semana. Pero parece ser que los diarios han disminuido la impor-
tancia de la cosa. Antes, cuando fue necesario elegir un conservador de
mano dura, todos los días tanto los noticiarios de la TV como los diarios
«abrían» con escenas horribles de asaltos y otros actos delictuales.
La seguridad no solo hace bajar la cesantía.
Escucho sirenas lanzadas a todo dar a las tres de la mañana… al
parecer son ambulancias. Pasan tres veces y en ninguna de las tres veces
apagan sus sirenas estridentes, salidas directamente del último ejemplar
estadounidense; peor aun: de la ambulancia último grito de las series de
la TV. O simplemente de un bombardero Stuka: tan estridente suena.
Luego es una alarma de auto que se dispara intempestivamente. Son
de muy mala calidad y a lo largo de mi estadía las he escuchado casi
todas las noches sin que jamás haya habido un motivo real. Suenan por
todos lados y yo me despierto cuando suenan; los demás, no sé. Parece
que es el precio que hay pagar por la tranquilidad. Los que trabajan
o no duermen o se acostumbran y van al trabajo casi sin dormir. La
seguridad ante todo. Se piensa en seguridad, en presencia policial, en
publicidad. La ambulancia es privada y manifiesta la eficiencia de su
servicio y por el resto… por el sueño de los vecinos… ¡que cada uno
se vaya al diablo por el camino que más le guste!
Deben terminar por acomodarse… El hombre es un animal de
costumbres.
En la calle observo a la gente. Una cantidad increíble de gente en
las calles, mucho más que en Europa, quién sabe, menos que en India.
Tienen muchos un aspecto a la vez de rabia contenida y derrotada
esperando, sin saberlo, su turno. Como si tuviesen la cabeza inmersa
bajo una mano potente que les sujeta.

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II
Mapuches, mestizos, sefaradíes,
mezclas diversas

No existe un tipo chileno, a pesar de todo lo que se ha escrito o


dicho a este respecto. La facilidad con que los confundo con los pe-
ruanos u otros sudamericanos es una prueba.
En todo caso, si alguien quiere establecer una tipología «racial»,
algunos historiadores chilenos, como Encina, hablan de una raza chi-
lena; al menos de primera vista se encuentran dos tipos muy marcados
y vistos a menudo: el indígena que ya no lo es más y el descendiente
del sefaradí que ya no lo es más tampoco.
Lo más divertido de todo esto es que muchísimos negarían pertene-
cer a una o la otra de estas categorías. «¿Judío yo? ¡Jamás!», gritarán
aquellos que a través de los largos siglos de integración no saben que
son los descendientes de los cristianos nuevos, sefaradís, de los con-
versos que el muy católico Rey de España obligó a abjurar.
Tome usted cualquier guía telefónica chilena y verá páginas y
más páginas de Pérez, Pereira, López, Castillo, Maldonado, Herrera,
Benavides, Santa Cruz, Santa María, Del Campo, De la Fuente, Iglesias,
Méndez, Espinosa, Bañados y tantos otros apellidos sefaradís.
En Europa, muchos chilenos, asombradísimos, se enteraron que
eran de tipo norafricano. Estos orígenes sefaradís han sido ignorados
y hundidos, muy profundamente en el inconsciente colectivo chileno.
Ahora, ¿indio? Ni el más nacionalista aceptaría serlo. Aunque los
rasgos indígenas de muchísimos habitantes saltan a la vista de todos
aquellos que han pasado un cierto tiempo en el extranjero.
Y salta tanto a la vista que los turistas mal informados, que tienen
un juicio más bien favorable hacia los pueblos originarios, no com-
prenden la indignación de los chilenos. «¿Sabís que más, huevón? ¡Ese
gringo culiao me trato de indio!» No se les insulta impunemente…

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El conocido gusto de los gringos, la tendencia inveterada de eu-
ropeos o norteamericanos de casarse con mujeres locales de rasgos
indígenas marcados, confirma no solamente la belleza cierta de algunas
mapuches y mestizas.
En todo caso, comprenderás que no tenía la intención de hacer un
estudio racial que tendría tanto valor como otros estudios parecidos,
esto es, ninguno. Menos aún perderme en la jungla de mezclas entre
inmigrantes europeos, sefaradís, cristianos viejos o mapuche, sino tratar
de pintar algunos tipos físicos del país. Por lo demás, este tipo de tema
se presta más a divagaciones y a prejuicios que a un análisis serio y no
puede servir para cernir la incalculable diversidad de los habitantes de
una zona geográfica.
¿El chileno? Eso existe y no existe. Esto es, como singularidad,
como categoría. Lo que existe es un grupo de habitantes del planeta
que, por el atraso persistente de la humanidad, se encuentra aislado,
confinado en límites geográficos estrechos. Y ahí, se ha desarrollado
una forma propia de la cultura sudamericana.
En el largo plazo, es una cultura pasajera, por lo demás muy influi-
da por lo que pasa fuera de sus fronteras. Muchos chilenos admiran,
porque así se lo han enseñado, a los norteamericanos y a los europeos
y todo lo que no es chileno.
Así y todo, esta cultura es auténtica y rica, producto de la vasta
contribución, de todo orden, de los que han vivido en Chile por dos
siglos. De manera que la influencia externa, pero sobre todo los cambios
engendrados por la geopolítica del mundo, por el avance tecnológico
y las ciencias, los ha forjado y transformado.
Pero definir un solo tipo chileno es imposible dadas las extraordi-
narias diferencias de clase y de origen que se encuentran, la multitud
de parejas mixtas, sin hablar de las diferencias físicas, culturales, inte-
lectuales e individuales…
Chileno es el que tiene un carné de identidad; más allá resulta
difícil encontrar un mínimo común denominador distinto a la mitolo-
gía aprendida en la escuela, que está principalmente al servicio de las
clases dominantes.
III
La huella del ínclito Lucho Barrios

Me salta a la vista en las calles lo que con el tiempo había ol-


vidado: la existencia de una gran sociabilidad organizada en torno
al amor. La gente se besa largamente, distraídamente, en las calles,
en los buses, en el Metro, en los parques, en todas partes, salvo, muy
probablemente, en sus casas. Es una exhibición permanente del amor,
que me trae viejos recuerdos.
De regreso de una caminata, un jueves por la tarde, me cruzo con
algunos jovencitos y jovencitas que se lanzan frenéticamente los unos
sobre los otros con tanto empeño como falta de ganas. Se nota que es
una suerte de pasión calculada y destinada, digamos, a cimentar una
probable unión a futuro, mucho más que un deseo verdadero. He visto
algunos zambullirse en el pasto, justo al frente de peatones, para rodar
desordenadamente el uno sobre el otro…
Se podría creer que los niños nacen con profusión de tamaña sen-
sualidad; pero no. Chile presenta una baja tasa de natalidad. «Como
la de los países desarrollados, mi viejo perro lanudo», dice orgulloso el
chileno, siempre tan chovinista, convencido de la propaganda criolla.
Más del sesenta por ciento de las mujeres dicen no gozar de esas rela-
ciones. Pienso que la encuesta mide por abajo: los veo besarse durante
largo tiempo, la mente en otra parte. Se besan de labios y el cuerpo
anda por otra parte. ¿Para qué sirve eso?

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IV
Más «seguridad» y más miedo

Unos amigos me muestran, entusiasmados —de todas maneras


uno no puede más que verlos—, unos rascacielos horribles que se cons-
truyen en los barrios ricos. Son una de las muestras del progreso del
país. Cada uno más alto que el otro en un país donde hay terremotos
constantemente. Se me asegura que son perfectamente antisísmicos. En
todo caso, aquellos que vivan ahí tienen interés que así sea.
Otras torres están en construcción, pero siempre custodiadas, esta
vez para impedir el robo de los materiales de construcción.
Me cuentan que la petulancia tan característica de los burgueses
chilenos se ve menos que antes, quizás porque viven más encerrados o
más lejos. En todo caso, la seguridad les cuesta caro y les echa a perder
el sistema nervioso. Se comprende. Porque vivir esperando, a cada
rato, que una banda de desposeídos haga irrupción en sus casas para
desvalijarlos o matarlos, si oponen resistencia, debe ser insoportable.
Es por eso que se ven, en todas partes, advertencias destacadas de
las empresas de seguridad en las fachadas de las casas. Dicen: «Casa
protegida por la Sociedad de Seguridad Merengano» o «Zutano», y
es todo lo que se ve. Las puertas blindadas, las sirenas, los carteles de
rechazo, los alambrados de púas, las alambradas electrificadas le dan
el toque distinguido a los barrios ricos y no permiten ver el interior.
Raras son las casas que no se protegen. Son aquellas de los que no
tienen un peso en esos barrios, quienes, por un concurso lógico de cir-
cunstancias, se encuentran perfectamente seguras. Los delincuentes no
las atacan, distinguiendo perfectamente, ellos también, quién es quién.

23
V
¿Ha cambiado o sigue igual?

Me sorprende —el único sorprendido soy yo, pues la cosa está


totalmente consumada— la gran cantidad de mujeres que trabajan
presentando u ofreciendo toda clase de folletos y tarjetas de crédito.
Viven de la comisión que puedan obtener de esas ventas o enganches.
Muy poco en verdad. Se encuentran en casi todos los grandes comer-
cios del centro y de las calles más comerciales. Vi cuatro, no menos, a
la entrada de una gran tienda.
El Ministro del Trabajo saca la voz más hueca que posee para
felicitarse de la baja tasa de cesantía. Así, cualquiera. Basta trabajar
en eso algunas horas por día y se sale de las estadísticas. Y hay miles y
miles que trabajan en una serie de cosas similares totalmente impro-
ductivas. No hablemos de los lustradores de zapatos, de los cuidadores
en estacionamientos de autos, de los vendedores de todo y de nada
en las calles.
«No compre mercadería robada», predica la televisión de tiempo
en tiempo.
Todos me preguntan, esperando una respuesta entusiasta y admi-
rativa: «¿Encontraste cambiado Chile?». Al principio, inconsciencia
mía, respondía: «No, no ha cambiado». Y por dentro, al mismo tiempo
que pensaba que había metido las patas al ver las cara de limón que me
ponían, pensaba: «Es lo mismo o peor», pero aquello me lo guardaba,
naturalmente.

25
VI
La herencia del albacea testamentario

Cambié de opinión visitando el campo. Viajando al Norte vi kiló-


metros y kilómetros de plantaciones de árboles frutales destinados a
la exportación. Enormes plantaciones de árboles frutales explotados
con métodos científicos y las técnicas más modernas y eficaces.
Los latifundios fueron liquidados en gran parte, así como los pe-
queños propietarios por una industria capitalista del agro que exporta
hacia los países capitalistas avanzados. La burguesía chilena tomó fir-
memente las riendas del poder de la tierra y esto es, efectivamente, un
gran cambio. La toma de la tierras, del agua también, completa y brutal.
Pero no seré yo quien critique la brutalidad histórica, si es necesaria.
Esto del agua tiene ribetes tragicómicos. A esta ley pinochetista la
llaman, haciendo esfuerzos denodados para contener las carcajadas,
«distribución racional de los recursos hidrológicos». La ley de aguas,
pues, les permite comprar el agua… Las empresas capitalistas compran
entonces toda el agua, construyen represas y secan a los pequeños
agricultores que se transforman en asalariados por el mínimo salario
campesino. Parece sacado de los libros clásicos.
De hecho me corrigen: en el campo, de los setecientos mil trabaja-
dores agrícolas, no hay más del 50% de los asalariados contratados; el
resto es temporario. Los temporarios ganan como promedio un tercio
menos que el mínimo. Solo 10% de las obreras tienen un contrato
de trabajo. Ellas que con sus manos delicadas cogen los frutos y los
acondicionan.
Naturalmente hay muy pocos sindicalizados, porque no es cosa
de arriesgar la pega… Muchos y muchas se intoxican con la ingestión
de pesticidas y otros productos químicos. Las jornadas, en tiempos
de cosecha, pueden llegar hasta 15 horas de trabajo. ¿La jubilación?
Muy lejos en el horizonte. Algunos calculan que se necesitan 120 años

27
Alonso Quijano

para los que trabajan solo durante las estaciones productivas del año
agrícola.
¿Los empresarios? Una historia alegre de éxito empresarial. 1.400
millones de dólares por concepto de exportaciones de frutas permite
reforzar el matrimonio feliz de los grandes propietarios agrícolas con
los capitalistas nacionales y extranjeros. Es la base del enriquecimiento,
del progreso, del cambio y del optimismo beato de los que se aprove-
chan del país. Aunque es cierto que para esos señores y señoras… ¡el
país es ellos!
La larga lucha por la Reforma Agraria dio lo que siempre ha dado:
una agricultura capitalista. Con doscientos años de atraso, cierto, pero
un progreso a la escala histórica, sin dudas. De hecho, mirando las cosas
de frente, Pinochet fue el albacea testamentario de la Reforma Agraria
por la que luchamos contra Alessandri, hasta Allende.
Ya ves, Raymundo, no luchamos en vano, aunque el resultado no
es exactamente el que esperábamos.
Y ese cambio capitalista ha formado el espíritu del país, que para
muchos chilenos es el egoísmo más estrecho elevado a la categoría de
filosofía de sentido común. El individualismo más limitado es tenido
por la forma más simple y lógica de las relaciones entre seres humanos,
que son «todos iguales» frente al dios mercado.
¿Serán todos tan iguales?

28
VII
Las inmutables tradiciones

El tema del día, de muchos días, de días enteros de la programación


de la radio y de la televisión, es el destino del entrenador de fútbol del
país. Comienza temprano en la mañana y no termina nunca.
En Chile las tradiciones antiguas no se pierden; tanto así que,
sorprendido, he visto a los mismos ídolos de la canción que atronaban
hace 35 años, salvo los que se han muerto, naturalmente.
Como he dicho, esas tradiciones comienzan temprano y se discute
de política desde la mañana en la tele, que es un horror. Y se discute
largamente, ad nauseam, repetitivamente. Chile sigue politizado, sin
duda alguna, esta vez por la televisión.
Otro discurso no he escuchado y me parece que mi punto de vista
sería recibido con una gran incomprensión; entonces me callo. Así, en-
tro en el molde en el que se encuentran todos; no sé si hago bien o no.
Y sin embargo, he visto pasar de lejos tres cortejos de manifestan-
tes: uno de una huelga que dura ya más de treinta días. Los cortejos
no llevan mucha gente y desfilan custodiados por la policía, como en
Francia. He visto afiches de otras huelgas tan largas como esta.
Probablemente esta impresión se deba al hecho de que no estoy
en contacto con nadie, ni de la vida del trabajo ni de los estudios ni
de la vida militante de la gente. No conozco ya a nadie en Santiago.
Mañana voy a ir a visitar las asociaciones de ex prisioneros
políticos y la Feria del Libro. Quién sabe, con suerte, encuentre con
quien intercambiar ideas en esta ciudad que me parece compuesta de
autómatas ideologizados.

29
VIII
Menos «seguridad» con menos plata

Me fui a pasear del otro lado del Mapocho, el río que atraviesa
Santiago de este a oeste. Un hilo de agua que viene de la cordillera,
sucio, frío y tumultuoso que pasa por medio de la ciudad a paso de
carga. Ese barrio es, sin ser el peor, harto menos rico. La seguridad
manifiesta desaparece casi completamente y el comercio ambulante está
por todos lados. Todo cuesta más barato, pero no garantizo la calidad.
Vine con mi hermano que saca un rollo de billetes sin preocuparse
mucho de la delincuencia. Empiezo a pensar que todo esto es muy exa-
gerado, que se trata de venderles seguridad a los comerciantes, aunque
también al resto de la población que puede pagársela.
Subiendo por calle Independencia, el contraste con el centro de
la ciudad golpea. Todo aquí está destinado o a una muy pequeña
burguesía pobre, a empleados de la administración pública o de la
salud o a obreros calificados de ingresos algo mayores que el mínimo.
Trabajadores que viven en el barrio o que trabajan allí.
Mi hermano me dice que se puede ir de día pero cuando cae la
noche, vale más encontrarse en casa. No me doy cuenta exactamente,
pero sin otra fuente de información, integro la idea y la pienso.
En el límite de esos dos mundos, la Feria del Libro. La recorrí
rápidamente. No se trata de un lugar de encuentros con escritores o
de conferencias interesantes: es un lugar de ventas. Parece ser que el
mercado dicta ahí sus leyes aún más duramente. No compré nada y
no sé si hay otras expresiones de la cultura.

31
IX
Manifestaciones y novedades políticas

La Plaza de Armas no está lejos de mi departamento y allí, una maña-


na, me encontré con un grupo del Partido Comunista Acción Proletaria
que proponía su diario. Una decena de militantes. Les compré uno por
una módica suma. Pero su diario me pareció ininteligible. Parecen par-
tidarios de Stalin y del Che Guevara… me quedó poco claro. También
observé un afiche llamando a manifestar por los presos políticos. Voy
a ir a ver. En cuanto a ese partido, una novedad que desconocía: no
parece estar más allá de las actividades de propaganda.
He visto al menos tres publicaciones de izquierda. Dos semanarios
abiertamente populistas y uno pasablemente escatológico.
No vi ninguna línea editorial clara. O no la tienen o yo no me di cuenta.
El Siglo, del Partido Comunista, se ve en los quioscos. Se trata
también de un semanario porque no parece tener público suficiente
como para financiar un periódico. En Santiago, como sabes, hay casi
seis millones de habitantes.
Pasando delante de La Moneda, escuché unos altoparlantes lan-
zados a fondo. Un cierto número de jóvenes se dirigían a la Plaza de
la Constitución donde antes se hacían las concentraciones políticas.
Se trataba de una Gay Pride color local hecha por jóvenes de barrios
periféricos exageradamente maquillados, algunos famélicos o así me
pareció, que bailaban contorsionándose sin convicción. Otros, alejados
del estrado hacían también lo que podían.
Los buses llegaban cargados hasta el tope y desembarcaban estos
jóvenes que imitaban a aquellos de otros países. Eran demasiado jóvenes
para que me quedase mucho tiempo y por lo demás se veían como una
mala copia de lo visto en otras partes o en la tele. No parecían muy con-
vencidos de lo que estaban haciendo y creí ver más el éxito de aquellos

33
Alonso Quijano

que los habían lanzado por ese camino que una manifestación propia.
Quién sabe si la defensa de sus derechos deba pasar por esta fase…
Me fui a casa sin volver la mirada ni pensar más en esa copia
poco fiel.

34
X
¿Puedo integrarme realmente?

He visto un cierto número de peruanos en el centro de Santiago y


en los barrios acomodados. Me parecieron simpáticos y equilibrados.
Me gustaría conocer a algunos, pues parecen tranquilos, corteses; pero
¿nos entenderíamos? Lo dudo. Las barreras de clase funcionan a full
aquí y allá también. Todos me tratan de «caballero» y yo me deprimo
delante de esta forma de cortesía olvidada. La encuentro más una fór-
mula clasista que una de verdadera cortesía, aunque es muy utilizada.
¿Cómo te verías en Francia a caballo por las calles? ¿O tratado
de caballero? Es ridículo.
De ese modo, no me atrevo a hablarle a la gente, sintiéndome
desconectado de los hábitos, costumbres, de la manera de ser y aun
del hablar de los chilenos. Paso rápidamente, murmuro monosílabos,
huyo del contacto.
Los chilenos me parecen andar reprimiendo, sin darse cuenta,
una enorme violencia integrada y los veo deambular como fieras en-
jauladas. Esta impresión subjetiva (en un momento quise borrar este
comentario que me pareció exagerado) lo he compartido sorprendido
con otra gente que ha vuelto. Por lo demás, y esto lo sabes, hablan un
castellano mal modulado y estereotipado, con una serie de fórmulas
convencionales fabricadas recientemente que no reconozco. Sabrás
que aquí se dice «bacán» para expresar «muy bueno», como decían
en nuestro tiempo solo los argentinos. En todo caso, los peruanos que
he escuchado, hablan muchísimo mejor, con una sonoridad simple y
bien modulada.

35
XI
Al principio, se deprime

En tal ambiente me deprimo, Raymundo, así es que terminé por


retomar mis cursos de piano y llamé a Luis para preparar una ida
a Concepción. Luego de eso me fui a ver a Germán, quien me había
invitado para el sábado. Me inscribí también en el Centro Cultural
Español que presta libros e Internet. Me esfuerzo por conocer gente
e integrarme.
Fui a ver a los exonerados políticos, pero estaba cerrado. Me puse
entonces a practicar piano y hago largas caminatas de reconocimiento
que terminan por darme el cansancio necesario para dormir.
Ayer estaba anunciado un meeting para los prisioneros políticos.
Fui a ver: había un mar de personas pero nadie, absolutamente nadie
haciendo un meeting o algo que se le parezca. Ni policías, salvo los
habituales.
Toda esa gente se ocupaba de sus propios asuntos en medio del
ajetreo diario, habitual, cotidiano. Estaba negro de gente en las calles
y también en la Plaza de Armas, el lugar indicado.
Parecía como si todos supiesen que una manifestación no se hace
más, que toda convocatoria no tiene consecuencia, que no hay más
protestas .
Me quedé de una pieza, perplejo. Después de todo, no se ponen
afiches si no se tiene la intención de hacer lo que se dice, sobre todo
sobre un asunto dramático como ese… ¿Se trataba de un llamado de
un pequeñísimo grupo? ¿De una prohibición? No tenía el aspecto….
¿Había leído mal? No, el afiche parecía reciente.

37
XII
Los compañeros y el término de la
revolución democrática burguesa

Todo me parece indicar que en el Chile del cambio capitalista en el


agro, se ha instalado una especie de estabilidad momentánea. Hasta
las ideas me parecen con un retraso manifiesto. Por lo que se ve en las
calles, un regionalismo mapuche parece dominar todo tipo de consig-
nas. Las ideas han retrocedido o comienzan a recuperarse desde las
luchas por la independencia nacional de «los pueblos originarios»,
desde la Colonia de hecho.
¿Me equivoco? ¿Y los trabajadores? La larga huelga de las farma-
cias fracasó sin resultados. Después de 32 días de huelga, nada. Como,
me dicen, la gran mayoría de las huelgas son lanzadas como último
recurso y no son nunca triunfadoras.
¿De dónde sale esa energía para pasarse treinta y dos días de huel-
ga activa, con las dificultades económicas sabidas, bajo un ambiente
general hostil? Vi pasar buses cubiertos de consignas delante de la
indiferencia de la gente. ¿Puede concluirse que es la situación deses-
perada o la determinación de los que se encuentran de cara al muro
y que no tienen nada que perder, pero que pierden de todas maneras?
Por todas partes manifestaciones de solidaridad con los mapuches.
Muros pintados un poco por todos lados con sus consignas en lengua
mapuche, tee shirts que llevan muchachos y muchachas muy jóvenes,
periódicos que tratan el tema.
¿Qué pensar? ¿Qué hacer? La experiencia directa me muestra que
entre lo que dicen los refugiados en Francia y la realidad en Chile, hay
un abismo. No conozco a nadie que me explique…
De mañana me fui a la Agrupación de Exonerados Políticos. Estaba
abierto y al interior de una vieja casona encontré una dama modesta de
tipo clásico de antigua militante. Se mostró muy cordial presentando,

39
Alonso Quijano

sin embargo, los rasgos de alguien que había luchado toda su vida, pero
que también había perdido muchas batallas. Aunque todavía dispuesta
a luchar, todavía dispuesta a servir a la causa.
¿Algo sabemos de eso, no, Raymundo?
Había otro compañero (el «compañero» es de rigor) también muy
acogedor.
Ellos, antes que preguntase, me señalaron que había llegado tar-
de… a pesar de que yo venía por unos certificados. Después de muchos
circunloquios y explicaciones, la respuesta no varió en un milímetro.
No quedaba nada para mí. Aunque no hubiese pedido nada, como
era el caso.
En medio de esa muestra palpable de incomprensión mutua, lle-
gó otro compañero harto menos compañero, pero haciendo gala de
una cierta autoridad, quien cuadró el debate sobre mis pedidos, que
no había hecho, y sobre mi persona. «¿Cómo era posible que no me
hubiese inscrito antes?». Para él, yo venía por la ley que otorga dinero
a los exonerados y a los ex prisioneros políticos.
Aprovechó, antes de que yo pudiese abrir la boca, para pasearse
por el sistema de jubilaciones francés y dijo a sus colegas que se había
informado en detalle de las manifestaciones contra el proyecto Sarkozy.
Yo, que venía de allá, que había participado de todas las manifestacio-
nes, que soy jubilado francés, no tuve parte en ese entierro; ni siquiera
me preguntó acerca del valor de su información.
Enseguida se pronunció sobre las diferencias de ingresos entre un
jubilado chileno y un jubilado francés o de alguien venido de allá… en
transparente alusión a mi situación. Una vez que le expliqué a lo que
venía, que tenía que ver con un certificado más que otra cosa, me indicó
que debía procurármelo con algún «patrón que yo conociese». Yo no
conozco ninguno y su sectaria provocación me hizo subir la mostaza.
Así es que le espeté algunas verdades con un tono de pocos amigos.
Subió el tono y se permitió hacerme algunas críticas sobre los chilenos
de Francia, sobre su falta de información sobre Chile, sobre mi descuido
al dejar pasar esa indemnización que, sin decirlo, comparaba con las
escuálidas pensiones de aquellos que permanecieron bajo Pinochet.
Le respondí precisándole que había renunciado a ese beneficio por
mi propia voluntad. Que esos pesos corruptores de los continuadores

40
Y… ¿cómo encontraste Chile?

de la política de Pinochet no podían compensar ni hacer perdonar


los crímenes de la dictadura, a pesar de mi naturaleza poco amiga de
venganzas y rencores, y el tono subió aún más.
Pero terminé por asegurarle que no pensaba mal ni de ellos ni de
aquellos necesitados que se habían desagraviado en algo de los sufri-
mientos pasados. ¿Para qué pelearse con aquellos que, yo al menos,
considero como camaradas?
Me fui como vine y sin ganas de volver. Decididamente, aquellos
que se quedaron aquí nos toman por una banda de aprovechadores
que lo pasamos bien allá y que volvemos para pedir lo que estaría
harto mejor en los bolsillos de los que realmente lo necesitan. Como
si fuera culpa nuestra.

41
XIII
Puente Alto, la música y el espíritu
comercial desarrollado

Eran ya las once de la mañana y me fui en el Metro hacia el sur


para ver el desarrollo de la ciudad en esa dirección. Veía desde el tren
una serie de pequeñas casas con aun más minúsculos jardines. Los
terrenos no tienen más de 150 metros cuadrados. Más lejos, cerca de
las montañas, como es corriente en Santiago, se veían algunos loteos
con casas más grandes. Pero era solo una impresión: habría que mirar
más de cerca.
Me bajé en el terminal del tren, en Puente Alto, que me pareció
un pueblo campesino cuya cercanía con Santiago lo transformaba en
un híbrido pueblo dormitorio. Había un sector comercial importante
con las mismas casas comerciales que monopolizan el mercado por
todas partes.
Entré en una tienda que dice que todo lo soluciona y compré un
jeans, desafiando cualquier concurrencia, en nueve euros al cambio.
Cuando me disponía a pagar, contentísimo del regalo que había en-
contrado, uno de los empleados se me acercó pasa susurrarme al oído
que me iba a hacer un descuento de un euro cincuenta… Me quedé
de una pieza, no dije nada y me encontré todo sorprendido en la calle
con un jeans nuevo. Tengo todavía mucho que aprender.
Luis me llamó y voy a ir a Concepción a principios de diciembre. De
regreso a las 14,30 h empecé recién a preparar mi almuerzo. Almorzar
tarde es señal de que algo me voy acostumbrando.
En la tarde me fui a oír unos lieder de Brahms cantados por tres
sopranos chilenas en el Goethe Institut. Como sabes, siempre me
ha gustado el canto y especialmente el alemán. El anuncio lo había
escuchado en la radio. Mala suerte, lo habían suspendido para otra
fecha ya que en la Plaza de Armas, a pocos pasos de ahí, daban gratis

43
Alonso Quijano

Carmina Burana. Me carga la Carmina Burana, no solo porque como


música es mala, sino porque además es algo fascista.
Fui a ver de todas maneras. No quedaba lejos de donde vivo y sin
otra cosa que hacer…
En medio de la plaza me encontré con una excelente sorpresa. Un
grupo de jugadores de ajedrez practicaban una especie de juego rápi-
do sin preocuparse del resto del mundo. Son buenos jugadores que se
exhiben en medio de un público conocedor. Tienen la costumbre de
insultarse copiosamente, pero sin maldad, lo que es uno de los placeres
tolerados de este juego entre amigos: el hábito inveterado de hablar y
de lanzarse pullas mientras se juega.
Tú podrías entretenerte un montón y ganar algunas partidas.
Y una mala sorpresa. Después de haber esperado media hora que
la orquesta tuviese ganas de comenzar en medio de ensayos no com-
pletamente armónicos, finalmente encontró su director, su tiempo y
sus ganas y se puso a tocar.
Y sin decir ¡agua va! empezaron a tocar no la Carmina Burana,
sino que… el «Puro Chile … y el asilo contráááá la ooopresión». No
quise escuchar más, no había venido a escuchar himnos nacionales y
me fui casi corriendo. No estaba para músicas si hay que tragarse con
ello la música chovinista.
La Plaza de Armas está llena a eso de las 20 h. Se encuentran siem-
pre en algún rincón y aun en medio, algunos pastores que se agitan y
predican violentamente. Chile traspira por todos los poros una violencia
desviada de su objetivo verdadero, enterrada, mal reprimida, a pesar
de que ha sido ferozmente reprimida. Es por eso, seguramente, que se
refleja por todas partes. En los rostros, en la manera de hablar, en el
conducir, en el tiempo condicional que todos utilizan permanentemen-
te, presentando un lenguaje alegórico, imaginario, hiperbólico, pero
sobre todo hecho y dicho sin comprometerse, en tiempo condicional,
siempre. «¡Estaríamos viéndonos!» quiere decir «hasta pronto» o,
simplemente, «chao».

