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Directorio
Eudomar Tovar
Presidente
Armando León Rojas
José Félix Rivas Alvarado
José Salamat Khan Fernández
Julio César Viloria Sulbarán
Nelson J. Merentes D.
Jorge Giordani
Representante del Ejecutivo Nacional
Administración
Eudomar Tovar
Presidente
José Salamat Khan Fernández
Primer Vicepresidente Gerente (E)
Colección. –
ISBN: 978-980-394-088-1 (Ejemplar). –
Producción editorial
Gerencia de Comunicaciones Institucionales
Departamento de Publicaciones, BCV
Avenida Urdaneta, esquina de Las Carmelitas
Torre Financiera, piso 14, ala sur
Caracas 1010, Venezuela
Teléfonos: 801.5514 / 8380 / 5235
Fax: 536.9357
publicacionesbcv@bcv.org.ve
www.bcv.org.ve
RIF: G-20000110-0
Traducción
Hernán Carrera
Diseño gráfico y diagramación
Diana Chollett
Corrección de textos
María Bolinches
Impresión
Litoven C.A.
PRIMERA PARTE PARA UNA CRÍTICA A LOS FUNDAMENTOS DE LAS CATEGORÍAS ECONÓMICAS
VII
CAPÍTULO V POR LA ACTUALIDAD DE LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA
APLICADA AL SISTEMA ESTADO
1. Bases conceptuales y fundamentos de la concepción del Estado y de la
Administración Pública contemporánea 263
2. Nota sobre algunas concepciones “débiles” del marxismo ortodoxo en lo referente
al Estado. El contexto actual del profit State 268
3. Para una aproximación al análisis del Estado en la fase neoliberal:
profit State contra welfare State 275
4. El servicio público en la construcción socialista 284
5. La gestión pública socialista y el proceso de construcción del socialismo 285
IX
3. Neoliberalismo y desarrollo desigual también en los países de capitalismo maduro 448
4. Imperialismo y financiarización en la fase actual de la mundialización:
recaídas (no solo) económico-productivas de la competencia global 450
5. Imperialismo y economía militar estadounidense: el complejo militar-industrial 453
SEXTA PARTE
TENDENCIAS ACTUALES DEL CAPITALISMO: ENTRE EL CRECIMIENTO CUANTITATIVO
Y LA CRISIS ESTRUCTURAL
XI
CAPÍTULO III DINÁMICA Y ACCIÓN DE LAS POLÍTICAS ECONÓMICAS
EN LA COMPETENCIA GLOBAL
1. El sistema internacional de dominación político-económica 591
2. El mercado del capital financiero global 597
3. Los instrumentos para la “interdependencia económica”; es decir, las estrategias
para imponer la dependencia en la competencia global 599
4. Los programas de ajuste estructural (PAE) como estrategia política
de la globalización neoliberal 610
5. Consideraciones generales sobre las reformas estructurales 619
6. Consecuencias de la aplicación de las políticas neoliberales 622
7. Los resultados de las políticas neoliberales: saqueo y explotación bajo ropaje “tecnocrático” 629
XIII
CAPÍTULO V EL CONFLICTO CAPITAL-TRABAJO SIGUE SIENDO CENTRAL
1. Mundialización neoliberal y aumento de la desigualdad 769
BIBLIOGRAFÍA 811
Transcurridos casi seis años desde la primera edición de este Tratado de métodos de análisis de los sistemas
económicos, es una gran satisfacción conocer el juicio positivo de los tantos lectores italianos y cubanos,
que lo han conocido a través de las respectivas ediciones, acerca de su plena validez científica y político-
cultural; juicio que, pienso, ha contribuido de alguna manera a que el Banco Central de Venezuela
decidiera traducir y publicar, bajo su prestigioso sello editorial, una versión actualizada y ampliada de
este texto originalmente impreso en Italia por la casa editora Jaca Book (2007).
Los tiempos y formas de la acción política de los Gobiernos neoliberales y occidentalocéntricos
dependen, cada vez más, de las condenadas decisiones de política económica asumidas por un modo de
producción capitalista que se encuentra ya sofocado por su propia crisis sistémica. Se percibe inme-
diatamente –y no solo entre los iniciados– que este sistema no tiene ya nada que ofrecer, en sentido
evolutivo y de progreso, a los destinos de la humanidad. La crisis sistémica es, al mismo tiempo, global
y también de civilización.
En el occidente imperialista, los actores político-sindicales, al igual que los integrantes de movi-
mientos sociales que propugnan una alternativa socialista para la superación del modo de producción
capitalista, no han sabido estar a la altura del desafío, mientras que, en cambio, sí han sido capaces
de aprovechar la ocasión las fuerzas revolucionarias, democráticas y progresistas de los países de la
Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), al dar vida a esa extraordinaria
experiencia que es el socialismo del, para y en el siglo xxi.
El antiguo problema central de las fuerzas del movimiento internacional de los trabajadores, esto
es, la fusión de la teoría y la praxis del cambio para una alternativa socialista como sistema, sigue sin
resolverse. Las dramáticas condiciones objetivas –sociales, ambientales– determinadas por los capita-
lismos no encuentran salida en una práctica real, concreta y factible para la superación del modo de
producción capitalista; o al menos así ocurre en todo el occidente de capitalismo maduro.
¿Qué hacer?
Continuar la batalla teórica, seguir impulsando un nuevo e incisivo protagonismo por parte de
las organizaciones del movimiento internacional del trabajo y del trabajo negado, a fin de crear las
condiciones subjetivas para una alternativa a través de la politización del conflicto social y, en especial,
del conflicto central entre capital y trabajo.
Por nuestra parte, seguimos involucrados como intelectuales militantes en las universidades, en
los centros de investigación, en los movimientos sociales y sindicales combativos, abiertos a la “mes-
colanza” de las culturas obreras, campesinas y de las nuevas figuras del mundo del trabajo que la
crisis sistémica impone dramáticamente bajo las mil formas de la pobreza –viejas y nuevas– y de
la precariedad del vivir social.
Es eso lo que cotidianamente nos empeñamos en hacer como intelectuales militantes en el Centro
de Estudios de Transformaciones Económicas y Sociales (Cestes) de la Unión Sindical de Base (USB)
que, con todos sus colaboradores internacionales, participa activamente en la Red de Redes de Intelec-
tuales y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad.
Por tales razones, resulta motivo de orgullo el que este Tratado, siguiendo su edición de 2007, haya
sido publicado en Cuba en tres volúmenes y en número de 15.000 ejemplares, y se le utilice allí en
todas las facultades de Economía y en los centros gubernamentales de estudios económicos.
Ahora, a esta nueva edición venezolana se le suman importantes actualizaciones y revisiones, lo
que incluye nuevos capítulos y partes enteras, particularmente en lo concerniente al conflicto capital-
naturaleza y a la explicitación más reciente de la crisis sistémica del capitalismo.
Ha sido gracias a la asidua investigación de campo adelantada desde el Cestes, y en particular a la
incansable labor y las relevantes contribuciones científicas de Rita Martufi, así como a la importante
colaboración de Joaquín Arriola, que me ha resultado posible actualizar esta nueva versión.
Valga reiterar nuestra cálida gratitud científica y político-cultural, junto con nuestra fraterna amis-
tad, a todos los colaboradores internacionales ya nombrados en los “Agradecimientos” de la primera
edición, especialmente a Efraín Echevarría, Hugo Pons y Esteban Morales, que, junto con el gentil
aporte de Joaquín Arriola –continuo hasta hoy–, hicieron más completa y estructurada la obra original.
Un sincero agradecimiento a todo el personal de la prestigiosa oficina de publicaciones del Banco
Central de Venezuela, que dedicó tiempo y profesionalismo a la aparición de este volumen.
Gracias de todo corazón al traductor de esta edición, el profesor Hernán Carrera, que con fuerte
empeño, gran profesionalidad y participativa pasión cumplió magistralmente la dura y fatigosa labor
de una traducción ciertamente no sencilla.
A todos ustedes estoy sinceramente agradecido.
Este trabajo ha sido posible gracias, también, a los aportes diversificados, que de seguidas se espe-
cifican, de muchos colaboradores del Centro de Estudios de Transformaciones Económico Sociales
(Cestes-Proteo).
En las diferentes fases de bosquejo y redacción del Tratado han colaborado con el autor Esteban
Morales, de la Universidad de La Habana, Centro de Estudios sobre Estados Unidos (Cuba); Efraín
Echevarría, director del Departamento de Marxismo, Universidad de Pinar del Río (Cuba); y Hugo
Pons, Universidad de La Habana, Centro de Estudios de Economía y Planificación (Cuba). Particu-
larmente importante, incluso en materia de consejos para el planteamiento general, ha sido el aporte
de Joaquín Arriola, de la Facultad de Economía de la Universidad del País Vasco (España); sus valiosas
contribuciones permitieron hacer más completa y mejor estructurada la obra entera.
El autor agradece a los tantos colegas y amigos, colaboradores internacionales del Cestes y de
las revistas Proteo y Nuestra América (en particular a Ricardo Antunes, del Instituto de Filosofía y
Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas, Brasil; a Rémy Herrera, de la Universidad
de París 1 Pantheon-Sorbonne y del Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de
la Investigación Científica, CNRS, Francia); a Andrea Micocci, Universidad de Malta-Link Campus y
Segunda Universidad de Nápoles, y Alejandro Valle, Universidad Nacional Autónoma de México, di-
rectivo de la Sociedad de Economía Política y Pensamiento Crítico de América Latina (Sepla), quienes
con su disposición a la lectura de los borradores y al intercambio de ideas facilitaron la sistematización de
este Tratado.
Un agradecimiento a Enzo Di Brango y a Grazia Orsati por sus excelentes traducciones, su partici-
pación y sus críticas estimulantes.
El autor expresa un afectuoso agradecimiento al espléndido grupo de jóvenes investigadores del
Centro de Estudios Cestes-Proteo, como Giampaolo Graziano y Biagio Borretti, por sus útiles contri-
buciones en la fase de elaboración y de revisión, que constituyeron una fuente importante para hacer
más orgánico el texto.
A lo largo de todo el trabajo fueron fundamentales para el autor algunos nexos político-culturales
y humanos; particularmente importantes han sido los llamados a la formulación científica, a la suge-
rencia crítica y a la amistad de Alfredo González, exdirector de Análisis Macroeconómico del Ministe-
rio de la Economía (Cuba); Alessandro Mazzone, Universidad de Siena; Hosea Jaffe, Universidad de
Ciudad del Cabo (Suráfrica), y James Petras, Universidad Estadal de Nueva York y Universidad Saint
Mary (Halifax, Canadá).
Gracias, finalmente, a Sante Bagnoli y a toda la casa editorial Jaca Book, por la continua confron-
tación de ideas en plena libertad y por su valoración profunda y sincera de mi trabajo.
Sin la ayuda constante, el reclamo, los preciosos aportes y el espíritu de dedicación de Rita Martufi,
investigadora socioeconómica, responsable del Comité Científico del Cestes y de las revistas Proteo y
Nuestra América, este trabajo no habría podido realizarse.
A todos ustedes les estoy sinceramente agradecido por el intercambio científico mantenido durante
la formulación del Tratado, que consolida todavía más la espléndida colaboración en el debate político-
cultural que, desde hace ya muchos años, mantenemos a través de la relación académica y, de manera
más general, con la actividad de investigación del Cestes; y, sobre todo, gracias, de todo corazón, por
el trato de fraterna amistad.
L.V.
Nota bene. Por todo cuanto pudiera corresponder a eventuales citas no correctamente transcritas, el autor y el editor
de la edición italiana se excusan a priori y, en caso de que les fueran señaladas, proveerán una errata y cuidarán de
una más acertada citación en posteriores reediciones. Las citas tomadas de textos en lenguas distintas a la italiana,
con fines divulgativos, fueron siempre traducidas al italiano por Enzo Di Brango, de manera de facilitar la tarea
del lector.
[Nota del traductor para la presente edición. Por la razón arriba expuesta, todas las citas de textos en lenguas
extranjeras han sido ahora vertidas al castellano a partir de su traducción italiana. Ello incluye los textos originalmente
escritos en español.]
Hosea Jaffe
Universidad de Ciudad del Cabo (Suráfrica)
En este importante trabajo, Luciano Vasapollo se confronta con los temas más difíciles de la economía
contemporánea; con la ciencia de El Capital de Marx, más que con la política del Manifiesto Comu-
nista. Y no es que Vasapollo no sea un político; las décadas que ha dedicado a escribir, hablar y actuar
en defensa del socialismo, el de Cuba en particular, y contra el imperialismo comandado por Estados
Unidos y la Unión Europea, son políticamente importantes; pero, como marxista científico, él da
prioridad a la economía respecto a la política.
En estos períodos de crisis rampante, de jugueteo poskeynesiano con las soluciones neoliberales
impuestas desde el Estado, que no pueden nunca funcionar y que, de hecho, nunca funcionan, no
tiene fin la lista de “nuevas” teorías y teóricos marxistas. A Vasapollo no se le puede encontrar en tal
lista. Él se aferra, con la obstinada tenacidad de un verdadero hombre de ciencia, al “buen viejo Marx”
y a los tres libracos de su nunca envejecido El Capital, para demostrar que la economía marxista, y solo
la economía marxista, puede analizar y darle un sentido pleno a los libros contables de las empresas
nacionales e internacionales.
Es quizá sobre todo por esa razón que este extenso y excelente Tratado de métodos de análisis de los
sistemas económicos de Luciano Vasapollo, debería ser lectura obligatoria para todo el que sepa apreciar
escritos económicos inteligentes, claros e, incluso, a trechos justificadamente airados.
Es por esas razones que resulta para mí un placer escribir esta presentación para un crítico de la eco-
nomía política, un crítico de la ciencia, que ha devenido, en estos años de colaboración internacional,
en excelente amigo y colega. Juntos hemos pasado largos y agradables momentos, y esperemos que so-
cialmente útiles, en conferencias internacionales sobre la así llamada (pésimo término) “globalización”,
en Roma, en Italia, en Europa, y sobre la economía política internacional, en La Habana, Cuba.
Juntos, también, hemos presentado en muchas ciudades italianas y en Cuba el libro que escribimos
conjuntamente, Introduzione alla storia e alla logica dell’imperialismo [Introducción a la historia y a la
lógica del imperialismo] (Milano, Madrid, Lyon, 2005). He tenido siempre gran placer al escuchar a Va-
sapollo dirigirse a los académicos, a los trabajadores y a los estudiantes. En mis reseñas de sus libros más
“divulgativos”, en italiano, español y aun en inglés, he hecho notar su estilo directo, que se evidencia
también en este libro. En este último trabajo, Vasapollo se mantiene fiel no solo a la economía política
marxista sino, sin anunciarlo mucho, al materialismo histórico del Marx que tanto tomó de bueno de
Hegel y de los enciclopedistas franceses. De un lado, el materialismo histórico ha sido un componente
intrínseco del más general materialismo dialéctico que fluye a través de todo el pensamiento escrito
de Marx. Del otro, ha motivado todos los escritos y los actos políticos de Luciano Vasapollo. Se trata de
la unidad de teoría y práctica.
Para Vasapollo, el pensamiento debe hacerse practicable para ser escribible. Al mismo tiempo, la
práctica sería un despilfarro de esfuerzo y tiempo humano si no pusiera de manifiesto, aunque fuese
indirectamente, un concepto fundamental; usualmente, en su caso, un concepto marxista. Sobre todo
en este libro, el concepto de fondo, sin el cual toda la actualidad económica sería inútil y carente de sig-
nificado, es aquel del tiempo de trabajo humano como medida del valor de cambio. Como economista
marxista o, mejor, como marxista, Vasapollo no tiene tiempo para teorías a lo Habermas que sostienen
que las máquinas, como las computadoras o los robots, crean un valor de cambio cuantitativa y cuali-
tativamente distinto de los valores de uso que en realidad, y obviamente, ellos crean, como bien consta
a muchos consumidores tras haber comprobado sus beneficios y sus costos. Es el trabajo humano, y
solo el trabajo humano, el que crea, ambos a una, la categoría de valor.
En la introducción y en la primera parte, que cuidadosamente colocan los fundamentos para las
partes siguientes, el libro muestra la evolución de las categorías y definiciones económicas marxistas
respecto a aquellas de los predecesores burgueses clásicos guiados, naturalmente, por David Ricardo
(1772-1823).
Las categorías discutidas van desde aquellas del valor hasta las de la productividad, la acumulación
de capital y los ciclos, la rotación y circulación del capital. Esta labor analítica preparatoria viene
seguida inmediatamente por otras profundizaciones, que examinan la división del capital en produc-
tivo, comercial y financiero; una división que toca muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Esto
es especialmente válido (pero ciertamente no solo) para los así llamados países “ricos”, “avanzados” o
“industriales” que constituyen la parte alta de la fisiología, fisonomía y psicología del cuerpo político
del sistema capitalista que gobierna el mundo. Las leyes fundamentales que rigen este sistema son
tratadas en el libro sucesivamente: la tasa declinante de ganancia, la sobreacumulación de capital, su
centralización y concentración. En un apropiado orden histórico y lógico, esta categorización con-
duce a un tratamiento preliminar acerca de cómo y por qué se forman los monopolios capitalistas.
Después, en las últimas partes del Tratado, son estudiados y explicados los resultados y eventos con-
comitantes: la globalización y la competencia global e, inevitable e ineludiblemente, el imperialismo
económico.
Lo significativo en tal método es que no se trata de una diatriba contra el capitalismo, diatriba
que es todavía corriente en el socialismo eurocéntrico, y en consecuencia, permítaseme agregarlo,
también en lo que erróneamente se ha dado en llamar tercermundismo, de lo cual yo mismo he sido
acusado por, precisamente, aquellos “revolucionarios” que sueñan y combaten por lo que no es sino
Es la esclavitud lo que ha dado valor a las colonias, son las colonias lo que ha creado el comercio
mundial, y el comercio mundial es la condición necesaria de la gran industria mecanizada. (...) Sin la
esclavitud, Norteamérica, el país más desarrollado, se transformaría en país patriarcal.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África abrieron nuevos caminos a la
burguesía en ascenso. El mercado de las Indias Orientales y de la China, la colonización de América,
el intercambio con las colonias, el aumento de los medios de cambio y de las mercancías en general,
dieron al comercio, a la navegación y a la industria un auge nunca visto y, con ello, un rápido
desarrollo al elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición (Wage, Labour and
Capital, 1850) [Trabajo asalariado y capital].
Y que ha escrito estas famosas palabras en el primer volumen de El Capital, palabras que este Trata-
do en general, con sus secciones de economía pura y las de carácter histórico, revela ciertas:
* (n.t.) En italiano, “capitalista” es sustantivo, y refiere a la persona que detenta grandes capitales, mientras que “capitalístico”
es adjetivo, y se aplica por tanto al sistema, modo de producción, etcétera. Hosea Jaffe utiliza el primero de esos términos para
ambas opciones, en tanto que Vasapollo, en este y otros casos, establece la distinción que rige en su lengua. En la presente
traducción, como es lógico, se aplicará en lo sucesivo el uso del habla hispana. La cursiva es nuestra.
presentaciones
XXIII
Estas palabras son el tráiler del film de la vida real de la globalización capitalista, con sus com-
petencias y guerras del siglo xx y de nuestro siglo xxi. Al concentrarse, antes que nada, a lo largo de
las primeras partes de su Tratado en el primer tomo de El Capital de Marx, el autor ayuda al lector a
adentrarse sin temor en el terreno prohibido del colonialismo capitalista: el terreno prohibido por el
socialismo eurocéntrico. Ese adentramiento refuerza la idea que, desde hace mucho, vengo sostenien-
do: que su autor, Vasapollo, quien es ya ampliamente conocido como un antiimperialista, en especial
por su defensa de la Cuba socialista, no es un miembro de la familia y ni aun un mero conocido del
socialismo eurocéntrico. Es, simplemente, un economista político marxista, científico y antiimperia-
lista. No es para nada fácil ser antiimperialista y científico, porque mucho del antiimperialismo, si no
casi todo, es o bien anárquico o bien eurocéntrico-americocéntrico, o ambas cosas. No solo su crítica
de la economía, sino también sus muchos discursos y escritos sobre el capitalismo colonialista y el im-
perialismo capitalista, deberían atraer a aquellos lectores que procuran asimilar, de manera placentera,
la comprensión y la aplicación a la actualidad de la economía de Marx.
Como acabamos de sugerir, este libro no acepta ni considera la vetusta noción de que el capitalismo
nació de la “lucha de clases entre una burguesía en ascenso y las clases feudales”. Vasapollo se mantiene
leal al recién citado análisis de Marx sobre los orígenes globales y complejos del modo de producción
(y de cambio, se debería añadir siempre) capitalista. Esta lealtad se manifiesta asimismo en su trabajo
acerca de esa región semicolonial del mundo que sufre de ser llamada con el ridículamente racista y
eurocéntrico nombre de Latinoamérica, en lugar del más apropiado Indoafricano o Afroindio que han
escogido para sí los oprimidos y superexplotados no europeos que allí viven y trabajan. Esa moda de
llamarla “Latinoamérica”, sin embargo, no desluce en este excelente trabajo de economía política in-
ternacional. Luciano Vasapollo tiene, aparte de mí, muchos amigos que se preocupan por redesarrollar
la tesis original de Marx en relación con la verdadera génesis histórica del sistema capitalista y, en par-
ticular, la pregunta de si fue este un producto de la “lucha de clases entre la burguesía en ascenso y los
señores feudales” o, por decirlo educadamente, del “descubrimiento de América”. Existen ya muchos
libros sobre ese origen “americano”, entre ellos algunos de marxistas italianos. Esta discusión se haría
ciertamente más vivaz y sus temas se tornarían más penetrantes con la participación del convincente
autor del libro cuya presentación aquí escribo.
La cuestión clave acá analizada es la del valor, y en particular la plusvalía y su “actualidad”. Para
arribar a ese análisis, el autor habla no solo de Marx, sino también de muchos otros economistas
políticos, clásicos, neoclásicos y neoliberales. Siendo su principal tema de preocupación el de la teoría
del valor-trabajo, del salario y la plusvalía, ha tenido necesariamente que discutir la acumulación de
capital. Al hacerlo, no ha evitado la larga evolución de las teorías a ese último respecto.
Sabemos que hubo al menos ocho diferentes períodos en esa evolución. Primero, la escuela fisio-
crática encabezada por Quesnay (1694-1774), que prácticamente a disgusto examinó la acumulación
“primitiva” u “original” a través de incursiones en América, África y Asia, conjuntamente con incursio-
nes contra el feudalismo en decadencia. Después, en medio de la primera crisis comercial posnapoleó-
nica, la de 1818-1820, vinieron Ricardo y Malthus (1766-1834); y luego, en la crisis que precedió a las
revoluciones de 1848, Rodbertus y Kirchmann. Solo entonces apareció Marx y, casi un siglo después,
Lenin, Luxemburg y los otros, que argumentaron contra los neoliberales de anteayer, Struve, Bulgakov
y los Narodniki. La evolución continuó con El imperialismo y la acumulación del capital, de Bujarin, y
con los trabajos de Grossman e Hilferding que usó Lenin para escribir su El imperialismo... Tras ellos
En palabras simples: la variación porcentual anual de las ganancias debe ser menor que la variación
porcentual anual de la acumulación de capital. Solo si esta condición se cumple plenamente, la tasa de
ganancia tiende a caer. Si la parte izquierda de la ecuación excede a la de la derecha, entonces la tasa
de ganancia tiende a crecer, no a caer. Tal crecimiento acontece en la mayor parte de las inversiones
imperialistas en el “Tercer Mundo”, donde la tasa de ganancia es en promedio dos o tres veces la del
“Primer Mundo”.
La tendencia periódica a caer que experimenta la tasa de ganancia en el bloque de los países impe-
rialistas (los de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, u Organi-
zation for Economic Cooperation and Development) se debe no solo a un crecimiento de la masa de
capital constante, sino también a un aumento del capital variable y a una tasa de plusvalía (ganancias-
salarios) que en el Tercer Mundo (que a partir de 1990 pasó a incluir a Rusia y la Europa del Este) es
en promedio nueve veces más baja que en el bloque OCDE.
presentaciones
XXV
En sus partes finales, este libro explica cómo el imperialismo impone una tasa de plusvalía (S/V)
de entre 3 a 1 y 4 a 1 para los indígenas de Asia, África y América Latina, lo que causa un desempleo de
más de 50% y una pobreza en masa. Esa tasa de plusvalía es inversa para la mayor parte de los trabaja-
dores del bloque OCDE. Esta sección es una lectura esencial.
El libro todo es un tratado fundamental cuando analiza la productividad, el dinero, la rotación de
capital, la diferencia entre la plusvalía producida por trabajadores al servicio del capital industrial y
la de aquellos que sirven al capital comercial, financiero y productor de renta. También en las partes
sucesivas se ocupa el autor, desde el punto de vista teórico, de la subdivisión de la plusvalía en las
formas representadas en la vida cotidiana por la ganancia productiva, la ganancia en la distribución
de mercancías –del transporte al comercio–, la renta y los intereses. Entre las preguntas a las que
brinda respuesta se encuentran estas: ¿cómo se mide la productividad? ¿En peso, en volumen o en
otras cuantificaciones de los valores de uso (por ejemplo, toneladas de carbón por minero por año)?
¿Es más estrictamente correcto calcular la productividad en euros o dólares de producto interno bruto
(PIB) por trabajador por año? El libro aborda estas preguntas en la teoría y con referencias estadísticas
nacionales, de la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), para demostrar que es a partir de las fuentes oficiales de datos y
políticas económicas que aplica la crítica marxista de la economía.
Entre los muchos y complejos problemas examinados se encuentran las diferencias entre la centra-
lización y la concentración de capital; el papel de cada una en la formación del capital financiero de
las multinacionales y de las otras variantes del capital monopólico; los escritos de Marx sobre el capital
monopólico y el colonialismo, en su propio tiempo y antes; Lenin, Hobson, Hilferding y otros sobre
el capital monopólico y el imperialismo de fines del siglo xix; en fin, un necesarísimo examen de la
economía liberal, de la revolución marginalista, y una cuidadosa crítica de los criterios de producción,
distribución y clasificación neoclásicos; todo esto para terminar con una defensa de la teoría marxista
contra los críticos keynesianos, los poskeynesianos, los sraffianos y los ambientalistas.
En estos tiempos nuestros en los que resulta cada vez más demostrable la devastación ecológica,
el papel de los monopolios nacionales y globales es convenientemente descuidado por los partidos
de derecha, de izquierda y de centro que juegan con el consumismo de masas. Entre estos se cuenta
la izquierda “antiimperialista” (sic) que vocifera contra la privatización pero garantiza la propiedad
y el uso de automóviles privados, grandes camiones, motocicletas y autobuses, que provocan 70%
del devastador recalentamiento global. La producción de esos medios de transporte constituye, por
mucho, la más grande industria capitalista (mucho más grande que la bélica). La industria de vehículos
propulsados por hidrocarburos es imperialista de origen y en sus vastos mercados petroleros, que a su
vez han sido causa importante de guerras internacionales. Hay actualmente en el mundo un millardo
de vehículos de propulsión petrolífera, 85% de los cuales se encuentra en los países de la OCDE. El
movimiento verde ha fallado miserablemente al rehusar oponerse a la industria de vehículos propul-
sados por derivados del petróleo, incluidos los aviones, que destruyen el ozono y son cada vez más
populares, y que son fabricados por gigantescos monopolios. Vasapollo ha hecho bien al analizar en
este libro también los problemas que preguntan por cuál desarrollo, malamente planteados por los
movimientos verdes, que han estado a la vanguardia en el ataque contra la economía política marxista.
Este Tratado analiza, asimismo, la problemática de la reproducción ampliada, sobre la base de los
capítulos xxi al xxv de El Capital. Marx mismo planteó la división del capital industrial en dos ramas
presentaciones
XXVII
James Petras
Universidad Estatal de Nueva York (Estados Unidos) y Universidad de Saint Mary, Halifax (Canadá)
Conozco al profesor Luciano Vasapollo desde el punto de vista científico, además de en lo perso-
nal, desde hace más de diez años. Comencé a apreciarlo, primero, a través de sus escritos científicos;
después, participando en conferencias científicas y profesionales y, más tarde, como coautor de una
importante publicación académica.
Escribir una presentación para su libro, incluso sobrecargado de trabajo, es un placer en tanto
que para mí no se trata de un ejercicio de rutina, sino de una importante oportunidad para adquirir
conocimiento. Ya desde los primeros capítulos entendí que no me había equivocado y comencé a
tomar notas no solo para el prólogo mismo, sino también para mis propios escritos sobre la economía
política contemporánea. Es este un óptimo Tratado y también un fuerte estímulo para la investigación
académica.
El profesor Vasapollo es uno de los más versátiles e innovadores economistas políticos aplicados, en
el verdadero sentido de la palabra. En el ámbito de la economía aplicada, ha conducido investigaciones
avanzadas que analizan variables sociales, políticas y económicas en un marco explicativo histórico,
aplicado a la contemporánea “teoría de la crisis”. Sus publicaciones sobre teoría macroeconómica y,
especialmente, sobre las relaciones entre valor y trabajo, son muy citadas y pueden ser reencontradas
en las notas a pie de página y en las bibliografías de los trabajos de insignes estudiosos de Europa y de
Sur y Norte América.
El Tratado es una síntesis soberbia de las investigaciones y publicaciones previas del profesor Va-
sapollo. De una manera clara y precisa, pone los conceptos y categorías analíticas en el centro de
atención de los estudiantes de economía. El Tratado está escrito en un estilo pedagógico, concebido
para alcanzar varios objetivos. Brinda una visión del capitalismo como sistema operante, al proveer una
clara exposición de las dimensiones, de los principios operativos, de los conceptos y valores políticos,
presentaciones
XXIX
En las partes conclusivas propone Vasapollo una “prospectiva general” y pasa a analizar el creci-
miento de un modelo de “acumulación de capital” centrado en Estados Unidos y alimentado por la
fuerza técnico-militar, en competencia con el modelo europeo y japonés –“concentrado en el merca-
do”– de construcción del imperio, basado en las relaciones neocoloniales con las colonias precedentes,
así como el relativo declive de la competitividad estadounidense en la manufactura. Vasapollo iden-
tifica la principal causa de debilidad en los proyectos concurrentes para la construcción del imperio:
la expansión dinámica de la arquitectura financiera global y su extrema inestabilidad, basadas sobre
esquemas “piramidales” (hedge funds) cada vez más especulativos y más lejanos, en todo momento, de
la producción de medios y servicios reales.
El profesor Vasapollo ha escrito un magnífico libro para los estudiantes universitarios, que ofrece
mucho más que los requerimientos de un texto universitario. El Tratado plantea una discusión funda-
mental y precisa de los modelos teóricos pasados y presentes. Adicionalmente, elabora una prospectiva
crítica alternativa que es compleja, pero clara y lógicamente desarrollada. El valor didáctico y divulga-
tivo del texto de Vasapollo reside en la capacidad de hacer comprensibles para los estudiantes, de una
manera simple, ideas complicadas. Y no solo eso: ofrece los medios estadísticos y analíticos para poder
avanzar en la carrera científica de economía aplicada.
Este Tratado sobrepasa a los otros en su capacidad de proponer los lineamientos de una encuesta
científica y de estimular a los estudiantes a apartarse de la teoría para examinar los acontecimientos
contemporáneos. En otras palabras, este no es solamente un libro para un curso académico, sino
además una guía para todos aquellos que desean entender el mundo de una manera crítica pero
también práctica.
Samir Amin
Presidente del Foro del Tercer Mundo y del Foro Mundial de Alternativas (Francia)
Ricardo Antunes
Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (Brasil)
El nuevo libro de Luciano Vasapollo es una relevante contribución académica y científica a la com-
prensión del mundo productivo capitalista de hoy. Sostenido por una sólida formación en la crítica
de la economía política, tema sobre el cual ha demostrado ya gran competencia con la publicación de
numerosos libros y artículos tanto en Italia como en el extranjero, este nuevo Tratado será de gran uti-
lidad a cuantos tengan por absolutamente insuficientes, para una verdadera comprensión del mundo
del capital en nuestros días, tanto la econometría como la teoría marginalista.
Atilio Borón
Universidad de Buenos Aires; secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano
de Ciencias Sociales (Clacso)
Luciano Vasapollo, uno de los más atentos estudiosos contemporáneos del capitalismo, nos ofrece
en esta obra un aporte de primerísima importancia para la comprensión de los grandes problemas
económicos, sociales y políticos de nuestro tiempo. Es un libro que recupera didácticamente las prin-
cipales categorías teóricas del análisis marxista y que, al mismo tiempo, demuestra las potencialidades
explicativas de este a través de su aplicación al examen de los “capitalismos realmente existentes”. Tanto
los estudiantes como los militantes encontrarán en estas páginas una serie de instrumentos teóricos y
metodológicos de gran utilidad para comprender y cambiar el mundo en que vivimos.
Reinaldo A. Carcaholo
Departamento de Economía de la Universidad Federal de Espírito Santo (Brasil);
tutor del Programa de Enseñanza Tutorial PET-SESU-MEC
En los últimos años ha crecido el interés de los intelectuales y de muchos militantes sociales por un
retorno al estudio de Marx. Ese interés responde a una fuerte razón: la teoría económica de Marx
ofrece el único punto de partida sólido para una crítica a fondo, no superficial, de la actual realidad
capitalista. Ese retorno no puede agotarse en citas del autor; exige creatividad crítica (crítica de la
sociedad y del pensamiento socioeconómico contemporáneo). Y es justamente eso lo que podemos
esperar de este libro de Luciano Vasapollo, reconocido internacionalmente como investigador, analista
social y académico. Estamos, por tanto, felices con su publicación.
Guglielmo Carchedi
Universidad de Ámsterdam (Holanda)
Este Tratado es una actualización rigurosamente científica de las categorías marxistas. Está dirigido
no solo a estudiantes y estudiosos, sino también al mundo más propiamente político y sociocultural.
El lector encontrará, en un estilo accesible incluso a los no iniciados en estos trabajos, instrumentos
indispensables para la comprensión del capitalismo contemporáneo y para la formulación de proyectos
dirigidos a la superación del modo de producción capitalista.
Rémy Herrera
Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne y Centro Nacional de la Investigación Científica (CNRS, Francia)
El libro de Luciano Vasapollo es una contribución verdaderamente notable a la teoría marxista con-
temporánea. El autor ha cumplido con éxito el esfuerzo de proporcionar a los lectores, a un mismo
tiempo, una crítica sistemática de las dominantes corrientes neoclásicas y neoliberales en los diferentes
Françoise Houtart
Universidad Católica de Lovaina (Bélgica); secretario ejecutivo del Foro Mundial de Alternativas
En momentos en los que se universaliza la ley del valor (la globalización) y todos los seres humanos
somos golpeados en nuestra propia cotidianidad por los efectos destructivos de la fase neoliberal del ca-
pitalismo, es muy importante hacer una nueva lectura de la crítica de la economía política de Marx, que
analizó la lógica del proceso desde su inicio. La obra de Luciano Vasapollo se percata de esa necesidad.
A su incansable actividad en apoyo a la causa del socialismo, el profesor Luciano Vasapollo suma
ahora este trabajo en el campo de la teoría y de la enseñanza, además de su empeño en la divulgación
y clarificación de las ideas de los fundadores del marxismo. De esa manera honra el pensamiento del
comandante Ernesto Che Guevara, quien sostenía: “Sin conocer El Capital, no se es economista en el
sentido más completo de la palabra”. Y es precisamente ese el propósito de esta obra, enfilada a mostrar,
con aplicaciones absolutamente actuales, la esencia del pensamiento marxista y su absoluta actualidad.
David Laibman
Universidad de la Ciudad de Nueva York (Estados Unidos), editor de Science & Society
otras presentaciones
XXXIII
Alejandro Valle
Universidad Nacional Autónoma de México; directivo de la Sociedad de Economía Política
y Pensamiento Crítico de América Latina (Sepla)
Henry Veltmeyer
Universidad de Saint Mary, Halifax (Canadá)
Vasapollo ha creado una guía para el pensamiento y la acción en la economía política del desarrollo ca-
pitalista actual, que es absolutamente indispensable. No es solo que no existe nada como su libro, sino
que se trata de una obra excelentemente concebida y bien escrita. Estudiantes y activistas no tendrán que
buscar ya en otra parte un mapa que los guíe a través de la intrincada dinámica del capitalismo de estos
días. Se trata de un verdadero y realmente valioso tour de force por la crítica de la economía aplicada.
Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos,
el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye
el socialismo. Parecía ciencia sabida, tan sabida como el sistema eléctrico concebido por algunos que se
consideraban expertos en sistemas eléctricos. Cuando decían: “Esta es la fórmula”, este es el que sabe. Como si
alguien es médico. Tú no vas a discutir con el médico acerca de anemia, de problemas intestinales, de cualquier
especialidad, al médico nadie le discute. Puedes creer que es bueno o malo, qué sé yo, puedes hacerle caso o no;
pero nadie le discute. ¿Quién de nosotros va a discutir con un médico, o con un matemático, o con un experto
en historia, en literatura o cualquier materia? Pero somos idiotas si creemos, por ejemplo, que la economía
‒y que me perdonen las decenas de miles de economistas que hay en el país‒ es una ciencia exacta y eterna, y
que existió desde la época de Adán y Eva. Se pierde todo el sentido dialéctico cuando alguien cree que esa
misma economía de hoy es igual a la de hace 50 años, o hace 100 años, o hace 150 años, o es igual a la época
de Lenin, o a la época de Carlos Marx. A mil leguas de mi pensamiento el revisionismo, rindo verdadero
culto a Marx, a Engels y a Lenin. Un día dije: “En esta universidad me hice revolucionario”; pero fue porque
hice contacto con esos libros, y antes de empatarme, por mi propia cuenta y sin haber leído ninguno de esos
libros, estaba cuestionando la economía política capitalista, porque me parecía irracional ya en aquella época,
y estudiaba economía política en el primer año por Portela, 900 páginas en mimeógrafo, durísima, casi
a todo el mundo lo suspendía. Era el terror aquel profesor. Una economía que explicaba las leyes del
capitalismo, mencionaba las distintas teorías sobre el origen del valor, y mencionaba también a los marxistas,
los utopistas, los comunistas, en fin, las más variadas teorías sobre economía. Pero estudiando la economía
política del capitalismo comencé a sentir grandes dudas, a cuestionar aquello*.
* (n.t.) La versión aquí transcrita ha sido tomada del original en español, según aparece reproducido en la página web www.cuba.
cu/gobierno/discursos/.
1. Este trabajo tiene un objeto delimitado en el tiempo y en el espacio. No es una exposición acerca de
la llamada “economía pura” (admitiendo que ella tenga estatuto científico, no solo en sentido formal,
sino de explicación de la realidad); ni tampoco una teoría del modo de producción capitalista (MPC)
en sus formas de movimiento, leyes y tendencias para cada época (es ese el altísimo nivel de abstracción
de la concepción marxista en El Capital). Se quiere ofrecer aquí, como indica el subtítulo, una guía para
la comprensión de la fase actual de mundialización de la producción y reproducción social en forma
capitalista, pero en referencia a la teoría del modo capitalista de producción como proceso comprehen-
sivo. En ese sentido, se trata de economía aplicada y no de la acepción académica que individualiza las
varias economías aplicadas; por ejemplo, al ambiente, a la ingeniería, a la sociología, etcétera.
Presentar una crítica comprehensiva –aunque no exhaustiva, naturalmente– quiere decir asimis-
mo indicar posibles líneas de indagación ulterior, bien sea afrontando el material empírico o bien
examinando aspectos aquí –por necesidad– apenas señalados, y desarrollando las determinaciones
conceptuales aquí propuestas, a veces con alguna simplificación por el uso también didáctico del texto.
2. La crítica marxista de la economía política concierne a las leyes y las categorías que regulan el
modo de producción capitalista y a la dinámica de sus contradicciones intrínsecas; y la economía
política no atañe a “la producción”, sino a las relaciones de los hombres en la producción. Ninguna
comunidad humana es pensable sin que actúe, trabajando, sobre la naturaleza externa, puesto que
la producción es siempre reproducción de una comunidad que, si dejase de trabajar y producir, se
extinguiría inmediatamente (también el campesino autosuficiente basa sus relaciones de trabajo en la
entidad familiar).
El error de reducir la economía política a la sola producción, sin las relaciones de producción, da
lugar no solamente a las “robinsonadas” que ya Marx evidenciaba, sino sobre todo a la “naturalización”
de la economía, como ocurre con el gran Ricardo, que estima naturales y eternas las relaciones que
conceptualiza (como capital, trabajo, tierra).
Pero los economistas burgueses consideran las categorías económicas como categorías naturales de
la producción y, por tanto, no modificables.
La crítica marxista de la economía política se ocupa de analizar los fenómenos de la sociedad
capitalista, develando tras ellos las leyes y categorías del modo de producción capitalista, como reflejo
de las relaciones sociales de producción y, por tanto, de las relaciones de clase de la sociedad capitalista.
Entonces: el objeto de la economía política, las “relaciones de los hombres en la producción”, es la
producción y reproducción de hombres, siempre, pero de vez en vez, en relaciones y condiciones determi-
nadas. El modo específico en que el trabajo vivo y el así llamado “trabajo muerto”, es decir, los medios de
trabajo y, en general, los “medios de producción” en los que el trabajo vivo antecedente es depositado,
define las figuras fundamentales, epocales, de la producción y reproducción de hombres; es decir: los modos
de producción. En el MPC, el trabajo vivo tiene forma de fuerza-trabajo asalariado, el “trabajo muerto”
tiene forma de capital y la producción ocurre solo y en tanto el capital, en su proceso, incorpora el trabajo
vivo, como se explicará más adelante.
4. En este proceso ya pluridecenal1 (basta leer los datos estadísticos de las fuentes oficiales como el
Istat, la Eurostat, el Banco Mundial, etcétera) se modifica y se refuerza el triple comando sobre trabajo
asalariado.
Primer comando: frente a la masa segmentada, estratificada, disponible, de los vendedores de
fuerza-trabajo, el capital tiende a escoger en todo momento a cuáles y cuántos trabajadores incorporar
a la producción o, por el contrario, descartar; es decir, precarizar o simplemente invitar a considerarse
inútiles (como dice Mazzone, invitados a morir)2. El segundo aspecto del comando u ordenamiento
del capital es el ejercitado sobre el producir en sí mismo. Desde el momento en que se quiere realizar
un bien o servicio, es el capital el que tiende a asumirlo y hace aparecer como fuerza productiva suya el
uso de las técnicas, la organización del trabajo, las innovaciones de proceso y de producto, que hacen
posible la realización de ese producto dado o gama de productos en un tiempo determinado.
El tercer aspecto del comando del capital consiste en el hecho de que el producto (bien o servicio)
es mercancía y por tanto debe ser vendido, y solo con esa venta se lleva a cabo la valorización del capital.
En consecuencia, todo el proceso productivo de mercancías es regulado por las férreas leyes del
proceso de valorización.
En un mercado capitalista desarrollado, determinados sectores mercadológicos (y en perspectiva
todo el mercado) entran en crisis de sobreproducción en el momento en que la tecnología utilizada, la
fuerza-trabajo operante y la organización del proceso de trabajo permiten la producción de mercancías
en una cantidad tan elevada que no puede ser absorbida por el mercado (como no sea a precios tan
bajos que no posibiliten la valorización). Se tiene entonces exceso de oferta frente a una demanda
depauperada o, por lo menos, inferior. Entiéndase que eso no significa que tales mercancías no sean
“queridas”, deseadas por algún consumidor, dado que frecuentemente las crisis de sobreproducción
conviven con amplios estratos de pobreza difusa en los países de capitalismo avanzado y en todo el
mundo, sino que apenas indica que esas mercancías no son vendibles más que a determinados precios,
6. Después de haber discutido en anteriores trabajos científicos el papel y el desarrollo de los proce-
sos económico-productivos, incluidas las dinámicas del así llamado capital informativo y de los mo-
delos capitalistas desde el punto de vista de las modernas ciencias empresariales, y después de haber
tratado los mismos temas en una lectura de carácter más directamente político-económico (véanse
algunos de mis libros publicados por Jaca Book desde 2003, en colaboración con autores extranjeros
como J. Arriola, H. Jaffe, J. Petras), es de hecho útil, a los fines de una mejor comprensión de la actual
fase de la competencia global, transferir con este texto dichas temáticas al plano de una crítica de la eco-
nomía aplicada, en una explicación y determinación de las tendencias en curso en el mundo capitalista.
Una formulación de este género es diferente, y con frecuencia incluso opuesta, a algunos análisis
de autores citados en varias partes del texto. Tales referencias, que a veces no son compartidas en su
8. En el Tratado se propone una crítica a la economía aplicada. En efecto, la teoría económica domi-
nante contempla y difunde esencialmente modelos de reducción de los costos de producción, gracias
al despido y la precarización de un número cada vez mayor de trabajadores, inútiles en un mundo
productivo más y más mecanizado. Es esa la regla de un nunca mejor llamado mundo posfordista
de la acumulación flexible, que no tiene necesidad de reinsertar nuevamente al expulsado en el ciclo
productivo.
Se tiende así, por ejemplo, a considerar el tiempo del desempleo como una condena, una condición
de impotencia y de inutilidad, y no, en cambio, como un momento en el cual poder vivir y procurarse
enriquecimiento educativo, superando de tal forma la alienación causada por la desocupación y por
un trabajo –en la mayoría de los casos– impersonal, esclavizante, pero productivo. De allí deriva,
asimismo, el lugar común de considerar al desempleado como un peso para la sociedad, un trasto pro-
fundamente inútil; no se utiliza esa condición para prepararse para una nueva función ocupacional que
requiera mejor formación, para garantizar una renta y permitirle al desocupado elegir las formas del
vivir social en función, también, de un tiempo liberado del trabajo. La condición de desempleado debe
ser sometida al capital completamente, sin conflictividad, hasta el límite incluso de la marginalización,
la desesperación, el suicidio social.
Durante largos períodos de desempleo, los potenciales trabajadores viven en condiciones de gueto:
encerrados bajo llave en una situación de desesperación económica. ¿Cómo podría ser de otra manera,
si ninguno está produciendo? Si no se produce ningún boom o emergencia, algunos trabajadores de
reserva se adaptarán en los bajos fondos del mundo del trabajo, pero para todos los otros será la
ruina. Falta de asistencia médica, dietas inadecuadas y competencia violenta por recursos limitados
son los medios del sacrificio. Como el conjunto de los sacrificados por el trabajo en los campos,
en Estados Unidos el ejército industrial de reserva está constituido principalmente (y aún más:
desproporcionadamente) por miembros de las minorías. Esta macabra cosecha extiende sus efectos
La contradicción más absurda del imperio del capital está justamente en despreciar el tiempo libre
y el enriquecimiento intelectual y práctico del tiempo libre fuera de las lógicas del capital. La des-
ocupación y la siempre creciente precarización del trabajo y del vivir, en las sociedades occidentales,
es el espejo del límite histórico al que está llegando la producción capitalista. Frente a ese límite, la
comunicación desviante es utilizada para tornar compatibles con el sistema incluso a sus víctimas más
evidentes, los desempleados, los precarizados, destruyendo de antemano toda voluntad y posibilidad
de rebelión.
9. En el texto se presta atención a las modalidades concretizables del proyecto del imperio del capital en
el actual proceso de mundialización y, en consecuencia, también a la gestión del capital desde el punto
de vista subjetivo, para identificar cómo se decide, se comunica, se sigue y se controla el conjunto de
las operaciones gerenciales encaminadas a lograr el dominio de la lógica del mercado sobre todas las
entidades de valores que se liberan en la esfera social.
Se advierte así que, para alcanzar esos objetivos, el capital asume una forma-empresa, que es la
fábrica social en general, y una forma-institución, que es el profit State (el Estado de la ganancia),
estructuras de representación del modelo capitalista con modalidades diversas y articuladas de ser y
de actuar, las cuales, sin embargo, responden todas a las escogencias del modelo neoliberal conoci-
do como posfordista, fuertemente caracterizado por los recursos inmateriales de la información y la
comunicación.
Se trata de un modelo centrado, de manera cada vez más acentuada, en la búsqueda de formas
flexibles de acumulación; es decir, basadas en criterios de flexibilidad productiva, de precariedad del
trabajo y de todo el vivir social, a partir de la valorización de los nuevos modelos comunicacionales
desviantes, capaces de imponer en su territorio el dogma cultural del mercado, de la ganancia, del vivir
según los principios de la empresa.
Nace así una forma de verdadero totalitarismo cultural, que utiliza para sus propias afirmaciones
un capital humano e intelectual homologado: el intelectual se convierte en función orgánica de la
clase dominante del profit State, sometido y funcional exclusivamente a las exigencias, a los valores, a
la lógica de la ganancia, del mercado, de la empresa, para procurar por todos los medios la destrucción
social y cultural de los “rebeldes”, de los no homologados.
10. A todo ello se opone el Tratado desde una manera simple de afrontar un mundo complejo: más que
la pertenencia a una escuela, una forma de vida; es decir, la unión indisoluble entre teoría y praxis en
el intento de contribuir a la crítica para la superación del modo de producción capitalista. Un “estilo”
de vida que ha sido el de los grandes revolucionarios, como el Che Guevara.
– Técnicas contables avanzadas que permitiesen un mayor control y una eficiente dirección
centralizada.
– Técnicas de cálculo aplicadas a la economía y a la dirección, como los métodos matemáticos
aplicados a la economía.
– Técnicas de programación y control de la producción.
– Técnicas de presupuesto como instrumento de planificación y control por medio de las finanzas.
– Técnicas de control económico por vía administrativa.
– Experiencias de los países socialistas.
En este sistema, la empresa no tiene disponibilidad líquida en una cuenta propia; consigna todo
al presupuesto nacional y gasta también de acuerdo con un plan, del que recibe todos los recursos
necesarios, por lo que no requiere utilizar créditos. El propio Che fue decidido crítico del sistema
presupuestario, sobre todo por cuanto respecta al papel de los cuadros, a las fallas del mecanismo de
administración y de control de calidad, a la falta de aprovisionamientos y los inventarios ineficaces, a
los problemas derivados de la amplitud óptima de las fábricas, etcétera. Una vez fijados los sistemas de
organización del trabajo, las normas de trabajo, remuneración y estímulo, y un control riguroso
de los procesos y los costos desde el mismo ministerio hasta el más pequeño establecimiento, para
organizar la salvaguarda de los recursos nacionales y tomar decisiones dirigidas a corregir los procesos
en Cuba, se exigía disciplina financiera, respeto a la disciplina contractual y a los estándares cualita-
tivos, procesos todos estos para los cuales se concebía la participación amplia de los trabajadores y
del sindicato.
La construcción del socialismo y del comunismo es para el Che un fenómeno de producción, or-
ganización y conciencia. No es solamente una tarea administrativa-técnica-económica, sino más bien
ideológica-técnica-política-económica. ¡He ahí la síntesis teórica y práctica!
Por ejemplo, en su escrito La planificación socialista: su significado, traducido al italiano por Baldini
y Castoldi (1996, pp. 139-140), pone el Che Guevara en evidencia la gran diferencia entre cálculo
económico mercantil y ética del sistema social de valores:
11. Hay entonces, esencialmente, dos maneras de comprender la realidad económica. Una es aquella
que considera exclusivamente la realidad que se contabiliza en mercancías, en precios. Según ese punto
de vista, la competencia del economista no atañe a la economía del vivir, del trabajo y de la convi-
vencia civil, sino que se restringe al estudio de los aspectos de la realidad que tienen una expresión
monetaria (por ejemplo, de acuerdo con esta concepción, el objeto de la economía aplicada se limita
exclusivamente a lograr la estabilidad de los equilibrios contables fundamentales: oferta y demanda,
importaciones y exportaciones, gasto e ingreso nacionales, cantidad de dinero y cantidad de produc-
ción, etcétera). Tal concepción, absolutamente dominante en el moderno paradigma neoliberal, se
basa en la idea de que en los hechos existen tan solo individuos programados para actuar, de manera
casi unívoca, en función de la búsqueda racional y sistemática del interés personal. Cualquier otro
incentivo, de naturaleza relacional, ética, ideológica, o determinado por los valores de la persona, es
considerado como no pertinente para la praxis del análisis económico (Ormerod, 1994, 1998: 44).
La otra perspectiva toma en cuenta el hecho de que, más allá de la realidad de las mercancías y los
precios, se puede considerar un cuadro económico más amplio o, quizá mejor dicho, un cuadro amplio
y socialmente económico que incluye, por ejemplo, el mundo de los precios como uno de sus tantos
componentes: uno que corresponde a la realidad de los valores. Según esta concepción, los fenómenos
estrictamente monetarios interactúan con los fenómenos económicos que no se expresan en forma de
precios y que derivan esencialmente del trabajo.
Tales fenómenos adquieren, a nuestros ojos, connotaciones de naturaleza social, relacional, con-
ductual, integrando y ampliando nuestra consideración de los hechos monetarios. Por ejemplo, esta
concepción estima como un fenómeno económico de primera magnitud la explotación del trabajo
asalariado y argumenta que un tratamiento exclusivamente contable de los problemas económicos no
permite encontrar soluciones a largo plazo. Las páginas que siguen abordan los argumentos económi-
cos según ese punto de vista.
** (n.t.) El texto original –en español– fue publicado por Cuba Socialista en junio de 1964. La versión que aquí se inserta ha sido
tomada de www.archivochile.com, que a su vez lo cita de Guevara, E. (1977). Escritos y discursos (t. 8), La Habana: Editorial de
Ciencias Sociales.
13. Es solo mediante el desarrollo comprehensivo de los temas abordados en los varios capítulos del
Tratado que podrá el lector encontrar los aspectos específicos del proceso de mundialización capitalista
en su fase actual y las argumentaciones que explican los nexos.
Cuanto se ha afirmado hasta ahora, sin embargo, indica a grandes rasgos el objeto del presente
trabajo y las categorías que se utilizan para dar expresión conceptual a masas de datos que, de otra
forma, serían en sí mismas poco significativas, y a representaciones parciales del proceso extensamente
difundidas (“cultura empresarial”, “de lo social”), pero que, precisamente por parciales, obstaculizan
antes que facilitar la comprensión del todo.
Se trata de unilateralismos que pretenden presentarse como absoluto, asumiendo momentos del
proceso como verdad única (financiación, cultura, progreso tecnológico, uso de la ciencia, hasta llegar
a la “cultura de las tres i”: impresa, inglesa, informática).
Por ese motivo, los economistas del “fenómeno parcial” son expertos en explicar lo que ya ha
sucedido, encuentran dificultad en explicar lo que sucede y son incapaces de prever lo que sucederá
en el futuro.
15. La posible instauración de una auténtica democracia participativa de base es la idea de fondo que
recorre todas estas páginas; pero para que la ciudadanía universal sea también un derecho y no una re-
presentación, mucho camino queda por andar. A la verdadera ciudadanía universal se opone el sistema
perverso del capitalismo, que le da a quien tiene ya mucho y le quita a quien no tiene, concediendo el
poder del dinero solo a quien ya lo detenta, a fin de que lo utilice con el objetivo de hacer más dinero
para obtener más poder. En el sistema de la así llamada “sociedad de mercado” se subordina, en
realidad, la sociedad al mercado y el mercado capitalista es medio para dominar a la mayoría de los
ciudadanos.
La historia enseña a desconfiar de las modas políticas, sociales, económicas, académicas, que tienen
una vida efímera. No pocos textos neoliberales –e incluso aquellos aferentes a corrientes de pensa-
miento de la izquierda liberal progresista– que hoy día causan “furor”, expresan las condiciones e
ilusiones de los países más ricos del mundo en este presente y huidizo momento. Los verdaderos hitos
literarios dedicados a la construcción de la conciencia social, en cambio, pueden ser por un cierto
tiempo dejados en el olvido, pero resisten. No hacen furor ni ruido. Brindan una contribución de
otro tipo, más sedimentada, más lenta, menos espectacular, menos escénica. Incluso, muchas veces,
circulan de mano en mano de forma casi clandestina. Cuando una obra posee auténtica capacidad
de explicación y de comprensión de los procesos sociales, continúa brillando a pesar de los años, con
una persistencia que no se apaga. Resiste las olas y las modas y deviene en instrumento de formación
cultural y político-social.
A este respecto, Fidel Castro sostiene en su discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universi-
dad de La Habana el 17 de noviembre de 2005, en ocasión del 60° aniversario de su ingreso a esa casa
de estudios:
cuando supe lo que era el comunismo utópico, descubrí que yo era un comunista utópico, porque
todas mis ideas partían de: “Esto no es bueno, esto es malo, esto es un disparate. Cómo van a venir las
crisis de superproducción y el hambre cuando hay más carbón, más frío, más desempleados, porque
hay precisamente más capacidad de crear riquezas. ¿No sería más sencillo producirlas y repartirlas?”.
Por ese tiempo parecía, como le parecía también a Carlos Marx en la época del Programa de Gotha,
Es en ese contexto que intenta, con ansia, insertarse este libro. Se trata de una reflexión sobre el
marco económico nacional, regional y mundial en el que se desarrolla la actividad cultural militante.
No se ofrecen recetas, sino más bien indicaciones y orientaciones para que se cumpla, con la lucidez
más amplia y profunda posible, el trabajo del lector, en las respectivas dimensiones socioculturales (es-
tudiantes, investigadores, estudiosos, sindicatos, partidos, asociaciones ciudadanas de carácter cultural,
de solidaridad internacional, etcétera). El deseo es que la lectura de este Tratado se convierta en un
estudio que pueda hacer crecer la idea de la necesidad y la posibilidad real de construir, en la cultura y
en la fatiga, la superación del modo de producción capitalista.
Vuelve aquí el ejemplo del Che Guevara, que en La planificación socialista: su significado (trad. Baldini
y Castoldi, 1996: 26) escribe: “Teoría y práctica, decisión y discusión, dirección y orientación, análisis
y síntesis, son las contraposiciones dialécticas que debe dominar el administrador revolucionario”****.
Reforzar esa convicción, dándole un amplio aliento de cientificidad a dicha afirmación, es el objetivo
último de estas páginas.
Todo eso quiere también decir que la interdisciplinariedad y la multidisciplinariedad, entendidas
como cultura básica que sepa derrotar esa cierta visión aplanada sobre la univocidad mercadocéntrica,
constituyen un imperativo ineludible para el avance de la ciencia de la transformación social que
objetivamente se encuentra en curso y que puede tener desenlaces catastróficos o, por el contrario, po-
sitivos. Asumir esto como un principio de nuestra función docente, de nuestro papel de investigadores
y de intelectuales orgánicos del movimiento internacional de trabajadores es nuestro mayor desafío.
El Che tenía claro que en una sociedad nacida del capitalismo no se puede renunciar a nuevos
mecanismos económicos, pero entendidos como mecanismos de sostenimiento del trabajo político
y revolucionario; tenía asimismo claro que el camino por recorrer sería largo y a ese respecto decla-
raba, en sus escritos políticos, que el objetivo que debía perseguirse para construir el socialismo del
*** (n.t.) La versión aquí transcrita ha sido tomada del original en español, según aparece reproducido en la página www.cuba.
cu/gobierno/discursos/.
**** (n.t.) El texto original –en español– fue publicado por la revista Trabajo en julio de 1961, con el título de “Discusión colectiva,
decisión y responsabilidad única”. La versión que aquí se inserta ha sido tomada de www.archivochile.com.
— notas —
1 Sobre el análisis de tales procesos, véanse los varios análisis-encuestas publicados en Proteo, revista cuatrimestral de carácter
científico y de análisis de las dinámicas económico-productivas y de las políticas laborales, bajo curaduría del Centro de Estudios
y Transformaciones Económico Sociales (Cestes-Proteo) y de la Federación Nacional de las Representaciones Sindicales de Base
(RdB) (Italia), años varios, 1997-2006.
2 Para los argumentos tratados en esta introducción como planteamiento general y de fondo, fueron fundamentales las suge-
rencias críticas de A. Mazzone y las referencias a muchos de sus trabajos (véase la bibliografía).
3 “Los economistas, en particular, tienen notable responsabilidad para bien y para mal: las acciones de los políticos serán tanto
más eficaces cuanto más rigurosos y realistas sean los análisis que deben prepararles. Y aquí nos encontramos frente al pro-
blema de las condiciones en que se encuentra la teoría económica. Como he tratado de argumentar en este libro, esas con-
diciones son bastante infelices: la estructura fundamental de la teoría dominante es estática, justo en una época en la que las
innovaciones juegan un papel de gran relevancia, transformando y a veces sacudiendo la vida económica, o más bien la entera
vida social. En la teoría dominante se cierra el paso para el análisis dinámico, o se le introduce por medio de expedientes como
aquel de asumir desplazamientos de curvas que son estáticas, es decir, hipotéticas y fuera del tiempo; pero sin explicación algu-
na para aquello que se asume. En la teoría dominante se hace amplio uso de métodos matemáticos, que, por norma, brindan
garantía de rigor; pero el rigor es solo uno de los dos requisitos de las propuestas científicas: el otro es la relevancia. Cuando
ambos requisitos son satisfechos, la propuesta tiene eficacia interpretativa, que después de todo es lo que cuenta en cualquier
ciencia”. Cfr. Sylos Labini (2004: 114-115).
4 Es difícil retomar los hilos de un discurso sobre la teoría y el análisis marxista en los tiempos actuales, caracterizados frecuen-
temente por el oscurantismo cultural, por el “liquidacionismo” de la historia del movimiento obrero y de la teoría marxiana y
marxista, es decir, de una parte fundamental del análisis científico de la sociedad que se llevó a cabo en los siglos xix y xx. Parece
que se vive en un período en el que se está realizando con metódica tenacidad un verdadero apartheid político-cultural contra
el pensamiento marxista, llegando hasta el punto de excluir las teorías de Marx de la “ciudadanía” científica y académica. Esta-
mos en presencia del intento de ejecutar un proyecto de abatimiento de la identidad científica en la diversidad de los enfoques
culturales; y la homologación en una suerte de “pensamiento único” neoliberal, en sus diversas variantes y articulaciones,
también de “izquierda”, golpea a los estudiosos que hacen referencia a aquellas ideas, excluyéndolos del enclave de la ciencia
oficial.
5 Piénsese, por solo citar algunas de las orientaciones, en los libros de Fineschi (2001), Carandini (2005), Gattei (ed., 2002),
Mazzone (ed., 2002), Mazzone (en Quaderni Lavoro e p., 2005), Musto (2005), Vasapollo (ed., 2002; 2003; 2005), Vasapollo,
Petras, Casadio (2004) Vasapollo, Jaffe, Galarza (2005).
6 Aun si en adelante se utilizará en el texto mayormente el término empresa multinacional, quede claro que en esta la casa matriz
desempeña un papel predominante en lo que toca al proceso de decisión estratégica, mientras que en la empresa transnacional
se conjugan las exigencias de coordinación con aquellas capaces de favorecer la autonomía en el conjunto de experiencias por
parte de las filiales, sujetas a la dinámica de integración y dirigidas al intercambio de conocimientos, productos y servicios. La
empresa transnacional deja en manos de sus unidades en el extranjero la facultad de decidir sobre las funciones empresariales
críticas, que varían de un país a otro. La empresa multinacional clásica, en cambio, no exporta solamente un producto, sino
también un sistema cultural y conductual, que es impuesto rígidamente, a diferencia de la empresa transnacional, que sigue
una estrategia de adaptación e integración en el contexto del macrosistema ambiental que la acoge.
1. Es preciso ubicar la economía actual en el ciclo histórico en el que estamos inmersos. Ese ciclo
comienza en los años setenta con una gran, y todavía no resuelta, crisis capitalista de acumulación, más
que de sobreproducción1, y se caracteriza por generar grandes transformaciones estructurales, entre
estas la redistribución de la pobreza y de la riqueza. Hay actualmente un aumento de la pobreza en
los países ricos y un aumento de la riqueza entre ciertos sectores de la población de los países pobres.
Si la competencia global es una ley del sistema, también lo son las de concentración y centralización
del capital, que generan la evolución cotidiana propia del capitalismo. Del mismo modo, el actual pro-
ceso de acumulación flexible significa mayor concentración y centralización. La concentración implica
que, por el proceso de acumulación, los capitales individuales se hacen más grandes, más poderosos.
Las pequeñas empresas que no tienen un grado suficiente de concentración no son eficientes y, tarde
o temprano, terminan bajo el dominio del gran capital, representado por las multinacionales. A través
del proceso de centralización, el pez grande se come al pequeño: los capitales crecen no solo por su
propia dinámica interna, sino asimismo porque se unen mediante fusiones y adquisiciones.
Actualmente asistimos a un acelerado proceso en ese sentido: el sector automovilístico, la industria
farmacéutica, la banca y el comercio2 se están centralizando a gran velocidad, dando lugar a enormes
cadenas empresariales diseminadas a escala planetaria y fuertemente diversificadas.
En pocos años, casi todos estos sectores de la economía serán dominados por unas pocas empresas
de escala mundial. Este proceso ha llegado a un punto en que el comercio internacional está subor-
dinado a los flujos determinados por las grandes empresas en sus estrategias de localización mundial.
El comercio de productos finales entre países cede cada vez más espacio al comercio de componentes
entre filiales de una misma empresa, ubicadas en diferentes países en razón de la deslocalización pro-
ductiva y del uso imperialista de las inversiones directas en el extranjero (IDE) y del comercio exterior.
Por otra parte, el período actual del capitalismo se caracteriza asimismo por la hegemonía del capital
financiero. El sistema bancario, que constituye la parte central del sistema financiero, es el mecanismo
básico de la centralización (no de la concentración, puesto que esta es resultado de la acumulación
que cumple cada empresa o capital privado). Por medio del dinero de sus clientes, la banca convierte
un conjunto de pasivos (depósitos) en activos (créditos). Por ejemplo, los trabajadores de una empresa
depositan sus salarios en sus cuentas corrientes en un banco, y este concede ese dinero a la empresa,
como crédito, para hacer una inversión en nuevas tecnologías que determina el despido de una parte de
su planta laboral.
¿Qué clase de democracia económica es esa?
3. Hoy la comunicación que sostiene el proyecto de la nueva fase del capitalismo es una comunicación
por la comunicación, que se reproduce a sí misma y no comunica otra cosa que la cultura de la ganan-
cia, y que tiende a transformarse en comunicación nómada desviante, total, global. También ella es
mercancía, por tanto; una mercancía estratégica que transmite la cultura del imperio del capital en un
mercado ya mundializado, en el que la crisis de producción ha sido completamente suplantada y sus-
tituida por la crisis de la distribución social de los bienes, del beneficio y de la riqueza comprehensiva
y socialmente obtenida.
La lógica de esta cultura, vehiculada a través de la comunicación desviante, es bastante vulgar y
limitada, pues no hace sino ponerse de parte de la ideología burguesa y tiene por único objetivo el de
enmascarar los intereses de clase que están detrás de cada teoría. Ese esfuerzo es obviamente necesario
para la afirmación del pensamiento neoliberal, pero debería ser consciente de sus limitaciones y dejar
intactas las raíces gnoseológicas de la ciencia y de su método general de investigación.
Desde este punto de vista, las necesidades de la academia italiana no derivan de ningún juicio de
valor, puesto que es de las condiciones subjetivas de la ciencia capitalista de donde derivan los juicios
de valor, la ideología y las doctrinas políticas.
De otra parte, el predominio ideológico en la crítica conduce frecuentemente a negaciones en
bloque. Como sugiere Joan Robinson (1959: 362):
Por una reconstrucción crítica de la fase actual del capitalismo en proceso de mundialización
5
debemos admitir que toda doctrina económica que no sea formalismo trivial, contiene juicios
políticos. Pero es ingenuo escoger las doctrinas que queremos aceptar por su contenido político. Es
tonto rechazar un análisis porque no estamos de acuerdo con el juicio político del economista que
lo sostiene.
La economía política, “en el sentido más amplio de la palabra, es la ciencia de las leyes que rigen la
producción y el intercambio de los medios materiales de vida en la sociedad humana” (Engels)3. Ella
estudia el sistema de leyes que rigen la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de
bienes materiales. La relación económica es una relación práctica, productiva, en la cual las personas
o clases sociales se realizan por medio de los productos de su trabajo, y viceversa. En estas relaciones
se define quién dirige el proceso de producción, qué se produce, cómo producirlo, quiénes y cuántos
tendrán acceso al mercado y en cuáles condiciones. Por este motivo, la economía política debe ser
considerada como un conjunto de leyes sociales que regula un sistema de producción y distribución
socialmente determinado.
4. Es costumbre considerar que la sustitución de la economía política por la así llamada economics*
se consuma a fines del siglo xix. La obra de Alfred Marshall y su esposa, Economia dell’industria [The
Economics of Industry], es presentada como el primer tratado sobre esta postura. En efecto, parece
pertinente comentar brevemente las premisas de ese trabajo desde el punto de vista del desarrollo de
la ciencia. La ciencia empírica moderna, que viene a desarrollarse a partir de los siglos xvi y xvii en la
Europa del Renacimiento, recorre constantemente las creaciones de representación idealizada de la rea-
lidad como base de los experimentos, los razonamientos y las proyecciones sobre la realidad. Trabajar
con esas idealizaciones no solo no es criticable, sino que constituye un instrumento esencial de la labor
científica, tanto para las ciencias naturales y matemáticas como para las sociales. El problema surge,
en el caso de estas últimas, cuando se pretende convertir tales idealizaciones en imaginarios comparti-
dos de sociedades perfectas, a los cuales deberíamos aproximarnos a pasos cuantitativos, calculados y
calculables. Este tipo de utopía ocupa un lugar central en el pensamiento neoclásico, y parece ser una
característica de la ciencia de la modernidad. La competencia perfecta, la libertad de mercado, el libre
cambio, el equilibrio general, la teoría de la planificación estratégica de mercado, el funcionalismo y
su propuesta de institucionalización equilibrada, y muchas otras, asumen las hipótesis de previsión
perfecta (omnisciencia).
En el siglo xix se generaliza la filosofía del positivismo, la idea de la “tangibilidad” y el “realismo
formalizado” como evidencia principal de la ciencia. Las supuestas enormes virtudes del cálculo di-
ferencial e integral, como el modelo matemático, comienzan a crear un ambiente de integralismo
científico, una especie de metafísica que sustituye la realidad concreta del mundo y, en la vida diaria,
los modelos teóricos.
El pensamiento neoclásico introduce profundos cambios en la metodología de la economía, que
comienza a caracterizarse por su renuncia a la teoría de la división social del trabajo, seguida por la
negación de la ley del valor y el abandono de la teoría del superávit o surplus, de la plusvalía y, por tan-
to, del análisis de las contradicciones de clase. Ello introduce una visión mercadocéntrica, en la que el
mercado de competencia perfecta es el criterio de medida y de regulación de toda la actividad humana.
5. Las críticas contra esta interpretación de la economía no se hicieron esperar. Sismonde de Sismondi
(1773-1842) se lamentaba de cómo la economía política inglesa, envuelta en cálculos cada vez más
ocultos, se hacía progresivamente incomprensible, señalaba la necesidad de acercarse más a la vida y
Por una reconstrucción crítica de la fase actual del capitalismo en proceso de mundialización
7
a la realidad, y llamaba a estar en guardia contra el surgimiento de todo tipo de ideas que llevasen a
perder de vista los hechos, como el considerar que el bien público se identifica con el aumento de la
riqueza, al margen del sufrimiento de los seres humanos.
Era ya entonces evidente el camino errado emprendido por los economistas, que había llevado a la
ciencia a un callejón sin salida por su total desprecio de los problemas reales. Se podría citar todavía a
un gran número de estudiosos, entre ellos, Leontief, Robinson, Galbraith (Assmann, 1997: 93-193),
que criticaron la persistente indiferencia de la ciencia económica en relación con su aplicación práctica
y con la explicación de los hechos reales. Actualmente existen ramas enteras de la teoría económica que
tienen como presupuesto una especie de inmunización, de negación ideológica de las críticas.
Sin embargo, la actitud de los así llamados “economistas clásicos”, con la cual se estrenaba la histo-
ria de esta pseudociencia, había sido todo lo contrario que tecnicista y, mucho menos, dogmática: las
obras de Marx, Malthus, Ricardo y Smith parecen realmente poco para los ejercicios de abstracción o
modelización, al privilegiar más bien la comparación con los fenómenos históricamente determinados
que caracterizaron la época y las naciones en las que vivieron, como fue, por ejemplo, el largo ciclo de
crecimiento registrado en vastas áreas de Europa y de América a mediados del ochocientos.
De aquella lección de realismo queda bien poco en la ciencia económica actual, en la que, con fre-
cuencia, el modelo pretende incluir forzosamente la realidad de las cosas, con peligrosas desviaciones
ideológicas. Los credos ideológicos no se sostienen si no hay quien los asuma como base para aplicar-
los como reglas del juego. Según Robinson (1959: 362), aunque muchos presupuestos de las teorías
económicas no puedan ser probados, tienen la capacidad de proveer hipótesis que pueden servir para
orientar la acción económica de las naciones y de las empresas. Estando así las cosas, el pensamiento
presupone los fundamentos ideológicos de la burguesía como clase dominante.
He ahí por qué la “no ciencia” económica hace del economista un cazador que va a atrapar hormi-
gas cuando creía estar cazando elefantes...
6. Parece claro que la economía política marxista y el pensamiento neoclásico parten de presupuestos
ideológicos y científicos diferentes, aunque no necesariamente excluyentes (Figueroa, 2004: 198-199).
Estos dos puntos de vista deben coexistir y entrar en conflicto para explicar la realidad económica de
hoy. Esa coexistencia es parte de la dialéctica del pensamiento científico: la administración de la escasez
es hija de la dialéctica instrumental del medio y el fin (Marx, 1976: III, 49).
La teoría valor-trabajo es hija de la razón productiva en función de la vida humana. Adoptar la
teoría del valor-trabajo no significa rechazar los aspectos válidos de las otras. La ley de la oferta y
la demanda, por ejemplo, suministra una serie de indicaciones útiles acerca de las fluctuaciones de los
precios. No se debe pretender descartarla, pero es bueno integrarla dentro de una visión fundamental
que explique el nivel en torno al cual fluctúan los precios, nivel que es determinado por la teoría del
valor-trabajo.
Marx planteaba que si al salario, la plusvalía, el trabajo necesario y adicional se les despoja del
carácter capitalista, se mantienen en pie las bases que son comunes a todas las modalidades sociales de
producción. Por tanto, ambos análisis son necesarios y legítimos, y en la docencia y la investigación
se requiere una síntesis capaz de evidenciar el motivo por el cual entran en conflicto, cuáles son los
intereses sociales en juego.
En El Capital, Marx se presenta como el economista científico que analiza minuciosamente el carácter
transitorio de las épocas sociales y su identificación con las relaciones de producción; no da paso a
las disquisiciones filosóficas.
El peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que nos ha hecho olvidar frecuentemente
el carácter humanista (en el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica de las
relaciones de producción y su consecuencia, la lucha de clases, oculta en cierta medida el hecho
objetivo de que son hombres los que se mueven en el ambiente histórico**.
Es por eso que la crítica marxista de la economía, a partir de la crítica de Marx a la economía polí-
tica, se desarrolla cada vez más sobre bases científicas, produciendo contenidos de crítica real y libre de
prevenciones, no solo ante la economía burguesa, sino también ante la economía política marxista, en
relación con la forma en que fue desarrollada y aplicada en muchos casos en los países del socialismo
del área soviética.
Queda claro que la economía política marxista es simultáneamente ciencia e ideología crítica, como
todas las demás. Paradójicamente, ella limitó su propio desarrollo al definirse únicamente como cien-
cia, con lo cual se paralizó e ignoró determinadas realidades en nombre de una verdad preconcebida
(Hinkelammert, 1997; 2001). La crítica no puede tener por objetivo el transformar la ciencia en un
poder absoluto; en Marx, la crítica del pensamiento que lo precede conduce a un pensamiento de
síntesis.
La racionalidad de tipo económico debe conectarse con la racionalidad social del modelo, y no al
contrario; en otras palabras, la racionalidad social necesita de la realidad económica como premisa,
pero esta última no expresa automáticamente la racionalidad social. No se trata ni de la cantidad ni de
la calidad de los bienes o servicios, sino más bien del modo en que estos se producen y de las relaciones
sociales que a largo plazo derivan de ese modo de producción.
Por ejemplo, según las ideas del Che Guevara, ese elemento podía poner en peligro la existencia
misma del socialismo, preparando su reversibilidad. A este respecto, refiriéndose a un párrafo del
Manual de economía política de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, en el cual se afirmaba
que no existía una fuerza capaz de restaurar el capitalismo en aquel país y de minar el campo socialista,
escribió Guevara:
** (n.t.) La presente cita ha sido aquí transcrita del original en español, según lo reproduce el sitio web www.marxist.org.
Corresponde a un texto publicado por primera vez bajo el título “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento”, en
Nuestra Industria, Revista Económica, Nº 5, febrero de 1964, La Habana.
Por una reconstrucción crítica de la fase actual del capitalismo en proceso de mundialización
9
Afirmación que puede ser objeto de discusión. Las últimas revoluciones económicas de la URSS
se asemejan a las que tomó Yugoslavia cuando eligió el camino que la llevaría a un retorno gradual
hacia el capitalismo. El tiempo dirá si es un accidente pasajero o entraña una definida corriente de
retroceso.
Todo parte de la concepción de querer construir el socialismo con elementos del capitalismo sin
cambiarles realmente la significación. Así se llega a un sistema híbrido que arriba a un callejón sin
salida o de salida difícilmente perceptible que obliga a nuevas concesiones a las palancas económicas,
es decir al retroceso (2006: 112)5.
Por otra parte, es necesario contextualizar la crítica, considerando las hipótesis y condiciones de
cada modelo y fase del capitalismo.
8. Hoy, en la actual fase de la competencia global capitalista, hay la propensión a someter completa-
mente el mundo, en toda dimensión y no solo en la económica, en todos los campos de lo humano,
a la configuración de la empresa y de la ganancia, y quien sufre las mayores consecuencias es el in-
dividuo –singular y socialmente–, que se deja homologar sin oponerse, renunciando a su libertad y
personalidad; cosa quizá ya por demás descontada, puesto que cotidianamente se reciben estímulos
para convertirse en masa homologada, para asimilarse al imperio del capital.
De hecho, los espacios y tiempos se hacen cada vez más reducidos y funcionales a la difusión de
las ideas dominantes del capital comunicacional. Los medios de comunicación de masas, las com-
putadoras y la telefonía móvil han convertido el globo en un pueblo pequeño, no solo por motivos
informativos y culturales, sino también para hacer frente a las exigencias de un mercado día a día más
mundial y para difundir e inculcar en la gente la mentalidad de la mercantilización: cada cosa tiene un
precio, un preciso valor de cambio.
Entonces la ideología capitalista y la cultura de empresa transmitida de variadas maneras a través
de la comunicación nómada desviante, influencian no solo el intercambio sino también la producción
y el consumo, en tanto que la primera deviene en comunicación –piénsese tan solo en el ejemplo del
teletrabajo– y el consumo, como consumo de mercancía-mensaje y viceversa, resulta en comunicación;
y aquellos que controlan la comunicación desviante son los agentes de la nueva clase dominante en el
imperio del capital posfordista.
9. Actualmente, en plena época de declinante “éxito” ideológico del neoliberalismo, existen variadas
fuerzas, partidos, instituciones y estudiosos –muchos de los cuales habían tenido algo que ver con el
marxismo– que discuten el beneficio real, para algunos sectores sociales de masas, particularmente
los menesterosos, de haber implementado la política económica del capital. Si se tiene en cuenta que
el proyecto social (capitalismo atemperado de carácter social) de reestructuración capitalista consiste
esencialmente en procesos regresivos de distribución de la riqueza, que permiten incrementar la acu-
mulación mientras se reduce el consumo por parte de la población, no hay duda de que también este
modelo tiene efectos positivos solo para algunos sectores de la sociedad; vale decir, los privilegiados.
La profunda transformación que ha sufrido el mundo con la así llamada globalización de los proce-
sos económicos y sociales, hecho que configura la actual fase imperialista de competencia global, ha
permitido exponer con claridad los límites de muchos paradigmas teóricos, cuyos núcleos duros se
ven debilitados o superados. Para Guadarrama (1996: 325), “ninguna concepción del desarrollo de la
sociedad ha podido transitar sin tropiezos por el complicado sendero de la historia”.
Toda teoría económica es signo del período en que fue escrita y aquellas que tienen la fortuna de
predominar están en constante lucha con otras concepciones. La desaparición del campo socialista
y el paso del bloque de Europa Oriental a la economía de mercado, han obligado a una profunda
transformación en el sistema de referencia internacional por parte de los marxistas y, sobre todo, de
países socialistas como Cuba, incluso con formas de acomodamiento económico interno que inciden
Por una reconstrucción crítica de la fase actual del capitalismo en proceso de mundialización
11
sobre aspectos importantes del modelo económico allí aplicado. Pero es en los países capitalistas,
y particularmente en los llamados avanzados, donde se cierra con mayor violencia el debate con el
pensamiento marxista, postulando el capitalismo y la economía burguesa como única verdad para la
humanidad. Esto se verifica sobre todo en la academia, en la docencia y –valga como ejemplo– en los
programas de estudio de los cursos de economía. Hasta los años setenta fue tangible la presencia de
materias de crítica al pensamiento dominante: una diversidad de textos de autores marxistas, en los
cuales predominaba un enfoque global de la economía como ciencia social.
En los últimos años, el sistema imperante de dominación ideológica ha llevado incluso a muchos
estudiosos a renegar del marxismo para no ser acusados de anticientificidad; ese ha sido, en la academia
italiana, el precio que muchos han escogido pagar para afirmarse, hacer carrera, convertirse en hombres
de poder, sin renegar del método de análisis de clase, sino más bien pasando a defender los intereses de
la otra clase. Poniéndose de parte del capital contra los trabajadores.
Se introducen así, en la instrucción universitaria, cursos orientados exclusivamente a la profundi-
zación del pensamiento neoclásico, produciendo la expulsión, fuera del ámbito científico oficial, de
la crítica marxista de la economía e impidiendo la confrontación directa entre la economía política
marxista, la macro y microeconomía y otras así llamadas ciencias económicas aplicadas de contenido
más específico, que parten de la perspectiva teórica e instrumental neoclásica.
Las relaciones interdisciplinarias, en todo caso, constituyen un complejo problema metodológico
y científico, dado que el objetivo final de la interacción no es la ciencia en sí, sino el perfil profesional
del futuro graduado y su campo de aplicación en el mercado. En un sentido general, afirmar, como
se hace hoy en las universidades italianas, que nosotros los críticos marxistas de la economía no mere-
cemos espacio científico porque el marxismo no se adapta a la interdisciplinariedad de los currículos
estudiantiles, significa esconder que la interdisciplinariedad así entendida es aquella que se centra en
las reglas del mercado y la ganancia, en las lógicas neoliberales, sepultando así la cultura general que
debería exaltar la diversidad. Para hacer pasar ese mensaje se recurre una vez más a todos los recursos de
la comunicación desviante, no solo a través de los “nuevos” contenidos de las disciplinas académicas,
sino utilizando el conjunto de medios de una propaganda omnipenetrante que hace del estudiante un
cliente; de la universidad, una empresa; de la cultura, una mercancía.
10. Aun cuando el pensamiento económico actual homologa y engloba en sí mismo cualquier trabajo
intelectual y todo tipo de ciencia, se sigue mirando en esa dirección con expectativa y deseo de conti-
nuas innovaciones tecnológicas que puedan acelerar no solo los tiempos de producción sino también
los del intercambio y la venta.
Keynes, los poskeynesianos y los neoclásicos encuadran la economía en un modelo en el que pocas
constantes dirigen el mecanismo entero. El modelo que necesitamos debería hacer ver la economía
como ecología, ambiente, y estar compuesto por unas cuantas esferas interactivas: una microeconomía
de los individuos y de las empresas, especialmente multinacionales; una macroeconomía de
gobiernos nacionales y una economía del mundo. Toda teoría económica precedente postulaba que
una economía controlase totalmente las otras, como simples funciones independientes (...) Pero la
realidad económica está hoy compuesta de variables parcialmente dependientes. Ninguna controla
totalmente las otras. Ninguna es controlada totalmente por las otras. Y ninguna es plenamente
independiente. Una tal complejidad puede a duras penas ser descrita. No puede ser analizada y no
permite predicciones. Para hacernos de una teoría económica que funcione, necesitamos una síntesis
11. Escribir hoy de marxismo sería un mero ejercicio teórico si no fuésemos capaces de “actualizar” las
categorías marxistas para comprender el capitalismo contemporáneo. Si es cierto que uno de los más
grandes legados del revolucionario de Tréveris*** es el representado por su metodología, a través de la
cual es posible leer e interpretar las tendencias de la economía capitalista para poder luego accionar por
su destrucción y superarla en el socialismo, entonces ningún marxista debe preocuparse por el hecho
de que Marx no lo haya “dicho todo”: ¡sería tonto, más bien, pensar lo contrario!
Por curso inexorable de sus propias leyes económicas, el capitalismo será superado, sin duda, por
un nuevo régimen de producción, seguramente capaz de resolver las contradicciones latentes en la
economía y la sociedad capitalistas.
Parafraseando a Engels: la organización social de los hombres, impuesta por la naturaleza y la histo-
ria, será a partir de un determinado momento, y como resultado de la acción de las leyes económicas,
obra propia y libre. Los poderes objetivos y externos de la historia se desplegarán bajo el dominio del
hombre mismo. Solo a partir de ese momento esbozará el hombre su historia con plena conciencia de
lo que hace. Y solo a partir de entonces comenzarán las causas sociales a producir, prevalentemente y
cada vez en mayor medida, los efectos deseados; será como el salto de la humanidad del reino de la
necesidad al reino de la libertad.
A medida que crecía el movimiento de masas, crecía también la necesidad de comunicar a esas
masas, de una manera accesible, los contenidos principales del marxismo, teoría que representaba los
intereses de los explotados. Hacia 1893 comenzaron a circular en Europa los primeros resúmenes de
la obra de Marx y fue Engels en esa tarea el más grande sostén. En 1921 se publica el primer texto
sobre marxismo, de Bujarin, fuertemente criticado por Gramsci y Lukács en razón de su contenido
reduccionista de la complejidad y su esquematización. Esa limitación real de los manuales y textos hace
que se produzca, tras la muerte de Lenin, una pérdida de la cosmovisión revolucionaria del marxismo
y un profundo déficit de nuevas ideas y conocimientos. El marxismo ortodoxo se oficializó en la di-
mensión propagandística burocrática y se dogmatizó. Fueron criticados, y a veces además etiquetados
como antimarxistas, con la consecuente exclusión de la corriente principal, pensadores como Gramsci,
Lukács, Althusser, Che Guevara y otros que no quisieron renunciar a su propia originalidad.
El dogmatismo condujo a diversas interpretaciones extremas del marxismo, a un cierto teoricismo y
a la pérdida de contacto con la realidad, tanto del mundo socialista como del capitalista; es esa una de
las razones por las cuales el marxismo crítico e innovador no pudo concentrarse y denunciar eficazmen-
te y a tiempo las contradicciones existentes en el campo socialista, que lo llevaron más tarde al colapso.
12. Ya Engels, en varias cartas (a Francisco Mehring en 1883 y a Bloch en 1890), reconocía con
honestidad que el énfasis puesto por él y Marx en el contenido económico había llevado al excesivo
economicismo de sus discípulos. Hoy puede afirmarse, más de un siglo después, que una parte con-
siderable del marxismo desde entonces difundido ha manifestado una incapacidad real de desmentir
esta sentencia de Engels.
Por una reconstrucción crítica de la fase actual del capitalismo en proceso de mundialización
13
Fueron difundidas muchas verdades que no eran tales, como aquella del mito de la crisis general
del capitalismo, olvidando el principio marxista de la unidad entre lo absoluto y lo relativo como
camino para comprender la práctica en general. La interpretación del sistema de contradicciones del
capitalismo como un proceso lineal, que marcha hacia el socialismo a través de etapas sucesivas de
profundización de su crisis general, no solo es inconsistente, sino que no concuerda con la práctica.
Se cometió un grave error de previsión al sobrevalorar las crisis de crecimiento del sistema en de-
terminados períodos e interpretarlas como una crisis estructural del modelo de producción capitalista.
Esto creó la confusión de concebir esta crisis como la posibilidad real de una caída de los pilares funda-
mentales del sistema en un tiempo no lejano; el mundo subdesarrollado, donde las contradicciones del
capitalismo son cada vez más agudas, era presentado como el lugar de la expansión del ideal socialista y
revolucionario. Todo ello provocó un gran conflicto con la práctica: una situación revolucionaria tiene
diversos niveles de maduración y, por tanto, puede arribar o no a niveles de ruptura; al mismo tiempo,
la maduración de una situación prerrevolucionaria y su conversión en revolucionaria propiamente
dicha, no es de por sí garantía del triunfo de una revolución que, a su vez, puede no ser necesariamente
socialista. Estas condiciones reclaman todavía un conjunto de factores adicionales, como el papel de la
subjetividad comunista y de las vanguardias, la forma en que se articulan los diferentes movimientos
políticos y la importancia de la correlación internacional de fuerzas.
Lenin descubrió que la transición del capitalismo a un régimen superior podía realizarse en un solo
país, y aun bajo determinadas circunstancias aparentemente desfavorables, acaso en los eslabones más
débiles del sistema y no en aquellos donde el capitalismo hubiese agotado sus posibilidades de desarro-
llo, como previeron Marx y Engels. Esto torna más traumática toda transición, con el riesgo, incluso,
de que sea esa la causa del fracaso de algunos movimientos revolucionarios, y ello no solamente en los
países donde el capitalismo no había concluido siquiera con la formación del Estado-nación.
Tras la crisis de la Europa del Este, se reestructuró el sistema de contradicciones del mundo
contemporáneo: el conflicto entre socialismo y capitalismo fue transferido al de las contradicciones
intercapitalistas, como la que se da entre los intereses de los Estados imperialistas y los de los países
explotados del Tercer Mundo, o en la competencia global entre bloques imperialistas, hoy disfrazada
de globalización de las interdependencias e interconexiones.
No se pierda de vista la tesis del Che Guevara, según la cual muchos países subdesarrollados, a
pesar de ser objeto de la más brutal explotación, tienen gobiernos – hasta democráticos y progresistas–
aliados al capital financiero internacional: son, en una perspectiva más realista, polos semiperiféricos
de expansión del capital.
Contra la ortodoxia y la superficialidad que con frecuencia han infectado asimismo a muchos
intelectuales que, en las décadas pasadas, han competido en la triste batalla de las citas, para aducir a
su favor esa frase de Marx, aquella expresión recóndita; contra esos mismos pensadores que, cuanto
más han utilizado el verbo marxista para apalear a los “desviacionistas”, tanto más rápidamente se han
pasado, con armas y bagaje, al servicio del capital; contra esa utilización impropia y mística, además de
políticamente (partidistamente) interesada, de Marx y de su obra, hoy los militantes, los intelectuales
marxistas, partiendo de la lección del “maestro de la crítica de la economía política”, deben estar en
grado de conducir una cerrada y despiadada crítica contra las nuevas formas que ha asumido el capital.
Al intentar un esbozo de ese camino, nos ceñiremos a algunos temas que consideramos centrales en la
actual dinámica del modo de producción capitalista.
Las posibles respuestas que se pueden dar a estos interrogantes dependen, en gran medida, de la pers-
pectiva con la que veamos la realidad económica; es decir, del tipo de teoría que se decida adoptar para
interpretar la realidad. Nuestra escogencia de campo es la de la crítica de la economía política de Marx.
Ciertamente, la teoría marxiana, y luego el marxismo****, no tienen las características típicas de las
así llamadas “ciencias burguesas”. El marxismo interpreta las leyes de las ciencias naturales, sociales
y económicas como un aspecto de la realidad concreta, un aspecto real y casi siempre independiente
de la voluntad del individuo; hechos estrechamente conectados con las relaciones –y la correlación de
fuerzas– entre las clases y con la modalidad del conflicto capital-trabajo en un determinado período
histórico.
Para llegar a ese resultado, se necesitan los más de 40 años de estudio que permitieron a Marx,
en primer lugar, apropiarse de los instrumentos de la economía política, para luego someterlos a una
crítica cerrada; elaborando así, siempre en clave científica, una teoría compleja para su superación y,
con ello, para la superación del modo de producción capitalista.
14. En las varias partes del Tratado se colocará siempre al centro del análisis la esfera productiva (el pro-
ceso productivo, como unión de proceso de trabajo, proceso de valorización y proceso de circulación),
identificando, en la relación capital-trabajo, la dialéctica que funda el modo7 de producción capitalista,
que es también la contradicción inmanente y fundamental del modo-movimiento mismo y de la cual
**** (n.t.) Como es usual en italiano y algunas otras lenguas, el autor utiliza aquí –y a todo lo largo de su Tratado– el término
“marxiano” para referirse a la obra de Marx, propiamente dicha, y “marxista” o “marxismo” para aludir al pensamiento al que
esta, posteriormente, ha dado pie. En la presente traducción, sin embargo, se ha optado por el uso común de “marxismo” o
“marxista” para ambos casos, como se encuentra ya asentado en habla hispana.
Por una reconstrucción crítica de la fase actual del capitalismo en proceso de mundialización
15
derivan –o por la cual son en cualquier caso influenciadas– las demás contradicciones internas de
la sociedad capitalista. Si la contradicción capital-trabajo es la fundamental, entonces es fuente del
dinamismo pero también de la contradicción del modo-movimiento de producción capitalista.
En este Tratado, en todo caso, por su misma naturaleza, no se podrá afrontar de manera orgánica
el análisis del proceso laboral, en todas sus facetas e implicaciones. Se buscará, de todos modos, poner
de relieve su centralidad en la explicación de buena parte de los fenómenos y de las tendencias típicas
del modo de producción capitalista.
— notas —
1 Sobre este tema en particular, cfr. Pala (1981), donde entre otras cosas se someten a férrea crítica todas las varias teorías “sub-
2 Ese proceso, fácilmente observable desde hace décadas –si no siglos– por cuanto concierne a la formación de monopolios y
oligopolios de las materias primas, hoy es pavorosamente creciente aun en ámbitos poco menos que vírgenes unos pocos años
atrás: piénsese en el agua, la biodiversidad, etcétera (hemos llegado incluso a la gestión monopólica del proceso de elaboración
de mapas del DNA de poblaciones enteras: véase el caso de Islandia). Sobre esta y el conjunto de caracterizaciones directas e
indirectas –en términos económico-productivos y sociopolíticos– de la actual fase de la mundialización capitalista, de aquí en
adelante serán frecuentes en el Tratado las referencias, aun si no siempre explícitas, a trabajos previos del autor y particular-
mente a Martufi, Vasapollo (1999; 2000a; 2000b; 2000c; 2003); Cararo, Casadio, Martufi, Vasapollo, Viola (2001).
4 Para una reconstrucción crítica de los orígenes de la escuela marginalista y una confrontación directa de esta con la crítica de
5 A este respecto, en el XX aniversario de la caída en combate del Che, señalaba Fidel: “hay muchas ideas del Che que son de
una vigencia absoluta y total, ideas sin las cuales estoy convencido de que no se puede construir el comunismo, como aquella
idea de que el hombre no debe ser corrompido, de que el hombre no debe ser enajenado, aquella idea de que sin la concien-
cia, y solo produciendo riquezas, no se podrá construir el socialismo como sociedad superior y no se podrá construir jamás el
comunismo” (Castro, 1987: 93-117).
6 La relación de trabajo asalariado va por tanto más allá de la forma jurídica más o menos válida, “encarnándose” en la sustancia
7 “Marx siempre usó la locución ‘modo de producción capitalista’. No casualmente, porque ‘sistema’ es un concepto ‘absoluto’,
indeterminado, inconexo, siempre idéntico a sí mismo y, como tal, una abstracción ‘mental’, contraria entonces al método de
Marx, fundado en la ‘abstracción real” (Ciufo, 2001: 195).
1. En primera instancia, debe paragonarse aquello que es capitalismo con lo que no es capitalismo, a
través de estas dos fórmulas:
M = mercancía
D = dinero
En este enunciado se resumen casi 100 años de comprensión de la economía, desde la clásica,
pasando por Marx, hasta Keynes2 (salvo la ortodoxia liberal, que interpreta la realidad de manera muy
distinta). En estas dos fórmulas está la diferencia específica de lo que es el capitalismo.
2. No era capitalista la economía china del siglo vii, o la de los romanos en el Mediterráneo, porque
ambas se correspondían con la primera de las fórmulas del párrafo anterior. En todas esas economías,
incluida la de los viejos países socialistas de la Europa Oriental, la actividad económica consistía en
un intercambio de mercancías por otras mercancías, por medio del dinero. En estos intercambios, las
mercancías tienen el mismo valor: M = M*. Un zapatero vende sus zapatos y el dinero que obtiene lo
utiliza para comprar dos camisas. Por tanto, las dos camisas tienen el mismo valor que los zapatos. Es
un intercambio equitativo: quien da, recibe el equivalente de aquello que da. Es el principio funda-
mental de la igualdad; el principio del intercambio es un principio igualitario: así funcionan todas las
economías que se definen como economía “con mercado”.
A fin de que este sistema funcione, basta con que las personas se especialicen en producir algo que
otros necesiten, vendan su producto en el mercado y reciban por ello un dinero; en pocas palabras, la
división social del trabajo es una premisa. En estas economías, “dinero” no es equivalente a “poder”. El
dinero es un medio de cambio y un equivalente universal de los valores. La gente puede tener dinero,
pero eso no les otorga un poder de decisión sobre la dinámica de la sociedad. En las sociedades arcaicas
construidas sobre este modelo, el poder político estaba en manos de los patricios, de los senadores, de
los políticos o de los reyes, que no necesariamente eran quienes controlaban la actividad económica.
3. El capitalismo no es una economía con mercado, sino una economía de mercado. Y hay en esto algo
más que una sutil diferencia sintáctica.
Si en los otros sistemas económicos de intercambio la división del trabajo permite un mejoramiento
del nivel de vida y del disfrute de los bienes materiales, en el capitalismo el objetivo no es el intercam-
bio equivalente. La actividad no comienza con dos personas que cumplen un trabajo productivo y
venden sus productos en el mercado para así conseguir mejorar su propio nivel de consumo. El circuito
económico comienza con el dinero (D). El dinero, entonces, no es ya un medio para organizar el
mercado y facilitar el intercambio, sino que se convierte en el principio y fin de la actividad económica.
El dinero sirve para comprar fuerza de trabajo y medios de producción, que a su vez sirven para
cumplir un proceso productivo y fabricar una mercancía (M) que se pueda vender para, así, obtener, en
conclusión, una cantidad de dinero que necesariamente debe ser mayor que la que se tenía al comienzo
(D').
Por tanto, para que el capitalismo funcione debe obligatoriamente producirse acumulación, de
manera que en cada intercambio lo que se obtenga al final sea mayor que lo que se tuvo al inicio.
Y es que, de no ser así, el capitalista no perdería su tiempo, por ejemplo, en construir un edificio o
en contratar obreros para producir zapatos. El capitalismo se basa en un principio de desigualdad y
desequilibrio3.
4. En el capitalismo es preciso controlar el principio y el final del proceso. Solo quienes controlan el
dinero tienen control de la propia vida, porque controlan su economía. Por ese motivo, en el capita-
lismo el dinero es igual a poder.
Esto nos lleva a importantes conclusiones, una vez que se descubre que la mayor parte de la pobla-
ción no determina su propia actividad económica. Casi toda la población es fuerza-trabajo. Así, mien-
tras el sastre es sujeto de su actividad económica, dado que tiene una cierta autonomía productiva, el
trabajador de una fábrica textil es objeto de un proceso económico que no controla.
4. c) Cambio. El capitalismo es un sistema que ha cambiado y cambia continuamente. Por ese motivo
es fundamental hacer un continuo y permanente análisis de las transformaciones que se están produ-
ciendo en el sistema a todos los niveles, tanto el de la economía mundial, la mundialización, la globa-
lización, etcétera, como el de la economía nacional: cambios de la estructura productiva, del mercado
de trabajo, de la propiedad del capital, de las inversiones estratégicas, cambios jurídico-legislativos sin
los cuales ningún mercado funcionaría, etcétera.
Sin solución de continuidad se están produciendo transformaciones en las estructuras de poder y
de competencia.
Por tanto, seguir el paso de los cambios que se producen en el ámbito de la economía que queremos
analizar, es indispensable para garantizar la viabilidad de las propuestas que puedan elaborarse.
1. De seguidas, procedamos a una breve caracterización de los conceptos de eficiencia, justicia, igual-
dad y democracia, típicos del modo de producción capitalista, que deben, por tanto, servirnos de guía
en la comprensión de sus dinámicas y, sobre todo, de la diferencia entre aquello que la realidad nos
muestra y lo que ella es en su totalidad.
2. a) Eficiencia. La eficiencia (maximizar los ingresos y minimizar los costos) es uno de los conceptos
que más se escuchan nombrar, actualmente, en la civilización de la técnica. Es un criterio estratégico
de valoración de toda actividad económica. Una empresa, pública o privada, una ONG o cualquier
otra institución que no estime su eficiencia y que no desarrolle instrumentos adecuados de eficiencia,
está expuesta al fracaso.
No obstante, se discute el contenido del concepto de eficiencia. Desde el punto de vista más
técnico-contable, se considera eficiente solo aquello que tiene un precio, que cuesta dinero. Así, por
ejemplo, el empresario mide el grado de eficiencia de sus trabajadores en función de cuánto les paga.
Desde una perspectiva macroeconómica, empero, habría que introducir toda una serie de factores
que no tienen un precio, un costo monetario directamente contabilizado, como por ejemplo los fac-
tores ambientales. Es decir, el grado de transformación en las condiciones ecoambientales que genera
toda actividad económica10.
3. b) Justicia. Incluso la eficiencia tiene una dimensión social. Por ejemplo, la justicia, en términos
económicos, es una de las dimensiones sociales que derivan de la actividad económica. El concepto
de justicia, en este caso, corresponde a la distribución de las tareas y los beneficios de esa actividad,
distribución en la que se establece a quién le toca el peso de la producción económica y quién utiliza
aquello que se produce.
Sobre este tema se determinan cosas curiosas. Shaikh y Tonak (1994) hicieron una investigación
acerca de los sistemas de seguridad social en cinco países desarrollados, durante 20 años11. Tras estudiar
el gasto público y el sistema de determinación del ingreso en esos países, concluyeron que todo el gasto
social derivaba de los impuestos que pagaban los trabajadores, salvo en el período correspondiente a
mediados de los años sesenta, cuando hubo una verdadera redistribución social. En la práctica, el así
llamado “Estado de bienestar” había sido hecho posible gracias a una actividad de solidaridad entre los
trabajadores (Diego Guerrero, de la Universidad Complutense de Madrid, realizó una investigación
similar sobre el caso de España, arribando a los mismos resultados)12.
4. c) Igualdad. El sistema capitalista se caracteriza por generar y reproducir desigualdad. Tender hacia
la igualdad en la repartición de los costos y las ganancias implica el llevar a cabo políticas de inter-
vención social contra la lógica del capitalismo, que actualmente tiene muchos nombres: eficiencia,
competitividad, crecimiento... Producir igualdad quiere decir, en definitiva, frenar el funcionamiento
del sistema.
5. d) Democracia. La democracia es otro aspecto fundamental que ha de evaluarse en las estrategias del
capitalismo. Se trata de un proceso con tres características: responsabilidad del poder, libertad pública
6. En los programas económicos se habla siempre de eficiencia, pero nunca de democracia o de justicia,
que son conceptos relativos a los programas políticos y que el Estado tiene el deber de tutelar. Pero un
cambio de valores, incluso en la esfera económica, pasa necesariamente por la introducción de criterios
de equidad, participación, igualdad, democracia y justicia en la gestión de los procesos.
De otra parte, el esquema tradicional de la crítica marxista de la economía evidencia que la es-
tructura, la dimensión económica, determina la superestructura ideológica y política, representada en
última instancia por el Estado; luego, no tiene sentido pensar en un ejercicio de la democracia a nivel
de superestructura si ello no modifica también los órdenes de la estructura.
Uno de los problemas que registró la economía mundial en los años setenta fue el agotamiento de
los espacios de acumulación de capital, por falta de productos o actividades nuevas que pudieran ser
objeto de compra y venta en el mercado; es decir, de conversión en mercancía. El resultado fue que las
industrias culturales comenzaron a formar parte del mercado, con una amplia perspectiva de desarrollo
futuro. Los productos intelectuales (música, discos, imágenes, etcétera), incluso los que en sí mismos
no tienen carácter directamente económico, se van transformando en mercancías. Por otra parte, desde
la dimensión económico-productiva se van generando regulaciones que no pasan por la mediación
político-institucional tradicional, que tienen mucha influencia en la reproducción del cuerpo social y
en la vida de las personas.
Así, de la misma manera en que se puede decir “dime cuánto dinero tienes y te diré cuánto poder
tienes”, se puede también decir: “dime cómo trabajas y te diré cómo vives”. O sea, hay una evidente
determinación de las formas de vida y de pensar de la gente por parte del proceso económico y del
proceso de trabajo. Por tanto, seguir pensando en esquemas de estructura, infraestructura y superes-
tructura, sin una actualización crítica en el contexto del capitalismo actual, nos hace perder de vista
muchos fenómenos de interpenetración, como estos que hemos apenas mencionado.
1. Desde sus orígenes, el comunismo fue visto como un “fantasma”14 que recorría amenazante Eu-
ropa, debido a las derivaciones ideológico-clasistas de sus conclusiones. Por vez primera, una teoría
abarcaba la posibilidad de sustituir el capitalismo como parte del propio orden de funcionamiento de
ese sistema15.
2. Como resulta claro para Lenin, el contenido del marxismo, al igual que el de otras doctrinas sociales,
puede ser dañado por una práctica que apunte fuertemente al politicismo y al economicismo. En el
caso específico del marxismo, el asunto es comprender en todo momento que no se trata de un dogma
ni de una doctrina acabada, sino de una guía para la acción que tiene la capacidad de asumir cada tanto
los cambios que se producen en la vida social e interpretarlos.
La caída del socialismo en la Europa del Este, el auge de la ideología neoliberal y neoconservadora,
el grave retroceso de la izquierda y de los movimientos revolucionarios, han hecho bajar el telón sobre
los problemas del capitalismo y propiciado una contraofensiva en torno a la crisis del marxismo16.
Como en otros tiempos, estas ideas toman cuerpo tanto a lo interno de las fuerzas revolucionarias
como fuera de estas.
4. Es necesario reconocer, además, que después de Lenin se instauró una ortodoxia marxista que poco
a poco se fue alejando del pensamiento clásico, hasta transformarlo en una caricatura. Existen muchas
explicaciones acerca de por qué pudo esto ocurrir. Algunas interpretaciones asocian esta cuestión al
autoritarismo de Stalin, que intentó transformar el marxismo en una ciencia funcional al poder cons-
tituido, despojándolo de su carácter crítico. En esta misma perspectiva, los críticos del marxismo no
ahorran energías para señalar que las deformaciones no son otra cosa que el fruto evidente de las se-
millas de dogmatismo y autoritarismo contenidas en la obra de Marx, potenciadas por el “despotismo
asiático” que se habría albergado en la persona de Lenin. Para ellos el estalinismo, con todos sus errores,
no es más que la continuidad natural de una suerte de autoritarismo ya inherente al pensamiento de
Marx y a la teoría y la acción política de Lenin, y con ello se liquida toda la concepción general de los
clásicos del marxismo.
La respuesta no consiste en canonizar a los clásicos del marxismo. Se trata más bien de rescatar el
espíritu esencial de su obra, en medio de un creciente revisionismo, reconociendo las indiscutibles
enseñanzas de su legado.
Frecuentemente se pretende hacer análisis positivistas de la obra de Marx; ello constituye un deplo-
rable error metodológico. No es el marxismo lo que está en crisis, sino las interpretaciones del marxis-
mo caracterizadas por el dogmatismo y la esquematicidad. Esas versiones reduccionistas del marxismo
se presentan a sí mismas como oficiales y rompen la delicada y compleja relación entre sistema y
método, a beneficio del sistema. De esa manera se transfiguró el marxismo en un sistema cerrado,
al concebir la ciencia como una construcción lógica de categorías congeladas en el tiempo. Es esa
caricatura del marxismo la que está en crisis y en su esclerotización perdió, incluso, la capacidad de asi-
milar a importantes representantes de esta ciencia que sostuvieron un pensamiento crítico en Europa
Occidental y en América Latina.
5. Hay variadas interpretaciones de las causas de esta crisis, y también diversas actitudes o maneras de
actuar en consecuencia. La primera ve en la crisis del socialismo real una señal de descomposición de la
concepción marxista. Se ignora con ello que en los escritos clásicos del marxismo no estaban, ni podían
estar, todos los componentes del modelo socialista, y que aquellos que estaban fueron ignorados en
la práctica; las referencias al socialismo eran solo una serie de principios fundamentales, no siempre
tenidos en cuenta.
7. Junto con la internacionalización del proceso productivo se registran profundos cambios en los
modelos conductistas subjetivos y sociales, que se hallan en la base de la manifestación de la demanda
de bienes y servicios producidos. En los países que hasta no hace mucho eran definidos como indus-
trializados, y que hoy se prefiere definir como área del capitalismo avanzado, el consumidor se ha
convertido en un sujeto mucho más complejo con respecto al pasado, desde el momento en que la
densa red de información de que dispone lo lleva a asumir conductas cada vez más flexibles y multi-
dimensionales22. Esto deriva de un contexto general en el cual la información electrónica nómada y la
conexa comunicación desviada y desviante han asumido un rol estratégico y dominante, tanto en el
terreno de la producción y la acumulación como en el del consumo y, sobre todo, en el plano social,
como hipótesis de un totalitarismo cultural orientado a vaciar de contenido la democracia y destruir
el papel de la política.
Los paradigmas del progreso y la cohesión social son abandonados discretamente para ser sustituidos,
respectivamente, por la comunicación y el mercado. La impresión general es que el mundo se ha
desplomado en el caos. Cabalgamos estas grandes transformaciones, pero ignoramos a dónde nos
están llevando. ¿Cuál será el escenario político, económico, social, cultural, ecológico del planeta
cuando este tremendo terremoto del siglo llegue a su fin? Actualmente, nadie parece en capacidad de
describirlo (Ramonet, 1999: 113).
8. Para cumplir dichas transformaciones se hace necesario actuar según el llamado principio de flexibili-
dad, que solo puede ser adoptado si la empresa y todo el cuerpo social están en capacidad de adecuarse
con rapidez a los cambios en curso, haciéndose vehículo de la representación del poder en una fase de
darwinismo socioeconómico, en la que el capitalismo escoge rasgos cada vez más salvajes24.
Cuando se habla de sociedad de mercado, queda implícito que ella esté basada cada vez más en la
flexibilidad empresarial, entendida como capacidad del empresario, del top management, de los centros
decisionales de la empresa, para actuar de manera tal que se optimice el uso de los recursos, incluidos
los informativos y comunicacionales, en el curso de vías adaptativas que permitan no solo producir
bienes y servicios diversos dirigidos a mercados diversos, sino también, al mismo tiempo, gerenciar el
delicado diseño estratégico empresarial de total condicionamiento social a la cultura de empresa.
Se utilizan para tal fin estructuras sociales y recursos cada vez más inmateriales, siguiendo el prin-
cipio del mínimo costo y máximo beneficio; recurriendo a recursos del llamado capital intangible, de
un capital de la abstracción como conjunto de recursos inmateriales, a partir de la información, de la
comunicación y el conocimiento; cumpliendo, en clave crecientemente estratégica, la lógica del máxi-
mo grado de adaptabilidad a las exigencias de un mercado que es también mercado del vivir social.
