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EL TOXICÓMANO EN LA ÉPOCA

Autor: Rocío Ruiz


Institución: Universidad Nacional De Córdoba. Facultad de Psicología
Contacto: 0351-4656372 -Celular 3512046563; ro_ruiz08@hotmail.com
Resumen:
El siguiente trabajo se enmarca en una práctica Supervisada por la Universidad
Nacional de Córdoba, que acreditaba la finalización de la Licenciatura en Psicología,
llevada a cabo por nueve meses en una institución llamada “Programa del Sol” que
trabaja con sujetos adolescentes, toxicómanos en la Ciudad de Córdoba Capital,
bajo la modalidad de comunidad terapéutica. El objetivo del mismo es abrir
interrogantes y reflexionar acerca del fenómeno de la toxicomanía en la actualidad.
En un primer momento se buscará definir al toxicómano y su goce, para luego
realizar un análisis del impacto de la sociedad actual en este fenómeno. Se
retomarán algunos datos surgidos de la experiencia en la práctica 1, tanto en el rol de
observador como de entrevistador, para poder profundizar aún más acerca de esta
temática y los desafíos que se generan a la hora de pensar el tratamiento desde el
Psicoanálisis. ¿Cómo se establece, entonces, el lazo con un otro cuando el sujeto
goza autoeróticamente?
Palabras claves: Toxicomanía-Goce-Psicoanálisis-Sociedad actual-Lazo con otros

“La droga aparece como un objeto que concierne menos al sujeto de la palabra, que al sujeto del goce, en tanto
ella permite obtener un goce sin pasar por el Otro” (Miller, 1993, p 16).

El toxicómano
El Psicoanálisis define al individuo que consume sustancias como un sujeto
toxicómano, en tanto no se trata de un fenómeno que se presente únicamente en
una estructura psíquica como constituyente y diferencial sino que el mismo puede
encontrarse en cualquiera (Miller, 2001), por lo tanto lo singular dependerá del lugar

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Las entrevistas y el análisis de los datos están presentados en el trabajo de Sistematización de la Práctica
Supervisada, que se encuentra en el banco de tesis de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de
Córdoba.

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que ocupe el tóxico en la vida de ese sujeto que lo diferencia de otro toxicómano, y
es en definitiva lo que debe ser analizado y trabajado desde esta orientación.
Por otro lado, no representa un síntoma (Laurent, 1997), ya que la toxicomanía
genera una ruptura con el goce fálico, con el objetivo de obtener sólo satisfacción
pulsional. Dado que Freud define al síntoma como una formación del inconsciente,
por el contrario aquí nos encontramos, como plantea Tarrab (2001), con una elección
que se dirige en contra de la castración y la división del sujeto, por lo que el paciente
muchas veces no consulta, si no que es enviado a tratamiento por familiares o por
los problemas que esto le ha generado con el medio (trabajo, escuela, familia,
relaciones amorosas, etc.…), ya que el toxicómano se encuentra satisfecho con el
goce autista que le provee el tóxico y se presenta como alguien a quien el Otro no
deja gozar.
Miller (1992), por su parte dirá que la droga da acceso a un goce que no pasa por el
cuerpo del otro como sexual sino por el propio cuerpo, ya que se trata de un goce
autoerótico, teniendo en común la pulsión, es decir la anulación del Otro, es por esto
que para Lacan la droga le permite al sujeto romper el matrimonio con el “hace petit-
pipi” (1975). Dado que nuestra constitución limita las posibilidades de dicha,
mediante este medio se podrá ganar inmediatamente placer independientemente del
exterior, en tanto la droga cumple una función de pantalla (Sinatra, 2000) y genera
un rechazo al inconsciente.
La droga da lugar a una experiencia entonces, que no es de lenguaje sino que se
convierte en el partenaire esencial y exclusivo del sujeto, como salida ante la
angustia frente al deseo del Otro (Miller, 1993). Por lo que es frecuente que el
toxicómano se presente afirmando “Soy drogadicto”, ya que define sus condiciones
de existencia a partir de una experiencia de satisfacción que no oculta. La a-dicción
está asociada entonces, no al síntoma ni al deseo sino a la pulsión que enmudece al
sujeto (Sarmiento, 2003). Se trata, como dice Eric Laurent (1997), de una ruptura
con el nombre del padre por fuera de la psicosis y un uso del goce por fuera del
fantasma.

