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CLINCA

BAJO
TRAI\SFEREI\CIA
OCHO ESTI]DIOS
DE CTINCA IACANIANA
á,!_tvlatzo _ttgg€.

A. Cordié, R. Lefort, R. Lefort,


P. Lemoine, J.-A. Miller,
M. Silvestre, C. Soler

CLII§ICA
BAJO
TRAhISFERENCIA
OCHO ESTUDIOS DE
CLINICA LACANIANA

.Nr*:!;
Wi¡iÍY;"
Manantial
Impreso en la Argcn{na
gueda hecho el de¡:ósito que E¡arca la ley I1.223

e,, l984,Navarin Éciitcur


O 1985. de la edición en c¿¡stellano Edlclones Mananüal sRL
Avda. de Mayo 1365, L,ocal S.
Buenos Alres. Argentin:r,
Tel.: 37 7091

Primera reimpresión: lgg5


Segunda reimpres!ón corregida: 199 I

ISBITI 9EO-SElb-oS_l

Proldbida su reproducción total o parcial


Derechos rese¡vados

EDICIONNS MAT{ANTIAI
I
DIRECCIONES DE LA CURA
c.s.T.
Jacques - Alain Miller

C.S.T.*, doy estas tres letras como colofón a coloqar al pie de todo
ensayo de clinica psicoanalítica, porque resumen lo que la distingue:
ser una clínica baio transferencia.
p, .ffisicoanalítica? un saber determina-
do, de punta a punta, por las condiciones de su elaboración. es decir,
por la estructura de la experiencia analítica que, desde hace alrededor
de diez años, se denomina discurso del analista. La clínica psicoanalí'
tica, hablando estrictamente, sólo puede ser el saber de la transferen-
cia, es decir, el saber supuesto -qué en el curso de la experiencia
funciona como verdad- que se vuelve transmisible, por otras vías y
con otros efectos que los de la experiencia en que se constituye. En
consecuencia, la clínica se le presenta al analista como antitética con
el discurso, porque implica que el saber-se desprende del lugar que le
toca en la experiencia: explicitar el saber es des-suponerlo.
La ilusión según la cual no podria haber clínica psicoanalitica
encuentra allí su único mecanismo. A esta ilusión, que percluró largo
tiempo en la Escuela Freudiana,la tratamos como se lo merece: ¿sirve
acaso para algo más que para reducir la clínica al psicoanalisis? Es
decir, que con el pretexto de que sólo hay psicoanálisis de lo
particular, solo se admite una clÍnica que comparta dicha condición.
Vale-la pena hacer la pregunta: ¿el único saber clínico que existe es
el de la semántica de los síntomas de un sujeto? Se comprueba,
además, que cada vez-que la susodicha semántica es transmitida,
* tN.T.¡ Conserva¡nos las inicialcs tiancesas hel título,quc sonirnpoúbles dc reprotlucir
literalmen tc cn casttrllano.
JACQUES - ALAIN MILLER

especialmente a traves de vias masivas de comunicación, como las de


un congreso, un efecto irresistible de comicidad, por trágica que
pueda ser la vida del sujeto en cuestión, se produce. Propongo
explorar una vía diferente.
La clínica psicoanalítica como clínica bajo transferencia parece
susceptible de brindar, en tanto tal, secuencias típicas. ¿No es acaso
una teoría de este tipo la que sustenta la teoría del pase en la
enseñanza de Lacan? Lacan situó ese efecto, a partir del fantasma,
como su "atravesamiento". ¿Se puede, por ejemplo, situar de igual
modo el efecto clínico que connota la entrada en análisis? Esta es la
\t,
!-^ § pregunta que me hice.
:'
:\'-
rLl
La f'enomenología de la entrada en análisis es mucho más conocida
'"4

que la del final de análisis, porque la experiencia está conformada de


t¿
,_a S modo tal que los comienzos son mucho más frecuentes que los
l.r ii
finales. Le falta, empero, un índice tan seguro como el atravesa-
rY ,] miento del fantasma. ¿No puede delimitarse con igual precisión, en el
t_\
<t plano clínico, el paso inicial del analizante?
Si intentamos hacerlo retroactivamente, a partir del pase, el
momento en que se entabla la experiencia anal ítica puede presentarse
muy bien de entrada como un cuasi-pase. Lo más frecuente es que la
entrada en análisis sea una conmoción de la rutina en la que se
mantiene la realidad cotidiana del sujeto: aun en quien piensa
haberlo meditado tranquilamente induce una conmociÓn; en todos
los casos en que hay entrada hay encuentro con lo real. En ciertas
ocasiones éste reviste una forma que resulta traumática: descubri-
miento por el sujeto de un goce que le es desconocido, el suyo o el de
su pareja; tropiezo con un deseo que excede los límites habituales en
que se desplaza el sujeto; dificultades en una carera profesional;
imrpciérr de una muerte en una existencia que no solía tomarla en
cuenta. La entrada ,e.n"-m1ilisl§*ggn1gjU ilyg113b_tSpgr-r1_e, gl sg.lpg
sufri{o pp-t"le seeulrgad qge qbtiqqg-el sujeto de su fan!4§lqq;EAltiz
de toda signi f icac i0n-_q 14_ qu g c orrien te m W Lel¡g.Irg_egg9fq.
\-\ Si continuamos por esta via, el paso del analizante se situaría
US
\*r como un pase inaugural, haciendo la salvedad de que la institución
l.-F-
del sujeto supuesto al saber sin embargo recubre, de inmediato, la
\iij
'4
¡J1 >r
destitución subjetiva de la que este paso da fe. No hay aqu í
,U V? atravesamiento alguno del fantasma. E incluso cuando se demostrase
,q en la retroaccién de un análisis conducido hasta el término que es el
pase, que Ia entrada en análisis se basaba en el golpe aseitado al
c. s.T. 7

fantasma fundamental, ¿cómo podría saberlo de antemano el analis-


ta, en la medida en que ese mismo fantasma en tanto axioma sólo
emerge de una construcción en análisis?
Al contrario, los únicos efe§les rlíqicqs típicqs q!¡=q .g!¡¡aclenzat la
entrada en análisi§-e¡ lo*s-que ql-elrali-sta se-euía, son aquellos que
@U9¡srgg-At_§rtm-&-._S_o*-d--[a¿!4sma.!grjggg$9_§!_eseplans
debe buscarse el término que corresponde al pase.
¿Desde dónde se datan los comienzos de un análisis?
Sería un error ubioarse exclusivamente a partir de la demanda al
analista. Dicha demanda tiene para el sujeto, sin duda, valor de acto,
tiene sus coordenadas simbólicas y, en todos los casos, un estilo de
pegar el salto. Para algunos, ese salto se connota con un afecto de
decaimiento, pffr otros asume la forma de algo semejante al pánico;
puede presentar en el obsesivo un carácter de exigencia agresiva;
revestirse en la histeria con una temática pasional, de intriga o de
cátiástrofe. Pero, si se califica como "acto analítico" el acto del
analista que autoriza la experiencia y no así al del analizante que se
compromete en ella, es porque la demanda de análisis, por poca que
sea la información que se tiene acerca de la práctica analítica -me
refiero a saber, por ejemplo, que el análisis no es equivalente a una
experiencia de relajación-,debe considerarse como la consecuencia de'
una transferencia ya establecida con anterioridad. "Al comienzo del
psicoutálisis -dice Lacan- esttú la transferencia.",no la demanda de
análisis.
El paso del que se trata no se confunde en modo alguno con las
diligencias que efectua el sujeto cuando se dirige al analista, es
anterior a ellas, y tiene que ver con lo que llamaré la pre-intemreta-
ción de sus síntomas por parte dgl suietq.
Esta pre-interpretación, que supone la erección del sujeto supuesto
al saber, queda indicada en el flano clínico por el estilo de
sin-sentido que adquieren para el sujeto algunos de sus pensamientos,
de sus comportamientos, incluso toda su existencia. Este sin-sentido,
que equivale a un encuentro con lo real, tiene como consecuencia un
llamado al saber supuesto. También el tropiezo con un saber
supuesto, sin embargo, puede producir esa caída en el sin-sentido que
brinda su punto de partida a una sintomatización, eventualmente
generalizada, de la existencia, cuya extensión, el analista, en el
momento en que se abre la cura, sólo deberá constatar, sin intentar
amplificarla más de lo conveniente, a lo largo de esas gntrevistas que se
llaman, tan inadecuadamente, preliminares,' cuando se trata justamen-
JACQUES _ ALAIN MILLER

te de entrevistassecundariar respecto a una transferencia ya presente.


El,viraje por el que otro como lugar del significante eserigido por el
puai"nt,
'había
.o*o sujeto supuesto al saber, conduce a lo que Freud
aislado desde su abórdaje del caso Dora: a una puesta en forma
del síntoma
El síntoma, en la definición que recibe en análisis, exige la
implantación del significante de la transferencia. La formalización
meiafórica del síntóma responde, al inicio del análisis, al atravesa-
miento del fantasma que escande su final. se apoya en su embrague
sobre el discurso analitico, vía por la que se acopla al sujeto supuesto
al saber, cuyo efecto le es ofrecido con más fuerza por el analista.
Sólo entonces está el síntoma plenamente constituido'
ia pa.adoja reside en que éste no es un momento de apertura, de
ruptuia o dé dehlscencia, pese a lo que a yeces articula el sujeto,
poiqrrr, debido al hecho mismo de que lo articula para el ahalista,
iuponu'su hiancia. Se trata entonces, más bien, de un cierre del
síntoma.
Esta secuencia puede reconstruirse entonces en tres tieq.tpos.
4)et t:"mpo .n qr. el sintoma, en tanto desconocido, se identificaba
i t^ ¡eatidad cotidiar,a -elobsesivo 1o demuestra evocando la
regularidad de una existencia dedicada a satisfacer minuciosamente
iri i*p.rutivos de la vox familiae;.también lo hace la histérica
desafían
pasionesque
narrando en detalle eiexcltañte desorden de sus
a esos mismos impérativos-, sólo sabemos sobre él retroactivamente.
cuando el sujeto nos lo relata. El síntoma tiene aquí estatuto
imaginario: se identificaparael sujeto, sin solución de óontinuidád,
con su vida misma.
¿in" II, se ubica la emergencia del síntoma como solución dela
ántinuidad: rajadura dondJ se revelará, qtizá, posteriormente
incidencia de la relación con el objeto ¿. Esta emergencia impone en
todo caso dar al síntoma un estatuto de real'
3) La demanda oue se hace al analista se inscribe en un tercer tiempo:
áomento de conclui¡, sostenido por el síntoma, cuyo efecto consiste
en restituirle su estatuto simbólico, es decir, su estatuto de mensaje
articulado del Otro. A esta "neurosis de transferenciar', la clínica de
la psicosis le da sus coordenadas más seguras: digamos -qy-q tl sujeto'
en su entrada en análisis, se coloca en oposición simbólica con el
sujeto supuesto al saber en su lugar en el otro, por el llamado que se
hace a .rn ,uj"to supuesto al sabár en la realidad, zujeto supuesto al
c. s. T.

saber que puede ser. cualquiera. Captamos así cdmo el inicio del
análisis constituye una coyuntura eminentemente favorable para el
desarrollo de la psicosis.
El síntoma, en tanto analítico, se constituye por su captura en el
discurso del analista, gracias al cual, trañsformado en demanda,
queda enganchado al Otro. El cierre del síntoma por el analista, en
tanto éste, agregándose a é1, lo complementa con el objetivo
implícito de restituirle su sentido, tiene entonces como consecuencia
la histerización del sujeto, lo que quiere decir su apertura al deseo del
Otro.
Esta se revela en las formas de "resistencia" que provoca en el
obsesivo, patente cuando es agresiva, más sutil cuando asume la foima
de la obediencia, incluso de Ia complacencia extrema, tras la cual el
sujeto retiene la puesta en juego de su deseo; en la histérica, lo que
ésta redobla, libera ensayos de extravío (del Otro), incluso una
angustia que señala que el deseo del Otro está dénudado ahora en su
función de enigma. En todos los casos, el saber supuesto del sentido
del síntoma sirve de pantalla al objeto del fantasma, cuyo lugar
p¡epara al mismo tiempo.
Debe abrirse aquí la rubrica de los fenómenos marginales, de los
sínto¡nas transitorios que acompañan el embrague del síntoma. Al
mismo capítulo pertenecen los primeros sueños, los primeros lapsus,
los primeros actos fallidos, que connotan el embrague del síntoma
sobre el sujeto supuesto al saber y sobre el deseo del Otro.
Aqpí, puede concebirse siempre un comentario por partida doble:
por un lado en la vertiente del saber, por otro, en la vertiente de la
causa del deseo; pero, esta segunda vertiente sólo aparece retroactiva-
mente. EI único punto de referencia de la clínica del análisis al inicio
de la cura es el significante de la transferencia (el Niño del Lobo, de
Robert y Rosine Lefort, ofrece en el campo de la psicosis un bello
ej emplo de metáfora transferen cial: Lobo I Señora).

Para terminar, ilustraré, tomando prestado un ejemplo de la


cristalografla, la función del significante de la transferencia.

Para que se produzca un cristal a partir de una'solución llamada


metaestable, es necesario introducir un geñnen cristalino. A partir de
la ruptura del equilibrio que induce esa sjngularidac! local, ésta s"
extiende en una reacción en cadena que termina convirtiendo toda la
t0 JACQU}-S _ ALAIN MILLI.]R

solución en cristal. Pues bien, digamos que, del mismo modo. el


síntoma cristaliza a partir del significante de la transferencia.
¿No es éste acaso el término que merece hacer juego con el
atravesamiento del fantasma: la precipitación del sÍntoma?

