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SERES INANIMADOS
VEGETALES
ANIMALES
SER HUMANO
LA PERSONA HUMANA:
CORPORALIDAD
AFECTIVIDAD
RACIONALIDAD
VOLUNTARIEDAD
CORPORALIDAD:
(Vida vegetativa.)
ORGANICIDAD Y FUNCIONES
VITALES.
NECESIDADES FISIOLÓGICAS.
GUSTOS Y PREFERENCIAS.
LA LIBERTAD FÍSICA.
AFECTIVIDAD:
(Vida volitiva.)
abstractos o espirituales.
abstractos o espirituales.
ESTADOS DE ÁNIMO: Sentimientos cuya causa no podemos precisar.
La INTELIGENCIA HUMANA
COGNITIVA o REFLEXIVA
ABSTRACTA
AUTOCONSCIENTE
LÓGICA
ANALÓGICA
(ESTRUCTURADA INTELIGIBLEMENTE)
La VOLUNTAD HUMANA,
TELEOLÓGICA
DECISORIA (SELECTIVA)
POTENCIALMENTE
CONTRAINSTINTIVA
(¿Instintos o impulsos?)
PRESENTA UNA SERIE DE LIMITACIONES
LA NATURALEZA MISMA
LIMITADA POR:
MODERNIDAD ES LA ABSOLUTIZACIÓN DE LA
PROPIA LIBERTAD
PROPIAS: EL ERROR
INDUCIDAS: EL ENGAÑO
LA INCERTIDUMBRE
OMNIPRESENTE en la
EXISTENCIA HUMANA
Debido a la INCERTIDUMBRE
Si bien podemos tomar
DECISIONES LIBREMENTE…
DECISIONES LIBRES.
INCERTIDUMBRE
LA ACCIÓN RESPONSABLE
LA INCERTIDUMBRE
y la VOLUNTARIEDAD
ACTIVIDAD
EMOTIVIDAD
RESONANCIA
SONAS, O A SÍ MISMOS).
RESONANCIA: DURACIÓN DEL EFECTO DE LOS ESTÍMULOS A LOS QUE HAN SIDO EXPU-ESTOS.
DOS EXTREMOS:
LA AFECTIVIDAD
HÁBITOS OPERATIVOS
OPERAR AUTOMÁTICAMENTE
LA IRA
ATACAR: MAYORMENTE
EL DESÁNIMO
OTRA VIRTUD
ES FUNDAMENTAL EN CUALQUIER
INTERRELACIÓN HUMANA
NO IMPLICA CONFUNDIR
NO IMPLICA:
MANIPULAR AL OTRO
A FIN DE CONSEGUIR QUE ESTÉ DE ACUERDO CON NUESTRO PLANTEAMIENTO CON EL CUAL
PUDIERA NO ESTARLO.
Dios tuvo que ofrecer a los hombres las verdades del tercer tipo también a la
fe porque son esenciales para la salvación y no todos los hombres las pueden obtener
con las meras fuerzas de su razón. Con la mera razón es muy difícil alcanzarlas,
habría que ser filósofo o teólogo, y muchos no tienen ni tiempo, ni ganas, ni capacidad
para ello. Además, el ejercicio de la razón no es muy fiable puesto que en muchas
ocasiones mezcla la falsedad con la verdad, por lo que a muchos les parecerían
dudosas verdades realmente ciertas.
Por otro lado, dice Santo Tomás, no hay incompatibilidad entre razón y fe,
entre la esfera del conocimiento natural y la esfera de conocimiento
sobrenatural. Esta última descansa directamente en Dios, pero la primera también
descansa en Él, aunque indirectamente, pues Dios mismo nos ha dado la razón y la
capacidad para comprender los primeros principios de la ciencia. Las verdades que
poseemos por revelación divina no pueden ser contrarias al conocimiento natural. Si
se da un conflicto entre ambas, Santo Tomás considerará que tal conflicto no es real:
si la investigación racional se enfrenta a verdades que la tradición y la revelación
consideran incontrovertibles, entonces lleva la peor parte la investigación racional
pues el error estará en el mal uso de la razón. Este punto de vista influirá en el
desarrollo de la ciencia pues tenderá a limitar la investigación científica y a ponerla
bajo la tutela de la religión.