44
XIV
Grasas, bellezas y más grasas

Un problema de peso. Más del 40% de los escolares están con so-
brepeso y, viéndoles circular por las calles, más que eso, agregaría.
No hablemos de los adultos; deben vencer todos los records. Antes
no llamaba la atención la obesidad; había obesos, pero pocos. No sé si
es una impresión reciente, tanto como constatar el carácter indígena
o mestizo de la gente.
Antes no me daba cuenta, pero desde que me bajé del avión me
saltó a los ojos, sin poderme alejar de esa visión de obesos. ¿Han en-
gordado porque se alimentan más? No he constatado un aumento de
la estatura media importante. ¿Comen mal? Eso, más que seguro; y
abundantemente, según me dicen, la llamada «comida chatarra». ¡Y
cuánta sal le ponen a las comidas! Buena para blindarse las arterias.
Los chilenos continúan siendo más bien chicos o no muy esbeltos.
Salvo excepciones, naturalmente. A partir de los 40 años, no hay una
sola mujer a la que se pueda mirar. Y en esto soy generoso, ya que a
los treinta y cinco comienzan a echarse a perder. Y por el estómago,
principalmente. Salvo excepciones, naturalmente. No es que sean poco
agraciadas; hay algunas muy bellas, algunas morenas muy bonitas, pero
de estructura más bien cuadrada. Son muy raras las que son esbeltas
sin parecer raquíticas o pequeñísimas.
Cuando son jóvenes se ven mejor, y aunque muchas tienen las
piernas muy gruesas, exhiben una cierta firmeza de carnes. Pero cuan-
do llegan a la edad adulta, la mayoría sufre un desparramo de carnes
fofas y desbordantes.
Las liceanas presentan el mismo tipo algo indígena, pero más
deslavado. Se encuentran también flacas sin formas ni colores, de un
aire enfermizo; parecen gallináceas desplumadas.

45
Alonso Quijano

Pero ¡qué cantidad de mujeres obesas! Los hombres algo menos,


pero no lejos.
Con decir que las raras gringas que se ven están mejor… ¡Quién
lo hubiese dicho!

46
XV
El Tricolor San Carlos

Mañana voy a ir a almorzar con Germán. Espero que no me haga


el proceso del emigrado del que no se escapa tan fácilmente. Siempre
lo mismo, es imposible pasar inadvertido, imposible decir que viví
inmigrado en Francia, tan imposible como comprender a este país.
Me gustaría encontrar un verdadero amigo o amiga, pero esto
último es imposible en esta sociedad del «pololeo», del pinchar, del
amor que se muestra abiertamente en las calles, en los parques públi-
cos, por todas partes.
Donde Germán solo me queda volver a masticar viejos recuerdos y
nada nuevo. Germán cree que pienso demasiado, solo en mi departamen-
to. Le digo que no pienso en nada, que asesino el piano. No le digo que
escribo y que eso me impide pensar o pensar mucho. Eso es deprimente.
En su casa comí demasiado, sometido a la regla estricta de la tra-
dición chilena del «bien comer», esto es, dar de comer al huésped —o
víctima— hasta que reviente.
Paré el asalto como pude y con cierto éxito. Como siempre, se
produjo el enfrentamiento entre sus costumbres campesinas francas
y directas y las de sus hijas mucho más «como se debe ser». Ellas re-
producen el discurso dominante. Chile es los Estados Unidos en algo
menos y será muy pronto desarrollado, sea esto lo que fuese que ellas
quieran entender.
Fuimos a ver un partido de fútbol de barrio. Un partido como de
esos en los que participábamos años ha, treinta y más años ha. Los
mismos jugadores, el mismo público, el mismo fútbol acompañado de
«xuxadas» y de los consejos contradictorios de la tribuna que participa
sin complejos en el desarrollo del match.
El público estaba dividido. Algunos aconsejaban táctica; otros
querían enseñarles desde la tribuna a los que jugaban cómo se jugaba
al fútbol y otros les gritaban que jugasen como ellos lo entendían sin
hacerle caso a los eternos críticos y este consejo era el más puesto en

47
Alonso Quijano

práctica, aunque sin que los jugadores lo escuchasen. En realidad, es


poco lo que se escucha cuando se está jugando, salvo un ruido confuso
y entremezclado desde la galería.
Perdimos 1 a 0. Me sentía bien, en mi ambiente y contento de
percibirme integrado y partícipe de los comentarios y consejos. Tanto,
que me dieron ganas de ponerme los chuteadores.
«No hay mucho terreno para el fútbol», se quejaba Germán. «Los
proyectos inmobiliarios compran todos los terrenos y construyen torres
de veinte y cinco pisos o más. ¿El derecho al deporte?». Un terreno es la
propiedad del que puede comprarlo, es decir, de los que tienen dinero. Es
así como el terreno de fútbol que visité es hoy día un proyecto de Parque de
Sport para clientes que pueden pagar, cerrado a la mirada de los transeún-
tes, donde la seguridad está garantizada. Naturalmente, los terrenos y los
equipamientos son mejores. Antes solo había un terreno disparejo, terroso
o barroso, pero donde los equipos de los barrios proletarios podían jugar.
Germán preguntó por ese jugador que se había roto la pierna la
semana última.
—Está todavía en el hospital— le respondieron.
—Como, ¿no lo han operado todavía?
—No, no hay ningún cirujano disponible. Hay una lista de espera
de doscientos pacientes antes que él.
Metí mi cuchara:
—Pero, es urgente, puede perder la pierna…
—Claro, pero así es hoy en los hospitales públicos. No tenía Fonasa
ni plata para ir a uno privado, entonces…
Sin dinero y sin seguro, uno puede reventarse en medio del «de-
sarrollo».
—La salud está recontra mala— comentó Germán con la filosofía
resignada que le caracteriza.
¡Diez días de espera por una pierna quebrada!
Es el sistema chileno en toda su gloria: pague o reviéntese.
En la cancha nada ha cambiado, pero ya no se escucha gritar
«¡Traigan el botiquín!», lleno de fierros y quiscas con los que se ani-
maban algunos encuentros amistosos de otros tiempos.
Bueno, en realidad, no lo sé. Por el momento no he visto más que
un solo partido, de viejos cracks, además.
¡Ah! ¡Los recuerdos del Tricolor San Carlos!
48
XVI
En los parques se ama y se muere

No hay mucho que hacer; entonces me fui a pie a visitar una biblio-
teca. Una hora de caminata. Me leí la Historia del Reino de Chile de
Góngora y Marmolejo. A eso de las dos me metí en un restaurante de
peruanos donde me sirvieron carne con arroz y ensalada. Más típico
imposible.
Continué mi deambular sin objetivo fijo ni dirección. Me senté
en un parque donde corría una brisa suave muy agradable, como es
corriente en Santiago. Delante de mí, a izquierda y a derecha, las pa-
rejas se restregaban sin pudor. Unas muchachitas apenas adolescentes,
liceanas con uniforme, practicaban el arte amatorio desenfrenadamente
encima del césped al que habían confundido con un lecho de dos plazas.
Estas actividades son contagiosas, sus ganas son comunicativas,
así es que me ubiqué en otro lugar. Pero en el otro lugar encontré una
pareja entre los cuarenta y cincuenta en lo mismo. Casi les digo «¡Vá-
yanse a un Hotel en vez de calentar el agua en un parque!». Me pareció
indecente. Los jóvenes eran otra cosa pero los viejos se encontraban
manifiestamente fuera de lugar. Quién sabe si me equivoco, no lo sé.
A lo mejor no podían hacerlo de otro modo… En todo caso, se pincha
firme (¿se dirá todavía así?) en los parques y encima de los parques.
Más cerca de mi departamento, en el Paseo Estado, cansado, me
senté a observar a la gente. Tenían un aire de personas agobiadas y
perdidas, sin saber, al parecer, qué hacían allí.
En los jardines públicos no solamente hay parejas de adolescentes
sin dinero que se enrollan los unos contra los otros besándose hasta
perder el aliento. Hay también trabajadores que mantienen los jardines.
Y no miran a los enamorados. Muchos son ancianos de edad avanzada,
cercanos a los setenta años, hombres en su mayoría, pero también mu-
jeres. Hace pensar en empleos de caridad para viejos sin recursos. Viejos

49
Alonso Quijano

que arrastran las patas, cargados de mangueras, tirando máquinas de


cortar el pasto que desplazan lentamente, difícilmente, gastando sus
últimas energías, cansados a morir para poder ganarse la vida.
Son malos calculadores. Me informaron que los candidatos a la
jubilación pueden optar por una fórmula que les garantiza una pensión
algo menos mínima si aceptan apostar por la edad de su propia muerte,
un sistema Drácula de pensiones. Pueden decir, por ejemplo, que no
vivirán más allá de diez o quince años o los que se quiera después de
jubilar, para así recibir algo más de dinero. Es la «libertad» total…
Si por desgracia se vive más, se produce la catástrofe. El sistema
deja de pagar: ¡Usted ha perdido la apuesta! Hay entonces que morirse
de hambre o ir a trabajar donde se pueda.
Nadie o muy pocos, naturalmente, deben apostar. Entonces tra-
bajan hasta cuando más pueden, aun cuando a partir de cierta edad,
naturalmente, no lo pueden hacer. O se buscan trabajos más fáciles
como conserjes, lo que es muy codiciado, o jardineros de los prados
de barrios ricos, jardineros de jardines públicos y otras ocupaciones
similares. La verdad, Raymundo, no se me ocurre qué otros trabajos
pueden desempeñar estos pobres. Aún he visto muy poco.
Se dice que hay una cantidad increíble de «nanas» —las mismas
que en mi tiempo eran llamadas «empleadas domésticas»— y guardias
de todo tipo; más que profesores o técnicos. Este solo dato caracteriza
un sistema profundamente degenerado.
Como puedes ver, el «desarrollo» es más bien el desarrollo de la
mano de obra improductiva…
También prosperan los lustradores de zapatos, los limpiadores de
autos, los que reservan los lugares para estacionar el coche, en fin, todos
aquellos que pelan el ajo por unas pocas monedillas. Pero no creas
que se les mira en menos, pues como la ideología oficial obliga, se les
llama emprendedores. Es una sociedad al uso y tranquilo usufructo de
los ricos de este país, que disponen de seguridad y de servicio. El reino
de Jauja hecho realidad, al que ellos miran como la forma correcta,
normal y necesaria de la realidad.
Pero no se crea que no se quejan de este estado ideal, que no deja
de tener sus defectillos, pues nada es perfecto en este bajo mundo.

50
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Pues bien, esta gente no concibe un mundo sin nanas, jardineros,


limpiadores de autos y casas… «hombrecitos» de mano, en general,
peruanitos que esperan al lado de la Catedral un trabajito por el día,
y otros ejemplares del pueblo, que son en realidad sirvientes… Todos
se muestran obsequiosos, pero al mismo tiempo se les adivina un
rencor profundo, enterrado, subterráneo, espantoso, un odio de clase
inconsciente que los agota, ocultado a fuerza.
Y no hablemos de los odios y los celos entre ellos cuando se dis-
putan las migas y los restos que caen de la boca de oro del patrón. El
odio con el que miran a sus semejantes, a los que quisieran acercarse
al cuerno de la abundancia; a esos les muestran los dientes y ante ellos
adoptan modos de patrón. Las mismas maneras que ellos debieron
aprender y sufrir desde el primer día de su trabajo.
Aprenden a juzgar a los patrones y a la demás gente sobre todo por
lo que aparentan, por la ropa que llevan. Como lo experimentaste ya
antes, Raymundo, existe una forma de vestirse de clase en Chile. Aun
tener un cierto número de teléfono, me han dicho, es motivo de distin-
ción social. Si por desgracia usted no está vestido como «caballero»,
o su número de teléfono no comienza por los números adecuados, le
mostrarán los dientes. Si usted está bien vestido será lo contrario: una
sonrisa sumisa de bienvenida, aunque poco comprometida, como si
se pusiesen automáticamente en una posición subordinada. Te harán
llover «señor» y «caballero» a profusión.
Mucho cuidado con aquel que no respeta los códigos de clase en
Chile. Todos los conocen, todos dicen que son absurdos y ridículos y
todos proclaman que nada se puede hacer para cambiarlos.
Es esta la razón suficiente para tener también una preocupación
constante por lo que está de moda. Hay que estar a la moda para ser
reconocido como un caballero o al menos pasar por uno de ellos;
para andar tranquilo, seguro de sí mismo y no ser tratado peor que
un estropajo.
Desgraciadamente, la moda tiene sus propios códigos y son siempre
los más ricos, los más burgueses, los que la dictan.
En todo caso, la «moda» de revolver los tarros de basura de los
barrios pudientes ha vuelto. Esta moda había desaparecido por ahí

51
Alonso Quijano

por los años 60 o se había desplazado. Anda tú a saber. El caso es que


por ese entonces no se la veía.
Ahora la veo perfectamente. Al principio pensé que se trataba
de una reminiscencia antigua, algo modernizado, pero efímera. Han
cambiado el triciclo por una viejísima camioneta. Y los que ejercen este
oficio, al contrario de los de antes, ordenan pacientemente los cartones
de un lado, las botellas del otro. Siempre mirando desconfiadamente,
siempre dispuestos a defender su presa de otros congéneres y a la vez
temiendo los insultos y prohibiciones de parte de los guardias de los
edificios que les conminan a «echarse a volar». Los guardias, ellos, a
la caza fantasmagórica de delincuentes.
El otro día encontré tres recuperadores de basura. No se trataba
de un caso único, sino que de la industria artesanal de recuperación
de los basureros de los ricos… organizada por los pobres.
Todos empresarios, ya te lo dije, y así parecen concebirlo todos.
La ideologización «neoliberal» —como la gente de izquierda le llama
aquí al capitalismo— ha sido llevada, sin lugar a dudas, hasta sus
límites más extremos.

52
XVII
Más desarrollados que en Francia

Hace ya casi un mes que estoy aquí y comienzo a ver más claro. La
delincuencia es la misma que en los años cincuenta y es la delincuencia
de un país dividido en dos, gracias al modelo económico y político.
Se ha practicado desde muchos años una lucha de clases implacable
contra los trabajadores de este país. ¡Y me he demorado un mes para
darme cuenta de esa perogrullada! Como disculpa, me refugio detrás
de la intensa campaña por la Seguridad que anda por todos lados, y
que toma por sorpresa a los recién llegados.
Al día siguiente, arrastrado por los consejos reiterados de una
serie de personas, me fui al Parque Arauco buscando un regalo para
la hija de mi cuñado… No encontré lo que buscaba ni compré nada:
todo es carísimo. Pero salí completamente aturdido. Es la Part Dieu,
que conoces en Lyon, aunque dos veces más grande y tres veces más
profusa en variedad de productos y marcas. Me pregunto si existe en
Francia algo similar. Allí dentro, las grandes casas comerciales y las
pequeñas rivalizan para proponer toda clase de artículos del mejor
gusto, de un lujo de masa, quiero decir no exclusivos, a pesar de la
propaganda que se le hace a lo «exclusivo», diría «excluyente», aquí.
Uno se encuentra sumergido por un despliegue de productos de vestir,
productos de belleza, adornos, artículos para bebés, todo lo superfluo
y necesario para la casa y todo lo demás que se me olvida. Todo lo que
«tiene» que llevarse, que «está» de moda, todo lo que es «indispen-
sable» para ser —y sobre todo para parecer— diferentes… al pueblo.
En resumen, todo lo que la «clase decente» de los Estados Unidos
o de otros países ricos puede comprar, se encuentra allí. Todo para que
la burguesía chilena, como es su costumbre, gaste, ya que obtiene el
máximo posible de sus obreros sobreexplotados y porque no encuen-
tra cómo reinvertir lo que gana. Pero sobre todo para asentar bien su

53
Alonso Quijano

signo distintivo de clase y no solo en relación con los trabajadores,


sino también en relación con otras clases medias y aun entre ellos.
Los pequeñoburgueses se alinean bajo ese modelo y los proletarios sin
consciencia de clase, lo sueñan o lo imitan mal.
El espíritu en ese ambiente de cosas bellas y caras, inaccesibles
pero deseables, se envenena. Esas mercaderías que marcan tan clara-
mente cómo ostentar el éxito en esta sociedad, donde el parecer es tan
necesario como el respirar, dejan el ambiente irrespirable. El resultado
es un tipo de malas copias de burguesas de países desarrollados, de
una histeria estereotipada «natural» muy pronunciada. Se buscará en
vano gente auténtica salvo si lo auténtico es lo que se ve. Me parece
que pagan muy caro los productos caros como para comprárselos.
Este despliegue de bellísimas mercaderías ofrecidas refinadamente
induce en las personas una tentación de la que es muy difícil escapar,
un veneno violento que hace su nido en el alma y provoca, en aquellos
que pueden acceder, un sentimiento atroz de orgullo vano, irracional.
Y para todos aquellos que desean esas mercaderías y no las pueden
comprar, una frustración amarga, odiosa, que quisieran satisfacer
cueste lo que costase.
Arranqué de ahí lo más rápido que mis flacas piernas me lo per-
mitieron para recobrar la paz del espíritu.
Los que pueden pagarse eso, tienen no solamente una clara cons-
ciencia de la poción que tragan comprando, sino de la distancia que
establece con el resto de la gente. Una distancia que ellos mismos tratan
de disminuir con respecto a los habitantes de EE. UU. o de Europa,
los que son vistos, por un fantasma creado por la propaganda omni-
presente, como compradores habituales de esos productos, pero que
en realidad, como sabes, constituyen solo una capa social tan estrecha
como aquí. El resto compra chino.
Hay un cierto número de estos grandes centros comerciales en San-
tiago, un escándalo en medio de la pobreza que se ve por todas partes.
Por lo demás, los mismos artículos que se venden en ellos se encuentran,
quien sabe si algo menos elegantes, en el Centro, más baratos.
Estos centros comerciales tienen algo que segrega a los pobres,
algo de «exclusivo», como dicen sus mismos carteles de propaganda.
No solo porque son carísimos y solo pueden comprar en ellos los que

54
Y… ¿cómo encontraste Chile?

tienen un ingreso importante o los que se sacan las tripas para «estar
bien». Por lo demás, los mismos productos se encuentran en otras
partes sensiblemente más baratos.
Desde las escaleras de entrada de ese conjunto de lujo pareciera
verse dibujada una boca que, con una mueca grotesca, grita: «¡Fuera
los pobres!». Aun cuando el acceso no le es negado a nadie…

55
XX
Los «turcos», los coreanos
y los imbéciles racistas

Para equilibrar mi visión de la realidad, fui con Pablo a Patrona-


to, que es más popular. ¿Cuánto más popular? No sabría decirlo, he
perdido el instinto de reconocimiento de las clases sociales, pero es
innegablemente más popular.
En todo caso, no está lleno de coreanos ni de «turcos» como el
prejuicio nacionalista y excluyente de los chilenos me lo hacía suponer.
Hay pocos y me parecieron integrados en la masa de comerciantes muy
chilenos que exhibían sus mercaderías y sus estómagos.
¡Qué absurdo es el racismo! ¡Y qué abiertamente se encuentra en
Chile!
Me esperaba un barrio chino versión chilena. Nada. Algunos raros
comerciantes coreanos están tan integrados que no se les distingue. Los
chilenos dicen que «viven entre ellos y no se integran». ¿No te parece
estar escuchando a los racistas franceses?
Entré en uno de esos negocios y encontré una pareja de coreanos de
lo más abiertos y sonrientes. Conversé con ellos un instante, y aunque
al principio mostraron alguna desconfianza —habiendo vivido fuera sé
de dónde viene—, muy pronto estaban con la cara llena de risa. Pablo
miraba desaprobadoramente desde la distancia…
Se prepara una segunda generación difícil. Ayer, en un parque, un
grupo de coreanas o japonesas hacía un pícnic nada más correcto y
normal. No había una sola chilena que se les acercase, pero cuando
hubo necesidad de un pañuelo por una sangre de narices de un niño
chileno, ellas lo ofrecieron gentilmente. O son los primeros momentos
de una futura convivencia cosmopolita o es el principio de problemas
como aquellos que se ven en Europa.

57
XXI
El Lago de los Cisnes de Izquierda

Ya sabes, Raymundo, que me gusta el ballet. Son las diez de la noche


y vuelvo de la representación de El Lago de los Cisnes en el Teatro
Municipal. Casi me la pierdo y sin embargo había dejado de lado todo
compromiso, no tanto por el espectáculo mismo, sino por los recuerdos
que me trae de mi nieta adorada. ¡Me hubiese gustado tanto que la
hubiésemos visto juntos! Habría estado embrujada y yo mirándola.
Pensé llegar media hora antes para observar al público presente,
pero, mala cabeza, me equivoqué de hora y llegué justo al inicio…En
todo caso al público lo vi en el entreacto.
El espectáculo fue correcto, bueno aún, sin ser una maravilla. Salvo
por dos detalles importantes. Para empezar, el bailarín que interpretaba
a Rothbar era de clase internacional y sobre todo la coreografía era
de una rara inteligencia.
Me pasé toda la función preguntándome cómo iba a hacer la co-
reógrafa para terminar la obra. ¿Sería Rothbar quien triunfaría —el
«malo», como dijo una niñita sentada no lejos— según la versión
original? ¿O terminaría a la soviética, con el héroe positivo y el amor
venciendo al germanizante Rohtbar?
¡Nada de eso! Entusiasmadísimo vi a los cisnes sublevarse y darle
muerte al tirano, a ese Rohtbar que había transformado a las mujeres
en objetos, en cisnes. Me dije: ¡Un final totalmente antipinochetista!
Aplaudí emocionado.
Hubo una ovación para Rohtbar, ese magnífico bailarín, y grandes
aplausos, naturalmente, para Haydée, la coreógrafa. Una bonita tarde
de danza. El rol femenino principal tenía oficio, pero sin riesgos; el
primer bailarín hizo su papel sin más pero sin menos. La orquesta… la
parte menos exitosa del conjunto, aunque bien; ya le había escuchado

59
Alonso Quijano

interpretar Carmina Burana y desde ese entonces había pasado solo


una semana o dos: no podía haber grandes cambios.
Se sale contento de este tipo de espectáculo. Uno se reencuentra con
lo mejor que ha producido la humanidad y dan ganas de continuar la
obra de conjunto. Al menos de contribuir con ella. De defenderla. Es,
después de todo, lo mejor que queda del hombre frente a la barbarie
cada vez más omnipresente. Y no es un espectáculo exclusivamente
para burgueses. El arte por esencia es antiburgués.
La composición sociológica de la sociedad, de todas las socie-
dades, cada día es más favorable para los trabajadores y hace que el
arte sea visto, apreciado y comprendido por capas cada vez mayores
de trabajadores. Quién sabe si solo por los mejor pagados; pero esto
se va ampliando. No entiendo por qué razón el goce del arte debiera
dejársele exclusivamente a la burguesía.

60
XXII
En Chile se lee, aunque los libros sean
horriblemente caros

He aprovechado para leer, tanto en la Biblioteca Nacional como


en el Goethe Institut. Entre un historiador reaccionario como Gonzalo
Vial y Thomas Mann, paso el tiempo mucho mejor.
Vial parece un Encina de tiempos modernos, pero Thomas Mann
es lo que se llama un gran escritor. Hay muchas cosas de él que no
se encuentran en francés y que he leído aquí, como su llamado a los
europeos contra el peligro nazi y sus ensayos sobre Schopenhauer,
Nietzsche y Freud.
El que más me gustó es el de Schopenhauer. Debiera enseñarse
en las escuelas la forma cómo escribe ese análisis. Mann expone con
gran agudeza y profundidad el punto de vista de Schopenhauer, para
terminar sin un ápice de descortesía y respetando el valor de la obra
del filósofo, con una crítica sin concesiones.
Muestra cómo el pensamiento de Schopenhauer va a abrir el ca-
mino a todo el pensamiento romántico, irracional, de fondo profun-
damente reaccionario. Cómo Schopenhauer es el continuador casi en
línea recta de Platón, que conserva lo que Engels calificaba como la
peor parte de Kant, la cosa en sí. Solo faltaría un análisis de clase para
completar una visión tan profunda del pensamiento de Schopenhauer,
pero de eso se encargó Lukács, que en su tiempo fue su amigo.
Probablemente, Thomas Mann sea el último y el mejor represen-
tante del racionalismo burgués fuera de su época. ¡Y qué regalo su
escritura! A la vez simple y profunda, jamás pedante, sin olvidar nada,
siempre justa y llena de reminiscencias para el lector, con ideas que
van a lo esencial, que levantan los aspectos más importantes tanto de
la obra como de la crítica.

61
Alonso Quijano

Fue un alemán «italiano» y, por si fuese poco, músico, tal como


lo han sido siempre los mejores alemanes en literatura.
Sus obras son como esos queques alemanes llenos de toda clase de
confites y algo relajantes. Cada frase pasea al lector por tantos lugares,
provoca tantas reflexiones, tantas emociones racionales y asociaciones
de ideas que uno se encuentra rápidamente flotando en un mar de
conceptos y perspectivas que duran largos momentos.
Lo que hace que sus libros sean «difíciles» de leer y haya que
recomenzarlos cada vez. Yo no puedo leerles como una novela cual-
quiera. A cada párrafo me detengo para pensar lo que ha sugerido,
implicado, hecho ver con una gran lucidez. ¿Cómo se puede de esa
forma terminar un libro?
Su Doctor Fausto es una cumbre condensada de literatura, de histo-
ria, con un fondo interesantísimo, que fuerza a detenerse y a reflexionar
largamente. En todo caso, ¡buen provecho! para aquel que lo lee.

62
XXIV
«¡No digas que vienes de afuera!»

Como me vienen unos dolores de tipo indefinido, fui a consultar a un


amigo. Este me llevó donde un amigo suyo, también médico, quien, en
dos minutos me diagnosticó un herpes, sin cobrarme nada; pero, para
mi gusto, su dictamen fue algo rápido.
Es que nadie rehúsa hacerle un favor a un amigo aunque sea para
otro amigo… al que no se conoce. Los médicos en Chile no tienen in-
terés de tener muchos amigos. Trabajarían gratis y mal, todo el tiempo.
Claro, como es para un amigo, no cobran: «¡Cómo se te ocurre,
hombre!». Esa consulta se hace entonces a la rápida, ya que es solo un
favor para un amigo, y no se le puede pedir más.
Es que duermo sobre un colchón en el suelo, por el momento, y
eso debe provocarme algunos dolores musculares. De herpes, nada.
Más tarde, en su departamento, conocí a otros de sus amigos. Uno
de ellos había adoptado una actitud tan peculiar que yo no hacía más
que observarlo. No alcanzaba a comprender su accionar manifiesta-
mente artificial, semicómico y amargo a la vez.
Aprovechó él un silencio para informarme de su paso por el
MIR… (en el imaginario popular se cree que un exiliado es cercano a
ese grupo); de cómo «antes del golpe» había recibido un balazo que
conservaba todavía, pero que había abandonado tanto la bala como
el MIR por la literatura.
No supe qué decirle, salvo expresarle alguna preocupación por
su salud. Más tarde nos invitó a una exposición de arte en el barrio
bohemio de Santiago… que se ha convertido, nos dijo, «en un puro
comercio, nomás». Lo que es cierto.
Las otras personas eran todas muy simpáticas, pero no paraban de
hablar de sus estadías en otros países, ya que, como todos los chilenos,
son muy amigos de lo extranjero. Y hacen gala de sus conocimientos en

63
Alonso Quijano

otras lenguas. Esto es constante en todas mis incursiones en sociedad,


ya que mi llegada siempre es precedida o anunciada en estos términos:
«Viene de Francia». Algunos hasta me presentan como «el francés».
Usos y costumbres que aprecio en su injusta medida...
Tuve la sorpresa de constatar que todos trataban de acercarse a una
dama que, según mi opinión algo cáustica, no representaba ninguna
presa digna de la caza celosa de tanto varón cincuentón. En realidad, al
poco rato, no vi en eso más que un juego convencional poco interesante
que no seguí. Lo que me acarreó los desdenes y frialdades de la dama.
Es que sus escotes pronunciados que no tapaban sus carnes flácidas y
su cadavérico rostro de ojos glaucos y sin expresión, habrían necesi-
tado de una reforzada cortesía de mi parte que, distraído, no ejercité.
Cada uno, pues, tocaba su partitura y yo me aburría con tenacidad
tratando de comprender al más folclórico que seguía en plan de hacer
el loco. En cierto modo todos y todo eso me pareció que salía del alto
horno en que fue fundida la mentalidad del chileno de hoy día… por
la dictadura.

64
XXV
«En este mundo traidor, todo es según
el color del cristal…»

Después de dos meses en Santiago, con más distancia, comienzo a


creer que mis primeras impresiones son injustas, poco ajustadas a la
realidad. Después de todo, uno puede adaptarse a esta realidad y la
puede encontrar casi aceptable mientras se tenga dinero. Y, compara-
tivamente al resto de la población, tengo ese dinero.
De hecho, no lo sé, ya que cuando escribo esto, temo pasarme para
el otro lado. A una adaptación limitadísima, acrítica de esta sociedad
tan injusta y que vive sentada sobre dos volcanes prontos a explotar.
Hay una guerra social larvada siempre presente, agudísima aunque
recubierta de una delgada capa de represión y de olvido y una prospe-
ridad relativa basada en la tarjeta de crédito deficitaria, utilizada por
todos hasta para comprar el pan y que reventará un día con efectos
devastadores.
Por el momento, contentémonos con estas impresiones, a veces
objetivas a veces subjetivas que pierden su frescura con el tiempo y
que se transforman en recuerdos de recuerdos que redescubro ya viejo.
Mañana parto a Concepción y cansado, quisiera esta tarde hablar
de los lentes oscuros.
Como te acordarás, es una vieja costumbre chilena, y probable-
mente no solo chilena, de llevar por todas partes lentes oscuros. Para
muchos está destinada a mostrar un aspecto de sí más de acuerdo con
los cánones hollywoodienses y para otros para ocultar la mirada. Una
máscara llevada con facilidad por un número incalculable de gente
aun en los lugares más sombríos. Esto me hizo darme cuenta de la
importancia de los lentes oscuros.
En el porte de esos lentes hay dos momentos trascendentales, dos
actos fundadores. Cuando se los ponen y cuando se los sacan.

