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Y... ¿cómo
encontraste Chile?
Y… ¿cómo encontraste Chile?
Alonso Quijano
Y… ¿cómo encontraste
Chile?
184 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0268-3
Sede Santiago:
Los Leones 2258
cp 7511055 Providencia
Santiago de Chile
(56) 22 22 38 100
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Sede Valparaíso:
Cochrane 639, of. 92
cp 2361801 Valparaíso
(56) 32 274 6203
valparaiso@rileditores.com
ISBN 978-956-01-0268-3
Derechos reservados.
Índice
Prefacio ..................................................................................... 11
I Una «seguridad» de miedo........................................... 15
II Mapuches, mestizos, sefaradíes, mezclas diversas......... 19
III La huella del ínclito Lucho Barrios............................... 21
IV Más «seguridad» y más miedo..................................... 23
V ¿Ha cambiado o sigue igual?........................................ 25
VI La herencia del albacea testamentario.......................... 27
VII Las inmutables tradiciones........................................... 29
VIII Menos «seguridad» con menos plata............................ 31
IX Manifestaciones y novedades políticas.......................... 33
X ¿Puedo integrarme realmente?...................................... 35
XI Al principio, se deprime................................................ 37
XII Los compañeros y el término de la revolución
democrática burguesa................................................... 39
XIII Puente Alto, la música y el espíritu comercial desarrollado.... 43
XIV Grasas, bellezas y más grasas........................................ 45
XV El Tricolor San Carlos.................................................. 47
XVI En los parques se ama y se muere ................................ 49
XVII Más desarrollados que en Francia................................ 53
XX Los «turcos», los coreanos y los imbéciles racistas........ 57
XXI El Lago de los Cisnes de Izquierda................................ 59
XXII En Chile se lee, aunque los libros
sean horriblemente caros.............................................. 61
XXIV «¡No digas que vienes de afuera!»................................ 63
XXV «En este mundo traidor, todo es según
el color del cristal…».................................................... 65
XXVI Soledad por todos lados............................................... 69
XXVII «La buena gente»......................................................... 71
XXVIII «No pasa nada, compadre…»...................................... 73
XXIX Una copia feliz… de las malas ideas que vienen de afuera,
como siempre............................................................... 77
XXX «¿Y por qué no volviste antes?»................................... 79
XXXI «Felices Pascuas».......................................................... 77
XXXII Gringos, predicadores y ajedrecistas en la Plaza de Armas..... 83
XXXIII Almuerzos abstractos, olvido
y más liberalismo volcánico.......................................... 87
XXXIV Algo de geografía urbana algo terremoteada................ 91
XXXVII Tratando, con Orlando, de saber
o comprender lo que viví.............................................. 95
XXXVIII El culpable de todo… según la mitología aceptada....... 99
XXXIX El terreno de experimentación de las multinacionales...103
XL Amarillo pato............................................................. 105
XLI La base real del Chile anterior.................................... 107
XLI El otro lado................................................................ 109
XLII ¡Cómprelo a crédito!.................................................. 113
XLV Pinchando en forma o pagando.................................. 117
XLVI El ambiente cálido… en verano… del Metro.............. 119
XLVII Estas son las mañanitas…muy poco del rey David,
en realidad.................................................................. 123
XLVIII La ideologización permanente y la formación
de la mentalidad pequeñoburguesa............................. 127
XLIX «¡Ya pues, váyase luego… no hable tanto!»................ 133
L Logorrea informativa y depresiva............................... 137
LI Poco a poco me voy acostumbrando… es terrible....... 141
LII Turisteando… en bus.................................................. 143
LIII Voy a dos misas sui generis…sin que se derrumbe
el altar… para rendir homenaje a la consecuencia...... 149
LIII Una película «dolorosa»............................................. 153
LIV El horror absoluto...................................................... 155
LV Escuche la radio, algo se puede sacar en limpio.......... 159
LVI El imperio del papel.................................................... 161
LVII El modelito que se gastan…........................................ 163
LVIII El ministro, los paisajes y el «servicio»....................... 167
LIX «¡Está lleno de peruanos!»......................................... 171
LX «Como decía mi madre, las mujeres
chilenas son lo mejor del país»................................... 173
LXI La conceptualización postmoderna y las «raíces»....... 175
LXII Ya estoy «in»….......................................................... 179
LXIII «Álzate América por tu dignidad».............................. 181
Sentir que es un soplo la vida
que veinte años no es nada
Alfredo Lepera
Prefacio
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Alonso Quijano
Pero terminé por volver y desde hace algún tiempo, vengo cada
año, sin hallarme definitivamente. Me siento más seguro, más integra-
do, más respetado en Francia que en Chile, a pesar de mi condición
de inmigrante. Es así, es un hecho concreto, que puede quizás cambiar
con el tiempo.
Estas crónicas las escribí cuando en el gobierno estaba la derecha,
que en el poder siempre ha estado y sigue estándolo, ya que controla
lo principal: la economía del país y el aparato represivo. Hoy día, con
el gobierno de Bachelet, se cree estar haciendo los cambios cosméticos
necesarios para limar algo las terribles injusticias y desigualdades del
país y hacerlo menos riesgoso para… los que lo explotan intensamente.
Pero pienso que solo acondiciona una nueva acometida de las clases
populares.
Porque en Chile, desde la Colonia, ha habido una seguidilla
constante de insurrecciones de los de abajo: mapuche, clase media y
trabajadores, en el mismo orden, que se suceden entre 40 y 50 años,
grosso modo. Comienzan, a menudo, con la acción de los estudiantes;
luego aparecen algunos reformistas que tratan de frenar esta espiral
ascendente con algunos cambios, y otros más reformistas aun que
empujan el carro más lejos; pero cuando los trabajadores comienzan
a entrar en la danza todo es finiquitado, liquidado, en todo el sentido
de la palabra, por las fuerzas de represión.
Por lo tanto, hay que esperar una continuación del mismo orden.
Los individuos, decía Freud, como los pueblos, digo yo, tienen una
tendencia marcada a la repetición.
Así pues, tómense estas anécdotas y reflexiones como lo que son:
las primeras impresiones de quien desembarca en un país que ha olvi-
dado y que redescubre, con todos los errores de apreciación de quien
no conoce el país actual y del que solo le quedan vagos recuerdos de
una época pasada… y que se repite para volver.
Algunas explicaciones podrán parecer curiosas a chilenos que
conocen bien el país, pero es que lo he escrito pensado originalmente
en un público francés.
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
En Chile
Hola, Raymundo, solo en este departamento arrendado, te cuento
mis primerísimas impresiones.
El vuelo fue tranquilo y desde la ventana del avión, después de
13 horas de viaje, alcanzo a ver las montañas que protegen Chile. Se
ven inmensas, poco nevadas en este mes de octubre de 2010. Terrosas,
metálicas, terribles, aparentemente demasiado próximas al avión. Las
hemos sobrevolado durante un buen rato, en dirección en diagonal
viniendo desde el norte de Argentina, para aterrizar en la estrecha faja
de tierra que deja la cordillera en el valle central del país y su capital,
Santiago.
Después de haber dejado atrás la cordillera, el A 340 culebrea en-
tre las montañas y perfora las nubes bajas, señal de la persistencia de
la Niña, fenómeno climático que marcará toda mi estadía. El pilotaje
tiene que ser preciso: es un país de montañas altas y estrechos valles.
Algunos, transversales, aumentan los obstáculos.
Antes, como sabes, el avión atravesaba la cordillera directamente
hacia Santiago desde Mendoza en Argentina y debía zambullirse súbi-
tamente para no aterrizar en el mar… ¡Tan estrecho es el país!
