Sunteți pe pagina 1din 5

LA «PRUEBA ONTOLOGICA» DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Proslogio, proemio y caps. 1-4

Proemio. Después de haber escrito un opúsculo, a ruego de algunos her-


manos, que pudiese servir de ejemplo para meditar sobre la razón de la fe
a un hombre que busca en silencio consigo mismo descubrir lo que ignora,
al darme cuenta de que esta obra hacía necesario el encadenamiento de mu-
chos raciocinios, comencé a pensar si no sería posible encontrar un solo ar-
gumento que no necesitase más que de sí mismo, y que demostrase que Dios
existe verdaderamente, que es el bien supremo y que no necesita de ningún
principio, y del que, por el contrario, todos los otros seres necesitan para
existir y ser buenos; que fundamentase en una palabra, con razones sólidas y
claras todo lo que creemos sobre la sustancia divina. Al revolver con infati-
gable atención estos pensamientos en mi mente, me parecía a veces estar a
punto de obtener lo que buscaba, y otras que la solución de esta dificultad se
desvanecía para siempre de mi espíritu. Desesperado ya de llegar a ello, decidí
dejarlo como algo cuya búsqueda era vana e imposible. Temiendo que este
pensamiento, ocupando inútilmente mi espíritu, le apartase de otras cuestiones
en el estudio de las cuales podía progresar útilmente, quise apartarlo de mí-
Pero cuanto más me prevenía contra esta idea y menos quería darle entrada,
más me perseguía con cierta importunidad. Un día, pues, cansado de resistir
a esta persecusión importuna, en la lucha misma de mis pensamientos, se ofre-
ció la idea que ya desesperaba de encontrar, y la acogí con tanto entusiasmo
como cuidado había puesto en rechazarla.
Pensando en seguida que lo que yo había encontrado tan gozosamente
podría, al desarrollarlo por escrito, causarlo también al que lo leyese, escribí
sobre esto y sobre algunas otras cosas el opúsculo que sigue, en el que
hablo por medio de una persona que se afana por elevar su alma a la con-
templación de Dios y que busca entender lo que cree. Y aunque ni el primer

138
tratado ni éste me parecen merecer el nombre de libro, ni ser bastante consi-
derables para que se coloque al frente el nombre del autor, porque era nece-
sario, sin embargo, que tuviesen un título que invitase a leerlos a aquellos
en cuyas manos podrían caer, les puse uno a cada uno de ellos, y designé
al primero por estas palabras: Ejemplo de meditación sobre la razón de la fe
y al segundo por éstas: La fe buscando la inteligencia.
Pero como fueron transcritos después por varios con esos títulos, me per-
suadieron algunas personas, y entre ellas el reverendo arzobispo de Lyón,
Hugo, legado tapostólico de la Galia, más bien me ordenó con su autoridad
apostólica que pusiera en él mi nombre. Para que esto fuera más fácil in-
titulé uno Monologion, es decir, conversación conmigo mismo, y el otro
Proslogi'on, es decir, alocución.
1. Ahora, pues, homúnculo, sal un momento de tus ocupaciones; en-
simísmate un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos;
arroja lejos de ti los gravosos cuidados, pospone tus trabajosas inquietudes.
Busca a Dios un momento, sí, descansa siquiera un momento en su seno.
Entra en el santuario de tu alma, apártate de todo, excepto de Dios y lo
que puede ayudarte a alcanzarle; búscale en el silencio de tu soledad. ¡Oh
corazón mío!, di con todas tus fuerzas, di a Dios: Busco tu rostro, busco
tu rostro, ¡oh Señor!
Y ahora, ¡ oh Señor, Dios mío!, enseña a mi corazón dónde y cómo
te encontrará, dónde y cómo debe buscarte. Si no estás aquí, ¡oh Señor!,
¿dónde te encontraré como ausente? Pero si estás en todas partes, ¿por qué
no te veo presente? Ciertamente habitas una luz inaccesible. Pero, ¿dónde
se halla esa luz inaccesible? ¿Cómo accederé a ella? ¿Quién me guiará, quién
me introducirá en esa morada de luz? ¿Quién hará que allí te contemple?
¿Por qué signos, bajo qué forma te buscaré? Nunca te he visto, Señor, Dios
mío; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor omnipotente, éste tu desterrado
lejos de ti? ¿Qué hará tu siervo, atormentado por el amor de tus perfec-
ciones y arrojado lejos de tu presencia? Anhela verte, y tu rostro está de-
masiado distante. Desea acercarse a ti, y es inaccesible tu morada. Desea
con ardor encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y
jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi maestro; y nunca
te he visto. Tú m-e has crsado y redimido, tú me has concedido todos los
bienes que poseo, y aún no te conozco. He sido creado para verte, y todavía
no he 'alcanzado este fin para el que he sido creado.
¡ Suerte miserable la del hombre que ha perdido aquello para lo que
ha sido creado! ¡ Oh dura condición, oh cruel desgracia! ¡ Ay! ¿ Qué ha
perdido y qué ha encontrado? ¿Qué se le ha quitado? ¿Qué le ha quedado?
Ha perdido l<a felicidad para la cual había nacido, ha encontrado la miseria
para la que no estaba destinado. Se le ha desvanecido lo que necesitaba para
ser feliz, y no le queda sino el ser por sí mismo desgraciado. El hombre comía
el pan de los ángeles, ahora tiene hambre y come el pan del dolor, que en-
tonces ni siquiera conocía. ¡Oh duelo público de la humanidad, gemido uni-

