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All content following this page was uploaded by César Augusto Velandia Jagua on 08 January 2015.
César Velandia
A limine
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Universidad del Tolima, Aptdo. Aéreo 546, Ibagué, Colombia; e-mail: velandia@ut.com.co
cuando apenas me apresto a criticar a Mr. Hodder, estoy poniendo sobre el tapete de
juego, mis cartas bocarriba.
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pura, aparentemente no obligan ninguna justificación en algún tribunal de la razón o en
este caso, en algún congreso de arqueología.
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aproximación), como “constantes” y los procesos de racionalización como variables, en
contra de esa inveterada costumbre escolar de considerar las dificultades del proceso de
conocimiento como causadas por las particularidades del objeto de reflexión.
Lo digo de otro modo: La dificultad no depende tanto de que los tiestos puestos sobre la
mesa de trabajo, carezcan de alguna etiqueta informando sobre el modo de su
articulación en un contexto histórico determinado o de que no tengan inscripto un
mensaje desde el pasado, sino mas bien, de que nuestros recursos intelectivos y nuestra
capacidad de lectura son precarios. En este sentido los tiestos no son documentos por lo
que “digan” sino por nuestra posibilidad de “hacerles decir”.
“Para lograr que la semiótica tenga un uso eficaz en el estudio del arte, debe
renunciar a una concepción de los signos como medios de comunicación, como
un código que ha de ser descifrado, para proponer una concepción de éstos como
modos de pensamiento, como un idioma que ha de ser interpretado. No
necesitamos una nueva criptografía, especialmente cuando esta consiste en
reemplazar un código por otro aún menos inteligible, sino un nuevo diagnóstico,
una ciencia que pueda determinar el significado de las cosas en razón de la vida
que las rodea” (Geertz 1994:146)
No obstante estar de acuerdo con Geertz, en que lo importante es “el significado de las
cosas en razón de la vida que las rodea” o, mejor, “la vida de los signos en el seno de la
vida social” como dijo Saussure (1961:60) que era el cometido de una ciencia
semiológica, en cualquier caso, el trabajo de documentación hace parte del proceso
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analítico que implica de una parte, fragmentar aún más el fragmento como condición
para poderlo describir y de otra, buscar todas las señas, engastes, marcas o muescas que
indiquen los puntos de articulación con otros fragmentos, como única alternativa para
poder des-cifrar sus nexos, o el modo de sus relaciones con un complejo lógico de
significado, con un contexto, que explique el proceso de su producción. Y
necesariamente los códigos de que hicieron parte tienen que ser vistos desde los
modelos de codificación de las culturas con que podemos contar.
Al tratar esta relación de tal manera, acudo a un juego de relaciones del tipo [a : b :: c :
d], donde (a ßà c); así: [investigador : realidad :: lector : texto], donde (investigador
ßà lector). La permutabilidad (ßà) entre investigador y lector está determinada por
su común carácter de interpretantes y en consecuencia, por su condición de
arbitrariedad. Así, en tanto la realidad --el registro arqueológico-- (para el caso del
investigador), o el texto literario (para el caso del lector), se encuentran ya dados como
deposición histórica el primero y como obra estética el segundo, y en lo fundamental
sus referentes estructurales no varían, investigador o lector siempre hacen de sus objetos
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de reflexión una lectura “interesada” en la medida en que tales procesos de intelección
obedecen a criterios precedentes y a puntos de vista teóricos o de interés, específicos.
Porque la pregunta que se impone es: ¿Cómo “leer” una cosa que no fue hecha para que
se la “leyera”; una cosa que no fue hecha conscientemente como dotada de sentido o
cargada de significados, pues el propósito era cumplir una utilidad práctica, ya fuera un
anzuelo o un fetiche ceremonial; una cosa de la cual (aún en el caso de estar destinada a
“comunicar”), su autor necesariamente no tenía conciencia de su carga de significado;
una cosa que está en pedazos, o que de suyo es un fragmento, que es parte de una
realidad fragmentada y por tanto, sin correspondencias lógicas aparentes; una cosa que,
luego de un complejo proceso de cambios sociales y naturales en el tiempo y el espacio,
se encuentra depositada en un “contexto” distinto al que le dio origen?
