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2002 Arqueologia Panama la Vieja Estilos de vida

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Monika Therrien
Fundacion Erigaie
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Arqueología de Panamá La Vieja agosto 2002 Therrien:19-38

ESTILOS DE VIDA EN LA NUEVA GRANADA.*


TEORÍA Y PRÁCTICA EN LA ARQUEOLOGÍA HISTÓRICA DE COLOMBIA
Monika Therrien**

1.INTRODUCCIÓN
El propósito de este artículo es el de presentar algunas de las líneas de investi-
gación seguidas recientemente en diferentes estudios, monografías de grado y proyec-
tos de investigación, que aportan al ejercicio de la arqueología histórica en Colombia. El
eje común sobre el cual se ha planteado el programa de trabajo a largo plazo, es el de
poner en evidencia los múltiples “estilos de vida” coexistentes durante los períodos his-
tóricos en el territorio de la Nueva Granada y las estrategias que los hacen viables. Con
ello, se disiente de las perspectivas tendientes a caracterizar las estructuras sociales
americanas, en las épocas en cuestión, como producto de un único proceso y proclives
a un modelo hispanizante o europeizante de las costumbres y se opta por un enfoque
que se acerque a los matices de la diversidad y la hibridación.
Se entiende por “estilos de vida” las prácticas cuya experimentación rutinaria las
convierte en el lenguaje tácito que permite el reconocimiento y expresa una identidad
común a un grupo, clase o pueblo, en un momento y lugar específicos. Se retoman los
aportes hechos por Bourdieu (1984:171), quien concibe como “estilos de vida” las prác-
ticas clasificables y clasificantes que agrupan o diferencian a los individuos de acuerdo
con su habitus, aquella disposición naturalizada para reflexionar y juzgar. No obstante,
nuestro programa de trabajo difiere del de Bourdieu en lo que respecta a la manera co-
mo asume a la población base del estudio: homogénea (los “franceses”) y estratificada
rígidamente por clases, es decir, sólo concebible en las sociedades modernas tardías.
A este respecto, señala Giddens que el estilo de vida, “no es un término muy
aplicable a las culturas tradicionales” y, aunque más adelante agrega que “los estilos de

*
Conferencia dictada bajo el título “Estilos de vida: más allá de la cerámica” en el Seminario Internacional
de Arqueología Histórica de América Latina y el Caribe, Panamá, del 21 al 25 de enero de 2002.
**
Profesora, Departamento de Antropología, Universidad de los Andes, Bogotá-Colombia. E-mail
mtherrie@uniandes.edu.co
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vida son prácticas hechas rutina: las rutinas presentes en los hábitos del vestir, del co-
mer, los modos de actuar...” (1997:106) considera que en las sociedades tradicionales
estas prácticas son “transmitidas” y no “adoptadas”. Sin embargo, en el escenario de la
conquista y la colonización, esta rigidez en la acepción de lo tradicional se ve dislocada
por las opciones, libres o forzadas, a las que se ven sometidos los individuos al momen-
to de elegir.
Frente a esta postura, los “estilos de vida” que estructuran y, a la vez, particulari-
zan a un grupo de otro, son considerados el resultado de la interacción de cuatro di-
mensiones: la trayectoria histórica y geográfica de los grupos humanos (ambas plan-
teadas por Pratt 1992), la de los significados culturales (Clifford 1997) e identidades
sociales de las personas (Bourdieu y Giddens en Lightfoot et al. 1998:201) y la de la
sensibilidad o sentidos (Seremetakis 1996). La variabilidad presente en cada una de las
dimensiones y la confluencia de estas en tiempos y espacios diferentes, hace posible la
creación, vivencia y reproducción de hábitos y prácticas diversos. Así mismo, esa con-
fluencia puede introducir alteraciones o mimetismos en los estilos de vida de tal manera
que inducen a cambios sutiles o drásticos.
Esta aproximación permite observar e interpretar la diversidad de la cultura mate-
rial en suelo americano, la cual pasó desapercibida por la historiografía comprometida
con una perspectiva unidireccional y etnocéntrica de los períodos históricos; así, tam-
bién, es posible entender en las distintas manifestaciones culturales de hoy, las diferen-
cias provocadas por las exclusiones e inclusiones, las apropiaciones y resistencias y la
búsqueda del reconocimiento local, nacional y global.
A continuación se indaga sobre las dimensiones antes mencionadas, en dos
escenarios que conducen a identificar los diversos estilos de vida presentes en los
períodos históricos de la Nueva Granada: 1) el de la implantación de un modo de vida
urbano y 2) en las áreas marginales al entorno urbano; el análisis se sustenta en la
producción local, circulación y consumo de bienes materiales. Mientras las áreas
marginales han sido poco relevantes en la producción de la arqueología histórica, hasta
el momento, el tema de la ciudad aparenta ser un lugar común en la producción

