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Un viajero de Ferrocarril en el cañón del Tomellín

Luis Felipe Crespo1

En recuerdo de mi compadre Roberto,


quién siempre disfrutó se este relato.

Sería el año 1981 o quizás 1982, me encontraba en la ciudad de México y me


preparaba para trasladarme a la ciudad de Oaxaca, tenía que presentar un
documento que sería la base de una reunión de trabajo con el equipo que
llevábamos a cabo un curso de capacitación para promotores culturales bilingües
en la Sierra Juárez. El escrito tenía avances importantes, pero faltaban varios
detalles para poder entregarlo.

No era la primera vez que hacia ese viaje, de hecho el recorrido lo había
realizado en unas cinco o seis ocasiones. Me gustaba mucho trasladarme por
ferrocarril, lo prefería al viaje en autobús que ocupaba unas ocho horas, era pesado
y hacerlo de noche significaba no dormir, llegar desvelado y con pesadumbre a mi
centro de trabajo; en cambio en el ferrocarril, si bien el tiempo de traslado era mucho
mayor, entre unas 15 a 18 horas, nunca había certeza de su puntualidad, pero era
más tranquilo y con mucho mayor espacio para poder concluir el trabajo
comprometido.

Recuerdo que era un lunes, el tren salía de la estación de Buenavista a las 5


de la tarde, debería llegar a la ciudad de Oaxaca el martes alrededor de las 10 de
la mañana. Yo tenía mi reunión el miércoles por la mañana, o sea, tenía muy buen
tiempo para terminar el documento y presentarlo. Me esperaba entonces un viaje
que debería de ser, ante todo, placentero. Sería en los meses de agosto o
septiembre, época de lluvias. El tren estaba compuesto por dos máquinas de diésel,
un vagón exprés encargado de transportar paquetes y carga menor, un vagón de
correo, tres vagones de segunda, uno de primera y al final el otrora vagón de lujo,
el pulman dormitorio, el cuál lucía bastante deteriorado. Este último, además se

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Universidad para el Bienestar Benito Juárez García-Plantel Tlaltizapán, Mor.

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componía de la sección de camas y de los compartimientos, por supuesto, el precio
de los boletos correspondía al nivel del carro que uno podía pagar.

Puntualmente el tren tocó su silbato y lentamente inició su viaje. Salir de


Buenavista era en sí mismo toda una aventura, la red de vías que se extendían en
torno a la estación hacían parecer un delta de la desembocadura de un río al mar,
la gran cantidad de trenes y convoyes hacían pensar que se produciría un colapso
de tránsito y todos quedaríamos atrapados sin poder ir ni para adelante ni para
atrás, quién sabe bajo que mecanismos, tanto los maquinistas como el personal de
vías que trabajaban en la estación se las arreglaban para que, tanto los trenes
salientes como entrantes, lo hicieran sin provocar ningún atorón.

En el primer tramo, las vías de Nonoalco, era como un recorrido en un túnel


del tiempo, el paisaje urbano se componía de los siempre imponentes edificios de
la unidad habitacional Tlatelolco, modernidad urbana que contrastaba con la
inmensa cantidad de vagones y furgones estacionados en las vías secundarias o
alternas que eran utilizadas como viviendas por miles de familias y que se extendían
por kilómetros. Así era prácticamente en todo el trayecto hasta abandonar la
mancha urbana, ya en territorio del Estado de México, cerca de Ozumba. El ver esa
cantidad de vagones-vivienda hacían que mi imaginación construyera historias de
vidas que veían el paso del ferrocarril entre el recelo y el deseo de subirse al tren,
cualquiera que éste fuera y los transportara a un viaje sin retorno a algún lugar
fantástico que los alejara de la miseria y hacinamiento.

Una de las características de viajar en tren era que, sin razón aparente, éste
se detenía constantemente en el trayecto, ya fuera porque habría que darle paso al
convoy que venía en sentido contrario, ya fuera por que algún tren de carga estaría
realizando una maniobra, a ciencia cierta creo que nunca lo sabré. Por ser época
de lluvias el tren en el que viajaba no iba ser la excepción a cada momento se
detenía, por lo que al llegar a la estación de Ozumba, ya era de noche y llovía de
manera cuantiosa deteniendo la marcha continuamente. Para ese entonces ya me
habría fumado unos cuantos cigarros y tenía muy bien localizado al vendedor de
cervezas, que siempre se podía encontrar en los vagones de segunda, aunque

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también hacia sus recorridos por todos los vagones. El trayecto hasta la ciudad de
Puebla siempre fue un enigma, ya que lo hacía de noche dormido en algunos de los
gabinetes.

