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Capítulo I

Concepto de identidad colectiva

Cuando nos enfrentamos a pensar la identidad latinoamericana como problema,


lo primero que entendemos es la necesidad de hacernos a un concepto
estructurado de identidad, a partir del cual nos sea posible asir nuestro objeto
de investigación. La expresión Identidad latinoamericana resulta etérea,
equívoca y, por tanto, tomada como punto de partida de la investigación solo
derivaría en la ambigüedad.

Por lo anteriormente expuesto, es menester indagar por el concepto de identidad,


centrándonos, por supuesto, en la reconstrucción del concepto de “identidad
colectiva” y esperanzados en que en algún momento de este desarrollo nos sea
posible ya comenzar a discernir en la enorme diversidad cultural que encierra
nuestro subcontinente lo que podamos entender por identidad latinoamericana.

Desde ya entendemos, pues, que nuestro estudio tiene una clara perspectiva
filosófica, antropológica y sociológica y por ello nos mantendremos al margen de
los conceptos psicológicos de identidad.

Hacia un concepto de identidad

Para lo que a este trabajo respecta, asumiremos el concepto de identidad como


la autoconciencia, es decir la imagen de sí mismo que se alcanza en un proceso
de formación. Así las cosas, y desde una perspectiva claramente hermenéutica,
la primera conclusión es que la identidad es producto inacabado de un proceso
formativo-cultural que lleva al ser humano individual y colectivamente a
entenderse en el mundo, a encontrar su lugar o derecho de ciudad, a saberse en
su mundo en el estar con los otros.

Para este trabajo la identidad individual se entiende como un derivado de la


identidad colectiva, por lo que podemos concluir que la conciencia de sí depende
siempre y en todo momento de la conciencia del Otro o de los Otros. Me entiendo
de una forma determinada, me sé siendo de una forma específica en el mundo,
gracias a que mi mundo ha alcanzado una forma de ser en un proceso histórico.

Según Charles Teylor la identidad es “algo equivalente a la interpretación que


hace una persona de quién es y de sus características definitorias fundamentales
como ser humano”; para este autor la identidad “se moldea en parte por el
reconocimiento o por la falta de éste. A menudo, también, por el falso
reconociendo de otros, y así, un individuo o un grupo de personas pueden sufrir
un verdadero daño, una autentica deformación si la gente o la sociedad que, lo
rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o degradante o
despreciable de sí mismo”1

Ahora bien, si entendemos que la identidad pasa por reconocerse como parte de
los otros para formar un nosotros, y reconocerse a sí mismo en los otros,
necesariamente hay que lograr una consciencia de los rasgos identitarios
propios, porque solo así dichos rasgos harán parte de nuestra identidad, es decir
que mientras no se tenga consciencia de ellos no se pueden asumir para sí. Para
hacerse consiente de los rasgos identitarios propios, es necesario ponerlos en
relación con otros que no lo son, confrontarlos y de ahí hacer una diferenciación.
Porque no se puede hablar de una identidad aislada de los otros, exclusiva para
sí mismo, sino de aquella que está en constante relación con otras presentes en
el mundo, pues de esta manera está dando-recibiendo-participando de las otras
identidades desde su particularidad.2

En este sentido, pensar la identidad es pensar en procesos histórico-colectivos de


construcción de mundo en los que los sujetos resultan reconstruidos y
constructores de mundo. Así pues, es desde la identidad que cada quien asume

1
Teylor. Charles. El multiculturalismo y la política del reconocimiento, p. 20. Recuperado de:
https://seminariosocioantropologia.files.wordpress.com/2014/03/elmulticulturalismoylapoliticadelreconoci
mientocharlestaylor.pdf
2
Cfr. Ramos, Víctor H. ¿Existe una identidad latinoamericana? Mitos, realidades y la versátil persistencia de
nuestro ser continental. pp. 3-4. Recuperado de: http://www.redalyc.org/pdf/279/27902109.pdf
su conciencia de mundo, por lo que se implica en él y lo transforma, pero lo
transforma desde lo que su mundo ha hecho de él.

Desde las premisas anteriores, cuando pensamos la identidad latinoamericana,


entonces, nos enfrentamos a pensar el proceso histórico por el cual América
Latina ha devenido en lo que es, el proceso por el cual alcanza una conciencia de
sí como un todo complejo y diverso, pero cohesionado.

En esta investigación nos corresponderá entonces entender dicho proceso y


encontrar en la múltiple diversidad la unicidad de lo que es latinoamericano. En
este punto cabe aclarar que esta investigación se centrará en el proceso
transcurrido durante los siglos XX y XXI, es decir lo contemporáneo del
problema, por lo que no nos corresponderá indagar en las raíces mismas de lo
que significa ser latinoamericano y sus causas, no dirigiremos nuestra mirada al
pasado indígena y colonial ni a las llegadas de poblaciones negras. Para lo que a
este trabajo atañe, Latinoamérica es ya desde sus inicios múltiple y diversa en
sus conformaciones étnicas, culturales, pero la colonización teje un hilo
conductor, una red sobre la diversidad, por lo que podríamos adelantarnos un
poco a concluir que lo que llamamos Latinoamérica es una forma específica, sui
generis, de occidentalización o de ser y saberse occidental.

Con respecto a esto, Víctor Ramos se pregunta si es posible hablar de una


identidad latinoamericana en un contexto donde predominan la diversidad
cultural y el desarrollo económico y de intereses, donde se encuentran tantas
lenguas cuantas culturas hay y donde a raíz del nacionalismo se presentan
grandes diferencias sociales, que si bien no es tan fuerte como en otras latitudes.
Ya es claro que hay una forma de entender el ser de Latinoamérica, ahora se
trata de identificar aquello que lo hace posible. En este sentido, se deben analizar
las relaciones políticas, socioeconómicas y culturales que puedan aportar a la
construcción de la identidad colectiva en el subcontinente.

Perspectivas individualistas y puristas de la identidad


Ahora bien, siguiendo con lo ya antes mencionado, la identidad, por tanto, no se
puede entender desde una perspectiva individualista y excluyente en la que todo
lo externo es dañino. No porque se hablen lenguas europeas en américa o porque
se hayan adoptado algunos de sus distintos modelos en todos sus ámbitos, quiere
decir que ya se pierde la identidad. En este punto cabe preguntarse si la
identidad se construye solo a partir de lo originario, pues en ese caso, la identidad
latinoamericana estaría amarrada a sus orígenes indígenas y cada vez más
diluida en los elementos foráneos. Se encuentran posiciones “puristas” que
entienden lo externo como ajeno e incluso nocivo, haciendo abstracción así de los
mecanismos de apropiación que toda cultura comporta.3

Esas posiciones constituyen un chauvinismo que olvida que el punto mismo


desde el que se paran a rechazar lo foráneo es ya el resultado dialéctico del
encuentro con lo extraño, el resultado de su interpretación. No porque cada
nación tenga intereses distintos a los de otras puede suponerse algo
necesariamente negativo, pues precisamente ahí es donde entra en juego el papel
de la diferenciación entre lo que se comparte y unifica y aquello que no lo hace,
sin diferenciación la identidad no nace. La identidad surge como aquello que nos
hace diferentes de los otros e iguales al nosotros. De ahí que sea algo complejo y
que esté cohesionado por el medio en que se desarrolle.

Esta diferenciación es la que da lugar a la identidad plural, pues es el resultado


de una comparación entre el nosotros y los otros. “[…] si bien la diferenciación es
un proceso indispensable para la construcción de identidad, la oposición hostil al
otro no lo es y, además, constituye un peligro a todo proceso identitario.”4 Esta
oposición se da cuando al exagerar la diferencia de lo propio frente a lo externo,
se adopta una oposición total al otro. Aunque no se logre alcanzar una objetividad

3
Mecanismos en los que nos detendremos en el capítulo III de este trabajo y que abordaremos
desde la perspectiva hermenéutica de la fusión horizóntica.
4
García Ruiz A.L. y Jiménez López, J.A. La identidad como principio científico clave para el
aprendizaje de la geografía e historia. P. 5. Recuperado de:
https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/8545/46012_1.pdf?sequence=1
total, es importante que se trate de orientar la diferenciación desde esta
perspectiva para no caer en la exageración, que en todo caso es negativa y lleva
a la exclusión e, incluso, a la autoexclusión.

Es una actitud errónea ignorar, soslayar o radicalizar los elementos contrarios


o diferentes en la construcción de la identidad colectiva; en lugar de ello es
menester poner en relación, por ejemplo, “el ‘nosotros’ y los “otros”, lo “específico”
y lo “común”, lo “local” y lo “global”, 5 lo cultural y lo transcultural, pues uno está
en relación dialéctica con el otro logrando así reconocer qué rasgos identitarios
hacen parte de los otros y cuáles del nosotros. Es más, esta relación que en
principio planteamos como dual trasciende sus puntos de partida y de dual pasa
a ser integral y totalmente recíproca, pues de manera dialógica lo global
determina y por ende transforma el nosotros y su visión de lo local y lo común se
vive como específico. Por esta razón podemos desde ya adelantar que en aquello
cultural que vivimos como propio y originario vamos a encontrar latente el
encuentro con otras culturas, la huella que son en nosotros, el nosotros
transformado por el Ellos.

Todo esto indica que, ante la postura de una posible pérdida de identidad
producto de las tendencias o identidades dominadoras, deben tenerse en cuenta
todos estos aspectos, ya que en sí ellos mismos son los que permiten que se
indague en la unicidad en medio de las múltiples culturas. A este punto le sigue
uno que también es de gran interés, el cual hace referencia a la concepción de
una identidad fijada en un momento determinado, negando así toda posibilidad
de proceso cambiante, transformante y, a la vez, perdurable en el tiempo.