Frente a las dificultades surgidas de estas oposiciones, que seguramente son similares a
las que se hubo de preguntar Ian Hodder para elaborar su noción del arqueólogo como
un lector del registro arqueológico, sólo es posible oponer a mi vez, el modo de mis
aproximaciones, el cual depende también de la manera como defina la diferencia con
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otras propuestas de lectura o de cómo se entiende esto de “leer” el registro
arqueológico. Al respecto, no estoy de acuerdo con su argumento de que el
procedimiento de la interpretación consista finalmente en la “...adscripción de
significados...” a los objetos considerados como “significativos” por parte del
interpretante.
“Si no se tiene alguna idea sobre el contenido del significado de los elementos
decorativos o espaciales, es difícil saber cómo hay que interpretar las estructuras
del significado en relación con otros aspectos de la vida [...] atribuir un
significado a la cultura material es un paso necesario en el análisis” (Hodder
1988:62)
La pregunta inmediata que me planteo es ¿y, de dónde saca Hodder esta noción? Pues, a
pesar de que en otras partes ha tenido cuidado en advertir sobre los riesgos del
subjetivismo, este criterio introduce un tratamiento eminentemente subjetivista de la
información primaria con que puede contar el investigador.
Y, digo yo: Para qué arrostrar tantas dificultades prospectando y excavando en sitios
tan remotos de la comodidad del gabinete universitario: observando, midiendo,
registrando con tanto esmero, en medio de los mosquitos y bajo un calor de infierno, es
decir, para qué ser arqueólogo, si luego el asunto se resuelve alegando la validez
unilateral de su lectura?
En otras palabras, una crítica a las aporías o grietas del subjetivismo escondido bajo la
“objetividad” de la New Archaeology (Hodder 1988;13), no puede darse en términos de
otro subjetivismo. No es posible conciliar una visión de tal naturaleza, con las virtudes
que de todas maneras podemos reconocerle a la New Archaeology (y en particular a
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Binford) sin caer en contradicciones tales como admitir una continuidad mecánica entre
el pasado y el presente; en una época en que ya nadie sostiene seriamente la tesis de un
desarrollo lineal ni teleológico de la historia; tesis que ha nutrido, por cierto, todas las
ilusiones idealistas de las teorías cíclicas de la Historia (Dilthey, Collingwood,
Spengler, Toynbee).
Uno de los aportes del marxismo es la noción de que las sociedades se desarrollan de
manera desigual en el tiempo y el espacio de tal modo que los procesos económicos,
sociales y políticos de una sociedad, aunque siguen ciertas tendencias (según el relativo
desarrollo de sus fuerzas productivas), no son predecibles de la misma manera en los
procesos de otras sociedades. La historia no se desarrolla sobre un “plan providencial”,
ni bajo la voluntad de una “mano invisible” que asegure una continuidad entre el
pasado y el presente; por el contrario, el tiempo histórico concreto, el de cada momento
determinado de una sociedad –así se encuentre en la forma de una escombrera de restos
y pedazos--, es discontinuo y depende de la manera como los hechos humanos, en cada
momento, se articulan en tres dimensiones: pasado, presente y futuro (Kosik 1983:256)
y no desde el pasado hacia el presente como una acumulación casuística.
“the act of reading the past involves a continuous dialogue of moving between
sense and referent. Stated another way, this reading involves the transfer of
meaning form one context to another through an interpretative exercise in which
each individual actor must decide upon appropriate signification. How, then, is
it possible for different readers to arrive at the same or similar meanings?
Hodder answers this question in two ways. First, he notes that ambiguity is
always present, since the meaning of an object is never fixed and is always
subject to reinterpretation. Second, he states that context defined as organized
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experience brought to bear upon an event determines the extent to which the
same thing can be said to posses the same meaning” (Preucel 1991:23)
El origen de estas dificultades nace de una sola situación: Precisamente del carácter de
analogía de esta relación que hemos establecido entre el lector de textos y el “lector” de
tiestos. Antes dije que la única relación posible era su condición de interpretantes, pero
(hasta ahí llega la analogía), los procedimientos de leer (interpretar) de uno y otro no
son los mismos y según los resultados, ni siquiera se pueden hacer similitudes pues en
el caso del texto literario, de la obra estética como tal, ésta puede tener tantas
interpretaciones como lectores ya que cada lectura supone una relación contingente, en
la que el método consiste, en que no hay método; pues los lectores comunes, “...los
perceptores, que la confrontan con sus experiencias históricas (es decir, determinadas
por la época en que viven) y personales, la juzgan de acuerdo con su gusto individual o
el de su época, y de acuerdo con su nivel intelectual. En la conciencia de distintos
perceptores llegan así a cuajar distintas fisonomías o concretizaciones estéticas de la
obra [...] La percepción y la valoración de las obras de arte obedecen también a la
dialéctica de lo objetivo-subjetivo como cualquier vivencia estética...” (Bělič 1983:46).