El concepto de Goce
El goce, se puede afirmar, se diferencia del placer ya que es una instancia repetitiva,
que al sujeto no lo apacigua sino por el contrario lo mortifica. Se trata de la
satisfacción de una pulsión que supone un cuerpo afectado por el lenguaje, por un

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inconsciente (Miller, 2006). Se opone también al deseo, que sí se relaciona al Otro,
y a las necesidades, ya que trabaja en contra de la homeostasis y la adaptación, por
ubicarse en su defecto en la vertiente de lo compulsivo. Estamos frente a una
“paradoja” (Lacan, 1988), ya que es algo valioso para el sujeto pero que sin embargo
le significa un mal, en tanto un camino hacia la muerte al decir de Lacan en el
seminario 17 (1969-1970). Es entonces, como plantea en el seminario 20, una
instancia negativa que no sirve para nada y que concierne al cuerpo propio,
representando un goce más bien autista: “…Oyeron bien, falta, defecto, algo que no
anda respecto al bien, a la felicidad….” (Lacan, 1972-1973, p 69). Su objeto, por lo
tanto, es funcional e intercambiable (De Georges, 2008).
En el seminario “El reverso del Psicoanálisis” (Lacan, 1969-1970) se establece un
nexo entre el concepto de goce y el más allá del principio de placer Freudiano, ya
que en la compulsión a la repetición se muestra que la pulsión de muerte busca
retornar a lo inanimado.
Se puede pesquisar también el concepto de goce en la satisfacción del síntoma que
Freud desarrolla bajo el nombre de “reacción terapéutica negativa”2 (Freud, 1923).
No obstante, la noción de goce Lacaniana se asemeja aún más con el concepto de
masoquismo primario en Freud (Miller, 1984), que representa el estado en el cuál la
pulsión de muerte todavía se dirige sobre el propio sujeto.
El sexto paradigma ubicado por Miller es el del goce Uno y la no relación sexual, que
se puede rastrear en el seminario 20 de Lacan (titulado “Aun”). Con este concepto
se puede representar la satisfacción que aporta el tóxico, ya que se trata de un goce
que se establece en el propio cuerpo sin un Otro, por eso es llamado también goce
cínico, canalla o solitario (Miller, 2003). Por lo tanto el toxicómano rompe el lazo con
el Otro y los otros, ya que no está en juego el fantasma, el goce fálico ni el
significante, sino que la conexión del sujeto con el objeto tóxico se establece sin
necesidad del Otro, por lo que se trataría de una experiencia de goce uno, no sexual
(Laurent, 1997).
En el seminario “Aun”, Lacan define a este goce como corporal, asexuado y solitario
(1972-1973), por lo que se puede decir entonces que se trata de una satisfacción
autoerótica, por fuera del S2, de los efectos del sentido, de la palabra y de la

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La reacción terapéutica negativa es un fenómeno de resistencia observado en algunas curas psicoanalíticas, en
tanto cada vez que cabría esperar una mejoría en el paciente dado el progreso en el análisis, tiene lugar un
agravamiento (Laplanche y Pontalis, 2007).

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significación fálica, que rechaza al Otro y al fantasma. Es decir, tal como plantea
Leone: “La soledad de este goce autista que conlleva el S1, marca de goce no
articulada al S2, al Otro, permite vislumbrar al final del camino un único horizonte, la
muerte” (2001, p26).

