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UNIVERSIDAD DEL NORTE

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

PROGRAMA DE FILOSOFIA

CURSO: FILOSOFIA PRACTICA

PROFESOR: JOSE JOAQUIN ANDRADE

ESTUDIANTE: FELIX GARAY

BITACORA

El presente trabajo intentara mostrar los aportes más significativos que dejo el
seminario del curso de filosofía práctica de la maestría de filosofía de la
Universidad del norte, el cual se dictó en el transcurso del segundo semestre de
2019 los días sábados en horas de la tarde.

¿De qué se ocupa la filosofía práctica? ¿Qué será la Filosofía Práctica? Es quizás
la pregunta más relevante que se hizo durante el transcurso del seminario. La
respuesta a esta pregunta es que la Filosofia práctica es “la acción orientada a los
saberes morales”. Como diría Kant, en sus famosas “Criticas”, dos son los ámbitos
dimensiones en los que se mueve nuestra razón: uno, el de la razón teórica,
inclinado hacia el conocimiento o determinación de la realidad sensible mediante
conceptos del entendimiento. Otro, el de la razón práctica, inclinado hacia la
búsqueda de la acción correcta en el ámbito de las relaciones interpersonales y
sociales. La filosofía práctica es la que se ocupa de los problemas de convivencia
al interior de las sociedades humanas, su tarea es la de resolver cómo nos
organizamos los humanos cuando estamos juntos.

Aristóteles, por ejemplo, considera que el método que deba seguir la investigación
de las cosas nobles y justas que son objeto de la política, debe tener en cuenta
que dichos temas, debido a su naturaleza, parecen existir solo por convención y
hay que contentarnos con mostrar su verdad de un modo tosco y esquemático.
Como la naturaleza de los temas de la política presentan tantas diferencias y
desviaciones es absurdo pedir que en los temas de qué trata la política se exija
demostraciones tal y como las hace un matemático en su área de investigación.

Aristóteles refiriéndose a cuál es el bien supremo entre todos los que pueden
realizarse y cuál es, por tanto, la meta de la política, afirma que la felicidad es el
bien práctico supremo, pero que no todos entienden la felicidad de igual manera.
Unas personas identifican la felicidad con el placer, otros con la riqueza y otros
con los honores; incluso las mismas personas opinan de distinta forma según la
situación en la que se encuentre: si está enfermo considerara la salud como el
mayor bien y si es pobre cifrara la felicidad en la riqueza.

Aristóteles asevera que los fines de aquellas personas que sigan un estilo de vida
basado en la consecución de los placeres corporales, como aquellos que vivan en
son de buscar honores, no pueden ser el fin supremo de la política, pues a
consideración de Aristóteles tales fines son más superficiales que la felicidad. La
Felicidad es el fin supremo del hombre a razón de que todos desean los honores,
placeres, inteligencia y toda virtud a causa de la felicidad que nos puedan proveer,
y no la felicidad por motivo de estas u otras razones. La felicidad es un bien
autárquico, o sea, un bien suficiente que no necesita nada y por si solo hace
deseable la vida. Es manifiesto, pues, que para Aristóteles la felicidad es algo
perfecto y suficiente.

Aristóteles considera que la ciencia que estudie tal fin o bien supremo debe ser sin
dudas la política; y debe ser la política debido a que es la ciencia suprema y
directiva en grado sumo, pues es la que regula que ciencias son necesarias y
“cuales ha de aprender cada uno y hasta qué extremo”. La política será aquella
disciplina que incluirá los fines de las demás ciencias y, por tanto, el bien del
individuo y principalmente el de la ciudad.
Ahora bien, San Agustin de Hipona por su parte, en su libro La Ciudad de Dios,
separa el ámbito de los asuntos de Dios del ámbito de los asuntos del hombre.
San Agustin considera que son dos “amores” los que fundaron dos ciudades; es
a saber: la terrena, el amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la
celestial, el amor a Dios, hasta llegar al desprecio de sí propio. Una cosa es que el
hombre sea el centro del mundo y otra cosa es que el centro del mundo sea Dios.
Si esta uno con Dios es de la ciudad de Dios y si esta con el hombre es de la
ciudad terrenal. La ciudad terrenal busca el honor y la gloria de los hombres
mientras que la ciudad celestial pone su gloria en Dios. La vanidad del hombre es
la que lleva a valorarse así mismo en vez de valorar al creador. Es la vanidad, el
narcisismo el que crea las bases de la ciudad terrena.

La tensión entre la ciudad de Dios y la ciudad terrenal es una tensión que lleva
todo hombre internamente durante toda su vida. La libertad consiste en que Dios
nos hizo libre. La primera libertad es La libertad de ser fiel al creador o no. Dios
pensó la historia pero Dios no obliga a nadie a que sigan ese plan. Usted puede
seguir a la voluntad de dios o no. El no seguirla es el origen del mal. Uno es bueno
meritoriamente, uno es bueno libremente porque opta por seguir los designios de
Dios. Ser cristiano y ser libre no se contradicen, el mérito está en que libremente lo
escojas.

La idea de la división entre iglesia y Estado en San Agustin obedece a una lectura
rápida de La Ciudad de Dios. Dicha lectura rápida ha llevado a muchas personas
a ver en la tensión entre la ciudad terrenal y la ciudad de Dios la pugna entre el
poder civil y el poder eclesiástico. A ver una tensión entre el emperador y el papa
al ser uno el emperador o jefe de la ciudad terrena y el otro, el papa, el jefe de la
ciudad celestial. En teoría el papa es más importante que el emperador, es decir,
que el poder eclesiástico, el poder de la iglesia católica está por encima del poder
civil. Dicha interpretación tergiversada de la “Ciudad de Dios” ha originado hasta
nuestros tiempos tensiones entre el poder civil y el poder eclesiástico.

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