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Ecumenismo y neorromanismo

Si el siglo XX se conoce como el siglo de las misiones, también se ha conocido como el


siglo de la ecumenicidad, lo cual ha afectado a la iglesia católica y la llevado a replantear
sus interpretaciones, su liturgia y, en forma ligera, sus dogmas.

En las últimas tres décadas la iglesia de Roma ha comenzado a experimentar cambios al


grado que se puede describir la nueva posición de la religión católica romana como
“neorromanismo”.

La época del neorromanismo comienza con la elección del papa Juan XXIII en el año 1958.
Cuando el colegio de cardenales vio que después de muchas votaciones no resultaba
elegido ningún candidato, acordó elegir un papa de transición que mantuviera
la situación de la iglesia como estaba, pero en realidad Juan XXIII demostró no ser un papa
de transición, sino el causante de una revolución que sacudió a la iglesia católica romana.
Él puso en marcha el aggiornamento modernización, el afán de poner al
día una tradición dos veces milenaria.

Juan el Bueno, como se le llamaba, sustituyó a un papa tradicionalista como Pío XII;
anunció el 25 de enero de 1959 que convocaría el Concilio Vaticano II. El primer Concilio
Vaticano se había celebrado en Roma, pero había quedado inconcluso por el retiro de
Roma de las tropas de Napoleón en 1870 y la ocupación de la ciudad por el ejército italiano.
Este segundo Concilio Vaticano dio un vuelco a la iglesia que decía que no cambiaba. Tan
grande fue la sacudida, que han cambiado las actitudes, pensamientos y puntos de vista
como no se había experimentado desde hacía centenares de años. En medio de una
conmoción increíble, se llevó a cabo una aparente reforma. Pues, aunque hubo cambios,
los dogmas fuertes de la iglesia no fueron tocados ni reformados.

Se dieron a la luz pública dieciséis documentos que surgieron como resultado de las
deliberaciones del concilio. Algunos han señalado la ironía que hay en el hecho de que un
papa con un temperamento moderado y apacible provocara una revuelta. Se reformaron la
liturgia y la instrucción en los seminarios. Ahora se muestra más interés en las Escrituras,
en el ecumenismo y en la actividad de los laicos.

A pesar de lo anterior, siempre le lleva a la tradición católica un poco de tiempo ponerse al


día y reaccionar frente a movimientos novedosos, pero poco a poco consigue siempre
encaminar estas influencias hacia los términos “ortodoxos” mediante la eliminación un poco
nebulosa de lo que no pueda ser asimilado por su patrimonio dogmático tradicional.

No hay documentos emitidos por la jerarquía que nieguen uno solo de los dogmas
peculiares del romanismo. Se admite un cambio de énfasis, eso sí, pero no de contenido.
La tradición del catolicismo siempre triunfa de manera formal y oficial. Sin embargo,
después de ese proceso, la iglesia católica no es la misma.

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