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EXISTENCIALISMO Y LITERATURA.

El existencialismo, como un movimiento filosófico que se preocupa por la existencia


humana, podría decirse que está presente en toda literatura, porque la literatura toda no es ajena a
los problemas que el hombre plantea en su existencia, a las actitudes que derivan del
enfrentamiento a ella, pero además, existe un hecho importante; para Sartre, Simón de Beauvoir o
Albert Camus, la vida misma es como una novela, y el existencialismo se expresa radicalmente en la
literatura. Quizás por pensar que se es libre, que uno está condenado a ser libre, es por lo mismo
que se siente perdido, y por encima de cuestiones abstractas que supuestamente encubren los
conflictos del hombre, tiene que enfrentar todo esto con un desasosiego frente al mundo que no
ofrece ningún tipo de seguridad, pero también le muestra un camino individualmente creativo de
hacerse a sí mismo, a pesar de lo dado o de toda circunstancia.

No solo la razón descubre la realidad absurda o indiferente; para la literatura


existencialista también existen sentimientos básicos como la angustia, la frustración o el absurdo,
que la hacen patente. El pesimismo es un tema que surge naturalmente por el hecho mismo de
estar arrojado al la existencia, pero también existen otros temas que surgen después de la segunda
guerra mundial, el de la decepción, la falta de libertad, la imposibilidad de tomar las propias
decisiones, el darse cuenta de estar en un mundo tan contradictorio.

Si para Sartre ell hombre no es más que lo que él hace de si mismo; ya Chekhov había
dicho que el mundo es, por supuesto, nada, excepto nuestra concepción del mismo. La literatura
de todos los tiempos encuentra en la existencia humana un lugar imprescindible… ¿De qué otra
cosa podría tratar entonces?...¿De qué otro lugar podría partir?

Jean-Paul Sartre, que nace en 1905 y muere en 1980, además de filósofo es un gran
escritor. A partir de 1924 que ingresó a la Escuela Normal Superior y conoce a a Simone de
Beauvoir, con quien estableció una relación que duraría toda su vida, y a partir de ahí, convierte su
propia vida en una novela existencial. Jean Paul Sartre dejó una amplia obra filosófica pero también
novelística y dramática, en la que plasmó su postura basada en la responsabilidad del hombre sobre
sus actos, más allá de la existencia de Dios, pues el hombre nace libre, responsable y sin excusas. Quien
es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es.

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Para 1938 había publicado “La náusea”, una novela que pretendía divulgar los principios
del existencialismo y que le proporcionó cierta celebridad, al tiempo que se convertía en símbolo de
aquel movimiento filosófico. Quizás ésta es la obra más representativa de Jean Paul Sartre, pues
ahí se propone explicar los principios del existencialismo y pasó a ser el símbolo de este
movimiento Sartre muestra lo absurdo de la existencia y su superficialidad, haciendo referencia a
sus experiencias personales. La nausea es la sensación que nos produce la realidad, al
comprender su falta de congruencia, su contingencia absoluta, su falta de razón, su permanencia sin
destino, su total indiferencia.

Todo es contingente y existir es simplemente estar aquí; vivimos, nos encontramos, nos
olvidamos, sin que podamos deducirnos, sin saber por qué y para qué estamos aquí. Y para intentar
superar esta contingencia hemos inventando un ser necesario y causa de sí mismo. Pero ningún ser
necesario puede explicar la existencia, esta situación no es una máscara, no es una apariencia que
puede disiparse, es algo que se presenta de manera absoluta y en consecuencia, su falta de razón
es perfecta. Todo está imbuido de esta gratuidad o falta de razón y sin ninguna explicación posible,
pues Dios no existe y entonces este jardín, esta ciudad, todo esto que se me aparece al momento
de escribir esta nota, y yo mismo, carecen de un motivo porque nada es congruente. Y cuando uno
llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo se convierte en una náusea.