9. Tales dinámicas identifican al bien llamado posfordismo, basado de manera cada vez más acentuada
en la acumulación flexible, cumplida a través de los recursos del capital inmaterial de la abstracción. Se
trata de un paradigma de la acumulación, capaz de imponer el paso de organizaciones sociales y em-
presariales fuertemente jerarquizadas a otras basadas en la progresiva descentralización de las funciones
y en nuevas formas de asociación, de trabajo precario, flexible, con escaso contenido de garantías25. Es
el mundo computarizado y matematizado, es la informatización de los procesos productivos y de las
formas del vivir y el devenir social.
En todo caso, el principio de flexibilidad incide, más allá de las relaciones con la fuerza de trabajo,
también en los aspectos internos y típicamente propios de la dirección de empresa. Asimismo, expe-
rimenta importantes recaídas estructurales, comunicacionales y decisionales sobre la manera de
10. La verdadera renovación del marxismo parte, precisamente, del análisis de las transformaciones
en curso, y puede ser ciencia del cambio radical solamente si conserva el dinamismo intelectual de
su núcleo duro. La continua evolución de la crítica de la economía debe basarse, obviamente, en la
asimilación crítica de cuanto de positivo se ha elaborado a lo largo de la historia del marxismo. Es
necesario, además, entender con claridad que ninguna teoría puede explicar cada uno de los aspectos
de una realidad que cambia velozmente, y aceptar con honestidad un cierto retraso gnoseológico del
marxismo como producto de la actitud asumida por los propios marxistas, que han pretendido ubicar
cada nuevo acontecimiento en marcos teóricos ya establecidos.
En el plano ideológico ha habido un profundo retroceso del prestigio del marxismo en la concien-
cia de las masas, producto de la ofensiva ideológica del imperialismo, de la indiscriminada cadena de
errores que se han cometido en la práctica de la construcción del socialismo real y de la influencia
de este fenómeno en el movimiento obrero y comunista internacional.
11. Ningún científico marxista coherente puede negar la necesidad objetiva de un profundo proceso de
renovación del modelo sociopolítico-económico instrumentado en el viejo campo socialista. Mucho se
ha escrito sobre este asunto; aquí nos concentraremos solamente en un aspecto que consideramos no
suficientemente tratado al analizar la caída del socialismo.
En el análisis marxista, las clases y la misma clase obrera, son un proceso real y relacional: cons-
tituyen una relación social históricamente construida; por tanto, ninguno de los condicionamientos
objetivos o subjetivos viene dado de una vez y para siempre. Con la intención política de mantener
el empuje de las masas, se difundió un grupo de “verdades” que en realidad no eran tales, como la
absoluta armonía entre ideología individual e ideología oficial, la supuesta solución de los problemas
de la nacionalidad o la juventud anagráfica como garantía del cambio político generacional.
Todas esas interpretaciones negaban, en realidad, que la ideología se forma en un proceso muy
heterogéneo de relaciones sociales y de influencias, y que es entonces necesario distinguir entre país
social y país político. Se ignoró, por ejemplo, que los diversos sectores sociales de un país pueden ser
atraídos, y en cierta medida pueden también ser organizados en formas y con motivaciones políticas
12. Por otra parte, la teoría acerca del modo de producción capitalista, la teoría de la forma del valor,
la ley de la plusvalía y la ley general de la acumulación capitalista permiten un análisis en profundidad
de las relaciones de producción de este sistema en su interrelación con las fuerzas productivas.
La teoría del ciclo económico y la teoría de las crisis aportan una aproximación muy precisa a una
de las regularidades más importantes entre las leyes fundadoras del sistema capitalista. Los clásicos
no solo descubrieron de esta manera las leyes generales del proceso de producción, sino que también
estudiaron, en la medida en que fue necesario, algunas leyes aparente o más inmediatamente percepti-
bles (es decir, visibles) del modo de producción capitalista, como la ley de la competencia, que, según
Marx, “no explica las leyes ni las produce, simplemente las pone en evidencia”. Así como todas las leyes
sociales se cumplen solamente a través de la acción de los hombres, también la competencia cumple
las leyes económicas de la sociedad capitalista: “aquello que está implícito en la naturaleza del capital
es hecho explícito como necesidad externa [mediante] la competencia” (K. Marx, Grundrisse, trad. it.,
Lineamenti, vol. II, p. 333).
13. En la teoría de Marx sobre el MPC, el movimiento que va de lo abstracto a lo concreto permite
mostrar el fundamento de la producción burguesa, basada en el capital y la plusvalía, y luego también
el proceso de esta producción, tal como se manifiesta a través de leyes visibles. Sin estas leyes visibles no
se puede realizar la propiedad capitalista. Constituye así otra gran contribución de Marx al pensamien-
to clásico el esclarecimiento de la transfiguración de las categorías fundacionales (valor y plusvalía) en
categorías de superficie (ganancia, precios); es decir, del fetichismo mercantil del dinero y el capital,
mediante los cuales las relaciones reales, derivadas de una división del trabajo basada en la propiedad
privada y en la explotación del trabajo vivo, aparecen transfiguradas en el sistema de relaciones econó-
micas y sociales concretas. El fetichismo expresa un fenómeno real, pero es necesario trascenderlo para
comprender el movimiento real del modo de producción.
En el método aportado por Marx al criticar y superar a los clásicos, el análisis económico viene
acompañado por la visión comprehensiva del proceso social a través del prisma de las relaciones y de las
consecuencias políticas, dado que el desarrollo de todo sistema se realiza sobre la base de la división de
los hombres en clases y grupos sociales que, conforme a su propia posición en el modo de producción,
generan un sistema de intereses que los empuja a comprometerse con una u otra posición política
respecto al sistema en cuestión.
Es precisamente sobre la base de este punto de vista que los clásicos, primero, y Marx, más direc-
tamente después, analizan el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción en
el capitalismo, cuyas contradicciones indican el límite histórico y la posibilidad allí dispuesta para la
De esa manera debe entenderse la proclama de Marx y Engels, cuando dijeron que “el comunismo
no es para nosotros un estado de cosas que deba ser instaurado, un ideal al cual la realidad deberá
conformarse. Llamamos comunismo al movimiento real que ha de abolir el actual estado de cosas”28.
— notas —
1 Para un análisis más profundo, podemos en cambio sostener que este proceso M - D - M* es típico también del modo de
producción capitalista (MPC), en la medida en que el proceso de trabajo finalice en la realización de un output (valores
de uso) y, por tanto, de mercancías. La particularidad del MPC, sin embargo, radica en el hecho de que el proceso de trabajo
está “flanqueado” y “dominado” por otro proceso (que caracteriza el MPC en cuanto tal): el de valorización. La distinción
neta entre proceso de trabajo y proceso de valorización corresponde a la producción capitalista, en la cual se generaliza la
forma de mercancía y la misma fuerza de trabajo se convierte en tal: “Como unidad de proceso de trabajo y proceso de
creación de valor, el proceso de producción es un proceso de producción de mercancías; como unidad de proceso de trabajo
y de proceso de valorización, el proceso de producción es un proceso de producción capitalista, la forma capitalista de la
producción de mercancías” (K. Marx, El Capital, tomo I, p. 231. Ed. Riuniti, Roma 1989, 1964. Si se quiere, véase también K.
Marx, El Capital, tomo I, cap. I, nota 32). El proceso de valorización se efectúa solamente en el terreno mental, conceptual,
puesto que es inexistente en lo práctico o material. Para un tratamiento más profundo de estos temas, véase más adelante,
pero también Vercelli (1973).
2 Marx utiliza este esquema interpretativo para explicar, en el capítulo III del primer libro de El Capital, la metamorfosis de la
mercancía y, en el libro segundo, como esquema de interpretación del proceso de circulación del capital. Keynes leyó poco y
mal a Marx, pero, cuando presenta su teoría sobre las inversiones, reproduce implícitamente el esquema de acumulación de
Marx (ver, por ejemplo, la definición de inversión en la teoría general de Keynes).
4 Aun cuando puede variar en intensidad, ser dislocada espacial y geográficamente, etcétera, es impensable, en todo caso,
la ausencia total de competencia y la consecuente formación de un único capital mundial (tesis, sin embargo, sostenida en
un pasado).
5 De otra parte, cuando se habla hoy de mercado (de cualquier tipo y mercancía), debemos necesariamente referirnos al mercado
mundial.
7 La competencia es fundamental en el modo de producción capitalista, porque de otra forma cederían algunas piedras angula-
res del funcionamiento mismo de su mecanismo. Esto es demostrable a nivel lógico, antes que empírico.
8 Marx utiliza las tres formas de la competencia para desarrollar las leyes fundamentales del capitalismo: la ley de la sobrepobla-
ción relativa, la ley de la concentración y centralización del capital y la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancias (cfr., a
este respecto, el capítulo XXIII del tomo I de El Capital y los capítulos XIII-XV del tomo III).
9 Sobre la necesidad de tales “teorías cojinete”, cfr. Mazzone (2005) y Fineschi (2001).
10 La externalidad ambiental (vale decir, los efectos sobre el ambiente) y la crítica a la ineficiencia ambiental del mercado como
mecanismo de asignación de los recursos, están en la base de los asuntos que se plantea la economía ecológica. Para una visión
crítica del pensamiento económico a partir de los postulados de esta última, cfr. Nardo (1987). La revista Capitalism, Nature,
Socialism promueve un análisis marxista de la ecología y de los problemas ambientales. Sobre el tema ha escrito el director de
la revista O’Connor (1997) y ha intervenido Bellamy Foster (2000; 2002).
12 Guerrero (1992).
14 Así lo definieron los propios Marx y Engels en el preámbulo del Manifiesto del Partido Comunista.
15 Las hipótesis de superación del MPC por un MP más progresista e igualitario se fundamentan, precisamente, en la historicidad
del mismo MPC. Siendo este una formación económico-social históricamente determinada, sería inconcebible e ilógico, y aun,
justamente, antihistórico, postular su hipotética eternidad. Es precisamente contra el enfoque ahistórico de los clásicos, que
daban por descontada la insuperabilidad del capitalismo y de sus “suertes magníficas y progresivas”, que se batieron en el pla-
no teórico-científico Marx y Engels. Y es precisamente la historia (Althuser solía decir que Marx había abierto para los hombres
el “continente Historia”), con su incesante movimiento, lo que ocupa el corazón del método por excelencia de la teoría y la
práctica marxista: el materialismo histórico.
16 Acerca de la “crisis del marxismo”, véanse dos diferentes problematizaciones: La Grassa, Soldani, Turchetto (1979) y Mazzone
(2003).
17 Solo para volver a ver la misma tesis, algunos años después, en uno de sus últimos trabajos.
18 Alejandro Mazzone, en sus tantos trabajos (véase la bibliografía final), desde hace años afirma justamente que el problema del
hambre en el mundo es en realidad planificado exterminio; es decir, negativa a destinar a la seguridad alimentaria de millones
de seres humanos recursos que están disponibles y que se destinan, en cambio, al armamento, a políticas de apoyo a intereses
estrictamente privados, etcétera.
19 Aunque, en verdad, más que en la sociedad socialista, esto tal vez solo pueda ser posible en el comunismo, siendo en cambio
20 Este tipo de análisis no es nuevo en absoluto, pero requiere ser muy diligentes en evitar los extremos y las mecanizaciones (no
se debe olvidar, por ejemplo, que la teoría keynesiana perdió su vigor cuando fue adaptada al modelo IS-LM).
21 Sobre estos temas, cfr. Martufi, Vasapollo (2000a); Vasapollo, Petras, Casadio (2004); Vasapollo (ed., 2003).
23 “A lo interno del proceso de elaboración tecnosocial, del proceso de programación, se delinean las alternativas que, por el con-
trario, han desaparecido completamente de la escena de representación política e ideológica. Dependiendo de la interfaz de uso
que el programador realiza, la tecnología puede funcionar como elemento de control o como elemento de liberación del tra-
bajo. El problema político es absorbido completamente por la actividad misma del trabajador mental, y particularmente del
programador. El problema de la alternativa, del uso social alternativo, no puede ya ser separado de las formas de la actividad
misma” (Berardi, 1998: 206-207).
24 “La sociedad capitalista, para poder funcionar como sociedad fuertemente democrática, debe prescindir de la concreta existen-
cia de los seres humanos; es decir, debe no tomar en cuenta la manera como las mujeres y los hombres viven realmente. Sobre
la base de esta consideración, definimos como sociedad abstracta la organización capitalista de la sociedad, regulada por las
instituciones de la democracia formal. Abstracta, no en el sentido de que sea una sociedad irreal, sino en el sentido de que hace
abstracción de la realidad social. Sociedad abstracta, entonces, en el sentido de que es un sistema indiferente a las condiciones
existenciales de los hombres y las mujeres de carne y hueso. El sistema de indiferencia social es el resultado de la combinación
de la realidad del capitalismo con la forma de la democracia. Tal resultado se ha de imputar no a la forma democrática, sino a
la realidad capitalista. Un rasgo fundamental de la sociedad sometida al capital en forma de democracia, es la separación de
hecho de la esfera política con respecto a la esfera social. En la esfera política se afirman principios de participación, libertad,
igualdad, fraternidad, justicia. La sociedad capitalista formalmente democrática es, por tanto, una sociedad ambigua. De una
parte proclama principios, de la otra, crea presupuestos estructurales para que no se cumplan. En sustancia, es una sociedad
amañada” (Viola, 1989: 15).
25 La jerarquía no desaparece, aunque de interna pasa a ser externalizada y difuminada sobre la red empresarial en su conjunto.
Sobre estos temas se hará en lo sucesivo frecuente referencia a Martufi, Vasapollo (2000c; 2003).
26 Dos buenos ejemplos de lectura de la realidad económico-social contemporánea con instrumentos marxistas, una referida al
capitalismo, en general, y la otra, más específicamente, a una de sus formas particulares (el liberalismo), son Saad-Filho (ed.,
2002) y Saad-Filho, Johnston (ed., 2005).
27 Vercelli (1973: 74 ss.) apunta cuatro formas fundamentales del fetichismo: 1) una relación social se manifiesta como relación
entre dos cosas; 2) las leyes sociales se presentan como leyes naturales; 3) una relación social se presenta como relación entre
una cosa y ella misma; y 4) las fuerzas productivas sociales del trabajo se presentan como fuerzas productivas del capital. Mien-
tras las formas 1, 2 y 3 se fundamentan en la esfera de la circulación y derivan del intercambio de productos provenientes de
los varios procesos laborales privados que producen mercancías diversas (división social del trabajo), la 4 se basa en la esfera
productiva y surge de la división técnica (“manufacturera”) del trabajo, que se origina en un preciso plan del capital (voluntad
extraña a los trabajadores e, incluso, contrapuesta a ellos). Sobre estos argumentos, cfr. todo el cap. III de Vercelli (1973).
A amortizaciones
C consumos privados
Δ movimiento de un valor
E expresión monetaria de la hora-trabajo
j jornada laboral
tvus total de los valores de uso y servicios histórica y socialmente necesarios para la reproducción
de la fuerza-trabajo
G gasto público
gf grado de explotación
I inversiones
K capital fijo
L factor productivo trabajo
v capital variable
TN trabajo necesario para la reproducción de la fuerza-trabajo, que coinciden con el trabajo pagado
TV trabajo vivo
PST plus-trabajo, que coincide con el trabajo no pagado
π productividad
vn valor necesario para la reproducción de la fuerza-trabajo
W plusvalía
ss salario social real
X exportaciones
FL fuerza-trabajo
1. Antes de Marx
1. El principio que está en la base de las obras de economía política que Marx leyó en París en 1844 –y
sobre todo en Indagación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776), de Adam
Smith– es que la felicidad de los individuos depende del bienestar de la sociedad; el bienestar de la
sociedad crece con el aumento de la riqueza de las naciones; la riqueza tiene por fundamento el trabajo;
el trabajo, en efecto, valoriza los productos naturales y está, de hecho y de derecho, en el origen de la
sociedad.
La economía política2 clásica, si bien por una parte ponía el trabajo en la base del progreso huma-
no, por la otra identificaba al sistema capitalista, fundado sobre la propiedad privada de los medios
de producción y sobre el trabajo asalariado, como el único sistema económico racional y, por tanto,
natural. Había que dejar hacer a las leyes naturales de la economía. Tal principio, que Smith heredó
de los fisiócratas, devino en palabra de orden del liberalismo económico. Además, dejando hacer a
la técnica, el progreso que ella reporta deviene en progreso general. Por poner un solo ejemplo, la
“economía política” defiende la división técnica3 del trabajo porque de esa manera se incrementa la
fuerza productiva, y ello se transmuta, naturalmente, en más riqueza para toda la sociedad.
David Ricardo toma de Smith los fundamentos de su doctrina económica. En los Principios de
economía política, lleva él adelante la investigación smithiana, al tiempo que la critica en sus puntos
débiles. Ricardo comenzaba su obra afirmando de manera indiscutible que “el valor de una mercancía
(...) depende de la cantidad relativa de trabajo que es necesaria para su producción”.
2. En tiempos más recientes, Sylos Labini (2005) invitó, en un libro de fácil lectura, a “reestudiar los
clásicos” de la economía política, apreciable invitación a la heterodoxia en un panorama donde la
cansada teoría marginalista, en todas sus variantes y no de último también por parte del neoinstitu-
cionalismo (Ankarloo 2002), todavía hace las veces de dueña de casa. En ese texto, y aun cuando no
le dedica capítulos específicos, Sylos Labini mantiene frecuente diálogo con Marx, a quien ubica en la
categoría de los “clásicos” junto a otros gigantes del pensamiento: Ricardo y Smith. Condición para la
inclusión de Marx entre los clásicos, avisa el autor, es que se deje “de lado su proyecto revolucionario”
(2005: 30)4.
Una lectura radicalmente distinta, en la que Marx es interpretado como crítico incansable de la
economía política clásica, la ofrecen Grossmann (1971) y Milios, Dimoulis, Economakis (2002: viii):
3. En sus Principios..., Ricardo precisa que no es el genérico costo de producción –que incluye, además
del trabajo, la ganancia y los intereses–, ni el trabajo que una mercancía puede comprar, sino el trabajo
empleado en su efectiva producción, el trabajo fijado en la mercancía misma, lo que determina su va-
lor. Y así critica a Smith, reprochándole el haber considerado válida la teoría del valor-trabajo solo para
los tiempos primitivos que precedieron la apropiación del suelo y la acumulación de capitales, pues de
tal manera no se atribuye a esa teoría un significado rigurosamente científico. Ricardo se opone a ello y
sostiene que la intervención del capital no modifica en absoluto la validez de la ecuación valor-trabajo;
que también en las sociedades precapitalistas, al igual que en la sociedad burguesa, los medios de pro-
ducción, que en el capitalismo asumen la forma de capital, intervienen en la producción e influencian
el valor, pero lo influencian en función de la cantidad de trabajo fijada justamente en el capital, la
cual se suma a la cantidad de trabajo directamente empleado en la producción. En consecuencia, es
1. La capacidad de incidir del socialismo premarxista residía precisamente en la crítica dura y feroz en
relación con el capitalismo, el comercio, el mundo de la industrialización. La sociedad industrial es
entonces el escenario socioeconómico del primer socialismo, e inherentes a ese tipo de desarrollo son
los terribles daños de orden físico, cultural y moral provocados por la Revolución Industrial (trabajo
infantil masivo, una expectativa de vida disminuida para la clase obrera a menos de 25 años, depaupe-
ración, degradación, prostitución, etcétera).
El socialismo “premarxista” se originaba justamente de esos daños. Del examen del mundo del
trabajo y de sus condiciones laborales se formó la conciencia de que la fábrica capitalista constituía
una ruptura en la historia del trabajo humano, al reunir a un vastísimo número de trabajadores en un
único espacio físico de ocupación, pero, al mismo tiempo, privarlos del resultado final del trabajo, la
mercancía. Los “premarxistas” se plantearon, pues, el problema –que más adelante será centro de
la discusión para Marx y Engels– de la reconstrucción de la posibilidad, por parte de los trabajadores,
de intervenir en el proceso productivo, eliminando la apropiación capitalista de su resultado. Esto
se resolvía en la previsión de la posibilidad, al alcance de todos los hombres, de vivir bajo una nueva
organización social, en la cual habría una subdivisión equitativa de los productos, derivada de una
producción racional, organizada comunalmente o influenciada por la colectividad, aun si continuara
siendo privada.
Planteada la cuestión en esos términos, se comienza a entrever una cierta diferenciación, entre los
primeros socialistas, respecto al tema central de la propiedad privada. Consecuentemente, variaban
las propuestas según se tratara de derrotar, reformar o condicionar a esta última. Algunos pensadores
consideraban que la sociedad capitalista se podía reformar; otros sostenían que una transformación
solo podía darse a través de una revolución, incluso violenta. Muchos, en cambio, tenían posiciones
intermedias: estaban los asociacionistas, los colectivistas, los organizadores del trabajo, los cooperati-
vistas, y no se olvide a aquellos que predicaban la insurrección permanente: los libertarios. Frente a esa
multiplicidad de opciones, es posible identificar los puntos que aproximan a todos estos pensadores
que legaron propuestas tan aparentemente divergentes.
2. El primer punto de encuentro lo forman el rechazo pleno al mundo burgués y la propuesta de una
sociedad democrática. En todos los socialistas “utópicos” se encuentra un concepto sustancial y no
formal de democracia, que no se refiere nunca, o casi nunca, a formas políticas democrático-liberales.
La suya es una democracia con participación directa del pueblo en la vida política, mediante la co-
munidad de vivienda, el asociacionismo, la unidad de producción industrial o agrícola, etcétera; una
participación que, en la práctica, supera incluso las más avanzadas formas liberales-constitucionales.
Y que con frecuencia corresponde a una democracia de clase que se expresa en la dictadura de la clase
obrera, que no solo niega la sociedad conservadora, sino que tampoco tiene ningún punto de contacto
con las instancias democráticas pluripartidistas.
1. El elemento filosófico que confirió características propias al núcleo central de una ideología socialista
y que creó, por tanto, las condiciones para un espacio político propio del movimiento obrero, fue
derivado de la teoría económica de Ricardo.
La teoría ricardiana del valor-trabajo fue la base de la ideología socialista, particularmente la inglesa.
El trabajo humano aparecía así como el elemento central de todo el desarrollo productivo, y el produc-
to que de ello se obtenía retornaba solo en parte –en el salario– al trabajador que lo había constituido.
Y, viceversa, la ganancia del capital aparecía como ganancia obtenida directamente del trabajo obrero5.
El resultado político de esta ideología era clarísimo: el objetivo del movimiento obrero pasaba a ser la
eliminación de esas condiciones de subordinación económica y la adquisición, para los trabajadores, de
un papel social que se correspondiera con el económico, en el cual los trabajadores son los proveedores
de trabajo, como elemento de valoración de las mercancías. Las posiciones teóricas ricardianas y su
consecuente concepción de la ganancia, unidas a las cuestiones antes mencionadas, están presentes,
aun con matices y acentos diferentes, en todas las principales figuras del socialismo premarxista, y
especialmente en los teóricos del movimiento obrero inglés, de Owen a William Thompson, de Gray
a Hodgskin y a John Francis Bray.
En ese marco ideológico, dos elementos resaltan por su gran importancia: in primis, los temas
socialistas tomados de la economía política sitúan los objetivos socialistas en el corazón del proce-
so industrial capitalista, antes que en la restauración de relaciones sociales que el industrialismo ha
efectivamente trastornado. En segundo lugar, la ideología socialista se desarrolla sobre el mismo
terreno de la nueva ciencia del industrialismo: la economía política, la ciencia de la cual se había
recabado con mucha frecuencia la argumentación ideológica acerca de la inevitabilidad de la con-
dición obrera. Es en este contexto que la teoría ricardiana del trabajo como medida del valor de
cambio se transmitirá a la reflexión de Marx sobre la formación de la plusvalía. Finalmente, la cla-
rificación del hecho de que la ganancia industrial nace del trabajo asalariado estuvo en la base del
movimiento de cooperativas de producción, que fue característico del primer socialismo inglés. Si
la producción ocurre mediante la libre asociación de los trabajadores, la ganancia queda elimina-
da y la cuota salarial se hace más elevada, próxima, vale decir, a la cuota de valor que el trabajo
ha producido.
4. Thomas Hodgskin
1. Thomas Hodgskin atribuye solamente al trabajo la capacidad de producir valor y desarrolla el tema
ricardiano con sentido clasista; vale decir, identificando el conflicto entre trabajo y capital. Denuncia
él la forma de apropiación de los capitalistas, quienes reducen al obrero al salario más bajo posible y se
embolsillan indebidamente toda la excedencia del valor producido por el trabajo.
El capital fijo pertenece a una clase de persona que ni lo fabrica ni lo usa (...) El capitalista, en
tanto que simple poseedor de los utensilios, no es un trabajador. Él no contribuye en modo alguno
a la producción. Él adquiere la propiedad del producto de un obrero y la cede a alguien más, bien
por un lapso de tiempo determinado, como ocurre con la mayor parte de los tipos de capital fijo,
o para siempre, como en el caso del salario, si piensa que puede ser usado o consumido en su
beneficio. No permitirá jamás que el producto de un obrero, venido en posesión suya, sea usado o
consumido por otro obrero, si no es en su favor. Él utiliza o presta su propiedad para obtener una
parte del producto y del rédito natural de los trabajadores, y toda acumulación de tal propiedad
en sus manos significa extensión de su poder sobre el producto del trabajo e impedimento para
el incremento de la riqueza nacional. Es eso lo que sucede actualmente (...) Al no permitir a los
obreros fabricar o utilizar los instrumentos de trabajo a menos que obtenga por ello una ganancia
* (n.t.) Entiéndese por “plustrabajo” el que cumple el obrero cuando –como ha explicado antes el autor–, una vez satisfecho
mediante el salario el valor de su fuerza-trabajo, se dedica a generar plusvalía; y el “plusproducto”, como la mercancía que
produce en ese tiempo adicional de su jornada laboral.
Y Marx, en su Storia dell’economia politica (Teorie sul plusvalore), al analizar la obra de Hodgskin en
relación con la caída de la tasa de ganancia, sostiene:
5. John Gray
1. También John Gray toma de Ricardo y de Owen el tema de la crítica al capital y el principio del
valor-trabajo. Se hace él portavoz de una polémica contra la aristocracia terrateniente desde el punto
Es este el único escrito importante que se enlaza directamente con la doctrina fisiócrata (…) Este escri-
to contiene, en primer lugar, un óptimo y conciso resumen de la doctrina fisiócrata (…) Hay
que distinguir netamente entre producción de plusvalía y transferencia de plusvalía (…) Y esta es
la grandeza de la fisiocracia. Se pregunta ella cómo se produce y reproduce la plusvalía (que en él
[Gray] equivale a renta). La cuestión de cómo se reproduce a escala ampliada, de cómo se acrecienta,
pasa a un segundo plano. Se debe primero descubrir la categoría, el secreto de su producción (1993a:
411-412).
Partiendo de premisas mercantilistas, Gray consigue explicar, como los fisiócratas, que la ganancia
de la industria no es otra cosa que profit upon alienation.
Y continúa Marx: “Este inglés llega a la lógica conclusión de que esa ganancia solo es tal si el
producto de la industria se vende en el exterior. De la premisa mercantilista extrae la lógica conclusión
mercantilista” (1993a: 413).
Entonces, esa ganancia solo es tal si la industria vende sus mercancías en el extranjero. Escribe en
efecto Gray:
Ningún industrial, sea cual fuere su ganancia personal, añade algo a la renta de la nación si su
mercancía es vendida y consumida en el país. De hecho, el comprador (…) pierde exactamente
tanto (…) cuanto gana el industrial (…) entre comprador y vendedor se produce un intercambio
del cual no deriva ningún incremento de renta. Para remediar la falta de un excedente, el empresario
agrega una ganancia de 50% a lo que gasta en salario; o seis peniques por cada chelín pagado en
salario… y si el producto es vendido en el extranjero, esa será la ganancia nacional para tantos y
tantos trabajadores8.
Un industrial puede enriquecerse solamente en tanto sea un vendedor (en tanto produzca su producto
como mercancía). Si deja de ser un vendedor, inmediatamente cesa su ganancia, porque no es una
ganancia natural, sino artificial. El agricultor, en cambio (…) puede existir, prosperar y hacer crecer
la suya, aun sin vender nada (…) Los vendedores no se enriquecen como resultado del aumento del
valor nominal del producto (…) dado que lo que ganan como vendedores, lo pierden en la misma
exacta medida en calidad de compradores9.
6. Robert Owen
1. Considerable fue también el análisis teórico realizado por Owen sobre temas del trabajo y la riqueza.
Afirmó, siguiendo a Ricardo, que el valor de las mercancías únicamente podía medirse por el trabajo
y que solo el progreso científico podía acrecentar el valor del trabajo; de esa manera, los trabajadores
2. Escribe Owen:
la unidad de medida natural del trabajo es, en principio, el trabajo humano, o las fuerzas humanas,
manuales y mentales, que conjuntamente intervienen en él (…) del mismo modo se quiere calcular
la media del trabajo y de la fuerza humana; y desde el momento en que ello constituye la esencia
de toda riqueza, se puede también calcular el valor contenido en todo producto, y procediendo en
modo análogo para todos los productos se pueden determinar las relaciones de intercambio entre
ellos; el conjunto de estos valores permanecería constante por un determinado período. El trabajo
humano vendría de esa manera a asumir su valor natural o intrínseco, que aumentaría con el progreso
de la ciencia; es ese, en efecto, el único objetivo realmente útil de la ciencia. La demanda de trabajo
humano no estaría ya sometida al capricho, ni el sostenimiento de la vida humana sería, como ahora,
un artículo de comercio de valor siempre cambiante, y las clases trabajadoras no serían esclavizadas
por un sistema artificial de salarios, más cruel en sus efectos que cualquier esclavitud jamás practi-
cada por una sociedad, bárbara o civilizada (1971: 184-193).
Owen intentó materializar su proyecto en la fábrica y ciudad cooperativa de New Lanark, en Es-
cocia, organizada sobre principios de propiedad cooperativa de los trabajadores. Más allá de eso, New
Lanark se convirtió además en una pequeña ciudad socialista, con asilos, escuelas, asistencia sanitaria,
vida cultural, todo ello gestionado sobre bases comunitarias.
7. Claude-Henry Saint-Simon
1. Saint-Simon, uno de los más fecundos y geniales socialistas “utópicos”, dedicó toda su vida a proyec-
tos de reorganización económica, política y social. Pero, aun cuando su mensaje fue radical, no puede
ser clasificado como un socialista, si con tal definición se identifican los ideales de ruptura definitiva
con el sistema capitalista. El suyo puede ser considerado un socialismo “industrial”, que se apoyaba en
el progreso económico. Al criticar, pues, el atraso económico y social de las civilizaciones precapitalistas
y atacar duramente la “anarquía” capitalista –incapaz de resolver los problemas sociales, puesto que era
guiado por especuladores–, el problema emergente del análisis saintsimoniano era el de la adecuación
de las estructuras sociales y políticas a un proceso de rápida industrialización y expansión productiva
mediante la “reorganización” del capitalismo, para dar vida a una nueva dimensión de la sociedad, a un
nuevo Estado de científicos, organizado jerárquicamente pero no autoritariamente. Los científicos, al
administrar de manera más funcional los asuntos del Estado, debían sustituir a todo Gobierno político.
En la célebre parábola de Saint-Simon (1819) se argumentaba acerca de la inutilidad de la nobleza,
los senadores, los ministros, etcétera, frente a los verdaderos “productores”: obreros, maestros de arte,
industriales, banqueros, etcétera10.
3. Al pensamiento de Saint-Simon hicieron referencia muchos seguidores que, aun con diferencias
internas, conformaron la escuela saintsimoniana. El saintsimonismo fue un gran movimiento intelec-
tual que encaró los argumentos típicos de las doctrinas socialistas: desde el tema de la igualdad hasta
el de la libertad, la democracia, la propiedad, pero partiendo siempre de la consideración crítica del
liberalismo y planteando la desaparición de la propiedad privada.
8. Sismonde de Sismondi
El valor mercantil de una cosa –dice– es fijado siempre, en última instancia, con base en la cantidad
de trabajo necesario para crear la cosa evaluada; pero ese valor no corresponde al costo (de tiempo)
2. Y Marx escribe:
Sismondi, en sus Nouveaux principes, acepta la explicación exacta de la distinción smithiana (en el
mismo sentido en que es aceptada como evidente también por Ricardo): la verdadera diferencia entre
clases productivas e improductivas es esta: “Una intercambia siempre su propio trabajo por el capital
de una nación, la otra lo intercambia por una parte del ingreso nacional” (…) Sismondi –siguiendo
también aquí a Smith– escribe a propósito de la plusvalía: “Aunque el obrero haya producido con su
trabajo diario mucho más que su remuneración diaria, es raro que tras la repartición del producto
con el propietario inmobiliario y con el capitalista le quede algo más que lo estrictamente necesario”
(1993: 163).
Sismondi se da cuenta de que su época está caracterizada por el desarrollo cíclico del capitalismo,
con sus crisis. Percibe que, en efecto, a los trabajadores se les da lo estrictamente necesario para sobrevi-
vir; luego, entre el salario del obrero y el valor de lo que produce existe una diferencia, que él denomina
como el “mejor valor”. Y dado que de esa plusvalía solo pueden beneficiarse los empresarios, es ella
causa de una enorme desigualdad en la distribución de la riqueza; desigualdad que, por otra parte, está
destinada a agravarse continuamente:
Por una parte, en efecto, la plusvalía se hace tanto más grande en cuanto mayores son los progresos
alcanzados por las artes y las ciencias en su aplicación a los procesos productivos; por la otra, la
competencia entre los empresarios tiene el efecto de reducir su número. En realidad, quien inventa
un nuevo procedimiento se cuida de no divulgarlo y de que no se haga colectivo, sino que antes bien
lo utiliza en exclusiva, a gran escala, para reducir sus propios costos y arruinar de tal manera a su
competencia (Denis, 1973: 41-42).
9. Pierre-Joseph Proudhon
1. La figura de este pensador domina la historia del socialismo, el francés y el europeo, en toda la etapa
central del siglo xix. Economista y filósofo, o ni lo uno ni lo otro según el juicio de Marx12, con él
nos encontramos ante una propuesta de socialismo, o más propiamente de socialismo libertario, que
tiene por premisa no a la clase obrera como entidad modernamente concebida, sino a ciertos artesanos
o, mejor, a la pequeña burguesía colocada a los márgenes en la sociedad de alto desarrollo industrial.
En efecto, Proudhon no fue un socialista –“Yo estoy limpio de las infamias socialistas”, dice en su
Filosofía de la miseria–, como no fue un utopista en el sentido exacto de la palabra. Fue un reformador
que colocaba al centro de su pensamiento los problemas del crédito, del préstamo sin intereses, capaz
El buen Proudhon confunde el dinero como medio de circulación con el dinero como capital (…)
puesto que el capital es prestado en forma de dinero, él cree que es el capital-dinero –vale decir, el
dinero en efectivo– el que posee esta cualidad específica. Todo debe ser vendido, nada prestado. En
otras palabras: del mismo modo como aceptaba la mercancía, pero no el que se convirtiera en dinero,
aquí acepta la mercancía y el dinero, pero no que se desarrollen hasta convertirse en capital. Lo cual,
si lo despojamos de todas sus formas fantásticas, quiere decir simplemente que no debe pasarse de
la pequeña producción campesina y artesanal a la gran industria. (…) Y por último, la plusvalía en
forma de moral: “Todo trabajo debe suministrar un excedente”. Y con ese precepto moral queda,
naturalmente, muy bellamente definida la plusvalía (1993a: 562-563).
En una de sus obras más apreciadas, Che cos’è la proprietà? [¿Qué es la propiedad?], Proudhon estudia
el derecho de propiedad en el mundo moderno, con sus derivaciones socioeconómicas y, tras calificar
de irracional a la propiedad privada, arriba a la famosa conclusión de que “la propiedad es un robo”.
De hecho, en esa obra el acto de apropiación es visto todavía como violencia y fraude; el trabajador,
aun después de haber recibido su salario, tiene un derecho natural de propiedad sobre aquello que
ha producido. Estando así las cosas, las líneas de desarrollo del proudhonismo estaban claras, pero la
aplicación de su definición de la propiedad al análisis y a la perspectiva de acción en la sociedad lo
llevaron hacia algunas posiciones que se desviaban de la línea trazada.
Si la propiedad, vista en su origen, “es un principio en sí mismo viciado y antisocial, está sin em-
bargo destinada a convertirse, por su misma generalización y por el concurso de otras instituciones, en
el perno y el alma de todo el sistema social” (Proudhon, 1903).
2. Proudhon hablaba de “conciliación” entre las clases, negaba la necesidad de la coalición y organi-
zación obrera y no se proponía en absoluto oponer al capitalismo algún otro sistema, sino que quería
intervenir en él con medios reformistas, como los “bancos del pueblo”13 y, finalmente, el “crédito
gratuito”.
Afirmaba que desde el momento en que hay tantas necesidades que satisfacer, ello presupone tantos
bienes que producir y tantos hombres comprometidos en la producción; estando así las cosas, hay
que presuponer un ciclo productivo basado en la división del trabajo, pero al suponer tal división es
necesario pensar también en el intercambio y, en consecuencia, en el valor de cambio.
Escribe Proudhon (1945):
Los economistas han evidenciado muy bien el doble carácter del valor, pero no han conseguido
dar cuenta con similar claridad de su naturaleza contradictoria, y allí se inicia nuestra crítica (…)
No basta que hayamos señalado ese sorprendente contraste, propensos a enjuiciarlo como algo
extremadamente simple: es preciso además mostrar que esa pretendida simplicidad esconde un
pensamiento profundo que debemos penetrar. En términos técnicos, el valor de uso y el valor de
cambio están en razón inversa uno del otro.
Proudhon asimila el valor de cambio a la “rareza” y el valor de uso a la “abundancia”, de manera que
a la escasez de oferta de productos –en relación con la demanda– corresponde un precio alto.
3. A estas alturas, se podría verdaderamente decir que toda la teoría del valor de Proudhon se basa en
la sustitución del valor de uso y del valor de cambio, de la oferta y la demanda, por nociones comple-
tamente abstractas como la rareza y la abundancia, lo útil y la opinión. Pero Proudhon va todavía más
allá, al introducir el concepto de valor “constituido” o valor venal. Parte para ello de la premisa de que,
si se admite la utilidad y que el trabajo es la fuente del valor, y dado que la medida del trabajo es el
tiempo, entonces el valor relativo de los productos es determinado por el tiempo de trabajo cumplido
para producirlos. Finalmente, el precio no es más que la expresión monetaria del valor relativo de un
producto y el valor “constituido” de otro producto cualquiera no es sino el valor que se constituye al
considerar el tiempo de trabajo preestablecido. Consecuentemente, las conclusiones a las que arriba
Proudhon –al partir del valor constituido basado en el tiempo de trabajo– llevan al hecho de que una
cierta cantidad de trabajo y una jornada de trabajo equivalen a cualquier otra jornada de trabajo: en
paridad cuantitativa, en términos de tiempo y de trabajo, el producto de uno puede ser intercambiado
por el producto de otro sin que exista, entonces, ninguna diferencia cualitativa en el trabajo. Sostiene,
además, que “el trabajo de todo hombre puede comprar el valor que ello contiene”. De seguir por
ese camino, se podría también afirmar que todos los salarios son pagados en igual medida para un
mismo tiempo de trabajo. En efecto, Proudhon supone que una cierta cantidad de trabajo contenida
en un determinado producto equivale a la retribución del trabajador, es decir, al valor del trabajo, sin
considerar en absoluto la formación de la plusvalía.
4. En la práctica, Proudhon establece una relación –aún más: instituye una equivalencia– entre una
cierta cantidad de trabajo y los productos que con ello se han creado, sin percatarse de que en tal forma
se llegaría a suponer una sociedad compuesta por trabajadores que reciben como salario su propio
producto y en la que las jornadas de trabajo equivalen todas unas a otras, pasando así completamente
por alto el problema de la ganancia industrial y de su origen. Y si con la categoría de ganancia entramos
en la oscuridad más completa, no es más clara su explicación del “excedente de trabajo”.
Escribe Proudhon a ese propósito:
un axioma generalmente admitido por los economistas es que todo trabajo debe dejar un excedente.
Esta afirmación es para mí de una verdad universal y absoluta: es el corolario de la ley de la
proporcionalidad, que puede considerarse como el sumario de toda la ciencia económica. Pero, y me
disculpo con los economistas, el principio de que todo trabajo debe dejar un excedente no tiene en su
teoría ningún sentido y no es susceptible de demostración alguna (…) Este principio del excedente
del trabajo vale para los individuos solo en la medida en que ello emana de la sociedad, que así les
confiere el beneficio de sus leyes (Proudhon, 1945).
En otras palabras, quiere él afirmar que la producción del individuo social supera la del individuo
visto aisladamente, que el excedente de trabajo se explica con la sociedad-persona y que los economis-
tas no han captado la “personalidad de este ser colectivo”.
He demostrado con la teoría y con los hechos que todo trabajo debe dejar un excedente (…) Pero
este principio, tan cierto como una afirmación aritmética, está todavía lejos de cumplirse para todos.
Y así, mientras cada jornada de trabajo individual va logrando, como consecuencia del progreso de la
industria colectiva, un producto cada vez mayor, y el trabajador tendría por eso mismo que hacerse
cada vez más rico, aun con el mismo salario, existen sin embargo en la sociedad algunas categorías
que hacen progresos y otras que decaen (Proudhon, 1945).
5. En pocas palabras, aun queriendo apoyar su anarquismo en un análisis económico, Proudhon cae
continuamente en verbalismos y malas abstracciones.
Es preciso, sin embargo, reconocerle el mérito de haber sido el primero en plantear una concepción
antiestatal de la gestión económica. La Revolución de Febrero vio florecer en París y en Lyon una
espontánea explosión de asociaciones obreras de producción. Y fue esa naciente autogestión de 1848,
más que la revolución política, lo que para él constituyó el “hecho revolucionario”. El dato más impor-
tante era el hecho de que hubiese sido el pueblo quien le dio el primer impulso y no un teórico o un
doctrinario o el Estado mismo. Pero su “colectivismo”, si quiere llamársele así, rechaza asimismo cate-
góricamente el estatismo. En cuanto al comunitarismo, el preconizado por los comunistas era para él
opresión y esclavitud; en consecuencia, Proudhon busca una combinación de comunidad y propiedad,
y la encuentra en la “asociación”. Los instrumentos de producción y de intercambio, afirma, no deben
ser gestionados ni por compañías capitalistas ni por el Estado, sino que su gestión debe ser encomendada
a asociaciones obreras. Y del análisis de estas asociaciones pasa a teorizar sobre la “comuna autónoma”,
como grupo natural que los hombres forman entre ellos, sobre una base local. Ella debe concebirse co-
mo un “ser soberano”, que tiene el derecho de gobernarse por sí mismo, de administrarse, de impo-
nerse impuestos, de disponer de su propiedad: como la autogestión es incompatible con la existencia
de un Estado autoritario, la comuna no puede coexistir con un poder centralizado de arriba abajo.
a) El valor de toda mercancía está determinado solo y únicamente por la cantidad de trabajo
requerido para su producción.
b) El producto del trabajo social es repartido en su totalidad entre las clases de los propietarios te-
rratenientes o inmobiliarios (renta), de los capitalistas (ganancia) y de los trabajadores (salario).
Tales premisas, como ya hemos visto, habían llevado en Inglaterra a conclusiones socialistas.
2. Pero es solo en 1842, en Alemania, que un pensador consigue, a partir de las dos afirmaciones de
Ricardo, extraer conclusiones completamente socialistas. El logro es de Rodbertus, que, de hecho, es
considerado el fundador del socialismo prusiano.
También Rodbertus sostenía que la renta de los terratenientes y la ganancia de los capitalistas
constituían una deducción o exacción sobre lo producido por los trabajadores. Lo que en la economía
marxista será definido como tasa de ganancia o tasa de la renta inmobiliaria, aparece en Rodbertus con
el nombre de “magnitud de la ganancia del capital y del interés o magnitud de la renta”:
La magnitud de la ganancia del capital y del interés es resultado de su relación con el capital (…)
en todas las naciones civilizadas, la suma de capital = 100 es aceptada como una unidad de medida
para calcular esta magnitud. Cuanto mayor sea la relación entre el monto de la ganancia y del interés
correspondiente al capital y 100, o, en otras palabras, cuanto mayor sea el porcentaje que rinde un
capital, tanto mayores serán la ganancia y el interés14.
Esto no está bien. La tasa de la renta inmobiliaria es calculada ante todo sobre el capital; luego, en
cuanto excedente del precio de una mercancía, sobre el precio de sus costos de producción y sobre la
parte del precio que constituye la ganancia (1993a: 65).
Para un determinado valor producido o para el producto de una determinada cantidad de trabajo, o,
lo que también es lo mismo, para un determinado producto nacional, la magnitud de la renta está en
proporción inversa a la magnitud del salario, y en proporción directa a la productividad del trabajo.
Más bajo es el salario, más alta es la renta; cuanto más alta es la productividad del trabajo, tanto
más bajo es el salario y tanto más alta la renta (…) La magnitud de la renta depende del tamaño de
la parte que le queda a la renta una vez deducido el salario del producto total, sin tomar en cuenta
todavía la parte del valor producido que sirve para reponer el capital, que puede ser descuidada (…)
1. (…) en las naciones europeas, la productividad del trabajo –del trabajo de producción bruta y
de manufactura– generalmente aumenta (…) tras lo cual la parte de la ganancia nacional destinada
al salario es disminuida, mientras se aumenta la que queda para la renta (…) Por tanto, la renta es
generalmente aumentada (…)
2. (…) la productividad de la industria aumenta en mayor proporción que la de la agricultura (…),
y así, a pesar del aumento general de la renta, aumenta solamente la renta de la tierra, mientras
disminuye la ganancia del capital15.
Al leer atentamente el análisis de Rodbertus, entendemos que hemos llegado a un punto de fractura
en el pensamiento económico socialista: en él se afronta el problema de la plusvalía no en términos
emotivos, como había sido el caso de muchos protosocialistas, sino en términos de crítica económica
basada en datos científicos. Y es también Rodbertus quien, además de adherir al principio de la propie-
dad colectiva de los medios de producción, explica –quizá por primera vez– la crisis de sobreproduc-
ción sobre la base del escaso poder adquisitivo de los obreros, contribuyendo así de manera notable a
difundir la teoría del “subconsumo”.
A esto se agregan las varias propuestas utópicas de Rodbertus, como el “bono de trabajo”, emitido
por el Estado como anticipo a los capitalistas industriales, para que con él pagasen a los obreros. A
su vez, estos comprarían productos con los bonos que recibirían en pago, con lo cual se produciría el
retorno del papel moneda a su punto de partida.
El economista alemán sostuvo que el socialismo sería fruto de una lentísima evolución, sin necesi-
dad de lucha de clases o de revoluciones; los obreros eran invitados a esperar el transcurso de esa larga
transición, sin hacer revoluciones que pudieran anticipar lo que históricamente había de cumplirse.
3. Otro momento importante y de tránsito hacia el nacimiento del socialismo científico, en torno al
cual se fue coagulando el primer movimiento obrero alemán e internacionalista, con objetivos generales
de clase y de resistencia enmarcados en una visión comunista, fue la “Liga de los Justos”, organización
clandestina pero con apéndices legales, como las asociaciones de mutuo socorro y de prevención, tanto
en Francia como en Inglaterra y en la misma Alemania.
El estudioso, que puede ser considerado, hasta la aparición en escena de Marx y Engels, como el
jefe reconocido de la “Liga de los Justos”, fue Wilhelm Weitling (1808-1871). Teórico de un nuevo
modo de presentarse ante la clase –esto es, como estructura de partido internacionalista–, fue él mismo
obrero y tuvo numerosos seguidores, los weitlingianos, quienes fueron más agitadores y organizadores
de sociedades obreras que teóricos. Entre ellos surgió August Becker (1814-1871), tenaz difusor del
comunismo no obstante las violentas persecuciones policiales que sufrió.
1. Con Marx, la crítica socialista a la sociedad capitalista gana un espesor teórico científicamente
fundamentado y de nivel seguramente superior a la realizada por sus predecesores.
La primera y fundamental mistificación de la economía política es, según Marx, tomar por objeto la
producción, sin indagar en la formación de las relaciones de los hombres en la producción; relaciones
que, por sí mismas, vienen a constituir una determinada forma de producción y de reproducción de la
propia comunidad humana. En los clásicos se deriva una segunda mistificación: asumir un cierto tipo
de economía, una particular forma social de la reproducción humana, como la economía y la sociedad
tout court**. De tal manera, la economía no ve el capitalismo como una realización histórica que tuvo
un inicio y tendrá seguramente un final. Luego, la historicidad de la formación económico-social
queda obliterada en la economía política clásica. A fortiori, valdrá esto en la economía marginalista,
que con respecto a los clásicos perderá también el enfoque dinámico, en el intento de calcular simultá-
neamente, estadísticamente, el equilibrio económico –de los salarios, de la distribución, etcétera– dado
por la pluralidad de “factores productivos”.
En las teorías marginalistas, distribución, cantidades producidas y precios relativos solo pueden ser
determinados simultáneamente en la relación de unos con otros, sobre la base de los datos constituidos
por los gustos de los consumidores, la dotación de “factores de producción” y las condiciones técnicas
de producción. La determinación de estos datos es vista como algo que cae por amplio margen fuera
de la esfera de la economía (Garegnani, 1981: 16).
3. De Petty a Ricardo, la economía política clásica ha indagado en el nexo interno de las relaciones
burguesas de producción, aportando importantes análisis sobre la estructura y sobre las dinámicas
Esta tendencia a la conformación de una economía vulgar, que Marx encuentra ya en los economistas
que más admira, traduce los límites de clase de la economía política. A partir del momento en que
la preocupación por la coherencia formal del sistema de categorías se impone sobre la voluntad
de penetrar la realidad, al punto de enredarse si hiciera falta en soluciones contradictorias, en
formulaciones equívocas, resulta de hecho inevitable que el fetichismo de la mercancía se trastoque
en una especie de misticismo de las formas categoriales. Las abstracciones de la economía política,
llenas de un contenido no explicado, parecen formar una ciencia rigurosa, autónoma, segura de
su método, pero que en los hechos expresa una realidad mutilada, parcialmente cancelada. Esto
hace que los economistas estén predispuestos a sucumbir a las presiones de la clase dominante, a
asumir una actitud negativa en oposición a quienes ejercen la crítica de la economía política en clave
— notas —
1 Sobre algunos temas tratados en este capítulo, cfr. el prefacio a Vasapollo (ed., 2002) y Vasapollo (1996); en particular, para las
escuelas y los pensadores del socialismo premarxista, véase la tesis de grado de Vasapollo: La categoria del profitto dal socialis-
mo utopistico al socialismo scientifico [La categoría de la ganancia, del socialismo utópico al socialismo científico] Roma, 1980.
2 El objeto de estudio de la economía política, las causas de la riqueza nacional y las leyes de su distribución (como resuena en
su nombre alemán: Nationalökonomie), cambia después de la “ruptura epistemológica” de sello marginalista (los primeros
años setenta del siglo xix ven aparecer las obras de Jevons, Menger y Walras). Para una reconstrucción crítica de ese paso, cfr.
De Marchi, La Grassa, Turchetto (1994: 15-41). Un clásico de la historia del pensamiento económico que reconstruye bien ese
período, aunque concentrándose sobre todo en la problemática de la teoría del valor y de la distribución, es Dobb (1999).
3 Hay diferencia entre división técnica y división social del trabajo. Si esta última siempre ha existido y presupone la pluralidad de
actividades laborales en el seno de cualquier sociedad posible, comenzando por la familia –es, luego, un “producto natural” de
la evolución humana–, la división técnica es mucho más reciente y se sostiene en lo interno del proceso laboral. En la fase manu-
facturera fue impuesta por el capitalista para aumentar las tasas de productividad del trabajo, al especializar a los trabajadores
en tareas individuales: es, entonces, una consecuencia “artificial” del desarrollo organizativo del proceso laboral (que adquiere
nuevas formas, especialmente con la Revolución Industrial y en la evolución de la manufactura en industria). En el siglo xx (fase
tayloriana), la totalidad del trabajo humano fue fragmentada en una pluralidad de tareas privadas de sentido para el ejecutor.
Sobre este asunto, cfr. las clásicas páginas de Braverman (1998). Sobre el sinsentido del trabajo asalariado en la llamada fase
posfordista y sobre la necesidad de reencontrar el sentido integral de la actividad laboral, cfr. Antunes (2002; 2006).
4 La operación dirigida a despojar a Marx de su valencia o lado político es de vieja data, y hoy es desempolvada incluso por auto-
res que alguna vez fueron rigurosamente marxistas y militantes revolucionarios. En algunos ambientes académicos se tiende a
ceder ante presiones ideológicas adversas que intentan marginar excesivamente ese lado político –cuando es ese el verdadero
objetivo de la crítica marxista de la economía política: “la comprensión de las leyes de movimiento de la sociedad burguesa”–,
en favor de aproximaciones “reduccionistas” y confinadas al mero limbo de la academia. Tal es el peligro en el que parece
incurrir uno de los mejores estudiosos marxistas actualmente vivientes, Fred Moseley (1995: 92), cuando escribe: “Considero
que la probabilidad de una revolución de la clase trabajadora contra el capitalismo debe ser una cuestión completamente
separada de la teoría económica de Marx, que no tiene ninguna relación con la validez de la teoría de Marx. El problema de la
revolución implica una elaboración política acerca de cómo los trabajadores reaccionan ante el desarrollo capitalista, y no atañe,
en cambio, a las teorías de Marx relativas a las tendencias objetivas de ese desarrollo”. Si bien es cierto que no sostenemos la
identidad de lo político y lo económico, y que convenimos con Moseley en que ambos campos tienen tiempos y características
de comportamiento completamente diferentes, debería sin embargo servir para algo, en la vertiente política, el conocimiento
de las leyes objetivas del modo de producción capitalista.
5 “Precisamente en consecuencia de su éxito en poner a la luz el estrecho nexo que une salarios y ganancias, el trabajo de Ricardo
había revelado el potencial antagonismo que caracteriza la repartición del producto entre las dos clases. Con ello había debilitado
seriamente la posibilidad de una visión armónica de la sociedad capitalista, y la influencia que su trabajo tendrá en los escritores
socialistas del período inmediatamente posterior a su muerte, se encargará pronto de revelarlo” (Garegnani 1971: 22-23).
6 Hodgskin (1827). Del mismo autor, cfr. Hodgskin (1970), una parte del cual puede ser leída también en Papi (ed., 1976), que
12 Reléase el celebérrimo Preámbulo de Marx a su Miseria de la filosofía (1988: 3): “El señor Proudhon tiene la desventura de ser
singularmente desconocido en Europa. En Francia tiene él derecho de ser un mal economista porque pasa por buen filósofo
alemán. En Alemania tiene derecho de ser mal filósofo, porque pasa por uno de los mejores economistas franceses. Nosotros,
en nuestra doble calidad de alemanes y economistas, hemos querido protestar contra este doble error”.
13 El acta de fundación y los estatutos de la sociedad del “banco del pueblo” fueron suscritos el 31 de enero de 1849. Se proponía
organizar el crédito y procurar a todos, al más bajo precio, el uso de la tierra, de las casas, de las máquinas, los capitales y los
servicios de todo género, así como facilitar a todos la venta de los productos y la colocación del trabajo en las condiciones más
ventajosas.
16 No por ello, sin embargo, puede definirse la economía marginalista como científica y “neutral”, en términos weberianos, ya
que su escogencia inicial, consciente o no, es un juicio de valor: la aceptación del “sistema capitalista” como el mejor en pro-
ducir y distribuir la riqueza nacional. Para algunas reflexiones al respecto, cfr. en particular el prefacio a Vasapollo (ed., 2002) y
Vasapollo (1996).
17 Enrique Dussel, en el curso de sus profundos estudios sobre la obra de Marx, ha escrito intensas páginas acerca del trabajo vivo
y el plustrabajo como única fuente del valor, haciendo una distinción importante entre fuente (quelle, en alemán) y fundamento
(grund) de valor. Para una profundización de estos problemas, cfr. Dussel (1999; 2004a; 2004b; 2005).
1. El trabajo ha sido de siempre una actividad socioeconómica-productiva fundamental. Sea que fuese
actividad de caza, pesca o pastoreo, desarrollada en comunidad o en régimen de apropiación privada de
sus frutos, y aun si evaluada de distintas maneras según el período histórico y la pertenencia a un deter-
minado estrato, clase, raza o etnia, y, en consecuencia, asumida bajo acepciones tanto positivas como
negativas, ha sido la única actividad funcional –y necesaria en cuanto tal– a la supervivencia del género
humano. Esto era inmediatamente perceptible durante los milenios de reproducción de la comunidad
arcaica, en la que el trabajo cumplido socialmente era igual al trabajo necesario para la reproducción
de la comunidad, y el plustrabajo general era inexistente o solo excepcional. Las economías en las que
el superávit es nulo son llamadas estacionarias. En aquellas en las que existe un superávit, al sistema
económico se le denomina progresivo2.
Un modo de producción es un complejo, una totalidad de relaciones que estructuran las modalida-
des de interrelación entre los individuos que conforman una determinada comunidad3.
Es el modo en que esas relaciones determinan cómo han de producirse los bienes y servicios nece-
sarios para la reproducción de una comunidad humana, históricamente determinada y espacialmente
delimitada (el modo en que la naturaleza es apropiada y transformada por el hombre). Al vivir el
hombre en comunidad y no aisladamente (excepto en las fantasías robinsonianas, que alguien ha
pretendido que fuesen bases espistemológicas válidas de la teoría económica moderna)4, las relaciones
que se desarrollan en ese contexto de vinculaciones humanas, intersubjetivas, son relaciones sociales.
Todo modo de producción ha desarrollado sus propias relaciones sociales, que con el tiempo han
definido también las diversas pertenencias a estratos, a castas, a clases, “creando” diferenciaciones ad
hoc, incluso en forma pseudoracial.
El modo de producción capitalista (MPC) se diferencia de modos de producción precedentes prin-
cipalmente porque “libera” al hombre de los vínculos preexistentes de tipo personal, de sangre, de
familia, esclavistas, típicos de las épocas anteriores. Así, al destruir –aun si no completamente– los
viejos modos de producción (MP) y, en parte, su legado jurídico, el modo de producción capitalista
genera una “revolución” en el ámbito social del derecho, consecuencia de la cual los hombres son todos
formalmente libres e iguales ante la ley. El trabajador, entonces, no es ya el esclavo que tiene necesaria-
mente que trabajar y servir a su patrón, no es el campesino enfeudado en la esfera jurídico-territorial
de su “señor”; es ahora un hombre “libre” que puede, por iniciativa propia, vender su fuerza de trabajo
en el mercado y alienarla al mejor postor. Luego, no hay constricción al trabajo, sino solamente conve-
niencia, oportunidad, interés.
Históricamente, el proceso de “liberación” del hombre de los viejos vínculos feudales está desco-
nectado de otro proceso paralelo, que Marx definió como “acumulación originaria” (del modo de
producción capitalista). Se caracteriza este por la “carrera” hacia la privatización de los medios de pro-
ducción, concentrados en las manos de (relativamente) pocas personas: piénsese en la privati-
zación de las tierras (enclosures, cercamientos), en la progresiva destrucción de la práctica arte-
sanal, que sustrae a los “maestros” de taller y a sus aprendices los instrumentos necesarios para la
producción, etcétera.
La privatización de los medios de producción implica que la mayoría de la población activa, en
términos laborales, sea “expoliada” de toda posibilidad concreta (y no formal) de trabajar libremente
por cuenta propia, al no tener acceso a esos medios, que pasan a ser apropiados privadamente y no
colectivamente, como ocurría, por ejemplo, en muchas sociedades primitivas5. En el modo de pro-
ducción capitalista, el trabajador (potencial), expropiado de los medios de producción necesarios para
ejercer su propia actividad de manera libre, independiente y autónoma, posee solamente su fuerza de
trabajo (que es también la única mercancía que, una vez vendida, le garantiza la supervivencia). En
el mercado del trabajo (de la fuerza-trabajo), el trabajador vende la única mercancía que posee (cuyo
valor de uso es el trabajo vivo); una mercancía fundamental para el capital, la única capaz de producir
un valor excedente respecto al necesario para la propia reproducción.
3. La libertad formal del trabajador actual no hace desaparecer un elemento que, en lo sustancial, ha
sido común a todos los modos de producción en los que la propiedad de los medios de producción es
ajena al trabajador. Este elemento es la relación de dependencia que se instaura entre patrón y traba-
jador; entre quien detenta el poder del comando y quien lo sufre. Es más que evidente que las formas
de subordinación y de sumisión del factor trabajo al factor de señoría (que en el modo de producción
capitalista asume las formas del capital) son muy diversas de un modo de producción a otro; lo per-
sistente es el vínculo de dominación que existe entre los dos polos de la relación y que en el modo de
producción capitalista asume la forma de relación de explotación.
Podemos afirmar, entonces, que la producción capitalista es el reino de la “formalidad”, que oculta
la sustancia de las relaciones sociales que en ella se instauran (véanse, a ese propósito, las categorías
de fetichismo de la mercancía y fetichismo del capital). Más aún, la producción capitalista tiende a
hacerlas desaparecer en el mundo de lo no dicho.
La neutralidad de las instituciones sociales y la igualdad, garantizadas ambas por el derecho, son
construcciones de origen histórico-social que derivan, en última instancia, de las relaciones de fuerza
entre las clases (hegemonía).
5. La primera y fundamental diferencia del modo de producción capitalista con respecto a los prece-
dentes, es el constituirse como producción generalizada de mercancías. Cada mercancía se presenta,
ante todo, como un objeto con características muy precisas, listo para ser utilizado en cualquier modo.
Esas características, sus cualidades naturales, como la forma, el color, la medida, el material, etcétera,
distinguen una mercancía de otra. Está claro que el individuo que se ha procurado la mercancía por
medio del intercambio, la consume. La consume porque las particulares cualidades naturales que ella
6. Si es entonces cierto que las mercancías se distinguen por valores de uso diferentes, también es ver-
dad que solo en el intercambio se establece una confrontación entre cosas, entre mercancías diversas;
confrontación que en el intercambio presupone un “algo” común a las varias mercancías, y ese “algo”
está ya presente antes del intercambio, en la esfera de la producción.
Se debe ahora responder algunas preguntas: ¿Qué es el valor de cambio? ¿Sobre la base de qué
elemento, de cuál principio, son las mercancías iguales entre ellas? ¿Qué cualidad, aparte de la de ser
valor de uso, debe poseer una mercancía para tener la misma cualidad que tienen todas las mercancías?
En primer lugar, Marx afirma decididamente que el valor de cambio es una relación cuantitativa,
que corresponde a la proporción en la cual mercancías (valores de uso) de un determinado tipo se
intercambian por mercancías (valores de uso) de otro tipo; por ejemplo: 2 metros de tela = 1 som-
brero. Luego, desde el punto de vista del valor de cambio, es indiferente que un comerciante tenga
un sombrero o dos metros de tela, en el sentido de que, a los fines del intercambio, ambas cosas son
equivalentes, aun si tienen cualidades distintas. Se desprende de esto que el valor de cambio de una
mercancía no está directamente relacionada con su valor de uso.
Para responder las otras interrogantes, Marx se pregunta una vez más: ¿qué es lo que se intercambia?
Mercancías. ¿Qué son las mercancías? Productos para el intercambio, que son valores de uso para
quien los consume. No son realmente productos, sino productos para otros, que devienen realmente
para otros solo a través de la mediación del intercambio. Lo que distingue inmediatamente a los produc-
tos respecto a los objetos de la naturaleza es el hecho de que los hombres han empleado trabajo para
7. El valor es el resultado del trabajo abstracto universal. Su magnitud se mide por la cantidad de
trabajo que lo ha producido. La medida de valor está determinada, en consecuencia, por lo que dure la
erogación de trabajo abstractamente humano: por el tiempo de trabajo empleado para producirlo.
Si esto es así, como ya fue evidenciado por Marx, se podría concluir que mientras mayor sea el
tiempo exigido para la producción de una mercancía, tanto más grande será su valor. De allí se podría
deducir que un obrero lento produce mercancías que tienen un valor mayor que las que produzca otro
que trabaje rápidamente; pero no se puede asumir, como escala de magnitud del valor, la prestación
laboral de un productor en particular y su tiempo de trabajo individual. Para esto se debe partir de un
nivel social medio de habilidad, en condiciones sociales medias de producción. Entonces, para las relaciones
que se desarrollan en esas condiciones, se utiliza el concepto de tiempo de trabajo socialmente necesario,
o tiempo medio necesario para producir un determinado objeto o servicio.
Por consiguiente, el valor incorpora trabajo social, en el sentido antes explicado, y trabajo abstracto.
¿Pero qué es el trabajo abstracto? Desde el momento en que se ha dicho que en el intercambio
no se considera el valor de uso de las mercancías, desaparece toda diferencia entre las características
particulares de los trabajos que las han producido. Los trabajos, por tanto, no se diferencian ya uno del
otro, sino que son reducidos a un tipo de trabajo general, que es el mismo para toda actividad humana.
Trabajo abstracto, entonces, porque se le considera en abstracción de las características particulares
de todo tipo de prestación de fuerza de trabajo. Por ejemplo, un obrero que pasa de una fábrica de telas
a una de sombreros, gasta igualmente energía muscular y mental, aunque produzca mercancías que
tienen valores de uso diferentes. Luego, el trabajo es abstracto, en el sentido de que se ignoran todas las
características particulares, específicas, especiales, que diferencian un género de trabajo de otro.
El trabajo abstracto no es el trabajo en general: mientras este último existe en todos los modos de pro-
ducción, el trabajo abstracto es la forma específica que asume el trabajo en general en este modo de
producción. Entre ambos hay relación, pero no coincidencia. Marx tiene un nombre muy preciso para
identificar esa relación: fetichismo de la mercancía.
8. En este punto se introduce, en la teoría marxista, un cambio de horizonte que lleva a pasar del valor
del trabajo al valor de la fuerza de trabajo, superando así aquellos problemas inherentes a la determi-
nación del valor trabajo que la economía política clásica no había podido resolver.
Uno de los elementos fundamentales que diferencian la teoría del valor de Marx de la de Ricardo
es la distinción entre trabajo y fuerza de trabajo. El trabajo abstractamente humano es la medida del
valor, no es entonces una mercancía y, como tal, no tiene sentido hablar de valor del trabajo.
Internamente, en ese proceso se hallan inmediatamente contrapuestas las clases sociales de los
asalariados y de los capitalistas.
Aun si en apariencia un trabajador se percibe a sí mismo (sobre todo en el proceso laboral) en una
relación-posición de tipo técnico-funcional entre hombre y máquina14, una relación fundada en la
racionalidad técnica y organizativa (de la cual el gerente es solo un “ejecutor”), en realidad es una
relación social lo que se instaura entre capital variable y capital constante (entre quien proporciona
el trabajo vivo y quien detenta el trabajo muerto que lo funcionaliza a sí mismo y al trabajo vivo).
Esa contraposición no se plantea entre un trabajador y un capitalista, sino entre la clase trabajadora
(trabajador colectivo) y la capitalista (o, mejor, clase de los capitalistas). En cada unidad de producción
tenemos, por una parte, una fracción del trabajador colectivo –portador de fuerza de trabajo y provee-
dor de trabajo vivo–, organizada sobre la base de principios de cooperación, y por la otra, al capitalista
individual, personificación del capital.
Es en el proceso laboral15 (PRL) donde se provee concretamente el trabajo vivo, donde resalta el
trabajo concreto16 (trabajo entendido cualitativamente), y ese proceso está determinado por el modo en
que el capitalista (individual) organiza su propia empresa, por la manera como combina los factores
productivos17 (entre los cuales se cuenta la fuerza de trabajo) y organiza en la práctica la actividad
empresarial. Es el “lugar” en el que el capitalista y el gerente ejercitan su mando y (re)producen las
jerarquías internas de la empresa, que reverberan así a lo interno de la sociedad (véase, al comienzo, el
triple comando del capital sobre el trabajo).
El análisis del proceso laboral es entonces fundamental para comprender las novedades que ince-
santemente se introducen tanto en el ámbito de la organización técnica como en el de la gerencia de
la empresa y del factor trabajo (y no solo allí), pero también, sobre todo, para entender las relaciones
sociales, de poder y de subordinación que se generan18.
El PRL es el corazón “técnico-organizativo” del proceso de producción inmediato: allí se experi-
mentan las técnicas extractivas de plustrabajo. Sin embargo, no es “independiente”. Puede ser orga-
nizado de las maneras más diversas (que van desde la persistencia, todavía hoy, de sistemas de tipo
11. Mientras el PRL está orientado a producir valores de uso, el PRV produce valores de cambio. En
el PRL se evidencia el plustrabajo. El PRV, en el que es en cambio relevante la plusvalía, está dirigido a
producir más valor que el que haya sido introducido en el proceso (y más de cuanto sea necesario para
reproducir la fuerza de trabajo). Lo que se evidencia en el PRV no es el trabajo concreto, cualitativa-
mente diferenciado, sino el abstracto (que es la medida del valor y, por tanto, de la plusvalía). El trabajo
abstracto prescinde de las cualidades específicas del trabajo concreto o específico (el peón cumple deter-
minadas funciones y operaciones que no son las mismas del obrero metalmecánico o del trabajador de
la construcción); luego, el trabajo es considerado solo desde el punto de vista cuantitativo (como gasto
de energía muscular e intelectual), y calculado en horas-tiempo de trabajo efectuado.
El trabajo abstracto es adecuado como medida del valor19 debido a su intrínseca característica de
homogeneidad20, que se presta para ser medida cuantitativamente, a diferencia del trabajo concreto
que es siempre desigual.
En el capitalismo, el valor de las mercancías viene dado por el nuevo trabajo abstracto empleado en
su producción, más el trabajo abstracto contenido en los medios de producción; esto es, por la suma
del trabajo nuevo y del trabajo pasado. Ese es el valor contenido en las mercancías. Solo el trabajo
abstracto es valor de una mercancía (Carchedi, 2002: 122).
A título de una mayor –aunque fugaz– precisión: la cantidad de trabajo contenida en una mercan-
cía no es igual al precio de producción.
Mientras el PRL está entonces orientado a producir un valor de uso (en el que destaca esa misma
calidad: se compra un “objeto” por el valor de uso que posee, por sus “cualidades intrínsecas”), el
PRV tiene por objetivo la producción de valores de cambio; el valor de cambio es la otra cualidad de
la mercancía que permite realizar la plusvalía en el mercado. Ambos procesos están inseparablemente
conectados, porque la misma mercancía producida es unión de valor de uso y valor de cambio.
12. Pero el valor de cambio, con el avance del capitalismo, no es solamente un concepto que utilizamos
para analizar la duplicidad del proceso de producción inmediato y por tanto de los valores (de uso y de
cambio) de las mercancías, sino también una cualidad que cada vez más caracteriza concretamente el
trabajo como actividad específicamente cumplida.
Con el desarrollo del maquinismo (y con la incorporación de las funciones del trabajo vivo y del
saber a las máquinas, trabajo muerto), el trabajo vivo es expropiado (por subsunción) cada vez con
mayor fuerza de sus características, especificidad, particularidad, cualidad. Una consecuencia de esta
tendencia es que el trabajo vivo resulta cada vez más homogeneizado; por ejemplo, el trabajo obrero
2. Plustrabajo-plusvalía
2. El capitalista compra la fuerza de trabajo en su valor; es decir, paga al trabajador un salario apenas
suficiente para adquirir los medios para su propia subsistencia25. Si, como hemos ya supuesto, ese valor
es producto de un trabajo de cuatro horas, eso significa que cuando el obrero termina de trabajar las
3. La producción de la plusvalía nace, entonces, de la prolongación del trabajo más allá de los límites
del trabajo necesario para reintegrarle al capitalista el salario o precio de la fuerza de trabajo.
En El Capital, Marx subraya, sin embargo, que no es solamente a través del alargamiento de la
jornada laboral que el capitalista obtiene ese excedente: junto con esa forma de plusvalía, que deno-
mina absoluta, analiza él la plusvalía que llama relativa, por cuanto depende de la incorporación de
maquinarias e innovaciones tecnológicas, del incremento de los ritmos, de la reducción de los llamados
“tiempos muertos”, del aumento de la productividad. Las nuevas tecnologías, en efecto, acrecientan la
productividad del trabajo, al reducir el tiempo laboral necesario para remunerar el salario y aumentar
correlativamente –invariable como queda la duración de la jornada laboral– la parte de plusvalía em-
bolsillada por el capitalista, lo que equivale a decir que aumenta el plustrabajo con respecto al trabajo
necesario.
De lo hasta aquí escrito resulta que el valor de toda mercancía producida en la sociedad capitalista
puede ser descompuesto en tres partes. La primera parte representa el valor de las materias primas y de
las máquinas, y eso no sufre en el ciclo productivo ninguna variación cuantitativa de valor, siendo capital
constante, que se representa simbólicamente como c. La segunda parte, la que incorpora el valor de la
fuerza de trabajo, sufre en cambio una alteración de valor, en tanto que, además de reproducir el equi-
valente de su propio valor, produce también un excedente, la plusvalía, y es llamada, por tanto, capital
variable, representado por la letra v. La tercera parte es la plusvalía en sí misma, designada con la letra p.
Se puede, por tanto, escribir el valor de una mercancía con la siguiente fórmula:
c + v + p = valor total
4. El capitalista, cuando anticipa el salario, compra por una cierta cantidad de tiempo la fuerza de
trabajo de sus “dependientes”, que inserta en su empresa. La fuerza de trabajo es el trabajo vivo en po-
tencia, es la capacidad laboral que un sujeto posee y vende al capitalista para poder sobrevivir (siendo
5. El problema, entonces, es identificar la “fuente” de la ganancia. Las teorías sostienen puntos de vista
que explican de manera diversa esta característica del MPC: hay quien sostiene que todos los factores
productivos (capital, trabajo, medios de producción) producen ganancia29, y hay en cambio quien
(Marx), partiendo de los clásicos de la economía política y diferenciando trabajo de fuerza de trabajo,
sostiene que la ganancia tiene su fuente únicamente en el trabajo vivo (TV ) humano.
Trabajo vivo es el que cumple concretamente el trabajador (actividad laboral transformadora-
conservadora de valores de uso) en un proceso laboral. Al decir de la teoría marxista, una vez adquirida
la fuerza de trabajo, el capitalista puede disponer de ella despóticamente y según sus exigencias, como
propiedad suya30. El capitalista no se contenta con una cuota de TV = TN (TN: trabajo necesario),
sino que en la jornada laboral (j) le impone a los trabajadores la obligación de proporcionar una cuota
de TV > TN: ese superávit de horas laborales constituye el plustrabajo (PST ).
El PST es precisamente esa parte del TV no pagada (se paga solo el TN) que determina la plusvalía31
(W ), que a su vez representa la forma valorativa del PST, así como el valor necesario (VN) es la forma
valorativa del TN. Una empresa capitalista solo tiene razón de existir si el PST > 0. Ese es el núcleo
de la teoría marxista de la explotación, que no tiene nada de “humanista”, piadosa o moral: es una
teoría científica, en la medida en que es capaz de demostrar “fríamente” el origen de la W (que genera
ganancia).
6. El límite de la jornada laboral, apartada la exigencia física (si se supera ese límite, a la fuerza de
trabajo se la destruye, no se la reproduce), está determinado no de manera natural, sino histórica y
socialmente por la lucha de clases32, que cristaliza aquí en la definición contractual del horario máximo
de dicha jornada; ese límite es fijado por la capacidad de la clase trabajadora para hacer bajar el límite
máximo legal de horas laborables y, por tanto, de aumentar la cuota de TN en la j.
El PST absoluto reacciona contra ese límite contractual y busca desplazarlo hacia lo alto; una vez
alcanzado el tope, procura aumentar el grado de densidad, reduciendo todos los tiempos muertos de
la jornada laboral e incrementando, de hecho, la carga del trabajador (aumenta el tiempo en el cual
se genera TV ). Esta tendencia es típica de las últimas décadas: véase el ejemplo del toyotismo, que,
reduciendo a cero los “poros” improductivos y el desperdicio, ahorra tiempo de trabajo que sería de
otra manera perdido; ello alarga la jornada de trabajo, aun habiendo sido determinada su duración
máxima. Pero esta operación tropieza frecuentemente con limitaciones de diverso tipo, y el capitalista
debe, por tanto, recurrir a la extracción de PST relativo. Ello opera sobre la productividad gracias a
El aumento de la plusvalía absoluta puede derivar de una intensificación del trabajo, lo que equivale
en el fondo a una prolongación de la jornada laboral (…) Esta intensificación puede a su vez derivar
de diversos procedimientos: aceleración del ritmo de trabajo, aceleración de la velocidad de las
máquinas, aumento del número de máquinas que se debe controlar.
El aumento de la plusvalía relativa deriva esencialmente del incremento de la productividad del
trabajo gracias al uso de nuevas máquinas, de métodos de trabajo más racionales, de una más avanzada
división del trabajo, de una mejor organización del trabajo, etcétera (1979b: 229).
Durante una parte de la jornada laboral, el obrero produce, por tanto, un valor que es el de los
medios de subsistencia para la reproducción de su fuerza de trabajo. Esta parte de la jornada es defi-
nida por Marx como “tiempo de trabajo necesario”, y el trabajo que se cumple en ella, como “trabajo
necesario”. El trabajo que el obrero desempeña durante la segunda parte de la jornada laboral, produce
solamente plusvalía para el capitalista. Ese trabajo lo llama Marx “plustrabajo”, y a la parte de la jorna-
da en la cual ello ocurre, “tiempo de trabajo excedente”.
La plusvalía es determinada por la duración de la parte excedente de la jornada laboral. De ello
se desprende que la plusvalía se comporta en relación con el capital variable como el plustrabajo en
relación con el trabajo necesario.
La tasa de plusvalía es, pues, exacta expresión del “grado de explotación” a que es sometido el obrero
por parte de los capitalistas. Se deduce de todo lo arriba expuesto que la ganancia no es entonces otra
cosa que la plusvalía misma. Incluso, la ganancia es más propiamente la forma fenoménica de la plus-
valía, es decir, el resultado del capital anticipado en su conjunto. La ganancia del capitalista deriva del
hecho de que tiene para la venta algo que no ha pagado. La ganancia consiste en el excedente del valor
de la mercancía sobre su costo; vale decir, en el excedente de la suma total de trabajo incorporado a la
mercancía, respecto a la cantidad de trabajo pagado que esa mercancía contiene.
8. Sobre una base rigurosamente científica, y como consecuencia de su análisis de la teoría del valor,
Marx prueba que, a diferencia de todas las otras mercancías, el valor de la fuerza de trabajo se compone
9. Pero Marx fue todavía más allá, para mostrar que la apropiación por los capitalistas del trabajo no
pagado de los obreros se realizaba conforme a las leyes internas del capitalismo.
Es fundamental, a este respecto, lo que explica con lucidez Alessandro Mazzone:
La expresión “misión histórica del capital” no debe entenderse en sentido reductivo, como simple
desarrollo cuantitativo “ilimitado” de las fuerzas productivas. Ad oculos, la expansión de la producción
posible tiende ya a superar la de las exigencias relevantes, si bien no la de la demanda solvente de
efectos útiles, que como valores de uso tienen forma de mercancía. Pero esto es un efecto derivado.
Es en primer lugar el “desarrollo incondicional de la fuerza productiva del trabajo social o fuerza
productiva social del trabajo” lo que, como medio infinitamente recurrente de la valorización, entra
en contradicción con ese objetivo, primero, y por eso con la figura de relación, o de medida, en que
ello aparece (el quantum de la ganancia). La contradicción, por tanto, es la del contenido formado,
la fuerza productiva del trabajo capitalista, con su forma, el modo de producción; y esta se mueve
dentro de la relación teleológica del producir, donde la incondicionalidad (¡como categoría!) del
incremento de la fuerza productiva del trabajo social (“común” y “universal”) se opone al “objetivo
limitado” de la valorización (…)
Pero la expresión marxista “misión histórica del capital” tiene un sentido válido, incompatible con
el utopismo (y, a fortiori, con el ilusionismo chiliástico, positivo o negativo). En ese sentido, merece
ser retomada. La negatividad contenida en el concepto de “incremento incondicionado de la fuerza
productiva del trabajo social” remite a la contradicción específica del modo de producción y, por tanto,
a la posibilidad real de una nueva forma de movimiento de la actividad “trabajo humano” dentro
y junto a las potencialidades y las actividades naturales que constituyen el “producir”. La teleología
libre del trabajo, que su universalización capitalista ha hecho posible, es posibilidad real, puesta
como libre en la dinámica del modo de producción en la época. Es meramente ilógico no ver que,
en cuanto simple eventualidad, o posibilidad abstracta, esta posibilidad real tiene el mismo valor
que otras, incluida la de la destrucción de la biósfera. Pero la materialidad del proceso es el tiempo
real, y la actividad finalística, teleológica, es ella misma material. Así lo es la cualidad nueva del
Se deduce de ello que la clase obrera solo puede liberarse de la explotación capitalista mediante la
superación del modo de producción capitalista. Esta deducción tenía, y tiene todavía, una importancia
muy grande, puesto que pone resueltamente en discusión toda clase de ilusiones acerca de la supera-
ción de las contradicciones capital-trabajo dentro del modo de producción capitalista, por medio de
reformas, cualesquiera que sean. Y esto es todavía más cierto para las leyes del desarrollo general.
Sostiene Engels en su Anti-Dühring que, con la superación del capitalismo y la abolición de la
propiedad privada sobre los medios de producción, al pasar esta a manos de los trabajadores se verán
ellos liberados del yugo de las relaciones económico-sociales, porque habrán tomado así conciencia de
las leyes objetivas y las aplicarán, también a plena conciencia, en interés de toda la sociedad33.
10. Es solo en la medida en que son válidas las tesis arriba expuestas que podemos sostener, con Marx,
que la ganancia no se origina en el intercambio, sino que proviene del hecho de que las mercancías se
venden, precisamente, en su valor (la “paradoja de la ganancia”).
Por otra parte, en el tomo II de El Capital evidencia Marx, de manera explícita, que en el costo del
producto comparecen todos los elementos constitutivos de su valor, por los que el capitalista ha pagado
o puesto su equivalente en la producción; y que, en consecuencia, esos costos deben ser reintegrados,
para permitir que el capital se conserve y recupere su entidad original. Por eso, el valor de una mer-
cancía viene dado por la duración del trabajo que se requiere para su producción, y solo una parte del
total de ese trabajo es pagada. De otra parte, los costos de la mercancía son, en cambio, solo esa parte
del trabajo que el capitalista ha remunerado.
Tradicionalmente se ha buscado en el capítulo 9 del tomo III de El Capital la explicación de Marx
acerca de la formación de una tasa general de ganancia (tasa media de la ganancia) y la transformación
de los valores de las mercancías en precios de producción, partiendo del punto de que los precios de
producción no son otra cosa que precios realizados al hacer la media de las varias tasas de ganancia
de los diversos ámbitos productivos. Al agregar esa media a los precios de costo sostenidos por los
mismos ámbitos productivos, se tiene la definición “clásica” de precio de producción. Los precios de
producción, entonces, se basan en el hecho de que existe una tasa tendencial general de la ganancia, la
cual a su vez se basa en el hecho de que las tasas de ganancia de cada ámbito productivo, en particular,
han sido ya transformadas en otras tantas tasas medias de ganancia.
Hace más de 30 años, Roman Rosdolsky escribía muy claramente:
La plusvalía terminará por revestir la forma modificada de la ganancia, así como la tasa de ganancia
adoptará la de la tasa de plusvalía. Pero este último desarrollo, escribe [Marx] en los Lineamientos
fundamentales, entra “solamente en el análisis de numerosos capitales y no tiene todavía un puesto
En efecto, como lo explica Marx ampliamente en el tomo III de El Capital, las condiciones sociales
de la producción son tomadas por cosas, y las condiciones materiales de la producción son entendidas
como el resultado de hechos puestos en marcha arbitrariamente por los individuos.
La teoría económica de Marx, como el resto de la teoría marxista en su conjunto, está caracterizada
por su clara naturaleza social, por una intrínseca tendencia a la acción, a la práctica, por una estrecha
ligazón entre teoría y práctica. Para los marxistas, conocer el mundo ha significado siempre transfor-
marlo. Las leyes económicas objetivas de la sociedad capitalista se manifiestan en el curso de la lucha
de clases por la superación del capitalismo.
Marx reveló la tendencia objetiva de la producción capitalista a la máxima explotación de la clase
obrera. Tal tendencia se ha verificado y verifica en el curso de toda la historia del capitalismo. La
tendencia del capitalismo avanzado es a combinar la extracción de PST absoluto y relativo. Como la
extracción de la W absoluta encuentra límites, también el aumento del PST relativo mediante la intro-
ducción de nuevas maquinarias comporta problemas. Un aumento de productividad puede implicar
un incremento de los salarios reales en términos absolutos34 (dado que cada unidad laboral produce
más valor).
Las prácticas de aumento de la productividad pueden tener, por eso, efectos contradictorios sobre los
salarios. Un aumento de la productividad del trabajo35 comporta la reducción del valor de la fuerza
de trabajo (y por tanto del TN) y, en consecuencia, la reducción del salario (o al menos el relativo). El
efecto contradictorio es el siguiente: si el aumento de la productividad “envilece el valor y los precios
de muchos productos de lujo, desarrolla la producción en serie (…) incorpora en el mínimo vital una
serie de nuevas mercancías (…) tiende por el contrario a acrecentar el valor de la fuerza de trabajo”
(Mandel, 1997b: 244).
A ese respecto, Jaffe habla, recordando a Engels, de desproletarización de la clase trabajadora occi-
dental y de su progresivo aburguesamiento; es a partir de esa convicción que desarrolla de seguidas el
concepto de plusvalía negativa:
Al contrario, [el capital variable] ha aumentado en los Estados imperialistas, no obstante una
declinación relativa del número de trabajadores productivos (…) Inversamente, [el capital variable]
en las colonias ha disminuido relativamente, no obstante un incremento absoluto del número de
trabajadores productivos coloniales (minería, yacimientos petrolíferos, plantaciones, transporte)
(Jaffe, 1973: 98).
Este fenómeno solo puede ser comprensible si se le interpreta como una cantidad de valor y no
como una masa física (número de trabajadores).
1. Si Marx dejó alguna herencia “pesada” a la posteridad, es la de una definición orgánicamente comple-
ta de las clases sociales. Incluso aludir solamente a tal problemática nos resulta imposible: intentaremos
solo delinear a grandes trazos qué es una clase social y con base en cuáles parámetros puede ser definida
(obviamente, cuanto esbocemos en ese sentido deriva orgánicamente de lo expuesto más arriba).
Contra la deriva weberiana de tanta izquierda local (pero, ¿ha habido nunca un verdadero análisis
de clase no mezclado con idealismo mal digerido, en Italia y no solo en ella?), que sostiene el criterio de
los ingresos como parámetro identificador de las clases sociales –¡pero no el único!–, nosotros sostene-
mos la necesidad de regresar a la esfera de la producción, a las relaciones de producción.
Las clases sociales se definen sobre la base de las relaciones que mantienen en la esfera de la produc-
ción; el criterio de última instancia es jurídico: el de la propiedad de los medios de producción y, todavía
más, el de la propiedad del producto terminado (Bordiga, 1980). El criterio, en su esencia, divide a la
sociedad humana en dos macrogrupos: uno que es propietario de los medios de producción y de los
productos, y otro que está privado de tal propiedad (la propiedad en sí, ontológicamente, es privación,
negación: exclusión). Es el caso que en el MPC la clase que detenta los medios de producción y los
productos tiene la necesidad de llevar estos últimos al mercado y venderlos para realizar una ganancia,
que de seguidas, al menos en parte, es invertida: el modelo conductual del capitalista es dinámico.
El motor de sobrevivencia de esta clase es la acumulación: lo recabado en el mercado es reinvertido
(→ capital) en la esfera productiva para comenzar otro ciclo productivo. La clase capitalista no está
fundada sobre privilegios de sangre, religiosos o culturales: esencial es la propiedad y, por tanto, la
disponibilidad de capital.
Frente a esta clase social y en oposición a ella se encuentra la de los trabajadores, que se define
por su extrañamiento del capital, por su exclusión del libre acceso a los medios de producción y a los
2. Definidas las clases sociales fundamentales (atención, las de aquí arriba son definiciones muy abs-
tractas y “puras”, y en la realidad difícilmente se les encontrará como han sido descritas), hay que aludir
ahora a los criterios de “adscripción”, de pertenencia de un sujeto individual a una clase38 u otra: el
criterio utilizado es el de la función que desempeña el sujeto en el PRT.
Un sujeto es capitalista si desempeña las funciones del capital y es propietario de los medios de
producción y/o de los productos terminados (y por ende del capital); es en cambio un trabajador si
cumple las funciones del trabajador colectivo. Con el desarrollo del capitalismo y del sistema organiza-
tivo empresarial, las tareas fundamentales del capitalista (coordinación y unidad del proceso de trabajo,
decisiones, dirección, control y, de allí, coerción al trabajo) no son ya ejecutadas por un solo sujeto –el
capitalista propiamente, que es también empresario y director material de su propia empresa–, sino por
una pluralidad de sujetos que no pertenecen a la clase capitalista, puesto que no son propietarios de los
medios de producción ni de los productos, y que solo tienen el dominio y el poder de disposición. Aun
así, desempeñan algunas funciones del capital (por ejemplo, dirección, decisiones no finales, control).
Es ese el fenómeno que da origen a las clases medias, con frecuencia caracterizadas por la mezcla de
funciones pertenecientes tanto al ámbito del capital como al del trabajo. El grado de preponderancia
de unas u otras define su mayor cercanía a la clase capitalista o a la trabajadora. Como resultado de
reestructuraciones y de la incorporación de nuevas máquinas que cumplen por sí mismas actividades
de control y de gestión (funciones del capital) anteriormente desempeñadas por las clases medias, estas
pueden estar sujetas a la descalificación (superfluidad) de la fuerza de trabajo: son en tal caso víctimas
de lo que se ha denominado “proletarización” del segmento medio, que no es una cuestión reducida
al ingreso. Esa reducción es más bien solo un síntoma, un efecto de la función desempeñada por
miembros de esta clase, que pierden el ejercicio de las tareas del capital y son “degradados” al rango del
trabajador colectivo39.
1. Si para muchas teorías económicas (las marginalistas en primer lugar) la ganancia es fruto de diversas
fuentes, independientemente de todos los “factores productivos” (trabajo, tecnología, capital), para la
teoría marxista la única fuente de “creación de nuevo valor”40, y por tanto de plusvalía, es el trabajo
vivo. Define este término a esa particular actividad humana, manual e intelectual, subsumida en el
proceso de valorización del capital, que al transformar valores de uso dados en nuevos valores de uso,
y al transferir valor al valor de cambio generado por el proceso de valorización, incrementa el valor del
objeto de esa transformación. La plusvalía consiste en una cierta cantidad de valor creada por el trabajo
2. La teoría marxista del valor (de la producción del valor) se fundamenta entonces, necesariamente, en
la teoría de la explotación, que “científicamente” (puesto que demostrable objetiva y empíricamente)
ha sido derivada del modelo de “división” de la jornada de trabajo (cfr. arriba).
Esa teoría de la explotación tiene un gran valor heurístico no solo desde el punto de vista de la cien-
cia económica y de las ciencias sociales en general, sino también en lo político. La fijación de límites
a la jornada laboral y las mismas prácticas de clase desarrolladas en el proceso de trabajo, dirigidas a
elevar las tasas de plusvalía (absoluta y relativa), son intrínsecamente políticas, ya que en última ins-
tancia rigen todo el modo de producción capitalista. Si el trabajo vivo (TV), y específicamente el PST,
es la única fuente (viva) creadora de plusvalía (W ), y por ende de capital y de riqueza en la sociedad
capitalista, todo el modo de producción entraría en crisis si viniera a faltar esa fuente. Y es ahí que
se revela el carácter inmanentemente político de la lucha en torno a la jornada laboral y a las cuotas
de PST.
Pero la teoría del valor se desarrolla a todo lo largo del ciclo (re)productivo del capital, no solo en
la esfera del proceso laboral (PRL). Actúa también en la esfera de la circulación (realización del valor
de cambio contenido en las mercancías), donde produce, incluso, efectos desestabilizantes para el
mercado capitalista.
Si el valor de una mercancía es determinado por el tiempo de trabajo humano, ¿cómo puede
calcularse ese tiempo? Hay al menos dos tesis principales a ese respecto. Una se remonta a las más
antiguas civilizaciones chinas, de donde sigue un “hilo conductor” que en Europa podemos remontar,
por intensidad de exposición y de elaboración, a Locke. Sostenía él no solo que la propiedad privada
era la justa contraprestación del trabajo (“sudor”) propio, sino que el valor de una mercancía fuese
determinado por las horas laborales invertidas en producirla. Una interpretación similar se desarrolló
gradualmente hasta llegar a Ricardo y fue abrazada incluso por muchos marxistas (incluido Engels)
que no comprendieron el fundamental paso adelante cumplido por Marx.
3. Si la teoría clásica del valor hablaba de la cantidad de trabajo contenida en la mercancía, Marx (suya
es la segunda tesis) se distancia de esa interpretación mecánica.
La primera diferenciación importante sostenida por Marx es entre precios de mercado y valor. Si
los primeros son algo empíricamente tangible e inmediatamente evaluable, y están sujetos a la ley de
la oferta y la demanda (son clarísimos los pasajes al respecto en los Grundrisse). El segundo, el valor,
es un concepto que no tiene un inmediato correlato material, visual; antes bien, es exclusivamente un
cálculo, que puede llevarse a cabo sobre períodos más o menos largos, y es resultado de la media de los
precios de mercado que efectivamente se realizan. El valor, luego, es una media, un cálculo (determi-
nado necesariamente ex post, después de la venta de las mercancías).
El valor no representa más que el trabajo socialmente necesario (dada la tecnología, dada la fuerza
de trabajo) para producir la cantidad de mercancías que la “demanda” ha pedido. El valor es ajeno a
4. En Marx (que no utilizó nunca la expresión “valor-trabajo”), la teoría del valor se fundamenta, en
cambio, en un enfoque objetivo, que no prevé cálculos subjetivos, quizá propios de cada capitalista.
Según Marx, los precios de producción de las mercancías terminan por coincidir con los precios rea-
lizados en el mercado. Ellos se separan siempre del valor, que es una media y un “punto” en torno al
cual oscilan los precios (hacia arriba o hacia abajo). No hay, por tanto, coincidencia entre el valor de
las mercancías y su precio de mercado. El valor es algo distinto que el precio de la mercancía y no tiene
nada que ver con la cantidad física de horas de trabajo invertidas por un (grupo de) trabajador(es)
para hacer el producto. Pone en evidencia, en cambio, solamente la cantidad de tiempo de trabajo
socialmente necesario para la elaboración de esa mercancía (de la cual, ex post, se calcula precisamente
el valor, como media). Pero esa magnitud es fundamental.
Si se quiere, la economía política burguesa puede ser considerada como provista de lentes deformantes
que, aun cuando permiten ver, le impiden penetrar hasta la base de las formas fenoménicas. Le
resulta prácticamente imposible, sin superar las espontáneas representaciones de los agentes de la
producción y el intercambio, arrojar luz sobre las relaciones entre la apariencia y la esencia, sea que
considere estos fenómenos como manifestaciones de misteriosas esencias ubicadas fuera del campo
del análisis económico, sea que se fie de las apariencias. Para Marx, por el contrario, las relaciones
entre la apariencia y la esencia, que no son las descritas por Hegel en su Lógica, son relaciones
analizables entre los movimientos visibles de los fenómenos y las fuerzas que dan origen a esos
fenómenos y explican el movimiento. Solo arrancando el velo que cubre el mundo de la mercancía,
hay posibilidad de descubrir la ley del movimiento del modo de producción capitalista, y es solo
así que se pueden comprender tanto las variaciones de los fenómenos como el desarrollo de las
contradicciones de ese mismo modo de producción. La esencia está indudablemente escondida, pero
su naturaleza no tiene nada de misterioso, a partir del momento en que se elimina el obstáculo de la
mística fetichista de la mercancía.
Marx pudo así demostrar, en El Capital, que la renta y la ganancia tenían origen en la plusvalía y que
el sistema de precios se explicaba como expresión fenoménica de la ley del valor en una economía
capitalista (…) Los precios, en sus diversas oscilaciones, en sus desviaciones respecto al valor,
manifiestan la necesaria relación con el tiempo-trabajo socialmente necesario. Aun si el valor no es un
orden de magnitud concretamente mensurable con criterios microeconómicos o macroeconómicos,
no es solamente una hipótesis del sistema. (Nota: estas pocas observaciones no pretenden, ciertamente,
agotar el problema. Parten ellas de la idea de que el famoso problema de la transformación es un falso
problema. Los precios, precios de producción, precios de mercado, no son formas modificadas de los
valores –sobre todo no de los valores individuales–, sino formas fenoménicas autónomas que, a través
de la concurrencia, expresan la ley del valor y sus contradicciones) (Vincent, 1970).
Correspondió a Engels y a Marx encontrar una crítica de la teoría económica y política que de-
moliera los viejos esquemas, una teoría capaz de adaptarse y dialectizarse en todo momento con la
realidad de clase. Para hacerlo se debía, y se debe, desembarazarse del enfoque de la ciencia económica
1. La situación actual de la clase trabajadora se caracteriza, en parte, por una brecha tendencialmente
creciente entre el verdadero valor de la fuerza de trabajo y el salario real obtenido. Este hecho se explica
por un aumento de las necesidades socialmente indispensables para la sobrevivencia de los trabajado-
res, y se debe también a la intensificación de los ritmos de trabajo y de la productividad social, con un
crecimiento del nivel material, social y cultural de toda la sociedad. Como resultado, el salario real está
fuertemente desfasado con respecto al valor social creciente de la fuerza de trabajo; el salario social inte-
gral sigue perdiendo en confrontación con la cuota destinada a la ganancia y, en general, a la apropiada
por los capitalistas a manera de retribución del capital. La amenaza siempre inminente y creciente del
desempleo –en particular, la actual convivencia de la desocupación coyuntural con la estructural– y
el paradigma de acumulación flexible de la así llamada era posfordista, responden a la automatización
de la producción y a la intensificación del trabajo. Todo ello ejerce una influencia sustancial en el em-
peoramiento generalizado de la situación mundial de la clase trabajadora en sus más diversos aspectos.
La “inseguridad de la existencia”, de la que habló Engels, sigue acentuándose. Estos hechos objetivos
son una confirmación convincente de la vigencia de la teoría marxista del empobrecimiento relativo.
El desarrollo mismo del capitalismo contemporáneo ratifica completamente otra tesis fundamental de
Marx: la de la intensificación del proceso de proletarización en el seno de la sociedad capitalista, y del
incremento, si bien en formas diversas y articuladas, del trabajo subordinado y del trabajo asalariado.
El actual problema económico-social del trabajo no está conectado solamente con el desempleo,
de carácter cada vez más estructural, sino que atañe a una serie de temas, al mismo tiempo, de tipo
cuantitativo y cualitativo, y por ende a las nuevas figuras del trabajo: en particular, al precario, al
trabajo negado y al no-trabajo, figuras de cualquier modo internas, propias del modo de producción
capitalista. El problema del trabajo existe, prácticamente, incluso para aquellos que tienen un empleo,
dado que se trabaja cada vez más en condiciones más y más precarias, con un salario social absoluto
–y también relativo para el trabajador individual– cada vez menor y con altos niveles de movilidad e
intermitencia.
3. Los cambios más recientes en la estructura de la clase trabajadora indican la extrema importancia de
la categoría del obrero “colectivo”, introducida y analizada en El Capital. Esa categoría comprende por
igual a los operarios del trabajo material y mental que participan directamente en la fabricación de un
producto y que, en cualquier modo, son, respecto al capital, trabajadores asalariados, subordinados.
Y así, a pesar del paso de la era fordista a la llamada posfordista, del obrero-masa al “obrero social”,
de la centralidad de la fábrica a la fábrica social generalizada, de los “overoles azules” a los cuellos
blancos, del trabajo material a los trabajadores del conocimiento y la inteligencia, aun así, también en
los países de capitalismo avanzado se mantiene y arraiga el trabajo asalariado, con formas cada vez más
sofisticadas e incisivas de explotación.
En el capitalismo contemporáneo, el carácter colectivo del proceso laboral se acentúa todavía más al
incrementarse la socialización de la producción, al ir más allá del llamado “obrero colectivo” y asumir
el aspecto de los grandes complejos productivos, aun con externalizaciones y deslocalizaciones, pero
de cualquier modo con modalidades que reúnen a todos los trabajadores en un mismo ámbito de
subalternidad, de coerción y explotación. Con hechos como el aumento del número de trabajadores
asalariados que son empleados fuera de la producción material propiamente dicha; con el aumento
en general del número de los empleados, los flexibles, los precarios, los temporarios, los atípicos; con
el incremento de la tasa de trabajo intelectual o del falso trabajador autónomo en la composición del
trabajador colectivo, las tendencias actuales dan amplio testimonio de la “desproletarización” de la
clase obrera o de la clase trabajadora en general41.
** (n.t.) Código fiscal obligatorio para todo aquel que ejerce una actividad sujeta a impuestos.
“Técnica” y “uso capitalista de la técnica” son dos cosas distintas. Y además, también la técnica del
dominio tiránico puede ser estudiada y entendida. La tiranía del capital “global” no puede reproducir
burguesías “orgánicas” ni en las metrópolis, donde ellas más bien se reducen, ni mucho menos en los
países de la periferia, o en aquellos en los que ha sido derrotado el protosocialismo “real”. Las formas
de dominación –desde la manipulación hasta la violencia bélica– pueden perpetuar la dominación,
bloquear la vida que le está asociada, forzarla a una decadencia incluso prolongada. A ese respecto,
nihil novi sub sole. Extraño y verdaderamente “nuevo” sería que la dominación, de por sí, se hiciese
plena y progresiva hegemonía, forma al menos relativamente progresista de desenvolvimiento del
corpus collectivum en sus configuraciones e instituciones, desarrollo de los individuos y de la sociedad
sobre la base de lo que ha devenido posibilidad real, y por tanto actuación y ampliación de las
potencialidades sociales humanas.
La tarea, para nosotros, parece ser más bien la de reproducir, a la altura de los tiempos actuales, el
análisis de todo el espectro de la reproducción social en su conjunto, y de las formas de hegemonía.
Debemos averiguar cómo está hecha la cadena –es mucho allí el trabajo por hacer– antes de poder
quizá identificar nuevamente, si lo hay, algún “eslabón” en el cual hacer presa verdaderamente, más
allá de la justificada denuncia y condena.
La tiranía moderna puede dominar, manipular, bombardear, exterminar. Pero no puede “resolver
prácticamente” el problema planteado por Rousseau, resuelto de diferente manera por Hegel y después
por Marx, y desde entonces devenido mucho más maduro en las cosas: el autogobierno racional de la
comunidad humana. Por eso, me parece, todo aquello que es “razón”, “dignidad humana”, “cultura”
y (obviamente) “democracia”, está hoy bajo ataque y se encuentra objetivamente de la misma parte.
Aun el mostrar estas cosas será un trabajo largo. Pero no inútil, y no vano (Mazzone, 2000).
4. Se llega así a una fase en la cual están aflorando rápidamente sobre la escena económico-social
nuevas subjetividades, nuevas pobrezas y, por tanto, nuevas figuras que reagrupar en un proyecto
de recomposición y organización del conflicto capital-trabajo, a partir de una ofensiva por parte de
todos los trabajadores. Se trata de forzar el horizonte, a partir de la superación de las fronteras so-
ciales entre la clase obrera propiamente dicha y los intelectuales, las nuevas figuras del trabajo, del
trabajo negado, del no-trabajo, acomunando a estos grupos sociales en su lucha por la emancipación
social y haciéndolos reencontrarse en los hechos del conflicto capital-trabajo, para superar en la lucha
los esquemas de lo que algunos estudiosos –incluso de origen marxista– han decretado como el fin
del trabajo.
¡Pero cuál final del trabajo! Está cada vez más vivo el análisis científico de Marx sobre el trabajo
asalariado, sobre la “proletarización” y el empobrecimiento, absoluto y relativo, de estratos cada vez
— notas —
1 También para algunos contenidos de este capítulo, cfr. Vasapollo (1996; ed., 2002).
2 Para una introducción sucinta pero eficaz a tales problemas, cfr. Romagnoli (2001: 63 ss.).
3 “Si consideramos la sociedad burguesa en su conjunto, se presenta siempre, como resultado último del proceso social de pro-
ducción, la sociedad misma, es decir, el hombre mismo en sus relaciones sociales. Todo lo que tiene una forma definida, como
producto, etcétera, se presenta solo como momento, como momento evanescente, en este movimiento. El mismo proceso
de producción inmediato se presenta aquí exclusivamente como momento. Las condiciones y objetivaciones del proceso son
igualmente momentos de éste, y como sus sujetos aparecen solamente los individuos; pero los individuos ligados por relacio-
nes recíprocas que ellos reproducen y producen ex novo. Es su peculiar y constante proceso de movimiento, en el que ellos se
renuevan a sí mismos tanto como al mundo de la riqueza, que ellos crean”. Marx (1997: II, 410-411)***.
4 Para una penetrante crítica de estos fundamentos de la “ciencia” económica burguesa de inspiración marginalista, con refe-
5 En un proceso lento que llevará de la subsunción formal del trabajo al capital a una real (hoy en un estadio extremadamente
7 En su texto, Roncaglia y Sylos Labini (2002: 4) sostienen de seguidas que la principal diferencia entre el planteamiento clásico
y el marginalista es que, mientras los clásicos concebían la economía política como ciencia que estudia la sociedad y su movi-
miento, y es por tanto una ciencia social, el segundo elabora una teoría totalmente centrada en el problema de la escogencia
racional: optimizar la utilización de recursos escasos. En cuanto tal, es ese un problema de naturaleza lógica, susceptible de
ser “plegado”, “restringido” a las lógicas cuantitativas de la matemática. En cuanto tal, esta aproximación es también emi-
nentemente ahistórica: al abstraerse del contexto social en el que la escogencia racional debe cumplirse, y revelar solamente
su lógica, su racionalidad (recuérdense los asomos de completud, transitividad y monotonicidad de la escogencia racional), y
estando esta última orientada a la maximización de la ganancia (empresa), del bienestar individual (consumidor) y del sueldo-
salario (trabajador), la naturaleza de esa escogencia-comportamiento será siempre la misma, en prescindencia pues del contex-
to socioinstitucional en el que se toma y en que produce sus efectos (más aún, tales instituciones serían redundantes o incluso
un estorbo para una formulación de este tipo). Es por eso que las instituciones políticas, jurídicas y sociales son “dadas” y no
investigadas, y escapan de las preocupaciones intelectuales de los marginalistas. La escuela marginalista da vida, pues, a una
ciencia axiomática, mientras que la clásica es una ciencia social.
*** (n.t.) La cita se reproduce aquí a partir de la edición de los Grundrisse por la editorial Crítica, Barcelona, 1978.
9 Cuando algún teórico, incluso de izquierda, clama contra la mercantilización del trabajo, no se da cuenta de que el trabajo
(vivo) es el valor de uso de la fuerza de trabajo y no es producido como mercancía, por lo que no es mercantilizable; antes bien,
es el único “factor de producción” que toma parte en el proceso laboral en condición de no-mercancía (cfr. Pala: 1981). Es
justamente ese error el que anima el fetiche del intercambio simétrico entre “dador de trabajo” y trabajador. Es ese intercambio
entre supuestos iguales lo que funda la discrepancia entre trabajo vivo y trabajo pagado, entre trabajo necesario y plustrabajo.
Que se continúen cometiendo errores similares, todavía hoy, es rendir las armas.
10 Está claro que en este punto estamos abstrayendo los conceptos de una serie de vínculos (contractuales, organizativos, etcé-
tera) que en la realidad material son fruto tanto del desarrollo de la tecnología y de la ciencia organizativa, en general, como
de las diversas prácticas de clase, y que varían según las coyunturas económico-sociales y la lucha de clases. Piénsese en el
contrato de trabajo, que “garantiza” la existencia de límites en la utilización-explotación del trabajo vivo por parte del dador de
trabajo. El contrato de trabajo es, precisamente, uno de esos vínculos (eminentemente político, por cuanto expresión formal de
la relación de fuerza entre las partes de clases involucradas) que, en el nivel de abstracción en el que estamos aquí razonando,
no hemos tomado en consideración.
11 Hemos preferido traducir el término alemán Verbindung como “combinación”, antes que “unión” (a la manera en que fre-
cuentemente lo hacen los traductores de Marx), por considerar que expresa mejor el proceso de organización y complementa-
rización de factores productivos que determina el mismo proceso productivo.
12 “El modo de producción (…) no depende tanto, y de seguro no directamente, de las fuerzas productivas como de las relaciones
13 Tal distinción, es bueno subrayarlo, no significa que existan dos procesos separados (laboral y de valoración), sino que se trata
de dos aspectos diferentes del único proceso de trabajo que se da en la relación de producción capitalista. Al respecto, cfr.
Vercelli (1973: 44 ss.).
14 Mientras en la primera fase del desarrollo capitalista, en la que prevalecían todavía los artesanos y después la manufactura, la
herramienta estaba en función del hombre y de su calidad “artesanal”, con el desarrollo del maquinismo y de la división no
ya subjetiva sino objetiva del trabajo, el sistema de máquinas se convierte en un gran autómata del cual los trabajadores son
apéndices funcionales.
15 “El proceso laboral es una actividad orientada a la producción de valores de uso, a la transformación para fines humanos de los
elementos naturales, a las condiciones de ‘recambio orgánico’ entre hombre y naturaleza. Es entonces, en sus relaciones más
simples, condición ineludible e inmodificable de cualquier sociedad humana” (Vercelli, 1973: 44).
16 El trabajo debe ser entendido en su doble composición de trabajo concreto y trabajo abstracto.
17 El modo en que se estructura la relación inmediata entre trabajo vivo y máquinas, y las estrategias y tácticas de gestión y do-
18 En materia de estudios sociológicos del proceso laboral, el panorama italiano es, cuando menos, decepcionante. Si los primeros
de esos análisis (piénsese en Panzieri), que “hicieron escuela” en diversas partes del mundo, se remontan a 30 o 40 años atrás,
y los últimos aportes apreciables se detienen a fines de los años ochenta, es innegable que no se ha “explotado” nunca el
estudio del proceso laboral en Italia, más allá de determinados ambientes (como la articulada experiencia obrerista). Todo esto
a diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos o la Gran Bretaña, donde todavía se producen análisis profundísimos y de largo
alcance.
19 Ha sido un error constante de mucha publicística marxista, que se remonta a Engels (cfr. Weeks, 1981: especialmente el cap.
I), sostener que el valor de una mercancía es equivalente a la cantidad de trabajo incorporado (horas de trabajo) a la mercan-
20 Fue justamente la ausencia de homogeneidad entre los miembros de la ecuación lo que creo problemas de medida a los prime-
ros clásicos (por ejemplo, Smith): cantidad de horas trabajadas-cantidad de output agrícola. Sobre este punto, cfr. Garegnani
(1981: 16 ss.).