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historiográfica reciente de las ciencias sociales. No obstante esta circunstancia, se


plantea retomar algunos conceptos en desuso o escasamente desarrollados en el
análisis de los estilos de vida, como el de tradición, arraigo o resistencia, así como
proponer metodologías que ayuden en la reflexión de los significados de los materiales
arqueológicos acordes con las dimensiones antes enunciadas.

2.LA IMPLANTACIÓN DEL MODO DE VIDA URBANO


Son varias las ideas que, a partir de los planteamientos efectuados por los
historiadores de la ciudad, del urbanismo y la arquitectura, se han convertido en hechos
de verdad. Entre ellos están la rigurosidad de la geometría en la implantación de los
modelos de ciudad en América, en la adjudicación de predios y en la subdivisión de los
mismos (Gutiérrez 1992, Salcedo 1996) o el continuo poblamiento de los centros
urbanos como producto de migraciones, por encima y más importante que los procesos
internos de reproducción de la población (Zambrano y Bernard 1993). Estos
planteamientos contribuyen a reforzar las perspectivas sustentadas en la noción de
aculturación, e incluso de devastación demográfica, donde la imposición de un modo de
vida descarta cualquier posibilidad de expresión ajena o distinta a la de aquella que se
inserta. El estudio arqueológico en varias edificaciones de ciudades y villas importantes,
o de relativa importancia en la Nueva Granada (Therrien 1996-1997, 1998), ha
mostrado de manera reiterada cómo el preciado modelo de retículas y el consecuente
proceso de urbanización fue más lento e irregular de lo que se describe en la
historiografía urbana, como consecuencia de diversos factores.
Como una propuesta alterna a estas perspectivas, se ha indagado sobre los
conflictos y la negociación de una o varias de las dimensiones constitutivas de los
estilos de vida que individuos y grupos sociales y étnicos hacen explícitos al
establecerse en la ciudad. Uno de esos escenarios visibles de confrontación tuvo lugar
en Cartagena de Indias, donde las comunidades de dominicos y jesuitas plasmaron de
múltiples maneras sus diferencias, las que más allá de las creencias espirituales,
filosóficas o morales, se tradujeron en expresiones materiales distintivas, no sólo de los

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religiosos sino de los grupos directamente involucrados con ellos. La Compañía de