No sé a qué hora habríamos llegado a Puebla, lo que recuerdo es que


estuvimos algunas horas en la estación, o quizás a mi así me parecieron. Terminal
siempre bulliciosa, llena de vendedores de comidas y de una gran variedad de
mercancías, casi siempre los pasajeros de primera y segunda se abastecían de una
gran variedad de productos, salimos antes del amanecer y el tren continuó su lenta
marcha hacia Tecamachalco, luego Tehuacán para llegar a Teotitlán del Camino, la
lluvia nos acompaño hasta entrada ya un poco la mañana. Al salir de este lugar,
empezamos adentrarnos a la región de la Cañada, ya en el estado de Oaxaca.

Esta parte del recorrido siempre me fascinó, el paisaje esta constituido por
diversas formaciones geológicas que dan lugar a la presencia de serranías cuyas
estructuras plegadas permiten observar en cada una de las capas de las rocas
sedimentarias y metamórficas parte de la historia geológica del planeta, además se
pueden contemplar una gran diversidad de lomeríos, colinas, pequeños valles y el
impresionante cañón del Tomellín formado por el río del mismo nombre. Paisaje que
permite también apreciar las asociaciones de selvas bajas caducifolia, plantas
cactáceas y matorrales xerófitos, estos últimos en algunos tramos del recorrido
formaban verdaderos bosques. Hoy toda esta región forma parte de la Reserva de
la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán. El río de Tomellín, que es uno de los afluentes del
río Grande que nace en la Sierra Juárez, y que a su vez va formar parte del gran río
del Papaloapan fue, desde la época prehispánica, uno de los caminos naturales
entre los pobladores de los valles centrales de Oaxaca con la región de Puebla-
Tehuacán y por supuesto con la antigua Tenochtitlán.

Admirar este paisaje y adentrarse al cañón del Tomellín anunciaba la etapa


final del viaje el cuál ya iba con el consabido retraso, pues sería alrededor de las 10
de la mañana del martes, hora en la que deberíamos estar arribando a la estación
de Oaxaca, faltarían entonces unas tres o cuatro horas de recorrido. Ya íbamos bien
adentrados en el cañón cuando de repente se escuchó un golpe seco, el tren se

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zarandeó y detuvo de golpe. El conductor que en ese momento se encontraba cerca
del lugar donde yo me ubicaba corrió hacia los vagones de adelante, minutos
después algunos pasajeros bajaron a las vías, otros sólo nos asomábamos por las
ventanas o por las puertas que se forman en la unión de los carros. Al poco tiempo,
primero como rumor y luego con toda la certeza del hecho nos enteramos que el
tren se había descarrilado.

¿Qué hacer?, fue mi primera pregunta, nos encontrábamos en medio del


cañón del Tomellín, a nuestro alrededor sólo había la vía del ferrocarril e inmensas
paredes de rocas, habíamos recorrido varios kilómetros después de la estación de
Cuicatlán, hacía adelante, yo no sabía a qué distancia nos encontrábamos de la
siguiente población. Los viajeros más experimentados de inmediato recogieron su
equipaje y emprendieron la marcha hacia atrás, seguro les quedaban algunas horas
de caminata. El conductor nos informó que no había de que preocuparse, que la
brigada de trabajadores de vías pronto arribaría y repararían la vía, que el tren no
tendría mayor problema. Así, confiado en la información y por ser ya mediodía, me
puse a buscar al señor de las cervezas, quién como buen comerciante y sabedor
de la ley de la oferta y la demanda, para esas horas había duplicado el precio de
cada botella. Resignado me compré una y me dispuse a beberla en compañía de
otros viajeros, quiénes comentábamos todos los pormenores de los viajes en
ferrocarril y de las peculiaridades de la entonces orgullosa empresa paraestatal
Ferrocarriles Nacionales de México.

