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CLARA DE ASÍS. Comentario teológico de su Testamento - F.

Martínez Fresneda

Francisco Ma

Clara de Asís
Comentario teológico de su Testamento

p fa r a n Í 7 P » 7 ii
61
CUR A DE ASÍS
Comentario teológico de su Testamento

El Testamento de Santa Clara, siguiendo a San Francisco, es un escrito que ex­


presa su honda experiencia de fe; por eso da lugar a unos pensamientos creyentes
que iluminan constantemente la existencia de la Familia Franciscana. Santa Clara es­
cribe con espontaneidad y soltura, y sin un esquema previamente estudiado y fijado,
lo que quiere dejar a sus hermanas: el patrimonio más grande de su vida, que no es
oro ni plata, sino su seguimiento de Jesucristo pobre, observando a San Francisco.
Santa Clara manifiesta en su Testamento su última voluntad, que no es otra que seguir
la pobreza radical que prometió a San Francisco y al que quiere ser fiel hasta el final.

EL AUTOR
Francisco Martínez Fresneda (Murcia 1946) es franciscano de la Provincia de la
Inmaculada (España). Estudió teología en la Universidad Pontificia de Comillas/
Madrid y posteriormente se doctoró en la Universidad Pontificia Antonianum de Roma.
Es profesor de Cristología en el Instituto teológico de Murcia. Ha publicado numerosos
libros, entre ellos: La grada y la denda de Jesucristo; Jesús, hijo y hermano; Cuestio­
nes disputadas de la denda de Cristo de San Buenaventura; La paz. Actitudes y cre­
encias. ..

ISBN: 978-84-7240-272-0

9 788472 402720
CLARA DE ASÍS

Comentario teológico de su Testamento


Francisco Martínez Fresneda, ofm

CLARA DE ASÍS
Comentario teológico de su Testamento
Colección Hermano Francisco, n" 61

Imagen de la portada: Retrato de Santa Clara (Luciano Busti)


Diseño y maquetación: Iñaki Beristain

© Francisco Martínez Fresneda


© Ediciones Franciscanas Arantzazu. Oñati, 2015
ISBN: 978-84-7240-272-0
Depósito legal: SS-799-2015
Imprime: Novaprinter, Mutilva Baja (Navarra)

l’cdidos e información:
l.du iones Franciscanas Arantzazu
( 'astillo de VU¡amonte, 2 - 01007 VITORIA-GASTEIZ
id . ()45147224 - info@edicionesfranciscanasarantzazu.com
www.cdiíioncsfranciscanasurantz.az.ii.coni
TESTAMENTO DE SANTA CLARA

La gracia de la vocación y la elección

1 En el nombre clel Señor. Amén.


2 Entre los múltiples dones cpie hemos recibido y dia­
riamente recibimos del que nos da con esplendidez, el
Padre de las misericordias (2Cor 1,3), y por los que ma­
yormente debemos dar gracias al mismo Padre glorioso,
está el de nuestra vocación, ?pues cuanto más perfecta y
mayor es, tanto más es lo que le debemos a é l .4 Por eso
dice el apóstol: Conoce tu vocación (cf. ¡Cor 1,26). 1 El
Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino (cf. Jn
14,6), que nos mostró v enseñó de palabra y con el ejem­
plo (cf. Jn 14,6; lTim 4,12), nuestro beatísimo padre Eran-
cisco, verdadero amante e imitador suyo.
6 Debemos, pues, considerar, amadas hermanas, los in­
mensos dones que Dios ha derramado sobre nosotras.7 Y,
entre ellos, los que se ha dignado concedernos por medio
de su siervo amado, nuestro bienaventurado padre Eran-
cisco, ,s no solo después de nuestra conversión, sino in­
cluso cuando nos encontrábamos en medio de las
miserables vanidades del mundo. 9 Pues el mismo santo,
cuando aún no tenía hermanos ni compañeros, casi inme­
diatamente después de su conversión, 10mientras edificaba
la iglesia de San Damián, y alcanzado de lleno por el con-1

1El texto del testamento de Santa Clara está tornado de: Francisco v Clara de Asís. Escritos. Edición
preparada por Julio Herían/. Javier G añido. José Antonio Guerra. Ediciones Franciscanas
Arantzazu. Oñati 2014. pp. 271-280.
-6 -

s lie lo divino se sintió impulsado a abandonar totalmente


el m undo, " movido por una gran alegría e iluminación
del Espíritu Santo, profetizó acerca de nosotras lo que más
tarde cumplió el Señor.
12 En efecto, encaramándose entonces sobre el muro de
dicha iglesia, decía a voces, en lengua francesa, a unos
pobres que vivían cerca de allí: 12 «Venidy ayudadme en
la obra del monasterio de San Damián, 14porque vivirán
en él unas señoras, con cuya famosa y santa vida religiosa
en común será glorificado nuestro Padre celestial (cf. Mt
5,16) en toda su santa Iglesia».
15 En esto, pues, podemos considerar la copiosa benig­
nidad de Dios para con nosotras, 16 pues él, por su abun­
dante misericordia y caridad, se dignó decir, por medio de
su santo, estas cosas acerca de nuestra vocación y elec­
ción (cf. 2Pe 1,10).17 Y nuestro beatísimo padre Francisco
profetizó esto no solo de nosotras, sino también de todas
aquellas que habían de venir para seguir la santa voca­
ción a la que nos llamó el Señor.
/,s / Con cuánta solicitud y con cuánto empeño del alma
y del cuerpo debemos guardar, pues, los mandatos de Dios
v de nuestro padre, para que, con la ayuda del Señor, resti­
tuyamos multiplicado el talento recibido! /y Porque el
mismo Señor nos puso a nosotras y nuestra forma de vida
como ejemplo y espejo no solo para los demás, sino también
para nuestras hermanas, a las que llamó el Señor a nuestra
vocación, 20 con el fin de que también ellas sean espejo y
ejemplo para los que viven en el mundo. 21 Habiéndonos,
pues, llamado el Señor a cosas tan grandes, de modo que
en nosotras puedan mirarse como en un espejo aquellas que
son ejemplo y espejo para los dem ás,22 estamos muy obli­
gadas a bendecir y alabar a Dios, y a afianzarnos más y
más en el Señor para hacer el b ie n .22 Por ello, si vivimos
scgiín dicha forma, dejaremos a los demás un noble ejemplo
-7 -

(cf. 2Mac 6,28.31), y con poquísimo trabajo conseguiremos


el premio de la eterna bienaventuranza.

2. Conversión y orígenes de las Hermanas Pobres

24 Después de que el Altísimo Padre celestial se dignó,


por su misericordia y su gracia, iluminar mi corazón
para que hiciera penitencia según el ejemplo y la
doctrina de nuestro beatísimo padre Francisco, 25poco
después de su conversión, voluntariamente le prom etí
obediencia, a una con las pocas hermanas que el
Señor me había dado a raíz de mi conversión, 26según
la luz. de la gracia que el Señor nos había dado por
medio de su admirable vida y doctrina.

27 Y, considerando Francisco que, aunque éramos dé­


biles y frágiles corporalmente, no rehusábamos indigencia
alguna, id pobreza, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta,
ni desprecio del mundo,2,7sino que, al contrario, siguiendo
el ejemplo de los santos y de sus hermanos, todas estas
cosas las teníamos por grandes delicias -com o lo había
comprobado frecuentemente en nosotras- se alegró mucho
en el Señor. 27Y movido a piedad para con nosotras se
comprometió por si mismo y por su religión, a tener siem­
pre de nosotras un amoroso cuidado v una especial soli­
citud, al igual que de sus hermanos.
70 Y así, por voluntad de Dios y de nuestro beatísimo
padre Francisco, fuim os a vivir a la iglesia de San D a­
mián, 71 donde el Señor, por su misericordia y su gracia,
en breve tiempo nos multiplicó, para que se cumpliera lo
que había predicho por su santo;72 pues antes habíamos
estado en otro lugar, aunque por poco tiempo.
77 Luego escribió para nosotras la form a de vida, con
el propósito, sobre todo, de que perseveráramos siempre
-8 -

en la santa pobreza.34 Y no se contentó con exhortarnos


durante sil vida con muchas palabras (cf. Hch 20,2) y
ejemplos al amor y la observancia de la santísima po­
breza, sino que nos dejó también varios escritos para que
no nos apartáramos de ningún modo de ella después de
su m uerte,33 como nunca quiso apartarse de la santa p o ­
breza el Hijo de Dios mientras vivió en este mundo, 36 y
como nuestro beatísimo padre Francisco, siguiendo sus
huellas (cf. IPe 2,21), no se apartó de ningún modo, mien­
tras vivió, ni con su ejemplo ni con la doctrina, de la santa
pobreza que eligió para sí y sus hermanos.

3. Exhortación a la fidelidad en la pobreza


37 Así, pues, yo, Clara, esclava, aunque indigna, de
Cristo y de las Hermanas Pobres del monasterio de San
Damián, pequeña planta del santo padre, considerando
con mis hermanas nuestra altísima profesión, el mandato
de tan gran padre 3S y la fragilidad de las demás, -la que
temíamos en nosotras mismas para después de la muerte
de nuestro santo padre Francisco, que era nuestra co­
lumna, nuestro único consuelo después de Dios y nuestro
apoyo (cf. JTim 3 ,1 5 )-,34 voluntariamente nos comprome­
timos una y otra vez. con nuestra señora la santísima p o ­
breza, para que de ningún modo puedan apartarse de ella,
después de mi muerte, ni las hermanas presentes ni las que
han de venir en el futuro.
40 Y así como yo fu i siempre celosa y solícita en obser­
var y hacer observar a las demás la santa pobreza que
prometimos al Señor y a nuestro bienaventurado Padre
Francisco,41así también las que me sucedan en este oficio
están obligadas a observar y a hacer observar a las
demás, con la ayuda de Dios, la santa pobreza.42 Más aún,
para mayor seguridad fu i solícita en hacer que el señor
papa Inocencio, en cuyo pontificado comenzamos esta
-9 -

vidci, y sus sucesores, corroboraran con sus privilegios


nuestra profesión de santísima pobreza, que prometimos
al Señor y a nuestro bienaventurado padre,43 para que de
ningún modo nos apartáramos jamás de ella.
44 Por lo cual, de rodillas e interior y exteriormente in­
clinada, confío todas mis hermanas, las presentes y las
que han de venir en el futuro, a la santa madre Iglesia Ro­
mana, al sumo pontífice y, especialmente, al señor carde­
nal que sea designado para la Religión de los Hermanos
Menores y para nosotras,
43 para que, por amor de aquel Dios,
que pobre fu e colocado en un pesebre (cf. Le 2,12),
pobre vivió en este mundo
y desnudo permaneció en el patíbulo,
46 haga que esta pequeña grey (cf. Le 12,32) -q u e el
Señor Padre engendró en su santa Iglesia por la palabra
v el ejemplo de nuestro beatísimo padre Francisco-, si­
guiendo la pobreza y humildad del amado Hijo de Dios y
de la gloriosa Virgen su M adre,47 observe siempre la santa
pobreza que prometimos al Señor y a nuestro beatísimo
padre Francisco, y se digne favorecer siempre el que la
vivan y se mantengan en ella.
43 Y así como el Señor nos dio a nuestro beatísimo
padre Francisco como fundador, plantador y ayuda nues­
tra en el servicio de Cristo y en todo aquello que prome­
timos a Dios y a nuestro bienaventurado padre 49 -que
mientras vivió fue también solícito en cultivarnos y ase­
gurarnos siempre sus cuidados, de palabra y con obras, a
nosotras, su pequeña p la n ta -,50 así encomiendo y confío
mis hermanas, las presentes y las que han de venir en el
futuro, al sucesor de nuestro beatísimo padre Francisco y
a toda su Religión, 51 para que nos ayuden a progresar
siempre más en el servicio de Dios y, sobre todo, a obser­
var mejor la santísima pobreza.
-10

12 Y si sucediera que en algún tiempo las dichas her­


manas dejaran el mencionado lugar y se trasladaran a
otro, no estarán por ello menos obligadas a guardar, des­
pués de mi muerte y dondequiera que estén, la antedicha
form a de pobreza que prometimos al Señor y a nuestro be­
atísimo padre Francisco.
52 Y tanto la que desempeñe este oficio [de abadesal
como las demás hermanas, sean solícitas y estén atentas
a no adquirir ni recibir en torno a ese lugar más terreno
del que exija la extrema necesidad de un huerto en el que
se cultiven las hortalizas. w Pero si para el decoro y ais­
lamiento del monasterio fuera necesario tener más terreno
fuera de la cerca del huerto, no permitan adquirir ni reci­
bir sino lo que exige la extrema necesidad, 33 v no labren
ni siembren absolutamente ese que ha de permanecer
siempre baldío y sin cultivar.

4. Exhortación a la fidelidad en la vida fraterna


y>Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a todas mis
hermanas, las presentes y las que han de venir en el futuro,
que se esfuercen siempre en seguir el camino de la santa
simplicidad, la humildad y la pobreza, como también la
rectitud de la vida religiosa en com ún,37 según fuim os ins­
truidas, desde el inicio de nuestra conversión por Cristo y
por nuestro beatísimo padre Francisco. 5S Por medio de
estas virtudes, el Padre de las misericordias (2Cor 1,3), no
por nuestros méritos, sino por su sola misericordia y gracia
que da con esplendidez, difundió la fragancia (cf. 2Cor
2,15) de nuestra buena fama, tanto entre los que están lejos
como entre los que están cerca.39 Y amándoos mutuamente
por la caridad de Cristo, mostrad exteriormente con las
obras el amor que interiormente os tenéis,60para que, es­
timuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan siempre
en el amor de Dios y en la caridad mutua.
ñ' Ruego también a la que esté a cargo de las hermanas,
que se esfuerce por ser la primera, más por las virtudes y
santas costumbres que por su oficio, 62 de modo que las
hermanas, estimuladas por su ejemplo, le obedezcan, no
tanto por su oficio, sino más bien por amor. 62 Y sea tam­
bién próvida y discreta con sus hermanas, como una buena
madre con sus hijas;64y, sobre todo, esfuércese por atender
a cada una de ellas en su necesidad, con las limosnas que
el Señor les d é .62 Sea además tan benigna y cercana, que
puedan las hermanas manifestar con total confianza sus
necesidades,66y recurrir confiadamente a ella en todo mo­
mento, según les pareciere más conveniente, tanto en be­
neficio propio como en el de sus hermanas.
67 Y las hermanas que son súbditas, recuerden que re­
nunciaron por dios a sus propios quereres. 62 Por eso
quiero que obedezcan a su madre, espontánea y volunta­
riamente según prometieron al Señor M de modo que la
madre, viendo la caridad, humildad y unidad que tienen
entre sí, lleve más fácilmente toda la carga que por su ofi­
cio soporta,70y, por la vida religiosa en común de sus her­
manas, lo molesto y amargo se le convierta en dulzura.

5. Exhortación y súplica por la perseverancia


7/ Angostos son el camino v la senda, y estrecha la
puerta por los que se va y se entra en la vida, y son pocos
los que caminan y entran por ellos (cf. Mt 7,14)72 v, si hay
algunos que por un cierto tiempo van por ellos, son p o ­
quísimos los que perseveran. 72 Dichosos, pues, aquellos
a los que se les ha dado caminar por ellos y perseverar
hasta el fin (cf. Sal 118,1; Mt 10,22).
74 Estemos atentos, por tanto, para que, si hemos en­
trado por el camino del Señor, de ningún modo nos apar­
temos jam ás de él por nuestra culpa e ignorancia, 72 no
sea que injuriemos a tan gran Señor y a su Madre la Vir­
gen y a nuestro bienaventurado padre Francisco, a la Igle­
sia triunfante y también a la militante. 76 Pues escrito está:
Malditos los que se apartan de tus mandatos (Sal 118,21).
77 Por eso, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro
Señor Jesucristo (E f 3,14) para que, por los méritos de la
gloriosa Virgen santa María, su Madre, y de nuestro bea­
tísimo padre Francisco y de todos los santos, 7cSel mismo
Señor que inició en nosotros la obra buena, nos dé tam­
bién el incremento (cf. ¡Cor 3,6-7) y la perseverancia
final. Amén.

6. Conclusión y bendición
79 Para que se observe mejor, os dejo este escrito a vo­
sotras mis queridísimas y amadísimas hermanas, presen­
tes y futuras, como signo de la bendición del Señor y de
nuestro beatísimo padre Francisco, y de mi bendición, la
de vuestra madre y esclava.
-1 3 -

Abreviaturas de los Escritos y Biografías

Francisco de Asís

Escritos
Adm Admoniciones
Aid Alabanzas al Dios altísimo
AlHor Alabanza para todas las horas
BenBer Bendición al hermano Bernardo
BenL Bendición al hermano León
Cánt Cántico de las criaturas
CtaA Carta a las autoridades de los pueblos
CtaAnt Carta a san Antonio
CtaCle Carta a los clérigos
ICtaCus Primera carta a los custodios
2CtaCus Segunda carta a los custodios
ICtaF Carta a todos los fieles. Ia Red.
2CtaF Carta a todos los fieles. 2a Red.
CtaL Carta al hermano León
CtaM Carta a un ministro
CtaO Carta a toda la Orden
ExhAD Exhortación a la alabanza de Dios
ExhCl Exhortación a santa Clara
OtP Oficio de la Pasión del Señor
ParPN Paráfrasis del Padrenuestro
RegNB Regla no bulada( 1221)
RegBul Regla bulada (1223)
RegE Regla para los eremitorios
SalVM Saludo a la Virgen María
SalVir Saludo a las Virtudes
Tes Testamento
TestS Testamento de Siena
VerAl La verdadera y perfecta alegría
-1 4 -

Biografías
1C Celano: Vida primera
2C Celano: Vida segunda
LM Leyenda mayor de san Buenaventura
Lm Leyenda menor de san Buenaventura
TC Leyenda de los tres compañeros
AP Anónimo de Perusa
LP Leyenda de Perusa
EP Espejo de perfección
Flor Florecillas
L1 Consideraciones sobre las llagas
SC Sacrum commercium

Santa Clara

BeCl Bendición de Santa clara


ICtaCI Ia Carta a la beata Inés de Praga
2CtaCl 2a Carta a la beata Inés de Praga
3CtaCl 3a Carta a la beata Inés de Praga
4CtaCl 4a Carta a la beata Inés de Praga
5CtaCl 5a Carta a Ermentrudis de Brujas
ProCl Proceso de Santa Clara
RegCl Regla de Santa Clara
TesCl Testamento de Santa Clara
I
El Señor
«El Dios de las misericordias»
(TestCl 1-23)
-1 7 -

INTRODUCCIÓN

El Testamento lo compone Santa Clara hacia el final


de su vida cuando todavía no había sido aprobada la Regla
por el papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253, dos días
antes de morir. Santa Clara escribe el Testamento sin saber
aún si la Regla se iba a reconocer en los términos que de­
fendía en la cuestión sobre la pobreza; por eso manifiesta
su última voluntad con este escrito, que no es otro que se­
guir la pobreza radical que prometió a San Francisco y al
que quiere ser fiel hasta el final2. En este sentido dice sor
Felipa, hija de Leonardo de Gislerio y religiosa de San Da­
mián; «Y al fin de su vida, llamando a todas las hermanas,
les recomendó encarecidamente el Privilegio de la Po­
breza. Y con grandes deseos de tener bulada la regla de la
Orden y de poder besar un día la bula y al día siguiente
morir, le ocurrió como deseaba; pues, ya próxima a la
muerte, llegó un fraile con las Letras buladas, y tomándo­
las reverentemente, ella misma se llevó la bula a los labios
para besarla»2.
El Testamento de Santa Clara, siguiendo a San Fran­
cisco, es un escrito que expresa su honda experiencia de
fe; por eso da lugar a unos pensamientos creyentes que ilu­

; K. LliH M AN N. «U i questitme». 29X.


' ProCI 3.32.
-1 8 -

minan constantemente la existencia de la Familia Francis­


cana. Santa Clara escribe con espontaneidad y soltura, y
sin un esquema previamente estudiado y fijado lo que
quiere dejar a sus hermanas: el más grande patrimonio de
su vida, que no es oro ni plata, sino su seguimiento de Je­
sucristo pobre, observando a San Francisco.
El Testamento se puede dividir en seis partes: Ia la vo­
cación (vv. 1-23); 2a el origen de las hermanas (vv. 24-36);
3a el compromiso de la pobreza (vv. 37-55); 4a la relación
fraterna (vv. 56-70); 5a la perseverancia (vv. 71-78) y 6a
bendición (v. 79); o en cinco, si la bendición se integra en
la perseverancia; o en cuatro: Ia la vocación (vv. 1-23); 2a
la memoria de los inicios (vv.24-36); 3a la santa pobreza
(vv. 37-55); 4a el amor entre las hermanas (vv. 56-79).
Nosotros lo dividimos en tres: El Señor (vv. 1-23); la
«forma de vida» de Santa Clara y sus hermanas (vv. 24-
55); y la fraternidad (vv. 56-79). El hilo conductor del
Testamento es la vocación de Santa Clara, sus motivacio­
nes y convicciones cristianas más profundas, que consti­
tuyen el cimiento de la fundación clariana y su rica
aportación a la espiritualidad cristiana. Santa Clara quiere
mostrar a sus hermanas lo siguiente: una vocación que sea
el marco en el que se encierre el sentido de vida evangélico
de todas las que la siguen.
Desarrollamos y explicamos sus afirmaciones teológi­
cas, dejando aparte la crítica textual y su lugar dentro de
la rica espiritualidad franciscana. Aclaramos la explica­
ción con textos paralelos de Santa Clara y de San Fran­
cisco. Y, sobre todo, ilustramos el Testamento con la vida
de Jesús que se relata en los Evangelios y la interpretación
actual del proyecto de vida franciscano. De esta forma,
comprobaremos la dimensión cristológica de la espiritua­
lidad clariana, hasta qué punto es real el seguimiento ra­
dical de Jesús pobre y crucificado, y cómo es posible en
la actualidad seguir a Santa Clara en las fraternidades de
-1 9 -

clarisas extendidas por toda la cristiandad. Como


Santa Clara aprende de San Francisco y le sirve de guía
para descubrir el sentido de su vida, así nuestras hermanas
deben estar abiertas a cómo afronta los retos actuales
toda la Familia Franciscana inserta en la Iglesia y presente
en todas las culturas.

1. DIOS PADRE
Clara comienza el Testamento reconociendo la obra que
Dios Padre ha hecho en ella por medio del Hijo de Dios y
de su siervo Francisco. Los tres van a ser la clave de su
vida y obra. Escribe así: «En el nombre del Señor. Amén.
Entre los otros beneficios que hemos recibido y recibimos
cada día de nuestro espléndido benefactor el Padre de las
misericordias, y por los que más debemos dar gracias al
Padre glorioso de Cristo, está el de nuestra vocación, por
la que, cuanto más perfecta y mayor es, más y más deudo­
ras le somos. Por lo cual dice el Apóstol: Reconoce tu vo­
cación. El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino,
que con la palabra y el ejemplo nos mostró y enseñó nues­
tro bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e
imitador suyo»4.

1.1. El bien recibido, elección y acción de gracias

Clara dice que Dios Padre es fuente y origen de todo


bien5. Y la Paternidad divina la comprende por la bondad,
que es la que genera todas las cosas buenas que Dios con­
cede graciosamente a sus criaturas. Dios es buenof’, ven­
dría a ser la afirmación básica, de donde procede todo lo1

1TcsCJ 1-5: cf. 2Cor 1.3: ICor 1.26; Jn 14.6.


' Cf. TesCI 58.
*’ Me 10,l8par: «Jesús le contestó: «¿Porqué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios».
-2 0 -

existente. Es el bien supremo del que se derivan los bienes


que reciben sus criaturas desde la primera creación, donde
se advierte que todo lo que ha pensado, querido y salido
de sus manos es bueno78. Dios es bondad por la existencia
plenamente feliz que tienen los hombres; es la exclama­
ción de Adán cuando descubre a Eva: «¡Esta sí que es
carne de mi carne y huesos de mis huesos!»*5 ; Dios es
bondad por el orden que le da al universo y la riqueza que
le concede al hombre al instalarlo en un vergel. Esto es lo
que hace que arranque la experiencia de Dios en Israel con
una percepción de que, precisamente, El es bueno. Dios
es la pura bondad que le provoca sentimientos buenos9, le
conduce a obrar el bien101y a pronunciar palabras de b ien ".
Clara siente a Dios como Jesús, y como Jesús lo ha ense­
ñado a sus discípulos: es el Dios cercano y accesible por­
que es «clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico
en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con
todas sus criaturas»12; en definitiva, su bondad le viene de
la paternidad, o la paternidad se origina por su bondad.
La paternidad y la maternidad dirige a Dios a preocu­
parse por sus hijos y, por tanto, a darles «cosas buenas».
Es una de las convicciones que tiene Jesús y que ha expe­
rimentado en su misión en Palestina: “¿Qué padre entre
vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en
lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escor­
pión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo
dará el Espíritu Santo (cosas buenas [Mt]) a los que se lo

7 Gen 1.11: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno».
8 Gén 2.23.
*’ Rom 12.2: «Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para
que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto».
"'Jer 32.40-41: «Haré con ellos una alianza eterna, y no pararé de hacerles el bien. Infundiré en sus
corazones el deseo de temerme, y así no se apartarán de mí. Disfrutaré haciéndoles el bien: los plan­
tare sólidamente en esta tierra, con todo mi corazón y con toda mi alma»; cf. Jer 3 1.3 1.
11 Is 39.8: «Ezequías respondió a Isaías: "Está bien la palabra del Señor que me anuncias». Pues
pensaba: Al menos habrá paz y tranquilidad mientras yo viva"».
12 Sal 144.8-9; cf. Sal 33,2-3.
-2 1 -

piden?” 13. La solicitud de Dios Padre se compara con la


de los padres de familia, cuya tendencia natural es la pro­
tección y cuidado de sus hijos. Jesús verifica en el orden
de la creación cómo es la relación familiar, realidades bue­
nas y generosas y que están inscritas en la naturaleza hu­
mana. El contraste que hace Jesús es claro y sencillo,
pasando de lo absurdo a lo que es lógico en una relación
paterna con los hijos. Así, alimentos básicos para el man­
tenimiento humano en Galilea como son el pan, el pescado
y el huevo no se pueden cambiar por otra cosa semejante,
pero nociva, como es la piedra, dañina y cruel, como son
la serpiente, parecida al pez, y el escorpión que, encogido,
aparenta un huevo. Pues bien, si todo padre de la tierra,
cuando distribuye la comida a sus hijos, les procura estas
cosas buenas, cuánto más el Padre de los cielos, que es
todo bondad. El convencimiento de Jesús de que Dios es
bueno lo enseña además en la parábola del padre que
acoge al hijo pródigo y en la respuesta que da al rico14.
Esta visión de Dios la percibe Clara con el estilo de m i­
noridad que ha aprendido de Francisco y que tiene su
arraigo tanto en los discípulos que rodean a Jesús como en
las comunidades cristianas que nacen de la experiencia de
la Resurrección: «Y si no, fijaos en vuestra asamblea, her­
manos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni mu­
chos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio
del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios,
y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo
poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo,
lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que
cuenta»15. Está en la línea de la vivencia de Dios que Jesús
ha tenido y ha servido como la prenda de la revelación
del Reino más preciosa. «En aquella hora, se llenó de ale­

11 L.c 11.11-13: cf. Mt 7.9-11.


"C f. Le 15.11-32: Me 10.18.
15 ICor 1.26-28: el. Le 1.52: Sant 2.5.
-2 2 -

gría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre,


Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los
pequeños. Sí, Padre, esa ha sido tu elección”» 16. Jesús
eleva la mirada al cielo y bendice al Padre, lo reconoce pú­
blicamente con una acción de gracias, alabanza y confe­
sión; y, en este caso, no lo hace por su experiencia
personal, sino por la de los pequeños. Apela al Padre como
Señor y Soberano amoroso de todo lo existente. Dios es
Creador y Providente, y en cuanto tal, es Señor de todo lo
creado. Se le glorifica por todo lo que ha salido de sus
manos para el bien de los hombres: «Estamos muy obli­
gadas a bendecir y alabar a Dios, y a confortarnos más y
más en el Señor para obrar el bien»17.
Jesús da gracias porque la bondad salvadora de Dios
recae sobre estos pequeños elegidos para el Reino. Ahora
forman un grupo favorecido por Dios en contra de los po­
derosos adinerados y poderosos entendidos, comprendido
el conocimiento como un poder social. Jesús se entronca
con cierta tradición profética en la que Dios se traslada al
lugar de los pequeños invirtiendo la prepotencia del dinero
y de la ciencia. Dios abandona el poder del saber y el
poder de la santidad, representada por los escribas y fari­
seos que han rechazado el ministerio de Jesús, para encon­
trarse y entregarse a los pequeños abiertos a su mensaje.
Pero Jesús termina la invocación al Padre fuera del ám­
bito objetivo del conocimiento, y se adentra en su inten­
cionalidad, donde ya solo es posible intuir, experimentar
y dejarse alumbrar: «Sí, Padre, esa ha sido tu elección», o
complacencia, o voluntad. Afirma una conducta libre de
Dios, que no es en manera alguna pasajera. Comprueba
que existe un deseo en el Padre de que no se pierda nin-*1

"•U- 10.21: el . Mi 11.25-26.


1ToC'l 22.
-2 3 -

guno de los pequeños o sencillos'L El Padre anhela el má­


ximo bien para los marginados de la historia, y su simpatía
y buena voluntad hacia los sencillos hace que sienta con­
tento, placer, satisfacción de revelárselo. Jesús alaba a
Dios por esto. Y su alegría no consiste en que Dios haya
elaborado una ley que defienda los derechos de los pobres
en Israel, sino que el querer del Padre, su bondad, que se
explícita en la salvación de los pequeños, es para el mismo
Padre una complacencia, una satisfacción, una elección.
Y la minoridad incluye la vida de pobreza como lógica
consecuencia de vivir desde la bondad divina que propor­
ciona toda clase de bienes. Clara percibe a Dios Padre
como dador de los bienes, lo que lleva consigo la ausencia
de preocupaciones por las necesidades de cada día. Y no
se refiere a cuando Jesús enseña a sus discípulos que
rechacen la codicia de acumular, cuando se es consciente
de que la vida depende de Dios. Clara, como veremos des­
pués, siguiendo a Jesús, se refiere a los bienes esenciales
para vivir: comer, beber, vestir: «Todo eso son cosas que
busca la gente del mundo. En cuanto a vosotros, vuestro
Padre sabe lo que os hace falta»14. Por tanto, «no andéis
buscando qué comer o qué beber; no estéis pendientes de
ello»20. Clara, caminando tras Jesús, penetra en la volun­
tad del Padre y fundamenta la vida de pobreza, que ocu­
pará buena parte del Testamento2'.
La razón es que se cambia el objetivo y, con él, el afán
que supone su búsqueda. No es mantener la vida y la pre­
ocupación para sobrevivir. Lo urgente que vive Clara y
Francisco es ofrecer la salvación que se inicia en el Padre
y revela Jesús: Dios Padre es el Señor de todo cuanto *21

IS Mi 18.14: «No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pe­
queños».
|l' Le 12.30: e l. Mt 6.32.
Le 12.29: cf. Mt 6.25.
21 Cf.TesCI 33-45.51.53-56.
-2 4 -

existe y llena la conciencia y preocupación de sus hijos,


sin perder el tiempo en procurarse las cosas para vivir. Y
de esto se ha de dar testimonio: «No temas, pequeño re­
baño, que vuestro Padre ha decidido daros el reino»22.
Clara está convencida que Dios da por supuesto que ha
creado la tierra con los bienes suficientes para vivir; y Dios
sabe de su conservación, aunque los hombres duden de
que haya bienes para todos y sospechen del cuidado divino
ante las catástrofes. Clara devuelve a sus hermanas el sen­
tir de Dios: Él se responsabiliza del mantenimiento de sus
hijas. Pues lo que está en juego es otra realidad mucho más
importante para la existencia humana que procurarse co­
mida y bebida: mostrar el rostro bondadoso y misericor­
dioso del Padre. Por consiguiente, ni preocupaciones ni
miedos por la subsistencia. Es suficiente la confianza en
el Padre, que, aunque sean pocos quienes le sigan y pocos
quienes formen un «pequeño rebaño»23, poseen el don más
grande: la salvación que entraña la fe en Él.
Pero el cristianismo entiende la minoridad humana y la
pobreza material no solo como una consecuencia de la
elección divina por la cual quedamos a la intemperie para
ser cuidados por Dios y libres de los afanes de esta vida;
también supone la elección una base sociológica. Y esto
es lo que debe aprender Clara, puesto que ella está muy
lejos de la línea de acción del Dios de Jesús y de las co­
munidades cristianas primitivas.

1.2. «Padre de las Misericordias»


Clara, dejando el contexto donde se había desarrollado
su vida y encerrada entre unas paredes según exigencias
sociológicas de entonces, va a recorrer el camino de acceso*1

Le 12,32; el'. Jil 10,31; 21,15-17.


1Is 4 1,14.
-2 5 -

a Dios y a sus hermanas. Pero Clara no se alegra solo por­


que Dios está con ella y con todos los pequeños y pobres
que los inunda de bienes, sino también porque su bondad
la considera como bondad misericordiosa, «Padre de las
m isericord ias »24.
La cita del párrafo completo de Pablo es: «¡Bendito sea
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las mi­
sericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en
cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder con­
solar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el
consuelo con que nosotros mismos somos consolados por
Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los su­
frimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo
gracias a Cristo. De hecho, si pasamos tribulaciones, es
para vuestro consuelo y salvación; si somos consolados,
es para vuestro consuelo, que os da la capacidad de aguan­
tar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros.
Nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sa­
bemos que si compartís los sufrimientos, también compar­
tiréis el consuelo»25.
La bondad de Dios aparece como dador de bienes y po­
tenciación de la bondad existente en la persona humana,
pero también dicha bondad influye en la remodelación de
la persona, la historia y la creación. Ser pequeño nace al
compararse con otras personas que son grandes, o tienen
más poder, o poseen más valores, etc.; o también se es pe­
queño porque se sienta uno nada y menos al relacionarse
con la bondad divina, ya que dicha bondad desvela la au­
téntica realidad de la criatura. Clara entiende la misericor­
dia divina como esencial para la existencia humana,
porque desde el principio y mirada la vida en su conjunto
debería haber desaparecido según justicia con el primer

MTesCl 2.16-17.24.31.58.
2Cor l3 -7 ;c f.F lp 1.20: Col 1.24.
-2 6 -

pecado humano26. La criatura vive porque ha sido creada


y porque ha sido perdonada. Y se puede pensar simultáne­
amente examinada la experiencia humana cuando intenta
existir por sí misma: vive porque es mirada, sostenida y
tratada con entrañas de misericordia por Dios27. Como una
madre, Dios no se aleja jamás de sus hijos. Pero Clara al­
canza a saber esto en su seguimiento de Jesús que es la mi­
sericordia divina encarnada.
En efecto, si Jesús declara que la misericordia es el
principio que rige las relaciones del Padre con sus hijos y
la fuente del poder divino28, es porque la ha vivido como
el único camino viable para que el Padre se haga presente
en la vida humana y el hombre puede abrirse a Dios con
garantía de salvación. Es como Israel la sintió desde el
principio, cuando el hombre se declara incapaz de regir la
tierra con justicia. Con Jesús, Dios pasa de «ser rico en
misericordia» a ser «Padre de misericordia»29 y un conso­
lador nato. Es cierto que a veces los hombres somos capa­
ces de superar por nuestras fuerzas ciertas tribulaciones o
resolver algunos problemas. Sin embargo, la realidad en­
seña que el hombre no puede o no sabe de una manera con­
tinua y plena vencer su mal personal, colectivo e histórico,
que imposibilita de raíz la salvación propia y lo embarga
de sufrimiento y frustaciones continuas. Entonces es el
Padre de todo consuelo quien por su hijo Jesucristo alivia
la pena o la aflicción. Pero, a la vez, el consuelo divino es
fuente de esperanza, de conversión y de conformidad con
la vida de Jesús como revelador de la voluntad de Dios,*2

Cf. Gen 2-3.


’ Os 6.6: Sab 6.1; Le 1.54; 15; Col 3.12: ele.
2S Mt 9,13.35-36: «Andad, aprended lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificio": que no
he venido a llamar a justos sino a pecadores |. . . | Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, ense­
ñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda do­
lencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y
abandonadas, "como ovejas que no tienen pastor"».
Éx 34.6: «El Señor pasó ante él proclamando: «Señor. Señor. Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».
-2 7 -

que es la clave de la afirmación de Clara: «Puedo hablaros


con toda franqueza, estoy orgulloso de vosotros, estoy
lleno de consuelo, desbordo de gozo en todas nuestras tri­
bulaciones»1". Y junto a Jesús, actuando su misma misión,
el Espíritu continúa adelante su consolación o gracia, pues
muchas veces se confunden e identifican, siendo ambos
quienes vehiculan el consuelo y la gracia que procede de
la bondad del Padre*11.

1.3. La gratuidad divina


«Y por lo que más debemos dar gracias al Padre glo­
rioso de Cristo, está el de nuestra vocación, por la que,
cuanto más perfecta y mayor es, más y más deudoras le
somos»32. Se sitúa Clara en la línea de la gratuidad divina
que elige por su amor, elección gratuita y libre que es una
constante en la historia de la salvación. Por ejemplo, Dios
elige a una persona individual, al rey, o a los patriarcas, o
a una colectividad como al pueblo de Israel: «Porque tú
eres un pueblo santo para el Señor tu Dios: el Señor, tu
Dios, te eligió para que seas, entre todos los pueblos de la
tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró
de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más nume­
rosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño,
sino que, por puro amor a vosotros y por mantener el ju ­
ramento que había hecho a vuestros padres, os sacó el
Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la casa
de la esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto»33.
Dios elige a Jesús como Mesías34, cuya manifestación
se narra en los relatos del bautismo, donde es consciente

'" a c o r 7,4.
!| 2Cor 13.11: «Por lo demás, hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened
un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros»; cf. Ef 6.22.
!>TesCl 2b-3.
51 Dt 7,6-8; cf. ISam 10,17-24; Gén 12.1-3.
11 Le 9.35: «Y una voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo"»; cf. 23,25.
-2 8 -

de su vocación y misión35. De Jesús nace otro pueblo, del


que es su esposo y su cabeza36, que hereda las promesas
del AT: «Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un
sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por
Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de
las tinieblas a la luz maravillosa. Los que antes erais no-
pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes erais no-
compadecidos, ahora sois objeto de compasión»37. A este
pueblo pertenece Clara por una elección que implica un
doble nivel: la elección que origina el bautismo y la elec­
ción que lo intensifica y lleva a sus exigencias últimas por
los consejos evangélicos. A las dos se refiere Clara cuando
da gracias a Dios. Pero si la elige para un seguimiento más
cercano es porque pertenece al pueblo de Dios, que es el
que le proporciona su identidad filial. Clara es vista y ele­
gida por Dios al ser su hija, y es hija al ser de la comunidad
cristiana por el bautismo. En sí misma no genera mérito
alguno para que Dios la mire, se fije en ella y la elija. De
ahí la necesidad que tiene de dar gracias, porque se siente
deudora de este inmenso don que el Señor le ha regalado.
La expresión «reconoce tu vocación», viene perfecta­
mente a cuento de lo que está exponiendo. La ha escu­
chado en el Oficio de Navidad, donde se lee una homilía
de San León Magno: «Despojémonos del hombre viejo
con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participa­
ción de la generación de Cristo, renunciemos a las obras
de la carne. Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que
has sido partícipe de la naturaleza divina, no pienses vol­
ver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas.
Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No16

16 Me 1,9-1 Ipar: <«Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Na/aret de Galilea y fue bau­
tizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba
hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me com­
plazco"».
1,12Cor 11.2: «Tengo celos de vosotros, los celos de Dios, pues os he desposado con un solo marido,
para presentaros a Cristo como una virgen casta».
i; IPe 2.9-10: cf. Éx 19.5-6: Is 43.20-21; Rom 3.24: Ef 1.14: Os 1.6-9: 2.3.25.
-2 9 -

ol vides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y tras­


ladado a la luz y al reino de Dios. Gracias al sacramento
del bautismo te has convertido en templo del Espíritu
Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a
tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre
del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo»38.
La participación en el hombre nuevo inaugurado por
Cristo parte enteramente de Dios haciendo caso omiso de
lodo valor humano desde el cual pueda construir el Señor
la criatura nueva. La minoridad aparece de nuevo en Clara.
Porque es menor. Dios se fija en ella y la transforma en al­
guien de sí mismo. Nada vale para el mundo; sin embargo,
es rica y grande para Dios; se convierte en valiosa, porque
Dios ha reparado en ella, y tal mirada la aleja del orgullo
y sabiduría de este mundo39.
Ahora es cuando comprendemos la afirmación que hace
al final del Testamento, que suena a un resumen de cómo
ha comprendido y experimentado su vida: «... el mismo
Señor, que dio buen principio, dé el incremento y dé asi­
mismo siempre la perseverancia hasta el fin»40. Y en un
doble sentido: colectivo y personal. Con respecto al pri­
mero, que es la Iglesia, el nuevo Israel, es la condición
esencial para la llamada individual. Se escribe en la Carta
de San Pedro: «Vosotros sois un linaje elegido, un sacer­
docio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios
para que anunciéis las proezas del que os llamó de las ti­
nieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no*lo

"Serillo I.P L 5 4 192-193.