El aeropuerto es moderno, de tipo familiar, sin ese lado imperso-
nal de otros aeropuertos. La gente al llegar se abraza con profusión,
ventilando su chilenidad tanto tiempo retenida en el extranjero. La
mayoría de los chilenos es muy nacionalista o abiertamente chovinista.
Tengo la intención de quedarme algunos meses para reacostum-
brarme a la vida del país. El país que me vio nacer, donde viví mi in-
fancia, hice mis escasos estudios, atravesé la difícil adolescencia y tuve
la suerte de participar en el movimiento político y social que marcó a
Chile en los años 60, hasta 1978.
Casi 33 años de ausencia… Temo que tan larga separación haya
cavado zanjas profundas, pero siento confianza. Después de todo… ¿no
soy acaso chileno? Pienso que al cabo de algunas semanas me sentiré
como pez en el agua, un agua que creo conocer bien.
Pero una vez los pies firmes en la tierra, en la tierra chilena, al
margen de sueños e ilusiones, la realidad es otra. No me encuentro
para nada...
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Alonso Quijano
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I
Una «seguridad» de miedo
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II
Mapuches, mestizos, sefaradíes,
mezclas diversas
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El conocido gusto de los gringos, la tendencia inveterada de eu-
ropeos o norteamericanos de casarse con mujeres locales de rasgos
indígenas marcados, confirma no solamente la belleza cierta de algunas
mapuches y mestizas.
En todo caso, comprenderás que no tenía la intención de hacer un
estudio racial que tendría tanto valor como otros estudios parecidos,
esto es, ninguno. Menos aún perderme en la jungla de mezclas entre
inmigrantes europeos, sefaradís, cristianos viejos o mapuche, sino tratar
de pintar algunos tipos físicos del país. Por lo demás, este tipo de tema
se presta más a divagaciones y a prejuicios que a un análisis serio y no
puede servir para cernir la incalculable diversidad de los habitantes de
una zona geográfica.
¿El chileno? Eso existe y no existe. Esto es, como singularidad,
como categoría. Lo que existe es un grupo de habitantes del planeta
que, por el atraso persistente de la humanidad, se encuentra aislado,
confinado en límites geográficos estrechos. Y ahí, se ha desarrollado
una forma propia de la cultura sudamericana.
En el largo plazo, es una cultura pasajera, por lo demás muy influi-
da por lo que pasa fuera de sus fronteras. Muchos chilenos admiran,
porque así se lo han enseñado, a los norteamericanos y a los europeos
y todo lo que no es chileno.
Así y todo, esta cultura es auténtica y rica, producto de la vasta
contribución, de todo orden, de los que han vivido en Chile por dos
siglos. De manera que la influencia externa, pero sobre todo los cambios
engendrados por la geopolítica del mundo, por el avance tecnológico
y las ciencias, los ha forjado y transformado.
Pero definir un solo tipo chileno es imposible dadas las extraordi-
narias diferencias de clase y de origen que se encuentran, la multitud
de parejas mixtas, sin hablar de las diferencias físicas, culturales, inte-
lectuales e individuales…
Chileno es el que tiene un carné de identidad; más allá resulta
difícil encontrar un mínimo común denominador distinto a la mitolo-
gía aprendida en la escuela, que está principalmente al servicio de las
clases dominantes.
III
La huella del ínclito Lucho Barrios
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IV
Más «seguridad» y más miedo
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V
¿Ha cambiado o sigue igual?
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VI
La herencia del albacea testamentario
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Alonso Quijano
para los que trabajan solo durante las estaciones productivas del año
agrícola.
¿Los empresarios? Una historia alegre de éxito empresarial. 1.400
millones de dólares por concepto de exportaciones de frutas permite
reforzar el matrimonio feliz de los grandes propietarios agrícolas con
los capitalistas nacionales y extranjeros. Es la base del enriquecimiento,
del progreso, del cambio y del optimismo beato de los que se aprove-
chan del país. Aunque es cierto que para esos señores y señoras… ¡el
país es ellos!
La larga lucha por la Reforma Agraria dio lo que siempre ha dado:
una agricultura capitalista. Con doscientos años de atraso, cierto, pero
un progreso a la escala histórica, sin dudas. De hecho, mirando las cosas
de frente, Pinochet fue el albacea testamentario de la Reforma Agraria
por la que luchamos contra Alessandri, hasta Allende.
Ya ves, Raymundo, no luchamos en vano, aunque el resultado no
es exactamente el que esperábamos.
Y ese cambio capitalista ha formado el espíritu del país, que para
muchos chilenos es el egoísmo más estrecho elevado a la categoría de
filosofía de sentido común. El individualismo más limitado es tenido
por la forma más simple y lógica de las relaciones entre seres humanos,
que son «todos iguales» frente al dios mercado.
¿Serán todos tan iguales?
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VII
Las inmutables tradiciones
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VIII
Menos «seguridad» con menos plata
Me fui a pasear del otro lado del Mapocho, el río que atraviesa
Santiago de este a oeste. Un hilo de agua que viene de la cordillera,
sucio, frío y tumultuoso que pasa por medio de la ciudad a paso de
carga. Ese barrio es, sin ser el peor, harto menos rico. La seguridad
manifiesta desaparece casi completamente y el comercio ambulante está
por todos lados. Todo cuesta más barato, pero no garantizo la calidad.
Vine con mi hermano que saca un rollo de billetes sin preocuparse
mucho de la delincuencia. Empiezo a pensar que todo esto es muy exa-
gerado, que se trata de venderles seguridad a los comerciantes, aunque
también al resto de la población que puede pagársela.
Subiendo por calle Independencia, el contraste con el centro de
la ciudad golpea. Todo aquí está destinado o a una muy pequeña
burguesía pobre, a empleados de la administración pública o de la
salud o a obreros calificados de ingresos algo mayores que el mínimo.
Trabajadores que viven en el barrio o que trabajan allí.
Mi hermano me dice que se puede ir de día pero cuando cae la
noche, vale más encontrarse en casa. No me doy cuenta exactamente,
pero sin otra fuente de información, integro la idea y la pienso.
En el límite de esos dos mundos, la Feria del Libro. La recorrí
rápidamente. No se trata de un lugar de encuentros con escritores o
de conferencias interesantes: es un lugar de ventas. Parece ser que el
mercado dicta ahí sus leyes aún más duramente. No compré nada y
no sé si hay otras expresiones de la cultura.
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IX
Manifestaciones y novedades políticas
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Alonso Quijano
que los habían lanzado por ese camino que una manifestación propia.
Quién sabe si la defensa de sus derechos deba pasar por esta fase…
Me fui a casa sin volver la mirada ni pensar más en esa copia
poco fiel.
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X
¿Puedo integrarme realmente?
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XI
Al principio, se deprime
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XII
Los compañeros y el término de la
revolución democrática burguesa
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sin embargo, los rasgos de alguien que había luchado toda su vida, pero
que también había perdido muchas batallas. Aunque todavía dispuesta
a luchar, todavía dispuesta a servir a la causa.
¿Algo sabemos de eso, no, Raymundo?
Había otro compañero (el «compañero» es de rigor) también muy
acogedor.
Ellos, antes que preguntase, me señalaron que había llegado tar-
de… a pesar de que yo venía por unos certificados. Después de muchos
circunloquios y explicaciones, la respuesta no varió en un milímetro.
No quedaba nada para mí. Aunque no hubiese pedido nada, como
era el caso.
En medio de esa muestra palpable de incomprensión mutua, lle-
gó otro compañero harto menos compañero, pero haciendo gala de
una cierta autoridad, quien cuadró el debate sobre mis pedidos, que
no había hecho, y sobre mi persona. «¿Cómo era posible que no me
hubiese inscrito antes?». Para él, yo venía por la ley que otorga dinero
a los exonerados y a los ex prisioneros políticos.
