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Caperucita Roja
Caperucita Roja
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No Roja!
- ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha
Caperucita Verde..."
- ¡Que no, Roja!
- ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de
patata."
- No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel".
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?"
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?".
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió...
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate".
- ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no
recuerdo el camino".
- Exacto. Y el caballo dijo...
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en
la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres
peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge
la moneda y cómprate un chicle".
- Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas
todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno: toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.
Gianni Rodari, Cuentos por teléfono.
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Caperucita Roja
Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
la pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!"
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!"
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
que aquí llamaba al Bosque la alimaña
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza.
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!. "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente,
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
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Había una vez un lobo que se llamaba Capucha y vivía con su mamá, en una
madriguera escondida en el bosque. Le decían Capucha porque una vez se enredó
con un buzo de esos con capucha, que alguien se había olvidado enganchado en
una rama, y nunca más se lo pudo sacar.
Como su abuelita se engripó, la mamá le pidió a Capucha que fuera a visitarla,
para llevarle algunas frutas frescas. Capucha estaba contento, le encantaba ir a la
madriguera de la abuela, porque ella siempre le convidaba insectos y le hacía
mimos en el hocico.
Cuando ya salía, la mamá le dijo que tomara la precaución de ir por el camino
más corto, que atravesaba el bosque, y no por el más largo, que estaba cerca de la
ruta. Capucha dijo que sí, pero no tenía muchas ganas de hacerle caso a su mamá.
Era un día hermoso, había sol, y le parecía mucho más interesante ir por el
camino más largo, para disfrutar el paisaje. Así que se hizo el oso, cosa que a los
lobos siempre le sale muy bien, y no obedeció el consejo.
Iba distraído, por el sendero que pasaba cerca de la ruta, cuando de repente,
desde atrás de un arbol, apareció una nena.
–¿Cómo te llamás? –le preguntó ella.
–Me dicen Capucha. –dijo el lobo.
–¿Y a dónde vas? –preguntó la nena.
–Voy a la madriguera de mi abuela a llevarle algunas frutas frescas, porque está
enferma –contestó Capucha.
–Bueno, no te demores, que tu abuela te tiene que estar esperando –dijo ella,
haciéndose la inocente.
El pobre Capucha no sospechó nada y se fue caminando tranquilo, pero la nena,
que era muy astuta, decidió ir por el sendero más corto, que atravesaba el bosque,
y llegó primero a la madriguera.
Como la abuela no estaba, la nena aprovechó para ponerse una campera de
peluche que tenía guardada adentro de la mochila. Hizo un par de nudos con una
soga, se metió adentro de la cueva y esperó a que llegara el lobo. Pero cuando
Capucha llegó, la situación le pareció un poco rara.
–¿Te sentís bien? –preguntó el lobo.
–Sí, Capucha, ¿por qué me lo preguntas? –dijo la nena.
–Bueno, para empezar, porque estás metida en la madriguera de mi abuela, nena
–contestó Capucha. Y antes de que ella pudiera decir otra cosa, agregó: –Aunque
te hayas puesto esa campera con peluche, se nota que tenés orejas más chicas,
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ojos más chicos, manos más chicas y dientes más chicos que los de mi abuela –
explicó el lobo. Y justo cuando la nena iba a hablar, Capucha insistió: –Lo que no
entiendo, es para qué te disfrazaste y te metiste adentro de la cueva. Es obvio que
no sos mi abuela.
Entonces la nena gritó: –¡¡¡Para atraparte mejor!!!–. Simultáneamente, tiró de la
soga y accionó una trampa que lo dejó al lobo colgando de un árbol, atado de una
pata.
Asustado, Capucha empezó a aullar. La abuela, que estaba cerca, lo escuchó y
volvió corriendo hasta la madriguera. Junto con ella llegó también otro lobo, que
pasaba por ahí, y entre los dos mordisquearon la soga hasta cortarla y soltar al
pobre Capucha.
–¡Auch! –dijo él cuando cayó al piso con un sonoro golpe.
Entonces se hizo un silencio medio incómodo.
Capucha miró a la abuela, la abuela miró al otro lobo, el otro lobo miró a
Capucha y, de repente, los tres lobos miraron a la nena...
Extraído de http://cerdozenteditor.blogspot.com/
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caso porque en ese camino había más flores y ella quería llevarle varias
a su abuela como regalo. Inmediatamente volvió a su desafinado canto,
y la verdad es que su mal oído musical era irritante. Estaba espantando
a todos los pájaros, no dejaba de arrojar papeles de caramelo y como
siguiera cortando flores las mariposas no se iban a poder alimentar por
meses.
Ahora bien, seamos sinceros, todo el mundo sabe que ningún lobo
puede comerse una nena. Vamos, en serio, es imposible, y menos con
un camisón y en pantuflas. Pero evidentemente la nena no tenía
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Probablemente tenga que ver con alguien que sacó sus propias
conclusiones al notar la cicatriz de mi vieja operación de apendicitis.
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Eso sí, luego era delicado, no se crean que le gustaba cualquiera. A la mujer, le
pedía unas condiciones imposibles: “teta que la mano no cubre, no es teta,
que es ubre” y “teta que baila en la mano, no es teta que es grano”. Vamos,
que tenían que tener las tetas homologadas. Como un casco de moto.
Otro dato que conocemos del inventor de los refranes es que no debía tener muy
buen concepto de Dios, porque lo pone de vuelta y media: “Dios da lagañas al
que no tiene ojos”, “Dios da mocos al que no tiene pañuelos”. Vamos, que
Dios no da ni una. Ya podría hacer un cursillo antes de ponerse a repartir a
tontas y a locas. Pero éste es el peor: “Dios le da pan al que no tiene dientes”
¡Eso ya es mala leche!.
Los refranes no tienen ni pies ni cabeza, después de lo visto. Está claro que el
tipo además de impresentable hacía la mayoría de los refranes sólo porque
rimaban. En agosto, frío al rostro. Claro, como rima, ya está. Así cualquiera
hace un refrán. Yo mismo: En enero, aquí te espero, y En mayo... cuídate el
callo ¡Mirá como Julio no tiene refrán! ¡A ver quién le busca una rima a Julio! Les
dejo que lo piensen. Buenas noches.
Adaptación de www.materialesdelengua.org
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http://esevidente.com.ar/2008/07/refranes-y-frases-hechas-bien/
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NO HAY TU TÍA. Expresión que se emplea para recalcar que algo carece
de solución. Tiene su origen en un ungüento medicinal que en épocas
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