" ICor 1.26-31: «Y si no. fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en
lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que. lo necio del mundo lo ha esco­
gido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo po­
deroso. Aún más. ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular
a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A él se debe que vosotros
estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santifi­
cación y redención. Y así —como está escrito —: el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».
10TesCI 78.
-3 0 -

erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en


otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora
habéis alcanzado misericordia»41. En esta plataforma co­
munitaria, a la que ha elegido Dios Padre como pueblo
suyo en sustitución del antiguo Israel42, es en la que se
apoya Clara para afirmar que es toda de Dios. Una
plataforma en la que en su tiempo estaba estrechamente
relacionada la comunidad cristiana y la comunidad so­
cial, donde el Señor era el centro de referencia de una y
otra, es decir, de toda la vida colectiva.
La asunción personal de la presencia comunitaria del
Señor parte para Clara de la teología joánica y paulina, que
coinciden en este punto. Una vez que se alcanza el culmen
de la revelación de Dios en el NT al comprenderlo y vi­
virlo como Amor, una vez examinado cómo ha actuado en
Jesucristo, entonces se puede afirmar: «En esto consiste el
amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó [...] Nosotros amamos a Dios, porque él
nos amó primero»43.
En efecto. Dios ha salido de sí por amor a su criatura44y
con su relación de amor nace la filiación divina inscrita en
la nueva Alianza sellada en Cristo Jesús42. La actitud per­
sonal de Dios para con sus hijos es de salvación debido a
su benevolencia, a su compasión, con lo que trasforma a
los hombres en nuevas criaturas. La justificación que
afirma Pablo es una auténtica regeneración humana4'’; una
nueva creación47, una reestructuración del ser y de todos

11 I Ped 2,9-10; eí. Hx 19,5-6; |s 4.1.20-21: Rom .1.24; 121 1.14; Os 1.6-9; 2..1.25,
'-C I'.É x 19.5-6; d \ Dt 10.14-15; I Pe 2.9; Ap 5,10
43 Un 4,9.19; cf.4.8.16
44 Jn 3,16: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó u su Unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga vida eterna ».
44 Me l4.22-24par: «Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio
diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». 23 Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se
lo dio y todos bebieron. 24 V les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por mu­
chos»; cí. 1 Cor 11.23-25.
4,1 Rom 5 ,15-17.21: «Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno
solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre.
-3 1 -

sus elementos constitucionales que lo llevan a compren­


derse como un hombre nuevo: « ... os habéis revestido de
una nueva condición que. mediante el conocimiento, se va
renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego
y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo
y libre, sino Cristo, que lo es todo y en todos»4*. Las imá­
genes que emplea el NT para describir la participación de
la obra de Dios al resucitar a Jesucristo como primicia de
todos, es la del paso de las tinieblas a la luz44*48, de la muerte
a la vida*0. Supone, como dice Juan, «nacer de nuevo»;
Dios infunde una vida nueva en la Encarnación del Hijo*',
o en su muerte y resurrección, según Pablo52.
Cuando Clara escribe que Dios es su vida, se está per­
cibiendo como una nueva criatura nacida de su elección,
de la llamada que le hace el Padre a seguir el camino de
Jesús según se lo ha mostrado Francisco. Así como Israel
se mueve en la experiencia de un Dios Creador, Providente
y Salvador, Clara unifica estos atributos divinos en la Pa­
ternidad bondadosa de Dios, que plenifica su minoridad y
hace transcurrir su vida en dependencia absoluta.

Jesucristo, se han desbordado sobre todos. Y tampoco hay proporción entre la gracia y el pecado de
uno: pues el juicio, a partir de uno. acabó en condena, mientras que la gracia, a partir de muchos
pecados, acabó en justicia. Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado a través de
uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán
en la vida gracias a uno solo. Jesucristo | ...1 para que, lo mismo que reinó el pecado a través de la
muerte, así también reinara la gracia por la justicia para la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor»:
cf. Jn 1,13: 3.3-7.
1 Gál 6.15: «Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura»:
cf. 2Cor 3.17.
48 Col 3.10-11; cf. Ef 2.15; ICor 15.45.
''' Col 1.13: «Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas. I y nos ha trasladado I al reino del Hijo
de su Amor»; cf. 1 Jn 3.14.
511 ICor 15,54-57: «Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de in­
mortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido absorbida en la vic­
toria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Rl aguijón de la muerte es
el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro
Señor Jesucristo!».
Jn 3.16: 1.14.
52 Rom 6.8-11: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él: pues sabemos
que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio
sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive
para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús»:
ICor 15,20.
-3 2 -

Dios, pues, ha estado al principio de su conversión al ele­


girla, se ha mantenido fiel a la llamada que condujo a Clara
a escapar de casa y unirse al proyecto evangélico de Fran­
cisco y, por último, el mismo Dios Padre es el que ha
hecho posible que Clara respondiera con un diálogo per­
manente de amor al amor inquebrantable del Señor. Por
eso, puede decir al final de su vida como el Apóstol: «Dios
rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho
revivir con Cristo -estáis salvados por pura gracia-; nos
ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo
con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa
riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nos­
otros en Cristo Jesús. En efecto, por gracia estáis salvados
mediante la fe; y esto no viene de vosotros: es don de Dios.
Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presu­
mir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo
Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de
antemano dispuso El que practicásemos»33.

2. JESÚ S «CAMINO» (TesCl 5)


Para Clara, Jesús es el «camino» para encontrarse con
Dios, o que Dios le ha señalado, y Jesús es el camino para
encontrarse con los hermanos. Y Clara lo recorre con dos
experiencias fundamentales que sabe ha vivido Francisco.
El primero es el camino de los pobres y de los humildes;
el segundo es el camino de la cruz54, y que se resume en
seguir y saber a «Cristo pobre y crucificado». Pero Clara
habla del Hijo de Dios, de la dimensión filial divina de

si Kf 2.4-10; cf. Col 2.12-13; 3.1-4.


vl TesCl 47: «...guarde la santa pobreza que hemos prometido a Dios y a nuestro bienaventurado
padre san Francisco, y se digne animarlas y conservarlas siempre en ella»: cf. RegNIl 0,1,4-6.8;
RegB 6,2-3; 12.4; 2CtaF 11-13; 2Cel 105.
Jesús indicada en la Escritura y definida en el concilio de
Nicea33. Los dos caminos suponen la Encarnación del
Verbo de Dios y para ella el despojamiento de su propio
yo para que viva Cristo según ha vivido Pablo: «Ya no
vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí»**36.

2.1. La pobreza del Hijo de Dios


Clara recuerda a sus hermanas la forma de vida que
Francisco les crea fundada en la pobreza, y que se justifica
porque fue el estilo de vida de Jesús: «... como tampoco
el Hijo de Dios, mientras vivió en el mundo, jamás quiso
apartarse de la misma santa pobreza»37; forma de vida que
resume Clara con una frase magistral: «... pobre fue acos­
tado en un pesebre, pobre vivió en el siglo y desnudo per­
maneció en el patíbulo»38. Y que se reafirma en ello poco
antes de morir en la Carta a la Beata Inés, indicando para
cada etapa de la vida de Jesús una virtud -pobreza, humil­
dad, caridad-, que manifiesta también el camino de su vida
espiritual centrada en Cristo: «Tú, oh reina, esposa de Je­
sucristo, mira diariamente ese espejo, y observa constan­
temente en él tu rostro: así podrás vestirte hermosamente
y del todo, interior y exteriormente, como corresponde a
quien es hija y esposa castísima del Rey supremo. Ahora
bien, en este espejo resplandecen la bienaventurada po­
breza, la santa humildad y la inefable caridad, como lo po­
drás contemplar en todo el espejo. Mira -te digo- el
comienzo de este espejo, la pobreza, pues es colocado en
un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh maravillosa humil­
dad, oh estupenda pobreza! el Rey de los ángeles, el Señor
del cielo y de la tierra, es reclinado en un pesebre. Y en el

33 TesCI 5.35: «\i\ Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino (...) como tampoco el Hijo de
Dios, mientras vivió en el mundo, jamás quiso apartarse de la misma santa pobreza».
56 Gal 2.20: cf. Rom 8.10-11: Flp Í.21; Col 3,3-4.
37 TesCI 35.
3KTesCI 44-47; cf. RegCl 2.25: TesCI 10 -2 1: etc. Textos bíblicos citados: Le 2.12; 9.58: 12.32.
-3 4 -

centro del espejo considera la humildad: por lo menos, la


bienaventurada pobreza, los múltiples trabajos y penalida­
des que soportó por la redención del género humano. Y en
lo más alto del mismo espejo contempla la inefable cari­
dad: con ella escogió padecer el leño de la cruz y morir en
él con la muerte más infamante. Por eso el mismo espejo,
colocado en el árbol de la cruz, se dirigía a los transeúntes
para que se pararan a meditar: “ ¡Oh todos ustedes, que
pasan por el camino, miren y vean si hay dolor semejante
a mi dolor!” . Respondamos a una voz, con un espíritu, a
quien así clama y gime: “ ¡No te olvidaré jamás, y mi alma
agonizará dentro de mí!” . Y, así, te inflamarás más y más
fuertemente en el fuego de la caridad, ¡Oh reina, esposa
del Rey celestial!»59.
Otro resumen de la vida pobre de Jesús lo recuerda
Buenaventura a la Beata Isabel, hermana de San Luis, rey
de Francia, y abadesa de la comunidad de Longchamps:
«Dos motivos son los que deben excitar al amor a la po­
breza, no solo a cualquier religioso, sino también a cual­
quier hombre. En primer lugar, el ejemplo divino, que es
irreprensible; en segundo lugar, la promesa divina que es
inestimable. En primer lugar, ¡oh sierva de Cristo!, debe
excitarte al amor de la pobreza el amor y el ejemplo de
nuestro Señor Jesucristo, que fue pobre en su nacimiento,
pobre en su vida y pobre en su muerte»60.
Nosotros vamos a seguir estas afirmaciones de Clara
para exponer su relación con el Hijo de Dios, cuya presen­
cia en la historia la entiende por la dimensión de la po­
breza. La pobreza del Hijo es la kénosis que supone su
Encarnación motivada por el amor de Dios al mundo; la
pobreza de su vida es conducida por la forma de siervo im­
puesta por Dios en el bautismo, y la pobreza al final de sus

4CtaC'l IX.27: textos bíblicos citados: Le 2.12: Mt 11.25; Lam 1,12; 5.20.
Vida perfecta para religiosas, 3.2.
días es por su muerte en cruz, de la que Dios se servirá
para salvarnos61. Al final, para Francisco y Clara .pobreza
significará no solo una forma de vida, sino también
salvación. Pobreza, como veremos en Jesucristo, es mu­
cho más que ausencia de los bienes materiales para vivir:
es la presencia de Dios en la historia, que es posible si
por amor el creyente se vacía de sí, vive en forma de sier­
vo y es capaz de dar la vida por los demás por amor. Esto
es la pobreza de Jesucristo que siguen Francisco y Clara;
es la pobreza que realmente redime. Clara se lo dice a
Inés de Praga: «Cobrad ánimo en el santo servicio que
habéis emprendido anhelando ardientemente seguir al
crucificado pobre, el cual soportó el tormento de la cruz,
librándonos del poder del príncipe de las tinieblas, que
nos tenía encadenados a causa del pecado del primer
padre, y nos reconcilió con Dios Padre»62.

2.1.1. La Kénosis del Logos


La raíz de la admiración, primero, y seguimiento, des­
pués, de Clara al Hijo de Dios lo toma de la tradición cris­
tiana fundada en los escritos de Pablo y Juan. En el himno
prepaulino de Filipenses se ofrece el camino de humilla­
ción y de exaltación del Hijo de Dios, pero es un recorrido
existencial. Se divide en dos partes, la relativa a su cons­
titución humana: «... el cual [Cristo Jesús], a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios: sino
que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, hacién­
dose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura
humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una
muerte en cruz», y la relativa a su constitución exaltada:
«Por eso Dios lo exaltó y le concedió un título superior a
todo título, para que, ante el título de Jesús, toda rodilla se

MTextos citados: Jn 3.16-17; Me 1J ip a r : ICor 1.18.


ICtaCl 13-14: textos citados: Heb 12.12: Col 1.13: 2Cor 5.18.
-3 6 -

doble, en el cielo, la tierra y el abismo; y toda lengua con­


fiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor!»63.
El camino de vacío de sí lo cita varias veces Francisco y
una de ellas está en la Exhortación a Santa Clara y a las
Hermanas Pobres: «Vivid siempre en la verdad y perse­
verad hasta la muerte en obediencia»64.
La preexistencia sitúa a Jesús en la gloria del poder di­
vino. Pensado espacialmente, el Logos baja de la altura
de Dios a la tierra y recorre un camino de humillación que
llega hasta lo más profundo: el Calvario. Pablo lo afirma
también: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo, que siendo rico, por vosotros se hizo pobre para
enriqueceros con su pobreza»66. El rico asume un modo de
ser esclavo, se hace a imagen y semejanza del hombre, lo
que le obliga a despojarse de sí en su relación histórica.
Es un vaciarse de sí tan radical y lleva consigo una gene­
rosidad tan extrema, que se coloca en el lugar más igno­
minioso que puede sufrir el ser humano, como es la muerte
en la cruz. Y, a la vez, los verdugos le despojan de los
pocos bienes que lleva consigo: el turbante, la correa, las
sandalias y el manto. Como dice Clara «desnudo perma­
neció en el patíbulo»66.
El camino de Cristo no acaba en el patíbulo, pues re­
gresa a la gloria divina con un sentido de ascensión o exal­
tación debido al Padre, al poder que lo recrea en la
resurrección, y lo coloca en una situación parecida a una
entronización que postula la aclaración y aclamación del
mundo creado. El camino de retorno termina en un puesto
que indica una situación de «señorío», de «señor», de
«kyrios» en cuanto es «soberano» de todo lo creado67. Esta

Flp 2.6-1 I: d '. ITim 2,16; Rom 5.19; [0,9; Is 45,25;52,13.


M ExhC 2: el'. Ad 1.16: 3.2-3: CtaO 10,46. Textos citados: 2Jn 3.4: 3Jn 4: Flp 2.8.
2Cor 8.9; ef. Mt 5.3: 8.20; Flp 2.6-7.
w>TesCI 45; el'. Me 15,24
-3 7 -

soberanía es donación del Padre por haberse comportado


en la historia con una obediencia extrema. Ahora, como
compensación, recibe la exaltación que lo conduce a la pre­
eminencia ante todas las cosas, preeminencia que le viene
al desvelarse la identidad de su ser68, que ha estado oculta
durante su abajamiento en la historia. Pero debemos tener
en cuenta que la soberanía sobre las cosas del Kyrios no
lleva consigo la función o el ejercicio de gobierno. El
himno lo subraya expresamente: la dignidad y preeminen­
cia del Señor sobre las cosas es para conducirlas a Dios
Padre. Igual que Clara y Francisco: sus vidas son eminentes
porque son espejo del Padre y del Hijo de Dios y su pree­
minencia entre los hermanos y hermanas es por la capaci­
dad de amar, que no por la función de gobierno, ya que,
entre otras cosas, quien gobierna es el Espíritu, la relación
de amor de Dios con su criatura, del Padre con sus hijos66.
Juan se mantiene en esta línea de comprensión de
Pablo. Escribe: «La Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros»70. La comunión íntima y máxima entre Dios y
la Palabra se revela al mundo, y su gloria se hace visible a
los creyentes como en otros tiempos el Señor se manifiesta
a Israel71. La revelación de Dios ahora está en el «Hijo
único del Padre, lleno de gracia y de verdad»72. Lo que se
puede ver de Dios, no es la gloria que el Hijo tenía con el

llech 2,34-36: «Pues David no subió al cielo, y. sin embargo, él mismo dice: Oráculo del Señor
a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, v haré de tus enemigos estrado de tus p ies”. Por lo tanto, con
toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis,
Dios lo ha constituido Señor y Mesías»; el’. Sal 110.1.
ICor 8.6: «Para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, de quien procede todo y para el cual
somos nosotros, y un solo Señor. Jesucristo, por quien existe todo y nosotros por medio de él»; cf.
Éx 20.2-3; Jn 1.3; Rom 11.36: Ef 4.5-6: Col 1.16-17: 1 Tim 2.5: I leb 1.2).
' " 2Cel 193: «De cuando en cuando. San Francisco decía al peluquero que le iba a rasurar: "Ten cui­
dado de no hacerme una corona grande, pues quiero que mis hermanos simples tengan puesto en
mi cabeza". Quería, en fin. que la Religión fuera lo mismo para pobres e iletrados que para ricos y
sabios. Solía decir: "En Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la Religión -
que es el Espíritu Santo - se posa igual sobre el pobre y sobre el rico". Hasta quiso incluir estas pa­
labras en la Regla pero no le fue posible, por estar ya bulada».
7,1 Jn 1.14; cf. Ex 25.8: Eclo 24.8.10.
1Cf. Éx 33.22: Dt 5.21.
7' Jn 1.14.
-3 8 -

Padre antes del tiempo73, ni a Dios todo y totalmente, sino


la gloria que se muestra para el creyente en la historia del
«Hijo único del Padre», un don de Dios que la comunidad
cristiana comprueba que es verdad. La revelación de Dios,
por consiguiente, hace posible que los hombres participen
de su plenitud por medio de Jesucristo. Si antes Dios se da
a conocer por la Ley promulgada por Moisés, ahora lo
hace de una forma mucho más perfecta y más verdadera:
por la historia de Jesús74. Jesucristo, el Hijo único, es la
encarnación de la Palabra; es un don o acción gratuita de
Dios servida a los hombres; es una participación de la ple­
nitud divina ofrecida a los creyentes y que, a continuación,
se desarrolla a lo largo del Evangelio con el relato de las
palabras y obras de Jesús: «Nadie ha visto jamás a Dios:
El Hijo único, que está vuelto hacia el Padre, lo ha expli­
cado»75*.
El Hijo de Dios «... pobre fue acostado en un pesebre»,
dice Clara 1(\ y de nuevo cuenta el humilde nacimiento
cuando reglamenta la forma de vestir a sus hermanas: «Y,
por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en po-
brísimos pañales y reclinado en un pesebre y de su santí­
sima Madre, amonesto, ruego y exhorto que se vistan
siempre de vestidos viles»77. Por último cita de nuevo el
pesebre para motivar la pobreza de las hermanas: «Fíjate
en el principio de este espejo, que es la pobreza de quien
fue reclinado en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh ad­
mirable humildad, oh asombrosa pobreza: el Rey de los án­
geles, Señor de cielo y tierra, reclinado en un pesebre!”»™.

; O . Jn U S : 17.5: Flp 2.6-11.


74 Jn 1.17: «Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por
medio de Jesucristo».
75 Jn 1.18.
7,1TesCI 45: d ‘. Le 2.12.
77RegCI 2.25.
7s4 (’ta('l 19-21: el. Le 2.12; Mt 11.25.
-3 9 -

Clara sigue a San Francisco, que ha afirmado la Encar­


nación del Logos: «Esta Palabra del Padre, tan digna, tan
santa y gloriosa, la anunció el altísimo Padre desde el ciclo,
por medio de su santo ángel Gabriel, en el seno de la santa
y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera
carne de nuestra humanidad y fragilidad»79. Y con la En­
carnación Francisco confiesa la doble naturaleza de Cristo
y la verdad de la carne del Hijo de Dios: «Y como ellos
[Apóstoles] con la visión de su carne solo veían su carne
[de Jesús], pero creían que él era Dios, contemplándolo con
ojos espirituales»**0. La Encarnación es posible por el amor
del Padre, siguiendo a Pablo y a Juan: «Y te damos gracias
porque, así como por tu Hijo nos creaste, así por tu santo
amor, con que nos amaste, hiciste que él, verdadero Dios y
verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen
beatísima Santa María, y quisiste que fuéramos redimidos
nosotros cautivos por su cruz y sangre y muerte»81; o tam­
bién: «Del cual Padre la voluntad fue tal que su Hijo, ben­
dito y glorioso, que nos dio y nació por nosotros, se ofreció
a sí mismo por su propia sangre, como sacrificio y hostia
en el ara de la cruz»82. Y, además, lo ha escenificado: «Con
preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefa­
ble alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fies­
tas de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo,
se crió a los pechos de madre humana. Representaba en su
mente imágenes del niño, que besaba con avidez; y la com­
pasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le
hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los
niños. Y era este nombre para él como miel y panal en la
boca»82. Este es el marco de comprensión de Clara, cuando
afirma la pobreza de su nacimiento.

2C’(aF 4.
'"Adm 1.20; el'. X-9.
Sl RegNB 23.3; el. -In 17,26.
": 2CtaF 11: d'. SalVM 2; OIP 153.7.
* 2C d IW: cf. El relato en C reado: IC'el X4-X7:1.M 111.7; Flor 75,
-4 0 -

2.1.2. Jesús pobre y siervo


La segunda afirmación de Clara sobre el Hijo de Dios
es: «...pobre vivió en el siglo»84.

Io. Jesús pobre


A) La familia de Jesús no pertenece al pequeño grupo
de gente acomodada, sino al común de las familias de su
pueblo que se ganan el pan con el sudor de su frente. Por
eso es probable que Jesús vaya a Scforis y Tiberíades para
trabajar en su construcción, obras promovidas por Herodes
Antipas y en donde se necesitan muchos hombres y oficios
para edificarlas. Se entiende así mejor las afirmaciones de
Marcos y Mateo: Jesús es «carpintero» e «hijo del carpin­
tero»88. Jesús aprende el oficio de José y se cualifica en
este duro trabajo como tekton, y con el nivel de conoci­
mientos requeridos para esta profesión, que no son preci­
samente pocos.
Vivir del trabajo, que no de un patrimonio grande, su­
pone en este tiempo pertenecer al pueblo sencillo y pobre
de Palestina. Es significativo lo que escribe Lucas sobre
la purificación de María por dar a luz a Jesús. Sacrifican,
según la ley, un par de tórtolas o dos pichones, que es el
sacrificio de los pobres. Si bien es cierto que los artesanos
con trabajo no se equiparan a las personas asalariadas de
la agricultura y ganadería, o a los que están en medio de
la plaza para ser contratados, o a los que se ven forzados
a profesiones viles y al bandidaje, o padecen una situación
de esclavitud o enfermedad86. La familia de Jesús no per­
tenece a este grupo de gente sometida a una existencia hu­
millante, que pulula en las entradas de las ciudades o en

'•TcsC'l 45.
” Mt 15.55; Me 6.3; cf. Gen 15.1').
'"CT. u - 2.24: Lev12.7-8; Mt 20.1-6.
-4 1 -

los caminos de Palestina pidiendo limosna para sobrevivir.


Sin embargo, su posible estado económico está continua­
mente expuesto a los imponderables sociales, para los que
no existe defensa alguna, como pueden ser las guerras y
los impuestos que acarrean, la feroz política de los arren­
damientos. o la simple inestabilidad climática, que con fre­
cuencia obliga a empeñarse a los campesinos y a los
oficios que dependen de la agricultura*7.
La imagen que da Jesús en su ministerio está muy ale­
jada de la austeridad de Juan Bautista c incluso se opone
a ella. Alrededor de Jesús hay mujeres que le asisten con
sus bienes en pleno ministerio; recibe ayuda para celebrar
la última cena; come en la casa de Pedro o en su casa de
Cafarnaún; cuida de que sus discípulos o la gente se ali­
menten y él mismo visita a personas acomodadas88. No es,
pues, un asceta que fustiga los males de la sociedad vi­
viendo con extrema penitencia y alejado de la gente. En
las enseñanzas supone la pacífica posesión de bienes. Hay
que cumplir el cuarto mandamiento cuando los padres lo
necesitan, ayudar a los pobres, dar buena parte de lo que
se posee, prestar dinero sin la esperanza de recuperarlo,
porque de las cosas propias se puede disponer según la
propia voluntad89.
Santa Clara parece que contempla esta dimensión de la
vida de Jesús cuando recomienda que se trabaje para ga­
narse la vida. Para ello reglamenta lo mismo que San Fran­
cisco: «Las hermanas, a quienes el Señor ha dado la gracia
de trabajar, ocúpense, después de la hora de tercia, con fi­

K MARTÍN!-:/. FRESNEDA. Jesús 53-54.


* cr. Me 1.6-7: Mt II.IX: Le 8.3: 10.38-34: Me I4,l4-15par; d'. Me 1.20-30: cf. Mt 4.13; Me
6.3 1par; l.e 13.24-27; Mt 7.22-23.
H"cr. Me 7.4- Hipar: Mt 6.2; 25.40; Le 10.8-9; Mt 10.10-13: Le 6.30.34; Mt 5.42: . Mt 20.15.
"" RegCI 7.1-2; RegB 5.1-2: «Los frailes a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, trabajen
fiel y devotamente, de tal suerte que. desechada la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el es­
píritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir»; cf. RegNB
7.3.11- 12; Chiara 3. 5 11-326.
-4 2 -

delidad y devoción, en un trabajo decoroso y de utilidad


común, de tal manera que, evitando la ociosidad enemiga
del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y de­
voción, al cual deben servir las demás cosas temporales»90.
Clara insiste en el Testamento que se trabaje solo para
vivir, que no para acumular, impulsada por su permanente
voluntad de seguir a Cristo pobre: «Las hermanas miren
mucho y guárdense siempre de adquirir ni recibir, en torno
al sobredicho lugar, más terreno del que exigiese la nece­
sidad precisa para huerto donde se cultiven las hortalizas.
Y si tal vez, para el decoro y el aislamiento del monasterio,
conviene tener más terreno fuera de la cerca del huerto, no
permitan que se adquiera más del que exigiese la necesi­
dad precisa»91. El trabajo, pues, es una gracia de Dios para
beneficio de los demás; vienen de Dios los dones exclusi­
vamente para beneficiar a las hermanas: «Las hermanas
podrán tener también manteletas para comodidad y decoro
del servicio y del trabajo»92.

B) Otra situación sucede cuando Dios envía a Jesús a


predicar el Reino a sus conciudadanos, elegidos por Dios
como el pueblo preferido entre todos los pueblos de la tie­
rra. Es cuando abandona su familia y comienza la itine-
rancia que marca su ministerio. En este «no tiene donde
recostar la cabeza»93, que refleja una disponibilidad total
a Dios y a su gente, y le lleva a morir fuera de su casa, fa­
milia y ciudad94. El abandono y falta de sitio en la sociedad
lo evoca la tradición de su nacimiento en una cueva, por-1

11 TcsC’l 53-54: d \ RcgCI 6.14-15.


RegCI 2.16: Chiara 3.144-147.
1,1 Le 9.58: Mt 8.20.
1,4 el". Me 15,22par: Heb 13.10-12: «Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a eomer
los que dan eulto en el tabernáculo: porque los cuerpos de los animales, cuya sangre lleva el sumo
sacerdote para el rito de la expiación, se queman fuera del campamento: y por eso Jesús, para con­
sagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la puerta».
-4 3 -

(|iie sus padres «no habían encontrado sitio en la posada»91*.


Es vivir «en el aire» en una perspectiva socioeconómica,
y dependiente de Dios para estar pendiente de los pobres.
Solo Dios basta para vivir, por su cercanía próxima o su
presencia creciente en la historia96. Así, envía a sus segui­
dores inmediatos a la predicación exigiéndoles abandonar
la familia y repartir los bienes97*.Incluso añade que dicha
renuncia será recompensada por Dios9K, por lo que hay que
excluir toda preocupación por el sustento diario99. Se ma­
nifiesta la nueva condición social de la nueva familia que
Jesús inaugura fundada en la voluntad de Dios y en la es­
cucha de su palabra100.
Y es en esta familia de Dios donde se mueven Francisco
y Clara. En la nueva familia siguen a Jesús y asimilan su
doctrina en la escucha de la Palabra en la Eucaristía. ¿Cuál
es la doctrina de Jesús? ¿Qué ha enseñado sobre la pobreza
y la riqueza, sobre la codicia y la providencia divina?
¿Cómo lo han recibido, adaptado y transmitido las comu­
nidades cristianas primitivas? Esta va a ser la verdadera

Le 2.7.
'6 Le 12.30-31: «La gente del mundo se afana por todas esas cosas, pero vuestro Padre sabe que te­
néis necesidad de ellas. Buscad más bien su reino, y lo demás se os dará por añadidura»: el. Mt
6,33; Adm 19.1-2: «Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor, cuando es engrandecido y
exaltado por los hombres, como cuando es tenido por vil. simple y despreciado, porque cuanto es
el hombre delante de Dios, tanto es y no más».
" Cf. Me l.I6-20par; RegB 2.5-6: «... díganles la palabra del santo Evangelio (el. Mt 19.21 par),
que vayan y vendan todas sus cosas y procuren distribuirlas a los pobres. Lo que si no pudieren
hacer, bástales la buena voluntad»; cf. RegNB 1.2: 2.4: les 16; RegCI 2.8-9: «Y si fuera idónea, dí­
gasele la palabra del santo Evangelio, que vaya y venda todas sus cosas y se aplique con empeño a
distribuirlas a los pobres (cf. Mt 19.21 par). Si esto no pudiera hacerlo, le basta la buena voluntad».
m Me 10.28-30par: «Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido". Jesús dijo: “En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o her­
manas. o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo,
cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y
en la edad futura, vida eterna"».
,wCf. Le 12.22-31: Mt 6.25-34.
100 Me 3.3l-35par: «Llegan su madre y sus hermanos y. desde fuera, lo mandaron llamar. La gente
que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te
buscan». El les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban
sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios,
ese es mi hermano y mi hermana y mi madre"».
1111Cf. Mt 5.3; 11.5; Le 4.18; 6.20:7.22: RegNB 9,2: «Y deben gozarse cuando conviven con personas
viles y despreciables, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos junto al camino»;
cf. 7.8.
-4 4 -

fuente de Clara y Francisco, como observaremos en los


paralelos que reflejan sus escritos del Evangelio. Por ello,
leer y escuchar la enseñanza neotestamentaria es muy im­
portante para comprender el alcance de sus pretensiones.
Jesús se dirige a los pobres como pertenecientes a su
propio ámbito. El Reino incorpora a los pobres, porque es
para los pobres. Los pobres son a los que se les anuncia la
Buena Nueva y a los que se les destina el Reino101. El
Reino también lo abre a los pequeños y a los mansos, en
definitiva, a los sencillos y humildes; son los menores en
tiempos de Francisco y Clara. Lucas resalta esta actitud en
el cántico de María, que ensalza la grandeza de Dios por­
que se ha fijado en su humilde esclava102. Jesús asume ante
Dios y ante los hombres esta forma de ser: «Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga
ligera»102. Estar bajo el paraguas de Dios, puesto su cora­
zón en El, rendido a El, lo recomienda vivamente a los que
le siguen, dando una severa advertencia al engreimiento
personal que conlleva el desprecio de los demás, sobre
todo de los pobres y los pequeños, hijos predilectos de
Dios104.
Al margen de la actitud humana que revela esta posi­
ción ante Dios y los hombres con un estilo peculiar, los
pequeños forman el grupo de personas que pertenecen a
una condición humana no valorada en la sociedad, como
son los niños, los ancianos, las mujeres, los esclavos,
además de los enfermos obligados a vivir de la limosna,
pues se les considera como gente inmadura e irresponsa-

"-C T Le 1.38.48.52.
"“ Mi 11.28-30; el. Jer 6.16.
"MCT. Le 1.52-53; 14.11; 18.14.14.11: Mt 18.4.23.12.
—45-

ble y, por consiguiente, no pueden esgrimir su dignidad


humana para comprenderse y ser valorados como las
demás personas, sujetos de deberes y derechos. Todos
ellos conforman un ámbito de indefensión que les hace
dependientes de un «amo» al cual le deben el sustento y
la vida. Por eso no extraña la frase de Jesús y la consi­
guiente exhortación comunitaria: «Le traían niños para
que los tocase, y los discípulos los reprendían. Jesús, al
verlo, se enfadó y dijo: “Dejad que los niños se acerquen
a mí; no se lo impidáis, porque el Reino de Dios perte­
nece a los que son como ellos. Os lo aseguro, quien no
reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en
él”» 105. Así amenaza Jesús a quien los escandalice, y pro­
mete el Reino a quien les haga el bien106.
Pero ser niño, pequeño, significa para Jesús no solo una
etapa de la vida humana, sino también una forma de ser
marginal como refiere el siguiente relato. En una discu-sión
entre los discípulos sobre quién era el más grande entre
ellos, Jesús les dijo: «Si uno aspira a ser el primero, sea el
último y servidor de todos. Después llamó a un niño, lo
colocó en medio de ellos, lo acarició y les dijo: “Quien
acoja a uno de estos niños en atención a mí, a mí me acoge.
Quien me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me
envió"»107. Tomar conciencia de lo pequeño que se es,
posición que los grupos dominantes religiosos y económicos
se encargan de recordar externamente, hace que esta con­
dición de ser descubra a un Dios Soberano y Padre pre­
ocupado por proteger a los pequeños con su benevolencia y
justicia por las que les restituye su humanidad en el
Reino. Jesús lo recomienda a sus discípulos: «No temas,
pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien

,m Me 10,13-16par.
""'Cf. Me 9.42par.
1117 Me ‘),33-37p;ir: el'. Mi 10.40.
-4 6 -

daros el Reino»i()X. Recomendación que contrasta con la


severa advertencia que da a los que aseguran sus vidas en
las riquezas, además de originar la pobreza, lo que le hace
exclamar: «¡Qué difícil es que los ricos entren en el Reino
de Dios!»109. Más les valdría depositar la existencia en un
Padre que atiende a toda su Creación y mima a los segui­
dores de Jesús: «... vuestro Padre sabe que os hacen falta
[comida y bebida]. Basta que busquéis el Reino de él y lo
demás os lo darán por añadidura»1101.
La actitud de Jesús y su cuidado y defensa para con los
pobres y los pequeños se resume en la bienaventuranza de
los pobres, donde sienta las bases del porqué los bendice:
«Dichosos los pobres, porque el Reino de Dios les perte­
nece»1". El pobre pasa de maldito a la cercanía de Dios.
Dios se ha fijado en su desamparo, lo que hace que se fíe
y confíe en Él. La paradoja de que los pobres serán dicho­
sos no es por la pobreza, pues esta no constituye un estado
de felicidad, sino porque Dios va a reinar de inmediato:
«Yo sé que el Señor defiende al oprimido y hace justicia
al pobre»"2. Entonces recuperará su dignidad humana.
Jesús lo demuestra: los pobres son los primeros a los que
se les anuncia esta era de gracia y los primeros que hay
que invitar frente a los que presuntamente tienen derecho
al banquete, como sucede con Lázaro , o con aquellos que
son capaces de cambiar de vida como Zaqueo"3.
Mateo añade que la felicidad es también para los pobres
«de espíritu»"4. Del estado de pobreza se desplaza el sen-

Le 12,32; el . Jn 10,31; 21.15-17.


""M e I0,23par; cL I.c 12,13-21.
""L e 12.30-31.
111 Le 6,20; el. Is6 5 .l3 s; Mi 5,1-5
Sal 140.13.
111Le 4.17-19: «Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde
estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evan­
gelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista: a poner en libertad
a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”»; cf. Is 61,1-2; Le 16.19-31; 19,1-10.
111 Mt 5.3; cf. Adm 14,1-4: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos» (Mt 5.3). Hay muchos que, perseverando en oraciones y oficios, hacen muchas absti-
-4 7 -

litlo a la actitud humana de inferioridad: la humildad. En-


lonces la sumisión de los pobres a Dios se contrapone a la
arrogancia de los prepotentes que cierran su corazón a las
necesidades de su prójimo y se alejan de la voluntad di­
vina. Está en la línea de la humildad que se exige a los que
desean entrar en el Reino y Clara afirma en su misiva a
Inés de Praga citada antes1ls.
La tercera bienaventuranza de Mateo: «Dichosos los
desposeídos, porque heredarán la tierra» es una concreción
de la de los pobres y una cita del Salmo 37 , se relaciona
con la afabilidad y está lejos ele la violencia1K\ Los pobres
de espíritu y los desposeídos comprendidos como toleran­
tes comportan una triple dirección: hacia Dios siendo obe­
dientes y sumisos, hacia la tierra utilizando sus bienes, y
hacia el prójimo evitando cualquier brote de rechazo o ale­
jamiento. Recibirán el Reino, porque constituyen en la ac­
tualidad el auténtico interés de Dios; poseerán la tierra,
porque gozarán en el futuro de los bienes que lleva consigo
el Reino: «disfrutarán de una gran prosperidad», como ter­
mina el Salmo 37. Por una causa y por otra vivirán la paz
de la gente afable, modesta, benigna, en definitiva, la que
experimenta la humilde confianza en Dios y no se irrita
por el progreso de la maldad.
«Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque os sa­
ciaréis»117. La causa del cambio de esta situación desespe­
rada está en Dios: El quiere colmar a aquellos que confían
en su justicia, y que no se hundan en las condiciones so­
ciales que ponen en peligro la vida. Dios representa, en­
tonces, lo que acrecienta sus fuerzas para salir del estado *1

nencias y mortificaciones en sus cuerpos, pero por una sola palabra -que parece ser injuria de sus
cuerpos-, o por alguna cosa que se les quitara, escandalizados en seguida se perturban, hstos no
son pobres de espíritu; porque el que verdaderamente es pobre de espíritu se odia a sí mismo y ama
a aquellos que lo golpean en la mejilla (cf. Mt 5.39)».
11■Cf. 4CtaCI 22."
1.6 Mt 5.5; cf. Sal 37.11; Mt 11.29; 2 1.5.
1.7 Le 6.21.
-4 8 -

de postración. La bienaventuranza arranca de la voluntad


divina, de su decisión de crear una nueva relación con su
criatura en la que no se darán estados y situaciones que
pongan en peligro su existencia. La nueva relación se es­
tablecerá muy pronto; es inminente. Por ello Jesús sacia
el hambre de la multitud y avisa a los que están saciados
que, por desconocer las necesidades ajenas, pueden verse
vacíos al término del tiem po"8.
A las bienaventuranzas se añade la advertencia que hace
Jesús sobre los peligros que trae consigo la riqueza y el
poder que ella genera, sobre la que no debe nunca fundarse
cualquier proyecto de vida. Se evidencia en la petición de
los hijos de Zebedeo para ocupar los puestos más impor­
tantes en el futuro Reino y el eco que suscita en los discí­
pulos*119. Hay que cambiar la riqueza y el poder por el
servicio para orientar la vida según el Reino, servicio que
es el sacramento del am or120. Jesús lo avisa cuando el rico
declina su invitación a seguirle por la riqueza que poseía:
«¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil
para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un
rico entrar en el Reino de Dios». Porque «nadie puede
estar al servicio de dos amos, pues u odia a uno y ama al
otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No podéis
estar al servicio de Dios y del Dinero»121.
Junto a la riqueza avisa de la codicia. Ella conduce a
que el hombre sea poseído por las riquezas, de forma que
pierde su libertad al ponerse a merced del dinero, un dios
al que se le entrega la vida. Pierde su ser. Por eso la codicia

lls Cf. Le 9.10-17par: 6.25; F. MARTÍNEZ FRHSNEDA. Jesús 174-193.


