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de excepción en Colombia1
Mauricio García Villegas
Rodrigo Uprimny
NÚMERO D O C U M E N T O S
1 DE
DISCUSIÓN
* Este capítulo es una traducción y complementación de nuestro texto García Villegas, Mauricio y Uprimny, Rodrigo.
2005. “La normalization de l’exception. Sur le contrôle judiciaire des états d´urgence en Colombie”, en Carraud,
Michel y Bernard, Marie-Julie (eds.). Justice et démocratie en Amérique latine. Grenoble: Presses Universitaires de
Grenoble. Este texto se fundó, a su vez, en dos artículos anteriores de los autores: García Villegas, Mauricio. 2001.
“Constitucionalismo perverso, normalidad y anormalidad constitucional en Colombia: 1957-1997”, en Santos,
Boaventura de Sousa y García Villegas, Mauricio (dirs.). 2001. El caleidoscopio de las justicias en Colombia. Bogotá:
Uniandes-Siglo del Hombre-Colciencias-CES, pp. 317-370; y Uprimny, Rodrigo. 2004 “The Constitutional Court
and Control of Presidential Extraordinary Powers in Colombia”, en Glippen, Siri, Gargarella, Roberto y Skaar, Elin
(eds.). Democratization and the Judiciary. Londres: Frank Cass.
En Colombia, la constitución pocas veces ha regido en forma
plena. Una prueba de ello es el recurso permanente que los gobiernos han hecho a los mecanismos
de excepción. Así, en la época de la llamada Regeneración (1886-1910), el país fue gobernado
durante 24 años con base en una norma ‘transitoria’ —la disposición K— y en una ley muy repre-
siva —la Ley 61 de 1888 o Ley de los Caballos—, que autorizaban al Ejecutivo a reprimir
administrativamente “los abusos de prensa”, “los delitos contra el orden público”, las conspiracio-
nes, etc. Luego, durante el gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930), se expidió la Ley
Heroica, que dio tratamiento policial a las protestas sociales que surgían por el inicio de la industria-
lización.
Igualmente, desde el cierre del Congreso —en noviembre de 1949, durante el gobierno de
Mariano Ospina Pérez (1946-1950)— hasta la expedición de la Constitución de 1991, Colombia
vivió prácticamente en un régimen de excepción permanente.1 Al amparo de ese régimen de excep-
ción, no sólo expidió el gobierno normas relativas a todos los aspectos de la vida social -sustituyendo
así de facto al Congreso como legislador—, sino que su vigencia posibilitó la violación de numerosos
derechos ciudadanos. De esa manera, un régimen que debía ser de excepción y de duración transi-
toria, conforme a lo preceptuado por el artículo 121 de la Carta de 1886, en la práctica se convirtió
en un elemento normal y cotidiano de ejercicio del poder político, con lo cual el régimen constitu-
cional se desfiguró.
Estos antecedentes históricos muestran que Colombia ha vivido una suerte excepcionalidad
jurídica permanente. También explican la importancia del debate en torno a si debe o no existir un
control judicial de la declaratoria de un estado de excepción por parte del presidente. Este artículo
aborda ese debate y defiende una tesis que tiene los siguientes tres componentes: (1) la posibilidad
de declarar el estado de excepción es compatible con el constitucionalismo y existe en todas las
constituciones democráticas del mundo. (2) El problema del estado de excepción en Colombia no
deriva de las normas que lo consagran; más aún, éstas parecen más moderadas que en otros países
con democracias más consolidadas. El problema se origina en el uso normalizado que en Colombia
se ha hecho de dicha facultad. (3) La mejor manera de combinar la necesidad de la excepción con la
necesidad de evitar el peligro de su uso normalizado es a través de un control constitucional sobre los
decretos de excepción, tal como lo prevé actualmente la Corte Constitucional.
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Para una presentación histórica y panorámica de los regímenes de excepción en Colombia, véanse Gallón (1979),
Vázquez Carrizosa (1979), García Villegas (2001) y, Barreto (2002).
