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Desarrolle el carácter de la iglesia

El amor a las personas

El llamamiento de la iglesia es ser un organismo de amor que se extienda a los demás e


incluya a las personas de todas las edades y trasfondos culturales. La iglesia está llamada a
aceptar a las personas sin importar cómo vivieron anteriormente, perdonarlas por su
pasado y ayudarlas a cambiar en el presente y para el futuro. Aunque la conducta
pecaminosa nunca debe aceptarse, el liderazgo, los ministerios y la congregación deben
siempre ofrecer un abrazo de amor a las personas que desean conocer a Cristo.
Esa profundidad de amor es la que debe caracterizar a la iglesia. Sin ese amor, la iglesia no
solo carece de verdadera unidad, sino que se convierte en una mancha sobre el cuerpo de
universal de Cristo, porque la marca característica del verdadero discípulo es el amor de
unos por otros: “en esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los
otros” (Juan 13:35). Una iglesia espiritualmente sana es aquella que ama a todas las
personas, tanto a las de adentro de la iglesia como a las de la comunidad en general. Una
iglesia enfermiza ya no muestra compasión por las personas, sino que las juzga con rapidez
y rechaza a las que no encajan en los patrones sociológicos que caracterizan a la cultura de
la congregación. Una iglesia que de verdad ama está unificada y cuida de los suyos, y se
muestra dispuesta a aceptar y amar a os que son “diferentes”. Cristo al describir el tipo de
carácter que debe marcar a sus discípulos es: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Mateo 22:39).

La naturaleza del amor

Para llegar a ser una iglesia amorosa hay que comenzar con la comprensión de la naturaleza
bíblica del amor. Este amor es mucho más que el amor que depende de los sentimientos y
de las emociones. Es un amor que tiene características singulares:
El amor bíblico es una expresión de la voluntad. Proviene de la decisión de una persona de
amar más que de sus sentimientos. El amor agape del que habla la Biblia se basa en la acción
y el compromiso de la voluntad en vez de las emociones superficiales que plagan la cultura
popular de la actualidad. Este amor viene de la presencia y el poder del Espíritu Santo en la
vida del creyente y de la congregación. Una iglesia que cultiva un carácter amoroso está
dedicada a las personas, a satisfacer sus necesidades y a servirlas sin tener en cuenta cómo
actúan o reaccionan ellas.

El amor bíblico involucra sacrificio. Con frecuencia pequeña cuenta con muy escasos
recursos. En consecuencia, enfoca todas sus energías y finanzas a sostener los ministerios
dentro de la iglesia, proveyendo para los miembros de la congregación en vez para los de
afuera de la iglesia. Este enfoque está en agudo contraste con la verdadera naturaleza del
amor. El amor bíblico no es medido por nuestras actitudes y ni siquiera por lo que hacemos.
La expresión suprema del amor bíblico es la disposición de sacrificarnos a nosotros mismos
completamente por las necesidades de los demás: “Este es mi mandamiento: Que os améis
unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su
vida por sus amigos.” (Juan 15:12-13). El apóstol Pablo estableció la norma para este amor:

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“Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros,
ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” (Efesios 5:2). Este mismo modelo lo
encontramos en Juan 3:16. Esto es, una iglesia que demuestra su semejanza con Cristo es
una congregación que está dispuesta a sacrificar su tiempo, energía y recursos para
beneficiar a los de afuera de la congregación, así como a los de dentro de la comunidad
cristiana. La motivación para este amor que se sacrifica no es un beneficio recíproco que el
individuo desea recibir, sino solamente por el beneficio de la otra persona: “El amor sea sin
fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor
fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12:9-10).

