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REVELACION
CRISTIANA,
FE Y TEOLOGIA
EDICIONES:SIGUEME-SALAMANCA, 1985
CONTENIDO
Prólogo 9
1. El hombre
abierto a la revelación de Dios 13
2. Encarnación
y revelación 65
3. Fe y
existencia cristiana 89
4. Perspectivas
para una teología sobre la fe 109
5. Teología,
filosofía y ciencias humanas 123
6. Hacer
teología hoy 147
7. En torno a la
teología de la liberación 161
5. Escatología
hermenéutica y lenguaje 175
9. La plenitud
de la revelación cristiana: su interpretación teológico 189
(D Ediciones Sígueme, S.A., 1985
Apartado 332 - 37080 Salamanca (España)
ISBN: 84-301-0957-9
Depósito legal: S. 15-1985
Printed in Spain
Imprime: Gráficas Ortega, S.A.
Polígono El Montalvo - Salamanca, 1985
PROLOGO
1. El título de este libro señala sus tres temas fundamentales: revelación, fe,
teología. El calificativo de «cristiana» se refiere directamente a la revelación de
Dios en Cristo; pero lógicamente afecta también a la fe en cuanto aceptación de la
revelación cristiana, y a la teología que surge de estafe. Es Dios, el que en su
iniciativa absolutamente gratuita se revela en la vida y mensaje, muerte y
resurrección de Cristo; es el hombre, el que cree en Jesucristo, como revelación y
revelador de Dios; es el creyente, el que reflexionando sobre sufe, hace teología.
Revelación y teología están unidas por la mediación de la fe.
No se puede pensar en la revelación de Dios sino pensando en su destinatario,
el hombre. Aquí se itnpone por sí misma la primera preguntapara iniciar la
reflexión teológico sobre la revelación: ¿Hay en el hombre algo que lo
hagafundamentalmente capaz de ser interpelado por la gracia de la
automanifestación de Dios? Será pues necesario abordar ante todo la cuestión
antropológica (qué es el hombre) mediante un análisis de las ditnensiones
constitutivas de la existencia humana, que permita mostrar si el hombre lleva en sí
mismo una apertura radical a la eventual revelación de Dios en la historia. No se
trata de una cuestión nueva, sino más bien de la impostación nueva de una
cuestión
tradicional en la teología católica.
La revelación cristiana, contenida en los escritos neotestamentarios, se
caracteriza como automanifestación suprema y definitiva de Dios, cwnplida en el
evento total de Cristo. Los evangelios sinópticos nos dan a conocer la experiencia
que el Jesús prepascual vivió de la venida del reino en su persona, de su relación
filial a Dios, su Padre, y de la necesidad de creer en él para recibir la gracia de la
salvación; en esta experiencia (expresada en sus acciones j, mensaje) estaba
incluida la
lo Prólogo
Prólogo
humanas.
Hoy día el quehacer teológico no Puede pasar por alto el problema
hermenéutica y el de la conexión entre ortodoxia ortopraxis, que se refleja en la
cuestión «teología y praxis». Es aquí donde se inserta la llamada «teología de la
liberación», cuya legitimidad y límites es necesario examinar. Finalmente se
estudia elproblema hermenéutica en el caso concreto de la escatología cristiana,
como plenitud de la revelación y de la salvación.
El lector podrá notar en los títulos del contenido que en los dos primeros
capítulos se trata de la revelación, en los dos siguientes de lafe,
Juan Alfaro
Roma, universidad Gregoriana, 1984
El hombre abierto
a la revelación de Dios
1. 1. Kant, Kritik der reinen Vern@@, WW. III, Berlin 1904, 522-523; Logik-,
WW. IX, Berlin 1923. 24-25.
permanecerá siempre misterio y cuestión para sí mismo, que no podrá recibir una
respuesta definitiva, lograda una vez para siempre.
No se puede tratar de responder a la cuestión del hombre sino mediante el análisis
de las dimensiones fundamentales de la existencia humana, sin omitir ninguna de
ellas: a saber, relación del hombre al mundo (mutua y diversa), relación de cada
hombre a los otros y a la comunidad humana (y viceversa), su relación a la muerte,
relación del hombre a la historia. Estas dimensiones existenciales se implican
mutuamente entre sí, como aspectos inmanentes de la misma cuestión «qué es el
hombre»; pero es necesario analizarlas sucesivamente, porque cada una proyecta su
luz propia sobre el sentido de la existencia humana.
El proceso de búsqueda de una respuesta a la cuestión del hombre tendrá que partir
de las experiencias fundamentales vividas y por eso implicadas en el mismo existir
humano; solamente en ellas pueden revelarse originariamente las estructuras
ontológicas constitutivas del hombre: lo propio del vivir humano es precisamente la
precomprensión vital de sí mismo en sus actos de conocer, decidir, obrar.
El paso de la precomprensión experiencias a la comprensión refleja no puede
hacerse sino a través de la descripción fenomenológica, para que «se muestre» lo
que está escondido bajo el fenómeno. La fenomenología tiene que decir una palabra
imprescindible, pero no la última: es tan necesaria como insuficiente por sí sola para
la comprensi¿)n del sentido de la vida humana.
Del análisis fenomenol¿)gico surgirán las preguntas concretas en que se configura
la cuestión del hombre sobre sí mismo, como aspectos determinados del cómo,
porqué y para qué de la existencia¡ humana: preguntas que habrá que justificar como
implicadas en las experiencias fundamentales del hombre y como necesarias para la
comprensión de las dimensiones ontológicas ocultas tras lo fenoménico;. pero que
no se pueden omitir ni dejar caer en el silencio, si se quiere ser fiel a la índole
esencial e ¡limitada de la inteligencia humana de buscar siempre ulteriormente la
comprensión de la realidad hasta sus fundamentos últimos. De lo contrario se
impondría un corte arbitrario al «preguntar», como estructura originaria y condición
permanente de posibilidad del comprender humano. El hombre no puede renunciar
a comprenderse, y para ello tiene que enfrentarse con la cuestión radical del
«porqué» y «para qué» de su existencia.
La búsqueda de la respuesta a la cuestión del hombre tendrá lugar ante todo dentro
de la inmanencia de la realidad total «mundohumanidad-historia». Si esta realidad
intramundana se revelase como autosuficiente (como portadora, en sí misma, de su
fundamento último), no tendría sentido la pregunta sobre una realidad trascendente;
si en la cuestión misma del hombre no aparecen indicios, que
18 El hombre abierto a Dios
personal.
La afirmación (siempre presente e implícita) de la propia existencia goza de un
estatuto semántica privilegiado, que ha sido notado por el análisis lingüístico. La
palabra «yo» es autorreflexiva, en cuanto por sí misma expresa la autoexperiencia
del sujeto como sujeto; por eso es insustituible en el lenguaje. Las proposiciones
formadas con el pronombre «yo» del indicativo presente (yo pienso, yo quiero,
etc.) expresan algo no traducible en ningún otro tipo de proposiciones: llaman la
atención de los demás sobre lo que es exclusivamente mío. Los otros pronombres
personales llevan siempre implícito el «yo»: llamando a otro «tú» o «él», me afirmo
a mí mismo como «yo». Pero hay que añadir que todas las proposiciones formadas
con la palabra «yo» coinciden en afirmar la singularidad intrasferible e inefable de
mi existencia personal. La misma palabra «yo», pronunciada por varias personas,,
expresa algo radicalmente distinto. porque detrás de cada «yo» está el sujeto
personal: significa que yo
iencia empirica
consiguiente, el espacio, y trasciende también la sucesión temporal de los actos,
en cuanto es centro permanente unificativo de los actos sucesivos que son vividos
como actos del mismo sujeto.
Porque no es verificable empíricamente, la conciencia se expresa en un lenguaje
singular, que es significativo porque evoca en el otro su experiencia conciencias:
lenguaje que se podría llamar «sugerente», en cuanto invita al otro a dirigir la
mirada hacia su propia interioridad. Si el lenguaje de la conciencia (es decir, del
«yo») funciona (y cómo no reconocer que funciona, si constituye una forma
imprescindible de todo lenguaje humano), es porque dice algo que los otros
experimentan en el interior de sí MISMOS 7.
La índole, exclusivamente interior, de la conciencia impone la Cuestión de su
origen. Admitida, como altamente probable, la hipótesis evolucionista, la cuestión
se presenta así: ¿puede ser la materia, por sí sola, el origen último de la conciencia?
¿se puede explicar la conciencia, en última instancia, como mero resultado del solo
proceso de la materia? La respuesta deberá tener en cuenta que un proceso de la
materia tendrá que ser un proceso material y por eso empíricamente verificable.
Ahora bien, la conciencia no pertenece a lo empíricamente verificable. La materia
es esencialmente realidad sensible. Sensibles son sus procesos y los resultados de
ellos. La cualidad fundamental de la conciencia, es decir, su inaccesibilidad a la
verificación empírica, no permite explicar su origen solamente con los procesos de
la materia.
capaz de crear en la naturaleza posibilidades nuevas y de realizar así el paso que va del
devenir cósmico al devenir histórico. La libertad hw-nana pertenece pues a la situación-
fimite constituida por la relación hombre-mundo, cuya comprensión no es posible sin
reflexionar sobre la libertad. No es pues suficiente analizar la conciencia, hay que
analizar también la libertad: ambas están estrechamente unidas.
El acto libre tiene su carácter propio en el no-estar precontenido ni predeterminado en
ninguna realidad anterior a él: ni en los procesos de la naturaleza, ni en las circunstancias
históricas que lo condicionan, ni en la misma libertad de la que provienen, ni en los actos
libres que lo preceden: está pues libre de toda condición previa que lo predecida. Es algo
nuevo y discontinuo respecto a todas las condiciones que lo hacen posible. No es la
mera manifestación de lo previamente dado, sino lo que acontece en cuanto no
precontenido en nada de lo que le precede temporalmente u ontol¿)gicamente. Esta es su
diversidad y superioridad cualitativas respecto a los procesos de la
n
aturaleza: en cuanto desvinculado de todas las determinaciones que
pudieran venirle del mundo y de la historia, el acto libre implica la
actuación de posibilidades que trascienden las de la naturaleza.
Pero el acto libre no es solamente decidir sobre esto o aquello; es
decisión del sujeto sobre sí mismo, sobre las posibilidades de su
existencia: nos hacemos a nosotros mismos. Porque la libertad se
i
i
identifica con el sujeto, es el sujeto quien hace el proceso de su
propio
devenir permaneciendo sí mismo. El hombre decide de su propio
Porvenir: decide por sí mismo de sí mismo. Es aquí donde se
manifies-
ta más fuertemente la inmanencia, la interioridad suprema del hom-
bre respecto a las demás realidades del mundo. Interioridad hasta tal
punto inmanente, que el sujeto humano se actúa y realiza a sí mismo
í
en sus propios actos. Precisamente en esta inmanencia de su libertad
el hombre trasciende toda la naturaleza y sus procesos. Más aún, el
hombre se trasciende a sí mismo.
Trasciende la naturaleza, porque en su libertad se posee y se actúa
de un modo superior al de los procesos de la naturaleza, que son
plenamente explicables a partir de los factores previos que los condi
cionan. El hombre se trasciende en sus actos libres, en cuanto sus
decisiones no se explican totalmente ni siquiera por su libertad: las
decisiones concretas de la libertad no están precontenidas ni son
previsibles en la libertad misma. El paso del pensar al decidir, es
decir,
del conocimiento previo que condiciona la decisión misma, lo puede
decidir solamente la decisión: se decide, únicamente decidiendo.
En sus actos libres el hombre va más allá de lo que es: se
autotrasciende; la libertad humana no es sólo libertad-de (libertad de
condiciones predeterminantes). sino también libertad-pal-a, es decir,
no para sí misma, ni en último término para el sujeto libre, sino para
un más allá de sí misma y hacia un más allá del sujeto libre: está orientada por sí misma
hacia el futuro. Su apertura a decisiones nuevas y su apertura al futuro son idénticas. El
hombre tiene futuro solamente por razón de su libertad. Y viceversa, la libertad, en cuanto
orientada esencialmente al futuro, lleva al hombre más allá de cuanto ha sido. La paradoja
del hombre está en trascender siempre lo que él mismo es.
La experiencia que el hombre vive de su libertad pertenece a la experiencia misma de su
existencia. Como el hombre no se ha dado la existencia, sino que ha sido puesto en ella,
así tampoco se ha dado la libertad, sino que la ha recibido. La libertad humana es pues
don y su origen tiene carácter de don: no la ha creado el hombre, pues el sujeto
libre precede ontológicamente sus actos. Pero la liberta umana es un don, que implica en
sí mismo una tarea, una llamada. Precisamente por y en su libertad el hombre está
interpelado a realizarse a sí mism o transformando el mundo. La libertad del hombre es
pues esencialmente libertad llamada a responder de sí misma: responsable. La
responsabilidad no es un predicado cualquiera de la libertad humana, sino que constituye
su misma esencia como libertad-para. De otro modo la libertad permanecería encerrada
en sí misma, incomunicada: degeneraría en arbitrariedad. El hombre está pues
cuestionado, interpelado, en su libertad, esencialmente referida a otras libertades, a la
libertad de los otros. La referencia a la libertad de los demás es constitutiva de la libertad
de cada uno: pertenece a la trascendencia de la libertad.
La libertad humana lleva en sí misma la cuestión de su origen y de su orientación apriórica
hacia el futuro: la cuestión del de dónde viene y hacia dónde va. Son dos aspectos de la
misma cuestión, porque siendo la libertad apertura apriórica ¡limitada hacia el futuro, su
origen no puede ser sino la misma realidad que suscita y mantiene esta apertura: «origen
de» y «término hacia» son aquí idénticos. La cuestión puede ser formulada también en
términos de responsabilioad: ¿de dónde proviene (en última instancia) la responsabilidad
del hombre, ante quién es (en último término) responsable? También en esta segunda
formulación el de dónde y el ante quién tendrán que ser la misma realidad: la realidad
última, que hace al hombre responsable, será la misma ante la cual el hombre es
responsable. Se trata, en el fondo, de la cuestión del fundamento último de la libertad del
hombre, es decir, del fundamento del que la recibe y ante el cual es responsable. Ahora
bien, el hombre es responsable de la transformación de la naturaleza, pero no es
responsable ante la naturaleza. No se puede ser responsable ante una realidad impersonal,
como es la naturaleza, sino solamente ante un ser personal. Por otra parte, la reflexión
sobre la imposibilidad del salto de los procesos materiales de
30 El hombre abierto a Dios
subjetividad S.
El carácter propio de las relaciones interpersonales consiste en la comunicación
de conciencia, en el encuentro entre libertad y libertad. En este encuentro podrá
revelarse lo más humano del hombre: su libertad ante la libertad del otro: ¿qué
representa la libertad del otro para la mía. Y viceversa? ¿qué representa todo
hombre, en cuanto
hombre (es decir, en lo que lo diversifica de la naturaleza) para los otros hombres,
y viceversa?
El dato más inmediato y evidente, que emerge en el encuentro interpersonal, es
que en la relación con los demás hombres vivimos una experiencia originaria y
nueva, radicalmente diversa de la relación a la naturaleza. Los objetos, las cosas,
están ahí como realidad a nuestra disposición, como instrumentos de que servirnos
para nuestra utilidad, como medios para nuestros fines; la alteridad de las cosas
respecto a la persona humana, es una alteridad de subordúzación.- la relación del
hombre a la naturaleza tiende a dominarla, para la autorrealización del mismo
hombre. Lo nuevo y originario en las relaciones interpersonales está en el
encontrarse ante un tú personal como yo, del cual no puedo disponer como dispongo
de las cosas. La realidad del tú (de todo hombre concreto que está ante mí) está
situada más allá de las relaciones de utilidad para mí, de ventaja para mis fines y
para mi autorrealización: la alteridad del tú respecto al yo no es de subordinación,
sino de comunión. El otro, con sola su presencia, me llama a tomar una actitud
personal ante su persona, me Pide ser reconocido por mí en su dignidad de persona:
el tú ante mí personifica en sí mismo la interpelación incondicional de mi libertad
(responsabilidad) para ser aceptado como Persona, como valor por sí mismo. Esta
es la experiencia vivida en toda relación interpersonal: la experiencia del otro como
realidad de la que no puedo pretender disponer ni dominar, como realidad
inviolable, sagrada. El otro, en su libertad, pone un veto incondicional a mi libertad,
un veto que se traduce positivamente en el «sí» de la aceptación de su ser personal,
más allá de sus cualidades individuales y de las circunstancias del encuentro.
comunión y del amor. Este amor originario del que brota el hombre como persona
y libertad, que lo finaliza y lo hace crecer como persona y libertad, tiene que ser él
mismo persona y libertad. Amor originario, personal y absolutamente trascendente,
se llama Dios.
