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DE ORATORE Y SU ROL POLÍTICO

El texto de Cicerón conocido como “De oratore”- si bien se presenta como una argumentación
en forma de reminiscencia dialógica- es el fruto de las cavilaciones de éste ya viejo consular. La
obra cristaliza una visión particular del autor en la que se deja ver su intención de definir a la
ELOCUENTIA como un ARS, y por consiguiente la importancia que reviste su ejercitación en el
contexto de los avatares de la vida política. En definitiva, tanto la introducción, como el diálogo
pretenden dejar en claro que está actividad es una técnica en cuyo adiestramiento se encuentra
buena parte de la VIRTUS POLITICA y por consiguiente la SALUS del orden social de Roma.

“De oratore” da cuenta de una extensa experiencia pública que se jugó tanto en los espacios del
senado como en las tribunas del foro frente al pueblo romano al que nuestro HOMO NOVUS
despreciaba desde un sentir elitista.

Al tiempo de retornar del exilio (57 a.c.) - al que había sido sometido por acción de su
encarnizado enemigo Clodio, con quien no iban a terminar las disputas, sino hasta el asesinato del
mismo en el 52 a.c.- el ex cónsul inició aquello que podríamos llamar- no sin cierta pretensión de
paralelismo platónico- su escrito de madurez. En esta obra afirmará que tanto la práxis retórica
como el ejercicio de la oratoria requieren simultáneamente de una formación general en otras
ciencias, así como de una cierta capacidad dramática-expositiva que ha de jugar un papel
complementario en el buen ejercicio de la elocuencia. En definitiva, se trataría de una técnica que
solo se cumple en plenitud, cuando existe un conocimiento integral de todas las artes propias de
los hombres libres y con éste el hábito de la representación dramática que se constituyente en
parte importante de la discursividad política en el espacio escénico. El ejercicio discursivo, sea en
el foro o bien en el senado, tiene por objetivo alcanzar la persuasión de un público espectador. El
hombre virtuoso en esta arena será aquel que goce de las excelencias propias del buen forense.

En fin, el solo conocimiento no es suficiente. El ejercicio actoral, la modulación de la voz y la


astucia destinada a relacionar ideas y recuerdos yacentes en la memoria deben actuar de manera
organizada para producir así un discurso coherente y verosímil a la hora de defender o atacar con
la palabra. El discurso persuasivo es en sí mismo un acto de habla.

Nada es casual, Cicerón se esfuerza por lograr que su auditorio o bien sus lectores entiendan
cual ha sido la importancia de su rol como funcionario en la administración de la res publica
romana y a su vez, se lleve a cabo la meditación necesaria para comprender cuan estimable es
este arte del “buen decir” entendido como arma de persuasión. Es la oratoria una actividad que
versa sobre cuestiones comunes, sobre leyes y costumbres; en consecuencia, se trata, la del
orador, de una práctica política destinada a la administración y buen gobierno de las cuestiones
públicas, y cuando ese orador actúa de manera eficiente, por su virtud, debe ser reconocido como
un varón elocuente.

Ahora bien, Si tomamos en cuenta el contexto histórico en el que se desarrolló la extensa


carrera política de Marco Tulio Cicerón, comprobaremos a partir de sus discursos, cartas y
proemios la insistencia con la que se presenta a sí mismo en tanto síntesis necesaria entre el varón
virtuoso y el hábil orador; combinación que se concentra en su persona y le da el status de
desvelado custodio de la patria. Es en principio allí donde reside la esencia de su concepción de la
salus de Roma.
DE ORATORE Y SU ROL POLÍTICO

“De oratore” da cuenta de una extensa experiencia pública que se jugó tanto en los espacios del
senado como en las tribunas del foro frente al pueblo romano, el cual estaba conformado en su
mayoría por una plebe urbana a la cual nuestro HOMO NOVUS despreciaba con un sentir elitista.

En su ecuación, la protección de los intereses de la clase senatorial era sinónimo de la


salvaguarda de las instituciones republicanas.

La oratoria como práctica, la elocuencia como virtud.

Enunciar un discurso que alcance su objetivo de persuasión puede ser fruto de una cierta
habilidad eventual, pero no es suficiente para constituir a este discurso en verdadera práctica
forense. Así, la adquisición del conocimiento de artes diversas y su uso como razón fundante de
los argumentos esgrimidos convierte al orador en hombre elocuente, es decir, un actor político
virtuoso, puesto que el enriquecimiento de su patrimonio cultural es aquello que el ánimo
requiere para alcanzar la excelencia en el decir. La elocuencia se asimila de esta manera a la
filosofía, y se une a ella como consecuencia necesaria. No se es buen filósofo si no se es elocuente,
puesto que en definitiva el discurso es el reflejo del diálogo del alma consigo misma y por
derivación se constituye a su vez en un elemento propio del éthos del mejor gobernante.

La trampa que esconde la argumentación de Cicerón reside en su visión del apropiado ejercicio
del poder gubernamental. La plebe que inundaba las calles de Roma constituía un actor social de
relevancia en lo que respecta a la paz y el orden, pero se trata de una masa irreflexiva, viciosa y
por tanto carente de un ascendiente honorable, la plebe carece de DIGNITAS, esta masa necesita
ser guiada por quienes están capacitados para hacerlo.

En más de un escrito nuestro orador nos deja de manifiesto que la SALUS de la patria coincide
plenamente con las capacidades e intereses de clase senatorial. Esto no fue un invento
Ciceroniano, desde los Graco en adelante, todas y cada una de las reformas agrarias propuestas
por los sucesivos tribunos fueron de una u otra manera rechazada, anulada, reformada, dejada
inactivas y siempre concluyeron con la desgracia de quienes las habían impulsado.

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