Traducción: Diana S. Rabinaüch


LIMITES DE LA FUNCION PATERNA
Michel Silvestre

El analista ha de hacerse a la idea de que su experiencia se


establece a partir de lo que no atina. No atinar, en efecto, lo obliga a
interrogar su acto allí donde falla. En lo tocante al psicoanálisis,
¿cómo definir el éxito, a no ser como ausencia de fracaso?
Curiosa experiencia ésta, cuya enseñanza no interviene nunca sino
demasiado tarde, retroactivamente.
La metáfora freudiana del león que sólo salta una vez debe
extenderse al conjunto de la cura. Sólo la cura en conjunto propor-
ciona al analista la seguridad de que ha dado en el blanco.
Terminar una cura es hacer irrevocable un acto que hasta ese
instante podía todavía rectificarse. Cuando el analizante se marcha,
desaparece para el analista: se fusiona con lo real. Si es lícito decir
que el analizante emprende el análisis según su arbitrio, la decisión
del fin del análisis recae entéramente sobre el analista, el cual ha de
llevar esta carga, y hasta la descarga. Por ello, el acto analítico se
evalúa por el final -y la finalidad también- que le da el analista.
Cuando este final es prematuro, el yerro que puntualiza revela al
analista los hitos qüe no atinó a ver, los embrollos que no supo
desenredar y los errores que no supo prevenir.
En esto, Freud deja muy poca esperanza, pues descubre en la
castración el escollo por el que todo análisis naufraga. Si Lacan
postula un rebasamiento de ese escollo, nos queda a nosotros
demostrar que es posible. Es éste uno de los criterios que se imponen
en una clfnica lacaniana. Yo me quedaré más acá de esta meta pues
sólo puedo prpponerles, con la exploración de un yerro, las solucio-
t2 MICHL,L SILVE§TRE

nes posibles mediante las cuales hubiera podido tal vez obtener el
éxito.
Cuando Rachel vino a veÍne para pedirme un análisis, se presentó
como una rebelde: rebelde a las dificultades más cotidianas de la
existencia, cuyas contrariedades considera como malignidades de un
sino encarnizado contra ella; rebelde respecto a las obligaciones de
la vida conyugal, en las que no ve más que exigencias de un marido
empeñado en obstaculizar su autonomía; rebelde frente a las cargas
de su función materna, cuyas preocupaciones representan para ella
una angustia intolerable; rebelde, en fin, ante las obligaciones de su
profgsión, en la que no ve más que explotación y hasta esclavitud.
La sexualidad,es ante todo un deber, un engorro, aunque reconoce
que no es para nada frígida. El deber conyugal es siempre objeto de
negóciaciones a las cuales ella cede, pero no sin una contrapartida.
No duda del deseo, lo que no soporta es la demanda que implica; la
suya tanto como la de los demás.
Rachel es rebelde. La calificación de reivindicativa no le cuadra. La
reivindicación es una queja que tiene por objeto las leyes que rigen la
repartición de los bienes; no objeta la existencia de esas leyes sino sus
aplicaciones.
Sin embargo, no se queja de ningún daño en particular, de ningún
perjuicio en su contra.
Lo que padece es la violencia, pero más que ser su simple víctima,
es su juguete. Es una violencia que surge y la invade siempre que
tiene que conf¡ontarse con un semejante. Una violencia recíproca
que padece doblemente por no poder ejercerla sobre el otro, y que
exacerba su rebelión hasta la desesperación.
Ello entraña un sufrimiento difuso, una queja depresiva que da el
tono a su existencia y a su palabra: ¿por qué la vida me resulta tan
penosa, tan dolorosa?
¿Qué secreto posee el otro paru gozar de una felicidad que a mí se
me escapa radicalmente?
Este sufrimiento no estuvo siempre presente. Aparece hacia los
doce años, en el momento de la pubertad. En efecto, la adolescencia
de Rachel se resume estrictamente en un conflicto incesante, de una
intensidad que la deja atónita cuando la evoca: la confrontaciÓn
cotidiana con el padre. Su padre es para ella el agente único, el
representante exclusivo de esas constricciones que, desde entonces, la
torturan.
Ella misma está desconcertáda con esta comprobación, ya que
LIMITES DE LA F'UNCION PATERNA l3

nada en su padre justifica el que se vea así convertido en responsable


de su padecimiento. No hay en él ningún rasgo de calácter particular:
ni ¿ebiti¿ad excesiva, ni autoritarismo torpe, ni indiferencia descora-
zonante.
El combate cesará brusca y trágicamente cuando, en el curso de
una de sus peleas, el padre de Rachel muere a causa de un ataque
cardíaco agudo.
Este acontecimiento, que ocuúe en un contexto tan driámatico,
me pareció determinante; determinante respecto a una significación
que, en mi opinión, debía centrar el cu¡so de la cura: significación de
una confrontación que había quedado en suspenso, en la que la
ausencia dolorosa de una palabra resolutiva separa a Rachel del
reconocimiento de la ley ed ípica y del deseo que reglamenta.
Es necesario llevar a cabo un duelo a partir del cual el padre,
muerto al fin, le permitirá soportar esa ley y la castración que
implica.
Pues, más allá de esa adolescencia conflictiva, en la infancia el
panorama cambia. Rachel hace surgir, en efecto. una niña más bien
alegre, atenta a las dichas y los placeres, y la evocación de losjuegos
sexuales, hacia los que manifiesta una curiosidad y un entusiasmo de
prosélita, la llena de una dolorosa consternación.
Hasta llega a encontrar el recuerdo de un período en que se somete
complacientemente a las caricias de un empleado de la tienda de su
madre. Así, Rachel acepta y aun solicita los manoseos precisos que
terminan regularmente con la eyaculación, ante su vista, del emplea-
do. Este sainete se repite, según sus recuerdos desenterrados poco a
poco, durante casi un año. La relación se interrumpe por la partida
del empleaCo. Hay que añadir un elemento esencial: las más de las
veces la madre no está muy lejos, oc'upada por el comercio de la
tienda.
De hecho, la evocación de esta infancia toda llena de lo que al fin
y al cabo hay que llamar goce sexual, produce en Rachel una aguda
nostalgia que la retrotrae irresistiblemente al amor que siente por su
madre. Hasta tal punto que, respecto a este objeto materno, el
empleado sólo es, estrictamente, el agente, el ejecutante y hasta el
i oficiante de la madre.
t Rachel se halla presa entre do§ caras, dos vertientes aparentemente
I contradictorias de-su histoña. La primera, la oposición al padre en la
I
I
t4 MICH[-L SILVI"]STRI-

que rec,haza la ley que éste encarna, único acceso, no obstante, al


deséo fático.
La'segunda, la efusión sensual en la que domina el amor por la
madre, donde la meta es un goce que de entrada se impone como mítico
e inigualable.
De un lado, podría decirse, el deseo; del otro, si se me permite esta
esquematización, el goce.
De hecho un padre, y sobre todo el padre seducto¡ de la histérica,
suscita el deseo, justamente porque resulta siempre insuficiente,
insatisfactorio y aun desfalleciente. A la inversa, una madre compla-
ciente establece necesariamente al sujeto en la nostalgia de un goce
del cual no habrá nunca más un equivalente.
Este es el punto donde me espera Rachel; allí me convoca,
imperiosamente, exigiendo de mí lo que imagina haber obtenido de
su madre.
A mí me parece, sin embargo, que debo evitar esta solicitación y
conducir la cura más bien por la otra vertiente, la otra versión de su
historia.
Entonces el aniálisis se desarrolla según una sucesión regular de
episodios en los que su esperanza inevitablemente defraudada
desencadena su furor, el cual cede con un sueño que nos recuerda a
ambos que ella me ama. Sueños de efusión en los cuales su pareja -su
madre y yo nos alternamos en este papel- la lleva a veces hasta el
orgasmo.
Yo insisto, sin embargo, en traer a colación un padre que es el que
impide gozaÍ con tranquilidad. Un padre evocador de un falo que
subraya más lo que el sujeto pierde al realizar el goce que lo que gana
simplemente imaginándolo. Insisto en decepcionar a Rachel y en
volverla insatisfecha. Dicho de otra forma, me expongo a su odio.
pero en el fondo, si se piensa en ello, me lo merezco.
La transferencia se separa cadavez menos de la repetición a la que
anima; por el contrario, se convierte toda entera en esta repetición, la
cual se maniñesta como odio del falo mismo, y por añadidura -y
estamos en el caso de decirlo- como odio del que lo lleva.
La transferencia negativa, dice Lacan, es la verdad de la transferen-
cia. Con Rachel, no podía yo estar mejor servido.
También a ella le sirvió de algo. Aparentemente, y a la vez que
conmigo las cosas andan mal, en lo que respecta a lo demás las cosas
UMITES DE LA FUNCION PATERNA l5

más bien andan mejor;ella misma llega a admitirlo cuando su odio se


lo permite.
Llegamos a tal punto que, en el transcurso de un episodio
partlcularmente violento, en vísperas de las vacaciones, Rachel decide
no volver más, e interrumpe así su análisis.
Entonces ¿cómo voy yo, aquí, y para ustedes, a concluir el relato
de la cura de Rachel?
Se pueden establecer dos comprobaciones contradictorias.
Por una parte, se podria decir que, pese a las emboscadas, las
dificultades, las confrontaciones, y con la presión de una interpreta-
ción siempre dirigida en una misma dirección, Rachel pudo, por el
análisis, reconstruirse un padre imaginario a la medida, a partir del
cual se efectuó el duelo del padre real. Debido a ello, un reconoci-
miento relativo del padre muerto le permite un acceso, precario sin
duda, a la castración, del que da fe el apaciguamiento de su relación
con su entorno. Probablemente este acceso a la castración sigue
marcado por una fuerte hostilidad para con el portador del atributo
fálico. Penis-neid, en consecuencia, es decir, y por qué no' logro
freudiano.
Ya se habrán dado cuenta de que si hablo de logro freudiano es
para oponerle lo que en mi opinión es un fracaso en el sentido
lacaniano. Si es que me permiten, de nuevo, un esquematismo
semejante.
Fracaso, primero, en el manejo de la transferencia, retrotraída sin
cesar a la repetición y, por ende, cargada de imaginario. Esta
confusión es el resultado de la siguiente superposición: por un lado la
escenificación mediante la cual Rachel espera recuperar sll goce. y
por el otro, el combate en el que se escabulle del deseo del Otro,
Esto entraña el que no se analice nada de lo referente al fantasma
que resolvería el conflicto fálico en el que se refugia el sujeto Rachel.
En efecto, construir un padre no es lo mismo que construir el objeto
de su fantasma para separarse de é1.
Por el contrario, Rachel sigue apegada a ese padre. no porque
rehúse su muerte (a esto la llevó el análisis), sino porque, más
radicalmente, éste viene a ocupar el lugar de ese Otro que la deja caer
en el punto mismo en que ella imagina que goza de é1. El que el padre
se perfile aquí en una perspectiva materna sólo significa que el falo no
es el todo del goce;
Si Ia castración acomoda el deseo a la ley, lo que hace es dividir el
16 MICHEL SILVESTRE

goce. Era una ingenuidad de mi parte pensar arreglarlo todo única-


mente con lo que reglamenta el falo.
La castración divide el goce para produci¡ un resto al que Rachel
sigue prendida. se puede, sin duda, ubicar este resto en la mirada
materna que cubre con su omnipresencia cómplice tanto las activida-
des sexuales de Rachel como sus combates corel padre.
Fantasma intocado, entonces, sobre el cuar er ánálisis produce una
prótesis f.álica que la lleva a encontrar sólo un instrumento siempre
inadecuado para su goce.

Unas palabras, para terminar, sobre el diagnóstico.


De retomarse esa cura, varios años después de su no-terminación,
me pÍuece que habría que zanjar por el lado de la neurosis obsesiva.
La problemática prevaleciente del goce, erigido en mito individual y
sobre el cual Rachel se esfuerza en constituir un otro a su medida,
parece dar testimonio de ello.
- Y es que no se podrá nunca engatusar a una histérica con un padre
de pacotilla, así fuese analista.
El padre sólo conviene al goce por el mito; como símbolo, no hace
más que marcar su límite.

Traducción: Julieta Sucre


II
NEUROSIS
I
¡
{a
I
f
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I
I DIRECCION DE LA CURA EN LA HISTERICA
j Michel Silvestre
I
I
t
*

¿La estructura clinica del paciente tiene consecuencias sobre la


di¡ección de la cura? Esto sólo podría demostrarse a posteriori y
cil§o por caso.
Precisar el tipo clfnico de un paciente particular no puede
considerarse, en ningún caso, condición previa a la cura;incumbe a la
posición prgpia de cada analista, que realiza su práctica en forma
solitaria, con la experiencia que ha acumulado.
Tengamos en cuenta, sin embargo, la solidez de la repartición de
esos tipos clfnicos -histeria, neurosis obsesiva y fobia- que ningún
intento de aporte o de revisión ha podido conmover en grado alguno.
Planteemos, entonces, que cada uno de esos tres grandes tipos
clfnicos agrupan modos e§pecíficos de respuesta del sujeto y que esas
respuestas se vuelven a encontrar en diferentes sujetos pertenecientes
a un mismo tipo clfnico.
La dirección final de la cura no está eh causa. El horizonte de toda
cura continúa siendo el advenimiento del sujeto frente a su deseo,
más allá del surgimiento del fantasma. Este horizonte implica la
qáriubiOaO del tipo clínico.
Lo qüe nos ó.rpa cóncierne a los medios para alcanzar lo dicho.
Ahora bien, es un hecho que las respuestas del sujeto, es decir su
neurosis, oponen a esos medios algunas dificultades que se aclaran al
ser relacionadas con el tipo clinico correspondiente al paciente.
Las respuestas propuestas por la neurosis histérica conciernen, en
primer lugar, a la dialéctica del deseo; es decir, a la circulación de ese
deseo, propalado por el significante, entre el sujeto y el Otro.
20 MICHI]L SILVHSTR!

Aceptemos, por el momento, que la figura de la histérica sea


encarnada por los seres hablantes que tienen útero.
Esto no es todavía, para ra téoría psicoanarítica, más que una
coincidencia estadística, aunque nos permite invocar, tajo el nombre
de histérica, a aquella paciente ejemprar, prototipo áe tás que desde
Anna o., como musas del deseo, inspiran-a los analistas las parabras
de sus interpretaciones.
La histérica está bien ubicada para inspirar el análisis y volver a
encontrar al analista, ya que la propuesta de éste (la asociaóión libre)
provoca los impasses de la dialéctica del deseo para
decirse en
sÍntomas.
Los analistas no responden siempre adecuadamente a.tales solicita-
ciones.
Es por eso, incluso, que la histérica puede ser llevada a disfra2ar
su
demanda, diversificando sus síntomas; eso puede significarle excesos
de sufrimiento, en los que ra clínica adquiere .'n.rr.u.".ientos
inesperados.
Retomaremos eso-s avatares que despistan a los analistas, ar punto
de que dudan si realmente enfrlntan üna histeria y. sacan ¿et uotsi[o
un hipotético núcleo psicótico. si bien sus problemas no se solucio.
nan, al menos su comodidad queda preserváda gracias a ese recurso,
que no diagnostica otra cosa más que su contratransferencia.
. sin embargo, antes de [egar á esos escoilos de ra cura y a ras
balizas que se le pueden oponer, se debe convenir qr. iu-n.,rrori,
histérica se adecúa amabremente al procedimiento freudiano.