Aprovechó, antes de que yo pudiese abrir la boca, para pasearse
por el sistema de jubilaciones francés y dijo a sus colegas que se había
informado en detalle de las manifestaciones contra el proyecto Sarkozy.
Yo, que venía de allá, que había participado de todas las manifestacio-
nes, que soy jubilado francés, no tuve parte en ese entierro; ni siquiera
me preguntó acerca del valor de su información.
Enseguida se pronunció sobre las diferencias de ingresos entre un
jubilado chileno y un jubilado francés o de alguien venido de allá… en
transparente alusión a mi situación. Una vez que le expliqué a lo que
venía, que tenía que ver con un certificado más que otra cosa, me indicó
que debía procurármelo con algún «patrón que yo conociese». Yo no
conozco ninguno y su sectaria provocación me hizo subir la mostaza.
Así es que le espeté algunas verdades con un tono de pocos amigos.
Subió el tono y se permitió hacerme algunas críticas sobre los chilenos
de Francia, sobre su falta de información sobre Chile, sobre mi descuido
al dejar pasar esa indemnización que, sin decirlo, comparaba con las
escuálidas pensiones de aquellos que permanecieron bajo Pinochet.
Le respondí precisándole que había renunciado a ese beneficio por
mi propia voluntad. Que esos pesos corruptores de los continuadores
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
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XIII
Puente Alto, la música y el espíritu
comercial desarrollado
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XIV
Grasas, bellezas y más grasas
Un problema de peso. Más del 40% de los escolares están con so-
brepeso y, viéndoles circular por las calles, más que eso, agregaría.
No hablemos de los adultos; deben vencer todos los records. Antes
no llamaba la atención la obesidad; había obesos, pero pocos. No sé si
es una impresión reciente, tanto como constatar el carácter indígena
o mestizo de la gente.
Antes no me daba cuenta, pero desde que me bajé del avión me
saltó a los ojos, sin poderme alejar de esa visión de obesos. ¿Han en-
gordado porque se alimentan más? No he constatado un aumento de
la estatura media importante. ¿Comen mal? Eso, más que seguro; y
abundantemente, según me dicen, la llamada «comida chatarra». ¡Y
cuánta sal le ponen a las comidas! Buena para blindarse las arterias.
Los chilenos continúan siendo más bien chicos o no muy esbeltos.
Salvo excepciones, naturalmente. A partir de los 40 años, no hay una
sola mujer a la que se pueda mirar. Y en esto soy generoso, ya que a
los treinta y cinco comienzan a echarse a perder. Y por el estómago,
principalmente. Salvo excepciones, naturalmente. No es que sean poco
agraciadas; hay algunas muy bellas, algunas morenas muy bonitas, pero
de estructura más bien cuadrada. Son muy raras las que son esbeltas
sin parecer raquíticas o pequeñísimas.
Cuando son jóvenes se ven mejor, y aunque muchas tienen las
piernas muy gruesas, exhiben una cierta firmeza de carnes. Pero cuan-
do llegan a la edad adulta, la mayoría sufre un desparramo de carnes
fofas y desbordantes.
Las liceanas presentan el mismo tipo algo indígena, pero más
deslavado. Se encuentran también flacas sin formas ni colores, de un
aire enfermizo; parecen gallináceas desplumadas.
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XV
El Tricolor San Carlos
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No hay mucho que hacer; entonces me fui a pie a visitar una biblio-
teca. Una hora de caminata. Me leí la Historia del Reino de Chile de
Góngora y Marmolejo. A eso de las dos me metí en un restaurante de
peruanos donde me sirvieron carne con arroz y ensalada. Más típico
imposible.
Continué mi deambular sin objetivo fijo ni dirección. Me senté
en un parque donde corría una brisa suave muy agradable, como es
corriente en Santiago. Delante de mí, a izquierda y a derecha, las pa-
rejas se restregaban sin pudor. Unas muchachitas apenas adolescentes,
liceanas con uniforme, practicaban el arte amatorio desenfrenadamente
encima del césped al que habían confundido con un lecho de dos plazas.
Estas actividades son contagiosas, sus ganas son comunicativas,
así es que me ubiqué en otro lugar. Pero en el otro lugar encontré una
pareja entre los cuarenta y cincuenta en lo mismo. Casi les digo «¡Vá-
yanse a un Hotel en vez de calentar el agua en un parque!». Me pareció
indecente. Los jóvenes eran otra cosa pero los viejos se encontraban
manifiestamente fuera de lugar. Quién sabe si me equivoco, no lo sé.
A lo mejor no podían hacerlo de otro modo… En todo caso, se pincha
firme (¿se dirá todavía así?) en los parques y encima de los parques.
Más cerca de mi departamento, en el Paseo Estado, cansado, me
senté a observar a la gente. Tenían un aire de personas agobiadas y
perdidas, sin saber, al parecer, qué hacían allí.
En los jardines públicos no solamente hay parejas de adolescentes
sin dinero que se enrollan los unos contra los otros besándose hasta
perder el aliento. Hay también trabajadores que mantienen los jardines.
Y no miran a los enamorados. Muchos son ancianos de edad avanzada,
cercanos a los setenta años, hombres en su mayoría, pero también mu-
jeres. Hace pensar en empleos de caridad para viejos sin recursos. Viejos
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XVII
Más desarrollados que en Francia
Hace ya casi un mes que estoy aquí y comienzo a ver más claro. La
delincuencia es la misma que en los años cincuenta y es la delincuencia
de un país dividido en dos, gracias al modelo económico y político.
Se ha practicado desde muchos años una lucha de clases implacable
contra los trabajadores de este país. ¡Y me he demorado un mes para
darme cuenta de esa perogrullada! Como disculpa, me refugio detrás
de la intensa campaña por la Seguridad que anda por todos lados, y
que toma por sorpresa a los recién llegados.
Al día siguiente, arrastrado por los consejos reiterados de una
serie de personas, me fui al Parque Arauco buscando un regalo para
la hija de mi cuñado… No encontré lo que buscaba ni compré nada:
todo es carísimo. Pero salí completamente aturdido. Es la Part Dieu,
que conoces en Lyon, aunque dos veces más grande y tres veces más
profusa en variedad de productos y marcas. Me pregunto si existe en
Francia algo similar. Allí dentro, las grandes casas comerciales y las
pequeñas rivalizan para proponer toda clase de artículos del mejor
gusto, de un lujo de masa, quiero decir no exclusivos, a pesar de la
propaganda que se le hace a lo «exclusivo», diría «excluyente», aquí.
Uno se encuentra sumergido por un despliegue de productos de vestir,
productos de belleza, adornos, artículos para bebés, todo lo superfluo
y necesario para la casa y todo lo demás que se me olvida. Todo lo que
«tiene» que llevarse, que «está» de moda, todo lo que es «indispen-
sable» para ser —y sobre todo para parecer— diferentes… al pueblo.
En resumen, todo lo que la «clase decente» de los Estados Unidos
o de otros países ricos puede comprar, se encuentra allí. Todo para que
la burguesía chilena, como es su costumbre, gaste, ya que obtiene el
máximo posible de sus obreros sobreexplotados y porque no encuen-
tra cómo reinvertir lo que gana. Pero sobre todo para asentar bien su
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tienen un ingreso importante o los que se sacan las tripas para «estar
bien». Por lo demás, los mismos productos se encuentran en otras
partes sensiblemente más baratos.
