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627-646
*Impotencia psíquica y
neurosis actuales
Celes E. Cárcamo
El estudio etiopatogénico de las neurosis actuales planteó en su época una serie de pro-
blemas de muy difícil comprensión y del más oscuro ordenamiento. Aisladas por Freud,
hace más de treinta años, del grupo confuso de enfermedades vecinas, han permanecido
dentro del psicoanálisis sin ser objeto de una expresa revisión de conjunto. Tengo la certi-
dumbre de que tal rectificación es admitida, tácitamente al menos, en el pensamiento psi-
coanalítico actual, ya que fue iniciada por Freud mismo cuando modificó su concepto de la
angustia y continuada fragmentariamente por otros discípulos de su escuela.
Dentro del concepto clásico, las enfermedades se dividían en dos grupos nosológicos
fundamentales: las somáticas y las psíquicas. Las primeras nacían de una alteración orgá-
nica apreciable objetivamente y las segundas de una perturbación inconsciente de la vida
instintiva. Entre ambos grupos, Freud colocó el de las neurosis actuales, que serían enfer-
medades funcionales (vulgarmente “nerviosas”) producidas por una alteración somática,
pero sin alteración anatómica aparente. Este grupo intermedio estaba constituido por las
neurosis de angustia, la neurastenia, la hipocondría y la despersonalización.
En la actualidad es imposible sostener esta clasificación con igual firmeza que al prin-
cipio. Lo corporal y lo anímico se confunden y unifican en su común raíz psicosomática y
esta nueva orientación de nuestra disciplina induce a modificar conceptos originarios, per-
mite ampliar nuestras perspectivas y aumentar las posibilidades terapéuticas.
Me limito a estudiar aquí la relación causal de las neurosis actuales con la impotencia
psíquica, frecuentemente asociadas, y no estableceré una separación neta entre las neu-
rosis de angustia, la neurastenia y la hipocondría estrechamente vinculadas en la clasifi-
cación y patogenia. Eliminaremos el síndrome de despersonalización, incluido provisional-
mente en el cuadro de las neurosis actuales y cuyos oscuros mecanismos pueden adscri-
birse a problemas más generales de la patología psíquica.
Se puede en general afirmar que toda impotencia actual neurótica se edifica sobre una
ansiedad básica, que puede constituir su única manifestación o combinarse con fenóme-
nos neurasténicos e hipocondríacos. En cada individuo, la neurosis actual tomará un
aspecto más o menos neurasteniforme o psiconeurasteniforme, hipocondríaco o ansioso,
pero lo común es que un mismo enfermo presente diversos aspectos de estos síndromes,
cuya prevalencia en el cuadro clínico depende de su desarrollo evolutivo y del momento
*Este artículo fue publicado por la Asociación Psicoanalítica Argentina en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS, t. I,
no 3, Buenos Aires, 1944, págs. 382-402.
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de observación.
Freud partió de su original concepción de la libido (factor energético psicofísico) para des-
cribir el mecanismo de las neurosis actuales. Éstas son originadas por prácticas sexuales
anormales que conducen a trastornos profundos en la economía de la libido. La psico-
neurosis se diferencia esencialmente de las neurosis actuales. Las primeras nacen de
conflictos intrapsíquicos organizados en la infancia, mientras que las segundas son el pro-
ducto de un trastorno funcional orgánico, engendrado por las irregularidades actuales de
la vida sexual. El conflicto intrapsíquico infantil que constituye la base y dirige el cuadro
psiconeurótico no desempeñaría ningún papel en la neurosis actual. Los complejos neuró-
ticos latentes en todos los individuos despertarían por el trastorno somático al producirse
el desarreglo actual en la vida sexual del sujeto y servirían para completar y revestir el
cuadro clínico de la enfermedad: es decir, “el núcleo psiconeurótico está formado, en la
neurosis actual, por una alteración sexual somática, grano de arena del centro de la perla”
(Freud, 1912). El papel de psicoterapeuta en las neurosis actuales se reduce a influir
sobre el paciente rectificando su género de vida y la forma de su satisfacción sexual.
Según Freud, las circunstancias capaces de desencadenar la neurosis actual son las
siguientes:
a) aquellos individuos que se ven obligados por ciertas circunstancias de su vida a per-
manecer durante un tiempo muy largo, a veces años, alejados de todo contacto feme-
nino (exploradores, navegantes, etcétera);
b) aquellos otros que habitando medios civilizados, es decir, que estando rodeados de
posibilidades de satisfacción sexual normal, las rechazan por razones de diversa índo-
le.