Finalmente, Sartre pensaba que la vida no tiene significado desde el momento en que
pierdes la ilusión de ser eterno; que hay que enfrentar el absurdo, la contingencia de todo, pero aún
así y no pudiendo siquiera saber lo que queremos, somos responsables de lo que somos, y eso es
un hecho. La vida comienza al otro lado de la desesperación.

En 1943 publicó “El Ser y la Nada”, su obra filosófica más conocida, que no es otra cosa
que una visión personal de la filosofía existencialista de Heidegger, de quien ya hemos hablado.

Sartre desarrolla aquí una teoría que divide la realidad en dos regiones o verdades:. El
“ser-en-sí” que es el ser de las cosas, de los objetos, de las realidades no humanas a las que el
hombre se enfrenta, y el “ser-para-sí”, que es el ser de las personas, de las que existen, el ser de
las personas en tanto que está dotada de conciencia y libertad, e irremisiblemente sujetas a tener
una opinión, a ser subjetivas.

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Sartre quiere señalar que el ser de el hombre es ante todo su realidad, su actualidad, y
por ser compacto, denso y homogéneo, no incluye en su interior duplicidad alguna, ni ninguna otra
cosa. Es en sí mismo una totalidad.

Sartre rechaza las nociones tradicionales de acto y potencia, nacidas con Aristóteles; no
fuimos ninguna otra cosa antes, ni seremos nada después; esto del “acto y la potencia” es un
atributo que nosotros introducimos en la realidad, que nosotros hemos inventado, y así, cuando
decimos que la semilla no es un árbol pero puede serlo, o señalamos que un semicírculo es un
círculo incompleto, es algo que inventamos. Pero en el “ser-en-sí”, en la existencia tuya o mía, no
existe esta duplicidad de potencia y acto; antes no fuimos nada y no seremos nada después.

Sólo desde nuestra perspectiva la semilla es árbol en potencia, puesto que nosotros
esperamos que así sea, y así nos representamos el futuro, ponemos la semilla en el futuro y la
observamos como si fuera un árbol. Pero al representárnosla en el futuro como un árbol trasladamos
esta forma de ser al presente e introducimos esa potencialidad en la realidad actual de la semilla; y
del mismo modo, en el caso del semicírculo interpretado como un círculo incompleto, es nuestra
mente la que completa la figura y proyecta en lo real algo que está ausente.

El “ser-en-sí”, la persona, tu o yo, no es consciente, no tiene una explicación, pues la


consciencia o la explicación exige una especie de escisión, tendría que verme desde otra parte,
como puedo ver la semilla para suponer algo de ella, pero habito sólo en de hueco de mi existencia
sin mayores explicaciones. El “ser en-sí”, la persona, no escapa de sí mismo, vive sin explicación.
El “ser-en-sí” no es causa de sí mismo, ni tiene causa en otro que lo imagine, simplemente es. Es un
ser increado. No hay antecedente, no hay justificación y menos aún tiene una finalidad. La noción de
creación le parece absurda a Sartre; y por ser de este modo, por existir sin justificación, ni sentido
alguno, sin poder ser explicado o deducido, se está de más en el mundo, no es más que un puro
hecho, sin causa, sin razón, y su existencia es, por tanto, un absurdo.

Podríamos apreciar que para Heidegger –complicado por cierto y al que analiza Sartre- ,
en ninguna época se han sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como en la nuestra, pero en
verdad, nunca se ha sabido menos “qué es el hombre”. Hemos pretendido un saber absoluto que
todavía no ha llegado a sí mismo, que todavía no ha devenido en otro, sino que sólo es lo otro, es
una predicción. En cambio el sentido común del hombre tiene su propia necesidad y afirma su

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legitimidad con la única arma que está a su alcance, esto es, la invocación lo "obvio" de sus
aspiraciones y reflexiones, sin la firmeza de ese conmcocimiento absoluto, y esto nos coloca en la
angustia, que es la disposición fundamental que nos coloca, a su vez, frente a la nada.

