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Comenzó hace unos años como un goteo y ya es una imparable avalancha. Las
fronteras de Venezuela se han convertido en corredores a través de los cuales, a
diario, miles de personas buscan un escape a la emergencia humanitaria que
todavía no ha sido reconocida por el gobierno de Nicolás Maduro. Ya hay voces
que comparan el éxodo a otros países –en particular a Colombia– con procesos
como los experimentados a raíz del conflicto en Siria y de la expulsión de la
comunidad rohingya, en Myanmar.
Las cifras, desde luego, son una evidencia contundente de la crisis migratoria:
oficialmente, de acuerdo con la Dirección General de Migración Colombia, más de
550.000 venezolanos se han trasladado a la nación vecina, aproximadamente la
misma cantidad de refugiados sirios que ha sido acogida en Jordania y el mismo
número de rohingyas que han huido a Bangladesh. “Observamos una migración
forzosa que, en el lenguaje de la cooperación humanitaria, se define como el
movimiento fuera del lugar de origen con carácter temporal o permanente, que por
lo general tiene dos características: que es a gran escala y que tiene un carácter
involuntario; las personas no se van porque quieren, sino porque es la única
respuesta que consiguen ante factores extremos”, explica Beatriz Borges,
responsable de la línea de investigación de migrantes y refugiados del Centro de
Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello.