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VIDA

DE LA

santísima Virgen
POR EL

P. FLORENTINO OGARA S. J.

ILUSTRADA CON 60 LÁMINAS DE LOS PRINCIPALES ARTISTAS CATÓLICOS

MADRID
«Razón y Fe. = —Plaza de Santo Domingo, 14, bajo
Apartado de Correos 386.—Teléfono 32-10.
192 1
Madrid.—Establecimiento tipográfico Nieto y Compañía.—Tutor, 16, teléfono 20-42’J.
LA INMACULADA (Llamada ¿Le "Souilt )
Murillo París’ Museo ¿Leí Louvre (b’c/c. Alinar i ¡
LA INMACULAL'A LA"DSL TRASALTAR LE CAPUCHINOS")
INTRODUCCION

PÁRRAFO PRIMERO

MARCO HISTÓRICO

ADA más al alcance de cualquier escritor, medianamente


instruido, que describir, en cuanto a su parte externa, la
vida de Nuestra Señora y Reina la Virgen Santísima.
No se presentan a los ojos del historiador complicaciones de
embrollados sucesos, ni multitud abrumadora de documentos que
sea necesario clasificar y extractar, ni apenas variedad de peripe­
cias y acontecimientos extraños, que sorprendan la atención. Los
sucesos emocionantes, y únicos en la historia del mundo, de la Pa­
sión y muerte de su Hijo Santísimo, forman historia aparte, que so­
lamente de refilón se refieren en la Vida de Nuestra Señora, y
tienen y tendrán innumerables escritores que de propósito los estu­
dien y comenten.
De ahí, que el campo de la Vida de Nuestra Señora se pueda
abarcar en pocas líneas. Pero esta misma facilidad aparente cons­
tituye la mayor de las dificultades. Se equivocaría quien creyese
darnos idea cumplida de la Virgen, con seguirla paso a paso desde
el lugar del nacimiento hasta el de su último suspiro en fuerza del
divino amor, y fijándose en esa corteza externa, nos dijese: Esa es
María. Por lo mismo que se trata de una Vida, y la vida es lo más
íntimo del alma, y la vida sobrenatural lo más secreto, no es ese el
4 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

camino de pintar a ningún héroe y menos a un Santo, e infinita­


mente menos a la que es prodigio de santidad.
Escultores y pintores vemos cada día que remedan perfecta­
mente las facciones y se acomodan al estilo y uso de la época en
que vivieron sus héroes, dándoles el mismo vestido, el mismo color,
históricamente irreprochable, artísticamente correcto en la forma;
y, sin embargo, a veces falta lo principal: el alma, un no sé qué
imperceptible que lograron adivinar los Murillos en sus Vírgenes,
y los Velázquez en sus Crucifijos.
Pueden muy bien pintarme la cueva del nacimiento del Salva­
dor, decirme minuciosamente todas sus medidas, la situación del
pesebre: todo esto es útil, sin duda, y ayuda a la inteligencia del
misterio del nacimiento; pero más dice a mi alma, que todas estas
descripciones, aquella sublime página de Granada, que dudo mucho
haya sido superada jamás por escritor humano.
Quien tiene los ojos tan puros como él para leer en el corazón
del Hijo y de la Madre, podrá escribir con acierto una historia que,
aunque posea menos datos, tendrá más de historia y de verdad.
Quien no tenga aquella perspicacia sobrenatural, que da Dios a los
limpios de corazón, podrá acumular pormenores externos, no difí­
ciles de encontrar con estudio y paciencia, pero no será capaz de
presentar una historia.
Afortunadamente, autores devotísimos de nuestra Señora han
escrito con verdadera unción y riqueza de datos. A mí se me pide
una historia breve, que sirva para recrear suavemente los ánimos
de los lectores, mientras se les ofrece una hermosa colección de
imágenes artísticas de María. Y lo que más ha de servirme de excusa
en mis deficiencias, es que este trabajo se me pide con apremio, sin
darme el reposo suficiente para ampliar, quitar, modificar; de suer­
te que me veo forzado a tener por bueno lo que de primera inten­
ción saliere de mi pluma. Pero confío que, dada la brevedad que
me propongo, no he de abusar de' la paciencia de mis lectores, y
teniendo tan buenos guías, no he de caminar sin rumbo fijo, y apo­
yado en la eficacia de la bendición de la santa obediencia, he de
tener el favor de.la misma Señora y Madre nuestra, a quien pido
MARCO HISTÓRICO 5

mire por su honra, no permitiendo que sea indigno de ella este


pobre engendro de mis débiles fuerzas espirituales. Dignare me
laudare te, Virgo sacrata. Dígnate, sagrada Virgen, concederme
la gracia de que este mi pobre libro redunde en tu alabanza.
El magisterio infalible de la Iglesia nos enseña y manda creer,
como dogma de fe, que la Virgen Santísima, en el primer instante
de su ser, fué concebida sin mancha de culpa original.
Sabemos con certeza, por los sagrados libros, que la Virgen
Santísima era oriunda de la'familia de David. Así se cumplen las
profecías relativas al linaje de Nuestro Señor Jesucristo.
Por los evangelios no sabemos el nombre de sus padres ni el
lugar ni el año de su nacimiento. Pero entre los retazos de verdad,
que brillan de vez en cuando en medio de las fábulas que contienen
los evangelios apócrifos, se ha juzgado con fundamento, desde muy
antiguo, deberse respetar como auténtica la noticia de que los pa­
dres de Nuestra Señora se llamaban San Joaquín y Santa Ana, y
que cuando la Virgen tenía solamente tres años de edad, la consa­
graron al divino servicio en el templo, para que allí viviese con las
demás Vírgenes cantando las divinas alabanzas.
Es indudable que había hecho voto de virginidad perpetua,
como se desprende de su respuesta al ángel (Luc., 1, 31) en el mis­
terio de la Anunciación.
En esta ocasión la vemos ya desposada con San José, de quien
tampoco se nos da más noticia que su genealogía y descendencia
davídica, su oficio de artesano y su eminente santidad.
Después de la Anunciación la vemos presurosa dirigirse a salu­
dar a su prima Santa Isabel, y en esta escena vemos en plena luz
la excelsa dignidad de María.
Síguense las angustias de San José, a quien un ángel tranquiliza
de parte de Dios, descubriéndole todo el misterio.
Al poco tiempo vemos a José y María encaminarse a Belén: José,
para empadronarse, según el decreto de César Augusto; María,
quizá con el mismo fin (ya que ambos procedían de Belén), acaso
en calidad de hija heredera, como algunos conjeturan.
En todo este intervalo de tiempo nos va. guiando el evangelio
6 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