Ante el supuesto de que la identidad es sustancialista, fijada, en cierto momento


de la historia de los pueblos o individuos, diversos autores han presentado sus

5
Cfr. Ramos, Víctor H. ¿Existe una identidad latinoamericana? Utopía y praxis latinoamericana. P. 3
Recuperado de: http://www.redalyc.org/pdf/279/27902109.pdf
críticas demostrando que no es así, sino que debe entenderse como reflexiva,
dialéctica y dinámica.

Tal es el caso de los pensadores Manuel Castells, Gilberto Giménez y Andrés


Piqueras que coinciden al considerar que “la identidad colectiva es, ante todo,
una construcción subjetiva, resultado de las relaciones cotidianas, a través de las
cuales los sujetos delimitan lo propio de lo ajeno”. Frente a este postulado se
retoma la idea en la que se plantea que la identidad no es algo que está ya dada,
sino que se forma a partir de una reflexión hecha a través de la historia por toda
sociedad en relación con los individuos.

Esta es pues la actividad que hasta ahora se ha visto presente en la construcción


de la identidad latinoamericana, sin embargo, el análisis debe ser mucho más
ambicioso.

Cuando se trata la relación que hay entre los individuos y la sociedad en ese
mundo complejo y lleno de contrastes culturales, se comprende que “la identidad
constituye, por supuesto, un elemento clave de la realidad subjetiva y en cuanto
tal, se halla en una relación dialéctica con la sociedad”6 El término dialéctica es
clave para el desarrollo de la identidad, ya que permite comprender que no se
entiende una identidad que no haya sido formada mediante un proceso, aquel
que requiere de tiempo, espacio y relación entre sí.

Cuando se trata de procesos sociales queda claro que las identidades no se dan
de un día para otro o en un momento fijo de la historia, ni mucho menos sus
factores externos dejan de ser importantes o necesarios. La identidad implica la
construcción en el tiempo, en un proceso no lineal pues habrá rupturas
generacionales, otras coyunturales (como en el caso de las guerras), se retomarán
viejos valores, se despertarán nuevas perspectivas, aparecerán nuevos rencores
y odios, se emprenderán nuevas relaciones externas y de todo ello se alimentará

6
Berger, Peter L. y Luckmann, Thomas. La construcción social de la realidad. P. 106. Recuperado de:
https://zoonpolitikonmx.files.wordpress.com/2014/09/la-construccic3b3n-social-de-la-realidad-berger-
luckmann.pdf
el proceso de conformación de identidad, que nunca ES, pues estará siempre
siendo, siempre inacabado. A esto se refieren Luckmann y Berger cuando
afirman que “la identidad se forma por procesos sociales” y que ésta luego es
mantenida, modificada o reformada en dichas relaciones cuando se presentan
ciertos factores que lo permiten y cristalizan; después dirán que la identidad
entendida desde esta perfectiva “es un fenómeno que surge de la dialéctica entre
el individuo y la sociedad” .7

Ahora bien, cada sociedad tiene una organización o estructura que facilita el
desarrollo de sí y de los individuos que hacen parte de ella. Dependiendo de dicha
estructura, mayor o menor será la consolidación de la identidad, es decir que se
logre mantener en el tiempo, además determinará así qué rasgos han de ser
modificados o reformados gracias a las relaciones sociales que allí se den y a la
estructura social. Una estructura social establecida por los miembros de la
misma sociedad y de la que depende todo lo referente a las identidades
producidas, teniendo en cuenta la relación dada entre conciencia individual y
estructura social.

Ante el problema que se plantea frente a la noción de identidad colectiva como


un error y peligro de hipostatización falsa, Luckmann y Berger apoyan esta idea
partiendo de la dialéctica de las identidades específicas de la sociedad que
aparecen en la historia de los pueblos, estas, solo posibles en tanto que son el
producto de hombres con identidades específicas; pues no hay otra razón para
ello sino esa íntima relación de los individuos en la sociedad, es decir que se habla
en la sociedad de una identidad propia, porque en ellas están las identidades
específicas de sus individuos.8

Dado lo anterior, de alguna manera bastarían las identidades específicas de los


hombres como individuos para encontrar en las sociedades dichas identidades, y
no hablar como tal de identidades colectivas; sin embargo, García y Jiménez, por

7
Ibíd. P. 106
8
Cf. Ibíd. P. 106
su parte afirman que las identidades individuales están enraizadas en las
colectivas y con ello no rechazan uno de los conceptos porque los entienden desde
una íntima relación y, desde luego, no separados.

Gilberto, en su texto Teoría de las identidades, también desarrolla esta idea de


hipostasiar a la hora de hablar de identidad colectiva y dice en una de sus
conclusiones que “no tienen necesariamente por efecto la despersonalización y la
uniformización de los comportamientos individuales”9 dejando claro que no
quiere decir que al hablar del colectivo se suprima la particularidad de sus
miembros; no se trata de imponer absolutamente nada sino que en la relación
dada entre las colectividades es donde se ponen en común aquellos rasgos que
los identifican de tal forma en un proceso histórico de construcción dialéctica.
García y Jiménez también hacen referencia en este mismo sentido afirmando
que “Las identidades colectivas no deben ser hipostasiadas como si tuvieran una
existencia independiente y pertenecieran a un individuo colectivo absolutamente
integrado.”10

Es claro que en los procesos históricos hay una serie de factores que determinan
el desarrollo de las sociedades y, a su vez, de los cambios que en ellas se realicen.
Cuando se estudia filosofía de la historia vemos que todos los hechos
dependiendo del momento y contexto donde se realicen tendrán un sentido y
podrán dar explicación de lo que constituye a las culturas que allí emerjan. El
resultado de estas reflexiones sobre los hechos históricos permite construir la
identidad de cada cultura; por eso García y Jiménez afirman que “la Identidad
es intrínseca a la Historia, pues en ella (como en la propia sociedad) todo
evoluciona permanentemente y nada permanece inmutable”11. Cuando se
estudia la historia de las colectividades se descubren aspectos no percibidos a

9
Giménez, Gilberto. Materiales para una teoría de las identidades sociales. p. 11. Recuperado de:
https://fronteranorte.colef.mx/index.php/fronteranorte/article/viewFile/1441/891
10
García Ruiz, A.L. y Jiménez López, J.A. La identidad como principio científico clave para el
aprendizaje de la geografía e historia. P. 10. Recuperado de:
https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/8545/46012_1.pdf?sequence=1
11
Ibíd. P. 1.
simple vista; se logra reconocer ciertos rasgos identitarios que han permanecido
sin que niegue el valor de los que han surgido, cambiado o modificados, pues son
necesarios estos reconocimientos frente a lo que es propio de un lugar y al
colectivo.

Las relaciones que hay entre la identidad y la diversidad son el complemento del
uno al otro. No se pueden entender como conceptos contrapuestos, pues ambos
se necesitan y, además, comparten ciertas características que los unen.
Partiendo de la diversidad, se tiene que admite diferencias que se delimitan, pero
que a su vez se aceptan como necesarias en la cultura. Cuando no se admite la
diversidad se puede caer en el absolutismo o en el rechazo de todo aquello que es
ajeno a un determinado factor social. En este mismo sentido vemos que la
identidad debe aceptar y permitir la relación con aquello que le es ajeno, porque
solo en esa relación en donde se toma conciencia de la particularidad que hace
parte de la identidad. Por eso se dice que identidad y diversidad se
complementan, pues no sería posible hablar de identidad en un colectivo sin el
reconocimiento de la diversidad, mas aun la identidad se concreta en la
diversidad y ésta a su vez existe en razón de múltiples identidades.

Si se parte de la diversidad, la imposición no puede hacer parte de la construcción


de la identidad de los pueblos. Cuando cualquier sector de la sociedad pretende
imponer una identidad única se “atenta contra la diversidad, la libertad de la
persona, de la cultura y de la propia naturaleza.”12 Y es que aún hay posturas
extremas en el ámbito político que creen en la existencia de una única identidad,
sin procesos de construcción y deconstrucción, sin la temporalidad y
permanencia y sin transformaciones.

En la sociedad tradicional se consideraba a la identidad como algo adscrito, dado,


pero ya está claro que no debemos entender la identidad desde este sentido, sino
como se plantea en la sociedad moderna, en la que se construye en procesos

12
Ibíd. P. 2.
histórico-culturales. Bauman llega a decir que la identidad con el paso a la
modernidad se convirtió en un problema y en una tarea individual. Pasa a ser
un proyecto que se adquiere a lo largo de la vida, como ya se ha planteado, solo
que según este autor dicho proyecto implica, además, la libertad de elección y
también como el problema, haciendo referencia a que este cambio puede generar
inseguridad y, peor aún, ansiedad13. Appiah toma como base el pluralismo para
defender la autonomía de los individuos cuando se enfrentan en la elección de
identidades, esto es con el fin de no poner la identidad social por encima de las
individuales.

Lo que se encuentra en la época moderna es que la movilidad consustancial, el


cambio, es cada vez más veloz, por tanto, las transformaciones que deben darse
en ocasiones no logran ser positivas en todos los ámbitos de la vida social. Así las
cosas, los individuos de la sociedad deben encontrar en el Nosotros un punto de
referencia para definir su identidad, pese a los modelos individualistas que
pretendan imponerse sobre los colectivos.

