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Tema 5

TEMA 5: LA ACCIÓN HUMANA SOBRE EL MEDIO.


PROBLEMÁTICA ACTUAL.

1- ECOLOGÍA: EL HOMBRE Y EL MEDIO.


1.1- NOCIÓN DE ECOLOGÍA.
1.2- LA ACCIÓN ANTRÓPICA

2- LA ACCIÓN ANTRÓPICA EN LAS SOCIEDADES RURALES: EL


IMPACTO DE LAS TÉCNICAS AGRÍCOLAS.
2.1- LOS USOS AGRÍCOLAS
2.2- LA PRESIÓN SOBRE LA TIERRA

3- PAÍSES Y SOCIEDADES INDUSTRIALES.


3.1- LA CONTAMINACIÓN ATMOSFÉRICA.
3.2- BIODIVERSIDAD.
3.3- LAS "OTRAS" CONTAMINACIONES.

4- POLÍTICAS MEDIOAMBIENTALES

5- BIBLIOGRAFÍA

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Tema 5

1- Ecología: el hombre y el medio.

1.1- Noción de Ecología.


La Ecología es una ciencia muy vieja y muy nueva al tiempo, presidida por un carácter
interdisciplinar, y con una inequívoca voluntad de síntesis en el estudio de la conservación del
equilibrio natural. Su importancia es reconocida en la actualidad en la misma medida que se van
haciendo patentes las perturbaciones que afectan a la Naturaleza. La definición original de la
Ecología fue realizada por Haeckel en 1870: "Es el conjunto de conocimientos referentes a la
economía de la Naturaleza, la investigación de todas la relaciones del animal tanto con su
medio orgánico como inorgánico."
Pero tal vez una de las aportaciones más importantes de la Ecología sea el concepto de
ecosistema: del conjunto de interrelaciones que se establecen entre los animales y el medio. Es
decir, la concepción del entorno como un sistema articulado, tal como lo definía Tansley en 1936.
Y dentro de esta definición general, destacaba dicho autor como una de sus características que las
interacciones entre seres vivos e inertes son fundamentalmente de tipo energético: en los
ecosistemas se establecen relaciones de dependencia funcional, en un ciclo que relacionaría
mutuamente a todos sus componentes entre sí, inscritos en ese ciclo de consumo energético
piramidal, y que tendría como vértice la energía solar. Para la Ecología, los ecosistemas por una
parte no son entes reales; si bien, en contra de la visión simplista que en muchos ámbitos domina
del ecosistema, no se trata de entidades autosuficientes, ni limitadas en relación a los ecosistemas
contiguos. Ni son estáticos: son una respuesta dinámica a las variaciones ambientales. Pero los
ecosistemas también son entes abstractos, es decir, esquemas conceptuales elaborados a partir del
conocimiento del funcionamiento real de los sistemas, metamodelos. En su expresión conceptual
más abstracta, la Teoría de Gaia (nombre griego de la Tierra) considera al planeta como un ser
vivo, como un conjunto de órganos y funciones mutuamente interdependientes: ante todo (desde
el punto de vista ecológico y geográfico) se trata de remarcar la existencia de formas de
interacción y adaptación entre los distintos componentes planetarios; y de ahí la pertinencia de la
metáfora que considera a Tierra como un ser vivo.
La Geografía se ha visto influida (enriquecedoramente) por las aportaciones de la Ecología.
Hasta cierto punto su objeto de estudio es coincidente, y no pocas de los postulados en que se
basa la Ecología son aplicables al estudio geográfico de las relaciones entre el hombre y el
medio.
De forma más concreta, puede decirse que el hombre y la naturaleza son dos subsistemas en
continua interacción: pues la especie humana es tan numerosa y posee tal capacidad de control y
modificación del medio sobre el que se asienta que no sería posible entender el funcionamiento
de los principales ecosistemas sin atender a dicha capacidad de cambio. El hombre es el único
animal capaz de transformar decisivamente el medio y determinar la regresión de las reglas del
juego por las que se rige el ecosistema.
1.2- La acción antrópica.
La acción del hombre constituye a escala planetaria una modificación sustancial de la naturaleza:
como ejemplo, de los 130 millones de Km2 del conjunto de las tierras emergidas, entre 13 y 15
millones (según distintas estadísticas; pero en todo caso más del 10% de la superficie total) están
dedicados a tierras de cultivo (lo que significa que cada Km2 alimenta a 250 personas), y por lo
tanto se encuentran profundamente modificadas. El progresivo incremento de la población
implica inevitablemente cambios cada vez más sustanciales sobre el sustrato natural, que en
enormes extensiones del planeta aparece como irreconocible: en la megalópolis de la costa Este y
Grandes Lagos de Norteamérica, en la conurbación costera japonesa, etc. En general puede
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decirse que si durante el Paleolítico la acción antrópica apenas es reconocible sobre el espacio
(con una densidad de población de aproximadamente 0,3 a 1 habitante por Km 2), el posterior
nomadismo que supuso la Revolución Neolítica será el comienzo de un gigantesco proceso
erosivo del suelo, acompañado por la profunda modificación del terreno que el traslado de
materiales y recursos a la ciudad supone, y finalmente por la metabolización parcial de los
mismos, que se traduce en la generación de cuantiosos desechos urbanos: factores todos ellos,
como veremos, determinantes en la modificación del medio natural.

2- La acción antrópica en las sociedades rurales: el impacto de las técnicas agrícolas.