119Cf. Me 10.35-45; cf. Mt 20.24 28: Le 22.24-27.
120 RegNB 4.6; 6.3-4: «Porque el Hijo del hombre no ha venido u ser servido, sino a servir y dar su
vida en rescate por muchos» (Me 10.45); «Honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como
a ti mismo» (Mt 19.19). «Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: No vine a ser servido
sino a servir (Mt 20,28). y que les ha sido confiada la solicitud de las almas de los frailes, de las
que -si algo se perdiera por su culpa y mal ejemplo- en el día del juicio tendrán que dar cuenta (cf.
Mt 12.36) ante el Señor Jesucristo»; «Y ninguno sea llamado prior, sino que todos umversalmente
sean llamados frailes menores. Y el uno lave los pies del otro (cf. Jn 13.14) »; cf. Adm 4.2.
121 Me I0.25par: Le 16.13: Mt 6,24.
-4 9 -

es una idolatría122. Aquí radica el principio del mal de las


riquezas. Después se añade otro no menos importante. El
que está sujeto al dinero desconoce las necesidades de los
que le rodean y pasa con facilidad a su explotación. En­
tonces lo que es un don de Dios, la posesión de los bienes,
se convierte en un signo diabólico, porque esta riqueza se
crea y se alimenta con el hambre de los hombres, en defi­
nitiva, por la explotación de los pobres. Para evitar esto,
Jesús aconseja introducir en el horizonte vital a los margi­
nados: «Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invi­
tes a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos
ricos [...]. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisia­
dos, cojos y ciegos»'23. Por eso Francisco aconseja en la
experiencia antropológica de la fe: «Donde hay pobreza
con alegría, allí no hay ni codicia ni avaricia»124.
Otro aspecto de las riquezas es cuando se relacionan
con el límite que la muerte pone a la vida. Los bienes no
fundamentan su durabilidad. En primer lugar, porque la
seguridad de la vida depende de Dios, y no del que la dis­
fruta y de lo que posee. Un hombre recoge una gran cose­
cha y proyecta cambiar todos los graneros. Y piensa:
«Querido, tienes acumulados muchos bienes para muchos
años; descansa, come y bebe, disfruta. Pero Dios le dijo:
¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida. Lo que has pre­
parado ¿para quién será? Pues lo mismo es el que acumula
para sí y no es rico para Dios»125. El hombre por su trabajo

Adm 18,2: «En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación,
la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría» (Col 3.5): « Bienaventurado el
siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque el que reservare algo para sí. esconde
en sí el dinero del Señor sn Dios (Mt 25.18) y lo que calculaba tener, le será quitado (Le 8.18)»;
cf.Adm 4.3).
' " Le 14.12-14; RegNB 17,17: «Y devolvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y
reconozcamos que todos los bienes son de Él y démosle gracias por todos a Él. del cual proceden
lodos los bienes»; Ad 11,4: «Y es bienaventurado aquel a quien no queda nada para s{.pagando al
( ésar lo que es del César, v a Dios lo que es de Dios (Mt 22. 2 1)»; Adm 19.1: «Bienaventurado el
siervo que no se tiene por mejor, cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, como cuando
es tenido por vil. simple y despreciado».
I MAdm 17.3.
|,s Le 12.16-21; cf. Sant 4.13-15; Mt 6.19-21; Ap 3 .17s.
-5 0 -

y por Dios recibe un bien, pero en su interior cambia el


sentido del don por la actitud de posesión originada por la
avaricia que se explicita en un monólogo egoísta y hedo-
nista. Se apropia lo que la cosecha comporta de gracia.
Habla solo con los bienes con los que planifica su futuro,
y prescinde de toda la realidad. Descuida lo que avisa el
Salmo: «Me concediste unos palmos de vida, mis días son
como nada ante ti. “El hombre no dura más que un soplo;
el hombre se pasea como un fantasma; por un soplo se
afana, atesora sin saber para quién”» 126. La insensatez se
revela cuando aparece la muerte anunciada por una voz
que proviene de fuera y le pregunta sobre el futuro de lo
que ha acumulado. Ya lo ha recordado Lucas poco antes:
«¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si
se pierde y se malogra él?»127*.La vida es un regalo; es un
don. El hombre es administrador y responsable de ella, y
los bienes no bastan para eternizarla, ya que, al final, ter­
minan perdiéndose, o pasando a otros; en cualquier caso
no son para el propietario. Es uno de los avisos más im­
portantes de Erancisco: «... porque cuanto cada uno es
delante de Dios, tanto es y no más»l2s. Más vale atesorar
para Dios, es decir, el dinero que pasa a los demás porque
se dialoga con ellos: el dinero dado y distribuido; y deste­
rrar el ansia y avaricia de la acumulación: «No andéis bus­
cando qué comer y qué beber; no estéis pendientes de ello
[...] vuestro Padre sabe que os hace falta. Basta que bus­
quéis el Reino de Él, y lo demás os lo darán por añadi­
dura»129. Esto es hacerse rico para Dios, ya que puede
cambiar la situación de esta vida con la muerte. Lucas lo
describe en la parábola sobre el rico y el pobre Lázaro130.

Sal 39.6-7: el. Job 7.16.


Le 4.25.
I> Atlm 19.2: BUENAVENTURA. LM 6.1.
Le 12.29-31; Mt 6.31-33.
“"C f. Le 12.21; 16.19-31.
-5 1 -

E1 Evangelista traza un cuadro en el que se dibuja la com­


pensación en el más allá. Se da un cambio drástico del rico
que banquetea y se divierte en esta vida por una situación
de tormento y desgracia, y del pobre que yace a su puerta,
enfermo y llagado, a un espacio de gracia en el seno de
Abrahán. En el caso del rico parece que Dios está con él;
justamente todo lo contrario aparenta suceder con el pobre,
expresión de la indigencia y de la lejanía divina. Pero hay
una advertencia previa que hace Jesús a los «amigos del
dinero» y Lucas la resalta en las bienaventuranzas y ma­
laventuranzas que recorren las páginas evangélicas: Dios
es capaz de cambiar las situaciones históricas de los hom­
bres expresadas en la riqueza y la pobreza, en el poder y
la debilidad, en el pecado y la gracia131.
En los hechos analizados no se da una visión de la ri­
queza y la pobreza en términos absolutos, y menos una va­
loración por sí mismas, que sean buenas o malas en esta
vida, malas o buenas en el más allá. No hay una cataloga­
ción moral al margen de la historia. Son las situaciones con­
cretas las que determinan la prohibición y maldad de la
posesión de los bienes, y corresponde a cuando se erigen en
dioses y sus poseedores vuelven la espalda a Dios y a los
necesitados, o provocan situaciones inhumanas. En estos
casos Dios reacciona cambiando las condiciones de vida o
condenando. Tampoco es válida la renuncia sin más a los
bienes para alcanzar una supuesta paz interior anulando los
deseos y sentimientos que provocan las riquezas. Las aspi­
raciones de los filósofos estoicos y cínicos no entran dentro
del horizonte de actuación de Jesús. Este vive y enjuicia las
posiciones de los hombres por el Reino, por la cercanía de*lo

l!l Ix 16,14; RegNB 6,2; cf. 10.1: «Mas el ministro procure proveerles de tal manera, como él
mismo querría que se le hiciese, si estuviera en un caso semejante»; RegB 6.9: «Y. si alguno de
ellos cayere en enfermedad, los otros frailes le deben servir, como querrían ellos ser servidos (cf.
Mi 7.12)»; Adm 18.1-2: «Bienaventurado el hombre que sufre a su prójimo según su fragilidad, en
lo que querría ser sufrido por él. si estuviera en caso semejante. Bienaventurado el siervo que de­
vuelve todos los bienes al Señor Dios, porque el que reservare algo para sí. esconde en sí el dinero
del Señor su Dios (Mt 25,18) y lo que calculaba tener, le será quitado (Le 8,18)»; cf. 24,1.
-5 2 -

la bondad de Dios que trueca las circunstancias para salvar


a los que no tienen o se les ha despojado de su esperanza,
porque sus obras tienen repercusión en el más allá.

C) Hemos concentrado en los apartados anteriores todo


lo referente a Jesús pobre y su defensa de los pobres y de
los pequeños, su bendición de Dios, que está en contra de
los potentados, bendición que se extiende a los desposeí­
dos, a los hambrientos. También acentúa Jesús el peligro
de la riqueza y su acumulación, de la codicia, que trans­
forma al hombre en un lobo para su semejantes. La vida y
la enseñanza de Jesús sobre la pobreza en su ministerio en
Palestina, fundamentalmente en Galilea, ha sido también
el paradigma de Francisco para encontrar el centro del
Evangelio. Sus textos citados junto a los de Jesús es una
prueba de su seguimiento. Pues bien, Clara mantiene con
Francisco el radicalismo de la pobreza de Jesús, y su estilo
de vida y doctrina reproduce en clave femenina la vida del
Poverello.
Clara dice en el Testamento: «Después, escribió [Fran­
cisco] para nosotras una forma de vida, sobre todo para que
perseveráramos siempre en la santa pobreza. Y no se con­
tentó con exhortarnos durante su vida con muchas palabras
y ejemplos al amor de la santísima pobreza y a su obser­
vancia, sino que nos entregó varios escritos para que, des­
pués de su muerte, de ninguna manera nos apartáramos de
ella, como tampoco el Hijo de Dios, mientras vivió en el
mundo, jamás quiso apartarse de la misma santa pobreza.
Y nuestro bienaventurado padre Francisco, habiendo imi­
tado sus huellas, su santa pobreza que había elegido para
sí y para sus hermanos, no se apartó en absoluto de ella
mientras vivió, ni con su ejemplo ni con su enseñanza»'32.

TesCI 33-36: e l. RegCI 8: Chiara 3. 337-353; IIV 2.2 I .


-5 3 -

Por consiguiente, Clara sigue a Francisco y los dos a


Jesús en su ministerio, comprendiendo la forma de dicho
ministerio como una vida o un estilo evangélico que se re­
duce a la pobreza, o la pobreza es la fuente de la vida evan­
gélica. Ella es el marco desde donde va a leer la vida de
Jesús y la Buena Noticia de la salvación. La Regla co­
mienza también así: «La Sede Apostólica suele acceder a
los piadosos deseos y satisfacer con benevolencia las ho­
nestas peticiones de quienes elevan a ella sus preces.
Ahora bien, por vuestra parte se nos ha suplicado humil­
demente que confirmáramos con autoridad apostólica la
forma de vida que os dio el bienaventurado Francisco y
que vosotras aceptasteis espontáneamente, según la cual
debéis vivir comunitariamente en unidad de espíritus y con
el voto de altísima pobreza»131. Y Clara justifica su estilo
de vida de pobreza al relacionarla no solo con Jesús, sino
también con su madre María: «siguiendo las huellas del
mismo Cristo y de su santísima Madre» y con Fran­
cisco: «... y corroboramos con la protección del presente
escrito la forma de vida y el modo de santa unidad y de al­
tísima pobreza, que vuestro bienaventurado padre san
Francisco os dio de palabra y por escrito para que la ob­
servarais, anotada en las presentes letras»134.
El estilo de vida pobre introduce la pobreza en la es­
tructura de la Orden, como en Francisco, distanciándose
de la costumbre tradicional del voto de pobreza en las Or­
denes Religiosas. El voto, por lo general, se reserva a las
personas; la institución religiosa, por el contrario, puede
poseer bienes para asegurarse la vida y el trabajo de los
religiosos. Dichos bienes cubren las expectativas de vida
sobre todo de las órdenes contemplativas; los bienes de la
vida religiosa activa aseguran la formación de los predi-

1-5 RegCl Bula Inocencio IV: Chiara 3. 21-38: el. 2Cor 8.2.
I?J bíd.
-5 4 -

cadores y misioneros de una manera especial. Se puede


comprender la lucha de Clara para mantenerse en la opción
de no poseer nada como comunidad religiosa, siguiendo
la vida itinerante de Jesús y María, que tan de cerca camina
Francisco, su verdadero espejo donde contempla a Jesús.
La Leyenda de Perusa cuenta que Clara, al encontrarse
muy enferma, desea ver a Francisco antes de morir. Al
no poder ir a San Damián, «le dio por escrito su bendición
y la absolución de todas las faltas posibles a sus órdenes y
deseos y a los mandamientos y deseos del Hijo de Dios
[...] Y dijo al hermano que Clara había enviado: “ Ve y
lleva este escrito a la señora Clara. Le dirás que no sufra y
esté triste, porque no puede verme ahora; pero que esté se­
gura de que, antes de su muerte, ella y sus hermanas me
verán y les proporcionaré un gran consuelo”» 115. Este es
el contexto del escrito de Francisco dirigido a Clara y que
transcribe en el capítulo sexto de la Regla titulado: «No
tengan posesiones»115: «“Yo, el hermano Francisco, peque-
ñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza del altísimo Señor
nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar
en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os doy el
consejo de que siempre viváis en esta santísima vida y po­
breza. Y protegeos mucho, para que de ninguna manera os
apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de al­
guien”» 117.
Lo primero que le dice Francisco a Clara es su fidelidad a
Cristo y María pobres, que ha dado pleno sentido a su vi­
da, y desea perseverar en ella no obstante esté ya en el
lecho de muerte. Después, Francisco exhorta a Clara y a
toda la fraternidad de San Damián a que también mantenga
la fidelidad a la pobreza, aunque como sabe Francisco y

LegP 13
RegCI 6.7-9
UlVol 1-3.
-5 5 -

Clara estén empeñados desde las más altas instancias de


la Iglesia y de la Orden que tal género de vida es inviable
para ellas, que están recluidas en un convento. De hecho
Clara escribe después en este sentido a Inés de Bohemia:
«De nadie te fíes ni asientas a ninguno que quiera apartarte
de este propósito...»; «Si alguien te dijere o sugiriere algo
que estorbe tu perfección, o que parezca contrario a tu vo­
cación divina, aunque estés en el deber de respetarle, no
sigas su consejo...»138.
En el párrafo que continúa en este capítulo de la Regla
exige Clara la fidelidad de las hermanas que perpetuarán
este compromiso, y enmarca la experiencia evangélica den­
tro del cuerpo jurídico que legisla la vida de las hermanas.
«Y así como yo siempre he sido solícita, junto con mis
hermanas, en guardar la santa pobreza que hemos pro­
metido al Señor Dios y al bienaventurado Francisco, así
también las abadesas que me sucedan en el oficio y todas
las hermanas estén obligadas a observarla inviolablemente
hasta el fin: a saber, no recibiendo o teniendo posesión o pro­
piedad por sí mismas ni por interpuesta persona, ni tam­
poco nada que pueda razonablemente llamarse propiedad, a
no ser aquel tanto de tierra que necesariamente se requiere
para el decoro y el aislamiento del monasterio; y esa tierra no
se cultive sino como huerto para las necesidades de las
mismas hermanas»139. Clara recibe la herencia de Fran­
cisco, le ha sido fiel con sus hermanas y desea que esa
fidelidad permanezca en las responsables de la fraternidad
para acentuar la dimensión comunitaria de la pobreza. No es
una cuestión exclusiva de Jesús, María, Francisco y Cla­
ra, es una experiencia fraterna enraizada en la comunidad
cristiana prim itiva140 continuadora de la vida de Jesús *1

' 2CtaCl 14.17.


■ RegCI 6.7-15: cf. TesCI 16.34.4(1.42.46.57-55
1 Hech 2.42-45: «Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción
del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado y los apóstoles hacían muchos pro-
d isiios v sismos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común. Los creyentes vivían
-5 6 -

y sus discípulos141 y, por consiguiente, comunitariamente


debe proseguir en la historia. Francisco y Clara la actuali­
zan, y las abadesas adquieren dicha responsabilidad en el
ámbito de la vida clariana. La inviolabilidad de la vida de
pobreza se une a la inviolabilidad de la fidelidad a la Or­
den, para asegurarse el cumplimiento de este mandato en
unión con los seguidores de Francisco, que deben velar
para que sea efectivo: «Y así como al principio de su
conversión, junto con sus hermanas, prometió obediencia
al bienaventurado Francisco, así promete guardar in­
violablemente esa misma obediencia a sus sucesores»142.
Clara deja a las hermanas una tierra que sirva para su
aislamiento y para su sustento diario. Así se desliga de las
abadías donde las grandes extensiones de terrenos cultiva­
bles cosechaban bienes para su venta y comercio y cuyos
beneficios pasaban a fortalecer la potencia económica y
social del monasterio. Es curioso que conforme pasa el
tiempo Clara radicaliza la vida de pobreza y cambia el pen­
samiento sobre el terreno que en la Regla permita tener a
las hermanas para su alimentación. Dice en el Testamento
que solo pueden cultivarlo en caso de extrema necesidad:
«Con todo, tanto la que esté entonces en el oficio [la aba­
desa] como las otras hermanas sean solícitas y providentes
para que, en torno del sobredicho lugar, no adquieran o re­
ciban más terreno del que exija la extrema necesidad como
huerto para cultivar hortalizas. Y si en algún lugar con vi-

todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según
la necesidad de cada uno».
Ml Le 10,1-9: «Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de
dos en dos. a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante
y los obreros poeos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en ca­
mino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias;
y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa” .
Y si allí hay gente de paz. descansará sobre ellos vuestra paz; si no. volverá a vosotros. Quedaos en
la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis
cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a
los enfermos que haya en ella, y decidles: "Ll reino de Dios ha llegado a vosotros”»; cf. Mt 9.37-
38; Mt 10,7-16; Me 6,8-11; Le 9,3-5; ITim 5,18)
" ’RegCI 1,4.
-5 7 -

nicra tener más tierra fuera de la cerca del huerto, para el


decoro y aislamiento del monasterio, no permitan que se
adquiera ni tampoco reciban sino cuanto exija la extrema
necesidad; y que esa tierra no se cultive ni se siembre en
absoluto, sino que permanezca siempre baldía e in­
culta»141.
Aunque en un determinado momento haya cedido a las
presiones externas debido a la necesidad de poseer patri­
monio para sobrevivir encerradas en un convento, incluso
haya sentido la tentación de la seguridad en los bienes
-« ... y también la fragilidad de las otras, fragilidad que
nos temíamos en nosotras mismas después de la muerte de
nuestro padre san Francisco, que era nuestra columna y
nuestro único consuelo después de Dios, y nuestro apo­
yo» - 144, Clara solicita la confirmación del privilegio de la
pobreza al papa Gregorio IX en el año 1228 dado antes
por Inocencio III en 1216, en la que se reafirma el segui­
miento de Jesús pobre, al estilo de Francisco. He aquí la
versión de I. Omaechevarría: «Es cosa ya patente que, an­
helando vivir consagradas para solo el Señor, abdicasteis
de todo deseo de bienes temporales; por esta razón, ha­
biéndolo vendido todo y distribuido a los pobres, os arres­
táis a no tener posesión alguna en absoluto, siguiendo en
todo la huellas de aquel que por nosotros se hizo pobre,
camino, verdad y vida. De esta resolución no os arredráis
ni ante la penuria, y es que el Esposo celestial ha reclinado
vuestra cabeza en su brazo izquierdo para esforzar vuestro
cuerpo desfallecido, que, con reglada caridad, habéis so­
metido a la ley del espíritu. En fin, en cuanto al sustento y
lo mismo en cuanto al vestido, aquel que da de comer a
las aves del cielo y viste los lirios del campo no os ha de
faltar, hasta el día que, en la eternidad, él mismo se os dé*14

TcsCl 53-55; ef. Chiara 3. 300-310.


114 TesCl 38; ef. LegCl 14.
-5 8 -

pasando de una a otra, esto es, cuando mayor fruición os


ceñirá estrechándoos con su brazo derecho en la visión
plena de él»145.

2o. Jesús siervo


Jesús escucha la voz del Padre en el bautismo de Juan:
«Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto»146. El Padre de­
clara su amor y predilección por su hijo único. Esta predi­
lección se relaciona con la cercanía y amor de Dios que
plenifica la vida de Jesús, lo cual le señala como Hijo
único, el am ado, que en Marcos es posible que evoque el
sacrificio que supone la entrega, ya que Dios Padre se une
a ese hijo predilecto que da la vida para la salvación del
hombre, según su propio designio.
Y Jesús es, además, el siervo: «Mirad mi siervo, a quien
yo sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he
puesto mi espíritu»147, el predilecto de Dios y que le ha ca­
pacitado al darle su Espíritu para devolver la fidelidad y
estabilidad de la alianza entre Dios y los hombres. Esta
alegría divina de haber encontrado a alguien que le res­
ponda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha en­
comendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar
la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testi­
monio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su
vida por todos. La declaración divina puede entenderse
como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada
para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de
aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado,
según señalan las tradiciones. Es lo que más tarde concreta
Marcos para los seguidores de Jesús: «Quien quiera se­
guirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.

145 Escritos, 236-237; ef. “Privilegium paupcrtatis (1216-1228)” , 232-241.


146 Me 1,1 lpar; cf. 12,6.
Is 42.1.
-5 9 -

Quien se empeñe en salvar su vida, la perderá: quien la


pierda por mí y por la buena noticia, la salvará»148. Todo
justo debe una obediencia humana al orden establecido
por Dios. La obediencia de Jesús a Dios, no solo es la del
justo, sino también la que expresa su entrega hasta el límite
de sus fuerzas exigida por el Padre a su condición filial
histórica, porque Jesús, más que justo, es hijol49.
La teofanía se relaciona con el cuarto cántico: «Él, en
cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado
por nuestros crímcncs| ...)cl Señor cargó sobre él nuestros
crímenes»150. Mas este dolor no es en vano: sirve como
mediación para la salvación: «Sobre él descargó el castigo
que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado[...]
mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con
sus crímenes»151. Así sucede con Jesús, y lo manifiestan
los textos de la Última Cena: «Cristo murió por nuestros
pecados según las Escrituras»152; dolor y muerte que son
fuente de salvación para todos: «Durante su vida mortal
dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al
que podía librarlo de la muerte, y por esa cautela fue es­
cuchado. Aun siendo hijo, aprendió sufriendo lo que es
obedecer; ya consumado llegó a ser para cuantos le obe­
decen causa de salvación eterna»151.
La experiencia del dolor nace, pues, de la maldad de los
demás. Jesús, como el siervo, es inocente. No sufre un cas­
tigo por sus pecados. Hay que luchar contra el mal que
hiere la vida de los justos, de la gente. Pero hay otra forma
de afrontar el mal, sobre todo cuando lo sufre una vida ino­
cente. Fijémonos en Jesús. El mal que recibe no lo contesta,*50

lis Me 8.34-35par.
,u Cf. F. MARTÍNEZ FRESNEDA. Jesús. 54-60
50 Is 53.4.6.12.
s| Is 53.5.11.
ICor 15.3: cf. 11.23-26.
M Hch 5.7-9.
-6 0 -

como tampoco el siervo, sino que lo vive en la dimensión


de la solidaridad: «... si entrega su vida como expiación [...]
Mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con
sus crímenes»; «Al que no supo de pecado, por nosotros lo
trató como a pecador, para que nosotros por su medio, fué­
ramos inocentes ante Dios»154*. A estos textos se unen los
correspondientes al testamento de Jesús en la Ultima Cena:
«Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros [...] Esta
copa es la nueva alianza sellada con mi sangre»1"’''. Por con­
siguiente, al dar la vida por amor, Dios lo transforma en
expiación de los pecados del pueblo, en salvación de los
hombres, en el extremo sacrificio impulsado por el amor
para rehacer la vida de los demás. Dios tiene potencia amo­
rosa para recoger el amor de un hijo y aplicarlo a todos sus
hermanos. Por eso el dolor y la muerte de Cristo, vistas
desde Dios, son fuente de salvación.
Pero hay que advertir que la salvación que propicia la
muerte de Jesús no es comprendida de una forma exclu­
siva. Se extiende a toda su vida. Jesús ofrece el pan y el
vino a sus discípulos como símbolo de su vida «que se de­
rrama por todos»1"’6. Se comprende su muerte como su
vida, es decir, como servicio al pueblo para alcanzar su li­
beración y salvación. Esta actitud es su carta credencial
para participar en el banquete final del Reino prometido
por el Señor. La continuidad entre la vida y la muerte de
Jesús se inserta en la cena pascual, que es la última de
toda una serie con las que comparte su vida con los demás,
liberándolos del hambre y del pecado157.
La muerte, pues, es el último acto de una vida transida
por el servicio como sacramento del amor. La reflexión de
Juan acierta con el fundamento de su vida y muerte:

1,1 ls 53,10-11; 2Cor 5 ,2 1: el*. Me 10.45; Rom 4.25.


I5’ ICor 11,24-25; ef. Me 14,24p;ir.
h" Me 10.24.
157 O . Is 25.6: 6.35par; Le 19,9.
-6 1 -

«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por


los amigos», reflexión fundada en el dieho: «Pues este
hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida
como rescate por todos», que se inserta en el contexto de
la misma cena: «¿Quién es mayor?, ¿el que está a la mesa
o el que sirve?, ¿no lo es el que está a la mesa? Pues yo
estoy en medio de vosotros como quien sirve»15*.
Clara contempla a Jesús, pobre y crucificado, que en­
carna la figura del siervo sufriente. Ella está dentro de la
comunidad cristiana, de forma que se sitúa como Jesús
ante el Padre. No es una persona buena y honrada. Clara
parte de una experiencia creyente, y por ella se siente una
hija amada, que dialoga en el amor y alcanza a la Paterni­
dad divina por el seguimiento radical de Jesús, el que la
hace hija de Dios IS9. Imitando a Francisco, entonces se le
aparece Jesús en su espejo de manera espontánea y evi­
dente, y Clara lo sigue sin condición alguna: «La forma de
vida de la Orden de las Hermanas Pobres, forma que el
bienaventurado Francisco instituyó, es esta: guardar el
santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo»160. Clara
cambia «Regla y Vida» de Francisco por «Forma de vi­
da»161 y «Hermanos Menores» por «Orden de las Herma­
nas Pobres». «Forma de vida» indica algo más que un
texto jurídico donde se regula la vida de las Hermanas; es
un estilo de vida que lo conforma el Evangelio, la vida de
Jesús. Clara abre la vida de las Hermanas al nuevo aire que
da Jesús en los Evangelios, como lo entiende Francisco.
«Orden de las Hermanas Pobres» lo aplica a San Damián
y a los monasterios que le estaban unidos, y desaparece

l5KTextos citados: Jn 15.13: Me 10.45: Le 22.27-29.


|v' Gal 4.4-7: «Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, na­
cido bajo la ley. para rescatar a los que estaban bajo la ley. para que recibiéramos la adopción filial.
Como sois hijos. Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “\Ahha. Padre!".
Así que ya no eres esclavo, sino hijo: y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios»:
cf. Ef 1 .5 :.In 20.17).
IM,RegCl 1.1: el. RegNB 1.2.
IM Cf. RegCI 2.13.20.23; 4.5.23: 9.1: 10.1: 12.3.
-6 2 -

después de su muerte. Los Documentos Pontificios escri­


ben «Orden de Santa C lara»162. Como hemos dicho, la
«Forma de vida» de las Hermanas es «observar el Santo
Evangelio» y esta expresión no se refiere a cumplir las
doctrina y la ley de un libro, sino el seguimiento de una
vida: la de Jesús de Nazaret. Para Clara es su camino163,
para Francisco, algo que asume Clara, es: «Atengámonos,
pues, a las palabras, vida y doctrina y al Santo Evan­
g elio ...» 164*. Clara, por consiguiente, camina tras Je­
sucristo con una perspectiva donde la pobreza y el su­
frimiento del mismo establecen la máxima y última ex­
presión del amor de Dios a su criatura; se presenta aquí,
al igual que Jesús, como una siervo del Señor.
Francisco entiende la obediencia radical de Jesús a la
misión encomendada por el Padre como el siervo de Isaías
y se relata en la teofanía del bautismo de Jesús: «... pues
nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir,
llamó amigo a su traidor y se ofreció espontáneamente a
los que lo crucificaron»163. Este párrafo cita el texto de la
primera carta de Pedro en el que se presenta un cuadro de
Jesús donde se acentúa al inocente que sufre lo violencia.
Son los límites cristológicos del Poverello: «Tal es vuestra
vocación, pues también Cristo padeció por vosotros, de­
jándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. No había
pecado ni hubo engaño en su boca; injuriado no respondía
con injurias, padeciendo no amenazaba, antes se sometía
al que juzga con justicia. Nuestros pecados él los llevó en
su cuerpo al madero, para que, muertos al pecado, vivamos
para la justicia. Sus cicatrices nos curaron. Erais como
ovejas extraviadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y
guardián de vuestras almas»166. La violencia no contestada,

h- Re., Inocencio IV, Carla Vesim e m efitis. 08.02.1254.


MCT. TesCI 3.5.14
M RegNB 22.41; Chiara 3, 81-96.
RegNB 22.2: textos citados: IPe 2.21: Me 14.45par.
w’ RegNB 2.21-25.
-6 3 -

v ivida desde la condición de ser de una vida inocente e in­


legrada en todas sus dimensiones, como revela el texto, es
el punto de mira de Francisco, como se expresa en el Ofi­
cio de la Pasión: «Yo soy gusano y no hombre, vergüenza
de los hombres y desprecio de la plebe»167*.
Pues bien, cuando Clara cita a Francisco en el Testa­
mento para justificar su modo de vida se une a esta visión
que tiene su maestro en la fe: «Después, escribió [Fran­
cisco] para nosotras una forma de vida, sobre todo para
que perseveráramos siempre en la santa pobreza. Y no se
contentó con exhortarnos durante su vida con muchas pa­
labras y ejemplos al amor de la santísima pobreza y a su
observancia, sino que nos entregó varios escritos para que,
después de su muerte, de ninguna manera nos apartáramos
de ella, como tampoco el Hijo de Dios, mientras vivió en
el mundo, jamás quiso apartarse de la misma santa po­
breza. Y nuestro bienaventurado padre Francisco, ha­
biendo imitado sus huellas, su santa pobreza que había
elegido para sí y para sus hermanos, no se apartó en abso­
luto de ella mientras vivió, ni con su ejemplo ni con su en­
señanza» !6S. Es lo que manda el papa Inocencio IV, pero
ampliando la imitación servicial a la Virgen María: «Ya
que vosotras, amadas hijas en Cristo, habéis despreciado
las pompas y delicias del mundo, y, siguiendo las huellas
del mismo Cristo y de su santísima Madre, habéis elegido
vivir encerradas en cuanto al cuerpo y servir al Señor en
suma pobreza para poder dedicaros a Él con el espíritu
libre. Nos, encomiando en el Señor vuestro santo propó­
sito, queremos de buen grado y con afecto paterno satis­
facer benévolamente vuestros votos y santos deseos»169.
La Forma ele vicia la escribe Clara en la Regla: «Ya

"" O tr 4.7; Sal 22.7; el'. RcgNB 5.14; 16; Adm 5; Sal Vir 16-IX.
'“ T e s a 33-36; ef. I Pe 2.21.
...RegCI Bula 15; ef. I Pe 2.21.
-6 4 -

que, por inspiración divina, os habéis hecho hijas y siervas


del altísimo sumo Rey y Padre celestial y os habéis des­
posado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la per­
fección del santo Evangelio, quiero y prometo dispensaros
siempre, por mí mismo y por medio de mis hermanos, y
como a ellos, un amoroso cuidado y una especial solici­
tud»170. Como hemos afirmado antes, la vocación obedece
a una llamada del Padre171, ante el cual se sienten hijas,
pero, a la vez, se comprenden como siervas cuando a Dios
lo experimentan como Rey. A continuación Clara llama a
las hermanas esposas del Espíritu Santo. Relacionada esta
afirmación con los escritos de Francisco tiene dos varian­
tes: El alma es esposa de Cristo por el Espíritu: «Somos
esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo,
a Jesucristo. [...] ¡Oh, cuán santo es tener un esposo con­
solador, hermoso y admirable!»172, y cuando se relaciona
con la Virgen María según la antífona del Oficio de la Pa­
sión: «Santa Virgen María J no ha nacido en el mundo nin­
guna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del
altísimo sumo Rey Padre celestial, Madre de nuestro san­
tísimo Señor Jesucristo,/ esposa del Espíritu Santo»173. Se
unen la Anunciación y el Cántico de María al saludo de
Isabel en la que se retiene esposa/madre y esclava174. Clara
dice a sus hermanas lo que Francisco dice de María con
relación a la Trinidad: ella es hija, madre, esposa; que será
también el contenido de la vocación clariana, cuya raíz,
como en Francisco, es trinitaria.
Desde la vertiente mariana, ser sierva también lo en­
tiende Clara como mujer y, en cuanto mujer, madre. Y cita
a la Virgen María de nuevo, porque como madre pudo no
solo cobijar, sino también identificarse con aquél que lie-

,7URqzCl 6,3-4.
171 Cf. RegCl 2,1; 6,1.
172 2Ctal; 51.55.
I7' O lP Antífona 1-2.
17J Cf. Le 1.35.48.
-6 5 -

vaba en su seno y en la historia tomó la forma de siervo,


«haciéndose esclavo como uno de tantos»17-*1. Clara, como
mujer y madre, lo vive también así; nombra a la Virgen
María y se la presenta a los ojos de Inés para que se mire
en el espejo, esta vez para que se vea no en la imagen de
Francisco, sino en la de la Madre del Señor: «A la manera,
pues, que la gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó mate­
rialmente; tú, «siguiendo sus huellas», principalmente las
de la humildad y de la pobreza, puedes llevarlo espiritual­
mente siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y
virginal, de ese modo contienes en ti a quien te contiene a
ti y a los seres todos, y posees con El el bien más seguro,
en comparación con las demás posesiones, tan pasajeras,
de este mundo»17'1.
Las Hermanas, pues, son hijas, y en cuanto hijas escla­
vas, en la medida que am an, porque solo el amor es el que
transforma a una persona en disponible para los demás y
que, leída desde fuera, se muestra como dependiente total
del otro, porque es imagen y semejanza del Otro. Además
son esposas del Espíritu, como María, también hija en su
hijo y esclava del Señor177. La relación con el Espíritu lleva
consigo introducirse en la vida y obra de Jesús de una
forma permanente, ya que él es el que hace posible la ac­
tualidad de la salvación obrada por Dios en Cristo. Queda,
de esta forma, la impronta trinitaria que entraña la voca­
ción clariana.

2.1.3. La cruz del Hijo de Dios


La tercera afirmación de Clara sobre la pobreza de
Jesús en el Testamento es: «... desnudo permaneció en el
patíbulo». Y reafirma dichos padecimientos de Jesús en

r " Flp 2.6-7: el. Is 53.12; 2Cor 8.9: Gal 4.4,


' " 3Ct;iCl 24-27; textos citados: 11V 2.21: Sab 1.7: Col 1.17.
1" Cf. Le 1.48: el’. I Saín l. l l .
dos < ailas . 1 Ines de Praga: .«Míralo hecho despreciable
pul ii, y siruelo, hecha lii despreciable por El en este
inundo. Oh reina nobilísima: observa, considera, contem­
pla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello
entre los hijos de los hombres, hecho por tu salvación el
más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de
mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces
angustias de la cruz», y el texto que ha servido de guía al
principio de esta parte: «Y en lo más alto del mismo espejo
contempla la inefable caridad: con ella escogió padecer el
leño de la cruz y morir en él con la muerte más infa­
mante»178.
A) Marcos escribe que: «lo crucificaron y se repartieron
su ropa, echando a suertes lo que le tocara a cada uno»179.
Juan concreta que «la dividieron en cuatro porciones, una
para cada soldado; aparte la túnica. Era una túnica sin cos­
turas, tejida de arriba abajo, de una pieza»180. Lo más pro­
bable es que se distribuyeran el turbante, la correa, las
sandalias y el manto. La túnica es como una camisa larga
que se ajusta a la piel. Pero la desnudez que afirma Clara
también contiene la dimensión familiar, social y creyente
de Jesús. Los Evangelios describen tres focos de despre­
cios e injurias que sufre Jesús: los espectadores de la cru­
cifixión, los sumos sacerdotes y escribas, y los demás
crucificados. Jesús se queda solo, abandonado por su fa­
milia, por sus discípulos, por su pueblo, por su religión,
por su Dios, al menos desde la convicción común en el ju ­
daismo de que Él salva al justo181.
La desnudez que sufre Jesús de todo lo que una persona
puede poseer en esta vida, ya la venía practicando en su
vida y fue la enseñanza que le dio a los discípulos más cer-7

I7S Citas: TesCl 45: 2CtaCI 19-20; 4CtaCI 25: el'. Salmo 43.5.
m Mc 15 ,24par.
ls"Jn 19.24.
1X1 Textos citados: Me 14,50.64; 15,19-22; 15,34; Mt 12,47-48; Le 11,27-28.
-6 7 -

canos; porque, aunque el seguimiento a Jesús tiene valor


en sí, el seguimiento en la cruz concreta la forma de dicho
seguimiento. Marcos reúne varios dichos después del pri­
mer anuncio de su pasión. A continuación relata la reac­
ción negativa de Pedro para aceptar el sufrimiento del
Mesías y la reprimenda que recibe al percibir Jesús su re­
comendación como una tentación diabólica182. Entonces
sentencia: «Quien quiera seguirme, niegúese a sí mismo,
cargue con su cruz y sígame»183. Negarse a sí mismo es
prescindir de uno mismo, de su yo. Y deconstruir el yo, es
como ya ha hecho Jesús con su familia y trabajo —«...
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? [...] El que cum­
ple la voluntad de D ios.. ,»184. Y se repudia el yo para crear
una identidad nueva desde otra plataforma, con otros fun­
damentos. Y se prescinde para tomar la cruz. Está en la
línea que escribe Lucas: «Quien quiera seguirme, niéguese
a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga con­
migo»183.
El orden lógico, negarse y cargar con la cruz, no corres­
ponde a la sucesión temporal. El hecho de seguir a Jesús
lleva consigo la renuncia de sí para aceptar las cargas del
nuevo estilo de vida, que lo traza no solo el cumplir los
mandatos de Jesús y escuchar su palabra, sino también
reproducir su experiencia de Dios y asumir su destino
lleno de dolor y sufrimiento. Es lo que significa la
cruz como muerte horrible aplicada a los rebeldes po­
líticos, o esclavos, o soldados amotinados, o criminales,
que con frecuencia contemplan los judíos en Palestina
bajo la ocupación romana: un cuerpo desnudo fijado al
madero perdiendo la vida lentamente entre horribles
dolores.

Me X.28-33: cf. MI 16221-23: Me 9.9-10.31-32: 10.32-34; Le 9.22.


Me 8.34par.
Me .3.31-35; el. Mt 12.46-50; l.e X.19-21.
Le 9.23; el'. Mt 10.38; 16.24-27; Me 8.34-38; Le 14.27; Jn 12.26.
-6 8 -

B) Clara mira a Francisco para verse en el espejo como


un Jesús crucificado. La importancia que Francisco le da
a la cruz es tal, que viene a resumir su vida como otro
Jesús crucificado186 e influir en Clara de una forma deci­
siva para su comprensión de Jesús. Francisco le dice a
Clara que Jesús es un Rey que no huye de la vida para re­
sidir en su palacio sentado en su trono; es un Rey dado a
la muerte, previamente traicionado y degollado como un
cordero, pero cuya obediencia, sufrimiento y oración es
para nuestro bien, para nuestra salvación187, como relata
el Cántico del Siervo de Isaías188. Por eso se entregó vo­
luntariamente a la cruz: «Del cual Padre la voluntad fue
tal que su Hijo, bendito y glorioso, que nos dio y nació por
nosotros, se ofreció a sí mismo por propia sangre, como
sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí, por quien
fueron hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados,
dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas»189.
Clara relata en el Testamento la im portada de la cruz
para la vocación de Francisco; «Pues el mismo Santo,
cuando aún no tenía hermanos ni compañeros, casi inme­
diatamente después de su conversión, mientras edificaba
la iglesia de San Damián, donde, visitado totalmente por
la consolación divina, fue impulsado a abandonar por com­
pleto el siglo...»190. Francisco hace suyo el signo Tan de
los monjes Antonianos, que observa muchas veces cuando
recorre el Camino de Santiago. Celano escribe: «Todos los
afanes del hombre de Dios, en público y en privado, se
centraban en la cruz del Señor. De hecho, cuando al prin­
cipio de su conversión había decidido decir adiós a los pla­
ceres de esta vida, Cristo le habla durante la oración desde*

“ Cf. 1CeI 45; LM 1.1,4.7-X.