La reflexión sobre la experiencia vivida en las relaciones interpersonales muestra
pues que el hombre lleva en su ser personal y en su libertad la cuestión y la
afirmación implícita de Dios. Pero sería un grave error pensar que se trata de una
afirmación meramente intelectual; se trata de un conocimiento que es
esesencialmente reconocimiento, es decir, afirmación suscitada y sostenida por la
opción de aceptar en la praxis el valor incondicional de los otros como personas.
Solamente saliendo de sí mismo hacia los demás en el respeto y el amor, se puede
llegar realmente al amor originario. De lo contrario, se llegaría solamente a la idea
de Dios, y no a su realidad.
acabarse, la vida se cumple y se revela como totalidad. Pero ¿de qué totalidad se
trata? Totalidad, no de plenitud, sino de incompleción, porque la vida humana es
proyecto de futuro y la muerte la destruye precisamente en su proyectarse hacia el
futuro. Por eso la vida humana, definitivamente interrumpida por la muerte, plasma
la figura de un arco roto, de un puente que no llega a la otra orilla, y que quedan
suspendidos en el vacío apuntando hacia más allá; el arco roto de la vida, en cuanto
proyectado-hacia, configura el signo interrogativo de sí misma: hace de su totalidad
cuestión.
Porque la vida en su totalidad es cuestión, en cuanto que ha de terminar en la
muerte, la implicación mutua de la cuestión de la vida y de la cuestión de la muerte
se muestra paradójica. Para pensar la cuestión de la vida, hay que pensarla en
relación a la muerte, a la nomás-vida; y para pensar en la cuestión de la muerte, hay
que pensarla en relación a la vida, a la todavía-no-muerte: ¿Qué es pues la vida y
qué es la muerte, qué es el hombre, si vive vuelto hacia la muerte y muere vuelto
hacia la vida?
Hay que tener presente la perspectiva propia de la cuestión vidamuerte: si
pensamos en la muerte, es para comprender qué es nuestra vida. Más aún:
pensamos en la muerte desde dentro de la vida y no desde el más-allá de la vida. Si
podemos pensar en la muerte, es porque de algún modo marca nuestra vida con la
sacudida reveladora de su presencia escondida.
Estamos hablando de la muerte, sin haberjustificado previamente el significado de
esta palabra. No era necesario hacerlo desde el principio, porque todos tenemos
algún saber sobre la muerte, que formulamos con la expresión «el fin de la vida».
Pero esta expresión suscita ulteriores interrogantes: ¿Qué quiere decir, en este caso,
la palabra «fin» y qué es la «vida humana?». La reflexión sobre el sentido último de
la vida en la relación «hombre-mundo» y en las relaciones interpersonales ha
mostrado que la vida humana es fundamentalmente conciencia y libertad, una
libertad marcada por la responsabilidad y sostenida por la esperanza-esperante. La
pregunta, ¿qué me está permitido esperar?, culmina en su punto crítico, cuando se la
confronta con la muerte: la esperanza humana, tensa hacia el futuro como proyecto
vital, choca con el muro de la muerte. Surge entonces por sí mismo el dilema
existencias: o esperar solamente dentro de los limites del mas-aca de la muerte, o
esperar ¡limitadamente, es decir, más allá de la muerte. Es, pues, evidente, que la
interpretación de la existencia humana no puede de ningún modo prescindir de la
muerte, y que en la interpretación de la muerte se decidirá la de la vida. Si el
hombre quiere comprenderse a sí mismo, deberá preguntarse sobre la muerte.
40El hombre abierto a Dios
siempre.
La idea de una pervivencia impersonal y anónima de los muertos
muerte) le lleve a una vida nueva supratemporal. En esta impotencia total del
hombre a superar por sí misn-io el poder destructor de la muerte toma todo su
relieve la primera parte del dilema: la muerte, aniquilación de la persona humana.
44 El hombre abierto a Dios
45
El hombre abierto a Dios
za, sino en la acción misma del hombre, que re-lanza los resultados objetivados
en la «segunda naturaleza» hacia el porvenir siempre abierto a lo nuevo; dejada a sí
misma, la «segunda naturaleza» se hundiría en el devenir cósmico.
El devenir histórico tiene lugar en la tensión dialéctica de continuidad-
discontinuidad entre el pasado, el presente y el futuro (lo ya devenido, lo ahora
deveniente, lo por devenir). El pasado continúa condicionando el presente y se
sobrevive de algún modo (como sido) en él. El presente mira hacia el futuro, re-
lanza el pasado hacia el futuro y así lo conecta permanentemente con el futuro,
actuando las posibilidades escondidas todavía en el pasado. El futuro aglutina
pasado y presente en el horizonte de lo nuevo venidero, que por eso es realmente
nuevo y no mero resultado de lo precedente (pasado y presente): es pues el futuro
(lo todavía-no-devenido, no precontenido en lo ya devenido del pasado, ni en lo
deveniente del presente) el que constituye la condición estructural de posibilidad del
devenir histórico, cuyo sentido consiste en ser apertura permanente, siempre abierta
a lo nuevo por venir.
Cada evento histórico es singular, único e irrepetible (y por eso no-sustituible por
otro) y no deducible de nada de lo que lo precede y condiciona: he aquí su
«novedad» y su diversidad radical respecto a los eventos del devenir cósmico. La
dialéctica de continuidad-discontinuidad entre el pasado, presente y futuro
(constitutiva del devenir histórico) no es pues una dialéctica de exclusión, sino de
mutua inclusión y de mutua irreducibilidad: cada uno implica los otros dos, y
ninguno puede ser reducido al otro.
El factor primordial y decisivo de continuidad no se encuentra en las
objetivaciones creadas por el hombre en la naturaleza, sino en la subjetividad e
intersubjetividad humanas: es el sujeto humano el que une vitalmente pasado-
presente-futuro y hace así que la temporalidad de la historia no sea una mera
sucesión de instantes discontinuos: no está sumergido en el tiempo, sino que lo
trasciende en la conciencia de la permanencia de sí mismo en sus actos sucesivos y
en su apertura al futuro, a lo todavía no-devenido en el tiempo: el hecho de que el
hombre lleve consigo la cuestión del futuro revela que su temporalidad no es la de la
naturaleza, sino una temporalidad siempre abierta y anticipadora del porvenir, Y por
eso trascendente respecto al tiempo.
La intersubjetividad humana constituye el vínculo viviente de continuidad en el
devenir de las generaciones humanas: la trasmisión de conocimientos, experiencias
y decisiones, que forman el tejido complejo de la intercomunicación humana,
actuada siempre de nuevo (que llamamos «tradición»), da continuidad al devenir
histórico. Bajo la tradición está escondido el dinamismo que la crea y la mantiene
51
El hombre abierto a Dios
en que se plantee con más libertad y apertura la pregunta sobre sí mismo.
Los resultados negativos del devenir histórico se revelan como compañeros
inseparables de los positivos. Precisamente en el campo de las ciencias naturales y
de la tecnología (en el más visible resultado positivo) ha aparecido en nuestros días
la más negativa de las posibilidades humanas: el descubrimiento de la energía
nuclear ha puesto a disposición del hombre un potencial bélico capaz de destruir la
humanidad.
Hay otros resultados negativos en el progreso tecnológico. La mecanización
creciente del trabajo crea un tipo nuevo de esclavitud del hombre ante la máquina, y
contribuye al aumento de la desocupaci¿)n. De los cambios socio-económicos surge
de modo imprevisible la sorpresa de lo irracional en lo deshumano de las barriadas
obreras de las grandes ciudades industriales, y de la «sociedad del consumo», que
aumentando la producción tiene forzosamente que crear necesidades han surgido
nuevas. Del progreso en los medios de comunicacion
cuestión para nosotros, nuestra cuestión; y lo es, porque también los ya muertos
vivieron del mismo «esperar radical», del que vivimos nosotros. Como condición
insuprimible del devenir histórico, la muerte (precisamente en su negatividad) pone
al descubierto la raíz profunda, que unifica todas las generaciones humanas en la
empresa común de hacer la historia: a saber, la misma esperanza-esperante hacia el
mismo común porvenir, que impulsa la humanidad siempre hacia adelante, a pesar
del fracaso de la muerte y de todos los fracasos de la historia, en que se revela la
finitud del hombre. La esperanza radical de la humanidad la impulsa más allá de
todos los resultados positivos y negativos del devenir histórico.
El devenir histórico se muestra como resultado de la transformación de la naturaleza
por obra del hombre. Todo resultado concreto logrado lleva en sí mismo la marca
de lo penúltimo, porque el hombre los trasciende en el acto mismo de lograrlos: toda
meta alcanzada viene a ser punto de partida para nuevas conquistas. El desnivel
entre el ser cósico de la naturaleza (y de sus transformaciones por el hombre) y el
esperar ¡limitado del hombre se revela así como condición imprescindible de
posibilidad del devenir histórico: un desnivel que por sí mismo vuelve a establecerse
en cada resultado obtenido. Esta constatación impone la distinción entre las
«variantes» y las «invariantes» del devenir histórico, para buscar ulteriormente si y
cómo surge en él la cuestión sobre el sentido último de la historia. Las «variantes»
del devenir histórico son los resultados nuevos de la acción del hombre en el
mundo, las objetivaciones creadas por él en la técnica, en el arte, en el pensamiento
y en el lenguaje: a saber, toda la herencia tecnológica y cultural trasmitida por las
generaciones humanas, y los cambios de las estructuras socio-económico-políticas
en su mutuo condicionamiento. Pertenece también a las «variantes» del devenir
histórico la humanización progresiva del hombre en sus diversas dimensiones,
orgánica, psíquica, conciencia y libertad.
Las «invariantes», que se revelan en todo el devenir de la historia, son las
siguientes;
a) el «esperar radical» de la humanidad, que ha impulsado y sigue impulsando
las generaciones humanas hacia el porvenir, hacia lo nuevo todavía-no-acontecido y
por eso todavía-no-manifestado;
b) el carácter objetivante del obrar del hombre en la historia: en toda su acción
en el mundo, el hombre crea resultados objetivados, accesibles y disponibles para
los otros y para las generaciones venideras. Esto tiene lugar, no solamente en el
trabajo manual y en la tecnología, sino también en la actividad del pensamiento, del
arte, de la cultura. Esta «invariante» tiene su origen en el hecho de que el hombre,
en su unidad constitutiva corpóreo-interior, no puede hacer nada sino en conexión
con el mundo y con los otros: toda su actividad
El hombre abierto a Diov 53
está vinculada con la naturaleza y con la comunidad humana, y por eso esta
vinculación se refleja necesariamente en su acción, a saber, en los resultados
objetivos que son los únicos que constituyen la relación
que por eso marca todo el devenir de la naturaleza y de] hombre: en la naturaleza
será lo «todavía-no-devenido» y en el hombre lo «todavíano-consciente» se
configura en impulso radical, tensión de espera y de esperanza hacia el futuro, no
como destino fatal, sino como tarea de la libertad y del trabajo del hombre; la
humanidad y la naturaleza constituyen el único receptáculo de futuro: «el proceso
hacia este futuro es únicamente el de la materia, que se compendia en el hombre
como en su floración suprema».
En coherencia con su concepto de la «materia», ha creado Bloch su segundo
concepto fundamental: «proceso». «Lo real es proceso», es decir, no la facticidad de
lo ya logrado en el devenir histórico, sino la vanguardia en movimiento hacia lo
posible todavía-no determinado, cuyos requisitos todavía-no han sido objetivados,
sino que están madurando y por eso aguardan aún las condiciones necesarias para
que aparezca lo «nuevo», que está todavía escondido en el dinamismo de la materia
y en la conciencia del hombre: en la tensión dinámica de la espera-esperanza de la
naturaleza y del hombre hacia lo nuevo venturo se vislumbra y se anticipa lo nuevo t
odavía latente, todavíano devenido y por eso todavía-no manifiesto.
El resultado del «proceso» (en el que la génesis auténtica está siempre a punto de
partir de cero) es lo «nuevo» del devenir histórico. La esperanza trasciende todo lo
«nuevo» ya logrado, toda objetivación constitutiva del proceso; por eso todos los
«nuevos» históricos tienen el carácter común de lo «todavía-no» logrado
plenamente.
En el proceso histórico comienza ya la superación-supresión de la distancia entre
el hombre y la naturaleza, mientras amanece el presentido punto de unidad. El
proceso es pues humanización creciente de la naturaleza y naturalización creciente
del hombre: un crecimiento incesante de acercamiento mutuo, finalizado por sí
mismo hacia la identidad de la plena inmanencia «humanidad-mundo».
En el repetirse del «todavía-no» de cada «nuevo» concreto, el proceso histórico
avanza hacia un absoluto «Ultimo» de plenitud y, por eso, irrepetible, sin más
«nuevo»: un «Ultimo» totahnente nuevo respecto a todos los «nuevos» concretos del
proceso, y plenamente logrado, es decir, sin nuevos logros posibles. Entre el
proceso y lo «Ultimo» no hay pues mera continuidad, sino «salto», «explosión»: la
verdadera génesis del «núcleo del existir» no es la del origen, sino la del fin.
Entonces surgirá lo «Esperadísimo» en to do esperar, el «Todo» de lo plenamente y
por eso definitivamente logrado: «La patria de la identidad». Bloch no se cansa de
repetir las palabras «identificación», «identidad»: el hombre plenamente realizado
en adecuación total consigo mismo, con los demás y con la naturaleza por él
transformada; la naturaleza devenida totalmente para el hombre, y el hombre
56 El hombre abierto a Dios
41
proceso no puede llegar por sí solo al término final de plenitud inmanente, ya que
en el instante mismo en que la aguja magnética está a punto de hundirse en el
polo, el proceso permanece aún en el año cero de su comienzo> He dicho
«postular», porque Bloch no se ha planteado la cuestión de la necesidad de
fundamentar el «salto», que entra en escena como un «Deus ex machina». El
recurso al «salto», a la «explosión», ¿es algo más que la confesión implícita de no
poderlo justificar? ¿es algo más que una afirmación gratuita?
No puede sorprender que Bloch haya quitado importancia a la presencia de lo
negativo en el devenir histórico, reduciéndolo al paréntesis de «servicio», «uso» y
«medio» en orden a la victoria final de positividad plena en la «Patria de la
Identidad»: no ha mirado al rostro bifronte de la historia, marcada por la
ambivalencia insuperable de positividad-negatividad. Lo realmente sorprendente es
que haya banalizado la negatividad más evidente y aplastante de la historia: el
enorme peso muerto de los muertos que hicieron, hacen y harán la historia; ese
proceso histórico, que vive de los muertos, y que va dejando caer las generaciones
humanas, una tras otra, en la nada de la muerte. Por más que Bloch se haya dado
cuenta de la importancia de esta cuestión para la esperanza humana y por eso le
haya dedicado tantas páginas, su respuesta equivale, en el fondo, al dantesco «dejad
toda esperanza». Porque, si no hay más realidad que la del «proceso» (el núcleo
material originario en devenir), es evidente que los muertos están definitivamente
desprendidos de e'sa realidad única: se han hundido en el vacío de la nada. No
puede ser otra la suerte que aguarda a todos los hombres que mueren a lo largo de la
historia, y que todavía-no eran el hombre nuevo por venir, plenamente logrado y
liberado de la caducidad en su identificación con el núcleo de la materia def
initivamente transformada. ¿También esta negatividad de los muertos, a lo largo de
la historia, está superada anticipadamente en el todavía-no de la plenitud venidera?