El papel de la cultura en la toxicomanía


Freud, en su escrito “El malestar en la cultura” (1929) desarrolla su tesis sobre las
presiones que ejerce la sociedad en el sujeto, en tanto restricciones a la vida
pulsional. Dado que el principio de placer lleva al organismo a buscar la felicidad, el
principio de realidad se impone y limita las posibilidades de dicha, por lo que la culpa
de nuestra miseria la tendría nuestra cultura, con sus normas y reglas que regulan al
ser humano. En dicho escrito afirmará: “La vida, como nos es impuesta, resulta
gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no
podemos prescindir de calmantes….las sustancias embriagadoras nos vuelven
insensibles a la miseria…..influyen sobre nuestro cuerpo, alteran su quimismo”
(Freud, 1929, p75). Existen entonces sustancias externas al cuerpo que alteran las
condiciones de vida sensitiva y vuelven al hombre incapaz de recibir nociones
displacenteras. Es decir, nuestra constitución es quién limita las posibilidades de
dicha y es gracias a este medio que el sujeto podrá ganar placer.
Ahora bien, podríamos decir que no nos encontramos en la época victoriana que
Freud analizaba, donde era la cultura quien creaba restricciones a la vida anímica
pulsional, generando el malestar en los sujetos, por lo que éstos debían recurrir a
modo de “escape” clandestino a los tóxicos o sustancias embriagadoras.
Actualmente, dirá Lacan en el texto “La familia” y luego en el seminario 20, estamos
inmersos en una sociedad con otras exigencias, donde es el súper yo cultural el que
en realidad proclama al goce. Miller afirmará que nos encontramos en una época
donde el Otro no existe (2005), lo que abre el juego a los no incautos que están
advertidos que el Otro no es más que un semblante.
Bajo la lógica del discurso capitalista, el sujeto no tolera la falta por lo que busca
taponarla con diferentes gadgets3 que la cultura ofrece. El imperativo de esta época
es Goza!, no importa cómo, lo que sumerge a los individuos en goces aislados y al
vacío del lazo social. Miller dirá que hay una pérdida de confianza en los
3
El gadget significa un aparato tecnológico novedoso y práctico. Esto se relaciona con lo que Lacan llama
“Discurso capitalista” en el seminario 17, que se puede decir, cierra el circuito del deseo a partir de taponar la
falta subjetiva a través de estos objetos de consumo, de modo que no se genere ninguna pérdida o resto.

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significantes amos, por lo que la industria ofrece múltiples “dioses” en quienes
confiar (productos de consumo) para cada necesidad (Miller, 2005)
Sinatra (2000) retomando estos planteos, afirma que la civilización condena a un
goce anónimo, en forma de una toxicomanía generalizada que procura una felicidad
química ante la angustia de los sujetos, y por lo tanto un goce destructivo que
aplasta la responsabilidad subjetiva y cierra el acceso al inconsciente. Dirá:
“Asistimos a las respuestas cínico-canallas de estados y manipuladores del
mercado….se trata de los efectos producidos en la captación por el mercado del
plus de gozar, para su instrumentación según sus propias leyes….aquellas que se
visten de los que sea el caso, para hacernos olvidar o recordar, si mejor conviene,
que de todos modos serás un hermoso cadáver” (Sinatra, 2000, p 60).

La experiencia con toxicómanos


En el tiempo transcurrido en la institución se pudo observar claramente la
exclusividad de satisfacción pulsional (goce cínico) en los toxicómanos que recién
ingresaban a tratamiento4.
Por un lado, las entrevistas 5 revelaron que el tóxico les servía para poder escapar de
los problemas, en el sentido de “anestesiarlos”, un significante que se repetía varias
veces en las mismas. A su vez, muestran que el consumo era diario y sin control por
parte de los sujetos, lo que evidenciaría la compulsión a satisfacer la pulsión 6.
Por otro lado, los tipos de tóxicos consumidos por los entrevistados eran variados en
todos los casos, ya que habían experimentado con marihuana, cocaína y
psicofármacos7. Esto demostraría, en parte, como el objeto del goce es funcional e
intercambiable (De Georges, 2008) y la incidencia de la época, ya que el sujeto
intenta colmar el vacío estructural recurriendo a distintos objetos, pero nunca
llenándolo completamente.