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A fin de evitar equívocos —y siguiendo en ello la terminología de la propia Constitución Política (C. P.) de 1991—,
llamamos “estados de excepción” a todos los poderes extraordinarios previstos para los períodos de crisis, los cuales
han recibido denominaciones muy diversas: estado de sitio, estado de guerra, suspensión de garantías, estado de
alarma, dictadura constitucional, etc. Eso significa que en el constitucionalismo colombiano actual el género son
los “Estados de Excepción” (Capítulo VI del título VII de la C. P.), y las especies son el “Estado de Guerra Exterior”
(art. 212 de la C. P.), el “Estado de Conmoción Interior” (art. 213 de la C .P.) y el “Estado de Emergencia” (art. 215
de la C. P.).
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Sobre el concepto de dictadura constitucional, véase Friedrich (1946). Lo central es que se trata de un método de
concentración de poderes y limitación de derechos —por eso es dictatorial— pero con el único objetivo de
“defender el orden constitucional y no para destruirlo” —por eso es constitucional— (Friedrich, 1946: 243). Para
Friedrich, cuando esa dictadura se hace permanente y persigue otros objetivos, “se convierte en inconstitucional y
lleva a la perversión y eventualmente al derrocamiento del orden constitucional” (1946: 236). Igualmente, Rossiter
insiste en que una dictadura sólo es constitucional cuando tiene como único propósito “preservar la independencia
del Estado, mantener el orden constitucional y defender las libertades sociales y políticas del pueblo” (1963: 7).
Estas diferenciaciones coinciden también con la distinción efectuada por Carl Schmitt (1985) entre dictadura —
que ignora temporalmente el derecho pero sólo para realizarlo— y despotismo, cuando esa finalidad no existe.
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Así, en un coloquio en Montevideo sobre “estados de excepción en el cono sur”, celebrado en 1986 por el Instituto
Interamericano de Derechos Humanos y la Facultad de Derecho de la Universidad de Uruguay, varios participantes
se pronunciaron en favor de “promover un consenso jurídico-político para la exclusión definitiva de los textos
constitucionales y legales de toda norma que autorice cualquier tipo de excepción constitucional”, tal y como
quedó expresado en la declaración final del coloquio (García Sayán, 1987: 58).
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En especial por el artículo 4º del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas y el artículo
27 de la Convención Interamericana sobre Derechos Humanos. La bibliografía sobre este tema de la regulación
internacional de los estados de excepción es muy extensa. Dos buenas obras de síntesis son O’Donnell (1988) y
Zovatto (1990). Dos documentos que sintetizan la doctrina jurídica internacional más autorizada sobre el tema son
los llamados Principios de Siracusa y la Observación General Nº 29 sobre estados de emergencia del Comité de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, adoptada en 2001.
De acuerdo con el enfoque de Burt, el hecho de que el control judicial en las épocas de crisis no
tenga la última palabra sobre las medidas de emergencia tiene el efecto paradójico de fortalecer su
papel en estas situaciones. En efecto, los jueces sienten que pueden actuar más libremente, por
cuanto saben que el pronunciamiento judicial puede tener alguna influencia dependiendo del propio
prestigio del sistema judicial, pero igualmente saben que no tienen la última palabra en problemas
vitales de seguridad.
Las discusiones sobre el papel del sistema judicial en el control del uso de los poderes de
emergencia en épocas de crisis son, al tiempo, difíciles e importantes, por cuanto están ligadas a
problemas esenciales relativos a la consolidación de las democracias. En democracias precarias —
como Colombia—, esa discusión es aún más significativa, al menos por dos razones: (i) estos
regímenes son usualmente muy vulnerables en términos políticos y económicos, lo cual significa que
son propensos a enfrentar crisis graves, donde parecería necesario recurrir a los estados de excepción. (ii)
A la vez, los peligros de abuso de los poderes de emergencia son mayores en estos países, debido preci-
samente a la precariedad del Estado de derecho. Por consiguiente, en estos regímenes, los estados de
excepción parecen ser tanto más necesarios como más riesgosos que en las democracias consolidadas.