con toda claridad, y a su luz vemos a María en Belén en las escenas


divinas del nacimiento; la vemos a los ocho días en la circuncisión
de su Hijo divino; a los cuarenta, en el templo de Jerusalén, cum­
pliendo la ley de la purificación; probablemente, de aquí fué a Na-
zaret para breves días con ánimo de volverse a Belén (siempre con
San José y el Niño Jesús); luego la vemos instalada en una casita de
Belén, presentando en sus brazos al divino Niño, a quien adoran los
Magos—habría pasado más de un año desde el nacimiento—. A con­
tinuación San José, avisado por un ángel de los planes homicidas
de Herodes, toma al Niño y a su Madre, y huye con ellos a Egipto.
Después de transcurrido algún tiempo en Egipto (no se nos dice
en qué región de este país, ni cuánto tiempo), el ángel vuelve a
avisar a José de la muerte de Herodes, y José, con el Niño y su Ma­
dre, vuelve a tierra de Israel; trata de instalarse de nuevo en la
Judea (en Belén, probablemente), y, temeroso de Herodes Arquelao,
que había heredado los instintos de su padre, se halla indeciso hasta
que el ángel le vuelve a hablar en sueños, y entonces se decide a ir
a vivir en Nazaret, cumpliendo los divinos designios, que aquel Niño
se había de llamar Nazareno.
Vuelve otra vez la niebla del silencio a ocultar la divinidad de
Jesucristo en la casita y en el taller de Nazaret. Cuando el divino
Niño llega a los doce años, se manifiesta por un momento su gloria
para volverse a ocultar. Después de haber subido a Jerusalén para
la fiesta de la Pascua, que duraba ocho días, cumplido este tiempo,
y volviéndose José y María, el Niño se queda sin advertirlo ellos, y
después de buscarle con mucho dolor, al tercer día le hallan en el
templo entre los doctores, llenándolos de pasmo con la perspicacia
de sus preguntas y sabiduría de sus respuestas.
La Virgen Santísima pregunta al Niño por qué ha procedido así
con ellos, desgarrando sus corazones de dolor, y él responde que
le conviene ocuparse en los asuntos de su Padre celestial. La Vir­
gen Santísima ignora entonces estos misterios, pero conserva en
su corazón todo cuanto ve y oye, y lo medita profundamente para
transmitírnoslo después por medio de los testigos ordenados por
Dios.
MARCO HISTÓRICO 7

La Sagrada Familia se vuelve a encerrar en su humilde vivien­


da Nazaretana, y Jesús se contenta con darnos ejemplo estupendo
de obediencia.
Nada se nos dice del fallecimiento de San José, que debió de
suceder poco antes de la vida pública del Señor. Había cumplido
su oficio de ser la sombra tutelar que ocultase el misterio de la
concepción virginal de Jesús en el seno de María, y cumplido su
ministerio, se retira para dar lugar a la luz que va a brillar en el
mundo.
La Virgen Santísima vuelve a aparecer en la vida pública del
Señor de una manera admirable en las bodas de Caná de Galilea,
a corta distancia de Nazaret.
Otra vez la vemos en Cafarnaúm, acompañada de otros parien­
tes, deseando hablar a Jesús, que está rodeado de una gran muche­
dumbre.
Ya hasta la Pasión no se la recuerda sino en una exclamación
popular, en la que una mujer sencilla, admirada de la celestial
doctrina de Jesús, llama bienaventurada a la madre que le llevó
en su seno.
La volvemos a ver en actitud magnánima, firme al pie de la
cruz donde Jesús está muriendo, recibiendo de él, envuelta en su
mirada filial y moribunda, la última encomienda de su amor.
En los misterios de la resurrección, nada se nos dice de ella. Su
fe había perseverado tan superior e inquebrantable, que mientras
las otras piadosas mujeres preparan aromas para embalsamar el
cuerpo muerto del Salvador, ella permanece inmóvil, pues sabía
muy bien que aquel cuerpo no podía ser pasto de la corrupción.
Solamente el sentido cristiano nos dice de una manera indubita­
ble que el Señor resucitado habló con ella antes que con otro nin­
guno, y que muchas veces la visitó, aunque el Evangelio no lo
consigna, porque solamente trata de aquellos que podían dar de
estos hechos un testimonio, que no pareciera a los gentiles y judíos
interesado. El testimonio apodíctico es el de los Apóstoles, que
habían huido de él en la Pasión. Este testimonio se corrobora con
las vacilaciones que padecieron al oír el testimonio de las pia­
8 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

dosas mujeres. El testimonio de la Virgen Santísima huelga en la


descripción evangélica, por ser de otro orden más íntimo.
Expresa mención se hace de ella, y por cierto de una manera
bien notable, que hace resaltar su figura, en el número de perso­
nas que estaban retiradas en el Cenáculo esperando la venida del
Espíritu Santo, después de la Ascensión del Señor.
Y aunque aquí termina cuanto las Sagradas Escrituras nos di­
cen directamente de la vida de esta soberana Señora, muy des­
acertado andaría quien rechazase lo demás, que en parte se de­
duce con certeza de la analogía de la fe, y en parte está apoyado
con testimonios de una tradición veneranda.
No aparece, para poner un ejemplo, la Virgen Santísima en la
Ascensión del Señor. Pero ¿quién puede dudar, si tiene entendi­
miento, de que asistió a esta sublime escena, donde vemos, además
de los Apóstoles, a otros discípulos (Act. I, 6), sobre todo, cuando
inmediatamente después advertimos que, al reunirse todos en el
Cenáculo, ya allí aparece, en su puesto de honor, la que era en au­
sencia del Hijo, a una con el misterio eucarístico, el mejor tesoro
de la Iglesia primitiva? De esta manera, como las chispas despren­
didas denuncian la presencia del fuego latente, y las fuentes que
de vez en cuando brotan del suelo nos descubren la realidad del
manantial oculto, así las breves frases que de vez en cuando dejan
caer los Evangelistas nos dan pie para deducir legítimamente por
analogía lo que expresamente no escribieron.
Infinitas son las diferencias de las almas, como son infinitas, aun
en la creación material, las variedades de las estrellas, e ;nfinitos
los matices de las flores. ¿Qué punto de contacto tienen, aun en lo
humano, el alma de un hombre de pensamientos excelsos y el alma
de quien ciñe sus aspiraciones a satisfacer lo más grosero de la
vida animal y sensitiva? Querer medir la amplitud y largueza de la
una con la estrechez y cortedad de la otra, el paso torpe y rastrero
con el vuelo libre y caudal, la grosería del instinto bruto con la es­
piritualidad sutil del entendimiento, sería mezclar el oro con el
barro, fundir en uno la luz y las tinieblas, abatir la inteligencia de
su solio, y sentarla en un muladar, cubierta de harapos.
MARCO HISTÓRICO 9