La fe implica asentimiento del entendimiento a lo que se cree. Por un lado, asiente movido
por el objeto, que o es conocido por sí mismo, como ocurre en los primeros principios sobre los
que versa el entendimiento, o es conocido por otra cosa, como en el caso de las conclusiones,
materia de la ciencia. Por otra parte, el entendimiento presta su asentimiento no porque esté
movido suficientemente por el propio objeto, sino que, tras una elección, se inclina
voluntariamente por una de las partes con preferencia sobre la otra. Si presta ese asentimiento
con duda y miedo de la otra parte, da lugar a la opinión; da, en cambio, lugar a la fe si lo presta
con certeza y sin temor. Mas dado que se considera que hay visión cuando las cosas estimulan
por sí mismas nuestro entendimiento o nuestros sentidos a su conocimiento, es evidente que
no se da fe ni opinión sobre cosas vistas, sea por el entendimiento, sea por el sentido.
Según hemos ya expuesto (1-2 q.114 a.3 et 4), nuestros actos son meritorios en cuanto que
proceden del libre albedrío movido por la gracia de Dios. De ahí que todo acto humano, si está
bajo el libre albedrío y es referido a Dios, puede ser meritorio. Ahora bien, el de la fe es un
acto del entendimiento que asiente a la verdad divina bajo el imperio de la voluntad movida
por la gracia de Dios; se trata, pues, de un acto sometido al libre albedrío y es referido a Dios.
En consecuencia, el acto de fe puede ser meritorio .
...Ahora bien, el acto de la fe, como ya hemos dicho (q.2 a.1 ad 3; a.2 y 9), es creer, y es,
por lo mismo, acto del entendimiento determinado al asentimiento del objeto por el imperio
de la voluntad. El acto, pues, de fe está en relación tanto con el objeto de la voluntad -el bien
y el fin- como con el objeto del entendimiento, la verdad. Además, por ser virtud teologal,
como también hemos expuesto (1-2 q.62 a.3), tiene la misma realidad por objeto y por fin. Es,
pues, necesario que entre el objeto y el fin de la fe haya mutua correspondencia proporcional.
Ahora bien, el objeto de la fe lo constituyen, como hemos expuesto (q.1 a.1 y 4), la Verdad
primera, en cuanto no vista, y las verdades a las que asentimos por ella. Según eso, la Verdad
primera debe relacionarse con la fe como fin bajo el aspecto de una realidad no vista, y esto
viene a parar en la razón formal de algo esperado, a tenor de las palabras del Apóstol en Rom
8,25: Esperar lo que no vemos. Efectivamente, ver una verdad equivale a poseerla, pues nadie
espera lo que ya tiene, y el objeto de la esperanza es lo que no se tiene, como hemos probado
(1-2 q.67 a.4).
(...)
Si alguien, pues, quisiera expresar en forma de definición estas palabras, podría decir que la
fe es el hábito de la mente por el que se inicia en nosotros la vida eterna, haciendo asentir al
entendimiento a cosas que no ve. Con estas palabras se diferencia la fe de los demás actos que
corresponden al entendimiento. Diciendo argumento se distingue la fe de la opinión, de la
sospecha y de la duda, que no dan al entendimiento adhesión primera e inquebrantable a una
cosa. Diciendo de cosas no vistas se distingue la fe de la ciencia y de la simple inteligencia que
hacen ver. Con la expresión sustancia de las cosas que esperamos se distingue la virtud de la
fe tomada en sentido general, la cual no se ordena a la bienaventuranza esperada.