2.1- Los usos agrícolas
El incremento de población humana se ha visto acompañado por una densificación de las áreas
cultivadas. Bajo la presión de las necesidades del grupo, se ha procedido a un proceso continuo
de roturación de nuevas tierras, que en última instancia puede tener como peligro la alteración
del equilibrio de las masas y áreas vegetales, y por tanto conllevar daños en el espacio útil en
forma de inundaciones, aumento de la capacidad erosiva del agua y del viento, etc. En definitiva,
la parte más perniciosa de esta roturación de masas silvestres ha sido el carácter escasamente
selectivo que ha tenido: buena parte de los sueños habilitados para uso agrícola son de escasa
productividad.
En algunas regiones planetarias el hombre ha conseguido mantener la conservación de la
fertilidad de la tierra, pero en otras esta sobrepresión sobre el terreno (por las altas densidades
humanas que le corresponden, por un uso intensivista que no respeta los ciclos de regeneración
de la endeble capa edafológica) se ha traducido en la destrucción de zonas antiguamente fértiles.
Es el caso de amplias zonas de la India, convertidas en estériles y en proceso de desertización
casi irrevocable: pese a que la caída de los rendimientos debería haber provocado una migración
de la población hacia otros asentamientos, la ausencia de otros recursos y la disimetría en la
distribución de la población ha provocado que una ingente masa campesina hambrienta explote
hasta su esquilmación casi total estas tierras del centro y norte del país. La consecuencia es que
ante la inhabilitación de estas tierras, la emigración posterior hace que la zona costera y los
corredores de los ríos presenten cada vez una mayor concentración humana, llegando a amenazar
en el futuro la viabilidad de la regeneración de unas tierras cada vez más sobreexplotadas.
Lo mismo sucede en la selva del Amazonas, otro ejemplo de roturación excesiva, y que ha
supuesto un fracaso. Lejos de sus fines iniciales (dotar a más de medio millón de colonos de
tierras de cultivo) esta explotación de la selva no ha servido para brindar nuevas superficies
agrícolas: el frágil equilibrio de unos suelos ricos en óxidos de hierro y de aluminio dependía de
la existencia de una capa gruesa de humus de forma permanente, proveniente de la caída y
descomposición de ramas y restos de plantas, sin cuya concurrencia en las zonas colonizadas del
espacio selvático brasileño, se producen procesos de formación de costras de óxido que a corto
plazo impiden el cultivo agrícola. Sin embargo, la selva tarda casi 40 años en recuperar su estado
de equilibrio natural: y mientras esto sucede, las precipitaciones convectivas propias del clima
ecuatorial son menores, el suelo se ve amenazado por fenómenos de escorriasis y livifluxión, la
tierra se ve amenazada por el potente proceso de lavado de minerales... poniéndose en peligro la
recuperación de dichas tierras, siquiera como espacio selvático, de forma casi definitiva.
En los dominios tropicales el problema de la formación de costras de óxido o cortezas lateríticas
es aún mayor, debido a una composición del suelo igualmente rica en óxidos de hierro y aluminio
combinada con un clima con una estación seca y calurosa más o menos acentuada, que favorece
el precipitado y solidificación de dicha capa. Generalmente, dicho proceso es la consecuencia de
una agricultura demasiado insistente, fenómeno que es frecuente en las economías de plantación:
su planteamiento de explotación es un uso intensivo y concentrado en un mismo espacio, que tras
una decena de años queda esquilmado, trasladándose a otros lugares próximos tras dicho

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empobrecimiento del suelo, acentuado por la tipología de los productos propios del régimen de la
agricultura de plantación o especulativa: cacao, café, ananas, bananas, etc.
De la misma forma, amplias zonas de los bordes del desierto del Sáhara son producto de un uso
pertinaz del arado, que intentó sustituir una tierras tradicionalmente de pasto seco por
explotaciones agrarias inadecuadas pero incluidas en el circuito de la agricultura monetarizada.
Uno de los ecosistemas más productivos del planeta, como es el manglar (hábitat que se produce
en las zonas tropicales en las que el agua salada de las mareas penetra en el interior de las
cuencas de los ríos y tierras aledañas, rico es peces y moluscos) está siendo arrasado en países
como Ecuador y otras zonas costeras africanas, por culpa de la explotación masiva de las
empresas industriales camaroneras (langostinos y camarones). Según la FAO, la Organización
de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, desde 1980 se ha perdido un 25 por
ciento de la superficie de manglares en todo el mundo. Según FAO, en casos extremos como el
de Honduras, uno de los principales productores mundiales de langostino cultivado, se ha pasado
de 156.000 hectáreas de manglar en 1980 a tan sólo 40.000 en el año 2010. Por su parte.
Vietnam, el quinto productor mundial ha perdido más de la mitad de sus manglares en el mismo
periodo. Indonesia, tercer productor mundial, el 30 por ciento.
2.2- La presión sobre la tierra
Las consecuencias de esta presión sobre la tierra no sólo son a largo plazo. No faltan ocasiones
en las que estas catástrofes se manifiestan de forma casi inmediata: en Oklahoma en 1924,
debido a la sobreexplotación agrícola del suelo, asociada a una prolongada sequía, el viento se
llevó por los aires el manto de tierra cultivable, quedando amplias zonas inutilizadas para todo
aprovechamiento agrícola. Era la consecuencia de acabar con la plantas que fijan la tierra al
suelo, de una roturación que no tuvo en cuenta, como es frecuente, factores como la composición
del terreno, la incidencia climática, etc. En cambio, en las mismas zonas devastadas por el viento,
las áreas que conservaron su cobertera de pradera natural por no haber sido puestas en
explotación, no sufrieron las consecuencias catastróficas dichas.
También las zonas explotadas mediante un excesivo regadío son susceptibles de sufrir
problemas. Si dicho regadío es extenso pero descuidado y excesivo en su aplicación, se provoca
que la capa freáticas suba en la tierra así irrigada, lo que supone anegar las raíces y su
destrucción por falta de aireación. Por otra parte, el regadío proveniente de niveles del terreno
calizos o ricos en sales puede provocar una salinización del suelo. Pero incluso la aplicación de
aguas con composiciones centesimales adecuadas al regadío pueden tener como efecto la
disolución de las sales de las rocas del sustrato inmediatamente inferior a la capa edafológica,
formando igualmente costras salinas: así pasó en el Creciente fértil de Asia Menor, que hoy
presenta unos rendimientos sin duda menores a los de hace mil años, y se encuentra gravemente
erosionada, a lo que tampoco son ajenos los imperios históricos que se fueron asentando entre las
cuencas del Tigris y Éufrates.
Por último, debe hacerse mención a la fracasada política de desparasitación de los campos. El
recurso a venenos baratos (ya desde tiempos del altamente nocivo D.D.T., hoy en día prohibido),
a la generalización de prácticas fumigatorias sin estudiar las consecuencias que introducen sobre
los ecosistemas, se ha traducido en una eficacia a corto plazo, pero una irrentabilidad a plazo
medio: matando determinados insectos, se envenena frecuentemente a sus predadores naturales,
que decrecen en número; y cuando los insectos supervivientes (existe una ley biológico-evolutiva
según la cual cuanto mayor es una comunidad de seres vivos más probabilidad existen de
adaptación a las variaciones del medio: los insectos tienen una enorme capacidad de adaptación a
los fungicidas, plaguicidas y cualquier forma de veneno) van recuperando sus colonias, no se
encuentran la oposición natural de sus predadores, lo que implica que el rebrote de la comunidad
de insectos supera en número la cifra de los existentes antes de la fumigación: es lo que se
conoce con la denominación de alteraciones en las cadenas fitofágicas. Los pesticidas, larvicidas,
fungicidas y herbicidas, además de su efecto indiscriminado sobre especies necesarias para la
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agricultura (insectos polinizadores, etc.) aniquilan organismos también necesarios para la