Y, sin embargo, todos estos indignos atropellos nada son y nada


significan en comparación del que cometen muchos que hoy día se
jactan de críticos, cuando quieren medir las acciones y afectos de
Nuestro Divino Redentor y de su Madre Santísima, por lo que
puede experimentar en sí mismo un hombre, docto si se quiere en
las disciplinas humanas, pero completamente rudo en la vida so­
brenatural, cuando no miserablemente muerto, y apartado, como
sarmiento seco, del influjo místico de la vid verdadera.
¿Qué puede sentir de los latidos del corazón de Cristo y de su
Madre el que jamás ha experimentado lo que es amor de Dios ni
amor de las almas?; ¿el que no sabe lo que es respirar el ambiente de
la fe y vivir y sentir la vida sobrenatural?; ¿el que jamás ha levan­
tado las pesadas alas de su pensamiento más allá de donde se es­
trella la corta mirada del entendimiento humano sin la luz miste­
riosa de la fe?
Por eso, además de lo que expresamente nos dicen los divinos
libros, nos es necesaria la luz de Dios para penetrar en lo más ínti­
mo de estos misterios; nos es necesario el auxilio de los Santos Pa­
dres y varones iluminados por el Divino Espíritu, los cuales, al
mismo tiempo que nos conservaron venerables reliquias de la tra­
dición primitiva, nos interpretaron los pasajes más obscuros o lle­
naron con cariño los huecos del Santo Evangelio; nos es necesario
no olvidar los preciosos documentos del magisterio de la Iglesia,
que, guiada por el Espíritu Santo, ya en el ciclo de su admirable
liturgia, ya en singulares testimonios escritos, ha desplegado en
toda su magnificencia los privilegios y prerrogativas, las galas y
joyas, las virtudes y los ejemplos que forman la preciosa vestidura
de esta reina, resumidas en compendio en aquella sencilla frase del
Arcángel: «Llena de gracia.»
No sabemos cuántos años vivió después de Pentecostés. El
Apóstol San Juan no podía faltar al encargo recibido de Jesús
agonizante de tenerla por Madre suya, ni ella a su vez al de mirar­
le como hijo, y el mismo Evangelista nos dice que él la tomó como
cosa propia, y la recibió en su casa. Se cree que cerca del Ce­
náculo tenía San Juan su casa, donde vivió con la Virgen Santísi­
10 VIDA DÉ LA SANTÍSIMA VIRGEN

ma, probablemente sin interrupción hasta el tránsito de Nuestra


Señora, acaso con una interrupción de un viaje a Éfeso. Algunos
hay que suponen en esta ciudad el tránsito de la Virgen Santísima.
Más probable es hasta ahora, sin género de duda, la opinión de los
que defienden que la Virgen Santísima, aun suponiendo que hubie­
ra estado en Éfeso, en compañía de San Juan, volvió a Jerusalén, y
allí se desligó de las ataduras mortales para unirse con Jesús, por
quien suspiraba, y resucitar gloriosa y subir triunfante a los cielos,
en cuerpo y alma, a semejanza del mismo Jesús. Es un hecho in­
explicable, sino se supone la Asunción gloriosa en cuerpo y alma,
cómo en ninguna parte del mundo se ha hecho jamás mención de
ninguna reliquia que pueda llamarse parte integrante del cuerpo
santísimo-de Nuestra Señora.
Tal es, en cifra, la trabazón de la vida externa de la Virgen
Santísima. Pero, ¿quién será capaz de infundir a esta osamenta
enjuta, no ya cualquier soplo de vida, porque esto distaría infinita­
mente de la realidad, sino aquella vida, la más sobrenatural, la
más activa, la más divina después de la vida de Jesús? Empezad
por quitar toda sombra de pecado, y añadid todas las virtudes, y
esto desde el primer instante, elevándola inmensamente sobre
todos los ángeles, potestades, principados, dominaciones, y todo
nombre que se pronuncia en el cielo y sobre la tierra.
La plenitud de esta claridad deslumbra nuestros débiles ojos;
la inmensidad de esta gloria produce vértigo; la grandeza del poder
del brazo divino, que en esta obra maravillosa resplandece, nos
anonada. Es la Madre de Dios, y ante este título no hay alteza que
no se encoja, ni cumbre que no se humille, ni grandeza que no se
achique y se reduzca a polvo vano.
PALESTINA BÍBLICA
E Arala
o i - »?
Kilómetros
TRIBUS REINOS
1 Aser.
2 Neftalí
3 Zabulón.
4 Isacar.
5 Manases. ISRAEL
6 Bicalm.
7 Dan.
11 Gad.
12 Rubén.
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0 Benjamín. Maser
9 Judá. j JUDA
10 Simeón. A chazibJ.
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División en tiempo de Jesucristo.
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Razón r fÉ-MADRID-
PÁRRAFO SEGUNDO