En los individuos del primer grupo se ha observado que, después de un período variable
de exaltación psicosexual, la impulsión sexual disminuye; la disminución del apetito y
deseos genitales conducen a la desaparición de la excitabilidad y de las erecciones.
Cuando las circunstancias que determinaron el alejamiento sexual cesan y tales indivi-
duos encuentran un objeto adecuado para realizar el coito, se muestran difícilmente exci-
tables. Padecen de una anfrodisia por falta prolongada de estímulo psicosensorial. Las
impotencias debidas a este motivo no son durables, desaparecen en general con el con-
tacto femenino frecuente y la rehabituación. Si la recuperación funcional no se hace
espontáneamente, suele bastar una simple indicación sugestiva o psicoterápica para pro-
ducirla.
En realidad serían éstos los únicos casos que merecerían el título de impotencia por
abstinencia prolongada y por causas ajenas, aparentemente, a la voluntad del sujeto. No
conozco experiencias psicoanalíticas al respecto, dada la levedad de este tipo de impo-
tencia y la rareza de la misma, explicable si consideramos la forma de vida normal, obser-
vada hasta hace poco tiempo en el mundo civilizado. Tal vez este tipo de trastorno sea
comparable al de las impotencias neuróticas de los tiempos de guerra o de los períodos
posbélicos.
La patología del segundo grupo constituye, por el contrario, un tema habitual del psi-
coanálisis y de la clínica diaria. Integran este grupo los abstinentes voluntarios, cuyo
género de vida no les obliga a vivir alejados de la mujer; a veces conviven con ella excitán-
dose sin realizar el coito. El caso típico se encuentra en el noviazgo de larga duración: en
estas circunstancias el individuo se excita con frecuencia y no descarga normalmente su
excitación sino en forma frustrada o incompleta. La excitación frustrada a repetición man-
tendría un estado de sobrecarga crónica del aparato genital, determinando paulatina-
mente una irritación de los centros nerviosos y procesos inflamatorios de la próstata y de
la uretra posterior (verumontanitis).
Según Huhner, que ha estudiado el problema desde el punto de vista urológico, el tras-
torno funcional del comienzo se transforma a la larga en una lesión orgánica determinan-
te de la impotencia. Otros autores han descrito los síntomas de naturaleza neurasteni-
cohipocondríaca que acompañan a esta enfermedad. El tratamiento local de la próstata y
de la uretra posterior curaría muchos casos de impotencia debidos a la abstinencia y a la
excitación prolongada insatisfactoria.
El problema está planteado como de costumbre en los últimos términos de la concep-
ción dualista normal y patológica, en la que se atribuye al cuerpo lo que es del cuerpo y a
la psique lo que se supone que le pertenece, y cada médico recoge los hechos y los clasi-
fica según su particular sistema interpretativo. No querría disminuir la importancia de las
lesiones locales descritas por Huhner y otros especialistas en el dominio de dicha patología
sexual funcional. Según mi experiencia, soy pesimista respecto al valor exclusivo de la
lesión orgánica local y aun al resultado permanente obtenido por su tratamiento.
Reconozco, sin embargo, que mis observaciones se basan en casos muy serios de impo-
tencia genital que acuden al psicoanálisis como a un tratamiento de última esperanza. En
estos tipos de impotencia neurótica actual coinciden las lesiones locales con fenómenos
psiconeuróticos de inhibición. Cuando se discutió el problema de la uretroverumontanitis en
la Sociedad de Urología de Berlín en 1925, se llegó a esa misma conclusión, de que la
lesión del tracto urogenital es un epifenómeno de la enfermedad que evoluciona en suje-
tos de constitución neuropática.2
Ningún individuo sano y sexualmente maduro, de acuerdo con nuestra concepción psi-
coanalítica, rechaza espontáneamente los imperativos de su instinto cuando está rodea-
do de fáciles oportunidades de satisfacción. Las dificultades externas que obligan a un
individuo a aceptar la privación sexual son trasunto del conflicto intrapsíquico o endóge-
no, y la abstinencia, aunque se base en escrúpulos o razones más o menos vagos de rec-
titud moral, no puede ser considerada como la causa originaria del trastorno, sino como
el efecto de una inhibición más compleja y profunda de la vida genital. La excitación pro-
ducida con un objeto, novia por ejemplo, simultáneamente deseado y prohibido, se des-
1. Clasificación de Palassoli.
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2. J. González y Barquera llega a conclusiones análogas en un trabajo reciente, efectuado con abundan-
te material clínico.
