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PALABROTAS…

(son grandes y brotan)

Un taller para pensar, sentir y mirar


el mundo de otra manera, a través de
palabras
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Ventana sobre la palabra (IV)


Magda Lemonnier recorta palabras de los
diarios, palabras de todos los tamaños, y las guarda
en cajas. En una caja roja guarda las palabras
furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En
caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes.
Y en caja transparente guarda las palabras que
tienen magia.
A veces, ella abre las cajas y las pone boca
abajo sobre la mesa, para que las palabras se
mezclen como quieran. Entonces, las palabras le
cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.
Eduardo Galeano
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Caperucita Roja

Érase una vez una persona de corta edad


llamada Caperucita roja que vivía con su madre
en la linde de un bosque. Un día, su madre le
pidió que llevase una cesta con fruta fresca y
agua mineral a casa de su abuela, pero no
porque lo considerara una labor propia de
mujeres, atención, sino porque ello representaba
un acto generoso que contribuía a afianzar la
sensación de comunidad. Además, su abuela no
[1]estaba enferma; antes bien, gozaba de
completa salud física y mental y era
perfectamente capaz de cuidar de sí misma
como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del
bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y
peligroso, por loque jamás sw aventuraban en él. Caperucita roja, por el
contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como
para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un


lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
-Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es
perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura
que es –respondió.
-No sé si sabes, querida –dijo el lobo-, que es peligroso para una niña
pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré
caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a
la perspectiva existencial –en tu caso propia y globalmente válida- que la
angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora,
si me perdonas, debo continuar mi camino.
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Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por


su condición de segregado social de esa esclava dependencia del
pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida
para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a
la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente
válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas
nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón
de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita roja entró en la cabaña y dijo:
-Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en
reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
-Acércate más criatura, para que pueda verte –dijo suavemente el lobo
desde el lecho.
-¡Oh! –repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan
limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!… relativamente hablando, claro
está, y a su modo indudablemente atractiva.
-Ha olido y ha perdonado mucho, querida.
-Y…¡abuela! Qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
Soy feliz de ser quien soy y lo que soy –y, saltando de la cama aferró a
Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo
hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de
su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o
técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse)
que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de
intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como
Caperucita roja se detuvieron simultáneamente.
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? –inquirió
Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no
acudían a sus labios.
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-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense


cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo!
–prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho
que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias
diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del
lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza.
Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar
cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa
de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos,
vivieron felices en los bosques para siempre.

[1] La cursiva es del autor

James Finn Ganner , Cuentos infantiles políticamente correctos.


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Caperucita Roja
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No Roja!
- ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha
Caperucita Verde..."
- ¡Que no, Roja!
- ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de
patata."
- No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel".
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?"
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?".
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió...
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate".
- ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no
recuerdo el camino".
- Exacto. Y el caballo dijo...
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en
la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres
peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge
la moneda y cómprate un chicle".
- Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas
todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno: toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.
Gianni Rodari, Cuentos por teléfono.
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Caperucita Roja
Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
la pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!"
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!"
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
que aquí llamaba al Bosque la alimaña
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza.
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!. "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente,
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
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abrigo de piel llevas este invierno!".


el Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revolver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
Roal Dahl , Cuentos en verso para niños perversos.
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Un cuento para lobos