65
Alonso Quijano

Se ponen para ocultarse y poder, al fin, llevar la mirada donde se


quiera, echándole la culpa al sol por su timidez momentánea, por su
voyerismo o por su acceso de paranoia pasajera.
Lo segundo consiste en sacárselos… con arte.
Los lentes oscuros se llevan en las sociedades de clase o peligro-
sas. Esos lentes oscuros los llevan generalmente los oprimidos de esas
sociedades o los poco seguros de sí mismo, a menudo los unos son los
otros. Todos temen no alcanzar el estatus social al que pretenden o al
que quisieran pertenecer.
Es que la mirada es violenta aquí. A la espera de un desafío o di-
rectamente desafiante. Dispuesta a responder con la misma moneda.
Extrañamente, la gente se mira, mira mucho a los otros, mucho más
que en otras partes. Quieren saber «donde están metidos, donde se
metieron».
Esa mirada algunos optan por no hacerla y otros la guardan como
una segunda opción, como un revólver armado en el bolsillo. Otros
llevan la mirada por el suelo, sin coraje, sin poder afrontar la violencia
de las otras miradas, como alguien que se siente derrotado ya, que no
pasa al acto…pero que devolverá la mirada si «lo miran mal». Es un
miedo con límites que los lentes oscuros atenúan enormemente.
Mucho mejor es andar con «las lentejas», con los lentes oscuros.
Y así poder mirar desde detrás de su barricada de vidrio a las de-
más personas. Es un mundo vitrificado, de un cierto modo sartreano.
Propio de su concepto subjetivísimo de «el otro». Lógico, él vivió la
guerra; aquí está larvada, congelada.
Sacárselos se hace con una sonrisa o una expresión de interroga-
ción, con un gesto facial. A menudo, imitando a aquel héroe o figura,
mejor del cine que de la televisión, con el que nos identificamos. O como
para cerciorarse de que quien se encuentra al frente no es peligroso.
Las miradas son escrutadoras en Chile, se quiere saber quién está
delante, no tanto para acercarse como para precaverse. Se encuentran
miradas de lado, furtivas, defensivas, listas para atacar o huir, mira-
das que no miran, miedosas, desconfiadas, inseguras. ¿Y las miradas
francas, abiertas, amorosas? No creerás, Raymundo, pero no he visto,
al punto que me pregunto si existen. ¿Ni siquiera miradas de amor, de
eso que tanto se canta, habla y ve? No, solo miradas que la gente toma

66
Y… ¿cómo encontraste Chile?

como tales pero que más parecen de cálculo: «No m’estarís haciendo
una cochiná?».
No todas son así; otras parecen las miradas de actores de cine ocul-
tos detrás de lentes oscuros que finalmente se entregan a las miradas
del público expectante: «¿Cómo estoy, cómo me veo?». Escrutan a los
interrogados… y se vuelven a poner los lentes.
Como algunos actores italianos, a los que los chilenos y los lati-
noamericanos se parecen, más que a los españoles, en su gusto por la
«pinta». ¿De dónde viene eso?
A lo mejor se me escapa algo… yo no digo más que lo que obser-
vo y lo que comparo. Natural por lo demás que la violencia social se
refleje por todas partes. Para no verla hay que usar unos tremendos
lentes bien oscuros.
En el Metro, bajo tierra, con luz artificial, lentes oscuros. En la
calle, lentes oscuros. De paseo, lentes oscuros. Voy a comprarme un
par yo también por eso de que al reino que fueres, haz lo que vieres;
viviré obscurecido detrás de vidrios ahumados. También quiero que
no me «calculen». Desgraciadamente, ayer, cuando fui a buscar un
par, fui recibido por un «¿Oiga, usted no es de aquí, ah?» sin vuelta.
Imposible ocultarse aun detrás de lentes oscuros.

67
XXVI
Soledad por todos lados

Llegué temprano a Concepción luego de un viaje sin conversación.


Nadie habló en todo el trayecto de más de cinco horas. Produce una
sensación angustiosa el silencio prolongado de un grupo de desconoci-
dos. Pero Luis, quien se encontraba en el terminal, me invitó a almorzar
mariscos y pudimos conversar como en los viejos tiempos. Preguntó
muy amablemente por ti.
Estoy en un décimo piso con vista impagable sobre una ciudad que
no reconozco. Veo, no lejos, edificios deshabitados que tienen las líneas
horizontales quebradas debido el terremoto del 2010, pero que no caen.
Son los edificios más altos. Uno de ellos está completamente
acostado en la tierra. Un poco por todos lados se ven casas, iglesias
evangélicas y católicas por igual, edificios públicos, resquebrajados,
murallas a medio caer, a medio apuntalar.
Vine a Concepción a buscar un documento que ya tengo en el
bolsillo; la administración pública parece eficiente, pero nadie quiere
que me vaya. La soledad golpea por todos lados, aun aquí y no me lo
esperaba.
Es un fenómeno de masas que no pensaba encontrarlo en Chile,
descrito por los emigrados como una tierra acogedora y sociable. Y
menos en Concepción, capital de provincia. Todos me lo confirman y
dicen que el que piensa un poco, se aísla. Extraño concepto… Es una
crítica social muda, semiconsciente y deprimida. Es una depresión
política y mi presencia despierta los más vivos recuerdos políticos,
mucho más que recuerdos de amistad, obligatorios. Soy quien tuvo
que partir del país por político. Transporto el recuerdo de esa época
política en mi maleta, una época que se confunde con sus juventudes…
políticas también.

69
Alonso Quijano

Y eso, a pesar de que no quieren acercarse conscientemente a esa


actividad peligrosa con la que me marcan, que llevo como marca. La
necesidad, o la política —es lo mismo— asoma su nariz impertinente.
A pesar de todas las puertas cerradas, subrepticiamente me introduzco
por entre las rendijas.
En Concepción, nada ha cambiado, en realidad; todo parece es-
tar como antes, con una apariencia de calma chicha pero hirviendo
fríamente… por el momento. La soledad y la pasividad reflejan lo
que se gesta subterráneamente, fuera de la conciencia todavía, pero
terriblemente presente.
«No pasa nada, compadre», dice el consenso. ¿Cómo conciliar eso
con las huelgas que se ven por aquí y por allá? Se concilia las huelgas
que no se hacen con las huelgas que sí se hacen, pues ambas están
condenadas al fracaso debido a las leyes laborales. Apenas surgen son
ya derrotas aplastantes, porque la legislación laboral permite decre-
tar el lock out si «más del 50% del personal está en huelga». Sí, sí,
Raymundo, se puede reemplazar el personal en huelga, es de los más
«democrática» esta legislación.
Los patrones tienen como consigna no ceder así tengan la plata
para las peticiones. Hay que enseñarles a vivir a estos obreros siempre
dispuestos a hacer huelgas y a levantar cabeza. Mil veces se les ha hecho
agachar el moño y mil veces lo han levantado.
Pero no discutimos de esto con Luis. Discutimos de la familia, de
su trabajo de empresario medio, banalidades, nada de política. Sobre
ese tema, lo dejo hablar y él no habla mucho a pesar de que siento que
tiene ganas de hablar. ¿Yo? No, sería inútil, palabras sin continuidad es
un ejercicio demasiado frustrante. Murmuro monosílabos, me refugio
detrás de mi ignorancia de la situación, no quiero aparecer como el
«mandarín que recién bajado de su carroza da lecciones».

70
XXVII
«La buena gente»

El otro día visité a Maryse que está de lo más bien. Ha envejecido


un poco, pero no mucho y vive en la misma propiedad de siempre,
en la misma calle. Allí donde vivía con su madre a la que cuidó con
abnegación hasta el final, cuando le dio la ateroesclerosis. Ella vive
muy modestamente con Félix, el amor de toda su vida, por sus pro-
pios medios, que no son grandes, y algo sola, como todo el mundo,
acordándose siempre de su hijo muerto por sobredosis. Me pregunto
si la soledad es solo de los viejos. Pero escuché decir que por las otras
edades es lo mismo…. Pone la carne de gallina.
Luis me invita seguido, a todas partes. En una ocasión invitó tam-
bién a Zapata a almorzar en una picada de las que conoce. Se ve joven
Zapata a pesar de sus 70 añitos. Y tan conversador como siempre. Me
trajo algunos diarios y revistas. Dice hacer lo que puede, a su manera,
como siempre. Esta vez en el Partido Socialista: «No hay nada más».
Omití decirle que ya lo sabía.
Hace casi treinta y cinco años que no nos veíamos. Luis parece
volver a un pasado lejano, conciliando su nueva situación económica
de mediano empresario con su pasado, pero Zapata no quiere hablar
de política delante de él.
Pasamos la tarde acordándonos de tantas cosas que vivimos y
desgranando generalidades hasta que Luis partió a trabajar. Zapata,
como muchos, va lento pero seguro y no entra muy al fondo en las
cosas. Su militancia, muy a su manera, que hace esporádicamente y
más como satisfacción personal que por disciplina, no sigue ningún
plan de agitación, de ningún tipo. Zapata milita como siempre, en su
conciencia. Por lo demás, se contenta con poco, con algunas críticas
al «sistema». Nada más.

71
XXVIII
«No pasa nada, compadre…»

Como a eso de las diez de la noche llamé a Memnon. Una inspiración


súbita. Me dijo que lo fuese a ver «altiro» y discutimos hasta las dos
de la mañana, lo que para mí es harto ajeno a mis hábitos. También
para él. «No pasa nada, compadre», me dijo, pero debo aclarar que
nunca lo tomé como un oráculo certero del análisis político.
Me aclaró, eso sí, muchas cosas, aunque su información, como
toda información nueva, necesita verificación.
Me dijo que las persecuciones de la CNI habían continuado durante
la Concertación por la «Oficina». En ese organismo, dirigido por los
socialistas y que era una de las condiciones de la «transición demo-
crática», se terminó de reprimir a los del MIR, al FPMR, al Lautaro,
etc., creándose una situación tal que «nadie sabía si se trabajaba con
camaradas o con infiltrados…», según Memnon.
Por lo demás dijo que él mismo trabajó con infiltrados durante la
dictadura… En ese momento su relato me dejó algo sorprendido. Si
lo había comprendido bien, me había dicho que a pesar de adverten-
cias serias, ellos habían continuado, poco seguros de las acusaciones,
a trabajar con dos infiltrados que provocaron la liquidación física de
cuadros del MIR… Entienda el que pueda pero yo no entendí mucho,
más bien nada…
Lo detuvieron tres veces y lo liberaron rápidamente. Fue allí cuando
los infiltraron. Cómo fueron tan ingenuos sabiendo que es justamente
ahí cuando es más fácil infiltrar gente…Y nada menos que un tipo al
que había visto pasearse por la III División del Ejército. Así cayó una
de las direcciones regionales del MIR. Más tarde habrían constatado
haber «hecho la huevá» de darle a ese tipo las coordenadas de los
agentes de contacto con Santiago y que un cuadro importante fue

73
Alonso Quijano

encontrado muerto… Escuchaba y mis orejas no creían. O era creerle


para hacerse muchas preguntas.
Ante un relato como ese —quien sabe si provocado por una en-
trada inocente en materia de mi parte, ya que había preguntado por el
comportamiento de los militantes y amigos durante la represión— me
quedé mudo, sin poder discernir dónde estaba la verdad. Confuso,
dubitativo, no sabía a quién tenía al frente, a pesar de haberle cono-
cido bien. Y sin embargo, hoy día, es uno de los pocos abogados que
se ocupa de conflictos sociales, que ayuda a los trabajadores en sus
luchas o con sus problemas.
De la situación actual de Chile me pintó un cuadro rosa de la
condición de los trabajadores, pobres en general, diciéndome que no
había ninguna base objetiva para un nuevo incremento de la lucha
de clases. Esto en 2011, antes del despertar de los estudiantes, por
lo menos. «Ya», dije, «como pitoniso se muere de hambre». Me dijo
además que las reformas de la Concertación, destinadas a paliar en
algo las injusticias del sistema, habían diluido las necesidades y por lo
mismo la demandas de los postergados, y que ya, desde esa perspectiva,
ninguna revolución era posible.
Le dije que no hay relación directa entre necesidad y revolución,
pero que me quedaban, a pesar de sus palabras, algunas dudas, pues
se escuchaban otros sonidos de campanas que no tañían tan brillan-
temente, que en realidad sonaban destempladas. ¿En que estaban la
educación y la salud y las jubilaciones y los precios de los arriendos?
Y le confesé que no tenía otra base que lo que había escuchado por
aquí y por allá.
Memnón me dijo que la gente decía «cualquier huevá, nomás».
Que tanto la salud como la educación eran gratuitas y de buena calidad
para los más pobres del primer quintil, que son el 20% de la población,
gracias al plan Auge, y que solo los otros quintiles tenían que pagar.
Que esto era aprovechado por la derecha para ganarse las capas me-
dias y que Piñera iba a eternizar el reino de la derecha en el gobierno.
Parecía como si Memnón hubiese proclamado que los chilenos vi-
ven en el mejor de los mundos posibles. Leibniz debe exultar donde esté.
Como se puede ver, Memnón no califica como visionario.

74
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Fue un discurso que tuve que tragarme por una falta de conoci-
mientos precisos de la realidad, pero que fue desmentido por todos
aquellos a los que se los repetí. En realidad, me parece que se ha levan-
tado un sistema a doble velocidad, algo menos aberrante que el que
existía bajo la dictadura, con el fin de evitar las explosiones sociales.
Creer que algunas concesiones van a evitarlas es, desgraciadamente,
la ilusión que mucha gente se hace no solo hoy, que viene haciéndose
desde hace mucho tiempo y, en mi tiempo, desde Frei.
La vida es un eterno recomenzar.

75
XXIX
Una copia feliz… de las malas ideas que
vienen de afuera, como siempre

La primera idea que me viene al magín es que, después de la reforma


agraria que ha transformado a Chile —y eso gracias antes que nada a
la izquierda—, todas las tendencias confundidas, los cambios partirán
de nuevo desde el comienzo y con muchas dificultades. «Todo se ha
perdido menos el honor». Bueno, de esto no estoy tan seguro….
Pero no he visto todo. Han aparecido algunas opciones que no exis-
tían en mi tiempo, aunque pueden ser opciones pasajeras, o producto
de lo que Lenin llamaba «la expiación de los pecados oportunistas del
movimiento obrero», refiriéndose a los anarquistas o fuegos de paja
que dan mucha luz por un corto lapso pero que, cuando empujados
por las masas a jugar en el patio de los grandes de la política nacional,
ante el primer obstáculo serio, fracasan lamentablemente. Hablo de la
larga experiencia de los trotskistas.
He visto alguna gente completamente vestida de negro —signo
de anarquismo— y algunos rayados del PTR trotskista donde se re-
clama por alguna Cuarta Internacional —no me pregunten cual, son
innombrables—. Me temo que sean grupos pequeñísimos sin mucha
relevancia. La política es la política nacional y ahí, como siempre, solo
se ve al Partido Comunista. Bueno, yo lo veo de lejos y me parece que
ha pasado por toda clase de problemas, virando para todos lados,
desde la derecha cuando condujo la «experiencia popular» al matade-
ro, a la ultraizquierda cuando se puso a tirar balazos y no le resultó.
Ellos, de todos modos más experimentados, siguen su senda habitual,
constante, con más inteligencia que los demás. Desgraciadamente, tan
errada como antes.
El otro día fui a ver a Natacha, la que a pesar de su edad avanzada
se encuentra muy lúcida. Discutimos y los que estaban ahí también

77
Alonso Quijano

decían que en Chile «no pasa nada, compadre». No encontré muchas


ideas ni concepciones salvo una mezcla indigesta de Altermundialismo
y Negrismo, matizado de guevarismo, más que nada emotivo. Una olla
podrida ideológica donde se mezcla un paternalismo exclusivo para
pueblos originarios bañada en una rancia salsa folclórica e «intelec-
tual». No hay estómago que aguante.
¿Marx, Engels, Lenin? ¿Quiénes son esos tíos?
Bueno, me pareció que algo dije, con las precauciones obligadas y
necesarias producto de mi pecado original: no vivir en Chile.
Me escucharon cortésmente aunque con algo de impaciencia. Y eso
fue todo.
Se está demasiado alejado como para explicar, no hay suficiente
tiempo, se necesitaría un mes.

78
XXX
«¿Y por qué no volviste antes?»

Los primeros días en Concepción llovió y en las mañanas hacía frío;


había olvidado el clima del sur. Me encontré mal vestido, crimen de lesa
chilenidad, como se sabe. Hay que lucir la pinta, de otro modo… no.
Adquirí la costumbre de ir a ver a los amigos, los que no siempre
tenían mucho tiempo para acompañarme. Esto pasa con los que vienen:
los acogen muy bien pero, inevitablemente, los horarios no coinciden.
Volví a ver a Zapata por última vez. Reprochó indirectamente mi
ausencia del país, a pesar de que todos saben por qué salí.
No hay nada que hacer. Zapata, quien no hizo nada o casi, a quien
no le cayó la mano que aprieta, cree que debiera haber vuelto antes.
Me prestó un libro de un combatiente del MIR que hablaba mucho
de coraje y de nada más. Sí, de muchos camaradas muertos, de mucha
acción, pero nada o casi de política. Un libro de acción sin reflexión
alguna. Exactamente lo que creo que no hay que hacer.
Hoy día, aquí, la reflexión, el pensar es la verdadera acción. Pero no
se puede blandir tales ideas contra el rito consagrado de los izquierdis-
tas chilenos, que es el culto del súperman revolucionario. ¿Las masas?
Vendrán «catalizadas»… algún día. Programa de esencia reformista.
A la corta o a la larga.
Con el objeto de contener los deseos abstractos de tales obnubila-
dos del heroísmo revolucionario, ese machismo que no quiere aparecer
como es, se necesitará harto más que algunas viejas ideas claras que
trato, con muy poco éxito, de hacerles ver.
No, lo que hace falta son cojones. En lo que respecta al cerebro, a
la materia gris, ya no tiene ningún rol que jugar. Todo ha sido pensado
ya, parecen creer esos miopes.

79
Alonso Quijano

Después de una derrota tan terrible hacer la apología de los co-


jones…Yo nada sé, pero antes los utilizaba en otros menesteres y no
en política.
Qué hacerle: esto solo significa que las tradiciones son un peso
terrible y se conservan celosamente. Marx decía: «El muerto se aferra
a lo vivo». Es la prolongada tradición de repetir siempre los mismos
errores, eternamente, a lo largo de los ciclos de despertar y de lucha
de los trabajadores chilenos.
¿Que lleva indefectiblemente a nuevas derrotas? Sí, ¡pero cuantas
aventuras heroicas en perspectiva!

80
XXXI
«Felices Pascuas»

Ya es Navidad cuando vuelvo de Concepción después de haber


visitado en Quillón la parcela de Luis, donde va a pasar sus fines de
semana y para encanallarse también. Bueno, el que esté libre de culpa,
ya sabe…
En todo caso, Raymundo, felices Pascuas con los tuyos…
Mi mejor regalo de Pascuas fue el llamado que me hizo mi nietecita
desde Francia.
Para pasar Pascuas en Chile, que es Navidad y no Pâques, como
en Francia, yo, que ando solo, fui con mis hermanos y una cuñada.
Se hizo donde su madre, postrada en cama sin poder moverse y
totalmente dependiente, alimentada por sonda y eso. Ni siquiera se
considera llevarla al hospital, tan caro sería.
Seríamos unas diez personas para una cena sabrosa pero con carne,
tarde en la noche. En Chile no se concibe comer sin carne y comer bien
se entiende comer mucho y es muy difícil escapar a esa ley indigesta.
El día anterior fui donde mi cuñado que se entretiene invitándome
a menudo para evitar su propia soledad. Invitar al ser más solitario de
Santiago para no estar solo es desolador. Sus hijas son encantadoras,
llenas de una inteligencia abstracta viva y rápida. Les llevé un filme de
Chaplin que les gustó mucho y se disputan para señalarme los episodios
que más apreciaron.
Mi cuñado, contento de los progresos culturales de sus hijas, me
regaló enseguida con vinos finos chilenos, dulces chilenos… y una pata
de cordero, abundante —«pa que no salgai pelando»—, algo pesada
para una cena a las 21 horas. Pero bueno, la intención es lo que vale.
Para la Pascua, digo, había haaaarto que comer y estaba toda la
parentela. Y se conversó y yo, tontamente, metí los pies en el plato
enfrascándome en una discusión inútil cuando salieron a luz los eternos

81
Alonso Quijano

prejuicios contra los peruanos, argentinos y otros sudamericanos del


mismo tipo que los chilenos. Fue lo que dije y no sabiendo retenerme
me lancé en imprecaciones que, por fortuna, no llevaron sangre al río.
Probablemente ese tipo de opiniones mías de izquierda manifiesta, son
tan insignificantes que no son tomadas en cuenta o quizás frente a ellas
se debe mostrar un cinismo cansado y una actitud aburrida como si
se estuviera frente a propósitos percibidos como excéntricos y fuera
de lugar. Son «cosas del pasado lejano», me parece percibir que dicen
más con su actitud que con palabras.
Mi hermano, que me sirve de barómetro, no dijo una palabra, lo
que es un signo. Los demás, ayudados por el espíritu de Pascua, y las
copiosas bebidas, restaron importancia al incidente que, a lo mejor,
solo fui yo quien lo percibió. ¿Qué tengo que hablarles de «unidad
latinoamericana» y de «internacionalismo» a quienes todo lo que
parece interesarles son cosas mucho más materiales y que escuchan
esos conceptos con sonrisas descorazonadas o cínicas, o repitiendo
prejuicios en los que no creen ni ellos?

82
XXXII
Gringos, predicadores y ajedrecistas en
la Plaza de Armas

Raymundo, este es un regreso que no termina de regresar. Tengo


poco que decir y estoy integrándome cada vez más, pero todavía no
completamente. Es un proceso largo que debe contarse para abreviarlo,
según me dijo uno que se dice psicólogo.
Continúo entonces, ya que me lo pediste, con esta visión subjeti-
va, más turística que chilena, cansadora y simbólica que contribuye,
desgraciadamente, a aumentar mi spleen.
Un sábado de Pascua, a las diez de la mañana, en la Plaza de Armas
no hay un alma. Ni un comercio abierto, lo que es raro en este país
donde se trabaja todos los días, a toda hora y con horarios dignos de
ponerle los pelos de punta a cualquier país cuya productividad sea
mayor.
Después de todo, parece ser que hay un día en que la máquina de
producción de ganancias se frena y la tradición pascual permite un
cierto reposo. ¿No queda ya más dinero? ¿La gente se apercibe que
no todo es trabajar?
Quién sabe. En todo caso, como había salido para hacer un paseo
en la plaza me dediqué, como buen chileno, a observar a la gente. Pero
no andaba casi nadie. Solo algunos gringos aperadísimos, con mochi-
las, gruesos bototos, parcas, lentes para el sol y toda la parafernalia
electrónica para enfrentar los desafíos de su excursión en estas tierras
exóticas.
En el medio de la plaza un borderline de predicador que vocifera
«El Libro», su mujer al lado, su único público, que tejía, esperando que
disminuyesen esos ardores de los que ella no sacaba ningún provecho,
para llevárselo para la casa.

83
Alonso Quijano

Ni los vagabundos, constantes en la Plaza y habituales huéspedes


de sus duros bancos, prestaban atención a la prédica. No que les mo-
lestase el ruido —es un problema que no existe en Chile donde todos
aceptan el ruido con la mayor benevolencia del mundo—, simplemente
«no lo inflaban y punto». Han ya escuchado a tantos ya sin dejar la
botella, que es un consuelo más directo y más cercano que «el Reino
del Señor», que no llega nunca.
Un predicador, algunos vagos mal despiertos y con sed, unos grin-
gos que se preguntaban qué hacían en ese país y algunos entusiastas
agentes de turismo que les mostraban maravillas tales como el edificio
de Correos, la Catedral y el Cerro Santa Lucía. Pero los gringos, algo
escépticos , pero que han visto otras cosas—, según mi modesto punto
de vista, estaban más contentos con la brisa fresca y el sol clemente
de este país adormecido a las diez de la mañana y donde poco o nada
hay que hacer.
Un poco más tarde unos «pacos», no muchos, en una comisaría
móvil, se empleaban, ellos también, en aprovechar el solcito. La plaza
en su conjunto era un bostezo monumental y yo me preguntaba cuál
sería el estado de las patas de los gringos después de haber aplanado
las calles, todas pavimentadas y cálidas ya, dentro de esos zapatones
buenos para excursiones en la nieve pero no para Santiago del Nue-
vo Extremo, donde, a veces, no siempre ni a menudo, hacen calores
extremos.
Ya se sacarán la ropa para escándalo de los pacatos chilenos. Estos
gringos no entienden nunca nada y mientras menos haya por aquí,
tanto mejor. Y si no, que lo digan los iraquís, los afganos, los de Libia
y tantos otros. Primero, los jóvenes simpáticos y después… Armagedón.
En la «calle de los peruanos» —digo en la calle Catedral— se
desarrollaba una manifestación de apoyo a los «sin papeles», igual
que en Francia. El problema de los «sin papeles» es universal. Es la
circulación de la mano de obra en este mundo absurdamente dividido
en nacionalidades distintas. Pero que no impide que los capitales, ellos,
circulen como quieren.
Había bailes folclóricos y se trataba de llevarles regalos a los hijos
de trabajadores inmigrantes, entre otras muestras de solidaridad.

84
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Una cámara impertinente los filmaba uno a uno en una labor más
policiaca que de periodismo y eso los tenía poco contentos y nervio-
sos. Los carabineros se limitaban a revisar el permiso de manifestar
y después los dejaron hacer. Se ocuparon de dirigir el tránsito que se
había cortado a causa del acto o manifestación.
En la tarde, nuevamente en la Plaza de Armas, caí sobre los jugado-
res de ajedrez. Juegan bajo un pabellón o pérgola que debe haber sido,
en el siglo pasado, quien sabe, el lugar donde tocaba alguna banda de
músicos y donde se hacían, muchos años ha, discursos ceremoniosos y
ceremoniales. Pero ahora, en pleno siglo XXI, está destinado o había
sido tomado —vieja costumbre chilena esa de las tomas— por un grupo
de ajedrecistas de edad madura.
La pérgola o pabellón en cuestión es una amplia sobreelevación
en concreto armado cubierta por una especie de techo en punta, algo
árabe y algo teutónico, pero seguramente de estilo francés del siglo
XIX. Ahí debajo se pueden poner varias mesas y sillas plegables para,
digamos, unas veinte parejas de fanáticos, porque no hay ajedrecista
poco fanático.
El resto del lugar lo ocupan los mirones, que, como se dice, «son
de palo», esto es, no deben hablar ni menos dar consejos. Y que pasan
de mesa en mesa juzgando y comentando de pie con otros mirones los
juegos más interesantes. La sillas desocupadas se encuentran plegadas
y bien guardadas ya que están destinadas exclusivamente para quienes
pagan la modesta cuota de 250 pesos, lo que les da acceso a un tablero
con sus piezas, dos sillas, una mesa y a veces un reloj y todo el tiempo
que quieran. No es caro, pero hay que encontrar un rival.
Los jugadores parecen conocerse entre sí. Todos poco amigos de
las apariencias, de aspecto de origen popular, son especímenes a con-
trapelo en el país de la «pinta».
Son jugadores ni tan viejos ni en la miseria tampoco; solo algo
descuidados en sus vestimentas, la cabellera, para los que tienen aún
pelos, en batalla, lentes remendados que se sostienen difícilmente en
narices huesudas, zapatos que han trotado siglos y camisas que irán
al lavado… algún día
Caracteres originales en su mayoría. El siglo XIX que persiste.

85
Alonso Quijano

Y juegan bien; lo pude comprobar a mis expensas. Esa tarde ob-


servaba en silencio y molesto por el hormigueo constante de mi pierna,
dos partidas a la vez. Son los privilegios de quien puede colocarse de
pie entre dos mesas. De un lado, un viejo señor, el más viejo del lote,
quizás, a quien le temblaba el labio inferior y estiraba con dificultad
un brazo cadavérico cada vez que movía una pieza. Jugaba lento, tan
lento que parecía que se dormía entre una jugada y otra, pero sus gol-
pes eran terriblemente precisos. Viéndolo tan viejo y tembleque, sus
rivales jugaban con una audacia que se les revertía como boomerang. El
viejillo calzaba sus anteojos remendados y aprovechaba de cada error
de sus adversarios para, luego de una larguísima reflexión, ganarles la
partida. Y les explicaba después dónde se habían equivocado… Los
otros se mordían los dedos de rabia contenida. Así le ganó a varios.
Del otro lado se encontraba un señor que no paraba de hablar… a
pesar de que está prohibido. Delante de él su adversario le miraba algo
cansado y algo aburrido de la cháchara. Un señor en sus cincuenta, cal-
mado, cuyo único motivo para estar allí era el ajedrez y no escuchar el
parloteo irrefrenable, obsesionado y obsesivo de su adversario. No solo
lo emborrachaba, sino que le ganaba los partidos. Había puesto sobre
la mesa un libro sobre el problema de los sin papeles y es probable que
haya manifestado en la mañana. Quién sabe. Toleraba el río de palabras
porque, por lo que se podía entender, trataban desordenadamente de
historia y de política. Es de conocimiento público que los ajedrecistas
tienen «inquietudes» intelectuales.
En un momento dado, el parlanchín tuvo que callarse. La mesa
del otro lado fue ocupada por otros dos jugadores, quienes exigieron
el silencio reglamentario… para ponerse a hablar entre ellos. Jugar al
ajedrez en silencio no tiene ninguna gracia. Siempre he pensado que a
los ajedrecistas les falta un tornillo, un tornillo simpático.
Mi pierna enferma terminó por ganar la partida y tuve que reti-
rarme a mis cuarteles de invierno, que aquí, son de verano.