trastorno el coitus interruptus durante años, y prueban que en una gran mayoría de casos
al coitus interruptus deben asociarse otras causas para producir la sintomatología de la
neurosis actual y de la impotencia. La mayoría de los solteros lo efectúan sin molestias,
apareciendo éstas cuando el coitus interruptus se efectúa en el matrimonio. Stekel expli-
ca este hecho por el sentimiento de culpa que sería más intenso cuando el coitus inte-
rruptus se realiza en el matrimonio y no en el celibato. Suponemos que no es ajeno a este
fenómeno el aumento de agresividad inconsciente que se produce en los individuos que
hacen vida en común y que se refuerza y se reprime en el matrimonio, siendo ésta la
causa dominante del sentimiento de culpa.
En cada caso de impotencia y neurosis actual que ocurra en un individuo que practi-
ca el coitus interruptus y más aún si es casado, es necesario estudiar minuciosamente
todos los motivos de orden exógeno y endógeno inconscientes, antes de emitir el diagnós-
tico. El siguiente caso resulta ilustrativo a este respecto: un hombre de 32 años se queja
de una disminución de su apetito genital y de algunas fallas de su potencia erectiva. El
estado es reciente y se acompaña de ansiedad leve. Casado hace algunos años, vive
satisfecho con su esposa, que polariza su capacidad afectiva. Es monógamo, no tiene
hijos y desde su matrimonio practica el coito prolongado por una frigidez relativa de la
esposa y el coito reservado como medio contraconceptivo. Su régimen sexual es normal,
dos o tres coitos semanales y no hay trastornos aparentes.
El paciente tiene suficiente inteligencia y cultura para desenvolverse en una posición
económica holgada, adquirida por sus propios esfuerzos. Carácter tranquilo y laborioso, tal
vez en el fondo con rasgos obsesivos, que advertimos superficialmente durante la primera
entrevista. Minucioso, correcto hasta la escrupulosidad, trabaja más por deber que por afi-
ción espontánea. Podríamos encuadrar este caso dentro de un diagnóstico de impotencia
actualneurótica, imputable al coitus interruptus ejercitado durante largo tiempo. Su aparen-
te carácter neurótico y la falta de hijos nos hacen emprender una investigación profunda
que confirma nuestras presunciones. Es un paciente con complejo edípico invertido, con
posición ambivalente hacia el objeto femenino y un sentimiento de culpa inconsciente con
relación al padre que le obliga a rechazar por temor la idea de embarazar a su esposa.
Como suele suceder en los matrimonios que realizan el coitus interruptus, en los que
sucumbe el cónyuge más neurótico, la mujer (frígida) presentó trastornos funcionales dis-
menorreicos, contra los cuales se aconsejó la impregnación espermática y el embarazo.
Desde el momento en que hizo su primer coito sin precauciones, tuvo un estado nauseo-
so y empezaron sus trastornos. El tratamiento liquida sus preocupaciones inconscientes y
le hacen normalizar su vida genital y aceptar la necesidad del embarazo.
Considero el caso explícito por sí mismo e interesante desde el punto de vista prácti-
co, y permite demostrar los errores terapéuticos a los que puede conducir una observa-
ción superficial del enfermo.
3. Patología de la masturbación
Desde tiempos inmemoriales la masturbación ha sido solemnemente condenada desde el
triple punto de vista religioso, moral e higiénico. Había una vez un hombre, llamado Onán,
nos dice el relato bíblico, que desoyó las voces del Eterno y que en vez de fecundar a su
esposa acercose a ella y derramó su simiente sobre la tierra. Desde entonces la expre-
sión onanismo fue consagrada para denominar el culto del vicio solitario y anatematizar a
sus adoradores.
Una pequeña reseña histórica sobre la evolución del concepto general relativo al ona-
nismo nos conduciría a la conclusión de que el juicio conminatorio, severísimo antigua-
mente, se ha atenuado en la actualidad por lo menos dentro de la esfera de la medicina.
A ello habrá contribuido tal vez la difusión de los conocimientos psicoanalíticos.
