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La revolución industrial tuvo lugar en Inglaterra a fines del siglo XVIII, a mediados del siglo
XIX se habían incorporado Alemania, Francia, Estados Unidos, Bélgica y a partir de los
años noventa se sumaron los países escandinavos, Holanda, norte de Italia, Rusia y Japón.
En el último cuarto del siglo XIX la base geográfica del sector industrial se amplió, su
organización sufrió modificaciones decisivas y al calor de ambos procesos, cambiaron las
relaciones de fuerza entre los principales Estados europeos, al mismo tiempo que se
afianzaban dos Estados extraeuropeos, Estados Unidos y Japón.
La industria británica perdió vigor y Alemania con Estados Unidos pasaron a ser los motores
industriales del mundo. En 1870 la producción de acero de Gran Bretaña era mayor que la
de Estados Unidos y Alemania juntas, en 1913 estos dos países producían seis veces más
que el Reino Unido.
A pesar que entre 1880 y 1914 la industrialización se extendió con diferentes ritmos y a
través de procesos singulares, las distintas economías nacionales se insertaron cada vez
más en la economía mundial. El mercado mundial influyó sobre el rumbo económico de las
naciones en un grado desconocido hasta entonces. El amplio sistema de comercio
multilateral hizo posible el significativo crecimiento de la productividad de 1880 a 1914.
Simultáneamente se profundizó la brecha entre los países industrializados y las vastas
regiones del mundo sometidas a su dominación.
En la era del imperialismo, la economía atravesó dos etapas: la gran depresión (1873-1895)
y la Belle Époque hasta la Gran Guerra. La crisis fue en gran medida la consecuencia no
deseada del exitoso crecimiento económico de las décadas de 1850 y 1860, la primera
edad dorada del capitalismo.
Los éxitos del capitalismo liberal a partir de mediados del siglo XIX desembocaron en la
intensificación de la competencia tanto entre industrias que crecieron más rápidamente que
el mercado de consumo, como entre los Estados nacionales cuyo prestigio y poder
quedaron fuertemente asociados a la suerte de la industria nacional. El crecimiento
económico fue cada vez más de la mano con la lucha económica que servía para separar a
los fuertes de los débiles y para favorecer a los nuevos países a expensas de los viejos. En
cierto sentido, con el frenazo del crecimiento económico impuesto por la crisis, el optimismo
sobre el progreso indefinido se tiñó de incertidumbres, con los cambios asociados al
progreso se hizo evidente también que no había posiciones acabadamente seguras ya que
la crisis capitalista no sólo golpeaba a los más débiles también provocaba la bancarrota de
los que creían pisar terreno firme. Así como era posible un vertiginoso ascenso de grupos
económicos y de los hombres que los promovían, el caso de Cecil Rodhes artífice del
imperio británico en el sur de África, también era factible perder posiciones como les ocurría
La gran depresión no fue un colapso económico sino un declive continuo y gradual de los
precios mundiales. En el marco de la deflación, derivada de una competencia que inducía a
la baja de los precios, las ganancias disminuyeron. Las reducciones de precio no fueron
uniformes. Los descensos más pronunciados se concretaron en los productos agrícolas y
mineros suscitando protestas sociales en las regiones agrícolas y mineras.
Frente a la caída de los beneficios, tanto los gobiernos como los grupos sociales afectados
buscaron, sin planes acabados, rumbos alternativos. En el marco de la crisis y en relación
con el afianzamiento de nuevos industriales y de nuevos países interesados en el desarrollo
de la industria ganó terreno el proteccionismo. Además, en el afán de reducir la
competencia se avanzó hacia la concentración de los capitales y surgieron los acuerdos
destinados a reducir el impacto de la competencia a través de diferentes modalidades:
oligopolios, carteles, holdings. Una tercera innovación, explorada centralmente en Estados
Unidos, fue la gestión científica del trabajo que incrementaría la productividad y debilitaría el
poder de los sindicatos que defendían el valor de la fuerza de trabajo de los obreros
Desde mediados de los años noventa los precios comenzaron a subir y con ellos los
beneficios. El impulso básico para este repunte provino de la existencia de un mercado de
consumo en expansión conformado por las poblaciones urbanas de las principales
potencias industriales y de las regiones en vías de industrialización. En la belle époque el
mundo entró en una etapa de crecimiento económico y creciente integración.