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ALLOCUTIO DEL 01 DE ABRIL DE 2019

LEGIO MARIAE
Buenas tardes a cada uno(a) de ustedes, hoy empezamos un nuevo mes del año, y si
empezamos ¡quién mejor que María para acompañar nuestro camino y estar en él!
Iniciaremos con uno de los pasajes más hermosos de su vida, tan sencillo, pero a la vez
tan significativo hasta el día de hoy: la Anunciación del Ángel Gabriel a María y el
misterio de la Encarnación, fruto del “Sí” de esta jovencita de Nazaret.
Este misterio será uno de los más amados por Santa Teresita, y fruto de su
contemplación plasma, probablemente, los versos más hermosos del ¡Por qué te amo,
María! Resaltemos algunas de las características de María que podemos advertir en la
tercera estrofa de este poema.
1. María es Madre. Una vez más Teresita recalcará que María es Madre, y ¡cuán
importante es el concepto de Madre que tuvo ella desde muy niña! Hablando de su
mamá, Celia, ella decía que nadie la podría separar de sus brazos si es que ella la tenía
rodeada por los suyos. ¡Cuán importante es para ella tener una Madre, que cuando
Celia, su mamá, fallece ella va corriendo donde su hermana Paulina (la segunda de
ellas y en adelante ‘su madrecita’), a pedirle que sea su Madre! ¡Cuán importante es
para ella tener una Madre, que, al entrar Paulina en el Carmelo, María se acerca a
ella para asumir ese rol – y pese a que Teresita no buscó ese lazo en esta ocasión- ella
se dejó amar y reconoció cuanto su hermana María, la mayor, la llenó de detalles de
amor.
María Santísima es esa Madre que ella escoge, al entrar María – su hermana mayor
– también en el Carmelo. Una Madre que ella reconoció nunca la dejaría ni física, ni
espiritualmente. De María Santísima – dice Teresita – que recibió el regalo de ser
Madre del que vive y reina por toda la eternidad. Por tanto, en María el ser Madre
es un don de Dios, que todo lo hace bien. Y María recibe el regalo de ser Madre de
Jesús, del que vive y reina por toda la eternidad. María, por tanto, es Madre por toda
la eternidad. Ella no puede dejar de ser Madre. Recordemos y repitamos eso desde
el fondo de nuestro corazón – María no puede dejar de ser Madre. Y lo hermoso
también de este misterio de la Encarnación es que María es Madre, siendo Virgen.
¡Algo tal vez descabellado. lógica o racionalmente, pero verdadero a los ojos de Dios!
Con su virginidad ella nos recuerda que para Dios nadie hay imposible.
2. María es infinitamente amada por Dios. Por Dios que viste con su amor los lirios del
campo y alimenta a las aves del cielo, y, - como diría la misma Teresita – se preocupa
de cada alma como si sola ella existiese en la tierra. Ella afirma que el alma de María
le es más querida a Dios que su eterna mansión celestial: el alma de María es más
bella que el cielo mismo.
Uno podría decir, al instante, ¡qué atrevimiento de Santa Teresita!, pero a la vez, si
esto es cierto, ¡qué bella es el alma de María! ¡qué bella es nuestra Madre! Y ya desde
María que es madre de Jesús y madre nuestra podremos ir conociendo lo que somos,
pues, refiriéndose a la Eucaristía la misma Teresita decía: “Jesús no baja del cielo, un
día y otro día para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo que
le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma” ¡Cuán bella
es el alma de María, más amada que el cielo mismo; y, a la misma vez, cuán bella es
nuestra alma “cielo infinitamente más amado por Jesús que el cielo donde decimos
que vive y reina”
3. Y uno podría preguntarse, ¿cómo es esto posible? Ante ello, María nos recuerda que
nada hay imposible para Dios, que podemos contenerlo dentro de nosotros. Y para
resaltar esta idea utiliza la imagen del valle para referirse al alma de María y la imagen
del océano para referirse a Dios. Lo curioso y lo grandioso es que este valle contiene
al Océano. Y uno se volvería a preguntar, ¿cómo es esto posible? Y María nos vuelve
a decir con su vida: “Para Dios nada hay imposible”, y, a suave, nos indica un camino,
una vía para que esto se refleje en nuestras vidas. El alma de María es un valle, sí,
pero a su vez un humilde y dulce valle. La clave es la humildad, la humildad de María:
aquello que le hace reconocer su pequeñez de “Valle”, pero a la vez, gozarse de ser
un dulce valle. Dulce valle que contiene ese gran Océano – Océano que en la
Encarnación deseó y optó por hacerse pequeño para entrar en ese dulce y humilde
Valle - porque ese Océano no es cualquier tipo de Océano, sino más bien, un Océano
de Amor, y el amor todo lo puede. ¡Y cuándo encuentra un alma humilde, qué de
maravillas realiza!
Concluimos pidiéndole a María Santísima nos conduzca al interior de nosotros para que
siempre reconozcamos, en nuestro interior, la presencia del Océano de Amor que es
Cristo, su Hijo y que como Madre nuestra impregne en nosotros la certeza de que para
Dios nada hay imposible. Dios te salve María, llena eres de gracia…

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