conservación del equilibrio biológico, por su función de desintegración de la materia orgánica
prima, por su incidencia sobre los ciclos vitales de los árboles, por mantener estables a
poblaciones de insectos más nocivas, etc. El hombre, sin embargo, trata a los insectos como
conjunto, como un complejo patológico al que enfrenta pesticidas. Sin embargo, las plagas no
cesan, sino aumentan, y en África son causantes de unas pérdidas del 25% de las cosechas
totales. El recurso a compuestos orgánicos clorados o fosforados, fácilmente producibles y
baratos, tiene efectos perniciosos a largo plazo: quedan fijados en el suelo.
Junto con los insectos mueren millones de toneladas de bacterias en todo el mundo cada año,
cuya concurrencia es necesaria para el proceso de nitrificación (fijar el nitrógeno al suelo). Por
último, los venenos estables como los empleados tienen muchas probabilidades de pasar a la
cadena hídrica, y de revertir contra el hombre. Lo mismo puede decirse en los productos
consumidos: la O.N.U. advertía ya en 1976 que el 3% de las muestras agrícolas analizadas en
campos fumigados contenían niveles de insecticida superiores a los permitidos.
La consecuencia derivada de los procesos analizados es la necesidad de una agricultura que
analice previamente la incidencia que los usos agrícolas concretos tendrán sobre los equilibrios
naturales. En los casos antedichos no debió prescribirse el uso agrícola, sino ajustarse a las
intensidades y formas de explotación que fuera aptas para dichas condiciones. La tecnología
agrícola está en disposición de encontrar solución a los problemas señalados, la erosión,
salinización, parasitosis, etc. El hombre debe aprender de sus propios fracasos, racionalizando
sus prácticas. Así, por ejemplo, la introducción de rotaciones cereales (arroz, mijo, etc.) junto con
plantas nitrogenantes en las zonas tropicales mejora sensiblemente los rendimientos a largo plazo
de los productos de plantación: el reto planteado es conseguir incrementar los rendimientos
económicos sin que ello implique hipotecar el futuro agrícola de la zona. El regadío debe ir
precedido del análisis del grado de salinización del agua y del suelo humedecido al que se
destina. Y, por último, el "combate biológico" (fomentar la proliferación de enemigos naturales a
los del insecto que se quiere eliminar, siempre que se tenga la seguridad de que la misma sea
inicua: la avispa oriental es empleada con éxito contra el escarabajo de Japón en EE.UU. desde
los años 80; existen técnica de esterilización de insectos inocuas, como el suministro de
hormonas; pueden emplearse ramas resistentes de cultivos;), es una alternativa al uso de
plaguicidas que dañan al conjunto del ecosistema. Sin embargo, las prácticas que la agronomía
propone chocan con un imponderable: la presión sobre el suelo de las sociedades que llevan a
cabo estas prácticas, la escasez de sus recursos técnicos y económicos, la existencia de
estructuras de la propiedad y formas de explotación abusivas que benefician a las élites sociales
de los países tercermundistas.
La desecación de zonas húmedas para uso agrícola y para eliminar la proliferación de insectos es
una vieja aspiración del hombre. Marismas, lagunas y tierras encharcadas son consideradas zonas
desaprovechadas, e incluso focos de infección. En el caso de España, una ley de 1879 obligaba a
desecar dichos focos si son declarados insalubres, mientras que una ley de Cambó en 1918
facilita el aterramiento de numerosas zonas en todo el territorio natural. Sin embargo, esta
concepción carece de una visión a más largo plazo: la riqueza zoológica de los humedales
constituye una fuente generadora de recursos por la incidencia del turismo, y además constituye
un foco necesario como escala en las migraciones, generador por tanto de una riqueza que no es
sólo simbólica, emotiva ("conservar las especies"): una pequeña ave migratoria, de los millones
que se pierden con la desecación y transformación en zona agrícola, come anualmente un
kilogramo de insectos, favoreciendo dichas áreas (pese a la existencia de insectos en sus aguas)
al conjunto de la agricultura. Esta realidad fue puesta de manifiesto en la Conferencia de sobre
Zonas Húmedas de 1962. En España, excepto los Parques Naturales (como Doñana y Tablas de
Daimel) hasta hace poco no ha existido una legislación restrictiva sobre la caza y desecación en
el humedal, encontrándose amenazadas por la contaminación, la urbanización e incluso las
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prospecciones las marismas del río Odiel -Huelva-, el Delta del Ebro, la Albufera de Valencia
(reducida de 30.000 a 2.000 hectáreas), las Lagunas de Gallocanta, etc.
Otro de los grandes problemas del medio agrícola es la erosión del suelo, elemento básico del
equilibrio, y cuya formación y recuperación requiere un proceso extraordinariamente largo.
Algunos suelos especialmente complejos tardan en formarse miles de años: la reposición de una
capa de 20 cm. necesita de 2.000 a 7.000 años.
Entre 1882 y 1952 el planeta ha perdido un 36,8% de sus masas de bosque, mientras que el
desierto ganó un 140,6%. A este proceso se une el de continuas pérdidas de suelo (sólo en España
cada año se desprende un volumen de suelo similar al del Peñón de Gibraltar). La tierra
arrancada va a parar al mar o fondo de los lagos, lo que constituye un problema añadido. Según
la Conferencia Mundial Sobre Desertización celebrada en Nairobi en 1977, 20 millones de
hectáreas es el volumen de tierra equivalente a la arrancada de su soporte a lo ancho del mundo
durante el último siglo. Los efectos de la falta de cobertera vegetal son la mayor probabilidad de
inundaciones. De seguir a este ritmo, España no dispondrá en el 2010 de una hectárea por
habitante, por debajo por tanto del mínimo aceptado internacionalmente.
No es una situación enteramente inevitable: el sudeste español (con Almería y Granada afectadas
en casi el 50% de sus provincias por la desertización), con la participación de la UNESCO, se ha
convertido en vanguardia del campo de la experimentación en la lucha contra la desertización,
haciendo extensiva su experiencia a los países del Tercer Mundo.
En la base de la desertización se encuentra la deforestación, proceso paulatino (que tiene en el
caso de Europa un momento apicular durante la Edad Media) en el que son determinantes el
impacto de la ganadería, la búsqueda de leña y madera de construcción, la creación de flotas
marinas (los quejigales sorianos serán esquilmados para la construcción de la Armada Invencible
de Felipe II), por motivos defensivos y por roturación de tierras. Los múltiples incendios