86
XXXIII
Almuerzos abstractos, olvido
y más liberalismo volcánico

A comienzos de enero, paseándome con Pablo, observé sentados


en las veredas un cierto número de empleados de grandes negocios
céntricos. Parecían tener esa costumbre, pues no era la primera vez que
había constatado el fenómeno. Le pregunté a Pablo qué hacían allí.
Este, lacónico, me respondió: «Están almorzando». «Pero si no
están comiendo nada», dije. «Justamente, no tienen plata y los nego-
cios los necesitan a las dos de la tarde. Por eso están ahí esperando».
El tiempo hace, como en todas partes, su oficio y Francia se aleja
cada vez más de mi espíritu. No me queda allá más que mi familia
que pareciera estar muy distante. Por mi lado, tengo la impresión de
que cerré los ojos y los abrí de nuevo para encontrarme en el país de
siempre, en medio de Santiago de Chile.
Es casi una lección de filosofía, de idealismo subjetivo, si se lo
piensa bajo esa perspectiva. Como si todo no hubiese sido más que
una construcción del espíritu, de un espíritu muy aislado de la realidad
social y del trabajo del país. Como si mi larga estadía en Francia no
hubiese sido más que un sueño, que un abrir y cerrar de ojos, que una
ilusión pasajera que no dejó traza en mí.
Francia está lejos y es allá donde he trabajado treinta y tres años
y es con lo que allá gané con lo que me costeo este viaje, me digo.
Como puedes ver, el materialismo vuelve rápido… Qué va a ser al
cabo de cinco meses si al cabo de tres su imagen ha ya desaparecido
de mi espíritu.
Así y todo, todavía me encuentro fuera de lugar, desfasado, molesto
por la superficialidad de la gente que oculta lo serio de los problemas
de casi todo el mundo. Es quién sabe, me digo, una superficialidad muy
ligera, muy por encima, destinada a olvidar lo serio, lo amenazante que

87
Alonso Quijano

parece todo. Es una seriedad que se manifiesta cubierta por una capa
profunda y a la vez evanescente de lo que se ha interiorizado y olvidado
y que lucha por volver a la consciencia. Una vuelta a la consciencia
que, para ser evitada, necesita de esa «superficialidad» .
Los psicólogos deben ganar oro en Santiago. Contradicciones tan
patentes que no aparecen en la conciencia deben producir efectos catas-
tróficos. Nada sé en concreto: supongo, divago y quién sabe, proyecto,
pero ¿cómo conciliar el hecho de encontrar tanta superficialidad en
una realidad tan seria?
Aun El Mercurio, que es un diario serio, parece que ha cambiado su
línea general por otra más de acuerdo con la superficialidad ambiente,
que ha adoptado el análisis sin profundidad para tratar sus temas. ¿O
es que todo va bien? Como me lo dijo Pablo: «La máquina marcha,
con sus secuelas, pero marcha». Mientras dure…
Para 2011 Piñera promete liberalizar aún más el país. Parece ser que
«tanta» intervención del Estado en materia de educación y de salud es
contraproducente. Hay, entonces, que privatizar, vender lo que queda
y dejar actuar la «libre mano del mercado». El Mercurio, en cuatro
páginas da libre curso y amplia difusión a ese programa. Que no será
puesto en práctica, ya que ese año será el del comienzo y extensión de
las protestas estudiantiles en el sentido exactamente contrario.
Aquello no lo sabía en ese entonces y solo conocía los «no pasa
nada, compadre» que me vendía cuanto izquierdista miope encontraba.
Y yo me decía que me gustaría quedarme para ver si era tan cier-
to lo que afirmaban. Ya que veía que esta sociedad en apariencia tan
tranquila, salvo su manifestación más clara, la delincuencia, estaba
sentada en un volcán o dos.
En otros momentos, fenómeno típico en un aislado, me ponía a
pensar que no había más solución que la militar. Que era como el nudo
gordiano que había que cortar. Luis, hablando de sus ideas profundas
en uno de los raros momentos en que se confió, me dijo: «En nuestra
época las condiciones objetivas no estaban dadas pero hoy día la si-
tuación de los trabajadores es tal que todo está listo para… cualquier
posibilidad». Me pareció cierto. Pero ya no puedo participar en esa
… ¿alternativa? ¿aventura? ¿desesperanza? ¿Se necesita siempre de la
acción consciente de masas? ¿Son necesarios siempre esos movimientos

88
Y… ¿cómo encontraste Chile?

de masas? ¿No se puede gatillar su iniciativa? ¿Es falta de paciencia?


¿Es desmoralización que se oculta tras una capa de blanquismo?
El que sepa, que diga. Son problemas complejos que necesitan de
verdaderos intelectuales marxistas. ¿Hay en Chile? ¿Dónde se encuen-
tran? La escaza gente que conozco y que militó algún día, me responde:
«No pasa nada, compadre», mirándome como a un turista ignaro de
las realidades del país. Qué hacerle.
Pero de lo que estoy seguro —con una seguridad que no es más
que una impresión venida de olfatear la realidad perceptible para un
viajero— es que los pesimistas van a encontrarse sorprendidísimos en
este año que comienza. Las leyes políticas se verifican siempre.

89
XXXIV
Algo de geografía urbana
algo terremoteada

Esa mañana de fines de enero me levanté temprano, esto es, antes


de las diez de la mañana… No te sorprendas, aquí todavía levantarse
a mediodía es costumbre y los días feriados no se encuentra nada antes
de las diez y media. Voilà.
Me fui por Santo Domingo caminando en dirección a la Quinta
Normal. ¿Por qué le pusieron «Normal»? No lo sé. ¿Un nombre como
otro cualquiera o una referencia a los normalistas, a los que salían de
la escuela de formación de profesores primarios? La Escuela Normal,
que formaba «preceptores», horriblemente mal pagados y heroicamente
dedicados a su ministerio.
En todo caso, venga de donde venga su nombre, la Quinta Nor-
mal fue uno de los paseos más característicos de mi tiempo. Ya hace
cincuenta años de eso, por lo menos. Este parque en sus comienzos,
en el siglo XIX, estuvo frecuentado por las familias «bien». Pero en
mi época solo quedaban recuerdos de ese tiempo fausto y el parque
se había transformado en el lugar favorito de los mapuches, reciente-
mente llegados a trabajar a la capital, y de las empleadas domésticas
del mismo origen sureño. Los hombres se vestían generalmente de
pantalones negros y camisas blancas, como la mayoría de los traba-
jadores chilenos los festivos. Las mujeres, con tenidas más coloridas,
se reunían con ellos los domingos, su día de salida. Algunas salían
también un miércoles sobre dos.
Ahí se desarrollaban las amistades y los pololeos tímidos de esos
desarraigados del campo y para algunos, de sus comunidades.
Muchos en ese tiempo se defendían del racismo manifiesto de los
chilenos, llevando lentes oscuros que les separaban algo de las miradas
burlonas que los más integrados, pero de no menos origen indígena,

91
Alonso Quijano

les lanzaban. Esta costumbre de los lentes oscuros se ha hecho general,


aunque algo modificada por la influencia de actores y películas.
La Quinta Normal era, intrínsecamente, un parque popular. Hoy
día se encuentra en medio de barrios de una muy pequeña burguesía
pobre, que vive como los trabajadores con algún ingreso, que se con-
funde con ellos y que existe solo en América Latina. Empleados muy
mal pagados, artesanos pobres durante siglos, jubilados con pensiones
mínimas, otros que tiran al diablo por la cola. Pobrísimos sin querer
decirlo ni saberlo. Hay algunos que aspiran todavía a «tirar pa’rriba»
y abandonar esos barrios cuyo estado de vetustez descascarada se ha
agravado por los terremotos. Ese desgaste no permite declarar orgu-
llosamente que allí se vive como lo hacen los de «más arriba».
Son barrios centenarios con familias centenarias.
La geografía urbana social de Santiago está directamente relacio-
nada por la proximidad con los picos de la cordillera. Mientras más
cerca, mejor, y la Quinta Normal y sus barrios se alejan desesperada-
mente de esas alturas.
Una parte del espacio antes ocupado por el parque está ocupado
ahora por la Universidad de Santiago, seguramente la continuación
de la antigua Universidad Técnica que fue, en mi tiempo, bastión de
las Juventudes Comunistas y hoy día un negocio como casi todas las
universidades del país. No vi rayados murales políticos esta vez. Pero
grafitis idiotas… lleno.
La Quinta misma está transformada en un parque envejecido,
dejado de la mano de Dios. Los árboles, viejos y magníficos, que antes
fueron la gloria del parque, se ven heridos, con ramas mal cortadas o
mutiladas por los vientos. Los trabajadores que los «mantienen» son
algunos raros ejemplares más bien de edad avanzada; riegan algunos
macizos de flores y árboles que crecen sin orden ni concierto, a como
dé lugar. Cortan también algunas ramas que amenazan de caer sobre
los pasantes. Es, sin embargo, insuficiente.
Las avenidas, terrosas, sin mantención, las baldosas que se agrietan,
se levantan y se deterioran. Faltan pedazos de pavimento y los bancos
en fierro forjado y madera se retuercen bajo las inclemencias del clima
y del tiempo. La hierba o lo que queda, crece más anárquicamente que
los raros rayados ultraizquierdistas que se ven en las calles adyacentes.

92
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Se salvan solo algunos espacios del parque, lugares cerrados don-


de se juega al tenis o donde existe una piscina. También se conservan
más mal que bien algunos museos terremoteados que no pude visitar.
A todo lo que se encuentra más o menos en buen estado se debe pagar
para entrar o es ‘exclusivo’ para los miembros que cotizan. El sistema es así.
Todo el resto da la impresión de haber sido dejado casi al abandono
por falta de recursos… o esperando quizás que su estado justifique su
venta a precio de huevo a algún tiburón que construirá en el lugar un
número apretado de torres de treinta pisos con vista impagable y a
precios desafiando cualquier concurrencia.
En ese parque los raros visitantes, casi exclusivamente parejas
buscando un espacio para practicar lo que se practica en todas par-
tes en Chile, el amor al aire libre, se encuentran distribuidos en los
lugares más sombríos y protegidos de las miradas. Algunos escolares,
enérgicamente azuzados por sus profesoras cruzan a pasos rápidos las
avenidas transversales. Ni siquiera se ven viejos en el parque… Es un
parque solitario.
El terremoto reciente causó daños importantes al Museo Geológico,
que por lo mismo no se puede visitar. Y en los barrios aledaños los
muros están partidos y los de adobe, simplemente en el suelo. Algunos
edificios y casas se encuentran rodeados por bandas plásticas para
advertir sobre posibles derrumbes.
Sin nostalgia ninguna, volví a pie por una de esas calles teñida
de un espíritu y de un olor decimonónicos —la calle Agustinas— en
dirección a mi almuerzo.
Se necesitará otro terremoto para terminar de desocupar esos
barrios… salvo si los moradores no pueden irse a otra parte y deban
permanecer entre muros cada día más enclenques o condenados por el
próximo temblor. «Entre las manos de Dios», como dicen resignadas
las ancianas que se muestran, escoba en mano, limpiando la vereda.
Ancianas y ancianos que ya han visto mucho y que, desde hace ya har-
to tiempo, no esperan nada de nadie, o quién sabe si todavía ‘alguna
cosita’ antes de la partida definitiva.

93
XXXVII
Tratando, con Orlando, de saber
o comprender lo que viví

En la Biblioteca Nacional me abono a la lectura y trato de recu-


perar el tiempo perdido. Encontré dos ensayos interesantes, al menos
para quien vive «en el pasado», como me lo han dicho, y quién sabe,
para ti también. El primero, las memorias de Orlando Millas, quizás
la figura principal del proceso político de los años 60-73, y el otro, el
análisis de la derrota, de Carlos Altamirano.
Me dejaron pensativo esos dos políticos altamente responsables
de la terrible debacle del 73. Orlando Millas fue el verdadero inspi-
rador ideológico de la Unidad Popular y de la línea que tomó el Par-
tido Comunista. El libro está compuesto por una serie de artículos,
intervenciones y análisis que hacen de él un conjunto coherente de su
punto de vista general, estrictamente reformista, que no oculta, y que
sin dudas puede ser catalogado como revisionista por los puristas. Es
la línea de Galo González, la línea de búsqueda de un acuerdo con los
partidos que decían representar a las capas medias, de subordinación
a una realpolitik. Esta línea pudo ser adoptada porque acentúa lo
particular, la táctica que produce resultados, hasta el punto de hacer
desaparecer toda idea general revolucionaria. Por lo demás, se encuen-
tra en ese libro interesante, una exposición de la dialéctica, donde se
ve que Millas la conocía suficientemente. Pero la conocía para hacer
destacar las particularidades sobre los conceptos generales. Concluir
que las leyes generales solo se aplican en última instancia, es cierto,
pero siempre que no se olviden y que uno no se quede viviendo solo
en el presente, desarrollando únicamente la táctica. Pensando, como
pensaba Bernstein, que «El camino es todo, el fin nada».
Millas en este libro, que debieran leer todos los que quieran com-
prender ese período, resalta precisamente eso. Para él se vive en el pre-

95
Alonso Quijano

sente que está en transformación permanente en la «situación concreta»


que es toda «la realidad concreta». Millas, quien se manifiesta como un
intelectual lúcido, no vive más que en el «aquí y el ahora». Esto le permite
acentuar hasta la caricatura las «rigideces» del estalinismo y hacer pasar,
algo de contrabando, lo que para él es el centro y remate de la política:
la situación del momento, lo que se percibe directamente. No es que no
conozca las leyes generales, pero no les encuentra aplicación o las piensa
a tan largo plazo que quedan fuera de la perspectiva concreta. Una ley de
protección de la madre tiene para él más realidad que una tesis política
sobre la lucha general de las mujeres, que se verifica completamente solo
en circunstancias excepcionales.
Termina por contradecir los principios generales y preocupado de
logros posibles, «al alcance del movimiento tal como es», no hace más
que conducir todo un movimiento por un camino de compromisos que
termina trágicamente.
Según él, el fracaso de la «revolución chilena» se debió al izquier-
dismo aventurero no solo del MIR, sino también del Partido Socialista.
Es lo mismo que decir que es la culpa de Carlos Altamirano, al que no
nombra, pero que pinta en filigrana. Afirma incluso que sin la oposición
del PS a un acuerdo con la DC el 8 de septiembre, el golpe hubiese
podido ser frenado. Aquí Orlando exagera su resto…
¿El futuro? ¡Está clarísimo! Continuar con la misma cosa pero más
calmadamente, más lentamente. Teniendo en cuenta «las realidades»,
sin alejarse de la Democracia Cristiana. Un futuro que se encuentra
realizado con la Concertación, pero que en ese año se alejaba del PC.
Lógico, ¿para qué puede servir un partido comunista reducido al 3% y
sin base militante? De ningún modo a contener el movimiento obrero,
su base de negociación.
Aparece también clarísima su oposición al viraje ultraizquierdista
del PC en 1984, a la línea de lucha armada. Muy lógico de su parte
y correcto desde mi modesto punto de vista. El izquierdismo armado
surge siempre como el elemento igual y contrario de una política de
derecha en el movimiento obrero. Como en China en 1930 o en España
en 1939-40, como en todas partes. Es casi automático.
Esta polémica le permite quejarse de algunos golpes bajo la cintura
que recibió de sus camaradas. Parece ser que los soviéticos, que sin

96
Y… ¿cómo encontraste Chile?

embargo fueron los mentores de esas alianzas con las capas medias
que siempre han terminado mal, habrían visto con mejores ojos una
defensa militar de la Unidad Popular. Orlando Millas afirma muy ló-
gicamente (todo su pensamiento y su acción son de una lógica lineal),
la inanidad de ese ensayo de ataque militar. Eso no se improvisa y en
esa época todo iba en el otro sentido, en la búsqueda de acuerdo con
la DC para la «transición» que va ha hacer cambiar a Pinochet para
que todo siga igual.
Los hechos terminaron por darle razón y el PC abandonó rápida-
mente la lucha armada para establecer alianza con la centro-derecha
y echar a Pinochet por la «vía posible», que fue en los hechos un
compromiso y un traspaso de poder a otro sector de la misma clase
dominante bajo la mirada paternal y vigilante del imperialismo USA.
La lucha armada era un obstáculo para esa línea invariable del PC y
Orlando Millas lo comprendía perfectamente.
Algunos dicen que el descubrimiento del arsenal de Carrizal Bajo
dio un golpe terrible al «año decisivo» de 1996, cuando el PC parecía
creer que había posibilidades de derrocar a Pinochet con una insu-
rrección popular. Uno se pregunta cómo se organizan cosas de esta
naturaleza. ¿Cómo un año decisivo puede estar subordinado a factores
materiales como la posesión o no de armas? ¿Tomaban sus deseos
por realidades? Poco después hicieron un viraje de 180 grados… para
encontrarse en una «tierra política de nadie». Faltaba y falta todavía
el elemento principal, esto es, un acrecentamiento importante de la
lucha de los trabajadores, que les permitiese orientarla hacia ese obje-
tivo. Desgraciadamente, tengo la impresión de que la historia golpea
solo una vez en la puerta de los partidos y que las ocasiones perdidas
vuelven a germinar muy raramente.
Millas permaneció igual a sí mismo y se llega la conclusión de que
fue él el alma del PC durante toda una larga época. Profundizó una ten-
dencia que venía del Congreso de la Internacional Comunista de 1936,
pero que había surgido en Chile algún tiempo antes. Orlando Millas la
desarrolló, la teorizó y la puso en práctica. Era, in fine, la colaboración
con partidos burgueses sin real significación, y que él tomaba por los
representantes de las capas medias. El PC, cuando esto tenía algún éxito
electoral y siempre por el esfuerzo militante de la base socialista y co-

97
Alonso Quijano

munista, tomaba modestamente una posición a la cola de esas alianzas.


Surgieron así algunos gobiernos de Frente Popular que no cambiaban
en lo fundamental la explotación capitalista, pero que reformaron algo
el país. El equipamiento en obras públicas, la reforma agraria...
Las memorias de Millas muestran a un hombre inteligente, un
reformista tranquilo y sincero, un ferviente creyente en la legalidad y
en la democracia. A la que no le da apellidos tales como… burguesa.
Muy consciente, a su manera, según su concepción de fondo, de que la
época no permite revoluciones. A lo más, algunas mejoras de la suerte
de los trabajadores, presentadas como revoluciones ad majorem comu-
nismus gloriam. Es el resultado de alianzas con los partidos radicales,
usopistas, tarudistas y otros similares, apoyados en una clase obrera
consciente y en una «lucha disciplinada» contra la «oligarquía». ¿Las
Fuerzas Armadas? Serían derrotables «con una política responsable».
¿La prueba? El general Carlos Prat…
El árbol le impedía ver el bosque frondoso.
Sus ideas parecen tener como punto de partida una concepción
falsa de la dialéctica. Si no la hubiese acomodado y en cierto modo
adoptado a su profundo reformismo, se habría podido pensar en erro-
res involuntarios. Y sin embargo, como parece honesto, surge su libro
consecuente con su pensamiento y con su acción. Y no estoy diciendo
que se equivocó conscientemente. Todo un período histórico se refleja
en sus escritos. De retroceso, de desaparición del pensamiento marxista
y de la clase obrera revolucionaria de la escena política mundial. Y es
así como va el mundo, también.
Fue otro militante que prefirió pasar por encima de aberraciones
para no perder el contacto con el movimiento real de la clase obrera
internacional. O al menos así lo creyó, aunque no es la exacta verdad. Se
embarcó en una línea política que no ha traído a la clase obrera chilena
más que la continuación de la explotación, repetidas masacres con muy
escasos logros que le sirven solo a la gran y a la pequeña burguesía.
Millas no era hombre para ir a contracorriente. Para esperar toda
una vida una ocasión que nunca iba a venir, no. Demasiada inteligencia y
capacidad, disciplina y coraje para ser el sujeto de ocasiones perdidas, el
que en otras circunstancias habría sido un excelente ingeniero, dedicado
y tan eficiente como eficaz. Metódico más que seguro, pero rebelde…

98
XXXVIII
El culpable de todo…
según la mitología aceptada

En todo caso, Carlos Altamirano da la impresión de alguien


mucho más rebelde. Tanto, que tiene que cuidarse de su propia prosa
para que no lo acusen de «termocéfalo», como se decía en el tiempo,
nuestro tiempo, ese tiempo que invoco delante del computador. Ese
tiempo enterrado en el inconsciente colectivo que no parece importar
hoy día, a principios del 2011 en Santiago de Chile.
No, Carlos Altamirano, el paradigma de los «irresponsables» como
sus camaradas del partido socialista y El Mercurio lo presentan, tiene
otra manera de escribir.
Bien interesante el libro de Altamirano y harto justo… Lo único
que viene al espíritu es preguntarse: «¿Y por qué no hizo antes lo que
escribe a posteriori?»
Altamirano defiende la política del Frente de Trabajadores que
tiene que ser en sus orígenes de inspiración trotskista latinoamericana
y que fue puesta en práctica por un conjunto de socialdemócratas, de
reformistas, de trotskardistas, de buscadores de puestos y lugares al
sol, de izquierdistas en busca de audiencia, etc.
Una bolsa de gatos donde aparecen caudillos, líderes, tendencias,
corrientes, declaraciones tanto hacia la izquierda como la derecha,
iluminados y algo más. Todas estas «manifestaciones de la democracia
interna proletaria» que no querían dar la imagen estalinista de un PC
monolítico. Este es el sabio tutti-frutti que los socialistas acunaron
por décadas. Y que no sirve, como naturalmente lo sabes, para nada.
¿Su forma de organización? La desorganización llevada al extre-
mo, salvo, quien sabe, en las instancias superiores y esto por razones
de puro oportunismo electoralista. Un partido muy implantado en el
corazón del proletariado chileno en reacción contra la «rigidez» de

99
Alonso Quijano

los militantes comunistas. Una simpatía y un militantismo a la pinta


de cada quien, sin fronteras, sin definición precisa. El PS parecía tener
más elegidos que base militante y una base esencialmente electorera.
Con eso Altamirano podía predicar la revolución…
Pero bueno, su libro desmonta los sofismas de Millas. Y punto por
punto, refiriéndose tanto a la burguesía «nacional», a las capas medias
y a la Democracia Cristiana como a las ilusiones en la «vía pacífica».
Muestra, de pasada, pero se ve bien, cómo las masas comenzaban
a abandonar la Unidad Popular en dirección de la izquierda revolu-
cionaria (de que haya sido revolucionaria, no estoy muy seguro). Y
que aquello hacía imposible un compromiso, más aún si se agrega la
deshonesta astucia de una DC muy ligada a EE. UU. por los santos
oficios de Frei.
¿Qué propone Altamirano?
¡La misma cosa, garzón!
La Unidad Popular, integrando las lecciones de 1973.
Me dejó pensativo esa lectura, interesante, bien escrita, propia de
un Altamirano. Tenía la sensación de escucharle hablar con su estilo
de tribuno de masas que no era malo si se ponía de lado su físico de
intelectual burgués. Su voz grave, convencida, más racional que emo-
tiva, ergo, poco apta para captar corazones. Y que no terminaba de
convencer ya que nadie podía creer en palabras que no tenían ninguna
continuación en los hechos. No que fuese un hipócrita, es que no tenía
la herramienta, un partido disciplinado y activo, para implantarlas. Sus
razones se perdían y estaba obligado a seguir la senda trazada por el
PC y Allende de buena o mala gana.
Altamirano era como esas conciencias culpables que se manifiestan
justo antes de entrar al burdel y que son puestas rápidamente de lado
vista la necesidad del momento.
Un predicador de feria no hubiese tenido mejores resultados que
él. ¿Era acaso un predicador de feria? Sí, sin lugar a dudas. Sus decla-
maciones no eran otra cosa que el reflejo de lo que se pasaba realmente
en la conciencia avanzada de las masas socialistas. Pero predicaba
delante de sordos. Sus aliados, llevados por una lógica implacable, esa
del reformismo, esa creada por sus propios intereses de clase, la línea
política eterna de la pequeña burguesía reformista, les llevaba directa-

100
Y… ¿cómo encontraste Chile?

mente a la catástrofe. «Sigue hablando, no más», parecían decirle los


verdaderos dirigentes de la UP para deshacerse de él. Aunque algunos
hubiesen preferido que se callase.
Y Altamirano habla todavía y con el mismo resultado. Hace pensar
en el destino, similar en muchos aspectos, de Largo Caballero que jugó
su mismo rol en la España de 1936.

101
XXXIX
El terreno de experimentación
de las multinacionales

Caminando por las calles peatonales pienso en todo esto, riéndo-


me a carcajadas a cada paso. No de esos escritos y discursos, de esas
explicaciones o de esas excusas, sino de las rotundidades de las damas
de aquí. Ayer un amigo me había dado la clave de tanto desbordamiento
graso-muscular: «Es el pollo». «¿Qué?» «Claro, es el pollo con hor-
monas. Les hace engordar el culo y las tetas…». Y parece que es cierto.
Cada vez que paso entonces delante de una dama abundantemente
agraciada (se parecen algunas a las caricaturas de camiones) me pongo
a reír.
Lo paradojal de todo esto es que, hasta el momento, las tesis de
Millas han prevalecido. La Concertación habría hecho salivar a Or-
lando. Y la Nueva Mayoría lo habría puesto en la gloria, donde espero
que se encuentre, si gloria hay.
Creo que Altamirano cambió de punto de vista. Leí de él una
entrevista en El Mercurio con ocasión de su regreso al país; era de un
tono mucho más socialdemócrata, mucho más a la derecha. Otro día
cogí el libro de Teitelboim para completar el capítulo de la izquierda.
Pero Volodia se me cayó de las manos. Hacía fresco esa mañana y tuve
que llevar mi chaqueta en una bolsa plástica por falta de otra cosa.
No es la costumbre llevar bolsas plásticas, «no se usa». Pero uno no
puede plegarse todo el tiempo a los prejuicios locales. «La pinta es lo
de menos», como cantaba un argentino gordo en nuestra época. Pero
a pesar que le dieron el premio, nadie siguió sus consejos. La pinta es
lo de más, como ya sabes, en todo caso aquí en Chile.
Los periódicos sacan el pecho orgullosamente. Se habla de «de-
sarrollo» aunque según un afiche de El Siglo, el 70% de los chilenos
viven con salarios cercanos a los 400 euros o menos.

103
Alonso Quijano

Y en cuanto al «pleno empleo», es un eufemismo del que el deam-


bular masivo de las personas por las calles a horas en que normalmente
se trabaja, me deja dubitativo. He sabido, además, que hay algo así
como 300 mil guardias de «seguridad» y 200 mil «nanas», sin contar
los que «ayudan a estacionar el auto» y comerciantes ambulantes cada
cinco metros en las calles con frecuente tráfico peatonal.

104
XL
Amarillo pato

Lo que parece estar a la moda en este fin de año, son los calzones
y los sostenes color amarillo pato. Se encuentran a disposición de
los peatones en las calles cada quince metros Todo parece ser color
amarillo este año. Quiero decir la ropa interior femenina. Pero no he
visto achoclonamiento de mujeres delante de los escaparates. Apenas
algunas clientes que consultan y muy pocas que compran.
Paseándome me imagino el efecto de esas armas de seducción
amarillas sobre pieles generalmente morenas. No, no le anda, pero la
moda, como se sabe, no se discute, se lleva.
¿De dónde sale esta tendencia que no se ve expuesta en ninguna
parte en los grandes lugares de publicidad que hay un poco por todas
partes? Ninguna idea. ¿De la televisión? Quién sabe, no tengo tele. No
puedo más que constatar el fenómeno e imaginar la cara del marido o
amigo confrontado al pollo con hormonas y ahora al Pato Donald…
Yo pondría una denuncia en los Tribunales.
Terminé por saber: traen suerte… dicen.

105
XLI
La base real del Chile anterior

Hoy día fui a ver a Germán. Me mostró una foto suya donde se le
ve viejo y gastado y me preguntó si verdaderamente estaba tan viejo.
Se hace mala sangre con su próxima partida.
Hablamos como nunca antes. Comenzamos con los chistes y chas-
carros de siempre; me preguntó que adónde me había metido porque
hacía una semana que no lo había ido a ver, lo que es mucho para
él. Se preguntaba si acaso me había ido al sur o… ¡si acaso me había
muerto! No concibe que no lo vaya a ver.
De repente nos pusimos a discutir de política y naturalmente
nuestras posiciones respectivas se encontraron en las antípodas. Subió
el tono y ya comenzaba a impacientarme y él también, pero termina-
mos por decir que todo aquello era el pasado y que no valía la pena
enojarnos.
Al poco rato comenzó a hablar de su infancia, por allá por los
años 40 en Bucalemu, provincia de Colchagua. Me contó de las per-
dices que cazaba con sus hermanos, que era la única posibilidad de
comer algo caliente o algo, simplemente. Me dijo cómo las perdices
no vuelan más de tres veces y después se ocultan tan bien que no se
las ve. Hay que seguirlas con perros y son ellos los que las sacan de
sus escondites. Los niños podían pasar por encima de ellas sin verlas,
tan bien se camuflan con el terreno.
Se puede cocinarlas a la olla, sabrositas las perdices. De otro modo,
nada que comer. Hambre segura.
El padre, inquilino, no ganaba nada y lo poco que ganaba, que no
le alcanzaba ni para comer a él, se lo jugaba a las cartas.
El patrón propietario de la hacienda les daba un saco de trigo al
mes y cuando trabajaban podían servirse en una olla grande de fierro
forjado algunos porotos que nadaban entremedio del mote. Tan mala

107
Alonso Quijano

era esa comida buena para los chanchos que había que agregarle co-
lor para darle algo de grasa y poder comérsela. Recibían también un
pan delgado de trigo que devoraban atenazados por el hambre antes
de terminar el día y el trabajo de sol a sol. El problema era que en la
casa había que acostarse con hambre, sin probar bocado. No quedaba
nada. «Sufríamos de hambre».
Uno de los hermanos partió a trabajar a Santiago. Los otros si-
guieron tras él a intervalos espaciados. Y trabajando seis días en la
semana y doce horas por día lograron comprar un terreno, construir
una casa, comer y educar a sus hijos. Hijos que hoy les reprochan su
«falta de educación»… Germán, a los 79 años, diabético, operado
de la próstata, el labio que le tiembla a veces, trabaja todavía como
zapatero y algunos meses no le alcanza ni para el arriendo del taller,
«gracias a esos zapatos desechables que traen hoy día».
La competencia hace que en verano pasen varios días sin un cliente.
Yo trato de explicarle la mecánica capitalista, pero eso no le aporta
más zapatos por reparar.
Su curiosidad permanece viva, sin embargo; él se «repela» de no
haber podido ir a la escuela, porque había que correr detrás de las per-
dices o remplazar al padre en el trabajo de la hacienda para comer…
a veces. Me dice: «Nos íbamos a patita pelá por la escarcha a hacer
de «obligados».
Le gusta que le explique las causas de la crisis económica, o los
nuevos descubrimientos científicos, pero siempre guardando su punto
de vista, que afirma a menudo testarudamente.
Aprovecho para mostrarle la justeza de nuestra lucha por la refor-
ma agraria a pesar de sus ideas más bien conservadoras. Termina por
consentir o, lo que es lo mismo, por escuchar en silencio y no oponer
argumento alguno contra los míos, su deporte favorito.
Y cuando me voy, me pregunta siempre cuándo es que voy a volver.
Soy uno de los pocos que le acompaña, como él a mí. Una amistad de
cincuenta años ya.

108
XLI
El otro lado

En la biblioteca encontré otro libro necesario para mi comprensión


del Chile posterior a mi exilio. Era uno con entrevistas a cinco persona-
lidades de la derecha pinochetista de los primeros años de la dictadura:
Willoughby, Mónica Madariaga y Gustavo Leigh. Había también un
general del aire cuyo nombre olvidé y la ministro de turismo, Mann.
Bien interesante. Todos, salvo Willoughby, muy enfermo al parecer,
terminaron en descuerdo importante con Pinochet.
Esto fue escrito en los últimos días de la dictadura y ellos tienen
una posición muy crítica con respecto a las violaciones de los derechos
humanos, del aislamiento de Chile, de la política de extrema derecha
de Pinochet, de su poder absoluto, dictatorial, del empobrecimiento
de las capas medias, de lo que llaman «el retorno a la democracia».
En breve, sobre todo o casi… Por lo que se lee, al parecer se peleaba
seguido en las alturas del poder.
¿Cómo explican las derivas personalistas y la implantación de una
política económica y social de extrema derecha? Pues no lo explican.
Se dicen «sorprendidos», «traicionados» «que no habían dado el golpe
para eso», etc. ¿El imperialismo? No dicen una palabra. ¿La naturaleza
del golpe? En sus almas y conciencias no querían más que terminar
con «la destrucción del país por la Unidad Popular y el temor de las
bandas marxistas».
¿Eran tan ciegos o tan imbéciles? ¿No veían que todo el mundo
capitalista derivaba hacia el mismo tipo de política económica? ¿Que
eso venía de afuera? ¿Qué las violaciones de los derechos humanos, de
los cuales no ven más que los casos más mediatizados, como el asesinato
de Letelier o el de Carlos Prats, estaban en la naturaleza misma del
régimen? ¿Qué se trataba de aterrorizar por decenios al movimiento
obrero y que esta política venía también de los consejos imperialistas?

109
Alonso Quijano

Algunos de ellos pasaron a la oposición. Mónica Madariaga llamó


a votar «No». Todos pelaban a Pinochet, ya que lo conocían antes del
golpe y lo tenían por un solapado constitucionalista de capacidades
menos que limitadas. Tanto Leigh como Madariaga, como el otro
aviador que echaron con Leigh, no ocultaban la poca consideración
que tenían por las «luces» del general Pinochet.
Los generales confirman unánimemente que Pinochet entró en el
golpe el 9 de septiembre en la mañana. Era sobre todo su mujer que
lo empujaba haciéndole escenas dramáticas. Llorando le hacía jurar
que no permitiría que «sus nietos sean los esclavos de un régimen
marxista»… Como puedes ver, Raymundo, las «momias» no escati-
maban esfuerzos.
Parece ser que el jefe de gabinete, el general Covarrubias, brillante
según Leigh, cortaba el queso y se lo llevaba en bandeja listo para la
firma. ¿La legalidad? Era asunto de juristas. ¿La economía? Eran gente
como De Castro y los llamados Chicago Boys. Lo único que controlaba
de cerca era la represión y el Ejército. Se ayudaba para ello de Contre-
ras, que fue su alma infernal, hasta que se peleó con él.
Como siempre bajo las dictaduras, había cada vez más nepotismo,
facciones, sed de poder, ambición desmedida por el dinero que hacía
estragos (Leigh, sibilinamente, quisiera que Pinochet hiciese una decla-
ración de sus bienes de antes y de después…). Sus cortesanos, los que
rodeaban al «presidente», le hicieron creer que ganaba el plebiscito.
Él, desconfiaba de todos y se aislaba, pero no podía impedir que lo
engañasen.
En el Gobierno las disputas eran pan de cada día. La línea gene-
ral solo la conocía Pinochet y los que dictaban su tenor. Merino, el
jefe de la Armada, decía pestes afuera y sonreía muy de acuerdo con
el interior. Mendoza o Mendocita, como se le conocía, «obedecía a
su jefecito». Ni tonto ni perezoso, no se hacía mala sangre. Mientras
pudiese arreglarse él por su cuenta….
Como se puede ver, un ambiente de primera. Una galería de perso-
najes delante de los cuales palidecen muchos justiciables. Pero también
una galería de gente que nos venció. ¡Qué vergüenza!
Se comprende mejor por qué cedieron cuando perdieron el ple-
biscito. Todo estaba podrido al interior y no podía continuarse así.

110
Y… ¿cómo encontraste Chile?

En ese momento ya EE. UU. había preparado el recambio, que tomó


la forma de un triunfo popular. Pero en realidad se había cambiado
de un general a quien ya nadie soportaba por un civil más fresco para
hacer… la misma política, pero de manera algo menos brutal. Es lo
que llaman «el tiempo de la democracia».

111
XLII
¡Cómprelo a crédito!

Otra vez donde Germán, que me cuenta sus problemas y no son


pocos.
Su hija, la misma que me hablaba de las ventajas del sistema, se
había metido firme en las «ventajas» de la tarjeta de crédito. Sin saber
ni cómo ni por qué y sobre todo sin querer saberlo, se encontró con
una deuda de 20 millones de pesos que no puede pagar. Menos ahora
que perdió su trabajo.
«¡Que no panda el cúnico!», siempre hay una solución. Y la
solución que encontró fue dejar la dirección de sus padres y ayer los
perceptores se dejaron caer donde Germán acompañados de carabi-
neros para retirar todos sus muebles y pertenencias, salvo la cama y
una mesa, creo.
Felizmente, como había alguna diferencia entre los nombres en los
papeles, se retiraron para volver en una semana más de acuerdo con
la burocracia de la ley.
Para Germán y su mujer eso significaría volver al comienzo de sus
azarandadas vidas de trabajo, que pese a su edad avanzada continúa
todavía. No hablemos de la vergüenza que todos los vecinos vean llegar
carabineros a su casa.
¿Cómo sucedió esto? Simplemente cogiendo una de esas tarjetitas
plásticas que ofrecen tan gentilmente delante de todos los negocios im-
portantes del país. ¿Quieres comprar y no te alcanza tu triste salario?
Es una lástima pero no te preocupes. La tarjeta lo ha previsto todo,
incluso la posibilidad de retirar dinero si «algún día lo necesitas». Solo
hay que pagar unas pequeñísimas y módicas cuotas. Solo se requiere
de algún justificativo de pago y una dirección. Y nadie va a molestarse
si la dirección es la de tus padres. ¿No puedes pagar por una razón
u otra? ¡Pero Raymundo, quién no tiene problemas! La sociedad de

113
Alonso Quijano

crédito no puede ser más comprensiva y te alarga el crédito con solo


algunas cuotas de más y un agio correspondiente.
Se le toma el gusto a tantas facilidades y se imagina la persona
que tiene crédito ilimitado y que puede comprar hasta el infinito. Los
intereses son «algo» elevados, los amargados hablan de usura, pero
tú compras. ¿No es eso la felicidad más el amor, naturalmente, según
lo expone la propaganda?
Y te encuentras, indefectiblemente, endeudado hasta el cogote,
pagando los puros intereses, como un país subdesarrollado cualquiera
en relación con los tiburones de la finanza internacional.
La mayoría está endeudada ad infinitum pagando intereses sobre
intereses. Se continúa entonces comprando todo a crédito, pagando
agios hasta por el pan, porque de otro modo, ¿cómo se come, como
se consume? Que es esto precisamente el modo de vida de un «país
desarrollado», como lo hace creer la bellísima y diabólica publicidad.
Pero eso no es todo: las leyes permiten toda suerte de trucos por
parte de las casas de créditos. Algunas cláusulas secretas permiten
proponerle productos y si usted no los rechaza expresamente… Se
trata de un beneficio virtual del sistema.
Esas mismas empresas que se esfuerzan en atrapar al público en
sus redes y en toda una serie de anzuelos, que han creado bancos para
prestarles a sus mismos clientes, pagan ellas a sus proveedores a 150
días.
¿No es el reino de Jauja? Sí.
Es el sistema perfecto para aligerar los bolsillos de todos aquellos
sometidos al bombardeo permanente, por todos los medios posibles,
de la propaganda científicamente diseñada que llaman publicidad.
¿Y los que de todas maneras no pagan? Pues se encuentran inscri-
tos, muy contra su voluntad, en DICOM y pierden toda posibilidad de
volver a comprar a crédito, reducidos al pago en efectivo. Hay más de
cuatro millones de chilenos ya en las listas. Eso lo escuché por la radio.
Y si definitivamente no se paga, aparecen los perceptores y los
carabineros (¿no se aburrirán los pacos de apoyar tanto abuso?) y se
embarga todo. Bueno, esto último no sirve para mucho, la mercadería
ha perdido su valor, pero es el ejemplo represivo lo que sirve aquí.

114
Y… ¿cómo encontraste Chile?

La hija de Germán, a pesar de todas las ventajas que me enumeró


del sistema, se quedó sin trabajo y sin dinero y con una deuda colosal.
No pudo pagar, la máquina se puso en marcha y Germán arriesga
perder todo lo que le ha costado una vida de trabajo. Claro está que
para su hija el desarrollo golpea las puertas chilenas y que el sistema da
toda la medida de sus posibilidades. Un poco demasiado para mi gusto.
¿De quién es la culpa según Germán que vota por la derecha?:
«¡Está loca mi hija!». El sistema no ha perdido nada, ni la cabeza ni
su nido dentro de la cabeza de sus víctimas.
Es peligroso vivir en este país lleno de seducciones que pueden
satisfacerse con la tarjeta de crédito. Un país cuya sola idea aceptable y
aceptada por la gran mayoría es hacer dinero, mostrar lo que se compra
y de decir que eso es el desarrollo. El éxito es pues ventilar delante de
miradas envidiosas todo lo que nos presenta una propaganda sin freno.
Si eso se combina con el desprecio no disimulado de las clases
ricas por los que no tienen y con la falta de un contrapeso ideológico
para frenar esa agresión, lo que queda es consumir como se puede.
Se consume y se consume incluso si ese consumir implica la ruina de
los padres. Y para olvidar el conjunto se carretea, se bebe, se recurre
a la droga.
La droga hace estragos entre los más pobres. Paraíso terrestre que
las religiones no pueden ofrecer: tanto prestigio han perdido.
Una solución socialista grita sin voz por todos los poros de esta
sociedad enferma. Un grito ahogado, prisionero. Todo lo que se escucha
es una clamor debilitado, deformado, chillón, derrotado y sin aliento
al lado de la oferta reformista que nos ha conducido hasta donde nos
encontramos.

115
XLV
Pinchando en forma o pagando

Pero todo no es tan gris en Chile, el país del amor, mucho más que
Francia que, como tu larga experiencia lo indica, es el país del trabajo
regular y de la soledad. Aquí se pincha (pienso, Raymundo, que debe
decirse todavía así) por todas partes y cuando no se pincha cada cual
se arregla como puede. Solo los viejos y los niños, creo, escapan a este
imperativo categórico que no tiene nada de Kant, quien, como sabes,
era muy casto.
Para poder pinchar hay que estar en buena forma. He podido
comprobar que en materia de formas, las chilenas no tienen que re-
cibir lecciones de nadie; al contrario, pueden regalar formas a quien
así lo desee.
Y la mejor manera de conservar la forma —no las adiposas— es
entrenarse, los domingos de preferencia, en el cerro San Cristóbal. Ahí
se da cita la pequeña burguesía empleada y otras personas para pasar
el día de descanso preparándose para comenzar la semana laboral en
las mejores condiciones posibles. Hay algo de necesidad narcisista
pero, sobre todo, el loable (¿?) deseo de poder rendir más en el trabajo.
Fui al San Cristóbal con Pablo quien, muy poco amigo de fatigas
y transpiraciones de contenido médico o muscular, se sumergía en sus
recuerdos peripatéticos. Hacía el recuento de sus excursiones donde
las niñas que fuman… o que fumaban —el tabaco está prohibido en
todas partes—. Para Pablo se trataba de muebles más o menos prácti-
cos. No tanto para satisfacer deseos, que tenía pocos en realidad, sino
para cuidar su amor propio delante suyo y de los demás.
Algunas preguntas le hice ya que no conozco ese ambiente. Él, con-
tento de informarme, me hizo un relato neutro, objetivo:. «No funciona
siempre, digamos una vez sobre dos. Ella se tira en la cama, abre las
piernas sin preparación ninguna y le digo ‘francés’ o ‘griego’ y listo».

117
Alonso Quijano

A veces tiene suerte y se encuentra con «nuevas» en el oficio, que


generalmente son alumnas de algún instituto de formación profesional.
Una le dijo: «Mi familia tanto insistía que traiga plata trabajando que
me vine a trabajar aquí. Ahora nadie me dice nada pero están bien
contentos con la plata».
La diversidad de niñas no le ha impresionado mayormente: «Es todo
lo mismo. No ponen nada de su parte». Sin embargo, Pablo obtiene un gran
consuelo de esos encuentros ocasionales. «En un tiempo iba bien seguido
y me evitaba todos los problemas con las mujeres que no lo son, que no
trabajan en esto, quiero decir. En cierto modo me sentía casado con las
niñas. Es inútil hablar; ellas van a contarte algo que tienen preparado y
tú no les importas nada. Solo a los más calientes les resulta esta cuestión
ya que si te ponís a pensar, todo se va al diablo». Todo eso dicho sin
emoción, de manera rigurosamente descriptiva, salvo cuando evocó
a Dina, que era joven, gentil y bonita. Es por eso seguramente que va
donde las niñas. Todo el mundo necesita ternura.

118
XLVI
El ambiente cálido… en verano…
del Metro

El Metro de Santiago es el medio de transporte más utilizado; siem-


pre está lleno. No va por todos lados, pero se extiende. Recientemente
inauguraron algunas estaciones en dirección de Maipú, un pueblecito
que en mi tiempo se encontraba fuera de Santiago.
Lo tomo a menudo para desplazarme, aunque es más frecuente
que lo haga a pie o en micro.
El Metro funciona regularmente, es limpio y en verano, caluroso.
Lo utilizan los estudiantes y trabajadores, algunos de uniforme, gente
que anda de compras, turistas. Clase media, como dicen por aquí para
señalar a los asalariados con algún ingreso fijo algo mejor. Todos bien
apretados en las horas de punta, apretados en las horas valle y siempre
sufriendo del calor sudado de los vagones.
Los trenes son rápidos, de fabricación francesa o española. Algunos
equipados con aire acondicionado, que no alcanza a paliar completa-
mente los 40 grados o más que soportan los estoicos pasajeros. Hace
calor sub-terra. Esto empieza en los andenes, que no son ni tan largos
ni tan viejos como los del Metro parisino. Andenes custodiados por
guardias, armados y no armados. Los del Metro mismo visten de un
azul gris, revólver al cinto y a veces chaleco antibalas.
Una línea amarilla, a un metro de los rieles, separa a los pasajeros
del tren. Los guardias no armados dicen en voz alta: «Primero los que
bajan», como si no fuese lógico. En realidad, se encuentran ahí para
decirnos lo que se puede y lo que no se puede hacer e indicarnos cuando
no cabe más gente en el tren, cuestión que a los que van atrasados no
les importa, dispuestos a empujar e introducirse como sea en esa masa
tibia que transpira. Es una masa tolerante que le hace siempre «un hue-

119
Alonso Quijano

quito» al último llegado a ese purgatorio. Al interior, él va contribuir


con sus 100 watts de calor propio al cocimiento lento de los demás.
El baño turco es un baño turco resignado, calmo. Eso porque el tren
va rápido y todos esperan ciertas estaciones donde bajan en paquete un
número importante de pasajeros. Personalmente, esperando llegar a la
estación de destino, trato de no frotarme con las formas abundantes a
mi disposición, actividad practicada con fervor en esta tierra del amor
sexual muy marcado, aunque a mi parecer algo más voceado que real.
Debo además prevenirme de los eventuales lanzas, aunque nunca he
tenido un problema de ese tipo. Deben hacer unos 45 grados, pero no
se transpira tanto si uno no se mueve, ni siquiera para pegarse a las
formas opulentas y calientísimas de la vecina.
En el trayecto, la mirada viaja también; es increíble cómo se pincha
en este país; parece ser que no se piensa en otra cosa. Pero creo que
menos por convicción que por hábito. Se frotan y se buscan con los
ojos sin quererlo, como por cumplir un deber, algo automáticamente.
En los pasillos de acceso, en las plataformas de espera, se ven
ventiladores que esparcen una llovizna brumosa sobre los transeúntes,
lo que refresca en algo la atmósfera. Esto solo lo he visto en Santiago.
En los trenes en que tienen aire acondicionado y en que las únicas
corrientes de aire entran por las ventanillas abiertas, es más conveniente
viajar de pie. He visto ancianas sentadas a punto de desfallecer, ya que
no alcanzan el aire que se desplaza a la altura de las cabezas. Veinte
minutos de Metro equivalen a un buen baño turco; se sale completa-
mente mojado en transpiración. Pero se está consciente del problema
y se tiende a solucionarlo.
Las micros, la mayoría de doble chasis, son algo más frescas, pero
menos rápidas.
Por mi parte, constato que he pasado definitivamente al rango de
«caballero». Será por la edad o la pinta, no sé. A mí me molesta que
me perciban arriba de un caballo o propietario de un fundo. Aunque
es cierto que «caballero» es una forma de cortesía que se utiliza con
todos o casi.
El caso es que si entro en un boliche para almorzar, los parro-
quianos me miran sorprendidos y me tratan muy respetuosamente de
«caballero» por aquí y por allá y me dan una serie de «dones» cada

120
Y… ¿cómo encontraste Chile?

vez que me dirigen la palabra. Al principio insistía en que me llamasen


por mi nombre, pero no había caso. Terminé por no insistir y dejar-
me hacer… ¿Cómo se puede ir contra eso? Exigir ser tratado por tu
nombre y apellido es tomado como una muestra de falsa modestia. A
veces ensayan el tuteo, pero les sale forzado y vuelven enseguida a la
fórmula consagrada. ¡Y pensar que trabajé 35 años como electricista
inmigrante en Francia! Lo peor es que cuando les cuento no me creen
y no cambian de actitud.
Ya no discuto y doy también «dones» y «caballeros» a profusión
para compensar y frenar la avalancha. Pero mis «caballeros» y mis
«dones» no tienen la misma significación que esos que me son dirigidos.
Aparecen más bien como fórmulas faltas de sentido mientras que las
de ellos corresponden bien a un «caballero» que lleva su «don» por
una suerte de derecho innato.
Terminé por tratar a todos de «usted». Eso me evita tutear a
quienes quieren creer que yo viajo a caballo. Tutear a alguien que se
obstina en darme marcas feudales de cortesía es, quién sabe, lo mejor.
Aunque lo mejor es que me vuelva a Francia donde tales muestras han
desaparecido, pero me queda aún tiempo que pasar y cosas que hacer
en esta tierra y entre gente que piensa que tengo un caballo amarrado
en la esquina o que poseo un latifundio.
Lo más ridículo del caso es que debido a un viejo reflejo, paso
por comunista en mi familia. Y delante de ciertas personas, cuando
no me controlo suficientemente y doy mi punto de vista, me pasa lo
mismo. Se me mira con recelo… Salvo una vez, en que un contertulio
me dio un gran abrazo al final de una larga tirada mía sobre la crisis
del capitalismo. Es que me viene naturalmente y no puedo dar otro
punto de vista.
Un «caballero» comunista es un «don» raro…

121
XLVII
Estas son las mañanitas…
muy poco del rey David, en realidad

Salí a las siete de la mañana de una casa que había cuidado el fin
de semana y tomé el Metro. Y en el Metro pude constatar el estrés de
los chilenos.
Ese Metro venía de los barrios retirados y populares en dirección
a los barrios ricos: de Puente Alto a Tobalaba. El público, pues, estaba
compuesto, a esa hora, en parte, por domésticos(as) y obreros. Digamos:
los o las empleadas de casa, los jardineros, los artesanos de todo tipo
que trabajan, por poca plata, para los propietarios de los barrios ricos.
No son las mismas caras de otras veces. Se parecen algo más a
un proletariado menos siervo, menos ligado, menos amarrado, más
independiente de sus patrones. Y la razón es que ya no viven más en
las casas o en los alrededores de las casas en donde trabajan como
era en nuestro tiempo. Trabajan por horas y vienen desde sus propios
domicilios para volver al atardecer.
Entre ellos se encuentran, se reconocen, algunas peruanas y pe-
ruanos, esto es, el proletariado inmigrado que se ve diferente, distante,
separado del proletario chileno; viajan en los mismos carros y tienen
el mismo tipo de vida y de vivienda y los mismos medios de existencia,
pero parecen estar en una competencia acerba, exacerbada por el na-
cionalismo y la cesantía. Me pregunto si se hablan entre ellos, quiero
decir, entre chilenos e inmigrantes.
En todo caso, los que trabajan todavía en esos empleos de antaño,
domésticas, jardineros, «hombrecitos» utilizables para cualquier ta-
rea, no representan más de un tercio del convoy. Los otros pasajeros,
trabajadores también, duermen de pie o sentados en medio de otros
que logran apenas contener sus bostezos y que miran con ojos rojos

123
Alonso Quijano

y desencajados de sueño y de fatiga. La fatiga se puede cortar con un


cuchillo, se palpa, se ve patente en todos.
Había escuchado hablar del estrés o del cansancio nervioso, pero lo
que tengo delante de los ojos es cansancio simple, puro, sin discusión.
Cansancio pesado, como un saco quintalero en las espaldas… fatigoso.
Cada uno, en todo caso, se lo toma como puede y confía que en algunas
horas ya estará tirando del yugo más despierto, recompuesto por el
trabajo cotidiano. El acopio de fatiga acumulada se desplazará hasta
mañana y tratarán de llevarla hasta el fin de semana como siempre,
para comenzar de nuevo al lunes siguiente.
Algunos duermen a pata suelta, completamente vencidos. Otros
amenazan con tragarse el carro con sus bostezos enormes, lentos,
prolongados. Se ven muchas damas con las tenidas de uniforme de sus
respectivos trabajos. Seguramente, pienso, es más barato y práctico.
Que no, me informan después. Los patrones las obligan a comprar
esas tenidas. Está en el contrato de trabajo…
Esos uniformes, pensados para que se vean mejor, están sin em-
bargo gastados, ajados, con el mismo aire de cansancio de las que los
llevan puestos, encaramadas en unos zapatos de tacos, mucho más
cansadores que los zapatos planos.
Cuando se llega al término de la línea, todos bajan para tomar el
otro ramal y se ven bombardeados de consejos por los altoparlantes que
les hablan de…seguridad, pero de la más elemental, la más conocida,
la más propia para débiles mentales, no dejando a nadie que piense
con su propia cabeza.
En medio de esas recomendaciones, mezclan otras que dejan colarse
el deseo de la compañía de trenes de no asumir ninguna responsabilidad
pecuniaria en caso de accidente o desgracia personal ligada al Metro.
Estando poco habituado a tales muestras de seguridad, un senti-
miento de disgusto me viene cuando escucho que Big Brother me lanza
por los altoparlantes: «No traspase la línea amarilla» o «Se inicia el
cierre de puertas» o cuando uno de esos agentes que no es de la policía
nacional se permite indicarme que mi pie sobrepasa algunos centímetros
una zona cualquiera. No estoy acostumbrado a que se me trate como
a un débil mental ni menos encontrarme eternamente bajo el control
y a veces los caprichos de tipos en uniforme.

124
Y… ¿cómo encontraste Chile?

La masa de los trabajadores se dirige hacia los barrios cordille-


ranos, esto es, los más ricos. No me lo esperaba y debo concluir que
ese subproletariado cansado está al servicio personal de los ricos y
no contratado en la producción. Aunque debe haber también algunos
obreros de la construcción.
Un proletariado ex industrial que se ha transformado en una clase
obrera desmenuzada, producida por una cesantía crónica que se oculta
en estos trabajos eminentemente improductivos, y dependiente del
cuerno de abundancia de los que poseen todo en Chile. Pero, en todo
caso, un proletariado menos ingenuo, menos solidario de los patrones
que los antiguos trabajadores de casas particulares.
En la tercera combinación que me veo obligado a tomar para llegar
a mi departamento, el público parece más alerta y más típicamente
obrero. El tren pasa lleno hasta los bordes y no he podido subirme
antes del tercer intento. Va en dirección norte, hacia barrios más po-
pulares e industriales. En todo caso, el público me parece más vivo,
menos apegado al servilismo, menos resignado, más industrial, más de
población y, extrañamente, menos cansado también.
¿La sumisión cansa? ¿Estresa? ¿O es el desgaste de la sobreexplo-
tación, el desgaste hasta la usura de la mercadería-trabajo para com-
pensar la baja productividad? Ya que la productividad de los siervos
es muy baja. Pues ¿qué valor produce arreglar un jardín, limpiar una
casa, todas funciones que pueden hacer los propietarios como lo hacen
en Europa?
¿Las formas atrasadas de explotación fatigan a los trabajadores?
¿Acaso la idea «Produzcan más y fatíguense menos» es lo que se
necesita? Habría que verlo si se pudiese poner en práctica en los países
reducidos a un nivel bajo de productividad.
De hecho, la tasa de explotación es elevadísima en todas partes, lo
que no significa que la productividad del trabajo sea la misma; aquí,
es el producto necesario de un capitalismo senil que invierte cada vez
menos en lo realmente productivo.
La gente de las mañanas del Metro parece al límite de sus fuerzas,
cansancio característico de un pueblo que trabaja un promedio de 65
o más horas por semana.

125
Alonso Quijano

En las «micros» que tomo el público es también algo más popular,


parte de él obligado a pasar sin pagar, simplemente porque la locomo-
ción colectiva les resulta muy cara y no la pueden costear.
En las micros se viaja en las manos de Dios; el chofer acelera o
frena siguiendo sus impulsos más primitivos; de los amortiguadores,
mejor no hablar. La micro da unos botes que constituyen una amenaza
directa para las columnas vertebrales de los usuarios. Sin embargo, estos
viajan resignados, tranquilamente y sin bulla. Aunque con música, la
mayoría de las veces. Nunca falta el artista, algunos muy buenos, que
cantan para hacerse de algunos pesos; es raro que bajen sin nada. Se
observa mucha cortesía auténtica y popular. La gente, casi siempre, le
cede el asiento a los ancianos y sin titubear a las señoras con guagua,
a menudo haciendo comentarios sobre la educación…
En un viaje largo hecho en una micro suburbana, que recogía gente
de trabajo en todos los pueblecillos por los que pasaba, tuve ocasión
de observar la vieja amabilidad y cortesía castellana que se ha hecho
sangre de la gente que «pela el ajo para dar un futuro a sus hijos»
y que solo se conserva entre ellos y para ellos, porque cuando están
bajo la mirada reprobadora, sospechosa y sancionadora de patronas
y patrones altaneros, callan.