De esta suerte el autor literario no puede esperar que distintos lectores concluyan
concibiendo un significado similar de la obra ni que, aún, dichas lecturas coincidan
necesariamente con las intenciones e intereses profundos que lo llevaron a su creación.
Ocurre que en el caso de la escritura literaria como en el de las artes visuales, la obra no
se termina ni con el punto final o con la firma sobre una esquina del cuadro, pues una y
otras van dirigidas a un público de lectores o usufructuarios que las apropiarán
estéticamente, para sí; es allí entonces donde las obras (literarias o plásticas) se terminan
o “concretizan”, cuando culminan en el proceso de apropiación social (Fischer
1964:265)
Mr. Hodder tiene una especial visión del proceso de la arqueología posterior al auge del
procesualismo, pues presume que toda nueva propuesta teórica o alternativa crítica será
necesariamente post-procesualismo. Indiscutiblemente que después de Binford es difícil
no contar con las propuestas del procesualismo como también que cualquier referencia
teórica en la arqueología actual tenga que tocar de alguna manera a Hodder y
seguidores. Pero éste ha ido derivando del post-procesualismo de los años ochenta al
post-modernismo de fin de siglo de tal suerte que ya no tenemos una crítica subjetivista
y ecléctica de “las aporías y grietas” del procesualismo sino un “relativismo que niega la
posibilidad de conmensurabilidad de los discursos arqueológicos, [...] un
contextualismo extremo que invalida la posibilidad de encontrar criterios interteóricos
de selección y, con la aceptación de la multiplicidad, impiden una teoría general”
(McGuire y Navarrete 1999:91).
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Y de la actitud crítica frente a las reducciones del procesualismo, que estusiasmó a
quienes teníamos entre manos objetos de trabajo imposibles de contrastar según el
modelo positivista, pasó al extremo que supone uno de sus títulos finiseculares:
Mapping the Postmodern Past (Hodder:1998). Sin rubor alguno por su parte, ya
tenemos el esquema de “cómo leer” un “pasado postmoderno”. Definitivamente, “el
eclecticismo es la peor de las filosofías” (Engels, apud Schaff 1974:156)
Pero, el eclecticismo de Hodder no sólo es una mala filosofía (que, aunque “mala”
seguiría pretendiendo un “amor a la sabiduría”) sino que, también, la practica sin
mucho rigor. En consecuencia de su adhesión a las comodidades “teóricas” del post-
modernismo y conforme con los sucesos del “fin de los tiempos”, del “fin de las
ideologías”, del “fin de la historia”, en fin, del fin del milenio, ha resuelto asumir una
“posición teórica” y ha decretado “el fin de las dicotomías”.
Dejando de lado la simpleza de la analogía que para el caso, igual podrían ser dos
ruedas, sorprende --por decir lo menos-- la manera como Ian Hodder escamotea este
punto fundamental: que las que él llama dicotomías (y especialmente me refiero a la
oposición sujeto-objeto) son contradicciones no-antagónicas, es decir, relaciones
dialécticas que en cuanto tales, no son separables pues no son concebibles la una sin la
otra. Clamar por la eliminación de la relación sujeto-objeto, o subjetivo-objetivo, es
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declarar como resuelto el problema del conocimiento mediante el procedimiento de la
eliminación del problema!
“Más allá de la escritura está la cultura material, aún más divorciada de la mente.
La separación entre mente y comportamiento en la cultura occidental ha tenido
como resultado el considerar a la Arqueología, limitada al estudio de los restos
materiales mudos, incapaz de acceder a aquella. Se estableció una rígida
dicotomía entre lo material y lo ideal remedando la oposición palabra/escritura.
Si hay algo en lo que coinciden todos los arqueólogos, es en el hecho de no
poder hablar con la gente del pasado.