MARCO GEOGRÁFICO

L VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS.» PUSO


entre nosotros su tabernáculo, según la fuerza expresiva
del original.
Aquella tierra, humillada por los conquistadores, con su cetro
ya en manos extrañas, y su antiguo esplendor marchito, vivía de
los nobilísimos recuerdos de sus Patriarcas y Reyes, y se reanima
ba con el eco lejano de la voz ya extinguida de sus profetas.
Se acercaba el cumplimiento de la esperanza de Israel. Las se­
tenta semanas de espera, que Daniel profeta les había vaticinado,
tocaban ya a su término.
En el tabernáculo y en el templo se había manifestado muchas
veces la gloria del Señor: que tal nombre llevaba aquella nube que
atestiguaba su presencia encima del arca.
Dentro de poco, una Virgen, vaticinada por Isaías, va a conce­
bir y dar a luz un hijo, y será tabernáculo vivo del Verbo eterno
hecho hombre en sus purísimas entrañas, y se manifestará la gloria
de Dios con tanta magnificencia, que el Apóstol San Juan, testigo
de ella, podrá escribir: «El Verbo se hizo carne y puso su taber­
náculo entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigéni­
to del Padre, lleno de gracia y de verdad.»
Gracias a la transformadora eficacia y al influjo mil veces santo
y bendito de estos hechos, de estos sublimes misterios de la Reden­
ción del mundo, obra la más admirable y estupenda entre las obras
de Dios, aquellas regiones palestinenses, santificadas con las virgi­
12 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

nales plantas de Jesús y de María, regadas con los sudores y sangre


del más hermoso entre los hijos de los hombres, y con las lágrimas
del Hijo y de la Madre, no son patrimonio exclusivo de aquel pueblo,
depositario de las divinas revelaciones, sino que pertenecen a todos
los pueblos a quienes se difunden los resplandores de las bendicio­
nes divinas, a todos aquellos que por la fe merecen ser llamados
hijos de Abraham, y son numerosos como las estrellas del cielo.
Si dirigís una mirada al mapa de esta región que ordinariamen­
te llamamos Palestina, si bien este nombre no es el originario, ya
que Palestina se ha formado de Pelischtim o Filisteos, y por tanto,
no designaba sino la región occidental del País Cananeo, recreará
apaciblemente vuestros ojos aquella larga franja de tierra tendida
al Este del Mediterráneo, con una longitud de Sur a Norte próxi­
mamente de 220 kilómetros, y una anchura de Oriente a Occidente
de unos 150, dividida en dos bandas por el Jordán que lo atraviesa
con toda regularidad formando tres-remansos, dos casi en el extre­
mo Norte, el lago de Merom y el lago de Génesaret o Tiberíades
(20 kilómetros de longitud por 12 de anchura), y uno en el extremo
Sur: el Mar Muerto (80 kilómetros de longitud y 15 de anchura). A
continuación del Mar Muerto y en la misma región meridional, sí-
guense los confines de Idumea o Edom, de donde procede Herodes,
que actualmente tiene el mando, aunque supeditado a los Romanos.
En el extremo Norte habitan los sirios, y en el Noroeste los fenicios
con sus célebres ciudades mediterráneas Sidón y Tiro. En este lí­
mite se hallaba la población de Dan, que era término clásico entre
los hebreos para designar el límite del septentrión, así como en el
opuesto del Mediodía, o más bien Suroeste, era célebre el lugar de
Bersabé. «Desde Dan hasta Bersabé» era la frase característica
para designar el ámbito de la tierra de Israel.
En suma: en su límite occidental el mar Mediterráneo, surcado
por las naves de los mercaderes romanos, griegos y fenicios, y al
Oriente los desiertos de la Arabia; Dan y Bersabé, como lo hemos
dicho ya, en el sentido longitudinal de septentrión a Mediodía, os
dan el marco geográfico de los sucesos más grandes de la historia
del mundo..
MARCO GEOGRÁFICO 13

A lo largo de su carrera el Jordán, que nace al pie del monte


Hermón (en el Antilíbano), de 2.800 metros de altura, va gradual­
mente ahondando su cauce en una cuenca notable por su depresión,
y al formar el lago de Genesaret, su nivel es 212 metros inferior
al del Mediterráneo; al salir del lago va formado continuas y rápi­
das ondulaciones, como las vibraciones de una cuerda agitada con
violencia, y al cabo de 110 kilómetros de marcha, que él triplica en
sus perezosas ondulaciones, se hunde en el Mar Muerto, cuyo nivel
va 393 metros por debajo del Mediterráneo. Las dos regiones divi:
didas de este modo por el sagrado río, llevan de él los nombres
de cisyordánica (del lado de acá del Jordán); es, a saber, la región
más cercana a nosotros, u occidental, y transyordánica, la del otro
lado del Jordán, esto es, la oriental.
La primera, o cisyordánica, es la que nos interesa conocer con
preferencia, por ser el teatro principal de la Vida de la Sagrada
Familia.
Todavía es más reducido el campo tratándose de lo necesario
para entender la Vida de Nuestra Señora.
Prescindiremos de la costa del Mediterráneo, con sus fértiles
llanuras, Sarón al Norte y Sefelá al Sur, en lo que fué propiamente
territorio de los Filisteos, de donde se derivó el nombre de Palesti­
na. No consta que la Virgen Santísima anduviera por esta región,
si no es, a lo más de paso, en su huida a Egipto.
La región interior se divide en tres distritos, de capital impor­
tancia para toda la historia evangélica. Galilea, al Norte, a contar
desde las estribaciones inferiores del Líbano; Samaría en el centro,
desde la llanura de Esdrelón, cerrada por el monte Carmelo, que
va transversalmente desde Haifa, inclinándose en dirección Nordes­
te hasta el río Nahr el Audsscha; y por último, Judea, desde este
último límite hasta las montañas que en el Antiguo Testamento se
llamaron Negeb, esto es, tierra del Sur, que luego recibió el nom­
bre de fdumea.
GALILEA