Desde las escaleras de entrada de ese conjunto de lujo pareciera
verse dibujada una boca que, con una mueca grotesca, grita: «¡Fuera
los pobres!». Aun cuando el acceso no le es negado a nadie…
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XX
Los «turcos», los coreanos
y los imbéciles racistas
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XXI
El Lago de los Cisnes de Izquierda
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En Chile se lee, aunque los libros sean
horriblemente caros
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XXIV
«¡No digas que vienes de afuera!»
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XXV
«En este mundo traidor, todo es según
el color del cristal…»
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como tales pero que más parecen de cálculo: «No m’estarís haciendo
una cochiná?».
No todas son así; otras parecen las miradas de actores de cine ocul-
tos detrás de lentes oscuros que finalmente se entregan a las miradas
del público expectante: «¿Cómo estoy, cómo me veo?». Escrutan a los
interrogados… y se vuelven a poner los lentes.
Como algunos actores italianos, a los que los chilenos y los lati-
noamericanos se parecen, más que a los españoles, en su gusto por la
«pinta». ¿De dónde viene eso?
A lo mejor se me escapa algo… yo no digo más que lo que obser-
vo y lo que comparo. Natural por lo demás que la violencia social se
refleje por todas partes. Para no verla hay que usar unos tremendos
lentes bien oscuros.
En el Metro, bajo tierra, con luz artificial, lentes oscuros. En la
calle, lentes oscuros. De paseo, lentes oscuros. Voy a comprarme un
par yo también por eso de que al reino que fueres, haz lo que vieres;
viviré obscurecido detrás de vidrios ahumados. También quiero que
no me «calculen». Desgraciadamente, ayer, cuando fui a buscar un
par, fui recibido por un «¿Oiga, usted no es de aquí, ah?» sin vuelta.
Imposible ocultarse aun detrás de lentes oscuros.
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Soledad por todos lados
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«La buena gente»
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XXVIII
«No pasa nada, compadre…»
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Fue un discurso que tuve que tragarme por una falta de conoci-
mientos precisos de la realidad, pero que fue desmentido por todos
aquellos a los que se los repetí. En realidad, me parece que se ha levan-
tado un sistema a doble velocidad, algo menos aberrante que el que
existía bajo la dictadura, con el fin de evitar las explosiones sociales.
Creer que algunas concesiones van a evitarlas es, desgraciadamente,
la ilusión que mucha gente se hace no solo hoy, que viene haciéndose
desde hace mucho tiempo y, en mi tiempo, desde Frei.
La vida es un eterno recomenzar.
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Una copia feliz… de las malas ideas que
vienen de afuera, como siempre
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«¿Y por qué no volviste antes?»
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«Felices Pascuas»
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XXXII
Gringos, predicadores y ajedrecistas en
la Plaza de Armas
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Una cámara impertinente los filmaba uno a uno en una labor más
policiaca que de periodismo y eso los tenía poco contentos y nervio-
sos. Los carabineros se limitaban a revisar el permiso de manifestar
y después los dejaron hacer. Se ocuparon de dirigir el tránsito que se
había cortado a causa del acto o manifestación.
En la tarde, nuevamente en la Plaza de Armas, caí sobre los jugado-
res de ajedrez. Juegan bajo un pabellón o pérgola que debe haber sido,
en el siglo pasado, quien sabe, el lugar donde tocaba alguna banda de
músicos y donde se hacían, muchos años ha, discursos ceremoniosos y
ceremoniales. Pero ahora, en pleno siglo XXI, está destinado o había
sido tomado —vieja costumbre chilena esa de las tomas— por un grupo
de ajedrecistas de edad madura.
La pérgola o pabellón en cuestión es una amplia sobreelevación
en concreto armado cubierta por una especie de techo en punta, algo
árabe y algo teutónico, pero seguramente de estilo francés del siglo
XIX. Ahí debajo se pueden poner varias mesas y sillas plegables para,
digamos, unas veinte parejas de fanáticos, porque no hay ajedrecista
poco fanático.
El resto del lugar lo ocupan los mirones, que, como se dice, «son
de palo», esto es, no deben hablar ni menos dar consejos. Y que pasan
de mesa en mesa juzgando y comentando de pie con otros mirones los
juegos más interesantes. La sillas desocupadas se encuentran plegadas
y bien guardadas ya que están destinadas exclusivamente para quienes
pagan la modesta cuota de 250 pesos, lo que les da acceso a un tablero
con sus piezas, dos sillas, una mesa y a veces un reloj y todo el tiempo
que quieran. No es caro, pero hay que encontrar un rival.
Los jugadores parecen conocerse entre sí. Todos poco amigos de
las apariencias, de aspecto de origen popular, son especímenes a con-
trapelo en el país de la «pinta».
Son jugadores ni tan viejos ni en la miseria tampoco; solo algo
descuidados en sus vestimentas, la cabellera, para los que tienen aún
pelos, en batalla, lentes remendados que se sostienen difícilmente en
narices huesudas, zapatos que han trotado siglos y camisas que irán
al lavado… algún día
Caracteres originales en su mayoría. El siglo XIX que persiste.
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XXXIII
Almuerzos abstractos, olvido
y más liberalismo volcánico
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parece todo. Es una seriedad que se manifiesta cubierta por una capa
profunda y a la vez evanescente de lo que se ha interiorizado y olvidado
y que lucha por volver a la consciencia. Una vuelta a la consciencia
que, para ser evitada, necesita de esa «superficialidad» .
Los psicólogos deben ganar oro en Santiago. Contradicciones tan
patentes que no aparecen en la conciencia deben producir efectos catas-
tróficos. Nada sé en concreto: supongo, divago y quién sabe, proyecto,
pero ¿cómo conciliar el hecho de encontrar tanta superficialidad en
una realidad tan seria?
Aun El Mercurio, que es un diario serio, parece que ha cambiado su
línea general por otra más de acuerdo con la superficialidad ambiente,
que ha adoptado el análisis sin profundidad para tratar sus temas. ¿O
es que todo va bien? Como me lo dijo Pablo: «La máquina marcha,
con sus secuelas, pero marcha». Mientras dure…
Para 2011 Piñera promete liberalizar aún más el país. Parece ser que
«tanta» intervención del Estado en materia de educación y de salud es
contraproducente. Hay, entonces, que privatizar, vender lo que queda
y dejar actuar la «libre mano del mercado». El Mercurio, en cuatro
páginas da libre curso y amplia difusión a ese programa. Que no será
puesto en práctica, ya que ese año será el del comienzo y extensión de
las protestas estudiantiles en el sentido exactamente contrario.
Aquello no lo sabía en ese entonces y solo conocía los «no pasa
nada, compadre» que me vendía cuanto izquierdista miope encontraba.
Y yo me decía que me gustaría quedarme para ver si era tan cier-
to lo que afirmaban. Ya que veía que esta sociedad en apariencia tan
tranquila, salvo su manifestación más clara, la delincuencia, estaba
sentada en un volcán o dos.
En otros momentos, fenómeno típico en un aislado, me ponía a
pensar que no había más solución que la militar. Que era como el nudo
gordiano que había que cortar. Luis, hablando de sus ideas profundas
en uno de los raros momentos en que se confió, me dijo: «En nuestra
época las condiciones objetivas no estaban dadas pero hoy día la si-
tuación de los trabajadores es tal que todo está listo para… cualquier
posibilidad». Me pareció cierto. Pero ya no puedo participar en esa
… ¿alternativa? ¿aventura? ¿desesperanza? ¿Se necesita siempre de la
acción consciente de masas? ¿Son necesarios siempre esos movimientos
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
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XXXIV
Algo de geografía urbana
algo terremoteada
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XXXVII
Tratando, con Orlando, de saber
o comprender lo que viví
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
embargo fueron los mentores de esas alianzas con las capas medias
que siempre han terminado mal, habrían visto con mejores ojos una
defensa militar de la Unidad Popular. Orlando Millas afirma muy ló-
gicamente (todo su pensamiento y su acción son de una lógica lineal),
la inanidad de ese ensayo de ataque militar. Eso no se improvisa y en
esa época todo iba en el otro sentido, en la búsqueda de acuerdo con
la DC para la «transición» que va ha hacer cambiar a Pinochet para
que todo siga igual.