Al hombre le es necesario aceptar por la fe no sólo lo que rebasa la razón natural, sino
también cosas que podemos conocer por ella. Y esto por tres motivos. El primero, para llegar
con mayor rapidez al conocimiento de la verdad divina. La ciencia, es verdad, puede probar
que existe Dios y otras cosas que se refieren a El; pero es el último objeto a cuyo conocimiento
llega el hombre por presuponer otras muchas ciencias. A ese conocimiento de Dios llegaría el
hombre sólo después de un largo período de su vida. En segundo lugar, para que el conocimiento
de Dios llegue a más personas. Muchos, en efecto, no pueden progresar en el estudio de la
ciencia. Y eso por distintos motivos, como pueden ser: cortedad, ocupaciones y necesidades de
la vida o indolencia en aprender. Esos tales quedarían del todo frustrados si las cosas de Dios
aspectos expresaron pareceres contradictorios. En consecuencia, para que tuvieran los hombres
un conocimiento cierto y seguro de Dios, fue muy conveniente que les llegaran las verdades
divinas a través de la fe, como verdades dichas por Dios, que no puede mentir . zmm
Mientras que con frecuencia uno puede desarrollar sus talentos y más tarde dirigir su
profesión o pasatiempos en ese sentido, los dones espirituales fueron dados por el
Espíritu Santo para edificar a la iglesia de Cristo. En ello, todos los cristianos deben
formar una parte activa en la expansión del Evangelio de Cristo. Todos son llamados y
equipados para involucrarse en la “obra del ministerio” (Efesios 4:12). Todos son
dotados para que puedan contribuir a la causa de Cristo, en gratitud por todo lo que
Él ha hecho por ellos. Al hacerlo, ellos también encuentran su realización en la vida,
a través de su labor por Cristo. Es el trabajo de los líderes de la iglesia, el ayudar a
edificar a los santos, para que puedan más tarde estar equipados para el ministerio al
que Dios les ha llamado. El resultado esperado de los dones espirituales, es que la
iglesia como un todo pueda crecer, siendo fortalecida por la provisión combinada de
todos y cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo.
Resumiendo, las diferencias entre los dones espirituales y los talentos: (1) Un talento
es el resultado de genética y/o de entrenamiento, mientras que un don espiritual es
el resultado del poder del Espíritu Santo. (2) Un talento lo puede tener cualquiera,
cristiano o no cristiano, mientras que los dones espirituales solo los tienen los
cristianos. (3) Si bien, tanto los talentos como los dones espirituales deben ser usados
para la gloria de Dios y para ministrar a otros, los dones espirituales están enfocados
en estas tareas, mientras que los talentos pueden ser usados completamente para
propósitos no espirituales.
1 Corintios 12.4-6
Operaciones
1 Corintios 12:7-11
"
A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu
para el bien de los demás. A unos Dios les da por el
Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo
Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fepor medio del
mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para
sanar enfermos; a otros,poderes milagrosos; a otros, profecía; a
otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas
lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace uno
mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo
determina".
Según las interpretaciones de carácter triteísta[2] el Espíritu Santo es “otro Dios”, quizá
de carácter inferior al Dios principal, pero que comparte con él la cualidad de ser
increado.
El criterio de credibilidad
Capítulo Primero
¿Cuál es o en qué consiste este supuesto criterio, que denominamos "criterio de credibilidad"?
Sabemos que el pensamiento católico está centrado en una figura humana —aparte de ser una
persona divina—, que se presenta como hombre ante la razón del ser humano.
Nos centramos, por tanto, en que Cristo es un ser humano y lo vamos a colocar en estos tiempos
que corremos como si antes no hubiera históricamente existido.
Es un ser humano y, en este momento, no tenemos por qué ver nada más detrás de este ser humano.
Es como si Cristo, con 30 o 40 años, se nos presentara aquí, hoy, en esta aula, pues está haciendo su vida
apostólica y dando testimonio de sí mismo en las universidades, en los foros culturales civiles e, incluso,
en los religiosos.