126
XLVIII
La ideologización permanente
y la formación de la mentalidad
pequeñoburguesa

Lo anterior no significa que todos tengan esa misma conciencia


de las cosas. Esta mañana escuché en la radio a algunos periodistas
que llamaban a los radioescuchas a invertir, proclamando un futuro
de buenos negocios en los tiempos próximos por venir.
Es el tipo de propaganda que se escucha todo el tiempo y por
todas partes en Chile. Y va acompañada de pensamientos tales como:
«¡Deje su marca en su empresa!». Si sale de vacaciones y nadie se da
cuenta de que usted falta, se puede encontrar, al regreso, que está des-
pedido. Por eso, la mayoría de los que trabajan tratan de permanecer
conectados con sus empresas por internet u otro medio y verificar a
cada momento sus correos electrónicos e intervenir si es necesario.
Vacaciones trabajadas o relajo estresante, sea como sea, no es cosa de
perder la pega. Los otros periodistas, que tampoco quieren perder sus
empleos, asienten convencidos.
Es el charme de Chile; por una parte, el discurso y, por la otra,
la realidad. Es, me dirás, lo mismo en todas partes. Cierto, pero aquí
es particularmente flagrante, sin tapujos. La crítica, cuando existe, se
arrastra y conejea, atrasada. Se escucha decir: «Sí, pero… todo no es
rosa en el modelo…». «Podría ser mejor, si…» y otras frases del mis-
mo tipo. No he escuchado a nadie todavía reivindicar el socialismo.
Palabra burlada, insultada, embrollada en la situación creada por la
derecha y el imperialismo en los años de la Unidad Popular, imposible
de pronunciar casi.
Escuchar en la radio los resultados financieros de los casinos o
epilogar largamente sobre la historia de los beneficios de tal o cual
empresa, parecen informaciones normales para los habitantes acon-

127
Alonso Quijano

dicionados de este país. Parece que se tiene la idea de que todos los
chilenos estarían interesados en las finanzas, en la Bolsa de Valores,
en lo que sale de la boca de esos periodistas, en la vida económica
del mundo, donde Chile juega un papel, casi un importante rol en el
sistema o que se acerca a jugarlo a pasos de gigante…
Es una ilusión muy compartida y es por eso no me sorprendió, en
este clima ideológico, que nadie dijese nada cuando el Banco Central
arrojó 12 billones de pesos para hacer subir el dólar, una medida más
bien interesada, de ayuda a los amigos exportadores. El dólar tiene su
propia lógica, que no depende del Banco Central chileno, ¿no?
Bueno, mejor hago otras cosa que escuchar esta radio ufana de sí
misma, satisfecha, predicando sobre las divinidades financieras y to-
talmente convencida y dispuesta a defender el «modelo». Un modelo
que modela las mentes y los ingresos de una burguesía ávida y que
quisiera ser, vivir y poseer como sus referentes americanos o europeos.
Piñera, el Presidente en el tiempo de mi visita, es un ejemplo. Que
los chilenos lo hayan elegido, demuestra que ese tipo de propaganda,
a la que adhiere buena parte de la pequeña burguesía acomodada, se
ha transformado en carne y sangre momentánea de esta capa social
que apoya decididamente el modelo como antes proveyó tropas contra
Allende y sostuvo sin reservas el régimen militar.
La pequeña burguesía no tiene dinero, en todo caso, no tiene cuanto
quisiera. Un drama antiquísimo, el mimo de siempre. Pero ella anda a
la moda… ¿Cómo lo hace? Lo hace como puede, se las arregla; lucha
por no extinguirse .
Es por eso que trabaja y se endeuda, es por eso que exalta el trabajo,
es por eso que sus mujeres trabajan. Para poner distancia y pagar los
salarios de miseria que pagan a los «rotos». Los «rotos» que son en
realidad sus domésticos y que confunden con los trabajadores.
Si se les mira de lejos, parece que todo va bien y que la vida es
un eterno ir y venir entre las tiendas de moda. De cerca, es la lucha
cotidiana para sustentar los gastos más indispensables. Es por esto
que el éxito económico, «la plata», les parece el Paraíso en la Tierra.
Fin de las angustias, de los sobresaltos, de los fines de mes difíciles o
imposibles. Al fin vacaciones que pueden tomarse sin sacrificar la tenida
indispensable. ¡Comprar, comprar finalmente! De ahí viene su obsesión

128
Y… ¿cómo encontraste Chile?

por una buena educación, por llegar a esas profesiones liberales que
pagan bien. Yo no sé cuánto tiempo todavía esto seguirá así; segura-
mente por el tiempo necesario para que esta capa social adhiera ya sin
vuelta atrás al modelo de capitalismo predatorio chileno.
Todos se dicen «decentes y bien puestos», pero a crédito y, a menu-
do, sin un peso en los bolsillos. Los que se encuentran más acogotados
por el sistema, deben abandonar ese símbolo de su estatus que es la
doméstica, hoy llamada, hipócritamente, nana. Zola no tiene nada
que ver en esto.
Viven aterrados de que alguien en la familia se enferme gravemente
o que sus hijos queden en onerosas universidades privadas. Puede ser la
ruina completa o el endeudamiento para toda la vida o que la doméstica
tenga que venir solo algunas horas por semana o perder definitivamente
este beneficio, que todavía se sostiene gracias a la entrada en escena de
las nanas peruanas, dispuestas a trabajar por casi nada.
¿Qué esta decadencia no los desaloja de esta mentalidad reacciona-
ria? No, sale reforzada. Y más aún después de haber conocido a Pinochet;
y a pesar de que la política de Pinochet arruinó a muchos de entre ellos
o los redujo a poco; porque pese a su declinación general relativa, algu-
nos todavía tienen un buen pasar, después de todo. Pocos cambiarían la
supuesta seguridad de este régimen —que de hecho agravó de manera
importante los problemas de seguridad con su política antisocial— por
un hipotético futuro mejor. Todo, salvo el «casino» que aportan las luchas
de los trabajadores, es un grito que les sale del corazón.
El pequeño comercio que fue uno de los arietes contra Allende se
encuentra hoy liquidado por una ruda competencia de supermercados
y otras cadenas de distribución barata. Se acabó la salud gratuita de
calidad y las escuelas y las universidades se pagan caro si se quieren
resultados; los salarios son miserables y hay que trabajar larguísimas
horas, sin ninguna seguridad en el empleo.
La pequeña burguesía asalariada o la que vive de un pequeño
negocio o de una oficina liberal de poca importancia calla y sufre.
Pero todo se soporta, salvo los sobresaltos y terrores inducidos por la
«sublevación de los rotos», fantasma antiguo, resurgente, petrificado.
No aprenderán jamás, pero si se les interroga, afirmarán convencidos
que están de lo más bien…

129
Alonso Quijano

Al taller de Germán llegan militares retirados, tenientes-coroneles,


coroneles, capitanes que viven la vida de la pequeña burguesía acomo-
dada. No pueden darse grandes lujos, pero no se encuentran cogidos
por la garganta tampoco. Una casa en un barrio tranquilo, una casita
en la playa, un auto mediano, algún hijo en un buen colegio, pero
obligados a llevar zapatos remendados. Comprar zapatos nuevos a
cada rato, eso, no se puede. Las moneditas no se estiran tanto.
Permanecen pinochetistas, pero no muy abiertamente, en sordina,
como si acariciasen algún recuerdo agradable, un deber cumplido,
patriótico... Están convencidos de los valores de la ideología del ré-
gimen y son partidarios de la seguridad interna y externa y de otras
seguridades más si existieran. Y guardan una buena imagen de Pino-
chet. Son militares profesionales, solidarios de su casta, pinochetistas
por deber y convicción. Una convicción anclada en su condición de
militares, de casta separada. No tienen muchas ideas políticas… Solo
aquellas en la que han sido sumergidos desde pequeños, sin haberse
dado cuenta, y con las que han vivido. Más que tener concepciones
demasiado elaboradas, parecen convencidos de que todo lo que viene
de ellos es justo y correcto.
Semejan grandes niños que defiende ingenuamente, pero con
energía, a la gran burguesía que gobierna este país. Evidentemente, el
imperialismo para ellos es una fuente de admiración profesional y un
parámetro indispensable de su mundo, de la tranquilidad de su clase
y del orden social tal cual existe… «y existirá», como dirían si se les
preguntara. Orden social que conciben simplemente, con ideas simples,
demasiado simples para ser justas.
Recurren a menudo a los lugares comunes que corren por la socie-
dad que frecuentan y que ellos, «que no deliberan», repiten sin crítica,
sin darse cuenta de que son las ideas políticas de la derecha. Cuando
votan, lo hacen por la derecha, pero con reservas, pues preferirían a
alguien aún más de derecha… o más militar, en realidad. El suyo es una
especie de partido militar que conciben como lo necesario para el país,
sin enterarse de que son los juguetes de la derecha y del imperialismo.
¿Sin enterarse? No seamos tan ingenuos; en el fondo de sí mismos —
hablo de los que escuché— si se analizaran a fondo, lo sabrían. Pero
¿querrían saberlo? Eso destruiría todas sus ilusiones.

130
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Es cierto que solo escuché a tres de entre ellos, pero habían po-
cas variantes entre lo que decían. Lo que vi también y más que tres
ejemplares, fueron los pequeñoburgueses tan pinochetistas o más que
esos militares retirados, más limitados e ideologizados, si se puede
concebir, con argumentos que relevaban más el odio de clase que una
capacidad cualquiera de análisis. Toda forma de resistencia activa,
pública de los trabajadores a la sobreexplotación lo resienten con una
rabia indisimulada.
La pequeña burguesía chilena es intrínsecamente reaccionaria.
Siempre lo ha sido. No faltan, sin embargo, los que, cuando el movi-
miento de los trabajadores ha emprendido luchas importantes provo-
cando una exacerbación del odio de clases, se escinden para adherir
a esas luchas, no siempre muy claramente, no siempre sin agregar
confusión al conjunto del movimiento. Una capa social que hay que
estudiar, pero de la que sería peligroso esperar mucho.

131
XLIX
«¡Ya pues, váyase luego…
no hable tanto!»

Volví a Concepción y tuve la impresión de que todos me habían


visto lo suficiente. Está muy bien recibir a un viejo amigo pero volver
a un pasado viejo ya de treinta años, es muy malo. La gente tiene otras
ocupaciones y otras vidas y uno termina por ser algo molesto o estar
demás.
Fui a Quillón de nuevo donde me encontré con unos jóvenes
amigos de mis huéspedes a lo que no comprendí y ellos seguramente
a mí tampoco. Y no por otra cosa que por el tiempo pasado y por mi
distancia respecto de los modos y lenguaje de la juventud de hoy día.
Almorzábamos juntos, naturalmente, en una gran mesa al exterior,
lo que permitía compartir y conversar con Luis. Sus hijos me miraban
con curiosidad, al tanto de nuestra amistad de juventud y de saber de
Francia y de mis opiniones tanto del pasado como del presente.
Yo, poco locuaz, no por naturaleza, sino porque me parecía que
había que dejarlos venir y no apresurarse a emitir juicios sobre un país
que estaba apenas recomenzando a conocer.
Algo debo haber dicho de Francia, más para despejar prejuicios
tales como «los franceses no se lavan» que para explicar lo que es
muy difícil de explicar: Francia. Sobre todo si se quiere algo más que
impresionar a los escuchas con descripciones que no pueden compren-
der totalmente, ya que la belleza de paisajes y de monumentos es algo
muy subjetivo.
Terminé diciéndoles que por todas partes era más o menos lo
mismo, lo que les dejó algo decepcionados, ya que esperaban que les
confirmase las ideas recibidas y petrificadas que siempre se tiene sobre
los países extranjeros, y con mayor razón sobre Francia, de la que solo

133
Alonso Quijano

se conoce lo que la publicidad turística dice. La espartana verdad tendrá


que esperar otro tiempo para recoger sus laureles.
Uno de los amigos de Luis agregó al eterno comentario de que es
«muy lindo Francia» (lo que no aclara nada y explica menos) y otras
consideraciones menos halagüeñas con respecto a los… judíos, que no
sé qué venían a hacer en este caso.
Anteriormente había aprovechado de elogiar desmedidamente
a Luis, con el claro objetivo de hacerse contratar en un proyecto de
empresa en el que Luis no tenía tiempo de ocuparse. Trataba por todos
los modos de hacer creer que para él no había más que rendimiento de
los que se encontrasen bajo su dirección y resultados. Exageraba algo
en el tema, deseoso de darle a Luis, quien «había partido de la nada»,
la impresión de una persona sin escrúpulos, ya que imaginaba que Luis
era un hombre sin piedad y tan care’fierro como él.
Luis parecía apreciar su recorrido universitario, pero miraba con
algo de desconfianza la disposición tan personalmente oportunista de
ese joven. Tipos como él pueden tanto hacer funcionar un proyecto
como irse con la caja. Hay que decir que desconfianza es la palabra
maestra, la llave ganzúa de Luis.
Este joven, que no perdía esperanzas, comenzó entonces a desa-
rrollar toda su concepción del mundo y a decir que «siempre habrá
quienes manden y otros que obedezcan», agregando a estas considera-
ciones ya harto rebatibles, elogios desmedidos a «Adolfo Hitler, quien
tuvo mucha razón sobre muchos temas…entre otros sobre los judíos».
He aquí, me dije, los beneficios de una educación pinochetista, y
envuelto en una cólera fría me puse a refutar y a ridiculizar todas sus
imbecilidades. No fue para nada difícil. Su ignorancia se equiparaba
con sus ganas de aprovecharse del sistema, adaptándose a las ideas a la
moda. Para mí era demasiado. No es que evite el combate. Me cansa.
Me cansa escuchar a tales individuos seguros y orgullosos de su propia
podredumbre y de su falta de conocimientos elementales.
Y de constatar que la pretendida indiferencia de la juventud por la
política no es otra cosa que la integración de la política de la derecha y
del pinochetismo reforzada a grandes golpes de luma y de electricidad
en sus cerebros atemorizados. Los que piensan diferente, se callan,
desgraciadamente.

134
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Mi filípica tuvo lugar delante de los ojos divertidos de Luis, algo


bebido ya y de sus hijos. Al final le dejé una puerta de salida por donde
salió harto pensativo. Me dije que a lo mejor nadie le había mostrado
la magnitud de sus idioteces y de su ignominia. Eso en algo me consoló,
pues una pizca le puede haber quedado, como a los que escuchaban
interesados en este lenguaje al parecer nuevo para ellos.
Pero era evidente que un viejo como yo estaba desfasado en ese
ambiente juvenil; así es que me volví a Concepción.
Ahí me paseé por las calles, que no han cambiado substancialmente;
la gente, tampoco. Salvo, quién sabe, por un mall (centro comercial,
en castellano) para ricos de la región, si los hay.
Es una de las características de la zona. La impresión de que no hay
verdaderos ricos. Ejemplares de las capas medias con buenos sueldos,
seguramente, pero no grandes fortunas. Esos deben vivir en Santiago,
ya que el clima húmedo y los terremotos no les convienen.
La mayor parte de la gente tiene el tipo de trabajadores pobres o sin
grandes recursos. Y viste de gris o de negro. Mucho obrero, artesano,
y una pequeñísima burguesía de pequeños comercios, de comercios
ambulantes, de comerciantes ocasionales que despliegan sus grandes
pañuelos que les permite tanto ofrecer su mercadería como replegar-
los rápidamente en caso de una excursión de Carabineros. Pero esto
último es raro: los pacos dejan hacer, salvo los oficiales o cuando les
dan la orden expresa.
He visto algunas manifestaciones por problemas locales, ligados a
la reconstrucción después del terremoto, y que no sumaban a más de 40
o 50 personas. El público de la plaza central, que se encuentra al frente
de la Intendencia, no las mira ni participa y se disuelven rápidamente
después de algunas palabras de los organizadores.
Concepción es fresco en verano y ese día no había más de 22 gra-
dos. Aproveché para caminar hasta la universidad y recogerme delante
de la placa a los muertos bajo la dictadura. Los conocía a casi todos y
eso me impresionó profundamente, a pesar de que no siempre estuve
de acuerdo con ellos.
Quise ver después qué tipo de anuncios exponían los paneles de la
universidad. Por lo general eran avisos económicos, algunos de ellos
ofreciendo pensiones a los estudiantes de otras ciudades. Esto permite

135
Alonso Quijano

hacerse una imagen de lo que debe gastar una pareja que educa un
hijo. Las pensiones variaban de 60 mil por una pieza sin pensión a 170
mil pesos con la pensión completa, wi-fi (que en Chile se pronuncia
guai-fai… vaya uno a saber por qué) tv cable y separación de sexos
para tranquilizar a los padres que quisieran, sin lograrlo jamás, que
sus hijos e hijas se aburran como ellos.

136
L
Logorrea informativa y depresiva

Como me encargaste, llamé a Enzo. Parecer ser que él puede expli-


carme mejor la realidad del país, objeto de mi búsqueda incesante por
estas tierras lejanas.
Me dio cita en un café en pleno centro y naturalmente se hizo
esperar según la más estricta tradición chilena; yo soy el tonto al
que le ocurre llegar a la hora. Una vez instalados, delante él de un té,
comenzó a hablar y, sin pausa alguna, no paró de hablar, sin dejarme
decir una palabra.
No es que su «conversación» sea falta de un cierto interés, pero
ocho horas de conversa, en un solo sentido es, se puede concebir, una
performance a la que no estoy acostumbrado.
Enzo habla y su flujo es ininterrumpido, desbordante, irrefrenable
y, al final, demoledor. Y se toma todo el tiempo necesario. Para Enzo
el tiempo es un factor que él ofrece liberalmente, a profusión y para
todos, con una generosidad encomiable… si no fuese abrumadora.
Al final de la mañana salimos del café para ir a almorzar. El
conocía una picada y yo lo seguía, pero ni en la calle frenó, aunque
fuese un minuto, su «conversación». Comiendo, yo tenía la impresión
de trasvasijar descortésmente mis humitas mientras el ocupaba todo
su tiempo haciendo correr un río de palabras delante de la tolerancia
cómplice de los garzones que deben haberlo conocido.
A eso de las veinte horas pretexté una cita para escapar; de otro
modo estaría allí hasta las doce o más. Bueno el cilantro, pero no tanto.
En todo caso, Enzo habla harto, pero habla bien. Algo descorazo-
nado después de veinte años de militancia, hoy no haciendo mucho.
Asiste, a veces, a los homenajes a los antiguos combatientes del MIR,
su ex partido, donde tiene que escuchar discursos que él califica de
«mentirosos». Se ha puesto también socialdemócrata e hizo la campaña

137
Alonso Quijano

del MEO, a quien me describió elogiosamente. Después de todo, dijo,


«hay que hacer algo», leitmotiv de aquellos que no saben o no pueden
hacer nada para organizar un partido comunista verdadero.
Aproveché para comprender mejor el sistema electoral chileno,
el binominal, una estafa democrática, hecho a la medida de la Con-
certación y de la derecha para repartirse la Cámara de Diputados, el
Senado y el Gobierno. Me habló también de las dificultades de los
trabajadores para organizarse como fuerza independiente. Así como
de los compromisos y arreglos del PC, de las metidas de pata de la
derecha, de la podredumbre de los socialistas y de la nulidad de los
democratacristianos. Para resumir, la misma cosa que en Francia, con
color local diferente.
Cuba se ha transformado en la cabeza de turco de Enzo, que no
soporta el apoyo de sus ex camaradas ni de la izquierda latinoamericana
a esas «dictaduras» estilo Castro y otras más ancianas pero no menos
olvidadas. Traté de decirle algunas cosas sobre la naturaleza diferente
de esas dictaduras con respecto a las que promueve el tío Sam…
Debo decir que no sé si en las más de ocho horas de conversación
pude explicar una idea sin ser interrumpido. Me encontraba inundado
por un mar de palabras, de argumentos y contraargumentos, no siempre
correspondientes al sujeto. Nuestro amigo Enzo, que se ocupa también
de su próximo encuentro con la nada, había encontrado un interlo-
cutor disponible aunque algo indispuesto. Me encontraba delante de
un solitario, ¡otro más!, deseoso no de escuchar sino de proyectar su
punto de vista sobre un sujeto cautivo y dispuesto, de buena o mala
gana, a escucharle.
Aunque de hecho, poco era lo que necesitaba a una persona para
desembuchar lo que parecía más una necesidad de encontrar razones
para los sacrificios de una vida de militante. Una vida que hoy sentía
objetivamente equivocada, como perdida. Esto le hacía inclinarse lige-
ramente hacia su formación primera, cristiana. Las raíces educacionales
y de clase son poderosas. No creo que caiga en eso, pero será porque
ha vivido mucho tiempo de otra manera. Y si cae… será otra vez la
historia del francmasón arrepentido in articulo mortis.
Ha abierto los ojos sobre aspectos particulares de sus creencias
políticas olvidando, a la vez, así se lo dije, las leyes generales de los

138
Y… ¿cómo encontraste Chile?

fenómenos sociales. O se queda en una crítica mal hecha de los prin-


cipios generales (no acepta más que a Marx) o se enreda con los casos
particulares que había mal analizado o no analizado del todo en su
juventud (el MIR, la revolución cubana). Toda esta confusión, que
he encontrado en todos los «viejos cuadros», está a la base de esta
segunda derrota.
La cuestión social chilena necesita antes que nada de un estudio
de fondo. Sin eso, no se avanzará.
De hecho, esta «conversación» fue como la repetición de un fin de
fiesta acaecido hace más de veinte años, como la conclusión incomple-
ta de toda una generación perdida. Son los que 40 años atrás hacían
política de izquierda o estaban en partidos próximos.
Este regreso de un viejo señor que viene a remover recuerdos en-
terrados poco agradables fue muy corta y escasamente bienvenida. Y
cuando el viejo señor tuvo el capricho de hablar de los combates de
hoy día, las caras se alargaron, se le dieron buenas razones y se le hizo
ver que ya se le había visto suficientemente como para que regresase
por donde había venido en vez de querer levantar la tapa de un cadáver
que no quiere resucitar.
Es el Requiescat in Pace de una época.
Pasemos a la siguiente.

139
LI
Poco a poco me voy acostumbrando…
es terrible

Me doy cuenta, Raymundo, de regreso a Santiago, que hace ya cuatro


meses que me encuentro en estas tierras y el balance es flaco. Aparte
del conocimiento renovado del país no puedo decir todavía que me he
acostumbrado. Pero me voy acostumbrando…
Se puede decir que el círculo está ya cerrado en un país con poten-
cialidades y que a la vez se encuentra sentado sobre un volcán.
Cierto día, caminando como de costumbre, pasé delante del edi-
ficio de la Unctad (no sé si habrá cambiado de nombre, creo que sí).
Ese edificio se había incendiado y fue restaurado para servir de centro
cultural o de exposiciones y de espectáculos.
Entré y en su interior caí sobre una película destinada «a salvar
el planeta», de un evidente perfume ecologista. Habría seguido mi ca-
mino ya que el socialismo utópico a la Considérant no me tienta más
que muy moderadamente. Pero había conocido mucho tiempo atrás a
la realizadora y me dije que un viaje a mis quince años no estaría tan
mal y entré. Bueno, hice la cola, suerte de deporte nacional, aunque no
comprendí su necesidad. Una vez abiertas las puertas todo el mundo
pasó rápidamente y sin fijarse en la cola que habían hecho.
La había conocido en mi adolescencia, digo, y cuando se apagaron
las luces, anunciaron que no vendría. Aprovecharon para pasar un
momento de propaganda por algún grupo ecologista que no conocía
y que olvidé, que también salvaba el planeta, pero no a sus habitantes.
Atrapado en esa emboscada promocional, me dediqué a observar
a un público joven, estudiantil o recientemente trabajando, surgido
en su mayoría de la pequeña burguesía acomodada. Todos parecían
aceptar tranquilamente estos métodos de promoción.

141
Alonso Quijano

Después vino la película. Esperé una media hora que pasase algo.
Pero en el único lugar donde pasaba algo era en la sala que se vaciaba
a ojos vista. El filme hablaba de la realizadora y de su lugar de vaca-
ciones, «Kon-Kon», que es la forma indígena, pienso, del balneario
de Concón, donde pasa sus vacaciones la burguesía profesional media
o las pasaba, ya que algunas poblaciones obreras construidas en lo
alto han disminuido considerablemente su carácter natural, su valor
inmobiliario y su atracción para esas capas sociales.
La tesis de ese filme documental giraba en torno a la realizadora
y a su casa de veraneo, en torno a ella recogiendo conchitas de mar, a
ella subiendo al «monte sagrado» de los incas para realizar «ritos», a
ella que cantaba cantos mapuches, y yo no veía la relación, a ella que
se mojaba los pies en el mar, a ella que depositaba lanerías de colores
según las tradiciones del ying y del yang y de la filosofía china.
Yo solo sé que la filosofía de la China hoy día se dedica a invertir
los dólares que gana tratando de evitar su devaluación… pero debe
haber habido un mensaje en alguna parte.
Como arriesgaba quedarme solo en medio del teatro o con los
incondicionales de esta tomada de pelo y habiendo visto que todo el
encanto de mis recuerdos juveniles había desaparecido, me fui. En la
obscuridad, los espectadores se entrechocaban buscando la puerta.
Afuera, no respondí a una pareja que se preguntaba el sentido de todo
aquello. No disparo sobre las ambulancias.

142
LII
Turisteando… en bus

No, ya no disparo, Raymundo, es cierto, pero el filme estimuló las


ganas de visitar la costa. ¿Qué vas a ir a hacer allá? Me queda un mes
por aquí y a falta de otra cosa…
Para ir tomé el bus. Ya no hay más trenes a Valparaíso y Viña del
Mar como cuando éramos niños. Un viaje de ensoñación y de imagina-
ción de tres horas que nos llevaba por montes, curvas, túneles y valles
hacia dos meses de vacaciones en la playa. Un tren que se detenía en
Calera, Llay-Llay, Limache, Quillota y otros pueblos donde vendedoras
con tocas y delantales blancos ofrecían los dulces chilenos que devo-
rábamos y que nos dejaban la cara blanca de azúcar flor. ¡Qué buenos
eran! A menudo nos adormecíamos, emborrachados por el aire y por
el traca-traca del tren, solo para despertarnos al llegar a la estación.
No hay más tren. No es rentable. Rentable es la palabra más
tiránica del sistema y es muy poco poética, además. Hay, pues, que
tomar el bus.
El bus, en período de alta demanda, sale cada diez minutos. Este
es el desarrollo, este es el Chile de hoy.
¿Se viaja mejor? No, nunca he visto un bus con los amortiguadores
en buen estado, que no de bote a cada bache del camino. A veces se
paran en medio de la ruta para tomar pasajeros, si queda lugar y, si
no hay riesgos de control, toman pasajeros que viajarán de pie. Esto
permite mejorar los fines de mes del conductor y del auxiliar.
Se desplazan a no más de cien kilómetros por hora y, cuando el
viaje es largo, no se detienen antes de cinco horas, que es el máximo
legal de manejo continuo de un chofer. Para distraer a los pasajeros
se les atonta con películas malísimas llenas de verdaderos horrores y
sangrientas hasta decir basta. Ruidosas, además, y que hay que mirar

143
Alonso Quijano

de lado, lo que provoca mareo. Entre marearse y tragarse el filme se


puede elegir dormir. Es lo que hace la gran mayoría.
A Viña del Mar hay solo una hora y media de trayecto. Y se hace
en tromba, dribleando a la competencia, ya que se trata de llegar a la
hora. De otro modo se arriesga perder el trabajo. No hay contempla-
ciones en Chile con los «que no respetan el contrato de trabajo». No
sé cuántas idas y venidas hacen en el día, pero no deben ser pocas. Veo
llegar un bus cada diez minutos para descargar y recargar su lote de
clientes y… ¡vamos que repartimos!
Chile es uno de los países donde más se trabaja en el mundo.
Quiero decir donde los trabajadores hacen un mayor número de horas.
Estadísticamente. Sábado, domingo o festivo no tienen importancia:
se trabaja si así lo dicta el patrón. Se puede ser llamado en cualquier
instante según las necesidades de la empresa. Los salarios pueden bajar
o encontrarse en la calle de vuelta de vacaciones. Un verdadero Paraíso.
Entonces hay que callarse la boca y hacer idas y venidas, tanta como
se las pidan.
Viña del Mar aparece completamente cambiada a primera vista.
Se llega por la estrecha banda de tierra que ha sido formada entre las
colinas que se encuentran hacia el interior más alto de la ciudad. Esta
parte de Viña se encontraba antes abandonada y hoy está abarrotada
de edificios y torres de treinta pisos para los veraneantes y algunos
residentes permanentes.
Pero no había venido a ver torres de concreto armado ya que para
eso me quedo en Santiago, sino para volver a ver esta pequeña ciudad
que tenía un cierto encanto con sus casas al estilo de la Bretaña fran-
cesa y también de las mansiones victorianas inglesas donde pasaban
las vacaciones las familias adineradas de Santiago. El estilo dependía
de la influencia cultural del momento que los propietarios copiaban,
como siempre.
Las calles, estrechas, subían los cerros Agua Santa y otros, desde
donde se tenía una vista amplia de la bahía, del océano o, lo que era
más del gusto de los niños, del tren automotor que unía Valparaíso,
Viña y Quilpué.
Hoy, de todo eso, no quedan más que algunos restos que los pro-
motores y constructores no han demolido todavía para levantar sus

144
Y… ¿cómo encontraste Chile?

horribles edificios «con vista al mar», salvo si otro edificio construido


enfrente y más alto lo impide y los condena a una sombra eterna.
Un desastre, una Berezina arquitectural, un Cafarnaum indescrip-
tible que ha tronchado para siempre la armonía de esa pequeña ciudad
balneario. Quedan aún algunos islotes y, quien sabe por cuanto tiempo,
la Avenida Libertad.
Incluso esos islotes se encuentran invadidos por esas manchas de
mosca que son los edificios construidos pensando en la ganancia por
metro cuadrado construido. Sus publicidades grotescas y chillonas
agravan aun más el paisaje urbano, sus «ofertas» nos saltan al rostro
y nos violentan desde todos los ángulos posibles. La vieja calma desa-
pareció, ya que la acumulación de departamentos hacia arriba provoca
la acumulación de autos en las calles, de peatones en las veredas, de
tomadores de sol en las playas.
Lo burgués mata lo burgués. Aunque los burgueses con dinero
parecen haber huido de Viña del Mar. Conociendo a Chile no necesito
que me lo confirmen; es, por lo demás, toda la historia de las ciudades
y barrios de los burgueses que, libres de lo popular durante un tiempo,
deben escapar cuando lo barato los invade. Viña no es todavía tan
barato, pero ya es accesible a crédito. Es lo mismo.
Por lo demás, sus playas son malas. Nadie se puede bañar en ellas.
El agua es fría, el mar agitado, la corriente peligrosa. La gente no tiene
otra cosa que Caleta Abarca y otra playa a la que antes no se iba por-
que es peligrosa debido a su pendiente pronunciada y su fuerte resaca.
Solo sirve para tomar el sol. Un sol que dicen que también es peligroso
por haberse roto la capa de ozono en estas latitudes. Aquí no se vende
«bronceador», muy suave, si no «protector solar».
Pero ese sol peligroso en esa playa peligrosa no se toma en cual-
quier parte ni de cualquier manera. No. La playa está sectorizada…
las servilletas de un lado y los trapos de cocina del otro. Si alguien no
se da cuenta de la segregación social y se ubica fuera de su casta, las
miradas amargas se lo indican. Naturalmente, ninguna barrera física
existe, todo está en el acuerdo tácito, en las convenciones implícitas,
en el estilo particular tan chileno de separar a las clases sociales. Esto
viene de lejos, ya se practicaba en mi tiempo, pero lo había olvidado.

145
Alonso Quijano

La gente se baña, hasta las rodillas y, con buena voluntad, algo


más arriba, pero nadie nada realmente. Se espera la ola y se mojan en
la espuma.
Me quedé un momento en Caleta Abarca, que es más bonita, y
continué por el borde de mar en dirección a la Avenida Perú. Es la
parte más simpática y conservada de Viña. Quién sabe si por eso en
ese lugar se encuentra la residencia de los presidentes de la República.
Es una avenida muy agradable de no más de cien metros de largo que
desemboca en el estero de Viña. De ahí se pasa un puente y se está en
el legendario casino que antes, y quien sabe ahora, desplumaba a los
veraneantes en las noches.
Vi también el viejo Cap Ducal que es hoy un restaurante algo
caro dado el olor poco apetitoso que sale de sus entrañas. En los años
cincuenta fue el centro rebelde del rock and roll y de la juventud «co-
lérica», que era más bien la juventud dorada.
Estos monumentos permanecen, las reliquias se respetan en Chi-
le; sino que lo digan Buddy Richard y el «Pollo» Fuentes (no son los
únicos) que, para mi gran sorpresa, siguen cantando por las radios y
creo que en los teatros también.
Quise ir a Concón por el borde del mar. Tomé entonces un taxi
colectivo que juró por todos sus antepasados que se iba por el borde
del mar. Una vez adentro y pagado mi boleto, se fue por la ruta de
arriba, lejos del borde del mar. Apretujado entre otras dos personas
a las que le daba lo mismo ir por cualquier lado a condición de que
fuese rápido, tuve que resignarme. Es así en Chile, nadie cumple lo que
promete; se dice una cosa, se hace otra; se promete una dirección, se
va por otra. Me cuesta muchísimo acomodarme a esa informalidad
y solo me queda la opinión fatalista de Pablo que, cuando le conté,
me dijo con resignación: «Es que la gente aprendió con don Pino a
quedarse callada».
Dejado exactamente donde no quería, tuve que caminar hasta
encontrar un restaurante donde hice un almuerzo aceptable de pesca-
do y mariscos. Seguí después mi camino, siempre a pie, para conocer.
Concón me pareció limpio pero algo vacío para un fin de febrero. Poca
gente, pocos autos; la imagen no correspondía a un balneario bien
considerado treinta años atrás.