forestales han esquilmado especialmente las zonas más secas, como el área mediterránea europea
(España sufrió en el peor año de incendios, 1981, más de 11.000 incendios, lo que supone
300.000 hectáreas de pérdidas). Los incendios provocan una disminución de las lluvias que caen
en la región, una menor absorción de energía solar (y por tanto aumento de las temperaturas, y
consiguientemente mayor evaporación), menos elementos de freno a la circulación de los
vientos, etc.
Los criterios imperantes en la reforestación del suelo quemado han sido productivistas: plantar
especies baratas, xerófilas y de crecimiento rápido, como el pino o el eucalipto, en lugar de
especies autóctonas (en el caso de España, hasta 1980, el 90% de lo reforestado correspondía a
pino, el 8 a eucalipto y el 2% a especies autóctonas). Sin embargo de los resultados aparentes de
esta política de rápida reforestación a partir de pinos o eucaliptos (que sólo favorece a la industria
papelera) son nocivos: siendo especies con una gran capacidad de absorción de los nutrientes (lo
que explica su rápido crecimiento), no dejan que proliferen otras especies, ni arbustos, con los
consiguientes problemas de aterrazamiento.
3- Países y sociedades industriales.
3.1- La contaminación atmosférica.
La contaminación atmosférica constituye la mayor preocupación ecológica. Se trata de la
consecuencia impersonal de la sociedad industrial. Hasta el siglo XIX eran las grandes
aglomeraciones industriales las productoras de los principales focos de contaminación del aire,
fundamentalmente por la emisión de emanaciones químico-metalúrgicas y por la combustión del
carbón.
Un segundo paso, iniciado a partir de la segunda fase de la revolución industrial, lo constituye la
era de los hidrocarburos, con una componente más gaseosa y pulverizada que la contaminación
proveniente del carbón: también millones de toneladas de contaminantes procedentes de los
desechos industriales son vertidos, junto a la acción de las calefacciones, tubos de escape, etc. No
se trata sólo de una cuestión estética: la contaminación atmosférica es en las áreas más
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densamente industrializadas la principal causante de las bajas laborales, con las consiguientes
pérdidas económicas que genera.
Entre los países más contaminantes del planeta (en cuanto a toneladas de C02 por habitante) se
encuentran Qatar, Emiratos Árabes. Kuwait y otros países petrolíferos, seguidos de cerca por
EEUU y los restantes países desarrollados; mientras que los últimos lugares los ocupan los países
africanos.
La acción mecánica del viento como introductora de partículas, el vertido de contaminantes
debidos a una reacción sin combustión (propio de las fábricas) y los contaminantes por
combustión química, forman parte de este cuadro de agentes contaminantes. Respecto a los
hidrocarburos, una de las principales desventajas que presentan es la poca eficacia en su quema:
de cada litro de gasolina empleada se generan nada menos que 400 gramos de gases
contaminantes.
La existencia de anticiclones asociada al momento de uso de las calefacciones provoca con
frecuencia la formación de una cubeta o paraguas, capaz de condensar la contaminación. En la
actualidad se tiene en consideración este aspecto para conceder permiso de instalación a las
industrias.
De esta forma en Donora, Londres, Los Ángeles o México se han producido graves accidentes
industriales a lo largo de nuestro siglo, vertiéndose cantidades inusitadas o provocándose
concentraciones de contaminantes superiores a los tolerables. En 1930 una niebla mortal
provocará más de 100 muertos en Lieja. En Donora (Estado de Pensilvania) en 1948 morirán
más de 600 habitantes por la existencia de dióxido de azufre. Londres sufrirá en 1952 uno de los
momentos más críticos de su existencia: la niebla ácida provocará entre 3.000 y 4.000 muertos.
En Madrid en 1979 se produjo la mayor amenaza de contaminación urbana de la historia
española: una boina química se situará entre los 70 y 400 metros de altura, debida a la acción de
la calefacción y coches, registrándose 1.600 microgramos de dióxido de azufre por metro cúbico.
En octubre de 1997 en París se tuvo que tomar la medida de dejar circular únicamente a la mitad
de los coches cada día, debido a la amenaza de contaminación, y pese a la bonanza climática.
La solución pasa (como en parte se está poniendo en práctica) por potenciar el transporte público
(crear aparcamientos vigilados en las estaciones de ferrocarril de cercanías de las grandes urbes,
carriles para coches con dos o más pasajeros, crear buenos enlaces entre distintos medios de
transporte, peatonalizar los centros históricos de las ciudades, etc.)
Los efectos sobre la salud son patentes: aumento de la bronquitis crónica, asma, efisema y
carcinoma pulmonar, etc.; y, si van añadidos a la acción del tabaco, patologías cardiovasculares,
oculares, óseas, fatiga crónica y todo tipo de lesiones a largo plazo. Sobre los vegetales los
efectos son igualmente nocivos, como pone de manifiesto la sintomática desaparición de los
líquenes de las piedras de las ciudades, siendo una planta muy sensible. También en los edificios
se hace notar la erosión destructiva de los acúmulos de puluentes sulfurados (como sucede en la
Acrópolis de Atenas, pese a la campaña de la UNESCO para preservar esta ciudad declarada
patrimonio de la humanidad, en la Catedral de León, Il Duomo o en las pirámides egipcias), que,
a partir de determinadas concentraciones, pueden dar lugar incluso a la lluvia ácida, como sucede
en la Selva Negra.
Las medidas para un control de la contaminación gaseosa pasan por la selección de los
combustibles atendiendo a su nivel de contaminación (sólo la sustitución de la gasolina por otra
sin plomo tiene una incidencia notoria en el descenso de la contaminación), la aplicación de las
soluciones técnicas que ya existen pero son costosas de generalizar para el saneamiento de los
tubos de escape de los vehículos, el precipitado y eliminación no gaseosa de los vertidos fabriles,
el control de contaminantes como el dióxido de azufre de las calefacciones, etc. En definitiva, se
trata de conjugar la imposición de medidas racionales destinadas a disminuir la contaminación
con la realidad económica, no proponiendo planes inalcanzables, sino medidas realistas. Por
ejemplo, en New York los autos debe pasar obligatoriamente una revisión anual del sistema de
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combustión, y si sobrepasan determinados niveles pierden el permiso de circulación.