¿Qué es lo que veríamos en un Cristo que se nos presenta aquí y ahora? Un ser humano; nada más.
Este es el hecho externo: un ser humano que vive en nuestra época, y que en vez de llamarse Jesús, Cristo
o el Nazareno, se podría llamar el Madrileño o el Logroñés. Y se nos presenta para dar testimonio de sí
mismo. Su profesión podría ser la de físico, ingeniero, filósofo, escritor o administrativo...
Porque el hecho religioso cristiano, humanamente hablando, en vez de haberlo fijado la Providencia
hace dos mil años, lo podría haber fijado dos mil años después. No hay ningún criterio científico por el
cual tenía que haber sido hace dos mil años, que ya están lejos. Podría haber sido hoy, como podría haber
sido hace un millón de años. Aceptémoslo así de momento. No hay argumento objetivo- científico para
afirmar —aunque de hecho sucediera— que tuvo que ser, necesariamente, hace dos mil años.
Este hecho transcendental de un ser humano, Cristo, que se presentó en la sociedad de su tiempo,
lo vamos a considerar, hipotéticamente, como historia de un ser humano que se presenta ahora en la
sociedad de nuestro tiempo. Hoy, precisamente, en este momento que estamos hablando. Y lo que vemos
en Él es un ser humano que aparece en esta sociedad actual donde los estados se han lanzado ya por una
ética permisiva, a favor del aborto, del anticoncepcionismo, de la eutanasia, etc., etc.
Admitamos que este canon permanece de esta manera, y que Cristo se sienta aquí, tras esta mesa,
para dar una conferencia. Su prestigio es mucho, pues Él —vamos a suponer— es físico o catedrático de
filosofía, por ejemplo; e, incluso, ha escrito una serie de obras y ha publicado en muchas revistas, porque
lo exige así la característica de nuestro tiempo. Podría haber recibido hasta el Premio Nobel. Tiene
anunciada una conferencia; y, claro está, se llenaría cualquier paraninfo. Es muy importante hacer estas
suposiciones para entender el hecho teológico.
-¡Yo soy Dios mismo, señores y señoras, o señoras y señor! Yo soy vuestro Dios. Yo soy el
Verbo, yo soy más que hombre. Yo soy hombre perfecto y también Dios perfecto.
¿Qué podría acontecer? Que se hubieran producido numerosas reacciones distintas. ¿No es verdad?
Todo depende del auditorio que tuviese delante. No está actuando aún, sobrenaturalmente, en el
alma de ninguno de los asistentes.
La primera conclusión que podemos sacar es que, con esta afirmación, habría comenzado el hecho
teológico cristiano.
Es cierto que Cristo no hizo en el Evangelio una declaración categórica de "Yo soy Dios" en el
sentido literal de la palabra, ni pronunció una oración en los términos de "Yo soy Dios", ni hizo un
enunciado parecido al de "Yo afirmo de mí que soy Dios". Pero en el contexto de las cosas, está afirmando
de sí que es Dios. Estamos simplificando y concentrando nuestra atención en esta afirmación.
Entonces... ¿dónde reside ese criterio único de credibilidad del que todos los demás criterios
aparecen como valores que se fundan en él?
Bien. Hemos convenido en que todavía Cristo, un hombre que está entre nosotros, no ha fundado
nada. Ha venido aquí, precisamente, a este foro a sabiendas de que van a salir, o le van a seguir, sólo unos
pocos, que llamará "colegio apostólico", como se dice también "colegio de médicos" o "colegio de
abogados".
Lo primero que debemos tener en cuenta, en este criterio único de credibilidad, es el supuesto de un
hombre que da testimonio de sí mismo, de que Él es Dios, y que depende de los demás el creer o no creer
en El.
Llegados a este punto, nos encontramos, pues, con la primera parte o punto A del criterio de
credibilidad. La razón que lo constituye es el hecho objetivo, histórico, de un hombre que se presenta con
una afirmación pública, diciendo de sí mismo que es Dios.