139
Versal de los hijos de Adán! Este padre común gozaba en la abundancia,
ahora gemimos em la necesidad; mendigamos, y él estaba en la riqueza.
Tenia la felicidad; lo ha perdido todo y vive en las angustias de la miseria:
como él, estamos nosotros en la necesidad y el dolor; concebimos deseos se-
llados con el carácter de nuestro sufrimiento y, ¡ay!, no son satisfechos.
Cuando tan fácil le era, ¿por qué no nos ha conservado un bien cuya pérdida
debía sernos tan onerosa? ¿Por qué nos ha ocultado la luz y nos ha rodeado
de tinieblas? ¿Por qué nos ha quitado la vida para condenarnos a muerte?
¡Desgraciados! ¿De dónde hemos sido arrojados? ¿Dónde hemos sido rele-
gados ? ¿De dónde hemos sido precipitados? ¿En qué abismo hemos sido
sepultados? De la patria al destierro; de la vista de Dios a nuestra ceguera;
de la dulce inmortalidad a la amargura y horror de la muerte. ¡Funesto
cambio! ;A mal tan horroroso desde bien tan grande! ¡Grave daño, grave
dolor, grave todo! ( . . . )
Y tú. Señor, ¿hasta cuándo nos olvidarás? ¿hasta cuándo apartarás de
•oeotros ta rostro ? ¿ Cuándo convertirás a nosotros tu mirada ? ¿ Cuándo
nos escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos? ¿Cuándo nos mostrarás
ta rostro? ¿Cuándo accederás a nuestros deseos? Señor, vuelve tus ojos hacia
nosotros, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Sin ti no hay para
nosotros más que desdichas; ríndete a nuestros deseos para que la dicha
nos venga de nuevo. Ten piedad de nuestros trabajos y de nuestros esfuerzos
para llegar hasta ti, sin cuyo socorro no podemos nada. Tú nos invitas, ayúdanos,
Señor, yo te suplico; no suspire en la desesperación, sino que respire en
fe esperanza. Suplicóte, Señor; mi corazón está sumergido en la amargura
de la desolación; endulza su pena con tus consuelos. Señor, empujado por la
necesidad he empezado a buscarte, no permitas, te lo suplico, que yo me retire
tín quedar saciado. Me acerco para apaciguar mi hambre; que no tenga que
TOlverme sin haberla satisfecho. Pobre como soy, imploro tu riqueza; des-
graciado, tu misericordia; que la negativa y el desprecio no sean el efecto de
mi oración. Y si suspiro por la llegada de esc precioso alimento, que al menos
no me falte después de la prueba. Encorvado como estoy, Señor, no puedo
mirar más que la tierra; enderézame, y mis miradas se dirigirán hacia loi
cielos. Mis iniquidades se han alzado por encima de mi cabeza, me rodean y
me oprimen como pesada carga. Desembarázame de estos obstáculos, descár-
game de este peso; que no me encierren en sus profundidades como en un
poro. Que me sea permitido volver a lo lejos mi mirada hacia tu luz desde
el fondo de mi abismo. Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca,
porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte
ai no te haces presente. Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te
encontraré amándote, te amaré encontrándote.
Reconozco, Señor, y te doy gracias, que has creado en mi esta imagen para
que me acuerde de ti, para que piense en ti, para que te ame. Pero esta
imagen se halla de tal modo deteriorada por la acción de los vicios, y obs-
curecida por el humo del pecado, que no puede alcanzar el fin que se le