Idilio
La oferta-del psicoanalista se reduce a la regla fundamental, que
enuncia también la única prescripción técnica u la que el psicoanaliita
se atiene.
Esto es suficiente, como lo indica Lacan, para producir el supuesto
sujeto del saber, que surge del analizante miimo, istableciendo así las
bases de la transferencia.
Nada más equívoco que la regla fundamental, en la que la histérica
capta que su palabra es eJ sostén de [a escucha del otró y la causa de
lo que puede volverle.
Entonces, el idilio puede comenzar. La palabra de la histérica se
convierte en una égloga por la cual el sujeto áedica su queja al otro, a
DIRECCION DE LA CURA EN LA HISTERICA 21

quien no confunde, ciertamente en ese comienzo, conla persona del


analista.
Por el contrario, éste nc cumple su función más que callándose, es
decrr. que debe ser. por su_silencio, er garante del buén acuerdo que la
histérica establece con el Otro.
Esta ubicación es propicia para desplegar adecuadamente el proce-
so de la cura y la instalación de la transferencia.
La interpretación histérica de la regra fundamental es justa en
tanto asigna al analista el estar presente en lugar del otro y, como tal,
en posición de devolver al sujeto lo que éste reprime.
solamente si el analista ocupa ese lugar, la histérica percibe que él
no se desplaza. El analista sólo puede responder desdeiste punto en
que la repetición da a la transferencia aires de falso reconocimiento.
Puede comprenderse que Ia confusión entre transferencia y repeti-
ción, mantenida por los analistas hasta que Lacan las disocia, eJuna
teoría histérica.
El para Ia histérica, está limitadó a decir sólo lo que la
.analista,
repetición da por sobreentendido. Alcanza con que aquél.complóte la
frase, para que la repartición de papeles logre su efecto pacificante en
el juego del deseo.
si la insatisfacción es fundamentalmente del deseo, ya que es
necesaria para que éste se mantenga, la histérica haóe de esa
insatisfacción una condición absoluta, pero con el corolario de que el
Otro cargue coñ el peso.
La histérica se esfuerza por imponer ar otro desear siempre más;lo
que conviene al analista, que se supone sólo espera el significante
siguiente. Acuerdo perfecto, se podiía decir, ya qr. ,. apáya sobre
las variaciones infinitas de la metónimia signifióante
_histérica promueve su divisióh de ier sufriente, ofreciendo al
La
^ los
otro significantes que determinan su deseo. por esá sacrificio elia
se considera a salvo de la castración que suponen esos significantes
amos del deseo.
Aquí se ve cómo la histérica instaura un lazo social:
¿quién
rechazaría ese lugar del otro, en que el deseo es propuesto ,.llave en
mano", incluso si a veces un fiasco viene a mostrar.la impostura?
El analista puede sin embargo rebelarse y, por escrupulos profesio-
nales, denunciar ese saber que la histérica olviáa.
. . sln embargo, es generalmente para escuchar en ra respuesta de la
histérica que de ese saber, él no ie dice más que el semülante, o sea
"la MICHEL SILVESTRE

lo que ella ya sabía. En efecto, para qué sirve decirle a alguien que se
qugja, que la causa de su queja reside en aquello de lo quJsufre.-
- considerando que la histérica sostiene su deseo pór la exaltación
de la falla fálica (-.p) no debe sorprender el tope que encuentra la
interpretación que se apoye sobre la sola signific""ior, ¿"t ruto.
Tal interpretación puede ser llamada tauiorógica, estrictamente, ya
que se construye como una formación del inconsciente, aunque ella
no revele más que lo que induce el significante amo, dejand-o en la
sombra lo que sostiene al sujeto más alla de su división, es decir el
objeto de su fantasma.
_ subrayemos que ese tipo de interpretación es coherente con el
lugpr que Ia repetición propone al analista y que habí¿imos menciona-
do anteriormente.
Es por-es9 que puede resultar un efecto de apaciguamiento, más
.
aún cuando éste apela a la sugestión. El discurso del-amo puede, en
ciertas circunstancias, encajar con el discurso histérico.
, La histérica acepta retirar su queja si estima que el mantenimiento
de Ia transferencia está en juágo. El analista cura a la histérica
mientras la metonimia consienta que la relación se prolongue, es
decir indefinidamente.

Equivocación
sin embargo, es a partir de la transferencia que la dirección de la
cura de la histérica vuelve a encontrar un tope que exige del analista
ser otra cosa que el doblaje silencioso de la repetición significante,
pues se trata para él de estar presente.
cuando Freud debe reconocer que la transferencia incluye un
aspecto de resistencia, descubre que más alla de la repetición que
presta al analista los rasgos de la imagen infantil, hay una presencia
del analista.
Pues si Ia transferencia no puede reducirse totalmente, disolverse,
en las coordenadas del retorno del significante, es necesario que el
analista, en esa transferencia, también sea real.
Esa presencia del analista como real es la cuestión subyacente al
conjunto de textos freudianos reunidos bajo el tltulo de la técnica
psicoanalítica.
Freud descubre que la histérica produce.el amor en la transferencia
para hacer barrera a ese real del analista.
DIRECCION DE LA CURA EN LA HISTERICA 23

En ese sentido, debe releerse ese admirable texto sobre el amor de


transferencia, en el que Freud pone en escena el duo sorprendente
de
la histérica que ama y del analista que desea.
No es posible, en efecto, que Freud ignorara que el amor acepta
perfectamente dejar en suspenso et coito. La páesfa está
hecha a
partir de esa evitación. Por dos razones Freu¿ da al amor de
transferencia ese objetivo particular que es el acto sexual.
Primero, porque se trata de reveíar ra significación de ese arnor,
que es sexual, es decir fálico; y porque esa significación sólo puedé
ser fo¡mulada en el lugar del analista. co-rresponde al analista
mantener el rumbo del deseo, pese a las maniobras .der sujeto
destinadas a desviarlo,
Pero, sobre todo, si el amor de transferencia incomoda a Freud,
es
porque'. como tal, no es interpretable, al menos en la
concepción que
se tiene ahora de la interpretación. El amor de transferencia
-' no es
i¡.tgrpret4ble en términos de formación del inconsóiente-
E! equívocq- del amor- de tra¡sferencia no r.iior .n que er anarista
es.tom.adg por otro sino, al contrario, en que es amado poilo qu.
Utiis.allá_de !o que. el quje-to_repita. A ello se ¿ebe la reflexión "i,
freudiana sobre el agieren.
Pues el amor es a la transferencia ro que Ia repetición es
al
supuesto sujeto del saber: un obstáculo aI mismo tiempo que
un
revelador.
Freud se inquieta con su descubrirniento al punto que no sabe qué
responder a Ferenczi cuando éste, en lgz4, ró propon. ac¡¡alizaila
técnica del psicoanálisis introduciendo en el manejó d,
h transferen-
cia el agierer freudiano, se sabe que la lramó técnica activa.
Intuición notabre de Ferenczi, quien se da cuenta de que si
el ana-
lista es el otro der sujeto, no'es un puro reflejo J"i rr¡i", y pre-
su
sencia en esta dialéctica no es gratuitá.
lntuición de corto arcance, sin embargo, pues Ferenczi confunde
la omnipotencia der otro materno, con Ii que ,. uprr*uiu
a revestir al
analista, con el absoluto de la causa del deseo, ei objeto a
Ferenczi se alinea aquí con el neurótico, para tooa, al otro del
cieseo detrás del Otro de la demanda.
confusión que conviene particularmente a la histérica enamorada,
Ya- qYe . La histérica
*tr"tq ou.
Io@_----
"l
o,Iqo.rJe, ¿rg ej@ ñm
24 MICHEL SILVESTRE

realizar
F,n este ounto la dirección de la cura de la histérica debe
operado por Lacan en la
*"ffiü¿';dñá-ui-¿"rpt-amiento
potElq"" él señala al analista' J^ salida
^^r:r^ al
^r amor de
Estar en el lugar ;.i oi;; i"'pide, de hecho' toda
o el pasaje al.acto'
tr*ri.i"n"ia. Es et i-pu.t", la huidadel sujeto juego como el analista
Ahora bien, es táfu-Lít" cambiando el
pr;;;;;itir'a la histérica a -lo que la hace deseante' para que se
áesprenda del objeto que se obliga a amar'
histérico del
El analista pu"oá 1r..1lu*lnte, desalojar al sujeto de su deseo' con'
luear desde donde s.rt"iia en el Otro los significantes
ia?ándición de ser él mismo quien cause ese deseo'
a un objeto
La histéric*, t.uutt á" t' i-pulso amoroso' apunta sino en el
"
señalado fuera de la transfereniia, no en
el pasado
,tt§:lt"tú. hace huir
que Freud, al mostrar muy rápido esa diferencia,
que Dora
a Dora, que le .iáiu r" p"erta en lai narices' antes que decir
Sucede
techaza la angustia y prefiere conservar su sintoma'
^"la
,u-i"niut*u, e--n el que mujet" ocupa el lugar de objeto'
"" para acceder a
i;';"g;iiu ., pr..io qu. deb_e pagar la histérica radical para el
"i
esta verdad: si et Oiro desea, ese deséJes
un enigma
*;f;" fantasma, elttre una significación
y
se detiene entre síntoma
goce que
fálicá que rechaza y un desenmascaramiento del objeto de
para la histérica la ocasión para
i"^"rg.¡ti". Un giá tal puede.sef
debe considerarse un fracaso.
;"J*"1' ;;;e'a. ñstá nó necesariamente

Separación
Silacausadeldeseopuedeserperoibidaporelsujeto,loespor
-i¿ff"á'
C"mpromiso habitual' que hace al
goce
medio de aparataj" edípi-
compatible con lal ielativas a las identificaciones
""rái"i"*r
cas y al buen uso de la metáfora
paterna'
Es sabido qu. .tut i¿entificaciones tanto
como esta metáfora' no
porqug eligiéndo las
son supuesto, ¿""i*iü'-p"tt ra histérica'
anatémica -identifica'
identificacion", qu" contrarian su sexualidad
a guardar al.padre..9*o objeto
ción al hombre-;ld;ve obligada
de amor y ," ni.gá-u p"sur af paár9
por1. trituradora del significante'
la cual sólo asegura su
De ahl su gusto po, i" i*iriOn ¿et iemblante,
paterna'
eficacia poi et éxito de la metáfora
DIRECCION DE LA CURA EN LA HISTERICA 25

Sin embargo, repetido adecuadamente por el analista, el significan-


te del Nombre del Padre puede proponer la felicidad a la histérica si
ella consiente, finalmente, a esa salida fálica. Es suficiente para ello
que otro satisfaga la castración y le dedique su deseo. El conjugo o el
reconocimiento de su adecuación, si antecede a la cura viene justo a
punto para separar al sujeto de su analista. Fin terapéutico, diremos,
sin temer que se encuentre su parecido con una tradición que
propone, desde siempre, la farmacopea fálica parula histérica que en
su sufrimiento, espera. Es que se puede conocer bien el remedio sin
lograr hacerlo tragar. El analista que lo logre no tiene que avergon-
zarse de su acto, incluso cuando la histérica pernanece intacta.
Pues el análisis, inversamente, puede hacer imposible esta solución,
reforzando el escepticismo del sujeto frente a la primacía del falo en
su efecto de significación. La castración no es tanto rechaz ada a
causa de la angustia que implica, sino del semblante que ella impone
como soporte.
Este escollo conduce a la histérica a exaltar lo que la experiencia
analítica entraña de alienación, para elevar a regla de vida el
desengaño frente al semblante fálico. Situación que da. a veces, a este
giro de la cura, la impresión de haber retornado al punto de partida.
Con la diferencia de que el sufrimiento no deriva más que de un
deseo nostálgico de un Otro conciliante, donde el deseo mismo del
sujeto toma el lugar del objeto apropiado para caus¿lr el deseo del
Otro.
EI sufrimiento se origina aqu í en un goce que se niega a la finitud
fálica y que obliga al sujeto a buscar en ei Otro los signos de que el
? significante no es todo.
a
Búsqueda agobiante, a la cual está mejor predispuesta la mujer, por
su anatomÍa, que el hombre y que justificaque se pueda hablarde la
histérica en femenino.
Asl se revela a la histérica el resorte esencial del deseo: lo que ella
tomaba por su causa y su razón, el falo, no es más que el dislraz en
que el oropel vira a la bufonería, al misrno tiempo que su significa-
ción choca con el sin-sentido que la produce.
La histérica acepta que la verdadera causa está en otra parte, pero
para consagfar dicha causa al goce del Otro, encarnándola.
El impasse que encuentra la histérica en la dialéctica del deseo la
encadena a la afánisis, desvanecimiento subjetivo por el cual se
recupera su goce. El deseo parece alejarse, como el mar cuando se
26 MTCHEL SILVESTRE

retira, para dejarla plantada, pobre cosa traicionada por el Otro, que
desea sin ella.
Estado de rechazo y abandono que los psiquiatrasno dudan en
Ilamar, con su habitual necedad, melancolia; pero que no es más que
el resultado del efecto del deseo, cuando éste se muestra no ser,
infine, más que deseo de muerte.
Reacción terapeútica negativa, decía Freud, e incluso masoquismo
primordial. Un análisis no es para nada necesario para que ese cuadro
se realice y la lista de figuras cotidianas de esas mujeres cuyo destino
es la infelicidad sería larga.
Figuras inversas de la evocación habitual de la "bella histérica",
sostén de la gloria fálica, las que, sin embargo, dicen la verdad.
La verdad que denuncia este impasse, es que al rehusar la
castración como reguladora del deseo, la histérica no tiene otra
opción más que la de realiza$e en el objeto de su fantasma, para
dedicarse al goce del Otro.
Es en este punto que el analista debe estar presente, pues el pasaje
al acto que amenaza tiene una dimensión distinta que el acto sexual
evocado anteriormente y que no estaba destinado, finalmente, más
que a denunciar lo irrisorio del priapismo masculino.
En el mundo de la histérica, así devastado por el deseo de muerte,
el analista es entonces obligado a volver a impulsar la cura. Nuevo
impulso que encuentra su resorte en la puesta enjuego del deseo del
analista, en el punto mismo en que la demanda desaparece.
Esta sustitución reposa más en lo que conviene llamar una
r¡¡a¡rit¡bra de la transtcrenciu que L'n una lnterpretación. porque el
analista debe hacer semblante de su real así denudado y ¡o de los
significantes con que hasta entonces lo revestía la repetición.
Prótesis del deseo, planteamos, para proponer que el analista
puede sacar al sujeto de la trampa en que su goce paradojal lo
encierra, en primer lugar, ofreciéndose como objeto de su fantasma y
causa de su deseo.
Esta emboscada es la del fantasma, última defensa contra el deseo,
al que cubre de significaciones vigorizantes. Ese momento de la cura
en que arnenaza el fin, descubre el armazón de la estructura de la
histeria y estremece sus cimientos. Nueva opción para el sujeto.
O bien, él decide continuar la búsqueda que le propone su
fantasma consolidado por la desaparición terapéutica del síntoma, sin
el sostén del analista quien, in absentia" puede continuar encarnando
DIRECCION DE LA CURA EN LA HISTERICA 27

al otro que desea en vano. vanidad proclamada- del deseo, quq


muestra qüe la estructura pennanece intacta, pero desde ahora fuera
del análisis.
o bien el sujeto acepta poner en juego fantasma y deseo, hasta
aquí indisociables, .u.ntualid"d subjetiva que se ilustra con dos
cónfiguraciones tomadas de lo dicho anteriormente'
Puéde aceptar la contingencia de una pareja que ya no se ve
limitada a la impotencia dé encarnar el -g. O puede admitir que el
Otro se mantiená deseante sin por eso imponer al su.ieto la vocación
de Causa perdida. .. ^l
Desde lntonces, separado de un faniasna q!¡e [o tiene otra ,

significación más que iá coyuntural y rápidamente -obsoletu d: "11 ¡


ti'rto.iu familiar, ei sujeto puede encontrar en su deseo la razón de i

sus actos para lo que le queda de existencia. r-'