146
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Subí a la parte alta del pueblito, ahí donde pasan los buses, ahí
donde pasé algunas vacaciones cuando niño. Encontré algunas casas
en ruinas, otras nuevas, todo poco cambiado.
Desde la micro divisé unas enormes torres construidas sobre dunas
de arena. Eran condominios, una suerte de lugares cerrados con altí-
simos edificios de departamentos «exclusivos» para los que muestran
pata blanca o viven ahí. Yo no sé cómo construyen en la arena torres
de treinta pisos en un país sísmico.
Concón es también una ciudad dormitorio donde viven muchos
trabajadores en la parte más alta. Ahí han construido sus casitas y van a
trabajar a la Refinería del lugar o a Quinteros o a Valparaíso o a Viña.
El abandono del lugar por los ricos ha comenzado ya, pero no
es todavía general. Se ven aún sectores pudientes con bellas casas
veraniegas.
Eso sí, las casas más ricas se encuentran «protegidas» con las
respectivas placas adosadas a las fachadas y por todos lados se teme
y se habla de robos y asaltos. Un lugar encantador.
De regreso a Viña para tomar el bus a Santiago tengo tiempo para
comprar algunos panecillos en la misma panadería de hace cincuenta
años atrás. En el paseo de la calle Valparaíso encuentro algunos punks
criollos.
A la Quinta Vergara, que es un paseo muy agradable, lleno de
flores, prados, jardines y árboles centenarios, no me dejan entrar por
el Festival de la Canción, que entretenía a las multitudes en mis años y
que hoy, no sé, pero que me hace protestar por la continua intromisión
de toda clase de guardias en mi vida privada.
Me pone furioso verles cada vez para preguntarme: «¿Qué desea,
señor?». «¿Qué es lo que busca?». «¿En qué le podemos ayudar?».
En plena calle o cuando quiero entrar en alguna parte, en un negocio,
en la administración pública. Me dan ganas de decirles: «¿Y qué se
meten, tales por cuales, quién les dio derecho de inmiscuirse en mi
vida privada, personal?». A veces no me contengo y lo hago, lo que no
arregla las cosas. Pero ¿qué es esta costumbre de meter su nariz en la
vida de los pasantes, esta impertinencia inaceptable? Yo no sé cómo se
les permite, cómo los demás lo permiten. Ya no los soporto y les res-
pondo cada vez peor, lo que me ha traído uno que otro problema con

147
Alonso Quijano

ellos. Me han tratado de descortés por mi tono excedido que reflejaba


mi malestar. No soy descortés y veo que es una de sus obligaciones de
trabajo, pero ¡qué plaga!
Me volví a Santiago en bus. Había uno cada diez minutos, tal
como estaba anunciado. El chofer casi provoca un accidente en dos
ocasiones. Quién sabe, a lo mejor estaba tan cansado como yo, que
al final de un último recorrido en Metro y micro, me fui a acostar. Él,
quién sabe, inició otra vuelta hacia Viña del Mar.

148
LIII
Voy a dos misas sui generis…
sin que se derrumbe el altar…
para rendir homenaje a la consecuencia

Raymundo, sabes que murió mi vieja tía —95 años—, la última del
lado paterno y a la que veía escasamente. Puedo decirte que era una
verdadera santa, que no tenía nada de pechoña, una cristiana como
no se ven ya. Le venía de la tradición católica de mis abuelos paternos
quienes, a pesar de sus evidentes orígenes sefardíes, eran de misa ma-
tinal y señor cura en la casa. El fresco llegaba todos los días a tomarse
el chocolate caliente y a chacharear untuosamente.
Vivía en una especie de pensionado para ancianas católicas donde
solo tenía una piececita limpia y compartía un salón que servía también
como comedor común con las otras pensionistas. Una vida simple,
modesta pero decente, como mucha pequeñísima burguesía empobre-
cida de mi tiempo y quién sabe si también de hoy. Aunque yo no sé si
en la actualidad hubiese encontrado un lugar, ya que parece ser que
en Chile ahora «no hay desayuno gratis» y todo se paga «a su precio
real», esto es, fuera del alcance de esa capa social.
Mi tía, en sus últimos momentos, no quería visitas, por pudor
seguramente. No reconocía ya a nadie y tuvo algunos estertores antes
de terminar su vida. Se veía venir y recibí la noticia en el bus de re-
greso a Santiago. Me preguntaron si quería ir a la misa y al entierro,
sabiendo mis disposiciones muy poco favorables al catolicismo. Me
dije que una persona que permanece consecuente y fiel a sus creencias
es cosa rara hoy día y que además ella siempre tuvo una actitud muy
correcta conmigo y con todos. Que mi tía bien valía una misa. No es
que vaya a darse cuenta, pero no era para menos.
Fui entonces a la capilla; se trataba de una modestísima capilla,
en realidad, al lado de su residencia colectiva en un barrio pobre pero

149
Alonso Quijano

no miserable de la ciudad. Era una construcción simple, aireada, con


el mínimo necesario para el oficio y con relativamente pocos asientos.
Ya se encontraban al interior sus amigas de pensionado, en parte
para hacer una salida, que no deben ser muchas, y sobre todo para
acompañar por última vez a su amiga. Los parientes y amigos se situa-
ron en los bancos del lado derecho de esa capilla más que iglesia, o en
la extrema derecha, conociendo las ideas de algunos de ellos.
Sus amigas católicas echaban de menos a esta mi tía soltera, sim-
ple, buena, alegre sin afectación y profundamente creyente. Ellas, muy
conocedoras de la ceremonia, cantaban himnos y rezaban con un símil
de fervor a falta de otra cosa que hacer y para aprovechar a fondo la
salida. Conocían todas las genuflexiones, rezos y cantaban entusias-
madas pero sin entusiasmar al lado derecho, que permanecía mudo.
Es como si la izquierda fuese siempre el motor. Aun aquí.
Algo preocupado, observaba el rito pero no tuve ninguna dificultad
para seguirlo: solo se trata de sentarse y pararse según las indicaciones
del oficiante.
El sacerdote, un gordito en los treinta o cuarenta, hacía su misa de
difuntos con una monotonía regular y aburrida y sin preocuparse en lo
más mínimo por la imagen que su hastío evidente podía dejar entre los
practicantes y los espectadores. Un seminarista que le ayudaba daba
algo más de seriedad a una misa despachada a paso de carga, mal pre-
parada o no preparada del todo. Algunas frases leídas distraídamente,
preces dichas mirando el reloj, algunas convencionales evocaciones de
la difunta, sin una palabra sobre su carácter, su personalidad, sobre
lo que todos conocían, su fidelidad de toda una vida al rito católico.
Ni siquiera eso.
Solo parecía interesarle la música. Tenía una bella voz de tenor
que exhibía melodiosamente siguiendo el ritmo con sus manos bien
cuidadas, como hace un director de coros cogido por la melodía. Las
damas que lo acompañaban con voces algo más rugosas o chillonas no
parecían sacarlo de su propio encantamiento y de lo que sin duda era
un estado de satisfacción cercano a un nirvana muy personal. Parecía
decirse: «Que bella voz tengo». Pero esa breve misa no le daba para
mucho: tanto el ritual como el lugar y el público eran insuficientes
para ese tenor frustrado, para una voz como la suya. Fue necesario la

150
Y… ¿cómo encontraste Chile?

intervención de una de las pensionistas para que la verdadera persona-


lidad de la tía apareciese: el cura no había hecho ni el mínimo sindical.
Al otro día fue el entierro y la misa de entierro. Esta vez se trata-
ba de un cura centroamericano, en todo caso el acento venía de allá.
Este discurrió algo más, no sobre la tía, sino en una metafísica para
analfabetos. Nos conminaba a abandonar «un poco» el mundo para
acercarnos a Cristo. De otro modo Él no nos abriría las puertas cuando
llegásemos al cielo, haciéndonos perder todo por no dejar un poco de
nuestros beneficios materiales. Y eso fue todo. Más tarde la fuimos a
dejar al cementerio de Maipú.
Es un materialismo sórdido todo este asunto de la religión y de
sus fieles. Van por algo, por salud, amores, dinero, vida eterna feliz y
qué sé yo, pero los que solo quieren hacer el bien por los demás deben
contarse con los dedos de una mano.

151
LIII
Una película «dolorosa»

Pensé encontrar por Internet, por otros medios no los he encontra-


do, las actividades que podrían encajarme en la vida real de los chilenos.
Supe de la proyección de un filme sobre «el dolor de las víctimas»… y
otras cosas relativas. A pesar del gusto dudoso del tema y de mis más
que fuertes aprehensiones sobre el calificativo, fui a verlo.
Esto de las «víctimas», que son reales, en cierto modo hace pasar
a los que cayeron defendiendo las ideas y los objetivos políticos de los
trabajadores como ingenuos ignorantes y es por eso que, ya lo sabes
Raymundo, poco me gusta.
Era un documental en el local del Monde Diplomatique versión
chilena. A falta de pan buenas son las… Ya veré, me dije. Puntualmen-
te llegué a la cita. Había tres docenas de personas, la mitad de ellos
viejos como yo, algunos bien viejos. Viejos de la época ya que el filme
se trataba del período post Allende.
Llegada la hora más quince minutos, el organizador, confundido,
anunció que el realizador y la película no habían llegado….y que solo
podía proponernos otro documental sobre Allende y que bueno, se
disculpaba pero no podía hacer de otro modo y que si eran tan gentiles
podía pasarnos el otro documental…
La sala, muda, como son las salas que no se conocen, permaneció
muda. Era como consentir. Otro señor, de edad canónica, que había
preparado una presentación para el otro filme, disculpándose, quiso
leerlo como introducción… aunque no correspondía al documental con
que se nos quería regalar en compensación. Pero como la sala seguía
muda, no sé si de estupor o porque las salas son así, pues lo leyó no
más. Comprendía un poema de Rimbaud que leyó en buen francés de
emigrado, un ex refugiado seguramente. Algunos tibios aplausos y la

153
Alonso Quijano

toma de la tangente por el anfitrión dieron lugar a la proyección del


otro documental.
Era una hagiografía acrítica de una parte de la vida personal de
Salvador Allende. Su vida de médico, su carrera. Todo esto bajo un
halo de consagración o de imagen ya consagrada.
El filme, detrás la imagen heroica de Allende, hacía la apología de
la política de búsqueda de una alianza del PC con la DC, a pesar de su
fracaso patente, a pesar de que esa misma política condujo al fracaso.
Esto no duró más allá de media hora. Las luces volvieron en medio
de los aplausos. Me esperaba un debate o una animación cualquiera,
pero no, nada. La gente se paró y abandonó la sala y como no hallé
qué cosa hacer, me fui yo también preguntándome para qué podían
servir esos rituales de recuerdo más bien fúnebres, hagiográficos pero
que no explican nada, de una nostalgia triste. ¿Es todo lo que se puede
hacer en Chile a principios de 2011?

154
LIV
El horror absoluto

No me queda más que mirar la televisión, cuando puedo, en casa de


mi hermano; yo no tengo. Un horror de televisión. CNN y Fox campean
en las pantallas, esas agencias de propaganda imperialistas groseras.
Pero siempre se pueden ver las noticias…
Aquí se tiene la costumbre «pedagógica» de pasar las noticias una y
otra vez, una y otra vez, una y otra vez hasta que te entren en la cabeza.
Como en esa época, 2011, había algunos «disturbios al orden público»
en Tunes, Egipto y otros lugares de África, decidí ver las… «noticias».
Los presentadores comenzaron por las noticias locales:
El entrenador argentino del equipo de fútbol nacional fue rempla-
zado por otro argentino. Esto dio lugar a un reportaje de 5 a 7 minutos
sobre sus cualidades y las diferencias con el que ha sido despedido, al
parecer una especie de héroe nacional porque logró que el seleccionado
ganara, al fin, algunos partidos.
Después tenemos a una horrible señora, criminal por procuración,
que viene de ser juzgada y condenada. Los abogados se disputan el
micrófono, las familias lloran, los testigos se indignan por el veredicto,
los periodistas comentan. Esto dura ya cerca de un año. Y arriesga de
durar otro más.
La Ministra de Obras Públicas hizo una declaración sobre los actos
delictuosos de la Intendente de Concepción, que pertenece a su propia
mayoría, a su propio gobierno. Es una historia poco clara a propósito
de las ayudas a los damnificados con el terremoto del año pasado. La
dama no quiere dimitir y parece estar sostenida por el presidente Piñera.
Se ven dos accidentes de tránsito, una tirada sobre los progresos de
Chile y espero aun ver algo sobre lo que pasa en Egipto. Le pregunto
a mi hermano si dirán algo sobre el tema y este, por toda respuesta,
cambia de canal. Estábamos en CNN en español (los chilenos deben

155
Alonso Quijano

tragarse esas cadenas, cadenas muy pesadas y que encadenan firme…)


y pasamos a Chilevisión, que no es mejor. Se ven las mismas cosas,
exactamente las mismas, pero, quién sabe, en orden diferente. Es la
única disimilitud entre las cadenas que encadenan el cerebro de los
chilenos. Ah, sí, la dama y el señor que presentan no son los mismos
ni la calidad de las sonrisas y la seriedad fingida necesaria para con-
firmar y hacer tragarse tales noticias. Los modos de expresión, el tono
de voz, los acentos corresponden a un solo arquetipo y pasan como
aceite de motor.
Después tenemos un reportaje sobre los éxitos de una empresa
chilena que viene de comprar una pequeña empresa al borde de la ruina
en los Estados Unidos, lo que «llena de orgullo el espíritu nacional». El
espíritu, como se sabe, se esconde en los lugares más extraordinarios.
En todo caso, todo el tratamiento de las cuestiones económicas es una
obscena propaganda pro capitalista. Esto aparece como el «horizonte
imparable de la humanidad» y de los chilenos sobre todo, bien forma-
teados por esa promoción que ya dura decenios.
La Bolsa de Valores, el precio del dólar, los efectos de la sequía
sobre la economía nacional, que se confunde con la economía de los
felices propietarios que disponen de más ingresos que el 99% restante,
la necesaria alza de los combustibles por los sucesos en Libia… Los
consumidores comentan que sube rápido y que baja lento y no en la
misma proporción cuando baja. Yo comento que los consumidores
debieran hacer como en Egipto. Se me mira sorprendido. ¿De dónde
sale este marciano que todavía no ha comprendido los beneficios del
modelo chileno?
Después se nos dice que el presidente Piñera viene de ganar puntos
en un sondaje y su Gobierno también. Los comentaristas se preguntan
si acaso es un fenómeno pasajero o una tendencia afirmada. Conclu-
yen al medio. Arriesgados pero no temerarios, los comentaristas. La
competencia es ruda entre ellos y el que se «equivoca», pierde. Nadie
aserrucha la rama en la que está sentado y menos esos formadores de
opinión pública, que no comentaristas de cualquier nivel.
Algunos pequeños patrones reclaman. Dicen que no es la primera
vez que el Gobierno o sube la bencina sin razón y algunos opositores
sin crédito (la tele trabaja) dan argumentos que son refutados por la

156
Y… ¿cómo encontraste Chile?

misma tele y por un ministro joven y serio que luce corbata, un terno
impecable y tiene maneras suaves y corteses. El ministro ese aparece
en prime time a cada rato. Termina por decir que la decisión no ha
sido tomada aún (pero se hará para callado cuando dejen de reclamar
los molestosos).
Como luego habrá alza de combustibles se puede ver cómo proce-
den para «preparar a la opinión pública». Y así, un día cualquiera, las
radios, los periódicos y la televisión, con un bella unanimidad, informan
que «el director de ENAP está inquieto por los sucesos en el Medio
Oriente». Los comentaristas se precipitan para «comentar la noticia».
El director de ENAP «piensa» que un alza de 10% es «inevitable». Los
comentaristas piensan lo mismo, pero discuten el porcentaje.
Todo esto se transmite el día completo y durante tres días por todos
los medios posibles, hasta en los diarios gratis del Metro. Se trata de
«comunicación responsable, necesaria», elemental, diría también. Es
como la preparación de artillería en una batalla. Porque algo le temen
a la reacción de la gente.
Algunos reclaman que es siempre lo mismo. Cualquier pretexto es
bueno para subir y malo para bajar los precios. Pero el regimiento de
comentaristas, ministros y «expertos» está con el arma de la lengua
lista para refutarles.
El Consejo de Ministros se pronuncia, sin pronunciarse: la materia
está en estudio.
La gente que estaba irritada al principio, está cansada al cabo de
tres días, resignada.
Al día siguiente se anuncia que el alza es de 5%: la pera la han
cortado en dos, pues la próxima alza será en unos meses más y fin del
cuento. La tele toma medio minuto exacto para dar la noticia, de la
forma lo más neutra posible. Los comentaristas brillan por su ausencia.
Tú me dirás: «¡Pero esto se hace en todas partes!». Cierto. Pero es
que aquí se hace con tanta naturalidad, con un cinismo tan tranquilo
y de manera tan clara, que uno queda patidifuso.
Al cabo de una hora, los sucesos en el norte de África tienen
derecho a 30 segundos en todo y por todo. Son comunicados salidos
directamente de las oficinas de propaganda norteamericana, repetidos
por alguien que parece no saber lo que lee. ¡Bravo por la información!

157
Alonso Quijano

Hay más de cien cadenas de televisión… todas no son iguales.


Pero el contenido es exactamente igual y tratado de la misma manera,
con el mismo prisma ideológico y con la misma fuerte orientación
estadounidense.
Es todo lo mismo o con un tono doctoral o con un tono festivo o
con un tono medio serio o con cualquier tono; de todas maneras las
informaciones y el contenido de los programas no dicen otra cosa, no
provienen de otra fuente, ya que otra fuente «no interesa al público».
Así lo han determinado los responsables, en realidad así lo han impuesto
las clases dominantes ligadas al imperialismo USA.
Se comprende cómo los chilenos son informados, cómo se en-
cuentran al corriente de las tendencias profundas del mundo o de los
riesgos que corre la economía mundial o de las guerras imperialistas
que destruyen países enteros.

158
LV
Escuche la radio, algo se puede
sacar en limpio

Las radios presentan un espectro más variado. Parece ser que


existen radios de oposición, democracia obliga. Esas radios, como
muchos chilenos, hablan en condicional, esto es, de manera tentativa
y son partidarias de la Concertación, esto es, de quienes gobernaron
Chile durante veinte y más años sin haber cambiado nada o casi del
régimen de Pinochet.
Hay sin embargo radios que están menos ligadas a los grandes
grupos capitalistas que dominan a este país y que hacen un trabajo
correcto. Son radios universitarias y otras radios independientes o con
equipos de periodistas que quieren hacer realmente su trabajo.
Se encuentran en ellas noticas y escándalos que en la tele aparecen
después deformados. La línea editorial consiste en criticar al Gobierno
de Piñera sobre los problemas contingentes, sobre la reconstrucción,
sobre los temas ecológicos como, por ejemplo, la pertinencia de algu-
nas centrales hidroeléctricas o de paneles solares, sobre las luchas de
recuperación de tierras de los mapuches. No les he escuchado mucho
sobre las luchas de los trabajadores, de sus organizaciones, de su vida
política; solo algunas cosas no muy diferentes de las informaciones
generales. Las noticias del exterior en vez de venir de las agencias
imperialistas norteamericanas vienen de Radio France Internationale
o de las agencias pro cubanas, latinoamericanas.
Es todo. Todo esto dentro de la cacareada libertad de expresión.
¿Qué hay como información desde la izquierda, quiero decir, desde
la verdadera izquierda? Nada y se justifica diciendo que no representan
a nadie ni nada en el Parlamento, en la vida pública del país. ¿Cómo
hacerlo con un escrutinio cerrado con siete candados? Ah, eso no es
cosa de los periodistas…

159
Alonso Quijano

Esto ha cambiado ahora en 2014 y se ve a los diputados comunistas


en la tele, no siempre, y se les escucha, algo, en las radios. Pero es que
forman parte del Gobierno ahora.
Viva pues la libertad de la prensa. Una prensa que hace su oficio
copiando y pegando los despachos de las agencias internacionales de
prensa, ellas que son la Voz de las Américas. Esta prensa que es un arma
poderosa de formateo y de lavado de cerebros. De embrutecimiento
colectivo bajo la máscara de la información; ella que aparece como el
altoparlante disimulado, científicamente organizado, cuasi oficial de
la comunicación del Capital.

160
LVI
El imperio del papel

¿Los periódicos? Los que tienen una amplia difusión son los controla-
dos por las grandes empresas capitalistas. Quedan algunos semanarios
de oposición o críticos que cuestan como promedio tres veces más caros
que los diarios «populares» de la derecha.
Diarios populares llenos de bellas damas escasamente vestidas,
de horribles crímenes y delitos. Son casi dos veces más numerosos los
diarios de derecha, entre los que se incluyen los más «serios». El Mer-
curio es reconocido por sus pares como el diario de referencia de la
información responsable, de los intereses generales de los capitalistas y
del imperialismo y lo que es muy importante, el diario de los anuncios
económicos que realmente venden. Toda la pequeña burguesía lo lee
y, quién sabe si por contagio, el resto.
He comprado su edición dominical. Casi cien páginas donde
con gran dificultad se encuentra algo de interés. O información con
alguna objetividad, sin que el editorialista trate de pasarte goles de
contrabando.
De un lado, cinco o seis diarios nacionales. Entre ellos dos «serios»:
El Mercurio a 500 pesos y La Tercera, menos cara y que se dirige más
bien a la franja de tontos graves que encuentran los análisis de El
Mercurio demasiado pesados.
Otros dos tabloides tapizados de crímenes y delitos, sexo y fútbol
para darles emociones suaves y estimular el crecimiento demográfico,
imagino resfriado, a los cansadísimos chilenos populares. A 200 pesos,
un veneno que es una ganga, tan nocivo pero más barato que la pasta
base. Ataca también el cerebro.
Frente a este tsunami de la derecha, un semanario del Partido
Comunista de circulación confidencial a 700 pesos, un semanario
más bien cómico o escatológico de oposición a 800 pesos y otro de

161
Alonso Quijano

tipo ciudadano que se vende… a veces. He visto ofrecer este diario


en las salidas de algunos Metros «a como sea su cariño» por jóvenes
estudiantes que, me pareció, hacían así una labor militante.
Está también el Monde Diplomatique en su versión chilena, el
que es un buen contrapeso de ideas y documentos necesarios para el
análisis, pero que sale una vez al mes y cuesta la suma alzada y bien
alzada de 1.950 pesos. Horriblemente caro para estudiantes y para
los trabajadores. Está, pienso, dirigido a la franja de intelectuales de
izquierda y a los militantes con algo de disponible. Su línea, como la de
la edición francesa, es socialdemócrata tirando a la izquierda, lo que no
significa que sea de izquierda consecuente, como se sabe. De difusión
restringida, solo diez mil ejemplares, puede ser un medio importante
en esta etapa del desarrollo del pensamiento chileno si se toma con las
precauciones del caso. Y el dinero correspondiente también.
Todos, en todo caso, se afanan defendiendo las instituciones de
la democracia, los derechos del hombre y todos los conceptos sin
apellidos, propios de un periodo de calma chicha, que se disputan la
derecha y la izquierda. La prensa no hace más que reflejar la realidad
esencial del presente chileno. Todo otro pensamiento, comunista ver-
dadero, anarquista, repta subterráneo, casi sin medios y sin voz, de
hecho, frente al consenso.

162
LVII
El modelito que se gastan…

¿Que exagero, Raymundo? Solo un poco. Trato de encontrar dónde


recargo las tintas y no lo encuentro. ¡Ah, sí! Todo está bañado en pu-
blicidad. La publicidad está en todas partes. Omnipresente, cansadora.
¿No es acaso esto la modernidad? No. Evidente que no. Como no es
la modernidad toda la gente que se pasea a toda hora en las calles. Es
cesantía crónica, disfrazada, ya lo he dicho.
Pero como entro cada vez más en el país, me he dado cuenta de
que los paseantes son por lo general gente que está en edad de trabajar.
Hablo de la gente que camina por las calles, que llena el Metro, que
circula por todos lados.
He leído, en alguna parte de Internet, que 680 mil personas entre
15 y 29 años no van a la escuela, no siguen buscando trabajo porque
nunca lo encuentran, no hacen nada. Es un porcentaje importante de
la fuerza de trabajo. Me pregunto si la contabilizan como cesantes…
Para el ministro, lo escuchaba en la radio, se trata de una «falta de
expectativas». Hay, al parecer, muchas madres solteras muy jóvenes,
correspondiente al 30% del primer quintil, los más pobres.
Por decirlo brevemente, una desmoralización completa de jóvenes
que no disponen de lo estrictamente necesario para comer, que asisten
a escuelas municipales que no los motivan y que viven en un universo
glauco donde la droga les sirve de «escapatoria».
El ministro parece estar bien consciente… y prepara un plan y una
comisión para…. que vivan algunos amigos suyos: nunca han dado
otra cosa las comisiones y los planes.
El modelo es algo que merece estudio. Sobre todo cuando pienso
que por allá en Francia algunos politicastros de derecha (cuándo no)
nos lo quieren aplicar… ¡Que Dios nos pille confesados y confesos!
En relación con la primera riqueza nacional, el cobre, el cuadro
hace temblar. Chile sigue siendo en lo fundamental un país exportador
163
Alonso Quijano

de materias primas en bruto. El cobre ha representado desde siempre


una parte decisiva de los ingresos nacionales. Antes de Allende, el
Gobierno de Frei había negociado un acuerdo muy favorable para las
compañías norteamericanas que lo explotaban: un 50% para ellas y
un 50% para el Estado. Allende nacionalizó todo y con razón.
¿Que hicieron los de la Concertación? Crearon una situación en
que simplemente las compañías transnacionales tienen el control del
70% de la producción y hace mucho tiempo que pagan lo que se les
ocurre de impuestos. Como la ley (la voluntad de patrióticos diputados
bien chilenos) les impone no por el cobre extraído sino que por las
ganancias declaradas, se las arreglan para no tener nunca ganancias
y así eludir toda tasa. Es decir, exportar la mitad del mineral en bruto
para procesarlo afuera y distribuir dividendos a los accionistas sin pagar
«molestos impuestos nacionalistas que disuaden las inversiones». La
mina La Disputada, pero no tonta, hace veinte años que no paga una
chaucha al fisco. ¿Qué me decís?
El cobre que dicen «chileno» corre para afuera sin dejar traza o
solo el hoyo. Por suerte el 30% restante, administrado por Codelco,
deja algo…
De 50% con Frei a 100% con Allende para volver a los 30% con
la Concertación, que se dice de «izquierda» o de centroizquierda. La
dictadura y la democracia en acción arrastrándose delante del capital
imperialista. Es también una medida de la derrota del movimiento
obrero y popular.
Una ley viene de pasar para subir provisionalmente (¡provisional-
mente!) por tres años la tasa a 14%; estaba en… ¡¡5%!! Con ella se
piensa recuperar un billón de dólares. Las compañías solo entre 2003
y 2009 han «recuperado» 100 billones…
Toda la riqueza del país se concentra en el primer quintil (20% de la
población) y aún más en el 1% que gana tanto como los 99% restantes.
El resto está o en la pobreza o en dificultades. La concentración económica
es increíble. Tres grupos farmacéuticos controlan el 95% de las farma-
cias. Las ferreterías han pasado del 2003 al 2008 de 8.000 a 2.500 como
consecuencia de la instalación de tres cadenas de distribución nacionales
de esos productos. Es el socialismo capitalista en acción.
Los productos alimenticios aumentan de precio, los medios de
transporte también. ¿Los salarios? No.
164
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Yo, que pago un arriendo módico por un departamento con una


pieza, baño y una pequeña sala de estar, no teniendo que pagar médico
ni salud, ni comprar ropa, no gasto menos de 400 mil al mes. Hay tres
quintiles que ganan menos que eso por familia y otro algo más de 100
mil pesos más.
El transporte es carísimo; si se hacen dos trayectos por día, 36 mil
pesos o 24 mil pesos si solo se trabajan cinco días a la semana y no se
sale en locomoción los sábados ni domingos. No hay un sistema de
reducciones para aquellos que viajan todos los días al trabajo ni tarjetas
semanales; solo los estudiantes se benefician con una tarifa reducida.
La electricidad, el agua y el gas son como 60 mil pesos para una
sola persona que lava poco. ¿Cómo hacen las demás personas? Las
vacaciones, las distracciones, la salud que es carísima o muy mala, la
educación igual de cara o mala… ¿Cómo hace el 80% de la población?
Naturalmente, las «estadísticas» de la pobreza nos pintan un cuadro
idílico. Con las estadísticas, es sabido, se puede decir lo que se quiera.
La salud es como para caer enfermo. El 75% de las personas que
tienen seguro se encuentran en el sistema Fonasa que cuesta menos
caro y paga, cuando paga, poco. El servicio es calificado de «malo»
por el 40% de los enfermos cubiertos por ese sistema.
Se dice que entre el 15% al 20% de las personas no se inscriben y
apuestan que no se van a enfermar o se las arreglan como pueden. Es
que o no disponen para cotizar o piensan que no les conviene, visto el
bajo monto de lo devuelto.
En los hospitales públicos hay pocas camas, pocos especialistas,
pocos medicamentos y hay que esperar meses y aun años para operarse.
El otro sistema es mucho más caro, pero, eso sí, devuelve también
más y obtiene ganancias enormes. Es el objetivo ¿no? Son dos sistemas
a dos velocidades. La de la tortuga y la de la liebre.
Claro está que si usted tiene muchísimo dinero va estar tan bien o
mejor atendido y tratado que en los Estados Unidos, luz, norte y espejo
del sistema de salud y del sistema, sin apellidos.
¿La educación? Es muy simple. ¿Quiere usted una buena educación
para sus hijos? Pague. ¿Cómo? Tome créditos. Hay específicos para
padres y apoderados.

