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Relaciones entre Discurso, Poder y Deseo para entender el fenómeno Educativo

El presente ensayo aborda algunas consideraciones en torno a los conceptos de: lenguaje,
discurso, poder y deseo, presentes en los aportes conceptuales de Michel Foucault y Émile
Benveniste, para comprender la particularidad del acto educativo, en tanto que fenómeno que
comporta una relación con el discurso, cuya apropiación en cada época, tal y como lo permite la
lectura de Foucault determina al individuo bajo relaciones de poder y saber específicas; y, con lo
que el presente trabajo sitúa como “dimensión de exceso”, al considerar que en tanto que el
individuo al venir al mundo se enfrenta con una realidad preestablecida (bajo las coordenadas del
lenguaje) , en cuya inserción estará empeñada la tarea de devenir “sujeto”, a través del ejercicio
del discurso que actualiza en cada instante (locutorio, en cualquier caso) su estatuto subjetivo, no
todo ingresa en el orden del discurso y opera como una especie de deuda de sentido, por cuanto
al apropiarse de la lengua, designándose como “yo” el sujeto estaría situado en una compleja red
de intercambio simbólico que no se agota en su lugar de enunciación; y es bajo la forma de un
algo que se “sustrae, de un palabra siempre por decir, que se produce el deseo como remanente
de sentido al instalar una tensión entre lo dicho, susceptible de expresar, y lo no dicho,
permanente búsqueda, que no se agota en la materialidad significante del discurso.

Al referirse a la “función del lenguaje”, Émile Benveniste señala que este re-produce la
realidad, en tanto que “la realidad es producida de nuevo por mediación del lenguaje”
(Benveniste, 1997), es “logos”, razón y discurso a la vez, la “forma” del pensamiento es
configurada por la estructura de la lengua, lo que suscita un emplazamiento particular para el
sujeto en su estatus de locutor, en tanto que no puede ponerse como sujeto sino implicando al
otro; otro, que es subsidiario del mismo repertorio de formas, la misma sintaxis de enunciación y
la misma manera de organizar el contenido; con lo que los términos individuo y sociedad, tal y
como lo permite el aporte de Benveniste, no resultan contradictorios, sino complementarios. De
entrada, tal consideración del lenguaje, permite trascender aquellas de carácter funcionalista, en
virtud de las cuales, el lenguaje es visto como una especie de “instrumento” que el hombre en
tanto que poseedor de capacidad de raciocinio, es capaz de dominar y controlar; al respecto,
Benveniste señala que la consideración del lenguaje como “instrumento” aludiría más bien a una
condición de este, a saber, la de constituirse como posibilidad de transmitir, de comunicar (una
pregunta, un aviso, etc), y con ello provocar en el interlocutor un comportamiento adecuado a
cada ocasión.Idea del lenguaje que admitiría una descripción conductista, en términos de
“estímulo – respuesta” (Benveniste, 1997); sin embargo, para Benveniste, esta explicación se
suscribiría más bien a la de “discurso” como “lenguaje en acción”. Mientras que es en y por y el
lenguaje como el hombre se constituye como sujeto, pues el solo lenguaje funda en realidad, en
su realidad que es la del ser, el concepto de “ego” (Benveniste, 1997, p 180). La “subjetividad”
sería desde esta perspectiva la capacidad del locultor de plantearse como “sujeto”:

Se define no por el sentimiento que cada quien experimenta de ser él mismo (sentimiento
que, en la medida que es posible considerarlo, no es sino un reflejo), sino como la unidad
psíquica que trasciende la totalidad de las experiencias vividas que reúne , y que asegura
la permanencia de la conciencia. Pues bien, sostenemos que esta subjetividad (…) no es
más que la emergencia en el ser de una propiedad fundamental del lenguaje. Es “ego”
quien dice “ego”, Encontramos aquí el fundamento de la “subjetividad”, que se determina
por el estatuto linguístico de la persona (Benveniste, 1997, p 180,181).