Los hechos terminaron por darle razón y el PC abandonó rápida-
mente la lucha armada para establecer alianza con la centro-derecha
y echar a Pinochet por la «vía posible», que fue en los hechos un
compromiso y un traspaso de poder a otro sector de la misma clase
dominante bajo la mirada paternal y vigilante del imperialismo USA.
La lucha armada era un obstáculo para esa línea invariable del PC y
Orlando Millas lo comprendía perfectamente.
Algunos dicen que el descubrimiento del arsenal de Carrizal Bajo
dio un golpe terrible al «año decisivo» de 1996, cuando el PC parecía
creer que había posibilidades de derrocar a Pinochet con una insu-
rrección popular. Uno se pregunta cómo se organizan cosas de esta
naturaleza. ¿Cómo un año decisivo puede estar subordinado a factores
materiales como la posesión o no de armas? ¿Tomaban sus deseos
por realidades? Poco después hicieron un viraje de 180 grados… para
encontrarse en una «tierra política de nadie». Faltaba y falta todavía
el elemento principal, esto es, un acrecentamiento importante de la
lucha de los trabajadores, que les permitiese orientarla hacia ese obje-
tivo. Desgraciadamente, tengo la impresión de que la historia golpea
solo una vez en la puerta de los partidos y que las ocasiones perdidas
vuelven a germinar muy raramente.
Millas permaneció igual a sí mismo y se llega la conclusión de que
fue él el alma del PC durante toda una larga época. Profundizó una ten-
dencia que venía del Congreso de la Internacional Comunista de 1936,
pero que había surgido en Chile algún tiempo antes. Orlando Millas la
desarrolló, la teorizó y la puso en práctica. Era, in fine, la colaboración
con partidos burgueses sin real significación, y que él tomaba por los
representantes de las capas medias. El PC, cuando esto tenía algún éxito
electoral y siempre por el esfuerzo militante de la base socialista y co-
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XXXVIII
El culpable de todo…
según la mitología aceptada
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XXXIX
El terreno de experimentación
de las multinacionales
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XL
Amarillo pato
Lo que parece estar a la moda en este fin de año, son los calzones
y los sostenes color amarillo pato. Se encuentran a disposición de
los peatones en las calles cada quince metros Todo parece ser color
amarillo este año. Quiero decir la ropa interior femenina. Pero no he
visto achoclonamiento de mujeres delante de los escaparates. Apenas
algunas clientes que consultan y muy pocas que compran.
Paseándome me imagino el efecto de esas armas de seducción
amarillas sobre pieles generalmente morenas. No, no le anda, pero la
moda, como se sabe, no se discute, se lleva.
¿De dónde sale esta tendencia que no se ve expuesta en ninguna
parte en los grandes lugares de publicidad que hay un poco por todas
partes? Ninguna idea. ¿De la televisión? Quién sabe, no tengo tele. No
puedo más que constatar el fenómeno e imaginar la cara del marido o
amigo confrontado al pollo con hormonas y ahora al Pato Donald…
Yo pondría una denuncia en los Tribunales.
Terminé por saber: traen suerte… dicen.
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XLI
La base real del Chile anterior
Hoy día fui a ver a Germán. Me mostró una foto suya donde se le
ve viejo y gastado y me preguntó si verdaderamente estaba tan viejo.
Se hace mala sangre con su próxima partida.
Hablamos como nunca antes. Comenzamos con los chistes y chas-
carros de siempre; me preguntó que adónde me había metido porque
hacía una semana que no lo había ido a ver, lo que es mucho para
él. Se preguntaba si acaso me había ido al sur o… ¡si acaso me había
muerto! No concibe que no lo vaya a ver.
De repente nos pusimos a discutir de política y naturalmente
nuestras posiciones respectivas se encontraron en las antípodas. Subió
el tono y ya comenzaba a impacientarme y él también, pero termina-
mos por decir que todo aquello era el pasado y que no valía la pena
enojarnos.
Al poco rato comenzó a hablar de su infancia, por allá por los
años 40 en Bucalemu, provincia de Colchagua. Me contó de las per-
dices que cazaba con sus hermanos, que era la única posibilidad de
comer algo caliente o algo, simplemente. Me dijo cómo las perdices
no vuelan más de tres veces y después se ocultan tan bien que no se
las ve. Hay que seguirlas con perros y son ellos los que las sacan de
sus escondites. Los niños podían pasar por encima de ellas sin verlas,
tan bien se camuflan con el terreno.
Se puede cocinarlas a la olla, sabrositas las perdices. De otro modo,
nada que comer. Hambre segura.
El padre, inquilino, no ganaba nada y lo poco que ganaba, que no
le alcanzaba ni para comer a él, se lo jugaba a las cartas.
El patrón propietario de la hacienda les daba un saco de trigo al
mes y cuando trabajaban podían servirse en una olla grande de fierro
forjado algunos porotos que nadaban entremedio del mote. Tan mala
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Alonso Quijano
era esa comida buena para los chanchos que había que agregarle co-
lor para darle algo de grasa y poder comérsela. Recibían también un
pan delgado de trigo que devoraban atenazados por el hambre antes
de terminar el día y el trabajo de sol a sol. El problema era que en la
casa había que acostarse con hambre, sin probar bocado. No quedaba
nada. «Sufríamos de hambre».
Uno de los hermanos partió a trabajar a Santiago. Los otros si-
guieron tras él a intervalos espaciados. Y trabajando seis días en la
semana y doce horas por día lograron comprar un terreno, construir
una casa, comer y educar a sus hijos. Hijos que hoy les reprochan su
«falta de educación»… Germán, a los 79 años, diabético, operado
de la próstata, el labio que le tiembla a veces, trabaja todavía como
zapatero y algunos meses no le alcanza ni para el arriendo del taller,
«gracias a esos zapatos desechables que traen hoy día».
La competencia hace que en verano pasen varios días sin un cliente.
Yo trato de explicarle la mecánica capitalista, pero eso no le aporta
más zapatos por reparar.
Su curiosidad permanece viva, sin embargo; él se «repela» de no
haber podido ir a la escuela, porque había que correr detrás de las per-
dices o remplazar al padre en el trabajo de la hacienda para comer…
a veces. Me dice: «Nos íbamos a patita pelá por la escarcha a hacer
de «obligados».
Le gusta que le explique las causas de la crisis económica, o los
nuevos descubrimientos científicos, pero siempre guardando su punto
de vista, que afirma a menudo testarudamente.
Aprovecho para mostrarle la justeza de nuestra lucha por la refor-
ma agraria a pesar de sus ideas más bien conservadoras. Termina por
consentir o, lo que es lo mismo, por escuchar en silencio y no oponer
argumento alguno contra los míos, su deporte favorito.
Y cuando me voy, me pregunta siempre cuándo es que voy a volver.
Soy uno de los pocos que le acompaña, como él a mí. Una amistad de
cincuenta años ya.
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XLI
El otro lado
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XLII
¡Cómprelo a crédito!