¿La muerte de todos los muertos tendrá el sentido de «medio» y «servicio» para el
no-más muerte de la identidad venidera humanidad-naturaleza? Es decir: los
muertos que han muerto ya, y los que moriremos, ¿tenemos que desaparecer del
<proceso» y hundirnos en la nada, para que t'inalmente pueda tener lugar la génesis
de la imperecedera humanidad nueva? Y entonces ¿no se reduce el ser personal de
cada hombre y de cada generación a mera fase necesaria para la continuidad del
devenir histórico y para el logro final del género humano colectivo? ¿Y qué queda
de la solidaridad de todos y cada uno de los hombres en la misma esperanza, del
esperar de todos para todos, que constituye el
todas las generaciones humanas hacia el mismo porvenir, común a todos, y que
por eso sostiene la historia y la mantiene siempre abierta a ese porvenir de toda la
humanidad, que ella por sí misma no puede lograr. Una plenitud intrahistórica de la
historia no es posible, porque el devenir histórico tiende más-allá de toda meta
lograda: la esperanza está siempre en éxodo hacia lo nuevo, hacia el más allá de
todo lo intrahistórico (inmanente en la historia) en cuanto tal.
El sentido de la historia está pues en su apertura (esperanza) a una plenitud que
ella por sí misma no puede conquistar, a saber, a un porvenir absolutamente
trascendente del que no puede disponer: la historia, abierta al Porvenir, que vendrá
por propia iniciativa, gratuitamente, libremente, es decir, al Porvenir Absoluto,
Trascendente, Personal, que tiene un nombre propio: Dios. El hombre puede
solamente recibirlo como pura gracia en la actitud de la esperanza o rechazarlo en la
actitud de la des-esperanza.
2
Encarnación y revelación
66 Encarnación i, rtvelación
Encarnación Y, revelación 67
profunda de su divina filiación no vaciló ante la misma muerte (Me 14, 62; Mt
26, 64; Le 22, 69; cf. Me 8, 31-33; 9, 31; 10, 33-34.45; 12, 1-12; Mt 5, 12; 16, 21-
23; 12, 22-23; 20, 18-19; 21, 33-46; Le 9, 2227.44-45; 17, 25; 18, 31-34; 20, 9-19).
Estos sobrios rasgos del Jesús de los sinópticos maniciestan suficientemente el
aspecto original de su experiencia religiosa: en el fondo de su conciencia vivió Jesús
la certeza de su relación personal filial con DiOS6. Esta es la razón definitiva de la
superioridad de la función reveladora de Cristo sobre la de los profetas. El mensaje
de Jesús se funda en esta experiencia y la objetiva en signos humanos: en su Hijo
realiza Dios su definitiva intervención salvífica (Me 1, 15; 12, 1-12; 1 0, 45; Le
10,20-23; 16, 16; 20, 9-19; Mt 11, 1-16.12; 21, 33-36).
7. La expresión «Por (su) Hijo» (la traducción más exacta seria: «por uno que es
Hijo»:Heb 1, 1) subraya la superioridad de la revelación del N.T. sobre la
veterotesta-
mentaria, no tanto por razón del contenido, cuanto por la excelencia misma del
revelador, que es el Hijo de Dios; el acento cae sobre el evento mismo de la
revelaci¿)n de Dios por su Hijo: «Mit dem Anschluss des Hauptsatzes erreicht die
Satzkonstruktion ¡hren H¿5hepunkt; die Artikellosigkeit bezeichnet die Stellung und
Würde der Sohnschaft, die alles Pr,,phetentum hinttnl@isst,, (0. Michel, Dt,r B@i(j
in die Ht-br¿it,t, G¿@ttingen 1960. 3@).
8. Cf. A. Vanhoye, La stru<,ture liltéraire de I'Epitre aux Hébreux, Paris 1962,
6668.91; 0. Michel, o. (-., 34-100; C. Spicq, L'Epitre aux Hébreu-'C, Paris 1952, I,
281-302; lí, 1-29.
9. Cf. R. Schnackenburg, Dttv Johannesei,angetiuni, Freiburg 1965, 241-256.
10. Cf. A. Wikenhauser, Das Evangelium nach Johannes, Regensburg '1957, 50
51.128: R. Schnackenburg, o. c., 253: W. Bauer, Das Johannes et-angelium,
Tübingen '1933.
1 SIH, Strathmam, Das Ei ati elitini na(ii Joíiaiitie@, Gijttingen 1951, 39-40;
C. K. Barrett.
9
7he Gospel a(,(@ording to St. John. London 1955, 141.245; R. Bultmann, Das
Erangelium des
Encarnación y revelación 69
personal del Padre, que se ha hecho hombre y así ha revelado a los hombres su
divina filiación y en esta gloria les ha revelado el misterio de Dios, su Padre (Jn 1,
1-5. 14; 10, 38; 14, 6-12; 17, 5-6). Cyisto es el Revelador, en cuanto es la palabra
de Dios encarnada; su función reveladora resulta de la misma encarnación, a saber
de su carácter personal de Hijo de Dios y de la realidad de su ser humano 1 1 -
San Juan reflexiona en la experiencia religiosa de Jesús dentro de la línea misma de
los sinópticos. El aspecto más misterioso del Cristo del cuarto evangelio es la
vivencia humana de su total dependencia de Dios, su Padre, y de su íntima
comunión de vida con él. En lo más profundo de su ser humano vive Cristo la
presencia del Padre, de quien recibe todo lo que hace (Jn 5, 36), todo lo que dice (Jn
7, 16; 8, 26.38.40; 14, 24; 17, 7.14), la posesión de la vida y el poder de
comunicarla a los hombres (Jn 5, 21.25-27; 16, 57; 13, 3; 17, 2). Todo lo que es del
Padre es también suyo y todo lo suyo es del Padre (Jn 3, 36; 16, 15; 17, 1 0; 13, 3);
Jesús y el Padre están mutuamente presentes en una compenetración de íntima
inmanencia (Jn 8, 16.29; 10, 15.38; 14, 10.11.20; 16, 29.32; 17, 21.23), que en
atrevida fórmula viene descrita como unidad (Jn 10, 30; 17, 22) 12. Es la vivencia
humana de su filiación divina; en su inefable unión vital con Dios, que está siempre
con él como su Padre, Jesús se sabe Hijo de Dios (Jn 8, 1619.27-29.54-58; 10,
15.38). El misterio de la encarnación tiene su correspondiente repercusión vital en la
misteriosa vivencia del hombre Jesús como Hijo de Dios.
En la experiencia religiosa de Cristo subraya san Juan el aspecto de conocimiento,
un conocimiento absolutamente nuevo de Dios: Cristo conoce a Dios como su
Padre, que le ha dado la gloria de la divina filiación, le ha enviado al mundo para
que le dé a conocer a los hombres, comunicándoles así su vida divina, y para volver
de nuevo junto a él a participar en su eternidad gloriosa (Jn 3, 31-36; 5, 24; 6,
40.46; 8, 55.58; 10, 15; 12, 28.49; 13, 1-3.31.32; 14, 2; 16, 28; 17, 1-5.24). Es un
conocimiento radicalmente distinto del conocimiento de fe. Es verdad que san Juan
designa con el mismo verbo lilVé)UKVIV, tanto el conocimiento de Dios que tiene
Cristo, como el que tienen los creyentes (cf. Jn 8, 24.28; 10, 15, 17, 21.23.25, etc.);
más aún, cuando se trata del conocimiento de Dios, que es dado a los creyentes,
emplea como sinónimos (o al menos, como estrechamente vinculados entre sí) los
verbos 'JIV@UKEIV y 7riaTióviv (Jn 4, 42; 6, 69; 8, 24.28.31.32; 10, 38;
Johannes, Góttingen 1964, 54-57; A. Richardson, lhe Gospel according to St. John,
11. Cf. H. Strathmann, o. c., 28.48; D. Mollat, L:Euangile selon S. Jean (Bible
de London 1959; F. Büchsel, poyo-irv@z: THWNT IV, 748-750.
Jérusalem), Paris 1956, 16: 0. Cullmann. Die Chrisiologie dc,,Y N. T-, 335: R.
Bultmann, o. c., 1-57@ G. Kittel, ;.¿-,o: THWNT IV, 132.
12. J. Alfaro, ('P-isto glorioso, i-ei,elador del Padre: Gregorianum 39 (1958) 222
-230.
70 En(,arnación -i@ reielaci<jn
14, 12.20; 17, 8.21.23; 1 Jn 4, 16). Pero no designa nunca con el verbo
7ria@rvóeiv el conocimiento de Dios, que tuvo Cristo ". Si se tiene en cuenta que
este verbo aparece en los escritos joaneos 107 veces (98 veces en el cuarto
evangelio y 9 veces en la 1 Jn), se comprenderá que se trata de una omisión
consciente, que equivale a una exclusión del conocimiento de fe en Cristo. Por
otra parte en Jn 6, 44-47 se contraponen expresamente el conocimiento de fe y el
conocimiento de Dios, que es propio de Cristo y es calificado como visión. Este
término debe ser interpretado en el sentido de un conocimiento inmediato de Dios,
que excluye toda interposición entre Cristo y su Padre. En efecto: san Juan afirma
enfáticamente que «nadie ha visto jamás a Dios» (Jn 1, 18; 6, 46; 1 Jn 4, 12; cf Mt
11, 27) (ni siquiera Moisés, el más grande de los profetas; cf. Jn 17, 18; Ex 33,
18-22; Dt 18, 15; Núm 12, 8) ". Jesús y su Padre se conocen mutuamente en una
absoluta intimidad, en la que ninguna mediación interfiere (Jn 10, 15; el Mt 1 1,
27). La visión de Dios es patrimonio exclusivo de Cristo, porque solamente él es
Hijo de Dios: basta comparar Jn 1, 18 con Jn 6, 46 para percatarse de que no cabe
interpretar de otro modo el pensamiento de san Juanl5.
La experiencia religiosa de Cristo (tal como viene presentada en el cuarto
evangelio) implica pues la conciencia de la filiación divina y la visión de Dios;
ambas resultan de la encarnación y traducen en vivencia humana el carácter
personal divino del hombre Jesús. La función reveladora de Cristo se funda en esta
experiencia (a través de ella se funda en último término en la encarnación misma),
que él expresa en toda clase de signos humanos (doctrina, acciones, milagros),
revelando así a los hombres el secreto de su propia interioridad y en ella su misterio
personal, que es el misterio de su Padre. En efecto: el mensaje de Cristo, que san
Juan nos ofrece, gira invariablemente en torno a un tema único: Jesús es el Hijo de
Dios, enviado por el Padre, para que le revele a los hombres y así les dé la vida
eterna (Jn 1, 1-18; 3, 17; 6, 35-52; 10, 9.14-18; 11, 25-27; 14, 6-11; 17, 3-6.25; etC)
16. Los milagros de Jesús son en el cuarto evangelio «signos» de su
Encarnación j, revelación 71
misterio personal y de su misión salvífico-reveladora (Jn 6, 1-52; 9, 1 59; 11, 17, 44;
etc.) 17.
El cuarto evangelio pone de relieve el singular carácter del testimonio de Cristo,
quien exige que se crea absolutamente lo que ¿I afirma acerca de sí mismo,
simplemente porque él es quien lo afirma. La fe es la aceptación del autotestimonio
de Jesús e implica insepara-
blemente creer en él e¡;: Jn 3, 36; 4, 39; 6, 29.40; 8, 30; 10, 42;
11, 25-26; 11, 45; 14, 2; 17, 20; 1 Jn 5, 10) y creer a é (niarei)eiv -con dativo: Jn
4, 21; 5, 38.46; 6, 30; 8, 31-45.47; 10, 37-38): creer en Cristo y creer a Cristo son
un mismo acto, el acto de fe ". Comparando los textos, en los que aparece la
fórmula 7riarEóeiv aí; con Jn 3, 34; 4, 25.26; 6,40; 8, 24.28; 10, 36.38; 11, 27.42;
14, 10.1 1; 17, 21 puede comprobarse que para san Juan «creer en Cristo» significa
creer que él es el Hijo de Dios; si se comparan los textos, en los que aparece la
fórmula lziu-reóeiv con dativo con Jn 5, 22.24.36.37.43; 6, 40; 8, 27.35; 10, 30.38;
14, 11 se observa que «creer a Cristo» significa creer a él, como a Hoo de Dios, es
decir, creer al Hijo de Dios: «creer en Cristo» y «creer a Cristo» se identifican
porque Cristo es el Hijo de Dios. El es el revelador y el revelado, el revelador que
se autorrevela y revelándose revela su divina filiación, revela al Padre. El
autotestimonio de Cristo es válido, porque conoce y ve al Padre (Jn 7, 28; 8, 55; 10,
15; 6, 46; 1, 18), porque vive y obra en inefable comunión de vida con el Padre (Jn
10, 15.30.38; 14, 10-12; 17, 21-22), porque recibe del mismo Padre lo que testifica
(Jn 3, 32-34; 7, 16; 8, 28.40), porque con él testifica el mismo Dios, su Padre (Jn 8,
16.18.29; 7, 28; 3, 33-34; 14, 10): el testimonio del hombre Jesús es el testimonio
del mismo Dios en su Hijo (Jn 3, 33; 5, 36-37; 7, 28-29; 8, 26; 1 Jn 5, 10). En una
palabra, el autotestimonio de Cristo es válido, porque Cristo es el Hijo de Dios. El
Verbo encarnado es indivisiblemente fundamento y objeto de la fe; el creyente cree
el mismo fundamento de su fe, que es Cristolg.
La afirmación de su función de revelador equivale a la afinnación de su filiación
divina: la primera es el resultado y la expresión de la segunda. Tan misteriosa es la
una como la otra; la incredulidad humana tropieza ante el misterio de la persona de
Cristo, tanto cuando él afirma su divina filiación, como cuando afirma la validez de
hombres.
En(@arnaci¿>n y- revelación 75
Encarnación i, revelación 77
23. Bajo el inilujo del cuarto evangelio la teología patristica vio en la encarnación
el fundamento de la función reveladora de Cristo. Este tema aparece ya en las
cartas de san Ignacio de Antioquia y alcanza un notable desarrollo en los escritos de
san@ireneo; llega a su fase culminante en los comentarios de san Agustin al
evangelio de san Juan (cf. R. Latourelle, Teología de la rei,elac,ión, Salamanca
'1982, 87 ss). El concilio Vaticano 11 alude sobriamente a esta concepción de la
encarnación como revelación (Const. dogm. De¡ Verhum, c. 1, n. 4).
78 Encarnación j- revelación
pasa a ser Dios se ha hecho hombre. Dios ha dicho su palabra definitiva (no
solamente por su contenido, sino por la calidad misma de esta palabra) en su Hijo,
hecho hombre (Heb 1, l). Dios ha hablado a los hombres significa que la palabra
divina (Dios en sí mismo) se ha apropiado la palabra humana y, en este sentido, se
ha encarnado. Este encarnarse de la palabra divina constituye la esencia misma de
la revelación y logra su realización suprema en la encarnación del Verbo, en la que
la palabra personal de Dios se apropia personalmente el ser humano y en él la
palabra humana. En la revelación Dios se apropia lapalabrahumanay se expresa
en ella: en la encarnación Dios se apropia personalmente el ser humano y se
expresa en él: la encarnación funda definitivamente la verdad de que Dios ha
hablado a los hombres.
La capacidad de la palabra humana a ser elevada, en la revelación,
naturaleza humana a ser elevada en la encarnación a humanidad de a expresión de la
palabra divina coincide con la capacidad de la
26. «Gratia enim unionis est ipsum esse personase quod gratis divinitus datur
humanas naturae in persona Verbi ... » (S. Th. III, q. 6, a. 6). «Nullus autem
modus esse aut excogitar¡ potest, quia aliqua creatura propinquius Deo adhacreat,
quain quod e¡ in unitate personas coniungatur» (Com. Theol. 1, c. 214); cf. S. Th.
III, q. 1, a. 1; a. 6; q. 6, a. 1 O- 1 1; q. 7, a. 1. 1 0. 1 1; q. 2, a. 1 0, ad 1.