Por qué no admito yo las otras religiones en cuanto que pudieran tocar y persuadir a mi vida
religiosa? Sencillamente, porque no hay ningún fundador de religión que me haya podido, de alguna forma,
decir o delatar que él era Dios.
El criterio de credibilidad tiene, por tanto, este primer punto A: el hecho de un ser humano, llamado
Cristo, que dice de sí mismo, afirma de sí mismo, que Él es Dios mismo, el Verbo, el Mesías, el Enviado.
No hay otro punto A, en absoluto. En este momento, la base del saber teológico se hace histórica, es un
hecho histórico. Es una historia, una biografía, que va a entrar en el discurrir de todos los demás procesos
históricos.
¿Cómo podemos admitir esta afirmación que procede, en principio, de un ser humano?
Para responder a la pregunta, este punto B debe considerar, con detenimiento, aquel acto que Él,
Cristo, que se dice Dios, tiene que poner en mí para convencerme de que efectivamente es Dios.
Dicho con otras palabras, el punto B tiene como objeto aquel acto que Él, como Dios, debe hacer
en mí, poner en mi ánimo, en mi espíritu, con el fin de que me lleve a la persuasión de que efectivamente
Él es Dios.
Yo tengo ya la persuasión de que eres un ser humano, porque tengo yo en mí la persuasión de que
yo soy un ser humano como Tú, porque todos los presentes, por las características que presentamos,
tenemos la persuasión racional de ser seres humanos. Pero, al decir Tú, al afirmar de Ti que eres Dios,
tienes, naturalmente, que ponerme en un estado más que humano para que yo pueda creer que Tú eres
aquello que afirmas de Ti; es decir, no basta con que lo afirmes, tienes ciertamente que infundirme la
persuasión de esa afirmación. Tienes que notificarme ahora a nivel de espíritu esa persuasión.
En el punto primero, me das noticia histórica, es un hecho histórico, haces una afirmación de Ti, y
nada más; afirmas de Ti que eres Dios, como puedes afirmar cualquier otra cosa.
Bien. Ya lo afirmaste. Pero... ¿cómo puedes probármelo? ¿De qué manera me vas a probar que Tú
eres Dios?
No basta, ahora, el argumento de la Resurrección, que era el que aducían los primeros cristianos,
porque se supone que Cristo en nuestra hipótesis no ha muerto ni ha resucitado todavía. Aducían, es cierto,
que Cristo se había resucitado a sí mismo. Pero... ¿qué pasaba con la fe de los Apóstoles antes de morir y
resucitar Cristo? Téngase en cuenta que los propios Apóstoles tuvieron también sus crisis de fe.
Cristo tiene que poner un acto en aquellas almas que Él elige por la razón que sea; una persuasión
íntima, personal, que conduzca a unos individuos a seguirle sin saber exactamente adónde. Es lo que he
dicho yo tantas veces del joven rico. Ese muchacho que cumplió los mandamientos, fuera verdad o no;
desde el punto de vista objetivo, Cristo aceptó como verdad su afirmación sobre dicho cumplimiento y le
dice:
Mi razón, por su mismo proceso normal, me lleva a la conclusión de que yo no tengo que seguirle
ni a Él ni a cualquiera que me diga "sígueme", así por las buenas. Y menos si me dice: "para que seas
perfecto".
Me tendrías que explicar qué perfección es esa, porque no a toda perfección estoy dispuesto a
acceder.
—¡Uf!
Es necesario que Cristo me ponga o me infunda —empleamos la palabra infundir, injertar, meter,
insuflar algo— una realidad "x" que me cree un estado de persuasión para seguirle y que, por el camino,
me vaya poniendo signos, o diciendo cosas, y yo lo vaya aceptando.
Digo a esto un hecho sobrenatural. Es un hecho sobrenatural porque no está en el proceso general
de mi naturaleza ponerme en este estado sobrenatural de aceptación.
