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La técnica de estudio de Feynman

“Si no puedes explicar algo de forma sencilla es que ni


tú mismo lo has entendido lo suficiente”. Se suele
atribuir esta cita a Albert Einstein, si bien es difícil
verificar su autoría. Lo dijera o no el científico alemán,
lo sugerente de esta frase es que al darle la vuelta se
consigue un interesante principio: si quieres entender
algo, prueba a explicarlo de manera simple.

No vamos a hablar hoy del autor de la teoría de la


relatividad especial, sino de otro físico capital del
pasado siglo, Richard Feynman, galardonado con el Premio Nobel en 1965 por su contribución al
desarrollo de la electrodinámica cuántica. Aparte de su relevancia como científico, Feynman disponía de
otra magnífica cualidad: era un excelente profesor y, de hecho recibió el honroso apodo de “El Gran
Explicador”. Quienes hayan tenido que estudiar una carrera de ciencias, probablemente tengan en sus
estanterías los tres volúmenes de sus ‘Lectures on Physics’ como una auténtica biblia a la que recurrir
ante una duda en este campo.

Nombra el concepto. Explícalo con tus propias


palabras. Pon un ejemplo. Revisa de nuevo lo que no
está claro y simplifica todo aún más
Se destaca de Feynman que era capaz de manejar conceptos extremadamente complejos y traducirlos a
un lenguaje más asequible que otras personas, con menos conocimientos, podían asimilar. Esta es, en
definitiva, la idea de fondo sobre la que se sustenta la así llamada “Técnica Feynman”, explicada por su
biógrafo James Gleick en el libro ‘Genius: The Life and Science of Richard Feynman’. Una estrategia rápida
que permite a cualquier persona adquirir nuevos conocimientos de manera eficiente, profundizar en más
detalle en lo ya sabido o como herramienta de estudio para la preparación de un examen.

En qué consiste
Cuenta Gleick cómo en una ocasión el físico “abrió su libreta nueva y escribió en la cubierta: ‘bloc de
cosas que no sé todavía’. Por primera vez, y no por última, se ponía a reorganizar sus conocimientos.
Trabajaba durante semanas para desenmarañar cada rama de la física, suavizando las partes y
estableciendo conexiones entre ellas mientras buscaba aristas e inconsistencias. Intentaba siempre llegar
al meollo de cada materia”.
El objetivo, en definitiva, era conseguir explicar a fondo los conceptos que se iban desarrollando. Para
ello era necesario a veces coger a un amigo para contarle aquello que uno había aprendido. Sin embargo,
hay que reconocer que no siempre podemos recurrir a amistades tan comprensivas y disponibles. Por
eso, aquí tienes una variante más simplificada, pero igualmente efectiva, tomada del blog ‘College Info
Geek’:
Primer paso: coge una hoja de papel y escribe en la parte superior el nombre del concepto que estás
tratando, sea del campo que sea. La técnica no solo es válida para la ciencia o las matemáticas, también
para cualquier otra cosa que quieras aprender.
Segundo paso: explica el concepto con tus propias palabras como si estuvieras enseñándoselo a otra
persona. Céntrate en utilizar un lenguaje común y
simple. No limites tu discurso a una definición general
ni a un mero resumen. Prueba a desarrollar un
ejemplo o dos para demostrar que eres capaz de
utilizar bien el nuevo concepto.
- Tercer paso: revisa todo lo escrito e identifica las
partes en las que sientes que algo no está
perfectamente asumido o donde la explicación hace
agua. Vuelve al material que has utilizado, a tus propias
notas o busca nueva información o ejemplos que
refuercen tu conocimiento.
Cuarto paso: si en tus explicaciones has utilizado demasiados términos técnicos o un lenguaje
complejo, oblígate a ti mismo a reescribir tales partes simplificando, usando metáforas o analogías.
Asegúrate que tu discurso pueda ser entendido por alguien que no dispone de los conocimientos que
tú tienes.
Si después de todos estas indicaciones sientes que tu demostración sigue siendo embrollada es que
probablemente no has llegado a comprender lo que estás estudiando. Toca, por tanto, seguir insistiendo.
Particularmente útil puede ser imaginar que se está explicando la lección a un niño. A fin de cuentas, los
más pequeños siempre van a soltar la pregunta de rigor ante cualquier duda: “¿por qué?”, no dando nunca
nada por sentado y obligándote a llegar a las cuestiones finales

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