Traduccién: Culos A. de Santos


EL OBJETO EN UNA FOBIA
Colette Soler

Voy a dectr una cosa, a propósito de un caso, una cosa que me


parece haberse verificado por lo menos en dos casos.
Se trata de un caso de neurosis fóbica en una mujer. Conocida es la
tesis de Lacan sobre el síntoma fóbico. El objeto fóbico, como
"significante a todo uso para subsanar Ia falta del Otro", sustenta la
función paterna, sostiene la metáfora.
Quisiera mostrar que, así como el síntoma fóbico restaura al
padre, el fantasma, aquf, invoca al padre.
Esta formulación plantea de inmediato una pregunta, la de la
especificidad del fantasma según las estructuras. Lacan afirmó siem-
pre que las formaciones imaginarias no son específicas. Lo cual
equivale a decir que no se pueden, en ese plano, definir tipos de
fantasmas como se definen tipos de sfntomas. Sin embargo, es
indudable que el fantasma no se reduce al registro imaginario, en la
medida en que su objeto es real, vuelve siempre al mismo lugar, y un
Iugar se define en lo simbólico. La pregunta es, pues:
¿aporia et
síntoma una especificación al fantasma?
El caso, ahora.
No voy a desarrollar lo que funda el diagnóstico. Diré simpremente
que Ia función del síntoma resulta especialmente patente. Los
objetos fóbicos, lábiles a través del tiempo, perteneien todos sin
embargo a la misma serié, la del proyectil desgarrante. El síntoma
restaura aquí al padre en su función de separación de la manera más
lfmpida, casi sin transposición. ¿Hay algo más sencillo, en efecto,
para senir "de arma a la guardia fóbica contra la amenaza de
30 COLETTE SOLER

desaparición dél deseo", hay algo más sencillo que el escoger como
objgto el arma misma, más aún, un arna que fue escogida en un
momento de desfallecimiento del padre -ella tenía entre tres y
cuatro años-, escogida, digo, en el padre de la biografía: e¡a un
policía aparejado de moto y pistolas. Evidentemente, no se trata del
padre castrado que el sÍntoma erige en lo imaginario; es. por lo
contrario, un padre no castrado, e incluso, castrante.
Es a ese padre al que ella está identificada a nivel del yo.
"Proyectada" siempre "hacia adc'lante". según sus palabras. convir-
tióse ella rurÍma en proyectil, y ello gracias a una sutil estrategia del
próyecto, que no describiré aquí. Esta identificación es la que
sostiene el yo autónomo, dinámico y conquistador con que viste
contrafóbicamente, retomo expresiones de Lacan, su angustia.
Se dedicó a rcemplazar en lo imaginario el "al-menos-uno" que
podiía escap¿u a la castración. Adquirió con ello'clerto haber. bajo
forma de cultura, riqueza, e incluso dos hijos. que había querido
tener y que tuvo. En ese contexto, el deseo masculino era para ella
una amenza y hasta una injuria.
A su llegada, ella misma formula su dificultad en términos de
angustia de abandono. La angustia conduce aquí directamente al
fantasma. Me serviré de él como hilo de Ariadna.
De los seis años de análisis extraigo cuatro secuencias prototípicas
de momentos de an§ustia.
Aparece, sobre la escena, diría, un objeto que es exactamente
contrario al proyectil, a saber, el objeto amorfo, el que no se mueve'
por sí solo, salvo en caso de calda.
De entrada, ya en las entrevistas preliminares, pasadas dos
sesiones, mi respuesta en suspenso a su demanda de análisis ocasiona,
junto con la angustia, esta pregunta: "Fero, ¿qué quiere Ud, de
mí? ", seguida, después de un silencio, de esta frase que la deja
desconcertada: '"Soy un paquete en consigna".
A continuación, surge un recuerdo. Del tiempo en que su padre se
calló durante su depresión, pues a seguidas de un accidente que lo
dejó inmóvil, pasó dos meses sin decir una palabra: de esta época le
han contado sobre ella: "Eras como un paquete". Quizás había
comenzado ya a hacerse la amorfa, y habrá luego muchas otras
variantes, hasta hacerse la muerta.
Un sueño ahora, repetido en el análisis durante meses e incluso
años, cada vez menos frecuente, es cielto, hasta desapareeer al fin.
EL OBJETO EN UNA FOBIA 3l

El sueño es muy sencillo: su marido la deja, sin una palabra, o bien


con cierto tono, lo que la deja a ella sin voz; la angustia la hace
perder el aliento y se despierta.
Por último, una crisis de angustia, repetitiva también, y descrita
muchas veces. La menor discusión con su marido puede producirla,
basta con que la discusión termine así: él sale sin una palabra. Ella
queda entonces fuera del tiempo, el tiempo, dice,se ha detenido, toda
llamada está suspendida, cree ahogarse. Se le ocurren dos ideas
entonces: tendría que acostarse en el suelo, y esta otra. subir a la
cima de la torre -vivía en una torre- y tirarse, de manera de caer a
sus pies en el momento en que él saldría del garage; como un
paquete, dice, sin darse cuenta.
¿Es el precio que hay que pagar para que Aquiles alcance a la
tortuga? En todo caso, proyectil o paquete, es su propio fort'da.
Cual Empédocles, que Lacan evoca precisamente a propósito de la
operación de separación, por una suerte de báscula sacrificial,
pagando imaginariamente con su vida, intenta encontrar el deseo del
Otro, A tachado, deseo representado aquí por el paquete, paquete de
regalo podría decirse, en que ella se convierte a través del sacrificio
de sus virtudes proyectiles. Sin embargo, ponienclo en juego de ese
modo "la falta que produciría en el Otro con su propia desaparición,
(.. .) lo que el sujeto llena no es la falla que encuentra en el Otro.
sino la pérdida constitutiva de una de sus partes".
¿Cuál es para ella esta parte. "a la merced del Otro" dice Lacan,
cuya caída es revelada por la angustia, y que, hasta ahora, estaba
cubierta contrafóbicaménte por la autonomía del yo?
El análisis va construyendo progresivamente la respuesta que ya
estaba ahí. Para ella es una voz; no la voz, sino una voz. En el sueito o
en las crisis de angustia lo que se juega no es que é1 la deje o que esté
ausente; ella lo demostrará de todos los modos posibles. El rasgo es el
silencio. o el "sin una palabra" o un cierto tono. En la transferencia
ése es su leitmotiu. Por otra parte, hay que clecir que el inicio de la
relación privilegiada con este hombre ocun'ió no en el instante de una
mirada, sino a partir de una entonación. Tan poco se trata de
abandono, que aguanta muy bien la ausencia con tal de que esta
inflexión le sea dada.
Las crisis de angustia se desencadenan cuando le falta esta
entonación. Entonación que ella evoca como indescriptible y alavez
fuera de duda. No es un timbre ni una palabra, ni música ni
32 COLETTE SOLER

mensaje, más bien mensaje de u¡ mensaje, es decir, llamada. El


fantasma aqu í no es otro que el fantasma del neurótico, el que se
escribe "'S tachada punzón D mayúscula". Aquí, un paréntesis: esta
voz se opone a otra, a la que se basta a sí misma y que ordena, lavez
superyoiea que dice no la falta del Otro, sino su voluntad.
Voy a mostrar ahora que, en el modo como esta voz-entonacién
vuelve siempre al mismo lugar, hay como una huella del padre.
Observo, en primer lugar, errores de t-echa en los recuerdos que
revelan que data su vida no a partir de su nacimiento, sino a partir del
momento en que el padre salió de su mutismo.
En segundo lugar, hay un relato de la madre que resalta, por
contraste, dentro de cierto contexto. Contexto de memoria, natural-
mente. El contexto está dado por la verbosidad desatada y llena de
odio con la que el padre se aplicaba a disminuir a su mujer. Se halla
dado también por la indiferencia sexual, no disimulada, de esta
mujer constantemente anulada. En este contexto, la memoria de la
paciente ubica un relato de su madre que evoca el encuentro con el
padre, un padre otro. que ya motorizado hacía cientos de kilómetros,
de día o de noche, para venir, a veces sólo por unos instantes, venir
no a verla, sino. . . a hablarle. Y la madre añadía con nostalgia:
entonces, era otro el tono.
¿Que metonimia sostenía las palabras de este hombre? ¿Era
acaso, como para Bel Ami, la ostra evocada por esa oreja que él se
dedicaba a encantar? Misterio. Queda (s)ce(l)lado, con la doble
ortografía de la palabra: sellado en el sentido de fijo y celado en el
sentido de oculto*, queda celado en este relato el plus-de-goce del
padre y, por lo tanto. también lo que pudo encantar a la madre.
Pero el encanto fue efectivo: deja como huella de su acción un resto,
el tono. Por este rnotivo, rse objeio cuya caída es revelada por la
angustia, se conviertf como en el soporte del deseo del Otro, en el
doble sentido del "dc", se convierte para la paciente en el emblema
sensible "del representante de la rcpresentación en la condición
absoluta".
Lo importante en este relato-ficción es que el padre, e incluso un
padre otro, es evocado, o más bien invocado, en relación con ei dcseo
opaco de la madre. La escena fija la posible conjunción del signifi-
cante paterno con el objeto causa del deseo de la rnadre. [:s como el

* Scellé y celé en f¡ancés, tN.T.l


EL OBJETO EN TINA FOBiA 33

índice de una metáfora. Digamos que es una escena primariá no


traumática en la que el nombre del Padre bajo la forma de
padre-sonido, de personax copula, por la oreja, con el deseo dei Otro.
Así, el thntasma, en tanto deseo del Otro, es él mismo conmemora-
ción '-palabra que quiere decir, literalmente, recordar ia memoria de
una persona--, conmemoración del padre. del padre de la nletáfora.
Vése claramente aquí que el fantasma aporta una respuesta, en lo
imaginario, a la opacidad del deseo del Otro; el "S tachado punzón a
minúscula" especifica la barra del gran Otro tachado.
En este sentido, si bien el t'antasma transmite angustia, también es
un remedio contra otra angustia. Resulta especialmente evidente en
la neurosis fóbica el que una angustia esconde otra. O más bien, la
angustia de castración manifiesta en la relación con el objeto fóbico y
oculta en el fantasma, esta angustia cubre otro riesgo que Lacan
formula.con una expresión tornada de Schreber: el dejar plantado.
Ahí, sin duda. habría que sitt¡ar la otra voz,la del superyó que no
deja al sujeto más que la alternativa d*l goce masoquista, o más
radicalmente la del acto de Empédocles. Eso es lo que remedia aquí
el fantasma conmemorando al padre, y eso es, tarnbién, lo que
impide la salida del campo de la neurosis.

l'raducción: Sol Aparicio

* Juego de homofonía en francés en:rre p¿re-son. padre-sonido y personne, persona. [N.T.]


III
PERVERSION
EL HOMBRE DEL BOLIGRAFO

Hace aproximadamente dos déc¿das, un hombre de 28 años vino a


verme porque quería desembarazarse cle un molesto síntoma: no
lograba hacer el amor si no trazaba sobre el pecho de su mujer utras
marcas con un bolÍgrafo. A estas marcas las llamaba tatuajes. No se
trataba de dibujos de verdad sino de trazos cualesquiera. Sólo así
podía mantener la erección, que de otro modo fallaba en cuanto
penetraba a su mujer. Los trazos tenían el valor de fetiches.
Deseaba deshacerse de este síntoma. en gran medida, debido a las
reacciones de su mujer, la cual accedía, pero con gran malestar, a sus
extravagantes prácticas y temía que la afectasen profundamente,
"Flace media hora decidimos separarnos". comenzó el paciente en la
primera consulta. Ella lo acompañaba. La separación no se produjo
sino unos años más tarde.
Se hace evidente muy pronto que la necesidad del tatuaje tiene
como origen unas palabras delamadre: "Si pcrtliese a uno de mis
hijos en medio de la multitud, lo reconcc,ería porque tiene un lunar
en el brazo". Hablaba del hijo mayor y del más pequeño ya quc, en
!o que toca al paciente, éste no tenía niugún lrtnar, b.steban en ese
momento los cuatro en una ftria. y él sc ha-bia pt'rdido entre los
carritos chocadores.
La primera vez que se aplicó "tatuajes" sobre' el cuerpü estaba
centado a un escritorio en el que tenía frente a é1. que era entonces
rrn joven liceísta, un sello de ta fábrica de su paCre. Se lo aplicó en los
inuslos y el pecho (zona más erógena de su cuerpo que los brazos) y
bajó al patio para treparse a un árbol, como Tarzán. Deseaba y temía
38 PAUL LE,MOINE

a la vez que lo vieran los obreros de su padre. Luego regresó a la


habitación y se masturbó. Ya no abandonará este procedimiento: en
otra ocasión, ya adulto, se aplica en la oficina un sello de su patrón
que le infundía miedo, y llevaba la inscripción ,.Archívese,, y luego
se va a la sala de baño a masturbarse. sería válido preguntarse si no se
trata, en é1. dada su sensibilidad a los desrizamientos significantes, de
un intento de preservarse de los carritos chocadores de su inf'ancia*.
Le gustaban no solo los sellos bien embebidos sino también la
pintura al óleo, con la que se coloreaba el cuerpoly también se hacía
dibujos. Uno de los obreros de su padre, que se había hecho un
tatuaje cuando hacía el servicio militar, tenía con él una relación
particular: iban a orinar juntos en la pared de la fábrica. El paciente
pensaba que era una manera de virilizarse, y desde entonces conservó
siempre un marcado erotismo uretral. Vuelve a las andadas cuando,
ya adulto, al toparse con unos obreros tatuados, va a orinar a un
urinario y luego regresa para mirarlos fascinado. pero el recuerdo
infantil que evoca con más frecuencia es una escena en la que,
habiéndose quedado en Ia cama hasta muy tarde, la sirvienta, que
estaba haciendo la cama de su hermano pequeño, le dice: "si te cagas
en la cama, te lo unto en la cara". Y su hermano pequeño añade: ,.y
yo te pinto con mi pintura".
La consistencia de los "tatuajes" varía según los acontecimientos y
se aligera, como se vio, cuando marca a su mujer con bolígrafo, pero
no es posible dejar de notar su carácter francamente anal. cuando el
paciente imprime él mismo los textos literarios que escribe, llama
"incunables" a los caracteres tipográficos. o cuando habla de tatuar,
se trata de "inculcar" un dibujo bajo la piel. l-os labios de la piel se
abren bajo el estilete. como un sexo femenino, para dejar pásar el
pigmento.
Al tatuarse, el paciente se identifica con la mujer. con su sumisión
en el acto sexual, y en úitima instancia, con su madre. cuyo amor
obtiene así, ya que queda marcado conlo sus hermanos. para é1,
tatuarse es rebajarse para que lo amen. "Rebajarme en el arnor es
solneterme e inrentar revivir." "Estoy castrado y tengo tatuajes y
esto me homologa a las mujeres."