La magnífica llanura de Esdrelón tiene un sello característico de


gracia y de belleza, y es lo que principalmente se llama Galilea
14 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

baja o inferior, en contraposición a la parte Norte de la misma Ga­


lilea, que es montañosa y lleva el carácter del Líbano, cuyas estri­
baciones la constituyen. Al Noroeste de Safed se levanta el Dsche-
bel (monte) Dschermak, con una altura de 1.199 metros sobre el
nivel del Mediterráneo. Esta región lleva el nombre de Galilea su­
perior o alta.
Allí donde se divide la Galilea superior de la inferior, y asenta­
da graciosamente en el monte que- enfrente del Carmelo sirve de
marco a la llanura de Esdrelón, se halla Nazaret, casi a la mitad de
camino, desde el Carmelo al lago de Tiberíades.
El número de habitantes nunca debió de pasar de 7.000 a 8.000.
No tenía ninguna importancia histórica en el Antiguo Testamento.
Natanael, que tenía a Jesucristo por oriundo de Nazaret, creyó que
ésta era una dificultad para admitir que Jesús fuese el verdadero
Mesías; Flavio Josefo pasa en absoluto silencio este nombre. El
Talmud ño hace mención de él. Pero la vida oculta de la Sagrada
Familia suple con tal ventaja esta obscuridad, que Nazaret es para
los cristianos uno de los lugares más venerandos de Palestina. En
la actualidad pasan de 11.000 sus habitantes, de los cuales, dos ter­
cios son cristianos.
Nazaret, con buena parte de sus casas, tendida en el ameno
valle, aromatizado por naranjos, limoneros, terebintos, y en parte
plácidamente recostada en el declive de la verde montaña, presen­
ta a los viajeros el tesoro inestimable de la iglesia de la Anuncia­
ción, allí donde tuvo lugar el desposorio de Dios con los hombres,
y el taller de San José, testigo de los más admirables ejemplos de
sumisión del Hijo de Dios por espacio de treinta años.
Cana de Galilea, probablemente la actual Kefr Kenna, a corta
distancia de Nazaret (6-7 kilómetros), por donde pasó Jesús cuan­
do iba en dirección a Cafarnaúm con sus cinco primeros discípulos,
desde Betania del Jordán o Betabara, tiene capital importancia en
la vida de la Virgen Santísima, por haber sido el teatro de la omni­
potencia de su intercesión.
No cabe duda que la Virgen Santísima, siguiendo a su Hijo, re
correría también los pueblos de Betsaida, Cafarnaúm (probable-
LA INMACULADA Murillo
Sevilla- Propiedad déla Srta, Rosario driarte
w
MARCO GEOGRÁFICO 15

mente junto al Tell Hum actual, en la orilla Noroeste del lago de


Genesaret), Magdala, Naim; pero no tenemos certeza absoluta.
Los galileos se distinguían por lo franco, expansivo, sencillo y
vivo de su carácter. En las cercanías del Genesaret la pesca, y en
los campos la agricultura eran el principal resorte de su vida fru­
gal. Como la población se había formado de elementos diversos,
procedentes de Aram (Siria), de la Iturea y de las regiones heléni­
cas judaizantes y viceversa, se comprende la mezcla híbrida que
habían introducido en la lengua, con tantos resabios dialectales,
que los judíos de cepa despreciaban como impuros. Pero su buen
sentido y su anchura de corazón los hacía muy superiores a los es­
trechos judíos, rigoristas intransigentes, recelosos y mezquinos.
Los Apóstoles, a excepción de Judas, eran galileos.

SAMARIA

Samaria (antiguamente el reino septentrional de Efraím) era


la provincia intermedia entre Galilea y Judea, tenía por capital a la
ciudad del mismo nombre (llamada también, más tarde, Sebaste,
esto es, Augusta, en honor de Augusto).
Es célebre, en la costa, Cesárea de Palestina o la antigua Torre
de Estratón, y en el interior Siquem. La población, formada de is­
raelitas, mezclados con el desecho de los Asirio-babilonios en tiem­
po de Asaradon y Asurbanipal, el siglo vn antes de Jesucristo, con­
servó la huella profunda de esta mezcla de un pueblo idólatra con
otro creyente, y era aborrecida de los judíos, ya por causas políti­
cas, ya de origen, ya de religión. Seguramente atravesó esta región
Nuestra Señora, muchas veces en sus viajes a Jerusalén, como
cuando fué a visitar a su prima en Hebrón o en Ain Karim o en
Jutta, cuando fué a Belén, y probablemente todos los años en la
fiesta de la Pascua, como se desprende de San Lucas.
La región en la parte Norte participa de la amenidad de Galilea
con sus frescos y apacibles valles, aunque más reducidos, y en la
parte Sur, toma la forma más áspera de las montañas de Judea.
16 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

JUDEA

En la Judea no podemos pasar por alto, aun prescindiendo de


otros pueblos que en la Vida del Señor serían de interés, Betci-
nia, al Suréste de Jerusalén, en la falda occidental meridional del
monte de los Olivos, mansión de Lázaro, Marta y María (los gran­
des amigos del Señor); Betfage, en la vertiente oriental del mismo
monte; Ematls, cuya identificación no se ha logrado con certeza;
Jericó, tan célebre en el Antiguo y Nuevo Testamento, en la ribera
occidental del Jordán, uno de los sitios más amenos de Palestina,
aunque hoy muy desmejorado, por donde iría muchas veces la Vir­
gen Santísima al subir a Jerusalén, rodeando luego porBetania, si­
guiendo el camino que entra por el muro oriental de la Ciudad San­
ta, y, sobre todo, la misma Ciudad Santa de Jerusalén, «edificada
sobre elevados montes»: el Moriah, al Oriente, con 754 metros de
altura; sobre él se levantaba, ocupándolo casi totalmente, el magní­
fico templo. Al Sur del Moriah se continuaba la colina llamada
Ofel de 730 metros de altura. Al Oeste, el Acra, con 763 metros, que
deja en medio hundirse alv alie Tyropeon (de los Queseros), y tiene
delante el monte Sión, de 789 metros. Al Oriente, baja hasta 100 me­
tros de profundidad, con relación al plano de la ciudad misma, el
valle de Cedrón, que en la parte Suroeste se continúa con el Hin-
nón y Tyropeón. Algunos autores no admiten la diferencia de estos
dos valles, y creen que todo él se llamaba Hinnón, y que el nombre
de Tyropeón es posterior. Al Nordeste de la ciudad hay una planicie
que se va elevando hasta el monte Scopus, de 831 metros de altura;
único sitio por donde podía atacarse la ciudad, pues por los otros
costados estaba defendida con la depresión de los valles nombra­
dos ahora, y la fortaleza de sus magníficas murallas y torres de de­
fensa. Pasando el valle oriental de Cedrón, va subiendo poco a
poco enfrente de la Ciudad Santa, y dominando su templo, el mon­
te de los Olivos, de 818 metros de altura, y al Sureste sucesiva­
mente Betfage y Betania, a dos kilómetros y medio de la Ciudad
MARCO GEOGRÁFICO 17