*7Textos: SalVM 2: ExhAD; RegNB 22.2.41-15: 21.1: CtaO 3-4.26; Adm 6,1: Tes 5.
fflCf. Is 51.5.11: Rom 1.25-26.
m 2CurtF 11.13: textos citados: Jn 1.3: 1Pe 2 .2 1.
411TesCI 9-10; cf. TC 13-14: ICel I8;I.M 2.7.
69-

el leño de la cruz [...] ¿No buscó refugiarse en la cruz al


escoger el hábito de penitencia, que reproduce la forma de
la cruz? [...] Es, pues, muy conforme a la razón y a la fe
católica el hecho de que este hombre, al que el amor ma­
ravilloso de la cruz prevenía de esta manera, llegara a ser
objeto de admiración por el honor admirable de la cruz.
Por eso nada más verídico que lo relatado acerca de las
llagas de la cruz»191.
La experiencia de Francisco introduce a Clara en la ex­
periencia del Crucificado y en todos los aspectos y pers­
pectivas que adquiere la cruz, como hemos relatado antes.
Clara recita la Pasión, la recuerda, la contempla, hasta que
se identifica con ella al vivir Cristo en su interior: «Oh
reina nobilísima: observa, considera, contempla, con el an­
helo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos
de los hombres, hecho por tu salvación el más vil de los
varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en
todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la
cruz»192.
En primer lugar, Clara sabe del dolor físico, del sufri­
miento que llevan consigo no los clavos de la cruz, sino
las enfermedades que en aquel entonces son fuente de do­
lencias sin cuento, pero que encara mirando al crucificado:
«¡Me siento llena de tanto gozo, respiro con tanta alegría
en el Señor, al saber de tu buena salud, de tu estado feliz
y de los acontecimientos prósperos con que permaneces
firme en la carrera emprendida para lograr el premio ce­
lestial! Y todo esto, porque sé y creo que así suples tú ma­
ravillosamente mis deficiencias y las de mis hermanas en
el seguimiento del pobre y humilde Jesucristo. Realmente
puedo alegrarme, y nadie podrá arrebatarme este gozo»193:
además de la vida de penitencia y privaciones que asumel

l'" Tratado do los mil,¡uros. 2-3: cí. ICcl 22.45.4S; 94-95: 2C 49.109.
2CtaCI 20: cf. 5CtaCI 9-13: textos citados: Gál 2.20: Sal 43.3.
"" 3CtaCI 3-5; el. LegCl 39-41; H[> IOS.
-7 0 -

desde el dolor de Jesús en la cruz: «Le es familiar el llanto


sobre la pasión del Señor; y unas veces apura, de las sa­
gradas heridas, la amargura de la mirra; otras veces sorbe
los más dulces gozos. Le embriagan vehementemente las
lágrimas de Cristo paciente, y la memoria le reproduce
continuamente a aquel a quien el amor había grabado pro­
fundamente en su corazón»194.
En segundo lugar, la cruz, como en Jesús, lleva una re­
nuncia de sí que hace desplazar el propio yo por el tú di­
vino. Después de la tentación en el huerto, Jesús recorre
el último tramo del camino de la cruz sostenido por la obe­
diencia al Padre. El proceso de conversión de Clara
recorre el mismo itinerario. Va tras Francisco en el año
1212, renunciando al matrimonio y a la familia; deja las
posesiones que le pertenecen por herencia para poseer a
Cristo y se entrega a Dios siguiendo a Jesús según el
estilo y la forma llevada por Francisco, a quien promete
obediencia. Se deja cortar el pelo, cambia de vestido, se
identifica con la vida pobre y se desapropia no solo de los
bienes, sino del propio yo195.
Hay un relato que da la clave de toda la vida crucificada
de Clara: «Se acercaba el día solemne de Ramos cuando
la doncella, fervoroso el corazón, fue a ver al varón de
Dios [Francisco], inquiriendo el qué y el cómo de su con­
versión. Ordénale el padre Francisco que el día de la fiesta,
compuesta y engalanada, se acerque a recibir la palma
mezclada con la gente y que, a la noche, saliendo de la ciu­
dad, convierta el mundano gozo en el luto de la pasión del
Señor. Llegó el domingo de Ramos. La joven, vestida con
sus mejores galas, espléndida de belleza entre el grupo de
las damas, entró en la iglesia con todos. Al acudir los
demás a recibir los ramos, Clara, con humildad y rubor, se19

191 LegCI 30; 4.17-18.39.46; ProCI 1.7-8; 2.4-8; etc.


|,JSCf. ProCI 18,2; 19.2; LegCI 4.13; TesCI 1.5.24-32; RegCI 1,4; 6,1; TesCI 25.47; ICel 19.3.
- 71-

quedó quieta en su puesto. Entonces, el obispo se llegó a


ella y puso la palma en sus manos. A la noche, disponién­
dose a cumplir las instrucciones del santo, emprende la an­
siada fuga con discreta compañía»'1'6. La palma significa
la victoria en el martirio, que en el caso de Clara, es el sím­
bolo de su triunfo sobre su yo, la renuncia a su vida para
vivir desde esc momento, desde esa noche, totalmente para
Dios y los demás. Como Francisco entrega todo a su padre
y se abandona desnudo en las manos del obispo197*,Clara,
toda engalanada, recibe la palma de su entrega amorosa,
servicial y sacrificial a Dios en Jesucristo.
Clara renuncia a sí misma, un yo hecho por la cultura y
educación de su familia, cuando abraza la pobreza o la in­
digencia, se somete al esfuerzo del trabajo, consiente el su­
frimiento de una vida menesterosa y la servidumbre o
minoridad que lleva consigo su forma de vidal9S. Renunciar
a uno mismo es demoler los cimientos sobre los que se alza
la vida en el ámbito familiar, religioso y social. Prescindir
de estas bases tiene la finalidad de que aflore la debilidad
personal sobre la que Dios pueda colocar la roca199, la his­
toria de Jesús que sigue Clara al pie de la letra, para fundar
y edificar la vida nueva a la que lleva su seguimiento. Re­
nunciar a uno mismo supone cambiar la clave de la afirma­
ción personal que da el poder personal y social, y dejarse
invadir por el Dios de la bondad para que la existencia res­
pire dicha bondad. La bondad, que para Clara se va a sa-
cramentalizar en el servicio, recrea la vida, con lo que surge
la oportunidad para insertar en la sociedad a los marginados

...LegCI 7.
CT. 1Cel 15; LM 2,4
'"H ’f. (Virara 3.2X1.
m Le 6,47-49: «Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir
a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre
roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba só­
lidamente construida. Bl que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa
sobre tierra, sin cimiento: arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y
fue grande la ruina de aquella casa»; cf. Mt 7.24-27.
-7 2 -

por cualquier causa y ayudarles en todo lo que necesitan.


Y lodo esto requiere sufrimiento. El fundamento lo coloca
Jesús con su testimonio según el texto citado antes: « ...que
tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido.. .»200.
Y lo ha dicho a sus discípulos de todos los tiempos: «Quien
se empeñe en salvar la vida, la perderá; quien la pierda por
mí y por la buena noticia, la salvará. ¿Qué aprovecha al
hombre ganar el mundo entero a costa de su vida? ¿Qué
precio pagará el hombre por su vida?»201. El riesgo a perder
la vida como culmen de un caminar entre zarzas se con­
templa en la vida del discípulo, al cual Jesús ya ha adver­
tido con la expresión de tomar la cruz y seguirle.
Perder la vida se basa en que la vida perdurable o la au­
téntica existencia se funda en la actitud personal de rela­
ción amorosa con Dios, y por la cual se sustituyen los
parámetros en los que se encuadran las legítimas aspira­
ciones humanas por la fidelidad a la palabra de Jesús y por
seguirle en su destino histórico y experiencia religiosa. En
este dicho no se refiere Jesús a la contraposición clásica
entre alma y espíritu y cuerpo y materia, ni siquiera entre
la vida eterna y la vida contingente y finita. Más bien el
dicho afirma que sobre la base de la existencia humana,
limitada y perecedera, se empieza a construir aquella vida
auténtica, creada y sostenida por Dios, que nadie puede
destruir. Y se alcanza por medio del seguimiento que in­
dica el servicio y la entrega de sí a los demás como signo
de amor que es el norte al que debe apuntar el hombre. De
ahí que los dos interrogantes que Marcos pone a continua­
ción remachen el dicho de Jesús. El esfuerzo que el hom­
bre realiza para, al margen o a costa de los demás,
acum ular riqueza y conseguir seguridad, forma en que
construye su existencia, de nada sirve por más que gane

Me 10.45.
Me 8.35-37par
-7 3 -

lodo el mundo. El final es siempre el mismo: la muerte.


Se impone, pues, la convicción de que después del tiempo
es posible una vida interminable que no se asegura ni con
el esfuerzo humano ni con sus beneficios. Que la vida per­
dure es cuestión del que puede hacerlo: Dios202, y no de
los bienes. Y el único bien que reconoce Dios es el suyo,
es decir, el amor. Quien lo hace real es Jesús y el Reino;
es la buena noticia que anuncia y que Clara asume como
algo propio.
Inicia así un estilo de vida donde la relación de amor
con Dios se va a desarrollar con el amor a Jesús pobre y
crucificado, a los pobres y a las hermanas como signo de
salvación de lo que entraña la entrega total de sí como sa­
cramento del amor. De esta forma, y en tercer lugar, es
Dios quien la sostiene y la apoya vitalmente en su Hijo.
Le escribe a Ermentrudis de Brujas: «Ama de todo corazón
a Dios y a Jesús, su Hijo, crucificado por nosotros peca­
dores, y que nunca se aparte de tu mente su recuerdo»203;
y a Inés de Praga: «Deja de lado absolutamente todo lo
que en este mundo engañoso e inestable tiene atrapados a
sus ciegos amadores, y ama totalmente a quien totalmente
se entregó por tu amor: a Aquel cuya hermosura admiran
el sol y la luna, cuyos premios no tienen límites ni por su
número ni por su preciosidad ni por su grandeza; a Aquel
-te digo- Hijo del Altísimo, dado a luz por la Virgen, la
cual siguió virgen después del parto. Adhiérete a su Madre
dulcísima, que engendró un tal Hijo: los cielos no lo po­
dían contener, y ella, sin embargo, lo llevó en el pequeño
claustro de su vientre sagrado, y lo formó en su seno de
doncella»204.
El vivir desde Dios según Jesús y Francisco hace que*2

«Pero a mí. Dios me salva, me arranca de las garras del abismo» (Sal 49.16).
2"' 5CtaCI 11.
2fM3CtaCI 15-19; textos citados: IRe 8.27; 2Cor 2.5.
-7 4 -

tenga una estima especial por los marginados, habiéndose


ella reconocido con su vida pobre y alejada de todos los
bienes terrenos. Relata sor Pacífica de Guelfuccio de Asís
que Clara «amaba mucho a los pobres» con los que se her­
manaba por su vida de austeridad y privaciones20'1.
Y el amor de Dios lo sirve a las hermanas en formación:
«Como maestra que era de las jóvenes sin formación y
algo así como preceptora de las doncellas en el palacio del
gran Rey, con tan acertado método las enseñaba y con tan
delicado amor las formaba, que no hay elocuencia que
pueda explicarlo cabalmente»2'1'1; a las hermanas enfermas:
«Y no solo ama esta venerable abadesa las almas de sus
hijas, sino que sirve también, y con admirable celo de ca­
ridad, a su cuerpos. Así, muchas veces las recubre con sus
propias manos contra el frío de la noche mientras duermen,
y las que comprende que no están capacitadas para la ob­
servancia del rigor común, quiere que vivan contentas bajo
un régimen más benigno. Si alguna le turbaba la tentación;
si, como suele suceder, a alguna le atacaba la tristeza, lla­
mándola aparte, la consolaba entre lágrimas. Alguna vez
llegaba a postrarse a los pies de las afectadas por la me­
lancolía para aliviar con maternales cariños la intensidad
de la pena»207.
La entrega servicial abarca a las hermanas y a los me­
nesteres que hacen viable la vida fraterna y descubre su yo
según intensifica su relación con el Padre: «De modo que
[Clara], cuando más encumbrada se ve por una tal aparien­
cia de superioridad, tanto más baja se encuentra en la pro­
pia consideración, más dispuesta al servicio, más
despreciable en su condición. Nunca rehúsa las ocupacio­
nes más serviles, sino que es ella la que, de ordinario, se3

3* ProCI 1.1; d ’. 2.22; LegCl 1-4.13.17-18.39.45


;1"’ LegCl 36.
’117 LegCl 38; cf. ProCI 1,12; 2.1.6; etc.
-7 5 -

encarga de verter agua en las manos de las hermanas, de


asistir en pie a las que se sientan, de servir a las que comen.
Limpiaba las vasijas residuales de las enfermas; con su
magnánimo espíritu, ella las fregaba sin echarse atrás ante
las suciedades, sin hacerse ascos ante lo hediondo. Con
frecuencia, lava los pies de las hermanas externas cuando
regresan de fuera y, después de haberlos lavado, los
besa»-"*.
San Damián es el lugar donde se encarna la presencia
de Dios en la vida de las hermanas. Dice Clara a Inés de
Praga: «Me refiero a Aquel -te digo- Hijo del Altísimo,
dado a luz por la Virgen, la cual siguió virgen después del
parto. Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró un
tal Hijo: los cielos no lo podían contener, y ella, sin em­
bargo, lo llevó en el pequeño claustro de su vientre sa­
grado, y lo formó en su seno de doncella»20'’. Ese claustro
es doble: la interioridad de cada hermana: «La gloriosa
Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente: tú, si­
guiendo sus ¡mellas, principalmente las de la humildad y
de la pobreza, puedes llevarlo espiritualmcnte siempre,
fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal, de ese
modo contienes en ti a quien te contiene a ti y a los seres
todos, y posees con Él el bien más seguro, en comparación
con las demás posesiones, tan pasajeras, de este
mundo»210, y la comunidad religiosa: «Y amándose mu­
tuamente con la caridad de Cristo, muestren exteriormente
por las obras el amor que interiormente las alienta, a fin
de que. estimuladas las hermanas con este ejemplo, crez­
can siempre en el amor de Dios y en la caridad recí­
proca»2".

LegCl 12.
3CtaCI 17-19: textos citados: IRc «.27: 2C’or 2.5.
'"’ 3CtaCI 24-26: textos citados: IP c 2 .2 l:S a h 1.7: Col 1.17.
TesCl 59-60.
-7 6 -

E1 completo olvido de sí para vivir en Dios: «Fija tu


mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el es­
plendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina
sustancia, y transfórmate toda entera, por la contempla­
ción, en imagen de su divinidad. Así experimentarás tam­
bién tú lo que experimentan los amigos al saborear la
dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde
el principio para sus amadores»212.

3. Iluminación divina por el Espíritu


Clara también piensa que Dios actúa por medio de su
Espíritu, que ilumina la vida de la comunidad y de las per­
sonas. Escribe en el Testamento con ocasión de la profecía
de Francisco cuando repara San Damián y con ocasión de
su vocación: «Mientras edificaba la iglesia de San Da­
mián, donde, visitado totalmente por la consolación divina,
fue impulsado a abandonar por completo el siglo, profetizó
de nosotras, por efecto de una gran alegría e iluminación
del Espíritu Santo, lo que después el Señor cumplió»213.
La iluminación del Dios por su Espíritu aparece varias
veces en Francisco: «Omnipotente, eterno, justo y miseri­
cordioso Dios, danos a nosotros miserables hacer por ti
mismo lo que sabemos que tú quieres, y querer siempre lo
que te place, para que, interiormente limpiados, interior­
mente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu
Santo podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nues­
tro Señor Jesucristo»214.
Dios se presenta a Clara como bondad, como bondad
misericordiosa. Es el que la elige por amor de una forma
libre y gratuita, e ilumina su corazón para poder responder
a la nueva situación que le ha colocado en la vida. Clara

:l- X'taCI 12-14: textos diados: Heb 1.2: c2Cor 3.18.


'" TcsC'l 10-11: cf.T C 21: 2('el 13
-IJ ClüO 50-51: cf. ParPN 2: OrSD 1: SulVirft; Chiara 2. 271-272.
-7 7 -

comienza de nuevo su historia por y en Dios. Sentadas


estas bases, concluye según afirma la carta de San Juan:
«Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a
Dios, ame también a su hermano»2L\ Es cuando aparece
Jesucristo, como a Francisco en San Damián216. Dios la ha
introducido en la vida nueva de Cristo. En el consigue la
salvación, salvación que experimenta conforme su vida se
cristifica. A él ha ganado217 y en él ha encontrado «todos
los tesoros de la sabiduría y del conocimiento»218. El Hijo
ha sido su camino para su encuentro con Dios y su encuen­
tro con sus hermanos: «¡Con cuánta solicitud, pues, y con
cuánto empeño de alma y de cuerpo no debemos guardar
los mandamientos de Dios y de nuestro padre [Francisco]
para que, con la ayuda del Señor, le devolvamos multipli­
cado el talento recibido!»219.

:|S Un 4.21; ef. Mt 22.36-40: Jn 14.15-21; 15.17.


2K' Cf. TC 21; 2Ccl 13
17 Flp 3,8: «Más aún: todo lo considero perdida comparado con la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo».
-I!SCol 2.3: «Kn él están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento».
:|t’ TesCI 17.
-7 9 -

II
La «forma de vida»
(TestCl 23-55)
- 81-

INTRODUCCIÓN
Clara acentúa la misericordia del Padre y la kénosis del
Logos, Jesús siervo y muerto en cruz. Es en este «suelo»1
donde Clara hunde las raíces de su vocación, fundada en
la experiencia de Dios revelada en Jesús, un Jesús pobre,
hijo de José y María pobres.
Ahora se trata del origen de las hermanas (vv. 24-36),
su compromiso con la pobreza (vv. 37-55), profundizando
dos temas importantes para la forma de vida clariana: su
vocación no es para la contemplación según se comprende
en la tradición monástica de la Iglesia; su form a de vida,
escrita y enseñada por Francisco, se inserta en la historia
de Jesús, que es el Evangelio, es decir, la vida de «po­
breza». La experiencia de fe de Clara la conduce al segui­
miento de Jesús pobre y crucificado, como visualiza
Francisco. Por consiguiente, la vocación de Clara entraña
una misión itinerante, servicio inserto en la dinámica his­
tórica de la vida de Jesús y en la de los habitantes de Asís,
y abre un brecha en los muros feudales que confinan la
vida social y religiosa de la mujer de entonces. La mejor
prueba es cuando Clara abandona los monasterios donde
inicia su seguimiento de Jesús y Francisco y se instala en
San Damián, como se lo ha revelado el Señor en el Evan­
gelio, y a la vista de los habitantes de Asís.

TostCl 1-24
-8 2 -

1. LOS ORÍGENES
«Después que el altísimo Padre celestial se dignó ilu­
minar con su misericordia y su gracia mi corazón para que,
siguiendo el ejemplo y la enseñanza de nuestro bienaven­
turado padre Francisco, yo hiciera penitencia, poco des­
pués de su conversión, junto con las pocas hermanas que
el Señor me había dado poco después de mi conversión,
le prometí voluntariamente obediencia, según la luz de su
gracia que el Señor nos había dado por medio de su admi­
rable vida y enseñanza»2.
Al inicio del Testamento, Clara afirma que Dios es bon­
dad y origina toda bondad que existe en la creación. Ade­
más, Dios es misericordia, con la que recupera a sus hi­
jos seducidos por el pecado. El ha iluminado a Clara para
que siguiera los pasos de Francisco que, a su vez, Jesús le
ha marcado cuando escucha el Evangelio de la misión*1.
Dios ha iluminado permanentemente a Clara, ilumnación
que también escribe en la Regla: «Después que el al­
tísimo Padre celestial se dignó iluminar con su gracia mi
corazón para que, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de
nuestro muy bienaventurado padre San Francisco, yo hi­
ciera penitencia, poco después de su conversión, junto con
mis hermanas le prometí voluntariamente obediencia»4.

' TestC’l 24-26; RegCI 6,1


1Mt 10.9- I4par: «No os procuréis en la faja oro. plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino,
ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en una ciu­
dad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al
entrar en una casa, saludadla con la paz; si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se
lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir
de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies». ICel 22: «Pero cierto día se leía en esta
iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí
el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras evangélicas: terminada la misa, pidió
humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando
todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata,
ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas,
sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del
Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo
del corazón anhelo poner en práctica».
1 RegCI 6,1.
-8 3 -

Dios ilumina la mente y el corazón de los creyentes,


afirmación muy querida en la Escritura, en los Padres y en
los pensadores franciscanos. En efecto, la luz rodea al
Señor’ y se adelanta para iluminar los lugares donde se va
a hacer presente6. La luz divina resalta la influencia y
presencia del que está por encima de todo lo real, del
Altísimo. Aunque la luz no es Dios, ni pertenece a su e-
sencia, en la dimensión relcicional Dios es luz que i-
lumina y conduce a la salvación al que confía en El7*. Por
eso los Padres, especialmente San Agustín, comparan a
Dios con una luz infinita que ilumina e influye en la
realidad creada comunicando su vida divina. En el pla­
no gnoseológico, la luz divina ilumina la realidad de
manera que solo en Dios se puede conocer y amar, co­
nocer la verdad y obrar el bien. Con Aristóteles se de­
bilita esta visión al situar en el hombre el entendimiento
agente con el que se puede conocer la verdad. Poco a po­
co la iluminación desaparece del ámbito de la teología
y permanece en la experiencia mística, que ya Clara ha­
bía experimentado. Se evidencia en estas letras que es­
cribe a Inés de Praga: «Pues alégrate también tú siempre
en el Señor (cf. Fil 4,1.4), carísima, y no te dejes en­
volver por ninguna tinicbla ni amargura, oh señora ama­
dísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las
hermanas. Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija
tu alma en el esplendor de la gloria (cf. Hcb 1,3), fija
tu corazón en la figura de la divina sustancia (cf. 2Cor
3,18), y transfórmate toda entera, por la contemplación,
en imagen de su divinidad. Así experimentarás también
tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzu­
s ls 60,1-3: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria
se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora»: cf. Is 43,14;
Ap 21,9-27.24.
fl Lz 1,22: «Sobre la cabeza de los seres vivientes se extendía una especie de bóveda, de admirable
esplendor, como de cristal»; cf. Ex 24.10; Ap 4.6.
7 Sal 27,1: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi
vida, ¿quién me hará temblar?»; cf. Sal 18,29; 36.10; 43.3: ls 10,17; Miq 7.8.
-8 4 -

ra escondida que el mismo Dios ha reservado desde el prin­


cipio para sus amadores»8.
Dios ilumina a Clara, no en un plano intelectual, sino
en la revelación de Jesús: la relación de amor que Dios es­
tablece con su criatura, la hace hija de él, potenciando lo
que de amor hay en ella -es decir de Dios 9*1- , o actuando
con misericordia si dicha criatura se encuentra en peca­
do. Y Dios se revela a su corazón. Clara percibe a Dios
en su vida como gracia y misericordia, relación con la que
se inaugura su verdadera vida, como hemos expuesto an­
tes. Es lo mismo que siente Francisco y comunica en su
Testamento-. «El Señor me dio a mí, el hermano Francis­
co, el comenzar a hacer penitencia»1". El cambio de vida se
debe a Dios, se funda en Él y Él es el protagonista. Así
Clara inicia una nueva historia por y en Dios, que no desde
sus ideales. Después vendrá la adaptación de su persona,
pensamientos y hechos, a la horma divina, que no será otra
que el seguimiento e identificación con su Hijo Jesucristo.
Y la relación divina afecta a su corazón, toca uno de
los órganos humanos que tienen un simbolismo especial
en la Escritura y en el pensamiento franciscano. De hecho
Francisco ora ante el Crucifijo diciendo: «Altísimo, glo­
rioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón»11. Para la
tradición bíblica, el corazón representa la interioridad hu­
mana con todos sus afectos, sentimientos, amores y alegría
de vivir, y también como sede de las experiencias negati­
vas de la vida: el miedo o el desánimo12. Aún más, el co­
razón es sede de la inteligencia, la memoria, la atención y
la imaginación. De hecho, pensar y atender es comunicarse

s 3CtaCl 10-14: F. M artínez Fresneda, Cuestiones 30-65.


'* IJn 4,16: «Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es
amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».
Test I : ct. Jn 6.44.
11 OrSD 1-2.
1 Sal 73.26: «Se consumen mi corazón y mi carne; I pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote
perpetuo»; ct'. Jer 20.13; Cant 5.2; Sal 34,19: 40.13.
-8 5 -

con el corazón13. Pero el corazón no solo acoge el pensa­


miento. sino también es la sede de las actitudes fundamen­
tales que rigen los actos y los comportamientos14. En la
comunidad del Qumrán aparece una expresión parecida a
la de Clara: «Que Él ilumine tu corazón mediante la com­
prensión de la vida»; «¡Bendito seas, Dios m ío,que abres
el corazón de tu siervo al conocimiento!»15*.
La idea de relacionar el corazón con las actitudes bue­
nas o malas es la que predomina en la época de Clara,
donde la vida discurre del corazón a los miembros, si bien
no tiene el rico simbolismo bíblico, ya que el corazón com­
parte con la cabeza los aspectos más importantes de la per­
sona al ser los dos centros del hombre debido a la
influencia de Aristóteles15.
Pero el corazón para Clara también es sinónimo de
vida, de todo lo que constituye el centro y destino de la
vida humana. El amor de Dios hace que Clara descubra su
nuevo destino histórico. Y el nuevo horizonte vital se le
abre con la conversión de San Francisco.
En efecto, después de que devuelva el dinero a su
padre, junto a los vestidos17*, y le hablase el crucifijo de
San Damián1*, Francisco se convierte en el ideal a seguir
en la vida cristiana de la ciudad de Asís. Su respuesta a la
llamada divina y el seguimiento a Jesús19, la encarna de
una forma singular, y logra acertar con el nuevo horizonte
que se divisa al abrirse las puertas del edificio cultural y

c r. Jcr v.lfi: 7..U: l’rov 6.32: líelo 1.13.16-17.21.


14 Is 57.15-17: «Porque esto dice el Alto y Excelso, que vive para siempre y cuyo nombre es
«Santo»: Habito en un lugar alto y sagrado, pero estoy con los de ánimo humilde y quebrantado, para
reanimar a los humildes, para reanimar el corazón quebrantado. No estaré en pleito perpetuo, ni me
irritaré por siempre, porque ante mí sucumbirían el espíritu v el aliento que he creado. Por su pecado
de codicia me irrité y lo castigué: me oculté, me indigné. Pero él se rebeló y siguió sus caminos
preferidos»: ef. Sal 7.11.
15 Rei>la de lo Comunidad 2.5: 11.15.
u' De sonuno el vigilia 2: Bekker 456a.
17Cf. ICel 17: 2Cel 12:1.M 2.3: Test 19-20: APS.
lsCf. 2Cel 10.17: TC 47.
10Cf. RegNB Prólogo 1-3: 1.1-5: RegB 1.1-3: Test 6-13.
-8 6 -

cristiano pertenecientes al feudalismo. De hecho, la po­


breza, o «hacer penitencia», es un símbolo que refiere una
vida libre de todos los artificios en los que deriva el cris­
tianismo feudal y que, ciertamente, oculta el rostro del
Jesús de los Evangelios. Baste el ejemplo de la Navidad
de Greccio de 122320.
No es extraño que Clara viera en el estilo de vida de
Francisco el camino a seguir. Más o menos, lo que sucede
en la noche del Domingo de Ramos del 201121, cinco años
después de la conversión de Francisco, es: la huida de
Clara de su casa, la recepción de Francisco y sus compa­
ñeros en la Porciúncula, el corte del pelo como signo de
su nueva vida de penitencia, es decir, del seguimiento cer­
cano de Jesús pobre y crucificado22*, y el traslado, a falta
de un lugar adecuado para ubicar la nueva vida de Clara,
a la iglesia de San Pablo de las Abadesas25. Después pasará
a Santo Angelo de Panzo, lugar de mujeres dadas a la pe­
nitencia. Aquí se le une su hermana Inés, a la que Fran­
cisco también le corta el pelo, y se instalan definitivamente
en San Damián: «Y así, por voluntad de Dios y de nuestro
bienaventurado padre Francisco, fuimos a morar junto a
la iglesia de San Damián, donde el Señor, en poco tiempo,
nos multiplicó por su misericordia y gracia, para que se

-" c r. i Coi «4-X7.


:i LegCI 7-X: «Se acercaba el día solemne de Ramos cuando la doncella, fervoroso el corazón, fue
a ver al varón de Dios, inquiriendo el qué y el cómo de su conversión. Ordénale el padre Francisco
que el día de la liesta, compuesta y engalanada, se acerque a recibir la palma mezclada con la gente
y que, a la noche, saliendo de la ciudad, convierta el mundano gozo en el luto de la pasión del Señor.
Llegó el Domingo de Ramos. La joven, vestida con sus mejores galas, espléndida de belleza entre
el grupo de las damas, entró en la iglesia con todos. Al acudir los demás a recibir los ramos, Clara,
con humildad y rubor, se quedó quieta en su puesto. Entonces, el obispo se llegó a ella y puso la
palma en sus manos. A la noche, disponiéndose a cumplir las instrucciones del santo, emprende la
ansiada fuga con discreta compañía. Y como no le pareció bien salir por la puerta de costumbre,
banqueó con sus propias manos, con una fuerza que a ella misma le pareció extraordinaria, otra
puerta que estaba obstruida por pesados maderos y piedras. Y así. abandonados el hogar, la ciudad
y los familiares, corrió a Santa María de Porciúncula. donde los frailes, que ante el pequeño altar
velaban la sagrada vigilia, recibieron con antorchas a la virgen Clara. De inmediato, despojándose
de las basuras de Babilonia, dio al mundo «libelo de repudio»; cortada su cabellera por manos de
los frailes, abandonó sus variadas galas».
22 Cf.RegCI 2.11.17-18.
2iCf. ProCI 12,4; LegCI 8.
-8 7 -

cumpliera lo que el Señor había predicho por su Santo;


pues antes habíamos permanecido en otro lugar, aunque
por poco tiempo»24.
Sobre esta situación cuenta Celano: «Como hubiese re­
tornado al lugar donde, según se ha dicho, fue construida
antiguamente la iglesia de San Damián, la restauró con
sumo interés en poco tiempo, ayudado de la gracia del Al­
tísimo. Este es el lugar bendito y santo en el que felizmente
nació la gloriosa Religión y la eminentísima Orden de se­
ñoras pobres y santas vírgenes por obra del bienaventurado
Francisco, unos seis años después de su conversión. Fue
aquí donde la señora Clara, originaria de Asís, como piedra
preciosísima y fortísima, se constituyó en fundamento de
las restantes piedras superpuestas. Cuando, después de ini­
ciada la Orden de los hermanos, ella, por los consejos del
Santo, se convirtió al Señor, sirvió para el progreso de mu­
chos y como ejemplo a incontables. Noble por la sangre,
más noble por la gracia. Virgen en su carne, en su espíritu
castísima. Joven por los años, madura en el alma. Firme
en el propósito y ardentísima en deseos del divino amor.
Adornada de sabiduría y singular en la humildad: Clara de
nombre; más clara por su vida; clarísima por su virtud»25.
Es el sitio al que Francisco había soñado que iría
cuando lo restauró, y Clara lo sabe: «Andaba un día el
hombre de Dios por Asís mendigando aceite para a-
limentar las lámparas de la iglesia de San Damián, que
reparaba por entonces. Y como viese que un nutrido gru­
po de hombres se entretenía jugando a la puerta de la casa
donde pensaba entrar, rojo de vergüenza, hace para a-
trás. Pero, vuelta luego su noble alma al cielo, se re­
procha la cobardía y se juzga severamente. Vuelve ense-

■'TestCI 30-32.
- ICel IX.
-8 8 -

guida sobre sus pasos, y,confesando ante todos con


franqueza la causa de su vergüenza, como ebrio de es­
píritu, pide, expresándose en lengua francesa, la pro­
visión de aceite, y la obtiene. En un transporte de fer­
vor, alienta a todos a favorecer la obra de la iglesia, y en
presencia de todos profetiza, hablando en francés con
voz clara, que llegará a haber en ella un monasterio de
santas vírgenes de Cristo»2'1.

2. VIDA NUEVA
Con el corte de pelo y el abandono de los bienes27*, Clara
da la espalda al mundo e inicia la vida nueva que le des­
cribe Francisco y cuyo proceso de conversión cita en el
Testamento2*.
En efecto, Clara sabe del proceso de conversión de
Francisco y que resumimos de la siguiente manera. Fran­
cisco vive en el ambiente cristiano propio de la Edad
Media, un humus religioso como el que Pablo tiene en la
experiencia creyente de Israel. Francisco es consciente del
mal en la historia humana y sus repercusiones personales.
Como Pablo, llama «espíritu de la carne»20 a todas las si­
tuaciones sociales, actitudes y actos personales que des­
truyen a la persona, enfrentan a los hombres y los rebelan
contra Dios; en definitiva, el pecado que daña a la caridad:
«Ninguna cosa debe desagradar al siervo de Dios, excepto
el pecado. Y si alguna persona pecara de cualquier modo,
y por esto, no por caridad, se turbara y encolerizara el
siervo de Dios, atesora para sí culpa...»30. La situación de

■'"2Cel | .1.204: ef. TestCI 31.


RegCI 2,8-9: «Y si fuera idónea, dígasele la palabra del santo Evangelio, que vaya y venda todas
sus cosas y se aplique con empeño a distribuirlas a los pobres (cf. Mt I9,21par). Si esto no pudiera
hacerlo, le basta la buena voluntad».
2XTestCl 24: «Después que el altísimo Padre celestial se dignó iluminar con su misericordia y su
gracia mi corazón para que, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de nuestro bienaventurado padre
Francisco. yo hiciera penitencia».
29 Cf. Rom 7.5; 8,7-8; etc.
1(1Adm 11.1-3.
-8 9 -

alejamiento de Dios la recuerda al final de su vida cuando


dice en el Testamento: «El Señor de esta manera me dio a
mí, hermano Francisco, el comenzar hacer penitencia: por­
que, como estaba en pecados...»31.
La disposición personal que vive se compendia en las
tentaciones de poder, de vanagloria y de facilidad de vida
que percibe Jesús en su ministerio para romper el hilo que
le une a Dios como Hijo32, tentaciones que.de siempre, es­
tructuran a las sociedades y a las personas. Todo ello tiene
su reflejo en la autosuficiencia como manantial de donde
provienen los males personales33 y la plataforma donde se
asienta el poder individual. Francisco lo experimenta en su
afán de ser caballero y seguir los intereses comerciales de
su padre Pedro Bcrnardone. Este futuro lo funda en una
personalidad alegre y generosa: participa en la guerra entre
Asís y Perusa y es encarcelado durante un año; sufre una
larga enfermedad; intenta ponerse a las órdenes de Gualte­
rio de Brienne, que dirige las milicias de Inocencio 111 en
Pulla, pero, en Espolcto, recibe el mensaje de ponerse al
servicio de otro «señor» en una visión; poco más tarde se
autonombra pregonero del «gran Rey»34. Estos aconteci­
mientos lo desvían de sus proyectos personales —comer­
ciante, caballero, relaciones con sus amigos —, y tienen su
raíz en una progresiva revelación de la voluntad divina, que
lo dirige hacia otros objetivos. Los biógrafos relatan tres
episodios que constituyen los pasos decisivos para el des­
cubrimiento personal del camino a seguir.

" Tes I .
'-’ CT. Le 4.1-13; Mt 4.1-11; cf. Mi 4.1-11; Me 1.12-14: Di 8 3 : Di 6.13: Sal DI .11 12:131 6.16.
u RegNB 17,11-17: «Pues el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener palabras,
pero poco por las obras, y busca no la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y
desea tener una religión y santidad que aparezca exteriornicnte a los hombres. Y éstos son de quienes
dice el Señor: En verdad os digo, recibieron su recompensa (Mt 6.2). Pero el espíritu del Señor
quiere que la carne sea mortificada y despreciada, vil y abyecta. Y se esfuerza por la humildad y la
paciencia y la pura y simple y verdadera paz del espíritu. Y siempre sobre todas las cosas desea el
divino temor y la divina sabiduría y el divino amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y de­
volvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son
de El y démosle gracias por todos a Él. del cual proceden todos los bienes»; cf. Adm 7.10.12.2.
11Textos: ICel 3-5.16-17: 2Cel 5-6; I.M 1.2-3.5.
-9 0 -

E1 primero sucede cuando Francisco vende el género y


el caballo de su padre en Foligno y entrega el dinero al sa­
cerdote que cuida la iglesia de San Damián en Asís para
restaurarla y para ayudar a los pobres. Pero el sacerdote lo
rechaza por temor a la familia. Pedro Bernardone, su
padre, encierra a su hijo Francisco en casa después de
andar huido un tiempo y le pide cuentas de la venta de la
mercancía y del caballo. Se las da y le emplaza ante Guido
I, el obispo de Asís «para que, renunciando en sus manos
a todos los bienes, le entregara cuanto poseía [_J Perca­
tándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y
constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus
brazos, lo cubrió con su propio manto»35. Esta protección
de la Iglesia la reglamenta más tarde para toda la Orden3'’.
El segundo acontece en la iglesia de San Damián. «Fa
primera obra que emprendió el bienaventurado Francisco
al sentirse libre de la mano de su padre carnal fue la cons­
trucción de una casa al Señor; pero no pretende edificar
una nueva; repara la antigua; remoza la vieja»37. Un día se
acerca a esta iglesia medio derruida para orar guiado por
el Espíritu. Se postra ante un crucifijo que muestra un
Cristo bizantino saliendo del sepulcro triunfante y con la
mirada puesta en la gloria del Padre; ante el esplendor que
irradia el Cristo, la pasión y la muerte es algo pasado que
se simboliza en una línea negra muy tenue que recorre los
perfiles del crucificado. Y la imagen le habla a Francisco
diciéndole: «Francisco vete, repara mi casa, que, como
ves, se viene del todo al suelo [...] Se apronta a obedecer,
se reconcentra todo él en la orden recibida [... y] experi-

" ICel 8-15.


,(1 RcgB 1.2-3: «Lista es la vida del Evangelio de Jesucristo, que fray Francisco pidió que le fuese
concedida y confirmada por el señor Papa. Y él se la concedió y confirmó para sí y sus frailes, pre­
sentes y futuros. Fray Francisco y todo el que será cabeza de esta Religión, prometa obediencia y
reverencia al señor Papa Inocencio y a sus sucesores»; ef. RegNB 3-4.
17 ICel 18.
- 91-

mentó tan inefable cambio que ni él mismo ha acertado a


describirlo»38.
El tercero resulta de su liberación de las pretensiones
de su padre y de todo lo que le unía a los intereses sociales,
familiares y personales. Y se siente libre para devolver la
dignidad a los que son el referente de la degradación hu­
mana en este tiempo. Un día se retira a un lugar solitario
para orar. Y escucha a Dios que le comunica que cambie
su espíritu de la carne por su Espíritu. La prueba del cam­
bio es muy significativa. He aquí el texto: «Si de algunos
—entre todos los seres deformes e infortunados del
mundo— se apartaba instintivamente con horror Fran­
cisco, era de los leprosos. Un día que paseaba a caballo
por las cercanías de Asís le salió al paso uno. Y por más
que le causara no poca repugnancia y horror, para no faltar,
como transgresor del mandato, a la palabra dada, saltando
del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle el leproso la
mano en ademán de recibir algo, Francisco, besándosela,
le dio dinero. Volvió a montar el caballo, miró luego a uno
y otro lado, y, aunque aquél era un campo abierto sin es­
torbos a la vista, ya no vio al leproso»39. Lo que le está in­
sinuando Dios es dónde está El en la historia, y lo prepara
para concretar su imagen en el hombre que se simboliza
en Jesús.

3. CLARA SIGUE A JESÚS EN LA HISTORIA


3.1. ¿Vida contemplativa o vida activa?
Clara sigue los pasos de conversión de Francisco en la
vida nueva del Espíritu y rechaza las solicitudes de matri­
monio que le presenta la familia: «Como era bella de ros­
tro, se trató de darle marido; y muchos de sus parientes le*1

* 2C'el 10; tf. I.M 2.7.


1112tYI 9.
-9 2 -

rogaba que consistiese en casarse; pero ella jamás accedió.