En Albert Camus, aquel argelino que nace en 1913 y muere en un accidente en 1960,
aunque estudió sin terminar la carrera de Filosofía – le dio tuberculosis -, se consagró como un gran
escritor. Adquirió renombre en 1942 con su novela corta “El extranjero”, ambientada en Argelia, y el
ensayo filosófico “El mito de Sísifo”, obras que representan al existencialismo. Cuando militaba en la
Resistencia publicó muchos artículos del periódico clandestino “Combat”, del que fue fundador,
director y editorialista. Entre sus obras de teatro están “El malentendido” y “Calígula”, y como un
reflejo de los problemas que había planteado la guerra escribió “Cartas a un amigo alemán”.

En “El extranjero”, Camus, expone su concepción existencialista en el marco de la


llamada “filosofía del absurdo”, y ofrece una reflexión sobre la condición humana. Cuestiona, por
destructivas y falsas, todas aquellas ideologías que proponen una finalidad en la historia y, con esta
primera novela, Camus obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957.

Meursault, el protagonista de la obra, recibe un telegrama que le avisa que su madre ha


muerto. En el funeral no siente pena alguna. Sólo le molesta el calor del verano argelino y no poder
fumar. Poco después se encuentra con una antigua compañera de trabajo y con ella inicia una
relación y manifiesta estar dispuesto a casarse pese a que no sabe si la ama. En esos días traba
amistad con Raymond, que tiene problemas con un grupo de árabes.

Raymond, de paseo por la playa, es amenazado por éstos. Meursault los confronta con
revolver en mano; encandilado por el sol dispara sobre uno de ellos y lo mata. Es procesado, y en el
juicio se establece que no lloró por la muerte de su madre; que tiene relaciones sexuales
extramaritales y, según su propio testimonio, disparó porque le dolía la cabeza y la luz del sol le
había deslumbrado. El protagonista se declara culpable y le dictan la pena de muerte. Frente al
capellán de la prisión, la víspera de su ejecución, manifiesta su ateísmo, su falta de temor ante la
muerte y su indiferencia entre morir en aquel momento o años más tarde. Al final su único deseo es
ir al patíbulo rodeado por los gritos de la multitud.

Su comportamiento nace de la respuesta del hombre ante un estado de cosas que se


caracteriza por la indiferencia. Meursault no es un hombre amargado o infeliz. Es un joven vital y un

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hedonista egocéntrico. Asume la vida tal como se le ofrece; la enfrenta con espontaneidad y una
naturalidad que por momento parece que su actitud es pasiva.

Así, sin más, acepta el amor de María, la amistad de Raymond, la caricia del sol o la
frescura del mediterráneo. Es un hombre desolado que vive en una sociedad absurda. El personaje
que construye Camus, carece de la hipocresía necesaria para sobrevivir en la sociedad burguesa.
No apela a ninguna virtud. Vive en una honestidad extrema que ralla en la ingenuidad. Es producto
de la relación absurda y contradictoria entre dos ámbitos de por sí absurdos: el mundo y el hombre.

Para Camus, el absurdo es el reflejo del hombre moderno. Su condición cotidiana es la


sucesión absurda de hechos absurdos. El absurdo es la condición existencial primaria y destino
ineludible del hombre. Camus critica los valores de la sociedad burguesa que vive en el permanente
absurdo, mismo que se expresa, entre otras cosas, en la sacralización de la muerte y las conductas
individuales y colectivas que legitiman el círculo vicioso de prejuicios, hipocresía e ignorancia.

En el “Mito de Sísifo”, Camus ofrece una reflexión sobre la condición humana y al mismo
tiempo va a rechazar toda concepción filosófica o teológica ya establecida, para llegar a una
conclusión sorprendente.