por Gabriela Marrón

Había una vez un lobo que se llamaba Capucha y vivía con su mamá, en una
madriguera escondida en el bosque. Le decían Capucha porque una vez se enredó
con un buzo de esos con capucha, que alguien se había olvidado enganchado en
una rama, y nunca más se lo pudo sacar.
Como su abuelita se engripó, la mamá le pidió a Capucha que fuera a visitarla,
para llevarle algunas frutas frescas. Capucha estaba contento, le encantaba ir a la
madriguera de la abuela, porque ella siempre le convidaba insectos y le hacía
mimos en el hocico.
Cuando ya salía, la mamá le dijo que tomara la precaución de ir por el camino
más corto, que atravesaba el bosque, y no por el más largo, que estaba cerca de la
ruta. Capucha dijo que sí, pero no tenía muchas ganas de hacerle caso a su mamá.
Era un día hermoso, había sol, y le parecía mucho más interesante ir por el
camino más largo, para disfrutar el paisaje. Así que se hizo el oso, cosa que a los
lobos siempre le sale muy bien, y no obedeció el consejo.
Iba distraído, por el sendero que pasaba cerca de la ruta, cuando de repente,
desde atrás de un arbol, apareció una nena.
–¿Cómo te llamás? –le preguntó ella.
–Me dicen Capucha. –dijo el lobo.
–¿Y a dónde vas? –preguntó la nena.
–Voy a la madriguera de mi abuela a llevarle algunas frutas frescas, porque está
enferma –contestó Capucha.
–Bueno, no te demores, que tu abuela te tiene que estar esperando –dijo ella,
haciéndose la inocente.
El pobre Capucha no sospechó nada y se fue caminando tranquilo, pero la nena,
que era muy astuta, decidió ir por el sendero más corto, que atravesaba el bosque,
y llegó primero a la madriguera.
Como la abuela no estaba, la nena aprovechó para ponerse una campera de
peluche que tenía guardada adentro de la mochila. Hizo un par de nudos con una
soga, se metió adentro de la cueva y esperó a que llegara el lobo. Pero cuando
Capucha llegó, la situación le pareció un poco rara.
–¿Te sentís bien? –preguntó el lobo.
–Sí, Capucha, ¿por qué me lo preguntas? –dijo la nena.
–Bueno, para empezar, porque estás metida en la madriguera de mi abuela, nena
–contestó Capucha. Y antes de que ella pudiera decir otra cosa, agregó: –Aunque
te hayas puesto esa campera con peluche, se nota que tenés orejas más chicas,
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ojos más chicos, manos más chicas y dientes más chicos que los de mi abuela –
explicó el lobo. Y justo cuando la nena iba a hablar, Capucha insistió: –Lo que no
entiendo, es para qué te disfrazaste y te metiste adentro de la cueva. Es obvio que
no sos mi abuela.
Entonces la nena gritó: –¡¡¡Para atraparte mejor!!!–. Simultáneamente, tiró de la
soga y accionó una trampa que lo dejó al lobo colgando de un árbol, atado de una
pata.
Asustado, Capucha empezó a aullar. La abuela, que estaba cerca, lo escuchó y
volvió corriendo hasta la madriguera. Junto con ella llegó también otro lobo, que
pasaba por ahí, y entre los dos mordisquearon la soga hasta cortarla y soltar al
pobre Capucha.
–¡Auch! –dijo él cuando cayó al piso con un sonoro golpe.
Entonces se hizo un silencio medio incómodo.
Capucha miró a la abuela, la abuela miró al otro lobo, el otro lobo miró a
Capucha y, de repente, los tres lobos miraron a la nena...

Extraído de http://cerdozenteditor.blogspot.com/
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El Lobo Feroz (versión autobiográfica)


Por Gabriela Marrón

Desde el fatídico encuentro con esa nena, mi vida


nunca volvió a ser la misma, mi buen nombre ha
quedado manchado y nunca jamás pude recuperar
la paz. Si algo me queda claro es que cualquier
malentendido puede llegar a trastornar nuestra
existencia. En aquella época, yo vivía en el bosque,
sin molestar a nadie y en pacífica armonía con el
resto de los animales y plantas. Me limitaba a
cumplir con el rol que me correspondía en el
ecosistema, como todos los demás, disfrutando de
un tipo de vida que cualquier lobo calificaría como perfectamente
normal y tranquila. Mi contacto con los seres humanos era escaso. La
verdad es que no les tenía demasiada confianza. Cuando alguno de ellos
entraba en el bosque, solía vigilarlos a distancia, para cerciorarme de
que no venían con escopetas ni a hacer daño. Siempre me gustó habitar
en lugares limpios y ordenados, y como todos saben, los seres humanos
tienden a ser bastante mugrientos.

Un día particularmente hermoso y soleado, mientras me encontraba


juntando la basura que había dejado desparramada un grupo de
excursionistas, escuché los pasos de alguien que se acercaba. Me
escondí detrás de un árbol por las dudas y vi que se trataba de una nena
vestida de una forma bastante rara. Iba sospechosamente toda de rojo y
encapuchada, como si quisiera ocultarse o tuviera algo que esconder.
Yo sabía que los cachorros humanos suelen andar siempre en compañía
de sus padres, esta nena estaba sola y eso despertó mi curiosidad. Tomé
coraje, me arriesgué y me acerqué para averiguar qué andaba haciendo
por el bosque. Le pregunté quién era, de dónde venía y adónde iba. Sin
dejar de bailar y cantar –con un tono de voz absolutamente desafinado,
chillón y fastidioso– me dijo que iba a llevarle una canasta con
alimentos a su abuela, que vivía del otro lado del bosque. Supuse que se
había equivocado de camino, le expliqué que ese por el que iba era el
más largo y que le convenía tomar el otro sendero. Me dijo que ya lo
sabía, que su mamá se lo había explicado, pero que no le iba a hacer
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caso porque en ese camino había más flores y ella quería llevarle varias
a su abuela como regalo. Inmediatamente volvió a su desafinado canto,
y la verdad es que su mal oído musical era irritante. Estaba espantando
a todos los pájaros, no dejaba de arrojar papeles de caramelo y como
siguiera cortando flores las mariposas no se iban a poder alimentar por
meses.