Efectivamente el descarrilamiento no parecía que fuera mayor cosa,


motivado de la cantidad de lluvias que habían caído en los últimos días, los
durmientes de la vía se reblandecieron y el peso del tren propició que los clavos que
unen el metal con la madera se desprendieran y las ruedas del tren cayeran sobre
los durmientes afectando a las ruedas posteriores de la segunda máquina, al carro
exprés, al correo y a las ruedas delanteras del primer carro de segunda. En algún
momento de ese mediodía, arribaron a la zona la brigada de trabajadores de vía en
dos plataformas conocidas como armones donde viajaban ellos y todo su equipo.
Fueron los encargados de hacer las maniobras de separar cada uno de los vagones

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averiados, con una especie de gato hidráulico levantar cada uno de los ejes de los
carros y colocarlos nuevamente en la vía, volver a medir la distancia entre ellas y
volverlas a sujetar a los durmientes, trabajo que les llevó varias horas,
prácticamente hasta el anochecer.

Para esas horas yo ya tenía hambre, al querer ir por una segunda cerveza y
comprar algo para comer, me encontré con que éstos se habían agotado, quedé
resignado a pasar hambres y mitigarla con la última cajetilla de cigarros Delicados
que me quedaba. No era el único que se encontraba en esta situación, la mayoría
de los pasajeros que viajábamos en el carro Pullman no teníamos ni alimentos ni
bebidas, sin embargo, la solidaridad surgió de inmediato entre los demás pasajeros,
en especial los viajeros de segunda clase, quiénes en la estación de Puebla se
habían aprovisionado de algunos víveres, nos ofrecieron de manera solidaria y sin
aceptar remuneración algunas tortillas con sal, frijoles y chile, no faltó que
mitigáramos la sed con un poco de mezcal que gustoso intercambié por los cigarros
que me sobraban. Por supuesto las historias empezaron a contarse, recuerdo el de
una señora ya muy mayor que nos contó que a ella le tocó ir en el tren que se
descarriló cerca de Apizaco, Tlaxcala, me decía “… aquella que hasta su corrido le
cantan”, que en voz de Oscar Chávez se oía “… y la máquina seguía pita y pita y
caminando”.

Así, entre narraciones diversas, ya sin cigarros ni mezcal nos alcanzó la


noche cuando nos avisan que continuaríamos la marcha hacia Oaxaca,
entusiasmados nos subimos a nuestros correspondientes vagones. Pronto empezó
a caer la lluvia, a ratos muy intensa y a ratos con baja precipitación, pero siempre
constante. Al poco tiempo, el tren se vuelve a detener, en un principio corrió el
rumor, se debía porque el ferrocarril proveniente de la ciudad de Oaxaca estaba
descarrilado, posteriormente y en un momento en que la lluvia arreció se empezó a
decir que estaba habiendo deslaves y caían rocas sobre la vía, rumores que nunca
fueron confirmados por nadie, lo cierto es que ya pasada la medianoche pasó el
conductor diciéndonos, “… este tren se regresa a México”, ante tal anuncio, todos
nos inquietamos, el conductor agrego la frase: “… no se preocupen, Ferrocarriles

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Nacionales de México, no les cobrará el viaje de regreso a la ciudad de México o
donde ustedes decidan bajar”, resignado, entre el hambre y la resaca de los
mezcales me decidí quedarme en mi compartimiento hasta que el tren empezará a
moverse nuevamente.

Despuntando el alba llegamos a la estación de Cuicatlán, obtuvimos la oferta


de que Ferrocarriles había contratado unos camiones para trasladarnos, los que así
quisiéramos, a la ciudad de Oaxaca, oferta que confirmó el jefe de estación con la
aclaración que los autobuses vendrían de Puebla, que él no podía hacerse
responsable porque el desperfecto en las vías estaba fuera de su jurisdicción, pero
que la empresa nos respaldaría. Yo busqué de inmediato algo de comer y me
resigne a esperar los autobuses ofertados, los cuales nunca llegaron. Los viajeros
que quedábamos nos dispusimos a contratar un camión de redilas que nos
trasladaría hasta el entronque con la carretera panamericana y de ahí poder llegar
a Oaxaca, a la que llegamos, por fin, el miércoles cerca de las cinco de la tarde, 48
horas después de haber salido de Buenavista.

Por supuesto, en una acción de dignidad y ciudadanía, un grupo de algunos


diez viajeros fuimos a reclamar nuestro reintegro de pasaje, cuyo jefe de estación
nos hizo esperar un tiempo, después nos respondió así:

“Ferrocarriles Nacionales de México les devolverá el costo de su boleto, lo


hará en la estación de Buenavista, por que ahí compraron su pasaje, pero sólo les
reintegrará la parte proporcional de Cuicatlán a Oaxaca, porque el servicio se los
brindamos hasta esa estación, ¿O no?”.

Tlaltizapán, Mor.
Octubre del 2019

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