Al ser más amplia la identidad, los sujetos no logran establecer claramente


aquellos rasgos que le son propios, entonces se adhieren a diversas colectividades
con el fin de sentirse seguros y reconocidos por estos. En este sentido lo que
importa aquí es sentirse como parte de un colectivo, sin que este realmente tenga
una identidad clara. En la modernidad se ha cambiado en gran medida las bases
para fundamentar las identidades debido a los cambios tan acelerados que se
dan en la sociedad, y uno de los factores que lleva a esto es el capitalismo, pues
se plantea una identidad centrada en el logro, en aquello que se alcanza por
medios propios, reduciendo así su sentido amplio. Además, el otro no importa
mucho y si lo hace es solo en la medida en que beneficie los intereses particulares.

Si tenemos que la identidad colectiva es un constructo que se da en un proceso


histórico-cultural donde se ponen en relaciones distintos factores sociales, estos

13
Cfr. Martinez, Irene. Identidad como problema social y sociológico. P.2. Recuperado de:
http://arbor.revistas.csic.es/index.php/arbor/article/viewFile/69/69
deben ser por lo menos mencionados para clarificar los conceptos que nos
proponemos desarrollar y sustentar. Entre estos factores está el físico o natural,
el tiempo y el espacio, culturales como la lengua y religión, y socioeconómicos y
políticos.

Hay una conexión entre los pueblos por muchas diferencias que estos presentes,
los factores que posibilitan esto son diversos dependiendo del territorio, las
costumbres, los procesos históricos, etc., pero siempre van a tener relación con
Otros, pues de esa manera se reconocen como tal, a la vez, que son reconocidos
por las otras colectividades o grupos. Los distintos modos de vida, valores,
costumbres e ideas diferentes existentes también hacen parte de la construcción
de la identidad, por tanto, aunque existan infinidad de identidades diferentes
entre sí, estas son constituidas por unos mismos componentes que les son
característicos a todas.

La forma de relacionarse o combinarse dichos componentes, esta trabazón


preponderante, es lo que permite el reconocimiento y, a su vez, la comprensión
de la identidad colectiva. De este modo se tiene que es el resultado estable y
temporalmente perdurable de la combinación entre lo permanente y lo
cambiante, además de los elementos de un conjunto y de las formas de
interrelacionarse.

Tanto el tiempo como el espacio son factores esenciales en la formación de las


identidades, ya que esto es lo que permite hablar de una construcción. El filósofo
alemán Leibnitz determinó el ser del tiempo como orden de la sucesión y el ser
del espacio como orden de la coexistencia14. También el aspecto religioso ha
estado presente en cada cultura desde su cosmogonía, las prácticas, ritos, textos
doctrinales, etc., todo esto influye de alguna manera en el desarrollo de las
comunidades. Tanto es así que no es exagerado afirmar que “la religión nos

14
García Ruiz, A.L. y Jiménez López, J.A. La identidad como principio científico clave para el
aprendizaje de la geografía e historia. P. 7. Recuperado de:
https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/8545/46012_1.pdf?sequence=1
muestra las creencias de un pueblo, la organización social y política, las prácticas
y conductas individuales y colectivas, etc., y toda la cultura material que emana
de ello, lo cual supone afirmar que nos muestra la Identidad de un pueblo.”15

Algunos autores afirman que con la colonización se les quito la identidad a los
pueblos aborígenes en Latinoamérica y con ello se dice también que todo lo que
llegó a estas tierras era malo, pero esto no es cierto, pues como se ve en Habermas
hay cosas que, aunque hagan parte de la cultura por herencia, no siempre es
bueno que perduren, sino que deben ser transformadas. En la actualidad el
centro de atención en cuanto a la concepción de la identidad no es lo que hizo que
fuera sino lo que constantemente hace que sea y, desde luego, lo que será en un
futuro. Es claro que en muchos colectivos ya se ven los cambios frente a los
factores que los identifican.

La globalización se extiende a pasos gigantescos y cada vez más culturas se ven


marcadas por este fenómeno, pero siguiendo con la línea de las características de
la identidad, se dice que dicho fenómeno está modificando la identidad de las
culturas, y aunque estas sean necesarias, hay que lograr una diferenciación de
rasgos identitarios en disputa con otros y orientar los procesos para que las
modificaciones sean positivas, pues no se puede negar que la globalización
cultural es relevante para la identidad.

La globalización tal y como la presentan García y Jiménez “es un proceso


contingente y dialéctico que avanza engendrando dinámicas contradictorias”.16
Rechazar la globalización llegaría a ser un error en el desarrollo de las culturas,
porque es claro que muchas cosas han mejorado en la sociedad por este fenómeno.
Un ejemplo claro es la sensibilización en muchas comunidades indígenas frente
a prácticas culturales que atentaban contra la vida y, otras, por el daño a la
tierra, aun cuando esta es tan importante para ellos mismos.

15 Ibid. P.8
16 Ibíd. P. 12.
Lo que concluye Habermas es que:

En síntesis, la identidad cultural es un proceso de diferenciación de carácter


intersubjetivo, mediado interactiva y comunicativamente, que permite el
autorreconocimiento y la autonomía. Se construye desde la tradición, pero
mantiene con ésta una relación crítica. No se refiere únicamente al pasado,
sino también al presente y al futuro, a lo que se quiere ser.17

Y Parker nos dice que

“Las identidades histórico-culturales son elementos de fijación simbólica de


un conjunto de representaciones colectivas, que no pueden, ni deben, ser
comprendidas en forma esencialista o como fijaciones estanco y
permanentes: las identidades se construyen socialmente, se generan,
desarrollan, negocian, modifican y sobreviven y/o mueren en procesos
dinámicos en que la interacción de los actores sociales adquiere múltiples
vías en el proceso histórico.18

Capítulo II

Concepto de identidad latinoamericana

El punto de partida de la identidad Latinoamérica, dicen algunos autores, es la


conquista y colonización europea del continente americano, aunque para los
conceptos que de allí surgieron, en cuanto a su identidad, no es necesario que se
tenga que detener en lo sucedido durante este tiempo, pues lo que importa es
reconocer que lo que aquí se dio fue muy distinto a otras conquistas, las de áfrica
y Asia, por ejemplo, aquellas que no se reconstruyeron con diversas civilizaciones
y desarrollado aun con todas las migraciones existentes, además del choque
entre las culturas nativas y luego con las vinientes del mundo conocido (mundo
europeo). Por eso al referirnos a nuestra cultura Dussel dice que “el indigenismo

17
Vergara Estévez, Jorge y Vergara D., Jorge. Cuatro tesis sobre la identidad cultural latinoamericana una
reflexión sociológica. P. 5. Recuperado de: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=70801206
18
Parker, Cristián. Identidad latina e integración sudamericana. P. 6. Recuperado de:
https://www.researchgate.net/publication/280722477
exigió romper con el límite del descubrimiento y la conquista como inicio de
nuestra realidad cultural latinoamericana.”19 En este sentido se parte de ese
hecho histórico, pero se empieza a analizar los conceptos posteriores para lo que
respecta a este trabajo.

Lo autóctono de Latinoamérica sin duda sufrió una gran crisis debido a las
grandes desapariciones de sus pobladores y, con ellos, muchas de sus tradiciones
culturales y orales; sin embargo, no es preciso asegurar que hubiese sido el fin
de toda una historia cultural, sino que dieron origen a una serie de
transformaciones que se fueron presentando entorno a la construcción de las
identidades colectivas, propiamente de la identidad latinoamericana, así como
de muchos otros cambios en lo social, político y económico.

Los contrastes presentados en el continente llevaron al surgimiento de nuevas


posturas frente a la realidad que se vivía. Todo esto se ve desde una perspectiva
de construcción en la que todo es importante, nada se puede tomar como cien por
cierto negativo, pues no se puede tomar algo como absoluto o desde una sola
perspectiva unívoca. Por eso hay que tener presente que “La trayectoria de
nuestra identidad es una de apertura y estrechez, y de inclusión y exclusión
[…]”20, y esto en cuanto que es compleja y dinámica. Si no fuera por esto no
tendría el mismo sentido la historia que se construye.

Ahora bien, cuando se aborda un concepto como el de la identidad


latinoamericana se hace aún más complejo por lo extenso del contexto geográfico,
político, social y económico, además de la mezcla cultural que se produjo, no solo
en la conquista sino desde décadas atrás, pues ninguna cultura era realmente
pura. Más aun cuando en un primer momento se comprende que en la concepción
de mundo que se tenía, América Latina no figura allí. Y es aquí donde volvemos

19
Dussel, Enrique. Cultura latinoamericana y filosofía de la liberación. P. 6. Recuperado de:
http://www.reduii.org/cii/?q=node/63
20
Ramos, Víctor H. ¿Existe una identidad latinoamericana? Mitos, realidades y la versátil persistencia de
nuestro ser continental. P. 4. Recuperado de: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=27902109
a una característica de la identidad que parte del reconocimiento o la conciencia
de sí mismo y del otro, a saberse en el mundo y constructor de él. Por eso sus
pobladores al no tener conciencia de que eran una cultura, o mejor múltiples
culturas en un subcontinente, no se preocupaban por dicha reflexión;
simplemente tenían conciencia de su existencia y de sus propios procesos de
desarrollo de los pueblos.

También se había destacado que la historia es importante en la construcción de


la identidad y, a lo que a esto respecta, se encuentra un problema porque
“América estaba radicalmente fuera de la historia; ni sus habitantes tenían
conciencia de la historia, ni tenían los hispanos mismos conciencia de su
distancia.” 21 Para entender esto hay que empezar por recordar que la historia
es intrínseca al ser humano y que son ellos quienes la van escribiendo, se hacen
constructores de ella y son reconstruidos con y en ella. Lo que cabe resaltar aquí
es que la historia de América se vio desde otros contextos y desde otras
perspectivas ajenas a las que le correspondía, precisamente por esa falta de
conciencia de sí y de los Otros; y es que en ocasiones es común omitir el Nosotros,
eso fue lo que ocurrió aquí.