Como yo conocía bastante a su abuela, se me ocurrió tomar el camino


más corto e ir a pedirle a la anciana que hablara con su nieta para que a
la vuelta se comportara un poco mejor. Ella estuvo de acuerdo con mi
planteo de que había que ser más respetuoso con los demás, y se le
ocurrió la idea de hacerle experimentar a su nieta lo incómodo que
resultaba que otros invadieran nuestro espacio tomándose confianzas
que nunca se les habían dado. Hizo que yo me pusiera su camisón y me
metiera en la cama como si fuera el dueño de casa y acordamos que ella
se escondería en el armario para que al entrar la nena no la viera.

Lo que no me aclaró la abuela fue que su nieta era bastante miope. Y


está claro que lo era, porque de otra forma no se explica que me haya
podido confundir con la anciana y que pasara lo que pasó. Al llegar, lo
primero que hizo fue un comentario bastante desagradable acerca del
tamaño de mis orejas. Los otros lobos me llamaban orejudo y la verdad
es que siempre me acomplejó esa cuestión, pero aunque me sentí
insultado, procuré ser amable y le respondí que las orejas eran para
escucharla mejor. Ella hizo inmediatamente otra observación ofensiva,
ahora acerca de mis ojos saltones. Confieso que no me gustaba nada el
cariz que estaba tomando la conversación, pero una vez más me esforcé
por ser amable y le contesté que eran para verla mejor. Hasta ahí
íbamos bien, pero cuando mencionó el tamaño de mis dientes la
situación se me fue de las manos. Tuve que usar ortodoncia durante
toda la infancia, no hubo dentista ni tratamiento que resolviera el
problema de mis desmesurados colmillos y eso siempre tuvo un
impacto negativo en mi autoestima. Reconozco que tendría que
haberme controlado, pero bueno, no pude hacerlo, salté de la cama
para darle un escarmiento y le dije que eran... para comerla mejor.

Ahora bien, seamos sinceros, todo el mundo sabe que ningún lobo
puede comerse una nena. Vamos, en serio, es imposible, y menos con
un camisón y en pantuflas. Pero evidentemente la nena no tenía
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muchas luces, porque empezó a correr por toda la habitación, gritando


como una histérica. A la abuela justo se le trabó la puerta del armario, y
eso complicó aún más las cosas, porque como la mujer no podía salir,
ni ver lo que pasaba, acompañaba desde adentro los gritos de la nieta
afuera. Yo no hacía otra cosa que perseguir a la nena tratando de
tranquilizarla, pero estaba como loca. Entonces se me ocurrió que si me
sacaba la ropa de la abuela tal vez me reconocería y lograría calmarla
de una buena vez. No funcionó. De hecho, empezó a gritar aún más
fuerte, repitiendo “¡un lobo!”, “¡un lobo!”, “¡un lobo!”, como si hubiera
descubierto América, ¿no habíamos estado conversando antes en el
bosque? ¿Qué iba a ser? ¿Una tortuga? En medio de este griterío, se
abren al mismo tiempo la puerta de la casa y del armario. La abuela cae
al piso con el envión y justo en ese momento entra un leñador con un
hacha enorme. Inmediatamente se generó un silencio bastante
incómodo para todos. Yo comprendí que corría peligro y que no estaba
en una posición demasiado favorable como para dar explicaciones.
Entonces hice lo que cualquier lobo hubiera hecho: salté por la ventana
y me escapé.

El resto, ya lo saben: en menos de una semana ya se había corrido la


voz de que yo era un lobo malo, de que había tratado de comerme a una
nena y me había abusado de la confianza de una pobre anciana. Con el
tiempo, la historia se fue agrandando y empezaron a circular versiones
cada vez más distorsionadas, como por ejemplo esa en la que el leñador
me abre la panza, rescata a las mujeres, me rellena con piedras, me
cose y me tira al río.