165
Alonso Quijano

Es muy simple, ya le dije. Estudie hoy pague después. Pague en


todo caso, pague siempre, por todo, por la salud, por la educación,
por todo. No hay desayuno gratis en Chile. Pague.
Esto ha dado como resultado el vasto movimiento social de los
estudiantes chilenos. No deben entender los beneficios del sistema…
Si es cuestión de alojarse, sepa que el milagro chileno comporta
400 mil familias endeudadas hasta el cogote y sin poder pagar los
empréstitos o con atrasos importantes. La deuda sube a más de 91
billones de Unidades de Fomento (multiplique por un factor del orden
de $22. 000 a principios de 2011). Hay 26% de endeudados que no
pagan nada y 21% que han reprogramado sus deudas. De subprimes
a la chilena.
¿Cómo hace entonces la gente? Ya lo dije: endeudándose aún más.
Que se infle nomás el globito. La deuda de las familias pasó del 2003
al 2008 del 33,4% al 62,2/ del ingreso disponible. Hay 16 millones
de tarjetas de crédito para comprar mercaderías de consumo corriente
(¡fuera de las tarjetas bancarias!) para una población de 16,7 millones
de habitantes, viejos y niños incluidos, naturalmente.
El costo adicional, si se paga con esas tarjetas, puede ser de hasta
10%. Muchos están fuera del sistema de tarjetas por no poder cancelar
las cuotas: otros están de deudas hasta la tusa. ¿El sistema habrá encon-
trado sus límites? En todo caso, como pesadilla, no se hacen mejores.
Las casas comerciales que han editado estas tarjetas y que, algunas,
han fundado bancos y que tan «bien» les ha ido, mantienen con sus clientes
la misma relación que la finanza imperialista con los países sobreendeu-
dados. Cobran los puros intereses y la deuda de base sube, sube y sube.
Esto es, sin tapujos, el capitalismo moderno. Un racket legal, organizado
científicamente, apoyado por políticos y dictaduras feroces.
Sin embargo, me pareció que estaban sentados en un volcán. Que
esto no puede durar, que no va a durar. Estos son los verdaderos «sub-
versivos» y los verdaderos «terroristas» y no algunos jóvenes perdidos
empujados por esta situación aberrante. Pero como decía Louis XV
y que repiten estos otros: «Apres moi, le deluge», y eso que en Chile
no llueve desde hace años, pero cuando la tempestad se desate, que
nadie se queje.

166
LVIII
El ministro, los paisajes y el «servicio»

El martes próximo hay una manifestación por el día de la mujer.


Voy a ir a ver si encuentro al Yeti, esto es, si con suerte encuentro a
alguien que me explique mejor la situación.
Para acortar el tiempo pongo la radio. Caigo sobre el Ministro
de Turismo que ha vivido en el exterior (¡puchas que pasan ministros
por las radios!). Se trata de recuperar los cruceros llenos de gringas
con plata, más que gringos por la ley natural, que han desaparecido
de las costas chilenas. Y el periodista que termina con… «Teniendo
Chile tan bellos paisajes». Que hay bellos paisajes, los hay, es cierto.
Pero antes que nada todo aquello es un mito generalizado en todas las
capas de la población, ya que paisajes bonitos… hay en todas partes.
Que Chile «sea el país más bonito del mundo» es lo que repiten
todos los diversos habitantes de otros países, solo que cambiándole a la
frase la parte que dice «Chile» para poner la de sus países respectivos.
Es así, guste o no.
Esa idea se aprende en la escuela elemental y es un concepto ele-
mental que debe ser tomado como tal. Solo como una idea elemental,
mi querido Watson.
El ministro que conoce su ministerio le respondió: «El servicio».
Parece ser, según el ministro, que todavía los chilenos están algo esca-
sos de «cultura turística». Es lo menos que se puede decir. Ya sé, los
turistas son sacos de dinero en que el que no se sirve es tonto, pero no
hay que exagerar tampoco.
Yo que soy medio turista —al principio me lo preguntaban, al-
gún acento debe habérseme quedado—, puedo testimoniar. Y es un
poco cierto lo que dice el ministro. No solamente desde la llegada la
víctima… digo, al turista, se le previene contra la delincuencia, que es

167
Alonso Quijano

horrorosa. También que, cada vez que se puede, y con un turista todos
creen poder, se le estruja a quien más mejor.
Si usted va comerse una colación rápida en un restaurant de paso,
el precio se encuentra bien puesto en el exterior. Un menú simple en un
boliche simple puede costarle entre 3.500 y 5.000 pesos. Usted pide
la colación y la persona que lo atiende le pregunta: «¿Qué bebida va
a tomar?». Usted le dice y al final la cuenta es más cara. Es la bebida,
pero nadie le dijo que no estaba incluida. El ejemplo es simple, como
todo ejemplo, pero todo es igual. Sí, es que hay que preguntarlo todo,
no se está en confianza ni con agrado en ninguna parte.
No se trata de que sea caro o no: se trata de que uno tiene la
impresión de que lo pillaron volando bajo. Un día cansado de tener
que almorzar, más por la desconfianza que por los platos sabrosos, me
fui a un restaurante libanés que ofrecía especialidades locales como
plato del día. La niña que atendía me propuso entonces la especialidad
libanesa que pensé que estaba en el menú. Cuando fui a pagar, era el
doble, reclamé enojado y me bajó el precio como diciendo: «Este me
pilló», y no volví más.
Hasta ahora no he encontrado un solo lugar donde jueguen «ba-
rras derechas». Dan ganas de hacer dieta o de comprarse las cosas en
un supermercado.
El ministro tiene pan en el horno… ¡y sin bebidas!
No es el dinero, porque incluso la colación sale más barata que
comprarse las cosas; es la sensación de que lo toman a uno para la
palanca. Los autóctonos saben y no los hacen lesos, pero los turistas…
Es el servicio. Más bien se sirven a los turistas que los sirven. Y
no hablemos de la campaña de terror que desata la prensa todos los
días con asaltos y robos; no es como para cantar ¡aleluya, hermanas!
Para peor, los chilenos a la gringas ni las miran, por gringas y federales.
Ellas pierden las ganas de volver. Entonces los barcos cuando avistan
las costas chilenas, dan la media vuelta y los turistas se tocan la cartera
para ver si todavía está allí.
Un turista tiene que comprar caro, muy caro, y si se le hace pagar
mucho más caro que a un nativo, es una muestra de consideración, de
respeto, se le otorga el rango que merece. Esto el ministro lo sabe. Y
trata sin rodeos semánticos rebuscados —es un ministro y conoce la

168
Y… ¿cómo encontraste Chile?

mentalidad chilena— de decirles a sus conciudadanos lo que el pre-


sidente González Videla le decía a su cuñado: «¡No robe tanto pues,
hombre!», con los resultados que se conocen.
Un trabajo de romanos.
Para peor, el ministro tiene un problema casi insoluble: los paisajes
chilenos, según mi modesto punto de vista, se mejoran en función in-
versa de la calidez de las aguas del océano. Mientras más se desciende
al sur, más frías se ponen las aguas de un mar que un bromista llamó
«Pacífico», cualidad de la que carece en grado heroico.
Y en los canales del sur, donde se encuentran los paisajes más
bonitos, si una gringa mete una pata al agua, que las tienen grandes,
sacará un bloque de hielo.
No hay temperaturas comparables a las del Caribe y nadie cha-
potea en las aguas glaciales, menos las gringas de la tercera o cuarta
edad. Coraje, ministro. Chile está lejos, no hay gran cosa que ver salvo
paisajes que se pueden encontrar en otros lugares del planeta, el agua
del mar es fría, nadie habla lenguas extranjeras y el servicio es como
para arrancar. Y eso que las gringas no tienen que hacer trámites en
las oficinas públicas…
Sin embargo, el clima es muy agradable, uno de los más agradables
del mundo. Aconsejo explotar ese filón. «Enfermos buscando un clima
clemente». Fuera de Santiago el aire es puro y seco. Los inviernos no
son rigurosos ni largos y los veranos no muy calurosos y en las noches
la temperatura baja suficientemente como para dormir bien. Una gran
ventaja esta comparativamente con los países tropicales. No hay ni
huracanes ni tormentas y la fauna es escasa y sin bichos peligrosos. Se
pueden garantizar tres meses de sol continuos y aún más, bueno, si no se
va muy al sur donde la capa de ozono presenta algunos problemillas…
Sobre el tema del cuidado de los enfermos, el servicio se mejora
espectacularmente. Las chilenas son competentes y muestran compasión
por los dolientes. La organización burocrática, aunque algo rígida y
de cara de pocos amigos, hace relativamente bien las cosas y todo en
general, cuando se conoce, se desarrolla regularmente.
Es una posibilidad… salvo, quién sabe, por esa historia de la capa
de ozono. No tengo otra cosa que proponerle al ministro para desa-
rrollar el turismo y la entrada de dólares, ya que de eso se trata, ¿no?

169
Alonso Quijano

No es que no haya turistas. Yo que no vivo lejos de la Plaza de


Armas los veo de vez en cuando. No son tantos, pero hay algunos
grupos que, vestidos de gringo, siguen a un guía local que se desgañi-
ta mostrándoles y explicándoles lo que a un santiaguino no le llama
la atención. Hay también turistas que se pasean de dos o tres con un
aire concentrado e inconfundible con sus bototos para escalar en la
superficie completamente plana y de cemento de la capital. Lucen a
menudo tenidas multicolores que contrastan con el negro-gris-blanco
de las uniformes tenidas chilenas.
Se cruzan entre ellos algunas miradas perdidas, algo desconfiadas,
al corriente ya de la delincuencia que les rodea. Pero el público local,
digamos los delincuentes en el imaginario fabricado, no prestan más
que una atención muy escasa a esos gringos que se entretienen miran-
do maravillas arquitectónicas tales la Catedral o el Correo Central,
que tienen muchos años y muchos terremotos en el cuerpo, pero que
no pueden competir con los de Perú, no digamos con los de Europa.
Parecen decirse: «¿Pero, qué diablos hacemos aquí?».
Los chilenos no les dan bola, ni siquiera a algunas damas que
quisieran que algún latin lovers se ocupase algo más de sus encantos
a mal traer.
A veces, simplemente, no hay turistas y los encargados de orien-
tarlos o informarlos hacen carreras en la plaza con sus dos ruedas. Y
cuando hay y una vez que les han mostrado las maravillas locales en las
que se incluye también el Cerro Santa Lucía y el San Cristóbal, siempre
que muestren carné, pasaporte además del rut los turistas nacionales,
algunos llevan la temeridad hasta proponerles visitar «moles» a gringos,
que lo único que quieren es escapar de esas monstruosidades.
¿Y la gentileza de los chilenos? Hay que reconocer que no siempre
es fácil para los extranjeros, incluso cuando los nativos son proclives
a ayudarlos.
Con los inmigrantes de países próximos que no tienen dinero y
vienen a trabajar, la cosa cambia de manera muy marcada. Simpáticos
con los gringos, xenófobos con los peruanos.

170
LIX
«¡Está lleno de peruanos!»

Yo les aconsejaría que se trajesen el permiso de conducir. En Chile la


circulación es todavía aceptable. No he visto muchos atascos como se
forman en otros países. Las distancias parecen cortas y se llega rápido
a donde se va salvo para el trabajador que viaja en bus y tiene que ir
al otro lado de la ciudad. Hay buenas autopistas hacia el sur y hacia el
norte y hacia las playas cercanas de Valparaíso. Así los turistas podrían
mirar hasta la saciedad los bellos paisajes, si es eso lo que los motiva
para venir a Chile, tan distante.
El número de vehículos ha aumentado de manera considerable.
Para el chileno siempre ha sido el símbolo de haber llegado a una
nueva situación social. Ahora, esto se ha democratizado, se ven autos
por todas partes.
Y entonces, ¿cómo se explica que se viaje en auto con un salario
que bordea los 350 mil pesos y un precio de la bencina no lejos del
europeo? No lo sé. Debe ser este el milagro chileno, quiero decir el de
las tarjetas de crédito. Me dicen que hay gente que solo conduce los
fines de semana. Se comprende mejor.
Los autos en Chile por lo demás no son caros comparativamente,
aunque hay algunas distorsiones en el mercado. Por ejemplo, un auto
que «se destaca» puede valer un precio cercano al de un departamento
pequeño.
Como me integro cada vez más comienzo a distinguir a los inmi-
grantes. A los peruanos, sobre todo. A los otros todavía no los distingo,
salvo a los afroamericanos, pero hay pocos. Esto es bien característico
cuando se llega a un país donde todos los que viven parecen del país
y lo son de hecho ya que viven ahí, trabajan ahí.
Algunos peruanos ya están instalados con restaurantes. Los chi-
lenos gustan de la comida de los bordes del Rímac. Estos peruanos

171
Alonso Quijano

son similares a los miembros de la clase media chilena. El mismo tipo


físico y la misma mentalidad, también.
Pero los que más predominan son los peruanos de tipo quechua,
ligeramente diferentes del tipo correspondiente chileno, fácilmente
identificables. Parecen, en promedio, algo más pequeños. Los veo a
menudo en grupos, bien sonrientes entre ellos.
Los que están instalados se muestran ya como propietarios, con
plenos derechos y practican, como es la costumbre inveterada en esos
casos y en otros países, la explotación de connacionales menos afor-
tunados y sumisos a todas sus exigencias por falta de documentación.
Entre los restaurantes peruanos se encuentran desde los que atien-
den a una clientela adinerada hasta los boliches para trabajadores
pobres. Los trabajadores ocasionales se instalan en la calle Catedral,
al lado de la Catedral, a esperar que patrones chilenos les vengan a
buscar por trabajos de distinta naturaleza y de cualquier duración.
Según los chilenos, «Chile está lleno de peruanos» y la Plaza de Armas
también. En realidad, hay algunos miles y en la Plaza de Armas algunas
decenas en la calle Catedral. Ya dije que me parecía que una barrera
se había instalado entre trabajadores chilenos y peruanos; no he visto
grupos mixtos de chilenos y peruanos comiendo juntos o discutiendo,
nada. Al punto que un día, sin darme cuenta, entré en una peluquería
atendida solo por peruanos y me preguntaron si hacía mucho tiempo
que no vivía en Chile… lo que les confirmé.
Mi «extraterritorialidad», mi falta de tiempo y de conocimiento
profundo del país me pone en estas situaciones. Y esto me da también
una visión muy subjetiva y quién sabe si incorrecta o no totalmente
correcta de lo que observo.
Tengo, además, tendencia a identificarme con los inmigrantes…
anda tú a saber por qué… aun si los inmigrantes de aquí son de la
misma lengua y del mismo origen. Se sabe, el racismo, la xenofobia
es de doble filo. En todo caso, constatar este problema, que no es tal,
sino que fabricado para dividir a los pobres aun más, me hace pensar
en mis raíces.

172
LX
«Como decía mi madre, las mujeres
chilenas son lo mejor del país»

Voy a la manifestación del Día de la Mujer. Había encontrado dos


convocatorias pegadas en los muros. Y citando a dos lugares distintos
y a horas distintas. No sabía qué pensar.
La CUT convocaba, asociada a los partidos políticos —sin mencio-
nar a ninguno en particular— a los grupos de defensa de los derechos
humanos, a las organizaciones sociales y al Activo de Mujeres, a desfilar
bajo la consigna «Con convicción y movilización las mujeres construyen
la unidad». No estaba especificado, pero uno pensaba inmediatamente
en una unidad Partido Comunista Concertación.
Me fui a eso de las 17.30 ya que la cita era a las 18 horas y no
estaba lejos de donde vivía. No quería perderme la primera manifes-
tación después de 33 años fuera de Chile.
Como siempre, llegué muy temprano, pero no tanto como para
no haber sido precedido por los más militantes. Había una decena de
personas haciendo flamear banderas cubanas. En otro lado un grupo
con banderas rojas del Partido Comunista (Acción Proletaria). Ofrecían
su diario «a lo que quiera usted dar, compañero».
Andaba algo perdido, no sabiendo si las raras decenas de militantes
era todo lo que podía esperar como participación de masas. Pero poco
a poco pequeños grupos de siete a ocho manifestantes se unieron a
los otros grupos.
El público estaba compuesto manifiestamente de militantes. Es-
taban la Juventudes Comunistas con algo así como treinta personas;
el Partido Comunista con el mismo número aproximado de viejos
militantes; el Partido Socialista, lo que me sorprendió vista su política
completamente proburguesa, con secciones y un cierto número de
militantes obreros: la tradición socialista perdura, entonces. En total,

173
Alonso Quijano

unas 300 personas, incluyendo algunos anarquistas, un grupo de unos


seis trotskistas que vendían su diario y los aislados como yo.
Los trotskistas hacían parte del «partido obrero internacionalista
cuarta internacional integrantes de la fracción leninista-trotskista in-
ternacional»… Uf, algo largo el nombre. Me pidieron una contribución
que les di ya que fueron los únicos que me la pidieron y que hablaban
de lo que pasaba en África del Norte.
El pequeño espacio en que se reunía la manifestación estaba ocupa-
do también por los carabineros que impedían que la los manifestantes
tomasen el recorrido con el que habían amenazado: Alameda hacia
Estación Central.
Como a las 19 horas la manifestación partió, pero por Vicuña
Mackenna, lo que no comprendí para nada. Seguí un tiempo pero sin
conocer a nadie y habiendo visto lo que había visto, esto es, casi nada
y poca gente, me volví por donde había venido, tan solo como llegué.
No me arrepiento, pero me pareció que los políticos y las políticas
que habían conducido el movimiento a la derrota antes, estaban listos
para hacerse elegir, que el PC buscaba un acuerdo con la Concertación
y que, quién sabe, eso era solo el comienzo.
De hecho, las manifestaciones de otros años fueron más masivas,
pasaron por la Alameda y el PC logró acomodarse con la Nueva Ma-
yoría y participar, al fin, en el Gobierno, aunque bien poco. Pero han
logrado ganar seis diputados.
Es así en Chile: cuesta empezar pero una vez que toma vuelo, no
hay quién los ataje. Sí, los milicos y a balazos. Espero que esta vez
hayan aprendido la lección, pero tengo mis dudas, ya que la próxima
vez la cosa arriesga de ser aun peor. Ya sé que la vida es un eterno
recomenzar, pero ya está bueno.
Me arrepentí de no haber discutido algo más con esos muy jóvenes
trotskistas; temía un diálogo de sordos o que me emborrachen la perdiz
con frases hechas, pero, quién sabe, pudo haber sido la oportunidad
para conocer más gente.

174
LXI
La conceptualización postmoderna
y las «raíces»

Las raíces se han transformado en un concepto irracional aceptado


por casi todos y que no se discute. Todo el mundo lo utiliza como un
joker cómodo para decir y hacer lo que le parezca. Pero ¿tengo raíces?
Y por más que me miro las plantas de los pies, no las veo.
Si tuviese raíces, ¿como se explica lo poco que me gusta la men-
talidad que se ha apoderado de los chilenos? Aunque sí, lo reconozco,
puedo adaptarme a ello. En realidad, hay miles de formas diferentes
de vida y de pensamiento en Chile y en todas partes.
Pero si tomo la forma típica, generalizada, comúnmente aceptada
o vehiculada por aquellos que la imponen, el modo de ser que se uti-
liza con un extranjero o un desconocido, ese modo me es conocido,
puedo imitarlo. Me choca es cierto y lo encuentro ideológicamente
inaceptable, completamente falso, absolutamente extranjero a todo
lo que me parece tener un valor real, a un contenido correcto, a una
gracia mínima.
Pero en Francia soy un inmigrante, que como todos los inmigrantes
se encuentra fuera de la vida real tanto social como política y proba-
blemente, si las cosas continúan como van, económicamente también.
Puede que no se pueda vivir allá tampoco. Por lo demás, raíces fran-
cesas, a pesar de haber vivido allá más tiempo que en Chile, no tengo.
Tengo influencias culturales, de intereses, un relación afectiva cierta
con ciertos aspectos de su modo de vida. Pero raíces, no. No soy de
allá, nadie me tomaría por un francés, pero sí por un chileno aunque
no tenga muchos puntos en común con muchísimos chilenos.
¿Soy entonces un desarraigado? Tampoco. Porque me encuentro
ligado a los dos países. Quién sabe, más a un país que al otro, pero
eso se divide de manera irregular aunque equilibrada. Sí me gusta la

175
Alonso Quijano

cultura francesa aunque no toda su cultura; hablo mejor el español que


el francés, y aprecio también algunos aspectos de la cultura chilena. Si
prefiero vivir en Francia, me gusta la sociabilidad de los chilenos. Si
detesto el chovinismo de los chilenos, detesto también el racismo de
algunos franceses, etc.
¿Quiere decir algo ese concepto de raíces? Como todos los con-
ceptos, de manera relativa, en función de distintos determinantes, un
proceso en transformación constante. Se es de aquí y de allá. No que
uno no sea de ninguna parte como puede aparecer, no. Es como las
raíces de un bretón, de un chilote. Habrá trazas bretonas mientras la
«bretonería» tenga una base económica y nacional. Cuando desapa-
rezcan, las raíces locales desaparecerán, a la corta o a la larga, como
desaparecen ya.
El capitalismo es nivelador por excelencia y se ocupa de ello desde
hace tiempo.
En Francia somos constantemente enviados en dirección a nuestras
raíces, esto es a otra cosa que lo que es la vida de los franceses, de sus
costumbres. Es lo mismo que decir que toda esta historia de raíces sirve
más para separar que para integrar.
Otros dicen que es reconocer la alteridad, la diferencia, el derecho
de ser diferentes… y de permanecerlo, diría. Es muy cómodo para los
racistas y los nacionalistas excluyentes. La diferencia es un hecho real,
pero es un hecho en permanente mutación hacia la integración.
Que hay raíces, las hay Garay, son los particularismos nacionales.
Pero en el fondo importan poco las raíces, el árbol y el tronco. No so-
mos vegetales sino individuos insertos en clases sociales con algo más
que hacer que mirarse el ombligo o pensar en raíces que te proyectan
hacia clasificaciones nacionales hoy día absurdas.
Que esas raíces desaparecerán un día, desaparecerán. Tomará
tiempo, pero la integración va a primar sobre la separación. Como ha
sido el caso en la ya larga historia de la humanidad. Al principio solo
se reconocían a las fratrias propias como semejantes y todo el resto
era bueno para matarlo y comérselo. Algo hemos avanzado después
de todo. ¡Proletarios de todos los países, cortad vuestras malas raíces,
vuestros lazos con los particularismos retrógrados, desarrollad la
fraternidad universal!

176
Y… ¿cómo encontraste Chile?

Algunos criticarán mi cosmopolitismo… no hablemos de los eco-


logistas, los falsamente humanitarios. Otros dirán que el color local,
las particularidades permanecerán. De hecho, las particularidades
desaparecen a ojos vista en este mundo mundializado y comercializa-
do. Más bien, los que quieren mantenerlas deben emprender un rudo
combate, que no ganan, contra lo que las hace desaparecer.
El color local no tiene futuro más que como verdadera particula-
ridad en un conjunto sano. Un conjunto que permita tanto los particu-
larismos como la tendencia más fuerte y más humana a la integración.
Esto es, que permita una vida sin exclusiones donde todos los seres
humanos hagan parte de una totalidad y las características comunes
generales predominen sobre los particularismos. Particularismos que
permanecerán o que se extinguirán integrándose, muy lentamente.
Otros pueden encontrar esta perspectiva sin color, apagada, irreal.
Pero pensar así releva de una falta de imaginación completa o que ve el
problema desde una perspectiva pasiva, contemplativa, que tiene como
único horizonte la preservación de los aspectos exóticos, pintorescos
del mundo. Es, en los hechos, una crítica inconsciente, deportada de
la vida uniforme, incolora bajo la alienación capitalista.
Sacar a la humanidad de la ley de la ganancia va a darle otro color
a todo. Mucho más que tratar de conservar particularismos locales,
nacionales o regionales que el capitalismo mismo destruye todo el
tiempo hasta no dejar más que caricaturas, formas «folclóricas» en
venta o mantenidas por otras razones.

177
LXII
Ya estoy «in»…

A medida que escribo estos propósitos internacionalistas como


la razón me los dicta, Raymundo, constato que estoy cada día más in-
merso, que formo parte del universo chileno hecho de ruidos, de clases
sociales en guerra, de gente de apariencia sentimental, de apurados,
derrotados, satisfechos de su éxito, bellas y no bellos, gordos y flacos.
Pierdo mi mirada sorprendida, extrañada, mis sorpresas, mis
angustias, para sentirme si no feliz al menos vivo en esta realidad a la
que me he ya suficientemente acostumbrado.
No me extraña mucho; en otras latitudes, asiáticas u orientales, me
sucedió lo mismo. Los anuncios de los altoparlantes del Metro casi ya
no los escucho, los guardias por todos lados me molestan igual pero los
veo menos, integro las espantosas diferencias sociales, el vacío espiritual
que constato ha hecho de mi un lector de autores clásicos chilenos.
¿Hace esto de mí un chileno? Quién sabe, pero un chileno que
quisiera ser algo más, un miembro anónimo del planeta reconciliado
con todos sus habitantes, más allá de todas las estúpidas diferencias
nacionales.
Pero no es más que un deseo, no existe la nacionalidad «terrena»,
a pesar de que lo somos todos. Existe Chile, Francia, esos países donde
viví y vivo y… ¡algunos cientos de países más! Hay que aceptarlo, pero
aceptarlo combatiendo no solo el lado chovinista de las cosas, sino que
también luchando por la integración de los países, por el internacio-
nalismo que hoy solo puede ser realizado por las clases sociales que
lo necesitan para emanciparse, por los trabajadores del mundo entero.
¿Qué queda entonces de estos mail que te envié como turista y
he terminado… como…? No lo sé, como turista nacional vuelto al
país que me vio crecer y volver al cabo de 33 años para ver si podía
adaptarme de nuevo «al país de mi infancia»

179
Alonso Quijano

Eh, no lo sé, solo sé que voy a volver a Francia donde me espera


toda mi familia. Mis amigos, mi vida real.
Desde mi departamento escucho el ruido de los autos, una sirena
lanzada a todo dar, estridentes gritos e insultos se cruzan sin motivo
comprensible, una alarma de auto suena, pero el cielo que apercibo
por entremedio de edificios de treinta pisos, es azul y se siente el aire
fresco, suave del atardecer santiaguino.

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LXIII
«Álzate América por tu dignidad»

¡Adiós Chile! Me voy cuando ya me siento parte, cuando ya estoy


casi completamente habituado. ¿Para volver? Sí, he vuelto cada año.
Me vuelvo a una Francia que añoro. A una Francia que bombar-
dea un pequeño país, Libia. Y donde espero manifestarme contra esa
agresión como lo hacíamos cuando jóvenes aquí en Chile.
Los últimos días los pasé haciendo compras para los hijos y las
nietas a pesar de que ando algo seco de billetes.
En una galería donde venden todas esas chucherías para turistas
que no son caras y sí pintorescas, a la vuelta de un boliche, escuché
de repente un «¡Vuélvete para tu país, peruano culiao!», lanzado en
dirección a un anciano que sumido en un dolor evidente no pudo decir
una palabra, que no se movió, cuyos ojos expresaron todo el sufri-
miento del mundo. Su mujer, una vez recuperada de la impresión, del
insulto, trató de encontrar una respuesta, una razón. El infeliz ya había
escapado. En realidad, ese miserable había lanzado su frase cuando
se alejaba del negocio de esos dos casi ancianos. Esto hace parte de
Chile también. El nacionalismo cobarde es también la herencia del
pinochetismo y de la derecha, de la educación patriotera de los niños
desde hace muchísimos años. Pinochet fue también un producto de ese
tipo de educación, de ese ambiente.
¡Bravo! Chile entra en la era moderna, en la OCDE, esa interna-
cional del capitalismo, en la civilización, en el progreso, en la cultura…
capitalista. Como tantos otros países “civilizados”.
¿Cómo se puede vivir decentemente en este planeta sin rebelarse?

181
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres digitales de

RIL® editores • Donnebaum


Teléfono: 22 22 38100 / ril@rileditores.com
Santiago de Chile, marzo de 2016
Se utilizó tecnología de última generación que reduce el im-
pacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el papel
necesario para su producción, y se aplicaron altos estánda-
res para la gestión y reciclaje de desechos en toda la cadena
de producción.
S e reúnen aquí las crónicas de un chileno que vivió mas de trein-
ta años en el extranjero y que retorna. Escritas a medida que se
reencontraba con Chile, pasan del choque del regreso a una lenta
asimilación relativa.
Volviendo, a menudo, se quiere revivir el pasado, pero este no
espera y uno tiene que conformarse con lo que aparece, con lo que
siente y con lo que vive. Ir de sorpresa en descubrimiento y encon-
trarse muchas veces desconcertado tanto por lo que ha cambiado
como por las influencias que una larga estadía afuera te ha deja-
do. Este libro debiera llamarse en realidad «Percepción subjetiva,
con algo del Mayor Thompson, de los cambios de Chile, por un
exiliado que vuelve por cinco meses al país donde vivió la parte
más importante de su vida» o «¿Ha cambiado Chile?». Desgracia-
damente, el primer título es largo y el otro no tiene una respuesta
clara (quizás sirva: «sí y no»).
Vengan pues estas crónicas, cuyos orígenes están en los e-mails
que nuestro turista nativo enviaba desde Francia a quien, curioso
también y muy influido por los largos años afuera, guarda todavía
una nostalgia triste aunque tierna de sus primeros pasos en este
rincón del planeta.
La eterna búsqueda de la juventud y de los mejores momentos
de una vida hace que a menudo se viaje hacia un reencuentro ilu-
sorio y que… uno se quede mirando, resignado, las manos vacías.

ISBN 978-956-01-0268-3

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