Y el testigo mismo le había rogado muchas veces que ac­
cediese, y ella no quería ni oírle; antes bien, ella le predi­
caba a él el desprecio del mundo»40
Y se entrega, como Francisco, al seguimiento de Cristo
pobre renunciando a todos los bienes de este mundo: «Y
el bienaventurado Francisco, considerando que si bien éra­
mos frágiles y débiles según el cuerpo, no rehusábamos
ninguna necesidad, pobreza, trabajo, tribulación o menos­
precio y desprecio del siglo, antes al contrario, los tenía­
mos por grandes delicias, como a ejemplo de los santos y
de sus hermanos había comprobado frecuentemente en no­
sotras, se alegró mucho en el Señor; y movido a piedad
hacia nosotras, se obligó con nosotras a tener siempre, por
sí mismo y por su Religión, un cuidado amoroso y una so­
licitud especial de nosotras como de sus hermanos»41.
Cuando Francisco recibe a Clara a la obediencia, y
cuando Clara promete obediencia a Francisco42, significa
que la nueva comunidad que nace en San Damián perte­
nece a los seguidores de Francisco en cuanto profesan un
mismo estilo de vida que es común en la penitencia que
emana del Evangelio, penitencia que también se acentúa
por la larga tradición eclesial que asume el desprecio del
cuerpo, su contingencia, su materialidad, en definitiva se
inscribe en la temporalidad de la historia frente a la vida
espiritual con sede en el alma y destinada a la eternidad
propia del espíritu42.1

ProCI IX.:.
" Tl-mC’I 27-29: cf. RcaCl 6.2; IC’taCI 22.
CT.TcslC'l 25.
1’ RegNB 10.4: «V si alguno se turba o irrita, ya contra Dios ya contra los frailes, o si por casualidad
exigiere con inquietud medicinas, anhelando en demasía liberar la carne que en seguida morirá, que
es enemiga del alma, del malo le viene esto y es carnal, y no parece ser de los frailes, porque ama
más el cuerpo que el alma»; RegNB 22,5-8: «Y tengamos odio a nuestro cuerpo con sus vicios y
pecados: porque, viviendo carnalmente, quiere el diablo arrebatarnos el amor de Jesucristo y la vida
eterna y perderse a sí mismo con todos en el infierno: porque nosotros por nuestra culpa somos he­
diondos. miserables y contrarios al bien; pero para el mal, prontos y voluntariosos, porque, como
dice el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden y salen los malos pensamientos, adulterios.
-9 3 -

Si Clara asume el mismo estilo de vida que Francisco,


que evoca a los movimientos de mujeres que quieren se­
guir de cerca a Jesús, de una forma distinta a la que les
ofrecen los monasterios feudales44, ciertamente aporta al
movimiento de Francisco no una forma de vida contem­
plativa como propone la tradición monástica, sino una ex­
periencia creyente, mediante la cual ahonda en la
encarnación de Dios en la historia. Y cuya puerta de en­
trada es la penitencia como requisito para asumir la forma
de vida de Jesús. Indicamos una experiencia de Dios, des­
crita en la vida de Jesús y ofrecida al pueblo de manera
viva y comprensible. Entonces es una forma de vida muy
diferente a como se ha dado y se da en los monasterios
«contemplativos». Es la forma de vida que ofrece el Evan­
gelio. Veamos.
Antes se pensaba que la santidad tenía dos formas de
conducirse en la Iglesia. La primera era la vida contem­
plativa en la que se da prioridad a la oración personal y
comunitaria y a los procesos interiores de unión con Dios.
Y la otra forma es la de la vida activa, en la que se da pre­
ferencia a la cvangelización de los pueblos.
Estas dos formas de vida no responden a una exigencia
del contenido de la fe cristiana, sino de la cultura griega.
En ella la primacía la posee el alma, cuya naturaleza espi­
ritual es la que asegura la eternidad de la persona. Por el
contrario, la temporalidad, a la que está sujeto el cuerpo,
lo desgasta, lo deteriora y lo deshace. Es la dimensión de
la persona que está llamada a desaparecer. Esta visión del
hombre se aplica a la historia humana y al mundo, también
llamados a destruirse en su dimensión material, cuya na-*1

fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricia, maldad, dolo, impudicia, envidia, falsos testimonios,
blasfemia, insensato/ (cf. Me 7.21; Mt 15.19). Todos estos moles proceden de dentro, del corazón
del hombre (cf. Me 7.23) y estos son los que manchan al hombre (Mt 15.20)»; cf. SalVir 15; 2CtaF
46.74.81.85.
11 Pásztor. Donne e sanie, 65-96; Dalarum. «Claire d'Assise» 3 8 1-401.
-9 4

turaleza es contingente y finita. Todo lo que está sujeto al


tiempo es caduco y dominado por la muerte. El alma, por
el contrario, es la que pervive por toda la eternidad y es la
que hay que cuidar con sumo esmero. Por eso, los grandes
santos de la historia de la Iglesia siempre se han planteado
la vida de acción y contemplación como alternativas para
seguir a Jesús, donde siempre se lleva las de ganar, natu­
ralmente, la que tiene mayor perfección, que es la vida de­
dicada por entero al Señor.
De hecho, también se lo planteó Francisco. Leamos las
Florecillas: «El humilde siervo de Dios San Francisco,
poco después de su conversión, cuando ya había reunido
y recibido en la Orden a muchos compañeros, tuvo grande
perplejidad sobre lo que debía hacer: o vivir entregado so­
lamente a la oración, o darse alguna vez a la predicación;
y deseaba vivamente conocer cuál era la voluntad de Dios.
Y como la santa humildad, que poseía en alto grado, no le
permitía presumir de sí ni de sus oraciones, prefirió averi­
guar la voluntad divina recurriendo a las oraciones de
otros. Llamó, pues, al hermano Maseo y le habló así: -Vete
a encontrar a la hermana Clara y dile de mi parte que, junto
con algunas de sus compañeras más espirituales, ore de­
votamente a Dios pidiéndole se digne manifestarme lo que
será mejor: dedicarme a predicar o darme solamente a la
oración. Vete después a encontrar al hermano Silvestre y
le dirás lo mismo.
Marchó el hermano Maseo, y, conforme al mandato de
San Francisco, llevó la embajada primero a Santa Clara y
después al hermano Silvestre. Este, no bien la recibió, se
puso al punto en oración; mientras oraba tuvo la respuesta
divina, y volvió donde el hermano Maseo y le habló así:
“Esto es lo que has de decir al hermano Francisco de parte
de Dios: que Dios no lo ha llamado a ese estado solamente
para él, sino para que coseche fruto de almas y se salven
muchos por él” .
-9 5 -

Recibida esta respuesta, el hermano Maseo volvió


donde Santa Clara para saber qué es lo que Dios le había
hecho conocer. Y Clara respondió que ella y sus compa­
ñeras habían tenido de Dios aquella misma respuesta re­
cibida por el hermano Silvestre»45. Es curioso que
Silvestre y Clara, dos almas, según la tradición «contem­
plativas». aconsejen a San Francisco la vida «activa».
Para ahondar más en el contraste de vida contemplativa
y vida activa, y la primacía de aquella sobre esta, casi
siempre se trae el ejemplo del pasaje evangélico de Marta
y María, en el que, al parecer, Jesús alaba la vida contem­
plativa, sin actividad aparente, que ha escogido María, y
no la de Marta, atareada por servir a los comensales. Ex­
pliquemos el sentido del párrafo evangélico.
Jesús prosigue la conducta de su pueblo que está con­
vencido de que los beneficios de la tierra son ante todo un
don que proceden del Creador, que trabaja y descansa, al
margen del afán de la producción y la codicia del benefi­
cio. Por eso Jesús se ocupa solamente del anuncio del
Reino cuando es llamado a proclamarlo en el bautismo de
Juan46. Cuando visita a Marta y María en su recorrido por
Palestina, Lucas elabora un relato muy significativo47.
María, como los discípulos, escucha al maestro y recibe
sus enseñanzas. Marta anda inquieta, agitada, dispersa por
los deberes que toda ama de casa tiene cuando recibe a
huespedes.
No obstante se preocupe de servir, parece que Marta

15 Florecillas 16; cf. S an B uenaventura. LM 4.2; 12.4.


46 Cf. Me 1.9.l5par: cf. Mt 3,2; 8,10.
47 Le 10,38-42: «Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo re­
cibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que. sentada junto a los pies del Señor, es­
cuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que.
acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dilc
que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada
con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será qui­
tada»; cf. Jn 11.1-5.
-9 6 -

desperdicia el momento presente de la revelación divina


que se está dando con la presencia de Jesús. Por eso, ante
la protesta de Marta, Jesús le responde: «Marta, Marta,
andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una
es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no
le será quitada»45.
Suena de nuevo la bienaventuranza para aquellos que
escuchan la Palabra y la ponen en práctica49; así la adver­
tencia a Marta, inquieta y agitada, es la misma que ha dado
a los discípulos: «Por eso os digo: No andéis preocupados
por vuestra vida pensando qué comeréis, ni por vuestro
cuerpo pensando con qué os vestiréis. ¿Acaso no es más
importante la vida que la comida, y el cuerpo que el ves­
tido?»50. Jesús prefiere la actitud del que escucha y es
capaz de atender el presente de la cercanía del Reino, por­
que todo lo demás se dará por añadidura, a las preocupa­
ciones que conlleva el trabajo51.
Cuando Jesús alaba a María no se refiere a la evasión
de las responsabilidades sociales que deben realizar los
hombres, en este caso ayudar a su hermana Marta, sino a
saber dar prioridad (lo «único necesario» es la «mejor
parte», la «parte buena») a aquel trabajo que, aparente­
mente, no tiene una producción inmediata o una rentabili­
dad evidente: escuchar a Jesús y, en la escucha, comprender
la inmediatez de la presencia de Dios en su reino. La acti­
vidad responde a la voluntad de Dios, lo que dimana direc­
tamente de Él, porque todo lo que ofrece es, por sí mismo,
bueno; es dar sentido a la vida y al esfuerzo que lleva con­
sigo. Nadie, por tanto, le quitará a María este don que trans­
mite la palabra de Jesús al final de la historia.

,KLe 10,40-42.
“'C L Le 8.15.
Le 12.22-23: el'. Mt 16.25; 25-34.
M Le 12.31: «Busead más bien su reino, y lo demás se os dará por añadidura».
-9 7 —

El párrafo evangélico no habla de la prioridad de la ac­


tividad del alma o de la vida «contemplativa» en su per­
manente relación con Dios, o sobre el trabajo y la acción
del cuerpo y el alma que entraña la vida activa. Jesús alaba
la ocupación que no tiene una compensación o un benefi­
cio inmediato. Porque hay muchos valores y actividades
o circunstancias en la vida a los que no se les ve una utili­
dad pronta y evidente. Situaciones humanas como el cui­
dado de los enfermos, los enfermos mentales, los ancianos,
la enseñanza, la oración, la escucha de la Palabra, y otras
mil acciones estrictamente humanas y religiosas que están
fuera del ámbito de la productividad, o de la recompensa
de un trabajo.
Ante esto, nos planteamos las siguientes preguntas:
¿Por qué el cristianismo no puede admitir un contraste
entre la vida activa y contemplativa?; ¿por qué Francisco
y Clara se dedican a seguir a Jesús sin glosa y no asumen
la vida de perfección monástica? Intentemos responderlas
leyendo la Escritura.

3.2. La Palabra se hace itinerante


Jesús es constituido Hijo de Dios en la Pascua de Re­
surrección. De una vida oculta en la historia se revela poco
a poco su verdadera dimensión, cuya cima se alcanza
cuando la comunidad de seguidores experimenta la Resu­
rrección con Pedro al frente. Entonces la comunidad cris­
tiana descubre que la naturaleza filial de Jesús es desde
siempre. De la Resurrección, el culmen de la vida de Jesús,
retrocede a su vida pública antes de padecer y morir, en la
escena de la transfiguración52; después viene la revelación
divina que sucede en su bautismo51. El bautismo remite a

'• C’f. Me 9.2-Kpar: cf. Mt 17.1-8: l.c 9.28-36: 2Pe 1.17-18.


"C 'f. Me 1.9-1 I par.
-9 8 -

su concepción34; y de aquí solo hay un paso para remon­


tarse a la misma gloria divina: «En el principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
El estaba en el principio junto a Dios»33.
La relación íntima y permanente entre la Palabra y
Dios, en la historia humana se da entre el Hijo unigénito y
el Padre5ft, y abarca tres acciones fundamentales para la
vida creada. Primero, Dios crea por ella37, de forma que
Dios es conocido en la historia por medio de la Palabra.
Segundo, la presencia de la Palabra que ilumina, tanto al
mundo que se crea por medio de ella, como al hombre que
se salva por medio de ella, se acerca a la historia; se pone
en movimiento para dejarse ver*5758. Tercero, se muestra en
la historia lo que ha venido anunciándose: «La Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros»59. La comunión ín­
tima y máxima entre Dios y la Palabra se revela al mundo,
y su gloria se hace visible a los creyentes como en otros
tiempos el Señor se manifiesta a Israel60. La revelación de
Dios ahora está en el «Hijo único del Padre, lleno de leal­
tad y fidelidad»61. Lo que se puede ver de Dios no es la
gloria que el Hijo tenía con el Padre antes del tiempo62, ni
a Dios todo y totalmente, sino la gloria que se muestra para
el creyente en la historia del «Hijo único del Padre», un
don de Dios que la comunidad cristiana comprueba que es
verdad.
Por consiguiente, queda descartada una de las exigen-

T l . Le I ..11-32: Is 7.14: Mi 1.21.


--Jn 1.1-14: cf. Gen l.lss : IJn 1.1-2: Col 1.15-20: Heb 1.1-3: etc.
'Un 1.1.14: « Hn el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios | ...
]Y el Verbo se hi/.o carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del
Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad».
57 Jn 1.3.10: «Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho [... ]En el
mundo estaba: I el mundo se hizo por medio de él. y el mundo no lo conoció».
Jn 1.10-II: « .... Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron»: cf. 1.9: IJn 1.3-4.
w Jn 1.14: cf. 1.3-4.9; Éx 25.8; Eclo 24.8.10.
611Cf. Éx 33,22; Dt 5.21.
Jn 1.14.
62 Cf. Jn 1.18; 17.5.
- 99-

cias de la cultura griega: abandonar el mundo para irse a


lo más alto del cielo, al lugar donde se encuentra la verda­
dera vida: la gloria divina, o encerrarse entre muros para
darle la espalda a la historia y fijarla en la eternidad en
medio del tiempo. El Señor se ha movido en sentido con­
trario: ha dejado su gloria para tomar la vida humana. El
Hijo de Dios se ha puesto al alcance de los hombres. No
debemos huir de la historia, pues el Señor se ha encarnado
en ella. Aquí reside la clave de la fe cristiana y franciscana:
se apoya en una presencia de Dios en la historia de Jesús.
Para salvarnos no podemos desertar de nuestra vida, de
nuestras circunstancias, no podemos negarlas, sino asu­
mirlas y mirarlas cara a cara.
Francisco y Clara lo experimentan según lo proclama
un himno de la primera comunidad cristiana: el Hijo que
se encarna y regresa a la gloria divina cuando cumple su
misión salvadora: «Pues conocéis la generosidad de nues­
tro Señor Jesucristo que, siendo rico, por vosotros se hizo
pobre para enriqueceros con su pobreza»63. El rico asume
un modo de ser esclavo, se hace a imagen y semejanza del
hombre, lo que le obliga a despojarse de sí en su relación
histórica. Es un vaciarse de sí tan radical, y lleva consigo
una generosidad tan extrema, que se coloca en el lugar más
ignominioso que puede sufrir el ser humano, como es la
muerte en la cruz64.
Pues bien, en este sentido se debe comprender la vida
clariana, aunque sea difícil insertarla dentro de una forma

f0 2Cor 8.9; cf. Flp 2,6-11. TestCl 5: «El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino (cf. Jn
14.6). que con la palabra y el ejemplo nos mostró y enseñó nuestro bienaventurado padre Francisco,
verdadero amante e imitador suyo»; cf. RegCI 6.1: 2CtaCI 7: «.. .te has hecho émula de la santísima
pobreza, y. con el espíritu de una gran humildad y de una caridad ardorosísima, has seguido las hue­
llas de Aquel que merecidamente te ha tomado por esposa ( I Pe 2.21)»; cf. Adm 1.8; ICartl 1.7:
2CartF 50-53.56).
TestCl 45: «.. .a fin de que. por amor de aquel Dios que pobre fue acostado en un pesebre (cf. Le
2.12). pobre vivió en el siglo y desnudo permaneció en el patíbulo»; 4CtaCI 23: «Y en lo más alto
del mismo espejo contempla la inefable caridad: con ella escogió padecer el leño de la cruz y morir
en él con la muerte más infamante»; cf. supra 2.1.3.
-1 OO-

de vida enclaustrada, pues para la mujer de entonces no le


era posible vivir en contacto directo con el pueblo. La con­
templación en Clara es la experiencia de fe evangélica que
le cambia la vida al relacionarse en amor con Dios, al que
descubre como Padre de misericordia, y con los demás, a
los que percibe como hermanos, todos hijos de un mismo
Padre. Ella no huye de la vida para entregarse al Señor del
cielo; ella se relacionada con el Señor desde la entrega a
la fraternidad, a la que sirve por entero, obedeciendo a
Francisco: «En efecto, prometió santa obediencia al bien­
aventurado Francisco y no se desvió en nada de lo prome­
tido. Es más, a los tres años de su conversión, declinando
el nombre y el oficio de abadesa, prefirió humildemente
vivir sometida y no presidir, servir entre las esclavas de
Cristo, y no ser servida. No obstante, porque le obligó el
bienaventurado Francisco, asumió por fin, el gobierno de
las damas y de ello brota en su corazón la humildad del
temor, no el tumor de la soberbia, y crece en ella no la in­
dependencia, sino la servicialidad»'’5.
La obediencia de Clara a Francisco se mantiene a lo
largo de toda su vida, sobre todo en su empeño de observar
la pobreza como kénosis y como confianza extrema en la
providencia divina, sin poseer los bienes que aseguren los
elementos fundamentales de la vida humana. Pobreza,
como primera comprensión, para Francisco y para Clara
es itinerancia de la vida en la historia, es la vida y activi­
dad de Jesús en Galilea66. Tan es así, que como hemos in­
dicado antes, Clara aconseja a Francisco no desviarse de
su vocación evangélica y desandar el camino iniciado con
los pobres para irse a la contemplación según la tradición
monástica.
La obediencia de Clara a Francisco se amplía con la obe-

“ LegCl 12.
“ Cf. Me 1.16-2.17: Mt 4.IS-22; Le .7.1-11; ele.
- 101-

diencia que deben tener todas las hermanas a los sucesores


de Francisco: «Y así como en el principio de su conversión
prometió, juntamente con sus hermanas, obediencia a San
Francisco, esa misma obediencia promete mantener invio­
lablemente también a sus sucesores. Y las demás hermanas
estén siempre obligadas a obedecer a los sucesores de San
Francisco, a la hermana Clara y a las demás abadesas, ca­
nónicamente elegidas, que le sucedieren»'’7. Dicha obedien­
cia se cambia con el tiempo. Francisco prohíbe
expresamente: «Todos los frailes, dondequiera están o van,
guárdense de las malas miradas y del frecuente trato con
las mujeres. Y ninguno se aconseje con ellas o vaya solo
por el camino o coma a la mesa en un mismo plato. Los sa­
cerdotes hablen honestamente con ellas, al administrarles
la penitencia u otro consejo espiritual. Y ninguna mujer en
absoluto sea recibida por ningún fraile a la obediencia, sino
que, después que se le dé un consejo espiritual, haga peni­
tencia donde quisiere»6*. Y la Regla de Santa Clara de 1253
cuida, según la Santa Sede, las relaciones con los hermanos
según las Reglas tradicionales, reorientado a la fraternidad
clariana hacia la vida monástica69.

4. LA «FORMA DE VIDA» DE FRANCISCO


4.1. Francisco guía a Clara
Clara escribe de una manera muy sucinta su paso por
los sitios que reside antes de ir a San Damián, y comprueba
la bendición del Señor que ya predijo Francisco con el au­
mento de las hermanas. De forma parecida a Francisco
-«El Señor me dio hermanos»70 - , está convencida de que

"7 RegCI 1.4-5: el'. 4.1-5; 6.1.8; TesCl 47; RegB 1.3.
,,s RegNB 12.1-4; cf. F lood. «La genesi de lia Regola». 54-57; Accroca. Francesco, 95-102.
w RegCI X11. 1-10; Chiara 1. 22-115.
7,1 Test 14.
— 102—

el aumento de las fraternidad es un don divino y no una


conquista humana, pues tampoco tenía la intención de fun­
dar una orden o ser la guía espiritual de mujer alguna: «Y
así, por voluntad de Dios y de nuestro bienaventurado
padre Francisco, fuimos a morar junto a la iglesia de San
Damián, donde el Señor, en poco tiempo, nos multiplicó
por su misericordia y gracia, para que se cumpliera lo que
el Señor había predicho por su Santo; pues antes habíamos
permanecido en otro lugar, aunque por poco tiempo»71.
Pues bien, Francisco no abandona a Clara, y se consti­
tuye en guía de su camino espiritual. Conforme se le aña­
den hermanas, la voluntad de asistencia de Francisco se
aumenta cuando sube la responsabilidad de Clara. Fran­
cisco se hace presente en San Damián no solo con sus vi­
sitas, sus consejos y el envío de hermanos para cuidar su
aspecto espiritual, sino que escribe a Clara unas recomen­
daciones que van a servirle de pauta para perfilar la vida
en la fraternidad de San Damián, además de la Última vo­
luntad, la Exhortación y las Normas sobre el ayuno a las
Hermanas. Dice Clara: «Después, escribió para nosotras
una forma de vida, sobre todo para que perseveráramos
siempre en la santa pobreza. Y no se contentó con exhor­
tarnos durante su vida con muchas palabras y ejemplos al
amor de la santísima pobreza y a su observancia, sino que
nos entregó varios escritos para que, después de su muerte,
de ninguna manera nos apartáramos de ella, como tam­
poco el Hijo de Dios, mientras vivió en el mundo, jamás
quiso apartarse de la misma santa pobreza. Y nuestro bien­
aventurado padre Francisco, habiendo imitado sus huellas,
su santa pobreza que había elegido para sí y para sus her­
manos, no se apartó en absoluto de ella mientras vivió, ni
con su ejemplo ni con su enseñanza»72.

''TestC'l 30-.12.
’ TestCI 33-36; texto citado: cf. I Pe 2,21.
-1 0 3 -

La form a de vida redactada por Francisco se conserva


en la Regla de Clara y recuerda su inicio del seguimiento
de Jesús, cuando marcha con sus primeros hermanos a
Roma para que el Papa aceptase su vida de penitencia
según dicta el Evangelio: «Nadie me enseñaba qué debía
hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía
vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice
escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor papa
me lo confirmó»71. La revelación del Señor de cómo
debía seguir él a Jesús, la aplica a las Hermanas. Y así lo
relata Celano: «Después que las vírgenes de Cristo comen­
zaron a reunirse en el lugar, afluyendo de diversas partes
del mundo, y a profesar vida de mucha perfección en la
observancia de la altísima pobreza y con el ornato de toda
clase de virtudes, aunque el Padre se retrajo poco a poco
de visitarlas, sin embargo, su afecto en el Espíritu Santo
no cesó de velar por ellas. En efecto, el Santo [...] prome­
tió prestar ayuda y consejo a perpetuidad, de su parte y de
la de sus hermanos, a ellas y a las demás que profesaban
firmemente la pobreza con el mismo tenor de vida»74.
Francisco transmite a las hermanas el estilo evangélico con
las que reproduce en clave femenina el seguimiento en
fraternidad de Cristo pobre y crucificado, una forma de
vida muy lejana a la vida llamada contemplativa y de
convivencia grupal de los monasterios.
Francisco redacta la forma de vida y Clara la conserva
en su Regla: «Ya que, por divina inspiración, os ha­
béis hecho hijas y esclavas del altísimo y sumo rey.
Padre celestial, y os habéis deposado con el Espíritu San­
to, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio,
quiero y prometo dispensaros siempre, por mí mismo y
por medio de mis hermanos, y como a ellos, un amoroso
cuidado y una especial solicitud»75.
; Test 14-15.
’ • 2Cel 204.
RegCI 6.3-4.
-1 0 4 -

4.2. Vivir el Evangelio


Ya hemos analizado qué es para Clara la llamada divi-na.
Dios elige a Israel para que sea el pueblo que evidencia su
voluntad ante todas las naciones de la tierra76, y elige a su
Hijo para que proclame el Reino a sus conciudadanos77. A
Dios, como ocurre con el pueblo elegido, se le debe
obediencia y se le obedece al acatar sus mandatos7*. En este
caso, seguirle es contemplar a Alguien que se reconoce que
está por encima de todo y, por tanto, excluye toda idea de
imitación. Nadie se pue-de comparar o asemejar a Dios.
Pero la obediencia es la que mantiene la relación entre
Dios y el hombre y re-duce la distancia enorme que existe
entre ambos. Cuando se acorta o desaparece la distancia, el
estar junto a como seguimiento se transforma en un
paganismo desdeñable, porque Dios se convierte en un ídolo
hecho a medida de quien lo ha alcanzado y se ha colocado a
su lado o a su altura en el camino de la vida: «Aban­
donaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado
de Egipto, y se fueron tras otros dioses, dioses de las
naciones vecinas, y los adoraron, irritando al Señor»79.
El acceso a Dios lo indica Jesús con su estilo de vida.
Por eso él es el que llama e impone las condiciones de su
seguimiento. Como dice Clara: habéis elegido «vivir según
el Santo Evangelio»80, es decir, seguir fielmente su forma
de existencia. Jesús toma la iniciativa y llama para se­
guirle. Según Marcos, después de anunciar la inminente

7,1 Dt 7.6-8: «Porque tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios: el Señor, tu Dios, te eligió para
que seas, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de
vosotros y os eligió, no lúe por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más
pequeño, sino que. por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a vuestros
padres, os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la casa de esclavitud, del poder
del faraón, rey de Egipto».
Me 1.9-1 Ipar: «Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bau­
tizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba
hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me com­
plazco»; cf. Le 9.35; 23,25.
78 Cf. Dt 13.5.
79 Jue 2.12.
N" RegCl 6.3; cf. TesCI 34; 4CtaCI 4.
—105—

llegada del Reino, Jesús elige dos parejas de hermanos,


que crean una pequeña comunidad, cuando comunica el
sentido de su misión al imponerse a los dominados por el
diablo, sanando a los enfermos y enseñando con autoridad.
Poco después, Jesús dirige la mirada a Leví como expre­
sión de una decisión ya tomada con anterioridad, como su­
cede con Simón, Andrés, Santiago y Juan, y la respuesta
es automática: el abandono inmediato de sus quehaceres
para seguirle81.
Otra manera de pertenecer al discipulado es cuando la
iniciativa proviene del candidato. Pero Jesús impone unas
condiciones para configurar el seguimiento a partir de la
misión, excluyendo las previsiones que ha tomado el po­
sible discípulo. Se acentúa, por consiguiente, la incondi-
cionalidad que entraña integrarse en el círculo de Jesús y,
además, no hay oportunidad para detener o retrasar el se­
guimiento. «Entonces uno le dijo: Te seguiré adondequiera
que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y
los pájaros del cielo nidos, pero el hijo del Hombre no
tiene donde reclinar la cabeza. Otro le dijo: Señor, permí­
teme que vaya primero a enterrar a mi padre. Y él le dijo:
Sígueme y deja que los muertos entierren a sus propios
muertos»82. Por su parte, Lucas añade otro cuadro voca-
cional dentro de su perspectiva sobre la constancia y to­
mando como referencia la llamada de Elias a Eliseo: «Te
seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi fa­
milia. Jesús le replicó: Uno que echa mano al arado y mira
atrás no es apto para el Reino de Dios»81.
El contraste entre la religiosidad común y las exigencias
evangélicas, tanto en tiempos de Jesús como en los de
Francisco y Clara, se expresa con la invitación que hace a

«'CT.Me 1.14-15; Me 1.21-38; Mt- 2.14-15.


l.e 937-60; Mi 8.18-22: cí. Le 14.2633.
Le 9.61 -62: e l. I Re 19.19-21.
-1 0 6 -

un desconocido para que lo siga. Cuando Francisco escribe


a Clara en la Forma de vida: «... eligiendo vivir según la
perfección del santo Evangelio...»84cita directamente el
párrafo de Marcos. Un hombre se acerca a Jesús para
preguntarle sobre la conducta que debe seguir para alcan­
zar la vida eterna. No arranca el relato de una llamada al
seguimiento ni de un deseo de integrarse en su círculo por
parte del personaje en cuestión, que según Mateo es un
«joven rico» y según Lucas una persona «importante»85.
Aquí lo que se pregunta es sobre el camino de acceso al
Reino y en Mateo sobre el bien que debe hacer para alcan­
zarlo. A lo que Jesús responde con la serie de mandamien­
tos de la segunda tabla que versan sobre las obligaciones
para con los demás: «No matarás, no cometerás adulte­
rio,...». La escena se cierra al comprobar el «joven» que
los mandamientos los ha cumplido desde la adolescencia86.
Pero Jesús pasa a otro nivel de la relación y lo mira con
cariño, que no es un reconocimiento de su buen hacer, sino
que la voluntad de Dios manifestada en la actitud amorosa
de Jesús se sitúa ahora en una exigencia nueva, ausente en
las llamadas anteriores: «Una cosa te falta: anda, vende
cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en
el cielo. Después sígueme»87. Desde este momento, el dis­
cipulado será el ámbito y el camino de la salvación al que
se accede por el desprendimiento absoluto de los bienes,
ante lo cual el «joven» declina la invitación o mandato de
seguirle: «Frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy
rico»88.
Por consiguiente, cuando Clara renuncia a su vida de­
muele los cimientos sobre los que se alza la vida en su ám-

MTestC fi.3.
''M t 19.20: Le 18.18; cf. Me 10.17-22; Le 10.25-28
C7\ Mi 19.10; lis 20.12-16.
' Me 10.21 par.
“ Me 10.22par.
-1 0 7 -

bito familiar, religioso y social. Cuando prescinde de estas


bases aflora la debilidad personal sobre la que Dios puede
colocar la roca89, que es la historia de Jesús, para construir
la vida nueva a la que lleva el seguimiento. Despojarse de
uno mismo supone a Clara cambiar la clave de la afirma­
ción personal que da el poder personal, familiar y social,
y dejarse invadir por el Dios de la bondad para que la exis­
tencia respire dicha bondad. La bondad, que para el discí­
pulo de Cristo se sacramcntaliza en el servicio, recrea la
vida personal y, en el caso de Clara, comunitaria. Y todo
esto requiere sufrimiento. El fundamento lo coloca Jesús
en su testimonio: « ...que tampoco el Hijo del hombre ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos»90.
Una consecuencia de la destrucción del yo para que el
Señor resida en el discípulo y se dé la vida por los otros es
la exigencia de dejar los bienes. Jesús contrapone la po­
breza externa del seguidor a los fundamentos de la vida
humana: familia, trabajo y bienes. Es lo que Francisco le
enseña a Clara, cuando resume en la pobreza las tres co­
lumnas sobra las que se apoya la vida. Porque los bienes
constituyen la mayor dificultad de seguir a Jesús. Las ri­
quezas maniatan al hombre impidiéndole vivir en libertad
y, por consiguiente, establecer unas relaciones de amor con
los demás y con Dios. En este caso, él es «dios» apoyado
sobre las riquezas.
Jesús dice al rico: tus bienes «dáselos a los pobres»91.
Los bienes en la vida nueva no son objeto de comercio,
sino la expresión gratuita que entraña la identidad amo­
rosa. Por eso se entregan a los pobres, para que no puedan
pagar o devolver nada a quien se los donan, y porque les

"" Cf. Le 6.47-49: Mt 7.24-27.


Me 10.45.
Me 10.21 par.
-1 0 8 -

hace falta, o porque hay que devolver los bienes a quienes


han sido despojados de ellos injustamente. De esta forma
la recompensa del Señor será muy superior a la que puedan
reportar la venta o los intereses de las cosas. La recom­
pensa, el tesoro es el mismo Señor, es su vida, es su amor
compartido en la nueva familia que Jesús ha establecido
para los seguidores del Reino92. Y una vez que se va para
distribuir los bienes a los pobres, se puede volver a Jesús,
se puede integrar en la fraternidad del discipulado.
La perfección evangélica93, por consiguiente, entraña
que dichos bienes se entreguen a los pobres. Y es lo que
advierte Francisco a Clara, como sucede con el primer dis­
cípulo Bernardo: «Se dio prisa en vender todos sus bienes,
y distribuyó a manos llenas su precio entre los pobres, no
entre sus parientes; y, abrazando la norma del camino más
perfecto, puso en práctica el consejo del santo Evange­
lio: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo
a los pobres. . Llevado a feliz término todo esto, se unió
a San Francisco en su hábito y tenor de vida»94. Clara lo
escribe en la Regla: «Se le exponga [a la hermana] dili­
gentemente el tenor de nuestra vida. Y si fuera idónea, dí­
gasele la palabra del santo Evangelio, que vaya y venda
todas sus cosas y se esfuerce por distribuirlas entre los
pobres. Y, sin no pudiera hacerlo, le basta la buena
voluntad. Y guárdense la abadesa y sus hermanas de pre­
ocuparse de sus cosas temporales, de modo que haga
libremente con ellas lo que el Señor le inspire. Con todo,
si se requiere un consejo, envíenla a algunas personas dis-

>>2 «Llegan su madre y sus hermanos y. desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada
alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Ll les
pregunta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?". Y mirando a los que estaban sentados alre­
dedor. dice: "Estos son mi madre y mis hermanos. Ll que haga la voluntad de Dios, ese es mi her­
mano y mi hermana y mi madre"» (Me 3 ,3 1-35par).
1,1 «Jesús le contestó: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres así
tendrás un tesoro en el cielo . y luego ven y sígueme"» (Mt 19.21).
ICel 24: cf. 2Cel 204: texto citado: Mt I9.2L
— 109—

cretas y temerosas de Dios, con cuyo consejo se distribu­


yan sus bienes entre los pobres»1'".
Por consiguiente, Clara reglamenta la vida evangélica
a tenor de la vida de Jesús y de Francisco. Hay que buscar
la perfección, es decir, la salvación, por medio de la po­
breza. Es el programa de vida que le indica Francisco y
fija al inicio de la Regla no bulada, «Esta es la vida del
Evangelio de Jesucristo...»1'. En la Regla: «[Las herma­
nas] sean siempre solícitas en conservar entre ellas la uni­
dad del amor mutuo, que es el vínculo de la perfección»97
y en la segunda carta que dirige a la beata Inés de Praga:
«Por esta perfección, por la que el mismo Rey se acompa­
ñará de ti en su tálamo celestial, donde se asienta glorioso
en su solio de estrellas: que, despreciando la alteza de un
reino terrenal, y estimando en poco la oferta de matrimo­
nio con un emperador, te has hecho émula de la santísima
pobreza, y, con el espíritu de una gran humildad y de una
ardorosa caridad, has seguido las huellas de Aquel que me­
recidamente te ha tomado por esposa»98.

4.3. La vida en el Espíritu


4.3.1. Escritos de Francisco
La forma de vida clariana que escribe Francisco se am­
plía con otros dos escritos que dirige a la Comunidad de
San Damián y que se conservan: Exhortación cantada a
las hermanas y Ultima voluntad a Santa Clara. Francisco
repite en la Exhortación, y en forma rimada, su pensa­
miento sobre la obediencia y fidelidad al Evangelio. Acen­
túa la pobreza, la confianza en el Señor, en concreto

,,s RegCI 2.7-10: cf. RegNB 2.3-6: REgB 2.7-8: texto citado: el'. Me 10.21 par.
1,(1 RegNB 1.2: cf. Mt 19.21; Le 18,22."
RegCI 10.7: cf. Col 3.14.
,w 2CaRegCl 5-7; ef. IPe 2.21.
- 110-

cuando trata de la limosna y el servicio que se debe prestar


a las hermanas enfermas como la paciencia que estas
deben tener con dicha cruz. Entre la vida evangélica y
estas dos exhortaciones propone la experiencia de fe vivida
desde la cultura medieval, hondamente arraigada en la li­
teratura y espiritualidad cristiana procedente del pensa­
miento griego.
«Oíd, pobrecillas, del Señor llamadas,
que de muchas partes y provincias sois congregadas,
Vivid siempre en verdad,
y en obediencia hasta la muerte perseverad.

No miréis la vida de fuera,


porque la del espíritu la supera.
Yo os ruego con grande amor,
que uséis con discreción
de las limosnas que os da el Señor.

Las que os halláis bajo el peso de la enfermedad


y las que por ellas se han de fatigar
unas y otras en paz lo soportad,
cuánto vale esta pena lo veréis,
pues reinas en el cielo seréis
coronadas una a una algún día
con la Virgen M aría".

La Ultima voluntad a Santa Clara mantiene el mismo


tenor que las recomendaciones anteriores sobre la fidelidad
a la pobreza de Jesús y María: «Yo, fray Lrancisco, el pe-
queñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza del altísimo
Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre y perse­
verar en ella hasta el fin; y os ruego, señoras mías, y os
doy el consejo de que siempre viváis en esta santísima vida

w Traducción de Antonio García, en Isidoro R odríguez , E s c r ito s . 692.


-1 1 1 -

y pobreza. Y guardaos mucho para que de ninguna manera


os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de al-
guien»l00.Nos centramos en este verso de la Exhortación,
porque facilita ahondar en la comprensión de la itinerancia
clariana: «No miréis la vida de fuera, porque la del espíritu
la supera»101. La vida monástica, y la contemplación que
entraña, exige una contraposición de la vida de la carne y
la vida del espíritu, y se interpreta según la antropología
griega y la tradición cristiana procedente de Agustín: huida
del mundo, es decir, de la historia, cultivo exclusivo del
alma, como sede del diálogo individual con el Señor, y
desprecio del cuerpo -es el sentido primero y fundamental
de «hacer penitencia» medieval-. Este significado no es
exactamente igual a la comprensión de la carne en el NT,
sobre todo en Pablo, en oposición a la vida según el espí­
ritu. La penitencia medieval oscurece la itinerancia cla­
riana, por consiguiente evade la inserción en la historia y
se centra en el caminar del alma -que no de todo hombre
y de todo el hombre en la historia- en su encuentro defi­
nitivo con el Señor tras la muerte. Con ello la transforma­
ción personal nada influye en la transformación fraterna y
social.
Si la itinerancia histórica es fundamental en el Evan­
gelio y en la vida franciscana de entonces, lo es asimismo
para todos los tiempos; es decir, el seguimiento a Jesús
pobre y crucificado de Francisco y Clara se coloca en el
centro de su experiencia de fe. Por tanto, la itinerancia se
debe interpretar según lo hacen y viven las primeras co­
munidades cristianas cuando reflexionan sobre la vida de
Jesús, sobre todo según el Documento «Q» y los posterio­
res escritos de Juan y Pablo. Y, a la vida de Jesús y a sus
primeras interpretaciones que forman la revelación cris-

...RegCl 6.7-9; d'. 2CVI 202.


1111 Cf. TestCI 27; IC’iaCl 2; 2CtaCI 6.3; 3CtaCl 6.15; 4CtaCl 8.
- 112-

tiana, se debe atener la vida franciscana y clariana cuando


la observamos más allá de sus coberturas religiosas perte­
necientes a culturas e ideologías según tiempos y costum­
bres circunstanciales.
Cuando Francisco le dice a Clara que «no miréis la vida
de fuera»102, se refiere a la vida que está más allá de los
muros del convento, pero no a toda la vida creada, social,
económica, política y religiosa. Iría contra su perspectiva
evangélica si la historia fuera toda pecado y solo el Señor
residiera en San Damián. Dar la espalda al mundo denun­
cia al «mundo» que es rebelde al Señor102, porque violenta
y mata a sus criaturas e hijos, traicionando la perspectiva
amorosa de su actitud creadora, bondad divina que ha que­
dado impresa en cada ser vivo: «Y vio Dios todo lo que
había hecho, y era muy bueno»104; y Dios gobierna el
mundo y la historia con amor y sabiduría infinita105. Y el
Señor envía a su Hijo para salvar a quien tanto ama, por
eso no lo quiere condenar en su totalidad, o destruirlo
-sería desdecirse de su acto creador-, sino que «Dios
envió su Hijo al mundo no para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él»106.

4.3.2. La salvación afecta a la persona y a la historia


La salvación iniciada por Jesús afecta a la persona y a
la historia. Descubrir a Jesús implica asumir el Evangelio
como una forma nueva de vida fundada en el poder de

Cf. RegNB X.2: 9.14: 22.9: Test 3: etc.