21 Más que de descalificación, Rieser (2004) prefiere hablar de “calificación alienada” –es decir, no controlada ni controlable– del
trabajador. De cualquier manera, al hablar de descalificación hay que tener siempre presente que se hace con esto referencia
a una tendencia. Pero no solo. Se tiene en cuenta también el hecho de que hay al menos dos interpretaciones diferentes, y
no necesariamente coexistentes, de descalificación: una en sentido smithiano, como parcelización cada vez más avanzada de
las funciones laborales y, por tanto, pérdida de profesionalidad; y otra, marxista, que abarca la superfluidad del trabajo vivo
expulsado del proceso laboral por haber sido sustituido por máquinas.
22 Según la teoría marxista, “el contrato de trabajo (...) es un contrato de abdicación, de sumisión al capital, es la expresión de una
relación de domino” (Gianquinto, 1976: 55). La relación jurídica que se instaura con el contrato de trabajo entre el capitalista y
los trabajadores es una relación social de producción, una relación entre clases. Es un contrato que presupone la existencia de
la clase capitalista y de la clase trabajadora, y que se fundamenta en el proceso de explotación (lo legitima al regularlo), que,
en cuanto tal, es coerción al plustrabajo.
23 Lo presupuesto es que las decisiones económicas sean entonces tomadas por sujetos racionales que actúan sobre bases utilita-
ristas: “Las empresas buscan maximizar cuanto más la ganancia; los consumidores buscan obtener la mayor satisfacción posible
de sus compras y, como trabajadores, buscan maximizar sus salarios hasta el saldo neto de los costos de mantenimiento”
(Sloman, 2002: 32).
24 Por ejemplo, el revolucionario de Tréveris teorizó acerca de una tendencia al empobrecimiento claramente relativo y no ab-
soluto (cosa esta última que sí hicieron algunos marxistas esclerotizados de la Unión Soviética. Mandel reporta en su Tratado
(1997b) algunos ejemplos en las pp. 250 ss.).
25 La subsistencia no es la biológica (aun cuando no faltan casos, períodos y lugares en los que el salario se ubica en esos niveles
o incluso por debajo), sino la histórica y socialmente determinada; es decir, la que está en correspondencia con el desarrollo
comprehensivo de toda la riqueza de la sociedad.
26 “El trabajador asalariado existe en la medida en que puede vender su fuerza de trabajo, y toda otra forma de existencia ha sido
27 Esta es una de las grandes diferencias del MPC con respecto a modos de producción anteriores, en los cuales los trabajadores
estaban ligados por vínculos serviles o “naturales” a sus patrones, que disponían de sus vidas no solo durante el tiempo de
trabajo, sino a todo lo largo de su existencia. El trabajador no era siquiera formalmente (como en el MPC) igual al patrón.
28 En términos “ortodoxos”, el empresario no tendrá motivo alguno para invertir si no prevé al menos una “ganancia normal”; o
sea: tasa de ganancia normal (%) = tasa de interés libre de riesgos + premio por el riesgo (Sloman, 2002: 56 ss.).
29 La clásica y fundamental función de producción marginalista, es decir, y = f (L, K) –donde L es trabajo y K es el capital que com-
prende las materias primas–, presupone que todos los elementos de la función sean cualitativamente iguales, intercambiables,
lo que niega la peculiaridad típica de la fuerza de trabajo; al proceder de esa manera, desaparece la diferencia fundamental,
identificada por Marx, entre fuerza de trabajo y trabajo: la primera es la única mercancía que, adquirida e inmersa en el pro-
30 El análisis que venimos adelantando se cumple en un nivel de abstracción muy elevado; está claro que, en el terreno de lo
concreto, las manifestaciones del poder empresarial y el de su comando de trabajo están limitadas por toda una serie de “to-
pes” físicos, jurídicos, organizativos y prácticos, así como por la misma lucha de clases en general y por la resistencia que en el
ámbito empresarial oponen los trabajadores al comando capitalista.
31 “La plusvalía no es otra cosa que la diferencia entre el valor creado por el trabajador y los costos de su mantenimiento” (Mandel
1997b: 154).
32 Y por tanto políticamente. Aquí la política se pone de relieve en la medida en que es interpretada en la acepción más global
del término (políticas de clase, de organización empresarial, de gestión de conflictos industriales, etcétera, solo por dar los
ejemplos más cercanos a la materia que tratamos). Para dar también un ejemplo actual y concreto, piénsese en la directiva
europea en materia de horario laboral aprobada el 12 de mayo de 2006. Esta permite una total “liberalización” de las gestiones
de horario de trabajo (a favor del capital), de manera tal que el total de horas laborables es anualizado para posibilitar una
flexibilidad extrema de los turnos laborales. Un trabajador no debe ya trabajar por una cantidad x de horas al día o a la semana.
Dónde, cómo y cuándo trabajar, lo establece la empresa, o esta en concertación con los sindicatos. Con este sistema se puede
llegar a trabajar 74 horas/semana. En ese caso, la lucha de clases ha reportado ventajas al capital europeo.
33 Es cierto, sin embargo, que hoy esa problemática se ha hecho más compleja, para evitar que el socialismo se reduzca a la mera
abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción (y las mercancías), mientras se deja tal vez persistir modelos
organizativos típicos, si no idénticos a los de la burguesía (ontológica y teleológicamente diferentes a aquellos que deberían ser
desarrollados en una sociedad socialista y comunista). Sobre estos puntos, cfr. Carchedi (1987; 2006a).
34 Pero ello es posible solo cuando: a) el ejército industrial de reserva es limitado; b) las organizaciones sindicales reducen o elimi-
nan la competencia entre los trabajadores y los organizan para reclamar, con sus luchas, aumentos salariales (Mandel, 1997b:
240-241).
35 El aumento de la productividad por medio de la incorporación de nuevas maquinarias (que para ser rentable desde el punto
de vista del capital debe ser labour saving y profit-increasing) implica una modificación en la composición orgánica del capital
(K / v), en la cual el componente del capital fijo (K) aumenta con respecto al componente del capital variable (v). La relación
entonces no es entre la masa material de los instrumentos de trabajo y el número de trabajadores, sino entre el valor de los
medios de producción y el precio de la fuerza de trabajo (Mandel, 1997b: 280). También Jaffe (1973: 17 y 77 ss.) sostiene esta
tesis: la “composición orgánica del capital, que es un concepto de valor, es frecuentemente confundida con la ‘composición’
físico-técnica; por ejemplo, el número de máquinas por obrero en una determinada industria, o el capital constante (valor) por
obrero (un concepto que no es de valor)”.
36 Las relaciones con los medios y los productos son mediadas, en el primer caso, por relaciones de producción, y en el segundo
caso, por relaciones mercantiles, a su vez intermediadas por el dinero. Es solo al pasar al mercado que el trabajador deviene
en consumidor y puede apropiarse de las mercancías que él mismo (como trabajador colectivo) ha producido, pagándolas por
otra parte a un precio mayor, porque incluye la ganancia capitalista. En este caso la exacción se cumple dos veces: la prime-
ra, con la sustracción de la plusvalía; la segunda, con la exacción de dinero en cantidad superior al costo de producción de
la mercancía.
adelante.
38 Las clases sociales son siempre “indiferentes” a los sujetos individuales que a ellas pertenecen. Por poner un ejemplo, la movili-
dad social y el “éxito” de un sujeto que escala hacia la jerarquía clasista del capitalismo no implica el fin o la inexistencia de las
clases sociales, sino apenas que la movilidad subjetiva es posible solo a lo interno de clases sociales que existen objetivamente
y como totalidad, prescindiendo de la presencia individual de un sujeto u otro.
41 Por años, a causa de deformaciones y perezas teóricas (sostenidas también por traducciones “interesadas”), se ha confundido a
la clase obrera con la clase que es referencia en los análisis de Marx. En verdad, el sujeto intermodal es la clase trabajadora en-
tendida en su conjunto, en su generalidad y heterogeneidad (a este respecto son utilísimos los numerosos trabajos de Costanzo
Preve y Gianfranco La Grassa). Fineschi (2001: 156) escribe a este propósito: “Forma asalariada (…) no significa en absoluto
solo fábrica, sino realizar el proceso laboral como momento del capital. De hecho, Arbeiter significa literalmente ‘aquel que
trabaja’, aquel que realiza el proceso laboral. Si la división entre capital y trabajo es una Verhältnis, es decir, una relación en
sentido fuerte, ello es exhaustivo de la totalidad, y por tanto se deberá entender ‘clase de los trabajadores’ y no ‘clase obrera’
(quedando como obvio que también los obreros son trabajadores). Si los obreros de fábrica, como tales, no son el sujeto histó-
rico, entonces esa figura debe ser reconstruida a la luz de las determinaciones objetivas del conjunto de la reproducción social
en su forma capitalista”. La tesis del autor se desprende tanto de una atenta lectura filológica de los textos de Marx, como de
un profundo estudio del fundamento lógico de El Capital, que confirma la identificación de las clases sociales a partir de su
noción lógico-funcional.
1. Como hemos visto previamente, las categorías fundamentales del análisis económico marxista se
expresan en términos de valor, de tiempo de trabajo: K (capital constante) representa el tiempo de
trabajo social indirecto incluido en los inputs físicos del proceso de producción; v (capital variable)
representa el valor (de reproducción) del tiempo de trabajo social directo empleado en la producción
de las mercancías, y W (plusvalía), el tiempo de trabajo social directo empleado en el mismo proceso
de producción de las mercancías.
Con tales categorías se construyen las relaciones fundamentales del análisis económico marxista: la
tasa de explotación o tasa de plusvalía W/v, que expresa la relación entre tiempo de trabajo directo no
pagado y pagado; la composición orgánica del capital K/v, que se presenta también como K/K + v, la
cual expresa la distribución del capital entre tiempo de trabajo social indirecto y directo; y la tasa de
ganancia W/K + v, o relación entre plusvalía realizada y capital anticipado.
Estas categorías de valor son esenciales para establecer la dinámica del capitalismo. En realidad, las
leyes principales y el funcionamiento del sistema capitalista –la competencia, la concentración y cen-
tralización del capital, la determinación del salario en función de la existencia de una sobrepoblación
(laboral relativa permanente) o la tendencia a la caída de la tasa de ganancia– se explican a través de
estas categorías y relaciones.
a) El capital monetario.
b) Los bienes de capital.
c) La inversión productiva.
d) La inversión financiera.
e) El flujo de rendimientos en distintos períodos de producción, determinados por la tasa de
descuento temporal, etcétera.
3. La diferencia de perspectiva entre la economía marxista y la convencional impide, por tanto, utilizar
directamente las estadísticas económicas para indagar en la evolución del proceso de acumulación
capitalista. Para hacerlo se requiere un proceso previo de “reelaboración” de los indicadores estadís-
ticos, de los agregados y de las funciones macroeconómicas, a fin de adaptarlos a las nociones y a los
agregados propios de la economía marxista3.
La imposibilidad práctica de hacer una traducción completa de los datos estadísticos a partir de las
nociones marxistas, obliga igualmente a trabajar en muchas ocasiones con datos aproximados; es decir,
con valores que no miden exactamente aquello que quieren medir, pero cuya evolución coincide, en
gran medida, con la de la categoría en referencia. Por el mismo motivo, la lectura de los indicadores
estadísticos y agregados convencionales, desde un punto de vista marxista, supone una relectura que
hace decir a los datos “otras cosas”, diferentes a aquellas a las que alcanzan los analistas convencionales.
1. La teoría económica convencional –esto es, la que interpreta la realidad en función de la perspectiva
del capital– tuvo su bautismo a fines del siglo xix, en una espiral de popularización creciente, cuyo
objetivo principal omitió la interpretación de la dinámica económica de la sociedad para devenir en
justificación del orden existente. Las tentativas de Léon Walras (1900) (equilibrio general), de Alfred
Marshall (1920) (equilibrio parcial) o Vilfredo Pareto (1945) (equilibrio óptimo y eficiente), entre
otros, para desarrollar una “economía positiva” –es decir, neutral frente a los fenómenos sociales y
basada en el principio de la información perfecta–, se produce paradójicamente en el mismo período
histórico-científico (1870-1930) en el cual se establece el así llamado principio de indeterminación
de Heisenberg (1927) en las ciencias físicas; principio que establece que, en las observaciones de la
naturaleza, el acto mismo de observar modifica el comportamiento de los parámetros físicos y por
tanto no corresponde nunca, teóricamente, a un conocimiento exacto de la realidad. Disponemos solo
de una información relativa (probable), sujeta siempre a un margen de error.
En consecuencia, desde fines del siglo xix venía la economía transformándose en una ideología que
intentaba ocultar, tras un aparato de creciente complejidad matemática, un simplismo teórico cada vez
más inútil a los fines cognoscitivos de la realidad.
Habrá que esperar las grandes crisis de los años veinte y treinta para que entre los economistas de la
academia surja un cierto espíritu de venganza contra el pensamiento analítico clásico4.
Después de la Segunda Guerra Mundial se impone un pensamiento ecléctico que, sin renunciar al
componente ideológico de la teoría económica, busca también una cierta capacidad normativa, a fin
de administrar la intervención pública en el ciclo económico y en el cambio estructural a largo plazo.
Esta nueva orientación dominante, conocida con el nombre de síntesis neoclásica, supone el control de
la evolución de la ciencia económica, particularmente en Estados Unidos, donde se utiliza al stablish-
ment académico para imponer esta nueva concepción doctrinaria de la economía.
De esta manera, el desarrollo de los sistemas estadísticos y contables es un intento de crear una
economía funcional a la necesidad de gestionar el capitalismo en la era del consumo de masas y de la
producción fordista-taylorista.
2. Con la publicación en 1936 de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, J.M. Keynes
coloca en el centro de su análisis –fuertemente influenciado, como es obvio, por la gran crisis del 29– el
hecho de que en el sistema económico capitalista no se cumplía automáticamente la plena ocupación,
cosa que solo podía ocurrir mediante el sostenimiento de la demanda por parte del Estado y, por
tanto, con intervenciones en términos de gasto público. Esto reforzaba el filón de estudios sobre la
renta nacional y la ocupación, así como sobre la moneda, la balanza de pagos y la inflación, y entraba
en abierta polémica con los neoclásicos. Sobre la huella de Keynes, se profundizan los estudios sobre
las fluctuaciones cíclicas y sobre el desarrollo –es decir, sobre la dinámica económica, completamente
abandonada por la formulación neoclásica–, para retomar temáticas ya analizadas por los clásicos y
tratar de actualizar contenidos a lo largo de estas líneas de razonamiento, que llegan sucesivamente
a desarrollar teorías sobre el comercio internacional, sobre la actualidad del intervencionismo estatal
en la economía y sobre los problemas del subdesarrollo. Son precisamente las ideas de J.M. Keynes
las que contribuyen en mayor medida a la aplicación práctica de la teoría económica. Las primeras
1. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, hoy no se puede hacer referencia a un sistema a fin de
cuentas estable, que determinaba las condiciones para la reproducción del trabajo, sino que más bien
hay que vérselas con una realidad en la que el crecimiento de la productividad se corresponde con
un fenómeno de desempleo en masa. Tal desocupación se muestra como una evidente contradicción
ligada a los procesos de acumulación. Con ello, seguramente, ha entrado en crisis el sistema de relacio-
nes que hasta ahora había involucrado a los agentes sociales y el mismo Estado social cuyas acciones
resultan ahora inadecuadas, y además ineficaces frente a las transformaciones que interesan los aspectos
diversos del desarrollo del capitalismo maduro posfordista.
La brecha entre crecimiento de la riqueza financiera y contracción de la riqueza real, entre eco-
nomía real y economía financiera, ha sido favorecida en nuestro país no solo por la especulación
internacional, por la falta de control, sino sobre todo por las decisiones de política económica que no
producen ni distribuyen trabajo, renta y riqueza, sino que destruyen recursos.
Si bien en lo inmediato la urgencia de una reforma es de naturaleza financiera, el proyecto neolibe-
ral abarca bastante más que el intento de sanear el balance. No obstante los repetidos ataques, el welfare
State sobrevive como residuo gastado pero todavía simbólico de la socialdemocracia keynesiana. Hasta
que esa anomalía no sea removida, la revolución liberal posfordista de la acumulación flexible seguirá
incompleta. La política social debe, en todo caso, mantenerse al paso de los tiempos de los nuevos
procesos de acumulación del nuevo ciclo capitalista.
Las decisiones de política económica forman parte de un proceso más general, basado en una
total recomposición de los conflictos y de las tensiones sociales a través de una reestructuración de las
relaciones económicas e industriales, con base en las lógicas del capitalismo salvaje. Todo esto se realiza
a través de modalidades del consenso que se difunden mediante políticas de un nuevo consociativismo,
que atraviesa e involucra el sistema de partidos, los sindicatos confederados, las asociaciones empresa-
riales, las instituciones bancario-financieras y el sistema conexo de las comunicaciones de masas. Si el
2. El sistema empresa se afirma y desarrolla creando una simbiosis socioeconómica, psicológica y cultural,
con los consumidores reales y potenciales y con todo el cuerpo social. Lejos de seguir de manera pasiva
la evolución de la demanda genérica del mercado, impone a la sociedad todas las reglas de la ganancia
y la cultura de mercado, fracturando la solidaridad del cuerpo social y rompiendo la unidad de clase.
La comunicación desviante es así parte fundamental de los modelos estratégicos del capitalismo
posfordista, que van a articularse exitosamente tanto con los procesos y los productos como con las
dinámicas socioculturales –más que económicas– de la sociedad entera.
3. Es así que, en la sociedad de la acumulación flexible basada en los recursos del capital inmaterial, de
la comunicación y el conocimiento, se hace fundamental discutir si, desde el punto de vista material,
el mismo trabajo puede ser productivo o improductivo, si puede o no puede ser incluido en el sistema
capitalista de producción según esté o no organizado bajo la forma de empresa capitalista.
Según la definición de trabajo productivo aportada por Marx, el trabajo del empleado público, del
policía, de los soldados y sacerdotes, no tiene nada que ver con el trabajo productivo. No porque sea ese
un trabajo “inútil”6, o porque no se materialice en “cosas” o en servicios, sino tan solo porque está
organizado sobre principios de derecho público y no en la forma de empresa capitalista privada. Un
empleado del servicio estatal de correos no es un trabajador productivo, pero si ese servicio fuese
organizado en la forma de una empresa capitalista privada que recabase dinero por la entrega de cartas
y paquetes, los trabajadores asalariados de esa empresa serían trabajadores productivos. Está claro que
la actual liberalización y privatización de los exservicios públicos en los países de capitalismo maduro,
más allá de la forma aparentemente ajustada en muchos casos al derecho público, en términos reales se
concretiza en formas de trabajo cuya finalidad es la extracción de plusvalía y, por tanto, esos servicios
son identificados como la nueva frontera de un trabajo en todo caso productivo.
Como vemos, cuando Marx define el trabajo productivo, lo abstrae totalmente de su contenido, del
carácter y del resultado concreto y útil del trabajo. Lo considera únicamente desde el punto de vista de
su forma social. El trabajo organizado en una empresa capitalista es trabajo productivo. El concepto
de “productividad”, como los demás conceptos de la crítica de la economía política de Marx, tiene un
carácter histórico y social. Por esa razón, sería sumamente incorrecto atribuir un carácter “material” a
su teoría del trabajo productivo.
Desde esa perspectiva, no se puede considerar como productivo solamente el trabajo útil para
la satisfacción de necesidades materiales, excluyendo por ejemplo los que responden a necesidades
culturales, ético-morales o espirituales. La naturaleza de la necesidad no tiene ninguna importancia.
Del mismo modo, Marx no atribuyó un significado determinante a la diferencia entre trabajo físico
e intelectual. De ello habló en un conocido pasaje del capítulo XIV de El Capital. Se supone que los
trabajadores intelectuales, o también llamados cognitivos, sean “indispensables” para el proceso de
producción y, por tanto, que “ganen” retribuciones derivadas de los productos creados por los traba-
jadores materiales7. Según Marx, sin embargo, aquellos crean un nuevo valor. Por ese valor reciben
una retribución parcial, y dejan otra parte en manos del capitalista como forma de valor no pagado,
de plusvalía.
El trabajo intelectual necesario para el proceso de producción material no difiere en ningún aspecto
del trabajo físico. Es “productivo” si está organizado sobre principios capitalistas. En este caso, es abso-
lutamente igual que el trabajo intelectual esté organizado conjuntamente con el trabajo físico en una
misma empresa, oficina técnica, laboratorio químico u oficina de contabilidad, o que sea separado en
una empresa independiente, como podría ser un laboratorio químico experimental que tenga la tarea
de mejorar la producción, etcétera.
La siguiente diferencia entre tipos de trabajo tiene un importante significado para el problema
del trabajo productivo: se trata de la diferencia entre el trabajo que “se concreta en valores de uso
4. A primera vista, la concepción del trabajo productivo desarrollada en algunos escritos de Marx no
considera en esa categoría a los trabajadores y empleados del comercio y del sector crediticio (Marx,
1978a, tomo II: cap. VI; tomo III: cap. XVI-XIX). Marx no considera productivo ese trabajo. Según
muchos científicos sociales, incluida una gran parte de los marxistas, Marx se negó a considerar pro-
ductivo ese trabajo porque no produce cambios en las cosas materiales. Según ellos, esto es un residuo
de las teorías “materialistas” del trabajo productivo.
Al referirse a la oposición de la “escuela clásica” a tal concepto8, alguien se ha preguntado con
estupor: ¿cómo pudo Marx cometer ese error después de haber descubierto, con tanto ingenio, la
psicología fetichista del productor de mercancías? Algún otro, después, ha criticado las teorías que
separan los aspectos “intelectual” y “material” del trabajo, para luego agregar que esas concepciones de
la economía política clásica no fueron sometidas por Marx a la crítica que ameritaban, dado que, en
general, Marx apoyó esas concepciones.
¿Corresponde a la verdad la aseveración de que los tomos II y III de El Capital están empapados
de esa concepción “materialista” del trabajo productivo, que Marx sometió a una crítica detallada y
destructiva?
En realidad, no hay contradicción evidente en las ideas de Marx. No renuncia él al concepto de
trabajo productivo como trabajo organizado sobre principios capitalistas, independientemente de su
carácter concreto y utilitarista, típico del modo de producción capitalista. Pero si no es así, ¿por qué
Marx no considera el trabajo de los vendedores y los empleados organizados en una empresa comercial
capitalista como trabajo productivo? Para responder a esta pregunta debemos recordar que cuando
Marx, en numerosos análisis previos a El Capital, escribía sobre trabajo productivo, comenzaba con
el problema del capital productivo. Según esa teoría, el capital pasa por tres fases en su proceso de
reproducción: capital-dinero, capital-productivo y capital-mercancías.
Las fases primera y tercera representan el “proceso de circulación del capital”. En este esquema,
el capital “productivo” no se opone al improductivo, sino al capital en “proceso de circulación”. El
capital productivo organiza directamente el proceso de creación de bienes de consumo, en el sentido
más amplio. Este proceso incluye todo el trabajo necesario para la adaptación de los bienes a los fines
de consumo; por ejemplo, el almacenaje, el transporte, el empaquetamiento, etcétera. En el proceso de
circulación, el capital organiza la “circulación pura”: la compra y la venta, por ejemplo, o la transferencia
1. Toda ciencia –sea social, natural o humana– tiene necesidad, para poder avanzar y elaborar tesis, de
una base de conocimientos de la cual partir, de datos, de un complejo de informaciones sobre el cual
operar y desde el cual moverse para sus análisis.
La ciencia económica burguesa, en sus diversos intentos de comprender y “dominar” o “provocar”
una pluralidad de fenómenos sociales12, se resolvería en mero ejercicio mental improductivo si no
tuviese un “campo de aplicación” (la sociedad) para sus propias teorías y no pudiese hacer uso de
datos –y por tanto de los instrumentos que los proveen– para conocer ese “campo operativo” en el que
pretende actuar13.
Para desarrollar análisis económicos y proponer políticas económicas, un dato fundamental del cual
partir es el de la riqueza nacional, conocible gracias al instrumento de la contabilidad nacional 14. Sirve
esta, precisamente, para el cálculo de la riqueza producida en una nación y por una nación15.
2. Partiendo de la expresión contable implícita en las tablas de input-output, en las que el consumo
intermedio equivale al consumo del capital constante en un período, y el valor agregado, al tiempo
de trabajo directo pagado (remuneración de los asalariados-capital constante) y no pagado (exceden-
te bruto de la explotación-plusvalía), se obtienen los principales conceptos contables. Pero antes de
afrontarlos, describamos brevemente la naturaleza y función de los llamados “operadores económicos”.
En la base de la contabilidad nacional “está la idea de que todo el sistema productivo depende, en
su funcionamiento, de cuatro (…) grandes categorías de operadores económicos: familias, empresas,
administración pública, exterior” (Cozzi y Zamagni, 1995: 78).
1. Los operadores económicos son agentes-sujetos que permiten leer los movimientos productores y
consumidores de riqueza en un determinado territorio. Se les define por la función que cumplen en el
ciclo de producción-consumo y por la utilización que hacen de los bienes y servicios adquiridos (según
sean finales o intermedios). Son, pues, los agregados de sujetos económicos homogéneos que permiten
la identificación de amplios movimientos económicos dentro de un país.
Mientras las familias individualizan al operador económico que desempeña exclusivamente la ac-
tividad de empleo –vale decir, el consumo de bienes y servicios adquiridos–, el operador empresas
desempeña exclusivamente la actividad de producción de bienes y servicios (sean estos finales o in-
termedios)16. Entonces, mientras la empresa es el sujeto económico que ofrece en el mercado bienes y
servicios, la familia demanda bienes y servicios. Tal es la diferenciación fundamental utilizada por el
SEC (Sistema Europeo de Cuentas Económicas Integradas) y que luego ha sido utilizada también en
Italia por el Istat*, aun si deslindándose esta última, en algunos puntos, del modelo SEC.
Al tomar en consideración las actividades de producción y consumo, debemos tener un espa-
cio productivo y mercantil determinado como referencia para nuestros cálculos, o de otra forma
2. Si para la familia la identificación y la descripción son tareas más simples, para el operador empresa
esto se complica un poco. Según el modelo tradicional, las empresas se clasifican en tres sectores eco-
nómicos: agrícola, industrial y terciario. Las unidades estadísticas de definición son la firma o empresa,
la unidad local y las instituciones17.
A los fines del cálculo estadístico, la empresa es la
unidad jurídico-económica que produce bienes y servicios destinados a la venta y que, con base en
las leyes vigentes o en sus propias normas estatutarias, tiene la facultad de distribuir las ganancias
obtenidas entre los propietarios, sean estos privados o públicos. El responsable está representado por
una o más personas naturales, en forma individual o asociada, o por una o más personas jurídicas.
Entre las empresas se incluyen: las empresas individuales, las sociedades de personas, las sociedades
de capital, las sociedades cooperativas, las empresas especiales de municipalidades o provincias o
regiones. Son considerados como empresa también los trabajadores autónomos y quienes ejercen
profesiones liberales (definición de la Istat)18.
a) Pagos obligatorios que inciden en las familias y las empresas (y este es el caso de la Administra-
ción Pública, de aquí en adelante AP).
b) Contribuciones voluntarias de familias y/o sujetos cuya organización esté dirigida a la gestión de
intereses comunes (como es el caso de las instituciones sociales privadas).
Si bien los servicios que presta la AP son tanto de consumo final como intermedios o productivos,
en el sistema italiano de contabilidad nacional (calcado servilmente, en este caso, del modelo SEC),
convencionalmente, todos esos servicios son considerados finales, es decir, para consumo de las familias.
4. El operador “exterior”, llamado “resto del mundo” (RdM), que hoy adquiere un papel todavía más
decisivo en las economías nacionales, está conformado por todas las personas –naturales y jurídicas–
que, sin tener residencia en el país considerado, mantienen con él alguna actividad económica. La
residencia de la persona jurídica coincide con el concepto de centro de interés, mientras que la de la
persona natural mantiene su acepción habitual.
5. Es oportuno, de pronto, entender mejor algunas configuraciones particulares relativas a los operado-
res y agentes económicos, para analizar mejor el contexto en que se opera. Por ejemplo, es importante
establecer una distinción entre dos tipologías de empresas públicas: de un lado, aquellas cuyo capital
social pertenece total o mayoritariamente al Estado; del otro, la empresa que se caracteriza por la
presencia de factores extraeconómicos y, que por tanto, es diferente de la privada, sea por la propiedad
o por su propia esencia. Este último caso se refiere a las empresas creadas para solventar problemas
sociales (como, por ejemplo, para mantener el índice de empleo) o para facilitar el mantenimiento de
un justo equilibrio de la economía entre lo público y lo privado.
Es también oportuno hacer una clasificación de las diversas tipologías de empresa que pueden ser
definidas como “públicas”. Se tienen así empresas del Estado, empresas que son propiedad del Estado
y empresas financiadas por el Estado.
Empresas del Estado son aquellas que están sometidas a su control directo y cuya contabilidad se
inserta totalmente o en gran parte en los balances estatales. Las empresas propiedad del Estado, en
cambio, son en todo similares a las empresas privadas, pero se caracterizan por una fuerte participación
del operador público, lo que garantiza su control. Finalmente, las empresas financiadas por el Estado,
aun siendo de carácter público, tienen en su gestión un determinado grado de autonomía.
El objetivo de las empresas públicas no está en la maximización de la ganancia, sino en una serie de
metas que deben ser alcanzadas en nombre de los intereses de la colectividad. Está claro, de hecho, que
aun siendo para ellas fundamental el alcanzar resultados de gestión positivos, el reverso de esa exigen-
cia es la necesidad de considerar seriamente todos los factores vinculados con la economía nacional.
En ese sentido, puede decirse que entre los objetivos principales de una empresa pública está el lograr
eficiencia en la asignación de los recursos, una eficiencia redistributiva y social que permita brindar la
** (n.t.) Instituto Nacional de Previsión Social e Instituto Nacional para la Aseguración contra Infortunios en el Trabajo.
6. EL PNB y el PIB19
1. El macroagregado más ampliamente utilizado hasta hace poco tiempo para el cálculo de la riqueza
nacional es el producto nacional bruto (PNB), cuyos orígenes se remontan a las obras de Simon
Kuznets (1901-1985). La importancia de este concepto reside en la posibilidad que brida de medir el
valor total de la producción de un país y, por tanto, para decirlo con Samuelson y Nordhaus (1987: 98),
de “medir el rendimiento de todo un sistema económico”20.
El PNB es la medida monetaria21 del valor producido y leído en su dinámica de flujo: flujo de bienes
y servicios finales, más inversiones (privadas), más el gasto de la Administración Pública.
A ese respecto escriben conjuntamente Cozzi y Zamagni (1995: 82):
Samuelson y Nordhaus (1987: 101) justifican esa decisión: “Porque (…) los precios de mercado
reflejan el valor económico relativo de los diversos bienes y servicios, es decir, los precios relativos de los
diversos bienes reflejan el valor que los consumidores atribuyen a las unidades últimas (o marginales)
de consumo de esos bienes”. Como se puede ver, el cálculo del PNB está estrechamente ligado a (y
depende de) la teoría marginalista del valor. Que después esa correlación, en la realidad, no se corres-
ponda con la verdad, ya es otra cosa.
En pocas palabras, el producto nacional bruto es la cifra que se obtiene al aplicar la medida monetaria
a los diversos tipos de computadoras, naranjas, cortes de cabello, naves de guerra y máquinas que
toda sociedad produce empleando la tierra, el trabajo, los recursos de capital y el know-how de que
dispone. Es igual a la suma de los valores monetarios de todos los bienes de consumo y de inversión,
más las compras por parte del sector público (Samuelson y Nordhaus, 1987: 99).
2. Ya con esto se puede empezar a entrever una particularidad típica de la contabilidad nacional de
corte marginalista. Cualquier bien o servicio (excepto los intermedios y los “malos”, como los negocios
ilícitos, criminales) produce valor y riqueza. El cambio de perspectiva con respecto a los clásicos es evi-
dente. Estos últimos (incluido el más sólido crítico de la economía política clásica, Marx) reconducían
las categorías constitutivas de la riqueza nacional a una distinción central (que lo será también para la
teoría marxista del valor y de la explotación): la que hay entre trabajo productivo y trabajo improductivo
(de valor) (sobre estos problemas, cfr. más adelante; por ahora, remítase a Shaikh, Tonak, 1994).
3. Siendo el PNB una expresión monetaria del valor total, se enfrenta a las variaciones de precios que
determina la inflación. Es evidente que si se adelantaran cálculos sin considerar esas variaciones, ten-
dríamos estadísticas completamente inexactas en relación con la situación real de los flujos de riqueza
nacional. Es para resolver ese problema que se recurre al deflactor (instrumento que, en pocas palabras, es
una media ponderada de los precios que permite calcular la diferencia entre el PNB nominal y el real)22.
Al referirnos más arriba a los bienes y servicios (a los precios de los bienes y servicios) utilizados
para el cálculo del PNB, los hemos calificado como finales. La necesidad de calcular exclusivamente los
bienes y servicios finales (los adquiridos por los consumidores) es evidente: de esa manera se eliminan
del cálculo todos los bienes y servicios intermedios, que de otra forma implicarían una duplicación de
los cómputos23. Es con esa finalidad que se utiliza el concepto de valor agregado, destinado a restituir el
equilibrio de las cuentas: para obtenerlo, del valor de las ventas de una empresa debemos sustraer el valor
de los materiales y servicios adquiridos de otras empresas; en términos más técnicos, el valor agregado24
se obtiene al sustraer, del valor de la producción vendible, el valor de los bienes y servicios intermedios.
Definidos, pues, los elementos rudimentarios para el cálculo del PNB, podemos concluir con la
fórmula clásica para una economía cerrada:
PNB = C + I + G
donde C son los consumos privados, I son las inversiones y G es el gasto público, es decir, los con-
sumos públicos. En una economía abierta se considera también (X - M), donde X son las exportaciones
y M las importaciones.
Hay que agregar, sin embargo, que I representa las inversiones brutas, incluidas las amortizaciones,
por lo que el valor representado en el PNB se ve alterado o, mejor, no logra describir acertadamente
la realidad de la riqueza “corriente” del país. Es para evitar tal inconveniente que se utiliza otro índice,
a pesar de ser más difícil de determinar por la escasez o imprecisión de los datos que comporta: el
producto nacional neto (PNN), que viene dado por los consumos privados, más las adquisiciones del
sector público, más las inversiones netas.
Recapitulando con Samuelson y Nordhaus (1987: 108)25, el PNB (y el PNN) pueden ser definidos
como suma de tres componentes principales:
Antes de proseguir, conviene recordar una diferenciación ulterior: mientras el PNB expresa el valor
total de la actividad económica realizada dentro y fuera de un determinado país por sus residentes, el
PIB mide solo el valor total de la actividad económica realizada dentro del país en cuestión, tanto por
residentes como por no residentes.
Hoy el PIB es más conocido y utilizado entre los economistas burgueses que el PNB. Se determina
el primero de dos posibles maneras, completamente equivalentes: con el método de flujo de productos
y con el de costos o réditos. El resultado es siempre el mismo:
PIB = C + I + G + X - M
Corresponde al conjunto de los réditos del trabajo y los réditos del capital (amortizaciones, rentas,
intereses, dividendos, etcétera).
La equivalencia se obtiene, entonces, al considerar genéricamente los componentes de la ganancia
(junto con salario y renta), lo que se traduce en un saldo que se adecúa automáticamente a las varia-
ciones de costos, réditos y valores.
Mientras el concepto de PIB coincide con la sumatoria del valor agregado de las empresas que ope-
ran en el ámbito del país estudiado, el de PNB representa el producto interno más una cuota ideal de
producción realizada en el exterior con factores productivos pertenecientes a los residentes del país en
cuestión, a lo cual se resta la cuota ideal de producción realizada en el país con factores de producción
que pertenecen a residentes del operador “resto del mundo”.
El PIB y el PNB son los indicadores más utilizados para comparaciones internacionales y para
cuantificar la tasa de acumulación, aunque en este caso sea mal empleado.
4. Como acabamos de decir, el término “bruto” en el PIB, o en el PNB, señala que en el indicador se
está agregando el valor de la amortización de capital, es decir, el valor monetario de la “reconstrucción”
o sustitución de los bienes de capital consumidos en el período precedente. Por tanto, para medir el
incremento neto de la producción habría que deducir la amortización del capital:
PIB - A = PIN
o, mejor,
PNB - A = PNN
5. El cuadro que sigue sintetiza los diferentes conceptos utilizados para medir “la producción” y su
equivalente aproximado en términos de las categorías de valor-trabajo: capital constante (K) y plusvalía
(W). La c minúscula corresponde al capital (constante) circulante, parte integrante –junto con el
capital fijo– de K. Las letras griegas expresan una fracción de la categoría considerada:
La comparación de estas tres vías de cálculo es el fundamento sobre el que se basa la teoría del
“equilibrio” entre oferta (producción) y demanda (consumo), que se postula como situación óptima
de funcionamiento de la economía capitalista.
En efecto, si
consumo + inversiones + gasto público + (exportaciones-importaciones) = PIB; y
réditos salariales + réditos capitalistas + rentas = PIB; y
valor agregado agrícola + valor agregado industrial + valor agregado de los servicios = PIB; entonces
valor agregado = producción = oferta; y
C + I + G + (X - M) = consumo = demanda; entonces
oferta = demanda
Nótese, de paso, que en esta igualdad no se toma en consideración la existencia del Estado, salvo
en la estimación del PIB por medio de la demanda; en la estimación por el ingreso o por la oferta
se le considera, por tanto, en términos de distribución primaria o producción bruta al costo de los
factores.
7. Pero esta serie de igualdades o identidades no deja de ser, en definitiva, un conjunto de tautologías
sin contenido teórico real. Si aplicamos los criterios de la producción material (tiempo y trabajo),
propios de la teoría marxista, resulta evidente que la identidad final solo se sostiene si se elimina una
de las dos variables reales del sistema analítico; es así que el tiempo desaparece en la teoría conven-
cional de la oferta y la demanda, por cuanto, en realidad, la producción del período en consideración
precede, temporalmente, al consumo de la mercancía final y, al mismo tiempo, esto es posible porque
8. Los datos básicos de la contabilidad nacional, como se ha dicho, nos permiten identificar los grandes
trechos de la evolución de la economía. Se podrá identificar, por ejemplo, e incluso con el valor agre-
gado bruto (PIB) como único dato, la tendencia sostenida al estancamiento de la economía capitalista,
con un crecimiento (tasa de acumulación) cada vez más reducido.
La contabilidad macroeconómica permite identificar solamente en el trabajo la fuente de valor
agregado del proceso de producción, por cuanto, obviamente, el gasto de materias primas no forma
parte del valor agregado, pero sí incluye el valor de sustitución del capital en forma de amortización,
al margen del valor neto de la producción.
9. El valor agregado neto –agregado el PIN o el PNN, según se consideren los factores exteriores
utilizados en el propio país (PIN) o los factores nacionales que se utilizan fuera (PNN)– es el indicador
que mide con mayor aproximación la autovalorización del capital26. Si se considera tal agregado en
relación con el tiempo de trabajo productivo, obtenemos una categoría analítica de gran utilidad: la
expresión monetaria de la hora laboral (E )27 que, puesta en relación con la expresión monetaria del
salario por hora (CL), nos permite identificar la evolución estadística de la explotación del trabajo, ya
que E > CL (al menos a nivel macroeconómico, aun si no necesariamente al nivel microeconómico de
cada empresa en particular).
Como vemos, la primera categoría estadística de la economía marxista exige disponer simultánea-
mente de dos datos: la ocupación asalariada productiva y el valor agregado neto de la economía.
10. Si recordamos que el PIN = PIB - A, es decir, que el producto interno neto a precios de mercado
viene dado por el producto interno bruto menos las amortizaciones y que el PIN representa el valor de
los bienes y servicios que, al pasar por el mercado, están destinados al consumo final, a las inversiones
netas y a las exportaciones (PINPM = C + [I - A] + X - M)28, entonces resulta que dicho valor abarca la
transformación del contexto ambiental.
Se toma en consideración el hecho de que el PIB, y por ende la renta interna bruta (RIB), engloban
el desvalor agregado (DISVA), vale decir, el deterioro del ambiente en el que operan las empresas; si tales
partidas de costos, conectadas con la transformación del contexto ambiental, no deben ser considera-
das como elementos de remuneración de los factores productivos, entonces el monto de los recursos
producidos que deben ser distribuidos entre los factores productivos estará dado por RIB - DISVA,
donde DISVA representa el conjunto de costos conectados con la transformación o, mejor, el deterioro
ambiental provocado por las empresas.
11. Habiendo definido los principales instrumentos necesarios para calcular los valores totales de una
economía nacional en su conjunto, adentrémonos ahora en los meandros de la producción de valor de
una empresa o de un complejo de empresas.
En un proceso productivo, la materia prima ma, una vez que ha cruzado los confines de la empresa
A, es transformada, por los factores productivos trabajo (L) y capital (K), en producción vendible (pv).
Si se considera la totalidad de las unidades que constituyen el sistema económico de un país, todas ope-
rando en el mismo intervalo de tiempo, se hablará entonces de producto interno bruto (PIBpm = PIBcf
+ IIN, donde IIN representa los impuestos indirectos netos). En este caso la producción vendible, o la
producción o demanda final, está dada por el flujo de bienes y servicios que haya cruzado las fronteras
de la totalidad de las empresas y haya sido encaminado hacia las unidades de consumo del país, o bien
hacia las unidades de consumo o de producción de otros países (exportaciones), o que habrían podido
cruzar la frontera de la empresa (destinada a la formación de capital). Si es cierto que el valor agregado
a los costos de producción está dado por la suma del producto de los bienes y servicios destinables a
la venta y el de los servicios no destinables a la venta (que es, este último, el producto predominante
de la AP), se deduce en consecuencia que, al sumar al valor agregado los costos de producción y los
impuestos indirectos al neto de las contribuciones corrientes a la producción, se tiene el producto
interno bruto a precios de mercado.
Dado que los servicios de la AP no tienen un precio de mercado y no es posible calcular la dife-
rencia entre producción y costos intermedios, en el caso de las administraciones públicas se evalúan
directamente los elementos que constituyen el valor agregado, método que se sigue también para las
instituciones sociales privadas y, en general, para los demás servicios que, junto con la AP, forman el
ramo de servicios no destinables a la venta. Se considera, pues, para este ramo, lo facturado igual al
costo, que está representado por los gastos de retribución del personal, de intereses y rentas, de compra
de materiales y servicios corrientes: en síntesis, por las cuotas de amortización. Se suman, pues, las
remuneraciones de los factores productivos y la amortización, puesto que los servicios son brindados
sin contraprestación inmediata.
1. La renta, en líneas generales, puede ser definida como el incremento, calculado en términos mone-
tarios, de la riqueza de un sujeto30 en un determinado período. Es una variable de flujo, contrapuesta
al concepto estático de patrimonio, que identifica la cantidad de riqueza en un momento dado. Luego,
mientras el primero es medido en referencia a un lapso determinado (usualmente un año) e identifica
el flujo de moneda (riqueza) ganada o de alguna otra manera percibida (en razón de sueldo-salario,
de eventuales réditos mobiliarios o inmobiliarios, beneficios, pensiones, etcétera), el segundo refiere al
fondo monetario (riqueza) que un sujeto posee en un momento dado: he allí la estaticidad del concep-
to de patrimonio con respecto al de renta (cfr. Samuelson y Nordhaus, 1987: 548 ss.).
Las transferencias de renta pueden ocurrir entre el operador familias, por una parte, y la AP y el
resto del mundo por otra; o entre la AP y familias y el resto del mundo, por otra.
Por renta nacional (RN) entendemos el agregado obtenido mediante la suma de todas las rentas
personales producidas en un período de tiempo determinado. Para ser todavía más precisos, podemos
definirla como el “flujo neto de bienes y servicios” (Graziani, 1977: 67) concretados en un período que
va de t0 a t1, donde por “neto” se entiende que se le han sustraído todos los bienes y servicios integral o
parcialmente “destruidos” (utilizados) para producir nuevos bienes y servicios31.
Por “empleo” de la renta nacional se entiende generalmente el conjunto tanto de transferencias de
renta, con carácter obligatorio o voluntario, que acontecen entre los operadores económicos finales
(y se habla en tal sentido de redistribución), como de consumos, es decir, las erogaciones de renta
disponible realizadas por los operadores para la compra de bienes y servicios finales.
Como renta disponible (RD) se conoce la cantidad de renta de que dispone realmente un sujeto,
una vez deducida de su renta personal (RP) la cuota de los impuestos personales (IP). Se tendrá
así que
RD = RP - IP
2. La RD se divide, entonces, en gastos de consumo (incluidos los pagos por intereses) y ahorro
personal neto.
La renta disponible del operador familias, por ejemplo, se obtiene al sumar a la renta atribuida
el excedente de las transferencias recibidas de la AP, sobre las hechas a la misma AP y, además, del
excedente de transferencias recibidas del resto del mundo, sobre las erogadas al resto del mundo.
Consecuentemente, la renta disponible de la AP se obtiene al sumar a la renta atribuida el excedente
de las transferencias recibidas de las familias con respecto a las hechas a las mismas familias y, al mismo
tiempo, el excedente de las transferencias recibidas del mundo con respecto a las que ha hecho a este
último operador. Si se consolidan las dos sumas anteriores, desaparecen las transferencias entre AP y
familias y quedan solo las que se producen entre familias y resto del mundo, y entre AP y resto del
mundo. En todo caso, para obtener la renta disponible del país es preciso todavía sumar el ahorro de
la sociedad, es decir, el autofinanciamiento (renta no distribuida).
La renta disponible del operador familias es en parte destinada a la adquisición de bienes y servicios
corrientes, y en parte ahorrada32, y lo mismo ocurre en la AP, que en parte destina la renta disponible
a la compra de bienes y servicios corrientes (consumos públicos) y en parte a la formación del ahorro.
3. El ahorro es llamado positivo cuando, cubiertos ya los gastos de consumo, la familia consigue
“conservar” una cantidad monetaria que va a engrosar el ahorro. El ahorro es llamado negativo si la
renta de una familia no es suficiente para sostener todos los gastos de consumo y, por tanto, recurre a
préstamos: en este caso es evidente que la cuota de ahorro no solo no es positiva, sino que encima es
(algebraicamente) negativa. De una familia que no ahorra ni positiva ni negativamente, se dice que ha
alcanzado el punto de equilibrio.
Los gastos sostenidos para la “destrucción” (consumo) de bienes y servicios de la compra domés-
tica son los consumos privados (excepto la adquisición de viviendas, que son consideradas bienes de
inversión). Por eso, los consumos privados coinciden con el total de los gastos efectivos y figurativos
sostenidos por las familias –residenciadas en el país considerado, y en un intervalo de tiempo dado–
para adquirir bienes y servicios corrientes que son parte de la esfera doméstica. Se admite entonces que
el consumo coincida con el gasto; es decir, que un bien, por el solo hecho de ser adquirido dentro de un
período, debe ser considerado como “destruido”, o completamente consumido, en ese mismo período.
Si las convenciones de base son esas, entonces, a pesar de que en el precio de mercado de un de-
terminado bien o servicio se incluya la imposición fiscal o parafiscal introducida por la AP en diversas
fases del circuito de la renta, los impuestos debidos a la AP por servicios generales y las tasas por
servicios particulares no deben ser incluidos en el cómputo de los consumos.
De allí se deduce que los impuestos pagados (sea por las familias o por las empresas) deben con-
siderarse una simple transferencia unilateral a la AP, ya que convencionalmente se considera que no
constituyen la contraprestación de un servicio. Luego, los servicios colectivos no pueden ser tratados
como servicios consumidos por las familias y las empresas, y lo son entonces como servicios que la
AP produce y ella misma consume. La AP es así un operador al que se considera asimilado a las em-
presas, puesto que produce y presta servicios, y al mismo tiempo asimilado a las familias, en vista de
que, convencionalmente, se parte de la hipótesis de que autoconsume los servicios que ha producido.
Los consumos finales comprenden tanto los consumos de las familias (consumos privados) como los
consumos colectivos de la AP y de las instituciones sociales privadas.
Los consumos colectivos pueden ser clasificados según varios criterios; en cualquier caso, son ser-
vicios no destinados a la venta, y su prestación no depende de una demanda efectiva del mercado.
4. Se ha precisado ya que los operadores finales utilizan la renta en parte para el consumo y en parte
para el ahorro, entendido este como el equivalente del valor de los bienes producidos pero no consumi-
dos, y añadidos al capital preexistente. Identificado y definido el agregado de los consumos finales na-
cionales, queda con eso determinado el agregado del ahorro nacional bruto disponible, es decir, el valor
que expresa y permite el proceso de acumulación del país en consideración. Generalmente, el ahorro
no es utilizado por los operadores económicos finales para la compra de bienes de producción, sino
que es puesto a disposición de las empresas, que lo emplearán para la formación bruta de capitales fijos,
en inversiones fijas brutas y variaciones de existencias, vale decir, como capital de trabajo. No entran en
el cómputo de las inversiones fijas brutas (que incluyen las amortizaciones) los bienes inmateriales
(patentes, etcétera) ni los bienes no reproducibles (terrenos, yacimientos, obras de arte, etcétera), como
tampoco los bienes duraderos adquiridos por las familias –salvo edificaciones de uso habitacional– o
los adquiridos por la AP para fines de defensa militar de la nación, ya que son de rápida obsolescencia
técnica y económica.
1. Para poder emprender una crítica sostenida de las actuales teorías y prácticas económicas, es nece-
sario introducir algunos conceptos fundamentales utilizados por la ciencia económica dominante, que
se han hecho también parte de nuestro lenguaje y de la vida cotidiana.
Uno de los fenómenos más difíciles de entender y aceptar, en nuestro sistema económico, es la
existencia simultánea, casi todo el tiempo, de fábricas improductivas y personas que buscan trabajo,
a la vez que siguen habiendo necesidades humanas insatisfechas. Las personas tienen necesidad de
productos que los trabajadores desempleados podrían producir si entraran a trabajar en las fábricas
improductivas. Y sin embargo, no ocurre tal cosa. ¿Por qué?
Porque en el sistema capitalista el objetivo de la actividad económica no es producir cosas útiles,
bienes y servicios para satisfacer las necesidades básicas. Esa actividad, en efecto, es solo instrumental.
El objetivo de la actividad económica es obtener una utilidad o ganancia.
La inversión es el motor del proceso de acumulación de la economía capitalista, lo que determina
la dimensión del proceso económico. La relación entre ganancia e inversión asocia las dos variables
fundamentales en la dinámica económica de corto y largo plazo. La inversión solo se realiza si se prevé
la obtención de una ganancia. La utilidad esperada determina la inversión, y la inversión determina el
volumen de producción que se obtiene, el empleo y el desempleo.
2. Con lo hasta aquí escrito se puede definir un modelo del funcionamiento de los fundamentos
económicos más relevantes. En todo caso, hay que tener en cuenta el hecho de que un modelo es
una visión simplificada de la realidad: hay tantos modelos posibles como variables que considerar
fundamentales. Por este motivo, todo modelo refleja las ideas de quien lo elabora, al mostrar algunas
variables y esconder otras; se escoge siempre lo más relevante en función de las opiniones de quien
establece el modelo. Luego, todo modelo tiene un carácter “no neutral”.
En el modelo arriba descrito, se deduce que el nivel de producción final depende, en última instan-
cia, del nivel de inversión inicial. La inversión está ligada a una demanda de bienes y servicios, a una
demanda de materias primas, y determina el volumen de producción, vale decir, la oferta, que tiende
siempre a adaptarse a la demanda.
1. El uso de los recursos es un factor muy importante para distinguir entre la inversión que genera
nueva capacidad de producción y la que se dedica solo a producir medios de producción que ya
existían previamente. La inversión neta es aquella que amplía los medios de producción disponibles,
y la verdadera acumulación es la diferencia entre la inversión bruta y la depreciación o amortización
del capital.
A veces parece que la inversión es poco eficiente; esa constatación introduce el problema del grado
de utilización de los recursos. Si es bajo, el volumen de esfuerzo de inversión que se requiere para
ampliar la capacidad productiva será mayor.
La eficiencia de la inversión está determinada por su propio volumen, por la utilización de los
recursos que se invierten y por el nivel de producción que se obtiene.
2. Inversión es también la financiera, que consiste, simplemente, en acumular más dinero (las inver-
siones financieras son del tipo D - D' sin pasar por M), si bien, como se ha subrayado, la inversión
real es la llamada formación bruta de capital fijo (FBCF). En el lenguaje común, “inversión” tiene
3. La inversión da valor a una mercancía ya producida en el pasado (la compra de una máquina, por
ejemplo) y promueve la creación de nuevas mercancías, proyectando hacia el futuro la decisión actual
de invertir. Dado que los consumos públicos y privados varían muy lentamente, la variación de la
demanda total depende, en buena medida, de la variación en las inversiones. El control de la inversión
se transforma así en la variable clave del circuito de acumulación. Formalmente:
Por ese motivo, los recursos disponibles para la inversión de hoy están condicionados por el consu-
mo público y privado de ayer.
Ahora bien, ese excedente de recursos disponibles para la inversión puede provenir también del
exterior. Precisamente, el objetivo básico de los ajustes estructurales (que explicaremos más adelante)
es reducir el consumo para aumentar el excedente.
Como puede verse, temporalmente no es cierto que la inversión sea producto del ahorro nacional,
como normalmente sostiene la teoría generalmente aceptada. Esto es todavía más evidente en el llama-
do mundo globalizado en que vivimos. Si el ahorro viene dado por la renta (o también el producto)
menos el consumo, no es verdad que para invertir mañana debamos ahorrar hoy. Es posible aumentar
la inversión sin reducir el consumo, gracias a la ayuda exterior.
a) Invirtiéndolas en el país.
b) Elevando su propio consumo.
c) Enviado los recursos al exterior para construir allí establecimientos, filiales, fábricas (inversión
en el exterior).
d) Buscando elevar esas utilidades mediante la inversión en actividades improductivas, como pu-
blicidad y gastos políticos.
e) Prestando esas utilidades a cambio de intereses.
f ) Reduciendo el pago de intereses, al utilizarlas para cubrir las deudas que han contraído.
5. Los capitalistas invierten para tener una utilidad futura. Dado que la razón para invertir es obtener
utilidades, el volumen de la inversión dependerá de cuán elevada piensen que será la tasa de rendimien-
to. El orden de las seis mencionadas posibilidades de uso de las utilidades refleja también un orden que
va de mayor a menor inversión productiva.
La tasa de rendimiento no se puede conocer anticipadamente. Por ese motivo, los inversionistas
potenciales establecen sus expectativas a partir de dos elementos centrales: la tasa esperada de rendi-
miento de los bienes de capital (bienes de producción) que se considera hoy y la utilización futura que
se espera hacer de los medios de producción35.
Las posibilidades futuras de venta de la producción y los costos de producción determinan la tasa
de rendimiento. En consecuencia, los precios de las mercancías y el salario son los dos elementos de
más arduo control –y más complejos– en la economía de mercado.
Esto supone que las condiciones de la oferta y la demanda afectan la inversión y se influencian
mutuamente, de manera que si las condiciones del costo son favorables (por ejemplo, una reducción
de los costos salariales), las de la demanda tenderían a ser negativas (disminuyen las ventas porque
los trabajadores asalariados tienen menor poder adquisitivo) y viceversa (aumenta la utilización de la
capacidad instalada; mejoran las condiciones de la demanda; pero aumentan los salarios y disminuye
el desempleo; empeoran las condiciones de costo).
Para que el nivel de inversión sea elevado, la economía debe alcanzar un equilibrio entre las condi-
ciones de costo y la demanda. Cuando las condiciones de la demanda o de costo son muy desfavorables,
1. En macroeconomía, las inversiones están representadas por el complejo de bienes producidos por
un sistema económico en un determinado período de tiempo, los cuales, al configurarse como bienes
de fecundidad repetida y con largo ciclo de utilización, no sirven ni directa ni inmediatamente para
satisfacer necesidades, sino para producir a su vez otros bienes y servicios; en microeconomía, la inver-
sión corresponde a la compra o la producción propia de bienes de capital inmovilizados a mediano o
largo plazo, o en todo caso temporalmente, como maquinarias, muebles, automóviles, plantas fabriles,
equipamientos, instalaciones o suministros.
Las inversiones se pueden subdividir en inversiones reales, que tienen el objetivo de fortalecer la
estructura del patrimonio, el valor de los bienes productivos y la potencialidad de la renta; e inversio-
nes financieras, que están constituidas por acciones, obligaciones, títulos del Estado, participaciones,
productos financieros varios, etcétera. Una segunda subdivisión las diferencia en inversiones fijas, que
se cuentan entre las reales y tienen que ver con la compra, por parte de la empresa, de maquinarias,
equipamientos e instalaciones, que generalmente tienen un largo ciclo de utilización; e inversiones
en suministros, que están representadas por variaciones en el stock de existencias o inventario de la
empresa y que tienen por lo general una vida más breve que las fijas: usualmente un solo ejercicio con-
table, aunque de cualquier manera constituyen inmovilizaciones temporales y, por tanto, inversiones
de corto período (sobre estos temas, véase Alvaro, Vasapollo, 1999).
2. En primer lugar hay que subrayar que las inversiones, y más precisamente los procesos decisorios de
la inversión, constituyen un objetivo prioritario y estratégico para el sistema empresa y, por tanto, vistas
aquellas en su conjunto, para el sistema país. Desde el momento en que cualquier inversión presupone
el empleo de recursos financieros con el fin de producir una utilidad en el futuro, resulta de inmediato
evidente que la ausencia de certezas acerca de la efectiva realización y el monto de tal utilidad, hace
que la decisión de invertir comporte la asunción de riesgos, debidos a la divergencia entre rendimiento
efectivo alcanzado y rendimiento esperado. Una sana y eficiente gestión de empresa, en la lógica de
la economía de mercado, implica una continua producción de propuestas y decisiones de inversión,
en relación con las cuales se cuantifican y evalúan los respectivos flujos de caja; cumplido esto, siguen
necesariamente otros momentos de decisión, referentes a la selección de las propuestas de inversión, en
los que es preciso adoptar criterios oportunos de aceptación, que a su vez podrían plantear una revisión
crítica de toda la decisión de inversión, incluso después de la fase de aceptación. El conjunto de estas
decisiones lleva a la planificación estratégica de los procesos de expansión y de acumulación del capital.
Los procesos decisorios de inversión pueden referirse a la expansión de procesos productivos y/o
de productos existentes, o a la determinación de nuevos procesos y productos. La sustitución y la
3. Las decisiones de inversión tienen que ver con múltiples aspectos de la vida empresarial y de los
mecanismos de desarrollo del capital: desde la sustitución o ampliación de los bienes de instalación, las
inversiones de tipo financiero o las relacionadas con bienes inmateriales, hasta todas las llamadas inver-
siones indirectas, basadas en la continua disminución de los costos, como por ejemplo las reducciones
salariales, el aumento de los ritmos de trabajo, la intensificación de la explotación del obrero, los incre-
mentos de productividad no redistribuidos al trabajo, el ahorro en los costos referentes a la protección
ambiental y a la prevención de accidentes. En todo caso, las decisiones de inversión forman parte de
los procesos de planificación estratégica empresarial relacionados con la identificación y valoración
de la nueva capacidad productiva que el sistema empresa debe adquirir en función de las dinámicas de
acumulación. Los modelos decisorios de inversión son contrastados con las previsiones de evolución
de la estructura del mercado y de la tipología de la demanda futura, además de, obviamente, con las
potencialidades de la competencia y el previsible o hipotético desarrollo tecnológico, y no digamos con
el progreso que efectivamente es posible aplicar al propio proceso productivo. Pueden ser diversas las
tecnologías o tipologías de instalación o de recursos inmateriales por emplear en el ciclo productivo:
precisamente, la gerencia está llamada a elegir la más conveniente entre aquellas que el progreso técnico
torna disponibles. En su conjunto, un problema de capital budgeting tiene que ver con procesos de
análisis global de costos, de la demanda, del precio, todo ello exhaustivamente y en relación con la
adquisición de nueva capacidad productiva. Un modelo óptimo de decisión de inversión no puede
prescindir, por otra parte, de la consideración de la variable tiempo, ni de todos aquellos elementos
que, en algún sentido, puedan reconducir a la variable riesgo-incertidumbre (incertidumbre respecto a
los rendimientos de los factores productivos, incertidumbre acerca del nivel de competencia presente
en el mercado, incertidumbre sobre los precios, los gustos y las escogencias del consumidor, etcétera).
Los criterios, pues, que deben inspirar y guiar la escogencia entre modelos alternativos de decisión
para las inversiones empresariales, deben también estar en capacidad de evaluar la variable tiempo, en
consideración del grado de incertidumbre acerca de los flujos de caja originados por cada una de las
alternativas posibles. Al desfase temporal vinculado con la determinación de costos e ingresos se suma
la incertidumbre en la estimación de sus montos efectivos.
4. En lo que respecta a esa última especificación, la de los objetivos o fines, doctrinariamente se habla
de “inversiones de expansión” cuando se persiguen incrementos cuantitativos o cualitativos de la ca-
pacidad productiva; de “inversiones de sustitución” cuando no es ese incremento lo que se busca y el
dinero es empleado para remediar la obsolescencia técnico-económica de los bienes instrumentales;
de “inversiones de racionalización” cuando se procura hacer disminuir los costos unitarios de produc-
ción, aumentando la productividad y los estándares cualitativos y cuantitativos; y, finalmente, están
las llamadas “inversiones estratégicas en recursos inmateriales”, que tienen por objetivo primario el
aumentar la productividad y ocupar nuevos nichos de mercado, acrecentando en su conjunto el capital
intangible de la empresa.
1. La renta es atribuida a los factores productivos por la función que estos cumplen. La distribución
funcional considera como uno solo los flujos de renta de capital y de trabajo, aun si en la práctica hay
que tomar en cuenta su forma mixta. Dado que la producción se logra mediante el empleo de trabajo
y capital, su equivalente monetario es repartido por las empresas entre quienes detentan tales factores
productivos, para lo cual se representa la renta interna bruta a precios de mercado. Se intuye, por tanto,
la siguiente igualdad: PIBPM = RIBPM36, en la que el primer miembro representa la fase de formación o
producción de la renta o los recursos y el segundo, la fase de distribución.
2. Detectar la distribución de la renta es tarea que presenta dificultades por varios motivos: por la pre-
sencia de rentas mixtas, por el hecho de presentarse la AP como empresa y como unidad de consumo,
porque el operador “resto del mundo” se presenta como fuente y como destinatario de flujos de renta.
Valga precisar que la PA, cuando es considerada como unidad de consumo, recibe rentas, intereses y
dividendos sobre los capitales que posee.
3. Si recordamos que PIBPN = PIBCF + INN (donde PIBCF es producto interno bruto a costos de fábrica
e INN son los impuestos indirectos netos), eso significa que el PIB representa para la empresa el costo
4. La renta bruta disponible de las familias es destinada al consumo final nacional de las familias y al
ahorro bruto. El ahorro nacional disponible está conformado por la suma total del ahorro bruto de las
familias y de la AP, más la renta producida y no distribuida de las empresas.
— notas —
1 Frecuentes en este capítulo serán los llamados a importantes obras sobre el tema; en particular, se tendrán como puntos de
referencia los contenidos de Álvaro (1999), De Meo (1975), Giannone (1992), Guarini, Tassinari (1996), Samuelson, Nordhaus
(1987) y Graziani (1977).
2 Cfr. al respecto Vasapollo (ed., 2002). La crítica clásica de la teoría del valor-trabajo aparece en el texto de 1896 de Eugen von
Böhm-Bawerk (1975).
3 Son muchos los autores que han utilizado los datos de la contabilidad nacional para adaptarlos a una lectura bajo categorías
marxistas. Un trabajo pionero a ese respecto es el de Eugen S. Varga (1948), al igual que el análisis de Shigeto Tsuru sobre com-
parabilidad de las categorías marxistas con los agregados keynesianos, Sugli schemi della riproduzione [Acerca de los esquemas
de la reproducción], incluido como apéndice en Paul M. Sweezy (1942). El economista que mayores progresos ha hecho en esta
reformulación de las estadísticas en categorías marxistas es Anwar Shaikh (1990); cfr. también Shaikh, Tonak (1994).
4 Joseph Alois Schumpeter es quien mejor expresa la dimensión política e histórica de este razonamiento. Otros autores, como
Michal Kalecki o Piero Sraffa, dotaron de perspectiva histórica esta suerte de pensamiento neoclásico. Será John Maynard
Keynes quien, en sus obras de los años treinta, formulará el concepto de ruptura con el pensamiento vulgar.
(1999; 2000b).
6 Repetimos: no es la utilidad social, el contenido del trabajo, lo que determina ni mucho menos la productividad, sino la forma
social en que este se produce (lo determinante es el aspecto formal y no el material, es decir, qué se produce).
7 Es evidente que al definir a un trabajador como material o mental, establecemos a nivel conceptual una diferenciación que en la
realidad no existe: de hecho, el trabajo, en el ejercicio concreto de la actividad laboral, es siempre tanto material como mental.
No obstante, al definirlo como material o mental identificamos el aspecto predominante (desde el punto de vista social) del
trabajo. Para profundizar en estos asuntos, cfr. Carchedi (1983; 1987; 1991).
8 Para la escuela clásica, la concepción de Marx es tautológica: el trabajo productivo, o trabajo que crea valor, debe estar cierta-
9 Porque, como ya hemos dicho, son estos tipos de actividad (transformación, conservación) los que hacen productivo el trabajo.
11 El capitalista, en esa fase, no compra fuerza de trabajo para ponerla en el proceso productivo; o sea, no es utilizada para la
12 Que ella, sin embargo, “naturaliza” las más de las veces, y con frecuencia, aplicando al estudio de los fenómenos sociales, los
mismos presupuestos epistemológicos, los mismos métodos y las mismas técnicas utilizadas por las ciencias naturales.
13 Leamos lo que escribe Alvaro (1999: 28) a ese respecto: “La economía política necesita ‘confrontarse’ continuamente con los
datos de la observación, con la realidad económica medida y ‘estadisticada’. Es decir, con la estadística económica, porque sin
la estadística económica la economía política se convierte en estudio, análisis, elaboración de modelos teóricos, aptos para
describir el funcionamiento de sistemas económicos hipotéticos, cuya validez se agota en la verificación formal de su cohe-
rencia interna, en tanto que construidos sobre proposiciones deducidas del comportamiento de un irreal e imaginado homo
oeconomicus”.
14 Para un tratamiento más profundo de los temas confrontados en este parágrafo, cfr. Alvaro (1999).
15 Esta distinción está en la base de la diferencia que corre entre producto interno bruto (PIB) y producto nacional bruto (PNB).
16 En verdad, esa diferenciación neta no refleja fielmente la realidad social. Bien pueden haber casos en los que algunos opera-
dores desempeñen una actividad no relacionada con las incluidas en los modelos estadísticos, como, por ejemplo, familias que
produzcan bienes y servicios, y sin embargo no sean calculados porque no pasan por el mercado.
17 Para una profundización en los problemas relacionados con la definición e identificación de los operadores económicos, y para
una más intensa descripción de las diferentes desagregaciones factibles en el marco de las categorías de operadores, cfr. Alvaro
(1999: 31-71).
18 Mientras que las empresas individuales y las sociedades carentes de personalidad jurídica (por ejemplo, empresas agrícolas,
de servicios o industriales con, respectivamente, menos de 20, 50 o 100 asociados) son incluidas en la categoría “familias”.
Por tal motivo es difícil distinguir, en estos casos, los gastos destinados a adquisición final (es decir, de consumo), de aquellos
necesarios para la actividad empresarial. No obstante, y a diferencia del modelo utilizado por el SEC, el Istat distingue en dos
cuentas separadas las actividades de consumo y de producción que cumplen las familias, en modo tal que logra proveer datos
más precisos y desagregados en lo que respecta a las diversas actividades realizadas por estos sujetos.
rios a la economía política y la contabilidad nacional más utilizados en las universidades italianas, se hará referencia predomi-
nante a la destacada escuela de estadística económica de la Facultad de Estadística de la Universidad La Sapienza, de Roma,
y a cuanto se expone detalladamente en las obras básicas de sus más importantes representantes, De Meo (1975), Giannone
(1992) y Alvaro (1999).
20 “Naturalmente, la gente no vive solo de pan, ni la sociedad vive solamente de su producto nacional bruto. Pero en nuestro
camino hacia ese utópico estado de opulencia en que desaparecerá toda preocupación por el bienestar material, tendremos
necesidad de una medida que resuma el rendimiento económico agregado” (Samuelson, Nordhaus, 1987: 98).
23 “Quedan excluidas todas las adquisiciones de materiales y servicios de otras empresas (…) porque esas adquisiciones serán
debidamente calculadas en el PNB con base en los estados de cuenta de dichas empresas” (Samuelson, Nordhaus, 1987: 104).
24 En relación con esto, valga subrayar la diferencia entre “valor de la producción vendible” (que es el valor, en su conjunto, del
bien producido) y “valor agregado” (el incremento de valor que una empresa lleva a cabo: en resumidas cuentas, su “cuota de
participación” en la formación de la riqueza-renta nacional). Cfr. Graziani (1997: 68).
25 Se ha utilizado en esta parte la terminología de Samuelson y Nordhaus, dada su difusión en el ámbito didáctico y académico.
26 Como tema no resuelto se mantiene la necesidad de definir qué ramos o actividades no se deben considerar en este indicador,
por ser simplemente consumidores de renta y no generadores de valor. Cfr. Gouverner (2002: cap. III).
28 Donde C son los consumos finales; X, los “bienes y servicios destinados a la exportación”; I, los “bienes de inversión o forma-
29 También sobre este tema, de particular importancia son las consideraciones de Giannone (1992) y Alvaro (1999).
30 Sea que se trata de una persona natural o jurídica, un conjunto de tales sujetos (operadores) o un país completo.
31 En palabras de Graziani (1977: 65): “Se entiende por renta nacional el flujo neto de bienes y servicios que afluyen periódica-
mente a favor de una determinada colectividad, en el curso de un período de tiempo dado”. Aún más, la RN puede ser leída
desde otra perspectiva: flujo de productos o flujo de pagos (desde el punto de vista de quien cede renta). Sobre estos temas,
cfr. Samuelson, Nordhaus (1997: 957 ss.) y Graziani (1977: 71-73).
32 El ahorro es, claramente, la parte de la renta que no es consumida. Por tanto, tenemos que S = Y - C, donde, como ya sabemos,
33 En economía, la oferta de trabajo está constituida por las personas que quieren trabajar (no por las ofertas de empleo, que
son la demanda de trabajo). En general, según la teoría económica dominante, cuando la demanda y la oferta se igualan hay
equilibrio de mercado (con precio y cantidad de equilibrio relativos). En el mercado de trabajo encuentra la economía neoclá-
sica una de las excepciones más estruendosas y problemáticas: el equilibrio entre demanda y oferta de fuerza de trabajo no se
alcanza prácticamente jamás.
34 El ejemplo de la casa incendiada ha sido tomado de Wim Dierckxsens (1998; 2002; 2004a).
clásico en la materia.
36 Con tal relación se establece la igualdad “desde el punto de vista cuantitativo”, tomando en cuenta que los dos agregados
1. A partir de la Segunda Guerra Mundial se desarrollan de manera articulada los sistemas de contabi-
lidad nacional, con el objetivo de conocer el comportamiento de los principales agregados macroeco-
nómicos y los efectos de las políticas económicas y sociales internas.
El sistema socialista elaboró el modelo de balance de la economía nacional, desarrollado en la
Unión Soviética en los años veinte y posteriormente transferido al resto del campo socialista y al sis-
tema del Comecon1.
En los países caracterizados por el libre mercado, los intentos de representación cuantitativa de
la economía se remontan a William Petty (Sandoval González, 2004) y se desarrollan luego con los
fisiócratas. Sin embargo, es solo a fines del siglo xix que nace la contabilidad nacional contemporánea.
Las principales referencias conducen a Richard Stone. Sus trabajos dieron origen al sistema nor-
malizado de contabilidad y sirvieron de base para la elaboración del sistema de Naciones Unidas.
Para Stone, “un sistema de contabilidad social es un medio práctico para describir lo que ocurre en una
economía, en la medida en que ello puede ser expresado en términos de transiciones y en un conjunto
de cuentas enlazadas bajo el principio de la partida doble” (2004: 12). Según este estudioso, el sistema
se compone de cuatro clases de operadores: empresas, familias, Administración Pública y resto del
mundo. Cada uno de ellos produce, consume y ahorra.
Entre los trabajos pioneros en la construcción del sistema de cuentas nacionales (SCN en adelante)
es necesario recordar también los del Grupo de Oslo, que organizó la disciplina en torno a un centenar
de conceptos macroeconómicos, con una serie de ecuaciones de marco coherente.
Mención particular exigen los trabajos de W. Leontief, quien, conocedor del sistema de balances de
la vieja Unión Soviética, diseño el método input-output, ampliamente utilizado en muchos países; algo
parecido, el balance intersectorial, había sido concebido por los planificadores de la Unión Soviética.
La diferencia sustancial entre un sistema y otro es que en el campo socialista se tomaba en cuenta el
indicador “producto social global”, que se centra en la producción de bienes y servicios directamente
vinculados con la producción, circulación-distribución y comercialización de bienes materiales, según
una particular interpretación de los esquemas marxistas.
El primer SCN fue adoptado por la ONU en 1953 y desde entonces ha sido objeto de sucesivas
adaptaciones. En 1989 comienza la aproximación entre el sistema que se aplicaba en el campo socia-
lista y el utilizado por la ONU; entre ambos existen profundas diferencias. A partir de la “caída del
muro”, esa dicotomía desaparece con el tránsito de los países del Este hacia la economía de mercado.
4. Donde se presentan las mayores dificultades para la estimación cuantitativa de los datos disponibles,
es en lo que respecta a los criterios de la distribución del valor agregado que se expresa en los datos de
la contabilidad nacional. No es casual que, en esta interpretación macroeconómica, la disputa mayor se
plantee en torno a la definición de “capital” que utiliza la economía convencional. Es de sobra conoci-
do que el concepto de “capital” empleado en la teoría económica dominante corresponde a un término
polisémico, que incluye tanto el capital-dinero o capital financiero (del cual se obtiene una renta en
forma de intereses) como los medios de producción de los cuales se obtiene la ganancia capitalista. Lo
que esa teoría no explica es el origen de tales rentas y ganancias. Fue John Bates Clark, economista de
la “nueva generación” posclásica, quien se preocupó por proponer diversas fuentes para las diversas for-
mas de ingresos, con el propósito de eliminar el análisis de la explotación. Según él, en la producción
intervienen permanentemente cuatro factores: el capital, que rinde intereses al capitalista; los bienes
de capital, los medios de producción y la tierra, que reportan una renta empresarial; la actividad de los
empresarios, que genera su ganancia; y el trabajo del obrero, que se remunera con el salario: “la libre
competencia intenta dar al trabajo lo que crea con el trabajo; a los capitalistas, lo que se crea con el
capital; y a los empresarios, lo que se crea con la función de coordinación” (Clark, 1899). Cuarenta
años antes, Marx denunciaba ya la manera en que las formas transfiguradas de las relaciones capitalistas
identificaban el proceso de trabajo con el proceso de creación del valor de la mercancía y hoy, en forma
de teoría de los factores de producción, se presentan como una nueva apología que, bajo la máscara de
la teoría económica burguesa, crea la apariencia de que las rentas de la sociedad dependen del papel
que desempeñan la tierra (condiciones naturales), los medios de producción elaborados (capital) y el
trabajo en el proceso de distribución del mercado9.
Desde la formación del primer pensamiento neoclásico (marginalista), hacia fines del siglo xix, has-
ta nuestros días, la ganancia ha sido considerada desde una doble determinación: por una parte, como
recompensa por la “abstención” de consumo, y por la otra, en una forma que genera un incremento
del valor del capital mediante un proceso de autocrecimiento autónomo. De cualquier modo, esta
explicación resulta excesivamente subjetiva hasta para sus defensores. Se aduce entonces la existencia
de un rendimiento marginal decreciente de los factores, que reproduce la teoría de Ricardo aplicada a
los medios de producción producidos, haciendo abstracción del hecho de que la tierra no “se produce”,
mientras que los medios de producción sí. Esta segunda dimensión fue refutada definitivamente por
Sraffa y los economistas neoricardianos hace casi cincuenta años10. Sin embargo, el argumento moral
* (n.t.) La de los países que se integraron a ella antes de 1995: Bélgica, Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Gran
Bretaña, Irlanda, Dinamarca, Grecia, España y Portugal.
1. Para el sistema de contabilidad de la economía nacional, la producción se limita a las actividades que
generan bienes materiales y servicios pertenecientes a la llamada esfera productiva. Las demás activida-
des –educación, salud, cultura, deportes, defensa, administración, etcétera– no crean producción: son
clasificadas en la esfera no productiva y tratadas como servicios no productivos. En el SCN se computa
como producción toda actividad socioeconómica que tenga un contenido mercantil, independiente-
mente del hecho de que su origen sea o no productivo.
En cuanto al ámbito territorial, el sistema de balance material (de enfoque soviético) se limita al
espacio económico de un país, mientras que el SCN incluye los flujos de y hacia el exterior, vinculando
así la economía interna con el operador “resto del mundo” mediante las relaciones que se establecen
entre las cuentas que lo componen. De esta manera, se considera que el SCN suministra informaciones
periódicas sobre las variables que permiten describir todo el estado de la economía de un país en su
conjunto, en calidad y en valor. Las cuentas nacionales proveen el marco conceptual para describir
las relaciones entre las variables macroeconómicas fundamentales: la producción, la renta y el gasto11.
Se ha dicho igualmente que, en sentido general, la contabilidad nacional es un registro sistemático
de los hechos económicos que cumplen los operadores de un país; en su acepción más restringida y
práctica, es el conjunto de las diversas estadísticas sobre la formación y utilización del producto bruto,
del gasto y de otros conceptos macroeconómicos, presentados en cuadros y computados según las
normas generalmente aceptadas de la contabilidad. Otros autores consideran, más específicamente,
que el SCN es una técnica estadística directa que brinda una representación cuantitativa, completa y
coherente de la economía nacional.
De un modo u otro, la intención es presentar el sistema como un modelo perfecto, tanto en el pla-
no teórico como en relación con el tipo de información que provee. El objetivo, también en este caso,
es construir una ciencia económica absoluta e indiscutible por su nivel de formalización: un intento,
pues, de construir modelos que no necesariamente se preocupen por adherir a la realidad o al conjunto
de las relaciones sociales. Y se trata, en cambio, de reconocer los límites de ese análisis y, después de
haberlos determinado, buscar, con el máximo de objetividad, superarlos.
Se debe empezar por reconocer que este análisis impone límites en el campo de los fenómenos
que abarca; de hecho, solo permite tratar los fenómenos que son cuantificables en términos de mer-
cado, excluyendo aquellos que no lo son o que son de difícil o imposible cuantificación, aunque se
reconozca su importancia. Al utilizar la moneda como única unidad de medida, se tiene la ventaja
2. El SCN presenta todas las relaciones de la sociedad en un único nivel metodológico, el estadístico-
formal, e ignora en su totalidad los procesos reales que se dan tras ellas. Así, por ejemplo, detrás de la
distribución de los capitales en los distintos ramos está el proceso general de distribución en el ámbito
de la división internacional del trabajo. En el pensamiento clásico, en cambio, y sobre todo en Marx,
se analiza la relación entre los productores de mercancías, que ante todo tienen como base la ley del
valor-trabajo.
La concepción de trabajo productivo que se asume en las cuentas nacionales introduce una perma-
nente distorsión del sistema. En el capítulo 14 del tomo I de El Capital, escribe Marx:
En otras palabras, trabajo productivo es aquel “que se intercambia directamente por capital”; vale
decir, el trabajo que el capitalista compra, como capital variable, con el propósito de utilizarlo como
valor de cambio y plusvalía. Trabajo improductivo, nos precisa Marx, es aquel que no se intercambia
por capital, sino directamente por renta, por salario o ganancia y, naturalmente, por los diversos ele-
mentos que forman la ganancia del capitalista, como pueden ser el interés y la renta del suelo.
De las definiciones de Marx se deducen necesariamente dos conclusiones:
a) Todo trabajo que el capitalista compre como capital variable con el fin de sacar de allí una plus-
valía es trabajo productivo, independientemente de que este se materialice o no en objetos12,
A primera vista, estas dos conclusiones son paradójicas y contradicen el concepto corriente de tra-
bajo productivo. En la mayoría de los textos de economía política, y en el SCN, el trabajo productivo
es abordado, de hecho, desde el punto de vista de su necesidad objetiva para la producción social en
general, o para la producción de bienes materiales. En estos análisis, el factor decisivo es el contenido
del trabajo, es decir, su resultado, que usualmente es un objeto material creado mediante la acción del
trabajo.
El asunto que aborda Marx no tiene nada en común con este concepto, salvo el nombre. Para Marx,
trabajo productivo significa trabajo incorporado al sistema social de producción13.
Al pensador de Tréveris le interesaba el problema del tipo de producción social, de cómo se explici-
ta, en términos sociales, la actividad laboral de las personas que no están empleadas en esa producción
(por ejemplo, el trabajo dirigido a la satisfacción de necesidades personales o al servicio de una casa).
¿Cuál es el criterio que permite incluir la actividad laboral de los hombres en la producción social?
¿Qué hace de esa actividad un trabajo “productivo”? A ese problema dio Marx la siguiente respuesta:
todo sistema de producción se caracteriza por el conjunto de relaciones de producción determinadas
por la forma social de organización del trabajo. En la sociedad capitalista, el trabajo está organizado en
forma de trabajo asalariado y la economía se estructura en forma de empresas capitalistas, donde los
asalariados trabajan bajo el mando de un capitalista.
Los trabajadores productivos crean mercancías, producen servicios y, de cualquier manera, rinden al
capitalista una plusvalía. Solo el trabajo organizado en las empresas capitalistas bajo la forma de trabajo
asalariado, adquirido por el capital con el propósito de extraerle plusvalía, se agrupa valorativamente
en el sistema de producción capitalista. Ese trabajo es trabajo “productivo”. Todo tipo de trabajo que esté
comprendido en este sistema de producción inmediata puede ser considerado como productivo, es
decir, todo tipo de trabajo organizado en la forma social característica del sistema de producción aquí
considerado. Dicho de otra manera, el trabajo es considerado productivo o improductivo no por su
contenido –es decir, no en términos del carácter de la actividad laboral concreta–, sino desde el punto
de vista de la forma social de su organización, de su compatibilidad con las relaciones de producción
que caracterizan el orden económico de la sociedad capitalista.
Marx señaló frecuentemente esta característica, que diferencia su teoría de las más corrientes sobre
el trabajo productivo, las cuales asignan un papel decisivo al contenido de la actividad laboral.
1 Consejo de Ayuda Mutua Económica, instituido en 1949 por los países socialistas de Europa Oriental (Unión Soviética, Albania,
Bulgaria, Checoslovaquia, Polonia, Rumanía y Ungría), con excepción de Yugoslavia, en contraposición al Plan Marshall y para
coordinar las economías de los países comunistas. Posteriormente se incorporaron Cuba, Mozambique y Vietnam, mientras
que Albania lo abandonó en 1962. Fue disuelto en 1990.
3 “Los funcionarios pueden convertirse en asalariados del capital, pero no por ello se transforman en trabajadores productivos
(…) El trabajo productivo se intercambia directamente por dinero en cuanto capital, es decir, por dinero que en sí mismo es ca-
pital, que está destinado a funcionar como capital y que como capital se contrapone a la capacidad de trabajo” (Marx, 1985a:
83).
4 “El valor y la plusvalía producidos [en el proceso laboral productor de plusvalía] son resultado de la acción de una sola categoría
de agentes: aquellos que, por medio de su trabajo concreto, transforman las características materiales e intelectuales de los
objetos y de los instrumentos de trabajo en un valor de uso diferente, que es el del producto” (Carchedi, 1991: 31). Sobre este
punto, cfr. también Carchedi 1977; 1987.
5 Alessandro Mazzone es uno de los estudiosos más atentos a diferenciar entre MPC, que es un concepto concebido a un nivel
muy abstracto de razonamiento, con leyes que norman su comportamiento general, sus tendencias, etcétera, y, de otra parte,
los capitalismos en particular, que de manera concreta, en la cotidianidad económica, social, humana, geográfica, se manifies-
tan y se diferencian.
7 Y esto, póngase atención, en los países de capitalismo avanzado, donde debería más bien extenderse, al decir de algunos
científicos atolondrados y superficiales, el fin de la clase obrera y del trabajo. Si se piensa en países como China, India, etcétera,
las tasas de población asalariada son todavía más elevadas.
8 Tras las cuales se esconden con frecuencia formas solo jurídicas y no sustanciales de “autoempresarialismo”. En Italia, la gran
incidencia de trabajadores conocidos como “en partida IVA” ha llevado desde hace años a hablar de “trabajadores autónomos
de última generación”, para identificar a un falso “autoempresariado” que nombra a asalariados atípicos expulsados, despe-
didos y obligados a “inventarse” un trabajo aparentemente propio pero absolutamente precario.
9 “Por eso la economía vulgar no tiene ni la más remota idea de que la fórmula tripartita de que parte, a saber, tierra-renta,
capital-interés, trabajo-salario o precio del trabajo, encierra tres combinaciones evidentemente imposibles. En primer lugar,
tenemos el valor de uso tierra, que no tiene de por sí ningún valor, y el valor de cambio renta del suelo, con lo que se establece
una proporción entre una relación social, considerada como una cosa, y la naturaleza, es decir, se establece una relación entre
dos magnitudes inconmensurables. Luego, viene la relación de capital a interés. Si el capital se concibe como una determinada
suma de valor expresada sustantivamente en dinero, es absurdo que un valor represente mayor valor de lo que vale. La fórmula
capital-interés hace desaparecer, precisamente, todo eslabón intermedio y reduce el capital a su fórmula más general y, por
tanto, inexplicable por sí misma y absurda. Es por eso que el economista vulgar prefiere la fórmula de capital-interés, con su
cualidad oculta de valor desigual a sí mismo, a la fórmula de capital-ganancia, que nos acerca más a la relación real y efectiva
del capital. Luego, movido por la intranquilidad de conciencia que le dice que 4 no es igual a 5 y que, por tanto,100 táleros, no
pueden ser 110 táleros, salta del capital como valor de la sustancia material del capital, a su valor de uso como condición de
producción del trabajo, de la maquinaria, de las materias primas, etcétera. Con lo cual consigue, a su vez, establecer, en lugar
de la inconcebible primera proporción según la cual 5 = 5, una proporción perfectamente inconmensurable entre un valor de
uso, una cosa material, de una parte, y de otra una determinada relación social de producción, la plusvalía, como ocurre en lo
referente a la propiedad de la tierra. Tan pronto como llega a esta relación entre magnitudes inconmensurables, el economista
vulgar lo ve ya todo claro y no siente la necesidad de seguir reflexionando, pues con ello ha llegado, en efecto, a lo ‘racional’
12 Piénsese en un software, que es hoy el prototipo de la mercancía inmaterial, aun si debe ser incorporado, para su uso, a un
soporte material.
13 Como dijimos anteriormente, el aspecto relevante y calificador es el formal, que identifica las relaciones sociales en las cuales
1. Para interpretar de manera exacta la idea de Marx, es necesario comprender con claridad que la fase
de circulación del capital no equivale a una circulación del capital, no corresponde a una distribución
real de productos, es decir, a un proceso de transferencia de manos de los productores a las de los
consumidores, necesariamente acompañado de servicios de transporte, almacenamiento, empaque-
tamientos, etcétera. La función de la circulación del capital, que consiste solo en transferir de una
persona a otra el derecho de propiedad de un producto, es por tanto una transformación del valor, de
su forma mercancía a su forma dinero o, inversamente, una realización del valor producido. Son estos
los “gastos de circulación, derivados del simple cambio de forma del valor, de la circulación idealmente
considerada” (Marx, 1966: 120-121). “Aquí nos referimos solo al carácter general de los gastos de
circulación que surgen de la metamorfosis puramente formal” (121). Marx demostró claramente la
siguiente afirmación: “La ley general es que los gastos de circulación que corresponden simplemente a
un cambio en la forma de la mercancía no agregan a esta ningún valor” (132).
Marx diferenció entre esta “metamorfosis formal”, que es la esencia de la fase de circulación, y
la “función real” del capital-mercancía (1978a: 265). Y como parte de esa función real incluyó el
transporte, almacenamiento, “distribución de las mercancías bajo una forma distribuible” (1966: 264),
“expedición, transporte, distribución, venta al detal” (276-282). Debe entenderse que la realización
formal del valor es la transferencia del derecho de propiedad sobre productos y se limita a servir de
vehículo a su realización, y con ello, al mismo tiempo, al verdadero intercambio de las mercancías, a su
paso de unas manos a otras, al metabolismo social. Pero teóricamente la realización formal, la función
genuina del capital en la circulación, es totalmente diferente de las mencionadas funciones reales, que
son, en esencia, ajenas a ese capital y tienen un carácter “heterogéneo”.
En las empresas comerciales corrientes, estas funciones formales y reales se mezclan y entrelazan
habitualmente. El trabajo del vendedor de un negocio sirve a la función real de la conservación, del
embalaje, del transporte, y a las funciones formales de la compra y la venta. Pero es posible separar estas
funciones, con base tanto en las personas como en los lugares: “Las mercancías preparadas para ser
compradas o vendidas pueden imaginarse también en muelles y otros lugares públicos” (282) como,
por ejemplo, en depósitos comerciales y de transporte. Marx consideró todas las funciones reales como
“procesos de producción que simplemente se prolongan en la circulación, y cuyo carácter productivo
se esconde bajo la forma de esta última” (tomo II: 121).
2. Así, el trabajo que se aplica a estos “procesos de producción” es trabajo productivo, que crea valor
y plusvalía. Si el trabajo del vendedor consiste en llevar a término funciones reales (conservación,
transporte, empaquetamiento, etcétera), entonces es trabajo productivo, y no porque se encarne en
bienes materiales (la conservación no produce tales cambios), sino porque es empleado en el “proceso
de producción” y, por tanto, es empleado por el capital productivo. El trabajo del mismo empleado
comercial es improductivo solo si sirve exclusivamente para la “metamorfosis formal” del valor, para
su realización, para la transferencia ideal del derecho de propiedad del producto de una persona a
otra. La “metamorfosis formal” que se produce en la oficina de ventas y que está separada de todas las
funciones reales, exige también ciertos gastos de circulación y gastos de trabajo: llevar la contabilidad
y los libros comerciales, la correspondencia, etcétera. Este trabajo no es productivo, pero, insistamos
una vez más, no porque no crea bienes materiales, sino porque se utiliza en la metamorfosis formal, en
la fase de circulación del capital en forma pura1.
A pesar de cuan rigurosamente expone el análisis de Marx, a partir de una visión actual del proble-
ma se presentan algunos límites evidentes; sin embargo, las bases esenciales de análisis conservan su
vigencia, y justamente al considerar el concepto de producción y reproducción reales de las relaciones
capitalistas de producción.
3. De cuanto se ha dicho, resulta evidente la enorme diferencia que existe entre una conta-
bilidad nacional a la manera de Marx2 y la de corte neoclásico. Que, a pesar de todo, es el úni-
co instrumento que actualmente nos permite conocer algunos comportamientos de los sistemas
económicos.
Aunque, de cualquier forma, sea actualmente de una considerable utilidad, las grandes limitaciones
de este sistema (SCN) han sido señaladas desde el inicio por sus defensores y críticos. Graves limitacio-
nes se encuentran, por ejemplo, en la descripción integral del proceso de desarrollo: aspectos como el
1. Aunque frecuentemente ignorado por la ciencia económica oficial al servicio de las clases domi-
nantes, es justamente El Capital de Karl Marx lo que permite delinear un modelo de reproducción
del capital social que podría constituir la base para el desarrollo de una macroeconomía alternativa,
centrada en la ley del valor, y a partir de la cual podría analizarse –enmarcados de otra manera– todo
un grupo de procesos económicos y sociales.
En el tomo II de El Capital se describe el proceso de reproducción simple y ampliada del capital
social, y se demuestra que la reproducción del capital constante consumido en la producción del sector
1 está unida a la reproducción de las clases sociales en el sector 2. Según Marx (1966, tomo II: 351),
la esencia del problema consiste en “cómo se repone a base del producto anual el valor del capital
absorbido por la producción, y cómo se entrelaza el movimiento de esta reposición con el consumo de
plusvalía por parte de los capitalistas y el de salario por parte de los obreros”.
En otras palabras, en la reproducción macroeconómica se entrelazan dos procesos: el de reproduc-
ción del capital social y el de las clases sociales, al mismo tiempo. Para Marx, también en la macroeco-
nomía se manifiesta el sistema de relaciones de clase.
La categoría central que se desprende de la sección tercera del tomo II de El Capital es la de capital
global nacional. El capital global representa el conjunto de los capitales individuales de un país, lo que
es igual al capital fijo, como base material para la reproducción, más el producto social, que es el valor
anual de todos los bienes y servicios logrados por la sociedad, expresión del valor de todo el trabajo
social y de todas las utilidades (Marx, 1966, tomo II: 382).
Como es posible observar, de esta manera se suman tanto el valor de las partes del producto social
que corresponden al capital, como las partes que corresponden al fondo de consumo.
Esquemáticamente, el capital global puede ser representado como en el gráfico que sigue más abajo.
Tanto para la reproducción simple como para la reproducción ampliada, Marx asume las mismas
hipótesis:
Plusvalía
La división de la sociedad en dos sectores (el sector 1, productor de medios de producción, y el
sector 2, productor de artículos de uso y consumo) sirve de base para prever hipótesis acerca de las
relaciones intersectoriales basadas en intercambios de valor.
Para Marx, “todo el valor social del producto se descompone en renta, en salario más plusvalía o,
según su expresión, en salario más ganancia (interés), más renta del suelo” (Marx, 1966, tomo II: 386).
Este concepto constituye una muestra de genio, por la cual deberían estar agradecidos los macroeco-
nomistas modernos.
2. El estudio de la reproducción del capital social debe basarse en el análisis del ciclo M-M ', ya que esta
fórmula expresa la realización de la mercancía.
A su vez, en la reproducción del capital social en su conjunto debemos diferenciar la producción
social en dos sectores fundamentales: el que produce medios de producción (MP) y el que produce
medios de consumo (MC).
En ambos sectores debe tenerse en cuenta tanto el valor de cambio y el valor de uso como la pro-
porcionalidad entre ellos.
También en este nivel de análisis, el problema básico es la realización del capital social. En el análisis
de Marx, el único factor que convierte la reproducción simple en ampliada es que una parte de la
plusvalía no se consume, se invierte.
El sector 1 acumula y garantiza así una reproducción ampliada. Esto genera la necesidad y la
posibilidad de que también el sector 2 acumule y desarrolle una reproducción ampliada. Por tanto, se
garantiza así que los dos sectores de la producción crezcan y que el capital social en su conjunto cumpla
el proceso de reproducción ampliada.
Podemos ahora formular, a partir de allí, algunas consideraciones:
Una economía subdesarrollada se apoya más en la producción de bienes de consumo personal que
en la industria. Esto puede condicionar tres tipos de situaciones:
a) Crisis de sobreproducción.
b) Exportación de los excedentes al mercado mundial.
c) Inyección externa de recursos para incrementar el consumo de las clases sociales (remesas, cré-
ditos, transferencias).
3. Una interesante aplicación del método marxista de análisis de las cuentas nacionales es la que presen-
tan Shaikh y Tonak (1994). Estos autores someten a fuerte crítica el concepto neoclásico de actividad
productiva, que considera como tal todo aquello para lo que existe una demanda social, aquello por
lo que la gente está dispuesta a pagar y tiene, por tanto, un precio de mercado. Asimismo, ponen en
discusión la concepción neoclásica presente en el SCN, en el que no se distingue entre las formas de
consumo y las formas de producción. Así, por ejemplo, especifican que el trabajo de un guardia
de seguridad es un trabajo necesario que garantiza consumo, pero no es un trabajo productivo (Shaikh
y Tonak, 1994: 17-19). Presentan estos autores un análisis alternativo que se mueve entre el sistema de
balance material aplicado antaño en el bloque socialista y el SCN, al considerar ambos como extremos.
El comercio, la actividad militar, la policía y otras actividades alternativas no son consideradas por ellos
como productivas, sino como formas de consumo social. El centro de su propuesta es la separación
de las actividades no productivas que puedan ser necesarias pero no pertenecen a la esfera productiva.
Shaikh y Tonak no establecen una proporcionalidad entre el incremento de la ocupación y el creci-
miento de la producción, pero la correlacionan con el incremento del consumo; consideran, además,
que detrás de las cuentas de producción está el trabajo humano que asume el concepto de trabajo
productivo de Marx, al cual nos referíamos anteriormente. El objetivo de estos autores es presentar
un análisis comparativo entre el sistema de categorías macroeconómicas, derivado del marxismo, y el
modelo input-output para demostrar la posibilidad real de interpretar el SCN desde una perspectiva
marxista y sin que, necesariamente, sean excluyentes el uno con respecto al otro.
Por ejemplo:
Partiendo de estos presupuestos, Shaikh y Tonak estiman empíricamente las principales variables
macroeconómicas –como plusvalía, ganancia, crecimiento, productividad del trabajo, etcétera– de
Estados Unidos, tanto desde el punto de vista marxista como del tradicional, y al comparar, en cada
caso, los resultados, obtienen desviaciones entre un método y otro que tal vez puedan ser significativas.
Otros economistas, como Mandel, Tonak, Aglietta y Vargas, han realizado, desde 1920 hasta hoy,
el estudio de diferentes variables y procesos mediante el método marxista, demostrando el gigantesco
potencial heurístico de esta teoría para el análisis macroeconómico.
Estos estudios han sido ignorados o minimizados porque presentan un modelo de la realidad a
través del lente de las variables reales y de las relaciones de clase.
Al mismo tiempo, sin embargo, es preciso subrayar que no se ha sistematizado suficientemente el
análisis macroeconómico marxista, lo que no implica imposibilidad de hacerlo ni niega la necesidad
de ese enfoque alternativo.
— notas —
1 Guerrero (1990) escribe al respecto: “Marx diferencia muy claramente la circulación ‘real’ o ‘material’ de la circulación ‘pura’
o ‘económica’, y sostiene que la primera no es auténtica circulación: ‘las industrias de la conservación y de la conservación de
mercancías (…) deben considerarse como procesos de producción que persisten dentro del proceso de circulación’ (Marx). La
circulación ‘pura’ consiste apenas en la transmisión de derechos de propiedad (o de arrendamiento, de uso, etcétera) sobre la
mercancía, transmisión que aparece como una necesidad solamente en la producción mercantil”.
2 Que no sirve, ciertamente, para satisfacer la aproximación puramente ideológica de algún militante marxista incapaz de un
enfoque científico, pero permite conocer los verdaderos procesos de movimiento del modo de producción capitalista, los mo-
dos de acumulación, los sectores impulsores, productivos e improductivos, y, en fin, los orígenes sociales de la crisis. Estudios
profundos en este sentido han sido llevados a cabo por Moseley (1991) y Wolff (1986).
3 En este caso razonamos utilizando una “cláusula de abstracción” por la cual se supone que precios y valor coincidan, cosa que
en la realidad no sucede porque el valor es solamente una media de los varios precios de mercado y, mientras estos últimos
están sujetos a la ley de la oferta y la demanda, el valor es la media que escapa de las oscilaciones causadas por esa ley e iden-
tifica el trabajo social necesario para la producción de las mercancías.
El complejo de ecuaciones –que siempre tiene al menos una solución– que dan vida a la estructura
de un modelo, puede ser dividido en cuatro familias: a) técnicas; b) de comportamiento; c) definito-
rias; d) de equilibrio. Sin embargo, mientras las dos primeras categorías son verdaderas ecuaciones,
las sub c), más que ecuaciones, son identidades, y las sub d), más que ecuaciones son condiciones de
equilibrio (Graziani, 1977: 21-22).
Para concluir brevemente el discurso introductorio a la modelística, léase una rápida clasificación
de algunos tipos de modelos:
2. Si tenemos la propensión marginal al consumo y la propensión media y las relacionamos entre sí,
obtenemos otro indicador: el de la elasticidad del consumo con respecto a la renta, que, en caso de ser
mayor que 1, en términos absolutos, indica que el consumo de bienes y servicios aumenta en medida
más que proporcional al aumento de la renta. En caso de ser menor que la unidad, nos dice entonces
que el consumo aumenta menos que proporcionalmente respecto a la renta, y por tanto los bienes
y servicios tendrán una demanda inelástica. Para un análisis más a fondo de las relaciones entre renta y
consumo, cfr. Alvaro (1999: 531 ss.), que trata las distintas teorías.
Por ejemplo, la tesis de Duesenberry acerca de la naturaleza fundamentalmente proporcional en
el largo plazo –pero no en el corto– de tal relación, en la que este identifica un proceso de lenta
adaptación de los consumos con respecto a la variación de la renta. Allí se reporta también la tesis de
1.3. El multiplicador
1. El multiplicador es un coeficiente que indica la magnitud del incremento de producción que viene
determinado por cada incremento unitario de las inversiones. Cuando Keynes7 concibe este instru-
mento, parte del presupuesto de que un aumento de las inversiones (I) conlleva un aumento del PNB
en una cantidad multiplicada, mayor que la cantidad de la inversión misma. Eso es, justamente, el
efecto multiplicador. Según el cual
Una vez que se ha efectuado un gasto primario, con base en el efecto del multiplicador se deriva
una cadena infinita de gastos de consumo secundarios. Cadena infinita, pero convergente, al ser finita
su suma final. La consideración fundamental que surge de esa teoría keynesiana es que el nivel de
equilibrio de la renta nacional está determinado por la igualdad entre ahorro e inversión, y que la
divergencia ex ante entre estos dos agregados produce variaciones no intencionales de las existencias;
por tanto, en términos ex post, la inversión estará dada por la suma de la inversión conjeturada y de la
variación de las existencias.
De esta manera queda claro, como lo destaca Gandolfo (1975), que los principios básicos de la
teoría de la determinación de la renta nacional son colocados ex ante, y solo así el ahorro y las in-
versiones encuentran igualdad contable. Cosa muy diferente es la fase ex post de control, en la que
necesariamente se realizan las separaciones entre los agregados de referencia del ahorro y los de las
inversiones. Solo en ese sentido es comprensible la llamada teoría del multiplicador, que indica cómo,
en una situación de equilibrio de subempleo, un aumento de la inversión autónoma produce un
incremento de la renta de e-quilibrio como múltiplo del aumento de la inversión; simplificando, el
efecto ocurre sencillamente porque los incrementos de gasto autónomo conducen a aumentos de la
renta que, a su vez, por medio de la propensión al consumo, determinan aumentos de los consumos y,
por tanto, ulteriores aumentos de la renta. El coeficiente multiplicador viene dado por el recíproco de
la propensión marginal al ahorro.
2. El valor del multiplicador, que depende de la propensión marginal al consumo, puede ser expresado
también con la propensión marginal al ahorro. Leamos qué dicen al respecto dos manuales muy utili-
zados en los cursos introductorios de economía política de los primeros años universitarios:
2. Modelos económicos
Es justamente para hacer frente a tales lagunas que los economistas construyen modelos, con base
en los cuales intentan una lectura más completa y compleja de los fenómenos económicos, con ayuda
de la estadística. El modelo económico es una construcción conceptual o empírica que trata de explicar
las “leyes de movimiento” del capital o ciclo económico. El ciclo económico está caracterizado por
cuatro diferentes fases:
2. Bajo el modelo de Harrod, el tipo de medidas que podrían aplicarse para mejorar el crecimiento
de una economía no debe asentarse en una política mixta, de combinación de medidas monetarias y
fiscales. Según este modelo, para generar una senda de crecimiento sostenido a largo plazo es necesario
reducir el ahorro; en otras palabras, se trata de evitar la existencia de un nivel de ahorro que esté por
encima de las necesidades que la economía plantee para alcanzar la plena ocupación e introducir
innovaciones tecnológicas. Por eso resulta fundamental la reducción del ahorro y la política económica
debe enfocarse directamente hacia ese fin (Galindo, Malgesini, 1994: 21).
En cuanto a la política fiscal, Harrod sugiere distribuir mejor el nivel de ahorro en la economía.
El sector público debe ahorrar, si los agentes privados no lo hacen, y llevar a término las inversiones
necesarias pero con un bajo volumen, sin incurrir en una inflación de la demanda derivada por una
política fiscal expansiva.
Para que el Estado pueda ahorrar más, tendrá que sacar fondos de los operadores privados, por lo
que la demanda será menor y, en definitiva, los empresarios obtendrán menos ingresos. Según Galindo
y Malgesini, puede suceder que los empresarios no estén ya dispuestos a invertir, y el esfuerzo habrá
sido inútil.
La solución que ofrece Harrod ante esa perspectiva es la introducción de la llamada “planificación
indicativa”, que consiste en establecer, por ejemplo, una tasa de crecimiento que pueda cumplirse en
cinco años y llamar a los empresarios a alcanzarla, tratando de obtener de ellos un compromiso activo.
Si están de acuerdo, se sigue adelante y el Estado garantiza que la demanda se mantendrá e, incluso,
podrá aumentar. Se deduce que la política fiscal y la política monetaria, juntas, pueden asegurar un
[La ecuación Harrod-Dumar,] en sus términos más simples, indica que para lograr y mantener en el
tiempo la plena ocupación de la fuerza de trabajo disponible en el sistema, como también la plena
utilización de la capacidad productiva, hace falta que, en función de asegurar el financiamiento de
las inversiones, la propensión al ahorro se iguale con el producto de la tasa natural de crecimiento
y el coeficiente de capital producido. Y esa condición se debe verificar independientemente del
modelo conductual de los operadores económicos y del marco institucional en que se opera (Alvaro,
1999: 623).
3. Frente a los elementos similares en ambos modelos, existen algunos aspectos que los diferencian,
especialmente el hecho de que a Harrod le interesa la propensión media al ahorro y Domar, en cambio,
considera relevante la propensión marginal. Por otra parte, este último no determina implícitamente la
función de inversión, mientras el primero desarrolla la teoría a través del acelerador.
En cuanto a los períodos de largo plazo, estos autores exponen dos dificultades distintas, a las que
deben hacer frente las economías. Para Harrod es la escasez de mano de obra lo que puede perjudicar
Cuando el sencillo modelo elaborado por Solow, que sirvió y sigue sirviendo como marco analítico
para el desarrollo de otras investigaciones teóricas –que analizan algunas cuestiones abstractas relativas
al funcionamiento del sistema económico de mercado–, tiene como punto de referencia el modelo de
Harrod, modifica la problemática de conjunto; el de Solow se caracteriza por ser un modelo de oferta,
en el cual los problemas de mercado están ausentes y el ahorro es igual a la inversión; además, por
hipótesis, la ley de Say queda verificada.
a) La población y la fuerza de trabajo crecen a una tasa proporcional constante, que se considera
independiente de otros aspectos y variables económicas.
b) El ahorro y la inversión son una proporción fija del producto neto, en cualquier punto del
tiempo.
c) Por lo que respecta a la tecnología, se supone que ella esté condicionada por dos coeficien-
tes constantes; concretamente, la fuerza de trabajo por unidad de producto y el capital por
producto.
Para Galindo y Malgesini, el factor relevante en el crecimiento económico, desde la perspectiva del
modelo de Solow, es la relación que existe entre el capital y el producto.
Se formulan entonces las siguientes hipótesis: se supone que en la economía se produzca un solo
tipo de bien, cuyo nivel de producción se expresa con la variable Y; además, se supone que al final todo
el ahorro será invertido, lo que implica, a su vez, que no es necesario incluir una función de inversión.
El modelo de Solow establece que el capital está positivamente relacionado con el ahorro y ne-
gativamente con el incremento de la población; además, integra las partes de la formalización del
equilibrio general de Walras o, dicho de otra manera, admite la posibilidad de sustituir el capital y el
trabajo; es decir, que una determinada cantidad de producción puede ser obtenida a partir de diferen-
tes combinaciones de capital y trabajo.
Por otra parte, el modelo admite la igualdad entre el ahorro y la inversión, de manera que el exceso
o la insuficiencia de demanda, que jugaba un papel fundamental en el modelo de Harrod, está aquí
ausente.
Una de las conclusiones del modelo elaborado por Solow es que en un régimen transitorio, o
breve, se observa una correlación entre tasa de inversión y tasa de crecimiento, mientras que la tasa de
crecimiento a largo plazo no depende de la tasa de inversión.
En los modelos que contemplan el progreso tecnológico, el crecimiento es más rápido cuanto ma-
yor sea el nivel de conocimiento humano acumulado. En la visualización del modelo de crecimiento
de Solow es posible reconocer tres factores determinantes de la acumulación: capital, progreso técnico
y capital humano.
5. Siguiendo el modelo de Solow, el estudio se detiene a indagar la posibilidad de que los países menos
desarrollados alcancen, a largo plazo, a los más avanzados: es ese el terreno del análisis de convergencia
del crecimiento.
A tal fin, valgan las siguientes consideraciones sintéticas:
a) El residuo de Solow se refiere a la parte del crecimiento del producto nacional que no puede ser
atribuida a la acumulación de los factores.
b) Desde la posición neoclásica respecto al crecimiento, el modelo de Solow, desarrollado a finales
de 1950, está entre los más reconocidos. En un artículo publicado en 1956 por el Quaterly
Journal of Economics, Robert Solow describe una manera diferente de analizar el crecimiento.
Se pone allí en discusión la conclusión central del modelo de Harrod, en el sentido de que el
crecimiento es inestable en las economías de mercado por una tendencia crónica al ahorro en
exceso, por sobre las necesidades del capital.
c) El estado estacionario hace referencia a una situación en la cual las variables crecen a una tasa
constante, posiblemente igual a cero.
d) El modelo tiene un punto estacionario único y estable que será alcanzado sean cuales fueren
las condiciones iniciales, dado que, si el progreso técnico se difunde por el mundo entero, es
posible prever que habrá convergencia de las tasas de crecimiento per cápita y los niveles de renta
per cápita; es decir, que las economías en las que el capital por habitante es inicialmente bajo
(regiones pobres), crecerán a tasas superiores a las de aquellas economías donde esa proporción
es mayor (regiones ricas). Esa situación se señala como hipótesis de convergencia.
e) Recuérdese que en la literatura sobre crecimiento económico, este modelo es conocido como
neoclásico, pero también es clasificado como parte de la síntesis clásico-keynesiana.
f ) Las hipótesis de convergencia económica entre países ricos y pobres, o entre sectores tecno-
lógicamente avanzados y atrasados y en los procesos de acumulación, tienen en la teoría del
crecimiento, como base, la estructura del modelo neoclásico de Solow-Swam.
2. Sin embargo, las limitaciones propias del pensamiento económico de su época impidieron a la
crítica formulada por Keynes ir más allá16, lo que facilitó a sus discípulos, sobre todo norteamericanos,
la reelaboración de muchas de sus contribuciones en lo que vendría a ser conocido como la “síntesis
neoclásica”: un Keynes “equilibrista”, que él mismo no consiguió refutar firmemente17.
A pesar de todo ello, será Keynes, con su nueva visión, quien permitirá desarrollar los modelos de
análisis macroeconómico que buscan mostrar la dinámica de la acumulación capitalista. Esos modelos
constituyen el desarrollo más importante de su teoría y su crítica permite identificar mejor los progre-
sos teóricos de la economía de Marx18.
Por tanto, el nivel de producción es una función lineal de la producción del año precedente. Si se
conoce el nivel de un período inicial y se precisan además las propensiones al ahorro y a la inversión,
se pueden estimar los niveles de producción para todos los períodos que siguen.
En el modelo de Harrod, un incremento de capital asociado con un aumento de la producción se
expresa como aumento efectivo del stock de capital en un determinado período, subdividido entre el
incremento efectivo de la producción. El stock de capital que se genera debe ser el que los empresarios
consideran adecuado en función de las necesidades derivadas del nuevo nivel de producción y renta.