Santa. Al pie del monte de las Olivas, enfrente de las murallas,


está el huerto de Getsemaní. Al Sur de la ciudad se encuentran las
fuentes de Siloé y de Rogel, hacia donde el Cedrón se junta con el
valle de Hinnón. Los flancos de los dos valles estaban llenos de nu­
merosos sepulcros, cerca de los cuales había también jardines par­
ticulares. Los había también al Norte o Noroeste, como el de José
de Arimatea, donde fué sepultado el cuerpo de Nuestro Señor. Este
lugar antiguamente caía fuera de la muralla; hoy está dentro
de ella.
Al Mediodía de este lugar de tan sublimes recuerdos, por estar
tocando a la sagrada colina del Calvario (hoy imperceptible a cau­
sa de los terraplenes), se levanta en el monte Sión el- Cenáculo,
donde hasta el siglo xvi pudieron los católicos celebrar los mismos
sacrosantos misterios de la Cena del Salvador. Desde el año 1523
se apoderaron de él pérfidamente los mulsumanes. Cerca del Ce­
náculo se levanta la iglesia de la Dormición, donde, según tradi­
ción venerable, la Virgen Santísima se desató de los lazos de la
mortalidad con un paso tan dulce, que los Padres’no quieren llamar
muerte, y llaman dormición o reposo, y nosotros solemos decir
tránsito de Nuestra Señora. San Modesto, patriarca de Jerusa-
lén (631-634); su sucesor, San Sofronio (634-638) y muchos pere­
grinos que aquí vinieron a saciar su devoción son respetables testi­
gos de la tradición antigua. Hoy se eleva una preciosa iglesia de
estilo romano, propiedad de los católicos alemanes. Al Oriente del
Cenáculo y de la Iglesia de la Asunción (levantada en el terreno de
la Dormición), a la distancia de 150 metros, próximamente, en el lu­
gar llamado de San Pedro del Canto del Gallo, era donde probable­
mente se levantaba la'casa de Caifás. Los Padres Asuneionistas de
Jerusalén lo dan por seguro. (Ruffini S. J. Apuntes.)
De la parte Oeste de la muralla partía el camino que luego se
dirigía al Sur y conducía a Belén, situada a unos diez kilómetros de
distancia.
¡Qué mundos de grandiosos recuerdos surgen en la mente, con
sólo la enunciación pasajera de estos nombres!
Dediquemos ya, para terminar esta rapidísima descripción geo­
18 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

gráfica, siquiera unas pocas líneas a lo que era el centro de la Ciudad


Santa y de todo el pueblo judío, y del que ya no ha quedado en cas­
tigo piedra sobre piedra. Destruido por los Caldeos el primitivo
templo Salomónico, lo reedificó Zorobabel sobre sus ruinas. Hero-
des el Grande continuó las obras, y cuando Nuestro Señor Jesucris­
to empezó su ministerio público, y anunció su resurrección, valién­
dose de la metáfora del templo, los enemigos, entendiendo malicio­
samente las palabras en su sentido material, le objetaron que aquel
templo se había estado construyendo o reparando por espacio de
cuarenta y seis años, y no era fácil reedificar en tres días lo que ha­
bía requerido tan largo tiempo. Pues bien, todavía duraron las
obras de embellecimiento hasta el año 64. Ya para poco tiempo,
pues sobrevino su ruina total el año 70, porque lo destruía la misma
palabra de Cristo, que había levantado su Iglesia inconmovible.
La disposición general del templo era la misma del tabernáculo.
Es a saber: estaba orientado de manera que la entrada fuese por el
Oriente y el Sancta Sanctorum estuviera al Occidente.
Pero alrededor de lo que propiamente era el templo, había mag­
níficos pórticos y galerías, que sustituían a la empalizada que ro­
deaba el antiguo tabernáculo.'
Comenzaremos la descripción por esta parte externa, que suele
llamarse el atrio exterior, y que Josefo llama el primer templo o el
templo externo. Como Herodes aumentó y duplicó el área del tem­
plo, ganando terreno por la parte del Norte, ya que los valles ad­
yacentes no le permitían hacerlo por los.otros lados, el recinto
total llegó a tener 1.110 metros de circuito, y estaba todo él sólida­
mente basado en un muro cimentado en la roca. Ocho puertas co­
municaban el templo con la ciudad. Tres al Occidente, por las cua­
les se iba a dos puentes que, pasando sobre el Tyropeón, unían la
galería occidental con la parte alta habitada. Otras tres al Sur, por
la parte de galería que se llamaba el pórtico real. Una al Septen­
trión, de menos importancia, llamaba Tadi; y, por último, la puerta
oriental magnífica, llamada también de Susa, porque tenía un bajo­
rrelieve que representaba a esta ciudad, en agradecimiento a los be­
neficios del imperio persa: se la apellidaba también Puerta dorada.
MARCO GEOGRÁFICO 19

Como estaba enfrente del monte de los Olivos, por ella hizo el Se­
ñor su entrada triunfal en Jerusalén, cuando vino de Betfage el Do­
mingo de Ramos. El pórtico oriental al que pertenecía esta puerta
se llamaba el Pórtico de Salomón. En él estuvo muchas veces nues­
tro Señor Jesucristo, y sin duda también la Virgen Santísima, cuan­
do los primeros cristianos, como nos cuenta San Lucas en el libro
de los Hechos, se reunían en este pórtico para asistir al templo en
las horas reglamentarias, reservando para las casas particulares la
celebración de la Eucaristía. (Jo., 10,23; Act., 3,11; 5,12.) Dentro del
vastísimo recinto comprendido entre estos pórticos y una cerca in­
terior, podían entrar también los gentiles y los judíos que hubieran
contraído alguna de las muchas impurezas legales. El pavimento
era preciosísimo mosaico de varios colores,.
Los pórticos mismos tenían fuera del pórtico real, o del Sur, tres
órdenes de columnas que dejaban libres dos soberbias galerías, por
donde libremente se podía pasear al resguardo de las lluvias y de
los soles. El pórtico real tenía cuatro órdenes de columnas, y deja­
ba libre el espacio de tres galerías.
Hacia la mitad del atrio comprendido entre estos pórticos, de­
jando más espacio libre por la parte del Sur que por los otros la­
dos, había una cerca, como de metro y medio de altura, que dejaba
libres trece entradas, en cada una de las cuales se veía con carac­
teres grandes muy legibles una severísima inscripción, en la que se
prohibía a los gentiles pasar adelante, bajo pena de la vida. En ella
terminaba, pues, el atrio de los gentiles, y subiendo por una subi­
da de 14 gradas, se daba a la parte del muro propiamente del tem­
plo. Por el lado del Oriente tenía una puerta de 13,50 metros de al­
tura por 6,75 de anchura, toda ella de bronce corintio, llamada, por
su magnificencia y riqueza, la Puerta Especiosa o Bella. Dentro de
esta puerta, y a la cual se subía por doce gradas, quedaba el atrio
llamado de las mujeres, de forma cuadrangular, de 60,75 metros de
largo y otro tanto de ancho. En los cuatro ángulos de este atrio,
todo él rodeado de galerías, había dependencias especiales para
las cosas necesarias del servicio del templo. Al Sureste tenían su ha­
bitación los nazareos, esto es, los consagrados a Dios con el voto
20 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