2CtaF 69: «Y la luz brilla en la tiniebla. y la tiniebla no lo recibió [... | Vino a su casa, y los suyos
no lo recibieron» (Jn 1.5.11; cf. 15.18:17.14); «Ved. ciegos, engañados por nuestros enemigos, a
saber, por la carne, por el mundo y por el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y amargo
servir a Dios, porque lodos los males, vicios y pecados salen y proceden del corazón de los hombres
(cf. Me 7.21.23). como dice el Señor en el Evangelio».
m Gen 1.31: cf. Cántico 3-11: RegNB 23.1-2: Ad 5.1-2: 2CtaF 61; etc.
105 Cf. 2Mac 7.9.23: 12,15: Sab 7.17: CtaO 15.33: RegNB 17.6: etc.
,"í, Jn 3.17: cf. Rom 8.32: ICor 15.44-50: 2Cor 5.19: 2CtaF 14-15: Adm 6.1: CtaO 3.27-28; etc.
-1 1 3 -

Dios"17, y, a la vez, el Evangelio es configurarse con la vida


de Jesús como experiencia personal y no como una activi­
dad intelectual que aprende una historia o sigue una cre­
encia10*. Por tanto. Dios recrea en su Hijo a la persona,
haciéndola «nueva»109. Sucede, por ejemplo, con Zaqueo
y significa el «nuevo nacimiento» en la teología de Juan"0.
Escribe Pablo: «... consideraos como muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús»11" .
Lo que Clara observa en la vida de Francisco es que
Dios, por medio de Jesús, hace que descubra un mundo
«nuevo», una mujer «nueva», un sentido de la existencia
«nuevo»"2, que le sedujo desde el primer momento. La
«novedad» consiste en que Dios ha decidido hablar y
actuar en beneficio de su criatura por medio de la vida de
Jesús, que es lo que sorprende a Francisco cuando escucha
el Evangelio. Según Juan, Dios se enfrenta al poder del
hombre con un poder que es exclusivamente su relación
de amor, porque Él solo es am or"2; y su amor en la historia
humana es la vida de Jesús"4. La gracia constituye la re­
lación de amor de Dios a su criatura. Tal es así, que el
nuevo fundamento de la existencia es únicamente gracia"5;

10 Rom 1.16: «Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de
todo el que cree, primero del judío, y también del griego».
I0K ICor 4.14-16: «No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros. Porque os quiero
como a hijos: ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por
medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Así pues, os ruego que seáis
imitadores míos»; ef. ITes 1,6.
,IWCf. Gal 6,15; 2Cor 5,17; M. Bfsctimi, Letterci. 110-112.
"" Cf. Le 19.1-9: Jn 3.1-8; Rom 6.4.
111 Rom 6.11: cf. 14.7-8: ICor 3.23: 2Cor 5,15.
1,2 Gal 6,15: «Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura»;
cf. Rom 6.4.
11' Un 4.8-16: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. |. . . | Quien confiese
que Jesús es el Mijo de Dios. Dios permanece en él. y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor perma­
nece en Dios y Dios en él»; RegNB 17,5: «Por eso pido en la caridad, que es Dios (cf. Un 4.16) a
todos mis frailes predicadores, oradores, trabajadores, tanto clérigos como laicos»; cf. 22.26: TestCI
16: «Él. por su abundante misericordia y caridad, se dignó decir, por medio de su Santo, estas cosas
sobre nuestra vocación y elección»; cf. 4CtaCI 11: etc.
111 Jn 3.16: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que
cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna»; cf. RegNB 22.40: TestCI 5; etc.
1,5 Ef 2.4-10: «Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó. estando nosotros
-1 1 4 -

gracia que se identifica con Jesús, cuya historia se centra


en su muerte y resurrección11'’. Y Francisco y Clara unen
los dos términos: Dios para nosotros es la vida de Jesús,
que es su gracia, y la gracia se manifiesta en la muerte y
resurrección de Jesús*10*117.
«Porque la del espíritu la supera», dice Francisco a
Clara y a sus hermanas. Y el espíritu de la fraternidad de
San Damián está unido al Espíritu, porque si no se hace
imposible desligarse del mal y seguir a Jesús pobre cruci­
ficado. Él habita en la interioridad humana118. Él une al
creyente en Cristo dándole la identidad de hijo de D ios"9
y la posibilidad para serlo, pues graba en el corazón la ley
de C risto120, que no es otra sino el am or121, el amor de

muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —estáis salvados por pura gracia —: nos
ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él. para revelar en los tiempos veni­
deros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. En
efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tam­
poco viene de las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado
en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que prac­
ticásemos»: ef. Col 2.12-13: 3.1-4.
110 Rom 6 .1 -11: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que. lo mismo que
Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una
vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también
en una resurrección como la suya |...J Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez
para siempre: n quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús»: ef. Gál 2.19: 3.27: Col 2.12-13: Tit 3.5-7: IPe 3.21-22: Rom 7.4-
6; Flp 3.10-11; Col 3.9-10.
117Adm 1.8: «De donde todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad, y no vieron y cre­
yeron. según el espíritu y la divinidad, que él era verdadero Hijo de Dios, se condenaron»: cf. 2CtaF
3-4; OfP 7.3; 11.6; CtaM 2: SalVM 3; 3CtaCl 13: «Fija tu corazón en la figura de la divina sustancia
(2Cor 3.18). y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad».
IIKRom 8.9-11: «Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios
habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pero si
Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y
si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu
que habita en vosotros»; RegNB 12.6: «Y el Apóstol: ¿O es que ignoráis que vuestros miembros
son templo de! Espíritu Santo.' ( ICor 6.19); por consiguiente, el que violare el templo de Dios, lo
destruirá Dios ( ICor 3.17)»: cf. Adm 1,2.
Rom 8.14-16: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no
habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu
de hijos de adopción, en el que clamamos: “/Abba. Padre!". Ese mismo Espíritu da testimonio a
nuestro espíritu de que somos hijos de Dios»; cf. Jn 1.12: Gál 4,4-7: 5,18.
12(1Gál 6.2: «Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo»; cf. ICor 9.21.
121 Gál 5.6.14: «Porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa
por el amor | . • I Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo».
115-

Dios122, y todos los valores que se derraman de él: «gozo,


paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia,
dominio propio»123. Por eso, el Espíritu es el que reúne a
los cristianos concediéndoles la paz y la libertad, y tam­
bién los incorpora al cuerpo glorioso, resucitado del Señor,
dispensándoles la vida eterna124.
El Espíritu, esposo de las hermanas123, hace que su di­
mensión espiritual y la de la fraternidad de San Damián
obre «la vida nueva» que Dios ha creado en su Hijo. Clara
firma la experiencia de Pablo: «Todo lo considero pérdida
comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús,
mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero
basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él. No
contando con una justicia mía basada en la ley, sino en la
fe de Cristo, la justicia que Dios concede al que cree. ¡Oh!,
conocerle a él y el poder de su resurrección y la participa­
ción en sus sufrimientos; configurarme con su muerte para
ver si alcanzo la resurrección de la muerte» (Flp 3,8-11).

4.3.3. La vida nueva de Clara


Pero la «vida nueva» que Dios ofrece en su Hijo y que
obra el Espíritu en la fraternidad de San Damián no queda
encerrada entre los muros del convento, pues la «vida
nueva» de Clara y las hermanas no serviría para la reno­
vación de la Iglesia y de la sociedad de entonces. Francisco
saca el Evangelio de los monasterios a donde vive la gente.
La misma intención tiene Clara, aunque con la forma de*12

122 Rom 5.5: «Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Kspíritu Santo que se nos ha dado».
I2! Gal 5.22: cf. Hf 5.9: Gen 16.15: 2 1.2: SVM 6: TestCI 11.
121 Gal 6.8: «El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el
espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna »; cf. 5.18.21: ICor 6.17).
,2' RegCl 6.3: Forma de vida escrita por Francisco: «Ya que por divina inspiración os habéis hecho
hijas y siervas del altísimo y sumo Rey. el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu
Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio».
116-

vida de la mujer de su tiempo. Si la mujer debe estar en


casa, Clara debe residir en San Damián, pero la apertura e
influencia social la simboliza el hecho de trasladarse a una
casa «nueva», cercana a Asís, donde pueda ser vista la fra­
ternidad damianita e influir en la sociedad y fe cristiana
de la ciudad. Por eso pide al Señor que proteja a Asís12'1.
De lo contrario la renovación evangélica franciscana en
clave femenina quedaría absorbida, como sucedió después,
por el peso de la tradición monacal y la experiencia con­
templativa de la cultura griega.
Clara sabe también cuál es el mundo rebelde a Dios,
cuando se le opone la familia frontalmente a su segui­
miento de Francisco127. La familia y sus intereses simbo­
lizan el poder anclado en la cultura, que supera la
incidencia de los pecados individuales y convierte al hom­
bre en esclavo128. Pablo afirma que el mal campa por sus
fueros en toda la creación'29. La situación de deterioro ge­

l"'’ LegCI 23: «En otra ocasión. Vidal de Aversa, hombre codicioso de gloria e intrépido en las ba­
tallas. desplegó contra Asís el ejército imperial que capitaneaba. En consecuencia, taló los árboles
del territorio, asoló todos los alrededores y se asentó para asediar la ciudad. Declaró con amenaza­
doras palabras que de ningún modo se retiraría hasta que no la hubiese tomado. De hecho, se había
llegado a tal extremo, que se temía su inminente caída. En oyendo esto Clara, la sien a de Cristo,
suspira vehementemente y. convocando a las hermanas, les dice: «Hijas carísimas, recibimos a diario
muchos bienes de esta ciudad: sería gran ingratitud si. en el momento en que lo necesita, no la so­
corremos en la medida de nuestras tuerzas». Manda que le traigan ceniza, ordena a las hermanas
destocarse las cabezas. Y. en primer lugar, sobre su cabeza descubierta derrama mucha ceniza: des­
pués la esparce también sobre las cabezas de las otras. «Acudid -añade- a nuestro Señor y suplicadle
con todas veras la liberación de la ciudad». ¿Para qué narrar más detalles? ¿Para qué recordar las
lágrimas de las vírgenes, sus ansiosas plegarias ? Dispuso el Dios misericordioso, que con la tentación
da el poder resistirla con éxito ( I Cor 10.13). que a la mañana siguiente se desbandara todo el ejér­
cito: que su soberbio jete, en contra de sus propósitos, abandonara el sitio: y que nunca más pudiera
hostigar aquella comarca. Ya que. al poco tiempo, aquel caudillo guerrero fue muerto a espada».
ProC I 10.2: «Ya entonces, la dicha madonna Clara, que era muchacha en aquel tiempo, vivía es­
piritualmente. según se creía. Y vio que el padre y la madre y sus parientes la quisieron casar según
su nobleza, magníficamente, con hombres grandes y poderosos. Pero la muchacha, que tendría en­
tonces aproximadamente diecisiete años, no pudo ser convencida de ninguna manera, porque quería
permanecer virgen y vivir en pobreza, como lo demostró después, ya que vendió toda su herencia
y la dio a los pobres. Y por todos era tenida como de buena conducta. Preguntado por cómo lo sabía,
contestó: porque era su vecino y sabía que nadie había podido persuadirla nunca a poner su afición
en las cosas mundanas»; cf. LegCl 4: ICel ló.
I2S Rom 6.16: «¿No sabéis que . cuando os ofrecéis a alguien como esclavos para obedecerlo, os ha­
céis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia,
para la justicia ?».
Rom 3.23-24: «Ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús».
-1 1 7 -

neralizado da a entender que hay un mecanismo perverso


que domina los corazones humanos conduciéndolos a la
muerte física, que es el sacramento de una perdición que
expresa el sin sentido humano. Y el mundo medieval, con
una sociedad teocrática y socialmcnte cristianizada, no
escapa al pecado inscrito en la cultura que se respira por
doquier. La vida de Jesús, como encarnación del Lo-gos,
tiene como fin reconducir la vida estructurándola
filialmente. Así lo leen los cristianos, y proponen el pa-so
de estar sometido al príncipe de este mundo, a las es­
tructuras de pecado que esclavizan al hombre, al reino de la
luz y de la vida130. Para pertenecer al reino de la luz, hay
que saber cuál es, y a partir de este cono-cimiento,
descubrir, renunciar, denunciar y vencer la estructura del
mal131 . Jesús lo hace en los exorcismos: «Yo veía a Satanás
caer del cielo como un rayo»132. Y Francisco y Clara lo
consiguen identificándose con los pobres, las víctimas de la
sinrazón del mal, y con una vida de penitencia extrema133.
Francisco se cartea con los jefes de este mundo, a los
que recuerda que actúen bajo la presencia del Creador, que
es el que unifica y da sentido134; se dirige a todos los
cristianos para decirles que Dios no solo indica el hori­
zonte de la vida humana, sino que se ha comprometido con
hechos salvadores a reconducir constantemente los rumbos

Jn 12.31: «Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado
fuera»; cf. 14.30; etc.
1.1 Jn 3.3.5: «"En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios"
| ...1 "En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el
reino de Dios"»: cf. 7,7: 12.31: etc.
M- Le 10.18; cf. Jn 12.31s: Ap 12.9.
ProCI 1.3.13: «En seguida, renunciando a sí misma y a los suyos y sus bienes, amó como a
esposo a Cristo pobre. Rey de reyes, hecha ella ya doncella real. Y. consagrándose a Él totalmente
en cuerpo y alma, con espíritu humilde, le ofrendó como dote, principalmente, estos dos bienes: el
don de la pobreza y el voto de la castidad virginal [... |. Aseguró también que amaba particularmente
la pobreza, y que nunca pudo ser inducida a querer cosa alguna como propia, ni a aceptar posesiones,
ni para sí ni para el monasterio. Preguntada sobre cómo sabía esto, respondió que vio y oyó cómo
tnesser el papa Gregorio, de santa memoria, le había querido dar muchas cosas, y comprar posesiones
para el monasterio, pero ella no había querido acceder jamás»; cf. 11.22: LegCl 4: etc.
1.1 Cf. CtaA 7.
- 118-

de una historia equivocada115, y lo realiza por medio de su


Hijo y de todos los bautizados, porque son hijos del Padre
celestial; sus vidas son la habitación y morada del Padre,
y por las obras que actúan, precisamente por su potencia
y fortaleza, lo hacen presente entre los hombres136. En de­
finitiva, la humanidad es como una familia137, y para que
sea tal, la posición de cada uno dentro de ella es como la
de la madre: servidora de todos y última de todos138.
Si los hombres son hijos de Dios, son hermanos entre
sí y forman una misma familia139, Francisco, siguiendo a
Jesús, encuentra a Dios como Padre y a los hombres como
hermanos, porque él es el hermano capaz de dar la vida
por todos140. Dios es quien viene en Jesús, pobre y cruci­
ficado, y en estas condiciones revela al hombre su verda­
dera condición filial con respecto a Dios y fraterna con
respecto a los hombres. Para captar este mensaje y expe­
rimentar a Jesús y a los hombres como hermanos es nece­
sario vaciarse de sí y de todo aquello que impide ver a los
demás y a la creación desde la perspectiva de Dios y de
Jesús141.
Francisco y Clara no ponen en cuestión las macroes-

| ;- Cf. 1CtaF 4-44


1 2CtaF 48-49.62: «Y todos aquellos y aquellas, mientras hicieren tales cosas y perseveraren hasta
el fin, descansará sobre ellos el hispirán del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada
(el. Jn 14,23). Y serán hijos del Padre celestial (cf. Mt 5.45), cuyas obras hacen | ... | porque él es
tuerza y fortaleza nuestra, el que es solo bueno, solo altísimo, solo omnipotente, admirable, glorioso
y solo santo, laudable y bendito por infinitos siglos de los siglos. Amén».
137 RegB 10,5: «Mas los ministros recíbanlos caritativa y benignamente y tengan tanta familiaridad
para con ellos, que [los frailes| puedan hablarles y obrar como los señores a sus siervos».
,ix Cf. RegNB 7; 9,10-11; RegB 3,10-14: 6.8; CtaL 2; Test 19.
1w CtaO 5.11: «Oíd, señores hijos y hermanos míos, y percibid con los oídos mis palabras (Hech
2.14) |... | Como a hijos se nos ofrece el Señor Dios (Hebr 12,7)»; cf. Adm 3,7; RegB 6,7-9.
Cf. 2CtaF 50-53.56.
m RegNB 2 3.8: «Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con
toda la fuerza (cf. Me 12,30) y fortaleza (cf. Me 12,33). con todo el entendimiento, con todas las
fuerzas (el. Le 10,27), con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los
deseos y voluntades al Señor Dios (Me 12,30 par), que nos dio y nos da a todos nosotros todo el
cuerpo, toda el alma y toda la vida; que nos creó, redimió y por sola su misericordia nos salvará (cf.
Tob 13,5); que a nosotros miserables y míseros, podridos y hediendos, ingratos y malos todo bien
nos hizo y nos hace»; cf. 17; CtaO 29.
-1 1 9 -

tructuras en las cuales se sustenta la sociedad. Dios ha cre­


ado un mundo perfecto y como tal lo viven; por eso es in­
tangible en su forma religiosa, social y natural. Su visión
de la naturaleza, de la historia y del hombre así lo avala.
El mal nace de las personas, que han dañado parte de la
creación, aunque no toda, por su pecado. Y el mal nace,
siguiendo la tradición bíblica, por la acción del diablo,
símbolo del mal. Hay, pues, que extirpar el pecado perso­
nal para devolverle a la creación y al hombre su belleza
original, y hay que luchar contra el poder diabólico que
domina a los hombres y los separa de Dios. Si esto es así,
también lo es el hecho de que Francisco y Clara son cons­
cientes de las instituciones intermedias corrompidas que
provienen de una historia cultural errada. Y aquí intervie­
nen en la misma medida que persiguen el mal individual.
Y lo hacen desactivando su causa. Y la causa la sitúan a
nivel social en el poder, poder que se sustenta en la pose­
sión de bienes, o su símbolo, que es el dinero. Ellos lo
saben personalmente142. Por eso Francisco se lo devuelve
a su padre, junto a los vestidos, para liberarse de la escla­
vitud que conlleva143 y Clara acepta sin más, después de
su conversión, la vida de extrema pobreza de Francisco144.
La fraternidad que funda Francisco debe seguir a los dis­
cípulos de Jesús cuando les manda predicar el Reino con
un bastón y sandalias que es la pcrícopa que escucha en
San Damián y que le impulsa al seguimiento de Jesús y a*14

’42 LegCI 1: «Admirable ya por su nombre. Clara de apelativo y de virtud, esta mujer, naeida en
Asís, procedía de muy ilustre linaje: coneiudadana primero en la tierra del bienaventurado Francisco,
comparte ahora con él el reino de los cielos. Su padre era caballero, y toda su progenie, por ambas
ramas, pertenecía a la nobleza militar; de casa rica, con bienes muy copiosos en relación al nivel de
vida de su patria»; ef. LM 1.1; TC 2.3; ICel 18.2; etc.
MiCf. ICel 17; 2Cel 1 2:L M 2.3;T C 19-20: AP 8.
114 RegCl 6.6-9: «Y para que jamás nos apartásemos de la santísima pobreza que habíamos abrazado,
ni tampoco lo hicieran las que tenían que venir después de nosotras, poco antes de su muerte de
nuevo nos escribió su última voluntad diciendo: "Yo. el hermano Francisco, pequeñuelo. quiero se­
guir la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar
en ella hasta el fin: y os ruego, mis señoras, y os doy el consejo de que siempre viváis en esta san­
tísima vida y pobreza. Y protegeos mucho, para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella
por la enseñanza o consejo de alguien"»: ef. ProCI 1.2-3.13: 11.22: etc.
— 120—

la predicación145, y Clara mantiene la misma exigencia en


la fraternidad de San Damián146.

4.4. El cuidado de Francisco


«Y movido a piedad hacia nosotras, se obligó con no­
sotras a tener siempre, por sí mismo y por su Religión, un
cuidado amoroso y una solicitud especial...»147. Celano
explica la preocupación y cuidado de Francisco por las
hermanas, cuando está muy enfermo y a las puertas de la
muerte: «Después que las vírgenes de Cristo comenzaron
a reunirse en el lugar, afluyendo de diversas partes del
mundo, y a profesar vida de mucha perfección en la
observancia de la altísima pobreza y con el ornato de toda
clase de virtudes, aunque el Padre se retrajo poco a poco
de visitarlas, sin embargo, su afecto en el Espíritu Santo
no cesó de velar por ellas. En efecto, el Santo -que las
veía abonadas por pruebas de muy alta perfección,
prontas a soportar y padecer por Cristo toda suerte de
persecuciones e incomodidades, decididas a no apartarse
nunca de las santas ordenaciones recibidas- prometió
prestar ayuda y consejo a perpetuidad, de su parte y de la
de sus hermanos, a ellas y a las demás que profesaban

" 'C f . Me 6.7-ypar: KVI 22.


I4<’ RegCI 8.1-6: «Las hermanas nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinas
y forasteras (el. I Pe 2.11) en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, envíen por li­
mosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotras en este
mundo (ct. 2 Cor 8.9). Hsla es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a vosotras, carísimas
hermanas mías, os ha constituido herederas y reinas del reino de los cielos, os ha hecho pobres de
cosas, os ha sublimado en virtudes (ct. Sant 2.5). Esta sea vuestra porción, que conduce a la tierra
de los vivientes (e l. Sal 141.6). Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimas hermanas, por el nombre
de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, ninguna otra cosa jamás queráis tener debajo
del cielo»: TestCI 33-36: «Después, escribió para nosotras una forma de vida, sobre todo para que
perseveráramos siempre en la santa pobreza. Y no se contentó con exhortarnos durante su vida con
muchas palabras y ejemplos al amor de la santísima pobreza y a su observancia, sino que nos entregó
varios escritos para que. después de su muerte, de ninguna manera nos apartáramos de ella, como
tampoco el I lijo de Dios, mientras vivió en el mundo, jamás quiso apartarse de la misma santa po­
breza. Y nuestro bienaventurado padre Francisco, habiendo imitado sus huellas (cf. I Pe 2.21). su
santa pobreza que había elegido para sí y para sus hermanos, no se apartó en absoluto de ella mien­
tras vivió, ni con su ejemplo ni con su enseñanza».
147 TestCI 29; cf. RegCI 6.4-5.
—121—

firmemente la pobreza con el mismo tenor de vida. Mien­


tras vivió fue solícito en cumplirlo así, y, próximo ya a la
muerte, mandó con interés que lo cumplieran por siempre,
añadiendo que un mismo espíritu había sacado de este
siglo a los hermanos y a las damas pobres»148.
La clave de las afirmaciones de Francisco y Clara es la
convicción de que ambos movimientos religiosos nacen
de un mismo espíritu y, naturalmente, en una misma di­
rección creyente y espiritual. Es el espíritu que hemos ana­
lizado poco ha. El seguimiento de Jesús pobre y la vida
«nueva» que se crea desde dicho revestimiento filial, hace
que la cercanía de los hermanos garantice la fidelidad de
las hermanas al carisma de Francisco y Clara. Y Clara lo
dice en el Testamento, dando pruebas de obediencia a la
primera llamada evangélica de Francisco: «Y el bienaven­
turado Francisco, considerando que si bien éramos frágiles
y débiles según el cuerpo, no rehusábamos ninguna nece­
sidad, pobreza, trabajo, tribulación o menosprecio y des­
precio del siglo, antes al contrario, los teníamos por
grandes delicias, como a ejemplo de los santos y de sus
hermanos había comprobado frecuentemente en nosotras,
se alegró mucho en el Señor» [...] «Y no se contentó con
exhortarnos durante su vida con muchas palabras y ejem­
plos al amor de la santísima pobreza y a su observancia,
sino que nos entregó varios escritos para que, después de
su muerte, de ninguna manera nos apartáramos de ella,
como tampoco el Hijo de Dios, mientras vivió en el
mundo, jamás quiso apartarse de la misma santa pobreza.
Y nuestro bienaventurado padre Francisco, habiendo imi­
tado sus huellas, su santa pobreza que había elegido para
sí y para sus hermanos, no se apartó en absoluto de ella
mientras vivió, ni con su ejemplo ni con su enseñanza»149.

2C'el 204.
""TcstCI 27.34-26: d \ I Pe 2.21.
— 122 —

Todo ello conduce a adentramos en la percepción divina


que Francisco experimenta cuando decide seguir el
Evangelio «sin glosa», es decir, revestirse de Cristo como se
ha presentado en la historia humana. Y esto es de Dios, es
decir, pertenece a la convicción divina de que no hay otra
forma de ser, sino la que el Señor le ha revelado en su
Hijo1''0. Y esta convicción de Francisco es un compromiso
que debe marcar el futuro de las Hermanas. Clara lo
escribe de nuevo en el Testamento: «Y así como el Señor nos
dio a nuestro bienaventurado padre Francisco como
fundador, plantador y ayuda nuestra en el ser-vicio de Cristo
y en las cosas que hemos prometido al Señor y a nuestro
bienaventurado padre, quien también, mientras vivió, se
preocupó siempre de cultivamos y animarnos con la palabra
y el ejemplo a nosotras, su plantita, así recomiendo y confío
mis hermanas, las que están y las que han de venir, al sucesor
de nuestro bienaventurado padre Francisco y a toda la
Religión, a fin de que nos ayuden a progresar siempre hacia
lo mejor para servir a Dios y, de manera especial, para
guardar mejor la santísima pobreza»150151 .
La pobreza marca la forma de vida que identifica a las
hermanas como seguidoras de Jesús, gracia que deben cui­
dar los hermanos. Una gracia que también Clara manda
para todas las hermanas que le seguirán, aunque cambien
de lugar152. Después vendrán tiempos en los que la adap­
tación a otras formas de vida, en el caso de las seguidoras

150Tes 5.11-12: «Te adoramos. Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo
entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo | ... | Y lo hago por esto: porque
nada veo corporal mente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino el santísimo Cuerpo y
su santísima Sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros. | ... | Y estos santísimos
misterios sobre todas las cosas quiero que sean honrados, venerados y en lugares preciosos coloca­
dos. Los santísimos nombres y sus palabras escritas, dondequiera los encontrare en lugares ilícitos,
quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar honroso».
151 TesCI 48-51.
152TesCI 52: «Y si en algún tiempo ocurriera que dichas hermanas abandonaran el mencionado lugar
y se trasladaran a otro, que estén, sin embargo, obligadas, dondequiera que se encuentren después
de mi muerte, a guardar la sobredicha forma de pobreza, que hemos prometido a Dios y a nuestro
bienaventurado padre Francisco».
-123—

de Clara, les llevarán a asumir el estilo monástico y con­


templativo de la tradición grecocristiana, común a todas
las espiritualidades, donde los hermanos poco ya podían
hacer ante la regulación de la vida contemplativa tutelada
por la jerarquía eclesiástica. Y poco hacen, puesto que
ellos mismos también obedecen en muchos casos a obje­
tivos y misiones eclesialcs que les conducen a asumir con­
ductas muy lejanas a las idealizadas fraternidades de
Rivotorto y la Porciúncula. La asistencia siempre será es­
trictamente espiritual, sin adaptar el carisma franciscano
cuando la vida de la mujer cambia radicalmente en la so­
ciedad occidental actual.
—125—

III
«La fraternidad»
(TestCI 56 - 79)
—127—

En esta parte del Testamento (vv.56-79) consideramos


la relación fraterna en la que se explícita la vocación y
forma de vida de Santa Clara (1: vv. 56-60), la obediencia
(2, vv. 61-70): superioras (2.1: vv. 61-66) y súbditas (2.2:
vv. 67-70), la perseverancia (3: vv. 70-78,3) y la bendición
final (4: v. 79).
El párrafo del Testamento de Santa Clara que trata de
la «vida fraterna» (1: vv. 56-60), tiene tres partes. La pri­
mera versa sobre el Padre de las misericordias: «A causa
de lo cual, no por nuestros méritos, sino por la sola mise­
ricordia y gracia del esplendido bienhechor, el mismo
Padre de las misericordias esparció el olor de la buena
fama, tanto entre los que están lejos como entre los que
están cerca» (TesCl 58); es una expresión muy querida por
la Santa y que analizamos anteriormente1.
En la segunda parte escribe cuál es el fundamento de la
vida fraterna, tanto en su origen creyente como histórico:
es el amor vivido y descrito por Jesús: «Y amándoos mu­
tuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente
por las obras el amor que tenéis interiormente, para que,
estimuladas por este ejemplo, las hermanas crezcan siem­
pre en el amor de Dios y en la mutua caridad» (TesCl 59-
60). La relación fraterna se evidencia en el amor de Jesús,
un amor que no es solo de servicio mutuo, sino experimen­
tado interiormente, es decir, un amor con el que se hace y
forma una hermana clarisa. Dicho amor parte del Señor y
termina siempre en las hermanas. Por último, describirá
cómo dicho amor fraterno se concreta en desarrollar algu­
nos valores o virtudes cristianas que indicarán el estilo pe­
culiar que comporta la fraternidad clariana. Ser consciente
de que la fraternidad se funda en la caridad de Cristo es
primordial. Clara toca el centro de la fe, y en cuanto tal, la

1 Cf. “Padre de las misericordias", «Testamento de Santa Clara», en Ventad y Vida (Madrid) 70
(2012) 73-79; textos citados: 2Cor 1.3; 2,15.
—128—

identidad de la fraternidad clariana, hondamente enraizada


en la lectura que San Francisco hace de Jesucristo, porque
su caridad es la presencia del amor de Dios en la historia
y la relación concreta que establece con sus criaturas: son
hijos en su Hijo.

1. LA CARIDAD DE CRISTO
1.1. La caridad origina la fraternidad
El resumen de la vida de Jesús, una vida que no duda
en darla por la salvación de todos, a los que ha conver­
tido en sus amigos2, la ofrece la afirmación del Nuevo Tes­
tamento cuando define a Dios como Amor2. Tal identidad
solo se alcanza observando la vida de Jesús. Entonces po­
demos entender unos cuantos testimonios que aparecen
en la Escritura sobre el Padre y el Hijo como una relación
de amor. Esta relación del Padre y del Hijo es fundamental
para comprender el texto de Clara. «Queridos hermanos,
amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo
el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no
ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto
se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió
al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su
Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados»4.
Y remacha el Evangelio de Juan: «Porque tanto amó Dios
al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que
cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque1

Jn 15.12: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os lie amado. Nadie tiene
amor más grande que el que da la vida por sus amigos».
' Cf. Un 4.8.16. Dios como bondad y origen de toda bondad en Clara, el . «Testamento de Santa
Clara», en Verdad y Vida (Madrid) 70 (2012) 73-76
1 Un 4.7-10; Rom 5.8: 8.31-32.
-129

Dios no envió a su Hi jo al mundo para juzgar al mundo,


sino para que el mundo se salve por él»5.
Clara deduce dicha relación al observar la vida de
Francisco y aprender su doctrina. Y Francisco ve al Verbo
de Dios en Jesús de Nazarct, y al Cristo glorioso en la Eu­
caristía como una encarnación permanente, de forma que
la fe del NT, de la Iglesia y la vida de Jesús formalizan su
experiencia básica para devolverle a las criaturas su dig­
nidad diseñada por Dios desde el principio del tiempo a
imagen y semejanza de Cristo6. La escenificación de la
fiesta de Navidad sacramentaliza la Encarnación del
Verbo: «Esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y glo­
riosa. la anunció el altísimo Padre desde el cielo, por
medio de su santo ángel Gabriel, en el seno de la santa y
gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera
carne de nuestra humanidad y fragilidad»7: y el pan y el
vino eucarísticos son presencia en la tierra, gracias al Es­
píritu, no solo de su vida gloriosa del cielo, sino de su con­
dición histórica de servidumbre: «Ved que diariamente se
humilla, como cuando desde el trono real vino al útero de
la Virgen; diariamente viene a nosotros él mismo apare­
ciendo humilde; diariamente desciende del seno del Padre
sobre el altar en las manos del sacerdote»8.
El recorrido de gloria, humillación y exaltación del Hijo
de Dios, como detalla la carta a los Filipenses6, es un ca­

- Jn 3.16-17.
^ Ail 5.1-3: «Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios, porque
te creó y formó a imagen de su amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza según el espíritu (e l.
Gen 1.26).Y todas las criaturas, que hay bajo el cielo, de por sí, sirven, conocen y obedecen a su
Creador mejor que tú. Y aun los demonios no lo crucificaron, pero tú con ellos lo crucificaste y to­
davía lo crucificas, deleitándote en vicios y pecados»: cf. F. Uribf.. La verdadera gloria. 40.
' 2CtaF 4: cf. O I? 15.7: ICel 84-86: LM 6.1-5
s Adm 1.16-18: cf. CtaO 26.28: textos citados: Flp 2.8: Sab 18.15.
'' Flp 2.6-11: «Hl cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios: al con­
trario. se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y
así. reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la
muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-
todo-nombre: de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el
abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre»: e l. !s 53.12: 2 Cor
8.9: Gál 4.4: Rom 5.19: Is 52.13: Is 45.23: Rom 10.9.
—130—

mino de amor para Francisco y Clara. El amor es la rela­


ción primera que Dios establece en la creación,porque es
el motivo último por el que todas las cosas son creadas:
«Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre
santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, por ti
mismo te damos gracias, porque por tu santa voluntad y
por tu único Hijo con el Espíritu Santo creaste todas las
cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu
imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso»; y el amor
es la ratificación de dicha relación para salvar a sus cria­
turas: «Y nosotros caímos por nuestra culpa. Y te damos
gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así por
tu santo amor, con que nos amaste, hiciste que él, verda­
dero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siem­
pre Virgen María, y quisiste que fuéramos redimidos
nosotros cautivos por su cruz y sangre y m uerte»101*. El
amor es la causa por la que se encarna, asumiendo las con­
diciones en las que vive toda criatura: «Él sufrió por nos­
otros el suplicio de la cruz, librándonos del poder del
príncipe de las tinieblas —que nos tenía sometidos y en­
cadenados por la transgresión de nuestro primer padre —
y reconciliándonos con Dios Padre»; Francisco: «...tribu­
lación y persecución, vergüenza y hambre, enfermedad y
tentación»11.
Esta situación de fragilidad del Hijo de Dios, al que
Francisco y Clara creen como el Hijo del Todopoderoso,
es lo que le indica la densidad y nivel del amor de Dios.
Por eso acentúan tanto la condición humilde, pobre y cru­
cificada de Jesús. Cuanta más disparidad se dé entre Dios
y su criatura, entre la potencia y la debilidad, entre la gra­
cia y el pecado, etc., más se prueba la intensidad del amor

RegNB 23,1-3; textos citados; Jn 17,11.26; Mt 11,25; Gen 1,26; 2.15;


11 ICtaCI 14; Atlm 6.2; cf. 4CtaCI 22: «Y en el centro del espejo considera la humildad: por lo
menos, la bienaventurada pobreza, los múltiples trabajos y penalidades que soportó por la redención
del género humano»; textos citados: Heb 12,2: Col 1,13
— 131 —

de Dios y su deseo de regenerar al hombre. Y. por lo


mismo, cuanta más distancia haya entre Dios situado en
la gloria, alabado por los ángeles y los santos en un éxtasis
sin fin, y la movilidad, temporalidad, caducidad, dolor y
muerte de la vida de Jesús, más se probará la afirmación
de Juan: «Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo
único»12. Pero, a la vez, demuestra no solo lo que ama Dios
al hombre, sino las condiciones y la capacidad que le re­
gala para que pueda responder con amor, amar a los demás
y, con ello, rehacerse a sí mismo y alcanzar su plenitud.
Por consiguiente, la encarnación del Logos como reve­
lación de Dios y como transmisor de su vida al hombre se
desarrolla con la historia de Jesús descrita en los Evange­
lios13. Y para Francisco y Clara es el único camino de ac­
ceso al Padre14. No es una ideología, ni una doctrina, ni
una persona o vida que está fuera o más allá de la que se
da en la historia humana. Y en esta. Dios habla en la de
Jesús15, porque ha creado todas las cosas en é l1'1, porque
ha unido su salvación a é l17. Jesús se constituye en la con­
creta relación de amor que Dios dirige al hombre. No es
extraño, pues, que, para relacionarse con Dios, para ase­
gurarse a Dios, Francisco y Clara sigan el Evangelio en
los más mínimos detalles: «Nadie me mostraba qué debía
hacer, sino que al Altísimo mismo me reveló que debía
vivir según la forma del santo Evangelio»; Clara: «Des­
pués que el altísimo Padre celestial se dignó iluminar con
su misericordia y su gracia mi corazón para que, siguiendo
el ejemplo y la enseñanza de nuestro bienaventurado padre
Francisco, yo hiciera penitencia»18.

l’ Jn 3.16; d \ Un 4.16
'■'Cf. Jn 1,35-51: 2,25; 3.1 líe te .
"C f.A d m 1.1: TesCI 1-5.
Cf. 2CtaI 3-4.
Ih Cf. 2CtaF 12.
17 Cf. CtaO 3.
IS Test 14; TesCI 24; cf. RegNB 3.13; RegB 2.5; 3.14; etc.
—132—

Esta intuición central de su fe, tomar el Evangelio como


reflejo de la vida de Jesús y Palabra del Padre, es la llave
de la relación con Dios y con los hombres. Clara y Fran­
cisco no siguen las secuencias biográficas que aparecen en
los Evangelios, descritas en su tiempo como «misterios de
la vida de Jesús» y separadas de su comprensión ontoló-
gica definida en los concilios, con lo que se inutiliza la
configuración filial con él, derivando en una ejemplifica-
ción moralizante. Captan el centro de la fe cristológica sin
las mediaciones teológicas que explicitan los Concilios y
las concreciones espirituales del tiempo. Francisco y Clara
experimentan otra cosa con Jesús. Jesús es la relación de
amor que Dios tiene con su criatura en la historia, y la res­
puesta filial de esta a Dios. Y este acontecimiento, más que
biografía, se describe en los Evangelios, en todo el NT de
una forma fragmentaria, y que, a su vez, la sigue fragmen­
tariamente. Esta visión de Jesús, como Palabra de Dios en
la creación, como revelación del amor de Dios, como sal­
vador en la historia humana, hace que devuelva el Evan­
gelio a la gente y renueve su vigencia fuera del muro de
los monasterios. Francisco y Clara establecen de nuevo el
diálogo entre Jesús y los hombres en cuanto pertenecientes
a una misma dimensión histórica, y ambos sostenidos por
Dios en cuanto imágenes suyas.
Para Clara, pues. Dios es amor, fundamento del que
parte Francisco para dirigirse a las hermanas: «os ruego
por la caridad que es Dios»19, caridad que es visible y com­
prensible en Jesús: «El Hijo de Dios se ha hecho para no­
sotras camino, que con la palabra y el ejemplo nos mostró
y enseñó nuestro bienaventurado padre Francisco, verda­
dero amante e imitador suyo»20. De ahí que la caridad, que

1.1ExhCI 4: ef. RegNB 17.5; 22.26; IC'cl 87.


2.1 TcsCI 5; Texto citado: Jn 14,6; 2CtaCI 4: «Convertida en diligente imitadora del Padre perfecto
(Mt 5,48)».
—133—

es Dios, y la vida de Jesús la comprenda como el vínculo


que une a todas las hermanas. No se relacionan por la san­
gre, ni por la carne, ni por la cultura, ni siquiera por el ideal
de santidad, sino por la relación concreta de amor que pro­
cede de Jesús: «[Las hermanas] sean, en cambio, siempre
solícitas en conservar entre ellas la unidad del amor mutuo,
que es el vínculo de la perfección»21 . Gracias al amor de
Cristo que anida en sus corazones pueden orientar sus re­
laciones hacia las demás hermanas y responder a Dios, que
es el origen del amor: «para que, estimuladas por este
ejemplo [de Jesús), las hermanas crezcan siempre en el
amor de Dios y en la mutua caridad»22.
Jesucristo es, por una parte, el camino que vincula la
vida de las hermanas al Señor y. por otra, quien las une
entre sí desde dicha relación de amor. Por eso Clara insiste,
una y otra vez. que el origen de la fraternidad es el amor
entre las hermanas proveniente de Cristo, que no la ley
sacra por la que se reúnen en un monasterio para alabar al
Señor. No es la ley del «ora et labora» de los monasterios
de las benedictinas23, sino la ley del amor de Cristo24, por­
que en dicho amor se centra el espíritu evangélico, regla
y vicia de Francisco. Clara enfatiza la caridad fraterna
como única y exclusiva relación que se debe dar en la fra­
ternidad: «Roguemos a Dios la una por la otra; así lle­
vando recíprocamente las cargas de la caridad, cum­
pliremos con facilidad la ley de Cristo»23, y nada se debe
interponer a dicho amor: «Pues creo firmemente que tú*1

11 RegCI 10.7; ef. TesCI 59-60; texto citado: Col 3.14


” TcsCl 60
1' F. Urirh, Strutture e specificitci delta vita religiosa secando la regola di S. Benedetto e gli opuseoíi
di S. Francesco d'Assisi. Roma 1979; íi).. La vida religiosa según san Francisco de Asís. Oñate
(Guipúzcoa) 1982.
«Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Gal 6.2). ley que sig­
nifica el sentido de la vida humana dado por la historia concreta de Jesús: «... con los que no tienen
ley me he hecho corno quien no tiene ley. no siendo yo alguien que no tiene ley de Dios, sino alguien
que vive en la ley de Cristo, para ganar a los que no tienen ley» ( ICor 9.21).
5CarCI 17; textos citados: Sant 5.16; Gal 6,2.
- 134-

sabes cómo el reino de los cielos se promete y se da por el


Señor solo a los pobres. En la medida que se ama algo tem­
poral, se pierde el fruto de la caridad»26.