27. S. Th. 111. q. 2. a. 7@ Sent. 111. d. 7, q. 2: Quaestio Disp, (le tn. V. 1. a. 4,
Cf. 0. Schweizer. P(,rsoti und H.¡-postatis(,he (,,nion be¡ Thomas con Aquin,
Freiburg/Schw. 1957, 113-122.
Encarnación y, revelación 81
leza humana de Cristo, creada como humanidad del Verbo; sin ella la encarnación
dejaría de ser real. La gracia increada de la unión hipostática exige la asunción
hipostática, como su inseparable repercusión creada; de lo contrario no sería verdad
que Cristo es el Hijo de Dios en su misma hwnanidad, a saber, que el hombre Jesús
tiene realmente a Dios como Padre suyo 28. Por la asunción hipostática la
humanidad de Cristo existe como personalizado por la persona divina del Verbo y
por ella está constitutivamente referida al Padre 29: el hombre Cristo recibe su
carácter personal de la autodonación de Dios como Padre suyo.
Siendo verdadero hombre, no pudo Cristo carecer de conciencia humana, como
actuación y manifestación fundamental de su espiritualidad creada. La asunción
hipostática (perfección suma de la creatura intelectual), lejos de suprimir o disminuir
esta espiritualidad, la elevó a su más alto grado. Espiritualidad quiere decir
capacidad de autopresencia luminosa; la elevación de esta capacidad en Cristo tuvo
que reflejarse en su conciencia humana, como la autopresencia de una humanidad
personalmente asumida por el Verbo 30.
Esta fue la experiencia fundamental Cristo; experiencia humana de su filiación
divina. En lo más profundo de su conciencia humana Cristo vivió su inefable
relación a Dios, como Padre suyo. Esta experiencia era el reflejo de la asunción
hipostática, que a su vez era la repercusión creada de la unión hipostática; por eso
era en sí misma la expresión creada de la encarnación, la revelación creada
correspondiente a la revelación increada, el primer eco vital de la presencia personal
del Verbo en la espiritualidad humana de Cristo. En esta experiencia humana se
realizó radicalmente la revelación de su propio misterio (que es el misterio personal
intradivino) al hombre Jesús: la palabra increada personal de Dios comenzaba a
hacerse palabra humana.
La conciencia humana del Hijo de Dios incluía necesariamente la
un¡
visión de Dios. Si la ón hipostática es la suprema comunicación de Dios a la
creatura intelectual en cuanto tal, debe comportar la inmediata manifestación de
Dios; si la asunción hipostática representa la suprema elevación de la espiritualidad
creada y la más íntima unión del espíritu finito con Dios, debe llegar hasta el
contacto directo con Dios mismo. Al hacerse consciente la profundidad ontológica
de la humanidad de Cristo, como humanidad asumida inmediatamente por la
persona divina del Verbo, esta conciencia no puede
28. Cf. F. Malrnberg, Über den Gottmenschen, Freiburg 1958, 80-88.
29. S. Th. III, q. 2, a. 2, ad 3, 3; a. 6, ad 2; q. 6, a. 6; q. 17, a. 2; Qí¿aestio Disp.
de Un.
V. 1, a. 2 ' a. 4.
Encarnación j- reielación 83
e nceptual y su
expresión
conceptual (es decir,
la verdad de ésta,
que
de Dios, porque vivió los eventos de su existencia dentro de la
0
ilial y definiti
por
constituía el fondo inexhausto, que unificaba la actividad espiritual
garantizada en Cristo por su experiencia f
de Cristo y se reflejaba en ella. En la actitud del hombre Jesús ante la
su carácter personal divino; solamente la experiencia espiritual misma
uerte se reveló de modo supremo su carácter ersonal divino: Cristo
podía garantizar la fidelidad de su objetivación conceptual. Cristo
9. Cristo adquirió
por la vía
normal del
aprendizaje
humano las
del ser, pues llega directamente hasta la misma realidad divina, a 35. El progreso de
Cristo en el conocimiento auténticamente humano (Lc 2, 51-52)
saber, al ser personal divino del Verbo. Es por consiguiente el aspecto es un aspecto
esencial del verdadero «hacerse-hombre» del Hijo de Dios. ¿No es ficito
carece de todo contenido objetivo@ pero debe ser objeti@ada en con- categoría¡. La
exégesis neotestamentaria pu de y debe investigar en los evangelios sin
prejuicio de
ninguna clase las progresivas fases (Lc 2, 49; Mc 1, 1 1; 9, 7; 12, 6; etc.) y los
ceptos, para llegar a ser plenamente palabra de Dios al hombre Jesús límites (Mc
13, 32) del conocimiento conceptual de Cristo Es pr is ec am ente la exégesis
Öl
y palabra del Hi o de Dios a los hombres, es decir, para la plenamisma la que comprueba
que el Jesús histórico conoció y expresó en conceptos humanos
«encarnación» de la palabra personal de Dios. tanto su
divina filiación como el carácter redentor de su muerte (mc 10, 45; 14, 22-24 etc.),
Lo conceptual supone lo metaconceptual, sin lo cual no trascende- que él aceptó
en el más auténtico ejercicio de su humana libertad, condicionado por el
conocimiento
objetivo de su destino. Cf. K. Rabner, Est-ritos de teología V, 222-245; A.
ría el horizonte del ser y sería una palabra meramente humana; sin su vógtle,
Exegetische Erwágmgen über das wiss- -d Selbsibewusstsed7 Jesu, en Gott úi
Weit 1,
Freiburg 1964, 608-666@ H. Riedlinger, Geschichtlichkeit und voliendung des
34. Cf. supra, nota 24. Wivsens
Christi, Freiburg 1966, 139-159.
86 Encarnacióli i, revelación Encui-nación j, revelan
87
í es en sí mismo
creer a Dios, porque la fe se apoya en la persona
con la que Cristo expresó la vivencia íntima de su filiación divina, fue
e Dios. Ningún otro
una creación original suya. testificante y
Cristo es personalmente el Hijo d
gracia increada
de la unión hipostática, suprema comunicación de
filiación divina a riesgo de su vida (Me 14, 62; Mt 26, 64) y exige de los
hombres la adhesión incondicional a su persona (Me 8, 34-38; Mt 5, Dios a
la creatura intelectual y revelación increada en Cristo; b) la
1 1; 10, 32-33; etc.), son reflejos de esta luz interior metaconceptual en unión
hipostática tiene su correspondiente repercusión creada en la
asunción
hipostática, que a su vez se refleja en la experiencia humana
el campo del conocimiento conceptual. fundamental de
Cristo, integrada indivisiblemente por la conciencia
Si el mensaje de Cristo, a pesar de estar integrado por conceptos y
afirmaciones humanas (que en cuanto tales no trascienden el horizon- de
esta asunción; tal experiencia, que llega inmediatamente hasta la
realidad misma
del ser divino, es tan absolutamente sobrenatural
te del ser), contiene la revelación divina, es decir, expresa la verdad
como la encarnación misma y constituye el aspecto creado trascen-
divina del misterio personal de Cristo, es porque está internamente
dental de la revelación de Cristo; e) esta experiencia tiene su expre-
sostenido por su inefable experiencia personal, que llega hasta la
sión ob etiva en las representaciones, conceptos, acciones y palabras,
realidad divina en sí misma; siendo expresión de esta experiencia, el i
que constituyen
el mensaje de Cristo; este es el aspecto creado
mensaje participa de la verdad divina de la misma. Por eso el mensaje
de Cristo es humano en su expresión, pero es divino en su verdad, categorial de
la revelación de Cristo y participa de la certeza sobrena-
pues un aspecto
mercado, que es su fundamento supremo (la persona
de Cristo expresan la realidad divina de su mist@rio personal; su divina del
Verbo: la persona de Cristo como verdad subsistente) y dos
verdad es sobrenatural, en cuanto traducen la inefable experiencia
humana de la filiación divina. Sin esta revelación trascendental no aspectos
creados (aconceptual-conceptual), que resultan de la revela-
ción divina. Solamente el Hijo de Dios puede pretender que se crea 7-9),
confirman y explican la conclusión de la sección precedente (n.
5-6): la función
reveladora es
propia de Cristo
como
implicación
quién es él. porque él lo dice. v que se iicepte lo que él dice, por ser él
obrenatural y
quien lo dice (Jn 8, 18-48; etc.), porque solamente el Hijo de Dios.
esencial de la encarnacion y, por consiguiente, es tan s obrenaturales
misteriosa como la
encarnación misma.
Sus aspectos S
hecho hombre, es constitutivamente el revelador. Tal pretensión no es
correspondien
filiación; si en lo más profundo de su ser humano vive Cristo la
unión hipostática, la asunción hipostática con su
3
Fe existencia cristiana
entre la fe y existencia aparece ya en los escritos del antiguo testamen to: Israel
existe como pueblo por la fe en el Dios de la alianza. La fe, como actitud
existencias total, que incluye la confianza en Yahvé y la fiel sumisión a las
exigencias de la alianza, viene expresada con la fórmula «apoyarse en DIOS» 4;
solamente en la palabra de Dios puede encontrar el hombre el fundamento firme de
su propia existencia 5. El
1. Hech 2, 38. 42. 44; 3, 19; 8, 22; 11, 21; 13, 12. 48; 14, 22; 15, 5; 16, 34; 17,
22; 18, 27; 19, 18; 21, 20. 25; 1 Tes 1, 9.10; 26, 18. 20; 1 Tes 1, 7-10; Rom 10, 4. 1
1; 15, 13; Gál 3, 22; 2 Tim 1, 12; 2, 25.
2. Rom 2, 17; 4, 5. 11. 24; Gál 2, 20; 3, 23-28; Ef 1, 18-21; 2, 8-10; 3, 17; Col
2, 2-7.
3. in 1, 11-12; 3, 14-16; 5, 24.39; 6, 35-47; 7, 37; lo, 14- 16. 26. 27; ti, 26; 17,
8. 21-25;
20,37 ' cf. Jn 2, 23-24: 3@ 14; 4, 7. 8 15; 5@ 1 13. 20
4. Ex 14,31; Núm 14, 1 1; 20, 12; Dt 1, 32; 9, 23; 2 Re 17, 14; is 43, lo; Sal 78,
221 106,
12. 24.
5. Is 7, 7
90 Fe -i, existencia cristiana
concepto bíblico de la fe, como respuesta total del hombre al Dios de la salvación
y de la gracia 6
Fe i- existencia cristiana 91
16. H. Urs von Balthasar. Relación inmediata del hombre con Dios: Concitiurn
29 (1967) 411 ss.
17@ C,,r 1 1, '~3, L,, :-,, 14--'O. 26-2" 1 Mc 14. 21-25,10, 45@ Mi 26-29.
18. in lo, 17-181 14, 31; Rom 5,19; Ef 5, 1.251 Flp 2, 8; Gál 2, 20.
19. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 5-9; cf. J. B. met,, Armut ¡m Geiste: Gul. 34 (1961) 419-
435.
20-
Mc 1, 13; Lc 4, 2. 13; Mt 4, 1 1; Heb 2,17-18; 4, 15.
21. Heb 2, 9-10; 5, 7-101 Mc 14. 32-42; Lc 22, 39-46; Mt 26, 30-46.
22. in 2, 4; 7, 30; 8, 20; 12, 23. 27; 13, 1; 17, 1; Mt 26,18.
23. Mc 2, 18-20; 8, 31-33; 9, 3 1; 10, 33-34; 12, 1-8; 14, 8; Le 5, 35; 9, 22-27.
44-45; 12. 50; 13. 33-351 17, 251 20, 18-191 22, 22.
coincide con su entrega total a Dios por los hombreS2,5; es el «sí» absoluto, en el
que realiza y expresa el «sí» absoluto del amor del Padre hacia él y en él a los
hombres. Precisamente en el don total de sí mismo a Dios por los hombres es
Cristo definitivamente el «amado de Dios», el Hijo que vuelve al Padre por la
obediencia hasta la muerte. En Cristo se identifica el don absoluto de Dios y la
respuesta absoluta del hombre, la palabra salvífica de Dios y su aceptación.
Su mensaje posee un carácter único, que revela el aspecto trascendente de su
persona. Cristo no habla en nombre de Dios como los profetas, sino que personifica
en su palabra la palabra misma de Dios 27. Identifica su persona y su misión con la
presencia del reino de Dios en el mundo; exige la adhesión incondicionado del
hombre a su persona y a su mensaje como respuesta al acto salvífico de Dios 28.
La vinculación de la salvación del hombre con la fe en Cristo coincide con el
origen mismo de la iglesia29. La teología paulina centra toda la vida del creyente en
la persona misma de Cristo 30. El cuarto evangelio presenta a Cristo como la
palabra personal de Dios, que se ha hecho hombre para manifestar a los hombres el
misterio de Dios, su Padre, y comunicarles as¡ la «vida eterna», es decir, su propia
vida que es la vida misma de Dios. Cristo es no solamente el centro de la fe, sino
también su fundamento: la f¿)rmula veterotestamentaria «creer a Dios» «<apoyarse
en Dios») pasa a ser «creer a Cristo» 31.
26. Mc 15, 34-38; Mt 27, 45-50@ Lc 23, 46; Jn 19, 28-30; Flp 2, 5-9; Heb 5. 7-
9.
27. Mt 5, 18; 21-22. 26-28. 31-35. 38-39. 43-44; 6, 2. 5. 7. 16; 8, 10; 10, 15. 23.
42; 13,
17; 16, 28; 24, 34. 47; 25,12. 40. 45; Jn 13, 20. Cf. G. Ebeling, Theologie und
Verkündiglog, Tübingen 1962, 69-76.
28. Mc 1, 15; 8, 35-38; 10, 29@ Mt 10, 31-331 12, 281 19, 28; 25, 40. 45
60; 11, 20. 23; 14, 26; 16, 16. ; Lc 6, 22; 9, 59.
29. Hech 4. 12@ 5, 31; 101 34-36; 11, 17; 13. 23. 38@ 15, 1 1; 23.
30. Roml0,9;4,25@Fip2,9-11;Coll,4.26-28;Gál3,26-27;Efl,15;ITim3,13.
31. Jn 1, 14. 18; 6, 46; 8,16-38; 14,10-12; 5, 38. 46; 8, 31. 45. 46; 10, 37. 38.
94 Fe i, existencia cristiana
o con Dios, absolutamente a la letra, como se vive con un Padre. Amén» (Diario
Ix A 65).
34. «L'amore di Dio si manifesta a no¡ dapprima con la vocazione alla fede. La
sua Parola é I'espresione della sua Caritá Non potremo mai incontrarci
effettivament, col pensiero salvif'ico di Dio. se non @iscolt¿tndo la rivelazione della
su@i Veritá. La fede é in Dio una chiamata d'Amore. E dev'cssere da parte nostra
una prima fondamentale risposta d'amore (Paolo VI: L'Osserv. Romano 22, VI,
1967, l).
Fe i, existencia cristiana 95
aceptar, como verdad absoluta, la revelación de Dios en Cristo; salir del amor de sí
mismo y entregarse a la gracia de Dios como garantía única de salvación. Es una
decisión que implica en tensión dialéctica el riesgo de la audacia y la confianza del
abandono, porque en ella se desprende el hombre de su propia autosuficiencia y de
toda seguridad intramundana para esperar la salvación exclusivamente como el don
del mismo Dios.
Como respuesta al «sí» absoluto de Dios en Cristo, la fe es una decisión absoluta,
que empeiía irrevocablemente la libertad del hombre en su destino eterno; por ella
queda orientada la existencia humana hacia el encuentro con Cristo más allá de la
muerte.
Como aceptación de la gracia de Cristo, la decisión de la fe tiene lugar en el más
profundo nivel de la libertad. La gracia es esencialmente invitación interior al amor
y por eso se inserta en la interior¡dad suprema de la libertad, que es el amor; de este
modo libera la libertad del hombre, imprimiéndole e omo ley fundamental la ley
interna del amor, que excuye toda exigencia que no sea definitivamente la exigencia
misma del amor 35 Esto pertenece a la esencia misma del cristianismo: la ley del
amor como exigencia suprema y exclusión de toda exigencia impuesta meramente
desde fuera: responsabilidad suma en suma libertad. La gracia de Cristo eleva hasta
su punto culminante la libertad del hombre, haciéndola capaz del diálogo de amor
con Dios. En la libre aceptación del don mismo de Dios llega el hombre a su
plenitud como persona; precisamente en esta aceptación se entrega él mismo al
amor de Dios y en esta entrega cumple su decisión personal suprema. Es el acto
más personal, insustituible e íntimo del hombre en el sagrado secreto de su
conciencia, «donde él se encuentra a solas con Dios, cuya voz resuena en su propia
intimidad» -@6.