Siempre según este modelo, cuando se produce un aumento de la renta, el nivel de ahorro es
escasamente suficiente para cubrir la inversión deseada por los empresarios, dado que el ahorro cubre
la inversión ya realizada.
2. Para encontrar un equilibrio entre deseo y realidad, Harrod comienza por aceptar la igualdad entre
ahorro e inversiones, de la cual se deriva lo que él mismo denominó ecuación fundamental. Establece
dicha ecuación que, si se quiere que la economía mantenga en el tiempo el equilibrio entre las inversio-
nes y el ahorro, la tasa de crecimiento de la renta nacional debe ser igual a la relación que existe entre la
propensión media al ahorro y la relación capital-producto. Este tipo de crecimiento está representado
por la “tasa de crecimiento efectivo”.
De todo esto deriva Harrod, asimismo, la llamada “tasa de crecimiento garantizado”, que es la tasa
de crecimiento que debe haber para lograr que los empresarios mantengan una tasa estable de inversión.
Para hacer coincidir ambas tasas de crecimiento y llegar a un cierto equilibrio, es necesario que el
incremento del stock de capital realizado por los empresarios sea igual al requerido, para que el stock
obtenido se adapte a las necesidades del nivel de renta.
En definitiva, el stock de capital que se posee llega a adecuarse al deseado cuando la producción
aumenta al ritmo de la tasa garantizada.
Por tanto, en opinión de Harrod, se tiene una senda de equilibrio que garantiza que las decisiones
de inversión de los empresarios coincidan con la creación de una renta tal que permita, con la ya
existente propensión al ahorro, llegar a un nivel de ahorro suficiente para cubrir la inversión de los
períodos sucesivos. Cualquier desviación fuera de esta senda provocaría a su vez desviaciones y desequi-
librios en la trayectoria del crecimiento económico.
En otras palabras, para este autor existe un nivel de producto que crece a una tasa natural. Para que
se dé un crecimiento sostenido y equilibrado con pleno empleo, esa tasa debe ser igual al crecimiento
efectivo, que a su vez debe ser igual al crecimiento equilibrado.
Ello significa que Domar introduce, gracias a esta versión modificada de los esquemas de Marx, la
posibilidad de una acumulación del capital. Esa referencia a una “cantidad crítica” del stock de capital
documenta una versión del aumento de la composición orgánica del capital que, según Marx, reduce
la tasa de ganancia tendencial. En la versión keynesiana de las expectativas, por tanto, las modifica
hacia abajo20.
2. El modelo de síntesis de Domar coincide con su versión simplificada del modelo de Marx, al
cumplir una función más: la capacidad productiva de una economía de plena ocupación depende del
stock de capital y varía de modo continuo (lo cual expresa Domar con una ecuación diferencial) bajo
la forma de una proporción constante de dicho stock. Esa proporción es la relación entre la capacidad
productiva y el capital requerido por las condiciones técnicas del momento. La capacidad productiva
de plena ocupación depende, por tanto, del nivel del stock de capital y de su grado de utilización.
De esta manera establece Domar que la economía estará en equilibrio solamente si la tasa de
crecimiento coincide con la multiplicación de la propensión al ahorro sobre la renta por la constante
producción-capital (que, a su vez, es la tasa máxima de crecimiento que puede alcanzar la economía).
Se trata, entonces, de una expresión muy similar a la que Harrod había llamado ecuación fundamental
o tasa de crecimiento efectivo.
Muestra asimismo Domar que la acumulación depende del mantenimiento de la distribución del
valor agregado entre capital y trabajo:
las rentas del capital (ganancias e intereses) se mantienen como fracción constante de la renta nacio-
nal; entonces [si las condiciones técnicas no cambian] se puede demostrar que el rendimiento medio
del capital no se modifica, a pesar de la continua acumulación. Por lo que concierne a nuestro
sistema, esa situación se puede prolongar indefinidamente (1949: 310).
3. Ambos modelos (o su síntesis) permiten deducir la existencia de una serie de dificultades inherentes
al proceso de crecimiento en el tiempo, que pueden llegar a impedir un crecimiento equilibrado con
plena ocupación.
Harrod explica que no existe ningún mecanismo seguro para evitar que una economía llegue a
igualar la tasa natural y la garantizada, siendo esta última inestable. Por su parte, Domar ubica el origen
del problema en la existencia de una inversión de nivel demasiado bajo para la economía.
Estos modelos muestran que la tasa de acumulación es función de las decisiones empresariales
encaminadas a lograr ganancias, sin garantía alguna de que el nivel de inversión se ajuste al requerido
por una economía de libre mercado. Una situación de depresión a largo plazo –que genera un volumen
de desempleo mayor, junto con la subutilización de los recursos– es resultado de una posible evolución
del proceso económico capitalista, y no de una perturbación externa al funcionamiento del sistema.
El problema de desempleo que preocupaba a Keynes se caracterizaba por la existencia de un exceso
de capacidad instalada.
Los autores hasta aquí abordados son complementarios, en cuanto analizan el problema por sus
dos lados: la tasa de crecimiento garantizado de Harrod se basa en la doctrina de la demanda efectiva
de Keynes: solo puede entenderse en un contexto de demanda efectiva insuficiente y desocupación
involuntaria. Harrod se concentra en el problema potencial de la subutilización de la mano de obra,
que puede perjudicar el crecimiento: el desempleo es una de las situaciones habituales y eliminarlo
debe ser el objetivo principal para garantizar el nivel de la demanda agregada. En cambio, para Domar
es la escasez de inversiones lo que puede resultar dañino. Si el problema se enfoca especialmente desde
el lado de la producción o de la oferta agregada, es la capacidad productiva no eficientemente utilizada
lo que perjudica el crecimiento económico.
La carrera por asegurarse el control de África y Asia cambió la política de todas las naciones europeas,
hizo surgir alianzas contrarias a todas las líneas naturales de simpatía y de asociación histórica,
constriñó a toda nación del continente a consumir una parte cada vez mayor de sus recursos
materiales y humanos en el equipamiento naval y militar, condujo a la nueva gran potencia, los
Estados Unidos, de una posición de aislamiento a rivalizar de lleno en la competencia internacional;
y, por el número, el alcance y la urgencia de los problemas que ha impulsado a las marquesinas de
La ortodoxia liberal no encontrará una alternativa hasta llegar a 1956. En ese año publicó Robert
Solow su conocido modelo de crecimiento, que le valió el reconocimiento del mundo académico, del
stablishment político y, como era inevitable, le facilitó la obtención del premio Nobel en 1987 (Solow,
1956: 65-94).
Al comienzo parece que el modelo de Solow va a explicar cómo el ahorro, el crecimiento demográ-
fico y el avance tecnológico influyen en el aumento del producto en el tiempo. Pero que el verdadero
objetivo es contradecir las conclusiones fundamentales del modelo Harrod-Domar, resulta evidente
desde la primera página del artículo: “Cuando los resultados de una teoría parecen desprenderse direc-
tamente de una suposición especialmente crucial, entonces, si esa suposición es dudosa, los resultados
también lo son. Quisiera probar que esto es así en el modelo de Harrod-Domar de crecimiento eco-
nómico” (Solow, 1956).
Si se le mira sin dejarse desviar por los ecos mediáticos y académicos, la respuesta de Solow se basa
en un argumento más bien pobre desde el punto de vista teórico: el hecho de que el crecimiento equi-
librado sea un filo de navaja a cuyos lados hay desequilibrio y estancamiento. Se basa eso únicamente
en la suposición harrodiana de que la producción tiene lugar en proporciones fijas. Si se asume, en
cambio, que capital y trabajo son perfectamente sustituibles por cualquier combinación de proporcio-
nes recíprocas, Solow considera que el argumento del filo de navaja se transforma en un caso particular
y no puede ser aplicado al funcionamiento del capitalismo en general:
La conclusión básica de este análisis es que cuando la producción tiene lugar bajo las usuales
condiciones neoclásicas de proporciones variables y rendimientos constantes a escala, no es posible
establecer una oposición simple entre tasas de crecimiento naturales y deseadas. Puede ser que no
exista –y en el caso de la función Cobb-Douglas no existe nunca– un filo de navaja. El sistema puede
ajustarse a cualquier tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo y llegar a un estado de expansión
estable y proporcionada (Solow: 1956)22.
2. El punto de partida de la acumulación no es, para Solow, la inversión, sino la demanda y oferta
de bienes. Para determinar el volumen de la oferta, utiliza él la conocida función de producción23: el
producto es el resultado de una determinada combinación de dos factores, capital y trabajo, cuyos ren-
dimientos a escala son constantes: el incremento de la producción es siempre proporcional al aumento
del uso de los factores y cada factor es retribuido conforme a su “productividad marginal”24.
La función de producción es la clave del sistema neoclásico, dado que ella sirve para “demostrar”
aquello que Clark proclamó, al principio del siglo xx, como el objetivo fundamental de la teoría
marginalista:
3. En los supuestos del modelo, si la economía se mantiene en estado estacionario –es decir, en un
equilibrio de largo plazo–, el capital por trabajador alcanza un valor de equilibrio y permanece inva-
riable. En consecuencia, también el producto por trabajador alcanza un estado estacionario. Luego, en
un estado estacionario tanto K como Y alcanzan un nivel permanente.
Ese estado estacionario se alcanza en el capitalismo por vía de la definición misma de los supuestos
del modelo, que establece que el ahorro per cápita debe ser igual al aumento del capital, sin cambio
técnico; es decir que el ahorro se invierte, o que se invierte solo cuanto se ha ahorrado y todas las
inversiones amplían la capacidad de producción, pero no la intensifican.
Si por alguna razón se produce un cambio tecnológico, o una variación en el volumen de la pobla-
ción (que es igual a la fuerza de trabajo), y la economía se aleja del estado estacionario, sea por exceso
o por insuficiencia de capital por trabajador, hay fuerzas que la impulsan hacia el equilibrio de largo
plazo del estado estacionario. Solow encuentra un ancla nueva para el equilibrio del crecimiento: los
salarios. Una caída de los salarios en el momento justo (para compensar un aumento de la población,
o un cambio del coeficiente capital-producto, derivado de nuevas tecnologías) resuelve el problema.
“Este resultado contradice la posición de Harrod, según la cual se necesitará una tasa de interés en per-
petua disminución para mantener el equilibrio” (Solow, 1956: 83). Las “consecuencias catastróficas”
del desequilibrio en el modelo Harrod-Domar, derivadas de la hipótesis de las “proporciones fijas”,
desaparecen, por cuanto en el modelo de proporciones variables de Solow la reducción del precio de la
fuerza de trabajo se traduce en una disminución de la oferta de trabajo (o sea que los trabajadores, de
allí en adelante, se desvanecen en el aire o se transforman en vagabundos) y el crecimiento reemprende
su senda equilibrada.
Suele decirse que el modelo de Solow constituye un progreso respecto al de Harrod-Domar, dado
que toma en cuenta la influencia de un tercer factor de producción, ese al que hoy llamamos “tecno-
logía” o “capital inmaterial”.
Solow plantea que el cambio tecnológico incrementa la calidad del trabajo y el rendimiento de los
trabajadores mediante la especialización, la instrucción y otros factores. El progreso técnico permite un
crecimiento sostenido de la producción por trabajador, porque cambia la función de producción, que
a su vez modifica la función del ahorro. La tasa de cambio tecnológico determina la tasa de crecimiento
en estado estacionario de la renta per cápita, es decir, el crecimiento del producto por persona. Una
vez que la economía se encuentra en estado estacionario, la tasa de crecimiento de la producción por
trabajador depende solamente de la tasa del progreso tecnológico. De esta manera, el modelo de Solow
demostraría que el progreso tecnológico es la única explicación del aumento constante del nivel de vida.
Sin embargo, Solow considera un tipo de cambio tecnológico neutral, que no influencia las propor-
ciones entre los factores, y que mueve la curva de la función de producción solamente hacia la derecha.
Como él mismo reconoce, “cambios perfectamente arbitrarios en la función de producción (es decir,
cualquier cambio tecnológico no proporcional) (…) difícilmente pueden conducir a conclusiones
sistemáticas” (1956: 85)25.
2. La hipótesis neoclásica de convergencia es excesivamente abstracta, no solo por las hipótesis que
asume respecto a la existencia de una función de producción lineal del tipo Cobb-Douglas, sino tam-
bién por su incapacidad para expresar las dinámicas reales de desarrollo de regiones enteras del mundo
–desde el punto de vista de los ingresos, desarrollo tecnológico y nivel de vida en general– donde se
verifica una profundización de la brecha frente a las regiones más avanzadas.
Donde:
p: nivel de precios (constante).
Δy: variación en el producto (PIB).
w: salario real (constante).
ρ: tasa de retorno real del capital.
δ: tasa de depreciación real del capital.
ΔL: variación en la ocupación de mano de obra.
ΔK: variación en el capital.
R: residuo. Crecimiento no explicado por los incrementos en los factores tradicionales.
2. Las búsquedas empíricas dieron como resultado, en la mayoría de las economías, que gran parte del
crecimiento fuera “explicado” con el argumento del residuo: con frecuencia el residuo “explicaba” más
del 50% del crecimiento económico.
La explicación que a su vez se dio como respuesta a esos resultados fue que para calcular la con-
tribución del trabajo y del capital al crecimiento económico, debe agregarse el mejoramiento en la
calidad del trabajo (capital humano) y el mejoramiento en la calidad del capital (progreso técnico).
Bajo las premisas neoclásicas de competencia perfecta, el mercado adquiriría estas mejoras mediante la
remuneración de los factores; es decir, las diferencias en la productividad de los diversos tipos de traba-
jo se reflejarían en salarios diferentes y las diferencias en la productividad de los distintos tipos de
capital se reflejarían en diferentes remuneraciones al capital.
En la contabilidad del crecimiento económico, la ecuación que incluye los mejoramientos en la
calidad de los factores sería entonces:
En esta última fórmula, el residuo R' no incluye la contribución del cambio en la calidad del
trabajo, ni la del cambio en la calidad del capital, al crecimiento económico.
Las causas de la variación del residuo han sido analizadas por los economistas de distintas maneras.
Algunos hablan de “cambio tecnológico”, otros de “incremento de la productividad total de los facto-
res” y hay quien prefiere hablar de “reducción” de costos reales.
El cambio tecnológico pide a los economistas que analizan las causas del crecimiento económico
comenzar por las invenciones, la investigación y desarrollo, las innovaciones técnicas.
El mejoramiento de la productividad total de los factores lleva a pensar, según diversas formulacio-
nes teóricas, en externalidades de diferente tipo: economías de escala, distribuciones y complementa-
riedad. La reducción de costos reales lleva a contemplar todas las mejorías posibles, desde el punto de
vista gerencial de un director de producción o un empresario.
3. Los economistas han ido concentrándose en algunas formas particulares de reducción de costos
reales. Paul Romer (1986) se concentró en las recaídas que produce el “conocimiento”. Robert Lucas
(1988)26 se concentró en las externalidades que producen los incrementos del capital humano. Estos
autores desarrollaron modelos de crecimiento que intentaban hacer endógeno el factor R o R ' (por eso
se llaman modelos de crecimiento endógeno), pero no representan la multiplicidad de la reducción de
costos reales.
4. Por otra parte, hay determinados conceptos que, si bien no son condición necesaria para pasar de un
estado de bajo crecimiento económico a uno elevado, pueden tornarse útiles para alcanzar un elevado
nivel de crecimiento por un período prolongado. Dicho de otra manera, estos modelos constituyen
el arquitrabe ideológico de los ajustes recomendados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el
Banco Mundial (BM) como fórmulas mágicas para aplicar en todos los países del mundo.
Los programas de ajuste estructural hunden sus raíces en el artículo 1 de la carta programática del
FMI, donde puede leerse que se “favorecerá el crecimiento equilibrado del comercio internacional”.
Por tanto, los países que regularmente presentan déficit comercial necesitan ser sostenidos financie-
ramente para no ser excluidos del comercio internacional de bienes y servicios. Para responder a los
problemas de balanza de pagos, a disposición de los países miembros que tienen bajo ingreso, ha pues-
to el FMI financiamientos en condiciones particulares, que de hecho se han revelado como auténticas
condiciones de subalternidad política y de usura económica, bajo el dominio de los poderes de las
multinacionales y del capital financiero internacional.
Este tipo de financiamiento comenzó a ser ofrecido en 1986, en el marco del Servicio de Ajuste
Estructural (SAE), que posteriormente, en 1987, se convierte en Servicio Reforzado de Ajuste Estruc-
tural (SRAE) y se constituye en elemento central de la estrategia de la institución para ayudar –así se
declara– a los países pobres.
En general, la aplicación del SRAE en los países se da en contextos de inestabilidad macroeco-
nómica, en los cuales los problemas más relevantes son los déficit fiscales y de cuenta corriente, la
declinación pronunciada de los ingresos reales y el aumento de la deuda externa.
Para el FMI, esos países fueron llevados a tales condiciones de insostenibilidad por años de pésimos
Gobiernos en lo económico y de shocks externos adversos.
Por tanto, los programas del SRAE, con el total condicionamiento económico que comportan,
constituyen para el FMI el instrumento perfecto para “ayudar” a esos países a superar los problemas
externos y retornar al camino del crecimiento, mediante la aplicación de políticas económicas “correc-
tas” y de reformas estructurales que posibiliten la asignación eficiente de recursos a través del mercado.
2. Entre los modelos keynesianos y neoclásicos (así como en la síntesis de ambos, las curvas IS-LM)
hay algunos lugares comunes: todos definen la existencia de caminos o trayectorias de equilibrio,
más estrechos en el caso de los modelos keynesianos, más anchos en los modelos neoclásicos. Todos
muestran que la acumulación capitalista puede desplegarse con un funcionamiento regular, siempre
3.8. La “no identidad” entre crecimiento económico cuantitativo y desarrollo real cualitativo
1. A lo largo de la historia, la idea de desarrollo ha sido concebida en su dimensión esencialmente
económica y la teoría del desarrollo se mantuvo ligada a su concepción neoclásica de crecimiento eco-
nómico, es decir, a su identificación con el crecimiento de la riqueza29. Se usaron conceptos similares,
incluyendo sinónimos del desarrollo como riqueza, evolución económica, industrialización, moder-
nización, etcétera, pero el más utilizado fue y es la dimensión cuantitativa del crecimiento económico,
entendida como aumento de la producción total de bienes y servicios durante un período, que se
2. Los aportes del mundo científico e institucional a la discusión de la identidad entre crecimiento
económico y desarrollo real han sido múltiples; se subrayan, en general, el carácter históricamente
condicionado del desarrollo y la necesidad de la participación del Estado y de otras instituciones. No
obstante, no son pocos los que consideran que el crecimiento económico automático, en condiciones
de mercado, genera una especie de círculo virtuoso de desarrollo, por lo que las únicas políticas posi-
bles son las congruentes con un mercado abierto y desregulado.
En síntesis, este pensamiento postula cuanto sigue:
a) Una baja tasa de interés es un atractivo para acceder a créditos que incrementen la producción
y la recuperación de sectores deprimidos. Además, permite tener más recursos disponibles para
el consumo, el ahorro o la inversión.
b) La inversión real se incrementa con tasas más favorables, por el principio de actividad generado-
ra de recursos.
c) Cuando la inversión real se incrementa, conduce a la producción de recursos económicos que
son usados para atraer nuevos capitales.
d) Por esto se generan más puestos de trabajo, ya que se necesita mano de obra adicional en la
nueva producción.
e) Una mayor ocupación aumentará los ingresos de las unidades familiares.
3. Una visión fuertemente crítica establece que la pobreza no es causa sino consecuencia del subde-
sarrollo, y que los problemas que condicionan esta situación deben ser buscados, sobre todo, en las
relaciones de dependencia existentes entre el norte y el sur, que entrañan la necesidad de reformular
el marco de las relaciones internacionales y la cooperación para el desarrollo. Para esta corriente de
pensamiento, el subdesarrollo y el desarrollo son dos caras de una misma moneda, una característica
del sistema de relaciones internacionales del capitalismo30.
Desde ese punto de vista se acentúa el hecho de que las causas del subdesarrollo son estructurales,
en oposición a la corriente desarrollista, que ponía el peso en las causas endógenas. Como argumenta
Paul Barán (1956), no se puede hablar de una sola historia del capitalismo, ni de la estructura que este
ha tenido, sino de una colección de historias con una estructura similar, cada una de las cuales atraviesa
en fechas distintas sus principales etapas.
Se deduce que el objeto de estudio tiene que ser cambiado: no puede ser el desarrollo como cre-
cimiento económico cuantitativo, sino el subdesarrollo como consecuencia de aquel, junto con la
búsqueda de causas y soluciones para un problema tan extendido mundialmente como este.
Uno de los núcleos fundamentales del debate de los años sesenta del pasado siglo fue el de las
relaciones entre comercio y crecimiento. La teoría convencional del comercio internacional, tan-
to la clásica como la neoclásica, apostaba y sigue apostando por una relación positiva entre ambas
variables.
La atención de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) se dirigió a los
beneficios crecientes obtenidos por los países ricos gracias a una transferencia sistemática de recursos
sustentada en el deterioro de los términos de intercambio, mediante el cual se refieren los índices de
precios de las exportaciones e importaciones y su variación respecto a un año considerado como base.
Tras las conclusiones de la Cepal, muchos fueron los estudios sobre la relación de intercambio, y no
pocos de ellos contradictorios entre sí por el horizonte de las investigaciones: las premisas adoptadas,
los objetivos expuestos, los períodos contemplados, los productos incluidos o excluidos, las regiones
abarcadas, etcétera. Pero una realidad es indiscutible: la relación entre comercio, crecimiento cuantita-
tivo y desarrollo no es lineal, ni demuestra por qué deba ser necesariamente positiva para todos, como
postula el pensamiento económico dominante.
Todos, sin embargo, parecen convenir en los siguientes elementos como causa del deterioro:
a) No toma en cuenta los efectos negativos en el bienestar de muchas actividades que aumentan
el producto interno bruto, como es el caso de algunos factores externos (por ejemplo, polución
ambiental, producción bélica, etcétera).
b) No considera la totalidad de los efectos positivos de actividades que incrementan el bienestar
(por ejemplo, mejor distribución de la riqueza y de la renta).
c) No registra aspectos intertemporales, como por ejemplo el consumo acelerado de recursos natu-
rales, la depreciación del capital o el endeudamiento de una economía, que puede implicar que
la generación actual goce de un alto crecimiento económico a costas de un menor producto para
las generaciones futuras.
2. El PIB, al que se presenta como el indicador sintético más importante del sistema de cuentas
nacionales, es la expresión máxima de ocultamiento de las diferencias entre la economía formal y la
economía real. El concepto de valor agregado que le sirve de base presupone que el simple hecho de
que el dinero pase de mano en mano significa generación de riqueza, no obstante la vacuidad del
contenido de este movimiento. El PIB es esencialmente la medida del output neto, como sumatoria de
las actividades económicas privadas: se asume que todo producto o servicio ofrecido como mercancía
o moneda constituye, por definición, un aumento de la riqueza nacional.
3. Incluso los economistas neoclásicos reconocen que existen tres grandes categorías de problemas de
mercado: la tendencia de la competencia a autoeliminarse, el carácter corrosivo del interés material
sobre el contexto moral de la sociedad y la existencia de bienes públicos y de factores externos.
El término “factor externo” es muy controversial: presupone que los mercados son perfectos y que
los problemas y contradicciones son supuestamente externos a estos, así como lo son en el pensamiento
neoclásico. Uno de los factores externos más evidentes es el daño ambiental, tema que el SCN es
completamente incapaz de analizar.
En su análisis, Karl Marx (1966: 473) arriba a un resultado de gran actualidad: “la producción
capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción, minando
al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre”.
Para el autor de El Capital, la lógica de la plusvalía impone una tendencia al suicidio colectivo de
la humanidad: aun con las debidas actualizaciones, está claro que Marx tenía plena conciencia de este
problema.
4. El desarrollo, en lugar de lo anterior, debería ser capaz de combinar tres necesidades: la dismi-
nución de la pobreza, el crecimiento socioeconómico y la tutela del ambiente y de los ecosistemas
naturales.
El desarrollo del siglo xx favoreció exclusivamente a los países ricos, ligado como estuvo a la acu-
mulación capitalista. El concepto de desarrollo, por el contrario, no debe estar ligado al concepto de
crecimiento cuantitativo, en tanto que para poder lograr un desarrollo también en los países pobres,
es necesaria una renuncia al desarrollo sin límites de los países ricos, al tiempo que su medición debe
tener connotaciones socioambientales cualitativas.
Frente al PIB, que analiza el progreso económico, Halstead y Cobb (1996) proponen un indicador
alternativo: el indicador del progreso genuino (IPG). Este último mide el consumo y el deterioro
de los recursos naturales, renovables y no renovables; de hecho, el IPG sustrae del PIB los costos de
contaminación del agua y del aire, el consumo de energía no renovable y el deterioro de la capa de
ozono. En este indicador no se consideran los gastos improductivos, sino solo aquellos que son útiles,
es decir, que aumentan directa o indirectamente el bienestar humano, como las prestaciones sociales
o la seguridad social; el principio de prevención, incluso, está por encima del de reparación. De esta
5. La concepción del desarrollo como mero crecimiento del PIB entra en crisis ya en los años setenta,
con la caída del sistema monetario internacional, la primera crisis energética y otros factores que gol-
pean sensiblemente la dinámica del comercio internacional. Se hace evidente, además, la incapacidad
del modelo existente para asimilar el crecimiento demográfico, mientras que las crecientes demandas
de financiamiento externo terminan por generar, en los años ochenta, la crisis de la deuda externa y la
detención del desarrollo.
La respuesta teórico-ideológica de las clases dominantes fue el consenso para las políticas económi-
cas de Washington y los programas de ajuste estructural, como condición reclamada por el FMI y el
Banco Mundial a todo país que aspire a un auxilio financiero.
Al decir de muchos economistas, la emergencia del neoliberalismo y la caída del campo socialista
cambiaron la correlación de fuerzas a nivel internacional. Si en los años setenta se consideraba la
propuesta del Nuevo Orden Económico Internacional (NIEO)32, con la cual se postulaba que el norte
debía fundamentalmente adaptarse al sur del mundo, en los años ochenta es ya el sur el compelido a
adaptarse supinamente al norte.
La convicción de que indicadores monetarios como el PIB no están en capacidad de revelar el
empeoramiento y empobrecimiento de los recursos, ha estimulado esfuerzos correctivos como los que
llevaron a la creación del “PIB verde”, un indicador que toma en cuenta la degradación del ambiente
y sus consecuencias para el desarrollo económico; sin embargo, se trata de un instrumento muy difícil
de calcular, ya que es casi imposible definir los efectos del cambio climático, de las transformaciones
culturales y científicas o de las recaídas de las crisis económicas.
Emerge, pues, un nuevo concepto de desarrollo, en el que se asume el carácter más complejo, mul-
tidimensional, incluyente, plasmable, de todo el proceso y cuyo objetivo no es solo el crecimiento eco-
nómico sino la erradicación de la pobreza, la redistribución de la renta y la protección del ecosistema.
Es con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a fines de los años ochenta,
que surge finalmente una manera de atender al desarrollo humano que presupone un cambio radical
de los proyectos antes expuestos33. A partir de 1990, con la publicación de los Informes sobre Desa-
rrollo Humano del PNUD, se abre una nueva etapa no solo en la concepción del desarrollo, sino en
su medición34.
El informe de 1994 se refiere a un nuevo paradigma de desarrollo, capaz de colocar al ser humano
en el centro y de considerar el crecimiento como un medio y no como un fin, que proteja las oportuni-
dades de vida de las generaciones futuras y respete los sistemas naturales de los cuales dependen todos
los seres vivos. A tal fin, considera también la posibilidad de proceder a una reestructuración de los
esquemas de distribución de la renta, la producción y el consumo a escala mundial, como condición
necesaria y prioritaria. En el informe de 1997 se estudia el problema de la reducción de la pobreza,
mientras que el de 2000 analiza los derechos humanos como parte fundamental del desarrollo y con-
sidera el desarrollo humano como medio para hacerlos realidad.
En lo que toca a las mediciones, el PNUD diseñó un índice de desarrollo humano con base en
tres componentes: longevidad, educación y renta per cápita. Aun siendo este un índice general, está
claro que cuando las personas disponen de esos tres elementos pueden encontrarse en condiciones de
2. Estos postulados acerca del comportamiento básico de los seres humanos han dado vida a una
columna cerrada de economistas que se proclaman fundadores de una nueva macroeconomía clásica39.
Con el argumento de que los postulados microeconómicos de los modelos keynesianos no están sufi-
cientemente fundamentados, la nueva macroeconomía pretende basar el análisis de la acumulación en
los comportamientos individuales de los agentes económicos que, se supone, toman decisiones con el
objetivo de buscar la máxima ganancia monetaria hoy posible, o su incremento potencial en el futuro,
y que para ello relacionan el beneficio potencial con el costo de oportunidad del “dulce ocio”, del no
hacer nada: este criterio único de comportamiento se define como “expectativa racional” o razonable.
A fin de que estas expectativas puedan manifestarse, se requieren algunas condiciones ambientales que
eviten confusiones y ruidos en las señales que reciben los operadores. Estas condiciones son el punto de
partida (racional) de toda actividad económica y se corresponden con las del modelo abstracto del equi-
librio walrasiano. Se parte, entonces, de la hipótesis de que todos los mercados están siempre en
equilibrio y son flexibles en precios y cantidades, condiciones que además son las únicas con las que
puede funcionar correctamente la acumulación.
La principal diferencia con respecto a los modelos de hace un siglo es que ahora la información no
es perfecta y a los operadores les cuesta obtenerla, de manera que el costo de su obtención se incluye en
4. Otros autores, tras asumir la crítica a la falta de consistencia microeconómica del keynesismo, han
pretendido reforzar esos fundamentos, dando así lugar a la conocida “nueva economía keynesiana”43,
que acepta la hipótesis de que la gente se comporta correctamente cuando responde a expectativas
racionales, pero argumenta que en la formación de esas expectativas y en las decisiones consecuentes
pueden producirse rigideces, sobre todo en los precios, que derivan precisamente de decisiones racio-
nales de los operadores.
La diferencia básica entre la nueva macroeconomía clásica y la nueva economía keynesiana radica,
por tanto, en que la primera considera que no existe la desocupación involuntaria y que la única cosa
que debe hacer la autoridad pública es favorecer la flexibilidad de los precios, particularmente en el
mercado de trabajo; mientras que para la segunda sí existe la desocupación involuntaria, que debe ser
combatida, temporalmente, con intervenciones públicas, sobre todo si van dirigidas a modificar las
rigideces de cantidad, como, por ejemplo, facilitando los incrementos de productividad, más que de
los precios.
En líneas generales, por tanto, se asiste en las últimas décadas a una convergencia entre corrientes
de pensamiento ortodoxas, en un intento de explicar el funcionamiento de la acumulación de capital
como la simple agregación de comportamientos individuales. De todo esto deriva, a los efectos prác-
ticos, una puesta en foco de políticas económicas que, por una parte, cargan sobre los trabajadores la
responsabilidad de la situación de desempleo que sufren y, por otra, promueven intervenciones públi-
cas orientadas a la flexibilización de los precios y de las cantidades en los mercados (en primer término,
flexibilización hacia abajo del precio de la fuerza de trabajo), a la promoción de la inversión privada y
de la oferta de bienes y servicios, al incremento de la productividad y de la cantidad de valores de uso
que son llevados al mercado para producir ganancia (privatizaciones de servicios públicos).
— notas —
1 Entre otros importantes llamados, también en este capítulo serán referencia fundamental los escritos de la Escuela de Estadísti-
ca Económica de la Facultad de Estadística (Universidad de Roma La Sapienza), en particular De Meo (1975), Giannone (1992),
Alvaro (1999) y Guarini, Tassinari (1966).
2 Sobre el concepto de totalidad y su centralidad para una teoría materialista y dialéctica de la sociedad contemporánea, siguen
3 Para un abordaje en profundidad de los problemas vinculados con la elaboración de un modelo y con sus varias tipologías, cfr.
4 Léase de nuevo lo escrito por Graziani (1977: 18): “Un modelo (…) está constituido por un conjunto de ecuaciones. Pero un
conjunto de ecuaciones no puede representar más que el esqueleto de un fenómeno; en el esquematismo del modelo, los
matices, las excepciones, los casos particulares, se pierden irremediablemente. Un modelo, entonces, solo puede dar una re-
presentación aproximada y parcial de la experiencia”.
solo incógnitas sustituibles con datos exógenos y, por tanto, variables basadas en factores no incluidos en el modelo.
6 Una teoría ulterior, a este respecto, es la elaborada por Modigliano, Ando y Brumberg: la “hipótesis del ciclo de vida”. Acerca
7 “La proposición central de la economía keynesiana es que el nivel de equilibrio de la renta nacional se determina en correspon-
dencia con el punto en que hay igualdad entre ahorro e inversión. En otros términos, dada la inversión (…) la renta de equilibrio
es aquella que genera un volumen de ahorro exactamente igual a la inversión dada” (Gandolfo, 1975: 37).
8 Con el Tratado de Maastricht, la Unión Europea ubicó en 60% del PIB el tope máximo para la deuda pública. Hoy día, Italia
supera largamente ese límite (entre 2001 y 2006 su media fue de 108%).
9 “El principio de aceleración (acelerador) es una teoría de las determinantes de la inversión. Establece que el capital necesario
para la sociedad, sea que esté constituido por suministros o por equipos, depende principalmente del nivel de producción: los
agregados al capital, las inversiones netas, ocurrirán solamente cuando la producción esté creciendo (Samuelson, Nordhaus,
1987: 190).
10 El acelerador determina “la cantidad adicional de capital técnicamente necesaria para hacer posible un incremento unitario de
la producción, cuando un elevado grado de utilización de las instalaciones induce a efectuar nuevas inversiones para afrontar
los incrementos esperados en la demanda final” (Cavalieri, 1994: 322).
12 Se entiende por relación capital-producto el coeficiente de stock de capital requerido por las empresas, tomando en cuenta el
crecimiento de la renta.
13 Simplificando, se puede sostener que el sujeto microeconómico que toma en consideración la escuela neoclásica es el mismo
sujeto, pero agregado, que opera a nivel macroeconómico. Así, una operación de suma elimina una infinidad de problemas
ligados al comportamiento de los grandes agregados-operadores económicos. La operación haría temblar a cualquier científico
social, pero qué importa. En el fondo, a los fines de la teoría marginalista, interesa solamente la actuación racional imputada,
por axioma, al operador microeconómico de la misma manera que al macroeconómico. Para una crítica de estas operaciones
de ábaco, cfr. Lunghini (2002).
14 En su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Keynes afirma: “El gran enigma de la demanda efectiva, con el que
Malthus había luchado, se desvaneció de la literatura económica. (…) solo pudo vivir furtivamente disfrazada, en las regiones
del bajo mundo de Marx, Gesell y Douglas” (Keynes, 1963: 32).
15 “(...) el principio de Say, según el cual el precio de la demanda global de la producción en su conjunto es igual al precio de
la oferta global para cualquier volumen de producción, equivale a decir que no existe obstáculo para la ocupación plena.
Sin embargo, si esta no es la verdadera ley respecto de las funciones globales de la demanda y la oferta, hay un capítulo de
importancia capital en la teoría económica que todavía no se ha escrito y sin el cual son fútiles todos los estudios relativos al
volumen de la ocupación global” (Keynes, 1963: 26). Keynes cita favorablemente a Malthus cuando este afirma, en sus Princi-
pios de economía política: “De todas las opiniones expuestas por hombres capaces e inteligentes que he encontrado, la de Say,
quien afirma que ‘un produit consommé ou detruit est un débouché fermé’ (1, 1, cap. 15) me parece ser la más directamente
opuesta a la teoría acertada y la más uniformemente contradicha por la experiencia” (Keynes, 1963: 364).
16 “Keynes, de igual manera que los economistas que él mismo criticó, no ha considerado nunca el sistema en su totalidad,
nunca ha estudiado la economía en su marco histórico; no ha apreciado nunca, de un lado, la interconexión de los fenómenos
económicos, y del otro, de los fenómenos tecnológicos, políticos y culturales” (Sweezy, 1946: 104).
artículo publicado en 1937 en la revista Econometria, “Mr. Keynes and the Classics: A Suggested Interpretation”, que serviría
luego de base para el proyecto del modelo IS-LM, la más convencional de las interpretaciones del pensamiento keynesiano.
18 No profundizaremos aquí en la crítica del modelo neoclásico, ni en su versión ortodoxa, keynesiana, ni en la de síntesis. El
lector interesado puede consultar en Weeks (1989). También Dalle Magne (1972) y Linder, Sensat (1977) critican algunos
planteamientos del manual de introducción a la economía (neoclásica, naturalmente) más vendido. Katouzian (1982) analiza
la dimensión ideológica (vale decir, de falsa conciencia) que se oculta bajo la postura neoclásica. Un texto más breve es el de
Herb Thompson (1079: 291-305).
19 La presentación del modelo de Harrod se puede estudiar en Cardona Acevedo, Zuluaga, Díaz, Cano Gamboa y Gómez Alvis
(2004).
20 La diferencia principal entre la versión de Harrod y la de Domar consiste en la posibilidad de acumulación de capital y en el
concepto de tiempo discreto, en el primer caso, y continuo en el de Domar: “Las variables de Harrod son discretas en el tiempo:
cada una se mide en varios períodos finitos que están uniformemente distanciados. Las variables de Domar son continuas a
través del tiempo: el elemento de continuidad necesita la medición de las variables como tasas de crecimiento en este preciso
momento, más que como suma de un período” (Huang, 1970: 174).
22 Solow concentra su ataque en la versión temporal discreta de Harrod, olvidando que en el método de Domar se establece la
posibilidad de variación marginal de los factores, a través de la ecuación diferencial que define la relación entre el stock de
capital y el potencial máximo de producción.
23 “La función de producción muestra la productividad marginal decreciente del capital: cada incremento del capital en una uni-
dad causa en la producción un aumento menor que el derivado de la unidad de capital anterior. Esto significa que cuando se
dispone solo de un pequeño capital, una unidad adicional de capital es muy útil y añade una gran cantidad de producción; cuan-
do el capital es muy grande, en cambio, una unidad adicional es menos útil y acrecienta solo un poco la producción” (Ledesma
2004: cap. 13).
27 Aquí hay que precisar que frecuentemente se confunden desequilibrio y no-equilibrio. Los dos conceptos son completamente
diferentes. Mientras el primero indica un estado de ruptura de una condición “natural”, que es la del equilibrio (y, en con-
secuencia, del desequilibrio se tiende al equilibrio y por eso es este un concepto utilizado también por el neoclasicismo), el
no-equilibrio, en cambio, es el “estado normal de una economía, y el equilibrio (…) una excepción casual” (Carchedi, 2006b:
101). Y es justo aquí que yace una importantísima divergencia de fondo entre marginalistas (y también muchos marxistas) y lo
que sería una lectura más correcta desde el punto de vista del propio Marx.
28 Itoh (1980: 100). Se trata del principio que está detrás de la “masa crítica” de capital que recoge Domar en su modelo, a partir
de la cual la tasa de ganancia cae poco a poco a medida que se desarrolla la acumulación, pero que, como él mismo dice,
requiere un mayor análisis para ser entendida correctamente en su funcionamiento efectivo.
29 Para una introducción válida a la economía del desarrollo, como crítica de las teorías desarrollistas ortodoxas, cfr. Volpi (1999). Pa-
ra una crítica radical de la idea burguesa de desarrollo económico que, para la ideología dominante, coincide con el progreso
tout court, cfr. Jaffe (1990), donde se sostiene que la idea de “progreso” se desarrolla hacia fines del siglo xix en un “sentido
30 Para Hosea Jaffe, el subdesarrollo es más bien consustancial, inmanente al MPC, y especialmente en la forma particular pro-
ducida por el colonialismo. Para una lectura original de la literatura marxengelsiana, a la luz de la teoría y de la práctica colo-
nialistas, cfr. Jaffe (1977), un clásico de este autor, donde elabora sus tesis fundamentales, como las que atañen a la plusvalía
negativa y al aburguesamiento de la clase trabajadora occidental, integrada a las estructuras y los mecanismos de explotación
de las democracias occidentales, opulentas, imperialistas y colonialistas (en prejuicio de la clase trabajadora de los países
coloniales).
31 De otra parte, como escribe Lunghini (2001), podemos, cuando mucho, pensar que la bolsa es un juego de suma cero, pero
nada más. Es impensable, es absurdo pensar en la posibilidad de que la bolsa pueda “crear” riqueza, cuando puede solo redis-
tribuirla. Sobre estos temas, desde la visión actual de los científicos cubanos, cfr. Vasapollo (ed., 2006).
32 Véase la “Declaration and Action Programme on the Establishment of a NIEO” en Ebb, Kallab (1982). El NIEO fue propuesto
en 1974 por los países del sur del mundo, bajo el impacto de la crisis petrolera de 1973.
33 Esta noción se inspiraba, entre otras cosas, en los trabajos del premio Nobel Amarthya Sen, que plantean la necesidad de hacer
del ser humano el centro y el fin mismo del desarrollo. No se confunda el concepto de desarrollo humano con otros como
desarrollo económico, atención a las necesidades primarias o al bienestar humano, o con teorías sobre la formación del capital
humano.
34 No obstante las muchas críticas formuladas a la metodología del PNUD, lo cierto es que esta ha ido perfeccionándose y resulta
37 Una crítica de la curva de Laffer, en la que se expone, además, cómo se argumenta tal formulación, puede verse en Bowles,
42 Malinvaud (1983).
2. Con base en las modalidades de gestión de la empresa, en los procesos de reacomodo entre propiedad
y control, y en las escogencias que llevan a cada país a ubicarse en una u otras de las áreas de influencia
del capitalismo internacional, muchos estudiosos1 identifican y distinguen tres formas principales de
capitalismo. Con la primera de esas formas, la más signada por una fuerte competencia empresarial e
individual, se refiere al capitalismo de los Estados Unidos, que, desarrollado a partir del nacimiento de
la gran empresa, se caracteriza por la presencia de un eficiente aparato gerencial, dotado de imponentes
medios financieros en los que es perceptible la presencia de un mercado bursátil dominado por el alto
accionariado empresarial.
En razón de este modelo se habla, desde hace ya casi un siglo, de capitalismo gerencial, término
cuya formulación acabada aparece ya en una histórica investigación de Berle y Means (1932, 1966),
adelantada en Estados Unidos durante los años treinta con el beneplácito del Consejo para las Cien-
cias Sociales de la Universidad de Columbia, Nueva York. Según estos dos estudiosos, la transforma-
ción entonces en curso del capitalismo norteamericano, que mostraba –al menos en su superficie– el
ascenso y la afirmación de las figuras empresariales por sobre los mismos propietarios de empresa,
estaba determinada por una tendencia natural en la evolución del capitalismo nacional, dominado,
en medida cada vez mayor, por las grandes compañías. La introducción de nuevas y costosas tecno-
logías, y la expansión de regímenes de competencia más despiadados cada vez, habían provocado, en
* (n.t.) Banca de empresas: aquella cuya actividad principal y rentabilidad se basan en la relación con determinadas compañías.
3. La más importante y evidente limitación que condiciona el proceso de desarrollo real de las em-
presas, así como la recuperación de la competitividad de la economía, está en la estructura misma
del sistema industrial y en la escasa propagación de los factores indispensables para la adquisición de
características éticosociales, incluso en compatibilidad con la economía de mercado.
La estructura de la economía italiana, por ejemplo, está compuesta por un número demasiado
reducido de grandes empresas –en relación con la dimensión real de la economía nacional–, y por
una pluralidad de pequeñas y medianas empresas, cuya dimensión promedio es inferior a la de sus
similares en otros sistemas industriales. Se llega así a entender que la pequeña empresa es una realidad
heterogénea, ya que responde a una diversidad de funciones que le permiten existir en el capitalismo
maduro. Esa configuración empresarial responde a exigencias específicas de reestructuración del capital
internacional y de división internacional del trabajo, así como a modalidades locales del capitalismo
mismo, que en diversas zonas de Italia determinan algunas peculiaridades para un desarrollo explosivo.
Para la pequeña empresa existen, de hecho, mecanismos de sobrevivencia que son comunes bajo los
diversos modelos de capitalismo, pero que además encuentran terreno fértil allí donde el mercado
de trabajo asume dinámicas particulares, como es el caso italiano. Por esto se desarrollan fenómenos
económico-productivos que derivan su importancia no tanto del capital, como de la forma en que se
evalúa la ubicación de Italia en la división internacional del trabajo.
Más allá de lo dimensional, el elemento de mayor debilidad estructural en el sistema industrial
italiano es la naturaleza de las estructuras de la propiedad y su difícil adaptabilidad a las exigencias que
ese mismo sistema plantea actualmente, a los fines de su relanzamiento.
Como es cada vez más frecuente en el mundo occidental –y desde hace algunos años también en los
países de la Europa del Este–, los cambios tecnológicos, la introducción de nuevas técnicas de gestión
empresarial y la especialización de los recursos humanos y financieros, requieren continuas adapta-
ciones en la propiedad del capital. En los últimos años se ha producido una evolución gradual de
los sistemas de propiedad y de gobierno de las empresas, para tratar de equilibrar y minimizar las
perturbaciones que estos modelos conllevan.
4. En Italia, como lo ha documentado ampliamente la revista Proteo (años 1998 a 2006) a través de
encuestas sobre perfiles locales del desarrollo (que se resumirán de seguidas en sus líneas generales),
la situación que realmente se ha venido a crear es la de una cada vez más efectiva concentración
jerárquica en la gestión y en la propiedad de las empresas. Las formaciones de allí derivadas implican
numerosos problemas; in primis, los relativos a la estabilidad de las decisiones empresariales: Gallino
(2005: 70-71) observa que, al sucederse las generaciones, las grandes familias ven crecer el número de
sus miembros interesados a título diverso en la conducción de la empresa, lo que hace más difícil el
logro de una síntesis cuando no hay delegación en una gerencia autorizada4.
A esta configuración del modelo italiano de capitalismo le resulta funcional la marginalización de
la economía del sur del país y la formación periférica del centro-norte-este (C - N - E), al tiempo que
se mantiene firme el hecho de que en el noroeste (N - O) existe todavía una formación industrial con
características específicas que, por varias décadas, se ha plantado como la dominante en el desarrollo
nacional, tanto en lo territorial como en sus varias articulaciones sectoriales.
Este capitalismo de propiedad concentrada en las manos de grandes familias, por demás dominante
en la economía italiana, se configura como centralista y se basa en una industria caracterizada por
las mayores dimensiones de la empresa, mayor intensidad de capital fijo, mayor uso de tecnologías
modernas y mayor innovación, así como por un carácter más estratégico de la producción, en relación
con los restantes sectores. Sobre esas bases, el N - O ha parecido ser por mucho tiempo la única región
en respetar los términos impuestos por tales parámetros, propios de la economía del capitalismo de
grandes familias, y que, de alguna manera, también ha condicionado y hecho funcional a sus propios
intereses el papel productivo y el peso político de las empresas públicas y de la economía pública en
general, moldeando además todo el territorio circundante a sus propios imperios empresariales (pién-
sese en el ejemplo clásico de Torino).
También el mundo de las pequeñas y medianas empresas (PYME) ha llegado a un momento cru-
cial. En añadidura a las dificultades asociadas con la expansión e intensificación de la competencia, las
PYME italianas enfrentan un importante y fundamental paso generacional que podría resultar decisi-
vo, no solo desde el punto de vista de las estructuras de propiedad, sino también para la organización
y la división del trabajo entre las empresas5.
La condición fundamental para la consolidación del sistema local está entonces signada por varia-
bles como la innovación tecnológica-organizativa, el sistema informativo desarrollado, el recurrimiento
creciente a los recursos inmateriales, pero, sobre todo, por la capacidad de controlar el mercado de tra-
bajo, de desregularizar y precarizar las relaciones de trabajo, y por la flexibilidad de las remuneraciones.
En otras palabras: por formas de regulación social compatibles con la nueva estructura productiva, que
expulsen y marginen a los sujetos sociales no homologables, conflictivos y no compatibles. Y entonces
el modelo de desarrollo local se adapta, se transforma en una multiplicidad de variantes locales, en el
intento de plegar por cualquier forma la “resistencia” de la fuerza de trabajo y de los sujetos sociales.
5. Dentro de la situación que genera en Italia el sistema de gestión empresarial que algunos estudiosos
llaman “patronal”, se hacen presentes serias limitaciones financieras: antes de efectuar inversiones,
la gerencia debe considerar los recursos inmediatamente disponibles, a menos que esté dispuesta a
incurrir en fuertes endeudamientos. Hay, además, limitaciones económicas: un alto costo del capital,
debido a las exiguas posibilidades que tienen los accionistas de diversificar su propio portafolios de
inversiones. Finalmente, a menudo es poca la profesionalidad de la clase gerencial, en tanto que los
cambios en su conducción siguen lógicas dinásticas, político-clientelares y no profesionales.
Por otra parte, los objetivos de rentabilidad a corto plazo se han traducido en escasez de inversión
en desarrollo tecnológico y, por tanto, en una limitada competitividad de las empresas italianas frente
a las europeas en general.
La empresa familiar siempre ha frenado el desarrollo de la cultura gerencial y, con ello, su propio de-
sarrollo competitivo; ocurre así porque el pasar de manos, como herencia, no presupone continuidad
en esos desarrollos. Una compañía con fines de lucro no puede fundarse en factores de continuidad
genética, sino que debe dotarse de una gerencia activa, dinámica, capaz de promover estrategias efi-
cientes. La familia patronal ha condicionado siempre la vida toda de la empresa y no es de extrañar que
casi nunca logre actuar en sintonía con los gerentes.
En ese contexto, la intervención del Estado se hizo fundamental –y hasta indispensable– para el
capitalismo italiano y aun para las diversas modalidades de desarrollo equilibrado de la economía en
el país. Fue eso lo que permitió implementar aquel modelo de “economía mixta” que pudo compensar
las ineficiencias estructurales típicas del capitalismo familiar italiano y, al mismo tiempo, garantizar
** (n.t.) Los entes nacionales de hidrocarburos, de energía eléctrica y de financiamiento a las industrias manufactureras,
respectivamente.
la forma mercancía (…) proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de estos como si fuese
un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos,
y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la
sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores
(1978a, tomo I: cap. I).
En efecto, fijarle un precio al capital de relaciones, organizativas o humanas, con un reflejo in-
mediato en la valoración financiera de la empresa, equivale a atribuirles un potencial de rendimiento
ampliado como consecuencia de la mera forma empresarial, del proceso concreto de valoración del
capital. El capitalismo ya ha transformado en mercancía la capacidad de generar valor (la fuerza de
trabajo) y la expresión monetaria del valor (el dinero). Hoy, el propio proceso social de organización
de la producción, la forma que reviste el proceso de valorización del capital –es decir, la empresa–, se
convierte igualmente en mercancía, valor que se valora, expresión de la riqueza social capitalista, que
adopta siempre la forma de una “ingente acumulación de mercancías”, a la cual se incorpora ahora el
mismo instrumento de producción de mercancías, el capital social en marcha, la empresa.
Las empresas socialmente difundidas en el sistema territorial apuntan hoy a sujetos económicos
cada vez más complejos, consumidores expertos e informados, atentos no solo al precio de los pro-
ductos sino también, y sobre todo, a los servicios que ofrecen, a la calidad y a los valores intangibles
contenidos en el producto, pero que al mismo tiempo se hacen más susceptibles, de hecho, a los
procesos de homologación conductual, a los imperativos y a las lógicas competitivas y meritocráticas
de la empresa, de la ganancia, del mercado. En consecuencia, la fábrica social generalizada debe, en
esencia, alcanzar una posición estratégica definida, de largo aliento, desde la cual transferir su propio
perfil de marca, de imagen, de cultura, para llegar a adquirir el consenso de producto, pero sobre todo
de comportamiento valorativo de un vasto número de consumidores.
En el desempeño de su función productiva –que en todo caso tiene siempre por objetivo principal
la creación de valor económico–, las empresas se están orientando de manera creciente hacia proyectos
estratégicos de exaltación de la calidad, del capital humano, de los valores intangibles de compor-
tamiento y, por tanto, de la comunicación desviante. Esta última se convierte en recurso intangible
estratégico, irrenunciable, para la expansión del sistema empresa, para la afirmación del mensaje social
y, en consecuencia, para los procesos de acumulación flexible, que necesitan de continuos recortes en
la ocupación y ahondan la demanda social de trabajo, de cultura, de bienes, de tiempo liberado del
trabajo.
Si a esto se añade el nuevo tipo de distribución de la economía posfordista, caracterizada más por la
producción de servicios y de información que por la simple distribución física de productos, se puede
entender que ya las empresas no contemplen el área de ventas sino como simple medio de guerra
comercial-comunicacional: como primer eslabón en la cadena decisional enfilada hacia los clientes y
dirigida a imponer las reglas de la competitividad del mercado en todo el cuerpo social.
Los consumidores son inducidos a ver el producto desde una perspectiva distinta: quieren siempre
encontrar alguna nueva línea, su atención se desplaza del producto-mercancía a su contenido en tér-
minos de servicio, de recurso inmaterial. En ese sentido, el punto de venta, en sí mismo, se convierte
9. Está claro, en todo caso, que la revolución de la información ha influido en la gestión de la lógi-
ca y de las necesidades empresariales de capital intelectual, sea este el de carácter más humano o el
estructural; actualmente se le ha dado prioridad al desarrollo del primero, por ser más rentable. Sin
embargo, esto ha creado problemas para el capital humano, que se ha visto impelido a perseguir su
homologación en el eficientismo empresarial para poder mantenerse en el mercado, sometiéndose así
completamente al imperio del capital y obligándose a vender “inteligencias” adecuadas a los tiempos
cada vez más veloces del ciclo productivo capitalista.
Se puede decir, entonces, que el capital intelectual, humano y estructural, está constituido por todos
los conocimientos, informaciones y experiencias capaces de crear nueva riqueza. Se trata, en esencia,
de elementos del capital humano y de la abstracción, de nuevos recursos humanos y no tangibles, que
en estas últimas décadas adquieren importancia creciente en razón de estrategias de diferenciación
para la competencia global. Estrategias que se llevan a cabo porque los procesos productivos acusan
los efectos de todos los progresos obtenidos en el campo de la información, de la comunicación y del
conocimiento.
¿Pero dónde encontrar el capital humano de la empresa? Suele buscársele entre las personas que
componen el sistema empresa, entre las estructuras empresariales y entre los clientes. Hay entonces tres
tipos de capital intelectual: el humano, el estructural y el de los clientes.
El capital intelectual humano está representado por todas las capacidades de las personas que actúan
en función de las lógicas de la empresa y que son capaces de ofrecer soluciones para las necesidades
empresariales:
Para atrapar lo mejor del capital intelectual humano, es necesario reducir lo más posible los trabajos
que no requieren razonamientos. Un obrero que trabaja ocho horas al día en una cadena de montaje,
no aporta en ese sentido nada realmente útil a la empresa, pues, para empezar, no externaliza nada de
lo que conoce o podría conocer. El capital humano se hace mentalmente disponible solo al asumir la
forma de capital intelectual humano homologado a los paradigmas del imperio del capital.
Relevante, para esta nueva función del capital intelectual humano, es la capacidad de hacerse “por-
tador calificado” de la comunicación nómada desviante, que podrá así difundirse mejor en el territorio
e impulsar en la empresa flujos informativos de entrada y salida dirigidos al consenso social. De esta
manera, el bagaje de experiencias de ciertos hombres de cultura, de aquellos que son tradicionalmente
sensibles a las sirenas del poder, se transforma en patrimonio empresarial, en acumulación flexible, pa-
ra recibir y distribuir en el cuerpo social, a los exclusivos fines de la empresa, el recurso información,
para destruir las oportunidades creativas e innovadoras presentes en ese cuerpo.
Impulsado, pues, por el sometimiento a las lógicas de la ganancia sobre el capital intelectual huma-
no, el aumento del valor patrimonial de la empresa halla a su vez correspondencia en un incremento
de su valor social. Un incremento capaz de enriquecer y caracterizar los procesos de desarrollo de
todo el sistema económico, al exportar exclusivamente cultura empresarial a todo el territorio y al
enriquecer en particular, cualitativamente, la función cultural de la empresa, a través de la adquisición
de flujos informativos dirigidos a ejercer control sobre la complejidad y turbulencia del ambiente
socioeconómico.
De hecho, la función empresarial es así gobierno de lo diversificado, de lo multiforme, ya que, al
difundirse en el territorio, crea imágenes y consenso dentro y fuera de la empresa y aumenta su valor
prospectivo, sea en términos de capital intangible y de capital intelectual humano, o de posterior
retorno como capital material y financiero. Finalmente, incrementa de esta manera los procesos de
acumulación flexible9.
2. Son diversos los métodos utilizados por las diferentes disciplinas económico-empresariales para
valorar las inversiones de la empresa y para considerar a esta misma como “inversión”, como proceso
continuo de acumulación10.
Mediante el conjunto de recursos informativos sobre los que se apoyan los procesos decisorios en
este ámbito, resulta posible estimar la cantidad y calidad de las operaciones de las que es preciso partir
para implementar nuevas formas de inversión. Al momento de emprender cualquier nuevo proyecto,
deben estar ya bastante claros los procedimientos evaluativos de su rentabilidad y sus potenciales
caídas en el curso de los procesos globales de acumulación de capital. La solución de ese problema
puede provenir de aproximaciones de naturaleza subjetiva, basadas en valoraciones intuitivas que
inmediatamente se traducen en momentos decisorios, o ser resultado de metodologías de carácter
objetivo, con explícita estimación cuantitativa de los costos y beneficios de toda la inversión, incluido
el retorno esperado. En otras palabras, se trata –a los fines de los procesos decisorios de inversión– de
procedimientos de acción basados en la medición real de los procesos de acumulación vinculados con
la rentabilidad global y la inversión misma11.
Hasta no hace muchos años, los modelos decisorios eran esencialmente derivados de la contabili-
dad de gestión –es decir, de los valores inscritos en balance–, y había una fuerte correlación entre la
dimensión de la compañía y la capacidad de crear valor a través de procesos de acumulación basados en
inversiones materiales, de lo cual derivaban ventajas competitivas las grandes empresas, en relación con
las pequeñas. Hoy, en cambio, una de las tareas más marcadamente estratégicas que cumple la gerencia
posfordista es la de conocer y aumentar el valor de la compañía mediante procesos de acumulación
flexible sustentados en recursos inmateriales, lo que le permite cumplir una gestión eficiente en medio
de condicionamientos mayores, derivados de una desenfrenada competencia. La turbulencia misma
3. Se arriba así a una nueva manera de concebir la inversión, a una acumulación flexible creciente-
mente basada en aspectos financieros y en la inversión sobre activos fijos inmateriales, más allá de las
dimensiones de la empresa.
Si bien se asiste, en efecto, a una disminución significativa de esas dimensiones, también es evidente
un proceso cada vez más intenso de globalización de la economía en sentido financiero, y particu-
larmente bajo formas flexibles de acumulación macroeconómica y empresarial, con importantes y
decisivas consecuencias sobre los modelos estratégicos, societarios y sectoriales que se adoptan para
hacer frente a las circunstancias –siempre nuevas– que se presentan en la competencia capitalista
internacional.
Todo ello crea situaciones particulares que van a influir y modificar también los sistemas de valo-
ración de las inversiones. En mercados más o menos estables, o en todo caso fácilmente controlables,
bastaban simples reglas de corrección contable para derivar procesos decisorios; en un sistema de
globalización, de internacionalización y de financiarización de la economía, en una época dominada
por los servicios telemáticos e informáticos, en presencia de continuos procesos de reestructuración y
de acumulación flexible, de tomas de control (takeover), de fusiones y concentraciones con sus respec-
tivos e intempestivos cambios en los modelos decisorios de inversión, se hace más difícil cuantificar y
monetarizar la acumulación de capital en su conjunto, así como es más difícil identificar cuáles son los
modelos decisorios realmente capaces de crear y expandir el valor empresarial.
Los procesos de competencia global en la economía y su financiarización, las nuevas formas de
acumulación flexible y la turbulencia de los mercados, se convierten, por tanto, en factores de extrema
importancia, capaces de influir fuertemente en los procesos decisorios de cuanto concierne a la crea-
ción de valor de las inversiones y a la acumulación en su sentido más amplio.
4. Desde esta óptica, los sujetos del vértice empresarial –la gerencia en general– no pueden descuidar
jamás el papel social y político que representa la empresa en su propio ambiente de operaciones.
La comunicación desviada y desviante constituye, entonces, un recurso generador a su vez de otros
recursos empresariales, pero sobre todo de valores sociales. Los pasos de los procesos comunicacionales
deben ser desarrollados orgánicamente, con el propósito de incrementar la acumulación de capital y de
inducir, a través de la información, a la persuasión social acerca de las virtudes del modelo neoliberal
posfordista; todo en un marco de destrucción de la cultura existente en el territorio, para imponer
5. Esta serie de consideraciones hace ver claramente la necesidad de establecer un criterio de referencia
para la guía de las sociedades. Muchos autores, especialmente los vinculados a la escuela japonesa, han
ubicado ese criterio en la capacidad de gestionar y crear valor empresarial.
Según esto, es fundamental optar por inversiones que produzcan ese valor, en lugar de destruirlo
(Copeland, Koller y Murrin, 2002: 21-40). Y es que frecuentemente la remuneración del capital inver-
tido (capital-gain) se consigue cuando este es desinvertido o liquidado a un valor superior al original.
Pero el valor empresarial se crea y desarrolla manteniendo y reforzando los nexos con el ambiente
externo a la empresa. Resulta cada vez más importante, entonces, vincular el microsistema empresarial
al macrosistema ambiental.
En las estrategias de inversión se ha visto ya que el empresario debe, ante todo, establecer las
combinaciones óptimas de producto en función del mercado y evaluar, asimismo. las limitaciones
derivadas tanto de la disponibilidad de recursos como –y muy especialmente– del contexto ambiental
y de la estructura organizativa de la empresa. Como es evidente, en primer lugar hay que evaluar y
determinar cuáles son las exigencias y necesidades que el nuevo producto puede satisfacer, en relación
sobre todo con la tecnología, con las dimensiones y los segmentos del mercado que la compañía cubre.
Siguen luego las investigaciones encaminadas a conocer y comprender el comportamiento de los con-
sumidores y el de la competencia. Objetivo fundamental es acertar en la determinación de la “ventaja
competitiva” en términos de eficiencia interna y externa de la empresa, ventaja que puede referirse o
bien a los costos de producción o bien al precio del producto; se trata, en todo caso, de comprender el
grado de diferenciación que alcanza la empresa con respecto a otras.
6. Una vez efectuado un cuidadoso examen de la situación inicial de la empresa, se identifican las pers-
pectivas futuras, aquellas que le permitirán adoptar comportamientos adecuados para llevar a cabo, en
el curso de los años, sus objetivos estratégicos. Para ello es necesario, en primer lugar, determinar cuáles
podrían ser los factores críticos en sus ámbitos de acción, principalmente a través de un análisis de sus
fortalezas y debilidades. Asume también fundamental importancia, en lo que toca a las perspectivas
estratégicas, el comportamiento social de la empresa, es decir, el complejo de relaciones que esta pone
en marcha para vincularse con todo el macrosistema ambiental.
Donde CNF es el capital neto final (es decir, el saldo del estado patrimonial al concluir el ejer-
cicio), CNI es el capital neto al inicio del ejercicio y REE es el saldo del balance del mismo período
contable.
Si REE = RN (renta neta) > 0, la empresa ha conseguido una utilidad o, en términos genéricos, una
ganancia. Se puede entonces sostener que el REE se deriva de la contraposición de ingresos y costos
de competencia del ejercicio, y no del aumento del monto del capital de trabajo; es más, se logra un
incremento de dicho capital si la transformación económica obtiene utilidades.
Al ser válida la relación CNI(t+1) = CNF(t), entonces el capital de trabajo está representado por el
sistema de valores capaces de conectar un período contable con el siguiente, de modo de asegurar la
continuidad de gestión.
Nótese como con esta formalización contable se expresa, precisamente, la fórmula básica del aná-
lisis marxista. Basta identificar el capital neto al inicio de ejercicio (CN ) con el capital monetario (D)
que se emplea para adquirir medios de producción (c) y trabajo (v): CNF es el capital neto final, con el
valor de c que resta al final del período, y REE es el saldo del balance del mismo período contable, con
la diferencia entre D' y D, es decir, la plusvalía.
Pérdida y endeudamiento
Si REE = RN < 0
Si al final del ejercicio se quieren mantener intactos los factores productivos –como stock de facto-
res iguales a los del inicio del ejercicio– y no hay nuevas aportaciones de los socios, entonces se hace
necesario incrementar los pasivos financieros (PF), es decir, el endeudamiento.
Si la empresa quiere mantener intacto su stock de factores (A = AR + AF = CI; donde A = activida-
des, AR = actividades reales, AF = actividades financieras y CI = capital invertido) tras haber obtenido
una transformación económica negativa que redujo A, debe entonces contraer nuevos pasivos (PF),
financieros o de funcionamiento (comerciales, de reglamento). Las deudas no cubren la pérdida, pero
permiten reconstruir el mismo stock de factores (A), es decir, el mismo CI.
9. Se ha visto el capital de funcionamiento como el conjunto de factores disponibles para las futuras
transformaciones productivas, al conectar el pasado y el futuro con respecto al instante t. Se distinguen
además, otras configuraciones del capital14:
10. El capital económico es el valor de la compañía ya constituida y activa, considerada como objeto
unitario de negociación (muy utilizado en las ventas y fusiones). El valor de rendimiento, como activo
fijo inmaterial del adquiriente tras la compra, no es un elemento del capital de trabajo de la empresa
activa y vendida. Es, en cambio, el mayor valor que se atribuye al capital de una empresa vendida
en bloque, respecto al neto que se obtiene, y marca la diferencia entre el total de activos y el total
de pasivos.
El valor de rendimiento se origina en la organización eficiente, en la ubicación, en la clientela fiel
y numerosa; vale decir, en el conjunto de condiciones que hacen próspera una compañía y le aseguran
una renta. Solo figura entre los elementos activos del capital cuando ha dado lugar a un costo (lo que
ocurre únicamente si se compra una empresa en funcionamiento) y en tal caso se amortiza en un plazo
mínimo (normalmente no superior a cinco años).
11. La doctrina concuerda en el hecho de que deben ser, al menos, tres los requisitos que cumpla una
metodología eficaz y confiable de valoración del capital económico de la empresa15: la racionalidad –ha
de tener firme consistencia teórica y validez conceptual intrínseca–, la generalidad y la objetividad, en
el sentido de que debe fundamentarse en datos comprobados o por lo menos particularmente creíbles
–y por tanto aplicables– y prescindir, por otra parte, de los intereses particulares de los sujetos invo-
lucrados en la negociación, en el caso de una valoración que tenga por fin la eventual compra-venta.
Al ser el capital económico, entonces, una entidad de carácter abstracto, el proceso de estimación
debe llevar a un concepto de valor que pueda considerarse general y común, y no a determinaciones
individualizadas y ligadas a posiciones subjetivas específicas.
A las concepciones empresariales que apuntan a resaltar el valor de rendimiento, concentrando
esfuerzos en la conquista de segmentos de mercado y en el incremento de la ganancia, se contrapone
hoy, definitivamente, otra que sostiene que el valor de una compañía no depende únicamente de las
Donde
AUTF = autofinanciamiento.
AUTFP = autofinanciamiento propio.
AUTFI = autofinanciamiento no propio.
AUTFI + = las reservas acumuladas en el ejercicio.
AUTFI –= son las reservas utilizadas en ese mismo ejercicio.
UB = DIV + AUTFP
Se tiene que
Donde, en tal caso, AUTF representa el autofinanciamiento neto total, puesto que refiere a la
dinámica de las inversiones netas en el ejercicio considerado.
13. Desde el punto de vista patrimonial, el autofinanciamiento puede considerarse como crecimiento
neto de los recursos; desde una perspectiva financiera, en cambio, ofrece a la empresa la posibilidad de
satisfacer parte de sus necesidades financieras sin recurrir –o, mejor, recurriendo en medida menor– a
fuentes externas de financiamiento.
Puede decirse, en un primer análisis, que el autofinanciamiento está constituido por las utilidades
netas ahorradas, no distribuidas, a lo que se suman las amortizaciones del período y los fondos acu-
mulados para gastos, riesgos y pérdidas, de los que es preciso restar los fondos efectivamente utilizados
en gastos durante ese mismo lapso. Por tanto, la autofinanciación se puede definir como la suma de
las utilidades netas ahorradas, de las ganancias y de las amortizaciones y reservas efectuadas al término
del período en cuestión.
Como puede verse, el autofinanciamiento total se determina de tal modo que equivale a la suma del
autofinanciamiento propio y el autofinanciamiento no propio. Estas dos configuraciones provienen de
dos fases diferentes del proceso de formación de la renta.
14. El autofinanciamiento se puede definir en relación con todos los componentes, es decir, glo-
balmente, en las dos fases mencionadas, o también por vía de una diferenciación entre inversiones
netas (capital invertido, CI) finales y endeudamiento total (capital de crédito, CACR) final, una vez
deducidas las inversiones iniciales del neto del endeudamiento total inicial. Recordando los símbolos
ya utilizados, se tiene:
a) Utilidades ahorradas.
b) Enajenación de bienes ya amortizados.
c) Acumulación de reservas para futuros gastos, pérdidas y riesgos.
d) Amortizaciones computadas en los costos plurianuales.
Como se dijo anteriormente, podría también considerarse la línea de crédito de suministros como
una quinta fuente. A primera vista, los flujos de ese origen podrían ser valorados conjuntamente con
las utilidades ahorradas; no obstante, si se toma en cuenta rígidamente el significado contable –y
sobre todo económico– del autofinanciamiento, esto no resulta aceptable, ya que la adquisición de
este tipo de flujos implica el correspondiente endeudamiento con los proveedores que, en la práctica,
anula el flujo financiero activo. Valga de todas formas recordar que, en la realidad gerencial, el crédito
de suministros y la dilación en los pagos que genera constituyen, de hecho, una forma indirecta de
autofinanciamiento.
– Las cuotas de mercado de las grandes sociedades –y sus respectivas ganancias– han sufrido el
embate de empresas de dimensiones menores que, gracias a su flexibilidad operativa y estratégi-
ca, logran incrementar su valor empresarial.
– La disponibilidad de capital monetario, de capital financiero, no es ya prerrogativa exclusiva de
las grandes empresas, sino también de las medianas y pequeñas. El capital, en efecto, busca y
crea nuevas oportunidades de inversión, y de otra parte la disponibilidad aumenta por efecto de
la presencia en el mercado financiero de nuevos operadores e instrumentos (bancas de inversión,
fondos comunes, sociedades de inversión de capital variable, fondos de pensión, contratos de
arrendamiento –leasing– y de venta de cuentas por cobrar –factoring–, financiamiento de pro-
yectos –project financing–, etcétera).
– Internamente, ha crecido en las empresas la importancia relativa de los servicios de soporte
(transporte, distribución, colaboración externa, etcétera). Estos servicios son ahora un factor
determinante para el éxito de las actividades empresariales, incluso las de modestas dimensiones.
– El ciclo de vida del producto ha experimentado súbitamente una notable aceleración: ciclos cada
vez más cortos exigen frecuentes inversiones futuras, capaces de preservar el valor de la compa-
ñía y, por tanto, de sus acciones19. Esto se traduce en una reducción del tiempo de rotación del
capital y, por consiguiente, en un incremento de la plusvalía apropiada por el capitalista.
– La mundialización de los mercados es ya un dato fáctico, que se evalúa atentamente en los pro-
cedimientos estratégico-decisorios y que exige a las empresas, allí donde sea posible, transformar
los riesgos en ventajas competitivas. Ese objetivo solo pueden alcanzarlo mediante oportunas
decisiones estratégicas, dirigidas a crear valor o al menos mantenerlo.
– La integración vertical y horizontal y las sociedades multibusiness (los llamados conglomerados)
han perdido importancia, en tanto que frecuentemente no están en capacidad de lograr las
sinergias previstas y son muchas veces, por el contrario, fuente de deseconomías.
– La volatilidad de las tasas de cambio y de interés ha inducido a las empresas a dotarse de eficientes
estructuras financieras, capaces de preservar el flujo de caja existente y, con ello, su propio valor.
2. A diferencia del pasado, también entre las pequeñas y medianas empresas es posible observar la
difusión de los elementos que hoy más fuertemente impulsan e influencian las decisiones empresariales
de carácter estratégico, como la disponibilidad y la especulación con factores del capital financiero,
los recursos humanos calificados –y de allí el capital intelectual homologado–, los procesos de deslo-
calización productiva y de externalización de fases del ciclo –en busca de costos cada vez más bajos
del trabajo–, la disponibilidad de infraestructuras y servicios de alta calidad, y la valorización de la
información, de la comunicación y de todos los recursos del capital inmaterial. Se llega así a una nueva
manera de desarrollar los mecanismos de acumulación, hoy ciertamente de características financieras,
3. Para evitar la devaluación del capital ha sido adoptado un conjunto de medidas, como, por ejemplo,
las operaciones cambiarias y con tasas de interés, las privatizaciones y la desregulación. El fenómeno
de las privatizaciones, que ha caracterizado estos últimos veinte años, se ha manifestado en los paí-
ses europeos con diversas modalidades e intensidad, precisamente como necesidad de los diferentes
modelos del capitalismo internacional. Punto en común, sin embargo, ha sido el poner en tela de
juicio las conquistas del movimiento obrero, comenzando por considerar incompatibles las políticas
de mediación económico-social de sello keynesiano.
Se comienza a configurar así para el Estado un papel que no es ya el de regulador y mediador del
conflicto, sino el de un Estado-empresa que poco a poco derriba el welfare State, que destruye con las
privatizaciones el papel de la economía pública: un profit State que transmite por todo el tejido social
la idea-fuerza de las compatibilidades de la empresa, de la competitividad del mercado, de la ganancia.
Es por eso mismo interesante analizar más de cerca las diferentes modalidades con las que este
proceso se ha revestido.
Valga recordar, en primer lugar, que son diversas las técnicas con las que es posible ejecutar las
operaciones de privatización; todas, en cualquier caso, dirigidas a favorecer procesos de redefinición y
repartición de la economía entre las grandes familias del capitalismo. Entre los sistemas más aplicados
por varios países, en particular europeos, se encuentra sin duda la oferta pública de venta (OPV). En
Inglaterra, en Francia y Alemania fue muy utilizado este método para las grandes privatizaciones, que
también a escala internacional ha tenido amplio uso (baste recordar que en los años que van de 1984
a 1992, 45% de las empresas privatizadas y 75% del valor total de las operaciones respondieron a esta
técnica). Además, es importante considerar que países como Austria, Holanda, Japón, Francia, Gran
Bretaña, Malasia, Tailandia y Portugal procesaron a través de las OPV casi 100% de sus privatizaciones.
En los países del este europeo, en cambio, se recurrió mucho más a la subasta pública; de hecho, un
procedimiento mucho más cónsono con la privatización de establecimientos de medianas y pequeñas
dimensiones. De igual modo se dieron en estos países privatizaciones mediante “bonos”, convertibles
luego en acciones, que fueron distribuidos al público a precios ventajosos, impulsando así una suerte
de accionariado popular. En naciones caracterizadas por situaciones de extrema gravedad financiera
y que necesitaban métodos de venta muy rápidos y simples, se apeló predominantemente a la nego-
ciación privada. Fue esta la opción adoptada por muchos países de América Latina, como México,
Bolivia, Argentina, Chile, Brasil y Costa Rica.
El sistema de employees buy out (o sea, la venta de las acciones a los empleados y gerentes de la propia
empresa) ha sido muy frecuentemente utilizado en Francia, Chile, Venezuela, Inglaterra, Argentina,
4. Si algo resulta inmediatamente evidente, desde la perspectiva actual, es que todo proceso de pri-
vatización ha tenido efectos negativos, cuantitativos y cualitativos, en la ocupación. Muchas veces,
antes, las nacionalizaciones se dieron precisamente para preservar el puesto de trabajo en empresas
que atravesaban momentos de seria crisis y que se exponían a ser expulsadas por un mercado salvaje
y no reglamentado. En estos casos quedó afirmado el principio keynesiano de un Estado empleador y
garante en los conflictos, y de un mercado regulado y tendente a la plena ocupación.
Igualmente es preciso tener en cuenta que, aun en los casos en que una privatización resulta exi-
tosa (en el sentido de que se crean condiciones económicas generales de estabilidad, que podrían,
pues, posibilitar la absorción de algunas franjas de desocupación), ello de todas formas repercute
en la reducción de los costos directos e indirectos del trabajo, así como de los gastos en una serie de
factores: en la protección ante riesgos e infortunios, en la manutención ordinaria y extraordinaria, en
el mejoramiento del impacto ambiental de la producción. Es precisamente al bajar esos costos que
se obtienen, en el pase de lo público a lo privado, buenos resultados, que mejoran los valores de los
indicadores de eficiencia y eficacia. No debe olvidarse, por ejemplo, que, en el mejor de los casos, con
ese pase aumentan la movilidad y la flexibilidad del trabajo y del salario, y se incide negativamente en
los ritmos, la condensación y los turnos de trabajo. A esto debe añadirse que casi siempre los procesos
de privatización han provocado una disminución de garantías y limitación de derechos sindicales, hasta
llegar, particularmente en los países de más bajos niveles de desarrollo económico y democrático, a la
falta absoluta de toda forma de garantía en cuanto al ingreso, a lo sindical y a los derechos plenos de
los trabajadores.
6. No hay que perder de vista el hecho de que, en última instancia, el valor de la empresa depende de su
capacidad para explotar el trabajo, es decir, para sustraer, en beneficio del capital, ese valor agregado. La
sustracción del valor agregado o plusvalía exige un control riguroso del tiempo, pues toda dilación en
el uso productivo del capital (esto es, en poner en marcha la explotación del trabajo, o su convalidación
en la distribución y venta) retarda el inicio de un nuevo ciclo de acumulación: el tiempo es oro cuando
se emplea para explotar el trabajo. Por este motivo, el crédito de proveedores, el retraso en el pago de
la mercancía adquirida, representa una apropiación de tiempo por parte de la empresa deudora y un
retardo equivalente en el proceso de valorización de la empresa suministradora. Es en este contexto
que se ubican los procesos de privatización forzada de los que se ha venido hablando, impuestos por el
neoliberalismo a partir de los años ochenta del pasado siglo y dirigidos a una drástica rebaja del costo
del trabajo mediante despidos, precarización, externalización y deslocalización.
2. Es importante recordar, sin embargo, que en la historia de las disciplinas empresariales son varios
los principios y teorías que han contribuido a adecuar las funciones de la empresa a las cambiantes
exigencias de la actual realidad competitiva. Estos principios y teorías pueden ser resumidos de la
siguiente manera:
Estos principios determinan la capacidad de la empresa para influir tanto en los ritmos que aceleran
la composición orgánica del capital –y, por tanto, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia (princi-
pio de la calidad total)–, como en el incremento de la plusvalía relativa (principio de excelencia) y en la
recepción de plusvalía generada fuera de la empresa mediante el alza de los precios de venta por encima
del precio de producción (principio de orientación al mercado). Además, le confieren capacidad para
prever las diferencias de rendimiento por sector y le brindan movilidad intersectorial a sus propios
activos (principio de programación a largo plazo y principio de orientación estratégica).
2. La teoría de la creación de valor requiere, pues, una sana gestión empresarial, basada en una visión de
largo plazo que sea capaz de identificar una serie de objetivos claramente definidos, ciertos e integrados
entre sí. En un sentido práctico, la relevancia de esta teoría es reconocible en su capacidad de:
La estrategia y las finanzas tienen diferentes objetivos y utilizan conceptos diferentes de valor. La
estrategia busca maximizar el valor para los clientes, mientras que las finanzas procuran maximizar para
el accionista el rendimiento de la inversión. Sin embargo, en una perspectiva de largo plazo ambos
objetivos pueden convergir; de hecho, una estrategia válida permite alcanzar una ventaja competitiva
sostenible que, al tiempo que genere valor, resulte compatible desde el punto de vista financiero con el
objetivo de crear nuevo valor.
En 1974, desde The Wall Street Journal se criticó abiertamente el método de estimación del valor con
base en la utilidad por acción, que resulta demasiado simple, por cuanto ignora muchos componentes
contables. Como alternativa se propuso el método basado en los flujos de caja descontados (discounted
cash flow), que tiene la ventaja de tomar en cuenta todos los posibles elementos que influyen en el valor
societario. El flujo de caja es descontado a una cierta tasa que refleja el nivel de riesgo, mientras que
en el método anterior el único dato de interés era la utilidad contable, que al ser multiplicada por un
determinado coeficiente (por ejemplo, la relación precios-utilidad) daba el valor.
La debilidad de este método se hace visible en un ejemplo simple: si tuviésemos que confrontar dos
sociedades y sus utilidades resultaran las mismas, tendríamos que concluir que sus respectivos valores
se igualan. Y esto es cierto solo si la utilidad refleja con buena aproximación el flujo de caja; en ese caso,
el método es bueno. Pero cuando las cosas divergen, el enfoque resulta inconsistente. En efecto, puede
ocurrir que una sociedad necesite invertir más capital para tener el mismo nivel de ventas y de utilidad
que la otra, y entonces el valor de la primera será inferior al de la segunda. Además, este método no
3. Antes de identificar las intervenciones capaces de crear valor, es necesario identificar también, en
un nivel estratégico, los factores determinantes del valor que constituyen la palanca que habrá que
controlar y gestionar para incrementar los flujos de caja futuros. Esos factores son:
– El spread o diferencial, o sea, la rentabilidad económica que para la gestión se deriva de la diferen-
cia entre la tasa de rendimiento del capital propio (ROE) y el costo de ese mismo capital (CK):
spread = ROE - CK
– La tasa de crecimiento del capital propio (cp) que se expresa en la relación entre el ROE y la tasa
de reinversión de las utilidades periódicas no distribuidas en forma de dividendos (rein):
cp = ROE x rein
– La duración temporal del spread. Es bueno recordar que en condiciones de competencia per-
fecta la ganancia es nula, según la teoría neoclásica, lo que debe ser interpretado como si no
existieran diferencias entre las tasas de ganancia obtenidas por las diferentes empresas. Por
tanto, para mantener en el tiempo una situación de ganancia, el comportamiento estratégico
de la empresa debe estar dirigido a crear situaciones de ventaja competitiva, ya que solo de
esa manera es posible mantener una condición de equilibrio y por tanto de ganancia (Guatri,
1994: 31-35).
– Intervenciones internas. Son aquellas que se basan en las potencialidades internas de la com-
pañía y que pueden desarrollarse a través de: a) el logro de una posición sostenible de ventaja
Oportunidades Oportunidades de
estratégicas y operativas reestructuración financiera
de la empresa
Este modelo pentagonal sobre la creación de valor permite a la gerencia observar la empresa desde
un punto de vista particularmente crítico: el de un hipotético comprador que pone en marcha un
proceso sistemático de adquisición de acciones para llegar a controlarla (takeover). Esto conlleva, por
una parte, a constatar las lagunas y puntos débiles de la compañía y, por la otra, a analizar mejor las
preferencias de los accionistas. Los vértices del pentágono hacen referencia al proceso de valorización
del capital en una situación de competencia abierta y en dinámicas sectoriales diversas.
El valor actual de mercado y el valor efectivo reflejan el valor actual del capital y se diferencian solo
por la tasa de descuento o devaluación del capital percibido. El valor potencial con mejoramientos inter-
nos solamente puede ser superior al anterior si existen condiciones sociales que permitan obtener un
incremento en la plusvalía relativa. El valor potencial con mejoramientos externos incluye el cálculo del
rendimiento potencial de la relación del capital con los activos-inversiones de la empresa en cuestión.
El valor óptimo tras la reestructuración es superior al anterior si la centralización efectuada mejora la
relación de fuerzas con el capital financiero y reduce el débito que este deduce –en forma de renta
financiera– de las ganancias de la empresa. En la consideración del valor de mercado se incluye, por
tanto, la diferencia entre el valor actual de su actividad y la rentabilidad potencial, mejorada esta última
por medio de un proceso de intensificación de la explotación del trabajo y de otros cambios –tanto en
las condiciones de competencia intrasectorial como en el rendimiento neto a través de transferencias
de renta– realizables por vía de la centralización del capital.
3. Llegados aquí, resulta indispensable circunscribir y definir el objeto del que estamos hablando: el
concepto de valor de la empresa. El valor es el fruto de una estimación que puede hacerse en cualquier
momento, en relación con determinadas exigencias. Valorar una compañía significa apelar a con-
ceptos, criterios y métodos aptos para dar cuenta de una medida del capital; medida que ha de estar
dotada de:
Pero el factor que le imprime realismo a esa valoración es necesariamente, como ya se ha dicho, el
contenido de los recursos del capital intangible, ligados al conocimiento, al capital intelectual.
¿Cómo valorar y cuantificar esa forma de capital?
Es fundamental, entonces, brindar a los trabajadores una formación adecuada, que les permita
contribuir con ideas y soluciones a resolver los problemas y posibilitar una mejoría de la eficiencia
productiva, de manera que asuman también ellos el papel de capital intelectual homologado.
Se forma así el capital intelectual humano, un capital homologado a los esquemas de valores del
totalitarismo capitalista por medio de la comunicación desviante estratégica y del propio capital inte-
lectual homologado.
Los métodos indirectos son procedimientos típicos para la estimación del capital económico. Se
basan fundamentalmente en tres tipos de información:
– Financiera: los flujos de caja que generarán, en el futuro, las inversiones acordadas.
– Rentística: las rentas que producirán esas inversiones, también en un futuro.
– Patrimonial: el valor patrimonial actual de las inversiones escogidas.
Del uso de cada uno de estos tipos de información, toman nombre los siguientes métodos de valo-
rización indirecta del capital económico: método patrimonial, método rentístico y método financiero.
Más allá de este método de valoración patrimonial, definido como “simple” porque contempla en
los activos solo los bienes materiales –además de los créditos y la liquidez–, existe también el méto-
do patrimonial complejo, así denominado porque comprende asimismo la valorización de los bienes
inmateriales no contabilizados (marcas, capital humano, tecnología, etcétera). Este último se utiliza
2. Naturalmente, los bienes inmateriales están sobre todo relacionados con las áreas de mercadeo
y de tecnología, y reflejan las condiciones relevantes para conservar y desarrollar la capacidad de renta
de la empresa28.
Estos métodos, aunque tienen aspectos positivos (la simplicidad, la capacidad de informar sobre la
amplitud y la solidez patrimoniales de la compañía), presentan algunos importantes elementos nega-
tivos; en particular, al darle relevancia al costo individual de los elementos patrimoniales –por sobre la
combinación de los factores productivos–, ignoran completamente los resultados que se obtendrán en
el futuro, descuidando así el aspecto dinámico y limitándose, de hecho, a un análisis de estado, de tipo
agregado, sin llegar al análisis de sistema.
En conclusión, puede afirmarse que este método, a los fines de conocer el capital económico, es
necesario, en tanto que dicho valor se origina en el patrimonio, pero no es suficiente, ya que, como se
ha dicho, el valor del capital económico no depende solamente de los elementos patrimoniales, sino
de cómo estos se integran y funcionan en el transcurso del tiempo.
W = f(R)
Donde
W = valor de la empresa.
R = renta futura.
Pero si bien es esta una fórmula de fácil enunciación y de inmediata comprensión, se constata
enseguida que es difícil traducirla en términos de cálculo, por ser demasiado simplista y escasamente
explicativa. A fin de determinar ese valor, hace falta entonces especificar:
Si bien los métodos mixtos son fruto de un compromiso, presentan en su aplicación una validez
suficiente para que, con las debidas limitaciones, sean todavía aplicables.
Esto no afecta para nada el nivel de la cuota general de ganancia, pues para estos efectos la ganancia
es igual a interés + ganancias de todas clases + renta del suelo, siendo indiferente, en cuanto a dicha
Por otra parte, el desarrollo del capital mediante acciones bursátiles supone algo más que una nueva
forma de participación en la propiedad de los medios de producción y en el capital, es decir, en la
ganancia. Su mera existencia distorsiona los cálculos contables sobre el valor de la empresa, ya que el
rendir siempre una ganancia inferior a la media en forma de dividendo, permite una estimación de
ese valor muy por encima del rendimiento real de la empresa, si se compara su ganancia media con el
rendimiento (dividendo) proveniente del capital por acciones.
Es precisamente esa la causa que se esconde tras el auge de la llamada new economy, basada en una
capitalización bursátil de las empresas de comunicación e informática a un valor muy superior al real,
es decir, al que se deriva de la explotación directa del trabajo. La dificultad de traducir en ganancia
capitalista media esa valorización empresarial, explica a su vez el hundimiento de su cotización en una
de las crisis de devaluación más agudas de las últimas décadas.
3. La moderna teoría de la empresa no es capaz, sin embargo, de determinar cuál es el nivel que
puede adoptar el llamado valor ampliado, ese valor agregado extendido que se expresa en el precio
asignado a un proceso específico de organización del trabajo social.
En ausencia de una teoría real del valor –como la del valor-trabajo–, la teoría de la creación de
valor de empresa puede solamente especificar los mecanismos de manifestación de ese valor y lo hace
elaborando diversas técnicas para cuantificarlo en un momento dado, a partir de las señales que emite
el mercado.
El mercado, por su parte, remite a las transacciones financieras, en tanto que en el capitalismo la
eficacia en la asignación de cantidades de trabajo social a la producción de mercancías se expresa y
cuantifica en forma de dos cantidades de dinero que se relacionan entre sí, D y D', entre las cuales la
mediación del proceso de producción es contingente: en el ciclo D - M - D', lo que importa es única-
mente que la relación [D' - D] = Δ > 0. Y por eso no se puede, ni siquiera, pasar por la cuantificación
de la magnitud de un valor de uso nuevo para el mercado (X ), sino solo lograr la asignación de dos
magnitudes diferentes en dos momentos distintos para la misma cantidad monetaria.
En el capitalismo, el dinero genera más dinero. La empresa, cuantificada en dinero, se manifiesta en
la circulación de bienes en forma de más dinero (D') que el valor de sus actividades materiales.
Pero la magnitud de esta D', en la que se expresa el valor de la empresa, tiene algunos límites
bien definidos por el proceso de valorización social o, propiamente, por el proceso de valoración del
capital, por la capacidad de gestionar una parte del trabajo social y traducirlo en valores capitalistas, en
mercancías de un valor acrecentado.
El valor de mercado de una empresa, en última instancia, expresa el ritmo al cual ella incrementa la
capacidad productiva del trabajo:
Por aumento de la capacidad productiva del trabajo entendemos un cambio cualquiera sobrevenido
en el proceso de trabajo, por virtud del cual se reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario
para la producción de una mercancía; es decir, gracias al cual una cantidad más pequeña de trabajo
adquiere potencia suficiente para producir una cantidad mayor de valores de uso (Marx, 1978a,
tomo I: cap. 10).
Al capitalista que la produce le tiene sin cuidado, de suyo, el valor absoluto que la mercancía tenga.
A él solo le interesa la plusvalía que encierra y que puede realizar en el mercado. La realización de
la plusvalía incluye ya por sí misma la reposición del valor que se desembolsó. El hecho de que la
plusvalía relativa aumente en razón directa al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, mientras
que el valor de las mercancías disminuye en razón inversa a este desarrollo, siendo, por tanto, el
mismo proceso que abarata las mercancías el que hace aumentar la plusvalía contenida en ellas, nos
aclara el misterio de que el capitalista, a quien solo interesa la producción de valor de cambio, tienda
constantemente a reducir el valor de cambio de sus mercancías (Marx, 1978a, tomo I: cap. 10).
Las diversas técnicas de determinación del valor de mercado de la empresa esconden así, bajo la
cuestión del precio individual, la valorización social de la economía de recursos en la organización
(actividad intangible) de la fuerza de trabajo social para la formación de nuevos contenidos de valor
(valores de uso) en condiciones de mayor rentabilidad capitalista, es decir, de mayor producción de
plusvalía relativa. Pero no debe olvidarse que:
Toda empresa de producción de mercancías es, al mismo tiempo, una empresa de explotación de la
fuerza de trabajo; pero bajo la producción capitalista de mercancías, la explotación se convierte en
un sistema formidable que, al desarrollarse históricamente con la organización del proceso de trabajo
y los progresos gigantescos de la técnica, revoluciona toda la estructura económica de la sociedad y
eclipsa todas las épocas anteriores (Marx, 1978a, tomo II: cap. 1).
Por tanto, la evolución del valor de la empresa debe reflejar, inmediatamente o en forma mediata,
la evolución actual y potencial de la explotación del trabajo. Esta determinación se establece entre el
valor de la empresa a breve plazo y el que ha de tener a largo plazo. Cuando se produce una evolución
en la determinación del precio de las inversiones (actividades), acompañada por factores que modifican
el precio en el breve plazo –factores vinculados a la oferta y la demanda de actividades empresariales,
como la disponibilidad de fondos de inversión y de ahorro, la evolución de las cotizaciones bursátiles,
etcétera–, podemos detectar una evolución a largo plazo, necesariamente influenciada por el rendi-
miento asociado a las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo.
1 Sobre estos temas, y también para lo que sigue, véase por ejemplo Vasapollo (1996) y Martufi, Vasapollo (1999; 2003).
2 Que sigue siendo, con todo, muy aclamada, incluso en sus variantes extremas. Desde esa perspectiva, la propiedad privada
de los medios de producción, tras la irrupción del gerente, ha dejado de ser relevante (si no en lo formal, al menos sustanti-
vamente): esa propiedad ha sido despojada de todo poder dentro de la empresa. Y por eso, los gerentes no solo serían los
nuevos empresarios –en lo cual se podría muy bien concordar–, sino que se habrían convertido también en los “patrones” de
la empresa. Ferrarotti (2005) da continuidad a la tesis central de la revolución gerencial cuando escribe: “Se produce un divorcio
clamoroso entre poder y propiedad. Los gerentes profesionales tienen el poder sin tener la propiedad. El accionista, incluso el
gran accionista, debe delegar el poder: no siempre está en capacidad de controlar las decisiones cotidianas, y ni siquiera las
estratégicas. Se convierte, cada vez más, en un propietario ausente, una figura desvaída, en vías de extinción”(10).
3 Sobre las transformaciones en curso en el proceso de trabajo y sobre las técnicas de organización laboral y de taylorización
de amplios sectores anteriormente ajenos a tan intensos grados de explotación, véase el bien compilado libro de Linhart y
Moutet (2005).
4 La familia Agnelli cuenta hoy con cerca de 200 miembros; los Michelin, industriales del caucho, son 400; los alemanes Haniel
5 Los estudios sobre las PYME y sus distritos abundan desde hace décadas. Para una profundización en la crisis de este modelo
empresarial –crisis reconocida incluso por los máximos exponentes del Club de Distritos italiano– y sobre la necesidad de
promover procesos de centralización e integración, remitimos al número 3-2002 de la revista Economia Italiana, del grupo
bancario Capitalia, donde, entre otras, se encuentran intervenciones de Geronzi, Becattini, Bellandi y Onida.
6 Para una explicación sociológica e histórico-materialista del fenómeno tangentopoli*** y de la experiencia de Manos Limpias,
7 Acerca del dominio social de la comunicación desviante, véase, también para lo que sigue, Martufi, Vasapollo (2000).
8 Sobre tipologías de empresa, modelos decisorios y procesos valorativos, como también para lo que sigue, cfr. Alvaro, Vasapollo
(1999).
9 Si se habla de capital intelectual humano, la organización en redes resulta mucho más adecuada que la que se construye sobre
bases jerárquicas. Las redes permiten relacionar a las personas entre sí, a través de datos e informaciones. En estas, al contrario
de lo que sucede en los canales jerárquicos, la información puede llegar simultáneamente a todos los interesados, sorteando
muchos pasos burocráticos; el control y la supervisión se ven reducidos, pero aumentan los resultados en términos de eficiencia
empresarial.
10 Los procesos decisorios de inversión deben, en todo caso, responder a requisitos que son de extrema importancia. Un primer
aspecto es el que atañe al análisis de las tendencias previstas en materia de ventas y recuperación, de los cuales se obtiene una
referencia inicial para los presupuestos operativos y de caja del ejercicio administrativo subsiguiente, útil a su vez para estimar
el importe bruto de los financiamientos que las operaciones corrientes hacen posibles. Referencia básica de las inversiones,
dicho importe suministra respuestas adecuadas acerca de la eficacia de las diversas formas de actividad empleadas. Se trata, en
última instancia, de un test de decisiones sobre los posibles desempeños de las inversiones o desinversiones.
11 La técnica de análisis de costos-beneficios permite confrontar inversiones diversas, independientemente de su tipología o del
sector productivo al que pertenecen. No obstante, los proyectos de inversión difieren entre sí en razón del desembolso inicial,
*** (n.t.) Tangentopoli deriva de tangente, comisión o soborno; Manos Limpias fue el nombre con que se conoció un célebre
proceso anticorrupción a comienzos de los años noventa, de inmensa repercusión en Italia.
12 Sobre este tema, cfr. Martufi, Vasapollo (1999; 2000b) y Vasapollo (1996).
13 Sobre los temas que siguen, véase, por ejemplo, Alvaro, Vasapollo (1999).
14 Obsérvese que las diversas configuraciones del capital que se suman en la valoración mercantil de la empresa expresan, en
última instancia, la contribución relativa que esta hace al mejoramiento de las condiciones generales de valoración del capital,
contribución que puede manifestarse por distintas vías: en el aumento del rendimiento de las restantes empresas, al liberarlas
de parte de la competencia (capital de liquidación); en el reforzamiento del proceso de centralización y concentración de capital
(capital de fusión); en la reducción de las rentas que pesan sobre las utilidades del capital productivo (capital de transforma-
ción); o en el potencial conjunto de todas estas vías de incremento del rendimiento del capital social (capital de venta).
16 Cfr. Alvaro, Vasapollo (1999), también para lo que sigue acerca de los diversos métodos.
17 Para una profundización en el tema del Estado social y las privatizaciones, como también para lo que sigue del texto, cfr. Mar-
18 Para profundizar también en el valor de la empresa y los problemas que ello plantea, cfr. Alvaro, Vasapollo (1999).
19 Actualmente, gracias a la informática y a la innovación tecnológica en materia de productos y procesos, la inversión inicial es
rápidamente recuperada –si el producto ha sido bien concebido– y debe entonces ser sustituida por una nueva serie de inver-
siones, si es que se quiere aumentar o al menos preservar la cuota de mercado, por una parte, y por otra el valor de la empresa.
20 El valor de la empresa se diferencia de la renta financiera (D'-D) derivada de la actividad empresarial, incluida la renta futura,
por incluir el conjunto de los activos tangibles e intangibles; vale decir, la organización colectiva del trabajo social, como una
nueva mercancía que puede representar en sí misma un valor (de cambio).
22 Otro ejemplo es el que se verifica cuando el valor de las acciones que una sociedad mantiene en bolsa se incrementa por efecto
del despido de personal, ya que la mejoría de los resultados de gestión hace más rentable la compra de esos títulos.
23 Una valoración se define como general cuando se produce en situaciones normales, o sea, haciendo abstracción de toda
contingencia; por ejemplo, cuando una compañía debe ser comprada o vendida. Una valoración racional implica que el proce-
dimiento evaluatorio debe ser coherente, inteligible y compartible. Una valoración es demostrable y objetiva cuando los valores
utilizados para obtenerla son suficientemente creíbles (Guatri, 1990: 15-16).
24 No casualmente, la teoría de la creación de valor es conocida en Europa también como teoría de la creación y distribución de
valor.
tual, experiencia– que puede ser puesto a punto para crear riqueza” (Stewart, 1999: 8).
28 Un bien inmaterial debe presentar las siguientes características: 1) transferibilidad (tiene que ser cedible o traspasable a terce-
ros); 2) mensurabilidad; 3) debe estar en el origen de costos con utilidad diferida en el tiempo.
29 La dificultad mayor, sin embargo, estriba en el hecho de que R no es la misma si la empresa mantiene su actividad como capital
privado, independiente, o si incluye un proceso de centralización que modifique las condiciones de competencia en su sector
de actividad específica.
30 Se puede profundizar en esta temática consultado Guatri (1990: 185-188); el texto, además, sigue siendo referencia funda-
1. El socialismo puede tener, sobre todo en el plano político-económico, un carácter más o menos
centralizado o descentralizado, y asumir por tanto muy diversas modalidades de organización sin
comprometer los principios básicos de funcionamiento del sistema. En lo que toca a la planificación,
la relación entre centralización y descentralización es un debate que nunca se ha cerrado. En algunas
ocasiones se ha señalado que el grado de centralización depende del nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas, de manera que en países subdesarrollados la planificación debe ser, en sus fases iniciales,
fuertemente centralizada, con muy poca autonomía de las unidades productivas. Por el contrario,
en condiciones de desarrollo y de acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, el
mecanismo decisorio permite una mayor descentralización del proceso de planificación, sin que ello
implique pérdida alguna de eficacia (obtención de los objetivos perseguidos) o de eficiencia (obtención
de esos objetivos con el mínimo costo).
En todo caso, cualquiera que sea la modalidad de organización socialista de la economía, el ámbito
individual de decisión de los agentes económicos –vale decir, de las unidades productivas (empresas)
y de los trabajadores y ciudadanos– requiere el desarrollo de nuevas técnicas microeconómicas para la
toma racional de decisiones, como lo subraya Hugo Pons en muchos de sus trabajos, a los que se hará
frecuente referencia en este capítulo y en los sucesivos de esta tercera parte.
En ese sentido, se debe diferenciar entre nacionalización y socialización de las empresas, ya que la
desaparición de la propiedad privada de los medios de producción no implica su socialización inmedia-
ta. De hecho, la “propiedad estatal” no garantiza el control de los trabajadores sobre su propio trabajo,
pues de no avanzarse en la democratización de las relaciones económicas, estos se encontrarán, respecto
al producto de su trabajo, en una situación de alienación similar a la vivida bajo el capitalismo1. La
propiedad estatal, en sí misma, no quiere decir nada, ni garantiza el socialismo. Ella solamente implica
un proceso de centralización, en un único sujeto jurídico-económico, de una serie de capitales, cuya
propiedad pasa de una pluralidad de sujetos titulares y cotitulares a manos de uno solo. Hay entonces
una reductio ad unum de los sujetos titulares. No sirve de nada sostener –como sin embargo se hizo en
el pasado– que el Estado socialista, al centralizar los poderes directivos y la propiedad de las empresas
estatizadas, garantiza de por sí, como representante de los intereses de la mayoría de la población, un
correcto desempeño de la actividad empresarial a los fines sociales. Antes bien, ese monopolio resulta
peor que la competencia capitalista: si no es controlado directamente por las masas populares, no pue-
de ser sino presagio de ulterior autoritarismo, burocratismo e ineficiencia. El socialismo, en cualquier
nivel, no es pensable ni construible si no está fundado sobre una sólida base de democracia directa. Sin
ese control democrático, la propiedad estatal termina por crear y privilegiar una nueva clase social, que
surge de la gestión monopólica estatal de los medios de producción.
Solo cuando se produce el control social sobre el proceso de producción, la posesión de los medios
de producción es ejercida por las propias unidades productivas y estas, desde su entorno espacial, to-
man decisiones acerca de las inversiones y el cambio tecnológico, se puede hablar de autonomía relativa
de dichas unidades; autonomía que puede estar acompañada –o no– de la correspondiente forma ju-
rídica que garantice la condición de “sujeto jurídico” (Betterlheim, 1993: 101-110). Cuando se pasa a
la socialización del proceso económico, la dimensión microeconómica adquiere más importancia. En es-
ta fase, la planificación debe articular las decisiones macroeconómicas, propias del nivel global de
producción, con las microeconómicas, relativas a la organización del proceso de trabajo y las referentes
al consumo.
2. En este campo, la primera gran diferencia entre el sistema capitalista y el socialista concierne a las
decisiones sobre precios. En el capitalismo, como se ha dicho, esa decisión se establece mediante un
procedimiento microeconómico, fragmentado a nivel de las empresas y de los sectores. Estos deter-
minan las normas de distribución, las estructuras de costos y los niveles factibles de diferenciación de
ganancias, que se expresan en forma de precio de mercado. Por el contrario, en el socialismo se habla
de precios de producción macroeconómicos, que expresan la asignación relativa de tiempo de trabajo
social en cada producción.
Esa característica implica una diferencia enorme en materia de contabilidad empresarial. Los ele-
mentos financieros del análisis contable pierden en el socialismo importancia, en beneficio de criterios
más técnicos, reales, que permiten el desarrollo de una contabilidad física en términos de tiempos de
3. Otros elementos que experimentan una notable mutación en el sistema socialista son el contenido y
la forma de las funciones de utilidad microeconómicas. El socialismo no solo mantiene la posibilidad
de distribuir el tiempo entre ocio y trabajo, sino que se organiza, justamente, para ampliar progresi-
vamente las posibilidades de escogencia de la población en torno a este asunto, que se convierte en
objetivo central del aumento de la productividad2.
Uno de los errores de los sistemas socialistas del siglo xx fue, precisamente, desconocer esta dimen-
sión, esencial para mantener la motivación y el consenso social.
En el capitalismo, la expresión de las necesidades (la función de utilidad) se cumple a posteriori,
una vez efectuada la distribución del valor agregado. El límite de las necesidades es establecido para la
persona por la renta de que dispone; si esta es nula o casi nula, incluso las manifestaciones de la necesi-
dad de sobrevivir le serán negadas. El gasto a cuenta de la renta personal torna válidas las decisiones pre-
cedentes en materia de asignación del trabajo social. En el socialismo, por el contrario, la expresión de
las necesidades se convierte en un input del proceso de toma de decisiones en la producción. Es sobre
la base de las necesidades individuales y colectivas (sociales, empresariales, ambientales, etcétera), cor-
porizadas en su expresión a través de procedimientos técnicos adecuados, que resulta posible planificar.
Así, en lugar de una fundamentación microeconómica de la macroeconomía, como ocurre en
un sistema descoordinado de decisiones privadas, el socialismo requiere una fundamentación ma-
croeconómica de la microeconomía, en la que los precios se hacen endógenos y las decisiones sociales
determinan las decisiones de las unidades de producción, al tiempo que las decisiones relativas a la
función de utilidad personal, que se suman en forma de función agregada del bienestar social, orientan
las decisiones de inversión.
4. Los elementos aquí señalados son solo principios o reglas básicas de funcionamiento. Sin duda, son
muchas las posibles formas de organización social del proceso de producción socialista. El debate re-
ciente, posterior a la desaparición de los Gobiernos socialistas de tipo soviético, testimonia la existencia
– De la ciencia política ha tomado debida nota de la importancia del poder, de la política misma
y de las políticas públicas.
– De la ciencia administrativa ha recibido elementos relativos a las funciones de gestión, a la toma
de decisiones y a los sistemas de información.
– De la sociología ha heredado elementos de aproximación a los sistemas, así como la valoración
de la importancia de la teoría organizativa y de la teoría de los recursos humanos.
– La historia, la economía y la psicología, finalmente, han introducido el análisis de las decisiones
administrativas, los instrumentos económicos sobre finanzas públicas, sobre balances y sobre
política fiscal, y los estudios acerca del comportamiento de los actores y de los grupos que
forman parte de las organizaciones públicas.
Partiendo de dichas consideraciones, se busca seguidamente evidenciar algunos aspectos que signan
el actual proceso de desarrollo de la Administración Pública, particularmente en los países subde-
sarrollados. Se procura asimismo presentar algunas ideas que, dentro de una estructura adecuada y
2. Estar de acuerdo con Stillman no es un buen motivo para dejar de analizar otras opiniones u otras
reflexiones que difieren de esa multidisciplinariedad en el análisis del proceso del sector público, en
particular del vinculado a las actividades de gestión pública en la sociedad capitalista. Es necesario, por
ejemplo, tener presentes las consideraciones de aquellos que afirman (Henderson, 2003) que, desde
el momento en que los economistas introdujeron las categorías de producto nacional bruto (PNB) y
producto interno bruto (PIB), estas se han convertido en punto de referencia incontestable para los
políticos de todo el mundo.
Basada desde siempre en valores patriarcales, la economía ha ignorado el trabajo de las mujeres en
la educación de los hijos, la asistencia a los ancianos o las labores comunitarias de carácter voluntario,
actividades que se consideran “no económicas” en términos de PNB; mientras, por el contrario, son
apreciados como “económicos” los valores monetarios alcanzados mediante la destrucción ambiental,
las catástrofes y las guerras.
Los economistas han pasado a formar parte de los organismos gubernamentales para impartir
consejos acerca del crecimiento económico cuantitativo, sin cuidar de su compatibilidad ecosocial y
desde ese enfoque han pretendido organizarlo todo, de la educación a la salud, de la asistencia social al
sistema de pensiones, y hasta las políticas comerciales y militares.
Las cifras del PNB y del PIB han dominado los vértices del Grupo de los Ocho4, también conocido
como G-8. Los economistas teóricos y aplicados han sobresalido con respecto a sus críticos y sus rivales
de otras disciplinas como la ciencia política, la sociología, la psicología, el derecho5, la antropología,
la ecología, la termodinámica, las teorías de sistemas y del caos, y los han sustituido en materia de
políticas públicas. Así, por ejemplo, armados con sus modelos econométricos sobre la inflación y la
ocupación, han logrado que, mediante la introducción de las políticas restrictivas y monetaristas y con
la financiarización neoliberal, se provoque el desempleo de millones de trabajadores, la miseria y el
hambre para 80% de la población mundial6.
Al evaluar el estado actual del desarrollo humano, el Programa de las Naciones Unidas para el De-
sarrollo (PNUD) pone el acento en las pésimas consecuencias derivadas de los años noventa (Capdevila,
2003). En ese período se registró una fuerte diferencia entre los países del sur que crecieron de manera
dinámica y los que permanecieron paralizados. Durante esa década, el índice de desarrollo humano
disminuyó en 21 naciones. En el plano económico, 54 tuvieron una tasa de crecimiento negativa,
la matrícula escolar disminuyó en 12 y en 14 aumentó la mortalidad infantil. En el mismo lapso, la
pobreza se incrementó en 37 de los 67 Estados de los que hubo datos disponibles.
Es evidente, entonces, que el punto de partida para analizar el proceso de gestión pública, en las
condiciones presentes, radica en el hecho de que este se basa en el reforzamiento del papel de coerción
y dominio ejercido, en primer lugar, a través de las políticas neoliberales que actualmente dominan el
mundo. Esto lleva a los países subdesarrollados a una reducción virtual de su capacidad para afrontar,
de manera unilateral, un proceso de Administración Pública en beneficio de sus propias compatibi-
lidades ecosociales. El impacto de las relaciones internacionales sobre las relaciones internas de cada
país se hace, en virtud de la óptica de mercado, cada vez más agudo, hasta cancelar para las economías
dependientes toda especificidad de los mencionados procesos.
2. La gestión pública es la puesta en marcha de recursos propios por parte de una autoridad pública,
con el propósito de ejecutar proyectos concretos, específicos e individuales (Meny, Thoenig, 1992). Esa
autoridad dispone de distintos medios –personas, materiales, una imagen o créditos financieros–, que
utiliza para transformarlos en bienes y servicios capaces de satisfacer las necesidades de la sociedad en
la que se cumple el proceso de gestión.