El amor bíblico permanece incondicional. En la iglesia pequeña existe la tendencia a seguir


las normas, valores y conductas culturales y sociales establecidas por la comunidad. Los que
no siguen estas reglas son considerados forasteros hasta que se adhieran a ellas. El
resultado es que la aceptación queda condicionada al comportamiento del individuo más
que las normas bíblicas. El amor bíblico, sin embargo, permanece incondicional. Tan amplio
es este amor incondicional, que hay que amar incluso a los que son enemigos o se oponen
a la iglesia. Tenemos que desear su prosperidad, orar por ellos y ministrarlos (Lc. 6:27-36).
Rechazarlos o regocijarnos por su sufrimiento es una afrenta a Dios quien llamó a la iglesia
a amar a todas las personas (Proverbios 24:17-18). Los líderes y ministerios deben proveer
una atmósfera dentro de la iglesia en la que las personas, sin importar su condición
presente, sean bienvenidas e incluidas en las actividades de la congregación.

El amor bíblico se manifiesta por medio del servicio. Para ser la encarnación del amor de
Cristo dentro de la comunidad, la iglesia necesita ser sierva de la comunidad. El amor se
manifiesta, no por lo que decimos, sino por lo que hacemos, por cómo servimos, y por
nuestra disposición para dejar a un lado nuestra agenda personal e intereses propios y servir
a otros. Pablo escribe en Gálatas 5:13: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis
llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por
amor los unos a los otros”. Este servicio debe ser una acción continuada de parte de la
congregación, no solo por experiencias aisladas. Cuando el amor se manifiesta en el seno
de la comunidad cristiana, los miembros desean ejercer sus dones espirituales para el
beneficio de los demás, tanto dentro de la congregación como también en la comunidad en
la que están ubicados.

El amor bíblico se aprende. Debido a que el amor es un acto decisivo de la voluntad mas que
una respuesta de las emociones, se puede aprender. Pablo escribió a los hermanos
tesalonicenses: “Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba,
porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros” (1ª
Tesalonicenses 4:9). El amor bíblico no es natural, nos viene por medio de la dirección y
enseñanza del Espíritu Santo que obra dentro de nuestra vida para conformarnos a la
imagen de Cristo. La iglesia y ministerios deben enseñar, como servir, reaccionar y mostrar
amor por otros. Esta enseñanza y servicio comienza cuando el liderazgo y los ministerios
de la iglesia provee el ejemplo para que los otros lo sigan.

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El amor bíblico es unificador. Los conflictos y las diferencias son parte de nuestra
humanidad y una realidad de la que ninguna iglesia puede escapar. Para las divisiones, la
amargura y la desunión son el resultado de un espíritu carente de amor. Si bien los conflictos
son inevitables, cuando el amor está presente dentro de la iglesia, la unidad permanece
intacta a medida que los hermanos tratan los asuntos, se perdonan unos a otros y sacrifican
sus propias agendas por el beneficio de los otros. La marca de una iglesia amorosa es que
los creyentes viven unidos unos con otros. En Colosenses 2:1-3 descubrimos que tenemos
que esforzarnos por la unidad que brota no de la negación de las diferencias, sino de la
actitud de amor: “Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los
que están en Laodicea, y por todos los nunca han visto mis rostro; para que sean consolados
sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas del pleno entendimiento,
a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Ver el Salmo 133)

La importancia del amor

Para la iglesia, el amor es la columna vertebral que sostiene todas las otras actividades y
valores: “y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses
3:14). Sin amor, todos los programas de la iglesia quedan minados y no hay base, es decir,
no hay motivación para el ministerio y servicio de los cristianos.

El amor es la motivación para el evangelismo

El amor supremo y perfecto de Dios por las personas fue la motivación para su programa
de redención. Si bien la justicia de Dios demanda castigo por el pecado, su amor lo impulsa
a proveer un camino para el perdón de los pecados. Esta provisión vino en la forma del
sacrificio del sacrificio sustitutivo de su Hijo. Aunque la meta última es su propia
glorificación, fue el amor de Dios lo que le motivó a actuar (cf. 1ª Juan 4:9-10). Cristo no
exigió que nosotros cambiáramos antes de que Él nos amara, sino que su amor es la razón
por la que buscó cambiarnos por medio de su obra redentora.
El amor que Dios tiene hacia las personas debe manifestarse en el pueblo de Dios, de forma
que ellos igualmente llamados y constreñidos en amar a otros. En el AT, se animaba al
pueblo de Dios a amar a los extranjeros porque ellos mismos fueron una vez extranjeros
que recibieron los beneficios de la salvación de Dios (Deuteronomio 10:19). Lo mismo
sucede en NT, nuestro fervor evangelizador revela la profundidad de nuestro amor por las
personas, un amor que no viene por razones humanitarias, sino por nuestra relación con
Cristo. Una iglesia demuestra falta de amor al prójimo cuando falla en incorporar nuevas
personas a la vida de la comunidad de Cristo y mira ante todo sus propias necesidades antes
de interesarse por alcanzar a otras personas. La iglesia está llamada a fomentar el amor por
las personas dentro y fuera de la congregación.