Aunque no todos los autores e historiadores de América cometieron ese mismo


error, es cierto que se vio la historia “desde afuera” y no “desde dentro”. Para
quienes tuvieron la primera postura les es fácil justificar todas las acciones que
emprendieron viendo a los indígenas como inferiores y salvajes o no civilizados,
pero para quienes tomaron la segunda postura tuvieron la seguridad de que
debían defender las culturas propias, sus intereses y la dignidad de sus
pobladores. Así lo manifiesta Dussel cuando dice que:

El indio visto “desde afuera” fue la actitud normal que asumió el hispano, y
que si alguno lo vio “desde dentro” fueron algunos misioneros que fieles a su
compromiso cristiano entendieron que debían trabajar por la justicia y no

21
Dussel, Enrique. Hipótesis para el estudio de la cultura latinoamericana. P. 5. Recuperado de:
http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20120131125717/5cap4.pdf
podían desconocer la grandeza de aquellas personas que no eran seres brutos
sino brutalizados por la conquista.22

Este principio ayuda a comprender que no se debe mirar desde una sola
perspectiva y que, por tanto, hay que hacer un análisis de la realidad más
integral, pensando siempre en buscar la objetividad de la investigación. Por eso
tampoco se puede rechazar lo ajeno, aquello que vino externo al contexto
amerindio, ni condenarlo o mucho menos creer que lo autóctono era lo ideal o
perfecto. Pues muchos pueblos indígenas sometían a otros o incluso entre las
mismas etnias.

Aunque en un principio se aclaró que no interesa mucho en esta investigación


profundizar en el hecho histórico de la conquista, es importante tenerlo presente
para lo que compete analizar frente a la identidad latinoamericana.

Por tanto, siguiendo con lo importante de este punto, se debe empezar con una
primera apreciación de lo que se presentó como un cambio de perspectiva en la
construcción de la identidad que, como dice Dussel en uno de sus viajes al viejo
continente (Europa): “nos descubríamos “latinoamericanos” o no ya “europeos”,
desde que desembarcamos en Lisboa o Barcelona. Las diferencias saltaban a la
vista y eran inocultables.”23 Ese podría tomarse como un punto de referencia
para preguntarse por el ser de una cultura o la identidad que la hace diferente
de otras, no sólo presentes en el mundo sino en el subcontinente. Ese descubrirse
sólo es posible cuando nos miramos frente al Otro que nos confronta y nos refleja
aquello que somos, es así como al ver desde el otro lado del mundo la realidad de
lo que era América, se logra pensar en una identidad Latinoamérica, o por lo
menos a cuestionarse sobre ella.

El nacionalismo estrecho, aquel que no admite la diversidad en la construcción


de la identidad, es también relevante en este análisis porque está presente en

22
Ibíd. P. 7
23
Dussel, Enrique. Transmodernidad e Interculturalidad (Interpretación desde la Filosofía de la Liberación),
P. 1. Recuperado de: http://red.pucp.edu.pe/wp-content/uploads/biblioteca/090514.pdf
muchos de los pueblos de América, en mayor o menor medida, y ha sido motivo
de discusión por ciertos autores que niegan el concepto de la identidad
latinoamericana. Este fenómeno ha llevado a que algunos países de
Latinoamérica se sientan más identificados con lo extranjero, especialmente con
lo norteamericano y europeo.

Dussel propone un dialogo intercultural no como defensa de cada una de las


culturas distintas sino como actitud reflexiva y crítica constructiva. Dice
entonces que “Es ante todo el diálogo entre los creadores críticos de su propia
cultura […] que primeramente la recrean desde los supuestos críticos que se
encuentra en su propia tradición cultural y de la misma Modernidad que se
globaliza.”24 Esto es fundamental para el análisis y recreación de la historia de
Latinoamérica y con ella de su identidad, sobre todo para no caer en la idea
errónea que presenta las culturas autóctonas como perfectas. Es evidente que es
necesario reconocer aquello propio de una cultura, aquello que no puede ser
obviado, pero se debe tener apertura a las transformaciones que se producen por
el movimiento, aquellas que no niegan lo esencial y entienden los accidentes o lo
que puede entenderse como múltiples posibilidades de ser. Nada en el mundo
debe verse como un proyecto acabo, todo lo contrario, debe entenderse como una
constante construcción, pues es lo que permite ese movimiento. No hay culturas
estáticas sin recreación, sino que, como américa latina, siempre se están
recreando sin dejar de conservar el hecho de compartir ciertos ideales o aspectos
comunes, por ejemplo, el hecho de ser herederos de las culturas africana, europea
e indígena.

Teniendo en cuenta una actitud crítica de la construcción de la historia


latinoamericana es importante resaltar el aporte de Víctor Ramos en donde
presenta la evolución que fue teniendo la denominación del subcontinente, que
es apoyada por otros autores, pues es preciso establecer este cambio que se fue
dando para así entender que también tuvo que haber sufrido afectaciones en la

24
Ibíd. P. 23
identidad cultural de todo el subcontinente. Ahora se habla de ser
latinoamericano, pero esto abarca un contexto muy amplio en donde el idioma
fue uno de los aspectos decisivos para las críticas que se presentaban. Él habla
de tres nombres o denominaciones que daban prioridad a un lugar determinado
y en donde encontraba vacíos. Así, pues, hispanoamericanos, daba preeminencia
a España y se olvidaba tanto de los autóctonos como los africanos y el Brasil,
pues esta denominación era puramente española, que abarca la región sur del
norte continental, parte del Caribe y casi todo el centro y el sur de América;
expresa el origen hispano de la conquista y la colonización y la voluntad española
de adueñarse de todo el Continente. Se adoptó después la denominación
iberoamericanos, que expresa la repartición de las tierras de este lado del mar,
entre España y Portugal, pobladores de la península ibérica, en virtud del
Tratado de Tordesillas, por decisión del Papa Alejandro VI, sin que se superara
del todo ese olvido. Finalmente, se llegó al que ha permanecido hasta entonces:
latinoamericano, de origen francés, surgida de la influencia de la Revolución
francesa en la emancipación de América y se dio por Francisco Bilbao usando el
término América Latina el 22 de junio de 1856 en Paris.25

En cuatro tesis sobre la identidad latinoamericana, una reflexión sociológica de


Vergara Estévez, Jorge y Vergara D., Jorge, se parte del concepto de identidad
cultural entendida como “un proceso abierto, nunca completo; como una
identidad histórica, que se encuentra en continua transformación y cuyo sentido
reside en posibilitar el autorreconocimiento, el desarrollo de la autonomía y la
dinámica endógena”26, y aclara que más allá de venir por tradición, es
construcción social e histórica; y, además, se encuentra que esta tiene más

25
Cfr. Ramos, Víctor H., ¿Existe una identidad latinoamericana? Mitos, realidades y la versátil persistencia de
nuestro ser continental, p. 4. Recuperado de: http://www.redalyc.org/pdf/279/27902109.pdf
26
Vergara Estévez, Jorge y Vergara D., Jorge. Cuatro tesis sobre la identidad latinoamericana una reflexión
sociológica. P. 4. Recuperado de: <http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=70801206> ISSN 0717-
2257
sentido cuando se piensa como voluntad o proyecto, pues será el motor para su
construcción.

Por tanto, se afirma que la identidad cultural se “construye desde la tradición,


pero mantiene con ésta una relación crítica. [...] es también un principio de
resistencia frente a lo percibido como amenaza, alteración o dominación.”27.
cuando se refiere a la relación critica es porque tiene presente no solo el pasado
sino también el presente y el futuro, de ahí que también se presente como
voluntad. Esta parte parece ser base para la reflexión que nos proponemos hacer,
pues se ha mencionado que el concepto investigado surge en el momento en que
hay un choque de culturas. Ese choque lleva a asumir posiciones defensivas
frente a lo que ve como amenaza, nada ajeno a lo que vivieron los nativos frente
a los españoles y lo que hoy se vive por los procesos de globalización y falso
evolucionismo.

Ahora bien, debido a las discusiones sobre la veracidad de una identidad


latinoamericana, se presentan cuatro tesis acerca de este concepto. La primera
de estas afirma que debido a la actualidad del pueblo indígena en aspectos
esenciales no se trataría es de una identidad indígena y propone volver a las
raíces, porque considera todo lo demás como aparente. La segunda, la hispánica,
plantea que en realidad somos hispanos o herederos de ellos y que, además, veían
nuestras culturas como pertenecientes a España en forma de provincias. La
tercera es la indianista en la que somos o podemos llegar a ser occidentales, en
donde Leopoldo Zea manifiesta que los pueblos no-occidentales como América
Latina se occidentalizaron en el contacto con aquellos que sí lo son y que, además,
estos pueblos no habían alcanzado la madurez suficiente para la resistencia
permitiendo una mestización. La cuarta tesis es la del mestizaje cultural que
sostiene la existencia de una identidad y cultura latinoamericana como tal y que
es dada como síntesis de los elementos culturales de sociedades amerindias,

27
Ibíd. P. 5
europeas y africanas; el pensador venezolano Mariano Picón Salas agrega que
dicho mestizaje no fue solo racial sino cultural.28

Pese a que la última de estas tesis pretende ser la más objetiva y menos refutable
al dar razón de la identidad latinoamericana, no es del todo aceptada porque no
logra abarcar toda la problemática de los procesos de mestizaje cultural vistos a
través de la historia. Muestra que no todos se reconocen como mestizos, de ahí
que otra crítica que se le hace a esta tesis es que “homogeniza la cultura
latinoamericana, suponiendo que en todas sus expresiones se habría producido
o estaría produciéndose la referida síntesis mestiza”29; sin embargo, lo que
muestra es una falta de reconocimiento de la diversidad cultural, del Otro que
me confronta y es agente de cambio, pues pareciera solo centrarse en un
mestizaje biológico no tanto cultural. En todo esto el hecho más relevante es que,
aunque en todas hay verdad, quedan incompletas desde la concepción de la
identidad cultural como una trama de niveles presentada por el mismo autor.
Estos niveles guardan relación a los contextos en que se desarrollen, se analizan
desde los grupos étnicos, la distancia geográfica, el idioma u otros rasgos
culturales, es decir que hay una serie de inclusión-exclusión de ciertas
características, según Larraín.