.
El tatuaje tiene para él la misma necesidad que cualquier otro
objeto para el f'etichista. Lo que lo hace temir es esa
"uruÁ.
* [N.T.] Relación entre tompot §,llo,y autos tamrynneuses,
, carritos chocado¡es.
*
..1
39
' §:i
EL HOMBRE DEL BOLIGRAFO

ya no tener sexo' Por


necesidad. "Si me deshago de los tatuajes' temo por ejemplo'
eso busco un sexo d;;;?;;;;t h cámírafotógráfica' que tengo de
sea el
que el primer sexo que rechazó
¿Es comprensible ti.po'out busco el goce' El goce
verdad? Si estoy upt'Ñá ui tatuaje mi madre me^hizo saber
ilit'o*ttt en mí-puei
no puede ser asunto que eso estaba
que no podía gazar con mi s"*o .*uttulino' hacer el
prohihici'... t-,, u,rr*',r,r1i"".'-r.rJe: "Elhace falta para hacerlo' yo
tatuaje significa
¿unor, gozar.l-u .u:i'it'ü to"tigo
19 oye
marca de ia madre es más
no, porque mi madr-e ;;i;;;;hlbió"'-ia que 1o reai' "El tatuaje es
importante que lo ;;;';;, ;;t
importante
un sfmbolo lógico cle algo que vo necesitaba !:tl*lt deun la
d1tá en otra oportunidad)'
inexistencia ¿.t ,.,o"á'*ti"'"ut'' Mi desviaciótr se sitúa en la
simbolo histórico ;; "j;" Ue
suce'¡ió'
aurora de mi ,i¿u Éi uU"to de mi padre no interviene sfuro
después."
'**iL'
Lamarcaqueusae,nesteenredosólotieneunefectotemporal'Le
se ve colnpelido'
coge asco .r, auu,lio''" p'od'"" la eyaculación; los trazos en el
Asirnismo'
entonces, a borrartá-todo rápidamente'
Su función erótica
pecho de su mujer tampoco son permanentes'
sexual'
iát..tpon¿e a las oscilaciónes de su apetito
corno resultado el preservarlo
Este carácte, t.;;;;:;i"ti."e tambibn
ampi'itado' sería una
de una castracicín Jtiiniti'u' "Si estttviera otra vez lo que era. Es
rransformación irrerJJ;;i;,-;;rm
podría scr
O' en otras palabras:
la misma impresiÓn q"t *t f"c'e el tatuaje"'
..Invento una tbrma du.o poO.r realizar,sin iealizarla, esta sexualidad"'
'oEntre el verdadero
En el análisis también busca esta protección' poilría analuarme si
-,no
tatuaje, qr. ,.oio'""i'irr;;;de mi 'ida
estuviese tatua.do. ello sería una sumisión
total a mi tnadre--' y la
el orgasmo' y era una
imitación del tatuaje, que me hacía alcanzar el tatuaje es
tirndamental:
especie de liberaciá;, ü;y una diferencia
por un lado tr*ltl'O' u mi madrc' pclrsaito' el otro'. un'a rcnuncia
definitivo' No se
ternporal." s. p;;;;;; asi de cualquier en la homosexualtdad'
sumerge en la demencia' Y no oae
tampoco
pese a una amistad c1e cuatro anos con un
anticttario homosextlal
cuando era estudiante'
Peroelpu.i.nt....protegeigualmentecontraelanálisis.serebela
se qued¡ en París por mí'
contra cualquier ;tt*;;;iát 'iíu' uu]"'que
y embatgo' alcarna un Período
Teme también que yo lo marque' sn-
duranie el cual' con otra mujer que no es su
Uurá"t. largo de "ul*u
40 PAUL LEMOINE

esposa, su sexualidad vuelve a ser noñnal. No tiene necesidad de


tatuarla para hacer el amor. Esta mujer siente apego por é1, le
gustana que él la desposara. Entonces el paciente rompe Ia relación y
vuelve a encontrarse solo, en la lejana barriada donde ha ido a
encerarse después del fracaso de su matrimonio. Sigue negándosE a
un resultado favorable de su tratamiento, y ef, tal sentido esta
aventura.es un acting out de su cura.
En cuanto a su mujer, terminóporirsecon su antiguo amante, un
hombre que había conocido en París mientras el paciente cumplía su
servicio militar. El apego del paciente por zu familia era tal que
prefería pasar sus días de permiso en la ciudad donde ésta vivía en
lugar de reunirse con su esposa.
Todavía no he hablado del padre. El paciente describe de forma
grotesca las relaciones de éste con la madre, pero, no obstante, es un
personaje muy importante, aun si se toma en cuenta sólo la
identifióación del paciente con él: "Mi mad¡e está debajo, con
expresión poco contenta, y mi padre le trabaja encima. Lo suponía
poco fuerte sexualmente, sin duda porque ése es mi caso. Y también,
quizá, debido a las detestables alusiones de mi madre. Era mezquino
en el goce".
Sin duda, el paciente me coloca en el mismo plano que su padre
cuando me denigra: "No cabe duda de que usted no es el analista que
necesito. . ., su voz, su físico". Me desafía a que haga algo por él y
soy impotente ante la violencia de su reacción terapéutica negativa,
reacción que sustenta, si no su confort, al menos su seguridad.
Su caso no deja de perturbarme desde que me abandonó, hace ya
más de diez años. El destino me deparó que también su hermano
menor viniese a mi consutta, por impotencia sexual. No me-atreví a
insistir para saber de su hermano. Lo único que sé es que aún vive. La
impotencia parece ser la característica de los hombres de esta familia.
Al hermano no le bastó el lunar en el brazo para ser indemne a los
problemas sexuales del otro.
¿Quá exigía la cura? Sin la rnenor duda, restaurar el lugar del
padre, o sea, que yo me convirtiese durante el análisis en la madre
que rubrica el nombre del Padre. Pero esto no es más que una
suposición teórica, ya que el paciente prefería gozar de la castración
de la mujer gracias al tafuaje fetiche, antes que afrontar la angustia de
la castración masculina.
I-a práctica del ta&laje era un verdadero rito con el cual evitaba
I
I
tl
,i

EL HOMBRE DEL BOLIGRAFO 4l i

enfrentarse a la angustia. Rito conjuratorio que recuerda mucho a los i

ritos tle la neurosis obsesiva, muy cercana, como es sabido, al


fetichismo.
En su texto de 1956 sobre el fetichismo, Lacan y Ciranoff insisten
en el carácter artificiai del fetiche y el Edipo errado. l-a imagen que,
en esta observación, simboliza la castración femenina no se parece
para nada a una etapa natural (pie. pierna. ropa) del camino hacia el
sexo de la madre. Sin <luda alguna,esa¡tificial: una palabraquefunda
la escritura que la transcribe, y que transfbrma esa escritura en
símbolo erótico. En cuanto al Edipo qlrc se yerra, es del misrno tipo
que puede encontrarse en el yerro homosexual. Los padres conservan
toda su importancia 1, se realiza la triangulación edípica. pero con la
salvedad de que la seguridad del sujeto se funda en la palabra
prevaleciente de la madre y no del padre. Existían todas las
condiciones para quc este paciente t'uese Lln homosexual. pero la
intervención clel t'etichismo impidió y conjuró esta evolución.
No obstante, este caso plantea interrogantes sobre las relaciones de
la palabra y la escritura. La escritura da a la palatrra su transcripción
simbólica, pero esta transcripción toma en el paciente otro giro. se
convierte en sírnbolo erótico. En ello reside la originalidad de esta
historia. No hay que cont'undir, sin ernbargo, los trazos de
tatuaje-fetiche. que tienen un valor personal. con lr:s signos de la
escritura, que tienen un valor universal. El paciente usa la es<;ritura
únicamente para doblegarla por decreto a sus fincs particulares.
Precisamente por esto su escritura sigue siendo fetichista.

Traducción : Julie ta Suue


ry
PSICOS§.INFANTIL
EL NIñO DEL LOBO (I)
"SEñORA"; "EL LOBO"
Rosine Lefort

He elegido la sesión del día 6 de febrero del tratamiento de


Roberto po.qrre ésa fue la primera vez que dijo el significante
"lobo". Y de ese lobo quiero hablar.
Esa vez llega a la sesión con un hatillo hecho con un pañal. No
'puedo ver lo que haY dentro.
Después dé los preliminares de costumbre, me dice dos veces
,.caca,i.
euiero subrayar que los términos pueriles de Roberto, que
tiene 4 uño., ,o han de ocultarnos la gravedad del ámbito en el que
nos movemos, el de la psicosis paranoica. Freud hizo esta misma
observacién al referirse a alggnas palabras empleadas por Schreber,
palabras que se referían a las funciones excretorias'
Asl pues, Roberto dice dos veces "caca" y se me acerca
levantándose, la bata e intentando reti¡ar los imperdibles de sus
pañales. Me pide que lo haga y deja su pañal sobre sus rodillas. se
ágacha entonces como para coger el orinal, pero no se atreve a
hácerlo y me toma la mano para que yo lo haga. Bastante agitado, se
sienta in et orinal. Juega con los imperdibles que sujetaban sus
pañales y que tengo en la rnano, abriéndoloseintentandovolverlos a
....ur. Estó me lo hace hacer a mí, pues él no consigue cerrarlos.
Mientras aún está en el orinal, se propulsa hasta el anaquel para coger
mi lápiz, cuya mina había roto con los dientes justo antes de decir
.,cacai'. Vueive a mi iado, tira de mí hacia él para poderme coger el
papel que tengo en el bolsillo. Lo apoya sobre mi muslo y en esta
poii.iOn garabátea hasta que se levanta del orinal. Entonces lo toma
y me lo ensena con cara radiante pues ha hecho caca. Repite tres
46 ROSINE LEFORT

tteces "caca", menos agitado ahora que al comienzo, y va a dejar el


orinal entre ía cuna y lá mesa. Vuelve junto a mí para decirme "pañal
poner,,. Me lo alcanza y se levanta la bata. Le vuelvo a poner los
pañales, pero él está impaciente por acabar.
Se acerca entonces á la mesita para hacer una torre muy estable'
I{ace que yo la admire y le añade en la cúspide una galleta. Está más
contcnto aun y no la derriba.
Luego recoge su hatillo, me lo pone en el regazo y durante diez
minutós me lo hace abrir !, yolv-er o cerrar. Las dos primeras veces
toma de ahí una letra de madera que va a echar af'uera, volviendo a
cerrar luego la puerta con todo cuidado. Las dos veces siguientes se
contenta ion manipular un poco lo que está en el hatillo. como si
cstuviera Lruscando algo. De hecho no busca nada en concreto. per<r
después cle haber hecho caca verifica más bien que aún posee algo.
Cada vez que, siguiendo sus órdenes, acabo de cerrar el hatillo, Io
levanta ante mí. dándole golpes en el lbndo con la otra mano, como
si me mostrarse que pesa su riqueza. Al final le añade al hatillo el vaso
y el papel garabateado que había dejado en el anaquel'
La escena con el hatillo lo ha catmado: [o acompaño de nuevo
abajo.
No quiere volver a entfar en la guardería y se prccipita al lugar en
clonde están guardados los orinales. Me dice imperiosamente y en
estado de agiiación: ";Pi¡tí"" Coge un orinal' lo deja a mi lado'
hace que lJ qurite el panal y hace pipí sentado como una niña.
Cuandó ha teiminado me enseña lo que ha hecho, me da el orinal;
que vuelvo a dejar en el suelo en el mismo sitio. sin vaciarlo en el
retrete. Entonces mira aterrado el aguiero del retrete. lo'señala con el
cledo al tiempo que grita; ",'Lobrt. lobo."'. y quiere que vuelva 3
darse su orináI. liete la mano en élparacomprobarque el pipí sigue
estdndo ahí, y se calma. Como eso ya no forma parte de la sesión. no
le digo nada, y acepta volver a la guardería.
Más tarde, hacia la noche. oigo llorar tienéticamente a Roberto,
quc grita: "; \lattrúI". Durante la noche, a causa «le su peligrosa
agresividad puru con Marisa. lo habían cambiado de habitación. Al
venne. sc agafra enseguida a mis rodillas, esconde la cara en mi bata y
se callna casi enseguida. Me mira largamente, recoge un
juguete y me
lo alcanza sonriente. siempre apretado contra ITlí, mientras la
enfermera. ent'adadísima, me explica que no quiere saber nada de
Roberto porque es peligroso para los pequeños. Entonces me lo llevo
47

en brazos al otro lado del comedor comunitario. El se agarra


frenéticamente a mi cuello. Lo confío a la celadora de noche, la
señorita R. Entonces él arroia al suelo todo lo que éncuentra
mientras va gritando: " ,'Lobo.'".'
(Es evidente que este paso malogrado después de la sesión del
orinal-castración es de lamentar).
La cuestión que se plantea es la de la irrupción de ese significante
"lobo" el día 6 de febrero, de su estatuto y de sus efectos en
Roberto.
Su imrpción, colno vimos, no sucede en un instante cualquiera,
sino en relación con su pipí, que ha de ser echado como desperdicio,
y con su propia deyecciónlréiectionl.
Por lo que a su estatuto se refiere. es uh significante, y uo
significante nuevo. Acaso venga de alguna experiencia en la que
alguien le habría dado miedo con ese lobo, a él y a otros niños. ya
fuese como juego, o como el medio que una enfermera habría
utilizado para poner orden en la colectividad de esos niñitos a los que
tan a menudo les agitan gritos y llantos. No es imposible, ya lo dije
en otra ocasión, porque lo había visto hacer una vez. antes de que
Roberto llegase a la institución. ¿Fue pues víctima de esa
experiencia? Si nos contentamos con poner en contigüidad su
"lobo" con una experiencia como ésa, admitiremos entonces que se
trata para Roberto de una significación relacionada nada más que con
urt miedo, con u'n miedo a t)n "vozarrón" o a ser devorado. Pero no
aparece nada semejante en ese "lobo" si seguimos esa vertiente
imaginaria de la significación. Si nos referimos por otra parte a la
imrpción de su "lobo" en el momento en que siente terror de que se
vierta su pipí, entonces somos nosotros quienes inyectamos ese
significado del significante "lobo" por la lectura de sus reacciones.
pero nada puede sostener el vínculo intrinseco. tanto más cuanto
que no se trata de una cadena de significantes. del significante "lobo"
y del signiticado: pipí vertido.deyección.
Así pucs. por utla partc, csc significante "lobo" aparece
et'ectivamente como un significante puro y que llega como nuevo
ante una situación de la que Roberto nada puede decir, allí donde
para él falta el significante: 'olobo" como significante nuevo surge
para colmar ese agujero en el significante. Como tal significante,
aparece como desvinculado de una significación, puede surgir en
1
diversas situaciones, como no especifico de cada una de ellas y no se
48 ROSINE LEFORT