Es posible también encontrar estudiosos del tema (Robbins, De Cenzo, 1996) que ponen el énfasis
en la planificación, la organización, la dirección y el control, como elementos esenciales para alcanzar
los objetivos de la gestión pública. A ese fin se considera que:
3. No hay por qué no estar de acuerdo en el hecho de que muchas cosas han cambiado, durante el
último cuarto de siglo, al influjo de la teoría y la práctica del Estado. Así, se ha puesto en tela de juicio
el papel del sector público y sus mecanismos de intervención. El avance del proceso de globalización ha
hecho que las transformaciones del Estado se tornen propicias para la difusión de ideas que prometen
soluciones, no obstante su escasa fundamentación científica (Echevarría, 2001). A ello se puede agre-
gar que la desaparición del campo socialista, por la derrota del socialismo en Europa, sepultó lo que
aparentemente era un nuevo paradigma para el proceso de administración y gestión pública. Desde el
punto de vista de esa gestión, es necesario señalar que los cambios no ocurren en la oscuridad y que
los relativos a la Administración Pública no se producen en el contexto de las acciones burocráticas,
técnicas o metodológicas. Los cambios producidos deben modificar profundamente la fisionomía, el
4. A partir de los temas presentados, que permiten caracterizar la gestión pública, es necesario hacer
también referencia a una concepción diferente, como es aquella que se determina en el momento en que
se construye el socialismo. Desde ese punto de vista, es posible definir la gestión pública socialista como:
el proceso en el que el conjunto de las reglas y las decisiones están dirigidas a incentivar y a coordinar
acciones y recursos con un grado de eficiencia y eficacia tal, que contribuya a garantizar la satisfacción
equitativa de las necesidades sociales, en un contexto de justicia social y donde la condición empresarial
esté sujeta a la capacidad de aportar mayores beneficios materiales y espirituales, que garanticen una
amplia reproducción de las condiciones socioeconómicas en las que actúa la sociedad, protegida por
el contexto de sus propias restricciones jurídico-políticas (Pons, González, 2002).
Al margen de las insuficiencias del modelo tradicional de intervención del Estado en el desarrollo
económico y en el proceso social, como también de la incapacidad del modelo neoliberal, está de-
mostrado que es necesario aumentar la eficiencia en los procesos de gestión pública, para impulsar su
administración hacia el perfeccionamiento.
Son dos los motivos que llevan a todo Estado a desarrollar un enfoque particular de la gestión y
administración públicas. Por un lado, todo sistema político tiene sus propias tradiciones, sus caracte-
rísticas, su contextualización, sus condiciones; por el otro, no hay una sola forma o una mejor manera
de administrar y dirigir el Gobierno y los asuntos públicos. Hay una capacidad o competencia de inter-
vención, como conjunto articulado y diferenciado de ideas, de modelos y de proyectos, cada uno con
sus ventajas y desventajas, sus debilidades y fortalezas. La unión o combinación de esos dos motivos se
ha llevado a cabo de manera muy diversa en las distintas modalidades de gobierno de la Administración
Pública y de sistemas de gestión pública existentes en el ámbito internacional. Ciertamente, se pueden
encontrar algunas similitudes, pero incluso allí donde los sistemas políticos presentan características
comunes –por ejemplo, el de cuño británico que rige en Canadá, Australia y Nueva Zelandia, además
de la propia Gran Bretaña–, existen importantes diferencias, puestas de relieve por diferentes autores.
5. La gestión pública actúa y se desarrolla en ámbitos sectoriales. Está constituida por los organismos e
instituciones que tienen responsabilidades públicas hacia la población y, como tal, establece las reglas
de buen comportamiento y de control de las iniciativas en beneficio colectivo, al tiempo que ofrece
directamente servicios públicos en los casos que considera necesarios.
La dimensión, la estructura y las características del sector público varían de un país a otro. La
particularidad de esta gestión puede ser analizada a partir de su comportamiento estructural, pero ese
análisis debe contemplar también su impacto social. Una de sus características, que puede ser recono-
cida socialmente, es la calidad y la eficacia del servicio que ofrece a la población. Hay que considerar
que la gestión pública está sometida a continua y cotidiana supervisión en cuanto tiene que ver con los
servicios que abarca o que están sujetos a sus reglas. De allí la necesidad de introducir innovaciones en
los métodos y procedimientos de trabajo, que aumenten la calidad de ese servicio y su eficiencia,
en función de satisfacer las exigencias de los ciudadanos.
6. Es sabido que en la gran mayoría de los países se exige al Estado la creación de condiciones para el
buen funcionamiento de la gestión empresarial privada, y que ello se hace a costas de su papel en la
distribución de los ingresos en favor de las grandes mayorías nacionales, lo cual está agravando los ya
altísimos índices de pobreza y marginalidad. Por otro lado, está claro que los esfuerzos en ese sentido
y los recursos destinados al desarrollo continúan siendo fundamentales y, sobre todo, que son un pro-
blema de naturaleza interna, más allá de las soluciones que planteen los capitales privados nacionales
o las inversiones gubernamentales (Aguilera et al., 2001).
En la realidad, en cambio, se ha creado un movimiento que apunta hacia la virtual extinción de la
participación del Estado nacional, en favor del reforzamiento del poder del gran capital transnacional
y de las oligarquías nacionales, cada vez más dependientes estas de aquel. En ese contexto se ha pro-
movido la liberalización de los mercados, la desregulación y la privatización, mientras la equidad y la
justicia social pasan a ser asuntos secundarios.
La llamada crisis del Estado ha sumido a los países pobres y subdesarrollados en una posición de
debilidad para todo lo que concierne a sus intereses nacionales frente al proceso de globalización neo-
liberal, limitando sus posibilidades de ejercer una política independiente, en favor de sus respectivas
poblaciones, y empeorando su ya precaria situación en el plano económico y social.
2. Una característica de la llamada nueva gestión pública es que, en lugar de plantearse como objetivo
la transformación de las instituciones políticas dentro y fuera del poder ejecutivo, persigue la preser-
vación y consolidación del poder político, en el sentido de que no contempla, para esas instituciones,
cambios que puedan influir en sus basamentos, su distribución o sus formas de legitimación, como
tampoco en la naturaleza del régimen político, en las relaciones entre los poderes del Estado, en la
estructura territorial del poder o en los sistemas de representación. Por otra parte, las reformas sus-
tanciales, lejos de concentrarse en el carácter institucional y en el papel del Estado, se focalizan en las
políticas públicas, desde las económicas hasta las sectoriales en materia de educación, salud, vivienda
y otras más.
En lo esencial, es en los países subdesarrollados donde los cambios en la gestión pública han tenido
manifestaciones más peculiares. El eje en torno al cual han girado estos cambios es la búsqueda de una
estabilidad macroeconómica basada en la aplicación de medidas de carácter fiscal y monetario. Estas
medidas, que se ciñen a las políticas neoliberales, han provocado la reducción del papel del Estado y
el abandono, por parte de este, de importantes responsabilidades públicas. Las economías subdesarro-
lladas, sujetas a los flujos de financiamiento multilateral, provenientes de instituciones internacionales
–como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial–, han terminado por encontrarse más
destrozadas de lo que ya estaban, en la medida en que la aplicación de soluciones que propician la
expansión del capital privado –y sobre todo de las transnacionales, como su forma más presente y
organizada– ha conducido a una reducción del impacto positivo que para lo social podría tener la
nueva gestión pública.
Una vez más, el proceso mismo establece los límites de sus soluciones y crea las causas de su nece-
saria desaparición.
a) El concepto y el carácter del Estado como representante de los intereses de la clase que detenta
el poder.
b) Las particularidades propias del grado de maduración de la propiedad social socialista.
2. Este simple razonamiento se confronta con una pregunta: ¿será la empresa pública socialista la
manifestación más avanzada de la maduración de las relaciones socialistas de producción, como expre-
sión del carácter de las relaciones de propiedad? Obviamente, la respuesta requiere de un estudio más
profundo. En todo caso, se pueden esbozar algunos elementos que habría que considerar:
Otros aspectos y contenidos pueden ser desarrollados con mayor profundidad. Por el momento,
el objetivo es introducir solamente aquellos que nos resultan necesarios para extraer conclusiones y
contribuir, de alguna manera, a desarrollar las bases conceptuales que nos permitan enfrentar y dar
directamente respuesta a ideas distorsionadas y malintencionadas, que desvían los contenidos ideoló-
gicos propios del proceso de construcción socialista.
— notas —
1 Véase el vívido recuento que del trabajo en la Hungría socialista hace Miklos Haraszti (1989), en el que se ilustra la alienación
del individuo por parte de la máquina productiva estatal: “Al final, la única cosa que me ayuda es transformarme en máquina”
(54); “arriba, en sus oficinas, en la cocina secreta de la economía” (138); “y cuando los jefes hablan de ‘nosotros’, la cosa se
torna peligrosa, ya que sin duda significa ‘debemos sacrificarnos’, equivalente a ‘deben sacrificarse” (10).
2 En la Crítica al Programa de Gotha, de 1875, Marx escribió: “En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad
común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se pre-
senta aquí, tampoco, como valor de estos productos, como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición
a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante
un rodeo, sino directamente. La expresión ‘el fruto del trabajo’, ya hoy recusable por su ambigüedad, pierde así todo sentido.
De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de
una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el
económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto,
en ella el productor individual obtiene de la sociedad –después de hechas las obligadas deducciones– exactamente lo que ha
3 Cockshott, Cottrell (1993). Una primera presentación de estas posiciones puede encontrarse en Arriola (2006).
4 Grupo de coordinación de políticas integrado por las que han sido consideradas como las principales potencias del mundo capi-
talista y que, en cierto sentido, dirigen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Está compuesto
por Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Francia, Japón, Italia, Alemania y Rusia.
5 En el mundo anglosajón, y desde hace algunos años también en Italia, halla cada vez más difusión el “análisis económico del
derecho”, completamente fundado en metodologías neoclásicas, aun si con frecuencia mezclado con análisis institucional. Cfr.
uno de los manuales más difundidos en Italia y en Estados Unidos: Cooter, Mattei, Monateri, Pardolesi, Ulen (1999).
6 Además de lo ya señalado, vale la pena considerar el hecho de que el Fondo Monetario Internacional impone políticas de esta-
bilización que deprimen todavía más las condiciones sociales en los países sometidos a su “cuidado”, tanto así como para dar
razón a Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, cuando declara: “Si Argentina le hubiese hecho caso al Fondo Monetario
Internacional, estaría ahora mucho peor”; o también al director del Centro de Desarrollo Internacional de Harvard, Jefrey Sachs,
quien ha manifestado: “El FMI recomienda soluciones anticuadas o falsas: cura los síntomas, pero no las causas”.
1. En los estudios sobre organización de la Administración Pública1, a partir de los años cuarenta y
todavía hoy, se difunden las teorías de Max Weber, por ese entonces ya muerto. Weber explicó lo que
llamaba “modelo ideal” de burocracia, basado en la división del trabajo, en la jerarquización y en la
existencia de reglas y normas, con énfasis en la comunicación escrita y los funcionarios competentes.
La teoría de Weber2 sobre la administración burocrática fue retomada, explicada o criticada a todo
lo largo del siglo xx. Si bien su concepto de burocracia no fue un aporte nuevo (las jerarquías venían
siendo utilizadas desde tiempos antiguos en la estructura militar y lo mismo cabe decir de normas y
reglamentos), hay que recordar que sistematizó y caracterizó la estructura organizativa de la Adminis-
tración Pública. Por otra parte, los análisis críticos de su obra se sostenían en el hecho de que en su
visión la burocracia constituye una estructura despersonalizada y formal, que se refleja en los resultados
de la gestión pública.
Tras el establecimiento del sistema socioeconómico capitalista, como ineludible consecuencia de
la naturaleza de su base económica, la Administración Pública es esencialmente neutral durante su
primera etapa. Más tarde, frente a la urgencia y las exigencias de la colectividad, desarrolla formas
propias que tienden a convalidar su actividad, pero sin transformar la base en la que se apoya. Nacen
así fórmulas, instrumentos sostenidos en el derecho administrativo capitalista.
2. Si esa es, en lo fundamental, la situación que se presenta en la Administración Pública de los paí-
ses capitalistas, no se puede dejar de mencionar la evolución de otra Administración Pública que,
primero en la Unión Soviética y luego en los demás países del llamado campo socialista, habría podido
crecer y consolidarse bajo principios de igualdad y justicia social para la mayoría de la población.
La actividad administrativa de un país que ha escogido el socialismo como vía de desarrollo pone
su acento, durante la primera etapa de transformación de la base económica, en la conversión de la
propiedad de los medios e instrumentos de producción. A tal propósito, esa actividad se intensifica,
en expansión de la ya creada en condiciones de capitalismo monopolista, para cambiar la estructura
clasista –y, con ella, la de esa base económica–, al tiempo que establece una democracia de base, en
oposición a la democracia burguesa.
Esta nueva Administración Pública conlleva el despliegue de una actividad capaz de determinar los
desafíos del nuevo sistema en su período de transición, así como de crear las condiciones para afirmar
jurídicamente la construcción del socialismo (Garcini, 1982).
Para esta nueva administración, la socialista, las formas y fórmulas adoptadas por su predecesora no
son del todo adecuadas. Aunque su uso y aplicación puedan ser válidos en determinadas circunstancias
y condiciones, según las particularidades de la etapa en curso y las necesidades coyunturales, en térmi-
nos reales no son apropiadas. Su aplicación está históricamente condicionada.
3. La crisis económica que estalla en los años setenta del pasado siglo, caracterizada en su última etapa
por el estancamiento económico y la inflación (fenómeno combinatorio conocido como “estanfla-
ción”), golpea duramente al sistema capitalista, aun si no tan profundamente como la vivida entre
1929 y 1933.
Es por esos años cuando se ponen en boga las teorías del neoliberalismo, impulsadas por Milton Fried-
man y basadas en viejas doctrinas del liberalismo económico que se fueron desarrollando a partir de los
años cincuenta, aun cuando durante todo el período keynesiano se mantuvieron en un segundo plano.
Los neoliberales desprecian la teoría keynesiana, acusan al Estado de ser el responsable de la in-
flación existente y proponen un cambio en la forma de intervención estatal en la economía, por
considerar que el único factor que regula esta última es el mercado. Entre otros aspectos, promueven
la disminución del gasto público, con el argumento de que niveles elevados no incentivan el trabajo3.
Todo ello implica, como consecuencia, la contradicción entre el desarrollo económico cuantitativo de
un país y el bienestar real de la mayoría de sus ciudadanos.
La política neoliberal4, hoy imperante en el mundo, tiene repercusiones directas en la Administración
Pública. Se manifiesta en la actualidad una fuerte crisis de los servicios que el Estado, obligatoriamente,
debe proveer a los ciudadanos. La falta de soluciones, ante problemas cada vez mayores, provoca la de-
silusión de las mayorías hacia las llamadas sociedades democráticas. Los pobres son los más golpeados,
pero los sectores que sufren el deterioro de su calidad de vida están en continuo incremento5.
4. Sin embargo, habría que analizar otros factores que influyen en los cambios y las reformas que se
vienen produciendo en la Administración Pública a partir de los años noventa del pasado siglo. Veamos
algunos:
– Las crisis económicas: se manifiestan como crisis fiscales e incrementan la deuda externa, los
déficit presupuestarios, la desocupación y la inestabilidad, no solo económica sino también
social. Indiscutiblemente, los Gobiernos deben afrontar esa realidad y su repercusión en la Ad-
ministración Pública, que ve cada vez más restringidos los recursos que destina a la solución de
los problemas de los ciudadanos.
– La globalización neoliberal: “La globalización neoliberal constituye la más impúdica recoloniza-
ción del Tercer Mundo” (Castro Ruz, 2003). Su consecuencia más directa es provocar la depen-
dencia de la industria y de los mercados menos favorecidos, respecto a los grandes capitales de
los países desarrollados, lo que brinda a estos la hegemonía mediante una mayor penetración
y control de las economías nacionales. Aumenta el movimiento de capital internacional, pero
no con la misma rapidez la producción y los servicios. Se establecen nuevos tratados comercia-
les, desventajosos para los países del Tercer Mundo. Los Estados nacionales van perdiendo su
sustento económico, en un marco globalizado. Crisis de valores y de la cultura nacional. Todo
esto impone cambios en la Administración Pública, por la necesidad de adecuarse a las nuevas
demandas de un mundo globalizado. “La globalización neoliberal destruye rápidamente la na-
turaleza, envenena el aire y el agua, deforesta las tierras, desertifica y erosiona los suelos, agota
y dilapida los recursos naturales, cambia el clima. ¿Cómo y de qué vivirán los 10 millardos de
seres humanos que muy pronto seremos?” (Castro Ruz, 1999b)6.
– Los cambios políticos de los años noventa: la caída de la Unión Soviética y la disgregación del cam-
po socialista generaron cambios importantes en el marco político internacional, que repercutie-
ron en los ámbitos económicos y sociales del planeta entero. Se modifica así la geografía política
del mundo, se agudizan las contradicciones étnicas y religiosas y los conflictos territoriales. El
planeta asume un carácter unipolar, que da vía libre a la política impuesta por las potencias
imperialistas. La contradicción fundamental es ahora entre norte y sur, entre centro y periferia,
entre áreas y países desarrollados y subdesarrollados. Al mismo tiempo surge en los movimientos
de izquierda una crisis de escala mundial y aumenta el escepticismo ante las propuestas políticas
de cambio.
– El desarrollo técnico-científico: la revolución ocurrida en la esfera tecnológica, y fundamental-
mente en las comunicaciones, repercute con fuerza en la Administración Pública de los distintos
países. Las nuevas formas de control y seguridad de la información, más allá de permitir un me-
jor uso de la gestión administrativa, marcan cambios importantes en este campo. La informática
se tradujo en modernización de los servicios públicos, si bien significó también la sustitución del
5. Todo lo antes dicho conlleva la búsqueda de cambios en el modo de administrar los recursos para el
bienestar social. Nacen nuevas ideas, o renacen algunas ya experimentadas, con el objetivo de dar solu-
ción a las cambiantes situaciones que debe afrontar la humanidad. Las transformaciones o reformas que
de allí derivan tienen por meta común alcanzar decisiones para adecuar la organización del servicio pú-
blico en las estructuras del ejercicio de gobierno, en cuanto gestión política del Estado (Aucoin, 2001).
1. Las reformas de la Administración Pública están condicionadas, en cada país, por la dependencia
del Gobierno respecto a los grupos de poder7, por las condiciones sociales y económicas, por el papel
de los líderes, etcétera, lo que implica que no existe una forma única de administrar los recursos en la
función pública y que no podemos, entonces, hablar de modelos ideales o simplemente mejores.
Algunos estudiosos8 afrontan el análisis de esas reformas desde dos diferentes niveles, que se fun-
damentan en las categorías de eficiencia y eficacia. Con esa óptica, para evaluar la eficiencia se anali-
za el bajo rendimiento de la Administración Pública (en este caso preferimos referirnos al operador
Administración Pública) en relación con su elevado gasto, y se toman en consideración la cantidad
de funcionarios públicos existentes, el despilfarro de recursos y de energía institucional y el uso de
técnicas administrativas obsoletas.
A partir de ese análisis, se recomienda la aplicación de fórmulas de reordenamiento de los aparatos
administrativos y el uso de técnicas y métodos modernos, orientados a la reducción de las estructuras
de personal necesarias para su operatividad. En general, son acciones tendentes a la reducción de
costos, con las cuales se limita la responsabilidad del Estado hacia la sociedad: sirven a veces como
justificativo para evadir esa responsabilidad frente a los contribuyentes.
Estos dos niveles de análisis condicionan a su vez un tercero que refiere a la crisis de legitimidad, el
cual permite afirmar que la no credibilidad en la gestión de gobierno genera la necesidad de cambios
en la Administración Pública, pero que, al mismo tiempo, la ineficiencia y la ineficacia provocan una
ulterior desconfianza. Se desarrolla así un círculo vicioso.
2. Es posible ahora analizar las reformas que se están adelantando en la Administración Pública como
respuesta a los problemas de eficiencia, eficacia y crisis de legitimidad (Aucoin, 2001):
3. Cuando se analizan las reformas que tienen lugar en la Administración Pública, el punto central
es identificar los esfuerzos por asumir técnicas y procedimientos de la administración privada. La idea
es “hacer el gobierno lo más parecido posible a los negocios”.
No podemos negar algunas semejanzas entre el sector privado y el público, pero las diferencias entre
ambos marcan un límite para la extrapolación de métodos; de otra forma, el Estado se transforma en
empresa, y abandona así el interés general para asumir como central el interés privado de la empresa.
Eso, justamente, es el profit State.
El sector público tiene como objetivo fundamental y primario la prestación de servicios para alcan-
zar el bienestar social, y esto sobre la base del interés colectivo, no individual. Además, esos fines deben
ser trazados por los Gobiernos centrales y locales, en representación de la sociedad.
Por otra parte, en el análisis se considera como una importante diferencia la falta de responsabi-
lidad del sector público para atender al tema de la eficiencia a partir de la rebaja de los costos, sea
por escaso interés de sus funcionarios o por las repercusiones políticas de su propia gestión. Se olvida
que los ingresos de la Administración Pública provienen de fondos también públicos; vale decir, de
un aporte financiero que se cumple en términos de contribución social, precisamente para recibir
ventajas sociales.
La tendencia a recurrir a métodos del sector privado implica también la propuesta de que el sector
público se rija por los mecanismos del mercado, de la oferta y la demanda, para así aceptar que sean
el sistema de precios y la elección del consumidor los que eleven la oferta, y que sea la pertinencia del
resultado económico, como objetivo, lo que haga caer la ineficiencia. Sin embargo, con la introduc-
ción de mecanismos de mercado en la Administración Pública se pone en peligro la satisfacción de las
necesidades colectivas y el logro del bienestar social.
Todo esto presupone la idea de que al asumir las técnicas y los métodos del sector privado se
estaría reinventando la Administración Pública en clave de mercado. Lo que no es más que un absurdo
conceptual.
1. Detrás del accionar público en su conjunto están las particularidades que la propiedad imprime al
proceso en sí mismo. De esta manera, el Gobierno puede influir en la propiedad privada mediante
el sistema legal y los mecanismos regulatorios, con el otorgamiento de subsidios directos e indirectos
(subsidios provistos por vía fiscal, también conocidos como costos y beneficios fiscales), a través de
la concesión de créditos (directos o en forma de garantías crediticias) o por la provisión de servicios
públicos (Stiglitz, 1988).
Para el estudioso, se trata de analizar los orígenes del gasto público y su impacto en la sociedad
en su conjunto. Eso conduce directamente a la determinación de la eficacia del Gobierno o, mejor,
del Estado como productor y distribuidor de recursos en favor del bienestar social. De igual manera,
la eficiencia en el sector público es función de la provisión de bienes y servicios en relación con los
objetivos y con los recursos asignados: es esto lo que permite hablar de productividad, como bien se
argumenta en The Search for Government Efficiency, la obra publicada por Downs y Larkey en 1986
(Lane, 1995: 244).
Considerada, pues, desde el punto de vista de la productividad, esa eficiencia se mide a partir de
datos que cubren un determinado período, de duración generalmente intermedia. La validez, por otra
parte, puede ser focalizada de modo directo, al preguntarse cuándo un programa alcanzará sus metas
y objetivos (Trillo, 2002).
Es así que las categorías económicas de validez, eficacia y eficiencia alcanzan una dimensión que
trasciende su valor económico, para llegar a su verdadera dimensión social desde el momento en
que expresan, de manera particular, las interrelaciones existentes entre la base económico-productiva
y su proyección en el conjunto de relaciones –ciertamente no solo económicas– que determinan el
sistema político.
En el contexto de la actividad económica, es necesario tomar en cuenta algunos aspectos concep-
tuales que desempeñan un papel determinante en el comportamiento de la economía y en la valora-
ción de sus resultados. Esto adquiere todavía mayor importancia en el caso de una práctica económica
orientada hacia la equidad y la justicia social, en la consolidación de un modelo que satisfaga las
verdaderas exigencias del desarrollo humano.
Ese conjunto de medidas está condicionado por la objetividad de las metas y los fines trazados,
cuya expresión se concreta en los planes a través de sus distintos niveles y escenarios. Eficacia, en otros
términos, es aquello que demuestra el grado de dominio –entendido como máximo conocimiento–
ejercido sobre el ambiente o, mejor dicho, el macroambiente económico-social, más allá de la claridad
y precisión de sus proyecciones. En ese sentido, se debe hablar de diversos grados de eficacia o de logro
porcentual de los objetivos. Puede suceder que dos instituciones alcancen el mismo objetivo utilizando
una cantidad de recursos completamente distinta cada una. Al analizar la eficacia no se evaluarán los
beneficios adicionales que se deriven del logro de los objetivos, ni la posibilidad de que existan fórmu-
las alternativas para alcanzarlos (Trillo, 2002).
El análisis de la llamada productividad, en este caso como productividad parcial de los factores, puede
contribuir a la solución del mencionado problema. Para ello es preciso disponer de indicadores que
establezcan la relación entre el resultado y los recursos económicos y sociolaborales necesarios para
obtenerlo. Sin embargo, los indicadores de productividad, generalmente, tienen como límite lo que
2. Las decisiones relacionadas con cambios de política tienen efectos tanto en la equidad como en
la eficiencia económica. Consecuentemente, la literatura relacionada con temas de políticas públi-
cas afirma que esos criterios son los modelos de base para la evaluación del bienestar en la sociedad
(Hernández, Granadillo, 2003). En concordancia con lo señalado por Joseph Stiglitz, Hernández y
Granadillo (2003), hacen referencia a la diversidad –y controversialidad– de las opiniones que a ese
respecto se expresan en los debates actuales sobre los efectos de las políticas públicas. Hay quienes dan
mayor importancia a la reducción de la desigualdad, por considerar que es ese el problema fundamen-
tal de la sociedad, mientras otros afirman que lo esencial, a largo plazo, es la eficiencia, puesto que
garantiza un aumento de los niveles de producción y de renta, que llevará a su vez a la disminución de
las desigualdades.
En su trabajo Análisis costo-beneficio, Hernández y Granadillo dejan entrever algunos aspectos que
han estado presentes en la conceptualización de la eficiencia y que en su contenido se asocian inevita-
blemente con el “principio de Pareto”, cuyo postulado establece que una acción es eficiente u óptima
si mejora la situación de personas o entes sin perjudicar o empeorar la de otros. Ese mismo principio
establece que una asignación de recursos será mejor que otra si con ella al menos un individuo pasa
a encontrarse en una situación mejor que con las otras, mientras los demás individuos se mantienen
en idéntica situación. Sobre esta base, cualquier cambio que mejore al menos las condiciones de un
individuo, sin empeorar las de los demás, constituye un mejoramiento del bienestar social. Por el
contrario, un cambio que no mejore la situación de nadie y empeore al menos la de uno, constituye
una disminución de ese bienestar social.
3. Así, según este criterio, para que una economía sea eficiente debe satisfacer tres condiciones, a
las cuales se alude, indistintamente, como condiciones para la optimización o la eficiencia de Pareto.
Se trata de la eficiencia en la producción (o asignación de factores), la eficiencia en el intercambio
(o el consumo) y la eficiencia conjunta de intercambio-producción. Una vez alcanzadas estas
5. Finalmente, valga decir que para una sociedad que construye el socialismo, el concepto de eficiencia
real debe estar estrechamente ligado a la calidad del consumo final, ya que la no satisfacción del consu-
mo, tanto social como individual, y tanto cualitativa como cuantitativamente, conduce al despilfarro
de recursos. De allí se deduce que la eficiencia, en términos prácticos, debe ser analizada en su doble
expresión: como costo cada vez menor de los productos, gracias al aumento de la productividad, y
como incremento cada vez mayor de la satisfacción de las necesidades de la población.
La eficiencia económico-social es una categoría en la que debe basarse el análisis detallado y exhaustivo
para describir la capacidad de los recursos y las condiciones que pueden, por una parte, ampliar la capa-
cidad de respuesta frente a las amenazas externas y, por la otra, potenciar la independencia económica.
Por consiguiente, se considera importante que el sistema de indicadores sea completo, lo que im-
plica que debe reflejar los aspectos más relevantes –y la importancia relativa de cada uno– del objetivo
que se quiere alcanzar y hacerlo en el tiempo oportuno. Además, su estructura debe facilitar el análisis
del resultado en términos de eficiencia, eficacia, relación costos-ingresos y calidad (Ministerio de Eco-
nomía de España, 1997).
3. Existe una gran cantidad de indicadores, que se refieren a materias distintas y a puntos particulares.
En este sentido, se pueden señalar los tres tipos siguientes (Ávalos, 2001: 6-7; véase también Alvaro,
Vasapollo, 1999):
a) Indicadores de gestión:
– Indicadores de eficacia.
– Indicadores de eficiencia.
b) Indicadores de resultados.
c) Indicadores de impacto social.
a) Indicadores de estructura:
– Estructura de medios.
– Estructura de actividades o productos.
– Estructura de usuarios o clientes.
b) Indicadores de relación medios-actividad:
– Indicadores de capacidad.
– Indicadores de productividad.
c) Indicadores de resultados o de satisfacción al usuario:
– Indicadores de eficacia.
– Indicadores de eficiencia.
– Indicadores de calidad del servicio o producto.
d) Indicadores de resultados hacia el contexto:
– Indicadores de cobertura o penetración.
– Indicadores de incidencia.
– Indicadores de impacto.
– Indicadores de cambio contextual.
4. Es preciso tener en cuenta que el sistema de indicadores debe estar en sincronía con las particula-
ridades y características propias de cada proceso de gestión pública, o sea, del sistema político, país
y coyuntura en que se actúa. Del mismo modo, los factores que determinan el carácter de la gestión
de la política pública imprimen su sello en la concepción del sistema de indicadores que debe ser
seleccionado y establecido.
Durante los últimos veinticinco años, en los países de capitalismo maduro, el modelo de base
keynesiana –en todas sus diversas formas de presentación– ha terminado por disolverse, cancelando así
el concepto mismo de civilidad burguesa que, no obstante las enormes contradicciones, pervivía en él.
El desmoronamiento de toda la estructura productiva preexistente destruye las formas de convivencia
civil que ese modelo de mediación social llegó a determinar. Así, toda forma de garantía de la época
fordista es eliminada de raíz por la transformación productiva propia del nuevo modelo capitalista, el
posfordista de acumulación flexible.
Lo que ahora hay es la univocidad de los propósitos perseguidos a través de los procesos de finan-
ciarización, así como de las nuevas modalidades de explotación del trabajo y de reestructuración del
mercado, que únicamente determinan procesos expansivos de las ganancias empresariales. Esto es po-
sible gracias a una función gerencial-empresarial puntual, que se vale del modelo de concertación con
intervención directa del profit State17; vale decir, del Estado como portador de cultura e intereses de
empresa, encaminados al logro de metas que se miden no tanto ni solo en la capacidad de hacer uso
de técnicas, métodos y actitudes innovadoras, como en la imposición de modelos conductuales que
sepan expresar el más alto nivel de coherencia con la programación estratégica que está al fondo de esa
cultura de empresa que se busca transmitir al cuerpo social.
6. El Estado social que en los años de posguerra se planteó en los países occidentales, estaba basado
en un modelo cuyo funcionamiento puede ser esquematizado de la siguiente manera: el desarrollo de
la economía garantizaba el empleo y ese desarrollo avanzaba regularmente, de manera que el mercado
debía ser capaz de resolver el problema de la ocupación; entretanto, el Estado intervenía colateralmente
para cubrir las interrupciones temporales o las situaciones de marginación de la fuerza de trabajo y
para asegurar así las condiciones de paz social, mediante la implementación de formas diversas de
“solidaridad”, en los momentos en que decaía la relación con el mercado, fuese por causa de desempleo
temporal, enfermedad, vejez o necesidades educativas.
Ese modelo se fundamentaba en una organización social a su vez basada en el trabajo fordista a
tiempo completo de los hombres, así como en la disponibilidad de las mujeres para garantizar las ac-
tividades de reproducción, frente a las cuales la intervención del Estado era completamente marginal.
Tras esa organización se hallaba una fuerza contractual determinante, que se manifestaba en una alta
y victoriosa conflictividad por parte del movimiento obrero. Tal modelo era posible gracias también
a una visión de largo plazo –en clave antiobrera– de los Gobiernos conservadores y moderados, los
cuales entendían que al no haber en el sistema espontaneidad alguna que tendiese al pleno empleo,
7. El profit State funciona con escogencias de política económica que forman parte de un proyecto
más general, basado en un rediseño total de los conflictos y tensiones sociales a través de la rees-
tructuración de las relaciones económicas e industriales, que pasan a sustentarse en las lógicas del
capitalismo salvaje. Todo esto se lleva a cabo mediante modalidades del consenso que se difunde por
medio de las políticas de un nuevo consociativismo, que atraviesa e involucra el sistema de partidos,
los sindicatos confederados, las asociaciones empresariales, las instituciones bancarias y financieras y
el sistema conexo de la comunicación de masas. Si el consociativismo nace y se desarrolla a partir de
los años setenta, es dos décadas después que la tendencia desclasada de la cogestión y la concertación
encuentra en las organizaciones históricas de los trabajadores –sindicales y partidistas– su máxima
expresión. Ese momento marca asimismo el punto de no retorno del proyecto neoliberal, sustentado
en el desmantelamiento del Estado social y en intensos procesos de privatización.
Si bien en lo inmediato la urgencia de la reforma del welfare es de naturaleza financiera, el proyecto
neoliberal contiene bastante más que el simple intento de saneamiento de los balances. No obstante
los repetidos ataques, el Estado de bienestar sobrevive como residuo desgastado pero todavía simbólico
de la época keynesiana.
La crisis actual del welfare State está ligada a una realidad que es de cambio en marcha del papel del
Estado, ya que la extraordinaria fase de transformación que está viviendo la economía, de industrial a
posindustrial, reclama una mayor flexibilidad del mercado de trabajo y torna inadecuada la forma es-
tatal del ciclo fordista. Al cambiar también el papel y las figuras típicas del trabajador industrial masivo
8. La acumulación flexible tiende cada vez más a manifestarse como eliminación gradual y reducción
real de las ventajas aseguradas por el welfare, pero sobre todo como empobrecimiento progresivo de las
capas sociales tradicionalmente protegidas por todas las áreas de la función pública: cuadros medios del
sector terciario, artesanos y pequeños comerciantes; esto es, aquellas capas profesionales cuya identidad
y seguridad estaban aseguradas por la presencia más o menos firme y garantizada de la protección
social y de los servicios públicos. Las soluciones tecnocentristas que se van delineando en la Europa de
Maastricht* prefiguran la conformación de un bloque de fuerzas económico-sociales cuya afirmación
no puede dejar de producir, como consecuencia, el abandono de los excluidos y de las áreas geográficas
mayormente expuestas a la marginalización, al tiempo que procura difundir la cultura rampante y
autoafirmativa del mercado para crear el consenso del pensamiento único neoliberal, tan formidable-
mente interpretado por los Gobiernos europeos de centro-izquierda o de raigambre socialdemócrata.
Efectivamente, desde los años ochenta, y particularmente desde inicios de los noventa, se acentúan
en Italia las decisiones que llevan a formas de capitalismo con rasgos de auténtico darwinismo social.
Tales decisiones se deben a la escogencia europeísta acríticamente asumida por el poder político, eco-
nómico y financiero del país, que acepta, se somete e, incluso, sirve de promotor de las compatibilida-
des monetaristas de la Europa de Maastricht.
La causa de la crisis estructural del welfare State reside en el hecho de que los esquemas de protec-
ción social –ante riesgos como el desempleo, la vejez, la invalidez, etcétera– entraron en contradicción
con las necesidades y apetencias de control social producidas por la sumisión total a la cultura de
empresa del profit State.
La implantación de propuestas político-económicas se concentra ahora, con gradaciones varias,
en políticas de recorte del gasto público, en incentivos y transferencias cada vez más conspicuos a las
grandes empresas, en reformas institucionales y constitucionales de carácter presidencialista y cre-
cientemente autoritarias, en el sofocamiento de las minorías y de las diversas incompatibilidades, al
punto de poner en discusión hasta derechos democráticos elementales como la ley de representaciones
sindicales unitarias y el derecho a huelga.
Es evidente que la crisis del Estado social y la determinación de las formas del conflicto social
deben ser asumidas como problemas centrales, al momento de reflexionar sobre la crisis de la idea
de desarrollo y de elaborar una perspectiva de cambio radical del modelo de desarrollo. De hecho,
hay que entender que la reforma del welfare es, simplemente, la manera institucional de secundar los
* (n.t.) Por referencia al tratado constitutivo de la Unión Europea, suscrito en esa localidad holandesa en 1992.
10. Se perfila para los trabajadores un horizonte más y más precario. Las clases menos favorecidas verán
cómo se recorta cada vez más su salario directo e indirecto, sin que se establezca alguna política seria
para estimular la ocupación, sin redistribución alguna de la renta, con incentivos y desgravámenes
crecientes para las empresas, que se contrabalancean con la falta o la intermitencia de rentas para los
bolsillos de la mayor parte de los ciudadanos, restringidos también en su acceso a aquel salario indirec-
to que, a través del welfare, garantizaba la universalidad de los derechos.
1. El proceso de control puede ser definido como el conjunto de acciones que permiten comprobar que
las actividades en marcha se desarrollan según lo dispuesto en los planes correspondientes, y dentro
de las normas y principios fijados por la organización pública o entidad para el logro de los objetivos
previstos, al tiempo que facilitan la información necesaria para rectificar oportunamente ante cualquier
desviación significativa que pueda provocar lo contrario. Una definición más breve permite también
decir que “se trata de un proceso dirigido a garantizar que las actividades reales se adecúen a las activi-
dades planificadas” (Stoner, Freeman, 1994: 638).
Una vez que se disponga de planos correctamente elaborados y hayan sido bien definidos los obje-
tivos de la organización o del ente público, es preciso verificar periódicamente si las medidas y acciones
previstas para alcanzar esos objetivos se están cumpliendo en los tiempos y en la forma. Por ese motivo,
para el proceso de dirección y de gestión resulta complemento indispensable un sistema de control
bien proyectado y estructurado, que tome en cuenta las características de la actividad y cuyo costo y
complejidad se mantengan dentro de los límites racionales, desde el punto de vista del impacto social
en su conjunto.
2. Si se analizan los criterios de los diferentes autores que estudian este proceso, se ponen en evidencia
puntos en común en lo que atañe a los pasos fundamentales que se deben cumplir para organizar un
buen sistema de control. Esos pasos básicos buscan una secuencia lógica que permita, desde el inicio,
identificar con claridad y precisión lo que se quiere controlar, para así poder diseñar un instrumento
apropiado que facilite, en función de sus resultados, introducir las rectificaciones necesarias en el
a) Aquellos que se establecen con carácter preventivo, antes de iniciar la actividad (ex ante).
b) Los llamados controles concomitantes, que se ponen en marcha mientras la actividad se está
cumpliendo.
c) Los de feedback, que se utilizan después que la actividad ha concluido (ex post).
A cada una de estas tipologías corresponde un conjunto de indicadores de gestión de tipo preven-
tivo (ex ante), de actividad (concomitantes) o de control final (ex post).
Se reconoce que los controles concomitantes tienen la ventaja de funcionar mientras la actividad
está en desarrollo, por lo que facilitan la aplicación de medidas inmediatas que permiten rectificar a
tiempo cualquier desviación en los parámetros de actuación.
Más complejo resulta establecer los preventivos, particularmente si no se dispone con anticipación
suficiente de la información requerida.
Los controles de feedback tienen el inconveniente de que su aplicación es posterior a la ejecución de
la actividad: se trata de hechos cumplidos, que ya no es posible rectificar.
En definitiva, la adopción de una u otra tipología, o de todas, depende de la actividad y de la
situación coyuntural que vive la organización en un determinado momento.
— notas —
1 Con el término Administración Pública se aludirá en lo sucesivo a la implementación de decisiones y políticas del sector público,
2 En el curso de toda su vida, Weber –consciente o inconscientemente– osciló con frecuencia entre posiciones fuertemente idea-
listas y posiciones decididamente materialistas. Carlo (2000) revalúa muy cuidadosamente este segundo enfoque weberiano,
utilizado tanto en el análisis de la religión –aunque no siempre– como en el de las clases sociales, fundadas en las relaciones de
propiedad, y diferenciadas de las capas o estratos, fundados en cambio en las desigualdades de ingresos; así como en el análisis
de la misma burocracia y de su papel de dominio, funcional a los intereses capitalistas.
3 Al analizar este problema, Fidel Castro ha dicho: “Uno de estos estudios muestra cómo de 48 programas de ajuste del FMI,
puestos en práctica entre 1986 y 1990, el 78% incluía la reducción del gasto público, sobre todo en la esfera social, y esta
exigencia fue acogida de las siguientes maneras por los gobiernos de los países deudores: en 92% de los casos se redujeron
los fondos relativos a la alimentación, a la salud o a la asistencia económica a la población; el 62% disminuyó los recursos
destinados a dos de esos tres sectores, y un 29% rebajó todo el gasto social en más de 20%” (Castro Ruz, 1999b).
4 Para una reconstrucción de los procesos de transformación de la Administración Pública en respuesta a las políticas y exigencias
liberales, cfr. Cassese (2005), donde se recorre más de un siglo de historia de la organización de la AP italiana, con detenimiento
especial en los últimos decenios, abrumadoramente influenciados por los parámetros dictados por la Unión Europea.
lucro que, sobre la base del subsidio –que no de la gratuidad, como se verá en las páginas que siguen–, ofrece toda una serie
de servicios sociales anteriormente provistos por la AP. La enorme diferencia es que mientras la antigua actividad de la AP res-
pondía al principio de la obligatoriedad y a la búsqueda de la igualdad cualitativa en la prestación de los servicios, en el caso
del non profit solo pueden reclamárseles al voluntarismo y a la capacidad de emprendimiento de los sujetos que lo integran.
6 Véase también Castro Ruz (1999a), recopilación de discursos dedicados en su mayor parte a la globalización, al desastroso
7 Piénsese una vez más cómo en Europa los grupos de poder han logrado, mediante instrumentos como el reglamento comu-
nitario, la Directiva y la Corte de Justicia Europea, transformar profundamente en las últimas décadas las formas de la AP y, en
general, de los Estados miembros de lo que fuera primero la Comunidad y luego la Unión Europea.
8 En el texto The Search for Government Efficiency, de Downs y Larkey, escrito en 1986, se habla mucho de este tema, retomado
9 Las ONG de los países desarrollados pueden también constituir un vehículo de penetración de las ideas y acciones de los respec-
tivos Gobiernos y grupos de poder, que a través de ellas promueven financiamientos e iniciativas en los países del Tercer Mun-
do. Para una crítica de las ONG, cfr. Petras, Veltmeyer (2002: 185-201), que dedican todo un capítulo al tema, como también
Petras (2003: 313-328) y Pala (2001). Con esto, ciertamente, no se pretende sostener que todas las ONG son instrumentos de
control y penetración, utilizados por el capital para actuar sobre y dentro de la “sociedad civil”.
10 Sobre las privatizaciones en Italia y, en general, en Europa, cfr. Martufi, Vasapollo (2003). Con el sistema de concertación,
durante los años noventa se cumplieron en Italia una serie de experimentos favorables al capital.
11 Víctimas del frenesí privatizador fueron incluso los sistemas de alcantarillado y cloacas.
12 Considérense los avanzados procesos de privatización, en distintos lugares del mundo, de un bien como el agua (¡!). En Italia,
muchas comunas traspasaron a gestión privada sus sistemas de acueductos y redes de distribución del agua. Ciertamente, en
respuesta han surgido movimientos ciudadanos de protesta (como es el caso de la significativa lucha napolitana).
13 Este es, por otra parte, un proceso muy acentuado en el sector privado, donde las más modernas y grandes redes empresariales
14 En tal dirección apunta en Italia, por ejemplo, la ley del 8 de junio de 1990, Nº 142 (Ordenamiento de las Autonomías Locales).
15 No se debe confundir el proceso de descentralización que implica la transferencia de poder de un nivel superior a uno inferior,
con la descentralización que solo se refiere a la creación de organismos territoriales en los que el poder se mantiene en el nivel
central. Estos dos procesos pueden ocurrir de manera paralela o independiente, si bien ambos son importantes para el desa-
rrollo de la Administración Pública.
16 Vale la pena recordar aquí la experiencia de Cuba, víctima de un bloqueo, por parte de Estados Unidos, que se ha prolongado
por cerca de 45 años y cuyo impacto negativo en la economía del país supera los 80.000 millones de dólares**. En esas con-
diciones, resulta obligación política preguntarse cómo medir la eficiencia de la economía cubana.
1. Instrumentos y mecanismos
1. Al día de hoy, sobre 200 Estados que hay en el mundo, más de la mitad mantiene en sus manos par-
ticipaciones accionarias relevantes en empresas proveedoras de servicios como el agua, la electricidad,
el transporte, etcétera En muchos otros ámbitos, el “inversionista público” controla cuotas de capital
privilegiadas, o bien opciones que le permiten tener la última palabra en las decisiones cruciales de la
industria respectiva y, en definitiva, de la economía nacional.
Basten algunos datos gruesos para refutar ese lugar común que, desde hace una veintena de años,
proclama el fin de la intervención estatal en la economía, bajo el signo de los procesos de desregulación
y del avance de las privatizaciones en gran parte del mundo occidental (y no solo en este). Esa tenden-
cia, en realidad, es todo menos indiscutible: en algunas situaciones que marcan ejemplo, la cesión al
sector privado de cuotas de control tradicionalmente públicas ha generado dificultades y colapsos. Se
reconoce tranquilamente que las privatizaciones han fallado en sectores como el energético, en el que
con ellas se han registrado incrementos de hasta 300% en las facturas y notables disminuciones del
servicio (Gallino, 2005: 51; Martufi, Vasapollo, 2003).
El renovado interés hacia el papel del Estado en los sectores fundacionales de la economía nacional
(energía, infraestructura, transporte) reabre hoy el debate en torno a un siglo de intervención estatal en
la economía, que ha caracterizado al capitalismo occidental mucho más de lo que la historiografía está
dispuesta a admitir. Surgida frecuentemente de exigencias coyunturales (la gran depresión estadouni-
dense o la crisis del sistema industrial y bancario italiano que llevó, en los años treinta, a la creación del
Instituto para la Reconstrucción Industrial, IRI), la actuación episódica del Estado en la economía se
transformó muchas veces –como puede históricamente demostrarse– en intervenciones estructurales y
programáticas que determinaron el curso del desarrollo capitalista, mucho más de cuanto haya podido
hacerlo la “libre evolución del mercado”.
2. La intervención del Gobierno en la economía es tan antigua como el capitalismo, pero es solo duran-
te el período de la Primera Guerra Mundial que comienzan a surgir preocupaciones acerca del control
de los ciclos. La tradición neoclásica había olvidado este fenómeno y es en 1913, con la obra de Wesley
Mitchel, Business Cycles [Los ciclos económicos], que se inicia su estudio social. Hasta ese momento,
Estados Unidos había pasado por 30 ciclos. Fue entonces que se empezaron a aplicar algunas medidas:
a) La primera medida “neutralizadora” del ciclo que se pensó implementar fue la de política mo-
netaria, o sea, la organización de los agregados monetarios (M1, M2, M3).
b) Posteriormente nace la política fiscal, lo que históricamente da lugar a dos variantes de política
económica: la monetaria y la fiscal.
La llamada gran depresión, o “crisis de 1929-1933”, demostró que la política monetaria, por sí sola,
no era del todo eficaz como instrumento anticíclico. En condiciones de prosperidad, la organización
de los agregados monetarios no puede, por sí misma, controlar el boom, y en períodos de depresión, la
política monetaria más liberal no es capaz de impulsar la recuperación. Por tanto, es necesario utilizar
otros instrumentos, considerados más poderosos. En realidad, es iluso pensar que los instrumentos de
la política económica son infalibles, de la misma manera que sería un esquematismo el considerar que
no pueden cumplir función alguna. Por lo que respecta a la política fiscal y en términos conceptuales,
para el Estado se trata de organizar el gasto público, los impuestos, los préstamos que el propio Estado
percibe y la deuda pública, de manera tal que permitan modificar los comportamientos y las decisiones
de los diversos operadores económicos. Se pueden establecer dos grandes grupos de instrumentos
concretos de política fiscal:
a) Mecanismos estabilizadores.
b) variación de las tasas.
3. Adicionalmente, se puede hablar de otros instrumentos que, de hecho, controlan la llamada diná-
mica de movimiento de los mecanismos, como por ejemplo:
Como puede observarse, se trata de mecanismos que –según lo establecido por la política fiscal–
buscan controlar el flujo de los recursos estatales, adecuándolo a las necesidades concretas de cada
momento del ciclo. Naturalmente, los cambios que se verifican en la economía pueden hacer que estos
mecanismos, a su vez, sean cambiados o eliminados, para poner en marcha otros que respondan mejor
a las necesidades de la dinámica cíclica de la economía.
Todo ello pasa a través de las peculiaridades que la confrontación política y las dinámicas electorales
imprimen al proceso de formulación y ejecución de la política económica, como resultado del debate
político.
1. Según el razonamiento de muchos autores (Aucoin, 2000), la Administración Pública afronta hoy
desafíos en cuatro dimensiones: la gestión de las políticas públicas, la gestión de los organismos de
Gobierno, la gestión de los servicios públicos y la gestión de los recursos humanos. Entre las cuatro
existen interrelaciones que, si no se atienden eficientemente, pueden provocar irregularidades en la
actividad administrativa:
2. Otro aspecto que se ha de tener en cuenta en este ámbito, para encontrar soluciones innovadoras a
los problemas y al estudio y para conocer los planos de análisis, es la definición del carácter estructural
1. En los últimos tiempos, la racionalidad y complementariedad de las políticas públicas son linea-
mientos trazados por los Gobiernos en los procesos de reforma, modernización y perfeccionamiento
de la Administración Pública, que pueden estar en capacidad de resolver los problemas de la sociedad
contemporánea.
El concepto de Administración Pública corresponde a una estructura –la de las políticas públi-
cas– que enuncia un proceso y un resultado. El primero –el proceso– es un concepto de stock, y el
segundo –que corresponde a los resultados obtenidos– es una magnitud de flujo. La administración es
un concepto de equilibrio y las políticas corresponden a un concepto de dinámica (Lahera, 2000). Las
políticas públicas constituyen procesos dinámicos, en los que se mezclan aspectos de hegemonía y de
interacción entre la sociedad y el sistema político en cuestión.
2. Desde el punto de vista conceptual, existen definiciones tanto de políticos como de académicos que
se ocupan del tema.
En las definiciones, incluso muy articuladas, puede casi siempre notarse que hay un conjunto de
factores que es interesante tener en cuenta:
a) Las políticas públicas son acciones que los Gobiernos deciden cumplir o no cumplir.
b) Las políticas públicas apuntan a problemas concretos.
c) Conocer los objetivos de la sociedad o del sistema político que se toma como marco de referen-
cia para la definición de las políticas públicas.
Si el análisis se adelanta en una sociedad en la que existe la propiedad social de los medios funda-
mentales de producción, el camino se hace más complejo, pero a veces más objetivo y socialmente más
válido, cuando la participación popular se lleva a cabo a través de las diversas formas organizativas de
la sociedad, en cuyo caso la política pública podría definirse de la siguiente manera (Pons, 2000):
3. Existen diversos criterios y enfoques conceptuales a partir de la reforma más general, concebida
como política en su contenido tradicional, en el que se inscribe el conjunto de las materias que con-
ciernen al Estado.
Se deduce que las políticas pueden ser de distinto tipo (Pons, González, 2001: 30-31):
1. En el estudio de la política pública, lo primero que debe tener presente un analista es el ciclo que
recorre una política desde el momento en que se define y estructura el problema hasta llegar a la
evaluación de esa misma política.
El análisis de las políticas constituye una búsqueda para la acción e implica todo el proceso de la
política pública, que se puede centrar en:
3. Cualquier política puede quedarse rezagada en sus objetivos o resolver solo una parte de un gran
problema. Considérese que (Patton, Sawicki, 1993):
a) La política es eficaz a medida que logra, en breve tiempo, resolver el problema que le da origen,
al alcanzar los objetivos y las metas que se propuso y generar impactos o efectos positivos en el
objeto para el que fue planteada, todo ello con una utilización racional de los recursos en juego.
La eficacia es expresión de la objetividad de las metas y de los fines trazados, que se concretizan
en el plan a través de sus diversos niveles y distintos escenarios. A veces se piensa que la eficacia
de una política o de un programa es el punto central de la optimización de los recursos. La
eficacia o logro de las metas supera las cuestiones económicas y de eficiencia, aun cuando en
términos de medida no sea posible cuantificarla o evaluarla sin hacer referencia a los costos y a
la productividad, por lo cual en ámbitos políticos se habla de política eficaz en términos econó-
micos. Podría darse el caso de que la política programada y ejecutada consiga sus propósitos y
con ello, sin embargo, llegue a crear la posibilidad de programar otra política, sin restar por eso
mérito a su eficacia. Y es que resulta normal, en un ámbito dinámico, que las políticas cambien
o se combinen con otras.
b) La política es válida cuando los resultados obtenidos son precedidos por un conjunto de acciones
y medidas adelantadas por los actores políticos y ha habido una correcta selección de instrumen-
tos políticos capaces de propiciar el logro de resultados extraordinarios, en correspondencia con
un uso racional de los recursos asignados por el Gobierno para la ejecución de dicha política.
La validez se explica como el conjunto de medidas y acciones necesarias para obtener resultados
extraordinarios, en consonancia con los requerimientos de la sociedad en determinadas situa-
ciones, que se alcanzan sobre la base de la racionalidad en la asignación de recursos apropiados,
tanto en calidad como en cantidad.
4. Por otra parte, para abarcar el papel del funcionario público, el análisis político ha de considerar
que los responsables del servicio público deben estar dispuestos a desarrollar su propia visión, misión
y tareas por vías que hagan posible la activación de nexos con otras organizaciones.
Si los dirigentes no actúan en esa dirección, la coordinación interdepartamental sufrirá las conse-
cuencias, sea en el terreno de la formulación de políticas o en el de su implementación.
— notas —
1 Aunque existe también el criterio proporcional. Explicado en palabras simples: mientras el criterio progresivo (progresividad de
la tasa) prevé una pluralidad de alícuotas ascendentes, que van a incidir sobre la renta a medida que esta aumenta, en el siste-
ma proporcional existe, en cambio, una sola alícuota que vale para todas sus magnitudes y que se aplica, consiguientemente,
a quienquiera que sea titular de una renta.
2 Incrementalismo (o potenciamiento) desarticulado: tratamiento de las políticas sin visión de sistema; en la medida en que
se reciben los resultados, se trabaja para mejorarlos. Implica una proyección hacia el futuro que parte únicamente de lo ya
obtenido.
3 Planificación estratégica: proceso que consiste en la búsqueda de una o más ventajas competitivas para la organización y en la
4 Para una introducción general a la función programática de la Constitución italiana y a las varias ramas de aplicación de los
instrumentos programáticos en Italia, cfr. Tucci (2003), a quien remitimos también para una ampliación de la bibliografía de
ámbito jurídico.
1. El estudio de la Administración Pública y de sus fundamentos ha sido objeto de análisis por parte
de especialistas pertenecientes a diversas disciplinas y corrientes del pensamiento. En el ámbito in-
ternacional es posible encontrar una infinidad de definiciones, si bien entre ellas es una constante el
considerar la Administración Pública en vinculación con las funciones del Estado que tienden a la
satisfacción de las necesidades colectivas de los ciudadanos.
Otra constante es la ausencia de indicaciones precisas acerca de las relaciones de propiedad, elemen-
to necesario como punto de partida para conocer el contexto histórico en que se mueve la definición y
para saber cómo se plantea alcanzar su objetivo fundamental: la satisfacción de las necesidades colecti-
vas mediante actos concretos (González, Pons, 2001).
2. Los enfoques actuales analizan la Administración Pública desde diversos puntos de vista. Algunos
centran su atención en las instituciones que la componen y en el comportamiento de sus trabajadores,
otros consideran las diferencias o semejanzas con la administración privada y, finalmente, algunos
estudiosos se interesan particularmente por las decisiones que llevan a la ejecución y desarrollo de las
políticas públicas. En general, no se toman en cuenta las connotaciones de clase ni las particularidades
del sistema político en el que la administración se desenvuelve.
Para ciertos especialistas y estudiosos no es necesario, sino inútil, trabajar en una definición de la
Administración Pública (Garcini, 1982). Pero, según la visión hoy más difundida, es necesario caracte-
rizarla tomando en cuenta su función en la distribución de los recursos en la sociedad, para el bienestar
colectivo, y esto es fundamental en el proceso de construcción de la economía y de la sociedad sobre
una base socialista.
4. Existen, además, diversas versiones y definiciones del concepto de Administración Pública, surgidas
en épocas sucesivas con el desarrollo de las ciencias políticas. Sin embargo, es posible señalar su coin-
cidencia en ciertos elementos comunes:
Es entonces necesario, para fines de trabajo, plantear una definición del concepto de Administra-
ción Pública, que será entendida como
Hay criterios que vinculan el nacimiento de la Administración Pública al Estado. Sin embargo,
en términos reales, la existencia del Estado está condicionada por un conjunto de hechos que, histó-
ricamente, se producen después de que el hombre se ve en la necesidad de organizar, reglamentar y
distribuir los recursos a su disposición entre los miembros de su grupo o tribu.
5. Según lo dicho hasta ahora, es absurda la pretensión de buscar en situaciones culturales diversas,
relativas a etapas anteriores, las características de un fenómeno que por definición es exclusivamente
contemporáneo. Las peculiaridades culturales de la polis griega, del Imperio Romano, del feudalismo
medieval o de cualquier otra situación histórica, resultan significativas para nuestros problemas si, en
lugar de imponerles categorías actuales, se analizan como experiencias pasadas, con objetividad, para
considerar la importancia de diferencias y similitudes (Garcini, 1982).
Es preciso reconocer que en esas formaciones culturales no existía la diferenciación de funciones
de gobierno en sus ramas legislativa, ejecutiva y judicial, como ocurre hoy; no obstante, dado que la
administración judicial, sistematizada desde la antigüedad, presenta analogías muy instructivas para
la rama ejecutiva contemporánea y que el ordenamiento de los procesos políticos ha tenido siempre un
significado fundamental para la Administración Pública, su historia tiene mucho que enseñar para la
comprensión de los problemas administrativos de la actualidad1.
Max Weber (1994) demuestra que en la antigüedad hubo ejemplos de una burocracia más bien de-
sarrollada: el Egipto del período del Imperio Nuevo, el principado romano y, sobre todo, la monarquía
diocleciana y el Estado bizantino fundado sobre esta última.
El Estado, que hoy desempeña un papel fundamental en la administración de los recursos de la
sociedad, tiene antecedentes que objetivamente se explican a través de la historia. Como entidad,
nace cuando la sociedad primitiva se divide en clases sociales y aparece la esclavitud como forma de
explotación de algunos hombres por otros.
La propiedad privada es anterior al surgimiento del Estado; solo con la propiedad se inicia para
los hombres la posibilidad de cambiar de posición respecto a los medios de producción: nacen así los
* (n.t.) La presente versión en español fue tomada de “Reflexiones sobre las políticas públicas en la construcción del socialismo
del siglo xxi”, ponencia presentada por Evelin González Paris en la III Conferencia Internacional sobre la obra de Carlos Marx y
los desafíos del siglo xxi, según se reproduce en http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/congreso06/conf3_gparis.pdf.
8. Desde los años treinta y hasta aproximadamente los setenta, se desarrolla entonces el Estado social
o Estado del bienestar, que refuerza sus características una vez terminada la Segunda Guerra Mundial
(Fernández, 2001).
3. En las últimas décadas, con el desarrollo de los mercados telemáticos, la propaganda, la televisión,
las bolsas, etcétera, ha evolucionado la información que está al alcance de los sujetos activos en el cam-
po de la economía, hasta desarrollar en ellos la capacidad de conocer el mercado antes de llegar allí con
mercancías y servicios. A nivel macroeconómico, esta economía altamente diversificada y compleja
requiere todavía la participación del Estado, la ayuda de la inversión estatal directa. Al ejercer así su
influencia en la dinámica del sector privado –a través de la política fiscal, monetaria, de inversión, de
competencia comercial, etcétera–, el Estado brinda posibilidades de desarrollo.
Esto no significa, en modo alguno, que con el desarrollo del capitalismo crezca absolutamente la
intervención del Estado, que puede ser mayor o menor de un período a otro. En todo caso, el Estado
neoliberal modifica la forma mediante la cual se ejerce la regulación de los mercados, pero sin que eso
altere su capacidad real para regular los fenómenos políticos y sociales en beneficio del capital.
De cualquier modo, la división dogmática entre anarquía total de la producción bajo el capitalismo
y planificación absoluta en el socialismo no solo es poco concreta, sino antimarxista e incorrecta. Ya Le-
nin ponía de relieve que esa dicotomía extrema solo servía para simplificar y distorsionar el problema.
La planificación no siempre es garantía de desarrollo armónico y equitativamente distribuido,
como se demostró en la práctica. Puede surgir, en cambio, lo que se dio en llamar anarquía planificada,
cuando las proporciones impuestas por el plan no concuerdan con las necesidades del desarrollo y con
las expectativas de los agentes económicos. No puede identificarse planificación con estatismo.
4. En el contexto antes delineado, la definición del modelo liberal de desarrollo centrado en el profit
State12 (un Estado del todo funcional a los intereses de la empresa) hace también plenamente compren-
sible el papel que la empresa pública debe cumplir en la economía total del país. Además, se entiende
mejor cómo las diferentes funciones específicas atribuidas a la economía pública –a nivel central y en
las áreas locales– son el tejido conectivo capaz de “enlazar” en un todo homogéneo el nuevo modo de
ser y de presentarse del desarrollo capitalista.
Es de esa manera que la empresa posfordista, devenida en empresa socialmente difundida en el
territorio, una fábrica social generalizada, descompone las tareas, crea nuevos trabajos atípicos, rompe
la unidad de clase de los trabajadores y basa sus procesos de acumulación flexible en el capital infor-
mación, en la comunicación desviante, en la imagen de la competencia capitalista, en los recursos del
capital de la abstracción, para irrumpir en el cuerpo social a través del papel de control total asumido
El dinero (es decir, la economía) y el Estado (es decir, la política) no pueden ya gobernar ni
disciplinar el mundo productivo, cuando al centro del mundo productivo encontramos no ya
la fuerza descerebrada, el tiempo de trabajo manual igual, cuantificable, sino el fluido psíquico, la
etérea sustancia de la inteligencia, que escapa a toda medida, que no se puede plegar a regla alguna
sin producir enormes patologías, sin producir una verdadera locura, una auténtica parálisis en la
cognición y en la afectividad (Berardi, 1998: 211).
Pero a estas alturas, en la práctica es algo más lo que se requiere para responder a la complejidad
real de las necesidades empresariales posfordistas: la cantidad y calidad de información, definida y
reelaborada como capacidad de escogencia por parte del destinatario, debe transformarse en comuni-
cación desviante total, que invade el cuerpo social para imponer la cultura de mercado y la imagen de
la idea-empresa, con fuertes rasgos de coerción social global.
2. La formulación general de las políticas atinentes al trabajo está fuertemente inspirada en las lógicas
contributivas y previsionales privadas, que no producen más que la disminución de las tutelas y pro-
mueven un empleo y un salario flexibles, sin regulaciones, con escasas garantías de conjunto. Un papel
fundamental han jugado en esto la precarización (del trabajo y de las retribuciones) y la movilidad (son
ya millones los que se han visto obligados a cambiar de sector laboral y constreñidos, muchas veces, a
aceptar formas diversas de flexibilización del salario).
Lo que hoy domina la escena económica es el derrumbamiento de cualquier rigidez en los costos y
las normas, para favorecer a la empresa. Se trata de propuestas encaminadas al control de las capas más
débiles de la sociedad, hasta hacerlas chantajeables y condicionadas por el poder. Para ello se activan,
sin duda, factores que favorecen la conflictividad horizontal entre los varios componentes sociales, se
obstaculiza la recomposición unitaria del mundo del trabajo y se estimula, en cambio, el surgimiento
de verdaderos “asistidos sociales”, funcionales a una nivelación hacia abajo del conflicto social y po-
lítico. Se cumple así, también, una utilización instrumental del sector terciario, acorde a las reglas de
la eficiencia capitalista, mediante el aprovechamiento de la economía non profit [sin fines de lucro], de la
llamada economía social y de la autorganización, que suplen el papel del Estado social.
También a través de las modalidades de ejecución de los procesos de privatización es posible adver-
tir cómo el neoliberalismo internacional se está remodelando, en términos sobre todo financieros, para
reducir las opciones y las formulaciones de tipo público y colectivo que caracterizaron a las llamadas
economías mixtas. En efecto, se asiste hoy, como ya hemos dicho, a una aproximación gradual de dos
modelos opuestos: el de las public companies y el de las empresas consociativas. Mientras en Estados
Unidos se avanza hacia un accionariado más estable, en Japón disminuye la incidencia de los cruces
accionarios y se tiende a ampliar la participación directa del mercado financiero, con una creciente
dependencia de las empresas respecto a este último.
3. Las informaciones necesarias para que las instituciones puedan desempeñar a cabalidad una decidida
función estratégica de control social, acompañada por un coherente y eficiente programa operativo de
ruptura de la solidaridad de clase de los trabajadores, tienen la característica de cubrir arcos de tiempo
similares y refieren a las tendencias que durante ese período puedan evidenciarse en cuanto atañe
a los factores tanto internos como internos-externos, o del todo externos, del modelo específico de
capitalismo en cuestión.
El propósito de la planificación estratégica del control social es, precisamente, identificar con la
máxima anticipación las oportunidades que se perfilan para el conflicto social, con el objetivo de poner
en marcha a tiempo las políticas de control y, si es posible, de homologación de las fuerzas antagónicas,
a la vez que se diseñan las estructuras organizativas que mejor se presten para hacer frente a los cambios
de situación.
Dada su naturaleza, esa función la cumple, en el máximo nivel de responsabilidad, una autoridad
institucional, un nuevo tipo de “patrón”, un nuevo tipo de “economía”, un nuevo tipo de “poder”.
Son las mil caras del profit State, que requieren grandes cantidades de información, adecuados instru-
mentos y modelos comunicacionales nómadas desviantes de carácter estratégico, así como capacidad
para reprimir, en el plano de la “cultura” y de la homologación, toda forma de disenso, de rebelión, de
conflicto social.
En los procesos decisorios, la separación estructural que se presenta entre los sujetos y los niveles
sociales involucrados puede provocar, además de desarmonías en relación con el ambiente externo,
también otras en el sistema institucional. Estas últimas pueden presentarse cuando las institucio-
nes centrales y las correspondientes a la empresa (el profit State, en sentido general), que definen el
4. La descripción que hasta aquí hemos hecho confirma que no es solo la gran empresa quien funge de
directora de la vida socioeconómica del ciudadano común, sino la totalidad del sistema de fábrica so-
cial generalizada, que fija sus bases en la imposición de la lógica de la flexibilidad a todo el vivir social;
lógica, por otra parte, desarrollada y transmitida gracias a la “disponibilidad” de un capital intelectual
homologado de alto nivel.
Ocurre así gracias al papel asumido por el profit State, que cuenta para ello con el acrecentado
poder de algunos entes públicos, que se configuran en su homologación al sector privado y se con-
vierten en entes-empresa; con la todavía más fuerte centralidad de los bancos, como sujetos que
controlan y direccionan los recursos financieros para el desarrollo local; y con los sujetos político-
comerciales locales, que incrementan su poder específico respecto a los extralocales. En consecuencia,
parece claro que el llamado a huir del localismo no es determinante, tampoco, desde el punto de
vista de los procesos de redistribución del poder, que de manera creciente reflejan las dinámicas del
modelo de desarrollo central basado en el Estado-empresa; es decir, en el profit State que consta-
ta, que atrae hacia sus propias lógicas y necesidades un capital intelectual homologado que se hace
portador de los procesos de flexibilidad y de difusión social de los intereses y las lógicas del sistema
empresarial.
Cualquiera que sea el sistema de empresa, los diversos modelos de capitalismo confluyen en la
univocidad de intenciones a través de procesos de financiarización, así como de nuevas modalidades
de explotación del trabajo y de reestructuración del mercado, que únicamente determinan procesos
empresariales expansivos. Tales procesos llevan al éxito de la empresa y la afirman en el largo plazo, cosa
que logran a partir de modelos de acumulación flexible basados en inversiones financieras y de capital
con rasgos cada vez más inmateriales.
Para efectuar semejantes transformaciones se hace necesario actuar según el llamado principio so-
cial de la flexibilidad, lo que equivale a utilizar para ese fin estructuras institucionales que imponen en
el cuerpo social el principio del mínimo costo y máximo beneficio; así como a aplicar, en sentido cada
5. De lo previamente explicado sobre el papel activo que desempeña el profit State en los nuevos
procesos de acumulación flexible, en la reestructuración capitalista de la era posfordista, se deduce
inmediatamente por qué el Estado social, garante del equilibrio entre capital y trabajo hasta los años
setenta (un sistema que integraba en su propia estructura las instituciones del trabajo, la participación
de los trabajadores en la producción, las organizaciones de masas), ha sido arrasado por la transforma-
ción productiva. La política del Estado social, sustentada en la estructura estable de la producción, se
vino a menos. Y su organización, con todas las diversas formas de protección social a ella ligadas, sufre
desde hace veinte años un progresivo proceso de empantanamiento20.
El Estado social que se planteó en la posguerra en los países occidentales se basaba en un modelo
cuyo funcionamiento puede ser esquematizado de la siguiente manera: el desarrollo de la economía
garantizaba ocupación y puestos de trabajo; el desarrollo avanzaba regularmente, de modo que el
mercado estuviese en capacidad de resolver el problema del empleo, mientras que el Estado intervenía
marginalmente para cubrir las interrupciones temporales del poder de compra de la fuerza de trabajo
y para asegurar las condiciones de paz social, mediante distintas formas de “solidaridad”, en los mo-
mentos en que fallaba la relación con el mercado, por causa de desempleo provisional, enfermedad,
vejez o estudios.
Este modelo se engranaba en una organización social basada en el trabajo fordista a tiempo comple-
to de los hombres, y en la disponibilidad de las mujeres para garantizar las actividades de reproducción,
respecto a las cuales la intervención del Estado era puramente marginal. Ese modelo está hoy defini-
tivamente agotado. Los cambios producidos por el ciclo posfordista de la acumulación flexible, que
determinan la crisis fiscal del Estado y el aumento de los costos del welfare, lo hacen incompatible para
un sistema de alta competitividad internacional.
Para poner remedio a esta situación de profunda crisis, en la que una masa creciente de desemplea-
dos y de trabajadores precarios se ven desamparados, ya no es posible garantizar una red de protección
social mínima para todos y para las distintas fases de la vida, porque ello no es ya compatible con
los modos de la acumulación capitalista; ya no se puede garantizar una relación estable de trabajo,
afincada en una oferta eficaz de servicios básicos y en políticas de discriminación positiva en favor de
los más débiles.
Es evidente que la crisis del Estado social, junto con la determinación de las formas del conflicto so-
cial, deben ser asumidas como cuestiones centrales al reflexionar sobre la crisis de la idea de desarrollo
6. La experiencia del Estado social fue instrumentada en Italia por una capa político-dirigente de ex-
tracción medio-burguesa, que determinó la forma asistencialista y la degeneración de los mecanismos
de inclusión administrados por la vía del clientelismo. Ahora, mientras se busca sofocar el conflicto
entre trabajo y capital consintiendo una representación social de la empresa, la práctica de la solidari-
dad –en la forma en que fue inspirada y dirigida por el Estado social fordista– se vacía progresivamente
de todo significado, a medida que la ideología y el ejercicio de la privatización generalizada destruyen
los instrumentos de poder económico y de legitimación moral que habían permitido alimentar la
solidaridad y el compromiso social con el gasto público.
La acumulación flexible tiende cada vez más a manifestarse también como finalización gradual y
reducción efectiva de las ventajas aseguradas por el welfare, pero sobre todo como progresivo empobre-
cimiento de las capas tradicionalmente protegidas, empezando por toda el área del empleo público, los
mandos medios del sector terciario, los artesanos y pequeños comerciantes o esas capas profesionales
cuya identidad y seguridad estaban aseguradas por la presencia, más o menos garantizada, de la protec-
ción social y de los servicios públicos.
Por otra parte, es posible detectar, en las nuevas representaciones del mercado de trabajo, la ines-
tabilidad, la intermitencia, la reversibilidad de los roles, de las competencias de los trabajadores, que
dictaminan la superación de las formas fordistas y keynesianas de la relación entre capital y trabajo, en-
tre economía y sociedad, para reconstruirla sobre las bases del profit State, más adecuadas y disponibles
para los nuevos imperativos de mando deseados por la acumulación capitalista flexible y ejecutados por
las élites del capital internacional, que operan sinérgicamente en el mercado global de las mercancías
y las finanzas.
7. Más allá de estos elementos, se deben considerar algunos aspectos de carácter financiero, como el
gasto público. Con ese instrumento se ha buscado, a través de los años, “balancear las distorsiones
producidas por el funcionamiento del mercado capitalista” y, en particular, redistribuir la riqueza pro-
ducida y garantizar el equilibrio económico del Estado. Las crisis financieras han contribuido a incre-
mentar la crisis fiscal del Estado, producto del desequilibrio creciente en el balance estatal y fiscal y de
la desproporción entre egresos e ingresos de la masa financiera. A todo esto se deben agregar los movi-
mientos monetarios, dirigidos a obtener incrementos de capital financiero en desmedro del equilibrio
interno de las finanzas públicas, que han contribuido al crecimiento del déficit fiscal y favorecido a un
restringido lobby económico-financiero.
8. Con el inicio de los años noventa se acentúan en Italia las decisiones que apuntan hacia formas de
capitalismo con rasgos de auténtico darwinismo social. Tal opción, que impone el paso del capitalismo
italiano –fundado sobre un modelo de economía mixta– a formas neoliberales de capitalismo salvaje,
basadas en hipótesis económicas monetaristas, se debe a una acrítica escogencia europeísta del poder
político, económico y financiero de nuestro país, que acepta, se somete e, incluso, se hace promotor
de las compatibilidades monetaristas de la Europa de Maastricht, la Europa deseada e impuesta por los
grandes capitales financieros.
El poder contractual de los trabajadores, el Estado social y la democracia de masas, son puestos
en discusión radicalmente para construir –apoyándose en cada elemento de debate sobre los puntos
de resistencia y de condicionamiento de la unidad de los trabajadores– una nueva fase del desarrollo
capitalista. Fundamento de esa nueva fase es la reorganización de las formas del trabajo y del mercado
de trabajo. En la fase anterior de desarrollo, la fordista y taylorista, se configuraba en Italia, sustan-
cialmente, una tendencia a la unificación del mundo del trabajo, dependiente en algunas figuras que
estaban en capacidad de representarlo en su conjunto. Hoy, la nueva modalidad de la acumulación
flexible impulsa, en cambio, una tendencia a la división, a la fragmentación, a la precarización de
dicho mundo. Se organiza el mercado de trabajo de una manera tal que la división, la intermitencia y
1. La actividad del sector público se cumple a través de instituciones de variado tipo y de formas
organizativas diversas. Su carácter viene dado por elementos de la Administración Pública y de las
empresas públicas. Según algunos, la actividad económica del sector empresarial público se asemeja
a la del sector empresarial privado en cuanto atañe a las formas de control de costos y objetivos. Sin
embargo, en términos reales, la empresa pública actúa en función de minimizar los costos, mientras
que la privada tiene como incentivo la maximización de la ganancia.
Todo esto impone algunas consideraciones. En primer lugar, el Estado desempeña el papel de
representante de la propiedad social sobre la mayor parte de los recursos productivos. Esto le imprime
un carácter especial a la empresa estatal: su gestión, en efecto, está orientada, fundamentalmente y de
manera directa, a la obtención de beneficios o utilidades para la satisfacción de las principales necesi-
dades de la sociedad en su conjunto, sin diferencias individuales de ningún tipo.
Sin embargo, existen diferencias que están condicionadas por la posición que se ocupa respecto a
la sociedad. La empresa es una organización que persigue una finalidad interna, claramente orientada
hacia un fin que se concreta en resultados que satisfacen, en primer lugar, el interés colectivo de
sus miembros: el crecimiento de la propia empresa, el balance económico-financiero que refleja la
capacidad de gestión, la porción de mercado que domina y que garantiza su autofinanciamiento y
desarrollo. Se puede decir que la empresa, en términos generales, se define como proyectada hacia
fines internos.
La empresa estatal socialista, por su parte, debe ser el eslabón de base de la economía. Su actividad
se organiza de acuerdo con el objeto social aprobado por la instancia política correspondiente, según
las normas y reglamentos de cada país y en función de la descentralización de facultades, que persigue
acercar la toma de decisiones al nivel en que se llevan a cabo los procesos productivos; con esto se busca,
a su vez, desarrollar la iniciativa y lograr una mayor flexibilidad de la gestión, de manera que reviertan
en un incremento del rendimiento social, en su sentido más amplio, para beneficio de la colectividad.
Ello le da un carácter diferente al de esa proyección interna que define a la empresa capitalista.
Así, en el proceso de gestión pública socialista, la dirección central del Gobierno debe establecer
el ámbito regulador y las disposiciones del ejercicio de su función, en la cual la producción de bienes
y servicios está llamada a privilegiar la creciente satisfacción de las necesidades de la mayoría de la
población. Esto significa adoptar la función de canalizador de los recursos, con el impacto primario de
satisfacer los objetivos sociales.
2. A ese fin, la autoridad pública dispone de instrumentos de gestión como, entre otros, la planificación,
la contabilidad, la gestión de recursos humanos, la informática y los procedimientos de organización
del trabajo. Desde ese punto de vista, la actividad de una autoridad pública no es diferente a la de una
empresa. Ambas administran situaciones que se pueden calificar con parámetros de productividad, de
costos, de eficiencia.
Esa realidad le imprime un carácter particular a la relación que se establece entre estos entes u
operadores económicos: la empresa y el Estado. En este caso, la búsqueda de una mayor eficiencia y
eficacia del aparato administrativo estatal no debe estar condicionada a la transferencia, hacia el sector
público, de la lógica que ha prevalecido en la empresa. Más bien al contrario.
1. El desarrollo es necesario, decía el Che Guevara, para que un país mejore socialmente, para que toda
persona, individualmente, obtenga un mejor salario y una vida mejor. Si es así, entonces toda persona,
todo habitante del país, debe estar interesado en ese progreso y debe, por tanto, ser protagonista
(Guevara, 1977).
Otra manifestación podría derivarse del desarrollo de la gestión pública, en el proceso de construc-
ción socialista, sobre la base de una economía subdesarrollada, que tendría características peculiares, y
en una globalización verdaderamente destinada a superar los límites impuestos por el capital privado.
Vale la pena considerar algunos aspectos que podrían definir una regla para profundizar en el análisis
de las características de la gestión pública en tales condiciones.
En la construcción de una sociedad socialista que dependa de las condiciones impuestas por
la resolución del subdesarrollo, el sector público podría estar formado por las organizaciones que
ejercen funciones de interés colectivo, a partir de lo establecido en el marco constitucional del país
respectivo.
No obstante, es necesario profundizar en algunas consideraciones. En primer lugar, sobre el ejerci-
cio del Estado, en su papel de representante de la propiedad social sobre la mayor parte de los recursos
productivos. Esto le confiere a la empresa estatal un carácter especial y distinto al que pueda darse
en otras sociedades, en el que su gestión se orienta fundamental y directamente a la obtención de
beneficios o utilidades que serán destinados a satisfacer las principales necesidades de la sociedad en
su conjunto, sin diferencias individuales de ningún tipo. Es aquí que el grado y el carácter del proceso
empresarial condicionan el ejercicio del derecho de propietario.
las fábricas son propiedad de todo el pueblo y, como el pueblo está representado en nuestro país por el
Estado, son propiedad del Estado. Este tiene la misión, encomendada por el pueblo cubano, de
dirigir la producción hacia las metas propias de una revolución socialista. Precisamente, el carácter
socialista de la Revolución Cubana determina las características generales de la producción; frente a
la anarquía de la producción capitalista, se alza el plan racional de la producción socialista (Guevara,
1977)**.
En otras palabras, el hecho de que la Asamblea Nacional del Poder Popular sea la representación
más genuina del Estado y de todo el pueblo de Cuba, conlleva implícitamente la necesidad de evaluar
si la categoría empresa estatal debe mantenerse para todas las entidades o, como podría suceder, si la
denominación de empresa gubernamental debe adoptarse en el momento en que esta es administrada
directamente por un órgano de gobierno y no por el Estado mismo. El Estado cubano lo hace con
aquellas entidades concebidas por el sector público socialista a través de las organizaciones y las enti-
dades del poder popular.
En consecuencia, las entidades y organizaciones que –sin distinción– son definidas como empresas
estatales, deben ser consideradas en el ámbito de su función pública y en su función gubernamental.
Esto quiere decir que son consideradas de manera distinta, vale decir, como expresión del grado de
madurez y consolidación de la propiedad social socialista. Esta diferencia está condicionada por la
posición que orgánicamente ocupa cada tipo de empresa respecto a la sociedad.
2. La empresa es una organización dirigida a obtener resultados que deben responder a intereses pro-
pios, sean de sus propietarios o de sus miembros. Se puede afirmar entonces que ella, en cualquier
sistema socioeconómico, manifiesta en general un carácter introvertido. La autoridad pública, por el
contrario, está dirigida a lo externo, al interés colectivo. La razón de esto último se encuentra en la bús-
queda de resultados y objetivos también externos, ya que sus actividades están dirigidas a la satisfacción
de necesidades que lo son igualmente.
Se manifiesta eso en la subordinación de las decisiones de la autoridad pública a los intereses de
la sociedad, lo que implica la defensa de los intereses sociales antes que los colectivos e individuales.
El proceso está, además, signado por el carácter social volitivo que manifiesta la construcción de una
sociedad de este tipo. De cualquier manera, la autoridad pública actúa en función de provocar impac-
tos que reporten beneficio a las grandes mayorías y posiblemente a toda la sociedad (resoluciones del
Partido Comunista de Cuba, en particular de 1997).
3. En el proceso de gestión pública, la dirección central del Gobierno debe establecer el contexto regu-
lador y las disposiciones en que ejercita su función, así como aquellas que obligan, en la producción de
bienes y servicios, a privilegiar la creciente satisfacción de las necesidades de los más amplios sectores
de la población. Eso significa asumir las funciones de canalización de los recursos para satisfacer, como
primer impacto, los objetivos sociales.
** (n.t.) La presente versión en español fue tomada de “Discusión colectiva, decisión y responsabilidad única”, texto originalmente
publicado por la revista Trabajo en julio de 1961, según se reproduce en www.archivochile.com.
4. Seguramente un hecho está claro: la extinción del Estado, con la desaparición de las clases sociales,
no implica de por sí la desaparición de la Administración Pública. Ciertamente, es un gran problema
de teoría política y administrativa el imaginar, en la fase de transición, nuevas instituciones políticas,
jurídicas y administrativas que consientan la destrucción del Estado (también el socialista). Marx puso
siempre de manifiesto la imposibilidad o dificultad de una simple proyección: los procesos históricos
tienen sus propios tiempos y movimientos, que difícilmente pueden ser previstos con precisión. Por
tanto, las instituciones del mañana serán un work in progress del futuro. Consideramos, sin embargo,
que no es del todo improductivo comenzar a formular hipótesis acerca de eventuales instrumentos de
transición que podrían experimentarse en la eventual práctica futura.
La distribución de los recursos en función de la satisfacción de las necesidades de los miembros de
la sociedad seguirá siendo tarea necesaria y el nivel de efectividad de ese proceso signará la eficacia del
proceso de la administración socialista y comunista. El tipo de organización de base debe ocupar un lu-
gar especial en la gestión pública socialista y debe, también, independientemente de las características
particulares de cada país, llevar a la participación creciente de la sociedad en su propio autogobierno.
2 Para una interesante reconstrucción de las primeras formas de gobierno y su evolución, analizadas desde el punto de vista
3 Para una disertación sobre las teorías marxistas del Estado, cfr. Jessop (1982).
4 Nos referimos a las formaciones definidas por sus modos de producción: comunidad primitiva, esclavismo, feudalismo,
capitalismo.
5 Frederick W. Taylor (1856-1915), ingeniero norteamericano que dio un significativo aporte a la organización científica
del trabajo.
6 Keynes elabora una teoría en la que se plantea resolver las crisis económicas y políticas a corto plazo, fusionando los intereses
del capitalismo con el Estado. Esa teoría refleja fundamentalmente los fenómenos de la esfera de la circulación.
7 Cuando a este respecto se habla de “democracia”, hay que tener presente que se trata en todo caso de una “democracia
controlada”, limitada a los grandes actores sociales, que finalmente son aquellos que pueden prometer y asegurar un control
y un orden social más intensos, condiciones estas indispensables para esa “democracia” que en los lugares de trabajo se con-
cede a cambio, justamente, de control y sedación de la conflictividad de clase y de base (piénsese, para el caso italiano, en las
funciones cumplidas por el llamado Estatuto de los Trabajadores, ley del 20 de mayo de 1970, Nº 300).
8 Lippit (2004) describe la administración Reagan como uno de los tres factores fundamentales que contribuyeron, en el curso
del último cuarto del siglo pasado, a transformar fuertemente la estructura social de la acumulación (Social Structure of Accu-
mulation) en Estados Unidos, al modificar profundamente la relación de fuerzas entre la clase trabajadora y la capitalista (a tal
propósito reconstruye el papel no neutral de esa administración en la histórica huelga de controladores aéreos del sindicato
Patco, iniciada el 3 de agosto de 1981 y duramente combatida por Reagan, que logró despedir en bloque a 11.000 contro-
ladores huelguistas). Los otros dos factores decisivos para esa evolución fueron los conflictos laborales terminados cada vez
más frecuentemente en favor de los capitalistas (Lippit pone los ejemplos tajantes de la “huelga Caterpillar” en 1991-1995 y
de la política antisindical de Wall-Mart) y “el papel cumplido por la globalización y el cambio tecnológico”, que garantizaron
al capital un mayor margen de maniobra y un contundente poder de chantaje contra los trabajadores: “La externalización, la
transferencia de fases productivas al extranjero, la automatización de las oficinas y la eficiencia hecha posible por la tecnología
informática, sirvieron en conjunto para debilitar la más potente arma que posee el factor trabajo: la negativa a vender su propia
fuerza de trabajo [por debajo de determinadas condiciones]” (342).
9 Según la economía ortodoxa, un bien es público cuando sus externalidades positivas*** son tan elevadas con respecto a los
beneficios del sector privado, que no puede ser producido por este último. Es entonces socialmente deseable, pero no rentable
desde el punto de vista privado. Para ahondar en el tema, véase cualquier manual de microeconomía; por ejemplo, Sloman
(2002: 204 ss.) o Schotter (1997: 723 ss.).
12 Sobre esta formación y sus consecuencias político-económico-sociales, cfr. Martufi, Vasapollo (1999).
13 Sobre el tema pueden consultase muchos autores que provienen del obrerismo.
15 “En definitiva, se ha ido configurando un paradigma productivo con un espacio y un tiempo propios, en discontinuidad respec-
to a la experiencia previa. Un paradigma que permite simular un espacio y un tiempo de la producción (en red y simultáneo),
en cuyo seno se maximizan los objetivos del sistema económico financiero y se minimiza la ‘entropía’ local, puesto que volun-
tariamente se descuidan los efectos de desorden inducidos en la sociedad y en el ambiente, en los que se descarga el máximo
de ‘entropía’ externa. Se ha creado así un lugar ‘mental’ (virtual) de la producción –el corazón del sistema de empresa– junto
al lugar físico al que estamos habituados. Lugar que está hecho de puntos discontinuos pero interconectados, de comunica-
ciones y reacciones simultáneas, de tiempos no necesariamente secuenciales, de elevado orden. Su funcionamiento implica
relativamente poca energía, toda concentrada en el intercambio de informaciones y en la simulación. La riqueza, la acumula-
ción y, en definitiva, el poder, están aquí. En cambio, la producción material, la verdadera y auténtica, ocurre en un lugar ‘físico’,
donde se llevan a cabo grandes dispendios e ingentes despilfarros, que se revierten sobre el ambiente social y natural. Y es allí,
fuera del fortín ‘virtual’, donde se adoptan las decisiones estratégicas, donde se combate una auténtica guerra por la posesión
y la expropiación del tiempo, que se difunde por todo el territorio y que ha sustituido aquella tradicional que se libraba por la
posesión del espacio. Es el tiempo de las personas empleadas en la producción lo que se coloniza, y no ya o no tanto el espacio
geográfico donde se asientan las industrias, dado que su movilidad por el planeta depende ahora de cuánto de su tiempo están
dispuestos a ceder para su funcionamiento los habitantes de los países que las acogen (Melfi o las fábricas automotrices argen-
tinas solo fueron construidas después que se aceptó el sistema de trabajo por turnos continuos)” (Agostinelli, 1997: 47-48).
16 Para profundizar al respecto, cfr. numerosos artículos de Martufi y de Vasapollo en la revista Proteo (www.proteo.rdbcub.it).
17 Una tal “teoría de la transición” no podrá ser “puramente económica”, sino que deberá ser una teoría general en la que el
20 Sobre la evolución-involución impuesta por el neoliberalismo a las políticas del Estado social, cfr. Martufi, Vasapollo (2003).
1. La crisis económica, y con ella el nuevo ciclo de profunda reestructuración capitalista que estamos
viviendo, pueden remontarse a 1968, con la puesta en discusión del welfare State en Occidente. Otras
de sus etapas fundamentales pueden ubicarse en 1971, antes de la crisis petrolera, con la supresión de
la convertibilidad del dólar y el derrumbe de una forma de hegemonía estadounidense; y en 1975, con
el proyecto de nuevo orden económico internacional presentado por los países no alineados y recha-
zado por los países occidentales, lo que abrió de seguidas la crisis de la deuda en el sur. Finalmente,
entre los pródromos del cambio puede inscribirse el ingenuo proyecto gorbachoviano de perestroika,
con la disgregación –entre 1989 y 1991– de la Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética.
Ya en 1970, el crecimiento económico y la expansión de los mercados se habían ralentizado nota-
blemente, y para 1980 el mundo entero había entrado en un período de estancamiento. A partir de
entonces, los mayores países capitalistas se han preocupado exclusivamente por gerenciar la crisis –en
dos terceras partes del globo– mediante la invención de nuevas salidas financieras, con un fuerte salto
hacia los procesos de financiarización de la economía.
De esa manera, el neoliberalismo se deja ver como una subcategoría de la globalización que “fa-
vorece el desarrollo del comercio internacional a expensas de los mercados locales y nacionales, y en
nombre de la eficiencia” (Dierckxens, 2003: 37). El acaparamiento de cuotas cada vez más consisten-
tes del mercado mundial, por parte de las empresas multinacionales respaldadas por los Gobiernos
neoliberales, se corresponde con un aumento efectivo del capital financiero; estas empresas, también
llamadas “transnacionales”, han experimentado un crecimiento vertical de sus cotizaciones en bolsa1.
Tanto en el léxico económico como en el lenguaje común, es ya de uso corriente el término “glo-
balización”, como señal irrenunciable de la tendencia del liberalismo económico a constituirse en el
único modelo de desarrollo que la historia no logrará contradecir ni superar. Es desde el conjunto de la
lógica de la globalización del modelo capitalista que se puede y debe entender la escogencia realizada,
aparentemente irreversible a estas alturas, entre inversiones productivas en la economía real y procesos
de inversión de carácter exclusivamente financiero-especulativo.
Se va afirmando, en efecto, una separación cada vez más pronunciada entre la marcha de la econo-
mía real, con sus procesos políticos, económicos y sociales, de una parte, y las escogencias de financia-
rización de la economía, por la otra. Se trata, en este último caso, de modelos decisorios liberales que
apuntan hacia inversiones financieras desligadas de la evolución de los procesos productivos reales y
que únicamente siguen una lógica especulativa al insertarse por trechos en dinámicas desconectadas,
e incluso muchas veces contrapuestas, al cuadro económico-político general, todo ello en pos de la
maximización de la ganancia. Es en ese contexto de “burbuja financiera” que se siguen obteniendo ga-
nancias sin fatiga, creando rentas financieras y de posición* que para la economía del país en cuestión
se traducen en una ilusión de riqueza, mientras destruyen la eficiencia y la ocupación. Al desarticular
los mecanismos del tejido productivo, los procesos de financiarización no solo se convierten en fuente
de riqueza fácil para los inversionistas, sino que determinan el surgimiento de elementos rentísticos y
patrimoniales de baja tributación, cuando no de completa evasión y elusión fiscal2. E Italia es terreno
fértil para la especulación financiera internacional, que se ve favorecida por una bolsa joven, asfíctica,
inestable, donde los nuevos mercenarios del capitalismo financiero encuentran conveniente recurrir a
la ilusión de la riqueza de papel, la renta financiera.
Veamos de seguidas, con mayor detalle, las características de cada uno de ellos.
* (n.t.) Renta diferencial que se deriva de una posición de ventaja respecto a otros.
5. Los cambios mencionados han empujado a las directivas de las empresas a elaborar y adoptar mo-
delos decisorios apropiados para preservar y mejorar su propia posición en el mercado, así como a
“reformular y reinventar” el negocio no solo en su esquema estructural, sino también y sobre todo en
sus mecanismos de funcionamiento y de condicionamiento de toda estructura social.
Para llevar adelante esas transformaciones, se hace necesario actuar según el llamado principio de
la flexibilidad, que solo puede ser adoptado si la empresa está en capacidad de adecuarse rápidamente
a los cambios en curso, tanto fuera como dentro de ella misma. Cuando se habla de flexibilidad
empresarial, se hace esencialmente referencia a la capacidad del empresario, de la alta gerencia, de los
centros decisorios de la empresa, para poner en marcha mecanismos adaptativos que permitan no solo
producir bienes y servicios para mercados diversos, sino también, y simultáneamente, gerenciar el
delicado diseño estratégico empresarial de condicionamiento de la sociedad a la cultura de empresa. Se
utilizan para ese fin estructuras sociales y recursos cada vez más inmateriales, siguiendo el principio del
mínimo costo y máximo beneficio y aplicando, en clave cada vez más estratégica, la lógica del máximo
grado de adaptabilidad a las exigencias del mercado, que se ha convertido también en mercado del
vivir social.
La flexibilidad tecnológica permite actualmente tanto incrementar la productividad como crear fle-
xibilidad en la producción, para provocar así en esta última una notable contracción del volumen de la
fuerza de trabajo y una disminución del tiempo de trabajo necesario. El empleo no está disponible para
todos y la flexibilidad de las relaciones laborales hace la vida misma precaria e inestable, incluso
para aquellos que todavía gozan de un puesto de trabajo más o menos estable.
De allí que toda forma de garantía de la época fordista sea eliminada completamente con la trans-
formación productiva del nuevo modelo capitalista posfordista de la acumulación flexible. La crisis del
sistema trabajo ha modificado sensiblemente toda la sociedad; sus consecuencias han sido la desocupa-
ción estructural, el fin de la fábrica como centro de la producción (al menos en los países de capitalis-
mo maduro), la transformación inmaterial del trabajo y el aumento de sus formas subordinadas y no
reglamentadas, que se desarrollan sobre todo entre las filas del nuevo ejército posindustrial de reserva,
con un trasvase de trabajadores del mundo de las garantías al de las no garantías.
6. En el mundo neoliberal, cualquiera sea la versión que se quiera considerar, los desequilibrios eco-
nómicos primarios son la inflación, el déficit fiscal y el déficit de la balanza de pagos. El resto de los
problemas, como la pobreza, por ejemplo, son simplemente problemas “sociales”. Como puede verse,
se trata de una visión demasiado simplista y restringida de la economía. Para esta teoría, el desorden de
los precios es la principal causa de todos los problemas. Y si estos, en general, están desequilibrados, se
pueden producir desequilibrios particularmente entre precios:
– Urbanos y rurales.
– Internos y externos.
– De producción y de venta.
– Del dinero y de la fuerza de trabajo (salarios).
Para los neoliberales, el problema del déficit fiscal se debe al excesivo gasto del Estado en relación con
sus ingresos, por lo que solo puede cubrirse con la emisión de nuevas cantidades de la moneda nacional
o mediante el financiamiento a crédito; es decir, apelando a la deuda pública. El punto es que, si se
recurre al financiamiento del mercado, se terminará por competir con proyectos privados por el crédito
disponible. El objetivo del FMI es forzar a los Gobiernos a que paguen la deuda externa, en todo caso.
En la práctica, lo que generalmente hacen los Estados es utilizar parte de sus exportaciones para
pagar la deuda externa.
Sabemos que:
PIB = C + I + G + (X - M)
Normalmente se dice que la causa de los problemas está en el hecho de que el consumo es muy
elevado, cosa que no permite que se paguen las deudas de la economía.
La solución pasaría por la restricción del consumo y la reducción de las importaciones. Es decir:
Por eso, según esta teoría, el aumento de la inversión implica que disminuya el consumo y que
esto favorezca el incremento de las reservas del Banco Central. Por tanto, si la inversión privada es
7. Este sistema de apertura externa y de modificación de los precios relativos no siempre ha funcionado
en la práctica, dado que, particularmente en los países de la semiperiferia, son las clases urbanas las
que generan demanda de importaciones y es la gente que vive en zonas rurales la que genera productos
para la exportación.
Lo cierto es que con este proyecto neoliberal se consigue un incremento del nivel de reservas del
país para pagar la deuda y posibilitar un crecimiento relativo de la economía. Sin embargo, el problema
de fondo es que la sostenibilidad interna y externa se basa en la determinación de los niveles de consu-
mo de la población. Por otra parte, en los años setenta y ochenta se aplicaron mecanismos de política
económica que hoy ya no es posible utilizar. Por ejemplo, no parece conveniente que toda la lógica del
crecimiento se apoye en el factor externo, por el gran costo social que eso produce. En la actualidad, es
evidente que el fenómeno de la globalización se apoya en la hegemonía del capital financiero.
Por tanto, si no hay una intervención del sector público que rompa con esa hegemonía del sector
financiero, no se podrá resolver el problema.
2. La financiarización de la economía
1. En las facultades de economía, la macroeconomía vulgar o dominante explica que la tasa de ganan-
cia es igual a la tasa de interés, puesto que en una economía equilibrada todas las actividades producen
el mismo rendimiento, la misma utilidad, y también porque el dinero se movería de una actividad a
otra. El equilibrio determina que la tasa de ganancia de las actividades productivas sea la misma de las
actividades financieras.
Si la tasa de interés es mayor que la tasa de ganancia, el dinero no se dedicará a producir zapatos,
sino que se empleará en actividades financieras: en deuda o en depósitos a plazo fijo.
Una de las principales características de la economía de los años ochenta fue el predominio del
capital financiero. En todo el mundo, las tasas de interés fueron mayores que las tasas de crecimiento
de la economía. Por tanto, a nivel mundial, una parte del excedente pagó tasas de interés crecientes.
Las tasas de crecimiento de la economía se vieron reducidas por el crecimiento de las altas tasas de
interés, lo que equivale a decir por el predominio del capital financiero. Esto significa que el drenaje
de recursos de la economía productiva a la economía financiera fue, y es todavía, enorme. Sin duda, en
estos casos se hace necesaria una reforma financiera, porque reducir el peso de este último sector es un
factor clave de una reforma de la organización económica.
Finalmente, otros determinantes esenciales de la inversión, sobre todo para las grandes empresas
con capacidad de invertir en otros países, son:
2. La tasa de interés (i) es el costo del dinero pedido en préstamo. Cuando una empresa debe hacer una
fuerte inversión y necesita por tanto recurrir al dinero a crédito, considera la relación de los intereses
activos (los que la banca cobra por los créditos) y pasivos (los que la banca paga por los depósitos) con
la tasa de ganancia o de rendimiento esperado. Si las tasas de interés son muy altas, puede suceder que la
empresa decida no solicitar el crédito para financiar la inversión; incluso, puede decidir no hacerla y,
más bien, aprovechando esas elevadas tasas, utilizar sus propias utilidades para conceder préstamos de
efectivo a otras empresas (compra de acciones u obligaciones de una compañía), a particulares o al
Estado (compra de bonos del Tesoro o deuda pública).
La tasa de interés no es para el inversionista solamente un costo, sino que también representa una
oportunidad para ganar dinero sin invertir en bienes de capital. En consecuencia, el nivel de inversión
será tanto mayor:
Una de las características de la coyuntura actual –valga decir, de los últimos veinticinco años– es
que el crecimiento de las tasas de interés es superior al crecimiento de los precios y mayor que la tasa
de crecimiento de la economía. Si esta situación se prolonga ya por tanto tiempo, es solo porque los
agentes que controlan el sistema productivo controlan también el sistema financiero. Pero, ciertamen-
te, no es posible que pueda seguir sosteniéndose por mucho más.
3. Si nos atenemos a las formulaciones doctrinarias, resulta que el sistema económico debe estar estre-
chamente conectado con el sistema financiero y, en consecuencia, los mercados de capital no deberían
tener una vida autónoma, separada del contexto económico-social general, en tanto que constituyen,
en las dinámicas del desarrollo capitalista, una suerte de termómetro de la credibilidad y del nivel de
eficiencia de los sistemas-país y del sistema capitalista en su conjunto. Si se observa cuanto ocurre
cotidianamente en la realidad de los mercados, se toma inmediatamente conciencia de que una vez
más los esquemas más corrientes de la doctrina quedan desmentidos.
Las leyes del capitalismo no tienen moral: las inversiones financieras siguen caminos especulativos con
dinámicas propias que van más allá del marco económico-político, para perseguir la mayor remunera-
ción y hacer cumplir la ley férrea de la ganancia a toda costa, debilitando en consecuencia la economía
real. No existe una motivación científica que guíe el desempeño de las inversiones financieras; todo se
coloca en una fe ciega en las leyes del mercado, en mecanismos que apuntan exclusivamente hacia las
mejores condiciones de rentabilidad, provocando así altos costos sociales.
Cuando priva esa fe ciega, cuando no hay mecanismos de control que puedan salvaguardar el
interés social colectivo, ocurre normalmente que los buenos desempeños bursátiles, las ganancias fi-
nancieras, crean condiciones para la contracción de las inversiones productivas y empujan la economía
real hacia vías negativas, que provocan alta desocupación estructural e incrementan los costos sociales
2. En las sociedades precapitalistas, el dinero cumple la función de medio de cambio, unidad de cuenta
y expresión del valor de las mercancías. Su aparición y generalización facilitan la división personal del
trabajo, a través de la especialización de los trabajadores. A medida que el comercio se extiende a zonas
más lejanas, el uso del dinero facilita asimismo la división espacial del trabajo, mediante la especializa-
ción productiva de las regiones que se relacionan entre sí por el intercambio comercial.
Las sociedades precapitalistas, sociedades con mercado, funcionan con base en la lógica de la pro-
ducción y del intercambio de equivalentes, según la bien conocida expresión que hemos visto en la
primera parte del presente Tratado:
M - D - M'
M = M'
Pero en las sociedades capitalistas el dinero amplía sus funciones y llega a cambiar de naturaleza. La
reproducción social se efectúa bajo la lógica de la acumulación y la realización del valor:
D - M - D'
D < D'
El dinero aparece como previo a la producción, e incluso el cambio llega a adquirir, en la reproduc-
ción social, autonomía con respecto a las mercancías.
Durante los miles de años en que cumplió funciones de intermediario entre mercancías equivalen-
tes, y aun en la primera etapa del capitalismo, el dinero fue siempre dinero-mercancía; es decir, tenía
un valor intrínseco. Por tal motivo, se trataba casi siempre de dinero metálico (oro o plata) o de otros
bienes con valor de uso propio (sal, camellos). La aparición del dinero fiduciario mantuvo siempre un
vínculo con un valor de uso particular; como bien lo explica Marx, no era más que una representación
subordinada del dinero real7.
3. Pero la evolución del capitalismo muestra que este sufre en su desarrollo mutaciones estructurales
importantes, que permiten hablar de distintas fases en su devenir histórico. También el sistema mone-
tario está sujeto a modificaciones de carácter estructural, aun cuando estas no han recibido la atención
debida por parte de los autores marxistas.
Algunos economistas poskeynesianos han hecho importantes aportes a ese respecto. De acuerdo
con Chick (1986: 111-126) y con Chick y Down (1988: 219-250), el sistema bancario ha conocido
cinco etapas en su evolución orgánica bajo el capitalismo:
a) Una primera fase en la cual los títulos bancarios no son todavía medios de pago y los bancos son
simples intermediarios entre ahorristas e inversionistas.
En esa evolución, lo que importa subrayar es cómo el sistema bancario es capaz, en cualquier
momento, de crear crédito independientemente del ahorro, cosa que rompe la identificación entre
ahorro e inversión, tan estimada por la economía neoclásica. Cuando la evolución del sistema alcanza
ese momento, el dinero bancario es dinero en el sentido más pleno de la palabra, al tiempo que deja de
tener vinculación directa con una base de mercado real (el dinero-crédito sustituye al dinero-mercancía
como equivalente general en el sistema productivo y se convierte, por convención, en una unidad
de cuenta).
4. A pesar de estas importantes profundizaciones analíticas, una limitación del análisis poskeynesiano
radica, precisamente, en la insuficiente consideración de los aspectos internacionales de las relaciones
económicas y sociales; insuficiencia esta que disminuye la capacidad de interpretar la génesis de la
globalización financiera.
En realidad, la quinta fase de esa evolución no culmina hasta tanto el sistema bancario nacional no
rompe los últimos vínculos y establece la existencia de una autoridad monetaria central.
La globalización financiera, con la aparición de los mercados europeos, ofrece esa posibilidad: la
última fase evolutiva de los sistemas bancarios nacionales exige de estos la superación de su propia
dimensión nacional. Se transforma así, esta fase, en el estadio terminal de dichos sistemas.
Las nuevas tecnologías han contribuido de manera determinante a este desarrollo, al eliminar las
barreras de tiempo y espacio en la circulación de los capitales financieros: un dólar puede encontrarse
5. En principio, los bancos (multinacionales) sirven de apoyo para la realización del capital interna-
cional en el circuito D - M - D'. El gran desarrollo del sistema mundial de crédito, a fines del siglo
xix, acompañó a las empresas comerciales y productivas en la expansión hacia las colonias y en la
formación de imperios, por una parte, y por otra en la creciente corriente de intercambios en Europa
y Norteamérica. Hoy, por el contrario, la mayor parte de los fondos que negocian los bancos multina-
cionales se dedica a operaciones estrictamente financieras en los mercados de capital, operaciones en
las cuales intervienen solo los grandes bancos, sea en la compra de divisas o en la concesión de créditos
internacionales.
El mercado internacional de capital, lugar donde se realizan las operaciones financieras, está consti-
tuido por una red de plazas repartidas por todo el mundo: Londres, Nueva York, Tokio, París, Frankfurt,
Ámsterdam… pero también Singapur, Hong Kong, Panamá, Luxemburgo, Bahréin, Bahamas y las
Islas Caimán. Esa red ha contribuido a fortalecer el carácter autónomo de la circulación financiera, a
multiplicar la cantidad de operaciones que se cumplen estrictamente dentro de ese marco, no ligadas al
proceso productivo real, y a incrementar cada vez más el carácter ficticio de los movimientos de capital
(economía casino). Los organismos financieros han diseñado los mecanismos más refinados para hacer
que “el dinero produzca más dinero”.
La centralización de capitales en el sector financiero se ha acelerado con las medidas neoliberales
de gestión de la crisis. Las políticas neoliberales tienden a transferir la utilidad del sector productivo al
financiero, porque este último es el encargado de reconvertir las actividades productivas, reasignar los
recursos para ellas y establecer qué y cómo producir. Es este sector el que pone en movimiento los nue-
vos procesos productivos: es siempre el dinero-crédito el que enciende la máquina de la producción,
que consiste en fabricar mercancías con cuya venta obtener más dinero. El dinero es “el principio y el
fin”, “el alfa y la omega”, “el Paraíso y el Apocalipsis” de la producción capitalista.
– 1948-1971: Durante la eficiente regulación del sistema de Bretton Woods, la circulación inter-
nacional de mercancías consiste, en última instancia, en un comercio de trueque: los pagos se
hacen en dinero metálico, es decir en (dólares respaldados en) oro. Este sistema logra funcionar
mientras Estados Unidos garantiza unas reservas de oro y divisas equivalentes –o al menos en
suficiente medida– al valor de las reservas acumuladas en dólares en los bancos centrales del
resto del mundo.
– 1971-1985: Sin embargo, cuando las condiciones estructurales se modifican y comienzan a apa-
recer los primeros déficit de cuenta corriente en la economía norteamericana, Estados Unidos
rechaza el acuerdo y rompe las reglas del juego. Su dominio político-militar es garantía de la
aceptación de un volumen de crédito no vinculado a sus necesidades de importación de mercan-
cías. La crisis del sistema de Bretton Woods se presenta tradicionalmente como la dificultad de
la divisa clave, el dólar, para honrar la promesa de convertir en oro todos los dólares depositados
en los bancos centrales del resto del mundo, como consecuencia de un déficit en la balanza
de pagos que supera las reservas federales en ese metal. La declaración de inconvertibilidad
transforma automáticamente las reservas en dólares de los bancos centrales del mundo entero
en títulos de deuda de la economía norteamericana, sin valor material y sin otra garantía que
su aceptación como certificados bancarios de dichos títulos. La circulación internacional de
mercancías se mantiene sobre esas bases durante casi una década, sin que los acreedores logren
tener la fuerza suficiente para ejecutar los créditos, ni para establecer un nuevo sistema de pagos
con garantía.
– 1985-2006: Pero este pseudosistema genera fuertes presiones inflacionarias. La acumulación
de dólares equivale a una emisión interna de liquidez por parte de los diferentes países, y la
resistencia del banco central obliga a diseñar otro sistema de liquidación y de deuda internacio-
nal. La desregulación financiera, que comienza en 1980, culmina a mitad de la década con la
generalización de los mercados europeos. Su punto de partida es una transacción en la que un
valor producido en un país cualquiera (“resto del mundo”) se realiza en otro (Estados Unidos),
sin que ello implique desembolso monetario alguno entre comprador y vendedor. Una transac-
ción contable, dentro del sistema bancario, que se traduce en el pago desde una cuenta bancaria
que está a nombre del importador a una cuenta a nombre del banco que actúa por encargo del
vendedor dentro de Estados Unidos; de ese modo no se produce salida alguna de dinero-crédito
ni, por tanto, aumento de la liquidez internacional. En lugar de eso, la banca que recibe el pago
obtiene un permiso de emisión en una moneda que no es el dólar estadounidense: la apertura
de una cuenta en eurodivisas –es decir, en cualquier otra eurodivisa–, a nombre del vendedor,
que se transforma en un activo bancario cuando el banco comienza a emitir crédito en euro-
divisas8. En otras palabras, las transacciones de la era de la globalización financiera eliminan la
2. Estados Unidos consigue así pagar sus importaciones, pero no con exportaciones, ni con emisiones
de deuda, sino creando una nueva mercancía, que podemos denominar permiso de emisión de crédito
mundial. La creciente financiarización de la economía mundial se traduce entonces, además, en una
mayor capacidad, por parte de Estados Unidos, para cubrir su desequilibrio de cuenta corriente me-
diante la absorción de liquidez internacional. De esta manera, Estados Unidos mantiene sus estrategias
político-económicas sin tener que restringir su propio desequilibrio externo, a diferencia del resto del
mundo, que en última instancia solo puede pagar sus importaciones con exportaciones. La asimetría
entre el dólar y el resto de las monedas nacionales, que en el sistema de Bretton Woods se basaba
en el dominio comercial y productivo de la economía norteamericana, ahora, en el no-sistema de la
globalización, se fundamenta en cambio en el papel político de Estados Unidos, que sirve para generar
la confianza necesaria en las transacciones inmateriales de los mercados europeos.