Probablemente tenga que ver con alguien que sacó sus propias
conclusiones al notar la cicatriz de mi vieja operación de apendicitis.

Extraído de http://cerdozenteditor.blogspot.com/
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Frases hechas de Juan José Millás


Me gusta la expresión gas natural y el conjunto de términos penosa
enfermedad, pero me muero por paquete intestinal, paraíso fiscal o placa
bacteriana, con independencia de lo que signifiquen. Hay palabras que
viven asociadas entre sí, formando un próspero negocio lingüístico que se
transmite de generación en generación sin que decaiga su uso, aunque sí su
sentido. Pero a quién le importa el significado en un mundo en el que se
hacen manifestaciones callejeras a favor de un jugador de fútbol o en el
que a lo más que puedes aspirar es a ser reo o verdugo, lo mismo da, el
programa Tómbola, financiado por los poderes públicos para contribuir a
la educación del país.
-¿De qué murió tu abuelo?
-De una penosa enfermedad.
-Te acompaño en el sentimiento.
Acompañar en el sentimiento no compromete a nada, de hecho, si uno
acompaña convenientemente en el sentimiento a los deudos puede
ahorrarse acudir al entierro, o al funeral, que siempre es un engorro. O sea,
que las frases hechas tienen su utilidad. En las necrológicas de la prensa
diaria todos los días aparece alguien que ha fallecido de una penosa
enfermedad, lo que ahora mucho espacio. Si hubiera muerto de un
proceso infeccioso en el conducto colédoco, que se tradujo en una
alteración del torrente sanguíneo, afectado por la invasión de materiales
sépticos pongamos por caso, la necrológica se haría larguísima y saldría
por un ojo de la cara. Lo de penosa enfermedad está muy bien, porque
liquida el asunto en dos palabras, nunca mejor dicho, y provoca en el
lector un movimiento de piedad por el recién fallecido.
Pasa lo mismo con la frase "Falleció el día tal recibido los Santos
Sacramentos y la Bendición de su Santidad". Todo el mundo sabe que no
significa nada, porque es prácticamente imposible administrar los Santos
Sacramentos y la Bendición de su santidad a todos los que palman, pero
adorna la esquela. No hay nada más triste que una esquela sin muebles. No
sé si se han fijado ustedes en las de los laicos: sin cruz ni Santos
Sacramentos, ni bendición papal, ni nada. Quedan como un salón sin sofá.
Es cierto que la frase citada parece de skay, pero eso precisamente la hace
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más cutre y en consecuencia más familiar también. Yo soy bastante


agnóstico pero me desagradaría mucho que mi esquela quedara tan
desangelada como la de los comunistas militantes, en los que no hay
cuñadas ni hijos políticos que pidan una oración por tu alma. Prefiero un
disparate al vacío. Por ejemplo: "Falleció tras un largo proceso de
ensañamiento terapéutico". Me gusta mucho esta expresión nueva:
ensañamiento terapéutico, que comparada con la de los Santos
Sacramentos parece un sofá de piel. Así que no hay más que hablar: que
me la pongan, aunque no se ensañen. ¿Qué le debo?.
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H
H
H
H
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Los refranes (El club de la comedia)