puedehacerningunainterpretaciónsignificativa:siesqueacaso,eny
iánto q.r. interpreáción, podemos referirnos a la significación' que
sobre todo en el ¿e nóUerto. En efecto, las significaciones
"aso
Robertonopudoadquirirfueronlas.significacionesprimordiales,.
..!] q* j. l-".un d;ñ; "otno "las másmás Cetcanas a la necesidad, las
animal en el entorno en
rig"if'L."ünes relativas a la inserción
tanto que éste es nutridor cautivante" (1' pitg' 223)' con
y Estas

rig"in.u"iones faltan del todo no y pueden- serle.ap.ortadas


la dimensión de
eficacia, puesto que-no soto le háce faltá a Roberto
esas significaciones, sino que
io imagiñario, qüe es el espacio de- sometidas éstas, no
cual están
a¿emal el significante, a las-leyes del por
"el lobo". El significado,
le hace falta en *"noi medida: de ahí
separado del
otra parte, Sgu" .tiundo radicalmente .significante'
Á.ui¿"t q". n" podría hacerse cargo ese significante (por
.á*o'un y significante del
mutación): signiticiáá v ñeuf están de un lado'
que mi.sitio de.analista he de
otro. Ese significadoi áso ae lo desde
hacerme ,n"áiante mi discurso para que ese "lobo" pueda
"urgo puede advenir'-.
,áári¡i un sJntido en lo que a continuacióri
Pero hay un aspecto del "lobo" mucho más radicalmente
vinculado al análisis de Roberto'
'--,q"i;r-¿.I ..lobo", Roberto era sólo un puro superyó cuyo soporte
"Señora" con lo
era el significante, 'íseñOra''. Fue con un óstridente y los días
;;;.;.ibió el p¡á., áiu que lo-ví, el 25 de diciembre,
vigilar o cuando
sucesivos. et mismó e, .'" "ttiiora" cuando
le toca
de galleta que coge de mi
,"pári.- loi Ámes niños los trozos a mí
""tre
bolsillo sin quedar;;,';.g,t; para sí, todo esto tomándome
que--o'sí" a t9.do' incluso
como testigo, o tambiénluando responde
cambio aparecen
para decir á.r. no. §i Ui"n él es sólo ese "señora" en
debate en 1o sucesivo: la
ya todos los elementot qut 'un a sostener su
.n 1u t'nu, sobre el que grita "nene-nene" v
;;.;;;; á.1 mun"co que.coge de mi
que me alca¡za p*; ;;" il ¿¿. ún.beso' ellápiz
ürftiii" v .rvu fni'* to*p" con los dientes' el cristal.de. la ventana en
sobre.él ejerce Marisa y
el que golpea, v pot ln'fu fascinación que
.Jp.iriió"ét estructurales veremos con detalle'
""i"t
si bien extrae su existencia de ese superyó, en cambio no está

adherido a él del todo, y algunos puntoi sintomáticos se salen de


ário,- f l sus obsesion"r'.o' la puerta y con los demás y
niños,2) su
terror a dewesti¡s;, ,, * relaci|n con la mancha de agpa de leche'
y
únicaáente en las sesiones, 4) el sÍntoma de enu¡esis.
il; "púe
EL NIÑO DEL LOBO (I) "SEÑORA''; "EL LOBO'' 49

Los dos primeros se forman por reacción a su vida en colectividad, es


decir, dependen parcialmente del superyó; los otros dos puntos
atestiguan una represión mínima.
Pero el "señora" ha itestruido toda dimensión propia para Rober-
to,es decir toda pulsión en ausencia de Otro. En ese momento nada
de lo que entra, lo oral, o de lo que sale de su cuerpo, lo anal, es
puesto en cuestión.
Pues bien, el 6 de febrero aparecen dos campos que se oponen por
completo: después de haber hecho caca, según el superyó se encuen-
tra con el horror ante el vertido del pipí. Lo dice bajo la forma de ese
gritd que de él sale: "¡lobo!, ¡lobo! ",güe viene a ser.el equivalen-
te del "¡ señora! " que era. De ser una pura anterioridad, la del
superyó, y que sólo lo hacÍa existir en tanto que cuerpo por la
envuelta exterior añadida por los demás, esto es, su bata, pasa,
despüés de haberse convertido en el contenido de la cama en la
transferencia en relación conmigo, a la promoción de algo de él que
se opone al superyó y que desobedece a "señora": "lobo" ocupa el
lugar de "señora". Este es el efecto esencial de ese inicio de
tratamiento, el de haber empujado a Roberto hacia un significante
nuevo. "Señora", mediante el tratamiento, dejó de ser un significante
puro para convertirse en "una señora", en la transferencia con el
Otro. Cie¡tamente, el Otro (A), no lo soy aún hasta el punto de ser el
A tachado, lugar del significante; y en lo que Roberto transfiere
sobre mí, no puedo sino fracasar en proporcionarle los significantes
que le faltan. Es por ello que su "lobo" viene a colmar ese enoftne
agujero.
Si la caca representa a Roberto según el superyó como pura
exterioridad, a lo cual se adhiere sin conflicto aparente, en cambio,
cuando se trata del pipí, lo que enseguida lo sobrecoge es el terror de
que va a ser vaciado el orinal. Es cierto que los dos significantes,
"caca" y "pipi", están a su disposición. Pero en el caso de la caca no
tiene nada que decir como no sea nombrarla para el goce del Otro,
mientras quc en el caso del pipí, es él mismo quien queda implicado,
directamente; eso es lo que el significante "pipf" no puede significar.
Le falta el significante, y ahí es donde surge ese significante nuevo:
"¡lobo!, ¡lobo! ".
Se puede decir que con ese "lobo" Roberto deja de ser pura
pasividad en su cuerpo, pues hasta ese momeÍto no era nada más que
el significante "señora" sin cuerpo propio.. El significante "lobo", él
50 ROSINE LEFORT

llega a serlo con su cuerpo enterito: lejos de ser aún un cuerpo de


sigftificante, él es ese significante. El "lobo" es evidentemente el
siÉnificante de su cu*rpo destruido, pero, por décirlo así, progfeso,
significante de "su cuerpo" y no del cuerpo de los demás'
Al mismo tiempo, ese significante nuevo, ese significante puro, es
"el trastorno en el orden del lengUaje", según la expresión de J.
Lac,an, que es la firma, la signatura de la psicosis,. "creación de
un
nuevg término en el Orden det significante" cuyo "catácter devasta-
dorn' veremos en Roberto ( l, pá9. 226).
Digamos una vez más que si "señora" era un signi{icante que lo
había" desencarnado, arrojándo así todos los productos corporales
a

las tinieblas exteriores -uií.t el superyó- el significante "lobo", por


su parte, es la tentativa fallida pero, eso sí, la tentativa de hablar de
ru rechazando lo exterior como hostil y peligroso'
Es ei este sentido que "lobo" es la entrada de Roberto en la
"r"rpo
.opsicosis
de transferencia", del mismo modo que schreber entró en
lá psicosis, como dice Freud, cuando se encontró con Flechsig al
,o*i"nro de su gran enfermedad y cuando hizo de él el sustituto "de
una manera cualquiera de su hermano o de su padre". Freud despeja
, irngfOn seguidb dos mecanismos en el momento dedebrote de la
psicos'ís de §chreber (2): l) "un fantasma de deseo naturaleza
femenina (homosexual pasivo). . . fantasma que tenía su objeto en la
p.rron"
^schreber,det méOico", i¡ "contta tal fantasma se alzó, por parte de
una intensa resistenciá, que adoptó, por razones que
á6.oro..*os, la del delirio persecutoris". Por nuestra parte diremos
qu., .n Roberto, podríamoJtomar al revés las proposiciones freudia-
nurt tu naturaleza persecutoria de su relación con el mundo está
iundamentada ampliamente en el superyó que resume su existencia
y
lo aplasta, y su au§encia de cuerio de significante por-ausencia de
relaóión con el Otro y por el desplegamiento de toda relación en un
Rrut qrr. lo mutila rn ru cu"rpo. Po¡ lo que al "fantasm.a de deseo de
naturaleza femenina" se refiére, estamos lejos de poder fundar en
Roberto, sfficto §enflt,la noción del fantasma ($ O a) puesto quefaltan
el sujetó',S" y su barra implicada por la relación con el objeto "a",
resto del advénirniento def sujeto en el lugar del Otro. Lo mismo
sucede con su deseo: falta el Otro y la dimensión de lo lmaginario.
De todo ello no quedarfa nada más que esa "feminidad" en ma§a
sancionada por la automutilación del 17 de enero, cuestión ésta aún
no resuelta, pero que encuentra un eco en el surgimiento de "lobot'
EL NIÑO DEL LOBO (I) .'SEÑORA''; "EL LOBO" 51

al tiempo que aparece el terror de ver evacuar su pipí.


Así pues, la transferencia en ra psicosis no pu"a" ser carcada de
uno de sus aspectos en la neurosis, refiriéndonoJa una sustitución de
persona. Por lo demás, el propio schreber distingue muy bien entre
"el hombre Flechsig" y "el alma Flechsig,,, en cuya distinción ve
Freud la que hay entre el mundo del incónsciente y el mundo de la
realidad. Roberto no tiene los medios lingüísticos quá tier" schreber,
sin embargo nos da una clave con su "lobo": no eJde una persona de
lo que se trata, es del significante y de su necesidad, y el agujero
radical con el que ahí se encuentra. En una primera ocasión lo
taponó con "señora", en su identidad con ese significante super-
yoico. Al hacef mella el análisis en el superyó, se éncuentra con lo
que hasta el momento atascó ese agujero en el significante, que
tapona con su "lobo", un significado en torno del cual dará la vuefua.
sucesiiamente, él es ese significante, luego me lo hará tragar,
realizando en el nivel de ese significante la transferencia, que silué
siendo en su condición de tal el motor del análisis. En la transferin-
cia, en efecto, Roberto, desde el inicio del tratamiento
-y luego había
de seguir siendo así- se queda conectado hasta el más alio grádo con
mis palabras, o mejor diríamos con mi voz. Mi voz, en la tiansferen-
cia, deja de ser la del mandamiento del superyó para ser la del
significado del que tan sediento está. No hay nada de lo que yo vaya
aportándole a lo largo de todo el tratamiento que no pase por mi voz,
como en todos los análisis.
Pero si acaso llego a hacer pasar a veces un mínimo de significado,
que hace que Roberto deje de gritar "el lobo" durante algún tiempo,
ese significado no hace la suficiente mella en lo Real que hasta
entonces ha conocido como para que deje de ser presa constante de
la persecución.
Asl pues, tras haber señalado toda la diferencia que somos capaces
de establecer entre el "señora" y el "lobo", nos vemos obligados a
reconocer que sin duda pertenecen a una "misma serie" tal como lo
indica Freud a propósito de Flechsig y de Dios en el caso de
Schreber.
Es tal "división totalmente raracterística de las psicosis paranoi-
cas" lo que aquí, entre esos dos significantes, se inaugura para
Roberto. y que proseguirá en el curso del tratamiento en las
aplicaciones que hará Roberto de su "lobo". Vínculos también los
hay entre ese "lobo" perseguidor y la experiencia que tuvo Roberto
52 ROSINE LEFORT

con su madre paranoica, que además le hacía padecer hambre y que


ciertamente no está ausente del tratamiento, puesto que, en una de
las primeras sesiones, dirigió al hueco de la escalera esta desgarradora
llamada: "¡mamá, mamá! ", primer término de la serie significante.

Traducción: Antoni Vicens

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICA§

(l)Lacan, !.: Le Séminaire, liure III. LesPsychoses, Pa¡ís, Seuil, 1981,


(2) Freud, S,i "htntualizaciones psicoanal{ticas sobre un caEo de poranola, descrito autobio-
gáficamente", Obras completas, tomo XII,'Ambr¡ortu editores, 1980, página 45.
EL NIÑO DEL LOBO (II)
Robert Lefort

Voy a hablarles del "dos". y ello a propósito de una sesión del


tratamiento de Roberto, la del 12 de febrero. que resumiré a
cqntinuación.
Ese día, en el cuarto donde tienen lugar las sesiones, hay dos
biberones: uno de ellos lleno de leche, como es habitual. con la tetina
puesta, y otro vacío y sin tetina, que Rosine Lefort había dejado
olvidado de la sesión con otro niño. Roberto no acaba de decidirse a
darle a Rosine el biberón lleno; finalmente le da el vacío, de
inmediato se lo quita para meter en él un poco de arena, que vuelve a
verter en la caja, y se lo da de quevo a la analista. Entonces se
sube a la cama y vacía el biberón de leche casi a los pies de la
analista. Luego le coge unlápiz del bolsillo de la bata, rompe la mina
con los dientes como suele hacerlo y lo vuelve a poner en su sitio.
A partir de ese momento, embrolla todos los representantes de los
diferentes objetos corporales, y eso en un estado de tensión verdade-
ramente terrorífico: vie¡te arena en el agua de la palangana, deja el
orinal en el que había hecho pipí al comienzo de la'sesión en el
regazo de la analista y lo llena de arena, dejando caer mucha encima
de la analista; añade al contenido del orinal parte de la mezcla de agua
con arena de la palangana, y parte de esa mezcla la vierte en el charco
de leche que hay en el suelo.
Entonces se vuelve a la cama, tendiéndole a la analista los dos
biberones vacíos para que los deje encima de la mesa. Vuelve a
bajarse de la cama y mete en el orinal lleno de arena, que sigue
estando en el regazo de la analista, el muñeco y los dos biberones, no
54 ROBERT LEFORT

sin hecho colocar antes la tetina al biberón que había


haberle
contenido la leche. con uno de los biberones en la mano, rompe el
que no tenía tetina golpeándolo contra el otro. Cada vez que se
rompe un trozo, Robe¡to ríe violentamente. Va rompiendo ese
biberón hasta el gollete, al tiempo que va formando en el orinal un
montoncito con los pedazos rotos. De este modo el orinal contiene
el muñeco y el biberón entero'
- -va arena, agaa, pedazos de vidrio,
pipí,
rato bastante largo dr' oscun<iad
a apagar la luz, Después de un
la vuelve a óncender, va a mirar el orinal, la apaga otra vez. Esto lo
hace varias veces seguidas, pero finalmente le da miedo, como si no
hubiese de poder encender de nuevo lalt¡2.
A pesar áe las protestas de Rosine Lefort, quiere llevarse el orinal
tal cual está. En un momento en que se cae un poco de arena,
Roberto se pone como loco y la recoge como algo precioso para
volverla a poner en el orinal. En el colmo de la agitación y de la
tensión, se pone a pegarles a los niños que quieren mirar 1o que hay
en ese orinal que sostiene rodeándolo con sus brazos. se niega a
tomar la cena. Este estado de angustia y agitación se calma súbita-
mente al cabo de un rato, después de haberse hecho caca y pipí en la
cam4, y de haber esparcido la caca por todo su alrededor'
lo áue sorprendé en esta sesión es ese "dos", que no es un "dos"
cualquiera: dós biberones y el drama intenso en el que ese "dos"
sumerge a Roberto. Ahora veremos dónde está el "dos", no en
Roberto, sino en nosotros.
Desde el comienzo del tratamiento nos veníamos dando cuenta de
láinsistenciaen el "dos"; lo íbamos encontrando' sin que de ello
Roberto hiciese un drama. Por ejemplo, el día 15 de enero había
puesto dos orinales vacíos en el regazo de la analista;el día 18lo que
ahí puso fueron dos cajas vacÍas; el dia 22 había puesto sucesiva-
mente, en un vaso, dos tarugos de madera' Pero en ningún momento
se había referido esa duplicación al objeto oral esencial, el biberón, y
ese día, como acabamos de ver, si había dos, era por azar.
Ante esos dos biberones, Roberto titubea, y lo hace en tres
tiempos:

IQuerría darle a la analista el biberón de leche, pero eso es


)
hacerla portadora del objeto oral, del que tantas ganas tiene. Este es,
por tanto, un primer esbozo de su demanda. Y el caso es que se le
hace imposible sostener la más mínima demanda de leche a causa de la
EL NIÑO DEL LOBO (II) 55

madre que tuvo -paranoica, y que lo hacía padecer hambre- y porque


esa leche vendría de ella en la transferencia. Muda inmediatamente de
parecef y
2) hace entrega del biberón vacío, se ocupa luego de meter en él
los representantes, arena y agua. de lo que sale de é1, pipí y caga, que
salen destruyéndolo, y además ha de dar por mandato de otro. La
demanda de la analista sustituye, para é1, a la suya.
3) Entonces se pone violento con ella y tomando el biberón de
leche que no pudo pedir. lo vacía por el suelo casi encima de los pies
de la analista. haciendo así de esa leche un arrna contra el otro.

En un cuarto momento, vimos cómo mezclaba todos los represen-


tantes de objetos corporales: agua, arena, leche, que vienen a reunirse
en la destrucción, intentando reducir la leche a lo que sale de su
cuerpo.
Entonces hace un intento de reducción de esos dos biberones a
algo del orden del "Uno", haciéndolos poner encima de la mesa,
aislados, como lo había hecho al comienzo del tratamiento. Efectiva-
mente, en el transcurso de las entrevistas iniciales Roberto mostró la
importancia que asignaba al biberón. Frente a é1, detiene su agitación
sin fin, deja de gritar y retira todo lo que hay encima de la mesa
alrededor del biberón para hacer de él un objeto único, aislado, para
hacer de él algo del orden del "(Jno", y eso sin ninguna otra referencia a
la analista que no sea la de mostrárselo bien erguido y solo encima de
la mesa. Lo que este biberón representa aparece en el momento en
que, casi a punto de hacerlo caer al darle un golpe a la mesa, le da un
miedo terrible, se lleva la mano al sexo, da un salto en el aire y cae en
cuclillas, lo que para él es signo de ser en ese momento una niña, sólo
un momento de su indecisión fundamental, la de saber si es niño o
niña. cosa que la analista le había interpretado. Se le impone pues a
Roberto un vinculo muy fuerte entre el objeto oral (biberón con
leche) y su pene: ello escla¡ece el punto de que tenga que renunciar a
su pene por automutilación si no puede por más que quiera dirigir su
demanda oral, que era exactamente lo que sucedía al principio.
Su intento de hacer algo del orden de Uno con los biberones
puestos encima de la mesa no da resultado. Vuelve a cogerlos y, aún
después de haberlos metido junto con el muñeco en el orinal lleno de
arena que sigue estando en el regazo de la analista, no le queda, para
reducir ese "dos", otro recurso que romperlos, golpearlos hasta que
s6 ROBERT LEFORT

uno de ellos queda hecho pedazos, pedazos que entierra en el orinal


de arena.
Entonces ya no queda nada que no sea "uno": hay un biberón,
un muñeco, un orinal; de éste dice, yendo a apagar y a encender la
luz y viniendo a mira¡ ese orinal cadavez que enciende la luz, que de
lo que quiere estar seguro es de su pernanencia. Pero acaba por tener
miedo a perder el dominio de la presencia de ese ,orinal y sale
huyendo con él a cuestas, protegiéndolo de los demás niños, que
quieren ver lo que contiene.
Volvamos a la cuestión del "Uno" para ver cual es su estatuto en el
caso de Roberto. No se trata en absolutb del "Uno de significante",
de algún rasgo unario. Es un "[Jno" fuera de él que "contiene -dice
Lacan- la multiplicidad como tal, en la que sólo pueden caber cosas
en yuxtaposición, y mientras queda sitio. . . Ese 'Uno' no es pan-,
sino poli-". El orinal de Roberto ilustra totalmente esta especie de
"LJno".
Y entonces, üeué sucede con el "dos"? Para que podamos hablar,
tanto para él como desde nuestro punto de vista, de dos biberones, a
Roberto le hace falta el significante biberón. Y lo que no deja de ser
sorprendente es que, al tiempo que es interpelado tan claramente por
ese objeto oral esencial, ese significante no forma ni formará parte,
durante largo tiempo aún, de los significantes que tiene a su
disposición. Eso quiere decir que el biberón sigue estando para él
enteramente en lo Real y no se desembaraza de sus ca¡acterísticas
reales: en este caso, uno de ellos está lleno de leche y tiene tetina y el
otro está vacío y sin tetina. Para nosotros eso suma sin lugar a dudas
dos,biberones, es decir, que su diferencia es enjugada en la aniquila-
ción simbólica fundamental, se produce una mutación desde su
dimensión Real y desde sus cualidades no menos reales hacia el
significante "biberón", lo cual permite contarlos. Digamos que la
mutación de lo Real a significante pasa por el cero, es decir por la
aniquilación en el significante del objeto real, despejado así de sus
cualidades y diferencias sensibles, para poder hacer así un número de
ét.
AquÍ hacemos referencia a la lógica del significante tal y como la
planteó hace un tiempo J.-A. Miller en una ponencia sobre "el cero y
el u1o", que encontrarán ustedes en Ies Cahiers pour l'Analyse, N"
l. No se trata de que ahora volvamos a repetir la demostración de
Frege que en ese artículo se comenta, la demostración del engendra-
EL NIÑO DEL LOBO (II) 57

miento de la serie natural de los números. Lo que sí haremos será


interúar extraer algunas de sus proposiciones para poder dar cuenta
del drama de Roberto ante el "uno" que hace que a él le sea el "dos"
insoportable, a falta de disponer del "cero".
Si "el cero, entendido como número asignado al concepto que
subsume la falta de un objeto, es como tal una cosa, esa es la priméra
cosa no-real en el pensamiento". Ese no-real, y ello es lo más evidente
que pueda haber, es precisamente aquello de lo que el psicótico no
dispone, o ya no dispone. Podemos decir que, para Roberto, toda
cosa es idéntica a sí misma. Es la fórmula de la verdad. Dos
consscuencias: la fascinación de la psicosis, eue puede dar la
apariencia a aquel que la escucha de detenta¡ esa vet'dad, ilusión
mantenida en ocasiones, pero a condición (segunda consecuencia) de
no ver que toda cosa idéntica a sí misma no puede faltar allí donde
está, es decir, en la dimensión Real, mientras que es anotada como
cero bajo la forma de "no" y cuenta como "uno" en lo simbólico. Es
ahí donde el sujeto está en su verdad, es decir, en el campo del Otro, a
la vez excluido como "cero" y contado por "uno" como significante
de más.
Si hiciese falta una prueba suplementaria de que Roberto no tiene
acceso a ese campo del Otro, una vez miís podríamos encontrarla en
el nivel de esos biberones. Lejos de reuni¡los en una serie de "dos",
los separa completamente. El biberón lleno de leche con tetina es
totalmente diferente del biberón vacío sin tetina. Los disocia por sus
funciones corporales: rechazando el primero por el lado de fo oral, se
sirve del otro por el lado de lo anal. A falta del aniqüilamiento
simbólico que habría reunido los dos biberones en el significante, la
analista y él son reunidos en lo Real por la destrucción, destrucción
de la analista por la leche y en el nivel de lamina delápiz que rompe
con los dientes.
Finalmente, a falta de poder contar los biberones hasta dos, no le
queda otro recurso que destrui¡ uno de ellos, el que no tenía tetina
y en el que había metido el agua y la a¡ena, tal y como se destruirá a
sí rnismo al final vaciándose en su cama del pipí y de la caca y
esparciéndolos por todo su alrededor. Al no poder ser simbolizado su
aniquilamiento por ausencia de Otro para é1, ese aniquilamiento tiene
lugar directamente en lo Real.
Lo que él es, no es ciertamente un sujeto, sino todo lo que ha
metido en el orinal, comprendidós los pedazos de cristal. Si bien eso
58 ROBERT LF,I;ORT

hace "uno". él está enterito en cada pedazo. Como dice Schreber:


"Cada nervio del intelecto representa la individualidad total del
hombre".
La consecuencia de la falta de mutación de lo Real en significante,
la describió Freud: "Las psicosis paranoicas dividen, mientras que la
histeria condensa". Añadiremos a eso que. a falta del "cero".
Roberto nos muestra aquícómoello hace "uno, uno, uno. . ." pero já-
más dos.
Paradójicamente, es también el camino del "doble" el que está del
lado del "uno" y no del dos, el cual implica el cero, es decir. lo
simbólico.
Traducción: Antoni Vicens
LA REPRESION.PRIMARIA
EN I.'N CASO DE PSICOSIS INFANTIL

Atmv Cordié

Voy a presentarles un caso de. psicosis infantil dontle pueden


detectarse a la vez la carencia de simbolizació¡ en los estadios
precoces de desarrollo y la ausencia de represión. Cuando Lacan nos
dice: "Lo que no se vive a la h¡z de lo simbólico aparece en lo real",
pensamos en 1o que retorna a lo real en las psicosis del adulto: la
alucinación, el delirio. Veremos que en las psicosis infantiles precoces
se trata antes que nada de lo real del cuerpo.
Voy a hablarles de una niña psicótica que tuve en análisis durante
ocho años, desde la edad de 3 años hasta los I l.
Cuando la vi por primera vez, Sylvie, a los 3 años, no era más que
un grito, un pequeño ovilio aullante; toda su vida parecía transcurrir
en ese grito. Sólo se quedaba dormida ya agotada por haber gritado
demasiado. Se calmaba únicamente si le ceñían apretadamente la
ropa y enroscada en el regazo del adulto. No baminaba, no hablaba y
la aterrorizaban ciertos objetos, en particular todos los objetos
redondos, que habfa que esconder;lavoz que salla del electrófono y
muchas otras cosas. Todo contacto con ella, bañarla, peinarla,
resultaba una dura prueba. No toleraba estar desnuda y se negaba a
que le quitaran los pañales. Sólo se alimentaba si la obligaban: el
adulto tenfa que rnantenerla sujeta entre las rodillas y meterle a la
ftrerza Ia cuchara en la boca; cuchara para alimentos líquidos, pues
Sylvie no masticaba y todo alimento sólido le provocaba un reflejo
de asfixia. En cambio, crujla los dientes, que se le habían gastado por
completo cuando empezó a salirle la segunda dentición. Nunca se
habla chupado el dedo ni se habfa llevado nada a la boca. Este
60 ANNY CORDIE

panorama de alimentación duró hasta la edad de 7 años, momento en


que empezó a comer sola. Hasta entonce§, de habérsela dejado ante
un plato de comida, §ylvie se hubiera muerto de hambre.
No voy a contarles toda la historia de sylvie, sino sólo algunos
momentos claves de este análisis y. en particular, lo que se refiire al
lenguaje. Lo notable de esta observación es que er renguaje apareció
cuando no había todavía reconocimiento en el espejó, y el iuerpo
seguía siendo cuerpo desmembrado. El reconocimiónto en el espejo
ocurrealos5años.
Sylvie es la tercera y última de tres niñas nacidas en 33 meses, o
sea, tres embarazos muy seguidos que dejan exhausta a la madre.
Sylvie es amamantada hasta ei mes y medio, y luego se le da el
'bibe¡ón hasta los 7 meses, época en Ia que la madre se marcha a una
cura de reposo dejando la casa en manos del servicio doméstico y a
sylvie con una niñera de l8 años. Desde los 7 meses hasta los 8 meses
y medio -es decir, durante un mes y medio-, Sylvie queda en manos
de esta muchacha, que decide no seguir con lós biberones y
alimentarla con cuchara. Esto desencadena el drama.
veamos cómo la abuela materna relata lo que vio cuando acude a
hacerle una visita a sus nietas: "Escuché unos aullidos espantosos.
sylvie estaba sujeta entre las rodillas de la muchacha esa, que le
apretaba la nariz para que abriera la boca a fin de meterle Ia
cucharada de papilla. La niña se asfixiaba, se ahogaba y trataba de
patalear. A partir de ese momento, el bebé cambia, se vuelve triste, se
'extingue'; pasa horas manoseando los flecos de la alfombra. ya no
son¡íe y nunca más se llevará nada a la boca".
Cuando la madre regresa, intenta darle de nuevo el biberón, pero
sylvie lo rechaza y así comienza el círculo infernal: ra madre iigue
forzándola, Ie pega y le mete el biberón én la boca a ra fuerza. Eito
será el comienzo de la psicosis.