En primer término es difícil conciliar la presunta extrema nocividad del onanismo con
su conocida universalidad. Pero la cantidad de individuos que consideran al onanismo
responsable de sus trastornos neuróticos actuales y de su impotencia es muy elevado, tal
vez tanto, proporcionalmente, como el de los individuos que lo practican o lo practicaron
impunemente. Lo curioso es que muchos impotentes que culpan a su masturbación como
causa de su enfermedad, la han abandonado a veces muchísimo tiempo antes de la eclo-
sión de su impotencia, lo que induce a pensar en una racionalización posterior. Laforgue
y Allendy jamás han visto a la masturbación producir impotencias y su conclusión se basa
en un número considerable de casos patológicos, aun en individuos que practicaban el
onanismo después del matrimonio. Stekel se expresa de la misma forma. Cuando en 1910
se planteó este problema en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, tuvo lugar un intere-
sante debate. Freud no renunció a su convicción sobre el papel nocivo del onanismo en
la génesis de las neurosis actuales. Con exacta percepción de los hechos aducía que la
masturbación no es un agente patógeno específico real, ni somático ni psíquico, sino un
término que sirve para designar una actividad sexual particular, antifisiológica, que des-
carga incompletamente la excitación sexual y provoca satisfacciones eróticas poco ade-
cuadas. Siendo la masturbación, agregaba Freud, una forma de satisfacción sexual que
difiere de la normal por su limitación, cabe preguntarse si el daño que produce es debido
al onanismo mismo o es a través de las resistencias inconscientes que se oponen a las
pulsiones instintivas manifestadas en el acto masturbatorio. A partir de entonces han
transcurrido muchos años y todavía se mantiene en sus rasgos generales esta interpre-
tación de Freud.
Nunberg sostiene en la actualidad que la masturbación moderada, que se practica en
su época fisiológica, no causa ningún trastorno, pero cuando rebasa los límites de la
pubertad y se realiza con exceso, puede retrasar el desarrollo sexual y engendrar ciertos
trastornos que han sido por otra parte evidentemente exagerados. Los síntomas psico-
somáticos que acompañan a la masturbación se explicarían desde un doble punto de
vista, somático y psíquico. Los somáticos por un mecanismo tóxicorreflejo; la excesiva irri-
tación del aparato genital, zona muy rica en enervación simpática, actúa como una espi-
na irritativa de gran repercusividad refleja. Además, el remanente de libido insuficiente-
mente descargada determina un círculo vicioso, es decir, estímulo constante por acumu-
lación e insuficiente descarga.
Desde el punto de vista psicológico, la masturbación también limita las posibilidades de
descarga de la energía sexual psíquica. Como el masturbador tiene en sí mismo los medios
de satisfacción erótica, repite incesantemente el acto y llega a ser incapaz de soportar la
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más pequeña tensión instintiva. Las fantasías que provocan o acompañan al onanismo son
de carácter puramente lírico, sin ningún valor real, sustraen paulatinamente al individuo de
la realidad y lo introvierten en su mundo imaginario.
Además, el acto masturbatorio es un medio para eludir el displacer y disminuir tensiones
instintivas, pero paulatinamente termina, como otros medios anormales de satisfacción, toxi-
comanías por ejemplo, absorbiendo la actividad total del sujeto.
La masturbación esencial se observa en individuos que no han alcanzado una organi-
zación genital de su libido, por eso cabe preguntarse si el onanismo pospuberal es causa
inhibitoria del desarrollo sexual o es efecto y exponente de una perturbación previa. La
moral de los tobriandeses nos ilustra con el siguiente ejemplo: juzgan diferentemente el
onanismo infantil y el de los adultos. En los niños permiten la masturbación y algunas
pequeñas perversiones, siempre que respeten los tabúes fundamentales de su organiza-
ción social, pero los adultos que practican el onanismo son mirados despreciativamente,
porque sólo así se satisfacen los que “tienen algún defecto en la palabra y los que no pue-
den conseguir compañera sexual”.
Reich estudia la especificidad de las formas de masturbación y asimila las fantasías
conscientes e inconscientes del onanismo a los contenidos manifiestos y latentes de los
procesos oníricos. De acuerdo con el tipo de fantasías inconscientes pueden deducirse
datos interesantes para el estudio y tratamiento de la neurosis, siendo de peor pronóstico
aquellos en que prevalecen intensas posiciones femeninas. Las tensiones internas que
tienden a aliviarse por la masturbación son generalmente de naturaleza fálica, pero común-
mente, en la masturbación esencial sobre todo, de carácter pregenital narcisística y habi-
tualmente perversas.
