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Jose Darwin Lenis Mejía

Uno de los problemas más sensibles que


aqueja a la sociedad colombiana en su
conjunto es la debilidad en el carácter a
la hora de actuar éticamente. Hoy priman
nuevos principios en prácticas o
comportamientos sociales que fragilizan
la voluntad del ciudadano en su
disposición de hacer las cosas bien,
debilitando de paso el concepto de
autorresponsabilidad en actuaciones
cotidianas en el barrio, la convivencia, el
trabajo, la familia o la sociedad.

Por todo lo que sucede en el país con la


corrupción de los jueces, el plagio en la
escuela, los sobornos a la policía, los
bajos referentes espirituales y el fraude
en el control fiscal, estamos en una
profundad crisis en lo que podríamos
llamar “nuevas” éticas de ciudadanías
alteradas. Muchas de estas lógicas se
profundizan por asuntos complejos como
la economía del mercado, la débil
seguridad estatal, la poca empleabilidad,
la pérdida del valor de la palabra o por la
diversidad en lo que sería un actuar
políticamente correcto en el ámbito
personal, organizacional o colectivo. La
tensión radica en saber tomar buenas
decisiones, en dignificar la condición
humana, respetar procesos y como dijo el
papa Francisco no dejarnos robar la
esperanza. Estos planteamientos que
parecen solo personales, son también
responsabilidad de nuestros gobernantes,
empresarios, dirigentes o líderes políticos
al incentivar objetivamente mejores
percepciones de futuro, más
oportunidades laborales, estimular la
participación o fortalecer la estabilidad
económica.

Las altas presiones sociales o económicas


que la gente vive sin solución alguna
provocan actuaciones equivocadas que
terminan lamentablemente en hurtos,
muertes o prisión.

Las prácticas éticas de lo público, exige de


los líderes mejores formas de comunicar,
prevalecer la defensa del bien común y
establecer políticas sobre cultura de la
legalidad y de oportunidades meritorias.
Así mismo, se necesita ejercer autoridad
a los comportamientos de algunos
ciudadanos inadaptados para evitar
ejemplos negativos que al multiplicarse
sin control debilitan la ética colectiva de
la misma ciudadanía. Ojalá el código de
policía no sea un canto a la bandera,
puesto que se requiere comprender la
dimensión nociva de no actuar, decir o
pensar en el otro, sin hacer el bien.

Hacer mayor pedagogización ciudadana


desde programas de sensibilización en
responsabilidades y derechos ciudadanos
son vitales, porque la verdad sea dicha la
sociedad permanentemente mueve los
límites de lo que se acepta como bien
hecho o moralmente correcto. El lema es
claro, hagamos todas las cosas bien para
fortalecer la ética ciudadana y sigamos las
reglas de juego limpio en los contextos
donde circulamos y habitamos. Para ello,
la forma como se planea, diseña y razona
en la prospectiva de las ciudades afecta
directamente la toma de decisiones
éticas de sus ciudadanos y promueve
sentidos de pertenencia o vínculos más
estrechos o distantes entre sus
habitantes. Desde la mirada Griega, la
ética es el arte político de saber elegir,
saber referirse al otro, reconocerlo en su
integralidad, y saber coexistir. En este
sentido, saber elegir a quien nos
representaran en el congreso 2018 o
dirigirá la nación es un acto
políticamente ético, más aún ahora que la
mayoría de candidatos politiqueros
fingen ser buenos ciudadanos e
inscribirse por firmas.

Para los filósofos Platón y Aristóteles la


ética es hacer justicia, decir la verdad y
actuar bien, principios olvidados por
líderes políticos y ciudadanía en general.

Transformar este universo de conductas


enclavadas en el ser requiere reconocer
la crisis ética que hoy se vive. Esto es,
repensar la educación ciudadana,
apostarle a proyectos sociales más
asertivos para población y reconocer los
vínculos culturales, históricos y de
referentes morales instalados en la
ciudadanía.
Recordemos, la gente hoy pide a gritos
resignificar los modelos educativos de
apropiación y relacionamiento de los
diferentes comportamientos sociales que
circulan diariamente.

La tarea educativa esta en profundizar la


comprensión del sentido ético de lo
público, lo político, la democracia, lo
estatal, la inclusión, lo espiritual y de
nuevos derechos humanos que exige la
ciudadanía en pleno siglo XXI.

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El miedo

Por: Alberto López de Mesa


Cuando el sobandero se enteró que su paciente se había tronchado el pie por espiar a la amante
de su esposo, la convenció de que ella y su marido eran victimas de un rezo maligno y,
aprovechándose del espíritu sugestionable de la mujer, la sometió a tratamientos conjurativos y
terminó sonsacándole una fortuna.

Brujos, síquicos, médiums y tiendas esotéricas existen por montones, todas se aprovechan de la
mentalidad apocalíptica de sus clientes, les abonan el miedo a alguna fatalidad y con ese método
los trabajan de por vida.

Muchas iglesias también usan el recurso del miedo, porque saben que manteniendo intimidados a
sus feligreses con la inminencia de diablos e infiernos, inducen el apego a sus doctrinas como
recurso exorcista y salvador.

El negocio de la salud y particularmente la industria farmacéutica con frecuencia publicitan sus


medicinas explicitando patéticamente las consecuencias de una enfermedad que no sea tratada
con sus productos.

La política ha sido y será aliada del negocio de la seguridad y del mercado de la guerra, para ello no
se escatiman infundios a la hora de crear enemigos peligrosos. De suerte para ellos que los
propensos a demonios se dan silvestres y solo les basta rotularlos con el mote del peligro para
animar cruzadas mundiales en contra de su maldad: Un demonio perfecto fue Osama bin Laden y
su infierno, el yihadismo. A los colombianos ahora nos están asustando con Maduro y su averno el
castro-chavismo, el soberbio jefe del estado norcoreano Kim Jong-Un es el protervo que necesitaba
Donald Trump para ostentar sin pudores la soberbia militar del imperio norteamericano, el infierno
que avisa es la Tercera Guerra Mundial. Así, con el miedo globalizado, todas las potencias tienen
licencias para invertir en ejércitos y armamentos colosales, no obstante que con una inversión igual
se mitigaría el hambre y la miseria que padece la otra mitad del mundo.

El instinto de conservación nos hace valientes, pero la ignorancia nos hace cobardes. El miedo es el
estado perfecto para la manipulación de las conciencias, su antídoto es la educación, la cultura.
Solamente las conciencias entrenadas en el discernimiento, en la crítica, tendrán argumentos para
defenderse de las afrentas intimidatorias de los que se ocupan en la dominación de los espíritus. A
los niños se les debe inculcar el placer de la duda, que es el motor del pensamiento científico y de
la creatividad artística. El que no duda simplemente cree, simplemente obedece.

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