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Después de la crisis modernista, la reflexión teológica siguió un doble
rumbo. Por una parte algunos teólogos continuaron cultivando la teología
siguiendo un método “escolástico” es decir, con una fuerte carga de ejercicio
intelectual que perseguía alcanzar nuevas conclusiones teológicas sin prestar
excesiva atención a la Escritura y a los Padres –utilizados con frecuencia como
arsenal de argumentos a favor de “tesis” teológicas. No tardó, sin embargo, de
aparecer una corriente preocupada por renovar la teología a partir de sus fuentes
propias, prestando gran atención al auditus fidei. El desarrollo de las ciencias
bíblicas, de las investigaciones patrísticas e históricas y de otras ciencias fue
produciendo una verdadera renovación de la teología que aparecía ahora nutrida
de la Palabra de Dios, de los documentos históricos y literarios, de la reflexión
cristiana a través de los siglos y de la incorporación del método histórico.
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los teólogos católicos después de Trento subrayaron el papel de la tradición en la
transmisión de la revelación. Se llegó así a hablar de una doble fuente de
revelación: la Escritura y la Tradición, cada una con un contenido propio y en
parte distinto al de la “otra fuente”. Sin embargo, la enseñanza de Trento no
había sido exactamente esa.
En los documentos preparatorios del Decreto sobre la aceptación de los
sagrados libros y tradiciones, los términos utilizados para referirse a las
verdades de la fe eran que se encontraban “partim…partim” entre la Sagrada
Escritura y la tradición. En el último momento, antes de la discusión del texto en
el aula conciliar, el “partim…partim” fue sustituido por la conjunción “et”, de
forma que el texto del concilio no distingue entre contenidos diversos, sino que
relaciona fuertemente Escritura y Tradición: “…la verdad y disciplina se contiene
en los libros escritos y (et) en las tradiciones no escritas…”2.
A pesar de la enseñanza del concilio, la teología post-tridentina –elaborada
en un contexto polémico con los protestantes- siguió interpretando las relaciones
entre Escritura y Tradición en el sentido del “partim…partim”, es decir, que de
“una parte” de la revelación divina se encontraba en la Escritura y “otra parte”
en la Tradición. Las consecuencias a nivel catequético eran que, junto a la
Sagrada Escritura, se presentaba la Tradición como una tradición oral,
transmitida de boca en boca. Las dificultades que tal comprensión de la
Tradición podían traer no siempre eran percibidas. Se consideraba en todo caso
que esa era una condición necesaria para determinar el sentido católico de la
revelación –cuyas fuentes eran Escritura y Tradición- y distinguirlo del
protestante.
Dei Verbum no entra en la cuestión sino que la supera por elevación al
afirmar que Escritura y Tradición proceden “de una misma fuente” (ex eadem
divina scaturigine promanantes: DV 9) que es Dios mismo. La cuestión de las
“fuentes” se plantea así en un sentido estrictamente teológico, según el cual solo
Dios es la fuente de “su” revelación, solo Dios se autocomunica al hombre.
Escritura y Tradición son, junto a otras, fuentes de la teología.
Por su parte, las relaciones entre Escritura y Magisterio de la Iglesia vienen
explicadas en DV 10. Allí se enseña que el Magisterio vivo de la Iglesia no está
sobre la palabra de Dios, sino a su servicio. Este servicio consiste en interpretar
auténticamente -en el nombre de Jesucristo- la palabra de Dios escrita o
transmitida; palabra que el magisterio “oye con piedad, la guarda con exactitud
y la expone con fidelidad y de este único depósito de la fe saca todo lo que
propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.”
En último término se trata de la interpretación eclesial de la revelación
divina. Frente al principio subjetivo del libre examen, la interpretación católica
es que solo se da una lectura auténtica de la Escritura en la Iglesia, cuando es la
Iglesia la que la lee y la interpreta. Lo explicita DV al enseñar que “la Sagrada
Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio
sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene
consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción
del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10).
2 D. 1501.
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El estudio de la Escritura como alma de la teología
“El estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como (veluti) el alma de la
Sagrada Teología” (DV 24; cf. Optatam totius, 16). El concilio utiliza una imagen
–el alma- para subrayar la importancia capital e insustituible de la Escritura en
el trabajo teológico. Con ello queda excluido el recurso a los textos bíblicos como
argumentos externos a favor de verdades relacionadas con la fe y expresadas en
fórmulas doctrinales. La Escritura, en cambio, debe ser principio interior y vital
de la teología.
El documento de la CTI sobre la teología interpreta así la afirmación de DV:
“La teología debería ser conforme a las Escrituras en su totalidad, y las
Escrituras deberían sostener y acompañar todo trabajo teológico, porque la
teología se interesa por «la verdad del Evangelio» (Gál 2,5), y puede conocer
esa verdad solamente si investiga su testimonio normativo en el canon de la
Sagrada Escritura y si, haciendo esto, pone en relación las palabras humanas
de la Biblia con la Palabra de Dios viva”3 (CTI n. 21).