1.2. Las virtudes de la fraternidad


Continúa Clara en el Testamento: «Amonesto y exhorto
en el Señor Jesucristo a todas mis hermanas, las que están
y las que han de venir, que se apliquen siempre con esmero
a imitar el camino de la santa simplicidad, humildad, po­
breza, y también el decoro del santo comportamiento reli­
gioso, tal como desde el inicio de nuestra conversión nos
lo han enseñado Cristo y nuestro bienaventurado padre
Francisco»27.
La caridad es el don del que brotan y se desarrollan
todas las demás virtudes que contiene la vida fraterna.
Clara sigue a Francisco en aquellos valores que aparecen
de una manera espontánea de la caridad, porque ellos están
mirando a Jesús y a la comunidad que ha formado en su
ministerio en Galilea cuando tratan de hacer presente el
Reino de Dios de una forma colectiva.
La humildad y la pobreza nacen del vaciamiento que
Jesús hace de sí, dejando su gloria y haciéndose uno como
nosotros28. La pobreza en Francisco y Clara se orienta al
abajamiento del Hijo de Dios. Pero la puerta de acceso a
dicha pobreza, que siempre es el sacramento de la caridad,
es la vida de Jesús y su doctrina, que, como hemos escrito,
es la Palabra de Dios encarnada y la obsesión de Francisco
y Clara29. La pobreza es una actitud global, como lo es el
amor que identifica la vida de Jesús de Nazaret. La po­

1,1 ICartCI 25; texto citado: Mt 5,3.


27 TesCl 56-57
2S Supra. nota 9.
2<>Supra. 2.1
-1 3 5 -

breza no es una actitud ascética, o moral, o de aplicación


de Injusticia social, o de imitación de la vida apostólica y
de la primera comunidad cristiana, que bien pronto cambió
la radical idad de Jesús30. Para Jesús, según lo vive e inter­
preta Francisco y Clara, la pobreza es una opción de vida
del Verbo encarnado y la une a su misión salvífica. La mi­
sión supone la entrega y obediencia a la voluntad de Dios,
que es una especie de atmósfera en la que respira conti­
nuamente Jesús. Esto conlleva una kénosis personal para
dejar paso a la total disponibilidad para el Reino. Es el sig­
nificado de pobreza que al final da Francisco y Clara: Vivir
sin propio31. El sin propio conduce a la paz, a la libertad y
al respeto a la creación, sin la manipulación que procede
del dominio sobre la naturaleza creada, pues todas las
cosas son propiedad de Dios. El sin propio da también la
posibilidad de favorecer la fraternidad entre todas las cria­
turas. Y con una clara finalidad: que toda la creación des­
vele al Señor presente en la historia, y desde aquí le tribute
el honor, la gloria y la gracia debidas32.
Por esta experiencia, Clara vincula la pobreza y humil­
dad a la simplicidad, entendida como ausencia de compli­
cación en las relaciones vitales y en la percepción de la
identidad personal. No estamos hablando de simpleza, sino
del candor que conduce, después de un control personal
tortísimo, al sumo respeto a todo lo que existe, dejando las
cosas y las personas como han salido de las manos de
Dios. Entonces los intereses y visiones personales no cam­
bian ni someten la realidad al propio yo. Desde esta pers­
pectiva. podemos hablar de fraternidad, mejor, de
hermanos y hermanas, puesto que Clara y Francisco fun-*12

'"C f. Le 12.22-31: Mt 6.25-34.


” RegNB. 1.1: «La regla y vida de estos hermanos es esta, a saber, vivir en obediencia, en castidad
y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo»; RegB 1.1: « La Regla
y vida de los Frailes Menores es esta, a saber: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo,
viviendo en obediencia, sin propio y en castidad».
12A dm .6; 7.4: 12: 15: 17: 18.
—136—

cionan por relaciones concretas, no por universales. Por


eso el Señor les dio «hermanos», no una «fraternidad».
Con esta visión, Clara crea dentro de la Iglesia y de la
sociedad un espacio donde son posibles las relaciones fra­
ternas y se lleve a cabo la dimensión social del hombre33.
Esta concepción de la persona como referencia al otro se
capta desde el mensaje central del Evangelio34*en el que
Jesucristo nos hermana bajo un mismo Padre. El Espíritu es
el que nos reúne en dicho amor fraterno y paterno33. De ahí
que impida todo signo de poder o superioridad entre las
hermanas y la experiencia creyente sea la base de la radical
igualdad que debe existir en la fraternidad, com-parándola
con la experiencia humana de la maternidad:
«Confiadamente manifieste la una a la otra su necesidad. Y
si la madre ama y cuida a su hija camal, ¿cuánto más
amorosamente debe la hermana amar y cuidar a su her­
mana espiritual?»36. En este sentido, Celano escribe: los
hermanos, sean hermanos menores, sumisos unos a otros, a
fin de que «pongan todas sus energías y amor en el tesoro
común de la fraternidad»37. En las relaciones fraternas es
donde se pueden leer, desde el sumo respeto y reconoci­
miento de los valores personales, todos los destellos que
irradia Dios como presencia de la luz absoluta en la historia.
Desde la experiencia interna de la fraternidad, en la que
uno aprende que nada del otro le es extraño, se pasa a lo que
son las relaciones con la comunidad humana y natural. Por
consiguiente, todas deben llamarse y ser hermanas, y como
tales mostrarse y relacionarse con todo el mundo33, pues
las relaciones fraternas son relaciones situadas en el mundo

“ RegNB. 5.9; RegB. 6.10: RegCl 9.5-6


" RegNB. 1-2; RegB. 1-2.12
" 2t\irtF; RcgNIi. 22
RegCl 8,15-16. Texto citado: ITes 2.7. RegNB, 9: «Que cada cual ame y alimente a su hermano
como la madre cuida y ama a su hijo»; cf. RegB, 4; RegB.
" ICel 38.
RegCl 7,1-2: 8.2; 9,1-2.5-6; 3CtaCl 9-10; cf. RegNB, 5-7; RegB, 6.
—137—

y para el mundo. En definitiva, Clara se siente arrastrada


hacia cada realidad existente con un singular y
entrañable amor. La cosas que existen no son un mundo
muerto, sino que tienen para ella su propia existencia y
difunden su propio ser, que comprende desde la pa­
ternidad divina mostrada en su Verbo encarnado. De la
relación de Dios Creador con las criaturas, Clara pasa a
Dios Padre y Providente que las vive como hijas en su
Hijo.

2. LA OBEDIENCIA
2.1. La obediencia de Jesús al Padre
La obediencia de Lrancisco y Clara es una obediencia
a Dios, que no a la ley o a las instituciones sociales y ecle­
siásticas que ordenan la convivencia ciudadana y cristiana
por medio de sus respectivos derechos. La relación obe­
diente al Señor se fundamenta en una larga historia de las
relaciones entre el Creador y su criatura en la que se parte
del amor y de la fidelidad del Señor.
Erente a la desobediencia generalizada de los hombres
implantada en las culturas’'', se coloca Jesús dispuesto a
obedecer la voluntad de Dios que ha decidido recrear y
salvar su creación. Jesús obedece en todo a Dios; su obje­
tivo es someterse a la voluntad del Padre40 hasta identifi­
carse con Él: «Yo y el Padre somos uno»41. Así pues,
obedece a María y a José y al Padre42 en el contexto de una
espiritualidad donde la Torá regula las relaciones familia­

"■CT.Ocn 1.27: Is 1.2; 19.1.3; Jcr 9.1 -5; 11/ 2.5: Rom 11.32: etc.
1,1 Jn 8.29: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo
que le agrada a él»: Jn 16.32: «Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada
uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo».
11 C f.Jn 10,30.
42 Le 2.51: «Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos». Le 2,49: «Él les dijo: “ Y ¿por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"»: Jn 4.34: «Dice Jesús:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra"»: cf. I leb 5.7-9.
— 138—

res, sociales y religiosas; obedece a Dios en la angustia de


Getsemaní: «Y decía: “ ¡Abbá, Padre!; todo es posible para
ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero,
sino lo que quieres tú”», y hasta en su misma muerte en la
cruz: «"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”»,
donde la obediencia mantenida desde el Bautismo cuando
el Padre le indica la forma de conducirse en Israel le lleva
al extremo de dar su vida: « ...y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz»43.
Y porque obedece, Dios le escucha y le salva de la
muerte: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas
al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su
actitud reverente, y aun siendo Hijo, por los padecimientos
aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se con­
virtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen»44.
Con la obediencia a la voluntad divina se mantiene fiel
a la misión encomendada y consigue la salvación para
todos, como el siervo43. En este sentido Pablo afirma:
«Como por la desobediencia de uno todos resultaron pe­
cadores, así por la obediencia de uno todos resultarán jus­
tos»; o con respecto a los creyentes: «¿No sabéis que si os
entregáis a obedecer como esclavos, sois esclavos de aquel
a quien obedecéis? Si es al pecado, destinados a morir; si
es a la obediencia, para ser inocentes»46.*il16

'• Textos: Me 14.36par: l.e 23.46: Flp 2.8.


il Iieb 5.7-4; cf. Me l4,35-36par: Sal 110.4.
45 Is 42,1-7: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He
puesto mi espíritu sobre el: dictará ley a las naciones. No vociferará ni aliará el tono, y no hará oír
en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará. Lealmente hará justicia:
no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las
islas. Así dice el Señor Dios, el que crea los ciclos y los extiende, el que hace firme la tierra y lo
que en ella brota, el que da aliento al pueblo que hay en ella, y espíritu a los que por ella andan. Yo,
el Señor, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del
pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel
a los que viven en tinieblas».
16 Rom 5.19: cf. 6.16.
- 139 -

Obcdecer a Dios, en fin, es establecer una relación de


amor, en este caso un amor filial. Esto exige en Jesús una
intimidad con Dios muy intensa, la propia del amor entre
un padre y un hijo, como se contempla en el siervo47*. De
ahí que Jesús sepa leer lo que quiere Dios en la historia y
lo haga voluntad propia: «Si cumplís mis mandamientos,
os mantendréis en mi amor; lo mismo que yo he cumplido
los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su
amor»4*.

2.2. La obediencia de Francisco y Clara


2.2.1. La obediencia del Hijo de Dios
Francisco y Clara, fieles seguidores de Jesús, entienden
la obediencia como una obediencia al Señor. Francisco lo
hace cuando camina hacia Espoleto, o le habla el Crucifijo
de San Damián, o escucha el Evangelio de la misión44.
Clara se pone en manos de Francisco y sigue lo que dicta­
mina para ella, porque ve al Señor en sus palabras y ac­
ciones50. Desde esc momento, para ella y sus sucesoras,
vivir es obedecer: «La forma de vida de la Orden de las
Hermanas Pobres, forma que el bienaventurado Francisco
instituyó, es esta: guardar el santo Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en

■' Cf. Is 49.1-5; Jn 1.1-2.


“ Jn 15.10: X.29.
w Cf. 2Cel 6; LM 1.3: TC 6; en San Damián: 2Cel 9; Evangelio de la misión: ICel 22: TC 25.
7llTesCl 6-14: «Por tanto, debemos considerar, amadas hermanas, los inmensos beneficios de Dios
que nos han sido concedidos, pero, entre los demás, aquellos que Dios se dignó realizar en nosotras
por su amado siervo nuestro padre el bienaventurado Francisco, no solo después de nuestra conver­
sión. sino también cuando estábamos en la miserable vanidad del siglo. Pues el mismo Santo, cuando
aún no tenía hermanos ni compañeros, casi inmediatamente después de su conversión, mientras edi­
ficaba la iglesia de San Damián, donde, visitado totalmente por la consolación divina, fue impulsado
a abandonar por completo el siglo, profetizó de nosotras, por efecto de una gran alegría e iluminación
del Espíritu Santo, lo que después el Señor cumplió. En efecto, subido en aquel entonces sobre el
muro ele dicha iglesia, decía en alta voz. en lengua francesa, a algunos pobres que moraban allí
cerca: «Venid y ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, porque aún ha de haber en él
unas damas, por cuya vida famosa y santo comportamiento religioso será glorificado nuestro Padre
celestial en toda su santa Iglesia».
—140—

castidad. Clara, indigna sierva de Cristo y plantita del muy


bienaventurado padre Francisco, promete obediencia y re­
verencia al señor papa Inocencio y a sus sucesores canó­
nicamente elegidos y a la Iglesia Romana. Y así como al
principio de su conversión, junto con sus hermanas, pro­
metió obediencia al bienaventurado Francisco, así promete
guardar inviolablemente esa misma obediencia a sus su­
cesores. Y las otras hermanas estén obligadas a obedecer
siempre a los sucesores del bienaventurado Francisco y a
la hermana Clara y a las demás abadesas canónicamente
elegidas que la sucedan»51. Francisco relaciona la obedien­
cia de los hermanos a la del Hijo de Dios sobre la tierra:
«Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha
puesto el Señor Dios, porque te creó y formó a imagen de
su amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza según el
espíritu. Y todas las criaturas, que hay bajo el cielo, de por
sí, sirven, conocen y obedecen a su Creador mejor que tú
[...] Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor,
cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, como
cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque
cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más»52.
Y siguiendo la estela paulina, la obediencia de Jesús al
Padre es lo que hace desaparecer el pecado para una hu­
manidad transida por la desobediencia de Adán: «Pero
cualesquiera de los frailes que no quisieren observar estas
cosas, no los tengo como católicos ni frailes míos; tam­
poco quiero verlos ni hablarles, hasta que hicieren peni­
tencia. También digo esto de todos los otros que van
vagando, pospuesta la disciplina de la Regla; ya que núes-

51 RegCI 1,1-5: el". RegNB 1-4: «¡En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo! Esta es la
vida del Evangelio de Jesucristo, que fray Francisco pidió que le fuese concedida y conlirmada por
el señor Pupa.Y él se la concedió y confirmó para sí y sus frailes, presentes y futuros. Fray Francisco
y todo el que será cabeza de esta Religión, prometa obediencia y reverencia al señor Papa Inocencio
y a sus sucesores», cf. RegB 2.
52 Adm 5,1-2: 19.1-2; 2Cel 796; LM 9,1: LP 54; cf. Gen 1.26.
-1 4 1 -

tro Señor Jesucristo dio su vida, para no perder la obedien­


cia de su santísimo Padre»53.
Clara afirma expresamente que la obediencia al Señor
en la figura de las abadesas es por am or, siguiendo la ló­
gica de los cimientos de la fraternidad, fundada en la rela­
ción del amor del Señor con sus criaturas, relación que
debe conducir la vida fraterna: «Esfuércese también en
presidir a las otras más por las virtudes y las santas cos­
tumbres que por el oficio, para que las hermanas, estimu­
ladas por su ejemplo, la obedezcan más por amor que por
temor». La obediencia por amor debe constituirse como
una manifestación espontánea de la voluntad, de la misma
vida fraterna, sin mediar principio alguno ni ley que las
regule; por eso obedecer por amor, además de ser la vida
misma, es su manifestación más natural: «Por eso, quiero
que obedezcan a su madre, como lo han prometido al
Señor, con una voluntad espontánea, para que su madre,
viendo la caridad, humildad y unión que tienen entre ellas,
lleve más ligeramente toda la carga que por razón del ofi­
cio soporta»54.
Observamos que, para Francisco y Clara, la obediencia
la entienden como hermana de la caridad, por eso no puede
afectar a la conciencia de amor y la Regla que la ampara:*51

•s-' CartO 44-46: ef. Flp 2.8: Acl2.l -4: «Di jo el Señor a Adán: Come de todo árbol, pero del árbol del
bien y del mal no comas (CJén 2.16-17). Podía comer de todo árbol del paraíso, porque, mientras no
contravino la obediencia, no pecó. Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien, aquel que se
apropia su voluntad y se enaltece de los bienes que el Señor dice y obra en él; y así por la sugestión
del diablo y transgresión del mandato, vino a ser manzana de la ciencia del mal».
51 RegCI 4.10; TestCl 68-69A"5RegCI 10.3; Francisco en Adm 3: «Dice el Señor en el Fvangclio: El
(/tic no renunciare a todo lo (¡tic posee, no puede ser mi discípulo (Le 14.33); y el que quisiere salvar
su alma, la perderá (Le 9.24). Aquel hombre deja todo lo que posee y pierde su cuerpo, que se
ofrece a sí mismo todo entero a la obediencia en las manos de su prelado. Y todo lo que hace y dice,
que él sepa que no es contra su voluntad |del prelado], mientras sea bueno lo que hace, es verdadera
obediencia. Y si alguna vez. el súbdito ve cosas mejores y más útiles para su alma que aquellas que
le ordena el prelado, sacrifique las suyas voluntariamente a Dios, y se aplique a cumplir con la obra
las cosas que son del prelado. Pues esta es obediencia caritativa (ef. IPe 1.22). porque satisface a
Dios y al prójimo. Pero si el prelado ordena algo contra su alma, aunque no le obedezca, sin embargo
no lo abandone. Y si de ahí sufriere persecución por algunos, ámelos más por Dios. Pues el que
sufre persecución antes de que quiera separarse de sus hermanos, en verdad permanece en la perfecta
obediencia, porque da su vida (ef. Jn 15.13) por sus hermanos».
-1 4 2 -

«... [obedezcan] lo que al Señor prometieron guardar y no


es contrario al alma y a nuestra profesión»35.
La obediencia a Dios en Cristo Jesús tiene su sede y
práctica en la comunidad cristiana, que es el Cuerpo de
Cristo, además de ser Santa y Madre36; y Francisco: «Y de
este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él
mismo dice: -Ved que yo estoy con vosotros hasta la con­
sumación del siglo»3. El Señor se hace presente en la Igle­
sia por medio de la Palabra y la Eucaristía3; tan es así que
no es extraño que extremen la obediencia al Papa, a los sa­
cerdotes y a los religiosos que atienden a las Hermanas,
sea cual fuere su condición moral31'. Obediencia al Señor
y a la Iglesia, que es donde se le ofrece a Cristo Jesús.
Francisco amplía la obediencia a todas las criaturas, por­
que son un vestigio de Él, dependen de su providencia:
«La santa Obediencia confunde a todas las Voluntades cor­
porales y carnales, y tiene mortificado su cuerpo para obe­
diencia del espíritu y para obediencia de su hermano, y
está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el
mundo; y no únicamente a solos los hombres, sino también
a todas las bestias y fieras, para que puedan hacer de él,
todo lo que quisieren, cuanto les fuere dado desde arriba
por el Señor»60.

2.2.2. La obediencia en la Fraternidad


La obediencia a Dios según la vida y doctrina de Jesús*57

5<’ 3CtaCl 8: TesCl 44: RegCl 12,12-l3:«Con miras a todo lo dicho, las hermanas estén firmemente
obligadas a tener siempre como gobernador, protector y corrector nuestro, al cardenal de la santa
Iglesia Romana que haya sido asignado a los Hermanos Menores por el señor Papa, para que. siem­
pre súbditas y sujetas a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe (el. Col 1.23) católica,
guardemos perpetuamente la pobreza y la humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima
Madre, y el santo Evangelio, que firmemente hemos prometido. Amén».
57Adm 1.22: cf. Mt 28.20.
5sAdm 1.9-22.
RegCl 1.3; TesCl 37; 48: BC1 6: Test 6-11: RegNB 4; RegB 1.3; 12.1: ICel 22: TC 57; LP 15:
etc.
SalV 14-18: cf. REgNB 17.14: 22.5.
—143—

marca los límites en la fraternidad clariana. Todas, supe-


rioras y súbditas, tienen que servirse mutuamente, porque
todas deben obedecer al Señor. En la fraternidad nadie hay
autónomo o puede vivir al margen de la obediencia a Dios.
Y todas deben relacionarse con la autoridad del Señor en
la historia, que es Jesús. Por eso el Evangelio será la norma
visible en la que se reflejará la relación de sumisión a Dios
Padre, y dicha norma la debe llevar grabada cada hermana
en su corazón; le escribe a Inés: «Tú, siguiendo sus hue­
llas, principalmente las de la humildad y de la pobreza,
puedes llevarlo espiritualmente siempre, fuera de toda
duda, en tu cuerpo casto y virginal, de ese modo contienes
en ti a quien te contiene a ti y a los seres todos, y posees
con el el bien más seguro, en comparación con las demás
posesiones, tan pasajeras, de este mundo»'1'.
Jesús, en términos femeninos, y Clara no podía ob­
viarlo, es el «Esposo». Escribe a Inés: «Uniéndote con el
Esposo del más noble linaje, el Señor Jesucristo. El guar­
dará tu virginidad siempre intacta y sin mancilla. Amán­
dolo, eres casta; abrazándolo, te harás más pura;
aceptándolo, eres virgen. Su poder es más fuerte, su gene­
rosidad es más alta, su aspecto más hermoso, su amor más
suave, y todo su porte más elegante. Y ya te abraza estre­
chamente Aquel que ha adornado tu pecho con piedras pre­
ciosas, y ha puesto en tus orejas por pendientes unas perlas
de inestimable valor, y te ha cubierto con profusión de
joyas resplandecientes, envidia de la primavera, y te ha ce­
ñido las sienes con una corona de oro fino, forjada con el
signo de la santidad. Así pues, hermana carísima, y aun
más, señora respetabilísima, pues eres esposa y madre y
hermana de mi señor Jesucristo, adornada esplendorosa­
mente con el estandarte de la virginidad inviolable y de la
santísima pobreza: ya que has comenzado con tan ardiente

RegCI 1.1-2: X ’taCI 25-26: textos citados: IPc 2.21: Sah 1.7: Col 1.17.
144-

anhelo del Pobre Crucificado, confírmate en su santo ser­


vicio; que El sufrió por nosotros el suplicio de la cruz, li­
brándonos del poder del príncipe de las tinieblas has
merecido dignamente ser hermana, esposa y madre del
Hijo del Altísimo Padre y de la Virgen gloriosa»62.
Si Cristo está grabado en el corazón de las hermanas,
es lógico que cada una viva en el corazón de las demás,
porque todas son hermanas de Jesús, e hijas del Padre. He
aquí cómo lo expresa Clara a Inés: «Pues sábete que yo
llevo grabado indeleblemente tu feliz recuerdo en los plie­
gues de mi corazón, y te tengo por mi más amada, entre
todas»62. Por consiguiente, de un modo objetivo y subje­
tivo, se fortalece la fraternidad desde la caridad y comu­
nión fraterna: «Y amándoos mutuamente con la caridad de
Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que
tenéis interiormente, para que, estimuladas por este ejem­
plo, las hermanas crezcan siempre en el amor de Dios y
en la mutua caridad [...] para que su madre, viendo la ca­
ridad, humildad y unión que tienen entre ellas, lleve más
ligeramente toda la carga que por razón del oficio so­
porta»64.
Francisco escribe en el mismo sentido: «Y ningún fraile
haga mal o hable mal al otro; sino más bien, por la caridad
del espíritu, voluntariamente se sirvan y obedezcan unos
a otros. Y esta es la verdadera y santa obediencia de nues­
tro Señor Jesucristo. Y todos los frailes, cuantas veces se
desviaren de los mandatos del Señor, y vaguearen fuera de
la obediencia, como dice el profeta, sepan que son maldi­
tos fuera de la obediencia hasta tanto que permanecieren
en tal pecado a sabiendas. Y cuando perseveraren en los
mandatos del Señor, que prometieron por el santo Evan-

ICtaCI 8-24; textos citados: Eclo 45.14: Hcb 12.2: Col 1.13; Mi 12,50; d \ 2CatCI 1.7.20.24;
3CtaCl 15-17; del Espíritu Santo, cf. RegCl 6,3;
M4CtaCl 34; textos citados: Prov 3.3; 2 Cor 3,3
M TesCI 59-60.; cf. RegCl 8.10
-145—

gelio y por su vida, sepan que están en la verdadera obe­


diencia y sean bendecidos por el Señor»'0 . No es extraño
que hablen y escriban de hermanas y de hermanos, que no
de fraternidad, como hemos afirmado más arriba, y, en
concreto Clara, siempre diga «nosotras» en el Testa­
mento™.
Por consiguiente, lo que iguala a toda la fraternidad es
su ser y relación fraterna, y lo que la distingue es su fun­
ción. Las hermanas pueden ejercer los múltiples oficios
que hay en el fraternidad, como cocinera, hortelana, limos­
nera, enfermera, etc., incluso el ser abadesa no es un estado
que exprese un sentido de vida, por el que se transmite la
voluntad del Señor, como sucede en los monasterios, sino
que es un ministerio cuyo sentido lo da el servicio a las
hermanas, como veremos a continuación. La fraternidad
debe vivir un clima de libertad en el que las hermanas se
puedan relacionar y manifestarse las necesidades mutua­
mente: «Confiadamente manifieste la una a la otra su ne­
cesidad. Y si la madre ama y cuida a su hija carnal, ¿cuánto
más amorosamente debe la hermana amar y cuidar a su
hermana espiritual?»; incluso cuando haya manifiesta ne­
cesidad, no importa romper el gran silencio que se observa
en la vida fraterna: «Podrán, sin embargo, siempre y en
todas partes, insinuar brevemente y en voz baja lo que
fuera necesario»*67 .
La fraternidad, que hunde sus raíces en la relación de
amor entre las hermanas, no puede soportar la exclusión
mutua: «Amonesto de veras y exhorto en el Señor Jesu­
cristo que se guarden las hermanas de toda soberbia, va­
nagloria, envidia, avaricia, cuidado y solicitud de este
siglo, detracción y murmuración, disensión y división;

6' RegNB 5,13-17; cf. 6.3; 4.5; Adm 3.6; textos citados: Gal 5.13; Sal 118.21
TesCI 2-23.27-51.74-79.
67 RcgCl 8.15: 5.4; TesCI 63 el . RcgNB 9.10-11: RegB 6.8: texto citado: ITes 2.7.
-1 4 6 -

sean, en cambio, siempre solícitas en conservar entre ellas


la unidad del amor mutuo, que es el vínculo de la perfec­
ción»68 . Es necesario, por consiguiente, saber aceptar las
propias limitaciones y tener la caridad de restaurar las re­
laciones fraternas cuando se rompen por el pecado: «Si
ocurriera alguna vez, lo que Dios no permita, que entre
hermana y hermana, por alguna palabra o gesto, se produ­
jese un motivo de turbación o de escándalo, la que haya
sido causa de la turbación, de inmediato, antes de presentar
la ofrenda de su oración ante el Señor, no solo se prosterne
humildemente a los pies de la otra, pidiéndole perdón, sino
que, también, ruéguele con simplicidad que interceda por
ella ante el Señor para que sea indulgente con ella. Mas la
otra, recordando aquella palabra del Señor: Si no perdonáis
de corazón, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará,
perdone con liberalidad a su hermana toda la injuria que
le haya inferido»69. Y recuperar la paz comunitaria cuando
las faltas son evidentes en la vida común: «La abadesa esté
obligada a convocar a sus hermanas a capítulo por lo
menos una vez a la semana, en el que tanto ella como las
hermanas deberán confesar humildemente las ofensas y
negligencias comunes y públicas»70.
Las hermanas que sirven fuera de la fraternidad deben
evitar toda mala opinión de la gente por acciones no per­
mitidas a la vida religiosa, o por transmitir noticias mun­
danas que puedan perturbar la vida de la comunidad y de
relación con Dios, que es el estilo a salvaguardar perma­
nentemente en la fraternidad, y sobre todo, cuidar el trato
edificante que la vida clariana debe aportar a la ciudad de
Asís: «Las hermanas que prestan servicio fuera del mo­
nasterio no permanezcan largo tiempo fuera del mismo, a

,,s RegCI 10.6-7: cf. Francisco: RegNB 8.9: 9,14: 17.9: RegB 10.7: textos citados: Le 12.15: Mt
13.22: Col 3.14.
w RegCI 9.7-11: Francisco: Adm 23.3: RegNB 2 1.5-6: textos citados: Mt 5.23: 6.15: 18.35
70 RegCI 4.15-16: Francisco: RegNB 18.1-2: RegB 8.2.5.
—147—

no ser que lo requiera una causa de necesidad manifiesta.


Y deberán andar con decoro y hablar poco, para que pue­
dan siempre edificarse quienes las observan. Y guárdense
firmemente de tener sospechosas relaciones o consejos con
alguien Y no se hagan madrinas de hombres o mujeres,
para que, con esta ocasión, no se origine murmuración o
turbación. Y no se atrevan a referir en el monasterio los
rumores del siglo»71.

2.2.3. La abadesa
«Ruego también a aquella que tenga en el futuro el
oficio de las hermanas que se aplique con esmero a pre­
sidir a las otras más por las virtudes y las santas costum­
bres que por el oficio, de tal manera que sus hermanas,
estimuladas por su ejemplo, la obedezcan no tanto por el
oficio, cuanto más bien por amor»72.
Io El oficio de abadesa. Siguiendo el apartado anterior,
la relación de amor de Dios en Cristo con la entera crea­
ción, o la caridad explicitada en la vida de Jesucristo hacia
sus hermanos, debe presidir y entrelazar la vida de las her­
manas, y, naturalmente, las relaciones concretas de la aba­
desa con sus súbditas. La ley no es la que estructura la vida
fraterna, sino la caridad, es decir, la relación de Dios en
Cristo. Desde este centro focal, se justifican las atenciones
materiales y personales de la abadesa a las hermanas. No
es una cuestión de deber y de responsabilidad humana di­
manada de la ley, sino es la relación de amor en la frater­
nidad quien da vida a las hermanas. La elección y, si fuere
necesario, la sustitución, se determina por el amor y la ca­
pacidad de servicio.
En el primer caso, Clara reglamenta que el ministro que

■’ RegCI 9.14-15; cf. Francisco: RcpNB 11.1: 12.1-2; RcgB 3.10: II.I.
’ TesCI 61-66.
— 148—

prepara la elección «hable a las hermanas, mediante la pa­


labra de Dios, las disponga a la perfecta concordia y a la
común utilidad en la elección que han de hacer»73. El pro­
ceso que conduce a la orientación del voto debe estar ilu­
minado por la Palabra. Por consiguiente, Clara es
coherente con lo que venimos diciendo: la obediencia es a
Dios, y la abadesa debe ser su espejo ante las hermanas,
para que cuando cumplan sus mandatos estén obedeciendo
al Señor. No es extraño que la orientación que debe hacer
el ministro con respecto al voto de las hermanas busque la
unanimidad, porque lo que está en juego es la capacidad
de amar, cuyo origen es la experiencia de fe, es decir, un
amor gratuito y libre, la caridad que hace presente la rela­
ción de amor de Dios en Cristo. Lo que pretende Clara no
es elegir a la abadesa por mayoría de votos, sino a la her­
mana que tenga más capacidad de amar y servir, que es su
sacramento. Como escribe en el Testamento: «... la obe­
dezcan no tanto por el oficio, cuanto más bien por amor».
Pero el origen de dicho amor, como hemos dicho, es teo­
lógico, es de Dios, por eso se llama caridad.
Clara excluye una elección fundada en las cualidades
humanas que puedan convertir a una hermana en buena
gobernadora de la fraternidad, o en el pacto perpetrado por
intereses de poder, de amistad, de presión, de engaño o de
ignorancia. Por eso, las hermanas pueden separar de su
cargo a una abadesa que esté incapacitada para amar o
servir: «Y si en algún tiempo apareciera a la generalidad de
las hermanas que la abadesa no es suficiente para el servicio
y utilidad común de las mismas, estén obligadas las dichas
hermanas, según la forma antes mencionada, a elegirse,
cuanto antes puedan, otra para abadesa y
madre»74, como Francisco lo ha formulado para sus frai­

“ RegCI 4.2-3: d\ Chiura 3. 147-200.


" lÍL-gCI 4.7-3.
- 149-

les7?. Es la fraternidad, que no el Visitador, como después


reglamentará la Regla de Urbano IV, la que determina la
idoneidad o no del oficio de abadesa. Porque en las rela­
ciones de amor entre las hermanas se funda el sentido de
vida clariano.
La abadesa debe seguir la forma de vida clariana: el
Evangelio. No debemos olvidar que para Francisco y Clara
el Evangelio es la ley que deben obedecer todas las her­
manas y hermanos. La autoridad de la abadesa, entonces,
no tiene valor por sí misma, sino que existe en la medida
en que se refiere al Evangelio, y el Evangelio es la Regla
que ha escrito. Desobedecer la Regla es darle la espalda
al Evangelio76. Es cierto que hay que obedecer a la Aba­
desa en aquellas cosas que uno ha prometido al Señor, pero
salvando la común obediencia al Evangelio para excluir
todo poder o dominio de unas sobre otras, realidad que
rompería esencialmente la fraternidad. Porque como se
ejerza la autoridad con poder, la fraternidad se transforma
en una sociedad en la que hay señores y siervos, institución
que Jesús excluye tajantemente77. La abadesa debe servir

RegB 8.4: «Y si en algún tiempo apareciera a la generalidad de los ministros provinciales y cus­
todios que el sobredicho ministro no es suficiente para el servicio y utilidad común de los frailes,
estén obligados los sobredichos frailes, a quienes está confiada la elección, a elegirse en el nombre
del Señor otro para custodio».
7,1 Lscribe expresamente Francisco. Test 35-39: «Y el ministro general y todos los otros ministros
y custodios estén obligados por obediencia a no añadir o quitaren estas palabras. Y siempre tengan
este escrito consigo junto a la Regla. Y en todos los capítulos que hacen, cuando leen la Regla lean
también estas palabras. Y a todos mis frailes, clérigos y legos, mando firmemente por obediencia
que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras diciendo: "Así deben entenderse” . Sino
que, así como el Señor me dio decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, así
sencillamente y sin glosa las entendáis y con santas obras las guardéis hasta el fin»; cf. RegNB 2,1 -
2.S: RegB 2.1-2.12:Y / í /Y//yi 3. 205-206).
77 Me 10.35-45par: «Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro,
queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vos­
otros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros
con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «K1 cáliz
que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a
bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es
para quienes está reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los ti­
ranizan. y que los grandes los oprimen. No será así entre Nosotros: el que quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo
del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
-1 5 0 -

a las hermanas según el Espíritu del Señor y caminar en la


vida según su influencia, como las hermanas deben obe­
decer según el Espíritu del Señor, manteniendo el diálogo
entre sí. «La abadesa amoneste y visite a sus hermanas, y
corríjalas humilde y caritativamente, no mandándoles nada
que sea contrario a su alma y a la forma de nuestra profe­
sión. Mas las hermanas súbditas recuerden que, por Dios,
negaron sus propias voluntades. Por lo que estarán firme­
mente obligadas a obedecer a sus abadesas en todo lo que
al Señor prometieron guardar y no es contrario al alma y
a nuestra profesión. Y la abadesa tenga tanta familiaridad
para con ellas, que estas puedan hablar y obrar con ella
como las señoras con su sierva; pues así debe ser, que la
abadesa sea sierva de todas las hermanas»78.
En definitiva, la abadesa debe custodiar o defender a
la fraternidad como el pastor a su rebaño. No es quien
posee, o domina a las hermanas, sino como el Señor ha
confiado a Jesús la comunidad de discípulos que le sigue,
o a Francisco a sus frailes: «Y la elegida considere qué
carga ha tomado sobre sí y a quién tiene que dar cuenta de
la grey que se le ha encomendado»; Francisco: « Y recuer­
den los ministros y siervos que dice el Señor: No vine a
ser servido sino a servir, y que les ha sido confiada la so­
licitud de las almas de los frailes, de las que si algo se per­
diera por su culpa y mal ejemplo en el día del juicio
tendrán que dar cuenta ante el Señor Jesucristo»79.

2° La madre. «Sea también próvida y discreta para con


sus hermanas, como una buena madre con sus hijas, y, de
manera especial, que se aplique con esmero a proveerlas,
de las limosnas que el Señor les dará, según la necesidad

" RcgCI 10.1 -5: T'esC'l 67: Francisco. RcgNB 4.2-3; RegB 10.1-3; Adro 2.2; 3.3.10.
•- RcgCI 43): RcgNB 4.6; textos citados: Mt 12.36; 20ÍK ; Heb 13.17.
— 151—

de cada una»80. Cuando Clara llama a la «abadesa»


«madre» está queriendo decir el significado que tiene para
nuestra cultura dicho término. Madre es la que genera la
vida en su vientre, la desarrolla y tiene la responsabilidad
de cuidarla hasta que sea adulta, hasta que los hijos tienen
capacidad de vivir por sí mismos. Crear la vida y atenderla
hasta que pueda subsistir por sí misma, es lo más parecido
a la caridad, pues es darse sin compensación al otro. La
maternidad física, la gratuidad de la entrega, está transida
por el ligamen biológico e instintivo. Sin embargo, lo que
hace servir a la madre clariana la vida a las «hijas» es
exclusivamente la caridad. Mirando a Jesús, es dar la
vida por sus hermanas, sirviéndolas hasta el fin, sin
compensación alguna81. Y teniendo como espejo el com­
portamiento de María con Jesús, la abadesa debe seguir
paso a paso el camino que, desde la llamada del ángel
Gabriel, recorre hasta la cruz.
En efecto, María responde ante Dios de su responsabi­
lidad materna, responsabilidad que entraña las exigencias
domésticas que, con José, la conducen a hacer de Jesús un
hombre y un creyente, como la abadesa, si es madre, debe
hacer con las hermanas: «Jesús progresaba en saber, en es­
tatura y en el favor de Dios y de los hombres»82. María,
además, responde también a la situación de los discípulos
de Jesús. Poco a poco tiene que experimentar la Buena
Nueva que su hijo testimonia por Palestina. Y los Evange­
lios son testigos de su relación con Dios concretada histó­
ricamente por Jesús. Un relato que narra la posición de la
familia en su gira por Galilea, termina de esta forma: «Fue­
ron su madre y sus hermanos, se detuvieron fuera y le en­
viaron un recado llamándolo. La gente estaba sentada en
torno a él y le dicen: Mira, tu madre y tus hermanos y her­

TesC'l cf. RcgCI 4.12; S.16: JCarCI 5; C.A. I.-un m i . X m - u s . 103- IOS.
*' Jn 13.1-13; 13.13.
'■ Le 2.40.32.
152-

manas están fuera y te buscan. Él respondió: ¿Quién es mi


madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sen­
tados en círculo alrededor de él, dice: Mirad, mi madre y
mis hermanos. Pues el que cumpla la voluntad de mi Padre
del cielo, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre»83.
Jesús ha elegido antes a los Doce para que convivan con
él y sean todos predicadores y testigos del Reinado. Jesús
continúa su ministerio con un grupo que ha elegido, pues
su misión no quiere hacerla solo. La familia le busca y se
presenta en la casa donde está por medio del aviso de los
que le rodean y escuchan. La respuesta de Jesús comporta
dos tiempos: la pregunta sobre quién es su familia, cuya
contestación lógica es la familia natural, la que ha venido
por él; la segunda afirmación la acompaña con un gesto:
mira a los discípulos que le rodean, y afirma que su nueva
familia son sus discípulos y en un orden inverso de como
se le ha transmitido su presencia: hermanos, hermanas y
madre, con la que acentúa la mayor importancia que tiene
en estos momentos la familia que simboliza el Reinado y
obedece la voluntad del Padre, la familia que vive la nueva
presencia de Dios en la historia. Y la voluntad del Padre
se revela ahora en las palabras y obras de Jesús, aquellas
que sus discípulos escuchan y ven.
Los relatos de la anunciación y visita a Isabel presentan
a María como oyente de la Palabra. No es extraño que
fuera posando en su interior las enseñanzas y testimonios
que Jesús ofrece sobre el Reinado. Lucas así lo entiende
cuando expone la parábola alegorizada de la semilla: «La
[semilla] que cae en tierra fértil son los que con disposi­
ción excelente escuchan la palabra, la retienen y dan fruto
con perseverancia, y a continuación comprende a su madre
como la que la escucha y la cumple»84.