Una pregunta obvia surge: ¿podría ser el control judicial un instrumento útil para reducir los
peligros que implica el uso de poderes de emergencia en democracias emergentes? O, por el contra-
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Esto no sólo ha sucedido en Colombia. De acuerdo con Pinheiro, en Brasil, la Policía percibe el estado de derecho como
un obstáculo y no como un instrumento adecuado para el control social; según esto, la Policía considera que su
función es proteger a la sociedad de elementos marginales por cualquier medio que sea necesario (1999). Véase
igualmente a Loveman (1993) y Dávila (1999: 92).
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Así, contrasta la brevedad del artículo 121 de la Constitución de 1886, que simplemente hablaba de “conmoción
interior”, con la formulación del artículo 213 de la Constitución actual, que busca definir con mayor rigor el
carácter extremo que justifica la declaratoria del estado de conmoción interior.
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En virtud del principio de temporalidad, los gobiernos están obligados a restablecer la normalidad una vez cesadas las
causas que dieron origen al estado de excepción. Además, conforme al artículo 213 de la Constitución, el estado de
conmoción interior no puede pasar de 270 días, aunque como los decretos pueden seguir rigiendo hasta por
noventa días más, podríamos hablar de una vigencia máxima de un año. Es un tiempo amplio, pero en todo caso
representa un avance frente a la vigencia indefinida del estado de sitio propio de la Constitución anterior.
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En efecto, mientras que en la Constitución de 1886 el gobierno decretaba autónomamente el estado de sitio, con el
simple concepto previo pero no vinculante del Consejo de Estado, en la Constitución de 1991 la situación es
diversa. En caso de guerra exterior, la declaratoria por el gobierno sólo procederá una vez el Senado la haya
autorizado, “salvo que a juicio del Presidente fuere necesario repeler la agresión” (art. 212 de la C. P.). Igualmente,
para la segunda prórroga del estado de conmoción interior, el Ejecutivo requiere “concepto previo y favorable del
Senado de la República” (art. 213 de la C. P.).
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Así, el Ejecutivo no puede interrumpir el normal funcionamiento de las otras ramas y órganos de poder (art. 214 ord.
3 de la C. P.), ni “suprimir ni modificar las funciones básicas de acusación y juzgamiento” (art. 252 de la C. P.).
11
Al respecto véase el informe del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre las violaciones de Derechos
Humanos en Colombia durante 1997.
12
Diez de los 237 decretos de ese período fueron declarados inconstitucionales por falta de conexidad.
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Este dato cuantitativo no es significativo en sí mismo, debido a que la variación de las decisiones judiciales de
constitucionalidad o inconstitucionalidad puede depender no tanto de la severidad del control judicial como de la
naturaleza de las medidas de excepción adoptadas por los gobiernos. Sin embargo, en esos períodos los gobiernos
adoptaron medidas igualmente fuertes, por lo que es razonable asumir que el dato cuantitativo es un indicador
válido de un cambio en el rigor del control judicial.
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Esto es válido especialmente para las dos declaraciones de conmoción interior de ese período. Por el contrario, la
mayoría de los comentaristas están de acuerdo en que la segunda declaratoria de emergencia ocurrida en esos años
estaba justificada, pues Colombia enfrentó súbitamente una grave crisis energética en todo el país.
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Una comparación de los decretos 115 de 1992 y 874 de 1994 es ilustrativa de este punto porque, si bien ambos
decretos hacen referencia a un problema similar —la amenaza de una liberación masiva e inmediata de prisioneros
peligrosos—, el contenido de cada uno es muy distinto. La motivación del primero es bastante pobre, mientras que
el segundo explica en detalle que la declaración se ajusta al estándar normativo señalado por la Corte.