Como Cristo vivió la decisión fundamental de su existencia en el diálogo inmediato
con Dios, su Padre, el cristiano vive la opción radical de su fe en el diálogo personal
con Cristo. La unión con Cristo mismo tiene en la fe la prioridad absoluta; pero
exige por sí misma la adhesión a la iglesia. La unión personal con Cristo y la libre
incorporación a la comunidad eclesial no son idénticas; la primera funda y exige la
segunda. La fe en la iglesia supone la fe en Cristo, quien es el fundamento
definitivo de la fe; pero sin la adhesión a la iglesia no realiza el creyente plenamente
(en la totalidad humana de su ser corpóreo-espiritual) su unión interior con Cristo
37. La sumisión del cristiano a la iglesia visible tiene, pues, la misma interioridad
de
libertad radical, que implica su diálogo personal con Cristo; el creyente acepta la
iglesia, porque en la soledad de su decisión personal se entrega a Cristo y para
cumplir en su plenitud esta entrega. Las leyes de la iglesia no son, pues, en último
término, una imposición externa, porque la aceptación misma de la iglesia tiene
lugar en aquella interioridad de¡ diálogo con Cristo, en el que intervienen
únicamente la palabra y el Espíritu de Cristo; la ley definitiva de¡ cristiano (y en este
sentido la ley única) es la ley del amor a Cristo, que excuye toda exigencia que no
sea la exigencia misma del amor. La unión personal con Cristo en el nivel más
profundo de la libertad constituye la componente permanente y fundamental de la fe;
toda la existencia cristiana recibe su sentido de la interioridad de esta relación
personal a Cristo por la fe: es una existencia que «se apoya en Dios», sostenida por
Cristo.
Fe ;, existencia cristiana 97
y sostenida por él: en el sufrimiento por Cristo vive el hombre su fe como don de
Cristo 38.
La decisión de la fe alcanza su interioridad suprema y su autenticidad absoluta
por la aceptación de la muerte en la sumisión y el abandono filial a Dios como
misterio de amor en Cristo. La presencia de la muerte suscita en el hombre la
experiencia de su pobreza total (de su nada creatural), de su impotencia de salvarse
dentro del horizonte intramundano y de su decisiva soledad personal; es una
invitación a «apoyarse en Dios» y abandonarse totalmente a él en el «acto total» de
su existencia. La aceptación de la muerte como llamada de Dios implica el más
auténtico acto de fe, porque en ella no tiene el hombre otro apoyo que la palabra de
Cristo y lleva a su cumplimiento definitivo su entrega confiada a la gracia de Cristo:
al perder definitivamente su existencia en el mundo, funda en Cristo (por la fe) su
existencia más allá de la muerte. La presencia permanente de la muerte en la
existencia humana exige del cristiano la autenticidad de la fe en la aceptación
permanente de la muerte, como plirticipación en el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo.
4. Elmensajecristianotienecarácterexistencial,porqueexpresa el acto
absolutamente imprevisto de la gracia de Dios, cumplido y revelado en la existencia
de Cristo, y porque da a conocer al hombre su situación existencias de pecador,
llamando a la intimidad filial con Dios; por eso su aceptación puede tener lugar
solamente en la decisión existencias que se llama fe.
No es una decisión pura a la manera kierkegaardiana311. El hombre debe poder
justificar de algún modo ante su propia razón su decisión irrevocable de creer; debe
controlar, no la palabra misma de Dios (cuya única posible justificación es ella
misma), ni el acto mismo de fe en cuanto está fundado por la palabra de Dios y
sostenido por su gracia, sino únicamente su propia opción libre de creer. En la
decisión de la fe el creyente no puede renunciar a las exigencias fundamentales de
su libertad humana, que le prohiben tomar o mantener esta decisión fundamental sin
conocer suficientemente las razones que la justifican; debe, pues, poder discernir si
su llamada a la fe es una persuasión meramente subjetiva (una ilusión) o más bien
una real¡
dad. Para ello necesita de los «signos», que manifiestan el origen divino del
cristianismo, y de un conocimiento de los mismos (por más rudimentario e implícito
que sea) 40.
Pero el acto de fe no es la conclusión de una demostración racional. Las razones
para creer garantizan al hombre solamente la rectitud humana de su decisión de
creer. La teología no ha puesto de relieve que los «signos de credibilidad», son
signos del miyterio dc' la revelación divina, y, por consiguiente, no solamente no
eximen de la decisión de la fe, sino que la exigen; por su mismo carácter de signos
de la palabra de Dios invitan el hombre a trascenderlos para apoyarse
definitivamente en el misterio mismo de Dios en su palabra. Porque la palabra
divina es en sí misma misterio, el misterio de Dios que por sí mismo se manifiesta
como Dios; es la palabra que se justifica por sí misma como absolutamente digna de
ser creída y exige ser aceptada como tal. El hombre puede comprender que, si Dios
habla, tiene que hablar como Dios (es decir, con la exigencia absoluta de ser creído
solamente porque él es quien habla), y que en su respuesta a la palabra de Dios debe
creer ante todo que Dios ha hablado; pero la majestad trascendente de la palabra
divina, que lleva en sí misma el fundamento de su absoluta credibilidad, no podrá
ser entendida, sino únicamente adorada por él' La fe cree ante todo su mismo
fundamento, a saber, Dios mismo que habla; no es un salto en el vacío, sino en el
misterio mismo de Dios como palabra4l. El misterio de la revelación divina,
fundamento de la fe, se identif-ica con el misterio mismo de la encarnación: como
palabra personal de Dios, a saber, la realización definitiva y cualitativamente
suprema de la revelación de Dios. Los «Signos» de Cristo son signos del misterio
de su filiación divina y de su misión salvífica; por eso ponen al hombre ante la
decisión existencia] de la fe: creer a Cristo j, en Cristo, i, en la fe recibir de él la
«vida eterna», que es él mismo. La certeza absoluta de la revelación de Dios en
Cristo no puede tener lugar sino en la misma decisión existencia] de la fe.
«E.@vivten(-ia en laf¿,» quiere decir eyistenciafundada en el misterio de
lapalabra de Diospor Cristo. La decisión de la fe tiene su definitiva profundidad
existencia] en este «apoyarse en el Otro», a saber, en el misterio inefable de la
gracia de Dios revelada en Cristo. El hombre siente miedo ante la llamada de su
conciencia a entrar en el misterio de la palabra de Dios, a vivir «en la fe sola», en
último tém-iino, «en
Fe i- existencia cristiana 99
solo Dios». Por eso el hombre vive la fe como riesgo y prueba, como la
«ientación» fundamental de su libertad. Es una decisión en la que se juega el todo
por el todo 42: renuncia a toda seguridad lograda por sí mismo y se abandona al
misterio de Dios en Cristo.
El acto de fe es un misterio para el mismo creyente 43, un misterio vivido por él
en l@i decisión misma de la fe: el creyente se vive a si mismo en comunión de vida
y diálogo personal con Dios. Es el misterio de la cere@inía de Dios en su palabra,
Cristo, y de la intimidad con él: es la experiencia inefable de la autocomunicaci¿)n
de Dios en sí mismo y del cumplimiento de la misma en la aceptación del hombre
vivida como don del mismo Dios. Es el encuentro del misterio del Absoluto como
palabra y gracia con el misterio del hombre como
sp ritlillid
Ie@ Re@ ¡si,¡ de E i id 26 (1 967) 367-381
49. Jn 13, 12-17; U 22, 26-27; Gál 5. 6.13- Ef 5, 1-2@ Flp 2, 5-9-
Esta es según san Pablo la fe, que recibe el don de la justificación: lafe viva, que
obra por el atnor al servicio de los hermanos 52. La fe paulina no excluye las
obras, sino que las incluye como acabamiento de sí misma; excluye la
autosuficiencia del hombre, que se «gloria» en sus obras y pretende poder salvarse
por su observancia de la ley: el creyente no es justificado ni salvado por lo que ¿I
hace, sino por lo que recibe de Dios en Cristo 53.
La primera carta de san Juan señala con fórmula enérgica cuál es la fe, que da el
conocimiento del Dios de la gracia: quien ama (a los hombres) conoce a Dios:
quien no les ama, no le conoce 54. Solamente en el amor de Dios, cumplido en el
amor de los hombres, logra la fe su plenitud como fe; solamente en esta fe recibe el
hombre va desde ahora «la vida eterna» 55.
La acción del cristiano no debe ser considerada como mera expresión o resultado
de su fe, ni como complemento de la misma, sino como su auténtico cumplimiento:
el hombre no acepta plenamente como hombre (en la totalidad-unida de su ser
corpóreoespiritual) la palabra de Dios, sino en su acción. La fe no es una decisión
puramente interior, sino una decisión plenamente humana; las obras la constituyen
como sumisión total del hombre a la gracia de Dios en Cristo. La consideración de
las obras como mera consecuencia y manifestación de la fe se funda en una
deficiente antropología; se olvida que el hombre se hace progresivamente por su
acción en el tiempo y que su acción actúa su estructura fundamental de «espírituen-
el-mundo» y por eso implica esencialmente la realización de su libertad en la
vinculación con los hombres y el mundo, que su corporeidad le impone. Como
asentimiento real al mensaje cristiano, la fe incluye la realización del mensaje en
la existencia; como conf tanza en la gracia de Dios por Cristo, implica el amor y la
sumisión filial cumplidos en las obras: solamente en el amor es auténtica la
conflanza en la palabra salvífica de Dios y solamente en las obras llega el amor a
su autenticidad.
52. Gál 5, 6.13: 1 Tes 1, 3; Ef 2, 10. «Selon la doctrina constante de Paul, la foi
demeure le príncipe de Justifica et du salut, r-,iais une foi "si;e". C'est-á-dire qui
opére au moyen de l'amour» (S. Lyonnet, Les Epitres de S. Paul aux Galates, aux
Romains, Paris 1959, 38. Cf. H. Schlier, Der Briefan die Epheser, Düsseidorf
1962, 115-118). «Le contexto indique donc de donner á iípyov le sens de
prestation réelle et effective, d'acceptation dans les faits, dans le pensée, la vie,
dans toute l'activité, de J¿sus-Christ, de son message et de ses exigences» (B.
Rigaux, Les Epítres aux Thessaloniciens, Paris 1956, 352. Cf. H. Schürmann,
Der erste Briefan die Thessalonicher, Diisseldorf, 1965. 35).
53. Rom 3, '2-241 4, 2-5. 13-211 9. 6-22i Gál 2. 16-22@ 3, 22.26: E¡ 2, 9: 1 Cor
4, 7@ Flp 2, 13; 3, 3.
decir, a su renovación interior por el Espíritu de Cristo. Como es Dios mismo quien
gratuitamente justifica al pecador, es él quien crea en el hombre la fe como
aceptación de su palabra de reconciliación. Solo Dios por Cristo justifica y salva: la
fe, en la que el hombre recibe el don de la justificación, pertenece al «ser-
gratuitamente-justificado» del hombre. La totalidad de la «salvación-por-la-fe» es
don de DIOS 59. La fe es el fundamento de la justificación, porque ella misma es la
gracia fundamental: el hombre recibe la fe en la fe.
Finalmente, porque la experiencia de la fe es radicalmente experiencia de recibir el
don absoluto de Dios en Cristo. En el acto mismo de creer, vive el hombre su fe
corno vida de Cristo en ¿I: vivir en la fe
Y, sin embargo, hay que reconocer que el Vaticano 11 presenta varias indicaciones
importantes para una profundizaci¿)n de la temática teológico de la fe. Ante todo,
porque el concilio ha renovado el concepto de la revelación como automanifestación
de Dios en Cristo, poniendo de relieve su dimensión salvífica, su estructura
indivisible de «acciones y palabras», su culminación definitiva en el acontecimiento
total de Cristo, «mediador y plenitud concepto fundamental de la revelación reclama
una reflexión ulterior sobre la conexión entre revelación y salvación, y entre ambas
y el de toda la revelación» 1. Este
1 - Concilio Vaticano 11, Consi. De¡ P'erbum, n. 2-4, 6-7. 13. 17. 24.
2. Ibid., n. 4.
3. Ibid., n. 5; Decl. Dignitatis humanas, 10.
]lo Perspectivas para i-a teología sobre la jé
a
fidelidad al dato bíblico, el concilio presenta la fe corrió
í
e 't
re' s
f
de
0 e
acct@
Espíritu.
a
2. Para la comprensión teol¿)gica de la fe es de i fe
6. Cf. PL. 35, 1631; 38, 365. red¿,t('91'('7. Cf. Vat. 11, Const. De¡ Verbuni, n.
1: Luliieti geiiíiuni, 8@ Decr. t@nitati,@
i i<@, n. 2,
3. Desde hace unos cuarenta años, la teología católica se ha dado cuenta del
«cristocentrismo» de la revelación y de la fe: todo contenido concreto, revelado y
creído, se refiere en último término a Cristo. Más que un descubrimiento, era una
vuelta a la perspectiva ya presente en la teología patrística y en la medieval, pero
que desde el siglo XIV se había hundido en el olvido. El Vaticano 11 se la apropió
plenamente y desde entonces ha adquirido la importancia de principio hermenéutica
primordial 1 1.
Pero la teología católica no ha prestado todavía la debida atención a la estructura
«cristológica» de la fe, que la caracteriza precisamente como cristiana: Cristo no es
solamente centro de la fe, sino también y principalmente su fundamento formal.
Desde el siglo XIII, la fórmula tomista «Deus, Veritas Prima» (verdad fontal de su
credibilidad trascendente) había permanecido intacta como expresión teológico del
fundamento de la fe, sin tener en cuenta la autorrevela-
revelador de Dios: pero este dato primario del cuarto evangelio no ha sido
suficientemente integrado en la retlexión teológico sobre la fe: no se ha
profundizado en la conexión (tan vigorosamente subrayada por
S. Juan) entre la cristología y la teología de la revelación y de la fe 13. 1 1 - Cf.
Vaticano II, Const., De¡ Verbwn, n. 3-4- 7. 17. 24; Gaudiwn et spes, n. 45;
Decr. Un itat is redúuegrat ¡o, n. 1 1.
12. Cf. J. Alfaro, Supernaturalitas lidei se(unduni S. Thomam. Gregorianum
(1963)
501-514.
13. Cf. R. Schnackenburg, Das Johannesevangelium 1, Freiburg 1965.
114 Perspectivas para una teología sobre la fe
nación suprema de Dios a Cristo (la autodonación que lo constituye Hijo de Dios)
y en Cristo a la humanidad (adopción filial).
En su ultimidad, la promesa de Dios en Cristo es la palabra definitiva de Dios y
su amor supremo en el don de su Hijo.
En el acto de dársenos en el don de su Hijo, Dios ha dicho su palabra última
como palabra de salvación y ha empeñado su fidelidad en su promesa definitiva.
Glosando un texto admirable de san Juan de la Cruz 17, se podría decir: una vez
que Dios nos ha dado su propio
Hoo, no le queda otra palabra que decirnos, otra promesa que hacernos, otro
don que darnos.
La unidad del acontecimiento de Cristo es la identidad de un acontecimiento
indivisible (único e irrepetible, por absolutamente supremo), que se llama
revelación en cuanto manifestado en la historía, se llama promesa en cuanto
anticipación y garantía de la plena salvación venidera, y se llama amor en cuanto
originado en la gratuita y suprema autodonaci¿)n de Dios.
La respuesta del hombre refleja esta totalidad-unidad del acontecimiento de
Cristo en la implicación existencias de la fe, esperanza y caridad.