Otro aspecto fundamental de la contaminación gaseosa es su incidencias sobre las variaciones del
clima. Es preciso decir en primer lugar que no existe un consenso absoluto sobre los motivos del
calentamiento de la troposfera: algunos climatólogos la atribuyen a procesos derivados en
exclusiva de la acción antrópica, como la quema masiva de combustibles naturales como
rastrojos y bosques, la ascensión de polvo en exceso por las labranzas excesivas, o la
acumulación de gases contaminantes. En el año 2010 la temperatura podría aumentar 1º C
respecto a 1990, lo que implicaría el deshielo de una quinta parte de los casquetes polares, y tal
una subida del nivel del mar de unos 50 cm., suficiente como para poner en peligro la endeble
costa holandesa y sus diques y pólders, y amenazar a no pocas ciudades costeras. Sin embargo,
otros climatólogos afirman que el leve incremento de la temperatura terrestre tiene como causa
los ciclos de explosiones solares periódicas, y que el ritmo de incremento de la temperatura no
será tan catastrófico como los cálculos aplicados de prever una supuesta relación entre CO 2 e
incremento térmico.
Es muy difícil fijar objetivos mundiales debido a la diversidad de los problemas ambientales en
los distintos países y regiones, por lo que este objetivo establece principios generales para la
sostenibilidad y la reducción del coste humano de la degradación del medio ambiente.
A la altura del año 2011 está ampliamente reconocido que las emisiones de CO2 contribuyen en
gran medida al recalentamiento mundial. Las emisiones han aumentado de manera espectacular a
más de 6.900 millones de toneladas en 2010, cuando en 1980 ascendían a 5. 300 millones. Los
países con altos ingresos generan mucho más de lo que correspondería a su población
En todo el mundo ha mejorado la eficiencia energética en todos los aspectos de la producción de
bienes, pero el aumento de la producción mundial hace que esas mejoras no sean suficientes para
reducir las emisiones de CO2 en el mundo. Así pues, el Protocolo de Kyoto de la Convención
Marco sobre Cambio Climático pretende reducir las emisiones principalmente a través del
control de la contaminación industrial. El Protocolo de Kyoto ha sido un paso importante hacia el
control de las emisiones, pero aún no lo han ratificado 165 países que representan el 89% de las
emisiones mundiales de CO2 .El protagonista más importante entre los que faltan son los Estados
Unidos, que originan casi la cuarta parte de las emisiones totales mundiales de CO2.
La ratificación por un país de tratados internacionales puede ser un elemento útil para calibrar su
grado de compromiso formal respecto de cuestiones medioambientales fundamentales que no
cabe supervisar a escala mundial. La deforestación, los riesgos para las especies amenazadas y el
estado de las pesquerías mundiales están en general cubiertos por el Convenio sobre Diversidad
Biológica de 1992, ratificado por 168 países (cuadro de indicadores 19). No obstante, la firma de
un tratado no garantiza que un país vaya a actuar
3.2- Biodiversidad.
Muchos geógrafos (como Pierre George) afirman que la industrialización y el acúmulo de
beneficios que conlleva se ha basado sobre el uso de una energía considerada como inagotable y
a precio barato. La política internacional de algunos países como EE.UU., y las metrópolis
coloniales, se habría basado en lograr mantener baratos los precios energéticos. Sin embargo, la
elección de un combustible accesible y barato, a cuyo uso no se pusieron en su momento trabas,
ha supuesto generar una contaminación mucho mayor que si se hubiera optado por otras fuentes
de energía. En la actualidad, las Conferencias Internacionales sobre Biodiversidad se encuentran
con dos posturas irreconciliables:
- Los países desarrollados exigen a los subdesarrollados la adopción de formas de energía menos
contaminantes pero más caras y complejas, acusándoles de ser los que mayor parte de la
contaminación mundial generan.
- Los países subdesarrollados se defienden recordando que durante 150 años la contaminación
provino del uso indiscriminado de fuentes de energía sucias como los hidrocarburos, factor que
sirvió para el despegue económicos de los países del primer mundo. Por tanto, si éstos países
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privilegiados quieren ahora solucionar un problema del que son causa en primera instancia,
deben contribuir a posibilitar el que los países pobres adopten tecnologías energéticas menos
nocivas.
El concepto de contaminación acústica es relativamente reciente. Sin embargo, existe un
consenso sobre el talante pernicioso sobre la salud y la calidad de vida de la existencia de ruidos
por encima de los niveles aconsejables. Automóviles, aeronavegación, industria y construcción
son los causantes principales de esta proliferación de ruido, cuyos efectos se dejan notar según
detecta la sociología aplicada en la menor propensión a la comunicatividad interpersonal en las
ciudades, o como hacen notar la medicina preventiva, en un receso de la capacidad auditiva
alarmante: 250 millones de personas padecen sordera leve en todo el mundo. Por otra parte, la
fatiga auditiva también inciden en enfermedades y patologías psicofisiológicas, como el estrés, la
ansiedad, los brotes psicóticos, el exceso de adrenalina, etc. Sin embargo, evitar los ruidos no es
tarea técnicamente compleja: instalación de pantallas silenciadoras, aislamiento acústico en las
viviendas, etc.
La contaminación de las aguas adquiere en las sociedades urbanas tintes dramáticos, debido a la
escasez progresiva del agua y al aumento del consumo: en la actualidad existe un consumo de
40-50 litros por persona y día en el mundo desarrollado, que asciende a 500 si se cuenta el uso
agrícola del agua. Por contra, todavía casi una tercera parte de los habitantes de países del Tercer
Mundo apenas tiene acceso al agua. La contaminación hídrica viene propiciada por usos muy
distintos: el empleo de plaguicidas y pesticidas, las aguas residuales urbanas, los vertidos
industriales (desde cianuros hasta fenoles y alcoholes, lejías, etc.) y otras prácticas que impiden
la reoxigenización del agua, e incluso acaban afectando a la red de aguas subterráneas. En
España son ejemplos de acusada contaminación las rías gallegas, Bilbao, Avilés, el río Llobregat.
Pero lo mismo se puede decir de la zona norteamericana de los Grandes Lagos. Como ejemplo de
recuperación de un espacio fluvial puede citarse el operado sobre el Támesis, y a escala más
modesta, el llevado a cabo con el río Manzanares.
También el mar sufre una contaminación que excede los altos niveles de regeneración del agua
propios de un medio con gran insolación, provisto de agentes salinos, depredadores de bacterias,
etc. (y por tanto poco propicio para el crecimiento de los organismos patógenos). Pero los
residuos depositados interceptan la captación de oxígeno y provocan una irremediable asfixia al
dispersarse los aceites en la superficie del mar. Las zonas costeras difunden incalculables
cantidades de virus y bacilos que ya no pueden ser neutralizados por las bacterias marinas, en
regresión. Por otro lado, el mar sufre contaminaciones específicas de gran gravedad, como el
vertido de residuos petrolíferos (por no hablar ya de las mareas negras) en las operaciones de
limpieza de los mercantes o buques cisterna, en las pérdidas habituales de los motores de
navegación, a causa de los efluentes de fábricas y refinerías costeras, etc. El Mar del Norte,
ambas costas norteamericanas, el Canal de la Mancha y todo el Mediterráneo ("mar enfermo",
según Cousteau), son algunas de las zonas más afectadas. El Mediterráneo es un mar cerrado con
una anchura máxima de 800 Km., de mareas poco intensas (40 cm. de altura) y débiles corrientes
costeras, por lo que la contaminación de acumula en las líneas litorales, haciendo de algunas
especies marinas animales no comestibles (por el alto contenido de mercurio de algunos peces
migradores), mostrando un continuo retroceso del nivel de plancton. La firma en 1980 del Plan
de Acción sobre el Mediterráneo no ha dado de momento los frutos esperados.
Como medidas paliativas deberían unificarse las rutas de navegación, extremar la vigilancia de
las condiciones técnicas de los barcos, unificar las legislaciones marinas, investigar disolventes
de petróleo con menor grado de toxicidad general (como se hace en EE.UU.), emplear bacterias
específicas en la lucha contra la marea negra (como se hace en la Comunidad Europea), limitar el
transporte de cadmio, cobre, plomo, cinc y mercurio (que, vertido en Minamata, en Japón,
provocó una de las mayores catástrofes marinas de la historia)
3.3.- Las "otras" contaminaciones.
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Tema 5