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”, dice
Albert Camus, al inicio de su libro. En él, describe lo que uno hace en la rutina de su vida
diaria: despertarse, bañarse, ir a trabajar, comer, salir al tráfico, llegar a tu casa, dormir, repetir los
mismos actos. Hasta que un buen día, uno “despierta” y se pregunta: ¿Es posible encontrarle un
sentido al rumbo con el que llevamos nuestras vidas?, ¿por qué quiero ganar más dinero?, ¿por qué
quiero enamorarme?, ¿por qué quiero ser feliz?.... La realidad es que todas esas preguntar pueden
tener respuesta, pero todos sabemos que al final, todas ellas son insatisfactorias.

Además, los avances de la ciencia no ayudan; saber si el sol o la tierra se encuentran en


algún punto de la galaxia o si uno gira alrededor del otro, no responden a mi búsqueda de sentido.
Es importante notar que en toda la explicación, Camus se abstiene, obviamente, de buscar un
sentido religioso o metafísico a la existencia, se trata de un plano meramente humano sin la
respuesta trascendente que se podría encontrar en la religión.

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El mero ejercicio de preguntarnos al final del día, si tiene alguna trascendencia el actuar
en el mundo de esta manera, nos lleva hacia el absurdo. Absurdo ante una falta de comprensión
cabal del mundo que nos rodea en un sentido extremadamente existencial y personal.

Camus, no sin mucha razón, dice que el humano tiene una tendencia irreparable a
buscarle un orden, un sentido a las cosas: “Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico
hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta el final la pendiente de su
sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el
único problema que me interesa: ¿Hay una lógica de aquí hasta la muerte?”

Parece ser que para el suicida sí hay una lógica; él suicida, al ser enfrentado a una
incapacidad a responder a la cuestión de: “¿porqué estoy aquí?” , se da cuenta de que es imposible
responderse, es ha planteado un absurdo. Así el suicidio, afirma Camus, no es otra cosa que
confesar; confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que simplemente no se la comprende.

Ahora bien, en el sentido originario del pensamiento sobre el suicidio, darse cuenta de los
términos que propone el francés, lleva a un vacío existencial que toma la forma emocional de la tristeza y
depresión. Luego, como consecuencia, uno tiene que afrontar la cuestión de la propia vida y si vale la pena
vivirla. Esto, independientemente de la respuesta que uno tenga a esa cuestión, se trata de responder: sí o
no, invariable e irreparablemente, Camus da una reafirmación a la creencia en lo absurdo, como el eje
central de la conducta del hombre. Simplemente ahí está, en una aparición y una repetición constante.

Aceptar el absurdo significa ser sincero con la propia existencia. “Nada es una tragedia hasta que
el héroe es consciente de su circunstancia” . Afirma Camus, y se puede comprobar claramente en cualquier
historia que toque el tema, por ejemplo, en la tragedia de “Edipo Rey”. Esta tragedia no se consuma hasta
que el héroe se da cuenta de su condición de parricida e incestuoso. Es sincero, pues ya no pertenece al
porvenir, al “día siguiente” que termina con la muerte; el hombre al preguntar “por qué” y ver el incesante flujo
de contradicciones de la existencia, asimila al absurdo por completo y se sume en él.

Entonces, ¿porqué no es lo más lógico recurrir al suicidio? ¿porqué nos aferramos a vivir? La
respuesta de Camus, es muy inteligente:

“En el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El
juicio del cuerpo equivale al del espíritu y el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento. Adquirimos la costumbre
de vivir antes que la de pensar. En la carrera que nos precipita cada día un poco más hacia la muerte, el
cuerpo conserva una delantera irreparable”

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Camus, realzando el valor de la vida, puntualiza la capacidad que tienen todos los hombres para
disfrutar la vida, lo impresionante que es ser de la especie humana; el hombre como el punto central en el que
se conjuga el deseo del universo por explicarse a sí mismo. El hombre, que no obstante el mar de
incongruencias que en el habita, puede y debe reafirmar su capacidad de disfrutar la vida. Claro, que el
sufrimiento que trae el absurdo es innegable, el sentimiento de derrota y desesperación es el producto de su
seno materno y uno jamás debe de negar su existencia, pero debe rebelarse en contra de él… Pero ¿Cómo
habría de rebelarse?...