De hecho, ya demostré que los arqueólogos siempre han intentado,
provisionalmente, traspasar el límite y considerar las ideas y el pensamiento del
pasado. Pero el materialismo subyacente nunca desaparece, e incluso cuando se
proclaman totalmente materialistas, el componente idealista permanece
escondido detrás de la fachada materialista [...] De forma que toda la arqueología
materialista es, hasta cierto punto idealista ya que necesariamente implica contar
con unas ideas que el investigador supone relevantes. Son ideas que no pueden
extraerse de la base material, simplemente proceden de la mente del
investigador. Esto no significa que sean inverificables o que estén divorciadas
del mundo material porque también hay algo de materialismo en el idealismo”
(Hodder 1987:22,23)
Dicho así, resulta que somos materialistas cuando tenemos por objeto de trabajo la
“cultura material” de la cual dado su carácter empírico, se desprenden los datos y la
posibilidad de contrastación; en tanto que si tenemos por objeto de trabajo la “cultura
espiritual” o “lo cognitivo” o “lo eidético”, entonces seremos idealistas. Cuando por
fuerza de la complejidad de los hechos de cultura, no siempre los datos son tan
“evidentes” como registro arqueológico, entonces se producen las otras variables que
determinan una especie de ying-yang de la teoría arqueológica.
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Por supuesto que estoy enterado de dónde viene esta perspectiva en la teoría
arqueológica! (que también está en las demás ciencias), y no tengo problema con media
escuela de arqueología norteamericana, pero aquí estoy debatiendo a Mr. Hodder: Si yo
soy materialista es porque tengo una perspectiva materialista del mundo y de la vida, es
decir, porque tengo un profundo respeto por el hombre, por la historia y por la
naturaleza y en consecuencia, no admito “esencias” ni “sustancias inextensas” ni
voluntades distintas a la arbitrariedad humana. Pero esto no me impide reconocer e
intentar comprender la espiritualidad humana, ni poner “sobre la mesa de disecciones”
(como puedo poner una rana) una pintura rupestre, un rezo, un mito, un canto de
curación o una maldición, pues para mí, tales expresiones son hechos sociales, son
productos humanos. Por tal razón es que soy arqueólogo, porque me gustaría conversar
con los hombres y mujeres de esas otras sociedades, por eso me pregunto acerca del
sentido de sus representaciones y creaciones. Desde esta perspectiva, la cultura no se
puede escindir en “material” cuando es “evidente” a mi sistema de percepción y como
opuesta a “espiritual” cuando se me aparece como intangible porque no la entiendo;
porque la cultura es una totalidad concreta, estructurada históricamente e
independientemente de que yo pueda comprenderla o no.
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“Una amplia gama de grupos distintos [que] tiene, frecuentemente, intereses que
entran en conflicto y quieren involucrarse en el proceso arqueológico de
diferentes maneras. Hay que proporcionar mecanismos para que cada discurso
pueda expresarse. Por ejemplo, en Çatalhöyük distintos equipos excavaron
distintas zonas del yacimiento y propusieron sus propias visiones. Mientras que
el sitio Web permite la comunicación con otras redes de grupos internacionales
de cierto nivel intelectual, la comunidad local rural puede contactar mejor a
través de las exposiciones del museo y las visitas al propio yacimiento. En el
futuro puede que haya grupos como el de la Diosa Madre que quieran rezar en el
yacimiento.
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“Todavía se conserva el retrato de hace unos pocos años, cuando predominaba la
moda del “irracionalismo crítico”, de acuerdo con el cual podíamos considerar
que no hay argumentos “mejores” o “peores” para defender cualquier posición
teórica. Estábamos muy agradecidos porque, si era una postura consecuente,
significaba que mantener una posición histórico-materialista también debía ser
considerado válido, cuando [...] muchos la consideraban un perro muerto. Sobre
todo cuando algunos próceres de Cambridge, como Ian Hodder, habían
descubierto que el discurso de “La Arqueología”—parecería superfluo anotar
que se trata de la “arqueología-en-inglés”—es colonialista. Y, en un arranque
que allá debe sonar altamente progresista y democrático, sumado a un
paternalismo conmovedor, se aseguraba que había que “permitir” que se
expresaran los discursos de los diversos colectivos tradicionalmente sojuzgados
o subordinados. De modo que eran bien vistos los discursos arqueológicos que
dieran voz a los subdesarrollados, colonizados, negros, indios, gitanos y
minorías étnicas y nacionales en general, a las mujeres y homosexuales, a los
ecologistas y otros grupos discriminados.
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