4
El tratamiento se divide en tres etapas: adaptación, terapéutica y resocialización.
5
Se tomaron cuatro entrevistas semi estructuradas a los pacientes que se encontraban finalizando el tratamiento
en la institución, preguntándoles sobre el momento en que ingresaban a la misma (lazos con otros, intereses,
motivo de ingreso al tratamiento, frecuencia del consumo, etc..).
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Los siguientes fragmentos lo ejemplifican: “Luego de consumir sentía una depresión muy grande y ganas de
repetir el ritual”. “Tengo ganas de reventarme la cabeza con droga…no aguanto más…”. Otro entrevistado afirma
que antes de desayunar y comenzar su día necesitaba buscar el tóxico, sin el cuál no podía comenzar a realizar
sus actividades.
7
Los informes de admisión de la institución demuestran también esta tendencia, ya que un 8 % había consumido
sólo una sustancia (solamente 2 sujetos de 25) y el 92 % restante había experimentado con variadas sustancias.
Por otro lado, todos habían comenzado su consumo con marihuana.

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Algo muy notorio, observado tanto en las entrevistas como en los informes de
admisión, fue que en el momento de ingresar a tratamiento no había una demanda
por parte del sujeto, sino que había sido motivado por la insistencia de otros (familia
o juez)8.
Con respecto a los abandonos de tratamiento, se pudo ver que un 45% lo hizo en la
primera etapa y esto lleva a reflexionar sobre la posibilidad de un tratamiento sin
demanda, es decir, sin que el sujeto se involucre en el mismo.
Por último se observó la falta de lazos libidinales en los sujetos que ingresaban a
tratamiento o la presencia de vínculos inestables, en tanto otras fuentes de
satisfacción, ya que casi todos los entrevistados afirmaban la pérdida de vínculos
sociales al momento de ingresar al mismo (trabajo, escuela, amistades, etc..) dado
que se habían vinculado con otros siempre a través del consumo propio. Vemos
como la droga da acceso a un goce que no pasa por el cuerpo del otro sino del
propio, por lo que se trata de un goce autoerótico, que anula al Otro (Miller, 1992).
Habría entonces un aislamiento en el goce autista que le provee la sustancia.
Por ultimo, se observó que los toxicómanos no recurrían a variadas fuentes de
satisfacción, ya que el tiempo estaba dedicado a una sola, la sustancia, que le
proveía un goce absoluto.

Reflexiones finales
Por un lado, por lo que se pudo observar en la experiencia, es fundamental que el
sujeto se involucre en su tratamiento, en tanto se pregunte y reflexione sobre su
goce, pero surge el interrogante acerca de cómo posicionarse ante esto cuando no
hay demanda, ya que como se ha visualizado, la mayoría de ellos no concurre a la
institución por voluntad propia sino que son enviados por un Otro. ¿Cómo hacer
entonces, ante esta paradoja, para dar lugar a que emerja un sujeto de la palabra en
vez de un sujeto pegado al goce autista que el tóxico provee?¿No sería fundamental
para esto, que se generen interrogantes, para que algo del taponamiento subjetivo
se movilice?¿Cómo hacerlo cuando se trata de adolescentes, que viven en una

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Según los informes de admisión un 80 % había sido inducido por la familia o amigos y un 16 % obligado por
oficio judicial. Sólo un sujeto ingresó a tratamiento espontáneamente. De los cuatro casos que habían sido
obligados por decisión de un juez, sólo uno continuó el tratamiento, los demás abandonaron el mismo. También
muestran los informes que el consumo les había generado a todos los pacientes problemas con el medio, a la
mayoría en el ámbito familiar y amistades (un 30%).

6
sociedad que promueve y empuja en muchas oportunidades a este tipo de
experiencia?.
Para concluir, es importante recordar la importancia que cobra el desplazamiento de
la droga al sujeto, pero a la vez la contradicción de algunos tratamientos que poseen
la representación de “cura” ligada a la abstinencia. ¿Cómo hacer entonces para
funcionar en un sistema de salud que demanda un “furor curandis”, en una sociedad
que empuja a la toxicomanía generalizada? ¿Cuál es el lugar del analista en una
institución, ante un sujeto que se satisface autoeróticamente y se presenta como
alguien a quien el Otro no deja gozar? ¿Es posible concebir un tratamiento sin
transferencia?

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7
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