Buenas noches. Traigo un humor de perros. Vengo de un bar donde me he
encontrado con un camarero refranero, ¡Me cacho! Diez minutos ha tardado en
traerme un café y cuando le digo: ¡Hombre, ya era hora!. El tipo me tira: “Más
vale tarde que nunca.” Y entonces me fijo: “Oiga, aquí hay un pelo”. Y me
dice: “Bueno, ¡donde hay pelo hay alegría, hombre!”. Puta, qué alegría ni qué
mierda, “hacé el favor de traerme otro café y apuráte”. Y me contesta: “Bueno,
bueno, vestime despacio que estoy apurado”. “Escuchame, ¿me vas a
contestar a todo con refranes? Ya sabe, hombre refranero, medido y certero.
Tanto refrán me sacó las ganas de café y de vivir y de todo. Y todavía cuando
salgo, para rematar la faena me dice: “Soldado que huye, sirve para otra
batalla” Nada, que no hay quien pueda con un refranero. Y es que cuando la
gente dice un refrán, se cree que está diciendo una verdad indiscutible. Y, me van
a perdonar, pero no es así.
Siempre se ha dicho que los refranes son anónimos, pero yo creo que no es difícil
saber quien los ha hecho, es más, estoy convencido de que están hechos por una
sola persona. Un hombre, para más señas. Y analizándolos, hasta podría hacerles
un retrato robot del individuo: Para empezar, estaba como una cabra. Porque
algunos refranes no tienen ningún sentido. Explíqueme éste: Cabeza gorda,
ojos hermosos ¿Cómo que cabeza gorda, ojos hermosos? Eso es mentira. No
hay más que ver a Pujol.
El inventor de los refranes o era tonto o tenía más morro que un oso
hormiguero. Se inventaba un refrán, pero siempre tenía otro preparado por si le
pillaban: Si quería ir a hacer footing “A quién madruga Dios le ayuda”. Si se le
pasaba la manía del footing “No por mucho madrugar amanece más
temprano”. Si le daba por acostarse temprano “A las diez, en la cama estés”
Si se le pasaba la manía de acostarse temprano “Quién mucho duerme, poco
vive”. Y listo.
Con el amor también se contradice: “contigo, pan y cebolla” pero luego tiene
otro refrán: “tanto tienes, tanto vales”, que es más creíble. Porque, vas con
unas stock options a una boliche y te levantás a la que quieras. Ahora, ¡andá con un
un felipe y una cebolla y vas a ver lo que te comés! Como no te comas la cebolla.
Además, no creo que él estuviera muy puesto en tema, y digo él porque estoy
convencido de que es un hombre. Sobre todo teniendo en cuenta que hay un
refrán que dice “el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso” ¿Cómo
creen ustedes que sería el tipo éste?, ¿lindo o feo? ¡Pues feo! ¡Por eso se inventó
el refrán....o cabeza casposa, poco piojosa! ¿Pero, será desagradable?...
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Eso sí, luego era delicado, no se crean que le gustaba cualquiera. A la mujer, le
pedía unas condiciones imposibles: “teta que la mano no cubre, no es teta,
que es ubre” y “teta que baila en la mano, no es teta que es grano”. Vamos,
que tenían que tener las tetas homologadas. Como un casco de moto.
Otro dato que conocemos del inventor de los refranes es que no debía tener muy
buen concepto de Dios, porque lo pone de vuelta y media: “Dios da lagañas al
que no tiene ojos”, “Dios da mocos al que no tiene pañuelos”. Vamos, que
Dios no da ni una. Ya podría hacer un cursillo antes de ponerse a repartir a
tontas y a locas. Pero éste es el peor: “Dios le da pan al que no tiene dientes”
¡Eso ya es mala leche!.
Los refranes no tienen ni pies ni cabeza, después de lo visto. Está claro que el
tipo además de impresentable hacía la mayoría de los refranes sólo porque
rimaban. En agosto, frío al rostro. Claro, como rima, ya está. Así cualquiera
hace un refrán. Yo mismo: En enero, aquí te espero, y En mayo... cuídate el
callo ¡Mirá como Julio no tiene refrán! ¡A ver quién le busca una rima a Julio! Les
dejo que lo piensen. Buenas noches.
Adaptación de www.materialesdelengua.org
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DICCIONARIO BREVE DE LES LUTHIERS

POLINESIA: mujer policía que no entiende razones


CAMARÓN: aparato enorme que saca fotos.
DECIMAL: pronúncialo equivocadamente.
BECERRO: observa una loma o colina.
BERMUDAS : observar a las que no hablan.
TELEPATIA: aparato de TV para la hermana de mi mamá.
TELON: Tele de 50 pulgadas o más.
ANOMALO: hemorroides.
BENCENO: lo que los bebés miran cuando maman leche.
DIADEMA: veintinueve de febrero.
DILEMAS: háblale más..
DIOGENES : la embarazó..
ENDOSCOPIO: me preparo para todos los exámenes
excepto para dos.
MEOLLO: me escucho.
TALENTO: no tá rápido.
NITRATO: frustración superada.
PLATON: plato grande.
REPARTO: mellizos.
REPUBLICA: mujerzuela sumamente conocida.
ZARAGOZA: ¡bien por Zara!!
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Más vale pájaro en mano, le toca su San Martín


Al que nace barrigón basta un botón
Hecha la ley que cien volando
No todo lo que reluce rey puesto
Gato con guantes tiene patas cortas
La mentira es oro
A cada cerdo es la madre de todos los vicios
Dios castiga no caza ratones
A rey muerto es al ñudo que lo fajen
La pereza hecha la trampa
Para muestra sin palo y sin rebenque
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 A rey muerto, príncipe con cagazo.