Es aquí donde Camus introduce el mito de Sísifo que todos conocemos: Sísifo, después de
haber engañado en repetidas a ocasiones a los dioses y escapar del Hades, es puesto en un castigo ejemplar
y eterno por los vengativos dioses: Él tendrá que cargar por la eternidad una piedra hasta la cumbre de una
montaña solamente para que cuando llegue ahí, ella se caiga y tenga que comenzar de nuevo. Sin embargo,
Camus afirma, no hay que imaginarnos a Sísifo como un ser tan miserable, pues el héroe trágico sabe, es
consciente de su propia situación de castigo. Él no espera que su situación vaya eventualmente a mejorar, no
empieza a pedir perdón, ni decide inventar un nuevo Dios. No, Sísifo entiende cabalmente que, haga lo que
haga, nada tiene sentido y por ello no se avienta del punto más alto de la montaña, sino que, una vez más, se
rebela en contra de los dioses y pretende disfrutar su castigo. Al comprender el absurdo constituye su
condición, se rebela en contra de él y lo sobrepasa.

Así, se entiende el sentido que quiere dar Camus al negarse al suicidio. Sí, el sufrimiento existe,
pero somos capaces de entender que los demás sufren; somos seres capaces de compasión, de unión, y
podemos darle la vuelta al absurdo que nos constituye. Por el sublime placer que es la vida creamos música,
arquitectura, arte, danza, tecnología y la disfrutamos de una manera tal que, viendo de frente y sin reparo el
sinsentido que es vivir, nos podemos parar al día siguiente y decir: “No me importa, quiero seguir viviendo.”

Simone de Beauvoir, es la pensadora y novelista francesa que mejor representó el


movimiento existencialista ateo, y figura muy importante en la reivindicación de los derechos de la
mujer. Era una activista que se había declarado atea desde los doce años. Junto con Sartre, y
Camus, fundó la revista “Tiempos Modernos” en 1945, que se transformó en un referente político y
cultural del pensamiento francés de mitad del siglo XX. Posteriormente publicó la novela “Todos los
hombres son mortales” y los ensayos “Para una moral de la ambigüedad” y “América al día” ,
además de sus célebres “Memorias” o sus “Cartas a Sartre”

Su libro, “El segundo sexo” en 1949, significó un punto de partida para distintos grupos
feministas, y se convirtió en una obra clásica del pensamiento contemporáneo. Fundó con algunas

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feministas la “Liga de los Derechos de la Mujer”. En “Los mandarines” explicó las dificultades de los
intelectuales de la posguerra para asumir su responsabilidad social; participo en el Tribunal Russell,
y en 1968 se solidarizó con los estudiantes liderados por Daniel Cohen-Bendit, además de presidir
una asociación encargada de defender la libre contra concepción; “Esta demanda es simplemente
una exigencia elemental (…) Recuperar, reintegrar nuestro propio cuerpo constituye para nosotras,
las mujeres, una necesidad vital. De frente a la historia, nuestra situación es bastante singular: en
una sociedad moderna como la nuestra, somos seres humanos a quienes se les prohíbe disponer de
sus cuerpos. Una situación que en el pasado sólo los esclavos han conocido” (…)“Las razones
prácticas invocadas contra el aborto legal carecen de peso; en cuanto a las razones morales, se
reducen al viejo argumento católico de que el feto posee un alma a la cual se le cierra el paraíso al
suprimirlo sin bautismo. Es notable que la Iglesia autorice, en ocasiones, el homicidio de hombres
hechos en las guerras, o cuando se trata de condenados a muerte; pero, en cambio, reserva para el
feto un humanitarismo intransigente.“

Simone de Beauvoir ni se casó, ni tuvo hijos. Fue coherente con su pensamiento, y en


ese ánimo de probar para conocer, tuvo relaciones con mujeres, algunas menores, aunque el amor
de su vida fuera Sartre, quien desarrolló un patrón, al que llamaron el “trío”, en el cual Beauvoir
seducía a sus estudiantes y luego se los pasaba a Sartre.