El impacto de la excepcionalidad:
los efectos del abuso de los estados de excepción
El uso recurrente de la excepción ha impedido la configuración de un Estado de derecho pleno
en Colombia. Sin embargo, dicho uso recurrente tampoco debe ser entendido como la instauración
velada de un régimen militar. La excepción no ha impedido el funcionamiento relativamente normal
de las instituciones de control del Estado, de la libertad de prensa y de la oposición política. Las
limitaciones a los derechos instauradas a través de la excepción en Colombia distan mucho de
aquéllas aplicadas por regímenes militares en el sur del continente durante los años setenta y ochenta.
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Sobre estos primeros intentos por limitar las facultades de la Corte, véase Gómez (1995).
17 Los estudios sociales y políticos recientes en Colombia están frecuentemente marcados por la idea de terror del estado
de naturaleza, similar a la que tenía Hobbes a mediados del siglo XVII. Véase, por ejemplo, Rubio (1996a y 1996b),
Camacho Guizado (1997), Pécaut (1997), Jimeno (1998) y Posada-Carbó (1998). Sin embargo, la incapacidad del
Estado para proteger efectivamente los derechos de los asociados e imponer la ley no es un fenómeno exclusivo de
Colombia. Todos los Estados latinoamericanos, quizá en una menor medida, padecen tal incapacidad. Munck y
Palermo han señalado esta característica, en conjunto con la debilidad de la representación política y la fragilidad
de los movimientos sociales, como los tres elementos más típicos de los Estados latinoamericanos (1998).
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Estas relaciones de cooperación son muy disímiles. Un juez que trabaja en una zona de importante presencia de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) relató los siguientes dos episodios, que son muy ilustrativos.
En una ocasión, cuando laboraba en un municipio rural bastante apartado, unos guerrilleros le trajeron a una
persona amarrada y le dijeron: “Este señor cometió un homicidio. Aquí se lo traemos, señor juez, para que ustedes
lo condenen, porque nosotros no podemos guardarlo y no merece ser fusilado. El cuerpo del muerto está en tal sitio
y los testigos que pueden confirmar el asesinato son tales personas”. Según el juez, basándose en esas pruebas, el
homicida fue condenado y se encuentra en la cárcel. En este caso la justicia oficial se aprovecha de la labor
investigativa de la guerrilla para sancionar un delito. Pero en otros eventos sucede al revés: la guerrilla administra
justicia basándose en las pruebas recolectadas por las autoridades oficiales. Así, ese mismo juez narró que en otra
oportunidad tuvo que investigar disciplinariamente a un abogado que había robado unos dineros a una viuda, en
asocio con un funcionario judicial corrupto. La investigación culminó con la sanción del abogado y del funcionario
corrupto, pero el juez explicó a la viuda que él, como investigador disciplinario, no podía hacer nada para recuperar los
dineros. Entonces la señora le dijo que eso no importaba; que ella simplemente necesitaba copia de la investi-gación para
arreglar el problema. Poco después el juez supo que, con esas copias, la señora fue donde el comandante guerrillero de
la zona, quien obligó al abogado no sólo a devolver el dinero a la señora, sino también a indemnizarla adecuadamente.
Ariza, Libardo y Barreto, Antonio. 2001. “La Corte Constitucional frente a la excepcio-
nalidad: diez años de control material laxo y discursivo”, en Derecho Constitucional.
Perspectivas críticas. Bogotá: Observatorio de Justicia Constitucional-Universidad de
los Andes.
Barreto, Antonio. 2002. The Dynamics of Emergency Powers Within Constitutional Syste-
ms: The State and the Civil Society of Colombia-Besieged Between Violence and Emergen-
cy Powers. Propuesta de disertación doctoral. New Haven: Yale University.
Burt, Robert. 2002. Judicial Supremacy, Judicial Impotence and the Rule of Law in Times of
Crisis, disponible en http://islandia.law.yale.edu/sela/eburt.pdf.
Camacho Guizado, Álvaro. 1997. Nuevas visiones sobre la violencia en Colombia. Bogo-
tá: FESCOL-IEPRI.