La concepción del sujeto como efecto del discurso, sumado a la consideración de que el
lenguaje es la posibilidad misma de la subjetividad, al proponer, como afirma Benveniste, en
cierto modo formas “vacías” que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia y se refiere a
su “persona” llenándolas de un contenido performativo, permite enlazar la presunción de que
cada época en virtud de las prerrogativas instaladas por los sectores de poder dominante, genera
un discurso como régimen de enunciación, determinando los lugares y límites para lo posible de
decir; regímenes de enunciación, por cuanto se entiende que lo que conocemos como realidad es
aquel material significante que se pone a disposición del sujeto, desde lugares que sancionan lo
que es posible de decir y lo que no, para Foucault, el signo más evidente, más familiar también,
de esto último es “lo prohibido”:

Uno sabe que no tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en
cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa. Tabú
del objeto, ritual de la circunstancia, derecho exclusivo o privilegiado del sujeto que
habla: he ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se
compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse(Foucault, 2004)

En tanto que la realidad es realidad significante, con el aporte de Foucault, es también una
compleja telaraña de prohibiciones, que funda a su vez una permanente tensión entre el adentro y
el afuera. Lejos de ser ese elemento transparente o neutro en el que la sexualidad se desarma y la
política se pacifica, el discurso pasa a ser, según Foucault, uno de esos lugares en que se ejercen,
de manera privilegiada, algunos de sus más temibles poderes, las prohibiciones que recaen sobre
él revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder(Foucault, 2004).

Para Foucault, ha sido el psicoanálisis el encargado de mostrar cómo el discurso no es


simplemente lo que manifiesta (o encubre) el deseo; es también el objeto del deseo,
convirtiéndose en el terreno en donde tiene lugar la pugna por el poder; y poder, que con el
auxilio teórico de Benveniste podría significar potencial significante para instituir la realidad,
dimensión discursiva del lenguaje, y cuya determinación a partir de maquinarias de dominación,
estrategias y tácticas específicas, produce según Foucault, prácticas, actitudes y efectos
específicos, así como políticas de “verdad” e institucionalización del saber (Foucault, 2004).

Esa zona de indeterminación, que ha dado en señalar el presente trabajo, entre la dimensión
del sentido y el nivel del discurso, arroja una sombra sobre la sustancialidad que supone el sujeto
de la conciencia, que podemos decir, es el que opera y sustenta el acto educativo, en su
materialidad más próxima; aquella en virtud de la cual, verbigracia, es consistente la evaluación
por resultados, esto es, el estudiante capaz de “dar cuenta de” (datos memorísticos, fórmulas,
datos en general). Partiendo de considerar que tal zona de indeterminación, a medio camino entre
lo simbólico que preexiste al sujeto y que sin embargo ya lo nombra, y la materialidad
significante, discursiva, en la que este deviene sujeto de la enunciación, ingresa a la estructura
significante como una especie de “resto no asimilable”, es justamente la tensión permanente
hacia un afuera que se sustrae de modo irremisible cada vez que el sujeto se enfrenta a la tarea de
definir su experiencia, lo que alienta sus búsquedas, y lo que a la vez constituye la condición de
posibilidad de todo intercambio humano (intercambio signado por el deseo como “tensión”,
“reclamo constante”, etc), potencia de significación y motor mismo de lo histórico, entendiendo
esto último como historia de esos regímenes de enunciación que en cada época configuran las
coordenadas simbólicas dentro de las cuales se comprende la realidad, pero en cuya pugna por el
poder (de cercar el sentido, aislar lo aleatorio, imponer límites a lo dicho, etc) está puesta la
posibilidad de cambio, de “época”, y en último término, de “historia”.

Finalmente, y dados los aportes de Foucault y Benveniste a propósito de indicar la dimensión


excesiva que comporta el discurso, es preciso reconocer que el acto educativo atiende a la tarea
institucional de reproducir las coordenadas y leyes con las que funciona el orden del discurso
hegemónico, vehiculando justamente, el acceso del individuo a la función simbólica; pero en
tanto que sostenido por una relación con el saber, trabaja con un resto que excede el orden de la
ley y del discurso, que corresponde al orden del deseo en su dimensión de permanente tensión
con lo prohibido. Tensión que resulta alimentada y movilizada por lo que el profesor, en su lugar
de agente de saber, portavoz de la tradición, manifiesta de excesivo y que se imprime como una
suerte de “pasión” (en su rasgo excesivo, en el ímpetu mismo de sonoridad que impone a su
decir) en sus actos discursivos, instalando ese “más allá” de la significación, del orden inmediato
del contenido significante, y permitiéndole al estudiante vincularse con una región de sentido
que sin embargo, trasciende el orden significante. A partir de tal consideración, la relación con el
saber se convierte en una relación con lo enigmático, a la vez que con la palabra como causa de
deseo, y es en la dimensión de “tensión” permanente entre la producción y la pérdida de sentido,
donde se puede empezar a rastrear el efecto “subjetivo” que provoca el acto educativo.

REFERENCIAS

Benveniste, É. (1997). Problemas de Linguística General. México: SIGLO VEINTIUNO.

Foucault, M. (2004). El orden del discurso. Argentina: Fabula Tusquets.

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