Algunas aguas también sufren una contaminación térmica, una elevación excesiva de sus
temperaturas, afectando a determinadas especies de peces. La causa es el aumento de la
producción de energía térmica, especialmente en el caso de las centrales nucleares, que exigen la
disponibilidad de ingentes cantidades de agua para su refrigeración. Según Clark, desde el año
2000 las centrales termonucleares de EE.UU. exigen casi un tercio del total del agua superficial
del país para su refrigeración, lo que provocará un aumento considerable de su temperatura, que
se revela favorable a la proliferación de organismos patógenos. El problema se resolvería
parcialmente si este calentamiento de las aguas provenientes de las centrales térmicas fuera
aprovechado para un uso positivo (calefacción, etc.), logrando que las aguas descargasen al
menos una parte de ese exceso de calor.
La radiación nuclear no puede incluirse en rigor entre las formas urbanas de contaminación, pero
sí aparece ligada al alto consumo energético que dichas concentraciones de población demandan.
Existe un tipo de radiación natural, que siempre ha convivido con el hombre: descubierta por
Becquerel y luego por los Curie, la radiación ionizante resulta inicua para nuestro sistema
genético (según Beadle). Sin embargo, la elevación de los niveles de radiación como
consecuencia de las explosiones nucleares o de los usos pacíficos mal controlados de la energía
atómica es susceptible de provocar profundas alteraciones genéticas, traducidas en enfermedades
como el cáncer, leucemia, etc.
La desaparición de la capa de ozono (O3) por culpa de su reacción con compuestos
fluorocarbonados implica un riesgo por la desprotección respecto a la radiación solar perniciosa.
Margalef afirma que la vida no puedo aparecer en la Tierra hasta que la intensa radiación solar no
fuera mitigada por la existencia de una pantalla de ozono, dispuesta en una capa que protege la
Tierra desde una altura de unos 20 a 40 Km. El O3 está dispuesto en ínfimas proporciones
(0,08%: a mayores concentraciones resultaría tóxico), por lo que una pérdida de pequeñas
cantidades es susceptible de convertirse en un grave problema. Desde 1975 la Conferencia
Metereológica Mundial estudiando su destrucción y los efectos que conlleva sobre el planeta: en
1992 se habla de la extensión del agujero de la capa de ozono fuera de su inicial órbita polar,
afectando a EE.UU. y Europa. El recurso a propulsores como el freón, el vuelo de los aviones
supersónicos, o el uso de abonos nitrogenados incrementa su desaparición. Las recientes medidas
prohibiendo su empleo (crucial hasta entonces en frigoríficos, sprays de todo tipo, aislantes en las
casas, y un alto número de usos) no implica definitivamente la desaparición del problema, pues
se ha comprobado la lentitud en la regeneración de la capa de ozono.
Descubierta en 1938, la fisión atómica ha supuesto desde entonces una carga de contaminación
atómica: no sólo por el empleo de la energía atómica en Hirosima y Nagashaki, sino por los
incontables experimentos científico-militares llevados a cabo. Por otra parte, existen 358
centrales nucleares en funcionamiento en todo el mundo, a las que se unen 467 proyectadas.
Estados Unidos, con 78 centrales, es la mayor potencia atómica del mundo. En el año 2020 se
crearán 0,7 Megawatios provenientes de la energía atómica.
Los efectos de la radioactividad se dejan notar en múltiples facetas, desde los bosques tropicales
al incremento de las enfermedades genéticas. El hombre está expuesto a unos 100-150 milirems
(el rems es la unidad de medida de la radioactividad) en condiciones naturales. Tal vez tolere
hasta la exposición puntual a 1.000 milirems sin resultar dañado. Sin embargo, las áreas cercanas
a las centrales nucleares suelen radiar dosis de 400-600 milirems, que si bien a corto plazo no son
perjudiciales, a largo plazo son susceptibles de provocar hemorragias subcutáneas, distintas
formas de cáncer, destrucción de leucocitos, lesiones de médula ósea, daños en el bazo o nódulos
linfáticos, mutaciones genéticas (también provenientes del abuso de los rayos X).
Recientemente también han sido denunciados los efectos perniciosos que el abuso de otras
fuentes de baja radiación suponen para la salud: teléfonos móviles, ordenadores personales, etc.
El peligro del abuso de la energía atómica tiene también que ver con los desechos radiactivos,
con un período (tiempo necesario para que su actividad se reduzca a la mitad) superior en
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ocasiones a los 10.000 años. Las medidas adoptadas consisten en la concentración de los residuos
en el menor espacio posible, almacenándolos allí donde se estima que no puedan llegar a causar
peligro. Hasta el presente ha sido usual la práctica de su enterramiento en depósitos de acero,
arrojados en estructuras del suelo estables como las minas de sal, a varios centenares de metros
bajo la superficie, y recubiertos de hormigón. Sin embargo, el problema es garantizar la