En vista de la discusión presentada, los autores mencionados consideran que “la


identidad latinoamericana no sería una unidad en el sentido fuerte de la palabra,
sino fragmentaria y diversificada” y es que se le ve también como “identidad
heterogénea e internamente conflictiva” donde coexisten diversas identidades.30

La Colonia fue la institucionalización de dominación imperial española, en la


que, gracias a la introyección de las ideas de cruzada, cristiandad, imperio, raza
y clase, se generaron los conceptos, vivencias e instituciones que condujeron a los
americanos a aceptar, hasta hoy, la condición de seres dominados, inferiores y

28
Cfr. Ibíd. Pp. 5ss
29
Ibíd. P. 11
30
Cfr. P. 12
dependientes. Aunque esto podría ser una sentencia bastante radical, es sin
duda una aproximación a lo que a través de la historia se ha ido desarrollando
en los pueblos americanos.

Durante los tres siglos de colonia introyectamos los vicios europeos, aprendimos
a avergonzarnos de lo nuestro, empezamos a tratar a negros y mestizos como
seres despreciables, comenzamos a sobrevalorar lo europeo y a devaluar lo
americano, nos creamos una dependencia cultural y tecnológica de Europa: la
“nordomanía”, de que hablaba José Enrique Rodó.

Algunos valores nos quedaron de la historia del choque cultural entre los nativos
y con los migrantes europeos y africanos: el mestizaje, constitutivo de nuestra
identidad, y generador de una nueva “raza”, triétnica de blanco, negro e indio,
llamada “raza cósmica”, por el mexicano José Vasconcelos; la unidad de religión
y de idioma, facilitadora de nuestras relaciones humanas y nacionales; los focos
inextinguibles de rebeldía contra la dependencia y la imitación.

Se hace, pues, necesario un llamado a la integración en nuestro subcontinente,


sin que este implique la destrucción de culturas diversas, donde se busque el
enriquecimiento del patrimonio cultual, así quedó expuesto con monseñor
Valencia en el encuentro de Melgar: en “América Latina, además de la cultura
dominante de tipo occidental, se da una gran pluralidad de culturas y un
mestizaje cultural de indios, negros, mestizos y otros. Estas diferencias
culturales no son suficientemente conocidas en sus lenguajes, costumbres,
instituciones, valores y aspiraciones.”31

En cuanto a la independencia de América, que debería ser otro factor de su


identidad, es debido reconocer que se realizó bajo la inspiración y con la ayuda
de dos nuevos amos: El capitalismo inglés, que prestó dineros de usura y envío
mercenarios, porque odiaba a España, y el Enciclopedismo francés, que aportó

31
Toro, Sofía. “Los caminos de la pastoral de monseñor Valencia y su pensamiento misionero.” En:
Monseñor Valencia, Librería Stella, Bogotá, 1972, p 140.
las ideas de individualismo y democracia. De hecho, la independencia de América
consistió solamente en la expulsión de los españoles, porque el Continente, en
contra del sueño bolivariano de la “Patria Grande”, estalló en una proliferación
de “paisecitos” hechos a la medida de las ambiciones del puñado de familias
“blancas”, dueñas del poder, la cultura, la tierra y el dinero, que siguieron
viviendo bajo la tutela del poder y de la cultura nórdicos. Es así como se
vislumbra una dependencia que ha acompañado los procesos sociales de las
culturas americanas. La Modernidad individualista-racionalista-cientificista de
los países del Norte y de sus imitadores y pupilos del sur, entró en crisis, y luego
de una fase de contracultura y deconstrucción, ha ido generando un nuevo
paradigma cognoscitivo y existencial.

Actualmente los países latinoamericanos son una amalgama de tres mundos:


medieval, en las zonas rurales y marginales; moderno capitalista, en las
universidades y la industria; moderno socialista, en los estratos subversivos
rurales y universitarios. Realmente América Latina vive en el neocolonialismo y
el neocapitalismo, neoliberales y neoconservadores que, so pretexto de apertura
universal, va uniformando a su servicio y para su provecho, los pueblos del
llamado Tercer mundo y excluyendo y olvidando a los del llamado Cuarto mundo.
Las periferias a las que precisamente el Papa Francisco invita llegar con un
mensaje de libertad y felicidad, es decir de salvación.

Confundiendo universalidad con uniformidad, los pueblos latinoamericanos van


ingresando tímidamente a la Postmodernidad, como imitadores y siervos del
Primer mundo.

Como síntesis tomaremos el mestizaje triétnico como elemento fundamentador


de la identidad latinoamericana. A partir de allí se plantearán las reflexiones
concernientes a lo que reclama la identidad latinoamericana en la actualidad o
el ser latinoamericano, no sin antes hacer una serie de distinciones. Hay una
serie de hechos que no determinan la identidad latinoamericana, estos son
algunos de ellos:
No es el nacimiento en América, pues aquí nacieron miles de hijos de españoles,
que no pasaron de ser “chapetones”, que nunca amaron ni sintieron como propio
el continente en donde vieron la luz.

No es la radicación generacional en América Latina, ya que hace cinco siglos


viven aquí millones de blancos, negros e indios que, a pesar de las mezclas
raciales, no sólo no entienden, ni aprecian, ni se solidarizan con los habitantes
del Continente pertenecientes a otros grupos raciales o a otros entornos
culturales, sino que desconoce, niegan y positivamente menosprecian el hombre
y la cultura latinoamericanos. Tampoco el traslado de un continente a otro, pues
miles de negros africanos vivieron y murieron en América sin perder la nostalgia
de su tierra ni adquirir conciencia de pertenecer a Latinoamérica.

Tampoco es por la subsistencia dentro del acontecer histórico latinoamericano.


Desde hace cinco siglos hay grupos humanos que, a pesar de haber padecido, de
generación en generación, todos los dramas del Continente, siguen empeñados
en destruir lo latinoamericano y en convertir el Continente en una copia de
Europa o Norte América.

Menos es la conservación de la pureza racial indígena, debido a que los indígenas


de este lado del mar no eran latinoamericanos sino precolombinos, o más
exactamente, porque no había una unidad continental, mayas, aztecas, chibchas,
incas, araucanos, etc. Los grupos indígenas, racialmente puros, que sobreviven
en las profundidades de la selva americana, antes que latinoamericanos son
precolombianos. La sola mezcla genética de negro, indio y blanco, por sí misma,
no hace a nadie latinoamericano. El mestizaje lationoamericanizador involucra
elementos psíquicos y culturales de conciencia, aprecio y respeto por la condición
mestiza triétnica.

Se encuentran también una serie de elementos de identidad latinoamericana en


los que se resaltan: el amplio proceso de Descubrimiento, Conquista y Colonia,
más que un encuentro integrador y complementador de mundos y culturas, fue
la destrucción, la transculturación, la dominación de los mundos indígenas
latinoamericano, africano, y mestizo, por obra de la ideología de cristiandad
imperialista europea. A pesar de esa colosal catástrofe, lograron sobrevivir
grandes valores, y, desde ellos, se formaron núcleos de encuentro, generadores
de identidad y cultura auténticamente latinoamericana, desde las que resulta
posible responder la pregunta, ¿qué es ser latinoamericano? Latinoamericanidad
es la realidad humana y cultural de este hemisferio, nacida de la integración
racial, cultural, geográfica, social e histórica de indígenas, blancos y negros.

Por tanto, se puede concluir que ser auténticamente latinoamericano es ante


todo portar elementos biológicos de indígena, blanco y negro; vivir la experiencia,
positiva y negativa, (logros, carencias y miserias), del mestizaje triétnico; vivir y
ayudar a construir la nueva realidad antropológica, social y cultural, nacida de
ese mestizaje; ayudar a la aparición de la novedad latinoamericana en la historia
y la cultura; luchar por la superación de la dependencia primermundista nacida
de los complejos de descubrimiento y subdesarrollo, generadores de la conciencia
de dependencia; trabajar por la realización de la liberación política, económica y
cultural del Continente; tratar de lograr la autoexpresión latinoamericana, aún
irrealizada, a causa de los complejos de imitación y dependencia; vivir el orgullo
de las culturas originantes: blanca, indígena y negra, todas ellas ya mestizas
biológica o culturalmente en cierto modo.