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XLV
Pinchando en forma o pagando
Pero todo no es tan gris en Chile, el país del amor, mucho más que
Francia que, como tu larga experiencia lo indica, es el país del trabajo
regular y de la soledad. Aquí se pincha (pienso, Raymundo, que debe
decirse todavía así) por todas partes y cuando no se pincha cada cual
se arregla como puede. Solo los viejos y los niños, creo, escapan a este
imperativo categórico que no tiene nada de Kant, quien, como sabes,
era muy casto.
Para poder pinchar hay que estar en buena forma. He podido
comprobar que en materia de formas, las chilenas no tienen que re-
cibir lecciones de nadie; al contrario, pueden regalar formas a quien
así lo desee.
Y la mejor manera de conservar la forma —no las adiposas— es
entrenarse, los domingos de preferencia, en el cerro San Cristóbal. Ahí
se da cita la pequeña burguesía empleada y otras personas para pasar
el día de descanso preparándose para comenzar la semana laboral en
las mejores condiciones posibles. Hay algo de necesidad narcisista
pero, sobre todo, el loable (¿?) deseo de poder rendir más en el trabajo.
Fui al San Cristóbal con Pablo quien, muy poco amigo de fatigas
y transpiraciones de contenido médico o muscular, se sumergía en sus
recuerdos peripatéticos. Hacía el recuento de sus excursiones donde
las niñas que fuman… o que fumaban —el tabaco está prohibido en
todas partes—. Para Pablo se trataba de muebles más o menos prácti-
cos. No tanto para satisfacer deseos, que tenía pocos en realidad, sino
para cuidar su amor propio delante suyo y de los demás.
Algunas preguntas le hice ya que no conozco ese ambiente. Él, con-
tento de informarme, me hizo un relato neutro, objetivo:. «No funciona
siempre, digamos una vez sobre dos. Ella se tira en la cama, abre las
piernas sin preparación ninguna y le digo ‘francés’ o ‘griego’ y listo».
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XLVI
El ambiente cálido… en verano…
del Metro
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XLVII
Estas son las mañanitas…
muy poco del rey David, en realidad
Salí a las siete de la mañana de una casa que había cuidado el fin
de semana y tomé el Metro. Y en el Metro pude constatar el estrés de
los chilenos.
Ese Metro venía de los barrios retirados y populares en dirección
a los barrios ricos: de Puente Alto a Tobalaba. El público, pues, estaba
compuesto, a esa hora, en parte, por domésticos(as) y obreros. Digamos:
los o las empleadas de casa, los jardineros, los artesanos de todo tipo
que trabajan, por poca plata, para los propietarios de los barrios ricos.
No son las mismas caras de otras veces. Se parecen algo más a
un proletariado menos siervo, menos ligado, menos amarrado, más
independiente de sus patrones. Y la razón es que ya no viven más en
las casas o en los alrededores de las casas en donde trabajan como
era en nuestro tiempo. Trabajan por horas y vienen desde sus propios
domicilios para volver al atardecer.
Entre ellos se encuentran, se reconocen, algunas peruanas y pe-
ruanos, esto es, el proletariado inmigrado que se ve diferente, distante,
separado del proletario chileno; viajan en los mismos carros y tienen
el mismo tipo de vida y de vivienda y los mismos medios de existencia,
pero parecen estar en una competencia acerba, exacerbada por el na-
cionalismo y la cesantía. Me pregunto si se hablan entre ellos, quiero
decir, entre chilenos e inmigrantes.
En todo caso, los que trabajan todavía en esos empleos de antaño,
domésticas, jardineros, «hombrecitos» utilizables para cualquier ta-
rea, no representan más de un tercio del convoy. Los otros pasajeros,
trabajadores también, duermen de pie o sentados en medio de otros
que logran apenas contener sus bostezos y que miran con ojos rojos
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XLVIII
La ideologización permanente
y la formación de la mentalidad
pequeñoburguesa
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dicionados de este país. Parece que se tiene la idea de que todos los
chilenos estarían interesados en las finanzas, en la Bolsa de Valores,
en lo que sale de la boca de esos periodistas, en la vida económica
del mundo, donde Chile juega un papel, casi un importante rol en el
sistema o que se acerca a jugarlo a pasos de gigante…
Es una ilusión muy compartida y es por eso no me sorprendió, en
este clima ideológico, que nadie dijese nada cuando el Banco Central
arrojó 12 billones de pesos para hacer subir el dólar, una medida más
bien interesada, de ayuda a los amigos exportadores. El dólar tiene su
propia lógica, que no depende del Banco Central chileno, ¿no?
Bueno, mejor hago otras cosa que escuchar esta radio ufana de sí
misma, satisfecha, predicando sobre las divinidades financieras y to-
talmente convencida y dispuesta a defender el «modelo». Un modelo
que modela las mentes y los ingresos de una burguesía ávida y que
quisiera ser, vivir y poseer como sus referentes americanos o europeos.
Piñera, el Presidente en el tiempo de mi visita, es un ejemplo. Que
los chilenos lo hayan elegido, demuestra que ese tipo de propaganda,
a la que adhiere buena parte de la pequeña burguesía acomodada, se
ha transformado en carne y sangre momentánea de esta capa social
que apoya decididamente el modelo como antes proveyó tropas contra
Allende y sostuvo sin reservas el régimen militar.
La pequeña burguesía no tiene dinero, en todo caso, no tiene cuanto
quisiera. Un drama antiquísimo, el mimo de siempre. Pero ella anda a
la moda… ¿Cómo lo hace? Lo hace como puede, se las arregla; lucha
por no extinguirse .
Es por eso que trabaja y se endeuda, es por eso que exalta el trabajo,
es por eso que sus mujeres trabajan. Para poner distancia y pagar los
salarios de miseria que pagan a los «rotos». Los «rotos» que son en
realidad sus domésticos y que confunden con los trabajadores.
Si se les mira de lejos, parece que todo va bien y que la vida es
un eterno ir y venir entre las tiendas de moda. De cerca, es la lucha
cotidiana para sustentar los gastos más indispensables. Es por esto
que el éxito económico, «la plata», les parece el Paraíso en la Tierra.
Fin de las angustias, de los sobresaltos, de los fines de mes difíciles o
imposibles. Al fin vacaciones que pueden tomarse sin sacrificar la tenida
indispensable. ¡Comprar, comprar finalmente! De ahí viene su obsesión
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
por una buena educación, por llegar a esas profesiones liberales que
pagan bien. Yo no sé cuánto tiempo todavía esto seguirá así; segura-
mente por el tiempo necesario para que esta capa social adhiera ya sin
vuelta atrás al modelo de capitalismo predatorio chileno.
Todos se dicen «decentes y bien puestos», pero a crédito y, a menu-
do, sin un peso en los bolsillos. Los que se encuentran más acogotados
por el sistema, deben abandonar ese símbolo de su estatus que es la
doméstica, hoy llamada, hipócritamente, nana. Zola no tiene nada
que ver en esto.
Viven aterrados de que alguien en la familia se enferme gravemente
o que sus hijos queden en onerosas universidades privadas. Puede ser la
ruina completa o el endeudamiento para toda la vida o que la doméstica
tenga que venir solo algunas horas por semana o perder definitivamente
este beneficio, que todavía se sostiene gracias a la entrada en escena de
las nanas peruanas, dispuestas a trabajar por casi nada.
¿Qué esta decadencia no los desaloja de esta mentalidad reacciona-
ria? No, sale reforzada. Y más aún después de haber conocido a Pinochet;
y a pesar de que la política de Pinochet arruinó a muchos de entre ellos
o los redujo a poco; porque pese a su declinación general relativa, algu-
nos todavía tienen un buen pasar, después de todo. Pocos cambiarían la
supuesta seguridad de este régimen —que de hecho agravó de manera
importante los problemas de seguridad con su política antisocial— por
un hipotético futuro mejor. Todo, salvo el «casino» que aportan las luchas
de los trabajadores, es un grito que les sale del corazón.