Se requiere esa persuasión interior, esa intervención. Un acto de Dios que ya decimos sobrenatural,
porque no brota del proceso racional, que me lleve a la persuasión y me cree un campo de deseo interior
con el adicional de una cierta luz en la razón que me sensibilice para poder incluso echar mano de ella y
razonar sobre aquello que jamás se me hubiese ocurrido por su novedad. A esto llamamos el donum fidei.
Una razón cerrada, absolutamente natural, no existe. La razón humana está, por naturaleza, abierta
al don, aunque el don no brota de la razón, no emerge de ella, pero la razón está abierta al don. Los
problemas ocurren cuando nuestra razón, por múltiples motivos, se cierra al don sobrenatural.
Capítulo Segundo
La necesidad del donum fidei
Quiero decir, en una palabra, que el criterio de credibilidad en Jesucristo es místico. Este criterio
místico consiste en una estructura bien sencilla que, como hemos visto, posee dos elementos:
a) El hecho histórico de un ser humano, Cristo, que afirma de sí mismo: "Yo soy Dios".
b) Para que sea creída esta afirmación, Él mismo debe infundir en nuestro espíritu un don divino,
gratia fidei, la gracia de la fe, consistente en una persuasión interior, sobrenatural, que tiene el
significado de esa misma afirmación.
Cristo afirma que es Dios y me infunde, para comprenderlo sobrenaturalmente, aquello mismo que
Él afirma de sí. Tengo aquí a Cristo: primero, como ser humano que me habla; segundo, actuando en mí y
colocándome en un estado místico inicial, suficiente, básico, fundamental, de carácter sobrenatural.
La religión de Cristo es, pues, sobrenatural; esto es, sobre la naturaleza. Por tanto, está sobre los
cánones racionales de la vida, que quedan, a su vez, definidos —y por consiguiente abiertos— por este
estado de sobrenaturaleza. No desaparece el carácter racional, sino que éste, abierto al donum fidei, queda
definido por el donum fidei.
El criterio de credibilidad no son los argumentos de autoridad, como eso de afirmar: "Porque la
Iglesia lo ha dicho". La Iglesia es una conclusión de Cristo. Creó esa sociedad; luego es después que Él.
La Iglesia es para aquellos que crean, para aquellos que tengan la persuasión sobrenatural en esta divinidad
de Cristo. Entonces ya pueden decir: "La Iglesia me sirve de ayuda; la Iglesia es el medio de salvación; la
Iglesia es el lugar de la realización de la fe". Desde aquí, ya todo va adquiriendo su sentido, el valor que
realmente tiene.
El criterio de credibilidad en Cristo y, por tanto, en su Iglesia es místico. Criterio que consiste en
un don, en una gracia: la gratia fidei, la gracia de la fe, que El nos tiene que infundir en el espíritu para
que éste entre en persuasión sobrenatural y conciba que, efectivamente, Cristo es Dios.
Y este criterio nada tiene que ver con cualesquiera otras pruebas dialécticas, milagros o hechos
extraordinarios con los que Cristo me quisiera rodear. Ya no es necesario nada de esto. ¡Resucitó a algunos,
hizo milagros, curó enfermedades! Bien, bien... No tengo evidencia personal de que fuera así exactamente.
¡Es una conclusión! Eso viene después de Cristo, de la persuasión en la divinidad de Cristo. Eso es
un valor más, aunque importante, del donum fidei. Esto quiere decir que el don de la fe, este acto suyo en
mi espíritu, me llevará a interesarme por las Sagradas Escrituras, por estos libros sagrados, y entonces
podré llegar a discernir, seguramente —no fácilmente—, el verdadero ajuste histórico de una serie de
hechos o narraciones revelados en estos libros.
Está claro que Cristo nos tiene que dar la gracia del donum fidei; esto es, debe infundirme esa
afirmación suya de tal manera que me persuada por sí misma, sin necesidad de aditamento alguno, sin
tener que resucitar muertos, ni curar cánceres, ni probarme la cura de nueve leprosos, de diez, o de siete.