140
había señalado desde un principio si no cuidas de renovarla y reformarla.
No intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo
comparar con ella mi inteligencia; pero deseo entender de algún modo tu ver-
dad que mi corazón cree y ama. Porque no busco entender para creer, sino que
creo para entender. Pues también esto creo: que si no creyera, no llegaría
a entender.
2. Así, pues, ¡oh Señor!, tú que das inteligencia a la fe, concédeme,
cuanto conozcas que me sea conveniente, entender que existes, como lo creemos,
y que eres lo que creemos. ^Ciertamente .creemos., -que... tú eres algo mayorque
Jo ^-"aL-aadar^gede ser_pensado. fe tra.ta, dfí Pflber ai existe una naturaleza
porque el insensato ha dicho en su corazón: no hay Dios. P_erp_
, euando_jng_oye jiecir qnp.Ji.ny a Igo-por.. encima- ^ p 1o fiual n ft pg—puede _p£ngar
nada^mayor, este mismo insensato entiende lo que digo; lo que entiende está
en su entendimiento, incluso aunque no crea que aquello existe. Porque una
cosa es que la cosa exista en el entendimiento, y otra que entienda que la
cosa existe. Porque cuando el pintor piensa de antemano el cuadro que va a
hacer, lo tiene ciertamente en su entendimiento, pero no entiende 'todavía
que exista lo que todavía no ha realizado. Cuando, por el contrario, lo tiene
pintado, no solamente lo tiene en el entendimiento sino que entiende también
que existe lo que ha hecho. El insensato .tiene que conceder que tiene-en-eL
de I1"1 ^n3-1 n ft ^ pnpdfí pensar nada mayor.
porque cuando oye esto, lo entiende, y todo lo que se entiende existe en el
entendimiento; y ciertamente aquej:lo_may_orque lo cual nada puede ser pen-
_ ^ entendimiento. Pues si existe, aunque sea
sólo en el entendimiento, puede pensarse que exista también en la realidad,
lo que es mayor. Por consiguiente, si aquello- mayor que lo cual nada puede
pensarse existiese sólo en el entendimiento, se podría pensar algo mayor que
aquello que es tal que no puede pensarse nada mayor. Luego existe sin duda,
en el entendimiento y en la realidad, algo mayor que lo cual nada puede ser
pensado.
3. Lo cual es tan cierto, que ni se puede pensar que no sea. Porque
se puede pensar que existe algo que no pueda ser pensado como no existente, lo
que es mayor que aquello que puede pensarse que no existe. Por lo cual,
si aquello por encima. .de lo cual nada mayor se puede pensar puede ser
^pensado cpmcTnp existente, sigúese que aquello mismo mayor que lo cual
nada puede ser pensado ya no es aquello por encima de lo cual no se
puede concebir cosa mayor, conclusión. contradictoria. De. tal modo, .pues, existe
.verdaderamente algo por encima de lo cual no podemos pensar nada, que ni
se puede siquiera pensar que no existe, y esto eres tú, ¡oh Dios, Señor nuestro!
Existes; "pues, "¡oh Señor, Dios mío!, y 'de tal modo verdaderamente, que ni
siquiera es posible pensar que no existes; y con razón, porque si .alguna mente'
pudiese .concebir, algo -que fuese mejor que tú, se elevaría la criatura por en-
cima del Creador, y vendría a ser su juez, lo que es absurdo. Ciertamente,
todo, excepto tu, puede ser pensado como no existente. Sólo tú eres verdade-
f
rísimo sobre todo, y por esto posees máximamente el ser. ¿Por qué entonces
el insensato ha dicho ea su corazón: No hay Dios, cuando es tan fácil a la
mente racional comprender que existes mág realmente que todas las cosas?
Precisamente porque es necio e insensato.
é. Pero, ¿cómo el insensato dijo en su corazón lo que no pudo pensar,
o cómo no pudo pensar lo que dijo en su corazón, puesto que decir en el co- .
7
razón no es otra cosa sino pensar? Y si se puede verdaderamente decir que í
lo pensó, puesto que lo dijo en su corazón, y al mismo tiempo que no lo dijo
en su corazón, porque no pudo pensarlo, hay que admitir que hay muchas ,*,,
maneras de decir en el corazón o pensar. De un modo se piensa una cosa %
cuando se piensa la palabra que la significa, y de otro muy distinto cuando se
entiende la cosa misma. En el primer sentido, se puede pensar que Dios no |fe
existe; pero no en el segundo. Nadie, entendiendo lo que Dios es, puede pensar *"
que Dios no existe, aunque pueda pronunciar estas palabras en sí mismo, ya
sin atribuirles ningún significado, ya atribuyéndoles un significado torcido, ^
,jíP.r_que_,JQios-*s-aquello -mayor que^lojcual^nada ¿>uede pensarse. El que en-
tiende bien esto entenderá por cierto que 'esto mismo es de tal manera que A
no puede pensarse que no exista. Por consiguiente, quien entiende que Diog es ^6
así, no puede pensar que no existe.
Gracias, pues, te sean dadas, ¡oh Señor! porque lo que primero creí por £s
tu don, lo entiendo ya, por la luz con que me iluminas, de tal modo que aun
cuando no quisiera creer que tú existes, no podría no entenderlo.
(De la colección "Autores Clásicos" de Aguilar, 1973, págs. 63 a 69).

S-ar putea să vă placă și