Melanie Klein sostiene que las perturbaciones del onanismo están en relación con la
autoculpabilidad y los contenidos agresivos inconscientes que alimentan y acompañan a
las fantasías.
Podemos deducir de cierta manera que la intensidad y gravedad del sentimiento de
culpa estaría condicionada por el grado de regresión que ha sufrido la organización ins-
tintiva.
Si estudiamos con cierto detalle el pecado de Onán, comprobaremos hasta qué punto
el episodio bíblico condensa simbólicamente toda esta serie de mecanismos descubiertos
por el psicoanálisis. La Biblia nos dice que el hermano mayor de Onán había fallecido sin
dejar hijos y que de acuerdo con el precepto de la ley mosaica éste debía desposar a su
cuñada viuda para asegurarle descendencia. Onán se negó a cumplir con el mandato y
derramó la esperma sobre la tierra. No se especifica si se masturbó o practicó el coito
reservado, y por lo tanto, como hace notar Havellock Ellis, la denominación de onanismo
para la masturbación es incorrecta, debiéndosela aplicar a toda forma de amor estéril.
Resulta evidente, sin embargo, que Onán sufrió una inhibición sexual y que atrajo sobre
sí el castigo divino. ¿Cuál fue el mecanismo de esta inhibición sexual? Rechazamos como
dudosa la hipótesis de un temor al incesto; en primer lugar porque esta unión no se con-
sideraba pecaminosa, sino consagrada por la costumbre, exigida por la ley y establecida
explícitamente en la legislación semítica en la conocida ley del levirato. En segundo lugar,
si la intención de Onán hubiera sido evitar un pecado, el Eterno habríale ensalzado y retri-
buido, y su gesto habría sido inmortalizado con un sentido moralista. Por el contrario, cre-
emos que la intención de Onán fue la de cometer falta grave y merecer el castigo.
Al derramar la esperma fuera de la mujer, negose a hacerle entrega del hijo eludien-
do el deber de la reproducción instituido desde el principio en el “Creced y multiplicaos”
del Génesis. Si completamos la narración bíblica con otros datos extraídos de los textos
talmúdicos, acerca de la cuestión familiar, vemos que Rabí Tanjum dice: “El hombre que
no tiene mujer está sin alegría, desdichado y sin algo de bien” y, en El Maaraba, agrega
que “tampoco tiene la paz”. Y Rabí Eluser dijo: “el hombre que vive sin mujer no es hom-
bre”. De lo que antecede deducimos que Onán se negó a adoptar una actitud obligatoria-
mente viril y liquidar su posición de dependencia edípica prefiriendo la satisfacción nar-
cisística a la objetiva y heterosexual. La magnitud de su falta, de acuerdo con el pensa-
miento bíblico, podemos medirla teniendo en cuenta aun el versículo 23 del Génesis, que
dice: “Salvo que dejes padre y madre no te será dado entrar en el reino de los Cielos”. Y
de aquel otro talmúdico del libro de Julin que expresa la necesidad de combatir el narci-
sismo y de supeditar los instintos parciales a la primacía de la libido genital y que esta-
blece: “siempre debe comer el hombre menos de lo que su riqueza le permita, debe ves-
tirse de acuerdo con ella, pero para su mujer e hijo debe gastar más de lo que pueda”.
Aparte del testimonio que nos proporciona la exégesis clásica, la experiencia psicoa-
nalítica nos conduce a aceptar que el conflicto instintivo que motivó la falta de Onán ha
de buscarse en las fijaciones pregenitales de la libido y fue de carácter analsádico. La tie-
rra es una representación mítica de la madre real o genitora y la esperma es un equiva-
lente de la materia fecal y de la orina de acuerdo con el simbolismo del inconsciente.3 La
conducta de Onán denunciaría la persistencia de sentimientos ambivalentes hacia la
mujer por una regresión o fijación en etapas pregenitales de la libido. La posibilidad de un
complejo anal no liquidado en el personaje bíblico adquiere más verosimilitud si recoge-
mos la hipótesis de algunos autores que suponen que Onán no quiso dar descendencia
a su cuñada porque tenía interés en quedarse con la herencia del hermano fallecido. Esta
hipótesis no se basa en ninguna tradición explícita, aunque los principios del derecho
hereditario de acuerdo con la ley mosaica serían una confirmación indirecta de la misma.