Todo es inútil. No es eso. Sin la persuasión del donum fidei, siempre le pediría una prueba más, una prueba
detrás de otra, según fuesen las exigencias que su afirmación causase en mi propio corazón.
El donum fidei no nos puede dejar en estado de simples observadores, ni tampoco debemos
contentarnos con asumir, culturalmente, en nuestro lenguaje la aceptación de Dios y repetir como
papagayos "Cristo es Dios". Después de la persuasión sobrenatural, viene todo lo demás. Estamos en
disposición de que adquiera sentido el discurso teológico. Este don de la fe, el donum fidei, está muy lejos
de reducirse exclusivamente a un valor semántico.
A partir del "sígueme", consecuencia del donum fidei, la experiencia mística que Cristo va
proporcionando tiene su lógica, su discurso propio. Nace aquí la teología mística
Esto tiene, sin duda, una enorme importancia, porque ningún hecho histórico hoy pesa, ante la
exigencia rigurosísima de un relativismo y de un racionalismo pragmáticos, enormemente ilustrados, que
nos abruman. Ni el conjunto de los hechos religiosos pesan, siquiera, en la conciencia humana y, sobre
todo, en la conciencia universitaria. Hay que buscar el fundamento, aquello desde lo cual puede hallar
sentido el hecho religioso y, con éste, el hecho bíblico.
Nos quedamos, pues, con el hecho de su afirmación de ser Dios y con la gracia, el donum fidei, de
la persuasión de su divina presencia en nosotros, una presencia que, suponiendo nuestro finito ser creado,
nos constituye en seres místicos, y no divinos.
¿Hacia dónde conduce el donum fidei? ¿Cuál es su esencialidad y cuáles son sus atributos? ¿En qué
consiste el estado místico?
Hay que decir que en el donum fidei se verifica el acto místico de Cristo. Este acto reduce a cero el
específico de una razón a la deriva donde los conceptos, juicios y raciocinios se mueven a merced de la
proyección egótica del yo con sus estímulos, instintos, pasiones. Es la lógica de una razón apegada al
mundo, al yo, a los juicios, al instinto de felicidad. Con el donum fidei se produce como una
"transustancialidad" —diríamos así— donde lo que es específico de la fe pasa a ser el específico de una
razón que le ha entregado su formalidad. Ya es una actitud positiva de una razón que, en un aspecto, en su
específico, podríamos decir que ha muerto. La "muerte" en este mundo del específico de la razón es
relativa, no absoluta. Es en la vida eterna ante la visión ya de Dios, que el específico de la razón muere del
todo. Allí nadie tiene que razonar nada. Nada se razona en la vida eterna. Todo se ve. Todo es visto en
Dios. En este mundo, los conceptos, juicios, raciocinios y todo el fluir del recuerdo y del sentimiento,
adquieren pleno sentido desde el donum fidei.
De este modo, el donum fidei proporciona a la razón un régimen admirable de comprensión divina
de las cosas, y es cuando, efectivamente, la personalidad del alma va adquiriendo ese estado de no separarse
de Dios. Es entonces cuando, verdaderamente, podemos ver cómo es el argumento racional en sí mismo,
y que no es en este argumento donde está la solución de un planteamiento digno, no ya de la existencia de
Dios, sino de cómo es Dios. Porque no somos nosotros, en realidad, los que tenemos que demostrar la
existencia de Dios, sino que tiene que ser Dios mismo quien tiene que mostrarnos su existencia. Nos
demuestra, de alguna manera, su existencia experiencialmente. Y ese hallazgo de la forma cómo El
demuestra, no ya su existencia, sino este modo suyo de ser, es el objeto del donum fidei.
PRINCIPIO CAUSALIDAD:
(El escultor)
FINAL: RAZÓN, FINALIDAD, CON LA QUE SE HACE.
DONES PRETERNATUALES
JESUCRISTO:
(PERSONA Y NATURALEZA)