 A cada 17 de agosto le llega su San Martín.
 La mentira no tiene patas.
 No hay peor sordo que el que cree que oye.
 A mal tiempo, paraguas y piloto.
 Por ventana con mosquitero no entran moscas.
 Con sardinas, pan y cebolla.
 A Dios no le importan un huevo los palos o los rebenques.
 El que las hace, las cobra.
 La pereza no tiene hijos.
 Gato con botas, burrada de snob.
 Tanto va el cántaro a la fuente que se sabe el camino.
 Tres botas no son un par.
 Hacer de tripas chichulín trenzado.
 Hecha la ley, hay que reglamentarla.
 El que no tiene fuerza, poco aprieta.
 Para un sólo ojal basta un botón.
 Hazte fama y a Bailando por un Sueño.
 Por menos de 100 dólares todos los gatos son pardos.
 No todo lo que es dorado es oro.

http://esevidente.com.ar/2008/07/refranes-y-frases-hechas-bien/
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HAY GATO ENCERRADO. Se dice cuando queremos afirmar que hay


una causa o razón oculta. Era habitual durante el Siglo de Oro español la
utilización de bolsas para guardar el dinero hechas con piel de gato y se les
llegó a llamar popularmente con tal nombre. Siendo "gatos" que
encerraban riquezas desconocidas.

DAR GATO POR LIEBRE. Si hay algo que ha mantenido la tradición


con el paso de los siglos, es, sin duda, la mala fama de las posadas,
hosterías y fondas, respecto de la calidad de sus comidas. La literatura
universal está llena de alusiones, muchas de ellas irónicas, acerca del valor
de los alimentos ofrecidos en ellas. Y era tanto el descrédito de estos
lugares, que llegó a hacerse usual entre los comensales la práctica de un
conjuro, previo a la degustación, en el que aquellos, parados frente a la
carne recién asada, recitaban: "Si eres cabrito, mantente frito; si eres gato,
salta al plato". Por supuesto, este "exorcismo" nunca sirvió para demostrar
la veracidad de la fama de la posada, pero dio origen a la expresión dar
gato por liebre, que con el tiempo se incorporó al lenguaje popular como
equivalente de engaño malicioso por el que se da alguna cosa de inferior
calidad, bajo la apariencia de legitimidad.

NI CHICHA NI LIMONÁ. Equivale a decir no valer para nada. Además,


esta expresión se usa en el sentido de no ser una cosa ni la otra. La chicha,
según el diccionario, es la voz que, desde antiguo se emplea en el lenguaje
infantil para designar la carne comestible. Pero chicha también es una
bebida alcohólica que resulta de la fermentación del maíz en agua
azucarada. De éste licor, muy común en los países de Centroamérica y
Sudamérica, nace el dicho "ni chicha ni limoná", es decir, que no hay o no
quedan ni bebidas alcohólicas ni refrescantes.

NO HAY TU TÍA. Expresión que se emplea para recalcar que algo carece
de solución. Tiene su origen en un ungüento medicinal que en épocas
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pasadas se aplicaba como remedio para todos los males: la "atutía" o


"tuthía". Mezcla de óxido de cinc y otras sales metálicas, la autía fue
empezada a utilizar por los árabes con fines oftalmológicos. El dicho "no
hay tu tía", derivación de "no hay atutía", se empleaba para indicar que una
enfermedad no tenía remedio ni aplicando el citado preparado.

TIRAR LA CASA POR LA VENTANA. Se dice cuando una persona


comienza a tener grandes gastos, superiores a los que acostumbraba. El
origen de esta frase se encuentra en la costumbre que existía en el siglo
XIX de tirar, literalmente, por la ventana los enseres de una casa cuando a
alguien le tocaba la lotería nacional.

PAGAR EL PATO. Este modismo fue dicho contra los judíos. En la


Biblia Castellana (1569), se explica así su origen: "Como los vocablos
Torah y Pacto, usados por los judíos españoles, el primero por la Ley y el
segundo por el concierto de Dios, por los cuales los españoles les
levantaban (les acusaban a los judíos) que tenían una Torah o becerra
pintada en su sinagoga, que adoraban; y del Pacto sacaron por refrán
"Aquí pagaréis el pato". En cuanto a la palabra Torah, los cristianos dieron
en decir que los judíos adoraban en sus sinagogas a una Torah o novilla, y
en algunas fiestas populares hacían mofa de ella."

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