Fase del sistema Bretton Woods Crisis de Bretton Woods Globalización financiera
monetario internacional 1948-1971 1971-1980 1980-2006
Riesgo del sistema Solvencia de los pagos Credibilidad estatal Credibilidad bancaria
En esta perspectiva y vista de conjunto, la globalización financiera aparece como un intento de pre-
servar la hegemonía del imperialismo norteamericano. En términos de valor, el imperialismo implica
una transferencia sistemática de riqueza social de los países y pueblos dominados hacia los dominantes.
Gracias al sistema financiero global, Estados Unidos puede recibir, a través del comercio internacional,
una masiva transferencia de riqueza incorporada a los bienes y servicios, y mantener intacta la cantidad
de dinero-capital que sirve para el pago de las mercancías. De allí su interés en que el dólar siga siendo
la moneda de reserva y, sobre todo, la moneda-refugio. En caso de que apareciera otra divisa que pueda
cumplir el mismo papel, no habría manera de evitar la incorporación del país que la emita (o del polo,
como sería la Unión Europea con el euro) al lado privilegiado de las transacciones internacionales,
lugar que ahora ocupa con exclusividad Estados Unidos.
a) Si los mercados de bienes son asunto de los operadores privados, y se puede considerar la pre-
sencia del Estado como la de un productor más (consumidor o agente), entonces el Estado (o
la autoridad monetaria) juega un papel específico en el mercado de la moneda, dado que puede
actuar unilateralmente sobre su oferta.
b) A la moneda no se le quiere tener por sí misma, a diferencia del acero o de los servicios de
peluquería. Puede construirse una función de utilidad o una demanda de moneda, pero estas se
definen siempre en función del resto de la economía.
En ausencia de una regulación estatal –es decir, en condiciones de libre mercado o mercado puro–,
la creación y circulación de dinero no se traduce, en ningún caso, en un hipotético precio de equilibrio,
ya que la carencia de equilibrio es la característica definitiva de un mercado de moneda en cortocircui-
to respecto a la circulación de valores reales.
La tasa de cambio, como precio relativo de dos monedas, o de una en términos de otra, introduce
en el mercado de la primera las consecuencias de las decisiones tomadas por el Estado de la segunda,
y viceversa. Puede fijarse la tasa o tipo de cambio, pero hay que actuar sobre las balanzas de pago para
equilibrar, o sobre las reservas, pero esto no puede durar más que un determinado tiempo.
La crisis económica demuestra que aquello que se definió como una teoría no era más que un con-
junto de hipótesis o postulados que, al costo de estrellarse contra la dinámica real de la economía, de-
vino durante los años ochenta en ideología oficial de las agencias internacionales de financiamiento10.
Desde que el sistema basado en el modelo dólar-oro comenzó a mostrar sus limitaciones, la Unión
Europea tomó medidas para aislarse de la crisis monetaria internacional, con mayor rapidez y eficacia
que Japón.
La creación del Sistema Monetario Europeo, como medida de estabilización monetaria regional, es
la respuesta a la decisión de Estados Unidos y el FMI de iniciar una etapa de desreglamentación de las
tasas de cambio de mercado a escala mundial. La decisión de crear una moneda europea es la respuesta
al intento de Estados Unidos, en el contexto de su pérdida de hegemonía comercial, de mantener el
dólar como moneda internacional.
Las reservas de los bancos centrales tienen una importancia estratégica en la conformación de la
jerarquía imperialista mundial. Mientras la creación monetaria es un fenómeno nacional, los países
3. La estabilidad monetaria es una de las condiciones para que una divisa sea aceptada como reserva
internacional de valor o, en otras palabras, para que su función de equivalente de valor sea estable en
el tiempo. Pero la estabilidad de una divisa tiene dos caras: como medio de pago internacional, viene
dada por el valor relativo de la moneda en términos de otras monedas nacionales (tasa de cambio); en
cuanto reserva de valor, en cambio, la referencia de estabilidad es la cantidad de valores que permite
adquirir en el país emisor. La inflación y la tasa de interés serán los signos claves para determinar el
grado de estabilidad de una divisa que sirva de reserva internacional de valor.
La reacción de Estados Unidos ante el proceso de creación del euro puede interpretarse a partir
de su política de aumento de las tasas de interés y del mantenimiento de una tasa de cambio sobre-
valorada, como parte de una estrategia dirigida a evitar que el euro desplace a Estados Unidos de la
situación que actualmente disfruta gracias a su hegemonía en la constitución de las reservas de los
bancos centrales del resto del mundo.
1 En el curso de los años noventa, la cotización accionaria en la bolsa neoyorquina se incrementó a más del doble. Esto es signo
2 Mientras la evasión es el ocultamiento de una carga fiscal (para lo cual en Italia, por ejemplo, están previstas sanciones penales
y administrativas), la elusión consiste en la aplicación (abusiva) de una norma favorable en lugar de aquella, más desfavorable,
prevista por la ley para esa determinada carga fiscal. En palabras de uno de los mayores tributaristas italianos: “Quien evade,
crea la carga fiscal, pero luego se sustrae a las consecuencias que de allí se derivan; quien elude, evita crear el caso tributario
correspondiente a un determinado resultado económico, y crea otro equivalente, al que corresponde un tratamiento fiscal más
favorable” (Tesauro, 2003: 249). Carlo (1979; 1986) ha insistido por años en el carácter estructural de la evasión fiscal empresarial
para los fines de la acumulación capitalista.
3 Que hoy parece ser observado más por los Gobiernos “progresistas” que por los conservadores: véanse las políticas de
los gobiernos de Bush en Estados Unidos y de Berlusconi en Italia, y confróntense con las políticas de rigor aplicadas por la
administración Clinton y por los Gobiernos técnicos y de centro-izquierda en Italia.
4 Sobre la actual fase neoliberal de financiarización de la economía, se pueden consultar diversos textos publicados por el autor,
5 Véase por ejemplo, en materia de inmigración, la ley Bossi-Fini, promulgada en Italia durante el último gobierno de Berlusconi
(2001-2006), que se caracterizó por una formulación claramente etnocéntrica e introdujo elementos “biológico-identitarios” a los
fines de una definición de “italianidad”. Para una lectura de este orden, cfr. Bettini (2002: 831 ss.).
6 El presente parágrafo se remite a los contenidos del artículo de Arriola (2001b), de la misma forma en que, al aparecer estos
mismos temas en las páginas que siguen, se hará frecuente referencia a algunos de sus trabajos.
7 “Das Papiergeld ist Goldzeichen oder Geldzeichen”. Marx: , MEW 23: 142 (cfr. 138-160).
8 Se puede ver el mecanismo desvinculante de este proceso en Krugman y Obstfeld (1995: 780 ss.), aun si no va más allá de su
9 La presencia de los euromercados, que ha conducido a la pérdida de control sobre los agregados monetarios a corto plazo de
los bancos centrales, explica por qué el control de la inflación se logra hoy solamente mediante intervenciones de tipo reductivo
en las variables que conforman la demanda de dinero, en particular los salarios.
10 Las ideas anteriores han sido tomadas de la obra de Byé y Destanne de Bernis (1987), donde se encuentran ampliamente
desarrolladas.
11 La elevada fragmentación de las tareas laborales que llevó a cabo el taylorismo estaba dirigida, sobre todo, a la destrucción de
uno de los mayores poderes de la clase trabajadora: el de contraponer su propio conocimiento, su calificación, a las exigencias del
capital. La simplificación extrema de las labores y la consecuente especialización servían precisamente para eso. Y es en ese proceso
que se produce la transformación del obrero-artesano calificado en obrero-masa escasamente calificado o fácilmente adiestrable.
Cfr. Braverman (1998).
1. La planificación ha sido muchas veces considerada únicamente como una fase fundamental de
la actividad económica, particularmente ligada a la existencia del socialismo. Se trata, en cam-
bio, de un proceso inherente al desarrollo de la sociedad y, por ende, de la especie humana. Uno
de los elementos que han signado la evolución del hombre ha sido el saber equilibrar la disponi-
bilidad de recursos y la satisfacción de las necesidades. Todo el mundo, de un modo u otro, siente
la necesidad de planificar sus actividades vitales o, cuando menos, intenta hacerlo. Es esto lo que
diferencia al ser humano de otras especies: la capacidad de proyectar teóricamente un fin u obje-
tivo que se propone realizar. Por ese motivo, algunos autores consideran la planificación como un
proceso en el que “organizamos nuestra acción tomando en cuenta un determinado fin” (González
Gutiérrez, 2001).
2. Conceptualmente, el proceso de planificación ha sido interpretado de muchas maneras, según la
época, las condiciones económicas y el lugar. Algunos autores sostienen que “comprende la definición
de los objetivos o metas de la organización, la identificación de una estrategia general para alcanzar
esas metas y el desarrollo de una completa jerarquización de planes para integrar y coordinar las acti-
vidades. De tal manera, comprende tanto los fines (lo que se quiere hacer) como los medios (el cómo
hacerlo)” (Robbins, De Cenzo, 1996: 58-59).
O también, para citar otra célebre definición: “Planificar significa (…) establecer las premisas deci-
sorias para decisiones futuras; más brevemente, planificar significa decidir sobre las decisiones” (Luh-
mann, 1990: 123).
Obviamente, la planificación así concebida está circunscrita a una forma específica, en el contexto
de un sistema de relaciones productivas en el que los objetivos finales no tienen, necesariamente, que
estar orientados hacia la profundización de la justicia y la elevación del bienestar social, con sentido de
equidad. En términos más apropiados, la aproximación de algunos autores cubanos, a partir de la obra
de Alfredo González y más tarde también de muchos de los últimos trabajos de Hugo Pons –a cuyas
formulaciones a este respecto se hace frecuente referencia en este texto–, permite acercarse a una de-
finición que considera la planificación como una visión del futuro que implicaría en sí misma una
valoración de la situación actual, su proyección dinámica y el proyecto de un hipotético futuro, y en
la cual se inserta el proceso de control sistemático, periódico y permanente, que permite controlar la
ejecución de las actividades y evaluar el resultado en función de priorizar el grado de satisfacción de
las necesidades sociales1.
La planificación no es solamente un modelo. Como proceso, ella significa, en primer lugar, actuar
metódicamente según las circunstancias; es decir, considerar la importancia de una decisión tomada,
cuáles son sus consecuencias, en qué momento es mejor tomarla, en qué momento se debe esperar
(Rodríguez, 2000: 5).
Como actividad, la planificación se inserta en el proceso de dirección. Sea que se trate de un ejérci-
to, una empresa o un equipo de fútbol, en la entidad respectiva deben estar presentes y activos cuatro
elementos: la organización, la planificación, la dirección2 y el control (González G., 2001).
3. Al analizar estos elementos, González G. (2001) considera los contenidos más generales que los ca-
racterizan y diferencian. Así, explica que la organización es la forma en que se reúnen y ordenan los
diversos componentes y, en particular, las relaciones jerárquicas y las funciones. La planificación se
concibe como la identificación de objetivos y la escogencia de las acciones que se emprenderán para
alcanzarlos. La dirección es un proceso ejecutivo de toma de decisiones y, finalmente, el control es la
comparación de los resultados con los objetivos inicialmente planteados.
Estos elementos se sitúan en el marco de un proceso de carácter lógico, cada uno de ellos como
punto de partida del otro, y en su conjunto constituyen la estructura del proceso de gestión:
a) La planificación incluye metas, establece estrategias y desarrolla planes para coordinar actividades.
b) La organización determina lo que se debe hacer, cómo se hará y quién habrá de hacerlo.
c) La dirección se ocupa de coordinar y motivar a todas las partes involucradas, seleccionar los
canales de comunicación más eficaces y resolver los conflictos.
Desde ese punto de vista es posible hablar de planificación en su significado más amplio. Cuando
esta proyección dinámica se dirige hacia la actividad económica en sentido general, se habla de plani-
ficación de la economía nacional.
En la literatura especializada en temas de administración, el tema de la planificación se identifica
generalmente con la programación y acoge así las experiencias de las multinacionales y, en general, de
la economía empresarial en el ámbito del mercado capitalista. No obstante, es posible encontrar reco-
mendaciones útiles para el sector público, no solo en cuanto a la organización de las instituciones que
lo componen, sino también en lo concerniente a las responsabilidades que les competen en la elabora-
ción, introducción y control de los planes de desarrollo económico y social. Es asimismo útil conocer las
experiencias de otros países y los tipos de planes que se elaboran como instrumento de dirección de
las actividades económicas y de servicios, en función de los fines y objetivos de las organizaciones. Esta
información puede constituir un punto de referencia para el perfeccionamiento de la planificación.
4. Algunos autores sostienen que las organizaciones utilizan principalmente dos tipos de planes: los
estratégicos, que están dirigidos al logro de sus objetivos generales, y los operativos, que indican cómo
han de manifestarse las estrategias en las actividades rutinarias. Como primera fase, en todo caso, se
debe alcanzar la definición de la “misión”, término por otra parte cada vez más difundido en el ámbito
empresarial: una meta general que refleja las bases de la organización, sus objetivos, sus valores, su
ámbito y el lugar que aspira a ocupar, como proyecto final, en el macrosistema espacial, sea que se trate
de una empresa o del operador país3.
El proceso formal está caracterizado, en todo caso, por la necesidad de enfrentar algunos aspectos
particulares de la planificación, que la hacen variar según la naturaleza de los procesos socioeconómicos
a los que se aplica.
En el capitalismo, el control de la propiedad privada sobre los medios de producción aísla a los
productores y los coloca en una guerra de todos contra todos, dado que cada uno actúa en su propio
interés personal; más aún, es gracias a su actuación egoísta que, según la ortodoxia dominante, se
alcanzaría el bienestar general (aunque, en verdad, la heterogeneidad de los fines está siempre pronta
a desmentir tales axiomas).
En estas condiciones, las leyes económicas son frecuentemente dictadas de manera espontánea e
incontrolada, como potencias extrañas que se imponen a los hombres y los dominan, por efecto de las
fuerzas ciegas del mercado o, mejor dicho, por causa de la formación de un mercado mundial en el
que se evidencia el carácter internacional de las contradicciones entre burguesía y proletariado (AAVV,
2002).
Las condiciones del proceso de internacionalización del capital y la concentración de las actividades
económico-productivas en manos de las grandes multinacionales, permiten ampliar la capacidad de
influir sobre el comportamiento del mercado y de poner en práctica algunas formas de control basadas
en técnicas de investigación cada vez más modernas y en tecnologías más y más desarrolladas. Sin
embargo, el control social de la producción no se cumple en interés de toda la sociedad, sino en el de
la burguesía monopólica. Además, esta posibilidad no elimina la extemporaneidad ni la anarquía
de los procesos económicos (AAVV, 2002: 50).
este intento de control monopólico estatal de la economía confirma la tesis marxista según la cual el
desarrollo de las fuerzas productivas conduce en el capitalismo inevitablemente al control social de
la producción; control que solo en el dominio de la propiedad social puede llevarse a cabo en interés
de toda la sociedad (AAVV, 2002: 51)4.
5. Es necesario señalar que el mecanismo de control estatal de la economía permite, en países con
economía de mercado, influir en el curso de la reproducción capitalista, a partir de la aplicación de
métodos que contribuyan a acelerar o desacelerar el proceso de estímulo para el avance económico.
Sin embargo, es fundamental insistir en el hecho de que ese control no se ejerce en función de los
intereses de la sociedad, sino en el de aquellos entes, empresas5 y organizaciones privadas que dominan
la actividad económica. Ese control no está en condiciones de eliminar la anarquía y espontaneidad
de los procesos económicos; más bien los condiciona, dentro de límites que permiten la preservación de
relaciones económicas convenientes para el nivel de propiedad privada alcanzado.
Aunque es muy difícil hacer comparaciones eficaces entre países, dada la disparidad de los datos,
puede decirse que en cualquier situación de control estatal de la economía de mercado, y al menos
hasta concluir los años setenta, resaltó siempre un dato unívoco: la fuerte presencia de las empresas
públicas, sus positivas consecuencias indirectas –en términos macroeconómicos– sobre los sistemas
productivos y, por ende, su peso fundamental en la economía general de cada país en cuestión. Esa
situación se mantuvo hasta el inicio del llamado “intenso proceso a etapas forzadas” de privatización,
que ha afectado, aunque de maneras y con tiempos diversos, a la mayoría de los países europeos desde
los primeros años ochenta hasta hoy.
Es sabido que el objetivo de las empresas públicas no radica en la maximización de la ganancia, sino
en una serie de metas de otra índole, que deben ser alcanzadas en nombre del interés de la colectividad.
De hecho, aun cuando sea para ellas fundamental el lograr resultados de gestión positivos, deben por
otra parte tomar muy seriamente en consideración todos los factores vinculados con la economía
nacional y con el interés económico y social general. En ese sentido, puede decirse que una empresa
pública tiene entre sus objetivos principales el logro de una eficiencia distributiva, redistributiva y so-
cial que permita llevar al máximo la satisfacción de los consumidores, asegurar la mayor transparencia
posible y corregir las fallas del mercado.
2. Ese podría ser el significado de una economía pública equilibrada y eficiente, capaz de lograr que la
industria italiana adquiera la fuerza adecuada para ponerse de nuevo en competencia y recuperar los
márgenes de competitividad que tanto necesita. Ello habría permitido, y todavía hoy permitiría, una
importante recuperación tecnológica en sectores tradicionales para el país, además del aprovechamien-
to propio de la adaptabilidad a las exigencias y alternativas que se presentan de cuando en cuando.
a) Permitir una cesión selectiva del patrimonio estatal, con cuyo ingreso se influya en la contención
de la deuda pública.
b) Alejar al Estado de aquellos sectores en los cuales no es ya comprensible su papel de empresario.
c) Contribuir al reforzamiento de los mercados financieros.
El objetivo que se perseguía era la valorización de las empresas públicas para después venderlas. La
exigencia que se plantea una empresa privada es obtener las máximas ganancias para sus accionistas, y
ese objetivo se aviene mal con una estrategia de sector. ¿De qué manera, en términos de simple renta-
bilidad, sería justificable, por ejemplo, una intervención de potenciamiento eléctrico en una zona poco
poblada o rural? Más aún: ¿cómo se podría pensar en justificar, en términos de ganancias, inversiones
innovadoras de alto potencial tecnológico en las centrales eléctricas más viejas, situadas en zonas de
bajo desarrollo económico?
3. La empresa pública italiana fue llevada a operar, especialmente a partir de los años ochenta, en
condiciones de absoluta incertidumbre, lo que seguramente no facilitó su ya de por sí difícil recu-
peración, que en algunos casos parecía, además, imposible. A generar incertidumbre concurrió muy
probablemente, junto con la falta de una articulada política de desarrollo, la vertiginosa aceleración
que se imprimió al proceso de privatización, con todas sus consecuencias económicas, políticas y
sociales. Paradójicamente, el decaimiento del control político, que ciertamente representa un hecho
positivo, produce el desplazamiento del sistema de empresas públicas, que de improviso se enfrentan a
una redefinición de sus funciones y objetivos.
4. En un país como Italia, que se había estructurado con base en esquemas de economía mixta, la in-
tervención del Estado en la economía se derivó de necesidades contingentes que llevaban a compensar,
integrar y en algunos casos sustituir la gestión privada en sectores que se hallaban en dificultad, para
así cumplir con la tutela del interés colectivo. Conviene recordar, pues, que esa intervención se produjo
para compensar las fallas e insuficiencias del sector privado; de hecho, sin la intervención pública, el
capitalismo italiano no habría estado en capacidad de sobrevivir y fortalecerse a nivel internacional.
En Italia es posible ubicar las primeras intervenciones estatales en apoyo de la economía ya en 1929,
tras la crisis económica que afectó la economía mundial. Con mayor precisión, el origen del sistema
de participaciones estatales se remonta a 1933, año en que se constituyó con carácter provisional el
Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI, que en 1936 se transformó en permanente), con
el objetivo de adquirir parte de los tres bancos mixtos italianos que se hallaban en evidente dificultad
y garantizar así los depósitos y el ahorro de los ciudadanos.
Después, en la segunda posguerra, se consolidó el papel del Estado como empresario. En esos años se
tenía por fundamental la presencia pública en sectores estratégicos como las fuentes de energía,
la química, la industria siderúrgica. El surgimiento de las llamadas economías mixtas, caracterizadas
por la presencia conjunta de empresas públicas y privadas (las primeras para garantizar un desarrollo
general y las segundas con reglas de ganancia), tenía el propósito de asegurar economías de escala y
condiciones de paridad y, sobre todo, de impedir la aparición de monopolios.
Hasta el inicio de los años noventa, Italia tuvo participaciones estatales en una vasta gama de
servicios infraestructurales (ferrocarriles, gas, electricidad, comunicaciones, transporte, etcétera). El
control público se ejercía a través de holdings también públicos, los entes, o de empresas autónomas o
especiales. El Ministerio de las Participaciones Estatales controlaba directamente los tres grandes entes
de derecho público: el IRI, el ENI y el EFIM*.
En los años ochenta y durante la primera mitad de los noventa, con base en datos del Istat**
relativos a las cuentas de los sectores institucionales, el sector público había alcanzado un peso superior
al 20% en términos de la producción de valor agregado, y contribuía con el 38% a la formación de
capital fijo y con más de 20% a la totalidad del empleo. Son los años en que nos encontramos ante ese
capitalismo definido como patronal, familiar, en el que cuatro o cinco clanes controlan la economía
del país, aun cuando la pequeña y mediana empresa tienen una fuerte capacidad de exportación.
* (n.t.) Instituto para la Reconstrucción Industrial, Ente Nacional de Hidrocarburos y Ente de Participaciones y Financiamiento de
Industrias Manufactureras, respectivamente.
** (n.t.) Instituto Nacional de Estadística.
5. Al menos hasta un cierto período, el papel de la empresa pública fue en nuestro país extremadamen-
te relevante, dado que permitió bloquear la formación de monopolios y moderar siquiera los excesos
del capitalismo de mercado puro, además de posibilitar algunas fases de desarrollo en áreas deprimidas,
como el Mezzogiorno. Con esto no se pretende rescatar por completo el papel y las dinámicas de la
empresa pública, pues no hay que olvidar que entre ella y el mundo político y partidocrático surgió
reiteradamente un entramado perverso.
Tangentopoli*** fue tan solo la representación de un sistema de cuya existencia se sabía desde años.
El “factor K”**** fue determinante en el desarrollo de la economía: durante décadas, el bloque demo-
cratacristiano impulsó la economía pública en función, justamente, de controlar el eventual ascenso de
los comunistas en Italia. Por otra parte, muchas veces los sindicatos confederados y el mismo Partido
Comunista aceptaron las consecuencias del “factor K”, ya que a través de la mediación política, dentro
de un modelo consociativo, obtenían las migajas del clientelismo a cambio del aplacamiento de las
iniciativas de lucha del movimiento obrero italiano.
Si tales escogencias político-económicas permitieron –aun si de manera oscilante y con serios pro-
blemas redistributivos– un significativo crecimiento, libre de excesos monopólicos, en un país como el
nuestro, caracterizado por un típico capitalismo familiar, entonces es justo preguntarse: ¿qué es lo que
ha cambiado hoy y en estos últimos diez años? La globalización neoliberal, la internacionalización de
los mercados, los nuevos mecanismos de comunicación, ¿realmente han impuesto la total y desenfre-
nada privatización de los sectores públicos estratégicos? ¿Y con qué resultados? Una respuesta correcta
solo puede darse si se considera el cuadro histórico-económico del cual surgió el paso de la economía
mixta a la llamada “vía italiana a la privatización”.
6. Hasta la Segunda Guerra Mundial, Italia fue un país basado en una economía predominantemen-
te agrícola. Se ha señalado que el desarrollo industrial habido entre los años cincuenta y setenta se
concentró solo en algunas zonas, sin extenderse a las áreas más deprimidas. En el contexto europeo,
Italia –como se ha visto– se caracterizaba por esa posición diferente y variada que desde los años
treinta asumió en cuanto se refiere a la intervención pública en la economía. Y es así que se llegó a
crear un modelo de capitalismo completamente original, que históricamente presenta paradojas y
contradicciones.
El boom económico de los años cincuenta vio nacer las grandes familias capitalistas que, al pasar
indemnes a través del proceso de transformación económico-social que siguió al conflicto bélico, han
incidido profundamente en las modalidades del desarrollo en su conjunto. La industrialización que
caracterizó esos años implicó una brecha entre el norte y el sur del país, determinada sobre todo por el
hecho de que, mientras para la parte septentrional se adoptaron políticas de integración con los demás
países europeos, el Mezzogiorno siguió cada vez más aislado económica y socialmente.
7. Hasta la fecha, nuestro país está marcado predominantemente por la presencia de pequeñas y me-
dianas empresas, mientras que las grandes compañías siguen sumando un número muy restringido.
Esta situación se debe en gran parte a problemas de naturaleza político-económica e histórico-cultural.
Italia, en efecto, es un Estado todavía joven, con una historia muy fragmentada a sus espaldas; en
consecuencia, y a diferencia de países como por ejemplo Alemania e Inglaterra –caracterizados desde
siempre por burocracias muy centralizadas–, no ha adquirido una “cultura de la organización”, por lo
que solo hace énfasis en procesos de desarrollo individualistas, basados en la creatividad y la audacia
de algunos individuos.
Resulta claro, entonces, que para entrar con propiedad en los procesos de competencia global que a
estas alturas identifican el sistema económico mundial, es necesario ingeniárselas para que se produzca
una justa conciliación entre “familias y clan gerencial”. Es necesario superar el conflicto existente, en el
capitalismo italiano, entre propiedad y gerencia, para propiciar entre estas dos fuerzas una cooperación
que permita a Italia lograr un desarrollo unitario y estructural.
1. Está claro que el Estado capitalista, aun en el caso de seguir la experiencia italiana de economía mix-
ta –que hemos presentado en el parágrafo anterior–, no está en condiciones de regular directamente la
política económica en función de favorecer los intereses de la mayoría de la población. La política está
sometida a los intereses de los propietarios de las empresas y en particular de aquellas que tienen el peso
mayor en las actividades económico-productivas: las grandes multinacionales.
A la ejecución de las leyes económicas del capitalismo y a su ciega actuación, se oponen las leyes
económicas propias del socialismo, en las que se expresa el carácter específico de la propiedad socialista
y, en general, de las relaciones de producción socialistas. Estas leyes no actúan aisladamente, sino en
estrecha interrelación, como un sistema, y, en correspondencia con esto, también su uso consciente
debe ser un sistema (AAVV, 1991).
La concepción marxista de la transición del capitalismo al socialismo, como fase intermedia para
alcanzar el comunismo, se fundamenta en la teoría general de la caída del sistema capitalista mundial
y en la visión de las esencias fundamentales del paradigma comunista (AAVV, 1996a). Por caída no ha
de entenderse aquí “caída final”, mecánica y automáticamente concebida, como sin embargo muchos
marxistas –y no marxistas– han teorizado. El término debe leerse más bien en la acepción grossman-
niana***** (por décadas y todavía hoy malinterpretada), entendiendo por esto una crisis general del
“sistema” capitalista, de características tales que crea los presupuestos para impulsar un nuevo ciclo
de acumulación y expansión del capital, a través de la destrucción de capitales que, en comparación,
resultan excesivamente ineficientes o no competitivos7.
La caída, entonces, no señala el fin del capitalismo y el alba del socialismo, sino que se inserta en la
dinámica de los ciclos económicos del capital.
La posibilidad de hacer un uso consciente de las leyes económicas, condicionadas en su aplicación
por las características del período de transición al socialismo, abre espacio a la organización planificada
del desarrollo de la producción social. La capacidad de regular planificadamente la economía constitu-
ye, claramente, la ventaja fundamental del socialismo sobre el capitalismo, ya que hace posible trabajar
por la utilización óptima de los recursos disponibles y por el desarrollo armónico y sustentable de la
producción social, asegurando y haciendo prevalecer los intereses de la mayoría de la sociedad.
La ley del valor y el plan son dos términos ligados por una contradicción y su solución; podemos,
pues, decir que la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría
definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la
economía hacia su meta, la plena liberación del ser humano en el ámbito de la sociedad comunista
(Guevara, 1970)******.
****** (n.t.) La presente versión en español ha sido tomada de “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento”, texto
publicado en 1964, según aparece reproducido en www.marxists.org.
1. Los estudios sobre la planificación han sido muy influenciados en el mundo capitalista por la forma-
ción de una corriente de “sovietólogos”, presente en universidades de Estados Unidos e Inglaterra, que
dedicó trabajos importantes al análisis de este tema, y que va desde posiciones radicalmente críticas,
como las que se dan de Von Mises a Von Hayek9, hasta autores más cautos, como Alec Nove o Evsey
Domar10.
Desde posiciones de izquierda, es interesante el debate que tuvo lugar a mediados de los años
ochenta en las páginas de la New Left Rewiew11 que, sin embargo, quedó sepultado bajo los restos
políticos de la caída del Muro de Berlín.
En años más recientes, y particularmente en Estados Unidos12, se ha producido una revalorización
de las posibilidades de la planificación central como forma de organización de la economía, más efi-
ciente y alternativa a la anarquía del mercado.
Como escribe Joaquín Arriola (2006: 12) en el prólogo a una recopilación de las principales posi-
ciones presentes en ese debate:
la decisión de la revista Science and Society de dedicar en 1992 un número monográfico a pensar la
economía del socialismo futuro (“Socialism: Alternative Visions and Models”, vol. 56, n. 1, primavera
1992), fue no solamente una decisión arriesgada en el contexto del gran colapso de los años 1989-
91, sino que marca el inicio de una nueva etapa en la formación del pensamiento estratégico de la
izquierda. (…) Hace quince años no eran muchos los que se atrevían a desarrollar un pensamiento
estratégico en torno a la superación del capitalismo. De hecho, la mayor parte de las reafirmaciones
2. Entre los elementos centrales de la búsqueda de una arquitectura económica alternativa al capitalis-
mo se incluyen, por ejemplo, problemas como estos: ¿qué papel deben jugar los precios de mercado en
la asignación de los recursos? ¿Qué compatibilidad hay entre centralización y descentralización en el
proceso de planificación? ¿Es posible identificar un algoritmo distributivo o de asignación más eficien-
te que el mercado? ¿Cómo establecer un adecuado sistema de incentivos en una economía socialista?
¿Pueden las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación hacer compatibles el equilibrio
y la planificación centralizada?
Como continúa diciendo Joaquín Arriola (2006: 14-15):
Este debate ha tenido por ahora poca repercusión fuera de ámbitos académicos minoritarios de Es-
tados Unidos13, aun cuando comienza a resonar en países donde están en marcha formas de superación
del orden capitalista mediante la construcción de un sistema económico alternativo, como Venezuela
o Cuba, donde la demanda de un nuevo socialismo es realidad en construcción. Allí donde se perfila
un orden social alternativo, el debate se torna más urgente.
La búsqueda se va concretando en debates y propuestas específicas para la situación de estos países,
como el “Nuevo Proyecto Histórico”14 o los recientes debates sobre la reestructuración de la economía
socialista en Cuba15. Pero también las reflexiones analíticas que se dan en diversos países de la periferia,
acerca de las condiciones de eficiencia de la planificación proveniente del mundo anglosajón, resultan
particularmente útiles en este nuevo ciclo de confrontación con el capitalismo global.
******* (n.t.) Esta cita, y la que sigue del mismo autor, se reproducen aquí del original en español, tal como aparece en la
página web www.lainsignia.org.
— notas —
1 Álvarez González (2006: 107) habla de planificaciones a mediano y largo plazo necesariamente vinculadas, interconectadas y
complementarias: “Solo con una perspectiva de mediano y largo plazo es posible plantear objetivos de desarrollo económico
y social que posibiliten, con el funcionamiento de dinámicas aceleradas, la erradicación de las deformaciones estructurales
presentes en la economía y la sociedad”.
3 Sobre estos conceptos y las relaciones entre estrategias, planes operativos y programación administrativa en la empresa, cfr.
4 Al compartir tales afirmaciones somos, sin embargo, más cautos que los autores en juzgar “inevitable” un proceso que es solo
una posibilidad, quizá también una probabilidad, pero no una necesidad. La historia nos ha enseñado que el comunismo no
es inevitable y que el capitalismo construye al máximo las bases objetivas para su conquista. La relación entre objetividad de
las condiciones y subjetividad revolucionaria sigue siendo estratégica. Para una profundización de estos temas, léase Badaloni
(1975).
7 Para una interpretación similar, léanse las cartas de Grossmann a Paul Mattick en Grossmann (1971: apéndice), como también
Pala y Giussani en Giussani, Moseley, Ochoa (1989), de donde tomamos algunos fragmentos: “Para leer bien sus exposiciones
[las de Grossmann, N.A.] (especialmente cuando habla propiamente de la caída, de la concentración, de la conflictividad del
mercado, etcétera), hay que leerlas en la óptica de lo cíclico y, por tanto, de la periodicidad de las crisis, tras las cuales ocurre
la recuperación. Tal análisis resulta mucho más convincente que lo que se ha presumido, en el sentido del llamado ‘caidismo’,
como tendencia casi espontánea del sistema. De esta manera se revalúa la obra de H. Grossmann, no como fin en sí mismo,
sino más bien porque el suyo es quizá el análisis más completo de las tendencias del capitalismo contemporáneo en el campo
del marxismo clásico” (Pala, ibíd., p. 40); “No existe ninguna teoría de la caída en H. Grossmann, fue un error de su parte
escoger ese título para su libro (…) no hay ninguna teoría de la caída, sino una teoría de la crisis y punto; es decir, la crisis, la
recuperación, la siguiente crisis, etcétera. De hecho, H. Grossmann sostenía que nadie había entendido nada, que en su teoría
la caída coincidía con la revolución y que no era esto algo que ocurriera independientemente de lo que las clases y los hombres
hicieran. La característica fundamental de H. Grossmann (…) es la de vincular la lucha de clases con el devenir de la acumu-
lación y sostener que las posibilidades revolucionarias se abren cuando la acumulación ya no funciona” (Giussani, Moseley,
Ochoa, 1989: 40-41).
8 El Estado entendido no solo como representante de los intereses del pueblo, sino como pueblo mismo, lo que significa que
“la masa de la población se eleva para intervenir por cuenta propia no solo en las votaciones y elecciones, sino también en el
trabajo cotidiano de la administración” (Lenin, 1963).
12 Una contribución relevante, proveniente de Gran Bretaña y anterior a este debate, es por ejemplo el libro de Pat Devine (1988),
13 Entre sus principales contribuciones se cuentan, en una perspectiva libertaria, Michael, Hahnel (1991a; 1991b); en defensa de
un fuerte reformismo, con un cierto papel del mercado en una economía socialista, Schweickart (1996); y con un conjunto de
respuestas críticas, particularmente sobre el socialismo de mercado, Bertell Ollman (1998). Por la defensa de la planificación
socialista en la era de las nuevas tecnologías de la información, cfr. Cockshott, Cotrell (1993) y el ya citado libro de Pat Devine.
15 Carranza, Gutiérrez, Monreal (1995); Monereo, Riera, Valdés (2000); Bleitrach, Dedaj, Góngora Ricardo (2005).
1. Una economía socialista puede tener diversas formas de organización y eso depende, entre otras
cosas, del grado de centralización o descentralización de las decisiones, del sistema de gestión econó-
mica, de la manera de organizar las empresas y de las diferentes formas de organizar los estímulos y los
incentivos económicos.
Como expresión de tales modalidades, existen diferentes tipos de modelos. Un tipo particular de
aproximación modelística es el de simulación, que, como su nombre lo indica, refleja determinadas
situaciones que pueden darse para obtener posibles resultados1.
Usualmente se hace referencia al modelo soviético de planificación centralizada, al del llamado
comunismo de guerra o al de la Nueva Política Económica (NEP), por solo citar algunos entre los más
característicos. Por muchos años, el modelo de planificación centralizada, nacido en los años treinta en
la Unión Soviética e introducido tras la Segunda Guerra Mundial en los países socialistas de la Europa
del Este y en China, fue considerado como el paradigma del modelo económico socialista. Se basaba
en una alta concentración de las decisiones y en una asignación de recursos de carácter material que se
conoció como “sistema de balance de los bienes materiales”.
Sin embargo, ya a mediados de los años cincuenta comenzaba a ser objeto de discusión y se iniciaba
un proceso de modificaciones y reformas. Las principales directivas de estos cambios fueron:
2. El debate sobre el plan y el mercado se plantea desde el comienzo del socialismo en la Unión Sovié-
tica. En la etapa del comunismo de guerra, las decisiones se modelaban con la asignación directa de
los recursos económicos. Marx y Engels habían supuesto que el trabajo, en el socialismo, podría ser
directamente social, y que no sería entonces necesaria la acción de la ley del valor para determinar los
aspectos económicos; esta forma de regulación era percibida como más revolucionaria, en tanto que
no utilizaba las categorías propias de la economía capitalista.
La transición al socialismo, que se experimenta en países con niveles desiguales de desarrollo eco-
nómico y político, debe resolver las tareas revolucionarias de acuerdo con las condiciones históricas
concretas de cada uno de ellos. Para una problematización de tales procesos se puede leer a Nove
(1986a: 37 ss.) que, al escribir sobre las posibilidades del socialismo y el socialismo posible, propone
hacer profundos cambios en algunos conceptos básicos del marxismo clásico. Véase, por ejemplo, su
cerrada crítica del concepto de “abundancia” (que considera sustancialmente irreal, a menos que surja
algún asombroso descubrimiento científico), al que propone sustituir por el neoclásico de “escasez”
(absoluta y relativa), mucho más realista, en su opinión, y útil para los fines del análisis económico y de
los procesos de planificación. Nove es categórico, por ejemplo, cuando introduce en su modelo teórico
un concepto muy utilizado por la economía dominante, como es el de costo-oportunidad: “siendo los
recursos (y el tiempo) limitados, todo tiene un costo de oportunidad” (39).
No hay, para la construcción del socialismo, modelos universales que puedan permitirse el no estar
directamente conectados con las condiciones particulares de cada país.
No obstante, el reconocimiento de la existencia de caminos diversos para la construcción del so-
cialismo, que reflejan las condiciones nacionales y la especificidad del lugar (no solo desde el punto de
vista económico, sino también sociopolítico: especificidad de su carácter, sus costumbres, la cultura,
el pensamiento, las tradiciones, es decir, de todos los aspectos que se desprenden de la actividad del
ser humano y del desarrollo de su conciencia), no niega ni los valores ni el carácter universal de la
teoría marxista-leninista que sirve de fuente a esos desarrollos. El problema es conciliar la planificación
nacional, ejercida directamente por el Estado, con los mecanismos de mercado, que están en constante
movimiento y, además, utilizar esos mecanismos sin que se tornen dominantes en las motivaciones y
en la conciencia de los hombres. Se pensaba que el modelo reformado podría dar una respuesta eficaz
a este problema, pero en la práctica no fue así.
La desaparición del campo socialista hizo más evidente y obligado el uso de instrumentos mercan-
tiles y la experimentación de formas de economía mixta –bajo control estatal, en cualquier modo–, sin
lo cual las empresas de un país de economía socialista no podrían sobrevivir en el voraz y cruel mercado
internacional.
1. La primera directiva de cambio en la Unión Soviética se produjo a comienzos de los años sesenta,
mediante el desarrollo de métodos de planificación más sofisticados, propuestos por economistas de
prestigio como Kantorovich, Novozhilov y Strumilin. Se consideraba entonces que el uso de compu-
tadoras y de métodos económico-matemáticos, como la programación lineal y las tablas de inversión
e interdependencia sectorial, podrían ser alternativas válidas a la introducción de mecanismos de mer-
cado. Sin embargo, la directiva en cuestión no llegó a tener influencia decisiva en la Unión Soviética.
Donde alcanzó, en cambio, su más alta expresión y resultados más favorables fue en la RDA (Alemania
Oriental).
La segunda directiva de cambio aparece en China, impulsada por Mao Zedong, con una primera
fase en los años 1958-1960, conocida como el “Gran salto adelante”, y otra de 1966 a 1976, determi-
nada por la Revolución Cultural. Esta última estuvo caracterizada por la movilización política de las
masas para el cumplimiento de grandes objetivos económicos, así como por el desarrollo socioeconó-
mico local en el ámbito de las comunidades, la fusión de los aspectos administrativos, económicos y
políticos, la reducción al mínimo del número de productores privados y de las relaciones mercantiles
y, finalmente, la lucha contra las estructuras y los estilos burocráticos, moderada por un alto nivel de
control político y estatal de la cultura y de la vida cotidiana de los ciudadanos.
La tercera directiva, conocida como la de las reformas de mercado (descentralizado), se prolongó
desde 1965 hasta la primera mitad de los años ochenta. Iniciada en la Unión Soviética con trans-
formaciones dirigidas al perfeccionamiento de la planificación, se fundió finalmente en un modelo
combinado que conservaba las características esenciales del sistema centralizado y sumaba intentos de
reforma hacia la descentralización. Esa orientación se vio acentuada en los países socialistas de Europa
del Este, sobre todo en Polonia, Checoslovaquia y Hungría, donde alcanzó su máximo esplendor.
2. Es necesario hacer referencia al agotamiento de las capacidades del proceso de construcción socialista
en algunas de estas naciones, especialmente en Europa Oriental. Las condiciones históricas en las que
se llegó a la construcción del socialismo dejaron su impronta en la región y en cada uno de sus países.
En varios de ellos, como por ejemplo en Polonia y Hungría, la aceleración de los procesos políticos
3. La incompatibilidad básica entre capitalismo y socialismo persiste a pesar de que puedan mantener-
se, en el capitalismo avanzado, servicios sociales de vocación universalista; así, cuando en este último
sistema se ha querido garantizar la cobertura universal, se ha tenido que hacer omitiendo la lógica
mercantil capitalista, como en el caso de la educación y la salud.
En Estados Unidos, el sistema de salud, basado en principios capitalistas, se traduce en un gran
número de personas sin cobertura médica. Por el contrario, la educación obligatoria y universal es
requisito para el funcionamiento del capitalismo, en términos de control social y de formación de
mano de obra, y se cumple por medio de instituciones públicas y no mercantiles.
No trataremos aquí la posibilidad de una transición gradual o acelerada de un sistema a otro, ni si se
puede sustituir el capitalismo mediante un proceso de socialización de las estructuras de producción o,
si se requiere, la modificación de las bases de su funcionamiento y no solo un cambio en las formas de
producción, ni otros problemas teóricos importantes en el análisis de los procesos de transición5. Nos
limitamos a señalar los aspectos principales del funcionamiento económico de una economía socialis-
ta, tanto a nivel macroeconómico como en el contexto microeconómico de la unidad de producción.
3.2. Diferencias en los mecanismos básicos de la macroeconomía del socialismo y del capitalismo
1. Las características fundamentales de una economía socialista se pueden resumir en dos principios:
Estos dos principios significan que bajo el socialismo las decisiones macroeconómicas se toman
antes que las microeconómicas, con lo cual se condicionan las decisiones de los agentes productivos
individuales (procedimiento que es inverso en el capitalismo). A su vez, ese principio de determinación
macroeconómica se traduce en tres características de funcionamiento que diferencian a las economías
socialistas del capitalismo:
3. La planificación macroeconómica existe tanto en las economías capitalistas como en las socialistas.
Veamos dos citas que Johansen recoge. La primera, de 1938, es del economista británico H.D. Dickin-
son. Según esta definición, la planificación es la “toma de decisiones económicas fundamentales –qué
y cuánto se debe producir, y a quién se le asigna– mediante la decisión consciente de una autoridad
determinada, sobre la base de una revisión sistemática de todo el sistema económico”.
En 1944, C. Landauer definía así la planificación:
Planificar significa coordinar por medio de un esfuerzo consciente, en lugar de la coordinación auto-
mática que tiene lugar en el mercado, y este esfuerzo consciente debe hacerlo un órgano de la
sociedad. Por eso la planificación es una actividad colectivista, en su carácter de regulación de las
actividades de los individuos por la comunidad. Esto es cierto sin importar que el plan sea impuesto
o que no lo sea. Aun si el plan es aplicado en sujeción a consejos voluntariamente aceptados, el peso
se desplaza de las decisiones individuales a las deliberaciones de órganos colectivos8.
No se insistirá nunca lo bastante en este punto: la ideología del mercado no adquiere la preponderancia
de que goza por medio de la operación de “aparatos ideológicos” capitalistas (el Estado, los medios
de comunicación, la educación); es la vida cotidiana la que la destila espontáneamente. De allí que
resulte engañoso ver la ideología “del” mercado repetida por la izquierda en numerosos tratados
eruditos que confunden el mercado con sus formas históricas específicamente capitalistas. Esto
impide comprender una cosa esencial: los mercados son realidades que se insertan en la sociedad,
que evolucionan, y que tienen formas precapitalistas, capitalistas y poscapitalistas.
Recursos Gastos
6. Los precios tienen un contenido y cumplen una función diferente en ambos sistemas. En la econo-
mía capitalista, se determinan una vez que se ha establecido la distribución del valor agregado entre el
capital y el trabajo; es decir, cuando se tiene la tasa de ganancia media o “normal” de la economía. A
partir de ese punto, los precios dependen de las condiciones técnicas de producción y de los costos de
los inputs o insumos12.
Las ventajas económicas de un sector (una más acentuada composición orgánica del capital, con
productividad superior a la media sectorial), así como el dominio oligopólico, permiten a determina-
das empresas fijar una tasa de ganancia superior (posibilidad que la economía convencional considera
como aplicada por todas las empresas y que determina el markup). Esto facilita la acumulación de
plusvalía en las empresas y sectores más avanzados tecnológicamente y con mayor poder oligopólico.
El procedimiento –aquí brevemente descrito– de fijación de precios “de mercado” no tiene nada que
ver, naturalmente, o muy poco, con la teoría del equilibrio de Walras, en la cual la fijación de los
precios consiste en un procedimiento de subasta en el mercado, entre la oferta y la demanda, que
presupone una producción llevada a cabo sin que hasta ese momento tenga precio.
Dos precios muy especiales, el salario y el interés, expresan la participación de los productores en
el valor agregado y la de los perceptores de renta en su división. A pesar de que el movimiento de los
precios relativos está condicionado en el largo plazo por las variaciones relativas de la productividad,
en el corto plazo los precios de mercado son señales muy inadecuadas para el proceso decisorio, pues
ocultan más información de la que revelan, tanto en lo que se refiere a la estructura del mercado de
los productos, como respecto a las condiciones de mayor o menor competencia sectorial en las que se
desarrolla la producción.
Puesto que los precios relativos dependen de la distribución, el conjunto de los precios solo se pue-
de establecer de manera simultánea. Ello supone una contradicción entre la macroeconomía dinámica
capitalista y el tiempo histórico, que establece una sucesión temporal y una articulación intersectorial
de los flujos de mercancías y trabajo.
Las crisis, como manifestación de valores no realizados –vale decir, de producción no convalidada
por medio del intercambio mercantil de la cantidad de dinero que se expresa en el precio–, se convier-
ten por tanto en la forma regular de funcionamiento de la economía13.
En el socialismo, los precios son índice directo de los costos materiales, con lo cual expresan la
noción clásica de precios naturales (Smith, Ricardo) o precios de producción (Marx). Como tales,
deben reflejar con la mayor exactitud posible los contenidos de trabajo directo e indirecto presentes
en la producción.
2. En los años sesenta y setenta se introdujeron diversas reformas para brindar mayor autonomía a
las unidades productivas y así reducir los problemas de la oferta de bienes de consumo intermedios y
finales a la población. Esas reformas seguían más o menos la misma orientación de la más famosa de
ellas, la llamada “reforma Liberman”, que otorgó una cierta libertad en la fijación de precios y auto-
nomía empresarial para las decisiones referentes a la repartición de los incrementos de productividad
(Liberman, 1968) por encima de los objetivos definidos.
Es muy poco conocido el hecho de que, a partir de los años ochenta, se adelantó en la Unión
Soviética un proceso de democratización económica (Liberman, 1982), concebido para mejorar la mo-
tivación y la productividad de las empresas y, también, para tratar de superar los problemas existentes
en las economías de los países socialistas industrializados, que eran iguales, por otra parte, a los que
confrontaban las economías capitalistas industrializadas de la época. En palabras de Laibman (2006):
Una resolución sobre economía promulgada en 1979, en la era de Brezhnev, puso en marcha vastas
transformaciones destinadas a profundizar la democracia económica en la Unión Soviética: en las
empresas se crearon consejos de los colectivos de trabajadores, que tenían la responsabilidad de
planificar y aplicar sus propios planes y administrar sus propios fondos; se establecieron elecciones
directas para seleccionar a los dirigentes de los equipos de trabajo y los administradores de las
empresas; se desarrollaron sistemas participativos para determinar las bonificaciones (la parte variable
del salario), así como nuevos criterios “normativos” para evaluar el trabajo de las empresas, de los
El mismo Laibman reconoce, en el citado texto, que Cuba representa una excepción respecto a
esa última afirmación, y su caso debe ser estudiado separadamente. En efecto, el sistema de planifi-
cación cubano muestra diferencias de gran importancia con el “modelo soviético estándar”. La
planificación era fundamental para Guevara, quien en una crítica a la simulación de la ley económica
fundamental del socialismo en el manual de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, declara:
“Creo que existe y que debe considerarse la planificación como tal, la planificación debe considerarse
como la primera posibilidad humana de regir las fuerzas económicas. Esto daría que la ley económica
fundamental es la de interpretar y dirigir las leyes económicas del período” (Guevara, 2006: 102).
Las nuevas técnicas de contabilidad permiten transferir las técnicas contables empresariales al desa-
rrollo del sistema socialista, mediante la planificación. Esto fue visto por el Che ya en 1963: “en un país
pequeño, con buenas comunicaciones, no solamente terrestres o aéreas, sino telefónicas e inalámbricas
(…) [hay] base para un control continuado y al día” (Guevara, 1976a: 211).
Las particularidades de una economía con tales características, como justamente es Cuba, le per-
miten al Che Guevara identificar las condiciones que hacen más eficiente la planificación centralizada,
sin tener que pasar, como en la Unión Soviética, por sistemas de descentralización y de autonomía
empresarial para eliminar los cuellos de botella en el flujo de producción.
El control de costos es para el Che el mecanismo básico para verificar la eficiencia en las unidades
productivas, que puede derivar de una “no coincidencia entre el costo de producción y el precio socia-
lista del sector” (Guevara, 1976a: 212).
a) El contenido imperativo y la estructura jerárquica de los planes, al estar basados en las decisiones
centrales, deben escindirse sucesivamente hasta llegar a los niveles inferiores. Predominan las re-
laciones de tipo vertical, mientras que las horizontales –como las de proveedor-cliente–, en tan-
to que subordinadas al sistema de dependencias verticales, tienen solo carácter complementario.
b) El papel pasivo de los instrumentos y mecanismos financieros. El predominio de los cálculos
en magnitudes físicas o cantidades conduce a la desactualización y desnaturalización de los pre-
cios, que pasan a ser de orden secundario, lo que incrementa la desconfianza hacia los cálculos
a) Métodos indirectos de decisión en lo que respecta a los niveles inferiores. En la esfera de deci-
sión directa entran la cantidad y la estructura de los ingresos de la población, los fondos que
aportan las empresas y los que están a su disposición, los fondos para el consumo colectivo y
para la acumulación y, finalmente, su distribución entre los distintos sectores y la selección de
las inversiones centralizadas.
b) Las empresas pueden plantear y fijar libremente un conjunto de precios, tomando siempre en
cuenta la voluntad expresa de combatir preventivamente las prácticas monopólicas.
c) A partir de una dotación inicial de capitales fijos y circulantes, las empresas organizan de manera
autónoma el proceso productivo, escogiendo la cantidad y la dinámica de producción, además
de su estructura de costos.
d) En las diversas fases de aplicación del modelo, las empresas pueden decidir el reposicionamiento
y la modernización de su capacidad productiva.
a) En el plano teórico, Ota Sik15 consideró que la producción mercantil es en el socialismo una
necesidad objetiva, determinada por las posibles contradicciones que en el trabajo socialista se
derivan del grado de desarrollo de las fuerzas productivas.
b) El problema de la descentralización no es solo cuestión de conocimiento, sino también de
conciliación de intereses, cosa que no puede lograrse con métodos administrativos. El modelo
de gestión descentralizada no es una opción posible que va unida a otros modelos, sino una
necesidad inherente a la producción socialista.
2. El modelo dual flexible permite variar el grado de planificación y regulación del mercado en tres
maneras: alterando el porcentaje de empresas en cada sector, cambiando en cada empresa el porcentaje
de la capacidad productiva que está sujeto a objetivos obligatorios y diversificando la participación de
las diversas economías territoriales. A mediados de los años ochenta se tomaron serias medidas para
resolver el problema de la falta de control sobre los salarios, los créditos bancarios, las inversiones y las
importaciones, así como para regular el alto déficit comercial externo, las presiones inflacionarias y el
aumento de los precios del consumo. Los años noventa fueron un período de gran discusión sobre
el modelo económico, en la que se analizaron las dificultades encontradas y los resultados obtenidos.
El aporte más original del modelo chino ha sido la experimentación en el uso de instrumentos de
mercado sin perder el control centralizado.
— notas —
2 Para profundizar en el tema, véanse los siguientes textos: Itoh (1995); Novozhilov (1975); Strumilin (1966); Kornai (1992);
al respecto y sirvieron como punto de partida para caracterizar los modelos que se presentan a continuación, también aborda-
dos y articulados en muchos trabajos de Hugo Pons.
4 Dobb (1972b), Carr (1978; 1984). Un resumen útil para entender la evolución económica de la Unión Soviética en los años
6 El despilfarro de recursos materiales se deriva también de la rápida obsolescencia de los productos. Antunes (2006), retomando
a Meszáros, habla de la tasa de utilización decreciente del valor de uso de las mercancías.
7 Bowles, Gordon, Weisskpof (1989) analizan el despilfarro en la economía norteamericana, acelerada con la aplicación de las
recetas neoliberales de los años ochenta. Sauvy (1972) analiza la obsolescencia planificada de los productos como sistema
normal de planeación y fabricación en el capitalismo de nuestros tiempos.
8 Para una discusión de las diversas formas de planificación, véase el libro en dos volúmenes de Johansen (1977-1978).
9 La tabla input-output de análisis macroeconómico de Leontiev deriva precisamente de la necesidad, en la Unión Soviética, de
10 En una economía capitalista esas diferencias se manifiestan a posteriori, como excesos de oferta o de demanda.
12 La presentación analítica de esta idea la encontramos en Sraffa (1982), que propone un modelo determinado (una vez que se
ha establecido como numerario una mercancía) por n ecuaciones (equivalentes al número de productos diferenciados): pn =
r*(1 – A)-1 + w*l (donde A es la matriz de coeficientes técnicos; w, la media salarial; l, el trabajo directo; r, la tasa de rendimien-
to). Es obvio que en el mismo momento en que se determina la ganancia normal, se establece la media salarial, a través de un
procedimiento que no tiene mucho que ver con las productividades marginales (que solo se expresan como límite dinámico) y
sí, en cambio, con las condiciones coyunturales y estructurales de la lucha entre capital y trabajo.
13 Y la inflación, lejos de reflejar desequilibrios estructurales entre demanda y oferta, aparece como un instrumento en la lucha
por captar cuotas mayores del valor agregado o excedente por parte de los capitalistas. Véase Mandel, Valzer, Jourdain (1970).
14 Economista húngaro que cumplió un importante papel en el desarrollo teórico de la planificación. Más tarde se hizo revisionista
respecto al proceso de construcción del socialismo y, finalmente, se convirtió en detractor de esta corriente del pensamiento.
15 Economista checoslovaco que previó la posibilidad de construir el socialismo en presencia del papel del mercado.
1. Con el triunfo revolucionario, se abrió para Cuba la posibilidad de iniciar un verdadero proceso
de desarrollo basado en las aspiraciones del Programa del Moncada, dirigidas a dar respuestas insti-
tucionales y consistentes a las exigencias de una política de emancipación, y de coordinar de manera
planificada los esfuerzos y los recursos de los diversos organismos del Estado.
Con ese fin nace, el 11 de marzo de 1960, la Junta Central de Planificación (Juceplan), y poco
después, tras el proceso de nacionalizaciones, en 1962, se instaura definitivamente el modelo de plani-
ficación centralizada. Este toma como referencia directa el método de planificación checoslovaco, en
el que se hallan también presentes los métodos soviéticos, a partir de la elaboración de los “balances
de bienes materiales”. En esta etapa, si bien no se definía aún el carácter socialista de la Revolución
Cubana, la planificación centralizada respondía a la necesidad de ordenar y organizar el proceso de
desarrollo en curso. Ya antes se había planteado el programa del Partido Socialista Popular, que era
esencialmente un programa de desarrollo (Rodríguez, 2000: 4), como bien lo explican en muchos
trabajos Hugo Pons y Efraín Echeverría, a quienes se hará frecuente referencia en este capítulo y más
adelante al abordar estos temas.
2. Es en este período que madura el pensamiento del Che Guevara, quien reconoce que hay para el
momento una serie de tesis, en desarrollo, para el perfeccionamiento de la planificación. En cuanto al
modelo que se quiere desarrollar, el Che lo afronta con una concepción centralizada pero flexible, no
solo como modelo de construcción económica, sino también como propuesta de conciliación de los
intereses económicos y los intereses políticos.
Al comienzo de los años sesenta, la dinámica de la Revolución Cubana seguía su curso. Diversos re-
presentantes del marxismo de la época visitaban Cuba y muchas de sus obras fueron publicadas en esa
década. Lamentablemente, ese contacto del mundo científico cubano con numerosos representantes
mundiales se irá perdiendo con los años, para ser sustituido por un contacto prácticamente exclusivo
con la academia soviética y sus puntos de vista. En ese momento, sin embargo, se desencadena una
intensa polémica sobre temas referentes a la construcción del socialismo, y el Che mantiene un enfren-
tamiento con el francés Charles Bettelheim, de quien fue uno de los principales críticos en el campo
del pensamiento económico. Bettelheim defendía el modelo soviético, que, con ligeras y diversas gra-
daciones, se aplicaba en los países de la Europa Oriental. Como se sabe, ese modelo otorgaba validez
a un conjunto de categorías propias del sistema de producción capitalista, como por ejemplo las de
mercancía, dinero, crédito, etcétera, con la idea de que ellas cambiaban de contenido en un sistema
socialista. La posición del Che era otra: para él, esas categorías eran un cuerpo extraño en el tejido del
socialismo y habrían producido contradicciones tales que obligaban a crear mecanismos que, a largo
plazo, podrían destruir el sistema. En la base de esta crítica estaba la convicción de que las etapas de
desarrollo de la Unión Soviética no representaban tout court las etapas del socialismo.
Así, en sus comentarios críticos al Manual de economía política de la Academia de Ciencias de la
Unión Soviética, escribe –en la página 466– que “es muy discutible la existencia de esas llamadas cate-
gorías económicas. Como máximo son categorías económicas de la Unión Soviética, no del socialismo
(por ejemplo, el cálculo económico)” (Guevara, 2006: 21).
Según el Che, no se podía convertir la necesidad en virtud, y menos todavía en realidad del so-
cialismo. El uso de relaciones monetario-mercantiles, unido a formas diversas de proteccionismo y a
los mecanismos que de allí se derivan, son en realidad resultado de la inmadurez del desarrollo de las
fuerzas productivas y de las relaciones de producción socialistas: si bien en la primera etapa de la tran-
sición son una realidad palpable, ello no significa, en su opinión, que sean necesarios. Las categorías
mercantiles configuran en el socialismo un híbrido; no constituyen, en sí mismas, instrumentos de este
sistema. Guevara concluye:
se pretende conocer leyes económicas cuya existencia real es discutible. El resultado es que se les
confunde continuamente con las leyes económicas del capitalismo que siguen existiendo en la
organización económica soviética, se les embellece con un nuevo nombre y se sigue así adelante en el
autoengaño (…) ¿hasta cuándo? No se sabe cómo se resolverá esta contradicción (Guevara, 2006: 122).
3. Según Carlos Tablada (1987: 56-66), el Che no idealizaba ni a los hombres ni a las clases sociales;
conocía bien la teoría, pero pensaba que no bastaba la propiedad estatal de los medios de producción
para definir como socialista un sistema de producción, y esto aun cuando en Cuba, durante los pri-
meros años de la revolución, no se cometió el error de aplicar en la economía el mecanismo realista
soviético de otorgar validez a algunas categorías económicas típicas del sistema capitalista (en Cuba ese
camino sería aplicado más tarde, a mediados de los años setenta, cuando se introdujo un sistema de
dirección y planificación económica copiado acríticamente del modelo soviético y de los demás países
socialistas destinados al fracaso; ese error fue rectificado a partir de 1986).
El Che estaba a favor del uso prioritario de los estímulos morales, sin olvidar los materiales, sobre
todo los de tipo colectivo:
Hemos reflexionado sobre este problema, hemos discutido, lo hemos visto en la práctica. Pensamos
que debemos luchar con toda nuestra fuerza para que el estímulo moral supla al estímulo material
dentro de lo posible y durante el mayor tiempo posible, es decir, estamos fijando un proceso relativo,
no estamos fijando la exclusión del estímulo material, simplemente estamos fijando que debemos
luchar porque el estímulo moral en el mayor tiempo posible sea el factor determinante en la actuación
de los obreros. Proponemos crear una fórmula mixta y no cancelar el estímulo material, pero sí hacer
que ese estímulo material no sea cuantitativo sino cualitativo1.
4. Uno de los aspectos más discutidos en la teoría de la transición es el constituido por las medidas
económicas, por el modelo y por las políticas económicas y sociales que se deben adoptar o aplicar.
Para responder a estas cuestiones no se puede hacer referencia a los clásicos, cuyo objeto de estudio
fueron las relaciones de producción del régimen capitalista y la consecuente creación de las premisas
para la revolución comunista. Las formas concretas del ejercicio del poder por parte del proletariado no
ocupan lugar relevante en esa literatura: fue la Revolución de Octubre, al ser la primera, la que habría
marcado la historia respecto al camino que se ha de seguir.
La referencia a la NEP es escueta, pero constituye uno de los pasos atrás más grandes dados en la
URSS. Lenin la comparó con la paz de Brest-Litovsk. La decisión era sumamente difícil y, a juzgar
por las dudas que se translucían en el espíritu de Lenin al final de su vida, si este hubiera vivido unos
años más hubiera corregido sus efectos más retrógrados. Sus continuadores no vieron el peligro y así
quedó constituido el gran Caballo de Troya del socialismo: el interés material directo como referente
económico (Guevara, 2006: 112).
5. El Che insiste varias veces en el hecho de que entre la ley del valor y el plan, o entre el mercado y el
plan, hay contradicciones que no se pueden ignorar, si se quiere construir el socialismo. La planifica-
ción pone en evidencia una serie de aspectos cuyo contenido es sobre todo técnico; sin embargo, tiene
en lo esencial un contenido de carácter político que la diferencia de otras técnicas para la asignación
de recursos o para su control, como es el caso de la contabilidad o la programación. En particular, la
planificación socialista basa su contenido político en la comunidad de intereses que se da a partir de los
cambios que ocurren en la propiedad de los medios de producción, al establecerse sobre ellos la propie-
dad social. Es justamente esto lo que permite dirigir la sociedad desde un centro socioeconómico que
refleja y persigue la satisfacción de los intereses de la mayoría de la sociedad.
6. El Che Guevara había resumido de manera simplificada las ventajas del sistema presupuestario:
a) Al proceder hacia la centralización, tiende a una utilización más racional de los fondos, con
carácter nacional.
b) Promueve una mayor racionalización de todo el aparato administrativo del Estado.
c) Crea unidades empresariales de mayores dimensiones –dentro de ciertos límites–, lo que permi-
te ahorrar fuerza de trabajo, aumentar la productividad y reducir los costos unitarios (economía
de escala).
7. Entre la visión del Che sobre planificación y la de Carlos Rafael Rodríguez existen diferencias, pero
en ambas hay aportes que aquí presentamos de manera sintética, aun a riesgo de ser repetitivos.
La visión del Che, en lo que respecta a la planificación, puede ser sintetizada en estos puntos:
a) Una vez alcanzado el socialismo, se deben utilizar categorías y métodos diferentes a los del
capitalismo.
b) La propiedad estatal de la gran fábrica; defensa de las posibilidades de la planificación centralizada.
c) Utilización de los métodos capitalistas más avanzados de registro y control.
d) Sistema de financiamiento presupuestario: un fondo económico-financiero común.
e) Utilización del excedente no como utilidad, sino para la reducción de los costos (deber social
contra motivaciones individuales-empresariales).
f ) Búsqueda de un vínculo más social y revolucionario entre hombre y sociedad.
g) Carisma, pragmatismo, disciplina, sistematicidad, política de cuadros.
8. El Che Guevara (1970: 322) se plantea un problema para nada banal, y para cuya respuesta no parece
haber ejemplos en que basarse: “¿Cómo se puede producir, en un país colonizado por el imperialismo,
sin ningún desarrollo de sus industrias básicas, en una situación de monoproductor, dependiente de
un solo mercado, el tránsito al socialismo?”.
El Che encuentra la respuesta en una combinación de técnica y de voluntad: la técnica de la pla-
nificación y la conciencia de la vanguardia política. En su razonamiento, la planificación centralizada
es el modo de ser de la sociedad socialista y el conjunto de las empresas estatales es visto como una única
gran empresa, por lo que no tiene sentido hablar de circulación mercantil entre empresas (Guevara,
1970: 3); por tanto, los cálculos económicos no incluyen precios de mercado, sino costos físicos y
rentabilidades materiales relativas.
Para el Che, la capacidad de dominio que sobre la economía aporta la planificación, permite orientar
conscientemente la evolución social y, de alguna manera, contribuye, mediante la reducción de la incer-
tidumbre, a facilitar el proceso de asignación de recursos con mayor eficacia y eficiencia que el mercado.
En este modelo de organización socialista se subraya la participación individual y colectiva. A
pesar de lo que pueda pensarse a primera vista, un modelo de mayor centralización exige un mayor
involucramiento individual por parte de todos aquellos que participan en la producción; así, el control
del obrero sobre la calidad y cantidad del trabajo y sobre el consumo de materias primas debe poder
expresarse mediante procedimientos de fijación de normas de trabajo y de evaluación de resultados,
tanto para cada trabajador como para el colectivo laboral en su conjunto. La acción adecuada de los
dos estímulos, el individual y el colectivo, es una de las condiciones del éxito en el continuo mejora-
miento de los procesos técnicos de producción (Guevara, 1976a, vol. II: 216).
Guevara sintetiza en dos aspectos fundamentales las diferencias entre los sistemas soviético y cuba-
no de planificación (Guevara, 1976a: 251-285). Si el primero se basa en el cálculo económico y en la
autogestión financiera de las unidades de producción, y en él cada unidad de producción tiene perso-
nalidad jurídica propia, el modelo cubano, sustentado en el sistema de balance del financiamiento de
las empresas estatales, refuerza en cambio la dimensión unitaria de todo el proceso de producción y,
por tanto, la dimensión macroeconómica del cálculo de la rentabilidad social.
El dinero juega papeles diferentes en los dos modelos. En el cálculo económico, es un medio
de pago; en el sistema cubano, una simple unidad de cuentas. En este caso, por tanto, las empresas
carecen de fondos propios.
También las reglas de trabajo difieren: en el modelo propugnado por el Che en Cuba destaca, por
ejemplo, la ausencia del trabajo por piezas o por hora, usual en cambio en el sistema soviético.
En materia de controles, la planificación soviética pone el acento en la verificación de los equilibrios
financieros y, dado el caso, aplica sanciones monetarias, mientras que en el modelo cubano los contro-
les y las sanciones son de tipo administrativo.
9. La actitud hacia los incentivos materiales es otro elemento de diferenciación de ambos modelos:
Este es uno de los puntos en que nuestras discrepancias alcanzan dimensiones concretas. No se trata ya
de matices: para los partidarios de la autogestión financiera, el estímulo material directo, proyectado
El Che reconoce que no tiene una respuesta definitiva para el problema de la relación entre es-
tímulos materiales, desarrollo de la conciencia moral y aumento de la productividad. En todo caso,
considera que el cambio de modelo de organización social tiene una finalidad, que es la de alcanzar el
reino de la libertad, y pone el acento en el uso de las nuevas relaciones de producción para contribuir
a modificar el comportamiento social.
A este aspecto subjetivo se deben agregar factores de tipo técnico en la determinación de la remu-
neración y de los estímulos:
A todo lo expuesto hay que agregar que no hay, o no se conoce, una norma matemática que determine
lo justo del premio de sobrecumplimiento (como tampoco del salario base) y, por tanto, debe basarse
fundamentalmente en las nuevas relaciones sociales la estructura jurídica que sancione la forma de
distribución, por la colectividad, de una parte del trabajo del obrero individual (Guevara, 1976a: 269)**.
En uno de sus textos más difundidos, el Che precisa cuál es el objetivo del nuevo horizonte socia-
lista instaurado en Cuba:
El hombre del siglo xxi es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no
sistematizada (…) No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año
se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan
comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno,
con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad (Guevara, 1976b: 379-81)***.
Por tanto, la economía socialista se plantea como objetivo aumentar la satisfacción material y
espiritual de las personas, superando el carácter unidimensional de la producción mercantil y de las
relaciones sociales que de ella se derivan. En ese sentido, la planificación es concebida como uno de
los progresos de civilidad más importantes desde la Declaración de los Derechos del Hombre y el
Estado de derecho.
1. Entre 1967 y 1970 se produjeron en Cuba una serie de cambios como parte de la lucha contra
la burocratización, que comprendieron, por ejemplo, la reducción de personal en los ministerios, la
eliminación del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA)3 –cuyas funciones fueron descentrali-
zadas y transferidas a los niveles provinciales– y la supresión del Ministerio del Tesoro.
* (n.t.) La cita se toma aquí del original en español, según aparece en www.marxist.org. El texto íntegro fue publicado
originalmente por Nuestra Industria, Revista Económica, N° 5, febrero de 1964, con el título de “Sobre el sistema presupuestario
de financiamiento”.
** (n.t.) Ídem.
*** (n.t.) La cita se toma aquí del original en español, según aparece en www.marxist.org. El texto íntegro fue publicado original-
mente por el semanario Marcha, de Montevideo, el 12 de marzo de 1965, con el título de “El socialismo y el hombre en Cuba”.
3. En la etapa que va de 1976 a 1985 se introdujo un modelo más integral, conocido como modelo
de cálculo económico reducido, para aminorar la importancia de los mecanismos financiero-mer-
cantiles, lo que incluía la adaptación de la contabilidad, de las estadísticas y de las finanzas, así como
la reestructuración del sistema empresarial. Simultáneamente se cumplía un importante proceso de
descentralización, con el traspaso de la gestión de una serie de actividades a los órganos decisorios
de las economías locales territoriales. Además, se diversificó el modelo de dirección de la agricultura
con la formación de cooperativas y el desarrollo de áreas de autoconsumo, lo que implicó la creación
del llamado mercado paralelo para la venta de productos fuera del sistema de racionamiento, con
precios cercanos a los de equilibrio. Por otra parte, la industrialización avanzó con gran éxito, gracias
–entre otras cosas– a las condiciones crediticias brindadas por los países socialistas, sobre todo por la
Unión Soviética, que fueron excepcionalmente favorables.
No todo resultó como se esperaba: en 1984, diversos sectores mostraban retrasos y dependencias
externas. En esta etapa, el endeudamiento había crecido sensiblemente; la situación mostraba los sínto-
mas clásicos de una economía limitada en la oferta (nos referimos a la variedad y la calidad, no a la can-
tidad), con particulares dificultades en lo referente a la introducción del desarrollo científico-técnico.
En esencia, el papel del plan se había deformado hasta convertirse en instrumento para la obtención
de recursos cada vez mayores, sin que las condiciones y los resultados se tuvieran en cuenta para pre-
servar los niveles de eficiencia cualitativa necesarios para el buen desempeño de la economía nacional.
A partir de los años ochenta se analiza el impacto de lo que estaba ocurriendo en el contexto de la
economía nacional y se inicia un proceso de búsqueda y adecuación a las condiciones del país, con lo
cual se crean las bases para el período de rectificación de errores y tendencias negativas, que se instaura
a mediados de esa década (Rodríguez, 2000).
4. En 1986 comienza la reformulación del modelo de cálculo económico reducido. Este proceso de
rectificación se desarrolla de manera gradual, a fin de incorporar nuevos elementos y madurar ideas en
5. Es con la caída del sistema soviético, y de las relaciones comerciales en el seno del Comecon****, que
estalla la verdadera y profunda crisis de la economía y la sociedad cubana. Los años posteriores a esta
traumática sacudida –que, aun manteniéndose en la senda de la construcción socialista, impondrán
significativos cambios de dirección en la política, la economía, la administración y la planificación cu-
banas– son definidos como el Período Especial. En el cuatrienio que va de 1990 a 1994, Cuba vive una
de las crisis económicas más profundas y lacerantes de las últimas décadas. Solo en 1994 se consigue
imponer en la economía cubana una ruta inversa, con un PIB que vuelve a crecer y con importantes
sectores económicos revitalizados tras someterse a intensas reestructuraciones. Para hacer frente a la
crisis, los planificadores cubanos comienzan a experimentar con procesos y modelos de “desarrollo de
estructura económica mixta (pública y privada)” (Bosco, 2000: 285).
El devastador alcance de la crisis puede ser resumido en unos pocos datos5: bastaron apenas dos
años (1990-1991) para que Cuba perdiera más de la mitad de su capacidad de compra y –con la desa-
parición del “bloque soviético” y el Comecon– cerca del 75% de sus mercados tradicionales; además,
con ello se deshicieron las relaciones comerciales preferenciales de que gozaba la isla (piénsese en el
azúcar) y, por tanto, se perdieron también los proveedores de primer rango y las fuentes de financia-
miento externo (Bosco, 2000: 286)6.
Es también en este período cuando se experimenta la intensificación del embargo o, mejor dicho,
del total bloqueo estadounidense, con la aprobación de la ley Torricelli (1992) y la posterior y todavía
más feroz Helms-Burton. La combinación de estos factores da origen a lo que se ha llamado doble
bloqueo. Para hacer frente a tal situación se recurre a toda una serie de cambios estructurales en el
ámbito económico (formas de mercado, mayor flexibilidad operativa para pequeñas empresas privadas
–mientras las grandes se mantienen en manos públicas–, atención constante a la reconstrucción de
redes de intercambio comercial exterior), financiero (nuevo sistema bancario e introducción de una
**** (n.t.) Consejo de Ayuda Mutua Económica, también conocido como CAME, que agrupó a la Unión Soviética, Bulgaria,
Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía, República Democrática Alemana, Mongolia, Cuba y Vietnam.
Las reformas institucionales y macroeconómicas en curso no han tenido un carácter social excluyente
sino participativo, con un alto involucramiento de la población en muchos procesos de toma de
decisión (…) no se han creado situaciones de marginalidad económica o social, dado que el nuevo
modelo cubano de desarrollo económico, con economía mixta, se distingue por la gran atención
prestada a las repercusiones sociales de las transformaciones estructurales que se han introducido, y
ha conseguido resultados significativos en términos de equidad.
Con esas transformaciones se crearon las condiciones para una recuperación que a estas alturas, aun
con alternancias y con tasas variables, se mantiene desde 1996.
1. Para Cuba, la elaboración del plan económico y social es un proceso continuo de interacción entre
los diversos actores económicos y sociales, un proceso dirigido al logro de los objetivos trazados por
la sociedad y a su desarrollo. De esta manera, la planificación de la economía nacional es concebida
como un proceso en el que el plan es un instrumento de gestión, mediante el cual se llevan a cabo
las directrices que se plantean en la política económica y que luego se hacen parte de la estrategia de
desarrollo; esta, a su vez, es entendida como la más alta expresión de la proyección socioeconómica y
política de la sociedad cubana. Implica, pues, la concepción de los objetivos de desarrollo económico
y social de la nación y su inserción en la economía internacional, además de las vías y medios princi-
pales para su ejecución. Todo esto, además, en las condiciones de un país cuya capacidad de desarrollo
estratégico está determinada por la acción de factores externos, como consecuencia de medidas políti-
cas que atentan contra su soberanía e independencia, como es el caso del bloqueo que unilateralmente
le ha aplicado Estados Unidos desde hace más de 45 años.
A través de la elaboración del plan, la planificación se configura como un proceso de ruptura y
continuidad, relación que está presente en cada uno de sus niveles y en cada una de las formas que
asume. La capacidad de responder adecuadamente a los requerimientos de la economía nacional, y
de preservarla en lo posible de las fluctuaciones del ambiente internacional, está condicionada por el
control ejercido sobre el comportamiento de las tendencias internas y externas.
Como todo proceso, la elaboración del plan económico socialista tiene un punto de partida, que en
este caso se origina, como se sabe, en la toma del poder político por parte de la clase obrera y de otras
clases y capas que se unen para transformar la propiedad de la base económica de la sociedad, y que se
concreta –a los fines del plan– en el reconocimiento del carácter social de la propiedad de los medios de
producción fundamentales. Por eso, este punto de partida es crucial para el proceso y debe privilegiar
los componentes esenciales para su realización.
2. Las bases para el trabajo de elaboración del plan de la economía nacional, en todo el ámbito de la
planificación, se encuentran en:
4. Un lugar especial ocupan, en la gestión pública socialista, las formas de organización de base en las
que se consolida el poder popular: respetando las particularidades y características del país en cuestión,
están ellas llamadas a conducir a la creciente participación de la sociedad en su propio autogobierno.
Las formas de organización del pueblo, como embriones superiores de autogobierno de la sociedad,
marcan, en efecto, la senda en la continuidad del desarrollo de sus mecanismos de gobierno, al reforzar
la acción colectiva y perfeccionar de una nueva manera el principio de representación territorial.
Con el reconocimiento de la diversidad de las comunidades –determinadas por las especificidades
locales e históricas, por las tradiciones, las relaciones económicas, las áreas geográficas y los intereses
comunes allí configurados– se debe adoptar un nuevo enfoque en el que se les reconozca, asimismo,
la facultad de gobierno en toda la actividad productiva y de servicios desarrollada en su territorio,
cualquiera que sea el nivel de subordinación, e incorporar a sus organizaciones de masas y entes econó-
micos más importantes a la actividad política de gobierno (Instituto de Filosofía, 1997).
En el proceso de construcción socialista, por otra parte, la gestión pública ha mejorado el trabajo
de dirección y administración de los entes económicos a nivel local. Al diferenciar más claramente las
funciones administrativas y de gobierno, se ha hecho posible diferenciar también la gestión pública de
la gestión de la política pública. La indispensable organización popular de gobierno, en sus diversas
formas, debe ejercer una acción superior sobre la gestión de esa política pública, cumpliendo y desa-
rrollando al mismo tiempo el papel de estimulador y evaluador de este proceso en su ámbito. A su vez,
los órganos de dirección y administración, en la forma que asuman, ejercen la función superior en la
gestión pública y participan directamente en la asignación y distribución de los recursos. Allí radica
la importancia del proceso de elaboración del plan de la economía nacional.
1 Reunión bimestral del Ministerio de Industrias (Minind), 20 de enero de 1962, en El Che en la Revolución Cubana, vol. VI:
145-146).
2 E. Che Guevara, “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento”, 1964, en El Che en la Revolución Cubana, vol. VIII:
506-507.
3 El INRA tuvo un papel destacado en los primeros años de la revolución. Fue el más importante de los organismos administra-
tivos, al abarcar en su gestión todo el peso de la actividad económica fundamental del país, concentrada en la producción
agrícola y particularmente la de azúcar. La actividad de este instituto representó el paso más importante en el proceso de
redistribución de la parte esencial de la propiedad de los medios de producción en Cuba.
4 Se denominó así la copia y aplicación acrítica y mecánica, en Cuba, de los métodos y procedimientos de planificación y con-
ducción de la economía implementados en la entonces Unión Soviética y en algunos países socialistas de la Europa Oriental.
5 Para profundizar en toda esta materia, cfr. el óptimo trabajo de Bosco (2000) que, además de tratar cuestiones casi completa-
mente veladas en Italia, tiene la ulterior virtud de contar con un lenguaje fluidísimo y de ser rico en datos e informaciones sobre
la economía cubana de las últimas décadas.
6 “La desintegración de la URSS provocó la pérdida de la más importante fuente para las importaciones de petróleo y de cerca
de 700 diversos tipos de bienes que la isla adquiría a precios preferenciales (…) [Cuba sufre además] la imprevista pérdida de
cerca de seis millardos de dólares en productos, materias primas, géneros alimentarios, etcétera, comercializados a precios
preferenciales” (Bosco, 2000: 286).
1. Las consideraciones anteriores nos permiten identificar algunos instrumentos de análisis económi-
co diseñados para un sistema capitalista, pero que despliegan toda su potencialidad analítica en un
sistema socialista, como, por ejemplo, las tablas input-output. Este instrumento es la más sofisticada
representación de las interrelaciones presentes en el funcionamiento de una economía cerrada.
Ciertamente, las expresiones que se recogen en algunas tablas input-output de corte capitalista
(precios al costo de los factores, precios de mercado, valor agregado como suma de las rentas de los
asalariados y surplus o plusvalía empresarial como rentas globales del capital) no coinciden con las que
encontramos en sus equivalentes socialistas (valor-trabajo o precios de producción, valor agregado
distribuido en rentas de los trabajadores –todos los trabajadores– y excedente destinado a la inversión).
El nivel de desagregación de estas tablas no permite siquiera un análisis muy detallado de las interre-
laciones y presenta algunas dificultades técnicas para convertirse en un instrumento adecuado para la
planificación general. Pero parece que es justamente en una economía planificada donde este instru-
mento puede ser más útil, no solo para ver –por medio de las matrices de coeficientes técnicos– cómo
ha evolucionado la economía, sino también para establecer criterios de reasignación general de los
recursos, a los fines de obtener el máximo output, prestando atención a las variaciones que el cambio
tecnológico introduce en la composición técnica de la producción.
Así como hay tablas de coeficientes técnicos, se podrían desarrollar otras de asignación del trabajo,
para utilizar más eficientemente los recursos humanos y mejorar la potencialidad de crecimiento del
producto social1.
3. Argumentos de esta naturaleza han llevado a Meek (1977: 172) al siguiente planteamiento:
La tendencia marginalista, que comenzó como una dura oposición al marxismo, concluyó finalmente
en la producción de teorías, conceptos y técnicas que se convirtieron en un indispensable auxilio para
el marxismo; un auxilio, además, cuya importancia aumenta en lugar de disminuir, a medida que se
amplían los medios de control centralizado de la economía. Hoy la gran pregunta, de hecho, es si en
algún momento ese producto final del marginalismo se deba ver, en la economía socialista, no como
un mero auxilio al marxismo, sino más bien como su sucesor.
2. El primer problema que se plantea Leontief es el de tratar de comprender cuál es la “ley tecnológica
que conecta entre sí los flujos de productos” (Graziani, 1977: 47). Planteada la cuestión, Leontief
desarrolla su modelo de medición, para el cual la cantidad de un factor x (input) adquirida por el
sector A está directamente relacionada, en términos proporcionales, con la cantidad total de output
3. La condición básica para la existencia de un modelo como el apenas esbozado es el equilibrio, ya que
la cantidad de output realizada en un sector debe ser igual a la cantidad absorbida por todos los demás
sectores en conjunto; por tanto, la demanda se muestra igual a la oferta y el producto se revela igual
al consumo.
[Sin embargo, este sistema] no determina la dimensión absoluta de los flujos de riqueza, sino solo las
relaciones cuantitativas que se producen entre los diversos flujos. (…) El sistema puede ser conocido
en su estructura, no en sus dimensiones absolutas: es como si de una figura geométrica supiésemos
que es un cubo o una esfera, sin conocer la medida de los lados o del radio (Graziani, 1977: 51).
En efecto, un sistema como este, al admitir la reproductibilidad del conjunto de los factores, no co-
noce límites para las dimensiones absolutas, puesto que permite precisar las proporciones cuantitativas
y tecnológicas que se dan entre los factores, pero los factores mismos son asumidos como ilimitados,
nunca escasos.
Fue para hacer frente a ese problema cognoscitivo del modelo cerrado que se elaboró, posterior-
mente, uno abierto. Para “abrir” el sistema se necesita una serie de datos que permitan identificar las
Las aplicaciones del sistema abierto están esencialmente limitadas a fines de previsión. La característica
del sistema es la de todos los modelos de equilibrio general, lo que permite calcular las repercusiones
que pueden derivarse para todo el sistema de una modificación en cualquiera de sus partes (Graziani,
1977: 60).
Y de hecho, las tablas input-output han sido frecuentemente utilizadas, a los fines de la progra-
mación económica, para conocer las variaciones en las necesidades del consumo. Por ejemplo, dada
y conocida una demanda final preestablecida, se puede usar la tabla para determinar los niveles de
producción, las necesidades de importación y el nivel de retribución de los factores productivos.
Flujos intersectoriales
Industrias
manufactureras
Servicios
Consumos finales
de las familias
Totales brutos
Valor agregado
Nociones de
las tablas I/O CI + CT RFK = VBP
Donde CI = consumo intermedio; CT = costo del
↓ ↓ ↓ ↓
trabajo; RFK = remuneración del factor capital;
Categorías
VBP = valor bruto de la producción; c = capital
marxistas c + v + W = M
constante; v = capital variable; W = plusvalía; M =
equivalentes
valor de la mercancía.
2. Dicho lo anterior, también en las tablas input-output se encuentran dificultades para la traducción
a categorías marxistas. En esta óptica crítica, la diferenciación entre ramas productoras de medios de
producción, ramas productoras de bienes-salario o bienes de consumo obrero y ramas productoras
de bienes de lujo para el consumo de los capitalistas, es esencial para estudiar la dinámica salarial, el
movimiento general del capital y la evolución de las leyes fundamentales del sistema capitalista. Pero la
4. Por todo esto, la equiparación de las categorías estadísticas con las categorías de la teoría del valor-
trabajo requiere un cierto proceso de reformulación de los datos de las tablas.
Por una parte, en su estructura se agrega un conjunto de actividades de “no mercado” como,
por ejemplo, los servicios de educación y de sanidad, que no producen plusvalía, ya que no ofrecen
mercancías, sino bienes sociales producidos en forma colectiva y financiados con los impuestos, o con
parte del valor agregado que se expresa en los salarios y en la remuneración del factor capital. A estas
ramas se les asigna un excedente empresarial cero y como valor agregado se considera la remuneración
de los asalariados, que en rigor no son asalariados capitalistas.
Un segundo conjunto de actividades ha sido objeto de controversias. La materia en discusión es si
se trata de actividades productivas de valor capitalista o meramente rentísticas; por ejemplo, el caso
típico de algunas ramas financieras, inmobiliarias e, incluso, del transporte y la distribución, cuya
actividad algunos estudiosos han considerado como renta, consumidora de valor8. Según la posición
que se adopte, habrá que corregir los datos reportados en las tablas para recomponer los indicadores
estadísticos del capital variable y constante y de la plusvalía. Uno de los principales ajustes consiste en
reasignar el valor agregado de las ramas de no mercado a los impuestos sobre el salario y sobre la renta,
como remuneración de capital, para establecer el verdadero nivel de v y de W.
Con los ajustes requeridos, las tablas input-output son una fuente primaria de información sobre
la contabilidad nacional.
1 Cockshott y Cottrell (1993) muestran cómo las nuevas tecnologías de la información pueden ayudar a superar muchas de las
limitaciones técnicas de la planificación central del siglo pasado y, con el concurso de las tablas de consumo intersectorial de
tiempos de trabajo y mediante el desarrollo de los algoritmos adecuados, aumentar al máximo los niveles de productividad y
producción. Asimismo, permitiría esto prestar atención a las externalidades positivas y negativas (las ambientales, por ejemplo),
para reducirlas al mínimo junto con los niveles de desperdicio.
3 El coeficiente de producción indica la cantidad necesaria de un medio de producción para obtener una unidad de output. Para
una eficaz introducción a las tablas input-output, cfr. Romagnoli (2001: 76-87).
4 Con la misma técnica analiza Leontief las variaciones internas en los sectores del consumo y del trabajo.
5 Para una exposición detallada acerca de las diversas metodologías de construcción de una tabla input-output y sobre los pro-
6 Al final del capítulo IV del tercer tomo de El Capital, Engels apunta la siguiente consideración: “la estadística guarda un silencio
casi total sobre la relación de la porción constante del capital social con su parte variable. El fisco norteamericano es el único
que ofrece lo que es posible saber en las condiciones actuales: la suma de los salarios pagados y de las ganancias realizadas en
cada rama de la industria. Por cuestionables que puedan ser estos datos, dado que se basan en las indicaciones no verificadas
de los propios industriales, resultan sin embargo muy valiosos, y son la única documentación que poseemos en ese sentido.
En Europa tenemos demasiada delicadeza para solicitar de nuestros grandes capitalistas confidencias por el estilo”*.
7 Recordemos que el capital constante C incluye también el consumo circulante (materias primas, energía, etcétera), y no solo la
amortización del capital fijo en un período, sino también el conjunto de las inversiones en medios de producción.
8 Anwar Shaikh y Ahmet Tonak (1994) resumen en su libro las principales posiciones al respecto de autores marxistas. Cfr.
* (n.t.) La cita se reproduce aquí a partir de la edición de Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973.
2. Antes del capitalismo, el sometimiento político y económico al imperio era un mecanismo de apro-
piación de riqueza por parte del poder imperial, pero esto no ocurría sistemáticamente ni modificaba,
en general, las estructuras sociales básicas de la sociedad sometida.
Bajo el capitalismo, por el contrario, las relaciones imperiales condicionan la forma y el contenido
de la producción material en los territorios sometidos, cuyas estructuras socioeconómicas se adaptan
a las necesidades de consumo de riquezas y de valorización del capital de la potencia imperial. Esto
ocurre independientemente de que el imperialismo sea de carácter colonialista, como en la época de la
dominación franco-británica en África y Asia durante el siglo xix, o que tenga un contenido poscolo-
nial, con independencia política formal de los territorios sojuzgados, como en el período del dominio
imperial de los Estados Unidos de América.
La necesidad del imperialismo económico para el correcto funcionamiento del capitalismo fue
analizada inicialmente por el economista laborista británico J.A. Hobson (1902). Pero fueron autores
* (n.t.) Coalición de los voluntarios o de los voluntariosos. El término, surgido en los años noventa, alude a las fuerzas militares
de intervención que actúan sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU.
3. Nos parece importante reflexionar acerca de la estrecha relación existente entre la dinámica de
los ciclos largos de reproducción capitalista y el desenvolvimiento de la internacionalización del
capital, para hacer también algunas consideraciones sobre el escenario internacional actual y sus
tendencias.
A medida que el régimen de producción interna se desarrolla, por necesidad interna y por su apetito
de mercados cada vez más extensos, la expansión del comercio exterior no deja de transformarse.
Los procesos de exportación de mercancías, unidos al dominio colonial del centro capitalista sobre
la periferia, se erigen como características fundamentales de la internacionalización del capital en las
condiciones del capitalismo premonopolista. En la dinámica a largo plazo del desarrollo capitalista, la
primera onda larga expansiva en conocerse –que se prolongó, aproximadamente, de 1790 a 1823, y
fue un fenómeno de naturaleza esencialmente británica– sirvió de escenario para la consolidación del
sistema de dominación centro-periferia bajo la hegemonía inglesa.
La segunda onda expansiva, que cubre aproximadamente los años que van de 1850 a 1873 y se
acompaña con la instauración del modo tecnológico de producción mecanizada, propició un profun-
do avance en el desarrollo del transporte ferroviario y marítimo, así como en las comunicaciones, y
permitió que nuevos países se unieran rápidamente al proceso de industrialización al apoyarse en el
comercio exterior. De esta manera se amplió la influencia de la dominación periférica de los centros
imperialistas; fundamentalmente Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania.
La onda expansiva del tercer ciclo largo capitalista, que va aproximadamente de 1894 a 1914, para
interrumpirse con la Primera Guerra Mundial y reactivarse de 1920 a 1929, marca un hito importante
en la transformación cualitativa del proceso de internacionalización del capital, al irrumpir en la esfera
de la producción. La exportación de capitales se suma a la de mercancías como uno de los rasgos
esenciales en la internacionalización del dominio del capital, ahora transformado de simple capital
industrial en capital monopolista financiero. Esta exportación de capitales, patrocinada por los mono-
polios internacionales, marca una nueva fase y una nueva determinación en la división internacional
capitalista del trabajo entre países ricos y pobres.
El proceso se completa con una doble repartición del mundo: en lo económico, por parte de los
grandes conglomerados monopólicos; y en términos territoriales, entre las grandes potencias, con todo
lo cual se perfila la existencia de un monopolio colonial que se va ampliando gradualmente desde
4. La crisis estructural que desencadena la fase depresiva prolongada, que comienza aproximadamente
en 1973-1974, condiciona un proceso gradual de redimensionamiento económico que abarca aspectos
tanto de la reestructuración de las relaciones productivas como de las relaciones socioeconómicas en su
conjunto, fenómeno que adquirirá al mismo tiempo carácter internacional.
Ese proceso, que ha venido concretándose en las últimas décadas, ha sido también el escenario
–como se ha dicho– de la transición del modo tecnológico de producción mecanizada al automatizado y,
al mismo tiempo, de la plena manifestación de una nueva etapa en la internacionalización del capital
y en la división internacional capitalista del trabajo.
El reconocimiento de la existencia objetiva de ondas o ciclos largos y alternos de desarrollo acelera-
do o desacelerado, como característica normal y regular en la vida del sistema capitalista, nos prepara,
desde el punto de vista del conocimiento científico, para comprender la insostenibilidad de todo
discurso triunfalista –globalizador-externalizador– sobre el capitalismo, al tiempo que nos permite
reconocer que vivimos un proceso doblemente importante en su existencia; esto es, que la plenitud
del desarrollo de la fase imperialista, configurada actualmente en la competencia global, representa al
5. Sobre la base de lo antes dicho, resulta interesante ahora evaluar la situación de las grandes potencias
económicas para analizar de qué manera, y sobre todo en sujeción a cuáles directrices, ha respondido
cada país al proceso de internacionalización de los mercados y a las dinámicas de la competencia global.
Es preciso, ante todo, dejar en claro que el fenómeno de la internacionalización se produce a través
del comercio internacional y de la inversión productiva directa en el exterior, con lo cual una determi-
nada empresa asume las características de multinacional, al crear o adquirir filiales de producción en
diversos países4. Las inversiones directas en el exterior (IDE) son realizadas, en la práctica, por empre-
sas que quieren asentarse en otros países mediante la creación de un nuevo establecimiento productivo,
o a través de la compra de cuotas de participación en sociedades o compañías ya existentes5.
No es casual que nuestra atención se dirija específicamente al comercio internacional y a la dinámi-
ca de las inversiones exteriores, sean estas de portafolio (y por tanto más ligadas al carácter financiero-
especulativo) o propiamente inversiones directas orientadas al control accionario (y en consecuencia
de naturaleza más productiva). El análisis posterior apunta precisamente a estas dimensiones de la
economía internacional, por cuanto son ellas, más que ninguna otra cosa, las que configuran hoy el
imperialismo en su dimensión económica.
1. No se pretende entrar de seguidas en cuestiones específicas de teoría pura del comercio internacio-
nal, entre otras razones, porque nos interesa poco el choque entre la visión neoclásica y las tentativas de
retorno a los clásicos. En nuestro enfoque de crítica de la economía, el problema de fondo no es tanto
el de reconstrucción de la teoría pura del comercio internacional, como el de precisar la manera en que
esta funge de soporte fundamental para la actual dimensión y configuración de las relaciones interna-
cionales entre los diferentes países, con miras a delinear la presente fase del imperialismo económico.
Como se hizo en las partes precedentes con el fin de entender mejor la configuración y el modus
operandi de los diversos polos geoeconómicos, también en este caso, más que la teoría, será la relación
descriptivo-aplicativa la que nos ayude a identificar aquellos fenómenos relativos al intercambio in-
ternacional que efectivamente se verifican en la realidad, así como el contexto institucional en que se
producen; en este capítulo, nos refiere eso al comercio internacional o a las dinámicas de las inversiones
exteriores condicionadas por acuerdos internacionales y organismos supranacionales. Esto permitirá
identificar nada menos que la actual dimensión del imperialismo en la competencia entre áreas y po-
los, en un contexto de globalización neoliberal que sería erróneo considerar de rasgos exclusivamente
2. No es solamente a través de los movimientos de cuenta financiera que pueden identificarse los flujos
vinculados a relaciones imperialistas. El comercio internacional se transformó, durante el siglo xix, en
el sistema privilegiado por Gran Bretaña para imponer a todas sus colonias los mecanismos de apro-
piación internacional del valor, al extremo de destruir la capacidad productiva industrial de aquellas
para favorecer las exportaciones manufactureras inglesas e imponer, así, una división internacional del
trabajo en beneficio de la acumulación de capital de las empresas británicas6.
Durante la transición del capitalismo competitivo al monopolista, desde 1876 hasta la Primera
Guerra Mundial, la producción industrial mundial se cuadruplica y los intercambios internacionales
se triplican, mientras que la población aumenta en poco más de 25% (véase el cuadro que sigue).
En este período, el incremento del comercio internacional se produce de manera paralela entre el
centro industrializado, que intercambia productos manufacturados, y las colonias y países dominados,
exportadores de materias primas.
En el período que corre entre las dos guerras mundiales se suceden una serie de eventos que golpean
negativamente el comercio internacional: crisis monetarias, inflación galopante, devaluaciones, altera-
ciones del sistema monetario internacional, crisis de 1929, depresión de los años treinta, aumento del
proteccionismo y bloqueo del comercio internacional. Sin embargo, crece el peso del comercio de la
periferia hacia el centro, si bien a tasas más reducidas que en el período previo a la Gran Guerra, como
consecuencia del necesario aprovisionamiento de la industria de los países desarrollados.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo colonialista es sustituido por nuevas rela-
ciones políticas y económicas que permiten a las antiguas colonias acceder a la independencia formal,
al mismo tiempo que se establecen nuevos vínculos de dependencia y dominación determinados por
la nueva potencia dominante: los Estados Unidos.
3. Las estadísticas de la Unctad7 permiten conocer la evolución estructural del comercio mundial, por
regiones y grupos de países, para ese entonces. La participación es muy desigual: los países centrales
concentran el 60%-70% del comercio mundial; los de la periferia, alrededor de 25%-30%; y los
socialistas, 10%. Cerca del 70% del comercio de los países desarrollados se realiza entre ellos mismos,
mientras que los intercambios con la periferia representan 25%, y con los países socialistas, 5%. En
las décadas que van de 1960 a 1980, si bien el valor del comercio internacional se multiplicó por
diez, su volumen aumentó solo tres veces, reflejo de un crecimiento sustancial del precio de los bienes
exportables, derivado en su mayor parte de los países desarrollados.
A partir de 1980 asistimos a una reestructuración de la división internacional del trabajo, en la
cual no existe ya una marcada especialización por sectores productivos. Desde entonces, en efecto, los
productos manufacturados representan un porcentaje creciente en todos los países periféricos, tanto en
los menos desarrollados como en los de desarrollo relativo más elevado.
Entre 1980 y 2002, el volumen del comercio mundial vuelve a multiplicarse por tres, como había ocu-
rrido en el lapso similar anterior y su valor se multiplica por 3,1. Dicho de otra manera, el valor unitario
del comercio mundial no crece. La razón apunta al cambio que se produce en la división internacional del
trabajo en la era de la llamada “globalización”, que toma impulso con la década de los ochenta.
En la nueva división internacional del trabajo, el espacio es ocupado por empresas multinacionales
que pueden dividir el proceso de producción y deslocalizarlo, gracias a las nuevas tecnologías que posi-
bilitan su fragmentación, para aprovechar las diferencias de costo de la fuerza de trabajo. Se crea así un
nuevo y verdadero proletariado a escala mundial, en fuerte competencia internacional e intersectorial8.
El marcado incremento de las exportaciones industriales de los países de la periferia obedece a su
inserción en la “fábrica mundial” diseñada por las multinacionales, en la cual la instalación localizada
en países pobres es la más “harapienta”, la que utiliza más laboratorios, pero al mismo tiempo la que
produce menos valor agregado, con salarios más reducidos y tasas de explotación más elevadas.
Como lo evidencian los datos relativos al valor unitario de las exportaciones, son obviamente los
países periféricos los que han visto disminuir en los últimos años el valor agregado unitario, incluso
el de los principales exportadores de manufacturas. Por el contrario, los países desarrollados, a pesar
de los precios de dumping9 que aplican a sus exportaciones agrícolas, han mejorado el valor unitario de
sus exportaciones con respecto a las de 1980.
1. La escasa movilidad de los factores productivos, de los conocimientos, de las tecnologías y de los
recursos naturales y su distribución desigual entre los diversos países, determina que la producción de
bienes tenga costos diferentes para unos y otros. Para algunos países, entonces, resulta más conveniente
la producción de ciertos bienes, mientras para otros países es más fácil otro tipo de producción, lo que
lleva a determinar la llamada especialización productiva, de la que se deriva la necesidad del intercam-
bio internacional.
Recordemos que los economistas clásicos parten del presupuesto de que el valor de una mercancía
está determinado por el trabajo que contiene; por eso la medida del costo resulta del tiempo de trabajo
necesario para producirla, lo que puede variar de un país a otro.
La teoría clásica del comercio internacional es usualmente atribuida a Ricardo, quien la formuló
en sus Principios…, aun cuando en los escritos de Torrens están presentes algunas consideraciones que
anticipan la formulación ricardiana10. Ricardo puso en evidencia un aspecto muy importante, como lo
es el hecho de que el intercambio internacional no se produce en razón de la diferencia entre costos ab-
solutos sino entre costos relativos, vale decir, “costos comparados”. En consecuencia, la razón está cons-
tituida por la relación que se establece entre los precios de dos bienes en el intercambio internacional.
Según la teoría ricardiana, llamada de “costos comparados”, en el comercio internacional la ventaja
está centrada en la variable tecnológica: a fin de que se pueda cumplir el intercambio internacional,
debe existir una diferencia de “costos comparados”, que pone de manifiesto diferencias de técnica
productiva. Esto redundará en ventajas para todos los países participantes en el intercambio.
En consecuencia, toda vez que exista una diferencia entre los “costos comparados” de dos países,
habrá beneficios para ambos, siempre que la razón de intercambio internacional entre las dos mercan-
cías esté comprendida en tales costos.
La teoría del comercio internacional actualmente vigente sigue siendo la misma que elaboró Ricar-
do hace casi 200 años11. El principio fundamental de esta teoría es una construcción arbitraria, que
establece que la división internacional del trabajo en función de las ventajas relativas de los costos de
producción (“costos comparados”) permite maximizar la producción mundial agregada y, por tanto,
los ingresos de todos y cada uno de los países participantes en dicha división. En otras palabras, si
cada país se especializa en producir los bienes en los cuales su diferencia de costos de producción es
máxima con respecto a la de los demás países y si se especializa, por ende, en producir la mercancía
relativamente más económica, obtiene una ventaja general en el comercio internacional.
Esta teoría se basa en la aplicación, al comercio internacional, de algunas reglas de funcionamiento
que no se cumplen en una economía nacional, en la cual la especialización o división del trabajo se
2. La teoría de los “costos comparados” parte, pues, del presupuesto de que los distintos países poseen,
en medida diferente, recursos productivos naturales y recursos productivos debidos a la acción del
hombre. Esa diversa disponibilidad de recursos productivos presupone además que, en los países entre
los cuales se realiza el intercambio, haya en las diferentes ramas de producción una productividad que
permita una variada relación recíproca.
Se deduce que, a fin de que se establezcan las condiciones para un ventajoso intercambio inter-
nacional por parte de todos los participantes, se debe determinar la condición según la cual un país
resulta “superior” a otro en la producción de un determinado bien X (es decir, logra un menor costo
unitario) e “inferior” (mayor costo unitario) en la producción de un determinado bien Y.
Menos obvio, en cambio, es que pueda haber intercambio internacional incluso si uno de los
dos países es superior al otro en la producción de ambas mercancías. El gran aporte de la teoría
ricardiana fue, precisamente, mostrar las condiciones bajo las cuales también en ese caso es posible y
conveniente (para ambos países) el intercambio internacional. Así, pues, la condición necesaria para
el intercambio internacional es que en todo caso haya una diferencia en los costos comparados. El costo
comparado puede ser definido de dos maneras: como la relación entre los costos (unitarios) absolutos de
las dos mercancías en un mismo país, o como la relación entre los costos (unitarios) absolutos de la mis-
ma mercancía en los dos países (…). La proposición básica de la teoría en cuestión es que la condición
para que haya intercambio internacional es la existencia de una diferencia entre los costos comparados.
Esta, por otra parte, es solamente la condición necesaria; la condición suficiente es que la razón de
intercambio internacional esté comprendida entre los costos comparados, sin ser igual a ninguno de
los dos. Satisfechas ambas condiciones, para cada país será conveniente especializarse en la producción
del bien para el que tiene una ventaja relativamente mayor (o una desventaja relativamente menor)
(Gandolfo, 1986: 8-9).
En la teoría de los “costos comparados”, un país puede tener condiciones más ventajosas que otros
también para la producción de una serie de mercancías, condiciones que se distribuyen de manera
desigual entre sus diversos sectores productivos. Esto hace que la “superioridad” del país en cuestión
no sea la misma para todos los productos.
Si el intercambio se realiza cuando un país lleva ventaja en la producción de ambas mercancías,
pero mayor en una que en la otra, se incurre en la llamada “paradoja ricardiana”, según la cual puede
resultar conveniente importar una mercancía que se produce internamente a un costo mejor, con la
finalidad de reservar los recursos internos para producciones en las que sea evidente la “superioridad
productiva”.
Es obvio que las ventajas del comercio internacional se reparten de manera diferente entre los países
participantes; entre otras cosas porque, si varios países ofrecen las mismas mercancías en el mercado
internacional, esa competencia hará bajar los precios respectivos, mientras que se mantendrán altos los
1. Si en la teoría clásica (Ricardo) el comercio internacional basa su existencia en las diferencias secto-
riales que se dan de un país a otro en las estructuras de productividad del trabajo, en la teoría neoclásica
esa idea se modifica para atribuir tal existencia a las diferencias que, entre los países, se presentan en las
proporciones de los factores de producción12.
A partir de las bases asentadas por la teoría ricardiana, los estudiosos escandinavos Eli Filip Heck-
scher y Bertil Ohlin pusieron de relieve que en algunos países hay más abundancia del factor trabajo
que del factor capital, mientras en otros sucede lo contrario. Cada país, entonces, se especializará
en la producción de mercancías en las que utilice el factor productivo más abundante, que serán las
que exporte. Por tanto, el teorema Heckscher-Ohlin (HO) establece que un país exporta los bienes
producidos con cantidades relativamente grandes del factor relativamente abundante en su territorio.
Este teorema parte de una acepción particular del concepto de “factores de producción”, que permite
establecer su abundancia e intensidad relativas.
Según esa perspectiva, hay un precio del capital y un precio del trabajo, que serían homogéneos y
comparables entre países. Una imagen poco compatible con la visión de Ricardo, para quien el inter-
cambio no se puede determinar mediante la comparación del valor del dinero en productos agrícolas,
tejidos u otras mercancías, sino a través de la estimación del valor de la moneda de un país, comparado
con la moneda de otro. Esto es así porque las diferencias de productividad determinan estructuras de
precios diferentes. Si dos países tuvieran la misma estructura de productividad, desaparecería para ellos
todo interés en el comercio mutuo. Pero ocurre que solamente con estructuras de productividad igua-
les resultan comparables los precios relativos de los factores y es posible definir la “abundancia” relativa,
ya que solo en ese caso existe una abundancia absoluta de magnitud homogénea y parangonable.
Las hipótesis simplificadoras adoptadas para llegar a tal resultado son, además de las usuales (ausencia
de costos de transportación, libre comercio, competencia perfecta, inmovilidad internacional de los
factores productivos), las siguientes:
1. Las funciones de producción tienen productividades marginales siempre positivas y decrecientes,
y son homogéneas de primer grado (rendimientos de escala constantes). Además, son idénticas en
ambos países, aun siendo diferentes para los dos bienes; en otras palabras, la función de producción
para el bien A es la misma en el país 1 y en el país 2, y es diferente a la función de producción para
el bien B, que a su vez es idéntica en los dos países.
2. La estructura de la demanda (es decir, las proporciones en que dos bienes son consumidos, para
toda relación dada entre los precios) es idéntica en los dos países e independiente del nivel de renta.
3. Queda excluida la inversión de las intensidades factoriales de los dos productos (Gandolfo,
1986: 96-97).
3. En lo esencial, el modelo HOS establece el caso de dos países que producen solamente dos mercan-
cías (caso clásico). Estas mercancías son bienes de consumo. No se utilizan medios de producción de
hechura humana (bienes de capital); la producción se lleva a cabo directamente, por trabajo homogé-
neo, directo y terreno, de calidad también homogénea, con ocupación plena de la dotación de tierra y
trabajo. No se producen ni se intercambian bienes de capital.
El “truco” de la teoría ricardiana, y por extensión de la teoría neoclásica, a partir del teorema de
Heckscher-Ohlin-Samuelson14 (HOS), consiste en postular que la existencia de diferentes unidades
monetarias, en los países que participan en la división internacional del trabajo, se traduce, por vía de las
modificaciones de las tasas de cambio, en movimientos de los precios relativos, lo que favorece una dis-
minución de los costos monetarios de los productos de especialización y un aumento de los costos de los
productos que no tienen ventajas relativas y, a su vez, estimula la tendencia al “monopolio” de produc-
ción y a su repartición entre todos los participantes, en función de la respectiva especialización pro-
ductiva. Los movimientos de precios equilibran los costos relativos y favorecen la especialización
internacional.
En realidad, los movimientos de dinero y de los precios de cada uno de los países con unidades
monetarias diferentes, se mueven en el mismo sentido que el dinero y los precios en las regiones de un
país que tiene una misma moneda. La salida de dinero desde la región con costos de producción supe-
rior hacia la región con costos inferiores no se traduce necesariamente en un aumento de la circulación
de dinero en esta última, ni en un consecuente aumento de los precios nominales (aumento nominal
de costos), simplemente porque el exceso de dinero obtenido por las ventas en la región sin ventajas se
1. Las versiones más frecuentes del teorema de HOS, como por ejemplo el aporte de Jones (Jones
en Villareal 1979), sustituyen la “tierra” del modelo de Samuelson por el “capital”, sin considerar el
cambio cualitativo que esto significa.
El concepto tradicional de “capital” considera no la tierra y el trabajo, sino los medios de producción
elaborados o de hechura humana. La dotación de capital que se encuentra en muchos análisis HOS
viene dada simplemente en cantidad: se trata, en apariencia, de un input homogéneo y frecuentemente
no consiste en medios de producción, ya que los únicos sectores productivos considerados son los
de bienes de consumo. Sin embargo, una dotación de capital no es lo mismo que una dotación de
tierra; por tanto, las propiedades de un análisis HOS con una determinada dotación de capital no
pueden ser las mismas que con una determinada dotación de tierra, por la simple razón de que el
“valor capital” se define únicamente en términos de precios relativos, los cuales se resuelven dentro
del análisis.
2. De esta manera, resulta poco claro qué significa decir que un país tiene una dotación de capital de
un valor determinado: ¿con qué unidad se mide esa dotación? Aun si estos enredos fuesen resueltos,
está demostrado que la relación capital-trabajo, en cualquiera que sea el sector, no tiene por qué ser
inversamente proporcional a la tasa de ganancia. Tampoco es necesario que, entre dos mercancías,
aumente el precio relativo de la más intensiva en capital, incrementando la tasa de ganancia.