La Historia de la Filosofía en general, tiene una asignatura pendiente: reconocer a las


mujeres, pues pocas veces se mencionan en los libros de Filosofía. Y fueron pocas, porque, para
decirlo en palabras de Virginia Woolf, las mujeres siempre carecieron de “una habitación propia”. No
podían, como los hombres, retirarse a escribir sin ser requeridas para las obligaciones domésticas o
actuar simplemente como mujeres. "Soy demasiado inteligente, demasiado exigente, y demasiado
recursiva para que alguien se haga cargo de mí completamente. Nadie me conoce ni me ama
completamente. Solo me tengo a mí misma", solía decir la escritora.

Simone de Beauvoir es un caso paradigmático, ya que ni ella misma se consideraba


filósofa porque no había creado un sistema conceptual propio. Hoy, con el declive de los grandes
sistemas filosóficos explicativos y la redefinición de la filosofía como pensamiento crítico sin
pretensiones absolutas, se ha podido apreciar mejor la aportación filosófica de Simone Beauvoir.
El interés por los condicionamientos sociales a la libertad, constituye el núcleo de su originalidad y
de la fuerza de su pensamiento. Esta característica se manifiesta ya su obra ¿Para qué la acción? ,

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escrita en 1944. En ella, esboza una ética existencialista que ejemplifica en la figura de Pirro, uno
de los tipos humanos presentados en las Vidas paralelas de Plutarco, el reflexivo Cineas, amigo y
consejero de Pirro, le pregunta a éste para qué se lanza a sus conquistas, si su objetivo final es el
reposo. ¿No sería más sabio empezar por eso? ¿Para qué actuar en el mundo?... pero en ese
mismo contexto, Beauvoir cita el consejo de un personaje de Voltaire: “quizás hay que limitarse a
cultivar nuestro jardín”. Sin embargo, señala la escritora, la extensión de ese jardín depende de
nuestro proyecto: para unos se limita a sus intereses egoístas, y para otros ese jardín es el mundo.

Las acciones buenas serán aquellas que favorezcan el ejercicio de la libertad de los
demás, y malas serán las que lo restrinjan. En tanto existencialista, Simone de Beauvoir es una
pensadora de la libertad pero, a diferencia de Sartre, sostiene que existe una jerarquía de
situaciones, porque hay personas a las que se les deja poco margen para ejercer su libertad y otras
que tienen mayores posibilidades de hacerlo. El compromiso con los otros es lo que da sentido a
nuestras acciones.

Tras largas discusiones, Sartre aceptará la distinción de Beauvoir, corrigiendo su


cartesianismo inicial que veía a todos los sujetos igualmente libres. La filosofía moral y política de
Beauvoir se concreta en dos obras importantes: El Segundo Sexo y La Vejez, donde a las mujeres y
ancianos se les atribuye una serie de definiciones sociales muy restrictivas para su libertad.

En “El Segundo Sexo”, su reflexión filosófica más famosa, argumenta que si el ser
humano no tiene una esencia fija, sino que es sólo "existencia", o sea, libertad para proyectarse,
autonomía para labrar su esencia, el hecho de que a las mujeres se les dé tan pocas opciones de
realización personal (su único destino honorable era ser esposa y madre), implicaba que se les
impedía realizarse como seres humanos plenos. En otras palabras, es injusto definir a la mujer sólo
como algo fijo, mientras se concibe al hombre como “existencia” plena, dinámica y trascendente.

Su famoso lema; "No se nace mujer, se llega a serlo", marca el origen de la crítica al
“Eterno Femenino”, es decir, aquella concepción que crea un arquetipo psicológico y un principio
filosófico que idealiza, pero también limita un concepto inmutable de mujer.