A la autorrevelación de Dios en Cristo corresponde la dimensión confesional-
cognitiva de la fe, como afirmación de la realidad del acontecimiento de Cristo
(credere Christum: Cides quac); pero la fe implica también esencialmente la opción
libre de creer, en la que el hombre se entrega a sí mismo, se contra y se da a Dios en
Cristo 1 (credere Christo: fides qua): la opción de la fe no puede ser sino opción de
esperanza y amor. La confianza aparece así como constitutiva tanto de la fe, como
de la esperanza y del amor.
A la promesa de Dios en Cristo corresponde la dimensión propia de la esperanza,
como espera de la salvación venidera. Pero la esperanza incluye también
esenciahnente la confianza y el deseo de la plena comunión de vida con Dios, y por
eso implica en sí misma la fe y el amor.
Al amor de Dios en Cristo corresponde la autodonación del hombre en el amor,
que incluye el abandono fiducial de sí mismo al Dios-Amor, y por eso conlleva la
confianza inmanente en la fe y en la esperanza.
Es pues la confianza el vínculo que une vitalmente la fe, la esperanza y la caridad
cristiana: la confianza, que es precisamente la dimensión de la existencia cristiana,
que se caracteriza como reconocimiento de la gratuidad absoluta de la revelación,
promesa y amor de Dios en Cristo, es decir, de la gracia como gracia.
En su mutua inmanencia vital, la fe, esperanza y caridad no son sino aspectos
diversos de una sola actitud fundamental, radicada en el amor: creer, esperar y amar,
es, en el fondo, confiarse, abandonarse, darse a la gracia de la autocomunicación de
Dios en Cristo. La fe mira hacia la realidad ya cumplida en el acontecimiento de
Cristo: la esperanza mira hacia la plenitud de la salvación venidera: el aspecto
propio de la caridad es el presente de la comunión de vida con Dios, que se cumple
en el amor del prójimo.
18. La frase del Vaticano 11, «se totum Deo comnzitiit» (De¡ I'erbum, 5) dice
con el mismo verbo que en la fe el hombre se da i- se abandona a Dios.
19. Para una presentuci¿)n más analíticas y amplia del pensamiento de san Pablo
sobre el binomio «justificaci¿)n-fe», remito al lector al capitulo IV de rni obra
Esperan-a @,risliana j@ liberación del hombre, Barcelona 1971.
lis Perspectivas para una teología sobre la je
fe sobre sí misma: una reflexión que tendrá que abordar una serie de cuestiones
fundamentales:
a) Lacuestióndelsentidodelavidahumana,queseimponepor sí misma al hombre y
hace de él un ser radicalmente cuestionado. El análisis de las dimensiones de la
existencia humana conduce a la pregunta decisiva: ¿el sentido de la vida humana se
agota dentro del horizonte cerrado de la relación «mundo-hombre-historia», o lleva
en sí mismo «signos de trascendencia» de la apertura a un «plus» de gratuidad
absoluta, al don de una plenitud definitiva y metahistórica? Solamente partiendo de
las experiencias existenciales fundamentales se podrá mostrar la apertura del
hombre a una revelación de Dios, que tenga lugar en la historia y trascienda la
historia. La primera cuestión para una teología de la fe será pues la cuestión
antropológico-filosófica del sentido último de la existencia humana; se hace así
visible la necesidad de la filosofía para la teología de la fe.
5
Teologia, filosofía y
ciencias humanas
y suficientes para distinguir la teología de toda otra actividad del espíritu humano,
en la esperanza de que las diversas concepciones de la teología puedan reconocerse
en esta descripción. Lo primero y decisivo en la teología es laj@, no solamente
como presupuesto, sino como actitud permanente que dirige todo el pensar
teológico: la fe en su totalidad indivisa de «fides qua» y de «fldes quae», es decir,
como opción personal y como creencia (contenido). La teología no prescinde de la
opción de la fe, sino que es vitahnente impulsada por ella «<intencionalidad de la
fe»): el teólogo piensa como creyente, a saber, actuando la opción de su fe y dentro
de la experiencia totalmente singular de la fe. La reflexión teológico versa sobre el
contenido de la fe, a saber, sobre el acontecimiento de la revelación de Dios en
Cristo, tal como ha sido expresado en la sagrada Escritura y es trasmitido por la
comunidad eclesial (aquí se encuentra el teólogo católico ante el magisterio como
concreción normativa de la fe eclesial). La teología está pues referida a un
acontecimiento determinado (que de algún modo ha tenido lugar en la historia), a su
expresión en un mensaje concreto (contenido y lenguaje) y a su comprensión-
interpretación por la fe de la iglesia (tradición). La teología trata de llevar al campo
de la reflexión conscientemente metódica la comprensión precientífica, que la fe
tiene de sí misma en su doble inseparable dimensión de «Fides qua» y «Fides
quae»: es la fe, que se pregunta sobre sí misma y busca la inteligencia de sí misma.
Es reflexión humana con todas las exigencias de rigor crítico y metodológico
(carácter «científico» de la teología); pero reflexión informada permanentemente por
la «intencionalidad de la fe». «Fides quaerens intellectum (su¡»>, tal parece ser la
mejor descripción de la teología: la fe que reflexiona radicalmente sobre sí misma,
poniéndose las preguntas últimas sobre su opción y su contenido: la fe a la búsqueda
total de sí misma, a saber, sobre las condiciones necesarias para que sea inteligible
como «fides qua» y «fides quae». Una búsqueda orientada por la fe a una creciente
comprensión y realización de la existencia cristiana, y al servicio de la comunidad
eclesial.
Tampoco los filósofos están de acuerdo en la definición de la filosofía. La historia
muestra que cada uno de ellos la ha definido dentro de su propia filosofía, de su
cuestión filosófica fundamental y de su propio método (Aristóteles. Kant. Hegel.
Heide£!ger)2. No se puede det'inir la filosofía sino filosofando, como lo ha notado
P. Tillich: «La dificultad de toda discusión sobre la filosofía en cuanto tal está en que
cada definición de la filosofía expresa el punto de vista del filósofo que da la
definición. Sin embargo hay una especie de acuerdo pref-tlosófico sobre el sentido
de la filosofía, y lo único que se
5. DS. 3017.
6. K. Rahner, Filosofía y, teología, en Sacramentum mundi I 1206.
7. Cf. H. Bouillard, Karl Barth. Parole de Dieu et existence hwnaine, ti, Paris
1957,
100-1 12; L. Malevez, Histoire du salut et philosophie, Paris 1971, 73-102; J.
Alfaro, Cristología.y, antropología, Madrid 1973, 290-307.
128 Teología, filosofía j- ciencias humanas
9
la revelación y la gracia la exigen e implican en nombre de su misma
trascendencia e inmanencia. Lo permanente e insustituible humano es condición
trascendental de posibilidad de la divinización del hombre (gracia de Cristo,
revelación, fe).
13. Ibid.,Constilu(iónáobrelaiglesiaenelniundoa£tual,n.44.57.62:Decretosobre
la a¿-tividad misionera de la iglesia, n. 22@ Decreto sobre lajórmación
sacerdotal, n. 15-16.
Teología, filosofía y, ciencias h-anas 135
Hay indicios (falta una información completa) de que la formación filosófica, que
reciben los estudiantes de los centros teológicos, es muy débil y de que no pocas
veces la unificación en un mismo programa de las disciplinas teológicas y filosóficas
ha sacrificado las exigencias y el método mismo de la filosofia. ¿Nck se corre así el
riesgo del biblicismo y del positivismo teológico, y (lo que es más grave) de el
ateísmo de nuestro tiempo ¿no es hoy un larvado fideísmo? Ante
17. Cf. F. Russo, Les scien¿-es devant f athéisme: Seminarium 12 (1972) 922-934.
138 Teología, filosofía y ciencias hwnanas
social, que tiene una historia, y por consiguiente no puede sustraerse al análisis
sociológico. Estas observaciones muestran la importancia particular de las ciencias
humanas para la teología. Sin ellas no es posible saber qué es el hombre en su
dimensión personal (conciencia) y social, y por consiguiente comprender las
estructuras humanas de la revelación, de la fe, de la existencia cristiana y de la
misma iglesia. La necesidad de recurrir a las ciencias humanas se ha impuesto
obviamente en las cuestiones de la praxis cristiana (teología moral y pastoral).
Basta citar un ejemplo: la solución de los graves problemas de la ética matrimonial
exige tener en cuenta los resultados de toda una serie de ciencias humanas:
demografía, biología, psicología, condicionamientos económicos, contexto
sociológico, ciencias de la educación, etc. Pero sería un error limitar a este campo
la importancia de las ciencias humanas para la teología. Es ante todo la teología
sistemática (fundamental y dogmática) la que necesita tomar contacto con las
ciencias humanas, especialmente con el análisis del lenguaje, con la «psicología del
profundo» y con la sociología.
a) El «positivismo I¿)gico», que tiene sus orígenes en G. F. Moore y B. Russell,
y se desarrolla en el llamado «Círculo de Viena», busca en el análisis lógico y en la
verificación empírica del lenguaje la base ideal para todo conocimiento. Se intenta
así, a través del análisis del lenguaje, liberar la mente humana de todo «hechizo»
( Verhexung), a saber, de todo lo que las proposiciones contienen de noverificable:
no decir nada, s¿no aquello que se puede decir: sobre todo aquello de lo que no se
puede hablar, se debe callar. Pero ya el «primer» Wittgenstein (el del Tractatus
logico-philosophicus) admite implícitamente que puede darse un lenguaje capaz de
expresar de algún modo «lo místico», «lo inefable» (la pura facticidad de lo real): un
lenguaje diverso del lenguaje científico, pues éste puede decir solamente cómo es el
mundo. El «segundo» Wittgenstein (el de las Philosophi'sche Untersuchungen)
añade algo nuevo e importante: es preciso tener en cuenta no solamente el
significado de las palabras, sino también su empleo concreto en los diversos
contextos posibles: cada afirmación tiene su propia lógica. El mundo se nos da
siempre dentro d. la interpretación del lenguaje corriente. El lenguaje es una
actividad humana, que tiene lugar en diversos contextos de situación y acción: es
una «forma de vida». Por eso, según los diversos contextos vitales, el lenguaje
sigue reglas diversas, que deben ser analizadas según el uso del lenguaje en
determinadas situaciones. Las palabras y las proposiciones son «acciones de
hablar», cuya diversa función implica un significado múltiple. Es pues posible una
pluralidad de lenguajeS21.
Nadie (ni Feuerbach, Marx o Nietzsche) ha hecho una crítica tan radical de la
religión como Freud. En la afirmación religiosa se esconde la estrategia de «la
omnipotencia del deseo», que crea «la nostalgia del Padre». Es una ilusión que
proviene del deseo de reconciliación (culpabilidad) y consolación, y renuncia a ser
confirmada por la realidad: el Padre es la sublimación del deseo, que lo crea para
apoderarse de él y sustituirse a él («super-yo»). Freud ve el origen de la religión en
una neurosis represiva infantil, que un día desaparecerá. El hombre dejará de ser
niño en la medida en que comprenda que no le queda otra salida que la conversión a
lo finito, y tenga el
28. Habria que señalar, entre otras, las obras siguientes: A. Mclntyre,
Metaphy@sical Belieí' London 19571 E. L, M@tsc@ill, Wor(1,@ and image,v
London 1957: D M, High, Language, persons and b(,Iitf, New York 1967@ W.
Horden, In @speaking ofgod, New York 1964; A. Martin, The new dialogue
betvteen philosophj@ and theologi@, New York 1966; 3. Mac-Quarrie, God-Talk.
El análisis del lenguaje j@ la lógica de la teología, Salamanca 1976; J. E. Smith,
E-Yperience and God, New York 1968; R. W. Jenson, The knolt,ledge of thinks
hoped.f¿)r. The sense of theological discours, New York 1969.
29. En el campo católico merecen una mención especial los escritos de J.
Ladriére, L'arti(-ulation du sens, Paris 1970@ La théologie et le langage de
rinterprétation. Rev, Théol, de Louvain 1 (1970) 241-261.
30. Cf. J. M. Pohier. Fn el nombre del Padre, Salamanca 1976, 15 ss.
la cuestión de la relación de la teología con las ciencias 38. ¿No tiene esta omisión
carácter sintomático, es decir, no delata que la teología católica actual en su
conjunto no ha tomado aún conciencia de la importancia de las ciencias y del
conocimiento científico en la cultura de nuestro tiempo y de la instancia que este
hecho representa para la comprensión de la fe? Hay por otra parte indicios claros
de que esta conciencia se está despertando. Me limitaré a señalar dos de ellos. El
nuevo léxico teológico Sacratnentwn mundi presenta toda una serie de artículos, en
los que se discute el problema de la relación de las ciencias en general, y de las
diversas ciencias humanas en particular, con la fe y la teología 39. La revista
internacional Concilium está abordando programáticamente (desde el año 1971) los
temas teológicos desde el punto de vista interdisciplinar.
38. El lugar adecuado para este problema hubiera sido el capítulo 6 del volumen
1: Die Weisheit der Theologie durch den Weg der Wissenschaj! (G. Sóhngen:
Mjsierium salutis 1 [Einsiedeln 19651 791-905). En este amplio y valioso estudio
hay solamente tres escasas páginas (946-949), en las que se señalan apenas algunos
aspectos fundamentales del problema.
39. Cf. Sacramentum mundi 1.
6
Hacer teología hoy
gica.
Impulsada por estas orientaciones primordiales, la teología se ha abierto
decididamente a la cultura y a los problemas actuales de la humanidad. La situación
histórica de la comunidad humana ha
148 Hacer teología hoy-
Madrid 1973.
14. Ex 20, 1-17; 22, 20-26; Lev 1-18. 32-35; Dt 5, 6-21; 10, 12-19; 24, 10-22.
156 Hacer teología hoy
15. Os 4, 1-2; 6, 4-6; 10, 12; Is 11, 1-5; 58, 2-10@ Jer 7, 4-7. 23; 22, 16. Cf. G.
Botterweck, Gott Erkenntti ¡m Sprat,hgebi-auth des A. T., Bonn 1951, 43-56. 66.
981 J. Lindblom, Prophec-i@ in ancient Israel, Oxford 1962, 340-349
Hacer teología hoy 157
16. Cf. F. Mussner, Der Galaterbrief, Freiburg 1974, 351-354; H. Schlier, Der
Brief an die Epheser, Düsseldorf 1962, 115-118; B. Rigaux, Les Epitres aux
Thessaloniciens, Paris 1956, 362-363.
17. Cf. C. Noyen, Foi, charité, esperance et connaissance, Louvain 1972, 30-36.
1 S. Cf. C. H. Dodd, The Johannine Epistles, London 1965, 107-1 1 0; 1. de la
Potterie,
7
En torno a la teología
de la liberación
1. Una mirada retrospectiva al período posconciliar permite constatar que en la
iglesia está surgiendo y creciendo la conciencia del compromiso cristiano por la
justicia; quizás sea este hecho el más significativo del cristianismo actual. Hay que
reconocer el influjo decisivo que a este respecto han ejercido los documentos del
magisterio eclesial desde el Vaticano 11 hasta nuestros días, que por primera vez
han presentado expresamente los fundamentos teológicos de la indispensable
exigencia, auténticamente cristiana, de la justicia (a nivel personal y social) y del
cambio de las estructuras socio-económicas hacia formas nuevas de una creciente
participación comunitaria en los bienes del mundo, creado por Dios para el hombre
y transformado por el trabajo humano. El compromiso cristiano implica
necesariamente (en las situaciones históricas de injusticia) comprometerse por la
liberación de los oprimidos por la injusticia. Al fundar la exigencia de este
compromiso en la revelación y en la fe cristianas, el magisterio ha reconocido
implícitamente la legitimidad de una reflexión teológico sobre la liberación
señalando al mismo tiempo sus límites y riesgos
Es ya tanto y tan importante lo que el magisterio ha dicho sobre el compromiso
cristiano por la liberación de los oprimidos (opresión económica, social, política,
religiosa, etc.), que cabe preguntarse si la teología puede todavía aportar algo nuevo
sobre el tema. Pero es bien sabido que las enseñanzas del magisterio son a la vez
punto de llegada
1. Cf. Gaudium et spes, n. 12. 22. 24-32. 38-42. 63-72; Populorum progressio
(1 967); Octogesima adveniens (1971); Evangelii nuntiandi (1976). Synodus
Episcoportun, De ¡ustitia in mundo (1971); Laborem exercens (1981). En sus
viajes apostólicos el papa ha vuelto con insistencia sobre el tema de la justicia desde
el punto de vista cristiano. Merecen especial mención sus discursos en Puebla,
Asamblea del CELAM, y en Monterrey (México), en la Asamblea General de la
ONU, en la barriada obrera de St-Denis (Paris), en Sáo Paulo (Brasil) y en Bacolod
City (Filipinas).