El pequeño comercio que fue uno de los arietes contra Allende se
encuentra hoy liquidado por una ruda competencia de supermercados
y otras cadenas de distribución barata. Se acabó la salud gratuita de
calidad y las escuelas y las universidades se pagan caro si se quieren
resultados; los salarios son miserables y hay que trabajar larguísimas
horas, sin ninguna seguridad en el empleo.
La pequeña burguesía asalariada o la que vive de un pequeño
negocio o de una oficina liberal de poca importancia calla y sufre.
Pero todo se soporta, salvo los sobresaltos y terrores inducidos por la
«sublevación de los rotos», fantasma antiguo, resurgente, petrificado.
No aprenderán jamás, pero si se les interroga, afirmarán convencidos
que están de lo más bien…
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
Es cierto que solo escuché a tres de entre ellos, pero habían po-
cas variantes entre lo que decían. Lo que vi también y más que tres
ejemplares, fueron los pequeñoburgueses tan pinochetistas o más que
esos militares retirados, más limitados e ideologizados, si se puede
concebir, con argumentos que relevaban más el odio de clase que una
capacidad cualquiera de análisis. Toda forma de resistencia activa,
pública de los trabajadores a la sobreexplotación lo resienten con una
rabia indisimulada.
La pequeña burguesía chilena es intrínsecamente reaccionaria.
Siempre lo ha sido. No faltan, sin embargo, los que, cuando el movi-
miento de los trabajadores ha emprendido luchas importantes provo-
cando una exacerbación del odio de clases, se escinden para adherir
a esas luchas, no siempre muy claramente, no siempre sin agregar
confusión al conjunto del movimiento. Una capa social que hay que
estudiar, pero de la que sería peligroso esperar mucho.
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XLIX
«¡Ya pues, váyase luego…
no hable tanto!»
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hacerse una imagen de lo que debe gastar una pareja que educa un
hijo. Las pensiones variaban de 60 mil por una pieza sin pensión a 170
mil pesos con la pensión completa, wi-fi (que en Chile se pronuncia
guai-fai… vaya uno a saber por qué) tv cable y separación de sexos
para tranquilizar a los padres que quisieran, sin lograrlo jamás, que
sus hijos e hijas se aburran como ellos.
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L
Logorrea informativa y depresiva
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LI
Poco a poco me voy acostumbrando…
es terrible
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Después vino la película. Esperé una media hora que pasase algo.
Pero en el único lugar donde pasaba algo era en la sala que se vaciaba
a ojos vista. El filme hablaba de la realizadora y de su lugar de vaca-
ciones, «Kon-Kon», que es la forma indígena, pienso, del balneario
de Concón, donde pasa sus vacaciones la burguesía profesional media
o las pasaba, ya que algunas poblaciones obreras construidas en lo
alto han disminuido considerablemente su carácter natural, su valor
inmobiliario y su atracción para esas capas sociales.
La tesis de ese filme documental giraba en torno a la realizadora
y a su casa de veraneo, en torno a ella recogiendo conchitas de mar, a
ella subiendo al «monte sagrado» de los incas para realizar «ritos», a
ella que cantaba cantos mapuches, y yo no veía la relación, a ella que
se mojaba los pies en el mar, a ella que depositaba lanerías de colores
según las tradiciones del ying y del yang y de la filosofía china.
Yo solo sé que la filosofía de la China hoy día se dedica a invertir
los dólares que gana tratando de evitar su devaluación… pero debe
haber habido un mensaje en alguna parte.
Como arriesgaba quedarme solo en medio del teatro o con los
incondicionales de esta tomada de pelo y habiendo visto que todo el
encanto de mis recuerdos juveniles había desaparecido, me fui. En la
obscuridad, los espectadores se entrechocaban buscando la puerta.
Afuera, no respondí a una pareja que se preguntaba el sentido de todo
aquello. No disparo sobre las ambulancias.
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LII
Turisteando… en bus
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Subí a la parte alta del pueblito, ahí donde pasan los buses, ahí
donde pasé algunas vacaciones cuando niño. Encontré algunas casas
en ruinas, otras nuevas, todo poco cambiado.
Desde la micro divisé unas enormes torres construidas sobre dunas
de arena. Eran condominios, una suerte de lugares cerrados con altí-
simos edificios de departamentos «exclusivos» para los que muestran
pata blanca o viven ahí. Yo no sé cómo construyen en la arena torres
de treinta pisos en un país sísmico.
Concón es también una ciudad dormitorio donde viven muchos
trabajadores en la parte más alta. Ahí han construido sus casitas y van a
trabajar a la Refinería del lugar o a Quinteros o a Valparaíso o a Viña.
El abandono del lugar por los ricos ha comenzado ya, pero no
es todavía general. Se ven aún sectores pudientes con bellas casas
veraniegas.
Eso sí, las casas más ricas se encuentran «protegidas» con las
respectivas placas adosadas a las fachadas y por todos lados se teme
y se habla de robos y asaltos. Un lugar encantador.
De regreso a Viña para tomar el bus a Santiago tengo tiempo para
comprar algunos panecillos en la misma panadería de hace cincuenta
años atrás. En el paseo de la calle Valparaíso encuentro algunos punks
criollos.
A la Quinta Vergara, que es un paseo muy agradable, lleno de
flores, prados, jardines y árboles centenarios, no me dejan entrar por
el Festival de la Canción, que entretenía a las multitudes en mis años y
que hoy, no sé, pero que me hace protestar por la continua intromisión
de toda clase de guardias en mi vida privada.
Me pone furioso verles cada vez para preguntarme: «¿Qué desea,
señor?». «¿Qué es lo que busca?». «¿En qué le podemos ayudar?».
En plena calle o cuando quiero entrar en alguna parte, en un negocio,
en la administración pública. Me dan ganas de decirles: «¿Y qué se
meten, tales por cuales, quién les dio derecho de inmiscuirse en mi
vida privada, personal?». A veces no me contengo y lo hago, lo que no
arregla las cosas. Pero ¿qué es esta costumbre de meter su nariz en la
vida de los pasantes, esta impertinencia inaceptable? Yo no sé cómo se
les permite, cómo los demás lo permiten. Ya no los soporto y les res-
pondo cada vez peor, lo que me ha traído uno que otro problema con
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LIII
Voy a dos misas sui generis…
sin que se derrumbe el altar…
para rendir homenaje a la consecuencia
Raymundo, sabes que murió mi vieja tía —95 años—, la última del
lado paterno y a la que veía escasamente. Puedo decirte que era una
verdadera santa, que no tenía nada de pechoña, una cristiana como
no se ven ya. Le venía de la tradición católica de mis abuelos paternos
quienes, a pesar de sus evidentes orígenes sefardíes, eran de misa ma-
tinal y señor cura en la casa. El fresco llegaba todos los días a tomarse
el chocolate caliente y a chacharear untuosamente.
Vivía en una especie de pensionado para ancianas católicas donde
solo tenía una piececita limpia y compartía un salón que servía también
como comedor común con las otras pensionistas. Una vida simple,
modesta pero decente, como mucha pequeñísima burguesía empobre-
cida de mi tiempo y quién sabe si también de hoy. Aunque yo no sé si
en la actualidad hubiese encontrado un lugar, ya que parece ser que
en Chile ahora «no hay desayuno gratis» y todo se paga «a su precio
real», esto es, fuera del alcance de esa capa social.