Jesús se ocupó de la educación de los hijos de españoles y criollos asentados en la
ciudad, mientras que los dominicos se orientaron al adoctrinamiento de los indígenas
reducidos en las zonas aledañas. En ambos casos, recurrieron intencionalmente a las
prácticas tradicionales de las poblaciones a su cargo y así aseguraron la continuidad de
las labores encomendadas y de su permanencia en el territorio.
Desde esta perspectiva, el análisis de varias líneas de evidencia, obtenidas en
las excavaciones del Colegio de la Compañía (Therrien et al. 1998, Therrien 2001) y del
Convento de Santo Domingo (Therrien et al. 2000), induce a cuestionar las
interpretaciones asumidas comúnmente por la literatura arqueológica en lo que
respecta a las circunstancias que son causa de la diferenciación entre unos grupos y
otros: la más generalizada consiste en sustentar el proceso de aculturación, en este
caso, la hispanización de las costumbres. Bajo este punto de vista se ha asumido como
natural y primordial identificar los materiales foráneos en el registro arqueológico de la
siguiente manera: su mayor proporcionalidad se presume como indicador del grado de
aculturación o dominio de un genérico estilo de vida español, mientras que, en la
situación contraria, cuando las mayólicas o vidriados están ausentes o aparecen en
baja proporción, se supone indican el grado de resistencia o dependencia de los grupos
étnicos (fig. 1). En consecuencia con la anterior afirmación, el material foráneo también
es usado como índice de diferenciación socio-económica entre pobladores urbanos
donde, con frecuencia, se asume que quien más tiene ha de ser español o criollo y por
lo demás adinerado y viceversa. Estos enfoques constriñen la comprensión de
fenómenos culturales más amplios como el desarraigo, la permanencia, los lazos de
parentesco o la ambición, por ejemplo, que en las prácticas diarias de distintos grupos
pueden incidir en las características y significados de la cultura material y se ajustan
más al análisis de las circunstancias de cada sociedad en un territorio y en un tiempo
específicos.

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Por lo menos en la Nueva Granada, la materialidad de los estilos de vida nunca


fue ostentosa o pretendió serla, como
se evidencia en la arquitectura y en el
urbanismo (Aprile-Gniset 1991, Mar-
tínez 1967, 1988) y en los objetos
asociados a los habitantes de estos
espacios físicos (Therrien et al. 2002).
Por ello, los problemas alrededor de la
implantación del modelo urbano y los
conflictos que esto conllevó, más que
asumirlos como un proceso único de
aculturación y como contenedor de di-
ferencias extremas entre grupos so-
cioeconómicos, se analizan como un
ajuste -a veces violento a veces pasivo-
de los oficios cotidianos que configuran
diversos estilos de vida en el nuevo
entorno. En efecto, esto se planteó en el
estudio del edificio del Colegio de la
Compañía, cuya estructura primaria y Figura 1. Benditera en mayólica Azul sobre Azul,
Claustro San Pedro Claver, Cartagena, colección
las posteriores adecuaciones muestran Museo del Claustro (Therrien et al. 2002).

que durante las primeras décadas fue


bastante precaria -en el tamaño de sus espacios así como en algunos acabados-, ello a
pesar de que los jesuitas se trasladaron de su sitio original en Cartagena, para albergar
en su ubicación definitiva al creciente número de alumnos que asistían a la institución.
Otras líneas de evidencia, como la cerámica y los restos óseos de fauna, muestran, por
su parte, la necesidad de mantener en las colonias las actividades domésticas comunes
al entorno urbano de España; así se posibilitaría el regreso de algunos de sus alumnos
a la metropólis mientras que a otros, los nacidos en el nuevo territorio o aquellos que se

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quedarían en él, se les facilitaría la interacción frente a los recién llegados, fortaleciendo
en apariencia los vínculos identitarios.
Nuevamente, podría argüir-
se que uno de los mecanismos
más obvios para la instrucción de
estos hábitos sería mediante el uso
de materiales foráneos. No obs-
tante, a pesar de que estos apa-
recen con frecuencia -pero en muy
baja proporción- en todas las
épocas y los sitios estudiados, la
presencia y características del ma-
terial producido localmente ofrece
otras posibilidades de interpre-
tación. En la secuencia estratigrá-
fica del edificio, correspondiente a
la ocupación de los jesuitas, la
mayor proporción de la cerámica
corresponde a la loza producida en
su propia “fábrica”, locería donde
se imitaron las formas de las va-
sijas españolas, aunque a dife-
Figura 2. Vasijas tipo Mayólica Cartagena (en bizcocho),
elaborada entre 1630 y 1767. Colección Museo Castillo rencia de éstas presentaban una
San Felipe, Cartagena (Therrien el al. 2002).
pobre decoración, cuando llegaba a
estar presente. Una buena parte del material consiste en objetos asociados al consumo
de alimentos (tazas, platos, escudillas, cf. fig. 2), otros corresponden a utensilios de
aseo (bacinillas, lebrillos, cf. fig. 3), los que permiten inducir a conservar los hábitos
españoles entre los jóvenes alumnos, indispensables para el reconocimiento social y
cultural entre sí y con otros habitantes de la ciudad, como se evidencia en el consumo