Capítulo III

Concepto de identidad latinoamericana

Una vez avanzados a este punto, concluidos los capítulos I y II, nos va quedando
claro que hablar de identidad latinoamericana se hace cada vez más confuso: el
solo sé que nada sé, se torna más diciente cuando uno se enfrenta a los problemas
del conocimiento. Ahora que podemos avanzar en una definición compleja de
identidad colectiva, nos damos cuenta de que hablar de identidad en abstracto
arroja un discurso que se torna insostenible en su encuentro con la realidad, o
mejor sería decir, con las realidades. La constitución de una identidad colectiva
requiere la preexistencia de una cultura y de la conciencia de esta, lo que implica
el saberse y pensarse como nódulo, como dispar, como idéntico solo a sí mismo.
Es decir que para la existencia de una identidad colectiva latinoamericana
debemos estar en posesión de una identidad diferenciada como latinoamericana
y a partir de ella sabernos producto de ella, lo que nos llevaría a despojarnos de
esa confusión en la que suele caerse de que para hablar de cultura
latinoamericana acudimos a una coincidencia geográfica o biológica. En el
segundo capítulo encontramos la cultura latinoamericana como una cultura
mestiza, lo cual, si bien pareciera que constituye una perogrullada, arroja ya una
caracterización de la realidad que nos pone en frente a la ineludible problemática
que da origen a esta investigación, pues antes que preguntarse por los intríngulis
de una cultura latinoamericana, se hace menester preguntarse si es posible
hablar en el fondo o propiamente de una identidad latinoamericana, lo cual
presupone, por cierto, una cultura latinoamericana. La llamada cultura española
llegó a estas tierras cuando aún eran amerindias, no aún Latino América, y
encontró múltiples culturas y complejificó más la situación al traer consigo
múltiples culturas africanas.

Todo ser y todo evento, no son simplemente, sino que se dan o realizan en un
medio y unas circunstancias, bajo unas condiciones, con una duración, desde un
pasado. A pesar de la colosal catástrofe antropológica y étnica de
Descubrimiento, Conquista y Colonia, en Latinoamérica sobrevivieron grandes
valores y se generaron núcleos de encuentro, constitutivos de una identidad y
una cultura propiamente latinoamericanas.

La respuesta a la pregunta por la identidad latinoamericana, es decir, ¿qué es


ser latinoamericano?, no se reduce a un asunto meramente racial o geográfico.
La identidad latinoamericana nace del surgimiento de una compleja realidad
nueva, determinada por la unificación de una multiplicidad de perspectivas:
racial, geográfica, histórica, cultural, social, etc. De ahí que se afirme que, a
pesar de sus claras diferencias regionales, la cultura latinoamericana mantiene
su unidad de fenómeno histórico. Y siendo así, nuevamente hay que repensar los
conceptos que antes se estudiaban y darle paso a estos que tienen una apertura
a las muchas formas de entenderse en el mundo como lo diferente, aquello que a
la vez es único y se convierte en la novedad de la cultura latinoamericana.

Multiculturalidad, pluriculturalidad y transculturalidad

Hay dos términos que van relacionados con la identidad latinoamericana,


teniendo en cuenta la diversidad cultural del subcontinente y que han sido
motivo de estudio por diversos autores con el fin de lograr una mayor
comprensión del fenómeno cultural presente en el subcontinente. La
pluriculturalidad, multiculturalidad y la transculturalidad son conceptos que
apuntan a la diversidad cultural, pero desde diversos enfoques para su
contextualización y poder incluir en su mayor parte todos los elementos
constructores de las relaciones de dicha diversidad.

La multiculturalidad o el multiculturalismo, aunque tiene devisas acepciones,


suele entendérsele como “el reconocimiento de la coexistencia de grupos
culturales diferentes, dentro de un mismo estado nacional.”32 Este concepto
principalmente trató a los grupos diferentes como minorías, propiamente los
inmigrantes, aunque, a su vez, se estaba refiriendo como minoría a los otros
grupos sociales y los pueblos indígenas. Al abarcar todos estos pueblos y grupos
en el concepto de minoría se torna problemático para los pueblos autóctonos
frente al multiculturalismo. Sin embargo, este no es el único problema, pues
vemos que, según Vertovec, “el multiculturalismo ha sido ya asociado
indisolublemente con el fenómeno migratorio transnacional de grupos

32
Alicia M. Barabas. Multiculturalismo, pluralismo cultural y interculturalidad en el contexto de América
Latina: la presencia de los pueblos originarios, p. 3. Recuperado de:
https://journals.openedition.org/configuracoes/2219#quotation
etnoculturales o nacionales, que pasan a ser minorías étnicas en los ámbitos de
migración.”33

Descubrimos entonces que el problema abarcado en este concepto está


relacionado con dos aspectos que han de ser superados, y que en este trabajo así
se ha planteado; el primero referente a un concepto de cultura estático, que fue
el que tomó el multiculturalismo, y el segundo es sobre el relativismo cultural.
Sin embargo, desde una lectura positiva del concepto, permite ampliar la visión
conciliadora frente a los fenómenos sociales actuales.

El multiculturalismo ha sido considerado como la ideología social-política de


la globalización y de la masificación de la migración internacional, al mismo
tiempo que una disciplina humanística que en las aulas se expresó en los
Estudios Culturales, convirtiéndose en el top académico en Estados Unidos
de 1980, por ser el nuevo enfoque de los estudios norteamericanos sobre
grupos étnicos.34

Por su parte la pluriculturalidad surge como una necesidad que represente

la particularidad de la región donde pueblos indígenas y pueblos negros han


convivido por siglos con blancos-mestizos y donde el mestizaje ha sido parte
de la realidad, como también la resistencia cultural y, recientemente, la
revitalización de las diferencias. […] sugiere una pluralidad histórica y
actual, en la cual varias culturas conviven en un espacio territorial y, juntas,
hacen una totalidad nacional.35

Confirma que múltiples y variadas cultural se pueden dar simultáneamente


dentro de una comunidad, sin desconocerse en ellas la complejidad de las
sociedades. Así, pues, no hay cultura unívoca, e incluso, se afirma que no hay

33
Ibíd. P. 4
34
Ídem.
35
Walsh, Catherine. ¿«multi-, pluri- o interculturalidad»?, p. 2. Recuperado de:
http://red.pucp.edu.pe/ridei/files/2012/03/120319.pdf
tampoco una identidad unívoca. Esto se comprende desde un todo complejo en
donde lo diverso está presente, por tanto, ni una cultura ni su identidad debe
aceptar la univocidad.

Al concepto de nación se le presentó un agente externo llamado globalización que


tuvo necesariamente que adoptar nuevas propuestas de identificación en su
contexto, pues este fue perdiendo fuerza. Hay que cambiar y eliminar la visión
eurocéntrica del concepto de nación y seguir el ejemplo de tantas naciones de
América que se reconocen como un Estado plurinacional, así como el de otras que
han reconocido su multiculturalidad. Para que la interacción entre las culturas
sea verdadera, tiene que ser de una manera respetuosa ante la diversidad en
donde ninguna puede estar por encima de la otra.

La multiculturalidad, al igual que el concepto de pluriculturalidad, nace como


reacción a uniformizar las culturas en el contexto de la globalización. El
etnocentrismo que pretende juzgar las demás culturas en función de la propia
debe ser superado, ya que no hay una sola cultura como verdadera o absoluta,
modelo para las demás, como es lo que en ocasiones se logra ver en américa latina
frente a la Europa considerada como modelo ideal, llegando así a sentir un
desprecio por las demás culturas, o incluso a negarlas. Sin embargo, tampoco se
puede caer en el relativismo cultural que acepta todas las “culturas”, aquellas en
las que ciertas prácticas sociales o costumbres atentan contra los derechos
humanos y que, por tanto, no son entendidas ni aceptadas por el colectivo.

Ahora bien, multiculturalidad hace referencia a la multiplicidad de culturas que


coexisten en un determinado espacio geográfico, pero sin que tenga que haber
relación entre ellas; por tanto, es meramente descriptivo a los grupos sociales.
En cambio “la pluriculturalidad sugiere una pluralidad histórica y actual, en la
cual varias culturas conviven en un espacio territorial y, juntas, hacen una
totalidad nacional.”36 De ahí que su ideal ha de ser el reconocimiento mutuo y el
respeto por la diversidad cultural.

Más allá de las concepciones anteriores lo que se ha buscado es que América


logre construir su propia identidad con todas las culturas que están presentes en
ella y que, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras partes del mundo, no haya
una separación de las colectividades sino pensar en cambios incluyentes que
busquen la unidad continental.

En Salas encontramos que “toda conformación de identidad se da siempre – en


forma reconocida o no – en contextos de interculturalidad”, esta entendida como
aquella que “implica oposición, diálogo y/o formas diversas de dominación
cultural ya que siempre entre las culturas (de regiones, clases, naciones, etnias,
grupos, géneros, religiones) median relaciones de poder que generalmente son
inequitativas.”37 Teniendo encuentra esto, el concepto de transculturalidad da
una visión mucho más amplia de la comprensión de las diversas culturas y, por
tanto, de las identidades culturales. La heterogeneidad se impone frente a los
discursos de homogenización cultural defendido por ciertos sectores sociales.

Bajo ‘transculturalidad’ se puede entender el recurso a modelos, a


fragmentos o a bienes culturales que no son generados ni en el propio
contexto cultural (cultura local o de base) ni por una propia identidad
cultural, sino que provienen de culturas externas y corresponden a otra
identidad y lengua, construyendo así un campo de acción heterogénea.38

Estos conceptos se hacen necesarios para los cambios que se fueron desarrollando en el
pensamiento o concepción que se tenía de las culturas, sin duda alguna se han visto

36
Walsh, Catherine. ¿«multi-, pluri- o interculturalidad»?
37
Parker, Cristián. Identidad latina e integración sudamericana, p. 6. Recuperado de:
https://www.researchgate.net/publication/280722477
38
De Toro, Alfonso. Reflexiones sobre fundamentos de investigación transdisciplinaria, transcultural y
transtextual en las ciencias del teatro en el contexto de una teoría postmoderna y postcolonial de la
‘hibridez’ e ‘inter-medialidad’. recuperado de: http://home.uni-leipzig.de/detoro/wp-
content/uploads/2014/03/Reflexiones.pdf
enmarcados por las revoluciones que se gestaron movidas por el deseo de reconocimiento
y liberación.