En consecuencia, el trabajo exegético es un requisito necesario. Como
enseña el Concilio, la exégesis que utiliza los diversos métodos histórico-críticos
en el estudio de la Escritura “debería esforzarse en leer e interpretar los textos
bíblicos en el marco de la fe y de la vida del pueblo de Dios, sostenido a través
de los tiempos por medio de la obra del Espíritu Santo. Es en este contexto en el
que la exégesis busca el sentido literal y se abre al sentido espiritual o pleno
(sensus plenior) de las Escrituras. «Solo donde se aplican los dos niveles
metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis
teológica, de una exégesis adecuada a este libro»4. En último término, se deben
aplicar los tres criterios fundamentales que DV 12 señala para conocer la
dimensión divina de la Biblia y para llegar a una interpretación «teologal» de la
misma: la unidad de las Escrituras, el testimonio de la Tradición y la analogía
de la fe. Así se logra el fin de la exégesis: «Los exegetas católicos no deben jamás
olvidar que lo que ellos interpretan es la Palabra de Dios [...] El objetivo de su
trabajo no se alcanza más que cuando han iluminado el sentido del texto bíblico
como palabra actual de Dios»5.
No se debe olvidar que el principio de la Escritura como alma de la teología
tiene un complemento en que el cristianismo no es una religión del Libro sino
de la fe en Jesucristo. Los cristianos veneramos las Escrituras porque
testimonian a Jesucristo y nos entregan su enseñanza. Pero la fuente de la vida
espiritual no son las Escrituras, sino el "Evangelio" promulgado por Jesucristo
y que se identifica con su persona (DV 7). Los cristianos adoran y siguen a
Jesucristo, Palabra de Dios eterna y encarnada (DV 2 y 4). Esto significa que la
Escritura debe ser leída en la fe y desde Cristo, quien trajo toda la novedad,
viniendo en persona. Para la profundización en la inteligencia de la Escritura y
encontrar en ella a Cristo es de gran ayuda el estudio de los Santos Padres, de la
Liturgia y de los santos que, como son los más vivos comentadores del
Evangelio, han de ser los guías preferidos de la vida espiritual (cfr. DV 23).
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Relación entre teología y existencia
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hace viva y vivificante por el Espíritu Santo 10. Como la Eucaristía es «fuente y
cima» de la vida de la Iglesia11 y «de toda evangelización»12, es también fuente y
cima de toda la teología. En este sentido, la teología puede entenderse como
esencial y profundamente «mística».
10 Presbyterorum ordinis 5.
11 Lumen gentium 11; cf. Sacrosanctum Concilium 10.
12 Presbyterorum ordinis 5.
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profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación,
siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás; aprendan también a reconocerlos presentes
y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la solución
de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a aplicar las verdades eternas
a la variable condición de las cosas humanas, y a comunicarlas en modo apropiado a
los hombres de su tiempo.
Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más
vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación”.
A partir del Vaticano II, el método teológico entró en una cierta crisis
porque surgió un notable experimentalismo en el modo de hacer teología. La
teología positiva conoció un extraordinario desarrollo mientras que la reflexión
teológico-sistemática propiamente dicha se atrofió debido a que estaba
sometida a una cierta sospecha. Se multiplicaron los ensayos monográficos
bíblicos, patrísticos, etc. y desaparecieron, en cambio, los tratados sistemáticos
y los manuales que se consideraban como una empresa casi imposible dada la
abundancia de información conseguida por los estudios positivos. El resultado
fue una multiplicación de publicaciones con estudios muy particulares sobre
uno u otro aspecto bíblico, histórico, etc. que ofrecían enorme abundancia de
información que no se lograba sintetizar en una presentación unitaria de los
grandes temas de la teología. Con el paso del tiempo, los teólogos entendieron
que la teología debía ofrecer una síntesis ordenada de la reflexión cristiana y
volvieron a publicarse manuales de teología, diversos en su orientación, pero
que trataban de seguir las orientaciones conciliares.
13 CTI 5.
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Ahí se incluyen tres características esenciales de la teología: su
cientificidad, su eclesialidad y su finalidad soteriológica.
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72. En Fides et ratio el papa Juan Pablo II rechazó tanto el escepticismo
filosófico como el fideísmo e hizo un llamamiento a la renovación de la
relación entre la teología y la filosofía. Reconoció que la filosofía es una
ciencia autónoma y un interlocutor crucial de la teología. Insistió en que
la teología debe recurrir necesariamente a la filosofía: sin la filosofía, la
teología no puede criticar de forma adecuada la validez de las
afirmaciones, ni aclarar sus ideas, ni comprender correctamente las
diferentes escuelas de pensamiento[16]. La «fuente y punto de partida» es
la palabra de Dios revelada en la historia, y la teología busca comprender
esa palabra. Sin embargo, la palabra de Dios es Verdad (cf. Jn 17,17) y, por
tanto, la filosofía, «la búsqueda humana de la verdad», puede ayudar a
comprender la palabra de Dios[17]
César Izquierdo
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