especial del nazareato. En la parte del Sur suelen de ordinario co­


locar los autores el lugar llamado gazofilacio o tesoro, donde ha­
bía trece cajas abiertas como el cáliz de una flor o como el extre­
mo ancho de una trompeta, a las cuales por este motivo se las lia-
maba trompetas, en cada una de las cuales se depositaba una ofren­
da especial en especie o en dinero, a excepción del mal adquirido.
Avanzando en el atrio de las mujeres de Oriente a Occidente, y
subiendo quince gradas por una escalera semicircular, se veía en­
frente otra gran puerta, llamada la puerta de Nicanor, de 22 metros
de altura por 18 de anchura, la cual comunicaba el atrio de las mu­
jeres con el atrio de los Israelitas y el atrio de los sacerdotes. Den­
tro de este atrio estaba el altar de los holocaustos, y las mujeres
podían ver los sacrificios a través de la puerta de Nicanor. En esta
puerta recibía el sacerdote a los primogénitos para presentarlos al
Señor, según la ley. En el atrio de las mujeres podían entrar todos
los Israelitas, aunque fueran varones. Así vemos a nuestro Señor
Jesucristo con sus discípulos en la galería de este atrio, llamada
gazofilacio o tesoro. En una parte de este atrio'vivirían también las
mujeres que querían consagrarse de una manera especial al servi­
cio del templo.
En el pórtico del gazofilacio tuvo lugar el bellísimo episodio de
la pobre viuda que echó dos moneditas, y fué alabada del Señor
por su generosidad, y el sublime lance de la mujer sorprendida en
adulterio, acusada por los miserables sacerdotes y defendida por la
misericordia de Jesucristo.
Al atrio de las mujeres sé seguía, a través de la puerta de Nica­
nor, el atrio de los Israelitas, que tenía próximamente las mismas
proporciones que el atrio de las mujeres. A la derecha, según se
entraba, esto es, al Norte, estaba el lugar donde se guardaban los
corderos, a lo menos seis, para el sacrificio perpetuo, y la depen­
dencia donde se preparaban los llamados panes de la proposición
(panes presentados, propuestos en la presencia de Dios). Al Sur ha­
bía otras estancias destinadas a guardar los vestidos sacerdotales,
los instrumentos músicos de la liturgia y los vasos y utensilios del
templo.
MARCO GEOGRÁFICO 21

Separado por una valla artística del atrio de los israelitas, y en


un plano más elevado, se continuaba el atrio de los sacerdotes, que
corría alrededor de la parte principal del templo; y el templo pro­
piamente dicho, esto es, el santuario y elSancta Sanctorum.
Entre la entrada del Santuario y el atrio de los Israelitas se
levantaba el altar de los holocaustos, no ya de bronce, como en
el tabernáculo y en el templo de Salomón, sino de grandes piedras
sin pulimento, con 6,75 metros de altura, con una largura en su
base de 14,40 y otro tanto de anchura, y en su remate 6,75 de an­
cho. Los cuatro ángulos del altar tenían cuatro salientes metálicos,
en forma de las astas de un carnero (cornua altaris). Un canal
conducía la sangre de las víctimas por conductos subterráneos al
valle de Cedrón. Entre el altar y la puerta del Santuario había un
recipiente de agua, llamado mar de bronce, que servía para las
purificaciones rituales. Cerrando el atrio de los sacerdotes y de­
jando en medio el templo, corría alrededor una serie de grandes
edificios: en la parte septentrional, estaba situada la gran sala de
las sesiones del sanedrín, o supremo consejo, y en la meridional
había habitaciones para los sacerdotes que, según sus turnos, ha­
bían de cumplir el servicio del templo. En la sala del sanedrín no
solían celebrarse sesiones de noche, y por eso, la sesión en que
Jesús fué condenado se tuvo en la casa de Caifás. En cambio,
aquí fué sentenciado a muerte San Esteban.
Lo que propiamente constituía el templo era el santuario y el
Sancta Sanctorum. Todo lo demás no era sino como la escolta,
digámoslo así, de edificios y dependencias ordenadas al servicio
del templo. El templo comprendía tres partes: el vestíbulo, el
Sancta o Santuario, y el Sancta Sanctorum o Santísimo.
Una vez en el atrio de los sacerdotes, y siguiendo siempre la
misma dirección de Oriente hacia Occidente, dejando en medio
del atrio el altar de los holocaustos y un poco después el baño de
bronce, se subían todavía doce gradas, y se tenía delante el San­
tuario o Sancta, de construcción magnífica,y elegante.
Una puerta de 31,50 metros de [altura y 11,25 de anchura daba
entrada al vestíbulo que, a diestra y siniestra, ostentaba dos altas
22 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