Las revoluciones latinoamericanas

Las grandes revoluciones latinoamericanas han tenido como papel fundamental


la unidad de sectores, empezando por las clases obreras y rurales, los oprimidos
y los pobres. Esa fue una constante en todas las revoluciones latinoamericanas:
la Revolución Mexicana, al inicio del siglo XX, la Revolución Boliviana de 1952 y
la Revolución Cubana, a comienzos del año 1959.

Esa identidad latinoamericana de la que se habla es aquella que encontró su


punto culmen de gestación con y posterior a las revoluciones latinoamericanas.
Sus orígenes se pueden establecer en las independencias de las naciones de la
corona española, portuguesa e inglesa, en donde se presentaron una serie de
conflictos de separación, exclusión, inclusión y autonomía. Se dice que solo fue el
origen de un despertar, no su gestación y maduración, porque luego se fueron
desatando otras dependencias y dominios políticos.

Frente a esto Valencia hace una propuesta que supera todo odio, pues propone
un encuentro en donde el dominador y el oprimido conviven para así lograrse la
fraternidad; he ahí su planteamiento socialista. “Su socialismo es la utopía de la
fraternidad y de la igualdad […] Su socialismo es libertad, y por lo mismo, no el
mero cambio de opresores y de sistemas de dominación.”39 Es a partir de allí
donde se gestan las grandes revoluciones con fines de liberación. Dichas
revoluciones han nacido del pueblo que sufre y de los pobres, teniendo como
objetivo luchar en contra de las opresiones y las desigualdades sociales, por eso,
aunque sea difícil acabarlas, el pueblo siempre estará motivado a defender la
libertad y el reconocimiento de sus derechos en un ambiente de plena confianza
en el otro.

39
Zambrano, Raúl. “El pensamiento social de monseñor Valencia”. En: Jaramillo González, Gerardo.
Monseñor Valencia. Vicariato Apostólico de Buenaventura, Bogotá, 1972, p, 51
Estamos en una época, en que la única palabra que parece tener sentido es
la palabra revolución, precisamente la palabra de menos fondo: todo el
mundo desconfía de la entidad a que pertenece, de su familia, de sí mismo.
Quizá si todos supiéramos que cada uno tiene un programa en el plan de
Dios; que en este programa nadie puede ser reemplazado[…]40

En Latinoamérica se vive una cultura de liberación, encarnada por La Gaitana,


Tupac Amarú, Condoncorqui, los Comuneros, Bolívar, Morelos, Martí, Sandino,
Quintín Lame, Camilo Torres, Che Guevara, Gerardo Valencia Cano y otros mil,
que han luchado a través de la guerra, la política, la literatura, la pintura y la
religión.

Hoy más que nunca se hacen propicio recordarles a las nuevas generaciones esto,
pues parece que se van acomodando a lo que les toca vivir y no hacen sus propios
aportes a los cambios que se van presentando en las colectividades. Nos
acostumbramos a ser simples perros mudos que callamos las denuncias ante las
injusticias y mentiras que dicen los que abusan del poder.

El adoctrinamiento no es dialéctico.

Dussel presenta que los orígenes de una América Latina cristiana, desde un
pensamiento filosófico americano, se remonta a la tradición semita desde un
horizonte intencional y hace una reflexión a partir de allí. Ya antes se planteaba
dos miradas frente a la visión que se tenía de América, una de ellas desde afuera
y otra desde dentro. Pues bien, Dussel propone “escribir una historia «del otro
lado», esto es, una historia de «los pobres».”41 Estos pobres son todos aquellos que
son sometidos por las estructuras europeas y norteamericanas y que no son
reconocidos como personas igualmente dignas de toda atención. Ese otro lado del

40
Toro, Sofía. “Los caminos de la pastoral de monseñor Valencia y su pensamiento misionero”. En:
Monseñor Valencia. Vicariato Apostólico de Buenaventura, Bogotá, 1972, p. 135.
41
Del Pópolo, Guillermo; Cuervo, Manuel y Martínez, Victoria. Alteridad latinoamericana y sujeto pueblo en
la obra temprana de Enrique Dussel. Franciscanum, 2012, vol. 54, no 158, p. 141-164. Pág. 4
que habla Dussel es precisamente una mirada “desde adentro”, es decir desde el
corazón de Latinoamérica.

Dussel aparte de presentar un pensar propiamente latinoamericano de ser Otro,


“considera que Nuestra América ocupa una posición particular: es heredera de
la tradición cultural occidental y cristiana, pero, al mismo tiempo, se encuentra
en una posición de alteridad con respecto a esa totalidad.”42 Esto refiriéndose al
paso de una lógica de la Totalidad por una lógica de la Alteridad, esta última que
reconoce el Otro como otro, al otro como libre. Él se hace una reflexión a modo
de propuesta para una nueva perspectiva de la identidad latinoamericana donde
no se puede partir de una unidad que adoctrina e iguala a cada uno de los
miembros de una cultura, sino de una identidad que se fundamenta en lo diverso,
es ahí donde se encuentra la riqueza de América Latina.

En todo caso cabe resaltar que “América Latina es concebida por Dussel como
una cristiandad particular, el momento americano de la Cristiandad, civilización
nacida de la expansión de la fe cristiana y de su aculturación dentro del Imperio
romano-helenístico.”43 Mi interés en presentar esta concepción se basa en que la
Iglesia latinoamericana tiene que seguir promoviendo una identidad propia del
pueblo y empezar a liberarse de todo dominio cultural y de tradiciones que,
siendo traídas de Europa, no tienen razón de ser en este lado del mundo. “El
pueblo es para Dussel aquel sujeto que desde su exterioridad puede irrumpir en
la totalidad vigente para transformarla en un sentido liberador”44

Liberación, no desarrollo

El obispo de los pueblos fue un convencido del papel que juega como
latinoamericano y asumió los retos que se presentaron en el continente siempre
con propuestas nacidas o gestadas desde el corazón de los pueblos

42
Ídem.
43
Ibíd. P. 5
44
Ibíd. P.18
latinoamericanos. Se entendió que se debía hablar de liberación, por eso la
propuesta de la Teología de la Liberación -además de la Teología de la
Encarnación-, y no hablar de desarrollo, como suelen llamar a nuestros pueblos:
subdesarrollados. Esta liberación entendida desde los pobres por los cuales
trabajo sin cansancio.

“El desarrollo es la nueva canción que entona el capitalismo para adormecer a


sus víctimas. Nosotros hablamos de liberación porque la opresión nos circunda;
como si no viviéramos en un continente cristiano, o al menos bautizado, son
mayores los presupuestos que se invierten en armas, en vigilancia, en fronteras,
[...]”.45 Es una crítica que hace a los gobiernos que no preservan el interés para
todos sino para unos pocos, además de las incoherencias que se perciben en los
líderes de todas las naciones de Latinoamérica. Valencia sabía que era desde la
Iglesia que se podían impulsar los grandes cambios en la sociedad, pues, desde
otros sectores se lograba muy poco. Para lograrlo, tanto Valencia como Galeano,
coinciden en que se debe lograr la unidad y eliminar las fronteras.

Esa unificación a la que siempre tendemos y requerimos para entender los


pueblos en su diversidad nos implica siempre hacer abstracción de la multiplicad
de voces diversas que se conjugan en eso que llamamos cultura y que entendemos
como original. A lo que llamamos cultura no es sino una serie de culturas que se
relacionan entre sí en un determinado contexto.

La conciencia política contestataria fue hasta no hace mucho un factor


diferenciador de nuestros pueblos que han sabido dar la pelea por lo que
consideran justo, pues en todo tiempo habrá aquello frente a lo cual hay
resistencia o contestación, injusticias y abusos de poder. Es todo lo contrario a
un adormecimiento que se ha prolongado a partir del 2.000, aproximadamente,
en las nuevas generaciones, reflejado no solo en el aspecto político sino también
en la Iglesia y, particularmente, en la Iglesia Latinoamericana. Lo que se vive

45
Zambrano, Raúl. “El pensamiento social de monseñor Valencia”. En: Jaramillo González, Gerardo.
Monseñor Valencia. Vicariato Apostólico de Buenaventura, Bogotá, 1972, p, 64.
hoy no es lo que nos caracteriza y lo que nos caracterizaba no es lo que hoy
apreciamos; ahora la generación latinoamericana es mayormente apática frente
al hecho político, social y religioso.

Este hecho que se manifestó también en la Iglesia, se evidenció después del


Concilio Vaticano II, siendo un punto central en la reflexión de la evangelización
y la pastoral. Incluso algunos obispos se adelantaron a este evento y dieron sus
primeros aportes desde la realidad del subcontinente; me refiero al obispo de los
pobres Gerardo Valencia Cano que, junto con otros prelados, defendieron sus
ideales nacidos del corazón de Latinoamérica.

De él dirán después de muerte que el Celam, Consejo Episcopal


Latinoamericano, “ha perdido con la desaparición de Monseñor Valencia, a uno
de sus grandes convencidos, a uno de sus grandes luchadores, a uno de sus
grandes apóstoles.”46

Y sin lugar a duda, con Gerardo Valencia Cano, se hicieron grandes aportes a la
Teología, al cambio social y a una profundidad identidad latinoamericana,
precisamente porque todo lo hizo desde el acontecer latinoamericano. Más allá
de eso, fue un convencido de que era necesario la unidad de los pueblos,
entendida la unida como la fuerza que se adquiere al caminar juntos, sin perder
cada uno lo diverso de su ser, pues es claro que nuestro “continente
Latinoamericano no podrá hacer su liberación, mientras continúe parcelado en
naciones que se baten por unos cuantos árboles o unos barriles de petróleo.”47
Una liberación que permeó incluso la misma Iglesia presente en el
subcontinente; una unidad que Eduardo Galeano presenta como un ideal u
objetivo común en el que cada pueblo o nación establezca lazos de unión para
trabajar por el desarrollo de los pueblos.