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de esta loza en distintas viviendas


(Fandiño 2000, Uprimny s.f.). La locería de
los jesuitas se convertiría en el medio
eficaz para la conservación y recreación
de las prácticas hispanas, lo que podría
constituir también un sello de distinción
(de exclusión), sin tener que recurrir a los
productos importados, los que por su parte
podrían caer por igual en manos de unos
ambiciosos escaladores sociales o en las
estrategias de blanqueamiento de otros.
Estas formas materiales así como las
labores educativas realizadas por los
jesuitas se mantendrían así, en medio de
intensos procesos de mestizaje, hasta su
expulsión en el último tercio del siglo XVIII.
Contrario a éstos resultados, el
material cerámico del convento de Santo Figura 3. Florero y bacín , tipo Mayólica Carta-
gena. Claustro San Pedro Claver, Convento de
Domingo correspondiente al siglo XVII y la Sto. Domingo, Cartagena (Therrien el al. 2002).
primera mitad del XVIII -se caracteriza por
una alta presencia de materiales locales- pero cuyas formas no se asemejan a las
tradicionales españolas sino más bien a las indígenas locales. El adoctrinamiento, con
la consecuente interacción directa con los indígenas del área, explicaría la presencia de
cuencos, ollas, budares y otros enseres que no se esperaría encontrar en un sitio
donde debieran prevalecer los hábitos europeos (fig. 4). La variedad de vasijas, con sus
diversas funciones y significados, suplirían las necesidades de las tareas culinarias y
del consumo de alimentos, tanto para los curas y sus hábitos gustativos como para la
población flotante de nativos que albergarían en su convento. Ello nos remite a otra
línea de evidencia, los restos óseos de fauna, que señalan la separación y

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diferenciación de roles jugados por ambas comunidades religiosas en Cartagena y, por


ende, de las expresiones materiales resultado de la confluencia de dimensiones
distintas y de los estilos de vida que éstas recrearon. Buena parte de la carne
consumida por los jesuitas y sus alumnos era de res, probablemente obtenida de las
haciendas jesuitas del área de Tolú, cercana a la ciudad, con la cual podían preparar
caldos (con el espinazo) y carnes sudadas (de cadera y pierna), entre otros platos. A
diferencia de los jesuitas, entre los dominicos se identificaron preliminarmente una
mayor cantidad de restos de diversas especies silvestres como tortugas, aves, peces y
mamíferos pequeños (fig. 5),
surtidos probablemente por las
poblaciones indígenas cobijadas
por su evangelización. Estas
contribuirían con la prepa-ración
de esta peculiar fauna y con dar a
conocer los sabores extraños de
sus tradiciones culinarias, cons-
truyendo así nuevas memorias y
percepciones sensoriales que se

Figura 4. Ollas, cuencos, “pailas” tipo Crespo Rojo Areno- agregarían a sus propios estilos
so, Estilo Colonial Medio (Therrien et al. 2002). de vida (Seremetakis 1996).
No todas las bases de poder, de diferenciación socio-económica o de
competencia política y religiosa, pueden ser explicadas mediante una lógica simple de
acumulación o de adquisición y consumo, más cuando sólo se sustentan en la
presencia de materiales exóticos. De igual manera, la permanencia o cambio en estos
aspectos de los procesos humanos no siempre pueden sustentarse en fórmulas
extremas como la imposición violenta -que existió y condujo- en varios casos, a la
desaparición física de aquellos que se opusieron o, la asimilación, con la consecuente
“desaparición cultural” de una población. La descripción de las prácticas cotidianas de
unos estilos de vida particulares y las estrategias para conservarlas de generación en

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generación (no en el sentido estático como se ha demostrado), obviamente, tampoco


son suficientes para explicar la diversidad social y cultural, así como la jerarquización de
ésta. Más bien, la identificación y el contraste de los estilos, en espacios y tiempos
diferentes, permiten observar las tácticas utilizadas por distintos individuos y grupos en
su adopción, adaptación y continuidad, y así entender cómo estos se convierten en el
bastión de resistencia, en indispensables para la super-vivencia y, otros más, en el
recurso necesario para mantener la hegemonía a través del tiempo.

A. Tortuga
B. Variedad de peces
C. Fauna doméstica

Figura 5. Restos óseos de fauna. En algunos se observan huellas de corte y modificación del hueso con
fines decorativos (?). Convento de Santo Domingo, 2000 (Therrien et al. 2002).

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3.LA SOCIALIZACIÓN DE LA VIDA URBANA


Como se ha reiterado, la literatura arqueológica busca poner de presente o bien
fenómenos de homogenización -como los que se presentan en los procesos de
aculturación- o bien dar cuenta de las características que distancian a unos individuos y
grupos de otros, traducido esto en la distinción entre los que poseen objetos foráneos
de los que no pueden acceder a ellos. Sin embargo, pocas veces se busca entender las
estrategias desde las cuales se constituyen y socializan los hábitos que inducen a
conservar o cambiar los estilos de vida y cómo se reproducen en el ámbito urbano. Uno
de los análisis propuestos es el estudio de los lazos familiares, tomando en
consideración que esta es la estructura base de socialización de las diferentes prácticas
diarias que inciden en la identificación de los individuos, en su inclusión o exclusión,
tanto dentro como fuera de las unidades familiares. A pesar de requerir estudios
genealógicos, este foco de análisis se aleja de los grandes relatos académicos en los
que se privilegia el estudio de los linajes de las élites y los convierten en el eje histórico
de un período y espacio, para dar cabida tanto a la familia invisibilizada como a la
prominente para entender sus estrategias de interacción y permanencia.
El estudio de la familia y la continuidad contenedor
de sus vínculos en la ciudad se pretende contenido Solar
explicar a través de las formas caprichosas contenido
que tomaron muchos solares en el proceso de Comercial
subdivisión de las cuadras, y con ello anticipar solar
la interpretación de los materiales excavados
en predios contiguos. Con éste propósito se
desarrolló el estudio Familia, familiaridad y
territorio (Cuéllar 2001), el cual indaga sobre los patrones de subdivisión de los solares,
durante los siglos XIX y XX, en el barrio de Las Cruces (Bogotá), un sector popular con
antecedentes indígena y mestizo rural. El estudio se basa en datos recolectados en los
archivos de catastro, los documentos de compra-venta de propiedades y la genealogía
de las familias asociadas a los predios estudiados, cuya identificación se obtuvo en los

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archivos parroquiales. La investigación revela que por lo menos dos factores inciden en
las peculiares formas de subdividir los solares: el uso dado por las familias y el uso
comercial.
En cuanto a la incidencia de la familia en la apropiación y evolución de los
predios, se definieron dos tipos de espacialidad íntimamente ligados y dependientes:
los espacios contenedores, correspondientes a la casa paterna que ocupa un área
mayor, especialmente en su parte posterior, y los contenidos, aquellos divididos con el
objeto de ser cedidos a los hijos e incluso de éstos a su descendencia; en esta peculiar
división acaban rodeados por el terreno paterno. Por el contrario, la subdivisión predial
para uso comercial, generalmente por venta del lote, se caracteriza por la división
totalmente geométrica del espacio de terreno, donde los accesos desde la calle y al
espacio posterior son proporcionales1.
Además de las formas que caracterizan a las divisiones, es importante notar
cómo éstas condicionan el flujo, o la ausencia del mismo, entre los predios seccionados
y sus ocupantes. En el caso de los terrenos divididos entre los miembros de una misma
familia, hay fluidez no sólo con el exterior sino con el límite posterior, donde se procura
el acceso a los hijos al solar mayor de los padres, el sitio de reunión. Por el contrario,
las propiedades producto de ventas comerciales carecen de estos linderos fluidos y
sólo se limitan a una circulación entre el predio y la calle.
La falta de nuevos cuestionamientos alrededor del tema llevan a mantener como
verdaderas las versiones propuestas por la historiografía urbana tradicional, en la que
se asume un continuo repoblamiento de las áreas urbanas como producto de las
migraciones y, por ende, a tomar como aislado el desarrollo de cada predio en la
ciudad. Ello se ve reforzado cuando en los proyectos de arqueología histórica -
específicamente aquellos que se ocupan de sitios o monumentos históricos- abordan
también su objeto como un elemento arquitectónico aislado, tan único como el que lo
habitó y le otorgó su mérito patrimonial, por lo cual se desconocen aspectos como la