En el capítulo 27 de la Biblia, el Eterno habla a Moisés y le dice que si un hombre muere
sin dejar hijos debe hacer pasar su herencia a la hija; si no tiene hija, la herencia pasará
a sus hermanos.4
Estudiemos ahora otro aspecto de la conducta de Onán. Conociendo la implacable
severidad con que el Eterno juzgaba y castigaba los actos indignos de su pueblo, nadie
podría faltar al cumplimiento de sus designios sin saber de antemano a lo que le exponía
su desobediencia. Es posible que Onán, inconscientemente, tuviera una necesidad de
autopunición originada en una posición también ambivalente con respecto al padre. Si
éste fue su deseo, obtuvo amplia satisfacción en su propio pecado. Psicoanalíticamente
sabemos que ser castigado por el padre adquiere la significación inconsciente de ser
amado y preferido por él, y que el castigado soluciona tensiones erótico-destructivas por
medio de un mecanismo sadomasoquista. Como en el suicidio, las pulsiones primitiva-
mente orientadas hacia el mundo externo se vuelven contra el yo y sus efectos se expe-
rimentan pasivamente.
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la imagen o esquema corporal que el mismo ha edificado a través de sus experiencias aní-
micas durante el curso del desarrollo de la libido. Schilder, Federn y Deutsch han demos-
trado que el conocimiento del propio cuerpo constituye la base del amor propio narcisista
y que cada instinto parcial pregenital se expresa por un reforzamiento de aquella parte de
la imagen corporal que tiene una relación más estrecha con este instinto. La conversión
sería el trasporte de una pulsión instintiva sobre sus partes correspondientes de la ima-
gen o esquema corporal.
Acabamos de ver la evolución del concepto del onanismo en la génesis de las neuro-
sis actuales y de la impotencia y es el sentimiento de culpa, según parece, el responsa-
ble de su acción patógena. De una manera general, con la atenuación de la autoculpabi-
lidad, disminuyen las perturbaciones de la esfera psíquica y somática. Pero desde el
punto de vista de la técnica psicoanalítica no es conveniente calmar sistemáticamente la
angustia ni el sentimiento de culpa, salvo en ciertos casos, porque es a través de ellos que
se pueden descubrir los conflictos subyacentes que sustentan la tendencia onanística y
provocan la ansiedad.
Conclusiones
1. No existiría una diferenciación de fondo entre las psiconeurosis y las neurosis actuales.
2. No se puede negar de una manera absoluta la acción patógena de las anomalías de la
vida genital. Pero ellas son más bien exponentes de una personalidad neuropática y,
secundariamente, factores morbógenos de la enfermedad.
3. El psicoanálisis de la neurosis actual demuestra que los individuos poseían antes de su
enfermedad un equilibrio sexual inestable, organización genital con persistencia de
rasgos pregenitales. Cualquier episodio actual (conflicto actual neurótico) rompe el
equilibrio y desencadena la neurosis actual.
4. El tratamiento del neurótico actual no debe diferenciarse del psiconeurótico. Aunque en
la mayoría de los casos baste la rectificación de los errores de la vida genital, la modi-
ficación del conflicto neurótico actual no basta para modificar la base psiconeurótica
fundamental del enfermo.
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3. En las fantasías inconscientes de los individuos que practican el coitus reservatus se descubren fre-
cuentemente deseos agresivos de frustrar a la mujer, de rebajarla mancillándola con esperma, elemento que
adquiere su habitual significación excrementicia.
4. Sharpe y Goldstein, en su trabajo “Onanismo”, publicado en La Semana Médica, sostienen que el peca-
do de Onán se fundó en el deseo de quedarse con la herencia del hermano, pero el trabajo carece de citas
bibliográficas, ignorándose por lo tanto las fuentes de información de los autores. En la obra del Vizconde de
Forges, Galanterías de la Biblia, que es de carácter pornográfico, se sostiene humorísticamente la misma opi-
nión sin aducir pruebas al respecto. Voltaire, en cambio, dice que Onán, impulsado por el odio que sentía con-
tra su hermano, se negó a darle descendencia, sin especificar en qué basa su afirmación.
5. Los tratamientos psicoanalíticos profundos descubren a menudo mecanismos orales que se combinan
y recubren con los de la etapa analsádica. La significación anal del dinero coincide simbólicamente con el
pecho y la leche materna, que satisface sin esfuerzo todos los deseos.
6. Nunberg sostiene que la imposibilidad de descarga completa en la masturbación de las pulsiones des-
tructivas y libidinosas hace que asociadas se transformen en la necesidad de expiación, y ésta es la causa
directa del sentimiento de culpa que la acompaña.
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