Así, dos de las propiedades primarias del análisis HOS, basado en la tierra, no pueden ser trans-
feridas –por mera analogía– a la versión basada en una determinada dotación de capital15. En conse-
cuencial, la teoría HOS tiene poco que decir acerca del crecimiento del producto y el comercio, que
depende siempre del incremento de las inversiones en bienes de capital. La teoría HOS no aporta
siquiera una mejor comprensión del comportamiento del consumo en el comercio.
De acuerdo con esta teoría, dado que no todos tienen las mismas posibilidades de acceso a la
tecnología, cada país se especializará en la producción de ciertos bienes y los exportará según sea su
capacidad para aplicar las tecnologías a la creación de nuevos productos. En general, los países con alto
nivel de desarrollo industrial y tecnológico producirán y exportarán productos que se encuentran en
su fase introductoria, es decir, recientemente inventados; otros países, con nivel medio de industriali-
zación, producirán y exportarán bienes que están en la segunda fase de su ciclo vital, la de maduración;
y, finalmente, los países en vías de desarrollo producirán y exportarán bienes que se hallan en su tercera
fase, la de estandarización.
La teoría del ciclo del producto atribuye, pues, una particular importancia a los niveles de conoci-
miento tecnológico alcanzados por un país, para explicar su actuación en el intercambio internacional.
No obstante, ese enfoque no puede ser asimilado al de la brecha tecnológica, que asume principalmen-
te el aspecto de retraso.
Según Posner, del retardo en la imitación hay que sustraer el retardo de la demanda (demand lag), es
decir, el tiempo que corre entre la aparición del nuevo producto en el país innovador y la aparición
de la demanda respectiva en los otros países (...) la importación del producto tendrá lugar, entonces,
solamente en el período resultante de la diferencia entre el retardo en la imitación y el retardo de la
demanda (...) una vez producida la imitación, la importación tiende a cesar, pero, como sea que
la aparición de nuevos productos ocurre continuamente, este aspecto del comercio internacional
se perpetúa. Por otra parte, nadie ha dicho que todos los países tengan el mismo retardo en la
imitación, por lo cual, aun si uno o más países logran imitar el nuevo producto, el país innovador
tendrá siempre ventaja en otros mercados, donde ese retardo es más pronunciado, gracias a su mayor
experiencia en la producción del bien en cuestión (Gandolfo, 1986: 337).
1. La teoría ortodoxa clásica y neoclásica del comercio internacional considera que un sistema econó-
mico produce, a través de sus factores productivos primarios –como, por ejemplo, maquinarias que
no son objeto de comercio internacional–, bienes finales de consumo que puede intercambiar en el
ámbito internacional. En la práctica, el factor capital es presentado ficticiamente o, incluso, es obviado
mediante el uso del factor “tierra”, como otro factor productivo que se agrega al trabajo. Obviamente,
2. La conclusión de Robinson es clara: una variación de la tasa de cambio ejerce sobre los precios
relativos nacionales y exteriores el mismo efecto que una variación similar de los salarios. Para eliminar
el déficit de un país se requiere el mismo deterioro de su situación real en términos de capacidad de
intercambio, sea que esto se lleve a cabo mediante una depreciación de la tasa de cambio o que ocurra
por reducción de los salarios monetarios.
P bruta = Y/L
P neta = Y/L - k - t
(Y: renta; L: trabajo; k: costo del capital; t: costo de la tierra)
ΔP > Δv
venderá siempre a precios inferiores al resto del mundo, con lo cual aumentará su cuota de mercado
para los productos que mantengan ese diferencial relativo entre productividad y salarios monetarios. A
fin de que esta situación pueda mantenerse en el tiempo, bastará que el ejército industrial de reserva sea
lo suficientemente grande para no provocar un alza de los salarios como consecuencia del aumento de
la ocupación en el sector productor de bienes exportables. ¿Qué pasa entonces con el modelo neoclá-
sico, si consideramos que existe un mercado mundial de capitales, es decir, si postulamos la existencia
de préstamos internacionales de capital, como sucede actualmente? El análisis de Joan Robinson nos
ilustra el caso.
S - P = X - M
y
[S > P] = [X > M]
[S < P] = [X < M]
a) L↓ ⇒ V↓ ⇒ [X↑; M↓]
b) L↑ ⇒ V↑ ⇒ [X↓; M↑]
Esto hasta que se restablezca la plena ocupación, en el caso a), y los salarios monetarios se estabili-
cen, en el caso b), mientras se mantiene el incremento de la demanda de trabajo.
Pero la inversión incrementada generará siempre un aumento de esta última demanda en el país
receptor (ya que DY > DM siempre, puesto que una parte del DY está conformada por bienes no
exportables), lo que producirá un aumento de los salarios monetarios:
P↑ ⇒ L D↑ ⇒ V↑ ⇒ [X↓; M↑]
con L D = demanda de trabajo
X↓ ⇒ L O↑ ⇒ V↓
con L O = oferta de trabajo
El incremento de los salarios continúa hasta que la industria de exportación libera un volumen de
trabajo suficiente para llevar a cabo la inversión, es decir, cuando se igualan los incrementos de la oferta
y la demanda de trabajo:
ΔLO = ΔLD
En el resto del mundo, esto supone un ΔL destinado a sustituir con producción del resto del
mundo la caída de las exportaciones hacia el país receptor de la inversión. Pero, como subraya Joan
Robinson, no hay motivo alguno para que esos movimientos se compensen con exactitud. Al final, se
llega a una posición de equilibrio en la cual los niveles de los salarios relativos son tales que cada país
participa, directa o indirectamente, en el suministro del exceso de exportaciones del resto del mundo
hacia el país donde P > S.
Los países en los que el equilibrio implica un aumento de los salarios monetarios, en relación con
el resto del mundo, gozan de una relación real de intercambio más ventajosa, ya que su renta real
aumenta a medida que disminuye en los restantes países (Robinson, 1959: 156).
1. En general, hasta fines de los años setenta la teoría marxista se ocupó poco del análisis teórico del
comercio internacional. Esto explica la ausencia de una crítica marxista de la teoría clásica en ese
campo, al menos hasta la aparición de los escritos de Samir Amin y el surgimiento del debate en torno
al intercambio desigual17.
Otra razón para este escaso desarrollo teórico radica en el hecho de que, para poder hacer un
correcto análisis de la circulación internacional de capital y de mercancías (comercio), debe antes desa-
rrollarse el tema del dinero, especialmente la relación entre valor y precio, plusvalía y ganancia. Dado
que la teoría marxista del dinero está todavía en fase de elaboración, no es casual que la interpretación
ortodoxa del comercio internacional no haya tenido respuesta teórica hasta hace unas pocas décadas.
De seguidas sintetizamos los aportes de dos de los autores marxistas que han analizado con mayor
rigor el impacto del comercio internacional en la acumulación capitalista.
2. Pierre Dockés (1980) señala que el problema de la teoría convencional del comercio internacional
se encuentra en sus propios fundamentos, al haber una contradicción entre la teoría ricardiana sobre
esta materia y su teoría del valor.
En el capítulo sobre el comercio exterior, Ricardo admite que el valor de los bienes importados se
mide con el valor de las mercancías “que damos a cambio”; es decir, según la cantidad de trabajo in-
cluido en los bienes exportados. En el capítulo referente al valor, en cambio, critica la teoría de Smith,
según la cual el valor de un bien está determinado por la cantidad de trabajo que permite obtener a
cambio (el valor de la fuerza de trabajo estaría así determinado no por la cantidad de trabajo necesario
para producirlo, sino por el valor de las mercancías que permite obtener, teoría absurda que niega la
posibilidad de existencia de la plusvalía). El intercambio internacional no se realiza a valores iguales
y por tanto puede, incluso, rendir un valor superior en las importaciones que en las exportaciones, al
contrario de lo que piensa Ricardo.
Pero Dockés se hace una pregunta fundamental: ¿la tasa de ganancia se modifica en el comercio
exterior? Según Ricardo, no, porque el comercio deja intacta la masa de capital nacional y la totalidad
del trabajo; por tanto, la masa de valores es constante. Dockés señala que a) en la generalidad de los
casos, el comercio exterior deja inalterada la tasa de ganancia, pero b) esta puede ser modificada por la
importación de bienes-salario.
a) Adam Smith consideraba que si los capitales destinados al comercio exterior no están disponi-
bles para la producción de bienes internos, la demanda se mantiene igual; por tanto, el precio de
En conclusión, el poder obtener bienes del exterior con exportaciones de menor valor que los bienes
domésticos sustitutivos de esas importaciones, tiene dos consecuencias que se anulan recíprocamente:
liberar una parte del capital disponible para otras producciones, liberar una parte del ingreso
disponible para otras adquisiciones (Dockés, 1980).
b) Si los capitalistas pueden, al importar los bienes de consumo de lujo, adquirirlos a menor costo,
logran entonces elevar la tasa de acumulación si no destinan el ingreso disponible liberado a su
consumo, sino al ahorro y la inversión; de esta manera, la tasa de acumulación se incrementa
sin que aumente la tasa de ganancia, por efecto de la modificación en el uso de la plusvalía
(excedente).
3. Anwar Shaikh18 aplica la teoría marxista del valor en una elaboración teórica sobre el comercio in-
ternacional, de cuya concepción clásica hace una crítica adecuada. Para este autor, las teorías marxistas
más conocidas (la teoría del imperialismo o la teoría del desarrollo desigual) aceptan los principios de la
ley ricardiana de los costos comparados, y es solamente a través de los movimientos internacionales de
Ooro↑ ⇒ D↑ ⇒ Y↑ ⇒ Doro↑
y si
Ooro > Doro ⇒ i↓
Un aumento de la cantidad de oro reduce la tasa de interés, y una reducción, la incrementa19. Las
variaciones de los precios dependen de los tiempos de trabajo y las de las tasas de cambio, de la existen-
cia de mercancías-dinero. Pero en Marx no existe esa conexión directa entre variación de la cantidad de
dinero-oro y variación del nivel de precios; no es la suya una teoría cuantitativa del dinero.
¿Cómo se vinculan estos desarrollos teóricos de la ley del valor y de la teoría del dinero con el
comercio internacional? Según Shaikh, la diferencia fundamental entre Marx y Ricardo es la que
establecen entre valor y precio. El precio en dinero es para Marx la medida externa del valor de una
mercancía: su forma y nivel dependen de un conjunto de factores (oferta y demanda, límites sociales,
etcétera), pero en última instancia se encuentra regulado por el valor. En el ejemplo de Ricardo, la sali-
da de oro de Inglaterra hacia Portugal haría variar los respectivos niveles de precios hasta hacer posible
el comienzo de las exportaciones de Inglaterra. Pero este argumento depende de la teoría cuantitativa
del dinero, que en la realidad no funciona.
Marx, a diferencia de Ricardo, no establece ningún vínculo directo entre movimientos de oro y
movimientos de precios. Según Marx, la salida de oro fuera de Inglaterra hará disminuir la oferta de
capital-dinero que pueda ser prestado. Subirá la tasa de interés. A medida que la producción inglesa
sucumba ante las importaciones portuguesas, la producción interna y la inversión disminuirán. Por
tanto, la salida de oro conduce a una disminución de las reservas bancarias, a frenar la producción
y a tasas de interés más altas. Entretanto, los efectos opuestos se producen en Portugal. En algún
momento será ventajoso para los capitalistas portugueses colocar su dinero-oro en Inglaterra. Cuando
esto ocurra, el capital financiero de breve plazo se trasladará de Portugal a Inglaterra y allí la tasa de
interés comenzará a descender, mientras sube la portuguesa, hasta que lleguen a igualarse. El equilibrio
representa entonces una situación en la que Inglaterra mantiene un déficit comercial crónico que cubre
con préstamos internacionales a corto plazo y Portugal, un surplus o excedente comercial que permite a
sus capitalistas hacer empréstitos comerciales. Pero esta situación es solo temporal. Al final, Inglaterra
tendrá que pagar los intereses de los préstamos y esto, unido a los pagos por las importaciones, llevará
al hundimiento de su economía.
En el libre comercio, la desventaja absoluta de un país tiene como resultado déficit comerciales
crónicos y préstamos internacionales acrecentados. Las únicas mercancías que puede exportar ese país
son aquellas en las cuales sus costos de producción son más bajos, gracias a ventajas específicas y locales
que le permiten compensar su menor nivel de eficiencia general. “No importa que haya salarios más
Si el comercio se realiza entre países con niveles de desarrollo similar, es decir, con ventajas absolutas
repartidas paritariamente para los diversos tipos de producción, es posible esperar un modelo de
comercio más o menos equilibrado, en el que las estrategias comerciales, la experiencia, la disponibilidad
de recursos y otros factores serán de gran importancia. Pero no entre un país con ventajas absolutas
y otro con desventajas absolutas, vale decir, entre un país desarrollado y uno subdesarrollado. En
ese caso, el resultado natural del libre comercio es necesariamente un desequilibrio estructural en la
relación comercial (Shaikh, 1990: 199).
Finalmente, algunas conclusiones esenciales del análisis marxista que contradicen la visión tradicio-
nal de la teoría del comercio internacional:
— notas —
1 Para una crítica aguda de la mencionada concepción reduccionista, cfr. Bellamy Foster (2002b), donde entre otras cosas se
recogen interesantes fragmentos de las tesis de los nuevos gurús del rampante imperialismo estadounidense e inglés.
2 Para un examen atento y articulado de este tema, cfr. Vasapollo, Jaffe, Galarza (2005).
4 Esta forma de inversión responde a diversas exigencias, como “la imposibilidad de producir cantidades suficientes en el país de
origen, particularmente en lo que respecta al sector primario, por razones vinculadas con la escasez de recursos naturales; la
imposibilidad de vender cantidades suficientes en los países de destino, sea por motivo de la naturaleza misma de los productos
o por la existencia de barreras proteccionistas; la posibilidad de beneficiarse de las ventajas comparativas macroeconómicas
de los países de asentamiento, y en particular de los países en vías de desarrollo, que generalmente presentan bajos costos
salariales” (Lafay, 1996: 40-41).
rior. Esto comprende nuevas instalaciones, fusiones y adquisiciones entre las sociedades matrices y sus filiales en el extranjero;
además, una parte de tales inversiones puede asumir la forma de adquisición de cuotas de capital de la sociedad en cuestión”
(Eurostat, 1995: 241).
6 Cfr. Walter Rodney (1972), útil además para recordarnos que el capitalismo colonialista es obra del imperialismo europeo y no
del norteamericano.
8 A este respecto, cfr. Martufi, Vasapollo (2000a); Casadio, Petras, Vasapollo (2003).
10 Para profundizar en este tema y, en general, en la teoría pura del comercio internacional, así como en los problemas a los que
12 Para un abordaje denso de la teoría del comercio internacional, de Smith a Ricardo y a los neoclásicos, cfr. Murat, Pigliaru
14 El teorema HOS solamente aporta a la teoría ricardiana la afirmación, no demostrada empíricamente, de que las ventas se
establecen en función de la dotación relativa de factores: las ventajas se manifiestan en la producción de aquellos bienes en
cuya producción interviene en mayor medida el factor (capital o trabajo) más abundante en el país.
15 Un análisis crítico general del modelo neoclásico puede verse en Gérard Destanne de Bernis (1987, cap. I; IV; X).
19 Es importante considerar que la inversión no depende de la tasa de interés, sino de la tasa de ganancia, que para Marx son dos
cosas distintas: la primera es un indicador (financiero) de redistribución de la plusvalía, mientras la segunda expresa el nivel de
explotación de la fuerza de trabajo y la rentabilidad que esto genera.
– La balanza de cuenta corriente, que incluye todos los movimientos de dinero asociados a movi-
mientos de mercancías (comercio de bienes y servicios), rentas de los factores (capital y trabajo)
y transferencias corrientes (principalmente, remesas de emigrantes y ayudas internacionales)
que inciden en la renta disponible del país; vale decir, que influyen en la determinación del PIB
y el PNB, o en sus conceptos derivados (PNN o RN, RP, RD). Esta balanza se subdivide en
cuatro secciones básicas: bienes, servicios (que incluyen turismo y viajes), rentas y transferencias.
Es importante resaltar, por tanto, que las rentas de trabajo y las rentas de inversión configuran
una balanza con identidad propia, diferenciada de la de servicios. En tal sección de las partidas
corrientes, la subscripción relativa a las partidas visibles o mercancías constituye la balanza co-
mercial; frente a las exportaciones se registran las entradas de divisas y, tras las importaciones,
su salida.
– La balanza de cuenta de capital, que abarca las transferencias de capital y las adquisiciones y
disposiciones de activos inmateriales. Allí se incluyen, por ejemplo, las transferencias de capital
que revisten importancia entre países miembros de la Unión Europea.
– La balanza financiera, que comprende las operaciones que tienen influencia en la posición acree-
dora o deudora del país: inversiones directas, inversiones de portafolio, derivados financieros1,
reservas y errores y omisiones son sus principales componentes. Las inversiones directas incluyen
aquellas que reflejan la intención del inversionista de obtener un rendimiento permanente en
la empresa en la que invierte, mediante un grado significativo de control o de influencia en sus
órganos de dirección. La regla práctica especificada en el Quinto manual de balanza de pagos del
FMI define como inversionista directo al propietario de 10% o más del capital de la empresa en
la que se ha efectuado la inversión respectiva. Aunque esa regla no es determinante, puesto que
es cosa aceptada que se puede alcanzar una posición decisiva en la directiva de una compañía o
sociedad con una participación menor –o, por el contrario, que esta sea para tales fines insufi-
ciente, aun superando el 10%–, el FMI aconseja utilizar dicho porcentaje como línea divisoria
esencial entre las inversiones directas y las de portafolios, cuando se trata de propiedad acciona-
ria. Las inversiones de portafolios abarcan las transacciones en valores negociables, con exclusión
de aquellas que, habiéndose efectuado en acciones, cumplan los requisitos para ser consideradas
como inversiones directas. No se incluyen los derivados financieros, aunque sean negociables.
Esta balanza se subdivide en tres componentes principales: acciones, bonos y obligaciones e
instrumentos del mercado monetario. La balanza de “Otra inversión” recoge, esencialmente,
las operaciones de préstamos –comerciales y financieros–, separadas en corto y largo plazo, y las
de depósitos, comprendidas por la posesión de billetes extranjeros. Por derivados financieros se
entienden todos los instrumentos de esta naturaleza que puedan estimarse, siempre que exista
un precio de mercado para el activo subyacente, independientemente de cuál sea ese activo y de
que se negocie o no en mercados organizados2.
Transferencias corrientes
Administraciones públicas
Sectores remanentes
Remesas de trabajadores
Otros
a) Partidas corrientes.
b) Cuenta de capital (privada y pública).
c) Discrepancia estadística.
d) Transacciones oficiales.
La primera sección mide la diferencia existente entre las importaciones y exportaciones totales de
bienes y servicios entre un país y el operador exterior.
Los flujos de capital calculados como sub b) indican los préstamos que el Estado y los ciudadanos
obtienen de o conceden a otros Estados o ciudadanos residentes en el exterior. Por causa de diversos
problemas, no todas las operaciones con el exterior son calculables (transacciones no registradas) y,
por tanto, la tercera sección, llamada también “de errores y omisiones”, tiene por fin igualar el saldo
de las partidas corrientes y de las cuentas de capital con el saldo de los movimientos monetarios
(es esta la denominada discrepancia estadística, que equivale al valor neto de todas las transacciones
no registradas).
Por definición contable, la balanza de pagos debe estar en equilibrio; esto es, con ingresos y egresos
a la par. Sin embargo, ni siquiera esta convención se cumple en términos apropiados. En casi todos los
casos, la partida de “errores y omisiones” se ve considerablemente engrosada3, lo que refleja, por una
parte, deficiencias en la estadística, pero también, y de manera cada vez más determinante, la existencia
de una “economía sumergida” que internacionalmente va en aumento, vinculada al comercio ilegal, al
crimen organizado y a las transacciones financieras en los paraísos fiscales.
El resto de las partidas corresponde, en la mayor parte de los casos, a artificios contables utilizados
por los Estados para “cuadrar el balance” y para diferir en el tiempo los pagos, en forma de acumulación
de deudas por pagar (o por cobrar) como consecuencia de mercancías adquiridas (o vendidas) a crédito.
Resumiendo, en general las exportaciones registran ingresos de divisas y las importaciones, flujos
de salida de divisas: un saldo positivo en la balanza refleja un excedente; uno negativo, un déficit.
Está claro, entonces, que la exportación de bienes y servicios comporta una entrada de divisas y la
exportación, una salida de divisas. Por tanto, si un exportador del país en cuestión no hace el encaje
de divisa exterior, sino de su contravalor en moneda nacional (euros, por ejemplo), aumentarán los
créditos hacia el operador exterior y, al mismo tiempo, la exposición deudora de las instituciones
monetarias centrales, que habrán aumentado la emisión de su moneda legal. Es por eso que el saldo de
la sección de movimientos monetarios (compensatorios) influye en la gestión de liquidez del sistema-
país en cuestión; en efecto, si el saldo de los movimientos monetarios es negativo, se incrementará la
circulación de moneda legal y se reducirá con saldo positivo.
Una característica de la globalización neoliberal es el creciente peso de la inversión de portafolios,
que no implica el control de la propiedad de los medios de producción, pero apunta a la obtención,
en forma de renta (financiera), de una parte de la utilidad generada en el proceso productivo. Estas
rentas, cuando se declaran, son incluidas en la balanza de pagos, en la partida de ingresos por rentas
de inversión.
Al reordenar las partidas en función de la clasificación indicada (capital-mercancías, renta y capital
productivo), el análisis de la balanza de pagos permite identificar algunas tendencias claves en el pro-
ceso de acumulación capitalista.
3. Con la creación del euro se modifica la definición del concepto de “reservas nacionales” en los países
miembros de la Eurozona. Tales reservas son ahora definidas como “activos líquidos en divisa extranje-
ra que los bancos centrales nacionales mantienen, en relación con los residentes de países distintos de
la UEM”* (Banco de España, 2001).
4. Valga precisar que el saldo de la balanza de pagos indica también, en estricto sentido, una demanda
y una oferta de moneda extranjera, así como la tasa de cambio y el precio de compra-venta de diversas
monedas entre residentes y no residentes. Si el aumento de la tasa de cambio es superior al incremento
del índice de precios habido en un país dado durante un determinado período, eso significa que la
moneda nacional, en términos de cambio, ha sufrido una devaluación superior a su pérdida de poder
adquisitivo en el país en cuestión. En general, si el aumento de los precios es superior (o inferior)
que el aumento de la tasa de cambio, se tendrá una pérdida (o una ganancia) de competitividad en el
cambio. Si se producen así anomalías fuertes y perdurables en el mercado de cambios, generalmente
no basta con los llamados desplazamientos espontáneos de la balanza de pagos para reequilibrarlo. Se
tornan necesarias, entonces, las intervenciones de las autoridades monetarias o de los bancos centrales,
interesados en inyectar o retirar cantidades de la divisa en tensión con el fin de corregir tales anomalías.
Para seguir atentamente el comportamiento del mercado de cambios y, por tanto, la estructura de
las dilaciones de pago que se registran con relación a las divisas, las autoridades monetarias elaboran
–conjuntamente con la balanza de pagos propiamente económica, construida según los principios de
la competencia– una balanza de divisas (esto es, de los encajes y desembolsos en divisas, y por ende re-
ferida al momento del pago efectivo de las divisas), justamente para considerar los desfases temporales
entre entrada y salida de una mercancía y el pago correspondiente (la salida de mercancías hace surgir
un crédito y la entrada, un débito). El desfase temporal entre flujos físicos y flujos monetarios depende
de la naturaleza de los primeros y del período al que se refiere la balanza.
El Banco de Italia define la balanza de divisas como una esquematización de la balanza de pagos,
en la que se exponen los pagos efectivos en divisas de las transacciones con el exterior4. Las casillas
1. En definitiva, la riqueza, la naturaleza y el trabajo pueden ser propiedad de los ciudadanos de los
países dominados, pero las estructuras socioeconómicas y las reglas de funcionamiento del mercado
se organizan, cuando se está bajo el influjo de un país dominante, de manera tal que el disfrute
de los recursos naturales y del trabajo queden para beneficio exclusivo de la potencia imperialista y de
sus representantes locales. En términos económicos, ese condicionamiento de las estructuras se refleja
en un sistema de precios y flujos de valor que los autores marxistas han caracterizado, mediante su
análisis, como teoría del intercambio desigual o teoría del desarrollo desigual y combinado. Está claro
que el desarrollo desigual y combinado implica la imposibilidad teórica de concreción de algunos de
los objetivos de la Unión Europea, como la cohesión territorial, en el ámbito de la cual se cumple el
— notas —
1 Cfr. Banco de España (2004: 119-120). Para profundizar en la estructura contable y en el significado tanto de las secciones
2 Transacción económica es el paso de un bien, servicio o instrumento crediticio de un sujeto u operador económico a otro. El
concepto de residente no coincide con el de nacionalidad. En el caso de los fondos de la Unión Europea, las transferencias del
FSE y el Feoga-Garantía** se clasifican como corrientes, mientras que las del Feoga-Orientación, Feder*** y Fondo de Cohe-
sión y Pagos Nacionales a la Unión Europea se consideran (salvo los pagos al FES) como transferencias de capital.
3 En Estados Unidos, entre 1960 y 1983, el importe de los errores y omisiones equivalía aproximadamente, cada año, a 0,5%
del PIB. Desde 1984, en coincidencia con el inicio de la globalización financiera, esos valores representan el equivalente a 2% del
PIB y en algunos años, por ejemplo en 2000 y 2002, ha superado el 4%.
para las transacciones con los no residentes en el área. Dentro del área del euro, la balanza de pagos de Italia equivale a una
balanza ‘regional’ y, en cuanto tal, no es un instrumento de la política monetaria y cambiaria, como lo es la balanza del área del
euro. Es, sin embargo, un instrumento fundamental para el análisis económico a nivel nacional, y en particular para el análisis
de la aformación y el uso de los recursos. Sobre la base de los aportes nacionales se calcula además, siempre a nivel del área
monetaria, la ‘presentación monetaria de la balanza de pagos” (Banco de Italia, 2004: 15).
1. El enfoque de Marx
1. El estudio del operador resto del mundo, y por tanto de las relaciones económicas de un país con el
exterior, no tiene sentido sin un análisis de la actual fase del imperialismo.
En el llamado pensamiento único hay conceptos mistificadores, ampliamente divulgados por la pu-
blicística –como “fin de la historia”, “nuevo orden mundial”, “teoría neoliberal de la globalización”–,
cuyo fin es promover un pensamiento funcional a los objetivos de la oligarquía financiera internacio-
nal, que quiere presentarnos el mundo en forma compatible con un orden social que haga seguro su
proyecto de dominación a nivel mundial1.
El punto central de la teoría económica de Marx, como hemos visto, es el análisis de las tendencias
del capitalismo, independientemente de la voluntad y de la conciencia de los hombres. Marx descubre
la ley económica interna en la que se apoya el movimiento del capital y nos demuestra, sobre esa base, el
límite histórico del sistema capitalista y la inevitabilidad del triunfo del socialismo. Al no estar maduras
para eso las condiciones, describe el tránsito al socialismo como una tendencia histórica de la acumula-
ción capitalista (sección VII, capítulo XXIV del primer tomo de El Capital) y afirma que el capitalismo
prepara, inevitablemente, la expropiación de los expropiadores a escala mundial. En el análisis realizado
por Marx se pueden identificar puntos claves para la interpretación de las relaciones internacionales:
2. Dado que la práctica social es el criterio con el que se mide la exactitud de los principios teóricos,
es necesario evaluar los nuevos fenómenos fundamentales surgidos en el seno del sistema capitalista.
Aun si esos fenómenos no alteran la esencia del modo de producción, es indispensable descifrar la
“maleza” de las nuevas formas que se presentan como andamiaje, como superestructura del viejo capita-
lismo, escondiéndolo todavía más. La fase imperialista no pone al descubierto su esencia capitalista, sino
que antes bien la hace más compleja y la esconde tras una fachada que podríamos llamar “de segundo
grado”. La esencia del surgimiento de la fase monopólica está íntegramente presente en el mecanismo
de la acumulación capitalista, estudiado por Marx en la sección VII del primer tomo de El capital 4.
Es importante llamar la atención sobre el hecho de que la libre competencia se manifestó, a partir
del capitalismo premonopolista, como antítesis del monopolio5 y era esto lo que daba a los capitalistas,
que gozaban de un monopolio temporal, el privilegio de disfrutar permanentemente de utilidades
extraordinarias. No es correcto afirmar que el monopolio constituye la antítesis de la competencia.
Como bien lo indica el propio Karl Marx, “el monopolio engendra la competencia, la competencia
engendra el monopolio. Los monopolistas compiten entre sí, los competidores pasan a ser monopo-
listas” (Marx, 1974: 149).
2. La combinación de un monopolio bancario con uno industrial se obtiene sin necesidad de que
se unan en una nueva estructura monopólica. Es suficiente que haya entre ellos una estrecha unión,
convalidada por vínculos financieros, por la presencia de grandes accionistas comunes, por personeros
compartidos en ambas directivas, etcétera. Se trata de nexos muy estrechos y de niveles de subordi-
nación que se establecen entre las formas funcionales del capital financiero; es decir, sobre la base de
relaciones indirectas estables y flexibles, relaciones a largo plazo, relaciones de dependencia determi-
nadas por la posesión de acciones en la bolsa. Lenin, al considerar algunas características del capital
financiero, observó que se trataba de un capital particularmente móvil y flexible, impersonal y ajeno
a la producción directa, que se presta con facilidad a la concentración y que puede ser combinado
mediante distintas formas de participación.
Todos estos fenómenos se manifiestan ya como parte de las condiciones del período de transición
del capitalismo de libre competencia, aun cuando no todavía como formas dominantes.
Fue Engels quien entendió algunos de ellos y Marx los intuyó en los problemas aquí analizados,
pero tocará a Lenin el mérito de crear las nuevas formulaciones teóricas.
1. Lenin no se planteó la formulación de una teoría como objetivo intelectual: esa tarea le fue impuesta
por su deseo de transformar la realidad social que lo circundaba. Por tal razón, en la obra de Lenin hay
una búsqueda incesante de comprensión de la realidad para llevar ese conocimiento a la política, sobre
la cual se funda toda su producción intelectual. Ya en sus primeras obras, a fines del siglo xix, comen-
zaban a surgir algunos elementos relativos al análisis de la transformación que se estaba dando en el
capitalismo de libre competencia y en el capitalismo monopolista o imperialismo. Se nota que Lenin,
en su elaboración teórica, había consultado el libro de Bujarin, La economía mundial y el imperialismo,
sobre una base económica.
El término “imperialismo” era ya bastante utilizado y se empleaba en sentido político para ca-
racterizar o denominar la expansión colonial de las potencias capitalistas dominantes de la época.
Con Lenin se transformó en un concepto basado en la economía política a partir de los aportes de
su pensamiento, pues el imperialismo se convierte en un concepto que caracteriza como capitalismo
monopolista una fase del modo de producción capitalista6.
2. Lo que ocurrió en ese entonces es muy parecido a lo sucedido a finales del siglo xx, época en que
los marxistas han tenido que afrontar tanto los cambios del imperialismo como las interpretaciones
erróneas provenientes de sus propias filas.
3. Primero que nada, Lenin aportó como base algunos aspectos filosóficos. Entre los conceptos desa-
rrollados en los Cuadernos filosóficos y en Materialismo y empiriocriticismo, hay uno de gran importancia
para la búsqueda acerca del imperialismo, que se refiere a los estudios y a la conceptualización de la
“esencia” como categoría filosófica. Lenin elaboró la teoría de los “niveles” o “grados” de la esencia, vital
para comprender qué cosa es el imperialismo –o la fase monopólica–, con respecto al capitalismo como
modo de producción, y qué es el monopolio, concepto clave de la nueva fase, respecto a la esencia
explotadora del capitalismo en su nuevo período histórico de desarrollo. Problema este que Lenin
resuelve sobre la base de las siguientes consideraciones:
a) El imperialismo está en la base del capitalismo monopolista, resultado del alto nivel de concen-
tración de la producción y del capital obtenido por un pequeño grupo de potencias capitalistas
principales.
b) El imperialismo no es otra cosa que una superestructura del viejo capitalismo, por lo que el pri-
mero no existe sino sobre la estructura del segundo: no lo niega mecánicamente, sino en sentido
dialéctico, es decir, superándolo y completándolo en una fase histórica superior de su desarrollo.
c) Por tanto, el monopolio no niega la competencia: existe por encima de ella y con ella, la supera
y al mismo tiempo la contiene; monopolio y competencia forman así una unidad dialéctica
indisoluble8.
d) El monopolio, pues, no niega la esencia más íntima del modo de producción, sino que la
expresa en un nuevo nivel de su desarrollo; plusvalía y monopolio devienen así en dos niveles o
grados de la esencia del modo de producción.
e) En consecuencia, el imperialismo no es otra cosa que una esencia económica de segundo grado
del modo de producción, esencia a su vez contenida en cada rasgo económico fundamental de
la nueva fase.
Estos rasgos testimonian que la propiedad privada ha entrado, con el imperialismo, en su fase
final, impulsando así las tendencias fundamentales del desarrollo capitalista ya descubiertas por Marx.
No estamos hablando, ni lo hace Lenin, de que se pueda fijar el momento específico de la desaparición
de la propiedad privada, pero las condiciones que genera y los obstáculos que deja en el curso de su
desarrollo y funcionamiento, nos dicen que de ella no se puede esperar sino un proceso que indique
de manera creciente y cada vez más aguda la necesidad de su desaparición. Esta tesis de Lenin es muy
importante para comprender que, no obstante sus progresos coyunturales y a largo plazo, el capita-
lismo, como lo sostuvo Marx, planta las premisas de su propia superación. Lenin no necesita regresar
a las leyes ya descubiertas por Marx. Al contrario, nos indica que el objetivo fundamental es revelar
la influencia y las consecuencias que para el capitalismo han significado los cambios ocurridos en la
economía entre fines del siglo xix y comienzos del xx, cuando se lleva a cabo el tránsito definitivo de
todo el modo de producción a una fase superior de su desarrollo; un proceso en el cual no ha sufrido
cambios el destino de ese modo de producción. Se trata, pues, de un análisis de cuanto ha ocurrido de
nuevo con posterioridad a la obra central de Marx, El Capital, pero no desde una perspectiva histórica
lineal. La esencia de estos cambios y transformaciones del capitalismo reside, en primer lugar, en el
crecimiento incesante del dominio real del capital sobre el trabajo y en el aumento de la explotación de
este último; y, en segundo lugar, en la agudización de todas las contradicciones antagónicas del capi-
talismo, que siguen impulsando su caída. Ese proceso no concluirá hasta tanto el capitalismo no haya
agotado todos sus recursos de sobrevivencia. Es muy importante, y constituye un verdadero desafío
para la humanidad, la manera en que el capitalismo se despedirá del escenario histórico.
Por tanto, con el imperialismo no desaparecerán, sino que seguirán agudizándose, las contradiccio-
nes que puso Marx al descubierto. Se agudizará además la lucha por la sobrevivencia del régimen de
producción y del sistema social como tal, y todo esto también en el plano internacional.
Los años transcurridos entre finales del siglo xx y comienzos del xxi –tras la caída del socialismo en
la Europa Oriental y en la Unión Soviética– han servido para confirmar que ni el socialismo ha perdido
sus posibilidades como alternativa social, ni el capitalismo ha obtenido un triunfo que lo haga eterno
como régimen. Basta observar las condiciones de enorme desigualdad y los conflictos –convertidos ya
en fenómenos estructurales– determinados por la actual fase de mundialización capitalista. Al mismo
tiempo, se pueden considerar las razones de la actualidad y necesidad del socialismo, siempre que las
condiciones objetivas encuentren organizada la justa subjetividad revolucionaria.
5. También se debe considerar que es imposible entender el capitalismo actual sin tomar asimismo en
consideración los mecanismos extraeconómicos de la explotación capitalista y de su desarrollo, temas
que fueron ampliamente tratados por Lenin. La explotación, en efecto, es un sistema dentro del cual
se conjugan instrumentos económicos, pero también políticos, sociales, psicológicos y de poder. Las
presiones ulteriores que el imperialismo ejerce para aumentar la explotación tienen una base y un
substrato económico, pero muchas son extraeconómicas, ya que no están directamente vinculadas al
ejercicio de la ley del valor, sino al ejercicio del poder de las clases dominantes y subalternas.
El monopolio está por eso presente en todos los rasgos económicos fundamentales del imperialismo,
donde representa algo similar a la esencia “de segundo grado” aun cuando se estructure sobre la base
del funcionamiento de la ley de acumulación, dinámica específica con la que se manifiesta la ley de
la plusvalía. Es lógico, entonces, que Lenin haya comenzado su análisis a partir de la “concentración
de la producción y los monopolios” y que cada definición suya del imperialismo, desde la más esencial
y sintética (fase monopólica del capitalismo) hasta la más amplia y compleja, esté vinculada a ese
fenómeno. Ese es el vínculo directo con Marx, con la sección VII del tomo I de El Capital, donde este
último analiza la “ley general de la acumulación capitalista” y de ella deduce tendencias históricas de
ese modo de producción que la realidad actual confirma como verdades históricas y científicas.
De seguidas, tomaremos la actualidad de Estados Unidos como ejemplo particular para hacer un
análisis de la relación entre política y economía en la dimensión y configuración actual del imperialismo.
1. Unos dos siglos atrás, Estados Unidos –que en 1790 estaba formado únicamente por 13 colonias
orientales– era una sociedad agrícola y patriarcal con cuatro millones de habitantes, de los cuales
a) Estados Unidos, y su economía en particular, no sufrió las devastaciones que la guerra repre-
sentó, en lo material, para las potencias capitalistas europeas y la Unión Soviética, que desde el
principio fueron el centro crítico de la confrontación con la Alemania nazi y con el llamado eje
Berlín-Roma-Tokio.
b) La participación de Estados Unidos en la economía mundial alcanzaba en 1945 los siguientes
porcentajes:
– Participación industrial: 40%.
– Exportaciones mundiales: 18%.
– Recursos monetarios: 33%.
c) La conferencia de Bretton Woods, realizada en 1944, llevó a la organización de un sistema
monetario internacional único (hasta entonces inexistente) y a la creación, como ya se ha
explicado, del FMI y el Banco Mundial. El “Plan White” triunfa como criterio de organi-
zación monetaria a escala internacional. Aun cuando se establece una cesta de monedas,
supuestamente en paridad de condiciones, el dólar surge como centro del referido sistema
monetario.
Más de 90% de las mercancías entonces comercializadas podían ser compradas con la moneda
norteamericana y, por tanto, la dinámica real del comercio determinó su papel como centro del siste-
ma monetario. El dólar pasó así a ocupar un lugar que le permitía ejercer las funciones monetarias y
financieras básicas: numerario de todas las monedas, medio de pago para el comercio internacional,
recurso internacional y forma de atesoramiento.
5. Imperialismo económico
1. Se debe recordar que el imperialismo de las últimas décadas, y en particular de los últimos 25 años,
ha producido muchos cambios; igualmente debemos considerar que se ha transformado y, con ello, ha
dado lugar a una economía global con forma de competencia, en cuyo centro se encuentran los pro-
cesos de financiarización. No es posible comprender los fenómenos actuales del imperialismo sobre
la base de una relectura mecánica de los textos clásicos de Rosa Luxemburg, Hilferding y Lenin, “no
porque estén equivocados, como gusta decir a la derecha, sino porque el capitalismo es un sistema que
muta, dinámico y, como escribieron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, es un sistema que ‘se
auto-revoluciona incesantemente”11.
Medio siglo atrás, cuando Marx escribió El Capital, la libre concurrencia era considerada por la ma-
yor parte de los economistas como una “ley natural”. La ciencia oficial intentó aniquilar por la
conspiración del silencio la obra de Marx, quien había demostrado, por medio del análisis teórico
e histórico del capitalismo, que la libre concurrencia engendra la concentración de la producción,
y que dicha concentración, en un cierto grado de su desarrollo, conduce al monopolio. Ahora el
monopolio es un hecho. (…)
Así, pues, el balance principal de la historia de los monopolios es el siguiente:
1. 1860-1880, punto culminante de desarrollo de la libre concurrencia. Los monopolios no
constituyen más que gérmenes apenas perceptibles.
2. Después de la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cartels, pero estos constituyen
todavía una excepción, no son aún sólidos, aún representan un fenómeno pasajero.
3. Auge de fines del siglo xix y crisis de 1900-1903; los cartels se convierten en una de las bases de
toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.
Traducido al lenguaje común, esto significa: el desarrollo del capitalismo ha llegado a un punto
tal que, aunque la producción de mercancías sigue “reinando” como antes y siendo considerada
como la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales
van a parar a los “genios” de las maquinaciones financieras. En la base de estas maquinaciones y de
estos chanchullos se halla la socialización de la producción; pero el inmenso progreso logrado por la
humanidad, que ha llegado a dicha socialización, beneficia (…) a los especuladores. Más adelante
veremos cómo, “basándose en esto”, la crítica pequeñoburguesa y reaccionaria del imperialismo
capitalista sueña con volver atrás, a la concurrencia “libre”, “pacífica”, “honrada”13.
Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora C. Kautsky, que ha traicionado
completamente su posición marxista de, por ejemplo, 1909) han expresado la opinión de que los cartels
internacionales, siendo como son una de las expresiones de mayor relieve de la internacionalización
del capital, permiten abrigar la esperanza de la paz entre los pueblos bajo el capitalismo. Esta opinión
es, desde el punto de vista teórico, completamente absurda, y, desde el punto de vista práctico,
un sofisma, un medio de defensa poco honrado, del oportunismo de la peor especie. Los cartels
internacionales muestran hasta qué grado han crecido ahora los monopolios capitalistas y cuáles son
los objetivos de la lucha que se desarrolla entre los grupos capitalistas14.
Los capitalistas se reparten el mundo, no como consecuencia de su particular perversidad, sino porque
el grado de concentración a que se ha llegado les obliga a seguir este camino para obtener beneficios;
y se lo reparten “según el capital”; “según la fuerza”; otro procedimiento de reparto es imposible en
el sistema de la producción de mercancías y del capitalismo. La fuerza varía a su vez en consonancia
con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está aconteciendo, hay que saber
cuáles son los problemas que se solucionan con el cambio de las fuerzas, pero saber si dichos cambios
son “puramente” económicos o extraeconómicos (por ejemplo, militares), es una cuestión secundaria
que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo.
Sustituir la cuestión del contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la
cuestión de la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado
mañana otra vez no pacífica) significa descender hasta el papel de sofista15.
* (n.t.) Para esta y todas las siguientes citas de El imperialismo, fase superior del capitalismo, se utiliza en el presente volumen la
traducción al español que realizara Ediciones en Lenguas Extranjeras (cuarta edición, Pekín, 1975), según aparece reproducida
en http://juventud.psuv.org.ve.
Entendemos la crítica del imperialismo en el sentido amplio de esta palabra, como posición de las
distintas clases de la sociedad ante la política del imperialismo en relación con la ideología general
de las mismas.
Las gigantescas proporciones del capital financiero, concentrado en unas pocas manos, que ha creado
una red extraordinariamente vasta y densa de relaciones y enlaces, que ha sometido no solo a la masa
de los capitalistas y empresarios medianos y pequeños, sino a los más insignificantes, por una parte,
y la exacerbación, por otra, de la lucha con otros grupos nacionales de financieros por el reparto del
mundo y por el dominio sobre otros países: todo esto provoca el paso en bloque de todas las clases
poseyentes al lado del imperialismo. El signo de nuestro tiempo es el entusiasmo “general” por las
perspectivas de este último, la defensa porfiada del mismo, su embellecimiento por todos los medios.
La ideología imperialista penetra, incluso, en el seno de la clase obrera, la cual no está separada
de las demás clases por una muralla china. Si los jefes del llamado Partido “Socialdemócrata” de
Alemania han sido con justicia calificados de “socialimperialistas”, esto es, de socialistas de palabra e
imperialistas de hecho, Hobson hacía notar ya en 1902 la existencia de “imperialistas fabianos” en
Inglaterra, pertenecientes a la oportunista Sociedad Fabiana21.
2. Marx afirmaba que estamos en la situación de quien sufre por el desarrollo del capitalismo del mis-
mo modo en que sufre por su falta de desarrollo. No han desaparecido, pues, ni el internacionalismo
del movimiento de los trabajadores ni el ciclo internacional de las luchas.
Por todo ello, establecer un lenguaje común –sobre la base de una clara identificación del impe-
rialismo– es tarea vital para planificar toda forma de antagonismo. Se podrán así ubicar los eslabones
más débiles, y por tanto más vulnerables, e identificar el núcleo del capitalismo desarrollado, centro
de la coalición imperialista, con su amplia red jerárquica de círculos concéntricos que giran en torno
al poder de Estados Unidos. A partir de allí se busca articular los procesos de producción y circulación
de la economía capitalista internacional, con instituciones que definen y concentran ideológicamente
la dominación y cuyos representantes políticos son un grupo de oligarcas transnacionales que, desde el
“Grupo de los Siete” o “de los Ocho” (G7, G8), coordinan las políticas del futuro: una estructura que
se sostiene sobre una red de oligarquías, clases y grupos subalternos en las diferentes regiones. Cada
centro constituye el mecanismo que rige estos procesos en América, en Europa y en Asia.
Las categorías de “centro” y “periferia” brindan, si no otra cosa, una cierta capacidad para lograr una
visión más refinada del sistema internacional. Esto sigue siendo importante, en tanto que la globaliza-
ción neoliberal, con su creciente marginalización económica del sur, ha acentuado extraordinariamente
3. Al mismo tiempo, en otro plano de análisis, es absurdo considerar que los Estados nacionales
estén próximos a su completa desaparición. La oligarquía transnacional insiste arteramente en que
los Estados nacionales y las economías nacionales tienden a desaparecer, cuando lo que en realidad se
puede sostener es que muchas de sus características y funciones están siendo reformuladas. ¿Contra
quién va dirigida esta desnacionalización, si no contra aquellos que hoy ven amenazadas sus políticas
nacionales y la conducción de sus economías? Todo esto no hace sino reducir todavía más la capacidad
de los Gobiernos para dirigir sus procesos económicos internos, tendencia que puede ser observada
claramente en el curso de los procesos de la actual competencia global.
El concepto de libre movilidad de los factores de producción (excepto la fuerza de trabajo) se
basa en el privilegio del libre mercado y la condena de toda intervención estatal que no reporte be-
neficios a los intereses monopólicos. Todo debe fluir fuera de las fronteras, a fin de que sea fácil
presa de las multinacionales, desde el momento en que estas últimas tienen el 100% de sus bases
en los centros capitalistas desarrollados. En consecuencia, como sabemos, la supuesta “libertad de
movimientos” no es más que un engaño, no atañe a todos los miembros de la economía mundial y
es tan asimétrica como el resto de las relaciones económicas. Ni la fuerza de trabajo ni la tecnología,
las fábricas o los instrumentos gozan de movilidad ilimitada en el ámbito de la economía capitalista
del presente.
La movilidad actual no es tan libre como algunos quisieran hacer creer, ni los movimientos se des-
plazan en el mismo sentido que los intereses generales, como se quiere hacer ver. El capital se moviliza
por la inexorable lógica de la producción de ganancias, cualesquiera que sean los costos sociales o
ambientales que ello implique. Si la búsqueda de ganancia significó antaño disparar cañonazos, ahora
significa utilizar misiles nucleares y bombas inteligentes. El capital se mueve por el mundo y se sitúa
en cualquier parte. El no dejarlo moverse a donde más le plazca es ya motivo de “guerras preventivas”
y de “guerras humanitarias”.
Los Estados-cliente de la periferia subdesarrollada, en su mayor parte controlados por oligarquías
subalternas, se benefician de ese capital. Para estas últimas, lo importante es mantener el poder y a ese
fin crean condiciones de todo tipo que terminan siempre por perjudicar a la fuerza de trabajo: esa es la
ley básica de la posición subalterna respecto a los capitales del centro.
Estas dinámicas político-económicas, que caracterizan la fase actual del imperialismo, no han ex-
perimentado cambios sustanciales desde que Lenin analizara los aspectos económicos fundamentales
del imperialismo, hacia fines del siglo xix y comienzos del xx; tan solo se han hecho más complicadas.
Más bien puede afirmarse que algunos de esos aspectos, sobre todo los relativos al proceso de interna-
cionalización del capital y de la producción, fueron anticipadamente intuidos por la teoría leninista y
es solo después de las dos guerras mundiales que llegaron a delinearse hasta alcanzar hoy la forma no
de meras caricaturas, sino de un poder inmenso.
Vastas partes de “Europa” se encontraban por eso, en el mejor de los casos, en los márgenes del núcleo
del desarrollo económico capitalista y de la sociedad burguesa. En algunas regiones, casi todos los
habitantes vivían en un siglo distinto al de sus contemporáneos y gobernantes; por ejemplo, sobre las
costas dálmatas o en Bucovina, donde en 1880 el 88% de la población era analfabeta, contra el 11%
en Austria inferior, que formaba parte del mismo imperio. Muchos austríacos cultos compartían la
opinión de Metternich, en el sentido de que “Asia comienza en la puerta oriental de Viena”, y los
italianos del norte consideraban generalmente a los italianos del sur como una suerte de bárbaros
africanos. Pero en ambas monarquías las áreas atrasadas eran solo una parte del Estado. En Rusia, el
dilema “¿Europa o Asia?” era mucho más dramático, ya que virtualmente toda el área comprendida
entre Bielorrusia y Ucrania y las costas del Pacífico estaba igualmente lejana de la sociedad burguesa,
con excepción de un pequeñísimo estrato de personas cultas. Ese dilema era en verdad tema de
fervientes discusiones públicas (…) En 1880-90, Europa era no solo el núcleo originario del desarrollo
capitalista que dominaba y transformaba el mundo, sino, de lejos, el componente más importante de
la economía mundial y de la sociedad burguesa. No hubo jamás en la historia, ni lo habrá ya nunca
más, un siglo tan europeo. Demográficamente, el mundo tenía un porcentaje de europeos más alto al
final que al comienzo del siglo: tal vez uno de cada cuatro, en lugar de uno de cada cinco. No obstante
los millones de personas que eran enviados del viejo continente a los diversos nuevos mundos, aquel
crecía más rápidamente. Si bien el ritmo impetuoso de su industrialización hacía ya cierto el futuro
de Estados Unidos como superpotencia económica planetaria, la producción industrial europea era
todavía más del doble de la norteamericana, y los mayores progresos tecnológicos ocurrían todavía
de ese lado del Atlántico23.
4. El imperialismo no es el mismo del siglo pasado, aun cuando tampoco ha cambiado tanto: se ha
creado una economía neoliberal global, en la que todos, a primera vista, son igualmente interdepen-
dientes. Para medir el alcance de las diferencias, basta constatar qué cosas han cambiado y hacer un
balance de lo que Lenin consideraba como rasgos económicos fundamentales. Basta ver, pues, qué
ha ocurrido con el monopolio, con el capital financiero, con la explotación de los capitales y con los
asuntos relativos a la repartición económica y territorial del mundo.
Pero el mundo desarrollado no era tan solo un agregado de “economías nacionales”. La indus-
trialización y la depresión hicieron de ellas un grupo de economías rivales, donde los beneficios de
una parecían amenazar la posición de las otras. No solo competían las empresas, sino también las
naciones. De esta forma, muchos británicos sentían que se les erizaban los cabellos cuando leían
artículos periodísticos sobre la invasión económica alemana: Made in Germany, de E.E. Williams
(1896) o American Invaders, de Fred A. Mackenzie (1902). Sus padres no habían perdido la calma
ante las advertencias (justificadas) de la superioridad técnica de los extranjeros. El proteccionismo
expresaba una situación de competitividad económica internacional. (…) es indudable que entre
1880 y 1914, la transformación de la estructura de las grandes empresas, desde el taller hasta
las oficinas y la contabilidad, hicieron un progreso sustancial. La “mano visible” de la moderna
organización y dirección sustituyó a la “mano invisible” del mercado anónimo de Adam Smith.
Los ejecutivos, ingenieros y contables comenzaron, así, a desempeñar tareas que hasta entonces
acumulaban los propietarios-gerentes. La “corporación” o Konzern sustituyó al individuo. El típico
hombre de negocios, al menos en los grandes negocios, no era ya tanto un miembro de la familia
fundadora, sino un ejecutivo asalariado, y aquel que miraba a los demás por encima del hombro
Desde mediados del decenio de 1890 hasta la Primera Guerra Mundial, la orquesta económica global
realizó sus interpretaciones en el tono mayor de la prosperidad, más que, como hasta entonces,
en el tono menor de la depresión. La opulencia, consecuencia de la prosperidad de los negocios,
constituyó el trasfondo de lo que se conoce todavía en el continente europeo como la belle époque. El
paso de la preocupación a la euforia fue tan súbito y dramático, que los economistas buscaban alguna
fuerza externa especial para explicarlo, un Deus ex machina, que encontraron en el descubrimiento
de enormes depósitos de oro en Suráfrica, la última de las grandes fiebres del oro occidentales, la
Klondike (1898), y en otros lugares. En conjunto, los historiadores de la economía se han dejado
impresionar menos por esas tesis básicamente monetaristas que algunos gobiernos de finales del siglo
xx. No obstante, la rapidez del cambio fue sorprendente y diagnosticada casi de forma inmediata por
un revolucionario especialmente agudo, A.L. Helphand (1869-1924), cuyo nombre de pluma era
Parvus, como indicativo del comienzo de un período nuevo y duradero de extraordinario progreso
capitalista. De hecho, el contraste entre la gran depresión y el boom secular posterior constituyó la
base de las primeras especulaciones sobre las “ondas largas” en el desarrollo del capitalismo mundial,
que más tarde se asociarían con el nombre del economista ruso Kondratiev (…) Los historiadores de
la economía tienden a centrar su atención en dos aspectos del período: la redistribución del poder
y la iniciativa económica, es decir, en el declive relativo del Reino Unido y en el progreso relativo
–y absoluto– de los Estados Unidos y sobre todo de Alemania, y asimismo en el problema de las
fluctuaciones a largo y a corto plazo, es decir, fundamentalmente en la “onda larga” de Kondratiev,
cuyas oscilaciones hacia abajo y hacia arriba dividen claramente en dos el período que estudiamos.
Por interesantes que puedan ser estos problemas, son secundarios desde el punto de vista de la
economía mundial25.
¿Cómo resumir, pues, en unos cuantos rasgos lo que fue la economía mundial durante la era del
imperio?
En primer lugar, como hemos visto, su base geográfica era mucho más amplia que antes. El sector
industrial y en proceso de industrialización se amplió, en Europa, mediante la revolución industrial
que conocieron Rusia y otros países como Suecia y los Países Bajos, apenas afectados hasta entonces
por ese proceso, y fuera de Europa, por los acontecimientos que tenían lugar en Norteamérica y, en
cierta medida, en Japón. El mercado internacional de materias primas se amplió extraordinariamente
–entre 1880 y 1913 se triplicó el comercio internacional de esos productos–, lo cual implicó también
el desarrollo de las zonas dedicadas a su producción y su integración en el mercado mundial. (…)
Como ya se ha señalado, la economía mundial era, pues, mucho más plural que antes. El Reino Unido
dejó de ser el único país totalmente industrializado y la única economía industrial. Si consideramos en
conjunto la producción industrial y minera (incluyendo la industria de la construcción) de las cuatro
economías nacionales más importantes, en 1913 los Estados Unidos aportaban el 46% del total de la
** (n.t.) En esta y las siguientes citas del mismo autor, se ha recurrido aquí a la traducción de Editorial Crítica (Barcelona, 1998),
según aparece parcialmente reproducida en www.innova.uned.es.
Lejos de anularse y de transformarse en su exacto contrario, los rasgos económicos del imperialismo
de fines del siglo xix y comienzos del xx, analizados por Lenin, se han desarrollado hasta alcanzar nive-
les insospechables. El primer cambio importante ocurrió con el traspaso de la supremacía interna del
sistema capitalista, que Inglaterra cedió por completo a Estados Unidos entre la Primera y la Segunda
Guerra mundiales. De esta manera, el papel de guía en la economía pasó de Europa a Estados Unidos.
Por tanto, las condiciones objetivas para la existencia de una economía mundial (mercados, volúmenes
de producción, tecnologías de transporte y distribución) se dieron prácticamente desde el fin de la
segunda conflagración.
Concluida esta, la historia del capital se encontró en una controversial encrucijada: ¿había que
dar el salto a la economía mundial, o más bien perseverar en el sistema de relaciones internacionales
entre naciones, que era un sistema jerárquico con una potencia hegemónica? Fue en torno a esa pre-
gunta que se desarrolló el gran debate político acerca del ordenamiento del mundo occidental de la
posguerra, que tuvo en la discusión del nuevo orden monetario y financiero uno de sus episodios más
importantes. Como se sabe, finalmente no se creó una moneda mundial, pero se instauró un orden
mundial con una moneda nacional, el dólar, devenido en guía y faro para el intercambio internacional.
A este orden se le dio el nombre de Bretton Woods27.
La consiguiente supremacía de Estados Unidos fue absolutamente hegemónica entre 1945 y 1965
(no más de 20 años), aun cuando el armamento nuclear en manos de la Unión Soviética la hacía relativa.
Hoy Estados Unidos no tiene la hegemonía económica, pero sí la hegemonía político-militar. Esta
situación indica que el imperialismo ha avanzado en una dinámica que ninguna potencia ha logrado
ocupar, como en el caso de Inglaterra, remplazada por Estados Unidos. El sistema no ha vuelto a
aceptar una hegemonía en el plano económico, como la de Estados Unidos en los años sesenta. Y esto
quiere decir que el sistema capitalista soporta la supremacía político-militar, pero no acepta ese mismo
nivel de sumisión a una sola potencia en lo económico.
Esta situación de hegemonía incompleta parece una condición para que las potencias capitalistas
no entablen guerras por la repartición económica y territorial del mundo, sino que colaboren. Todo
parece indicar que tal situación se mantendrá, dado que ninguna de ellas puede alcanzar a un mismo
tiempo la supremacía tanto en el plano económico como en el político-militar. Lejos de representar
un problema para la lucha antiimperialista, esa condición se convierte en ventaja: por consiguiente, la
posición de Estados Unidos es transitoria.
El propósito de la administración norteamericana de someter al resto de las potencias capitalistas y
arrastrarlas a sus posiciones en materia de política exterior, está confrontando dos obstáculos muy im-
portantes: de un lado, la competencia en el plano económico, que tiende a agudizarse nuevamente, y
del otro, el peligro que esa imposición implica para quien no ve en la guerra la solución de sus propios
problemas, o para quien no desea hacerse cargo de los costos de un conflicto que parece cada vez más
5. El segundo cambio importante ocurrido en los últimos años (a ser precisos, desde comienzos de los
ochenta) fue el paso de la fase fordista-keynesiana, que tenía como base la industria metalmecánica-
automovilística-petroquímica, al nuevo paradigma tecnológico, que se sustenta en el llamado sector
electrónico-informático.
Estos cambios ponen de relieve el hecho de que la competencia global no homogeniza ni equilibra
las relaciones de interdependencia, como se nos ha querido hacer creer, sino que lleva de vuelta a un
sistema cada vez más contradictorio y desequilibrado, en el que se agudizan las incidencias de la ley del
desarrollo económico y político desigual. En América Latina, en particular, la situación ha comenzado
a caracterizarse por una creciente oposición a la globalización neoliberal y un aumento de la lucha
antiimperialista.
El paso al nuevo paradigma tecnológico no ha librado a la economía capitalista de los problemas
del ciclo y las crisis económicas. Su desempeño sigue siendo el de un modelo que se beneficia de los
progresos de la revolución científico-técnica sobre la base de un incremento de la explotación de las
masas trabajadoras.
El desarrollo capitalista ha alcanzado un nivel sin precedentes de internacionalización del capital
y de la producción, en medio de una explotación masiva que se produce a pesar de esos progresos
científico-técnicos, que son ampliamente utilizados para fines destructivos (problema ecológico, gue-
rra militar y social)28.
El primer objetivo sigue siendo, de cualquier modo, explotar al máximo a las masas de trabajadores
e incrementar la ganancia por todos los medios posibles. En los últimos 25 años, las tendencias del
imperialismo han desencadenado una dinámica de explotación y de abuso contra la naturaleza huma-
na que supera radicalmente los ya graves niveles anteriores. El capital internacional, que representa los
intereses de la oligarquía transnacional a todos los niveles y en todas las regiones del planeta, quiere
disponer de recursos siempre mayores para conservar el control de todas las clases y grupos subalternos.
Es así como se pueden mantener las plataformas de control multinacional imperialista.
El imperialismo ha impulsado su expansión, en los últimos años, con la ideología del “globalismo”,
haciendo creer a mucha gente que lo que conviene a las potencias industriales es conveniente para to-
dos. Por tal razón, los países imperialistas cuentan con poderosos aliados dentro del Tercer Mundo. De
esa manera, además, la oligarquía transnacional y su principal agente, la gran empresa multinacional,
se aprovechan del anticuado sistema Estado-nación para obtener concesiones de la clase trabajadora a
escala internacional, a través de las políticas consociativas y concertativas de los partidos y sindicatos
históricos oficiales, comprometidos por demás con las opciones y las modalidades del desarrollo capi-
talista: una conducta que estos justifican afirmando que no se puede perder la gran oportunidad que
ofrece el “banquete” de la globalización. Pero de seguidas veremos que la llamada globalización no es
otra cosa que la competencia global –es decir, la dimensión actual del imperialismo–, y la fiesta, la de
la repartición del mundo.
2. Es así que las empresas tienden, dentro de los nuevos mercados globales, a asumir una estructura
integrada, tanto en el campo de la producción como en el de los capitales. Estos últimos pueden hoy
ser transferidos, en pocos segundos, de una parte a otra del mundo. Es el efecto de la llamada globali-
zación financiera que, como se ha visto, en ningún caso asegura inversiones más eficaces, pero deviene
en fenómeno que se conjuga con las nuevas formas de internacionalización productiva, centradas en
procesos de acumulación flexible de los recursos del capital intangible, para determinar una verdadera
competencia global internacional, aunque especialmente aguda entre los polos geoeconómicos (en
estos momentos, particularmente entre Estados Unidos y la Unión Europea, o entre el área del dólar
y el área del euro).
Al abandonar el viejo modelo organizativo, que preveía para la empresa una estructura “orgánica”
en la que quedaban comprendidas todas las fases productivas (desde la producción de know how y la
planificación hasta la cadena de montaje y los equipos de limpieza), el gran capital financiero e indus-
trial ha comenzado a adoptar una política de externalización de diversas funciones y fases del proceso
laboral, ahora delegadas en terceros, en sujetos empresariales que son jurídicamente autónomos, pero
bajo control económico y financiero.
La cadena productiva internacional, en particular, asume una estructura piramidal que, mediante
complejas relaciones de participación y de comisión, permite al capital financiero administrar de facto
enormes grupos económico-productivo-financieros. El control financiero de la empresa matriz le ase-
gura asimismo el control y poder económico, estratégico y decisorio en las políticas de todo el grupo.
La cadena, en definitiva, es un sistema de “captación de capitales menores” que de otra manera
permanecerían ajenos a las lógicas centralizadoras del gran capital oligopólico: dispersos, aislados y
en conflictiva competencia, se arriesgarían a perecer en vano31. De esta manera, en cambio, son re-
cuperados para las lógicas y las estructuras de acumulación del gran capital financiero. Se crean, por
tanto, auténticas “estructuras integradas” de valorización (cadena de valor), en las que el poder central
es sólidamente detentado por el capital financiero (monopólico e imperialista). Gracias a peculiares
La cadena internacional está entonces constituida por una red de conexiones tanto económicas
como tecnológicas, que permiten implementar estrategias de asociación en ámbitos nacionales diver-
sos. Un ejemplo de cadena es el que puede darse en el sector agroalimentario, en la cual la producción
agrícola básica de un determinado país pasa a otro donde se procesa el producto final, que finalmente
va dirigido al consumidor de un tercer país.
2. Destaquemos que la entrada de nuevos actores, de más allá del distrito y especialmente de otros paí-
ses, puede determinar en este cambios de forma y funcionamiento. Un ejemplo es el de la adquisición
de empresas allí ubicadas por parte de compañías externas, incluso en forma de inversiones directas en
el extranjero (IDE), sobre todo si aquellas son de grandes dimensiones; en este caso puede producirse
un proceso de concentración. Se trata, en esencia, de un proceso –de carácter también internacional–
organizado verticalmente, que puede crear no pocos problemas de interdependencia; por ejemplo, se
hace difícil entender cuáles son las fronteras entre las diversas cadenas o subcadenas, y más aún por el
hecho de que tienen carácter transnacional.
En este caso, el objetivo de la empresa que forma la cadena no es lograr el control accionario de la
mayor parte del ciclo productivo, sino asegurarse el control de una parte y en particular el de la cadena
internacional. Esto lo consigue a través de los flujos de entrada y salida de las IDE en los diversos
3. Nuestro país cuenta con una muy fuerte interconexión económico-productiva de distritos indus-
triales. Es sintomático el hecho de que en Italia, la nación de los “enanos gigantes”, de los distritos
industriales tan alabados en todo el mundo, sean hoy –en el contexto de la competencia global de los
grandes oligopolios multinacionales– cada vez más los economistas, los empresarios y los políticos alar-
mados por las dimensiones ridículamente pequeñas de las empresas italianas. Desde los bancos hasta
las asociaciones empresariales, todos piden más integración, mayor “escala”, más centralización de
capitales, y respaldan la transformación de los distritos en auténticas cadenas productivas, integradas
no solo geográficamente, sino también financiera y económicamente.
2. Los elementos a partir de los cuales podría redeterminarse el mapa de las nuevas dinámicas geoeco-
nómicas y productivas en el plano internacional, pueden identificarse a partir de un correcto análisis
de la fase evolutiva de los diversos sistemas capitalistas y de las modalidades de desarrollo de los polos
internacionales, aun si parece claro que en los tres mayores (Estados Unidos, Unión Europea y Japón)
esas modalidades difieren, como ya hemos visto34.
La reflexión necesaria para la reapertura de un debate sobre los procesos de transformación de la
economía y de la sociedad debe partir de una primera fase de estudio, de profundización científica,
que consiste en clasificar la geoeconomía internacional del capital, las características de cada polo y de
sus áreas de influencia, para así llegar a identificar la forma que espacialmente asumen la distribución
y la interdependencia de la actividad capitalista. Es por eso que en este análisis se procura indagar en el
3. Para poder reflexionar, estudiar y actuar, es absolutamente necesario entender e interpretar el he-
cho de que la nueva fase de desarrollo capitalista35 se define en torno a la centralidad del dominio
internacional; dominio determinado a través de los roles que ejercen nuevos sujetos económicos del
capital, sujetos económicos multinacionales y sujetos-país o, mejor, sujetos-polo, áreas de influencia
bien delineadas (área del dólar para el polo Estados Unidos, área del euro para el polo Unión Europea,
área yen asiática, etcétera).
Es a partir de esa lectura que se pueden interpretar correctamente los fenómenos fundamentales del
proceso de transformación, que han llevado a una redistribución territorial del dominio internacional
en general. Vale decir, a partir de algunas características que han asumido las dinámicas de desarrollo
–en sus diversas modalidades– vinculadas con una relación capital-trabajo que está siempre dirigida
al control social interno, en cada país capitalista, y al enfrentamiento externo por la determinación
del dominio global, mediante la expansión de las áreas de influencia geoeconómica de los tres grandes
bloques internacionales36.
La redistribución territorial del dominio no está determinada por una simple descentralización
del capital, ni se produce exclusivamente por la valorización de recursos locales, sino que se debe ante
todo a los intensos procesos de reestructuración del capitalismo, que, al buscar la competitividad en
el plano internacional, logra la eficiencia a partir de la imposición de una fuerte movilidad espacial y
sectorial de la fuerza de trabajo, así como mediante la diversificación de los proyectos de flexibilización
del trabajo y del salario.
4. Un elemento en discusión, en los últimos tiempos, es el nivel de crecimiento que alcanzan las
economías nacionales. Entre tanto, parece existir consenso en torno a varios puntos: la economía
marcha mejor en Estados Unidos que en Europa; las nuevas tecnologías de la información son el sector
productivo estratégico para las próximas décadas; la economía europea encuentra uno de sus mayores
problemas en la falta de flexibilidad del mercado de trabajo. ¿Será cierto todo eso? Vayamos en orden.
A partir de los años sesenta, la Comunidad Europea empezó a crecer más que la economía nor-
teamericana. Entre 1960 y 1969, la economía de los cuatro principales países europeos (Alemania,
Francia, Gran Bretaña e Italia) creció más de 1,3% al año; entre 1970 y 1979, más de 3,9% anual; en
la década 1980-1989, más de 2,1% al año. Pero desde 1992, la economía estadounidense creció cada
5. Por lo demás, resta el problema de la distribución de ese mayor crecimiento. En efecto, Estados
Unidos crece, pero reparte muy mal los beneficios de un crecimiento que se alimenta del producto
del trabajo del resto de los países. Así, su nivel de endeudamiento interno es ya muy elevado; en
consecuencia, la carga de la deuda puede representar a breve plazo un peso insoportable para esta
economía.
Los ingresos de Estados Unidos por venta de tecnología superan los de la Unión Europea y Japón
juntos. En 1994, Estados Unidos tenía una balanza comercial tecnológica excedentaria por un valor
de 17.000 millones de dólares, mientras la de Japón presentaba un surplus de solo 900 millones, y la
de Alemania, Francia e Italia era negativa. El saldo de la balanza tecnológica de los cuatro principales
países de la Unión Europea era negativo por un valor de 3.300 millones de dólares y el de Eurolandia,
por 5.500 millones de dólares (la deuda de España, por otra parte, es la segunda más grande, tras la
de Alemania)37.
Es en estas actividades que la famosa “flexibilidad” de la economía norteamericana supera en larga
medida a la europea. Pero cuidado: no se trata de la tan loada “flexibilidad laboral”, panacea universal
para los males del capital, que un día sí y otro también prescriben los patrones de la economía y la
política. Por el contrario, la flexibilidad de la economía norteamericana se halla sobre todo en el
financiamiento y en la producción de innovaciones, es decir, en el sistema financiero y en las empresas.
En Estados Unidos el capital está habituado a asumir mayores riesgos que en Europa y, por tanto,
la creación de nuevas empresas en sectores emergentes es mucho más fácil y dinámica que en nuestro
6. Aparentemente, el crecimiento de Estados Unidos genera más puestos de trabajo que el de Europa.
Pero no todo es tan claro, aun si los medios de comunicación al servicio de la ocupación a bajo costo
se valen cada vez más de oscuros mistificadores. En primer lugar, el desempleo se mide de diferente
manera en los distintos países y, de hecho, la desocupación real en Estados Unidos se sitúa en torno a
10%, no muy distante de la media europea.
¿Y todo eso a qué costo? El sistema social norteamericano incluye, como una característica es-
tructural, el racismo, que actúa como el sistema de castas en la India. Mientras en Europa una parte
sustancial de los jóvenes blancos están desempleados, en Estados Unidos los jóvenes blancos mayo-
ritariamente trabajan. Son los negros e hispanos quienes no encuentran ocupación laboral, pero en
el sistema social norteamericano esto no es un problema económico, es un problema social. De esta
manera, la depresión económica se limita oficialmente a las escasas zonas del país donde los blancos se
han quedado sin trabajo como consecuencia de la crisis industrial.
En general, desde el punto de vista laboral, ese sistema económico se caracteriza por el hecho de
que no le permite, a unos cuantos millones de personas, huir de la pobreza a través del trabajo; pero no
porque no lo tengan, sino porque la remuneración es excesivamente baja. La posible respuesta social
se diluye en un sistema represivo que mantiene a más de un millón de ciudadanos en prisión y a cinco
millones bajo libertad condicional o vigilada.
No es en el terreno del empleo que toma Estados Unidos ventaja, sino en el de la producción de
ganancias para el capital, sostenidas directa o indirectamente por la economía de guerra.
9. Por esas razones, la Europa de Maastricht fue pensada como una alternativa a la globalización
salvaje practicada por Estados Unidos, de manera de contraponerle otro polo geoeconómico inter-
nacional que, en las intenciones, habría debido tener una formulación económico-social más propia
10. A este respecto es bueno recordar que el proceso de integración europea tuvo su inicio a fines de los
años cincuenta y que desde un comienzo fue manejado como un intento de resolver la crisis posterior
a la Segunda Guerra Mundial.
Los países europeos lograron reconstruir una economía de buen nivel, muchas veces en compe-
tencia con Estados Unidos, que inicialmente fue también promotor de la integración europea. De
la indispensable necesidad de formar una unión monetaria se mostraron más convencidos los países
miembros tras el otoño de 1992, cuando vieron su primer intento, iniciado en 1978, temporalmente
destruido por la crisis financiera que repercutió en todo el contexto internacional.
Las hipótesis iniciales suponían que a través de la Unión Monetaria podría Europa gobernar su
propia demanda interna, como lo ha hecho desde siempre Estados Unidos, mediante una integración
capaz de optimizar los mejores desempeños económicos nacionales, explotar el nivel continental y
limitar el poder de Alemania.
Pero la referencia casi obsesiva al modelo alemán, presente por completo en las hipótesis de Maas-
tricht, es equivocada: Alemania ya no es una superpotencia. La antigua RDA se ha revelado un recurso
difícilmente administrable para el modelo y los procesos capitalistas alemanes. La Alemania unida
surgió acrecentada en población y territorio con respecto a la vieja República Federal, pero más débil
en términos de equilibrios políticos, estructura económica, capacidad de gobernarse a sí misma y de
ejercer una influencia internacional en clave de hegemonía geoeconómica.
Esa influencia internacional con miras hegemónicas de bloque económico, en particular sobre el
centro-oriente europeo, debe entonces asumirla el polo geoeconómico de la Unión Europea, bajo el
nombre de “ampliación”, es decir, de anexión a la Unión Europea de los países del antiguo bloque socia-
lista. El término ampliación es muy genérico y lleva a agudizar la competencia y los contrastes entre los
países que quisieran ingresar a la Unión y aquellos más poderosos que ya la integran. Dentro de esta,
los países más grandes buscan territorios de expansión económica y política en el área centro-oriental,
11. En un período en que la economía estadounidense ha seguido su propia expansión, muchas veces
forzada y drogada, la voluntad de la Unión Europea de erigirse en polo antagónico al de Estados
Unidos tiende netamente a agudizar la guerra económica entre ambos bloques, y así lo confirman las
crisis que han golpeado el área balcánica y el área medio-oriental. En Europa, en particular, la inversión
directa ha mostrado una fortísima aceleración desde mediados de los años ochenta, en concomitancia
con el arranque del proceso de integración económica puesto en marcha por el mercado único, con
una finalidad marcadamente competitiva en relación con Estados Unidos.
El creciente papel de la Unión Europea está determinado no solo por la constitución de la Unión
Monetaria, sino también por la fortísima aceleración de la inversión productiva, que, a diferencia
del pasado, se orienta cada vez más hacia los países europeos de la antigua área socialista (los cuales,
junto con los de la cuenca mediterránea, constituyen las zonas de efectiva competencia europea). Ello
representa asimismo el motivo de la ampliación política-económica, incluso de Italia hacia el este, que
se ha concretado particularmente en los últimos diez años.
Todos los fenómenos conectados con la mundialización financiera son soporte del proyecto de la
Unión Europea, tal como se está construyendo. Al mismo tiempo, el contexto de la situación económi-
ca y social que se está configurando a nivel mundial hace crecer el rechazo estadounidense a la Unión
Europea.
Se ha tomado conciencia, especialmente por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña, de que es
tiempo de ver una Europa cada vez más en crisis, ya que este gran mercado puede ofrecer perspectivas
12. A la debilidad política se suma una impresionante debilidad social, impuesta por los vínculos
monetaristas de la Europa de Maastricht y de Ámsterdam. Tal como ha sido construida, Europa con-
tribuye a debilitar la acción político-social de dos maneras diferentes. En primer lugar, por vía del
equilibrio de fuerzas en curso; desde hace más de veinte años, los países integrantes se pusieron de
acuerdo para establecer una moneda única, pero se niegan a poner en marcha una acción pública eficaz
para dar respuesta a las decisiones y necesidades reales de la sociedad.
Se escoge la vía de las privatizaciones, que es mucho más fácil que la de impulsar y aprobar reformas
para construir un sistema público eficiente, capaz de mejorar también las formas de la democracia
económica y política representativa41.
De hecho, es evidente que desde la firma del tratado de Maastricht la desocupación no deja de
aumentar, el crecimiento económico se estanca, el Estado social está en crisis por doquier. La calidad
de vida ha disminuido y la legitimidad de las decisiones político-económicas –comenzando por las de
Italia– es puesta en discusión, sin que se entrevea una nueva y unívoca línea económica y político-social
europea. Los criterios de convergencia de la Unión Monetaria, inscritos en el tratado de Maastricht,
tienen como objetivo principal la estabilidad monetaria, son fruto de una política monetarista y neo-
liberal que tiene por meta central la tasa inflacionaria, y apuntan por tanto a la estabilidad financiera a
través de la reducción de los déficit públicos de los diversos países.
Hay, pues, mucho de cierto en la tesis europeísta-monetarista del vínculo externo, que ya desde el
tratado de Maastricht ha impuesto el camino único de las privatizaciones, de las políticas monetaristas
13. De este análisis se desprende claramente que la mayor parte de los países de la Unión Europea se ve
obligada a adecuar sus situaciones económicas internas, de gran diversidad, a los parámetros de Maas-
tricht. Todo ello en una desesperada carrera a la germanización, enmascarada apenas por la esperanza
de una europeización de la superpotencia alemana, que provoca en la Unión Europea turbulencias e
inestabilidades internas y que determina, en el duro conflicto entre las diversas economías capitalistas,
la profundización del desarrollo desigual de los países europeos. La liberalización de los intercambios,
junto con la desregulación y el desmantelamiento de la legislación tutelar del salario, ha permitido a
los grupos multinacionales explotar mejor y simultáneamente las ventajas de la libre circulación de
mercancías y de las fuertes disparidades entre los países, las regiones y las localidades situadas dentro
del mismo mercado único europeo.
Más allá de los conflictos de intereses, la Europa del euro es una escogencia propia de la lógica
geoeconómica polar y divisionista, que se rige por los principios de la globalización financiera y la
competencia global.
El gran mercado continental asegura a los grupos económico-financieros de las multinacionales
una total libertad de escogencia, entre los diferentes ajustes posibles en la combinación de factores
productivos, para llevar adelante una producción integrada a nivel internacional, con rasgos propios
de competencia oligopólica.
Por tal razón, la Unión Europea transita actualmente el paso de la consolidación a la afirmación
definitiva de un verdadero bloque económico autónomo y experimenta la contradicción interna de un
desarrollo desigual y basado en modalidades diversas. Pero la suerte del euro está fuertemente condi-
cionada por el contexto externo, sea que se trate de los mercados financieros del mundo o de la política
monetaria de Estados Unidos. La hipótesis “euro” sigue tomando consistencia y perfilándose como
instrumento de guerra comercial y, por tanto, Estados Unidos sigue haciendo cuanto está en sus manos
por sofocarla. Para los estadounidenses, la mejor Europa posible es una suficientemente unida, pero
bajo su dominio. En consecuencia, toman medidas para que esté lo suficientemente desunida como
para impedir su afirmación como superpotencia competidora. Estados Unidos teme hoy más que ayer,
pues, una moneda destinada a favorecer con el tiempo las exportaciones europeas y a amenazar el
rango del billete verde como divisa de reserva mundial. La situación que se perfila es la de un verdadero
cambio de fase económica, de fuertes rasgos conflictivos, entre Estados Unidos y la Unión Europea.
He allí por qué el precedente análisis partió de la identificación de las modalidades del desarrollo en
Europa y tomó como central la fenomenología de la competencia Estados Unidos-Unión Europea,
con referencia siempre al conflicto capital-trabajo.
1 La ideología del “fin de la historia” no está representada únicamente por la variante radical de un Fukuyama (2003). Con cons-
trucciones lingüísticas y conceptuales más finas y elaboradas, es compartida también por muchos intelectuales de izquierda
que, tras el fracaso de los sistemas comunistas del este, se convirtieron a la economía de mercado y adoptaron las ideologías
liberales sin ningún enfoque crítico, salvo quizá aderezarlas con salsa welfarística. Sobre el tema de la globalización y del pro-
yecto de dominio imperialista, véanse los muchos trabajos de Esteban Morales, en particular sobre el papel de Estados Unidos,
a los que se hará referencia en este capítulo y los sucesivos, cuando se analizarán de manera específica los aspectos histórico-
político-económicos del imperialismo norteamericano.
2 Tal “predicción y descubrimiento científico” le es reconocido a Marx incluso por un fiero pero agudo y honesto opositor, Mark
Blaug (1995).
3 Es preciso destacar, sin embargo, cómo la socialización se conforma según los parámetros capitalistas.
5 Se recuerda aquí de paso que, según la clasificación “tradicional” de las diversas tipologías de mercado, este se divide en: a)
competitivo; b) de competencia monopólica; c) oligopolio; y d) monopolio. Los tipos b) y c) son a su vez llamados “de compe-
tencia imperfecta”.
6 Sobre la construcción teórica y el desarrollo histórico-político-económico del imperialismo, cfr. Vasapollo, Casadio, Petras, Vel-
7 Liodakis (2005), en una interesante intervención en materia de globalización e imperialismo, sostiene que algunas tesis leni-
nistas y algunas de sus formulaciones metodológicas están superadas. Critica, por ejemplo, el énfasis excesivo en la esfera
de la circulación, mientras se menosprecia la productiva, así como la atención preferencial a los problemas vinculados con las
rivalidades interestatales, que dejaría en segundo plano la conflictividad fundamental entre capital y trabajo.
8 Concordamos con lo que escribe Liodakis (2005: 353): “Si bien el monopolio no es un fenómeno nuevo, el estadio monopólico
y la ulterior monopolización del capitalismo contemporáneo serían concebidos como fases particulares en el proceso de con-
centración y centralización del capital, y no como una negación de la competencia, como lo han hecho algunos neomarxistas
en el pasado. La competencia, así lo subrayó Marx, es la interacción recíproca de muchos capitales y es una característica
inmanente del modo de producción capitalista. En cuanto tal, sigue siendo una característica dominante del capitalismo con-
temporáneo”.
9 El término “globalización”, a menos que se le considere como un simple nombre, no es confiable. Galbraith afirma que se trata
de una invención estadounidense para enmascarar su política de penetración en el exterior. James Petras (2003), en su reciente
libro, es todavía más explícito. Según su punto de vista, no estamos frente a una globalización simétrica, sino ante una auténti-
ca forma de imperialismo que, en sus últimas variantes, asume rasgos neocolonialistas. Es de subrayar que Petras, a diferencia
de muchos intelectuales, incluso de la izquierda radical, sostiene que, aparte de Estados Unidos, son también de naturaleza
imperialista otras dos entidades geopolíticas-económicas: Europa y Japón. Léase con provecho todo el primer capítulo del ya
citado texto. Tales tesis son, por otra parte, coincidentes con cuanto venimos afirmando desde hace años (Vasapollo, Casadio,
Petras, Veltmeyer 2004; Arriola, Vasapollo 2004; Casadio, Petras, Vasapollo 2003).
10 Sobre estas políticas escribe desde hace años Chomsky, quien se interesa especialmente por Estados Unidos. Léanse con pro-
vecho al menos algunos de los libros de su infinita bibliografía (1999; 2002a; 2002b; 2003; y Chomsky, Herman, 2005; 2006).
Instructivo a este respecto es también el ya citado Petras (2003), quien reporta algunos ejemplos tópicos acerca de cómo la
política y los potentados económicos actúan de común acuerdo y de cuáles instrumentos se sirven (desde los servicios secretos
hasta las fundaciones de beneficencia –cfr., por ejemplo, pp. 41-46, sobre los estrechos vínculos entre la Fundación Ford y la
CIA– y, hoy por hoy, incluso de las ONG).
16 Sobre estos temas, cfr. Vasapollo, Casadio, Petras, Veltmeyer (2004); Vasapollo, Jaffe, Galarza (2005).
18 Permítasenos hacer notar que también la religión –al menos la oficial– tiene en esto un papel fundamental. Sin embargo, no
deja de ser cierto que la religión, en momentos de crisis, de turbulencia generalizada, puede asumir funciones distintas a las de
sustentación del poder constituido e, incluso, convertirse en arma de los pobres y los oprimidos (piénsense en Fray Dolcino***
o, en general, en la teología de la liberación). A este respecto, Carlo (2000: 271 ss.) habla de “religiones desviantes” o “dis-
funcionales”, pero como excepción ante aquellas oficiales, conservadoras, dominantes.
19 Una oligarquía transnacional que ha comenzado, desde hace algunas décadas, a crear y perfeccionar sus propios canales de
gobierno global, con miras a dictar la agenda de las políticas económicas de Estados tanto dominados como dominantes. Es
en referencia a esto que algunos autores hablan de transnational capitalist state (Robinson, Harris, 2000; Cammak, 2003). Una
extremización de esta tesis, en nuestra opinión no fundamentada en un estudio profundo y coherente de la actual estructura
capitalista, es Hardt, Negri (2001). Para un interesante estudio, en cambio, sobre la nueva clase social (capitalista) transnacional,
cfr. Sklair (2001).
28 Para una profundización y análisis de los datos respectivos, cfr., por ejemplo, Martufi, Vasapollo (2000a); Arriola, Vasapollo
(2004; 2005).
29 En la tradición marxista se ha utilizado siempre el término monopolio en su acepción no técnica. Aquí utilizaremos el concepto
de oligopolio, que nos parece más cercano a la realidad. Eso no significa que en determinados sectores y en algunos períodos
históricos no se formen auténticos monopolios: Mandel (1997a) y Jaffe (1973) citan a ese respecto numerosos ejemplos.
*** (n.t.) Fraile radical italiano, opositor acérrimo del feudalismo, torturado y ejecutado por la Inquisición en 1307.
El monopsonio, en todo caso, subsiste en la medida en que esa parte calificada y especializada de la fuerza de trabajo, que
no tendría posibilidad ocupacional alguna fuera de la demanda monopsónica, debe aceptar su propia “descalificación” o su
subutilización por parte de alguna otra empresa incapaz de utilizar sus cualidades.
31 Respecto a su función útil y productiva, en una lógica de cadena, así como para profundizar en aspectos técnico-industriales,
32 Sobre los orígenes del logotipo, sus funciones y su capacidad modeladora de nuevos estilos de vida, cfr. Klein (2003).
34 Sobre estos temas se ha desarrollado, desde hace más de diez años, un intenso debate promovido por el Centro de Estudios
Cestes, que ha llevado a la publicación de decenas de artículos, cuadernos, libros y otras publicaciones, en muchos de los cuales
ha sido fundamental el aporte, entre otros, de R. Martufi y J. Arriola.
35 David Laibman (lo más reciente, 2005) viene elaborando desde hace tiempo una teoría orgánica de los estadios del desarrollo
capitalista, sobre la base de los principios del materialismo histórico; una teoría enfocada hacia la desarticulación temporal,
en altos niveles de abstracción, que esté desligada del mero dato empírico, histórico, contingente, y que busque definir las
líneas evolutivas del desarrollo capitalista, fundándose en un estudio profundo de la naturaleza del modo y del movimiento de
producción capitalista.
36 Sobre este punto, siguen siendo referencia de gran interés las intervenciones de ancho espesor político-cultural presentadas en
algunos encuentros internacionales de la Red de Comunistas, para cuyos contenidos pueden consultarse las actas respectivas,
como por ejemplo Vasapollo (edit., 2003; 2005).
37 En años más recientes, sin embargo, las cosas no han marchado tan bien para Estados Unidos: desde 2003, en efecto, presenta
un saldo comercial negativo para los productos de alta tecnología, debido especialmente a la competencia en la aviación co-
mercial.
38 Caracciolo (1997).
39 Cfr. Martufi, Vasapollo (2000a); Casadio, Petras, Vasapollo (2003); Vasapollo (edit., 2003).
40 Sobre estos temas y para el respectivo soporte de datos analíticos, cfr. Martufi, Vasapollo (2000a).
41 Véase al respecto, en Martufi, Vasapollo (2003), un examen articulado de las privatizaciones en Europa y los retrocesos sociales
42 Sobre la construcción político-económica de Europa y su impacto social, véase Arriola, Vasapollo (2004), rico también en datos.
1. Según la economía dominante, para superar el retraso económico de los países en vías de desarro-
llo (PVD) sería necesaria una sostenida acumulación de capital, posible a través de un excedente de
producción, para así lograr una renta superior al consumo necesario para el mantenimiento de la fuer-
za de trabajo, garantizar inversiones en nuevos bienes de capital y, por tanto, la perpetuación de la
acumulación capitalista.
Para el economista sueco Myrdal, sin embargo, en esas circunstancias se establece el llamado círculo
vicioso de la pobreza, según el cual son justamente las características limitadas de la dimensión del
mercado interno de los PVD lo que obstaculiza la creación de un excedente de producción sobre el
consumo necesario. En otras palabras, la baja renta per cápita determina una baja propensión al aho-
rro, con la consiguientemente escasa capacidad de inversión. Los términos del circuito serían entonces
tales que la producción y la renta per cápita no pueden crecer, ya que para superar la miseria se requiere
un aumento de la productividad, que depende de la formación de capital y, por tanto, del excedente
de producción y renta por sobre el consumo necesario; pero tal excedente resulta excesivamente bajo,
justamente por la escasa demanda de consumo característica de los PVD.
Pero la verdadera razón y causa del subdesarrollo reside en la explotación impuesta a esos países por
la división internacional del trabajo, centrada en la explotación capitalista.
2. Como sostiene Hosea Jaffe en toda su obra, el modo de producción capitalista (MPC) nace con –y
no podría sobrevivir sin– las colonias. Hobsbawm afirma que:
De cualquier forma, si el colonialismo era tan sólo un aspecto de un cambio más generalizado en
la situación del mundo, desde luego era un aspecto más aparente. Constituyó el punto de partida
para otros análisis más amplios, pues no hay duda de que el término imperialismo se incorporó
al vocabulario político y periodístico durante los años 1890, en el curso de los debates que se
desarrollaron sobre la conquista colonial. Además, fue entonces cuando adquirió, en cuanto
concepto, la dimensión económica que no ha perdido desde entonces. Por esa razón, carecen de
valor las referencias a las normas antiguas de expansión política y militar en que se basa el término.
En efecto, los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperialismo era un
fenómeno totalmente nuevo. El término (que no aparece en los escritos de Karl Marx, que murió en
1883) se incorporó a la política británica en los años 1870 y a finales de ese decenio era considerado
todavía un neologismo. Fue en los años 1890 cuando la utilización del término se generalizó. En
1900, cuando los intelectuales comenzaron a escribir libros sobre este tema, la palabra imperialismo
estaba, según uno de los primeros de estos autores, el liberal británico J.A. Hobson, “en los labios
de todo el mundo (…) y se utiliza para indicar el movimiento más poderoso del panorama político
actual del mundo occidental”1*.
El capitalismo europeo, gracias a los grandes descubrimientos geográficos y las subsiguientes in-
vasiones, logra acumular las primeras e ingentes riquezas que serán base material para las primeras
formas de acumulación propiamente capitalista. En ese proceso, seguramente el año 1492 es una fecha
de ruptura y nuevo inicio. Las colonias, al decir de Jaffe, resultan fundamentales para la acumulación
capitalista, por su aporte en materias primas de las que Europa carece o no tiene en suficiencia. Las
materias primas necesarias para acumular y producir riqueza no son solo los minerales (y más tarde el
petróleo, el gas, etcétera), sino también, y sobre todo, una fuerza de trabajo primero esclavizada y luego
subpagada, por superexplotada.
De todas formas, no se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo
poblado por gentes de piel oscura, en remotos lugares, tenía arraigo popular y que, por tanto, benefició
a la política imperialista. En sus grandes exposiciones internacionales, la civilización burguesa había
glorificado siempre los tres triunfos de la ciencia, la tecnología y las manufacturas. En la era de los
imperios también glorificaba sus colonias2.
* (n.t.) En esta y las dos siguientes citas del mismo autor, se ha recurrido aquí a la traducción de Editorial Crítica (Barcelona, 1998),
según aparece parcialmente reproducida en www.biblioteca.org.ar.
Un argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de mercados. Nada
importa que esos proyectos se vieran muchas veces frustrados. La convicción de que el problema de la
“superproducción” del período de la gran depresión podría solucionarse a través de un gran impulso
exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios, inclinados siempre a llenar
los espacios vacíos del mapa del comercio mundial con grandes números de clientes potenciales,
dirigían su mirada, naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una de esas zonas que captaban
la imaginación de los vendedores –¿qué ocurriría si cada uno de los trescientos millones de seres
que vivían en ese país comprara tan sólo una caja de clavos?–, mientras que África, el continente
desconocido, era otra (…) Pero el factor fundamental de la situación económica general era el
hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma
necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran lo suficientemente fuertes, su ideal era el de
la “puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado; pero cuando carecían de la fuerza
necesaria, intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una
posición de monopolio, o cuando menos les diera una ventaja sustancial. La consecuencia lógica fue
el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. En cierta forma, esto fue una ampliación del
proteccionismo, que fue ganando fuerza a partir de 18793.
A partir de la mayor diferencia entre los niveles de productividad e intensidad del trabajo, de un
país a otro, se desarrolla la mayor explotación a la que son sometidos los más pobres por parte de los
más ricos en el contexto del mercado mundial, puesto que, económicamente, los más fuertes obtienen
en el intercambio una mayor cantidad de trabajo que la que entregan. Entre los países, sobre la base
incluso del respeto formal a la ley del valor, se produce un intercambio desigual que tiene influencia
directa en los procesos de desarrollo, tal como ocurre con la relación de intercambio desigual que se
opera entre el trabajo y el capital.
Se debe tener muy presente que la dinámica impuesta por la ley internacionalizadora del capital
presupone, necesariamente, la acción de otra ley, la del desarrollo económico y político desigual. Ambas
derivan de la esencia económica del sistema y, por tanto, de la naturaleza del capital, para el cual la
historia y los momentos de turbulencia, así como los cambios que se producen en las formas de mani-
festarse la internacionalización, constituyen, al mismo tiempo, historia y momentos de cambios cuali-
tativos de similar naturaleza en la manifestación de la ley del desarrollo económico y político desigual.
No hay que atribuir solamente a la globalización neoliberal el carácter de la dominación norte-sur
y oeste-este (piénsense en el papel que cumple la Europa del Este para las dislocaciones productivas de
los países centrales del continente o en las mismas dinámicas de la variable asiática); esto es, el carácter
contradictorio y desigual que asume el proceso de internacionalización de las fuerzas productivas y
de las relaciones sociales de producción bajo el capitalismo. La internacionalización del capital y de
la producción se deriva de la acción de las leyes de acumulación y de desarrollo económico y político
desigual del capitalismo, y en esto Lenin fue claro, directo, y se mantiene vigente.
3. Con la saturación progresiva del mercado interno, el capital pierde su capacidad de valorizarse; así,
la sobreproducción de mercancías a escala nacional genera la necesidad de exportarlas (primera fase
del capitalismo). Luego, la superabundancia de capitales internos no valorizables implica la necesidad
de invertirlos fuera de los confines patrios (y es esta la característica fundamental del imperialismo
4. La carrera por acaparar las fuentes energéticas y materias primas es de vieja data. Las primeras expe-
diciones europeas parten en pos del descubrimiento de nuevas tierras que explotar y de “fuentes” de
riqueza que se pudiesen hacer manar con gran facilidad. Se puede decir, con Jaffe, que el colonialismo5
funda y da cuerpo al desarrollo y la sobrevivencia del MPC. La rapiña mundial que precede y corre
paralela al desarrollo del capitalismo a escala mundial es sobradamente conocida: “El capitalismo
1. Más allá de las posiciones político-culturales que cada quien pueda tener, a estas alturas es evi-
dente para todos que el desarrollo capitalista no se reparte equitativamente, como lo demuestran las
enormes desigualdades y desequilibrios existentes en el plano temporal, territorial, sectorial y social.
Los teóricos de la economía dominante ubican las causas de tales desequilibrios, por ejemplo, en el
comportamiento cíclico de la economía y en la diversa dotación físico-ambiental de los territorios, más
o menos favorable a las actividades productivas, e identifican áreas centrales de desarrollo y áreas semi-
periféricas, periféricas y totalmente marginales. Entre los desequilibrios estructurales señalan, también
a manera de ejemplo, la así denominada “fuerza contractual” de determinadas empresas, industrias o
sectores, con las consiguientes desigualdades en los ritmos de desarrollo. Asimismo, entre los llamados
desequilibrios sociales identifican algunos problemas que “normalmente” acompañan todo proceso de
desarrollo económico, debidos –entre otras causas– a la escasez de determinados recursos productivos
o a fenómenos monetarios y a la redistribución desigual de la renta. Eso que en la economía convencio-
nal es calificado como asimetría del desarrollo o desequilibrio, no es otra cosa que –como bien señaló
Marx– el carácter esencial, ínsito al modo mismo de producción capitalista, basado en la extracción
de plusvalía y, por tanto, en la explotación y en una dimensión clasista de la sociedad y del desarrollo.
En la llamada ley del desarrollo combinado y desigual, el elemento desigualdad está estrechamente
correlacionado con el de la integración entre funciones, producciones y sistemas económicos: a la
división del trabajo le es funcional la desigualdad de los salarios, a la expansión de los mercados le hace
el juego la desigualdad de las condiciones económicas y de los costos de producción.
“Desde el momento en que la combinación se produce como consecuencia de una desigualdad
preexistente, se puede entender por qué tales características se presentan siempre unidas y acopladas
en una única ley” (Novack, 2001: 150). Según la formulación de Novack se puede decir, pues, que
2. Al momento de decidir cuáles son las características esenciales del subdesarrollo de la periferia, la
más importante parece ser la diferencia en la productividad por empleado, medida como valor agrega-
do por empleado. El incremento de la productividad se cumple a ritmos más intensos o en términos
absolutos mayores en los países desarrollados, donde se alcanza la mayor tasa de crecimiento, mientras
que en los países de la periferia esa productividad crece a un ritmo menor.
De esta manera, si entre los países más pobres y los integrantes de la Organización para la Coopera-
ción y el Desarrollo Económico (OCDE) las diferencias de productividad (medida por cada trabajador
efectivamente empleado de la población activa, no por cada empleado) era de 1 a 44 en 1960, en el
año 2000 había subido a 1 a 58. Incluso en los países de la periferia o, mejor dicho, de la semiperiferia
con mayor industrialización y nivel de ingreso, la diferencia en productividad relativa se incrementó
en esos 40 años y pasó desde 1 a 4 hasta 1 a 5,5.
Esta situación se produce cuando, de más de 560 millones de personas que trabajan en la industria
mundial, solo 120 millones lo hacen en los países desarrollados. En los países de renta media-baja está
el mayor volumen de trabajadores industriales (cerca de 260 millones), y en los de renta baja hay más
(180 millones) que entre los miembros de la OCDE. No es cierto, entonces, que el subdesarrollo equi-
vale a ausencia de industria. Lo que le resulta característico, en cambio, es la baja productividad. En
efecto, cada trabajador industrial de los países del centro produce un valor agregado 16 veces superior
al de sus colegas de los países de la periferia (5 veces mayor que en los países de ingreso medio-alto, 13
veces mayor que en los de renta media-baja y 41 veces mayor que en los de ingreso bajo)10.
Continúa...
Países
de la periferia 4,8 4,5 4,4 4,8 4,9 4,6 4,3 4,3 4,3
Países de renta
media-alta 23,2 21,7 21,2 23,9 25,1 21,1 18,5 18,7 18,1
Países de renta
media-baja 3,9 3,8 4,1 4,0 4,1 3,9 3,9 4,2
Países de renta
baja 2,3 2,0 1,9 1,8 1,8 1,9 1,9 1,8 1,7
4. Afrontar el problema del intercambio desigual quiere decir concentrarse en la esfera de la circu-
lación. En rigor lógico, si hay desigualdad, esta reside en el intercambio y por tanto en el mercado.
Si la principal desigualdad entre el “norte” imperialista y el “sur” superexplotado es esta, entonces el
problema no se desprendería de las relaciones sociales instauradas en la esfera productiva, sino princi-
palmente de las existentes en la esfera de la circulación.
Ciertamente, el intercambio y el comercio no nacieron con el capitalismo; lo preceden por mucho.
Las primeras formas de comercio de las que se tenga noticia se remontan a miles de años atrás y fueron
estimuladas por la escasez de productos no disponibles y no construibles en determinadas comuni-
dades (por lo general, pequeñas). Asimismo, fueron estimuladas, desde el comienzo, por las primeras
apariciones de comerciantes extranjeros, que desde lejos llevaban nuevos productos e introducían en
los mercados indígenas lo que allí faltaba. Este tipo de comercio presupone, pues, el desarrollo dife-
renciado de las comunidades11: una de ellas produce un bien x que falta en otra, donde en cambio se
dispone de un bien y. El comercio nace, como es claro, cuando la primera comunidad necesita también
el bien y, al tiempo que produce un exceso del bien x, que la segunda comunidad requiere a su vez;
así, el bien x resulta intercambiable por y. El presupuesto del comercio, en otras palabras, es la exis-
tencia de un excedente o surplus. La población indígena adquiere así aquello que no puede o no sabe
producir. Veamos lo que escribe Mandel (1997: 299):
[La] ley del desarrollo desigual implica rápidos redireccionamientos de las corrientes comerciales, tan
pronto un pueblo se apodera de la técnica artesanal –relativamente simple– de la pequeña sociedad
mercantil, donde la ausencia de instalaciones industriales costosas facilita la transferencia de técnicas
y de técnicos.
Una sociedad, un pueblo que logra apoderarse de las técnicas necesarias para producir un bien
que antes debía adquirir, obtiene ventajas de esa producción directa12, ya que se libera del “yugo” del
comercio (que es por nacimiento especulativo)13.
[El] marxismo no sería dialéctico si no admitiese la existencia, junto a sociedades en progreso (desde
el punto de vista de la productividad media del trabajo), de sociedades en retroceso pronunciado. La
ley del desarrollo desigual, cuya validez han querido algunos limitar a la sola historia del capitalismo,
e incluso únicamente a su fase imperialista, es entonces, en realidad, una ley universal de la historia
humana. En ninguna parte de la tierra hay un progreso rectilíneo (Mandel, 1997b: 160).
Si imaginamos las teorías del desarrollo y del intercambio desigual en el marco de las bien aceitadas
relaciones imperialistas de la fase actual del MPC a escala mundial14, podemos observar, aún más
claramente, que son justamente esas relaciones las que permiten la persistencia de la desigualdad entre
países imperialistas y países dominados.
5. Hasta aquí, se trata de la teoría del intercambio desigual, que tiene su piedra angular en la tesis (soste-
nida por “euromarxistas” como Mandel y Emmanuel) según la cual la perpetuación de esa inequidad se
fundamenta en las diferencias de productividad entre países de capitalismo maduro y países “atrasados”,
coloniales, por lo que el “centro obrero” es más explotado (en términos marxistas: produce más plusva-
lía, W ) que la clase trabajadora “periférica” (que, al ser menos productiva, es fuente de menor plusvalía).
Jaffe (1973) critica ampliamente tal interpretación al partir de un enfoque diferente: solo una
pequeña parte del intercambio desigual se produce en el marco del complejo sistema de explotación
de los países coloniales por parte de las naciones imperialistas-colonialistas. La verdadera fuente de
desigualdad entre ellos reside en el proceso laboral (y, por tanto, en el de la valorización).
En efecto, es solo gracias a la superexplotación a que está sometido el proletariado colonial que
los países imperialistas, y todo el MPC, pueden mantenerse en pie. Jaffe sostiene que, privado del
colonialismo, el capitalismo no podría sobrevivir un minuto más. Y es en ese marco que elabora la tesis
de la superexplotación (y de la consecuente plusvalía negativa, es decir, W -), en la que se apoya toda su
teoría del capitalismo-colonialismo. La clase trabajadora colonial produciría, pues, una masa de W y
tasas de ganancia tan elevadas, que hacen posible el aburguesamiento (inducido) de la clase trabajadora
occidental (que no sería ya productora de W ni, por tanto, explotada, ya que gozaría ella misma de
los frutos del colonialismo, al consumir parte de la W creada en las colonias, que resulta transferida a
sus salarios).
Luego, si para la teoría “clásica” del intercambio desigual el problema reside en las relaciones de
tipo comercial (y político) que se instauran entre países dominados y países dominantes, para Jaffe se
encuentra en el corazón mismo del proceso productivo del capital: el proceso laboral.
7. Hay más. La relación colonialista garantiza no solo una superganancia para las empresas inversoras,
sino también un “bono” en la patria: en efecto, gracias a esas superganancias obtenidas en las colonias,
las empresas capitalistas están en capacidad de pagar a sus propias clases trabajadoras salarios más
elevados de cuanto en otras condiciones podrían.
Jaffe sostiene que la clase trabajadora occidental recibe en salarios más de lo que produce. Hay
un enorme ingreso de W, proveniente de las colonias, que va directamente a las arcas de las em-
presas imperialistas, pero que en parte es también distribuido entre los trabajadores que laboran
para ellas. Si nos atenemos a la teoría marxista de la explotación, la clase trabajadora occidental,
con excepción de algunos segmentos, no produce ya W , sino que más bien usufructúa la de otros.
Así, participa de la explotación capitalista: su W no es ya positiva sino negativa (recibe más que
cuanto produce).
Todo este proceso socioeconómico genera asimismo efectos políticos muy evidentes: la “aristocra-
tización” de la clase trabajadora occidental, engatusada en un compromiso capital-trabajo que se da
a través del consociativismo de los partidos históricos de la izquierda y de la compatibilidad de los
8. Consideramos que, aun siendo extremadamente importante, el análisis de Jaffe sobre la W - debe
ser integrado o “desmonolitizado”: no toda la clase trabajadora occidental es “parásita”. Más bien,
retornando a las categorías marxistas fundamentales de función colectiva del trabajo y función colectiva
del capital, y fundamentando en tales categorías el análisis marxista de la sociedad de clases contem-
poránea, podemos identificar a la aristocracia obrera en esa parte de la clase trabajadora (en nuestra
opinión hoy no muy extensa, aunque no por eso menos importante) que, aunque sigue cumpliendo
las funciones del trabajador colectivo, goza, gracias al desarrollo del capitalismo monopolista –y, por
tanto, a las superganancias imperialistas–, de toda una serie de privilegios económicos, sociales y polí-
ticos que resultan garantizados por un triple origen material:
Primero, dentro de cada bloque [económico], los países imperialistas someten a los países dominados
a una expropiación sistemática de plusvalía, a través de instrumentos de política económica
comunes a ese bloque, y posiblemente de una moneda única o de común referencia, que sería
la del país hegemón en el bloque. Una parte de esa plusvalía puede ser usada para financiar a la
aristocracia obrera. Segundo, dado que los bloques tienen diferentes grados de desarrollo económico-
financiero, la apropiación de valor se produce de un bloque a otro en su conjunto (véase la lucha
entre el dólar y el euro por la supremacía internacional y, por tanto, por la apropiación de valor
inherente a esa supremacía). Esta es una segunda fuente de financiamiento de la aristocracia obrera.
Tercero, en la medida en que todos los países imperialistas tienen intereses comunes contra todos
los países dominados (por ejemplo, la imposición de políticas monetarias y financieras a los que
han sido golpeados por crisis financieras), hay apropiación de valor por parte de los primeros en
perjuicio de los segundos. Y esta es la tercera fuente de financiamiento de la aristocracia obrera
(Carchedi, 2005: 41).
A este respecto, se podría sostener con Jaffe (aunque es esta una tesis que debe ser estudiada y veri-
ficada) que para esa parte de la clase trabajadora se cumple la producción de W -, así como la difusión
del colaboracionismo de clases y del conservadurismo de masas en aquellos estratos que bien pueden
hacerse portadores de ideologías capitalistas dentro de las filas del proletariado.
10. Lo que no nos parece utilizable del análisis jaffeano, en este contexto, es el concepto de W -. En
efecto, la W creada por la fuente viva inmigrante está concentrada totalmente en manos de capitalistas
(muchas veces pequeños y medianos) que no tienen necesidad de aristocratizar a la clase obrera autóc-
tona, a la que en cambio chantajean con la presión desde abajo del outsider inmigrante (que aun en
caso de estar en regla, dentro de las normas legales, está de cualquier forma fuera de las redes jurídicas y
sociales de protección, por lo que, al poder en cualquier momento pasar de la condición de empleado a
la de desempleado –y por tanto ser expulsado16–, tiende a ser siempre un sujeto extraño con respecto
a la red de garantías mínimas concedidas a un trabajador local; esto implica la precariedad continua de
su situación laboral y vital, que lo obliga a aceptar las peores condiciones laborales con tal de conservar su
“contrato de residencia”. Es de allí que surge la presión externa del inmigrante sobre la fuerza de
trabajo “interna”).
La clase capitalista logra mantener ese estado de explotación colonial dentro de su propio país
gracias a las divisiones internas de la clase trabajadora (provocadas y sostenidas por el mismo capital)
y gracias a los mecanismos –a veces no llamativos o bien enmascarados– de superexplotación, siempre
brutal aunque sofisticada.
11. En efecto, todos los parámetros macroeconómicos reflejan lo escrito anteriormente, confirmando
todavía hoy la formulación neoliberal con el mismo comportamiento de los primeros años noventa: en
general, tasas de desocupación real (masculina y femenina) que aumentan fuertemente, y retribuciones
directas e indirectas (en términos de salario y de prestaciones sociales) que se incrementan de manera
muy lenta, del todo ajenas a una redistribución equitativa, entre los factores productivos capital y
trabajo, de los aumentos de valor agregado y de productividad, todo lo cual indica una fuerte carencia
redistributiva en lo que toca a la remuneración del factor trabajo.
Si se considera la parte que los factores no económicos, como el patriotismo, el espíritu de aventura,
las empresas militares, la ambición política y la filantropía, juegan en la expansión militar, podría
parecer que nuestra tesis, al atribuir a los financistas una influencia política tan grande, estuviera
viciada por una visión de la historia demasiado estrictamente orientada por los hechos económicos. Y
es verdad que la fuerza motriz del imperialismo no es principalmente financiera; las finanzas son más
bien el conductor del motor imperial, capaz de dirigir las energías y de determinar el funcionamiento,
pero no son el combustible del motor, ni lo que propulsa la fuerza mecánica. Las finanzas manipulan
las fuerzas patrióticas de políticos, soldados, filántropos y agentes de comercio: el entusiasmo por la
expansión que proviene de esas fuentes, por fuerte y genuino, es anormal y ciego, mientras que el
interés financiero tiene las cualidades de concentración y de previsión de cálculo que son necesarias
para hacer funcionar el imperialismo17.
1. Hemos visto por qué, con las políticas neoliberales, se registra una acentuación del desarrollo
desigual, no solo entre los países más desarrollados y los que están en vías de desarrollo, sino también
–y muy significativamente– dentro de aquellos que forman parte del centro capitalista.