1
Aprile-Gniset (1991:414) incluye algunos diagramas que describen ambas formas de subdivisión, aun-
que no especifica la causa de la variabilidad.
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evolución de las cuadras y sus respectivos solares, así como el arraigo de las familias o
de los distintos moradores en ellos.
Desde una perspectiva ar-
queológica, tomar en cuenta estos
patrones de subdivisión implica un reto
frente a la manera de establecer las
relaciones estratigráficas entre uno y otro
predio, o en la división de un solo solar
(en la composición y lectura de la matriz
de Harris, por ejemplo). Así mismo, exige
nuevas preguntas respecto a los
materiales culturales, con los cuales se
puede establecer la existencia o no de
identificación y reconocimiento entre
vecinos a lo largo del tiempo o durante
periodos específicos. Esto evidenciaría
Figura 6. Aerofotografía del solar ocupado por
posibles lazos familiares o estilos de vida
Flórez de Ocáriz (en el recuadro parte inferior
en común o, por el contrario, una derecha). Se observa la subdivisión predial que
modificó el espacio a lo largo de 400 años. (Insti-
exclusión y distinción entre quienes no lo tuto Geográfico Agustín Codazzi, 1943).

son y no los comparten. Ello ha sido el


sustento para la interpretación de la evidencia arqueológica recolectada en la casa de
Flórez de Ocáriz, escribano del siglo XVII (Therrien 1998, 2002), en el que los vestigios
de antiguos muros y la deposición de materiales permitieron reconstruir la evolución y
división del espacio físico del solar ocupado por él y su familia durante más de un siglo,
como estrategia para mantener los vínculos entre sí y con las identidades sociales
significativas dentro de la ciudad (fig. 6).
La ciudad es pues el espacio de hibridación por excelencia pero también de
estrategias conservadoras, aunque éstas no son sus características más sobre-
salientes, sino la intensidad con que se producen estos procesos y la variedad de sus

30
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expresiones. Parte de esta diversidad resulta por la incorporación en el espacio urbano


de múltiples estilos de vida, por la reproducción misma entre las familias y también por
la entrada de los migrantes, quienes amenazan la estabilidad de los establecidos con
sus prácticas diferenciadas y, a veces, irreconocibles.

4.MARGINALIDAD: RELACIONES ENTRE LA CIUDAD Y SU PERIFERIA


Las tradiciones han sido concebidas comúnmente por la literatura antropológica y
sociológica como un mecanismo conservador de carácter fuertemente estático
(Hobsbawm y Ranger2 1994), no obstante, en otros casos se las concibe como el me-
canismo de transmisión o comunicación de códigos simbólicos, que ocurre en contextos
sociales diversos, de acuerdo con el tiempo y el lugar (Giddens 2001). Aquí se amplía
esta última noción para concebir la tradición como el marco de comprensión que permi-
te a un individuo o grupo incorporar y reproducir la información del entorno físico -
natural y cultural- y el entorno social –local, nacional o global- lo que a su vez, incide en
la transformación de la percepción y significados de dicha información. En el artículo
Indigenizando “lo blanco” (Bocarejo 2002), se aborda esta perspectiva en el estudio de
dos comunidades indígenas de la costa norte de Colombia, haciendo uso del concepto
de indigenización, propuesto por Sahlins (en Bocarejo 2002). Éste se entiende como la
estrategia por la cual se hace posible incorporar ideas y objetos ajenos a las tradiciones
aborígenes, tales como helicópteros, metros, el whisky, los viajes nacionales e interna-
cionales, que ayudan a reforzar sus prácticas culturales, como los pagamentos y con-
sultas espirituales, y a legitimar el territorio que ocupan.
Estos enfoques devuelven el dinamismo al concepto de tradición y, al mismo
tiempo, conducen a analizar el afán del mundo moderno por negar o no reconocer la
incidencia y presencia de las trayectorias pasadas en la configuración de su moderni-
dad. Al no reconocer los códigos simbólicos como cambiantes (en el sentido dado por