Dávila Ladrón de Guevara, Andrés. 1999. “Clientelismo, intermediación y representa-
ción política en Colombia: ¿qué ha pasado en los noventas?”, en Estudios Políticos Nº
15, pp. 61-78.
Friedrich, Carl. 1946. Teoría y realidad de la organización constitucional democrática.
México: Fondo de Cultura Democrática.
Gallón, Gustavo. 1979. Quince años de Estado de sitio en Colombia: 1958-1978. Bogotá:
América Latina.
García Sayán, Diego (ed.). 1987. Estados de emergencia en la región andina. Lima:
Comisión Andina de Juristas.
García Villegas, Mauricio. 2001. “Constitucionalismo perverso: normalidad y anormali-
dad constitucional (1957-1997)”, en Santos, Boaventura y García Villegas, Mauricio
(dirs.). El caleidoscopio de las justicias en Colombia. Bogotá: Uniandes-Siglo del Hom-
bre-Colciencias-CES, Tomo I, pp. 317-370.
Gómez, Juan Gabriel. 1995. “Fueros y desafueros: justicia y contrarreforma en Colom-
bia”, en Análisis político, Nº 25, pp. 79-90.
Hobbes, Thomas [1651]. Cualquier edición.
Jimeno, Myriam. 1998. Las violencias: inclusión creciente. Bogotá: CES y Universidad de
los Andes.
Loveman, Brian. 1993. The Constitutions of Tyranny, Regimes of Exception in Spanish
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Meinecke, Friedrich. 1983. La idea de la razón de Estado en la edad moderna. Madrid:
Centro de Estudios Constitucionales.
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la représentation et l’Etat”, en Sociologie et Sociétés, Nº 30, pp. 159-172.
Tabla 1.
Declaraciones de estados de excepción al amparo de la Constitución de 1991
Decreto 333 Emergencia social Malestar social y amenaza de huelga policial C-04 de 1992 Constitucional
24 febrero de 1992
Decreto 680 del 26 Emergencia social Crisis eléctrica nacional por grave sequía C-447 de 1992 Constitucional
abril de 1992
Decreto 115 Estado de conmoción interior Amenaza de liberación inmediata de prisioneros peligrosos C-556 de 1992 Constitucional
10 de julio de 1992
Decreto 1793 Estado de conmoción interior Ataques guerrilleros y amenazas, e incremento general C-031 de 1993 Constitucional
8 de noviembre de 1992 de la violencia
Decreto 874 Estado de conmoción interior Amenaza de liberación inmediata de prisioneros peligrosos C-300 de 1994 Inexequible
1º de mayo de 1994
Decreto 1370 Estado de conmoción interior Incremento general de la violencia, la criminalidad C-466 de 1995 Inexequible
16 de agosto de 1995 y los ataques guerrilleros
Decreto 1900 Estado de conmoción interior Violencia, actos terroristas y asesinato del líder político C-027 de 1995
2 de noviembre de 1995 Álvaro Gómez Hurtado Parcialmente inexequible
y parcialmente constitucional
Decreto 80 Emergencia social Crisis en la balanza de pagos, reevaluación de la moneda C-122 de 1997
13 de enero de 1997 y caída de las reservas internacionales Inexequible
Decreto 2330 Emergencia social Crisis del sistema bancario y financiero C-122 de 1999
16 de noviembre de 1998 Parcialmente inexequible y
parcialmente constitucional
Decreto 195 Estado de conmoción interior Ataques terroristas, amenazas guerrilleras contra los C-802 de 2002
7 de agosto de 2002 alcaldes e incremento de la violencia Parcialmente inexequible y
parcialmente constitucional
Fuente: análisis de los autores a partir de los decretos y las decisiones de la Corte Constitucional
1
Tiempo bajo estado de sitio total o estado de conmoción interior total.
2
El período presidencial de Gaviria está dividido en dos, debido a la promulgación de la
Constitución de 1991.
Fuente: Basado en el análisis de los decretos declaratorios de estados de excepción.
Tabla 3.
Excepcionalidad según décadas