estabilidad del terreno en períodos tan extensos. Frente a las costas de Finisterre, a 750 Km., en
la vertiente oriental de la gran dorsal noratlántica, y a 40 Km. de profundidad, se encuentra uno
de los mayores vertederos de residuos atómicos del planeta. La corrosión de los contenedores, las
corrientes marinas o los movimientos sísmicos podrían suponer un peligro gravísimo en tales
circunstancias.
Los accidentes de Chernóbil, y más recientemente la catástrofe medioambiental de Fukoshima I
o Fukoshima Daiichi creó, a partir de los estragos de un tsunami sucedido el 11 de marzo de
2011, explosiones en los edificios que albergan los reactores nucleares, fallos en el circuito de
refrigeración, liberación de partículas radiactivas (como plutonio, registrado en el mar, y de alta
incidencia cancerígena), ha cambiado la sensibilidad respecto a la energía atómica. En contra de
su anterior propuesta, la canciller alemana Ángela Merkel ha anunciado el cierre programado de
las centrales nucleares alemanas. Este país se une así a Bélgica, Suiza, Suecia o Filipinas (desde
2004 se potencia el gas natural o, anecdóticamente, el coco-diesel)
Algunos autores hablan de otro tipo de "contaminación relacional" que tiene que ver con las
formas de socialización usuales en el medio ambiente urbano: crecimiento de la población
imparable en el Tercer Mundo, retroceso de la calidad de vida especialmente para la población
infantil, aumento de los riesgos de esquizofrenia y brotes psicóticos, rígida jerarquización social
provocada por las diferencias del precio del suelo de las distintas áreas urbanas, urbanismo
tendente a la insolidaridad, soledad, superficialidad de las relaciones interpersonales, agresión
estimulativa generalizada, estrés, etc.
Como conclusión, podría decirse que el crecimiento económico ha estado hasta nuestros días por
encima del respeto al medio natural. La sociedad de consumo, tal como ha sido planteada,
conlleva su propia carga perniciosa. Como denuncia desde 1968 el Club de Roma, si no se
detienen las condiciones y tendencias actuales, la población y el crecimiento industrial podrían
incluso verse amenazadas: porque el respeto al medio ambiente no es una cuestión estética, un
postulado romántico (último refugio de la protesta), sino básicamente una cuestión económica,
productiva: las distintas formas de contaminación suponen también una merma a corto plazo de
los recursos.
Las tendencias medioambientales Globales han alcanzado una encrucijada peligrosa al inicio
de la segunda década del XXI, según el Worldwatch Institute, organización de investigación
domiciliada en Washington. Las señales de aceleración del declive ecológico han coincidido
con una pérdida de la importancia política de los temas del medio ambiente, como se evidenció
por la reciente ruptura de las pláticas acerca del clima global. Este fracaso nos interpela sobre
si el mundo será capaz de revertir estas tendencias antes de que la economía sufra un daño
irreparable. Nuevas evidencias científicas indican que muchos ecosistemas globales están
alcanzando umbrales peligrosos que superan las apuestas de los políticos. La capa de hielo del
Ártico ya se ha adelgazado hasta principios del año 2003 el 42% (según la NASA, en 2010 se
había adelgazado un 40%), y los arrecifes del coral del mundo se han perdido un 32%, lo que
sugiere que algunos importantes ecosistemas del planeta están en declive, dicen los
investigadores del Instituto. La degradación del medio ambiente también está llevando a
desastres naturales más severos, lo qué ha costado el mundo cerca de 1.000 billones de $ entre
1992 y principios de 2011, más del cuádruple que hace tres décadas. Como vemos, el trasfondo
del problema no sólo afecta a qué tipo de condiciones queremos que nos rodeen, sino que es
una cuestión desde luego también económica. Y de supervivencia: a menos que descienda
dramáticamente el uso de combustible fósil, la temperatura de la Tierra en el año 2100 podría
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subir 6 grados respecto a la de 1990, según los últimos modelos climáticos. Un aumento tal
podría conducir a la escasez aguda de agua, disminución de la producción de alimento y la
proliferación de enfermedades mortales, tales como la malaria, tuberculosis y fiebre del
dengue, que en las últimas décadas ya han experimentado un peligroso incremento en regiones
donde se creía superada la pandemia.
En la actualidad 1.300.000 millones de personas no tienen acceso al agua potable y cientos de
millones respiran aire contaminado. Y personas pobres en países como Filipinas y México son
empujados a destruir bosques y arrecifes de coral en un esfuerzo desesperado por alcanzar
estándares de vida. El crecimiento de la población ha llevado a muchas personas a establecerse
en valles proclives a inundaciones y en laderas inestables, donde la deforestación y el cambio
del clima ha aumentado su vulnerabilidad hacia los desastres, tales como el Huracán Mitch,
que en Centroamérica en 1998 produjo pérdidas económicas por $8.5 millardos -igual a los
PIB de Honduras y Nicaragua en conjunto.