Les voy a relatar tres episodios de esta psicoterapia que me dejaron


perpleja. La inscripción precoz de los significantes en su no represión
y su devenir cuando el proceso de simbolización quedó tachado.
En una de las primeras sesiones, cuando Sylvie tenía más o menos
3 años, pregunté a su madre el nombre de esa niñera que hab ía
estado a cargo de la niña entre los 7 meses y los 8 meses y medio. La
madre lo había olüdado, pero ante mi insistencia le viene el nomb¡e
a la memoria y me dice que se llamaba Annick. Al oir pronunciar el
LA REPRESION PRIMARIA EN UN CASO DE PSICOSIS INFANTIL 6I

nombre, Sylvie, que estaba sentada en el regazo de su madre con una


mirada vacía, suelta un grito, se arroja hacia atrás y se cae.
Creo que la madre se quedó tan pasmada como yo, pues no podía
figurarse que ese nombre olvidado hubiese podido quedar inscrito en
la memoria de Sylvie de una manera tan dramáticay vivaz.
Segundo episodio:
En una sesión, cuando tenía cerca de 4 años, Sylvie me dice que
tiene hambre. Busco un yogurt y lo sirvo en un plato con azicat y
pongo una cuchara al lado. Le digo: "Toma, puedes comer". Ella me
iespónde: "No, oblígame a comer. . . " Le digo que puede tratar de
comer sola y para animarla pruebo yo misma el yogurt. En el
mompnto en quc extiende la mano y parece ceder a la tentación,se
apodera de ella una gran angustia; techaza el plato y se echa a gritar:
"No, no, no, Sylvie no comer, Sylvie no comef".
Tercer hecho significativo :
El lenguaje apareció tarde respecto a la media; entre los 3 y medio
y los 4 años, pero muy pronto si se tiene en cuenta el grado de
psicosis. sylvie comienza a hablar mucho antes de todo reconoci-
miento en el espejo, que no ocurre sino hacia los 5 áños. una palabra
la absorbe semanas enteras e invade masivamente toda su actividad
psíquica. Así sucedió con el significante "delantal", por ejemplo,
Svtvie.desea que la envuelvan con ropa bien apretada, en particular
con los delantales de su madre' Me pregunta sin cesar por qué no
tengo delantal,'trata de apoderarse del de mi mujer de servicio, no
habla de otra cosa, y al trozo de plástico que manosea sin descanso,
única actividad que desempeña con las manos durante años, lo llama
delantal. En una sesión le hago con plastilina dos personajes que
representan una madre y su hijo, y le pido que invente una historia.
Mé ¿ice entonces algo así: "La tefiaza, una mamá, un bebé, un
delantal para sus nalgas, la música, no está contento, lo van a cortaf,
a pinchár, a hacerle un lavado, etcétera' ' ." Los significantes
teriaza y delantal me habían intrigado. Al final de la sesión pregunto
a la maáre si esta historia le recuerda algo y me entero entonces de
que antes de los 7 meses (fecha en que se marchó la madre) vivían en
una casa con una terraza donde la madre solía ocuparse de las niñas
escuchando música. También me dijo que se ponía siempre un gran
delantal para cambiar a las niñas, un delantal especial, reservado para
,.de fines higiénicos" según ella. Gran asombro de la
este empleo,
madre también respecto a que Sylvie pueda acordarse de cosas
62 ANNY CORDIE

semejantes siendo como era tan pequeña y quejándose de que la niña


no fue nunca normal, siempre demasiado precoz.
A partir de esta observación voy a intentar captar el momento,
mítico quizá, en que se anudan las primeras etapas de la simboliza-
ción y la represión primaria. En este caso de psicosis infantil, trataré
de detectar la ausencia de simbolización y la ausencia de represión
primaria"
Es bien sabido que el proceso de simbolización empieza a esbozar-
se a partir del nacimiento. De una vivencia primera que imaginamos
como indiferenciación de niño, madre y mundo exterior, el niño ha
de emerger como sujeto separado. El sujeto va a constituirse en la
sucesión de los'cortes; corte entre su cuerpo y el cuerpo del otro,
corte' en su propio cuerpo, corte entre él y el mundo exterior. pero
para que. se constituya el sujeto aún hace falta que estas separaciones
sean'significantes. Rosine y Robert Lefort describieron y ánalizaron
magistralmente estos modos de estructuración del niño en su relación
con el gran otro con los casos de Nadia y FranEoise. Muy pronto el
niño sabe que no es la madre, que no se la come; ya la ha-perdido,
pero también la ha evocado y reencontrado, Esta pérdida que es
también reencuentro va a realizarse en toda una serie de
desplazamientos, de sustituciones. que permitirán al niño constituirse
en la permanencia de su ser. En su relación con el Otro, la
articulación de los objetos constitutivos se constituye en series
metonímicas y metafóricas. El otro ausente ya puede evocarse,
reencontrarse, en las redes urdidas en torno a su presencia: olores,
sonidos, objetos, zonas erógenas del cuerpo del niño, objeto
transicional, y, yz,los significantes, el lenguaje. "El lenguaje es, como
.tal, nos dice Lacan, connotación de la presencia y de la ausencia". sin
embargo, todas Ias primeras inscripciones, todas las primeras cadenas
asociativas de significantes, se pierden en la noche de los tiempos; la
represión las bon'a. En ellas el sujeto se constituye y se desconoce a
la vez. En el análisis, irá en busca de esas huellas en er dédalo de su
desco y de sus síntomas.
Para sylvie, como veremos, no fue así como sucedieron las cosas.
Esta primera simbolización y la represión consiguiente se hacen
problemáticas.
A la edad de 7 meses, Sylvie pierde a su madre. Esta separación va
a convertirse efl un factor que desencadena la psicosis. La niña se
convierte en autista; las fotos de antes de la partida de la madre y las
LA RF]PRESION PRIMARIA EN UN CASO DE PSICOSIS INFANTIL 63

de después de su regreso lo muestran: el cambio es asombroso. Hay


en Sylvie un total desinterés cuya única expresión es el grito. Aunque
el entorno no cambia, no hay nada que pueda funcionar como
representación del objeto perdido, nada que pueda asegurarle a Sylvie
una continuidad de ser. Es cierto que la sustituta de la madre, por su
comportamiento, causó la ruptura del vínculo aún frágil de la
relación con el Otro. El proceso de la simbolización se detiene. La
boca, por ejemplo, que funciona ya a esa edad como lugar de
evocación de la madre, pierde toda actividad de succión. Se convierte
en el lugar donde se fijará la relación con el Otro. en un escena¡io
repetitivo de atiborramiento sádico. Y aún más. este hartazgo sólo
puede efectuarse si los límites corporales están asegurados por un
estrecho contacto con el cuerpo del otro. comer es comerse al otro,
ser comido, comerse a sí mismo, acto de autodevorarse. Nos
enfrentamos aquf con el propio mecanismo de la forclusion, ,,aboli-
ción simbólica, dice Lacan, que, en los casos de psicosis precoz, se
sitúa en el plano de la constitución de las primeras imágenes del
cuerpo". Aquí nos hallamos antes del estadio del espejo y muy lejos
del Edipo.
"Lo que de lo simbólico no sale a la luz aparece en Io real", "ese
real, dominio de lo que subsiste fuera de la simbolización", dice
Lacan. En Sylvie, ¿qué es este real? Es, antes que nada, ese cuerpo
máquina con sus agujeros de llenura y de vaciamiento. esa envoltura
hecha no de piel sino de ropa, única barrera protectora entre Ia niña
y el mundo exterior. Lo real es el mundo de objetos aterradores, la
voz que sale del fonógrafo, los objetos redondos, los animales, etc.
Sylvie se tapa los ofdos, cierra los ojos, cruje los dientes y grita para
no oír más que su propia voz, Podría imaginarse este real como el de
los cuentos fantásticos de Poe, en lós que la angustia emana de lo
no-identificable, lo no-reconocido, lo insólito. Para Sylvie parece no
haber sentimiento de realidad. Lacan dice, en el Seminario sobre Z¿s
psicosis: "El sentimiento de realidad se organiza en la continuidad
histórica". Pero, para Sylvie, esta continuidad histórica parece rota;
se ha producido una detención en la continuidad de la cadená
significante, en las primeras estructuraciones de la imagen del cuerpo,
y el mundo estará hecho a imagen de ese cuerpo desmembrado.
Vamos a ver cómo el lenguaje, que aparece en estas condiciones,
seguirá estando desestructurado.
Les hablé de la aparición de dos significantes que pude detectar en
64 ANNY CORDTE

la historia de Sylvie: Annick y delantal. Elegí estos dos porque me


impresionó la precocidad de su inscripción: a los siete meses, Annick,
y antes de los siete meses, delantal. Estos dos significantes aparecen
i¡ados en la historia del sujeto . Lacan dice: "El significante está dado
piimitivum"nte pero no es nada en tanto el sujeto no lo introduce en
* historia". gtsignificante Annick sigue allí, no reprimido,
vinculado a un episoáio traumático de la historia de Sylvie, pero allí
se quedará fiiado para siempre, sin ser retomado en otra cadena
uroii"tiua, captado en un escenario de alimentación que se
perpetuará. A los siete años, cuando sylvie come sola, dirá: "Ahora
me^obligo a comer, me meto la cuchara en la boca con fuerza como
Annick".
El significante delantal, ¿no entrará en esa categoría de que nos
habla Lacan a propósito del término "galopiner" en una psicótica?
Dice: "La signiñcaiión de estas palabras tiene la propiedad de remitir
esencialmenle a la significación como tal, significación que, en el
fondo, no remite a otra cosa que a sí misma, signiticación
irreductible". Aquí, el delantal, como objeto de la madre, hubiera
podido, en un niño normal, entrar en una cadena significante al ser
ieconocido como objeto metonímico y luego ser reprimido
secundariamente. Entonces, hubiese quedado sin duda como huella
en el inconsciente del sujeto. Habría tal vez sobrevivido en el gusto
por cierto color, lá atracción por el contacto con la misma tela. La
nin, h.rbi.re podido también encontrar un equivalente en un objeto
transicional. En este caso de psicosis el significante delantal retorna
como elemento invasor. cito a Lacan: "elemento repetitivo, inerme.
cerrado a tofla composición dialéctica'1, como en las organizaciones
delirantes de los psicÓticos adultos. Muchas otras palabras corrieron
el mismo destino que la de delantal y llegaron a paralizar a sylvie
durante muchos meses.
Aparte de estos significantes claves. el discurso de sylvie es a
menüdo desconcertante y enigmático. Cuando se conccen su vida y
zu historia, se pueden encontrar en ól las relaciones que faltan e
intentar restablecer cierta coherencia. Es lo que trato de hacer en el
análisis. Para terminar les dare i"ragmentos de una sesiÓn: verán cémo
los significantes sigUen esparcidos, dewinculados, como los trozos de
su cuerpo.
LA REPRESION PRIMAR,IA EN UN CASO DE P§ICO$S INFANTIL 65

FRAGMENTOS DE UNA SESION

SylviealosTaños.
S: "¿Son comestibles los hombres? ¿Sangra el papá cuando mete
la semilla en el trasero? ¿Se pone un delantal o una chaqueta para
int¡oducir el grano? ¿sangran las mamás en la clínica ginecológica
(d'accouchement) cuando no hay bebe? (Sylvie repite varias veces la
palabra accouchement Ípartol). Me gusta esa palabra".
Yo: " ¿Por qué te gusta esa palabra?"
S: "Termina en ment, como lavement llavativa]. Cuando uno está
muerto, le reparan el trasero, le ponen pomada en el trasero. Después
de la muerte uno se convierte en la abuela (la abuela materna acaba
de morir), las señoras en casa del doctor que pone la pomada, ella
murió también. Papá pone pomada en el trasero de las vacas. ¿ya
está muerta Sylvie? "
Quiero precisar cle una vez que el parlre de Sylvie es veterinario y
lleva a menudo a la niña con é! en sus visitas" Me enteré en esta sesión
de que sylvie había asistido también a un alumbramiento artificial de
una vaca.
" ¿Son comestibles los hombres? "
Ya les hablé del "Sylvie no comer". La prohibición de canibalismo
no parece estar formulada para ella: comer es comerse al otro,
comerse a sí mismo. A lo mejor se plantea la pregunta de la
diferencia entre hombre y mujer en lo que respecta a comer.
Refiriéndose a la mujer de servicio que está encinta, pregunta si se
comió a su bebé.
" ¿Sangra el papá cuando mete la semilla en el trasero? ¿Se pone un
delantal o una chaqueta para introducir. el grano? ¿.Sangran las
mamás en la clínica ginecológica, cuando no hay bebé? ','
En la escuela le han hablaclo de la diferencia sexua!, la semilla der
papá, de parto, etc., y todo eso no parece tener sentido para ella. Ha
visto con sus propios ojos a su padre sacar con las manos, del trasero
de una vaca, no a un bebé de piel, sino algo cubierto de sangre. Ven
aquí que los significantes relacionados con el nacimiento son: el
grano de papá, el parto, la sangre, la clínica, pero todos
completamente despegados de sus significados.
"¿Se pone un delantal o una chaqueta? "
El delantal sigue asociado a la imagen.de la madre. La chaqueta es
atributo de los hombres, del padre. Sin ernbargo, el padre ha debido
ANNY CORDIE
66

de ponerse un delantal para operar a la vaca. Entonces ¿delantal,


chaqueta, hombre, mujer?
¿Y esa sangre?
ff¿Sungrun-las mamás en la clínica ginecológica cuando no hay
bebé? "
En el caso de la vaca no hay un bebé de piel. En el caso de la
madre, hubo una estadía en la clínica para efectuarse un aborto.
"Con Sylvie, ya basta, dice, ni hablar de tener otro hijo"'
El ment de accouchemeint Iparto]remite alavementl lavatival, esas
lavativas que le hace el médico cuando sylvie retiene demasiado
tiempo sui materias fecales, y que ella vive como una efracción de su
ar.rpo en medio de una angustia horrible. Pues sucede que ese
médico murió, como también la abuela, a la que éste-atendía:
..Después de la muerte
¿en qué se convierte la abuela?
El doctor
*u.rio, ¿también se muéren las señoras en casa
del doctor? " Véase
la asociaóión por contigüidad, que la regresa a su padre,- quien se
ocupa del traséro de las vacas como ese médico se ocupa del trasero
de ella.
¿Y Sylvie en medio de todo esto?
¿Ya está muerta SYlvie?

Traducción : lulieta Sucre


INDICE

l. Direcciones de la cura
l. C.S.T., .Iacques-Alain Millcr 5
2. Límites de la función patenu. Michel Silvestre 1l

IL Neurosis
3. Dirección de Ia cura en la histérica. Michel Silvestre lg
4. El obieto cn utla tobia.ColetteSoler 29

III. Perversión
5. El hombre del bolígrafb. Paul Leruoine 37

IV. Psicosis infantil


6. El niño tlcl lotro (I) "Señora": "El lobo". Rosine Lefort 45
7. El niño del lobo (Il.Robert Lefort 53
8. La represión primaria erl un caso de neurosis infantil. Anny cordié 59
Anny Cordié
Robert Lefort
Rosine Lefort
Paul Lemoine
Jacques-Alain Miller
Michel Silvestre
Colette Soler

@
MANANIIA

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