torres. Sobre esta puerta era donde Herodes había hecho esculpir
el nombre de su protector Agripa, y había colocado una gigan­
tesca águila de oro, en señal de la soberanía de Roma, con graví­
sima ofensa del sentimiento político y religioso del pueblo judío,
que miraba las águilas romanas como señal de abominable idola­
tría. (Y eran, en efecto, símbolos idolátricos, a los que los soldados
gentiles daban culto.) En el vestíbulo se guardaban los dones que
dedicaban al templo los reyes y príncipes de diferentes países.
Seguíase una puerta que daba acceso al Santo, la cual, de día,
estaba siempre abierta, y tenía 24,75 metros de altura por 7,20 de
anchura; pero, por respeto a lo sagrado del recinto, había en su
hueco un gran velo, bordado con hilos de varios colores, que con
admirable arte y riqueza representaban los colores del iris. Del
arquitrabe de la misma puerta pendía una vid de oro, con racimos
de las dimensiones de un hombre, la cual representaba al pueblo
de Israel.
En el Santuario de 9 metros de anchura, 18 de largura y 27
de altura, se hallaban: a la izquierda, esto es, al Sur, el candelabro
de los siete brazos, imagen del pueblo fiel; a la derecha, esto es, al
Norte, la mesa de los panes de la proposición, que se renovaban
de ocho en ocho días, y en medio el altar del incienso. En este
altar el sacerdote ofrecía dos veces incienso con una mezcla aro­
mática de varios perfumes, a la hora del sacrificio matutino y ves­
pertino.
Detrás del altar del incienso había un velo doble que separaba
el Sancta o Santuario del Sancta Sanctorum o Santísimo. Esta era
la parte más augusta del templo, y en ella no podía entrar sino el
Sumo Sacerdote, y esto una sola vez al año, en el día solemne de
la expiación. Era imagen, como dice San Pablo, del verdadero San­
tuario del cielo adonde entró Cristo una vez en calidad de Sumo
Sacerdote, después de haber presentado al Padre la expiación per­
fecta de todos los pecados del mundo. El velo que lo cubría fué el
que se rasgó de arriba abajo el día de Viernes Santo, y no el velo
del vestíbulo, como algunos quieren, pues se daba a entender que
ya quedaba abierta de par en par a los hombres la entrada del
MARCO GEO&RÁFICO 23

Sancta Sanctorum, y podían libremente hablar con Dios sin nece­


sidad de nuevos sacrificios: el de la cruz los resumía todos de una
manera infinitamente más perfecta.
El Santísimo o Sancta Sanctorum era un recinto completamente
obscuro, de forma cúbica, que tenía nueve metros de ancho y de
largo, y en tiempo de Salomón había guardado el arca de la Alian­
za, sobre la cual se extendía una tabla recubierta de oro (el propi­
ciatorio), y encima figuras de querubines alados en actitud de
adoración. En tiempo de Nuestro Señor Jesucristo, el Sancta
Sanctorum estaba completamente vacío.
El aspecto de todo el templo era de una magnificencia deslum­
bradora. Construido todo él de blanquísimo mármol, y adornado de
innumerables planchas y agujas de oro, presentaba tal conjunto de
riqueza y majestad, que llamaba la atención de los mismos gentiles.
Así se explica la gran tristeza de los Apóstoles,, cuando el Señor
les predijo que de tantas maravillas no había de quedar piedra
sobre piedra. Así se explica también el empeño que mostró Tito el
año setenta en que no se destruyese; haciendo grandes esfuerzos
por conservarlo en medio de la refriega. Pero la palabra de Cristo’
lo derribó con su poder divino. Y contra esta palabra se estrella­
ron todos los esfuerzos de los hombres por restaurar aquella ma­
ravilla.
La Virgen Santísima sabía muy bien que todo aquel culto, aun­
que espléndido enfrente del culto de la idólatra gentilidad, era
sombra del culto que al Padre Eterno ofrecía Jesús en calidad de
sacerdote y de víctima a la vez, y que llegaba ya el tiempo en que
la liturgia no había de estar encerrada en los límites de un tem­
plo, sino que en todo lugar se había de ofrecer aquella hostia pura
que Malaquías predijo en su admirable vaticinio mesiánico: aquel
Hijo suyo, de quien el venerable anciano Simeón pronunció aque­
llas palabras, que son como el programa de la obra redentora: luz
para revelación de los gentiles, y gloria de tu plebe de Israel»; es
decir, del verdadero y legítimo pueblo israelita.
Terminemos este ya largo capítulo: Si imaginamos todo el orbe
cubierto de sombra, más o menos densa, y un haz de rayos de luz
24 VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

cayendo a plomo sobre Palestina, como cuando una nube de tem­


pestad cubre una grande extensión del horizonte, y por el seno de
la misma nube se abre paso un torrente de luz que ilumina una par­
te de la campiña, tendremos una idea del estado moral del mundo
con respecto a la tierra de Israel. Su decadencia material contrasta
con su grandeza moral.
Repetidas veces habían levantado su inspirada voz los Profetas
anunciando castigos nacionales por las prevaricaciones del pueblo,
y todas aquellas profecías se habían ido cumpliendo y apoyándose
las unas sobre las otras, levantando el misterioso monumento de la
verdad revelada. ¡Misterios de Dios! A la época de la decadencia
material más profunda y próxima a la total ruina de la nación esta­
ba asociado el misterio de la regeneración de todos los pueblos por
medio del pueblo Judío. De allí había de brotar la luz que ilumina­
se al mundo. De allí había de salir el cetro que dominase espiritual­
mente a todas las naciones. Allí se había de formar aquel místico
fermento que había de comunicar vida y eficacia a la masa muerta
y maldita de todas las otras razas alejadas del conocimiento y cul­
to del verdadero Dios.
La nación ha caído en poder de los romanos, y no logrará sacu­
dir su yugo. El año 63, antes de Cristo, Pompeyo la ha dominado
por completo, y actualmente, desde el año 38, está gobernada por
un Idumeo, Herodes el Grande. Por tanto, el cetro de Judá ha pa­
sado ya a manos extrañas.
Según la profecía de Jacob, mientras el cetro estuviera en ma­
nos de Judá no había de venir el Mesías. Pasado el cetro a otras
manos, bien puede venir, más o menos inmediatamente, aquel a
quien han de obedecer todos los pueblos.
Dios está preparando el Arca incorruptible, que ha de tener en
sí el verdadero propiciatorio, no de Israel tan sólo, sino de todo el
mundo, y ha de ser sombreada con la misteriosa nube del Espíritu
Santo. Esta Arca es María.
LA INMACULADA Francisco He
Sevilla: IgleJJa Catedral
LA INMACULADA Juan de Joan es
Valencia: Iglesia de la Compañía

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