2
Por lo general, se ha considerado que la propuesta de Hobsbawm y Ranger invalida lo aquí expuesto,
no obstante, desarrollan una distinción radical entre aquellas tradiciones genuinas que no pueden trans-
formarse de las “inventadas” que son innovadoras, en las que además no puede existir relación posible
entre sí.
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Hobsbawm y Ranger) se considera a las tradiciones como prescritas o en proceso de


desaparición. El conjunto de conocimientos y prácticas -las tradiciones- hace posible la
configuración y reconocimiento de grupos étnicos, familiares, locales o de clase, con
estilos de vida propios, a la vez que les permite adaptar estrategias, nuevas o distintas,
que garantizan su reproducción, por lo que se hayan en constante cambio.
La cultura material, por su parte, es la que sustenta físicamente la configuración
y reproducción de dichas estructuras sociales; en ellas las tradiciones juegan el rol de
objetivar los significados culturales y de marcar las similitudes y diferencias entre las
identidades sociales que los reconocen e incorporan como suyos o que los rechazan.
Mientras para algunos, como arhuacos y koguis (Bocarejo 2002), la incorporación de
objetos ajenos a sus prácticas culturales induce a una continua resignificación del grupo
étnico, en otros casos puede conducir a la configuración de estilos de vida
diferenciados.
Una vez más, al asumir los estudios sobre los grupos marginales en y por fuera
de las ciudades, encontramos que ciertos enfoques históricos de análisis de los grupos
humanos tienden a agruparlos genéricamente y por separado como étnicos,
socioeconómicos o, en casos extremos, como un núcleo atemporal e indiferenciado
(varias versiones y reflexiones sobre el tema se encuentran en Ulloa 1993). En unos
casos son totalmente dependientes de sus tradiciones, en otros peores, carecen
absolutamente de ellas. Es así como millones de pobladores africanos, víctimas del
mercado esclavista moderno, han sido estudiados desde puntos de vista divididos:
aquellos que quieren demostrar las huellas africanas en las prácticas culturales de los
grupos negros en suelo americano y los que hacen notar la capacidad de reinvención
de éstos en el nuevo mundo.
No obstante, paulatinamente, desde la historia y la antropología, con el soporte
de documentos históricos y de enfoques etnográficos alternos, se reconstruyen distintos
escenarios en los que se tejen formas particulares de vida entre los descendientes de
africanos. Desde la arqueología misma, también se hace posible visualizar estilos de
vida diferenciados durante un mismo período de tiempo, con lo que se confrontan los