162 En torno a la teología de la liberación
4. Gaudium et.@pes, n, 4.
5. Cf. Documento del CELAM en Puebla (1979), primera parte, cap. 111.
164 En torno a la teología de la liberación
Pero el reino es para Jesús el «reino del Padre», de «su Padre» (Mt 6, 10. 33; 20,
23; 25, 34; 26, 29; Le 22, 29). Aquí se descubre otro dato fundamental del Jesús
histórico: la experiencia de su relación filial a Dios, es decir, de Dios su Padre. Una
experiencia exclusivamente suya y absolutamente nueva, en la que Jesús vivió su
unión, cualitativamente única, con Dios: entre Dios y él hay un vínculo de
comunión, que no ha sido dado a ningún otro hombre. En la actitud filial ó
expresada por el «Abba», que es el alma de su plegaria, de su mis¡ n y
Jesús sobre los pobres: Jesús se refiere a los que padecen realmente la pobreza, y
anuncia que Dios, en el acto salvífico de su reino, va a actuar su poder soberano en
favor de los desamparados y oprimidos.
Las bienaventuranzas sobre «los que tienen hambre y sed de justicia», «los que
padecen persecución por la justicia», no se refieren exclusivamente a la actitud del
hombre ante la gracia de Dios, sino también al cumplimiento de la justicia entre los
hombres (Mt 5, 6. 1 0; 6, 33).
Apropiándose las palabras de Is 61, 1 (Le 4, 18), Jesús afirma que ha sido enviado
a anunciar la buena nueva a los pobres y la liberación a los oprimidos. Más aún: se
identifica de tal modo con los pobres y marginados que la opción «con él o contra
él» (Le 11, 23) se realiza concretamente en la conducta de ayuda o de desinterés
ante los desheredados del mundo: «lo que hiciereis a uno de estos hermanos míos, lo
hacéis a mí mismo» (Mt 25, 34-45; cf. Is 58, 6-7).
Las enérgicas palabras de Jesús sobre los ricos iluminan su actitud y su mensaje
sobre los pobres: «¡Ay de vosotros los ricos!» «Nadie puede servir a Dios y al
dinero»: «Es más fácil que un camello pase por el hueco de una aguja que a un rico
entrar en el reino de Dios» 9.
El mensaje de Jesús presenta una coherencia y una radicalidad asombrosa: Dios,
su Padre, Padre de todos los hombres y, por eso, todos hermanos: «uno es vuestro
Padre» y «todos vosotros sois hen-nanos» (Mt 23, 8-9). El reino, acto supremo del
amor del Padre, y por eso exigencia absoluta de amor fraterno y de justicia (Mt 23,
23); un reino y una exigencia, que se personifican en el mismo Jesús: «por el reino»
y «por mí» son lo mismo. Toda la ley se condensa en el amor de Dios y en el amor
del prójimo, inseparablemente unidos (Me 12, 28-34; Mt 22, 34-40).
Quedan excluidas a la par la actitud de autosuficiencia ante Dios y de egoísmo ante
el prójimo. Jesús condena todo dominio del hombre por el hombre, toda opresión;
su actitud y la de sus discípulos debe ser la del amor y del servicio, del dar y del
darse a los otros (Le 22, 25-27; Me 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Hech 20, 35).
Jesús no fue un revolucionario político, ni recurrió a la violencia armada, como lo
hacían los celotes; su acción y su mensaje, esencialmente religiosos, se inspiraban
en la paternidad universal de Dios y en la fraternidad de todos los hombres 10.
Pero, por eso mismo, su actitud y su mensaje ante la injusticia y la opresión no fue
neutral: en nombre del Dios, Padre de todos, y de la justicia de su reino, Jesús
9. Le 6, 24-25; 16, 13-15; 18, 25; Mt 6, 24; 13, 32; 18, 25; 19, 24. lo. Cf, 0.
Culimann, Jesús i- los rei,olucionarios de su tiempo, Madrid 1973: M. Hengel,
Jesús Y, la violencia revolucionaria, Salamanca 1973; D. Flusser, Jesús en sus
palabras j- en su tiempo, Madrid 1975.
En torno a la teología de la liberación 169
i
expresa con las palabras. El mensaje cristiano perdería su credibilidad. En su
dimensión práxica la fe cristiana reclama el compromiso por la justicia 1 1.
La índole propia de la esperanza cristiana proviene de la originalidad de la
escatología cristiana en su dialéctica del «ya-ahora» y del «todavía-no»: la salvación
integral del hombre comienza ya en su existencia terrena, como anticipación de su
plenitud venidera (definitiva y metahistórica) en la participación comunitaria de la
gloria de Cristo resucitado. La esperanza cristiana (en su dimensión comunitaria) no
se refiere únicamente a la salvación en el más-allá de la muerte, sino también a la
salvación integral del hombre ya desde ahora en el mundo. La vida en este mundo
es para el cristiano, no solamente el tiempo de la decisión ante la salvación última
venidera, sino también de la inauguración del reino de Dios en el mundo como reino
de justicia y de amor, de participación de todos en los bienes del mundo creado por
Dios para todos y para ser transformado por el trabajo humano en beneficio de
todos. La proclamación de la salvación del hombre más-allá de la muerte, sin el
compromiso por una vida digna del hombre en este mundo, sería una deforinaci¿)n
del mensaje cristiano. Si el cristianismo proclama nuestra participación comunitaria
en una salvación última y metahistórica, pero iniciada ya ahora en el mundo. La
vida en este mundo es para el cristiano no solamente el dimensiones de la existencia
humana. Al hombre no se le salva con la mera promesa de un más allá feliz, sino
con la realidad tangible de la
1 1. Cf. Gaudium et spes, n. 43.
170 En torno a la teología de la liberación
con
Perjuicio de su trascendencia. Y es bien sabido que el prob] ema inmanencia-
trascendencia está presente en toda reflexión teológico, precisamente porque el
cristianismo es esencialmente autodonación de Dios al hombre en la historia, lo
divino en el hombre, lo metahistó rico en lo histórico, lo escatológico presente ya
en el tiempo y en el mundo.
12. Guadiuni et spes, n. 93; cf. Mensaje del (@onc-ilio, 20. 10. 1961.
1
implica presupuestos filosóficos inconciliables con la fe cristiana: ¿Es
sociedad y de la historia) de sus contenidos estrictamente sociológiposible decantar
en el marxismo su visión atea (del hombre, de la
cos? ¿Y cuáles son en concreto estos elementos? Si no se aclara previamente esta
cuestión, se corre acrítica de conceptos con el resultado de una teología ambigua. el
riesgo de una trasposición
Concretando más esta cuestión: ¿se puede adoptar el concepto de «lucha de clases»,
que el marxismo comprende dentro de una escatología puramente inmanente y de
una visión colectivista del hombre, e insertarlo sin más en el contexto radicalmente
diverso de la escatología y de la antropología cristianas? ¿Se puede hablar de
«revolución», sin explicitar los caracteres originarios de una revolución cristiana, sin
especificar las condiciones y los medios que impone o excluye la ¿tica cristiana?
¿-,se puede asumir el mesianismo proletario y. consiguientemente, la dictadura del
proletariado? ¿se puede pasar por alto el hecho elocuente de que las «revoluciones»
marxistas han desembocado en la dictadura totalitaria, es decir, no en la liberación
del hombre sino en un tipo nuevo de opresión? ¿cuando se habla de «opción por el
socialismo», se precisa debidamente el concepto (hoy día tan multiforme) de
«socialismo»? Es decir, -se piensa en el monopolio estatal
(1
de los bienes de producción, o simplemente en una parcial disminu-
172 En tomo a la teología de la liberación
En torno a la teología de la liberación 173
comunidad de sería más concreto y práctico tener en cuenta los diversos modelos de primer
plano el ser de la iglesia como pueblo de Dios,
evan
gelio
y de
la
situa
ción
cualquiera que sea 13. hoy día exigen
una revisión a la luz del
La ética cristiana representa un ideal de justicia y libertad, que no
actual del mundo. El papa Pablo VI ha pronunciado palabras graves
la iglesia se
libere de las
estruc
puede sacrificar la una a la otra, sino intentar mantenerlas en la
sobre la necesidad de que
s de
cas que ahora se hacen visibles como deformacione
la
generación
humana, caben opciones concretas diversas, que la teología debe ético para
dar a la iglesia su forma genuúia, en la que
Si, según el
Vaticano 11, los sacramentos son
Podemos olvidar la lección de la historia sobre la deformación del
actualizaciones
y participación en la misión
constitutiva de la iglesia de
que no está vinculado a ninguna política determinada.
proclamar el
mensaje cristiano y de testificarlo con la vida, con la praxis
del amor
cumplido en el
compromiso efectivo por la just
9. Junto a estos riesgos, la teología de la liberación presenta icia. Esta
dimensión
eclesial se pone
de relieve en el sacramento de
notables logros, El más importante es el de haber contribuido a la penitencia
y en la
-hom- eucaristía
Para comprender cómo se realizó concretamente el hacerse es por excelencia el
sacramento de la fraternidad cristiana:
ó el «pan partido»
simboliza efectivamente el «pan repartido». Por eso,
turas históri-
su carácter
174 En torno a la teología de la liberación
cristiano. No basta decir que toda teología del «más-allá», desconectada del «más-
acá», debe ser abandonada definitivamente como mutilación de la escatología
neotestamentaria. Es preciso reflexionar ulteriormente sobre la actitud ética exigida
por esta escatología: la del compromiso por el hombre, por la fraternidad y
participación humana ya ahora en el mundo, como anticipación efectiva de la
salvación plena por venir.
La antropología teológico tendrá presente que la salvación cristiana implica todas
las dimensiones de la existencia humana y les confiere un sentido nuevo, al
insertarse en todas y cada una de ellas; por eso no podrá pasar por alto ni la llamada
permanente del cristiano a la conversión interior, ni su compromiso por el cambio de
las estructuras mismas de la sociedad hacia una siempre mayor participación de los
hombres en todos los niveles del progreso humano. Tomará como su tarea propia la
de contribuir a la formación de un modelo nuevo de cristianos auténticos, de los
que, precisamente porque creen y esperan en Cristo, creen y esperan también en el
hombre, y se empeñan por un porvenir mejor de la humanidad en el mundo.
8
Escatologia hermenéutica
y lenguaje
necesarias para la validez del pensar y del hablar teológicos sobre el «ésjaton»
cristiano
Era ya sintomático la impostación de la escatología clásica como tratado acerca de
la cosas últimas, que delataba una propensión inconsciente hacia la cosificación de
realidades metahistóricas y hacia la reducción de la salvación cristiana a lo que está
aún por venir. Se trataba de una escatología pensada en categorías
«esencialispología dericientas», que ignoraba la historicidad del hombre (antro
te) y (lo que es más grave) había olvidado el concepto bíblico fundamental de la
historia de la salvación, y consiguientemente carecía de una teología de la historia y
de una filosocia del devenir histórico.
El resultado más negativo de estas deficiencias se concretaba en la imposibilidad de
captar el carácter propio del «ésjaton» cristiano en
e
uestión radical de la posibilidad de hablar con un lenguaje significativo sobre la
salvación cristiana, como «ésiaton» trascendente del hombre y de la historia; es
una exigencia perentoria de la filosofía analítica: ¿se trata de una cuestión
significativa al nivel mismo de cuestión, o de una trasposición acritica de las
posibilidades humanas de preguntar? ¿Podemos decir algo sobre lo «último»
venidero, que todavía no ha acontecido y por eso no se ha manifestado aún en sí
mismo, y en cuanto tal queda inaccesible a nuestro conocimiento? Y,
esperanza.
Será necesario buscar estos signos ante todo en el hombre mismo, como destinatario
de la gracia absoluta de la salvación venidera:
lenguaje sobre un «último» (de gracia) del hombre mismo y de la ¿Hay en el hombre
mismo algo que justifique la significatividad de un
historia?
esperanza.
Y como la vida humana está tejida de esperanzas concretas,
ankfurt 1959, 2.
cuanto tal, sin otro fin que el mismo devenir; devenir por devenir sería el sentido
último de la historia. La fuerza, que en último término empujaría incesantemente la
humanidad hacia adelante, no podría ser sino la fuerza fatal del destino: también en
este caso el hombre quedaría encarcelado en la fatalidad, en el no-sentido.
Parad¿>jicamente, plenitud inmanente y proceso inmanente indefinido de la historia
implican la derrota de lo humano y el no-sentido de la historia, porque olvidan el
primado de la esperanza-esperante de la humanidad como raíz última del devenir
histórico.
Y, entonces, el devenir histórico, en su estructura fundamental del desnivel
insuperable entre el inagotable esperar humano y todos los resultados intrahistóricos
logrados o por lograr, se revela como
5. Cf.J.Alfaro,Esperanzamarxistai-esperanzacristiola,enAntropologiaj-teologia,
Madrid 1978, 83-123.
180 Escatología hermenéutica y lenguaje
porvenir escondido.
Cuando, a partir del siglo VIII (a. C.) los profetas anunciaron la venida del «día de
YahVé» 8, de su acto salvífico definitivo, no por eso bió la situación dialogal entre
Yahv@ y su pueblo, sino que se hizo
cam
más exigente: el nuevo anuncio no era, en el fondo, sino la llamada a una esperanza
nueva y más radical en Yahvé. Los profetas no pudieron anunciar la alianza nueva y
definitiva, sino a la luz de su experiencia personal privilegiada de Yahvé
(experiencia de su gracia y de su palabra, comunión de vida) y de las intervenciones
salvíficas cumplidas ya por él: es decir, a la luz de su fe y esperanza, que se
expresan en el anuncio del «día de Yahvé», del que será por excelencia el día de su
poder salvador. Su mensaje ha sido fundamentahnente idéntico: en el desastre de la
nación, de la monarquía davídica y del templo (es decir, superadas las promesas
concretas del pasado) permanece siempre, y siempre nueva, la fidelidad de Yahvé y
su llamada a esperar en él por encima de toda garantía tangible (templo, monarquía,
nación). El porvenir nuevo y definitivo fue conocido por los profetas solamente en
su esperanza (ya presente), y solamente en esa misma actitud de creer-esperar en
Yahvé podía ser conocido por Israel. La nueva promesa de Dios anunciaba el
«ésjaton» definitivo, aunque no expresaba explícitamente su carácter trascendente.
Es particularmente significativo el hecho de que la fe explícita en una salvación
trascendente (resurrección de los muertos) no apareció
9. Sal 16, 1 0-1 1; 49, 16; 73, 25-28; Dan 12, 1-3.13; 2 Mc 7, 9-14. 23.29.35. Cf.
J. L.
Ruiz de la Peña, La otra dimensión, Madrid 1975, 85-97.
10. Mc 1, 14-15; 2, 10; 3, 23-27; 9, 22-24; 10, 48-52; Lc 4, 18; 7, 22; 10, 23-24;
11, 20; 16, 16; 17, 21; Mt 11, 1-8; 12, 25-28.
1 1. Mc 14, 25; Mt 6, 1 0; 26, 29; Lc 1 1, 2; 22, 18.30.
12. Cf. J. Jeremias, Abba. Elmensaje centraldelnuel,o testamento, Salamanca
1981,
1 1 3s.