El amor es la motivación para el compañerismo

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El tema de la iglesia del NT era el perdón, el amor, la unidad y el compañerismo entre los
miembros del cuerpo de Cristo. Pablo, Pedro y Juan revelan estos temas dentro de sus
mensajes. Para ellos el compañerismo cristiano no solo era un privilegio o una necesidad;
el amor era el resultado ineludible de la obra redentora de Cristo. La idea de que un cristiano
quisiera vivir independientemente del resto de la comunidad era completamente extraño y
solía a fallar en comprender y apropiarse del amor y obra santificadora de Cristo. Juan lo
expresó de forma muy contundente cuando dijo: “Nosotros sabemos que hemos pasado de
muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece.”
en muerte.” (1ª Juan 3:14). Fallar en amar a los hermanos era una señal de carnalidad y de
no estar regenerado. Debido a que el compañerismo de la iglesia era la expresión del
verdadero cristianismo, Pablo oraba continuamente para que el amor y la comunión del
cuerpo de Cristo fuera no solo evidente, sino que continuara creciendo y abundando, por
ejemplo: “Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos,
como también lo hacemos nosotros para con vosotros.” (1ª Tesalonicenses 3:12). Un
propósito importante de la reunión corporativa de la iglesia es el de exhortar y animar el
amor y la comunión de la iglesia (cf. Hebreos 10:24-25).
Cumplir con el compañerismo de amar a nuestro prójimo involucra participar en el
compañerismo de la comunidad local y universal de Dios. Este compañerismo incluye
involucrarse y participar en la iglesia local, así como la realización de que somos parte del cuerpo
universal de Cristo, que sobre pasa las barreras locales y denominacionales. Una iglesia que cultiva
un auténtico carácter cristiano es una iglesia que goza congregándose. El compañerismo es, pues,
algo más que una palabra bonita.es central en la vida de la iglesia. Los creyentes buscarán no solo
la comunión con los miembros de la iglesia local, sino que reconocerán también la importancia de
desarrollar relaciones cristianas con otras congregaciones de la comunidad local.

El amor es la motivación para la corrección.

Permanecer en una congregación proporciona consuelo y ánimo, también ayuda a cultivar la mutua
responsabilidad. Cada membro reconoce que es responsable del bienestar de los otros miembros.
Cundo un miembro sufre, tan intrincada es la unidad, que todos los miembros sufren: “para que no
haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos de los otros. De
manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe
honra, todos los miembros con él se gozan” (1ª Corintios 12:25-26). La responsabilidad encuentra
expresión en el mutuo ánimo como también en la disciplina. El autor de Hebreos, al hablar de la
disciplina, señala que la motivación no es un deseo de venganza, sino que está basada en el amor
de Dios y en el deseo que Él tiene de que crezcamos y seamos espiritualmente maduros (Hebreos
12:4-13). El apóstol Juan coloca la mutua responsabilidad en el centro: “Si alguno viere a su hermano
cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida” (1ª Juan 5:16ª) Debemos hacer
algo más que orar por la persona; tenemos que acercarnos a ella y hablarle acerca de su pecado:
“hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa
que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá
multitud de pecados” (Santiago 5:19-20). La corrección debe estar basada en el amor y la humildad,
reconociendo nuestra propia vulnerabilidad h propensión al pecado (Gálatas 6:1-5). Cuando el amor
es la motivación, no solo corregimos al miembro extraviado, sino que se hace de una manera que
busca la restauración plena de la persona y su crecimiento espiritual (Efesios 4:15).

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