Veinte años después de la publicación de este libro, resurgía el feminismo como un


movimiento, después de que había desaparecido tras la conquista del voto por las sufragistas en el

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primer tercio del siglo XX, y entonces las lideresas y pensadoras de esta “segunda ola” se
declararon “hijas de Beauvoir”.

La lectura de “El Segundo Sexo” les había llevado a examinar críticamente la situación
subordinada de las mujeres; los límites que la sociedad les imponía, su reclusión en el ámbito
doméstico y las definiciones estereotipadas de su papel e identidad. Fueron a verla a París, y
Simone de Beauvoir estaba sorprendida del alcance de su obra. Ahora podemos decir que cambió
las sociedades modernas y continúa haciéndolo en el sentido de la libertad y la igualdad.

Por otra parte, ya dijimos que Simone de Beauvoir no se consideraba a sí misma como
filósofa porque concedía ese rango únicamente a los creadores de sistemas, habrá que considerar
que en la historia de la Filosofía, hay muchos pensadores que no han creado sistemas (Bacon y
Rousseau entre otros) y no por ello se los deja de considerar. La aportación de Simone de Beauvoir
no se reduce a una simple aplicación del existencialismo sartreano al caso de la mujer, sino radica
en la crítica de que el sujeto sartreano se asemeja más al sujeto desencarnado del cartesianismo,
al puro “pienso luego existo”, al descubrimiento de la operación intelectual susceptible en todos los
hombres, y en Simone de Beauvoir, se transforma en un “porque existo pienso, y tengo derecho a
hacerlo”

. Esta filósofa hizo evidente la situación de que no siempre existen las mismas
posibilidades de interpretación de la existencia, y que la situación delimita siempre el alcance de la
libertad. Por eso establece una jerarquía de situaciones. “Hay situaciones privilegiadas en las que la
libertad se cumple en grado máximo y otras en las que las posibilidades de realización de la libertad
son mínimas: son las situaciones de esclavitud, como el caso de las mujeres en el harén, o de los
esclavos negros en América, ejemplos vivos de un mínimo grado de libertad".

Queda claro que esta revelación, habría influido posteriormente en Sartre en el sentido
de reconocer la fuerza de las determinaciones sociales sobre la libertad individual, cuestión
fundamental de su doctrina.

Finalmente es muy curioso observar que sus escritos testimoniales y autobiográficos,


parecen guardar un orden estrictamente existencial; entre 1958 y 1981, están “Memorias de una
joven formal” “La plenitud de la vida”, “La fuerza de las cosas”, “La vejez”, “Una muerte muy dulce”
“Final de cuentas” y “La ceremonia del adiós”, su despedida de Sartre.

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Jean –Paul Sartre murió a los 74 años, en París, el 20 de marzo de 1980, el escritor vivía
solo. A su entierro acudió Simone de Beauvoir, su compañera de toda la vida, y su hija adoptiva, la
norteafricana Arlette El Kalim. Su muerte, casi en soledad, fue un símbolo de los últimos años de su
vida que desarrolló en medio de una gran precariedad económica, aunque rodeado de familiares y
amigos. Dedicado siempre a la literatura y al pensamiento, el padre del existencialismo
contemporáneo no dejó de escribir a pesar de que en los últimos tiempos fue atacado por una
ceguera casi total. A preguntar por su salud, acudió el entonces Presidente de Francia, Giscard
d'Estaing, y a su entierro acudieron más de veinte mil personas.

Considerado el filósofo existencialista más comentado y de mayor notoriedad en Europa,


había nacido el 21 de junio de 1905, hijo de un oficial naval Jean-Baptiste Sartre y de Anne-Marie
Schweitzer, hermana del premio Nobel de la Paz, Albert Schweitzer. , Sartre tenía 15 meses cuando se
quedó sin padre y quedó bajo la tutela de su abuelo, Charles Sartre, quien le enseñó matemáticas y literatura
clásica.

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