Estamos sanados en la esperanza 14: esta frase de san Pablo expresa la situación
del cristiano, ya salvado por la muerte y resurrección de Cristo (y que ha recibido ya
el don del Espíritu, como principio vital y garantía de la resurrección venidera) y
todavía no llegado a la plena participación en la gloria de Cristo. El cristiano vive
entretanto de la experiencia presente de la «adopción filial», suscitada por el
Espíritu: la experiencia, traducida en esperanza, vive y capta anticipadamente la
plenitud de la salvación venidera 15.
que ser necesariamente cristológica; a saber, tendrá que expresar algo que
pertenezca al acontecimiento de Cristo y a la salvación cumplida tá toda ella en
esperar ya en él. La esencia de la esperanza cristiana es
que lo ya cumplido en Cristo, se cumplirá también en nosotros.
2. El «ésjaton» cristiano es Dios mismo, el Dios que ha venido ya en Cristo, que
está viniendo en el Espíritu de Cristo, presente en la iglesia, y que vendrá en la
donación-revelación plena de sí mismo. Es. pues, un «ésjaton» de gratuidad
absoluta, trascendente respecto a todas las posibilidades de la acción y de la
previsión del hombre en el mundo y en la historia. Por eso es un «ésjaton», que deja
abiertas todas las posibilidades de futuros concretos intrahistóricos (siempre
penúltimos). Por consiguiente, los enunciados sobre fenómenos futuros
intrahistóricos (que tendrían lugar dentro del tiempo y del espacio) no pertenecen a
la escatología. Ni pueden ser escatológicas las representaciones de orden físico (en
el fondo, espacio-temporales),
16. DS 150.
184 Escatología hermenéutwa y lenguaje
con las cuales se pretende decir algo significativo acerca del más-allá de la muerte y
de la historia. Tal lenguaje sería formalmente contradictorio, porque trataría de
atribuir fenómenos intrahistóricos a una realidad suprahistórica: crearía la ilusión de
trascender la historia, cuando en realidad no diría sino algo inmanente a la historia.
3. La iglesia naciente conoció el acontecimiento de Cristo, como el «ésjaton»,
en la experiencia del resucitado y del don de su Espíritu, en la experiencia presente
de una salvación anticipada, toda ella orientada hacia su plenitud venidera: es decir,
en la experiencia presente de la fe-esperanza. En esta misma experiencia de fe-
esperanza ha conocido la iglesia a lo largo de los siglos y conoce ahora la salvación
ya presente y venidera: el «ésjaton» cristiano no es accesible sino a la fe-esperante
(la esperanza está incluida en la «fides qua», y la fe, a su vez, en la «spes quae»), a
saber en la experiencia presente de «estar salvados en la esperanza»; no, por
consiguiente, en la actitud neutral de una mera previsión del futuro. Ya lo intuyó san
Agustín: «Cum autem bona nobis promissa futura esse credimus, nonnisi
sperantur»17 Esto quiere decir que el ya revelado «ésiaton» cristiano pennanece
siempre oculto, y captable únicamente en cuanto creído y esperado. Por eso no
pueden tener significado sino los enunciados escatológicos que hablan de lo por
venir partiendo desde el presente, y no viceversa: tales enunciados deberán hablar
del presente (y del pasado ya cumplido), en cuanto orientado por i;í mismo hacia lo
«último» venidero, del que el hombre no puede disponer ni siquiera con los cálculos
de su razón. En la medida, en que la fe-esperanza es sustituida por la previsión, se
convierte en mera espera del futuro, y el lenguaje sobre lo «último» cristiano deja de
ser significativo.
4. El «ésjaton» cristiano se ha revelado como plenitud de salvación ya cumplida
en Cristo, en todas las dimensiones fundamentales de su existencia humana (en su
relación a Dios, a los hombres, al mundo y a la historia), y como participación
venidera de los hombres en esta salvación integralmente humana, anticipada ya en el
presente de la fe-esperanza. Por eso los enunciados escatológicos no podrán tener
como contenido sino lo que se refiere a la salvación integral del hombre, anticipada
ya en el presente de la existencia cristiana integralmente humana; serán enunciados
fundados en la experiencia (precomprensión vivida) y en la comprensión refleja de
la existencia cristiana como fe-esperanza-amor. Por eso la escatología cristiana no
puede ser entendida como mera información adelantada sobre lo que pasará en lo
último por venir; tendrá que decir algo que tenga que ver con el creyente en el «aquí
y ahora» de su existencia en el mundo como existencia salvada, y que esté en
conexión con su salvación
9
La plenitud de la revelación cristiana:
su interpretación teológico
1. «Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos». Con
esta fórmula del concilio ecuménico constantinopolitano (año 381) 1 la iglesia ha
expresado, a lo largo de los siglos, su fe y esperanza en la venida última y gloriosa
de Cristo, como salvador y juez de la humanidad; es decir, en el acto final del
acontecimiento total de Cristo, integrado por la encarnación, muerte, resurrección y
glorificación «a la diestra del Padre». En evidente alusión a la primera venida de
Cristo, encarnado en nuestra condición mortal, se subraya que vendrá por segunda y
última vez en su condición glorificado. Estos dos aspectos de la venida última de
Cristo («de nuevo» y «con gloria») están señalados expresamente en el NT 2; la
fórmula conciliar refleja Fielmente la fe de la iglesia apostólica.
Los más antiguos escritos neotestamentarios testifican que las primeras
comunidades cristianas vivían de la fe en la resurrección de Cristo y de la esperanza
en su manifestación venidera y última. La proclamación del Resucitado como el
«Señor» y la invocación de su futura «venida» constituyen el núcleo originario de la
primera cristología 3. El título veterotestamentario de «Señor», que identificaba la
divinidad de Yahvé con su dominio sobre la historia y sobre la creación, es aplicado
ahora a Jesús resucitado como su nombre propio: él es el Señor de la historia y de la
creación: «para nosotros no hay sino un solo Dios, el Padre, de quien todo proviene
y nosotros somos para él, y un solo Señor, Jesucristo, mediante el cual todo existe y
nosotros por él» (1 Cor 8, 6; cf. 12, 3). La «venida» de Cristo Ivífico sobre la
historia glorificado será el acto final de su «señorío» sa
y la creación.
1. DS 150.
Los términos «venir» y «venida», frecuentes en el NT, están tomados del lenguaje
veterotestamentario, que pone así de relieve la gratuidad de las acciones salvíficas
de YahVé 4. Pero los escritos neotestamentarios han introducido un término propio
y nuevo, para designar la venida final y gloriosa de Cristo: «parusía». El análisis
de los diversos textos, en que aparece este térm ¡no, y su comparación con otros
términos equivalentes «<el día de nuestro Señor Jesucristo», su «revelación» y
«manifestación»), permite fijar su contenido: Cristo glorificado está aún por venir
j, manifestarse victoriosamente de modo último i, dejinilivo en la actuación y,
revelación plenas de su «señorío» salvífico j,judicial sobre la humanidad j@ la
hivtoria.- resurrección de los muertos y jin de la historia 5. La «parusía»
representa el acto último del «señorío» de Cristo, y por eso el capítulo último de la
cristología, esencialmente soteriológica, del NT.
No puede sorprender el hecho de que los escritos paulinos delaten un interés
marcado por la «parusía»: se trata, en el fondo, del significado cristológico-
soteriológico de la resurrección de Cristo, constituido en ella como el «Señor», y
de la fe y esperanza cristianas fundadas en Cristo resucitado. A este respecto
merecen especial atención dos textos de san Pablo.
6. Cf.H.Conzelmann,DerersieBriefandieKorinther,Góttingenl969,317-351;E.
Schendel. Herrschaft und Unterví,erfimg Chrtvti, Tubingen 1971, 1-24; P.
Besko'A,. Re,, Gloriae, Kin ship in the earli@ church, Stockholm 1968.
9 1
ción en la gloria venidera del hombre resucitado por y@ con Cristo. El hombre ha
recibido ya de Cristo por su Espíritu la «adopción filial», como garantía y comienzo
de la plenitud futura de esta misma adopción en la resurrección de los muertos (Rom
8, 11-18. 23-24). Es el Espíritu de Cristo el que orienta la humanidad, y en ella el
universo, a la participación en la gloria de Cristo; a través de la corporeidad
glorificada del hombre «<la redención de nuestro cuerpo»: 8, 23), la creación está
integrada en el destino del hombre, es decir, en su Cristo-finalización. Es la
esperanza en la resurrección la que permite a Pablo hablar de la esperanza para toda
la creación: la esperanza cristiana lleva el universo hacia el porvenir último de la
salvación (8, 17-20. 23. 25) 8,
La Cristo-finalización de la humanidad, del universo y de la historia aparece de
modo más explícito en el himno (probablemente prepaulino) de Col 1, 15-20.
Cristo, resucitado como «primogénito de los muertos» (de toda la humanidad) tiene
la supremacía sobre todo el universo, que ha sido creado y subsiste por él, en él y
para él: tanto en su origen, como en su permanencia y en su finalidad, la creación
entera, la humanidad y su historia, tienen su razón de ser en Cristo. La supremacía
universal de Cristo se funda en su acción salvífica sobre toda la creación (Col 1, 19;
2 Cor 5, 19; Rom 5, 10; 14, 9; Flp 3, 20-21). «Cristo es eljüi de la creación del
mundo. Hacia él, hacia su venida al mundo, pero sobre todo... hacia su glorifica
@ión en la resurrección, estaba ordenada de antemano la creación. La historia
tiende hacia éb> 9.
El tema de la supremacía de Cristo sobre la creación, la humanidad y la historia,
reaparece en Ef 1, 3-11. 20-23 y 3, 1 1. En la iniciativa absolutamente gratuita de su
amor (Ef 1, 6-9; 2, 4), ha querido Dios realizar en Cristo «la economía de la
plenitud de los tiempos» (Ef 1, 10; 2 Cor 10, 1 l), es decir, llevar a cabo el
cumplimiento definitivo de la historia: «recapitular todo en Cristo» (Ef 1, 10). Dios
ha constituido a Cristo resucitado en jefe (Señor) del universo, sometiendo todo a su
soberanía (Ef 1, 22; Col 1, 18; 1 Cor 15, 24-28), y de este modo ha tinificado
(«recapitulado») toda la historia y la creación en él. «La recapitulación de todo en
Cristo consiste en que Dios ha dado al universo en Cristo unjefe, que está en un
nivel superior y en quien todo está unido y- sustentado. Todo el universo está...
ordenado a éb> 10. Cristo resucitado ha recibido de Dios el señorío sobre el
mundo
presente y sobre el futuro (Ef 1, 20-22). Los tiempos de la historia humana han sido
integrados por Dios en el acontecimiento de la glorificación de Cristo. Este plan de
Dios se está cumpliendo desde ahora en virtud de la resurrección de Cristo (Ef 1,
20; 3, l). Pero Cristo «está esperando hasta que sus enemigos» queden
definitivamente sometidos a él, y por él a Dios (Heb 10, 13; 1 Cor 15, 24-28). No
ha llegado todavía la plenitud definitiva de la historia, como historia de la salvación.
Cristo ha venido ya, está viniendo en el don de su Espíritu, y está todavía por venir
por vez última y definitiva (1 Cor 15, 22; Ap 22, 17-20). La glorificación de Cristo,
como anticipación del porvenir último de la historia, se ha cumplido ya, y está aún
por cumplirse en plenitud definitiva 1 1.
Es pues evidente que la escatología cristiana recibe toda su originalidad del
acontecimiento de Cristo, como presencia del Hijo de Dios en la historia y
anticipación del futuro de Dios: en el fondo es cristología. Por eso no se la puede
comprender sino a partir de Cristo mismo en su relación a Dios, a 111 historia, a la
humanidad y al mundo. Desde sus comienzos la fe cristiana vio el acontecimiento
de Cristo, no solamente en su relación itl pasado como cumplimiento irrevocable de
las promesas de Dios (1 Cor 15, 4; 2 Cor 1, 20), sino principalmente en relación al
futuro como anticipación y garantía de la salvación última por venir: queda ya
inaugurada la etapa nueva y definitiva hacia la plenitud (y, por eso, ultimidad
absoluta) de la humanidad y de la historia. Es el carácter escatológico, único e
irrepetible «<una vez para siempre»: Heb 9, 12. 26-28; 10, 10) del acontecimiento
de Cristo el que orienta la humanidad y su historia hacia su plenitud definitiva, y por
eso, final. El «ya ahora» y el «todavía-no» apuntan hacia el término final
plenificante.
Cristo lleva la humanidad y la historia (y con ellas el universo) hacia su salvación
plena definitiva mediante el don escatológico de su Espíritu, que es en el hombre
garantía anticipadora y principio vital de la resurrección futura (Rom 8, 11-23) y
crea en él la experiencia de la «adopci¿)n filial» y la certeza de la esperanza en la
salvación venidera (Rom 5, 5; 14-16. 38; 15, 3). Sostenida por la experiencia del
Espíritu e impulsada por la esperanza, la iglesia camina hacia el encuentro con
Cristo glorificado, de quien recibirá su plenitud def-initiva. El momento final de la
historia no puede ser previsto (Me 13, 32; Mt 24, 36; Le 17, 20; 1 Tes 5, 1-3; Hech
1, 7), sino esperado: la esperanza cristiana anticipa la salvación venidera en su
plenitud y, por eso, en su carácter de lo último y final.
Inspirándose en los textos del NT, que acabamos de analizar, el concilio Vaticano 11
presenta con toda la claridad deseada los rasgos
1 1. Cf. H. Schlier, o. c., 88-89, 157-158; A. Schlatter, Der Brief an die Epheser,
Stuttgart 1963, 160-163.
192 La plenitud de la revelación cristiana
de Cristo, realizan bajo el signo de la esperanza la obra que Dios les ha coní-iado
en este mundo, y así caminan hacia la plenitud definitiva de la historia como
participación en la gloria de Cristo. La esperanza escatológico es la actitud de la
iglesia peregrinante hacia el encuentro último con Cristo glorificado. Como
fundamento de este comienzo «<ya ahora») de la plenitud venidera v final de la
historia señala el concilio la glorificación de Cristo co'mo Señor de la historia y la
presencia de su Espíritu en la iglesia, que infunde en ella la esperanza en la
venida última del Señor, es decir, de su venida absolutamente definitiva que
constituirá el término final «<consummatio») de la
historia: versus humanae historias peregrinamur consummationem 12.
12- Conci'iovaticanoii,Const.Dgm.sobrelaiglesia,n.48-49;Const.p a
iglesia en el mundo, n. 45; 1 0; 37-40; 57. así. so re,
antropol¿)gico, sin olvidar la dialéctica del «ya ahora5@ y el «todavía no» que
caracteriza la escatología cristiana.
La intención profunda de la escatología neotestamentaria no puede ser descubierta
sino desde su prerspectiva cristológica; quiere decir ante todo lo que Cristo mismo
es para toda la humanidad, para la historia y para el mundo: el señorío salvífico
universal y definitivo de Cristo resucitado, que se traduce en el destino común de
toda la humanidad, de su historia y del mundo a participar en la gloria del dad, en
cuanto finalizadas y por eso unificadas en un solo centro, Resucitado: la humanidad
y su historia son consideradas como total¡-
nun
hombres glorificados con él permanecería siempre en un proceso ca logrado. La
misma plenitud del señorío de Cristo y de los
Hay que reconocer por consiguiente que el término final de la claman el fin de la
historia.
historia, del que hablan el NT y el Vaticano 11, no es una mera representación con la
que se quiere decir solamente que en definitiva Cristo vencerá al pecado y a la
muerte, sino una afirmación en la que converge el fundamento cristológico,
histórico-salvícico y antropológico de la escatología cristiana: una afirmaci¿)n, que
no expresa una previsión humana del futuro, sino la convicción cierta de la
feesperanza en Cristo, de la fe que espera y de la esperanza que cree. La iglesia
espera la venida nueva y gloriosa del Señor Jesucristo, como revelación y
cumplimiento plenos (y, por eso, definitivos) de su señorío salvífico: esta esperanza
implica el fin de la historia en la gracia de su planificación suprahistórica.
15. 1 Cor 1, 18; 2 Cor 2, 15; 4, 3; 2 Tes 1, 9; 2, 1 0; Jn 3, 16-20. 36; 12, 48-49.
196 La plenitud de la revelación cristiana
16. Cf. J. Alfaro, Esperana cristiana liberación del hombre, Barcelona 1972, 107-