Me 3..M-35pur.
*' I.e X.15.21.
—153—

El Evangelista ratifica su convicción cuando escribe


una doble bienaventuranza en un aforismo propio. Una
mujer entusiasmada por la predicación de Jesús exclama:
«¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te cria­
ron!». significando la situación de felicidad y gracia de su
madre por haber engendrado y criado a Jesús y, a la vez,
le alaba porque es más fuerte que Satanás. Y con una re­
ferencia clara a la llena de gracia de la anunciación y al
saludo de Isabel que la llama bendita entre las mujeres.
Jesús le contesta con otra bienaventuranza y orienta la
atención de los lazos naturales a los creyentes: «¡Dichosos,
más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cum­
plen!»85. El Maestro se ratifica en la prioridad de la felici­
dad que proviene de la escucha y obediencia a la voluntad
divina. María entonces va edificando su vida sobre una
obediencia a Dios, referida por Lucas en el instante del
aceptar ser madre y de la percepción en su cuerpo de su
hijo, y, más tarde, en la escucha de la Palabra encarnada
en las obras de fidelidad y seguimiento de Jesús.
Esta larga cita de la vida de María como madre y oyente
de la Palabra es fundamental para dibujar los perfiles de la
abadesa en su función de madre según Clara. María, con el
Espíritu, genera la vida de Jesús, cuida de las necesidades de
Jesús niño. Pero, con José, hace un hombre de Jesús. Y
tan es así, que pasa de ser madre biológica a ser oyente y
seguidora de su Hijo. La abadesa en la vida clariana sigue el
mismo iter, porque nunca deja de ser hermana. Su cuidado
como madre no es mantener en un «infantilismo per­
manente» a todas sus «hijas». El cuidado como madre no se
ciñe exclusivamente a lo que afirma en el Testamento y la
Regla: cubrir y atender las necesidades básicas de las
hermanas86. Esto se da por supuesto. Lo que es más difícil,*

* I.c 1.2X.42; 11.27-2X.


w’ Cuidar las enfermas, compartir los bienes, atender a las atribuladas. RcgCl 4.12-14: «Consuele
a las afligidas. Sea también el último refugio de las atribuladas (cf. Sal 31.7). no sea que. si faltaran
— 154 —

máxime en un ambiente enclaustrado, es hacer mujeres,


es hacer religiosas maduras capaces de ser también
responsables de cualquier función en la fraternidad y de
cualquier relación personal con las demás, en definitiva,
es generar «hermanas». Es lo que Clara asigna también
a la abadesa como madre en el Testamento: «Sea también
tan benigna y afable, que puedan manifestarle tran­
quilamente sus necesidades, y recurrir a ella confiada­
mente a cualquier hora, como les parezca conveniente,
tanto para sí como para sus hermanas». De las necesidades
y relación personal se debe pasar a la autonomía creyente
y vital que hace de cualquier hermana «madre», como fun­
ción, cuando la elijan, o como sentido de vida. La frater­
nidad clariana, entonces, será según María, es decir, podrá
encarnar en sus vidas el cumplimiento de la voluntad di­
vina, escuchando su Palabra, y siguiendo de cerca a Jesús,
que pasa de ser hijo a esposo para ellas, y con él, obedien­
tes al Señor.
La función de «madre» de transformar en «hermanas»
a las religiosas que ingresan, hace una vez más que la vida
clariana se asiente en la relación fraterna. No es una obe­
diencia vertical, sino horizontal. Por eso, como Lrancisco,
Clara exige la unanimidad y el intercambio en las funcio­
nes domésticas: «Para conservar la unidad del amor mutuo
y de la paz, todas las oficialas del monasterio sean elegidas
con el consentimiento común de todas las hermanas»87
Sigamos con el ejemplo de María. Jesús comienza su
ministerio por Galilea con la admiración de la gente sen­
cilla que le escucha y recibe las primeras influencias mi-
**
en ella los remedios saludables, prevalezca en las débiles la enfermedad de la desesperación. Guarde
la vida común en todo, pero especialmente en la iglesia, el dormitorio, el refectorio, la eníermería
y en los vestidos. Lo que también su vicaria esté obligada a guardar de manera semejante» ; ef. 8,
9.11.15; etc.
*’ RegCI 4,22; «Sean, en cambio, siempre solícitas en conservar entre ellas la unidad del amor mutuo,
que es el vínculo de la perfección (el. Col 3.14)»; cf. RegCI 10,7; ef. RegNB 3.7-8.
-1 5 5 -

lagrosas de la presencia del Reinado. Pero también percibe


incomprensiones. María observa con inquietud esta pri­
mera fase del ministerio de Jesús al contemplarlo aparen­
temente desquiciado. El orden nuevo que Jesús inaugura
no entra dentro de los esquemas religiosos tradicionales.
A la familia se le informa y van por él para intentar que
desista de su actuación, cuyo centro se sitúa en Cafarnaún.
«Entró en casa, y se reunió tal multitud que no podían ni
comer. Sus familiares, que lo oyeron, salieron a sujetarlo,
pues decían que estaba fuera de sí [...] Fueron su madre y
sus hermanos, se detuvieron fuera y le enviaron un recado
llamándolo»^. El cambio obrado en la vida de Jesús sin
saber con exactitud las motivaciones y la finalidad de su
misión, se conjuga con lo que María comprobará en las
tensiones posteriores que sufrirá Jesús con escribas, fari­
seos y sumos sacerdotes, terminando su vida con la trage­
dia de la cruz.
La abadesa, como madre, lleva consigo el sufrimiento,
porque no es nada fácil la rotura del yo para hacer posible
el desarrollo de la relación de amor de Dios en cada her­
mana. Y es muy difícil crear relaciones de amor que for­
malicen el ser «hermanas» a jóvenes o mujeres que
proceden de culturas distintas y traen hábitos y conductas
diferentes. Construir la fraternidad fundada en la relación
de amor del Señor es un camino lento que exige mucha fi­
delidad al Señor. Este fue el camino de María desde el
anuncio del ángel hasta la cruz; es el camino de cada her­
mana en la construcción de la fraternidad clariana, y la
abadesa, si es una madre, debe guiar dicho proceso hasta
la madurez de las hermanas y pasar de su cuidado a la cre­
encia en ellas, como María paso de ser madre a ser cre­
yente en su hijo. La abadesa, como madre, debe dejar 8

88 Cf. Me 3.20-21.31-35; con más suavidad Mt 12.46-50 y con un sentido positivo Le 8.10-21;
11.27-28.
- 156
-

dicha función para convertirse en una hermana entre las


hermanas, que es como se estructura la fraternidad cla-
riana. Es así como podemos comprender que la frater­
nidad clariana funciona y se asienta en las relaciones
fraternas, que es el fin último de la función de la abadesa
como madre.

2.2.4. Las hermanas


«Mas las hermanas que son súbditas recuerden que, por
Dios, negaron sus propias voluntades. Por eso, quiero que
obedezcan a su madre, como lo han prometido al Señor,
con una voluntad espontánea, para que su madre, viendo
la caridad, humildad y unión que tienen entre ellas, lleve
más ligeramente toda la carga que por razón del oficio so­
porta, y lo que es molesto y amargo, por el santo compor­
tamiento religioso de ellas se le convierta en dulzura»89.
El párrafo subraya, en primer lugar, la negación de sí
mismo, de los legítimos intereses que introduce en nuestra
vida la cultura y la educación familiar, como Jesús lo ha
experimentado y lo ha propuesto a sus discípulos. Ya lo
apuntamos en el seguimiento de Jesús: «Quien se empeñe
en salvar la vida, la perderá; quien la pierda por mí y por
la buena noticia, la salvará. ¿Qué aprovecha al hombre
ganar el mundo entero a costa de su vida? ¿Qué precio pa­
gará el hombre por su vida?»90.
Clara sigue a Jesús como lo experimenta Francisco:
«Mas los frailes que son súbditos recuerden que por Dios
negaron sus propias voluntades. Por donde les mando fir­
memente, que obedezcan a sus ministros en todo lo que
prometieron al Señor guardar y no es contrario al alma y
a nuestra Regla. Y dondequiera que están los frailes, que

s" TcsCI 67-70.


Me 8,35-37par: el . supra. 2.1.3.
—157—

supiesen y conociesen no poder guardar la Regla cspiri


tualmentc, a sus ministros deban y puedan recurrir. Mas
los ministros recíbanlos caritativa y benignamente y ten­
gan tanta familiaridad para con ellos, que [los frailes] pue­
dan hablarles y obrar como los señores a sus siervos; pues
así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los
frailes»91.
La caridad se debe imponer en las relaciones entre las
hermanas. Cuando aparezca el pecado, hay que evitar el
escándalo, como dice Clara: «Pero la abadesa y sus her­
manas deben guardarse de airarse y conturbarse por el pe­
cado de alguna, porque la ira y la conturbación impiden
en sí mismas y en las otras la caridad. Si ocurriera alguna
vez. lo que Dios no permita, que entre hermana y hermana,
por alguna palabra o gesto, se produjese un motivo de tur­
bación o de escándalo, la que haya sido causa de la turba­
ción, de inm ediato, antes de presentar la ofrenda de su
oración ante el Señor, no solo se prosterne humildemente
a los pies de la otra, pidiéndole perdón, sino que, tam bién,
ruéguele con sim plicidad que interceda por ella ante el
Señor para que sea indulgente con ella. Mas la otra, recor­
dando aquella palabra del Señor: Si no perdonáis de cora­
zón, tam poco vuestro Padre celestial os perdonará,
perdone con liberalidad a su herm ana toda la injuria que
le haya inferido»; Francisco: «Y guárdense todos los frai­
les, tanto los m inistros y siervos com o los otros, de tur­
barse o airarse por el pecado o mal del otro, porque el
diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno;
sino que espiritualm ente, com o m ejor puedan, ayuden al
que pecó, porque no necesitan m édico los sanos sino los
enferm os» d2

RqiU 10.2-6.
" R ok'l 9,5-11: RegNB 5.7-8: RctiB 7.5: Aüm 11.2: 75.5: 1Col 44; etc.: testos cihidos: Mt 5.25:
6.15: 0.12: 18.55; Me 2.17.
-1 5 8 -

3. LA PERSEVERANCIA
Antes de la bendición final, Clara termina su Testa­
mento suplicando a las hermanas que sean fieles a todo
cuanto han prometido al Señor, a Jesús y a Francisco.
Ruega fidelidad al Padre de las misericordias, al Hijo que,
humillándose hasta el extremo de dar su vida en la cruz,
ha sido el camino de acceso a la salvación del Padre o la
vida por la que ha transitado el Padre para hacernos hijos
suyos, y a Francisco que ha seguido los pasos de Jesús
pobre y crucificado: «Por consiguiente, si hemos entrado
por el camino del Señor, guardémonos de apartamos nunca
en lo más mínimo de él por nuestra culpa e ignorancia,
para que no hagamos injuria a tan gran Señor y a su Madre
la Virgen y a nuestro bienaventurado padre Francisco, y a
la Iglesia triunfante y también a la militante. Pues está es­
crito: Malditos los que se apartan de tus mandamientos.
Por eso doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, para que, teniendo a nuestro favor los méritos
de la gloriosa Virgen santa María, su Madre, y de nuestro
bienaventurado padre Francisco y de todos los santos, el
mismo Señor que dio el buen principio, dé el incremento,
y dé también la perseverancia final. Amén»93.
Todo ello ha supuesto para Clara, y para todas las
Hermanas, pasar de una vida que responde a la vida vieja
nacida del pecado de Adán, a una vida nueva que es la de
Jesús de Nazaret. La fidelidad y perseverancia no va diri­
gida a cumplir siempre el contenido de una ley o la obe­
diencia permanente a unos preceptos, es a la novedad de
vida que aparece con la experiencia de fe en Cristo. Es la
llamada que recibe Francisco en San Damián, y Clara en
San Rufino. La fidelidad y perseverancia está en el proceso
de desligarse del mal y caminar a la luz del amor, de con­

TesCl 75-78: textos citados: Sal 118.21; til 3.14: el. 1 Cor 3.6-7.
- 159 -

figurarse con la persona y misión de Jesús. Y se hace solo


posible en el Espíritu, que habita en la interioridad hu­
mana94. Él une a Clara a Cristo dándole la identidad de hija
de Dios y la posibilidad para serlo, pues graba en el cora­
zón la ley de Cristo, que no es otra sino el amor, el amor
de Dios95, y todos los valores que se derraman de él:
«gozo, paz, paciencia,...»9'1. Por eso, el Espíritu es el que
va haciendo cristiana y franciscana a Clara concediéndole
la paz y la libertad, y también la incorpora al cuerpo glo­
rioso, resucitado del Señor, dispensándole la vida eterna97.
Con la experiencia del Espíritu de «Cristo», o del
«Señor», que actúa la vida nueva, Pablo parte de este prin­
cipio que asume Clara: «Por eso doblo la rodilla ante el
Padre, de quien toma nombre toda familia en cielo y tierra,
para que os conceda por la riqueza de su gloria fortaleceros
internamente con el Espíritu, que por la fe resida Cristo en
vuestro corazón, que estéis arraigados y cimentados en el
amor, de modo que logréis comprender, junto con todos los
consagrados, la anchura y longitud y altura y profundidad,
y conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento.
Así os llenaréis del todo de la plenitud de Dios»9X.
Esto se desarrolla en tres etapas: abandono de la exis­
tencia fundada en el poder gracias a la fe y al amor de
Cristo y a Cristo, muerto y resucitado; Cristo crea el sentido
y el centro de la vida porque vehicula la salvación de Dios;
y la configuración con él, que se hace gracias al Espíritu,
inicia la salvación en esta vida y termina en la futura de re­
surrección. Pablo lo recapitula en un párrafo de su carta di­
rigida a los cristianos de Filipos: «Más aún, todo lo
considero pérdida comparado con el superior conocimiento

Cf. Rom 5.5: X.1); 2Cor 1.22: 2Tim 1.14: Kf'3.17; ele.
Cf. Rom 5.5: 8.9-11: 14-16: Gal 5.6-14: 6.2: ICor 9.21.
Gal 5.22: cf. Hf 5.9.
1,7Gal 5.18.21:6.8: ICor 6.17.
,,s Ef 3.14-19: cf. 1.15-21.
- 160-

de Cristo Jesús, mi Señor; por el cual doy todo por perdido


y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar
unido a él. No contando con una justicia mía basada en la
ley, sino en la fe de Cristo, la justicia que Dios concede al
que cree. ¡Oh!, conocerle a él y el poder de su resurrección
y la participación en sus sufrimientos; configurarme con su
muerte para ver si alcanzo la resurrección de la muerte»99.
El conocimiento de Cristo se entiende como una rela­
ción personal, como una revelación personal: quien elige
es Dios por medio de Cristo, quien obedece es el hombre;
y la comunión con Cristo conduce a reconocer su «seño­
río» en orden a la salvación. Si esto es así, es lógico que
dé por perdida toda su fe anterior en la justicia de la ley,
en la autosuficiencia que lleva pareja una vida dirigida
según las tradiciones emanadas de la ley. Pablo desea que
Dios le encuentre en Cristo al final de sus días y, además,
los cristianos le encuentren en Cristo en la vida presente
para aprender a caminar en la vida «nueva» que él ofrece.
Y para ello no existe problema alguno, ya que para llevar
a cabo la vida «nueva» Dios ha conferido su potencia de
gracia, su relación de amor, a Cristo con la Resurrección.
Y de él vive Clara. Así es posible superar todas las situa­
ciones de la vida provenientes del hombre «viejo», de la
debilidad humana, que impiden caminar en la senda del
Señor. La comunión con Cristo lleva aparejada, por un
lado, la participación en sus sufrimientos, en su cruz, en
la que quedan fijados todos los males de esta vida y que
Pablo los considera muertos en la muerte de Jesús, impo­
tentes para significar algo en la vida «nueva»; y la comu­
nión con Cristo, por otro lado, entraña la pertenencia a la
vida de resurrección que alcanzará todo su esplendor en la
plenitud de los tiempos100.l

l;lp 3.S-11.
10,1Textos: 2Cor 12,9-10: Flp 1,21; Rom 6,6; 8,3: Gal 1,19; 2Cor 4.10.
-1 6 1 -

Hay un párrafo muy significativo en el Evangelio: «Un


doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maes­
tro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». El le
dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente” . Este mandamiento es el
principal y primero. El segundo es semejante a él: “Ama­
rás a tu prójimo como a ti mismo” . En estos dos manda­
mientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». Clara ha
fundado toda su vida y la de sus hermanas en el amor, por­
que Dios la ama como a una hija, y le exige que lo ame.
La fraternidad existe en la medida de las relaciones de a-
mor entre las hermanas. Dios da la capacidad para iniciar,
permanecer fieles y llegar perseverantes hasta el final de
la vida en el seguimiento de Jesús y según la forma con
la que Jesús ama, como le ha enseñado Francisco. Pero la
potencia del amor de Dios depositada en la vida de Clara
y en la de sus hermanas conduce a confiar plenamente en
Él, confianza que hace caminar por las vías que ha re­
corrido Jesús. La confianza lleva necesariamente a la fi­
delidad y a la perseverancia. Parte el mandamiento del a-
mor de una experiencia irrenunciable para Clara y Francis­
co: Dios, que es uno1"1, absorbe todas las capacidades hu­
manas para su reconocimiento en la vida por medio de la
adoración. Dios desea una reciprocidad intensa y excluye
las medianías y cálculos en las respuestas a su entrega a-
morosa. Corazón, alma, mente y fuerzas resumen la en­
trega total y sin condiciones102. Además el amor lleva con­
sigo la iniciativa sin interés, el respeto al otro, que cuan­
do es Dios se transforma en alabanza y adoración, y la di­
mensión cognoscitiva que completa a la afectiva. Clara
puede suscribir la bellísima oración de Francisco al Padre:

1(11 Cf. Me 12.2M.32: Lev 6.4.


1112 «Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o. al contrario, se
dedicará al primero y no hará caso del segundo. No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6.24).
-1 6 2 -

«Tú eres el santo Señor Dios único, el que haces mara­


villas.
Tú eres el fuerte, tú eres el grande, tú eres el altísimo,
tú eres el rey omnipotente; tú Padre santo, rey del cielo
y de la tierra.
Tú eres el trino y uno. Señor Dios de los dioses;
tú eres el bien, el todo bien, el sumo bien,
Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría,
tú eres la humildad, tú eres la paciencia,
tú eres la belleza, tú eres la mansedumbre;
tú eres la seguridad, tú eres el descanso,
tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría,
tú eres la justicia, tú eres la templanza,
tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción.
Tú eres la belleza, tú eres la mansedumbre,
tú eres el protector, tú eres nuestro custodio y defensor;
tú eres la fortaleza, tú eres el refrigerio.
Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe,
tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura,
tú eres nuestra vida eterna,
grande y admirable Señor,
Dios omnipotente, misericordioso Salvador»103.

""A ID 1-7; cf. RcgNB 17.5.18; 22.26; 25,8-9; OfP 12,5.5; AHI 11; OlV passim.
— 163 —

4. BENDICIÓN FINAL
Además de la amplia bendición, siguiendo en parte a
Francisco, que Clara escribe a sus hermanas, cuya noticia
la recoge la Leyenda de Santa Clara, realmente hermosa,
el párrafo con el que termina el Testamento es un resumen
de la bendición referida y el colofón a una historia de amor
cuyas etapas ha comentado en el Testamento: Llamada del
Señor que origina el camino del seguimiento de Jesús, cre­
cimiento en la relación del Señor y de las hermanas y per­
severancia y fidelidad a la elección divina104.
Clara bendice: «Para que mejor pueda ser observado
este escrito, os lo dejo a vosotras, carísimas y amadas her­
manas mías, presentes y futuras, en señal de la bendición
del Señor y de nuestro bienaventurado padre Francisco, y
de la bendición mía, vuestra madre y sierva», siguiendo el
hilo de Francisco: «Escribe cómo bendigo a todos mis
frailes, que hay en la Religión y que vendrán hasta el fin
del siglo... Puesto que, a causa de la debilidad y dolor de
la enfermedad, no tengo fuerza para hablar, brevemente
en estas tres palabras declaro a mis hermanos mi voluntad,

101Clara bendice a sus hermanas con cierta frecuencia y la repite antes de morir. —Leyenda de Santa
Clara 45. Parte de la bendición la toma de San Francisco y está preñada de citas bíblicas y de sus
escritos: «Fn el nombre del Padre y del Hijo y del Hspíritu Santo. El Seboros bendiga y os guarde.
Os muestre su faz y tenga misericordia de vosotras. Vuelva su rostro a vosotras y os dé la paz (cf.
Núm 6.24-26). a vosotras, hermanas e hijas mías, y a todas las otras que han de venir y permanecer
en vuestra comunidad, y a todas las demás, tanto presentes como futuras, que perseveren hasta el
fin en todos los otros monasterios de Damas Pobres.
Yo. Clara, sierva de Cristo, plantita de nuestro muy bienaventurado padre san Francisco, hermana
y madre vuestra y de las demás hermanas pobres, aunque indigna, ruego a nuestro Señor Jesucristo,
por su misericordia y por la intercesión de su santísima Madre santa María, y del bienaventurado
Miguel arcángel y de lodos los santos ángeles de Dios, de nuestro bienaventurado padre Francisco
y de todos los santos y santas, que el mismo Padre celestial os dé y os confirme esta su santísima
bendición en el cielo y en la tierra (cf. Gen 27.28): en la tierra, multiplicándoos en su gracia y en
sus virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante: y en el cielo, exaltándoos y glorifi­
cándoos en la Iglesia triunfante entre sus santos y santas. Os bendigo en vida mía y después de mi
muerte, como puedo y más de lo que puedo, con todas las bendiciones con las que el Padre de las
misericordias (cf. 2 Cor 1.3) ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas en el cielo (cf. Ef 1.3) y
en la tierra, y con las que el padre y la madre espiritual ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas
espirituales. Amén. Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas,
y sed siempre solícitas en observar lo que habéis prometido al Señor. El Señor esté siempre con vo­
sotras (ef. 2 Cor 13.11). y ojalá que vosotras estéis siempre con Él (cf. Jn 12.26; 1 Tes 4.17). Amén».
BcCI 1-16; cf. C. Vaiani, Clara en sus escritos. III. 422-428.
—164—

a saber: que, en señal de recuerdo de mi bendición y de mi


testamento, siempre se amen recíprocamente; que siempre
amen y guarden la santa pobreza, nuestra señora; y que
siempre sean fieles y sujetos a los prelados y a todos los
clérigos de la santa madre Iglesia»105.
Bendecir, entre sus múltiples significados y en los tér­
minos que lo hace Clara, quiere decir el poder que tiene,
como madre y hermana, de invocar el favor divino sobre
sus hijas y hermanas. A la bendición del Señor, une la de
Francisco y la suya propia. Clara «habla bien» de ellas —
bendecir— y entraña la donación de su amor personal, la
de Francisco, y, sobre todo, la del Señor, porque todo lo
que «mira» hace que aumente su relación de amor. La re­
lación de amor se traduce en la permanencia en la historia
del estilo de vida cristiano que Francisco y Clara han ex­
perimentado. Además, la bendición del Señor contiene el
disfrute de todos los dones y frutos del Espíritu: «Sabidu­
ría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor
de Dios»; y «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bon­
dad, fe, mansedumbre y templanza»106.
Clara desea abarcar con la bendición del Señor y la de
Francisco la permanencia en la historia de su forma de
vivir el Evangelio y, a la vez, dicha permanencia queda
asegurada por la atmósfera divina que crea la experiencia
del misterio de Cristo al que se han dado en cuerpo y alma,
y con él la manifestación permanente del Señor en la vida
clariana. Es lo que viene a afirmar Pablo: «Así, pues, que
nadie se gloría en los hombres, pues todo es vuestro:
Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo pre­
sente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y
Cristo de Dios»1117.

TesCI 79.
""'Textos: ICor 12.3: el. Jn 14.26. Gal 4.6: cf. Rom 8.15-17. Cl\ ICor 12.4; Is 11.2: Gal 5,22-23.
107 ICor 3.21-23: c l.l. 12; 11.3.
—165-

CONCLUSIÓN
Hemos comprobado que en el primer capítulo del Tes­
tamento Clara funda su vocación en la Trinidad. Dios
Padre se le presenta pleno de bondad y misericordia
iluminando su corazón para cambiar de vida. Dios Padre
es la roca donde se asienta su nueva vida y comienza una
nueva historia que va a estar llena de gozo y no pocos
sufrimientos, sobre todo en lo que concierne al re­
conocimiento del sentido y vivencia de la pobreza según le
había enseñado San Francisco. Pero, como Francisco en
San Damián, cuando descubre por su medio el camino que
recome Jesús hasta la Resurrección, todo le es relativamente
más fácil. Sabe a qué atenerse y le bastan los encuentros,
las palabras y los escritos del Poverello, además de la
escucha atenta a la Palabra. Y Jesús es el centro de su
relación con Dios, de su relación con las hermanas y la
dimensión de su identidad: el vaciamiento de sí, la
pobreza, ser sierva, la cruz como renuncia de sí, de su
familia, de su situación social, etc., que la convierte en una
marginada social. El Espíritu, la relación de amor que Dios
Padre establece con la creación, con sus hijos, la convierte en
esposa y madre desde la perspectiva divina, como María.
Es cuando Clara entrega su feminidad al misterio de la
salvación y al camino de la espiritualidad clariana para
alcanzarla y vivirla en la Iglesia, en la historia humana. No
se da una renuncia a su condición eriatural, sino que, como
María, la orienta hacia la presencia de Jesús en la comunidad
cristiana y al cuidado de su crecimiento en las instituciones,
comunidades y personas que conforman el entramado cris­
tiano en la historia humana.
Clara escribe en el segundo capítulo del Testamento
sobre la presencia del amor misericordioso del Señor, que
la introduce, por su Hijo Jesús y Francisco, en la vida
nueva del Espíritu. Clara sigue a Francisco en la itineran-
cia del Hijo de Dios cuando se encarna. Y la encarnación
-1 6 6 -

del Logos, la de Jesús de Nazaret y la de Francisco, no son


un proceso interno por el que la persona se deshace de sí
y sigue los pasos de unión con Dios al margen de la fra­
ternidad, la cultura y la historia humana. La itinerancia
para Clara es la de Jesús y Francisco en su contexto histó­
rico. Por ello, se anula su carisma si se transforma en una
dimensión mística al estilo de los monasterios, cuyos reli­
giosos y religiosas se conducen en las relaciones con Dios
con la base antropológica de la contraposición alma/
cuerpo.
La vida clariana debería repensar su situación actual en
el mundo, toda vez que la mujer ha cambiado su forma de
vida recluida en casa o en los monasterios. Y debería,
como aconseja Clara a Francisco, evangelizar a un mundo
rebelde a Dios desde los parámetros del am oren medio de
las gentes, sin huir y refugiarse entre unas paredes. La
mujer actual en el occidente cristiano está inserta en la so­
ciedad colaborando con su sentido femenino de la vida a
unas relaciones pacíficas muy importantes. Y las hijas de
Clara no deberían vivir ajenas a la contribución que la
mujer, y la mujer cristiana y franciscana, está aportando
para encarnar a Jesús en la historia humana.
Debemos, a la vez, subrayar que la vocación contem­
plativa es común al cristianismo y de una manera especial
al franciscanismo, sea en su rama masculina como feme­
nina. La Orden Franciscana ha acentuado constantemente,
sobre todo en los últimos tiempos, que hay que vivir uni­
dos al Señor de una forma permanente. Por ejemplo, el
Proyecto Porciúncula, que diseña las claves de la vida y
misión de los franciscanos de la Provincia de la Inmacu­
lada en España, siguiendo la enseñanza de la Iglesia y de
los documentos de la Orden, enseña: «Somos hermanos y
menores,con el corazón vuelto hacia el Señor [ ...] ,porque
Dios es el principio integrador de toda nuestra vida y mi­
sión». Dios es el centro de los franciscanos; de ahí que se
- 167-

deba potenciar al máximo la vida entendida no como un


éxtasis que la paraliza y la vuelve inalterable en el tiempo
y en el espacio, separada del mundo. La existencia es con­
templativa si incluye una experiencia del Señor que ali­
menta todas nuestras acciones y se transforma en el
principio unificador de ellas.
El último capítulo versa sobre la vida fraterna, o la re­
lación entre las hermanas. Dichas relaciones están funda­
das en la caridad, en la experiencia del Señor que hace que
los rostros de las hermanas se miren desde Él. Es así como
enriquece la vida clariana a la Iglesia y a la sociedad de
todos los tiempos. El amor del Señor se hace visible
cuando se relata en la vida entre los bautizados, en este
caso, en la fraternidad clariana. La obediencia se entiende
como la obediencia de Jesús a Dios; como la obediencia
de hermanas a Dios. La fraternidad es la sede donde viven
la abadesa y las súbditas dentro de un destino común de
amor. Esto es lo que bendice Clara para sus hermanas de
todos los tiempos y lo que desea de todo corazón que sean
fieles siempre y en todo lugar.
En definitiva, el Testamento es un resumen precioso de
la Regla, donde Clara se vacía a sí misma de una forma
breve e intensa ante sus hermanas: describe la experiencia
fundante de su vida y lo que desea dejar de sí a las clarisas
de todos los tiempos.
B IBLIO G R AFIA

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— 173 —

ÍNDICE

Testamento de Santa Clara ............................................................... 5


Abreviaturas de los Escritos y B iografías.................................... 13

I. EL SEÑOR (TestCI 1-23)


Introducción ..................................................................................... 17
1. Dios Padre ...................................................................................19
1.1. El bien recibido, elección y la acción de gracias .............19
1.2. «Padre de las misericordias» .............................................24
1.3. La gratuidad d iv in a ............................................................. 27

2. Jesús «camino» (TestCI 5) .........................................................32


2.1. La pobre/a del hijo de Dios .......................................... 33
2.1.1. La kénosis del lo g o s ................................................... 35
2.1.2. Jesús pobre y siervo .................................................... 40
2.1.3. La eru/ del I lijo de Dios ...........................................65

3. Iluminación divina poi el Espíritu ............................................76

II. LA «FORM A DE VIDA» (TestCI 23-55)

Introducción ........................ 81
1. Los orígenes ........................ 82
2. Vida nueva ........................... 88
3. Clara sigue a Jesús en la Insioi la ........................... 91
3.1. ¿Vida contemplativa o vida m Uva'’ ................................. 91
3.2. La Palabra se hace ¡Imcranle ..................97*4

4. La «forma de vida» de Francisco .........101


4.1. Francisco guía a Clara . . . .........101
4.2. Vivir el E vangelio ............. ...104
4.3. La vida en el Espíritu . . . . ■• • 1(*9
4.3.1. Escritos deFrancisco. . .109
4.3.2. La salvación afecta a la i>n soiiii y a la /u womi/ II-1
4.3.3. La vida nueva de Clara I 111
4.4. El cuidado de Francisco . . . . L’0
— 174—

III- «LA FRATERNIDAD» (TestCI 56 - 79)

1. La caridad de Cristo ................................................................128


1.1. La caridad origina la fraternidad .................................... 128
1.2. Las virtudes de lafraternidad..............................................1 3 4

2. La obediencia ............................................................................ 1 3 7
2 .1. La obediencia de Jesús al Padre .................................... 137
2.2. La obediencia de Francisco y Clara .................................13 9
2.2.1. La obediencia del Hijo de D io s ..................................139
2.2.2. La obediencia enla Fraternidad ................................142
2.2.3. La ab ad esa.................................................................. j 4 7
2.2.4. Las hermanas ............................................................ 1 5 6

3. La perseverancia ....................................................................... jgg

4. Bendición final .......................................................................... 1 63

C onclusión....................................................................................... 165

B ibliografía..................................................................................... 1 6 9
— 175 -

PUBLICACIONES DE LA COLECCIÓN
«HERMANO FRANCISCO»

N" I J. Garrido. LA FORMA DE VIDA FRANCISCANA - Agotado


N" 2 K. Esser. LA ORDEN FRANCISCANA. ORÍGENES E IDEALES
N" 3 T. Larrañaga. OÍDME HERMANOS. CELEBRACIONES FRAN­
CISCANAS- Agotado
N" 4 E. Lcclerc. EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS
N" 5 E. Mottc-G. Hcgo. LA PASCUA DE SAN FRANCISCO
N° 6 M. Hubaut-M.T. Malcissye. OS ANUNCIAMOS LO QUE HEMOS
VISTO
N° 7 J. Garrido. LA FORMA DE VIDA DE SANTA CLARA - Agotado
N° 8 LOS ESCRITOS DE FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS - Agotado
N" 9 K Esser. TEMAS ESPIRITUALES
N" 10 K Esser. EL TESTAMENTO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
N" 11 T. Larrañaga. ORANDO CON SAN FRANCISCO . Nueva edición
(2009)
N" 12 P'.Uribe, LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN SAN FRANCISCO
N" 13 F. I .eelerc. FRANCISCO DE ASÍS. EL RETORNO AL EVANGE­
LIO
N" 14 C. A. I.ainati. SANTA CLARA DE ASÍS
N" I 5 .1. Gai ralo. LA FORMA DE VIDA FRANCISCANA. AYER Y HOY
N" 10 Ngiiven Van Khanh. CRISTO EN EL PENSAMIENTO DE FRAN-
( IS( <)
N" I / ( ai los I >ia/. I ( <>1.<K'.ÍA Y POBREZA EN FRANCISCO DE ASÍS
N" |S M A...... . FR ANCISCO DE ASÍS Y DE JESÚS
N" 19 l> I >c A/ i-mmIo , SAN FRANCISCO DE ASÍS. FE Y VIDA
N" 20 AA V\ ( I I I IIKAt IONES FRANCISCANAS POR LA PAZ
N" 2 I I San/ I KAN( IS< (> 'i ( I ARA DE ASÍS. ICONO Y PALABRA
DI . AMISI AI > Agolado
N" 22 M I luí>iiiii t 'Rl‘i H >NUES I KA DICIIA - Agotado
N" 23 F.Uulie l'l >R I i >‘i i \MIN( >S I >1 FRANCISCO DE ASÍS
N" 24 I Di-.lioiiin is DI I A INIUK ION A LA INSTITUCIÓN. LOS
I RAN< l'd \Ni >'.
N" 25 M. .......... i I \E \ DI N'.l'i
N" 26 AA. VV. Rl Dl \ ) \ ID \ < .....«-ni........i la regla y vida de los Her-
niaiios/us di l i l i >M
N" 27 G. Mui olí I l< \Ni l'.i i >DI V.P. Rl \l IDAI) Y MEMORIA DE
UNA I XI'I PII Mi I V* l'l'. I I \N \
N" 28 J.M. ( liinioii I MAMi l ' d i i DI \M '. I N III 'SCA DE LA IDENTI­
DAD
—176—

N° 29 T. Matura, EN ORACIÓN CON FRANCISCO DE ASÍS


N" 30 D. Flood, FRANCISCO DE ASÍS Y EL MOVIMIENTO FRANCIS­
CANO
Nu 3 I T. Matura, FRANCISCO DE ASÍS OTRO FRANCISCO. EL MEN­
SAJE DE SUS ESCRITOS
N" 32 R. Manselli, VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS - Agotado
N” 33 R. Manselli. PARA MEJOR CONOCER A FRANCISCO DE ASÍS
N° 34 F. A i/.punía, ¿POR QUÉ A TI? LA ESPIRITUALIDAD FRANCIS­
CANA HOY
N“ 35 J. Dalarun, LA MALAVENTURA DE FRANCISCO DE ASÍS
N" 36 L. Lehmann. FRANCISCO MAESTRO DE ORACIÓN
N° 37 AA.VV., FRANCISCO DE ASÍS Y EL PRIMER SIGLO DE HISTO­
RIA FRANCISCANA
N°38 AA.VV.. FRANCISCANOS POR LA JUSTICIA. LA PAZ Y LA
ECOLOGÍA
N° 39 Martí Avila i Sena. LOS OJOS DEL ESPIRITU. COMENTARIO A
LAS ADMONICIONES DE FRANCISCO DE ASÍS
N "40 J. Herían/ / J. Garrido /L A . Guerra. LOS ESCRITOS DE FRAN­
CISCO Y CLARA DE ASÍS. TEXTOS Y APUNTES DE LECTURA
- Agotado
N” 41 T. Matura, FRANCISCO DE ASÍS. MAESTRO DE VIDA ESPIRI­
TUAL SEGÚN SUS ESCRITOS
N° 42 M. Amunárriz. ¡LOAD Y BENDECID A MI SEÑOR! EL MUNDO
INTERIOR DE FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
N" 43 Dinno D o//i, "ASÍ DICE EL SEÑOR". EL EVANGELIO EN LOS
ESCRITOS DE SAN FRANCISCO
N" 44 J. Garrido. MEDITACIÓN DEL FRANCISCANISMO. RF.LEC-
TURA DE LAS FLORECILLAS
N" 45 Ángel Fd/. de Pinedo. LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE FRAN­
CISCO DE ASÍS Y LA IDENTIDAD FRANCISCANA
N" 46 Cesare Vaiani, VER Y CREER. LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE
FRANCISCO DE ASÍS
N" 47 J. Garrido. ITINERARIO ESPIRITUAL DE FRANCISCO DE ASÍS.
PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS
N” 48 G. Bini. ESCUCHAD HERMANAS. UN ITINERARIO PARA RE­
FUNDAR LA VIDA CONSAGRADA - Agotado
N" 49 F. Ai/purua. UNA LUZ ENTRE L.A NIEBLA - Agotado
N° 50 G. Merlo. EN EL NOMBRE DE FRANCISCO DE ASÍS. HISTORIA
DE LOS HERMANOS MENORES Y DEL FRANCISCANISMO
HASTA LOS COMIENZOS DEL SIGLO XVI
N" 5 1 AA.VV.. CAMINANDO CON FRANCISCO
- 177
-

N" 52 Fcd. Clarisas de Umhría-Ccrdeña. CLARA DE ASÍS. UNA VIDA


TOMA FORMA. ITER HISTÓRICO
N" 53 T. Matura. FRANCISCO DE ASÍS. HERENCIA Y HEREDEROS
OCHOS SIGLOS DESPUÉS
N" 54 G. Bini. RECUPERAR LA INTUICIÓN EVANGÉLICA FRANCIS­
CANA
N" 55 Ch. Giovanna Cremaschi. CLARA DE ASÍS. UN SILENCIO QUE
GRITA
N" 56 Fernando Uribe. LEER A FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS: SUS
ESCRITOS
N" 57 Ma Ángeles Góme/.-Limón. SER MARÍA
N" 58 Joxe M“ Arregi, APRENDER A VIVIR CON FRANCICO DE ASÍS.
Sugerencias
N" 59 Michel Hubaut, FRANCISCO DE ASÍS. PEREGRINO HACIA LA
LUZ
N" 60 Ilia Delio, Keith Douglas Warner. Pamela Wood. EL CUIDADO DE
LA CREACIÓN
N" 61 F'raneiseo Martínez Fresneda. SANTA CLARA. COMENTARIO TE­
OLOGICO DE SU TESTAMENTO.

Fuera de Colección:
Julio I Ierran/. Javier Garrido. José Antonio Guerra. FRANCISCO
Y CLARA DE ASÍS. ESCRITOS (Edición de bolsillo según la tíl-
lima edición critica de Paoktzzi. Octubre 2013)

PUBLICACIONES DELA COLECCIÓN «MINOR»

1. Ignacio I .nrrannga ira n c isc o , el pobre de Asís.


2. Victoria Henin El secreto de Francisco.
3. Eloi Leclere Iln m aestro de oración: Francisco de Asís.
4. Gadi Bosclt Me llam o ( tara de Asís.
5. Michel I Itihaul Acoge/ la palabra de D ios con F rancisco de Asís
6. Pierre Brtinellc íta m tseo de Asís v sus conversiones.
7. Javier Garrido i i ancisco de Asís contem pla a Jesús.
8. Mons. IT. ( 'ai los Amigo !■rancisco <le Asís. En el bien en co n tra ­
rás la />a..
9. Sebastian Lope/ Mi Dios v mi todo.
10. Cario l’aoln/zi I I canuco ilel herm ano sol.
I 1. I lermanas ( 'Iai isas de Salvatierra ( Jara de A sís. H abitada por
la vida v el amoi
I 2. FI o i I eelen / iiim i\< o de Asís. De la erar, a la gloria

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