46
Torres, José Ignacio. “El pensamiento social de monseñor Valencia”. En: Jaramillo González, Gerardo.
Monseñor Valencia. Vicariato Apostólico de Buenaventura, Bogotá, 1972, p. 37.
47
Jaramillo, Gerardo.
Gerardo Valencia Cano, un auténtico latinoamericano

“Fue un latinoamericano cerril y convencido. Superó el nacionalismo de fronteras


estrechas, y aceptó el dialogo intercontinental, pero no la dependencia.” 48 Es
indudable su pensamiento social autentico y el anhelo de libertad, quizás sea
porque la entendía ya como sinónimo de salvación, el caso es que él mismo dirá:

Os habla un hombre que siente en su sangre latinoamericana hervir


ardientemente un anhelo de libertad inalcanzado por quienes en los parques
de nuestras ciudades llevan el nombre de libertadores;

Os habla un hombre latinoamericano que comprende con una luz hiriente,


que sólo borrando fronteras y uniendo razas, valorando lo nuestro y soltando
las coyunturas de lo foráneo, podremos ser para el mundo una esperanza.49

Tanto Valencia como Galeano, y seguramente otros pensadores, creen que la


clave del progreso e identificación de América Latina, y de cualquier continente,
se logra por la unidad, desde luego distinta de la uniformidad.

“La independencia latinoamericana exige método, libertad cultural, y luego


o simultáneamente, libertad política y libertad económica; por ello no
podemos aceptar otro compromiso que el resultante de compartir con toda la
humanidad una misma naturaleza y un mismo fin; […] No buscamos una
humanidad miserable, sino una humanidad unida en la fraternidad como
nos lo enseña nuestra fe cristiana. Y el capitalismo con su insistente defensa
de lo mío y lo tuyo, no hace más que iluminar diferencias y alargar
distancias.”50

Hay que dejar claro que esta propuesta no elimina o rechaza el hecho de lo
diverso, sino que no lo pone como obstáculo para la unidad, es todo lo contrario.
“La clave de la liberación, debemos buscarla en nuestro mismo continente.

48
Zambrano, Raúl. “El pensamiento social de monseñor Valencia”. En: Jaramillo González, Gerardo.
Monseñor Valencia. Vicariato Apostólico de Buenaventura, Bogotá, 1972, p. 52.
49
Ibíd. P. 55
50
Ibíd. P.83
América Latina es tierra propicia para la unidad, pues sus gentes son una
síntesis de todas las razas del mundo.”51 Así las cosas, no es descabellado pensar
que en un futuro cercano Latinoamérica pueda ofrecer una verdadera síntesis
antropológica que proponga el retorno a la unidad racial. Por lo menos se retoma
el planteamiento de José Vasconcelos sobre la “raza cósmica”, en donde hasta en
la cultura egipcia se evidenció un mestizaje. Todas las grandes culturas han sido
mestizas: griegos, romanos, españoles, son pueblos y culturas mestizos.

El autor Cristián Parker cree que el sentido identitario no es tan fuerte como se
podría pensar después de las reflexiones alcanzadas en los últimos siglos de
historia latinoamericana, o en lo que se conoce del subcontinente, aunque no es
del todo pesimista. Menciona un punto clave frente a dichas reflexiones cuando
se hacen por autores latinoamericanos, pero eurocéntricos, de ahí que se puedan
caer en posiciones algo amañadas a favor de la hermana mayor: la cultura
europea.

Pese a ello dice que a partir del siglo XIX se ha progresado en “una cultura
independiente que, en ciertos aspectos, comparte con occidente valores,
tradiciones y rasgos culturales y que, en otros aspectos, momentos, procesos y
códigos afirma rasgos de identidad propios que no son occidentales, ni europeos,
ni nordatlánticos y mucho menos anglosajones”52 Así pues que no se puede negar
que hay una serie de acontecimientos y factores que hacen evidente una
diferenciación cultural frente a los Otros, aquello que necesariamente llamamos
lo latinoamericano y que contempla una serie de identidades colectivas. Así las
cosas, cabe resaltar que la Iglesia no puede ser ajena a estos hechos, menos
cuando, releyendo la historia, se ve cómo siempre ha sido determinante en el
desarrollo social y religioso de los pueblos, como lo entendió monseñor Valencia.

51
Ibíd. P. 73
52
Parker, Cristián. Identidad latina e integración sudamericana. AP ORO, Ed. 2008, ResearchGate, 2018.
Recuperado de: https://www.researchgate.net/publication/280722477
Si la Iglesia de Cristo quiere seguir orientando el desarrollo social en
América Latina, no tiene otra alternativa que afrontar un cambio de
estructuras, que facilite y estimule la toma de conciencia de cada nación y de
cada individuo sobre su responsabilidad en el futuro del continente en sí y
en sus relaciones con el resto de la gran familia humana. Latinoamérica no
puede seguir esperando la mano de fuera para aprender a caminar. Con casi
quinientos años de relaciones intercontinentales, no es justo que nuestros
hombres solo aporten al mundo occidental las riquezas de la tierra, mientras
siguen repitiendo como loros, las lecciones de otras lenguas […] América
Latina ha pagado con más de cuatro siglos de oscuridad el sacrificio de las
culturas precolombinas. Es la hora de crear con la audacia del espíritu y el
equilibrio de Dios, la nueva era que llene el anhelo de emancipación total, de
liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración
colectiva […].53

Conclusiones

Cada ser obra según lo que es y por ser lo que es. Por ser mestizos de blanco,
negro e indio, y por vivir y luchar en este hemisferio, dentro de esta historia, en
estos climas, dentro de esta herencia, los latinoamericanos, habidas las
diferencias ancestrales, históricas, políticas y sociales, tenemos características
comunes. Desde un primer momento se ha dejado claro que somos mestizos,
biológica y culturalmente, por tanto, lo latinoamericano es fusión, amalgama,
mestizaje, pero no cualquier mestizaje sino aquel que es producto de otros
mestizajes. La manera de sentir, pensar, entender, creer y amar de los
latinoamericanos, resulta de la elaboración y síntesis de los diversos aportes
ancestrales y culturales que conformaron la latinoamericanidad.

Somos emocionales, puesto que el alma latinoamericana se configuró desde la


emocionalidad telúrica del negro, la emotividad sensual del mediterráneo y la

53
Toro, Sofía. “El pensamiento social de monseñor Valencia”. En: Jaramillo González, Gerardo. Monseñor
Valencia. Vicariato Apostólico de Buenaventura, Bogotá, 1972, p. 143.
sensibilidad introvertida del indígena. El hombre latinoamericano piensa
sintiendo. No somos los racionalizadores fríos de Europa, ni los contemplativos
estáticos e impasibles de Asia. Hay necesariamente un espíritu sintético en cada
persona y cultura, en donde como pueblo nuevo, que apenas está asimilando las
culturas que lo originaron, Latinoamérica trata de hacer su propia síntesis. De
ahí la tendencia cultural a copiar e imitar en todos los aspectos de la vida social,
política y económicamente, todo por la falta de conciencia política y social y por
no superar los complejos de inferioridad. Por eso la tendencia a copiar e imitar a
Norteamérica y Europa, porque nos creemos hijos inferiores a ellos, olvidando
que, aunque seamos hijos de esas culturas hermanas mayores, no se pierde el
valor intrínseco de cultura diversa presente en el mundo.

En Latinoamérica la constancia es exótica: carecemos de un pensamiento


largamente madurado, no tenemos tradición investigativa seria, no hemos tenido
proyectos históricos de largo alcance. La actividad latinoamericana parece
agotarse a nivel de celebración folklórica, reacción pasional violenta, desahogo
emotivo pasajero, promesa incumplida, etc. Hemos dejado en el olvido a los
auténticos latinoamericanos que nos dieron ejemplo de aquello que nos
caracterizaba, un espíritu contestatario y revolucionario en busca de libertad, y
hemos caído en un estado estático y de profundo miedo. Por la falta de
elaboración de la conciencia social, e influencia de las culturas capitalistas del
Norte, los latinoamericanos somos individualistas. De ahí el llamado a la unidad
y a construir desde objetivos comunes en medio de la diversidad.

La concepción antropológica latinoamericana, introyección de la ideología


europea, que en indígenas, negros y mestizos de trópico veía hombres de inferior
calidad, determina la dependencia cultural, que se concreta en la imitación
sistemática y tardía de los modelos, corrientes y escuelas culturales ya superadas
en Europa. Hoy, según todos los indicios, a los hombres americanos, confluencia
de todas las razas y culturas del planeta: “raza cósmica”, según el filósofo
mejicano José Vasconcelos, y “Gran mulato adaptado, gloria del Universo”, según
el filósofo colombiano Fernando González, nos ha llegado la hora de protagonizar
la historia, dentro de la multiculturalidad, característica del universo global de
la Postmodernidad.

Nos corresponde en este momento crecer en conciencia. Superar el complejo


colonial, es decir, el avergonzamiento de nuestro origen y de nuestro ser mestizo,
que Fernando González llamaba “complejo de ilegitimidad o del hijo de puta”. No
queda más que trabajar por una cultura de la interioridad, es decir, una cultura
brotada del interior de cada una de las personas que constituyen el pueblo
latinoamericano, en lugar de la cultura de la imitación y el usufructo de lo
extranjero. Se hace urgente la necesidad de fortalecer la unidad continental y
desarrollar la cultura mestiza triétnica, pues esta define en gran parte nuestra
personalidad latinoamericana.

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