Mi tía, en sus últimos momentos, no quería visitas, por pudor
seguramente. No reconocía ya a nadie y tuvo algunos estertores antes
de terminar su vida. Se veía venir y recibí la noticia en el bus de re-
greso a Santiago. Me preguntaron si quería ir a la misa y al entierro,
sabiendo mis disposiciones muy poco favorables al catolicismo. Me
dije que una persona que permanece consecuente y fiel a sus creencias
es cosa rara hoy día y que además ella siempre tuvo una actitud muy
correcta conmigo y con todos. Que mi tía bien valía una misa. No es
que vaya a darse cuenta, pero no era para menos.
Fui entonces a la capilla; se trataba de una modestísima capilla,
en realidad, al lado de su residencia colectiva en un barrio pobre pero
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LIII
Una película «dolorosa»
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LIV
El horror absoluto
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misma tele y por un ministro joven y serio que luce corbata, un terno
impecable y tiene maneras suaves y corteses. El ministro ese aparece
en prime time a cada rato. Termina por decir que la decisión no ha
sido tomada aún (pero se hará para callado cuando dejen de reclamar
los molestosos).
Como luego habrá alza de combustibles se puede ver cómo proce-
den para «preparar a la opinión pública». Y así, un día cualquiera, las
radios, los periódicos y la televisión, con un bella unanimidad, informan
que «el director de ENAP está inquieto por los sucesos en el Medio
Oriente». Los comentaristas se precipitan para «comentar la noticia».
El director de ENAP «piensa» que un alza de 10% es «inevitable». Los
comentaristas piensan lo mismo, pero discuten el porcentaje.
Todo esto se transmite el día completo y durante tres días por todos
los medios posibles, hasta en los diarios gratis del Metro. Se trata de
«comunicación responsable, necesaria», elemental, diría también. Es
como la preparación de artillería en una batalla. Porque algo le temen
a la reacción de la gente.
Algunos reclaman que es siempre lo mismo. Cualquier pretexto es
bueno para subir y malo para bajar los precios. Pero el regimiento de
comentaristas, ministros y «expertos» está con el arma de la lengua
lista para refutarles.
El Consejo de Ministros se pronuncia, sin pronunciarse: la materia
está en estudio.
La gente que estaba irritada al principio, está cansada al cabo de
tres días, resignada.
Al día siguiente se anuncia que el alza es de 5%: la pera la han
cortado en dos, pues la próxima alza será en unos meses más y fin del
cuento. La tele toma medio minuto exacto para dar la noticia, de la
forma lo más neutra posible. Los comentaristas brillan por su ausencia.
Tú me dirás: «¡Pero esto se hace en todas partes!». Cierto. Pero es
que aquí se hace con tanta naturalidad, con un cinismo tan tranquilo
y de manera tan clara, que uno queda patidifuso.
Al cabo de una hora, los sucesos en el norte de África tienen
derecho a 30 segundos en todo y por todo. Son comunicados salidos
directamente de las oficinas de propaganda norteamericana, repetidos
por alguien que parece no saber lo que lee. ¡Bravo por la información!
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LV
Escuche la radio, algo se puede
sacar en limpio
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LVI
El imperio del papel
¿Los periódicos? Los que tienen una amplia difusión son los controla-
dos por las grandes empresas capitalistas. Quedan algunos semanarios
de oposición o críticos que cuestan como promedio tres veces más caros
que los diarios «populares» de la derecha.
Diarios populares llenos de bellas damas escasamente vestidas,
de horribles crímenes y delitos. Son casi dos veces más numerosos los
diarios de derecha, entre los que se incluyen los más «serios». El Mer-
curio es reconocido por sus pares como el diario de referencia de la
información responsable, de los intereses generales de los capitalistas y
del imperialismo y lo que es muy importante, el diario de los anuncios
económicos que realmente venden. Toda la pequeña burguesía lo lee
y, quién sabe si por contagio, el resto.
He comprado su edición dominical. Casi cien páginas donde
con gran dificultad se encuentra algo de interés. O información con
alguna objetividad, sin que el editorialista trate de pasarte goles de
contrabando.
De un lado, cinco o seis diarios nacionales. Entre ellos dos «serios»:
El Mercurio a 500 pesos y La Tercera, menos cara y que se dirige más
bien a la franja de tontos graves que encuentran los análisis de El
Mercurio demasiado pesados.
Otros dos tabloides tapizados de crímenes y delitos, sexo y fútbol
para darles emociones suaves y estimular el crecimiento demográfico,
imagino resfriado, a los cansadísimos chilenos populares. A 200 pesos,
un veneno que es una ganga, tan nocivo pero más barato que la pasta
base. Ataca también el cerebro.
Frente a este tsunami de la derecha, un semanario del Partido
Comunista de circulación confidencial a 700 pesos, un semanario
más bien cómico o escatológico de oposición a 800 pesos y otro de
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LVII
El modelito que se gastan…
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LVIII
El ministro, los paisajes y el «servicio»
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horrorosa. También que, cada vez que se puede, y con un turista todos
creen poder, se le estruja a quien más mejor.
Si usted va comerse una colación rápida en un restaurant de paso,
el precio se encuentra bien puesto en el exterior. Un menú simple en un
boliche simple puede costarle entre 3.500 y 5.000 pesos. Usted pide
la colación y la persona que lo atiende le pregunta: «¿Qué bebida va
a tomar?». Usted le dice y al final la cuenta es más cara. Es la bebida,
pero nadie le dijo que no estaba incluida. El ejemplo es simple, como
todo ejemplo, pero todo es igual. Sí, es que hay que preguntarlo todo,
no se está en confianza ni con agrado en ninguna parte.
No se trata de que sea caro o no: se trata de que uno tiene la
impresión de que lo pillaron volando bajo. Un día cansado de tener
que almorzar, más por la desconfianza que por los platos sabrosos, me
fui a un restaurante libanés que ofrecía especialidades locales como
plato del día. La niña que atendía me propuso entonces la especialidad
libanesa que pensé que estaba en el menú. Cuando fui a pagar, era el
doble, reclamé enojado y me bajó el precio como diciendo: «Este me
pilló», y no volví más.
Hasta ahora no he encontrado un solo lugar donde jueguen «ba-
rras derechas». Dan ganas de hacer dieta o de comprarse las cosas en
un supermercado.
El ministro tiene pan en el horno… ¡y sin bebidas!
No es el dinero, porque incluso la colación sale más barata que
comprarse las cosas; es la sensación de que lo toman a uno para la
palanca. Los autóctonos saben y no los hacen lesos, pero los turistas…
Es el servicio. Más bien se sirven a los turistas que los sirven. Y
no hablemos de la campaña de terror que desata la prensa todos los
días con asaltos y robos; no es como para cantar ¡aleluya, hermanas!
Para peor, los chilenos a la gringas ni las miran, por gringas y federales.
Ellas pierden las ganas de volver. Entonces los barcos cuando avistan
las costas chilenas, dan la media vuelta y los turistas se tocan la cartera
para ver si todavía está allí.
Un turista tiene que comprar caro, muy caro, y si se le hace pagar
mucho más caro que a un nativo, es una muestra de consideración, de
respeto, se le otorga el rango que merece. Esto el ministro lo sabe. Y
trata sin rodeos semánticos rebuscados —es un ministro y conoce la
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
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Alonso Quijano
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LIX
«¡Está lleno de peruanos!»
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Alonso Quijano
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LX
«Como decía mi madre, las mujeres
chilenas son lo mejor del país»
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Alonso Quijano
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LXI
La conceptualización postmoderna
y las «raíces»
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Alonso Quijano
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Y… ¿cómo encontraste Chile?
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LXII
Ya estoy «in»…
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Alonso Quijano
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LXIII
«Álzate América por tu dignidad»
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ISBN 978-956-01-0268-3