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enfoques que los homogenizan como un grupo étnico, sustentado en criterios de corte
racial o económico únicamente. Es así como hacia 1630, y a los pocos años de haber
comprado un tejar localizado en la isla Tierrabomba frente a Cartagena de Indias, hacia
1630, los jesuitas iniciaron la producción de los materiales cerámicos identificados hoy
como Mayólica Cartagena y Cartagena Rojo Compacto (Therrien et al. 2002). El
inventario efectuado luego de la expulsión de la comunidad, indica cómo una buena
parte de sus esclavos se dedicaban a la elaboración de esta loza: los hombres a cargo
del procesamiento de la arcilla y elaboración de las vasijas y las mujeres de la
decoración (fig. 7); estas habilidades hicieron que algunos de los loceros fueran
altamente preciados, por encima de los esclavos carpinteros, tan cotizados en la ciudad
(Fandiño 2000). Paralelo a estas actividades, cuidaban a sus hijos, las huertas y el
ganado que proveían su sustento, cuyos productos con toda probabilidad eran
consumidos en las mismas vasijas, defectuosas o no, que sobraban de la fábrica. Así
como a los hijos de españoles y criollos se les procuraba estos materiales para
conservar y reproducir las costumbres metropolitanas, los 20 o más esclavos que
habitaban a un tiempo el tejar de San Bernabé, eran inducidos a la utilización de estos
enseres adaptados a los gustos y hábitos hispanos.

Figura 7. Vasijas tipo Mayólica Cartagena, la decoración característica consta de diseños florales y geo-
métricos en colores azul y verde claros (Therrien et al. 2002).

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Paralelo a ello, para el procesamiento de los alimentos en todos los sitios


investigados hasta ahora (Therrien et al. 1998, Fandiño 2000, Therrien et al. 2000,
Therrien 2001, Uprimny s.f.), y en algunas vasijas para el consumo de alimentos
identificadas en Santo Domingo, reiteradamente se encuentra que éstas siguen las
formas y técnicas de manufactura de la
tradición indígena, mientras que los cambios
son más evidentes en la decoración:
algunos motivos rememoran los diseños
nativos, otros se asemejan a los que utilizan
los esclavos de Jamaica en sus cerámicas
(fig. 8). Así, unos africanos de Cartagena,
A B
dado su estilo de vida impuesto por las
Figura 8. Fragmentos tipo Crespo Rojo Are-
labores de producción cerámica en noso: a) Estilo contacto, decoración de la
tradición nativa, b) Estilo Colonial, decoración
condiciones de esclavitud, son sutilmente con sello (Therrien et al. 2002).
inducidos al uso y hábito de servir, consumir
y asearse de la manera en que lo hacían los españoles; aunque confrontados unos y
otros, no se reconocerían como compartiendo los mismos significados culturales y, por
ende, una misma identidad social. El uso de los sentidos, los sabores, los olores, los
rituales cotidianos del cuerpo, del gesto, como otra estrategia de percepción y
reconocimiento, separaba de manera intangible un mundo de otro a pesar de usar las
mismas vasijas, así como también lo harían aquellas cerámicas que eran más afines a
las tradiciones africanas por sus colores, formas y decoración. Mas todo ello no ocurría
en un entorno bucólico y romántico: la adaptación de las formas tradicionales hispanas
en manos de los esclavos podría convertirse en motivo de burla o de confirmación del
puesto de cada quien en la jerarquización de la sociedad. De la misma manera la
incapacidad o negación a usarlos, continuando con las prácticas nativas, sustentaban la
imposibilidad de domesticar las costumbres de “bárbaros y salvajes” y, por tanto,
justificaban su sumisión y marginación.

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Hay que ampliar el espectro de problemas que abordan los arqueólogos


latinoamericanos, dado que, en la estructuración de las sociedades y en sus distintos
espacios participan individuos de condiciones muy disímiles. No es pues tarea de los
arqueólogos demostrar, y más que ello crear, procesos hispanizantes (o civilizatorios)
unidireccionales o de polarizar los extremos sociales y económicos, sino entender las
estrategias de confrontación y jerarquización (y a la vez de opresión) en situaciones
como las dispuestas en el escenario de un régimen colonial. Constituidos a través de la
confluencia de al menos cuatro dimensiones, y puestos en práctica de manera cotidiana
mediante expresiones tangibles e intangibles, los estilos de vida son herramientas
teóricas que permiten formular preguntas sobre las particularidades de la configuración,
continuidad o transformación, en tiempo y espacio, de los grupos humanos y analizar la
cultura material que posibilita dicha estructura, desde miradas alternas que asuman la
complejidad de las situaciones que a diario se vivían en las ciudades y en las áreas
periféricas a ellas.

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