4- Políticas medioambientales
En cambio, algunos primeros signos de progreso constituyen cierta esperanza: en diciembre de
2001, negociadores de 122 los países acordaron un histórico compromiso legal que restringirá
severamente 12 persistentes contaminantes orgánicos. Islandia lanzó un esfuerzo pionero al
abrir el camino para aprovechar su energía geotérmica e hidráulica para producir hidrógeno,
que será usado como combustible para sus automóviles y barcos pesqueros. Ha surgido un
cultivo orgánico, que evita el uso de fertilizantes sintéticos y pesticidas, con expectativas de un
mercado mundial de 22.000 mil millones de $ al año. Al mismo tiempo, a comienzos del 2002
tres compañías petroleras anunciaron que se están moviendo "más allá de petróleo" hacia una
cartera más amplia de inversiones de energía.
Aunque no hay un acuerdo global internacional respecto a la política ambiental a implementar,
sí se han producido en las últimas décadas consensos respecto a los principios generales que
deberían regir la misma:
- Principio de desarrollo sostenible: el desarrollo económico no puede “hacerse el hara-kiri” a
sí mismo: la producción debe ser compatible con la posibilidad de regeneración del medio
natural
- El principio de responsabilidad, tanto sobre el presente (reparación de los daños causados en
el medio ambiente) como sobre el futuro: dejar para las generaciones devineras un mundo al
menos igual al que nos encontramos.
- El principio de prevención, o prospectiva: las políticas adoptadas deben anticiparse al
desarrollo de posibles problemas o catástrofes
- El principio de sustitución implica la sustitución de sustancias peligrosas por otras menos
contaminantes.
- Política ambiental coordinada: por ejemplo, el desarrollo de infraestructuras, la política de
orientación económica de un país, o las ordenanzas municipales, no pueden concebirse
desligadas de una planificación mediambiental transversal a todas ellas.
- Principio de la cooperación, tanto dentro de un país como a escala internacional.
Para la consecución de los objetivos de la política ambiental, los países y organismos
internacionales disponen de distintas herramientas:
- Ordenación jurídica, tanto a nivel local, regional, nacional e internacional.
- Instrumentos administrativos, como autorizaciones, evaluaciones de impacto ambiental,
normas (como la ISO) sobre calidad ambiental, y regulaciones. También existen instrumentos
no institucionales de certificación de sostenibilidad, como es la etiqueta de “producto
ecológico”, o la de “comercio justo”
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- Instrumentos económicos y fiscales, como pueden ser subvenciones (ejemplo: las otorgadas a
las empresas eólicas en España, pese a la polémica que la misma ha generado), impuestos,
tarifas y tasas que penalicen las acciones que perjudican al medio para internalizar los costes
ambientales.
- Instrumentos sociales de sensibilización de los ciudadanos, como campañas informativas,
contenidos curriculares en distintas etapas educativas, etc.
Frente a las posibilidades de intervención de las políticas ambientales nacionales, se suscitan
distintos problemas. Por una parte, los gobernantes buscan un equilibrio entre el desarrollo
económico del país y el cuidado medioambiental: una política muy restrictiva contribuye a
deslocalizar industrias contaminantes, que pasan a acomodarse en países más permisivos
(como los menos desarrollados) El mismo equilibrio debe ser sostenido entre la promoción de
la agricultura, piscicultura y ganadería (los prurines o excrementos del ganado son uno de los
principales agentes contaminantes del mundo rural) y el sostenimiento del medio ambiente.
La inestabilidad política provoca que con frecuencia se pongan en juego las distintas
sensibilidades respecto al medioambiente. En general, los partidos conservadores (republicanos
en EEUU...) se han mostrado menos restrictivos en sus políticas de control ambiental. Los
vaivenes de la alternancia política, y el hecho de que es inútil una política muy restrictiva en un
sólo país, restan eficicacia a las acciones propuestas.
La Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano (también conocida como
Conferencia de Estocolmo) fue pionera en 1972 de los acuerdos internacionales sobre medio
ambiente.
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo celebrada
en Río de Janeiro, 1992 (conocida como cumbre para la Tierra), se acordó que la protección del
medio ambiente y el desarrollo económico y social eran esenciales para lograr el desarrollo
sostenible teniendo en cuenta los "Principios de Río". Para conseguirlo, los líderes de todo el
mundo aprobaron un plan general titulado Programa 21, un conjunto de acciones para que el
mundo abandonara su actual modelo de crecimiento económico insostenible para dedicarse a
actividades que protegieran y renovaran los recursos ambientales de los que dependían el
crecimiento y el desarrollo.
Diez años después, en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo sobre el Desarrollo Sostenible de
Johannesburgo (2002) se pasó revista a los progresos conseguidos desde la Cumbre de Río, y
se acordó un "Plan de Aplicación", en el que se afirmó la importancia fundamental del
desarrollo sostenible y se contrajeron compromisos sobre objetivos con plazos fijos, incluidas
nuevas metas relacionadas con el saneamiento, la utilización y producción de sustancias
químicas, el mantenimiento y la restauración de las poblaciones de peces y la reducción del
ritmo de desaparición de la diversidad biológica. Además, se prestó particular atención a las
necesidades especiales de África y de los pequeños Estados insulares en desarrollo.
También fueron importantes la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático que
se celebró en Copenhage, Dinamarca, a finales de 2009 (o, un año antes, la Conferencia de
Poznań de 2008,y en 2010 la celebrada en Cancún, México)
De estas conferencias han salido algunos de los convenios ambientales internacionales más
destacados:
- Convenio de Estocolmo sobre contaminantes orgánicos persistentes
- Convenio para la protección del mar Mediterráneo contra la contaminación o Convenio de
Barcelona
- Convención marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático
- Convención marco de las Naciones Unidas sobre la diversidad biológica
- Convención marco de las Naciones Unidas de lucha contra la desertificación y la sequía.

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Tema 5

5- BIBLIOGRAFÍA

HARO, J.: Calidad y conservación del medio ambiente. Madrid, 1991.


GEORGE, P.: El medio ambiente. Col. ¿Qué sé?, nº 75.
GONZÁLEZ BERNÁLDEZ, F.: Ecología y paisaje. Madrid, Blume, 1981.
PANAREDA, J. M.: La Geografía y el medio ambiente. Barcelona, Vicens Vives, 1976.
VICENTE BIELZA DE ORY, ed.: Geografía General, II, Taurus, Barcelona, 1987.
VALENZUELA, BARCELÓ et al.: Geografía y Medio Ambiente. MOPU, Madrid, 1984.

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