En efecto, la tasa de desocupación total en los países industrializados es superior a 8%, y la de los
jóvenes está más allá de 15%. Hoy, más de 35 millones de personas buscan allí trabajo; más de 1/3
de los adultos tiene un nivel de instrucción inferior a la escuela media superior; entre las familias, el
40% más pobre recibe el 18% del total de ingresos; el salario de la mujer equivale a ¾ del que recibe
el hombre; 100 millones de personas viven por debajo del límite mínimo de pobreza; 5 millones no
1. El análisis del imperialismo quedaría trunco si dejásemos de afrontar el problema del papel creciente
que desempeña el capital financiero en los marcos del modo de producción capitalista (MPC) avanza-
do. Si Hilferding hubo de pensar que, llegado un cierto grado de desarrollo del capitalismo, el capital
financiero dominaría por sí solo la escena político-económico-social, Lenin llevó de nuevo la teoría
marxista a su cauce original, contra aquella deriva que algo tendrá luego en común con el keynesismo.
El imperialismo es fruto de la “combinación”, de la “simbiosis” (la idea es de Bujarin) del capital
bancario y el industrial.
Las dimensiones alcanzadas por los complejos empresariales multi(trans)nacionales son enormes:
un informe emitido en 1993 por el Centro de Empresas Transnacionales de Naciones Unidas estimaba
su número en 37.000, y consideraba que en la inmensa mayoría de los casos, sus sedes principales se
2. La nueva y así llamada fase posfordista, de rasgos financieros, lleva al predominio de un ciclo fuer-
temente especulativo, en el cual el dinero invertido se acrecienta sin pasar a través de intermediario
productivo alguno. En la práctica, no hay transformación del capital en medio de producción, en pro-
ducción efectiva, y prevalece cada vez más la inversión financiera por sobre la tradicional productiva,
impulsando contextos de “burbuja” especulativa.
En el plano local, la financiarización va unida a un empeoramiento enorme de la desigualdad en la
distribución interna de la renta y de la riqueza producida, que cada vez menos se dirige hacia el factor
trabajo (sea en forma de salario directo, diferido o indirecto) y se desplaza hacia el factor capital en
forma de surplus financiero, es decir, como elemento predominante de remuneración en forma de ga-
nancia financiera pura. Consecuencia de este fenómeno es el riesgo de un retroceso de las democracias
en Occidente, una desocialización, una degeneración de la política y una homologación de todo el
cuerpo social a las lógicas de la ganancia.
Es este el ejemplo más grande y claro que la historia presenta del proceso de parasitismo social
mediante el cual un grupo con intereses financieros en el seno del Estado, usurpando las riendas
Se produce así una suerte de “totalitarismo financiero” y de la cultura de empresa, que, en búsqueda
de ganancias fáciles, cada vez más de tipo financiero-especulativo y no productivo, desestabiliza regio-
nes completas (véanse las crisis de México, de Brasil, de Tailandia, de Corea, de Indonesia, de Rusia,
de Argentina), provocando procesos de inestabilidad político-económica-social con consecuencias que
se tornan más críticas y violentas por la utilización de las llamadas guerras étnicas, de los fundamenta-
lismos religiosos, de la disgregación de las unidades nacionales, y con formas cada vez más sofisticadas
de uso de la criminalidad22, todo ello completamente funcional a los paradigmas del Nuevo Orden
Mundial.
4. Con el tiempo, la usura internacional ha ideado asimismo sus propias “cámaras de compensación”
internacionales y sus propias instituciones de reglamentación de los diversos poderes (imperialistas)
concurrentes y conflictivos, como, por ejemplo, el FMI, el BM, la OMC o la ONU. Estos organismos
constituyen la expresión más viva, aun si tambaleante, de las potencias imperialistas que dictan el
orden del día, que proclaman las agendas, dictan los vetos, aniquilan toda forma de oposición –incluso
solo verbal– por parte de “socios” que participan a título no paritario, y escriben el derecho internacio-
nal que luego harán respetar a su gusto.
Hay quien piensa que estos instrumentos son el pródromo de un Gobierno global único, dirigido
por una única clase dominante, libre de conflictos en su seno, bajo el que los Estados no representarán
ya poder alguno, tras delegarlo todo en la “red” internacional de Gobierno global. En realidad, por el
contrario, no hay un solo movimiento de estos sujetos, adelante o hacia atrás, que no sea consecuencia
más o menos directa de las voluntades políticas de los Gobiernos que (a diverso título y con poderes
desiguales) participan en tales instituciones. La presencia de los Estados es extremadamente visible y
fuerte. Por otra parte, el derecho internacional no tiene otro sujeto jurídico de referencia (sujeto de
imputación) que el Estado soberano e independiente, al menos formalmente.
Bastaría alguna referencia a las teorías marxistas no mecanicistas sobre el Estado, elaboradas en los
últimos decenios, para demostrar qué función desempeña todo ello y por quién es gobernado. Pero el
verdadero problema de estos teóricos de la “posmodernidad inventada” es que su análisis de imperios,
imperialismos y conflictos intercapitalistas no es desarrollable, está errado de raíz, desde el momento
en que niega la sobrevivencia de toda función estatal.
Las décadas del imperialismo fueron prolíficas en guerras, muchas de las cuales estuvieron motivadas
directamente por la agresión de las razas blancas contra las “razas inferiores”, y concluyeron con la
conquista territorial por vía de la fuerza. Cada paso de la expansión en Asia, África y el Pacífico ha
estado acompañado por el esparcimiento de sangre; cada potencia imperialista mantiene siempre listo
un creciente ejército para misiones en el exterior: rectificación de las fronteras, expediciones punitivas
y otros eufemismos utilizados en lugar de la palabra guerra, han estado en continuo aumento.
Pero también en el capitalismo poscolonial de la segunda mitad del siglo xx, el recurso a la guerra ha
sido imprescindible para mantener la hegemonía del capital norteamericano en el mundo capitalista.
Como lo señala el economista cubano Osvaldo Martínez, Estados Unidos se ha especializado en
comerciar con la guerra y hacer la guerra con el comercio.
El papel de la industria militar y del gasto bélico se extiende, sin embargo, más allá del simple
mantenimiento de las “fronteras seguras del imperio”, función que existía ya en los imperios de la
antigüedad. La especificidad del capitalismo es que la actividad militar se transforma en el cerebro del
proceso productivo, se hace fundamental en el proceso de innovación permanente y acelerada, propio
del capitalismo, y en la regulación del ciclo económico, como expresión de un “keynesismo militar”
que sobrevive incluso en la era del neoliberalismo25.
El gasto militar cumple dos funciones esenciales en el funcionamiento del capitalismo norteameri-
cano. Al ser fundamentalmente un gasto planificado por el sector público (en realidad, el Pentágono
ha sido la economía planificada más grande del mundo, incluso en la época de la Unión Soviética),
contribuye a contrarrestar las ineficiencias y los despilfarros de la economía de mercado. En efecto,
mediante el gasto público militar se planifica una parte muy importante de la economía industrial y de
los servicios en Estados Unidos. En esta planificación se incluye la distribución espacial de actividades,
la ocupación, las interconexiones entre ramos o sectores, etcétera, que permiten reducir el impacto del
ciclo económico en el nivel general de output.
Este hecho fue uno de los descubrimientos de la economía virtualmente planificada durante la
Segunda Guerra Mundial, período en el cual la economía norteamericana alcanzó la plena utilización
de sus recursos productivos. Posteriormente, la economía de guerra ha contribuido a frenar las fases re-
cesivas del ciclo, al favorecer el mantenimiento del empleo industrial y propiciar niveles aparentemente
aceptables de crecimiento, medidos en términos de PIB.
2. Es significativo que el gasto bélico en Estados Unidos presente un perfil cíclico. En ello influye no
solamente la coyuntura económica interna, sino también la situación sociopolítica internacional. Pero,
en todo caso, desde la guerra de Vietnam, el ciclo muestra un perfil muy similar, con un techo y un
piso de gastos siempre muy altos (entre 300 y 400 millardos de dólares al año). La única discrepancia
es la de los años del presidente Jimmy Carter, cuando, en un contexto de disminución del poder
imperial norteamericano (lección aprendida por los sucesivos gobiernos), se produjo la reducción de
dicho gasto.
Ese papel político-económico del gasto militar explica el consenso existente a este respecto entre los
ciudadanos estadounidenses, que soportan sobre sus espaldas la mitad de lo que el mundo entero gasta
en este rubro. Pero, a diferencia de otros países, donde ese gasto es casi por completo de tipo corriente,
para pagar a los militares, en la economía norteamericana dinamiza un sector industrial orientado a la
producción de armas y actúa con un efecto de inversión propio del multiplicador keynesiano.
3. De esta manera, entre la fase del imperialismo colonialista del siglo xix y la del imperialismo posco-
lonial de matriz norteamericana del siglo xx, el militarismo se ha transformado en el garante del poder
imperialista y elemento esencialmente político del proceso capitalista de producción, hasta configurar
un triángulo de funciones que determinan el carácter del sistema en su conjunto: es a un tiempo el
eje de la articulación intersectorial del sistema industrial norteamericano, el motor de la innovación
tecnológica y el factor de ajuste frente al ciclo económico. Se ha desarrollado así, en Estados Unidos,
un complejo industrial militar que expresa el conjunto de intereses del capital y el Estado, y que el
proyecto paneuropeo de la Unión Europea aspira a reproducir27.
La construcción de un aparato bélico y su creciente vinculación con la política del Gobierno y la
economía, responden, en el capitalismo, a la necesidad cada vez mayor de dar respuesta al proceso
de agudización de las contradicciones de este régimen de explotación. De hecho sirve todo ello, a un
mismo tiempo, para sostener el orden imperialista y para proveer, tendencialmente, un instrumento
regulador del ciclo de reproducción.
Ese proceso, que no tiene su origen en el capitalismo, ha generado un continuo crecimiento de las
fuerzas militares y un estrecho nexo entre estas y la economía, dando lugar, con el desarrollo de los
monopolios, al nacimiento de una industria bélica que, de una manera profundamente contradictoria,
satisface las necesidades de un permanente incremento de la ganancia y de concentración del poder
económico y político en la sociedad capitalista actual. En el contexto antes descrito, el crecimiento
del aparato militar, así como el desarrollo de sus fuentes materiales de sustentación y de la industria
bélica, dejan de ser únicamente referencia de la acentuación constante del carácter agresivo-represivo
del capitalismo, en general, y del Estado, en particular, para convertirse gradualmente en requisito
para el funcionamiento del régimen capitalista de producción, un requerimiento de la reproducción
en los centros de capitalismo maduro, con sus consecuentes repercusiones en el resto del sistema
capitalista mundial.
5. La industria bélica ha estado siempre muy ligada a los progresos científicos y técnicos. Durante
toda la Segunda Guerra Mundial y, más ampliamente, desde comienzos de los años treinta hasta
la crisis económica de 1974-1975, esa industria se desarrolló por obra de dos factores fundamentales: la
competencia en el plano militar y la disponibilidad de grandes recursos para el financiamiento de
a) Al lograr establecer estándares tecnológicos y contar con las ventajas de producir en función del
presupuesto militar, esta industria puede disponer de mano de obra más calificada y de numero-
sos fondos para la investigación, con escasas preocupaciones respecto a los costos de producción.
Todo esto le permite gozar de un monopolio “natural” que garantiza altas ganancias.
b) La relación con las restantes actividades productivas, que se cumple a través de subcontratacio-
nes, es mucho más directa e integrada.
c) La demanda es estimulada por la oferta y esta, a su vez, por el creciente presupuesto militar. Por
tanto, la industria bélica no está sometida, como las demás ramas industriales, a una oferta de
precios decrecientes. Inmersa también ella en el nuevo paradigma tecnológico –que, como se
ha dicho, tiene por núcleo dinamizador el complejo electrónico-informático–, la integración
se realiza por vía de la oferta y no de la demanda. De esta manera, abarca en sí misma todas las
ventajas tecnológicas, más allá del hecho de poder trabajar con el presupuesto estatal.
La industria militar aprovecha, pues, las ventajas del nuevo panorama tecnológico y recibe, en los
países capitalistas desarrollados, el estímulo de una política económica que privilegia la existencia de
un presupuesto militar creciente.
6. Se puede entonces deducir que, independientemente del efecto que tenga en la economía –y, por
tanto, en el incremento del llamado presupuesto de defensa–, el gasto bélico está estrechamente ligado
al interés económico de un grupo de importantes empresas monopólicas y al poder de una extensa
burocracia político-militar, con sus respectivos grupos subordinados. Esa burocracia genera exigencias
de investigación, propaganda, formación de dirigentes y trabajo ideológico, en general, que da trabajo
a una amplia élite de intelectuales y técnicos que están a cargo de dicho presupuesto.
El proceso descrito se repite, a grandes rasgos, en todas las potencias imperialistas, y en él se basa
la existencia del llamado complejo industrial militar, como parte integrante e inseparable del sistema
de relaciones político-económicas del capitalismo monopolista de Estado, fenómeno que no se limita
al ámbito nacional.
7. Por todo lo explicado, no es posible presuponer que los intereses del sector industrial-militar, por
más que puedan progresar, dominen conjuntamente todos los intereses de la economía capitalista. En
este marco, pues, se producen contradicciones en el seno de la oligarquía financiera, dado que no todos
sus miembros ven satisfechos sus intereses por un presupuesto militar creciente.
Con el desarrollo de la economía militar, sin embargo, se crea una tendencia permanente a trabajar
por el crecimiento de dicho presupuesto, además de una inevitable dependencia del ciclo general de la
economía norteamericana respecto a la producción de armas y la guerra en general. La llamada produc-
ción para la defensa se transforma en una necesidad de la dinámica del ciclo de reproducción de toda
la economía, que obedece al hecho de que ningún otro ramo productivo satisface tan completamente
como este el objetivo racional de la producción capitalista y el continuo aumento de las utilidades.
8. Lenin había ya manifestado que los intereses de la oligarquía financiera son opuestos a los de toda
la sociedad. Sin embargo, esa definición se ve superada por los grandes grupos del poder político-eco-
nómico-militarista, ya que se trata de un sector, dentro de la misma oligarquía, que detenta un poder
del que no había gozado ningún otro, ni clase social alguna hasta hoy, pues se trata de un fenómeno
generado por el desarrollo mismo del imperialismo.
Es el complejo industrial militar quien constantemente cumple el papel de catalizador del proceso
militar y de sus empresas asociadas; sus objetivos, entre otros, son el incremento de las asignaciones
para gastos bélicos, la creación de una economía de guerra y el impulso de un comercio típico de los
períodos de conflagración. Este fenómeno ha adoptado un carácter internacional, creando una com-
pleja red de nexos y relaciones entre las principales potencias capitalistas, que consideran al resto de
los países del sistema –los subdesarrollados– como mercado para la venta de armas y fuente de riqueza
para esta política.
La internacionalización de este complejo no es aislada: hay procesos de internacionalización del
capital y de la producción, más allá del crecimiento de las empresas multinacionales y de la explotación
de capitales por parte de aquellos monopolios que, además de ser los más importantes productores
y comercializadores de mercancías, son también los más importantes contratistas de sus respectivos
Gobiernos para la producción de armamento. Estos monopolios han diseminado sus filiales en el resto
de las potencias capitalistas y entre los miembros del sistema, hasta crear una turbia masa de interre-
laciones que ha servido de base para convertir al complejo industrial militar en un fenómeno que se
localiza no solo en Estados Unidos. Desde los años cincuenta, en efecto, la influencia de esa estructura
actúa sobre la dinámica económica y política de las principales potencias imperialistas, si bien con una
evidente supremacía económica, política y tecnológica de Estados Unidos.
10. Finalmente, si se quisiera definir de manera más directa el complejo industrial militar, se podría
sostener que se trata de un subsistema de relaciones económico-político-militares que tiene como base
el estrecho nexo establecido entre las grandes empresas de ese ramo y el Estado. Este subsistema ha
creado, por otra parte, su propio aparato ideológico, reproductor de las ideas del militarismo. Su cen-
tro hegemónico está en Estados Unidos y se ramifica en el mundo como un subsistema multinacional
de comercio de armas, licencias e inversiones para la producción conjunta de armamento. Se apoya
en acuerdos militares y en el sistema de bases y programas de adiestramiento y colaboración militar, y en
su expansionismo considera como un tesoro a los países subdesarrollados, que se ven así obligados al
continuo incremento de sus gastos militares y a funcionar como oligarquías subalternas, que apoyan
regionalmente los objetivos de la política imperialista.
Estas relaciones se han transformado en una necesidad para el proceso de reproducción económica,
política e ideológica del imperialismo, que en los umbrales del siglo xxi se ve reforzado por la posición
hegemónica de Estados Unidos en el plano militar, estratégico y regional. Hoy el peligro que corre la
paz mundial es mayor que en el período de la llamada Guerra Fría y la confrontación este-oeste.
El terrible 11 de septiembre de 2001 fue considerado por las fuerzas de extrema derecha de ese país
como la esperada oportunidad para restaurar un Estados Unidos imperial, dispuesto a intervenir en
cualquier parte y con cualquier justificación, como ocurrió en Iraq. La Organización de las Naciones
Unidas está paralizada ante el empuje de Estados Unidos y se ha convertido, de hecho, en un instru-
mento para imponer políticas expansionistas.
2. Como ya se ha dicho, la economía militar no está separada del resto de la economía por líneas
tajantes; por el contrario, se vale de los mismos mecanismos e instrumentos que caracterizan hoy al
sistema de relaciones económicas capitalistas a escala mundial y constituye, de hecho, un subconjunto.
Se trata de una transnacionalización encabezada por Estados Unidos y dirigida a incrementar su
capacidad militar, sea nuclear o convencional; a reforzar su papel en el comercio mundial de armas
y de tecnologías ligadas a su producción; a consolidar la capacidad disuasiva y agresiva de Estados
que, como Israel, desempeñan un importante papel estratégico dentro de alguna región de particular
interés; y a aumentar la capacidad de Estados Unidos para movilizar sus fuerzas militares sin tener que
depender de las alianzas.
3. La agresiva política del imperialismo requiere que los gastos militares de los países subdesarrollados
aumenten continuamente, para así dar respuesta a la estrategia de militarización de la economía y a la
política imperialista a nivel mundial, que esencialmente persigue los siguientes objetivos:
Todo esto indica hasta qué extremo se ven obligados los países subdesarrollados a participar en el
fenómeno de la producción y venta de armas, no obstante las ingentes y graves dificultades que deben
afrontar en el plano económico y social.
5. De todo ello se deriva no solo el reforzamiento de las ansias de dominio global, a través de la trans-
nacionalización de la economía militarista y contra los países en vías de desarrollo, sino también el
peligro que para la paz mundial subyace en las mencionadas relaciones político-militares.
Es con tales hipótesis, con tales escenarios de cambio de fase, de conflictividad aguda entre el área
del dólar y el área del euro, con atención siempre a la variable asiática y al probable nacimiento de
un polo ruso-iraní-indio-chino, y bajo fuertes miras expansionistas en Eurasia, en América Latina,
contra todos los países en vías de desarrollo, que en el futuro inmediato será llamada la humanidad
a un arreglo de cuentas, en un contexto en el que la competencia global asumirá rasgos cada vez más
político-estratégicos.
A estas alturas, hasta los organismos financieros internacionales comienzan a sostener, más o menos
explícitamente, que los procesos de globalización no están ya bajo control de las autoridades moneta-
rias, sino especialmente de las autoridades político-gubernamentales.
Globalización significa financiarización, pero ya es evidente lo que desde hace tiempo sostenemos:
que el proceso en curso no puede llamarse globalización. Se trata de una auténtica, dura y despiadada
competencia global entre los tres principales bloques económicos; una competencia global, de carácter
político-estratégico, con claros rasgos no solo de economía de guerra, sino también de explicitación
estructural de una guerra que no dejará heridos en el campo.
En juego está, en los próximos años, el papel estratégico internacional de Estados Unidos, de la
Unión Europea y del polo asiático-japonés. Esto seguirá significando guerras comerciales, guerras
financieras, guerras económicas globales, hasta llegar al uso indiscriminado de la guerra verdadera por
la supremacía en áreas internacionales que se tienen por estratégicas. ¡Y todo ello de cara al mercado
único y de una globalización unívoca en propósitos!
Estamos seguramente en la fase de conflicto abierto y agudo entre bloques económicos, en el que
la Unión Europea está jugando un papel estratégico en áspera competencia con Estados Unidos. Los
problemas del bloque geoeconómico europeo serán centrales en los desarrollos políticos, económicos y
militares del futuro próximo. Las tendencias que hemos identificado marcan la fase actual del conflicto
económico y de la confrontación militar en la competencia global.
Por tanto, las masas deben desarrollar una conciencia política de lucha en concordancia con esta
realidad: una conciencia global, en la que se combinen armónicamente lo local, lo nacional y lo mun-
dial (que no es solo global, sino multinacional). Las fuerzas del imperialismo están organizadas en un
sentido transnacional, con una burguesía que tiene conciencia de sus funciones y que se las ingenia
— notas —
4 Lenin así lo afirma explícitamente. Jaffe (1973) lo ratifica en varias ocasiones, incluso contra la convicción de Luxemburg, quien
5 Muchas veces los juristas logran, con su brutalidad y crudeza, ser mucho más claros y honestos que tantos economistas, cien-
tíficos sociales y políticos. Así puede leerse en un manual de derecho colonial francés de los años treinta: “La razón primera de
la colonización radica en el doble hecho de que el mercado nacional necesita de estas salidas suplementarias y también la in-
dustria requiere de mercados de aprovisionamiento de materias primas (…) Las poblaciones indígenas son incapaces de extraer
provecho de las riquezas de sus países, y las potencias coloniales no quieren depender de sus rivales para obtener las materias
que proveen las colonias. (…) El Estado colonial se enfrenta generalmente a poblaciones atrasadas, y esto es cierto incluso en
el caso de muchos pueblos que se pueden considerar civilizados (Indochina, por ejemplo). En ciertas regiones esas poblaciones
están en constante guerra unas con otras (…). Con la paz, los indígenas reciben seguridad para sus propias personas y bienes.
La potencia colonial debe abolir los usos contrarios a la humanidad (esclavitud, sacrificios humanos) y suavizar aquellos que
sean demasiado toscos (…). A estas críticas [las de los partidos radical y socialista, que ponían en duda la legitimidad de la em-
presa colonial] se puede responder que no es natural ni justo dejar tal vez la mitad del mundo en manos de pequeños grupos
de hombres ignorantes, impotentes, verdaderos niños incapaces, diseminados por superficies inmensurables, como tampoco a
poblaciones decrépitas, sin energía, sin guía, auténticos viejos incapaces de todo esfuerzo” (François, Mariol, 1929: 12, 17, 22).
6 Por lo cual los países dominados deben producir, como colonias, las materias primas que sirven a la industria imperialista cen-
tral para fabricar los productos “secundarios” que luego serán también exportados a las colonias, donde este último sector
productivo no existe.
8 De allí, también, las numerosas guerras civiles, que tienen por fin la repartición de la relativamente escasa riqueza de estos
países.
9 Se utiliza el término en su acepción burguesa, cuantitativa. Sobre estos problemas y las diversas interpretaciones de los concep-
10 Las cifras corresponden a estimaciones nuestras, a partir de los datos del Banco Mundial (2003).
11 No necesariamente muy distantes entre sí. Sin embargo, la distancia debe ser relacionada con el grado de desarrollo de una
determinada sociedad: 100 km no son la misma cosa si se recorren a pie y con bultos sobre la espalda que si se hacen en
auto o tren.
13 Nótese cómo estas tesis están en radical oposición a las ideas “ortodoxas” sobre el comercio (internacional).
14 El colonialismo presupone ya, si no un sistema mundial integrado, al menos un sistema interintracontinental integrado, pero
en el fondo es la misma ley de desarrollo-movimiento capitalista la que presupone y tiende hacia el mundo.
16 Nos referimos aquí a la legislación italiana en materia de inmigración (la llamada ley Bossi-Fini), que en sus principios funda-
mentales no es muy distinta a tantas otras leyes similares de los países de capitalismo maduro.
18 La función principal de los fondos de pensiones es, precisamente, la de poner a disposición del capital una suma enorme de
dinero que sería de otra forma no valorizable y que este utiliza para extender su poder a escala mundial mediante inversiones
directas en el extranjero, participaciones e innumerables financiamientos. Piénsese tan solo en el caso de los “inversionistas
institucionales” estadounidenses, que son los más avanzados desde este punto de vista y representan ya uno de los poderes
financieros (e industriales) más extendidos. Con su ahorro, aun el que no tiene más fin que asegurar la propia pensión, cada
ciudadano y trabajador alimenta hoy el poderío del capital imperialista.
19 Véase nuestro análisis sobre las áreas de divisas y los polos imperialistas en Vasapollo, Casadio, Petras, Veltmeyer (2004) y
20 Hagamos notar cómo el análisis marxista, durante los últimos años, ha avanzado a este respecto. Piénsese en la vastísima
obra de un La Grassa, que, al criticar las tesis que limitan el papel de la clase dominante financiero-imperialista y la clase de
los parásitos corta cupones, califica en cambio de central su función estratégica. Los integrantes de esta clase serían agentes
estratégicos que desempeñan una función eminentemente política, en el sentido de dirección global de la empresa en el salvaje
mercado internacional. Véase especialmente La Grassa (2005), donde el autor destaca las continuas batallas internas de la clase
dominante.
22 En los últimos 15-20 años se ha evidenciado un fuerte vínculo entre financiarización de la economía y criminalidad. Piénsese,
por ejemplo, en el comercio de drogas, al cual se añaden tantos otros tráficos ilegales, como el de las armas, el mercado clan-
destino de desechos, la prostitución y el mercado de trabajadores esclavos en la así llamada economía sumergida (al sumar
estos tráficos con el de la droga, se alcanza un rango de negocios de más de 1.000 millardos de dólares anuales). Un penetrante
reportaje sobre el tema es el de Saviano (2006).
23 Sobre estos temas, sigue siendo un texto histórico fundamental el de Baran y Sweezy (1968).
25 Lo que de seguidas se presenta es solo el esquema analítico de base para interpretar este fenómeno. Para profundizar en el
tema se puede leer, por ejemplo, a Gabriel Kolko, uno de los investigadores que mejor han analizado la anatomía del capita-
lismo militar norteamericano: cfr. Kolko (1994; 2006). Un análisis específico de la dinámica actual del imperialismo militar se
puede encontrar en Casadio, Petras, Vasapollo (2003) y en Vasapollo (ed., 2003).
26 David Noble (1984) muestra cómo la introducción del control numérico en la industria, por no hablar de otras alternativas
tecnológicas de automatización, fue resultado de una decisión de la Fuerza Aérea estadounidense, en un proyecto conjunto
con IBM y el MIT.
28 Durante todo el período de la guerra, y con particular énfasis entre 1941 y 1945, Churchil y Roosevelt sostuvieron una política
de alianza con la Unión Soviética, que se basaba en la contradicción del “aliado enemigo”. Harry Truman decidió finalmente
considerar a la Unión Soviética como el “enemigo conveniente”.
29 Ya en el National Security Case Nº 68 (NSC-68) se auspiciaba la reconstrucción inmediata y a gran escala de la fuerza militar
estadounidense, y en general la de los aliados, con la intención de rectificar el equilibrio de poder y con la esperanza de que,
al utilizar otros medios, no serían necesarios los de la guerra total.
30 Se trata de un fenómeno transnacional que, visto en el actual contexto de la globalización, de la hegemonía estadounidense
y de la llamada “lucha contra el terrorismo”, ha adquirido una amplitud inusual que hoy, como nunca, amenaza la paz a nivel
mundial.
31 Piénsese en el enorme papel desempeñado en la reciente guerra contra Iraq por empresas privadas que, desde la logística hasta
el personal, gerenciaron fases enteras de la organización y ejecución de la guerra. Cfr. a este respecto Bulgarelli, Zona (2004).
1. Durante todo el desarrollo de este trabajo hemos intentado mostrar la validez del análisis marxista
para el estudio de los problemas de la economía política y de la economía aplicada. En la parte que
sigue se aplica ese análisis a la comprensión de los fenómenos sociales contemporáneos, por medio de
algunos criterios de gran relevancia.
Una visión crítica de la llamada globalización permite identificar, detrás de ese concepto polisémico,
la dinámica actual del capital.
La aplicación del paradigma marxista al estudio de la política económica dominante, que a través del
pensamiento único se expresa de manera tecnocrática en los programas de ajuste estructural, permite
a su vez identificar los verdaderos objetivos y consecuencias de dichos programas, como instrumentos
privilegiados de reproducción del desarrollo desigual combinado.
La economía del conocimiento se manifiesta como la característica más notable de la nueva fase de
acumulación capitalista. Contra la interpretación que pretende ver en el nuevo papel productivo del
conocimiento la base disolutoria de las más importantes leyes económicas desarrolladas por Marx (ley
del valor), probaremos que la mejor manera de entender los fundamentos económicos del mundo
actual es la aplicación de las categorías propias del análisis marxista.
El nuevo ciclo de acumulación capitalista se comprende con mayor rigor y profundidad al analizar
la relación capital-trabajo con las nuevas categorías derivadas de la formulación marxista, que per-
miten identificar el presente período de transición –en el proceso de acumulación capitalista– con la
denominación de posfordismo, vale decir, con la apertura de un nuevo ciclo en la confrontación entre
capital y trabajo.
Esos serán los temas que trataremos de seguidas y que, por simple comodidad expositiva, estarán
divididos entre esta sexta parte y la siguiente.
Antes de examinar las dinámicas y los cambios que las economías capitalistas han experimentado
durante estos largos años de crisis estructural, a fin de comprender cómo y de qué manera el proceso de
globalización financiera y productiva –que de alguna manera incide en todos los países occidentales–
ha influido en el sistema del vivir económico y social en su conjunto, es interesante regresar brevemen-
te sobre los conceptos mismos de algunas categorías económicas de evaluación, por la importancia
que tienen en el análisis del crecimiento cuantitativo, a través de indicadores y modelos. Se podrá así
entender mejor cuáles son los factores que repercuten con mayor fuerza en los procesos productivos de
las empresas y, por tanto, en los procesos de acumulación de capital.
1. Si bien la competencia pura en el mercado fue prevista y puntualmente teorizada en los primeros es-
tudios de economía política de Adam Smith y sus seguidores, y lo es todavía hoy en la enorme mayoría
de los manuales de economía de enfoque marginalista o similares, en realidad ella nunca ha existido.
Ningún fenómeno que se concrete en la vida real y social de los pueblos, naciones o, incluso,
pequeñas comunidades, se manifiesta nunca en estado “puro”, como si previamente algún estudioso
lo hubiese pensado y minuciosamente hubiera abstraído de cada variable las “incrustaciones” que no
dejaran funcionar el modelo ideado en el escritorio. El fenómeno social se desarrolla en contextos muy
definidos de relaciones sociales y continuamente se “ensucia las manos con la realidad”. Necesaria-
mente ocurre lo mismo también con la competencia, que es un “problema” eminentemente social. Por
tanto, cuando se habla de competencia en el mercado capitalista, hay que imaginar siempre una cosa
muy distinta a la idea “equilibrista” de Walras y sus discípulos. En el mercado se dan, sin embargo,
diversos niveles de competitividad (nunca pura), de forma tal que estos pueden identificar épocas
distintas del capitalismo y capitalismos diferentes.
En el capitalismo de los orígenes, el de las primeras acumulaciones de capital, ningún “capitán de
industria” en ciernes era capaz de plantearle límites generalizados o difusos a la competencia, ni de
imponer sus propios precios (que eran “dictados por el mercado”: la famosa empresa price taker que
todos estudiamos en los manuales de microeconomía). Esta se desarrolla poniendo en acción aquel
mecanismo sociodarwinista típico del capitalismo, por el cual el capital más débil perece, sucumbe,
porque no logra mantener la lucha contra otros capitales. Fenómenos de competencia empresarial se
ALGUNOS MODELOS Y CATEGORÍAS PARA LA INTERPRETACIÓN DE LA FASE ACTUAL DEL CAPITALISMO MUNDIALIZADO
471
concentraciones, frecuentemente oligopólicas; esto es una tendencia explícita y claramente identifi-
cable. El oligopolio no solo garantiza un mayor control sobre el mercado y facilita los acuerdos entre
los actores involucrados, sino que además –y esto es fundamental–, gracias a una política de precios
concertados o pseudocompetencia, asegura también elevadas tasas de ganancia, al imponer precios más
altos –plusganancia oligo(mono)pólica– que los posibles y tolerados en un mercado competitivo. Esto
no solo incide directamente en los bolsillos de los consumidores (es lo que, en la teoría dominante,
se define como reducción del bienestar del consumidor), sino que perjudica también a los capitales
menores, puesto que las cuotas de plusvalía social son transferidas hacia las empresas oligopólicas, en
desmedro de las pequeñas y medianas.
La competencia capitalista da continuidad al proceso de expropiación que está en los orígenes del
MPC. Pero, en lugar de los productores independientes, ahora sus principales víctimas son los mismos
capitalistas.
“La historia del capital es la historia de la destrucción de la propiedad de los más, en beneficio de la
propiedad de una minoría cada vez más restringida” (Mandel, 1997b: 272).
3. Ese inmenso poder, tanto en la esfera comercial como en la productiva (poder para imponer los
propios intereses y contratos... a los capitales menores, suplidores de “fases” del proceso productivo o
de partes necesarias para la elaboración del producto final), así como las eventuales políticas de alianza,
los trust, etcétera (que posibilitan la eliminación de la competencia, si no jurídicamente, al menos de
hecho), determinan un menor estímulo a la investigación científica (históricamente muy vinculada
a las exigencias de valorización del capital), a pensar y experimentar nuevas formas organizativas y a
introducir nuevas tecnologías. Todo esto tiene una férrea lógica: si la carrera por modificar la compo-
sición orgánica del capital –mediante el incremento del capital fijo– es impulsada por la competencia,
que produce así indirectamente un progreso técnico-tecnológico y organizativo, la ausencia de compe-
tencia genera (o puede generar), por el contrario, un cierto “estancamiento” de las inversiones en ese
sector neurálgico de la empresarialidad capitalista (el capital no invertido de esa manera tendrá que ser
utilizado de otro modo: he allí que se incrementa la inversión especulativa, financiera, bursátil).
Los oligo(mono)polios ejercen, pues, una enorme presión sobre la determinación de los precios,
dada su posición de predominio y control del mercado, como también lo hacen en el plano político,
al punto de dictar, muchas veces, la agenda política de los Gobiernos. Además, gracias a su inmensa
centralización de capital, logran establecer relaciones privilegiadas con el “mundo financiero” (que
con frecuencia está involucrado en ellos, a través –por ejemplo– de consejeros de administración en
los grupos multinacionales) y son, finalmente, vectores de “detención” tecnológica, de estancamiento,
traba en el ámbito de la investigación para el surgimiento de nuevas tecnologías, nuevas ciencias
organizativas, etcétera.
1. La apertura de un nuevo sector mercantil despierta usualmente una fría atención y recelos difusos
en el mundo empresarial, que por lo general invierte solo allí donde hay seguridad o, al menos, alta
Decir afluencia de capitales significa decir competencia exacerbada, expansión del maquinismo y
racionalización del trabajo. Pero estas transformaciones llevan (…) a un aumento de la composición
orgánica del capital. Y decir aumento de la composición orgánica del capital significa decir reducción
de la tasa de ganancia.
El reflujo de capitales (de un sector mercantil) reduce la producción, crea una escasez de mercancías
en un sector determinado y hace, pues, subir los precios y las ganancias. La afluencia de capitales pro-
voca en otros sectores, por el contrario, una competencia exacerbada y hace bajar precios y ganancias.
Así, en el complejo de sectores se establece una tasa media de ganancia a causa de la competencia de
capitales y mercancías4 (Mandel 1997b: 263).
2. La tasa media de ganancia es, pues, un valor matemático que promedia las tasas individuales de los
distintos sectores mercantiles. Pero esto, que podría ser leído de manera estática, “esconde” un conti-
nuo movimiento (proceso) de capitales (fenómeno más fácil e inmediatamente observable si el análisis
se plantea a escala mundial) que continuamente se desplazan de un sector a otro (o, permaneciendo
en el mismo, migran hacia zonas geográficas, económicas o jurídicas de más alta rentabilidad). Esa
emigración, hemos dicho, responde a una tasa de ganancia más elevada, pero ahora es preciso explicar
por qué la tasa inicial de un sector tiende a “caer”.
La competencia despiadada entre capitales conlleva la búsqueda espasmódica de técnicas de pro-
ducción, de formas organizativas del proceso laboral y de máquinas y tecnologías cada vez más avan-
zadas, de manera que sea posible aumentar la productividad del trabajo humano y bajar los costos
de producción, potenciando así las propias “habilidades” competitivas. Para lograr todo esto, aparte de
una organización científica del trabajo más eficaz y eficiente –que de por sí no necesaria o principal-
mente incide en el desarrollo de la tecnología (pero quizá sí en una utilización diferente)–, es necesario
actuar sobre la variable que podríamos llamar de la innovación tecnológica (que en última instancia
está en función de la lucha de clases capitalista) y leerla desde un modelo dinámico de evolución de
todo el capital constante (K): la variación de la composición orgánica del capital (COC).
La COC es la relación que, en una empresa, un sector o en toda la macroagrupación intersectorial,
hay entre K (capital constante)5 y v (capital variable). Muchas veces el error que se comete es pensar la
relación K/v (COC) como una relación entre masa física de máquinas y otros medios de producción
comprendidos en K y el número de unidades de fuerza de trabajo. La relación es así “física”, prescinde
del valor. Marx, en cambio, cuando habla de COC (y lo hacen también Jaffe y Mandel), lo refiere siem-
pre en términos de valor: se trata, entonces, de una relación entre valor de los medios de producción y
precio de la fuerza de trabajo.
La competencia de capitales en lucha por la supervivencia y el poder exige recurrir a tecnologías y
sistemas de máquinas cada vez más avanzadas y eficaces. El aumento del papel de las máquinas en una
ALGUNOS MODELOS Y CATEGORÍAS PARA LA INTERPRETACIÓN DE LA FASE ACTUAL DEL CAPITALISMO MUNDIALIZADO
473
empresa cambia (y por eso la necesidad de una lectura dinámica) la relación entre K (c en los términos
de Marx) y v (el equilibrio es solo un estado de excepción, destinado a ser roto), e incrementa el valor
total de K respecto a v en la fracción que determina la COC (K/v). Pero si v es la única fuente de W
y “cae”, quiere decir que la tasa de ganancia (W/K + v) decrece, puesto que es la cuota de trabajo vivo
empleado (en términos de valor) lo que se hace inferior. Disminuye, pues, la cantidad de W extraíble.
[El] incremento de la composición orgánica del capital, del trabajo objetivado con respecto al trabajo
vivo, es la tendencia fundamental del modo de producción capitalista. La disminución tendencial de
la tasa de ganancia es, por tanto, una ley de desarrollo de ese modo de producción (Mandel, 1997b:
277).
Decir que la tasa de ganancia cae, significa decir que una fracción creciente del producto anual
consiste, simplemente, en mantenimiento de las reservas de capital existente, y que una fracción decre-
ciente aumenta el valor de esas reservas (Mandel, 1997b: 278).
3. Como ante toda ley social que describe, tampoco en este caso se limita Marx a delinear y analizar
leyes y tendencias exclusivamente en su estado puro. Sabe perfectamente que estas leyes se inervan,
se desarrollan dentro de sistemas sociales muy complejos que no “soportan” la pureza del concepto
abstracto y muchas veces lo desmienten, lo “ensucian” con la tosquedad de la imperfección material
del movimiento de desarrollo de la sociedad.
Por tanto, si la descrita arriba es una tendencia (+Δ COC → - Δ tasa media de ganancia), ahora hay
que afrontar las principales contratendencias (Mandel, 1997b: 279-283).
El aumento de la masa de trabajo objetivado respecto al trabajo vivo no implica una creciente
economía de trabajo humano, sino la creación de un vasto ejército industrial de reserva, bajo cuya
presión el consumo de los productores queda limitado al producto necesario, mientras su esfuerzo
físico se prolonga e intensifica.
4. Un momento central del análisis de Marx sobre el modo de producción capitalista es el de la iden-
tificación de la relación crucial para todo el sistema, es decir, la tasa de ganancia.
En el proceso de producción capitalista, justamente como consecuencia de los nuevos métodos
de producción y de las innovaciones tecnológicas, termina por determinarse un grado mayor de ex-
plotación, que se ve acompañado por una progresiva tendencia a la disminución de la tasa general de
ganancia. Pero es el propio Marx, en El capital (tomo III, sec. III, cap. 13), quien pone en evidencia
que la ley de caída tendencial de la tasa de ganancia no excluye, en forma alguna, que aumente en
ALGUNOS MODELOS Y CATEGORÍAS PARA LA INTERPRETACIÓN DE LA FASE ACTUAL DEL CAPITALISMO MUNDIALIZADO
475
términos absolutos la masa de trabajo puesta en movimiento y explotada por el capital social y, por
tanto, también la masa absoluta de plusvalía de la cual este se apropia.
La caída de la tasa de ganancia no se deriva de la disminución absoluta, sino solo de la disminución
relativa del elemento variable del capital, con respecto al elemento constante. Se deduce de allí, pues, en
el proceso capitalista de acumulación, que la incrementada masa de medios de producción puede libre-
mente disponer de una también crecida población obrera o, mejor, de una masa de trabajadores asala-
riados en aumento. En ese sentido, puede darse un aumento de la masa de plustrabajo –y por tanto de
la masa de ganancia– adquirida por el capital social, pero, simultáneamente, el valor del capital constan-
te sigue aumentando más rápidamente que el del capital variable. De esta manera, el capital social
consigue un incremento de la masa absoluta de ganancia y una disminución de la tasa de ganancia.
Está claro que –tal como el mismo Marx previó al exponer el tema– hay influencias antagónicas que
no dejan de incidir en esto y en parte neutralizan la acción de la ley de caída de la tasa de ganancia, que
sin embargo se mantiene como tendencia (como, por ejemplo, el aumento del grado de explotación
del trabajo, la reducción del salario por debajo de su valor, la disminución del precio de los elementos
del capital constante, la sobrepoblación relativa o el comercio exterior).
4. Renta y plusganancias
1. En los países de capitalismo maduro, durante los últimos 25 años, en particular, el proceso de
desarrollo industrial ha estado marcado por un fuerte aumento de la productividad del trabajo, al que
ha correspondido un ahorro de trabajo que excede decididamente la creación de nuevas oportunidades
de empleo.
En efecto, los contundentes incrementos de productividad, debidos a intensos procesos de inno-
vación tecnológica y a una consecuente redefinición del mercado laboral, se han traducido exclusiva-
mente en aumentos vertiginosos de las ganancias y de las diversas formas de remuneración de un único
factor productivo, el capital7. El factor trabajo no ha recibido ningún tipo de beneficio en términos de
retribución real por esa causa, pues no se ha producido aumento alguno del empleo ni un incremento
correspondiente de los salarios reales, ni mucho menos una reducción proporcional del horario laboral.
Ni siquiera se han mantenido los niveles previos de salario indirecto, cuantificables a través del gasto
social en su conjunto. En cuanto a la inversión, se nota un evidente enlentecimiento, ya que casi todos
los países de los tres grandes polos económicos han reducido fuertemente las inversiones públicas
(excepto las referidas a gastos militares en general), y la inversión privada real y material apenas crece
penosamente, salvo en algunos casos que, de cualquier forma, se concentra sustancialmente en las
nuevas tecnologías de la información y de los recursos inmateriales.
Son estos los aspectos realmente innovadores de la fase actual de acumulación flexible y financiari-
zación; este es el verdadero rostro de lo que con razón puede llamarse la new economy del crecimiento
destructivo sin desarrollo social.
ALGUNOS MODELOS Y CATEGORÍAS PARA LA INTERPRETACIÓN DE LA FASE ACTUAL DEL CAPITALISMO MUNDIALIZADO
477
o, mejor, superrentas, que se derivan del negocio inmobiliario (baste señalar como ejemplo los niveles
estratosféricos que durante los últimos años han alcanzado en Italia los cánones de arrendamiento en
las edificaciones residenciales).
3. La renta, en definitiva, produce una clase dominante12 que vive de la redistribución de la riqueza
producida por la clase trabajadora, sin participar mínimamente en el proceso productivo. Y si en su
forma financiera incide un poco sobre todas las clases sociales, en sus formas inmobiliaria y agraria13
afecta, sobre todo, a las clases subalternas, al proletariado (considérese la persistente centralidad de la
renta agraria en los países subdesarrollados). La renta, pues, produce una clase de parásitos que viven
del trabajo ajeno sin siquiera ensuciarse las manos con el proceso productivo.
Eso significa que los procesos de inversión y de acumulación capitalista de tipo flexible están cam-
biando completamente el horizonte. La competencia global asume cada vez más rasgos financieros y,
por tanto, los incrementos de productividad, que han tenido lugar para exclusiva ventaja de la ganancia
y del capital, se transforman predominantemente en inversiones financieras, internas o externas, y en
inversiones en recursos inmateriales del capital intangible, mientras que aquellas de tipo productivo,
capaces de crear ocupación, se tornan completamente secundarias.
En el caso de los países de la OCDE, cerca de tres cuartas partes de las operaciones de inversión en
el extranjero han tomado la forma de adquisición y de fusión de empresas ya existentes, o de cambio
de propiedad del capital existente, muchas veces seguido esto por reestructuraciones de procesos y de
productos que han determinado desocupación y precariedad, sin creación alguna de nuevos medios
de producción. Y allí donde se han producido inversiones productivas, estas no necesariamente han
disminuido la desocupación y la pobreza, sino antes bien al contrario. La prioridad en las opera-
ciones de adquisición y de fusión de empresas existentes concierne también a las inversiones fuera
de la OCDE, en búsqueda de concentraciones compatibles con los movimientos internacionales del
capital financiero.
— notas —
1 Esto, sin embargo, no siempre se cumple. Piénsese en esos sectores que nacen ya oligo(mono)pólicos, como las actuales bio-
2 El industrialismo, como forma organizativa de producción, permite superar potencialmente la escasez de mercancías, que es
3 Baste el ejemplo de las nuevas tecnologías informáticas y de Internet: hasta hace 15-20 años, nadie apostaba un centavo a
su explosión como nuevo mercado. ¡Y sin embargo alguien (el empresario schumpeteriano*) lo intentó seriamente! Función
que, en este caso en particular, y al menos en las fases iniciales, fue asumida por figuras de la ingeniería informática. Una bella
“excursión” –casi un viaje antropológico– por el mundo del Silicon Valley de los ingenieros informáticos es la que se puede
leer en Lewis (2000), que de hecho es la biografía de James Clark, es decir, el fundador de empresas como Netscape y Silicon
Graphics e ideador de las telecomputadoras que una década más tarde comenzaron a popularizarse.
media de ganancia, cfr. Baldissera (2003: cap. I). Pala (en Giussani, Moseley, Ochoa, 1989: 39-40) distingue entre caída ten-
dencial y caída tout court de la tasa de ganancia. Mientras la primera es un proceso de amplio aliento y tiende a tener como
momento de referencia la transición, identificando así una fase de crisis final del sistema capitalista, la segunda es de naturaleza
cíclica y le siguen el reinicio en un nuevo ciclo de acumulación y, por tanto, la recuperación de dicha tasa: “La caída de la tasa de
ganancia que inicialmente acompaña a la innovación tecnológica es un elemento de oscilación sobre esa tendencia de fondo
[la de la caída tendencial de la tasa]” (39). Entonces, mientras la caída tendencial es “la contradicción de fondo, inmanente al
modo de producción en sí; la otra es la contradicción cíclica, que atañe al momento de confrontación crítica entre las determi-
naciones de la producción y las de la circulación” (40).
5 El capital constante se divide en K fijo y K circulante. En un proceso de acumulación T’’, posterior a T’, es K circulante lo que
entra en los costos, y no K fijo (cfr. Jaffe, 1973: 77 ss.). Si el capital fijo indica el valor de los medios de producción, es decir, de
los instrumentos de trabajo, en lo que toca a la parte consumida en el proceso productivo, el capital circulante indica el valor
de las materias primas utilizadas, vale decir, el valor de los “factores productivos” totalmente consumidos durante ese proceso.
Podemos entonces escribir: K = kf + kc, donde K es capital constante, kf es capital constante fijo y kc es capital constante
circulante. Sobre estos temas, cfr. nuevamente Baldissera (2003).
6 Un incremento de la tasa de W, en cierta forma consistente, aun si no equivalente a la de la COC, probablemente permitiría al
capitalista seguir “apreciando” la tasa de ganancia derivada y permanecer en su sector productivo, pero eso no quita que la ley
de la caída tendencial de la tasa media de ganancia actúe igualmente.
7 Sobre estos temas, también más adelante, se hará frecuente referencia a Martufi, Vasapollo (1999; 2000a; 2000b).
8 Cuando habla de clases sociales, Marx define su modelo “binario” de capitalistas-proletarios en referencia al MPC “puro”, pero
no se olvida de incluir, en el análisis del MPC “concreto”, el hecho de que en este perviven instituciones propias de modos de
producción previos al capitalismo, como la clase de los rentistas, que, aun sin ser capitalista, con base en su relación de renta,
sobrevive y en cierto sentido prospera justamente gracias al capitalismo.
10 En Italia, por ejemplo, cerca de 50% de las familias dedica mes a mes todo su ingreso a la sobrevivencia y aún debe recurrir
cada vez más al crédito al consumo. En tales condiciones es ciertamente difícil asumir formas de inversión especulativa.
11 Gattei (1995: 117), a propósito de seguros y fondos de pensiones, escribe que “los grandes recolectores del dinero necesario
para un eventual o posible proceso de acumulación del imperialismo del siglo xxi no son los bancos, no es el Estado; son, en
cambio, las grandes compañías aseguradoras”. En esa perspectiva, el ahorro de las clases media y proletaria sirve precisamente
para financiar nuevos ciclos de acumulación de capital.
12 Que al reinvertir el dinero en forma tal de capitalizarlo, valorizándolo, puede convertirse en capitalista. Pero ya hemos dicho
también que muchas veces son los mismos capitalistas los que se limitan a ser predominantemente “rentistas”, al no poder
invertir su propio capital.
13 Aunque la agraria en particular, gracias a las biotecnologías y a los OGM**, ha sido reintroducida, y lo será cada vez más con-
ALGUNOS MODELOS Y CATEGORÍAS PARA LA INTERPRETACIÓN DE LA FASE ACTUAL DEL CAPITALISMO MUNDIALIZADO
479
Capítulo II
LA ACUMULACIÓN CAPITALISTA Y SU CRISIS
1. Es preciso tener en cuenta el hecho de que los instrumentos de la teoría y de la política económica
capitalista fueron diseñados en una fase de larga acumulación del capitalismo, que en tales momentos
atravesaba un período de cambio y de crisis estructural. Así, cuando se pone el acento en la crisis del
modelo socialista de planificación central, no se debe olvidar que la crisis del modelo de acumulación
capitalista la precede en quince años.
Los problemas del sistema capitalista mundial se han traducido en una pérdida de relevancia de
las teorías económicas dominantes, en particular de la síntesis neoclásica keynesiana-marginalista, que
dominó todo el período de la hegemonía mundial de Estados Unidos. El análisis de la crisis estructural
del capitalismo es un elemento central en la posibilidad de reconstruir una economía política crítica,
adaptada en sus conceptos e instrumentos de intervención sociopolítica a las nuevas reglas de funcio-
namiento del capital.
2. El capitalismo ha vivido dos grandes fases de acumulación, conocidas en la historia con el nombre
de “revoluciones industriales”. A diferencia de las revoluciones políticas, las económicas duran varias
décadas. Y apenas alcanzan todas sus dimensiones sociales y espaciales, configurando un nuevo modelo
de desarrollo, este deja rápidamente de funcionar con regularidad y comienza a desmoronarse, dando
lugar a la aparición de nuevos elementos que configurarán a su vez otro modelo de acumulación
capitalista.
Las modalidades según las cuales estos elementos se organizan para hacer realidad el fenómeno
del crecimiento, es uno de los problemas que se plantearon los economistas clásicos, impactados por
la evidencia del proceso en las primeras fases de la revolución industrial. Sus obras constituyeron, en
buena medida, un intento de explicar las razones históricas que habían hecho posible aquel fenómeno,
al tiempo que consideraban, asimismo, cuáles eran las repercusiones, las variables y las circunstancias
necesarias para la repetición, la perpetuación o la corrección del ciclo (Ormerod, 1994: 16 ss.).
3. La primera revolución industrial, que está en el origen del sistema capitalista, presupone importan-
tes cambios estructurales:
1. El modo en que se había organizado este sistema desde fines del siglo xviii, entra en crisis en 1871.
En sus orígenes, la crisis de finales del siglo xix revela las contradicciones entonces existentes entre
algunas potencias imperialistas, que cuestionan el dominio de Inglaterra sobre el comercio y los mer-
cados de ultramar. Pero evidentes son también las contradicciones en el seno de las fábricas, donde el
dominio de los propietarios es puesto en discusión, de manera creciente, por una clase obrera cada vez
más consciente de sí misma y que desde algunas décadas atrás cuenta con un programa político y una
alternativa social propia, basada en su emancipación como clase.
Entre 1871 y 1896 se producen nuevos cambios estructurales que marcan el origen de la segunda
revolución industrial, la cual tuvo, entre otras, las siguientes consecuencias:
3. El fordismo implicó, pues, muchos cambios institucionales. Presupuso la participación del Estado
en la actividad económica, con nuevas funciones expresadas en la política del New Deal del presidente
Roosevelt, que teorizó John Maynard Keynes.
El cambio de la función del Estado comienza a fines del siglo xix. Por una parte, se refuerza su papel
en la organización de la explotación colonial (véase el Tratado de Berlín, de 1885, para la repartición
de África) y, por otra, se introducen dos innovaciones radicales:
3. El concepto de crisis
1. El nuevo modelo de desarrollo, que se va delineando durante la crisis de fines del siglo xix y el
primer tercio del xx, se aplica en toda su dimensión a partir de la Segunda Guerra Mundial y hasta
1971, año en que se resquebraja el sistema monetario internacional que regulaba el espacio de los flujos
capitalistas de mercancías y dinero, con lo que se anuncia la nueva crisis global del sistema. El no-
equilibrio es un elemento esencial del funcionamiento de la economía capitalista, por más que la teoría
económica convencional quiera ocultar esa realidad y se analicen los problemas desde una perspectiva
de equilibrio. El no-equilibrio adquiere sus mayores dimensiones cuando se presenta en forma de crisis
económica (en cuyo caso es mejor hablar de desequilibrio).
Una crisis (estructural) se diferencia de una recesión o una depresión (cíclica) porque se combinan
un conjunto de disfunciones que interactúan mutuamente, reforzando un modelo de comportamiento
inestable que desemboca en la paralización del modelo de desarrollo, en la interrupción de la regula-
ridad del proceso de acumulación.
Las grandes crisis capitalistas se producen cuando las condiciones de la acumulación estable y
sostenida pierden su efectividad.
Cuando esto sucede, es todo el modelo de desarrollo, en todas sus dimensiones, lo que se pone en
tela de juicio y la superación de la crisis exige la puesta en marcha de nuevas condiciones de acumula-
ción, articuladas entre sí en un modelo que revitalice el sistema.
2. Se pueden identificar cuatro áreas fundamentales de la economía que, al combinar sus problemas de
funcionamiento, pueden desembocar en una crisis del sistema:
3. La crisis normalmente se presenta como una situación especial en el funcionamiento del sistema.
Sin embargo, en los últimos cien años se han producido tres grandes crisis mundiales: de 1871 a 1896,
de 1921 a 1939 y de 1971 hasta hoy. En otras palabras, a lo largo del siglo xx han sido más los años de
crisis que los de normalidad económica.
Comoquiera que la crisis parece ser la normalidad, lo que hay que explicar no es por qué se produce
la crisis, sino por qué en algunos años no la hay.
En las crisis estructurales, la dinámica de la acumulación se deteriora, se rompe. Obviamente,
entre los períodos de crisis hubo también fases de oscilación económica. Así, dentro de la larga fase
de crisis en la que todavía estamos inmersos, la economía mejoró en los años que van de 1986 a 1990
y empeoró de 1991 a 1994. Entre 1996 y 1998, la economía entró de nuevo en una fase de expansión y
en 1999-2000, en una nueva fase recesiva.
Por tanto, las crisis marcan el final de una fase en la acumulación capitalista y su superación, el ini-
cio de una nueva fase histórica. Las crisis estructurales solo se superan cuando los bloques estructurales
que las han producido son sustituidos con nuevas formas de organización social y económica.
La “reina” de las crisis capitalistas es sin duda la de sobreproducción generalizada de mercancías. Pero
no debe interpretarse esto como una crisis debida a la producción excesiva de bienes, con respecto a
las necesidades reales de las masas. Hay sobreproducción, en sentido marxista, cuando la abundancia
(relativa) de mercancías es tal que no resultan ya rentables. Esto significa que su eventual venta en el
mercado no permitiría la realización de ganancias.
Se han de diferenciar entonces los dos aspectos de la mercancía: como valor de uso, ella puede ser
necesitada por las masas y, al mismo tiempo, como valor de intercambio, ser un excedente.
Lo pone en evidencia Pal (1982: 119):
Esa posibilidad de la crisis se torna real, pues apenas se considera la producción de mercancías en
su efectivo sentido capitalista, vale decir, como proceso dirigido a la valorización del capital. En este
caso, en efecto, no solo la compra y la venta son hechos separados, sino que la producción de valor (y
de ganancia) y su realización, además de separadas, están sujetas a leyes sociales independientes una de
la otra, en tanto que derivadas de centros de decisión que son en sí mismos realmente independientes,
sean ellos capitalistas, sean trabajadores que venden su fuerza de trabajo, con los demás componentes
4. El siguiente gráfico señala los puntos en los cuales se produce el factor de crisis en cada esfera y
su confluencia en la crisis general de rendimiento o remuneración del capital (y por tanto, crisis de
acumulación). Además este se complementa con el cuadro que resume las principales características del
modelo de desarrollo fordista y los factores que desencadenaron su crisis.
Orden internacional:
Macroeconomía:
crisis de hegemonía de Estados Unidos
desaceleración de la productividad
y aumento de los precios de las
1967-1969
materias primas
1971-1973
Disminución de la
remuneración
del capital
Orden Los países se ponen de acuerdo para – El Plan Marshall. – El colapso del sistema de
internacional formar un sistema con una particular – La economía mundial Bretton Woods.
configuración del comercio y de bajo hegemonía de – Interdependencia creciente de
los flujos de capital, que reflejan Estados Unidos. las economías industriales.
una jerarquía de competitividad, y 1945-1968. – Orden internacional con
funciones que siguen ciertas reglas tasas de cambio fluctuantes.
implícitas o explícitas – Países subdesarrollados
y nuevos países
industrializados.
1. Hay varios factores que indican un cierto agotamiento del fordismo hacia fines de los años sesenta
(Boyer, Durand, 1993). Por una parte, la saturación del mercado de productos ya existentes, introdu-
cidos de forma masiva al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Cuando los habitantes de los países del
centro comienzan a tener todos los artículos de consumo necesarios (TV, lavadora, teléfono, vacaciones
pagadas, etcétera), empieza a producirse una desaceleración en las ventas y por tanto en el crecimiento.
El mercado potencial, que son las grandes masas empobrecidas de los países periféricos, no puede
consumir porque su función en el modelo de desarrollo fordista consiste, precisamente, en trabajar a
cambio de un ingreso de subsistencia, y producir a bajo costo las materias primas y algunos bienes de
lujo o de consumo obrero que requieren los países centrales.
Es sintomático que, desde el desencadenamiento de la crisis a comienzos de los años setenta, solo
dos nuevos productos han entrado en el catálogo del consumo de masas de los países subdesarrollados:
el televisor y la computadora. Donde se observan más cambios es en el contenido de los productos,
más que en la aparición de nuevos productos con nuevas funciones: transistores por chips, acero por
plástico, cables por fibra óptica, etcétera.
Otro factor fundamental fue la redistribución del poder dentro de las fábricas, del capital hacia
el trabajo. Una de las características del modelo es que hizo posible el llamado “pleno empleo” de
la fuerza de trabajo, aun cuando este logro abarcó solamente al 20% de la población mundial y por
un lapso no mayor de dos décadas, entre 1948 y 1968. En efecto, antes y después, en los más de
doscientos años de capitalismo, no ha habido pleno empleo de la fuerza de trabajo, por lo que puede
decirse que ese fenómeno representó más bien una excepción que otra cosa. A pesar de las limitaciones
temporales y espaciales del fenómeno, su combinación con el fortalecimiento de los sindicatos y la
expansión de la negociación colectiva facilitó la organización de la resistencia obrera ante los cambios
tecnológicos en curso.
Esto tuvo, entre otras, las siguientes incidencias (Beaud, 1986):
2. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era el único país acreedor y además no
había sufrido los desastres de los otros países aliados; disponía, entonces, de la industria y el dinero
suficientes para fungir de locomotora del desarrollo y reconstrucción de Europa y del mundo.
Este sistema funciona hasta el momento en que la industria de Europa Occidental y de Japón
retoma la carrera para disputarse con las empresas norteamericanas el mercado mundial.
Los tiempos han cambiado. Actualmente (tras las guerras de Corea, Vietnam y las que siguen hasta
el Iraq actual), le cuesta más a Estados Unidos mantener la hegemonía militar que a Inglaterra en el
siglo pasado.
Así, desde fines de los años sesenta, el oro de que dispone Estados Unidos, junto con los dólares
dispersos por el mundo, no llegan a cubrir siquiera la quinta parte de sus haberes. Esto da origen a la
caída del sistema monetario internacional, cuando el presidente Richard Nixon reconoce, en agosto
de 1971, que Estados Unidos no puede ya garantizar la plena convertibilidad del dólar respecto al
oro. Entonces el sistema económico internacional deja de funcionar como lo había hecho hasta ese
momento. En 1976, cinco años después, el FMI reconoce que el sistema monetario ya no existe. Se
dispara la cotización oficial del oro, se eliminan los controles de las tasas de cambio y, con ello, se
concede mayor poder al mercado para fijar tales precios, decisiones estas que marcan el inicio del fin
del ciclo de hegemonía financiera norteamericana hasta entonces existente.
Es en ese momento que en Europa se decide crear el Sistema Monetario Europeo (1978), para
regular sus propios intercambios, y posteriormente la moneda única (1999), para liberarse tanto de la
obligación de defender las tasas de cambio frente a la especulación de los mercados, como de la tutela
de Estados Unidos sobre el sistema internacional de pagos, que en realidad sigue ejerciendo ese país
mediante la función de reserva activa que todavía hoy cumple de manera predominante el dólar.
Otro elemento que influye en el proceso de crisis es el aumento de los precios de las materias primas
en 1973. Hasta ese momento había altos costos salariales y una productividad creciente, asociados
ambos a los bajos costos de aquellas materias. La situación cambia en 1973 y el aumento de sus precios,
especialmente de la energía (petróleo), agrava la crisis de rendimiento iniciada con la desaceleración
de la productividad a fines de los años sesenta. Es así que las ganancias de las empresas se desploman
y muchos países llegan, incluso, a tener un PIB negativo (es decir, la economía no solo no crece, sino
que se contrae).
A esta sucesión de acontecimientos se enfrentan los Gobiernos de la época con las recetas habitua-
les: se experimentan severas recesiones y se aplican las tradicionales soluciones de aumento del gasto
público para contener la caída de la economía. Pero, como la crisis es de largo plazo, ese incremento,
unido a la disminución o a la desaceleración del ingreso, desemboca en una crisis fiscal del Estado.
3. A partir de 1980 se produce un cambio fundamental. Una nueva conciencia se venía apoderando de
los líderes del mundo capitalista, que interpretan las dimensiones estructurales de la crisis. A fines
de los años setenta, son tres los tipos de respuesta que se presentan como alternativa a la crisis:
La principal debilidad de los economistas marxistas está en el hecho de que sus propuestas no
forman parte del programa político de ningún sector social relevante de los países desarrollados4.
1. A partir de los años ochenta, los keynesianos quedan expulsados del Gobierno en Estados Unidos.
Ronald Reagan sucede a Jimmy Carter y Margaret Thatcher, a los laboristas británicos. Desde entonces,
Para llevar todo eso a cabo se aplicaron las medidas más diversas: golpes de Estado (África y Améri-
ca Latina) en los años setenta; ataque contra el sistema de las Naciones Unidas, al concentrar el poder
en el Consejo de Seguridad y provocar la crisis financiera de los organismos más vinculados al “Nuevo
Orden Económico Internacional” (NOEI), como la Unctad o la Unesco, en los años ochenta; cambios
tecnológicos para posibilitar la reducción del consumo de determinadas materias primas, abundantes
en el Tercer Mundo (energía) y sustituirlas a largo plazo (con ramas como la fibra óptica); y, en fin, las
políticas conocidas como “programas de ajuste estructural” para el control de las políticas económicas
en los años ochenta y noventa, para lo cual se aprovechó la crisis de la deuda externa, que permitió
debilitar la función redistributiva del Estado, reforzar su carácter de clase y privatizar sus actividades en
beneficio del capital transnacional. Asimismo, continuar la Guerra Fría con el rearmamento ideológico
del proyecto conservador (pasar en lo interno de la lucha defensiva –Estado social, keynesianismo– a
la lucha ofensiva: posmodernismo, nuevo individualismo) e irrumpir en el espacio ocupado por el
comunismo mediante la penetración de viejos y nuevos medios de comunicación de masas (cine,
música, TV, video).
En esta dimensión “cultural” hay otros componentes menos sutiles, como el deterioro de la calidad
de la información en los periódicos y demás medios de comunicación, con el objetivo de reducir la
participación del ciudadano y el exceso de democracia. Esto contribuye a reforzar el carácter elitista de
los grupos que toman las decisiones que atañen al conjunto de los ciudadanos.
Paralelamente a cuanto se ha dicho, los Gobiernos conservadores se propusieron echar nuevas
bases para las relaciones entre países ricos y pobres. Un primer objetivo mundial del neoliberalismo
fue el control de la OPEP. Además, se buscó poner bajo control a los países que, sin pertenecer a esa
2. Considérese además que, en particular durante los últimos años de la década de los noventa, las em-
presas siguieron generando mucho dinero, que frecuentemente fluyó hacia la especulación financiera
y hacia el incremento de los dividendos.
Esto se explica mediante un simple razonamiento de puntos sucesivos:
3. Del cuadro que dibujan los puntos anteriores se deduce claramente que las ventajas de que han
gozado las empresas se han quedado exclusivamente en los bolsillos de los empresarios, los gerentes y
accionistas, quienes en modo alguno han “socializado” las óptimas condiciones de crecimiento de estos
últimos años y en particular, por ejemplo, de 1998, año en el que se registraron los mejores resultados
de la última década.
El profit State sigue brindando a los empresarios las más favorables condiciones y otorgando des-
cuentos excepcionales a la ganancia, y esto no se traduce siquiera en mejoría del gasto social –dado
que disminuye el peso contributivo de las empresas–, ni en un incremento de las inversiones en el
mercado italiano, ni en reducciones del horario laboral, ni en aumentos de salario u otras operaciones
1. La tercera revolución industrial, que comienza a desarrollarse en los años ochenta, tiene como
componente fundamental la tecnología de la información. También a esta revolución podemos consi-
derarla como “industrial”. La concepción de la fábrica cambió con las tres precedentes. En la primera,
se reagruparon las oficinas, las mismas máquinas que ya existían estaban en las fábricas y los artesanos
eran los principales trabajadores, como parte del nuevo proletariado industrial. En la segunda, se
introdujeron la cadena de montaje y la organización científica del trabajo, con control de tiempos
y ritmos. Fue la fase de la llamada subsunción del trabajo al capital. El trabajador, aunque inmerso
en una organización empresarial que no era suya ni podía controlar, podía todavía ejercer un cierto
control sobre su propio trabajo (técnicas, calidad, ritmos). La hetero-dirección era menos intensa que
la que sobrevendría luego gracias al maquinismo, que expropia al trabajador hasta de sus propios co-
nocimientos y calificación, celosamente conservados porque fundamentaban el poder de resistencia de
la fuerza de trabajo subsumida al capital. Será después, con los cambios en el ámbito organizativo, con
la “revolución taylorista”, que el trabajo será despojado y despotenciado: trabajo desnudo y sometido,
contra la potencia desplegada por el capital.
Finalmente, en la tercera revolución industrial se produce, junto con las tecnologías de la informa-
ción, la automatización de los procesos. Solo así se entienden casos como el de la FIAT, a comienzos
de los años setenta, que no tuvo problemas en sustituir con robots a una veintena de trabajadores de la
fase de pintura de la cadena de montaje en Turín, ya que si bien los robots eran más caros en términos
contables, no hacían huelga ni provocaban ausentismo (Levidow y Young, 1981). En realidad, ya F.
Taylor decía que lo que había que evitar con la organización científica del trabajo era el control que
mantenía el trabajador sobre el proceso productivo5.
Hasta hace poco informar era, de alguna manera, proporcionar no solo la descripción precisa –y
verificada– de un hecho, un acontecimiento, sino también un conjunto de parámetros contextuales
que permitieran al lector comprender su significado profundo. Era responder a cuestiones básicas:
¿quién ha hecho qué?, ¿con qué medios?, ¿dónde?, ¿por qué?, ¿cuáles son las consecuencias? Todo esto
ha cambiado completamente bajo la influencia de la televisión, que hoy ocupa en la jerarquía de los
medios un lugar dominante y está expandiendo su modelo. El telediario, gracias especialmente a su
ideología del directo y del tiempo real, ha ido imponiendo, poco a poco, un concepto radicalmente
distinto de la información. Informar es, ahora, “enseñar la historia en marcha” o, en otras palabras,
hacer asistir (si es posible en directo) al acontecimiento. Se trata, en materia de información, de una
revolución copernicana, de la cual aún no se han terminado de calibrar las consecuencias (Ramonet,
1999: 135).
3. Toda empresa, para poder competir con un adecuado nivel de eficiencia en un contexto de com-
petencia global, debe planificar su iniciativa a largo plazo y adoptar verdaderos planes estratégicos de
y en lo social, basados en la optimización de sus recursos de gestión. El proceso de creación de valor
significa, precisamente, producción de riqueza y para ello, en la actual fase de acumulación flexible, es
indispensable acumular recursos, capital tangible e intangible, para optimizar y mantener en el tiempo
el ciclo productivo, que es de acumulación de valor y de acumulación de formas de control social.
De esta manera se van imponiendo procesos de flexibilidad generalizada, derivados de una empresa
socialmente difundida en el sistema territorial: la fábrica social generalizada. En un comienzo, esto ge-
neró dificultades de adaptación a las empresas de grandes dimensiones, caracterizadas por una excesiva
centralización y una fuerte rigidez del sistema productivo. En cambio, las empresas más pequeñas,
dotadas muchas veces de alta tecnología y capacidad innovadora, fueron más rápidas en adoptar nue-
vos modelos informativos y comunicacionales, capaces de impulsar a un mismo tiempo la creciente
flexibilidad, la coerción salarial y la reestructuración de las diversas formas de explotación del trabajo
asalariado, fuesen estas tradicionales o “nuevas”. Este tipo de empresas, en efecto, es más proclive a
adaptar su propia estructura a las cambiantes características de la demanda y de la desenfrenada com-
petitividad del mercado, en lo que respecta a las nuevas exigencias de reestructuración productiva y del
mercado del capitalismo financiero globalizado.
Muchas veces, sin embargo, en algunos contextos particulares del desarrollo capitalista, se ha pro-
ducido una alteración parcial de esta situación, en el sentido de que son las pequeñas empresas las que
no siempre logran enfrentar la competencia de las mayores, mientras que estas últimas, en cambio,
consiguen poco a poco adaptar sus estructuras –en particular, las informativas y comunicacionales– a
la fase en curso. Tienden así a hacerse cada vez más flexibles, sobre todo en lo que respecta a la fuerza
de trabajo, a la vez que descentralizan y parcelizan el ciclo productivo, diversifican la producción y la
distribución y alcanzan, finalmente, modalidades de desarrollo empresarial que se definen como en
hilera, de distrito, en red, etcétera. Se han producido de tal manera fuertes procesos de tercerización,
4. En síntesis, se puede sostener que, en una acepción amplia y general del término, es el capital
información –y, en consecuencia, los modelos comunicacionales a él asociados– lo que va a constituir
el recurso clave del capital intangible, y es en este sentido que se le puede definir como capital de la
abstracción. Se puede sostener, incluso, que todos los recursos que directa o indirectamente se derivan
de la información son capital de la abstracción, esto es, conjunto de recursos invisibles que se revelan,
cada vez más, capaces de posibilitar la obtención de ventajas competitivas, con valor estratégico.
Se trata de recursos determinantes para el desarrollo y el éxito a largo plazo del sistema empresa y
de la empresa en particular, en tanto que esta última es una organización cuya finalidad es la ganancia
a través de procesos de acumulación flexible, que se basan, sobre todo, justamente en los recursos del
capital intangible.
Allí desemboca una tendencia secular del capital, identificada tempranamente por Marx: el au-
mento del valor de recursos como la educación, la especialización, ha determinado las directrices
históricas de la evolución del sistema, hasta colocar recursos y expectativas en la dimensión intangible
del capital. Precozmente aclaró Marx cuál era el valor del conocimiento en el modo de producción
capitalista, al cuantificarlo exactamente en el número de horas necesarias para la formación del traba-
jador calificado10.
La relevancia del conocimiento –o, en términos empresariales, el know-how–, considerado un re-
curso fundamental del moderno ciclo productivo, ha aumentado vertiginosamente en la presente fase
5. Como lo han subrayado ya muchos teóricos del desarrollo tecnológico (cfr. Maldonado, 1997), en
el desarrollo y la difusión de las tecnologías informáticas hay todavía un virus que amenaza al sistema
de producción capitalista, sobre todo en su configuración tradicional, fundada en la centralización de
los medios de producción. El home informático y, desde comienzos de los años noventa, la difusión
de Internet como sistema de comunicación horizontal, constituyen, de hecho, en ciertos aspectos, un
modelo eficaz de organización y distribución de recursos desde abajo, sin posibilidad de control por
parte de los tradicionales detentadores del poder político y económico.
Con su estructura capilar y acéfala11, la red posibilita hoy la circulación libre de datos e informa-
ciones, la publicación poco menos que sin costo alguno de periódicos y el intercambio gratuito de
recursos a los que el mercado atribuye un valor económico (música, libros, software, etcétera).
El sistema digital, que ha sustituido al criterio analógico en prácticamente todas las aplicaciones
tecnológicas, hace extremadamente fácil, en efecto, la difusión de productos y tecnologías: la repro-
ductibilidad de una manufactura digital es simple y está al alcance de todos; además, la copia presenta
la misma calidad del original (Foray, 2006: 145). De esta manera, el concepto de derechos de autor se
torna rápidamente obsoleto y la tutela de las llamadas “obras del ingenio”, casi imposible.
Bien visto, ese proceso resquebraja algunos de los principios fundamentales del capitalismo, como
son el de la concentración de la propiedad de las mercancías y, gracias a la difusión del software libre,
también el de la propiedad de los medios de producción.
Se trata, en cualquier modo, de un proceso intrínsecamente ligado al largo camino recorrido para
hacer más accesibles y menos costosas las tecnologías: en la época de la “reproductibilidad técnica” de
las obras, que Walter Benjamin coloca ya a la altura de la primera revolución industrial (Benjamin,
2000), resulta cada vez más difícil erigir vallas protectoras de la propiedad de las manufacturas y de los
medios necesarios para producirlas.
a) El incremento continuo del nivel de explotación de los trabajadores o de aquellos que viven del
trabajo, sobre la base de la explotación capitalista de la sociedad del saber12.
b) Las crisis económicas perjudican, como nunca antes, a las clases medias.
c) Durante los últimos 25 años, a pesar de los cambios sustanciales ocurridos en la dinámica del
capitalismo, dentro de este sistema no se ha resuelto siquiera uno de los problemas ya presentes
al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
d) Junto con la continua concentración de la riqueza, crece también la pobreza.
e) El llamado proceso de globalización neoliberal, lejos de globalizar el desarrollo y la riqueza,
tiende a globalizar la pobreza.
Se están creando desigualdades socioeconómicas cada vez mayores y crece la miseria en casi todos
los países y regiones del mundo. Eso es consecuencia de la dinámica y de la operatividad generalizada
que ha logrado el capital multinacional a escala mundial, siempre en búsqueda de ganancias más altas,
dondequiera se encuentren.
El proceso de reproducción del capital actúa en favor de la concentración de la riqueza en el
segmento social privilegiado, que representa cerca del 20% de la población mundial; la diferencia
entre ricos y pobres aumenta en cada país, de norte a sur; la desigualdad mundial en la distribución
de la riqueza y del poder es una forma estructural de violencia permanente contra la mayor parte del
mundo, que es preciso vincular más explícitamente a la globalización neoliberal.
Es evidente que, del incremento de la productividad, al salario se le redistribuye muy poco. Por otra
parte, la tercerización, la flexibilidad de la economía y la reestructuración capitalista, junto con otros
fenómenos como la deslocalización y la precariedad, han hecho aumentar –sobre todo en estos últimos
años– el número de trabajadores “flexibles” (Arriola, Vasapollo, 2005: 66-77).
Esa situación se refleja en la población, como puede deducirse de su participación en el PIB, tanto
en los países más pobres como en los más ricos. Esto quiere decir que, como parte del proceso de
crecimiento de la pobreza, en el caso de los trabajadores y de los inmigrantes se unen varios factores,
como por ejemplo:
a) La desventaja de vivir en un país con bajos niveles de ingreso o de pertenecer a sectores cuya
ocupación tiene un carácter precario.
b) Dondequiera que sea, es también una desventaja ser parte de la inmigración no blanca, sobre
todo africana o árabe, o provenir de los antiguos países socialistas.
c) En el caso particular de América Latina, a la condición de obrero en un país subdesarrollado
puede añadirse la de indígena o afrodescendiente.
3. Por tanto, no se puede decir que la pobreza, en general, presente un comportamiento simétrico. La
pobreza es también discriminante y asimétrica, y afecta más a los jóvenes y a determinadas categorías
de trabajadores. Estados Unidos, por ejemplo, es la sociedad capitalista con nivel medio de vida más
— notas —
1 Edwar P. Thompson es el historiador que más ha contribuido a mejorar la visibilidad del proletariado en los orígenes del capita-
lismo, con libros como The Making of the English Working Class. El mismo resultado lo persiguió, en parte, Hobsbawm (1987).
Noble (1993) brinda en cambio una lectura diferente, como es la que aporta, por ejemplo, sobre el movimiento ludista.
3 Para el caso de Italia se puede consultar una importante encuesta de la época, la primera realizada tras el “otoño caliente”*:
4 Que por otra parte no es el único motivo. La fractura radical entre teoría y praxis ha sido señalada como una de las caracte-
rísticas fundamentales del “marxismo occidental” de Anderson (1977). Sin embargo, es cierto que dentro de la magmática
categoría de marxismo occidental (definición que el mismo Anderson, ya en su trabajo de 1977, critica como insatisfactoria) se
encuentran intelectuales militantes como Karl Korsch, cuya obra estuvo esencialmente dirigida a la renovación de la teoría y la
praxis revolucionarias. La función de la dialéctica, según lo que escribe Carrino (1981: 111-112) en una biografía intelectual de
Korsch, sería para este último la de “exponer” (Darstellungsweise) la totalidad histórico-social-natural, y proveer así las bases
para una teoría de la revolución social.
5 Léase lo que escribe Braverman (1998: 62) en su ya clásico texto: “El taylorismo [es una] ciencia del gobierno del trabajo ajeno
bajo condiciones capitalistas. Taylor no estaba en búsqueda del ‘mejor modo’ [best way] de desempeñar el trabajo ‘en gene-
ral’ (…) sino que más bien [la suya] era una respuesta al problema específico de cómo controlar mejor el trabajo alienado, y
eso significa fuerza de trabajo que es vendida y comprada”. Añade, además, que para Taylor era una absoluta necesidad el
“imponer al trabajador la manera precisa en que debe ejecutarse el trabajo. (…) su ‘sistema’ fue simplemente el instrumento
utilizado por la gerencia para lograr el control del modo efectivo de ejecución de toda actividad laboral, desde la más simple
hasta la más compleja”.
* (n.t.) De 1969, cuando se vivieron en ese país gigantescas movilizaciones obreras y fuertes conflictos sindicales.
un ejemplar caso de estudio, bien investigado en Italia por estudiosos de diferentes escuelas del pensamiento. Aquí mencio-
namos solo dos sugerencias, de las que se puede luego extraer una más vasta bibliografía: Cavazzani, Fioco, Sivini (2001) y
Pulignano (1997).
7 Para conseguir, por ejemplo, que los vehículos consuman 4 litros de gasolina, en lugar de 20, por cada 100 kilómetros de reco-
rrido. Hoy día, para producir una unidad de cualquier bien industrial se requieren dos quintas partes de las materias primas que
se necesitaban en 1900. En 1984, Japón consumía solamente 60% de las materias primas que empleaba en 1973 para una
misma producción. Una tonelada de cable de cobre puede sustituirse actualmente con 25 kg de fibra óptica, que se producen,
además, con solo 5% de la energía que se requería para producir el cobre.
8 Sobre estos temas, también en las páginas que siguen, se hará frecuente referencia a Martufi, Vasapollo (2000c).
9 Para todo lo que sigue, por “sistema empresa” se entiende una entidad organizada con fines de producción o de consumo,
actividad no necesariamente orientada a la ganancia; si, en cambio, el fin último es la ganancia, se preferirá usar, más correc-
tamente, el término empresa, o sistema de empresa.
10 Lo subraya Mandel en su análisis de la teoría marxista, al especificar que el “trabajo especializado” es considerado “como un
múltiplo del trabajo simple, que se obtiene al multiplicarlo por un determinado coeficiente” (Mandel, 1997b: 24).
11 Sobre el hecho de que la red sea efectivamente acéfala y carente de jerarquías, un lugar donde los conceptos de centro y peri-
feria pierden sentido, algunos autores avanzan interesantes perplejidades. Maldonado: “El argumento es archiconocido: en la
red todo sería centro y todo periferia. No existiría, por tanto, una sede privilegiada desde la cual se pueda ejercer una gestión
comprehensiva de los flujos de comunicación. A primera vista, se puede decir que algo de cierto hay en eso. Pero cuando a eso
que hay de cierto se le confiere, como en este caso, un carácter absoluto, más allá de todo contexto, resulta difícil sustraerse a
una actitud de atenta perplejidad. En principio, con todas las consideraciones de rigor, puede ser justo decir, por ejemplo, que
en la red no existe un centro, pero no que haya que excluir en ella, de partida, la presencia de toda forma de control sobre los
usuarios. Existe ya la sospecha, e incluso la certeza, de que algunas formas de control, aun si distintas a las tradicionales, están
presentes en la red” (Maldonado, 1997: 27).
12 Como señala Antunes (2006), aquellos que viven del trabajo, en oposición a aquellos que viven del capital.
13 El Euripes (2003)** habla de “pobreza fluctuante”, es decir, de un estado de inseguridad e inestabilidad permanente que no
permite superar, de manera definitiva y constante, el umbral de la pobreza. Es justamente este tipo de pobreza el que incide,
o al menos comienza a hacerlo, y de manera contundente, sobre segmentos medios ya integrados al mercado de trabajo pre-
cario.
14 Al menos la relativa, aunque en determinadas fases económicas y espacios geográficos también la absoluta avanza
poderosamente.
1. Al igual que ocurre con otros modelos teóricos marxistas, también la sobreproducción capitalista
de mercancías es interpretada en términos de valor y no de mera cantidad física de bienes producidos.
La permanente lucha (tregua oligopólica aparte) entre capitales enfrentados comporta el desarrollo
de tecnologías competitivas que posibiliten productividades más elevadas, ganancias más altas y ma-
yores cantidades de mercancías. En el régimen capitalista, sin embargo, estas últimas solo se producen
si su venta en el mercado permite cerrar el ciclo de (re)producción del capital, es decir, la valorización
del capital, la realización del valor de intercambio ínsito en este.
Una mercancía no se produce por el simple hecho de que alguien la necesite (cuestión que identi-
fica solamente una de sus calidades: el valor de uso), sino porque alguien, que en efecto la necesita (la
necesidad ajena es para el capitalismo un medio y no un fin), puede comprarla, y con ello permite la
realización de su valor intrínseco.
Muchos economistas de escuelas diversamente subconsumistas (keynesianos en diferentes salsas,
marxistas como Luxemburg, Sweezy, Baran) han teorizado acerca de un problema de “liquidez”, de
poder adquisitivo de los consumidores (solucionable hasta con políticas de deficit spending, de apoyo al
consumo), para explicar la crisis. El problema, que pertenece al plano de la esencia del capital (valori-
zación imposible), se transforma en un problema de insuficiencia de demanda, desvinculado del tema
de la valorización (¿será solo casualidad el que muchos de quienes sostienen tal tesis refuten o critiquen
la teoría marxista del valor?).
2. En más de una ocasión hubo Marx de criticar ante litteram teorías similares. El problema, leído en
clave subconsumista, es insoluble, ya que un incremento momentáneo de la demanda, impulsado por
el Estado con razones y medios diversos, no hace más que desplazar en el tiempo, posponiéndola, la
crisis de sobreproducción, para que luego esta se replantee a un nivel más elevado y agudo. Esto es así
porque la valorización momentánea de mercancías no estabiliza el mercado en una determinada cuota
productiva (cabría imaginar solo un estancamiento). Por el contrario, estimula a la esfera productiva a
proveer más mercancías que antes (y a seguir el “camino de la lucha” entre competidores, con todo lo
que de allí se deriva para la composición orgánica del capital, los niveles de productividad y los salarios).
La crisis de sobreproducción no puede eliminarse, puesto que inmanente al modo de producción
capitalista, sediento de (auto)valorización, el capital empuja siempre más allá del límite último (mo-
mentáneo) para superarse e incrementarse. Esto significa más mercancías, más capital por valorizar y
la imposibilidad de cerrar “en positivo” el ciclo de (re)producción del capital.
Como se puede observar, las potencias capitalistas, devastadas por la guerra, mostraron un com-
portamiento similar, aun cuando en la RFA la crisis explotó un poco más tarde (dado que la zona
occidental de Alemania, donde se concentraba el mayor potencial industrial, sufrió menos durante
a) Asincronía general, aun cuando las economías europeas tendieron a acercarse durante las fases
de crisis económica, por compartir las mismas condiciones de gran devastación intempestiva, los
ritmos de recuperación económica y el papel central desempeñado en esta por Estados Unidos.
b) Las crisis y los ciclos tendieron a ser de breve duración.
c) En los años sesenta se empieza a observar una “tendencia al dominio” por parte de la economía
norteamericana.
d) Las crisis económicas no eran profundas y las economías se recuperaban bastante rápidamente.
e) Con la caída de los niveles de producción, descendían también los precios.
1. Los estudiosos del ciclo capitalista prácticamente habían desaparecido de las universidades nor-
teamericanas y cuando a fines de los años sesenta –en 1969– la economía inició un proceso de con-
tracción, los economistas neoclásicos burgueses no lo percibieron. La desaceleración, en todo caso,
perduró y se tradujo en desempleo y caída del ingreso para millones de personas. La experiencia de los
años 1964-1965 y 1966-1967, durante la guerra de Vietnam, cuando los gastos militares reanimaron
la tasa de crecimiento industrial y repercutieron en el PIB, había creado en muchos la ilusión de que
las caídas de la economía podían ser rápidamente superadas.
No obstante, en el período que se iniciaba en 1969 y por primera vez después de la Segunda Guerra
Mundial se verificó una caída real de los índices económicos –no provocada por daños de guerra–,
acompañada de rápidos y continuos aumentos de los precios, fenómeno que se prolongó por más de
un año.
Comenzaba así el comportamiento cíclico de la economía norteamericana de los años setenta, que
tuvo mucha importancia y una gran repercusión en la economía capitalista mundial y en la estadouni-
dense en particular. Se trataba de las crisis de 1969-1971, en incubación desde los años sesenta, que
perjudicaron a toda la economía capitalista, prisionera del desempeño económico de Estados Unidos
y redujeron a polvo el espíritu optimista que prevalecía en los sectores académicos y en los círculos
oficiales del Gobierno norteamericano1.
2. Durante la crisis de 1969-1971, en la economía capitalista comenzó a cambiar uno de los rasgos
que habían caracterizado la dinámica del ciclo y de las crisis durante el período de posguerra: en medio
de la caída del PIB, los precios subían y se producía una sincronización de las fases de crisis con otras
economías capitalistas desarrolladas. Si se buscara la causa más profunda de estos fenómenos, habría
que hacerlo curioseando en el agotamiento de los procesos de dinamización que la Segunda Guerra
Mundial había contribuido a imponer en la economía mundial y en la estadounidense en particular, al
servir de palanca para la recuperación y actuar Estados Unidos como su principal financiador.
A comienzos de los años setenta, las economías de Japón y de Europa Occidental habían concluido
sus procesos de recuperación, no obstante lo cual la economía norteamericana continuaba su desen-
frenada carrera productiva, que el fin de la guerra le había impuesto junto con la supremacía obtenida.
Pero al término de esa década, los recursos de dinamización aportados por la guerra se habían ago-
tado. No fue casual que ese fenómeno se hubiera ya manifestado con particular fuerza en la economía
líder, confirmando lo que Karl Marx, con peculiar perspicacia, había demostrado y Paul Samuelson
reafirmaba en 1955:
Para las naciones democráticas, el ciclo económico representaba un desafío, casi un ultimátum: o
aprendemos a controlar las depresiones y los períodos de prosperidad mejor de como lo hicimos
antes de la Segunda Guerra Mundial, o la estructura política de nuestra sociedad se verá amenazada
(Samuelson, 1955: 320-321).
La crisis económica de 1969-1971 revistió la misma dinámica del proceso que antes, en el lapso
1964-1967, había podido ser controlado y retardado gracias a la política económica de los altos mandos
militares. Pero en la de 1969-1971 se manifestaron con fuerza las contradicciones económicas causadas
3. No es tampoco difícil darse cuenta de que, en el período analizado, el ingreso real o neto aumentó
solo algo menos de 50% con respecto al incremento del índice de productividad; obviamente, esa
situación se corresponde con los notables incrementos de la cuota de plusvalía. Todo eso no hizo
más que restringir la base del mercado masivo de bienes de consumo de uso personal, como ya había
ocurrido en la economía norteamericana.
La situación se vio agravada por el proceso inflacionario. Existía la tendencia a identificar todo
aumento de los precios con la inflación, aunque hubo períodos en que estos crecieron por otras causas,
como en el caso de los incrementos estacionales y los cíclicos. Pero las continuas alzas de los precios
durante la segunda mitad de los años setenta fueron sobre todo inflacionarias. La gran desproporción
entre la emisión de dinero y el movimiento de mercancías y servicios fue la causa principal de esa
tendencia ascendente; por tanto, era justo hablar entonces de inflación crónica. Sin embargo, aplicar a
todo incremento de precios la definición de inflación, hace más fácil esconder las causas verdaderas –y
más profundas– de ese fenómeno, lo cual, por otra parte, es una tendencia muy marcada en el pensa-
miento de algunos economistas norteamericanos, particularmente interesados en dejar las cosas sobre
un plano meramente superficial. En realidad, la inflación monetaria no fue el único factor involucrado
en la subida de los precios durante los años setenta y ochenta, ni fue el único instrumento de la política
destinado a crear aumentos selectivos. Otros factores aceleraron e impulsaron ese proceso, a la vez que
contribuyeron a la inflación monetaria e interactuaron con esta:
4. La inflación entró, con la crisis de 1969-1971, en una etapa de empeoramiento sin precedentes, que
se hizo definitivamente más profunda durante la crisis de 1974-1975, hasta llevar el proceso inflacio-
nario a un callejón sin salida. No se trataba únicamente de la cuestión monetaria; intervino además
otro fenómeno, que puede contribuir todavía mejor a comprender el significado de la inflación a lo
largo de aquel período.
Además de la simultánea caída de la producción y alza de los precios, que crearon el llamado fenó-
meno de la “estanflación”, se abría camino una dinámica especial entre precios mayores y menores. A
partir de 1974, en efecto, el peso del aumento de los precios pasó de las empresas a los consumidores.
Este fenómeno se manifestó cuando el espectro recesivo y el incremento de la desocupación impulsa-
ron al sector monopólico, en particular, a subir los precios de venta para compensar, en términos de
ingreso percibido, la disminución neta de las cantidades vendidas. En realidad, el alza no tenía por qué
impactar a esa velocidad y con tales dimensiones contra el consumidor. Recuérdese que en los años
setenta se crearon diversos mecanismos para la contención del aumento de los costos de producción en
las empresas, como por ejemplo rebajas fiscales, incentivos varios, disminución del costo unitario del
trabajo, aumento de la productividad y otros. Por eso es posible afirmar que los incrementos registrados
en los índices de precios al consumidor norteamericano respondieron, más que nada, a una política de
los monopolios para compensar la reducción de las ventas con el crecimiento de las ganancias.
Hubo, ciertamente, otros factores internos, como la marcha de la productividad y la incidencia de
la crisis en algunos sectores específicos de la producción, fenómenos generales que se expresaron tam-
bién aisladamente en la crisis de la economía norteamericana. La política económica tuvo asimismo
particular importancia, según se reflejó en la plataforma republicana de los años ochenta, en la cual la
inflación era calificada como el “enemigo público número uno”.
1. La situación que experimentó la economía norteamericana desde los años setenta hasta los ochenta
no puede entenderse, no por completo, si no se toma en cuenta la relación entre la crisis económica
de Estados Unidos y la crisis mundial que simultáneamente tenía lugar, en la que desempeñó un pa-
pel fundamental el desarrollo de los procesos de internacionalización económica capitalista definidos
como “mecanismos de transmisión cíclica”. Se trata de una manera especial de manifestarse la llamada
“interdependencia” entre las economías del sistema, siempre, claro, en el marco de los fenómenos de
asimetría que lo caracterizan.
4. El desarrollo del ciclo del capital, que comienza por ser un fenómeno nacional, se internacionaliza
en dos etapas. Durante la primera, el capital dinero y la mercancía se abren camino en el campo inter-
nacional por medio de la creación del mercado mundial. Durante la segunda, entre fines del siglo xix
y comienzos del xx, en el ámbito de la concentración del capital y de la producción, en un reducido
grupo de países capitalistas nace el monopolio. Se crea así un proceso de internacionalización. Sobre
esa base se genera capital financiero y exportación de capitales, hasta llegar al dominio de los monopo-
lios a escala internacional por medio de la repartición económica y territorial.
El proceso antes analizado crea la internacionalización de las relaciones bajo la forma de capital
industrial, es decir, como unidad de los ciclos de dinero, productividad y mercancía, bajo el control de
un reducido grupo de potencias capitalistas que terminan por dominar a las demás.
No es difícil, pues, entender el carácter de la dinámica cíclica de la economía capitalista a nivel
mundial, como parte consustancial del proceso de desarrollo de la internacionalización del capital y de
la producción. Esto se manifiesta actualmente por medio del llamado proceso de globalización neoli-
beral, fenómeno al cual nos hemos referido en numerosas oportunidades en el contexto de este trabajo.
1. A lo largo del análisis hasta aquí realizado, se ha enunciado sintéticamente un fenómeno que tiene
importancia determinante para comprender el carácter actual del ciclo capitalista. Junto con el de-
sarrollo –y como resultado– de la internacionalización del capital y de la producción, después de la
Segunda Guerra Mundial han surgido a escala internacional –y alcanzado niveles inusuales desde los
años setenta– lo que hemos llamado “mecanismos de transmisión cíclica” o de “transnacionalización
del ciclo”. Se trata de mecanismos que sirven de base y trampolín para la transformación del ciclo
capitalista: algo que va más allá de los posibles impactos que dan lugar a una simple interrelación de
los ciclos capitalistas nacionales por medio del mercado mundial y que crea, como nuevo fenómeno,
un “ciclo transnacional controlado”, dentro de la tendencia más general a la formación de un “ciclo
2. La sincronización del ciclo en su fase de crisis, entre las diversas economías capitalistas, estuvo
influenciada por un conjunto de “mecanismos de transmisión”, entre los más importantes de los cuales
cabe recordar, por ejemplo, el comercio exterior, la exportación de capitales, las empresas multinacio-
nales, el desarrollo del comercio de armas y las relaciones bancarias, monetarias y financieras.
La actuación de estos factores explica tanto la sincronización cíclica en la fase de las crisis que
caracterizaron los años 1974-1975, como el desempeño posterior de todas las principales economías
capitalistas durante el resto de los años setenta, período que se identificó por un proceso de recupe-
ración lenta, asimétrica y con altos niveles de desempleo e inflación hasta llegar a 1980, año en que
sobreviene nuevamente la crisis.
1. La importancia y el dinamismo de este factor, como elemento transmisor de los impulsos cíclicos en
la economía capitalista, aumentó durante los años setenta, no obstante la intensificación del protec-
cionismo durante la época de persistencia de la crisis. Solo en el primer trimestre de 1978 hubo una
disminución de las importaciones.
En el conjunto de la economía capitalista, disminuyó la participación de Estados Unidos en el
comercio mundial, como puede observarse en el cuadro siguiente.
Estados Unidos 27 24 19 18 16
Alemania occidental 5 13 15 16 16
Japón 2 5 9 10 11
Francia 8 8 8 9 9
Gran Bretaña 18 12 9 10 11
Otros 39 38 40 40 40
Fuentes: Statistical Yearbook (UN) 1978: 443; Handbook of international trade-development statistics, Unctad, 1977.
2. La desventaja que para Estados Unidos significa la caída de su participación porcentual en el co-
mercio mundial de las exportaciones, puede verse en parte compensada por el hecho de que los otros
competidores dependen más de los estadounidenses para el crecimiento económico de su comercio
exterior, comercio en el cual, indudablemente, Estados Unidos tiene un importante e influyente papel
con respecto al resto de los países capitalistas desarrollados. Esto es todavía más válido si se considera
que en esos países la dependencia de las fuentes de energía externas (y en primer lugar del petróleo) es
muy superior a la de Estados Unidos, en tanto que este último posee el mercado real más grande del
mundo. Todo ello se convierte en un importante instrumento de negociación para la faceta económica
de la política exterior norteamericana. Además, debe tenerse en cuenta que, al ser Estados Unidos un
mercado importante –casi siempre el más importante para los principales países capitalistas– , su ciclo
económico influye continuamente, por medio del comercio exterior, en el movimiento cíclico de las
demás economías.
En 1977 la situación se mantuvo estable, con algunas ligeras variaciones. El comercio exterior
de Estados Unidos se desarrolló junto con el de otras tres potencias capitalistas, Canadá, Japón y
Alemania, que eran también sus más fuertes competidores. De otro lado, el comercio con los países
en vías de desarrollo, en general, no tiene un peso importante en el contexto de la actividad comercial
estadounidense.
Eso pone en evidencia la poca diversificación del comercio exterior de esos últimos países, que
dependen, tanto para sus exportaciones como para su capacidad de importación, de un reducidísimo
número de productos, algunos de los cuales, por otra parte, pueden representar un riesgo estratégico
para Estados Unidos, en la eventualidad de que se repita la experiencia de la OPEP. Este es un elemento
que tiene repercusión importante en la agresividad desplegada para el control de los mercados de
algunas materias primas –en particular el petróleo–, en relación con las cuales manifiesta la economía
norteamericana una significativa dependencia.
2. En todo el período, la posición privilegiada de Estados Unidos en el ámbito del comercio mundial
no se presta a dudas, aun cuando países como Alemania occidental y Japón compiten fuertemente
por esta (y sobre todo este último, que logra penetrar profundamente en el mercado estadounidense).
Luego, no está fuera de la realidad afirmar que, a pesar de perder terreno en la competencia por el
mercado mundial capitalista, Estados Unidos mantuvo su posición de líder, en tanto que su ciclo pro-
ductivo tenía una importancia determinante para el comercio y para el ciclo de las restantes economías
que conforman el sistema.
El comercio mundial de mercancías sería insuficiente para explicar el problema de la transmisión
del ciclo, es decir, de su carácter mundial y de la posición de Estados Unidos en el proceso. Es evidente
que en los años setenta, y sobre todo durante la crisis de 1974-1975, Estados Unidos estaba a la cabeza
del comercio mundial, tanto en el sector manufacturero como en el de las materias primas estratégicas.
Esto tenía un fuerte impacto en los ciclos económicos del resto de los países capitalistas y, en particular,
de los subdesarrollados.
Hay que decir asimismo que en el comercio de armas se manifestaba la supremacía norteamericana,
lo que explica el fenómeno del llamado complejo industrial militar y de la transnacionalización de la
economía militar estadounidense.
a) Durante la guerra, Estados Unidos fue el principal proveedor de los países capitalistas europeos,
que terminaron devastados, mientras su propio potencial industrial, comercial y financiero no
sufrió, sino que por el contrario aumentó.
b) Al concluir la contienda, Estados Unidos contaba con las mayores reservas de oro del mundo
capitalista.
c) Estados Unidos invadió el mercado mundial con sus productos; para comprar muchos tipos de
mercancías había que tener dólares, que comenzaron a ser considerados sobre la base del mismo
valor del oro, hasta imponerse, además, como moneda de reserva.
d) El sistema inaugurado en Bretton Woods delineó, en el plano internacional, el control de Esta-
dos Unidos sobre el movimiento monetario-financiero capitalista.
e) Aunque el sistema monetario que emergía debía estar regido por una “cesta de monedas”, en la
cual el dólar sería una entre tantas, las circunstancias ligadas al dominio político-militar deter-
minaron, en la práctica, que la estadounidense ocupara una posición central respecto a todas las
demás monedas.
2. Es solo sobre la base de esos antecedentes que se puede entender lo que sucede posteriormente en el
sistema monetario capitalista.
A pesar de todo, el sistema monetario emergente significó un paso importante en la organización
de las finanzas del mundo capitalista, al establecer un organismo (inexistente hasta entonces) diseñado
en función del control exclusivo por parte de Estados Unidos; de hecho, este sistema estuvo desde un
inicio vinculado a las fluctuaciones de la economía norteamericana. Por esa razón, influyó sobre el
resto de las economías capitalistas y ocasionó los siguientes problemas:
3. Es necesario, para comprender el período, reconocer que aunque Estados Unidos fue la causa prin-
cipal de la crisis del sistema monetario-financiero capitalista, por haber trasvasado en este último2 sus
dificultades económicas de los años setenta y los primeros ochenta, las otras potencias se vieron siem-
pre obligadas (y todavía lo están) a apoyar las medidas de la política monetaria que Estados Unidos
a) Las potencias imperialistas estiman, sobre todo desde el punto de vista estratégico, que sus po-
sibilidades de expansión y de supervivencia dependen de la política exterior de Estados Unidos,
de su dominio, de su control sobre los países del Tercer Mundo y de su presencia militar en
Europa y otras partes del planeta, a pesar de que hoy no haya justificación posible en el “peligro
del comunismo”, como se postulaba durante los años setenta y ochenta3.
b) Los grandes monopolios de esas otras potencias imperialistas obtienen beneficios muy concre-
tos, en términos de requerimientos militares, mercados, oportunidades de inversión y otros
privilegios, en los países controlados por Estados Unidos.
c) Aun cuando compiten por los mercados militares, esas potencias no logran disputarle a Estados
Unidos su posición estratégica militar a escala mundial, por lo que prefieren más bien asumir
un papel de potencias de segundo orden4.
Otros dos fenómenos desempeñaron un papel muy importante, durante los años setenta, en la
internacionalización del ciclo de la economía norteamericana y en la transnacionalización de las difi-
cultades cíclicas. Se trata de la exportación de capitales y las empresas transnacionales: dos ámbitos de
la dinámica de la economía mundial capitalista en los que Estados Unidos ejerció un fuerte dominio
al finalizar la Segunda Guerra Mundial y que continúa ejerciendo.
1. Desde comienzos del siglo xx, y con base en el predominio de los monopolios, se produce un
crecimiento y un desarrollo importante de las exportaciones de capital.
Durante la Primera Guerra Mundial se contabilizaba ya una exportación de capitales por cerca
de 46 millardos de dólares, con evidente ventaja de Francia e Inglaterra. Antes de ese conflicto, las
principales potencias imperialistas mantuvieron esas exportaciones en un promedio cercano a 47 mi-
llardos de dólares y durante el período de posguerra, 1945-1970, se verificó un salto extraordinario en
esas cifras.
2. Tras la Segunda Guerra Mundial se hizo evidente la superioridad de Estados Unidos en este pro-
ceso, al punto de manejar más de 50% de las exportaciones de capital. Ya antes, entre la Primera y la
Segunda Guerra, había superado definitivamente a Inglaterra en el ámbito de la economía mundial
capitalista. Desde entonces, Estados Unidos se convirtió en el modelo capitalista por excelencia y
procuró representar el mundo del siglo xx, tal como lo había hecho Inglaterra hasta el xix.
2. Pero aquello que se podría llamar “reaganismo originario” tuvo consecuencias, como una lenta rigi-
dez de la “política monetaria” en 1981, que implicaron un crecimiento inicial de M1 cercano a 10%,
para posteriormente tener un aumento equivalente solo a 4,7% y luego decaer entre abril y noviembre
de 1981 y ser cancelado definitivamente5.
Las mencionadas medidas de política monetaria tuvieron efectos no previstos por la teoría:
a) Un crecimiento sustancial del costo del crédito, es decir, un aumento de las tasas de interés.
b) Un impulso al alza de la tasa de cambio efectiva.
c) Un impacto recesivo en el nivel de actividad económica, por cuanto limitó fuertemente la
demanda y la producción.
d) No funcionó el llamado principio de la “curva de Phillips”, según el cual un incremento de M1
produciría un incremento del ahorro, que habría de traducirse en un aumento de la inversión
productiva.
En realidad, el incremento de M1 fue directo a un ahorro que no tuvo que ver con la inversión
productiva, sino con la industria de la diversión y de la especulación, como resultado del nivel nada
estimulante en que se encontraba la tasa de ganancia, todo lo cual provocó el aumento de las tasas de
interés.
Durante ese período, la economía se vio inmersa en el peor momento recesivo de la posguerra. La
recuperación del último trimestre de 1982 no dependió solo de la política económica: la perspicacia
de los llamados economistas de la oferta (supply side economics) no consistió tanto en la política que
habían recomendado, como en darse cuenta de que el modelo de acumulación de la posguerra se había
agotado y que la economía norteamericana, en particular, estaba pasando a un nuevo paradigma tec-
nológico, dentro del cual el objetivo de la política económica no debía ser ya el estímulo directo a la
“demanda efectiva”.
2. La economía norteamericana siguió creciendo entre 2003 y 2006, aunque con tendencia al estan-
camiento y, en algunos casos, a la recesión. No obstante, las dificultades mayores no provienen de la
caída del PIB, sino de otros factores que, al no haber sido resueltos, continuarán incidiendo sobre el
crecimiento de la economía en los períodos siguientes. Entre esos factores, los más importantes se
pueden citar sintéticamente:
a) El déficit fiscal, que alcanzó ya niveles inaceptables para la garantía de crecimiento del PIB. Se
trata de una acumulación de deuda externa con grandes acreedores (China y Japón) y por un
monto, si se consideran otros inversionistas, de cerca de dos billones de dólares.
b) La deuda pública que, dada la población actual de 298.577.000 ciudadanos, significa que cada
uno de ellos nace con una deuda de 27.627 dólares.
c) El presupuesto militar sigue creciendo y los gastos de guerra en Iraq y Afganistán se contabilizan
aparte.
d) La desocupación real se mantiene en un nivel alto.
e) La dependencia de las importaciones de petróleo aumenta en cerca de 40% el déficit comercial.
f ) La devaluación de las monedas de Asia oriental hace las exportaciones de esa región más intere-
santes para los consumidores estadounidenses y desequilibra la balanza comercial en prejuicio
de la producción norteamericana.
g) El desastre natural y social ocasionado por el huracán Katrina, que todavía no ha sido del todo
afrontado, representa un peligro latente que –junto con los altos precios del petróleo– continúa
haciendo presión sobre el crecimiento del PIB, lo que a su vez aumenta la presión sobre el dólar.
h) El déficit corriente salta de 3,8% en 2001 a 5,7% en 2004.
3. Por todo lo anterior y por otros problemas más, se puede decir que la mayor dificultad de la eco-
nomía norteamericana, actualmente, es la de encontrarse bajo presión por la manera ineficiente e
irresponsable en que es administrada.
En este escenario de profunda y continua crisis internacional del capital, se replantea a pleno título
el “brazo de hierro”* entre Europa y Estados Unidos, en una aguda competencia que apunta al domi-
nio de Eurasia y con características geopolíticas y geoeconómicas que se concretan principalmente a
través de las IDE.
Durante la última década del siglo xx y los primeros años del xxi, los cambios de naturaleza política
y económica que han caracterizado el contexto internacional, involucran el ordenamiento capitalista
europeo, particularmente en las relaciones exteriores de índole político-económica.
4. Seguramente las tendencias de fondo del contexto económico internacional están cambiando, como
se ha visto en las páginas precedentes. Hasta el momento, al incremento de la liquidez internacional
no se han sumado tensiones inflacionarias, ya que en Estados Unidos la inmigración, el aumento de
la productividad y las importaciones frenan esa posibilidad, y en Europa los proceso de inflación están
limitados por las políticas restrictivas del salario directo y del gasto social, de la ausente redistribución
del ingreso y la riqueza y, por tanto, de contención del consumo.
Pero hoy, como se ha visto, la inflación vuelve a ser una variable central: se percibe en el aumento de
los precios del petróleo y las materias primas, que provocan un alza de las tasas y una alta volatilidad
de las cotizaciones accionarias. Son los organismos financieros internacionales los que advierten sobre
el incremento de los riesgos de inestabilidad vinculados a la estructura de los mercados financieros
internacionales, en los cuales tan solo los inversionistas institucionales mueven capitales –en dóla-
res– aproximadamente equivalentes a todo el producto bruto mundial. Basta que las expectativas de
ganancia sobre los capitales invertidos estén en baja, para hacer huir enormes masas de dinero hacia
los paraísos fiscales. Se ha llegado así a pensar que solo una tremenda sacudida monetaria y una caída
de las cotizaciones bursátiles podrían restablecer una correcta relación entre el mundo financiero y
el mundo de la economía real, en un sistema monetario internacional que tenga como referencia
mayor los equilibrios fundamentales de la economía entre el polo estadounidense, el polo europeo y el
polo japonés.
A través de la guerra del dólar contra el euro, de una crisis petrolera comandada desde Norteamé-
rica y de la gestión de la new economy en el contexto general de la financiarización de la economía,
Estados Unidos juega sus cartas para sofocar los intentos de afirmación y expansión del nuevo polo
geoeconómico de la Unión Europea.
El arma de la crisis del petróleo fue usada ya en los años setenta: dos terribles ataques piloteados
por enormes encarecimientos del precio del petróleo pusieron en crisis el primer intento europeo de
crear un bloque económico antagónico al estadounidense, a través de la construcción de la “serpien-
te monetaria”**. Apenas nacida la moneda europea, temiendo que esta pudiese fortalecerse en los
** (n.t.) Denominación informal que recibieron los acuerdos monetarios estipulados en 1972 por la entonces Comunidad Econó-
mica Europea.
— notas —
1 En realidad, la economía se había contraído desde 1964, pero las fuertes inversiones determinadas por la guerra de Vietnam
contribuyeron a retrasar la crisis, que se manifestó como recesión en el período 1966-1967. Para profundizar en el tema, cfr.
Vasapollo, Casadio, Petras, Veltmeyer (2004).
2 Todavía hoy, China y Japón compran grandes cantidades de bonos del tesoro norteamericano, con lo cual fungen de garantes
de Estados Unidos frente al creciente déficit, que no parece tener solución a mediano plazo.
3 Se trata de algo tan importante, que el llamado peligro comunista devino, después de la Segunda Guerra Mundial, en el factor
de articulación de la política exterior estadounidense; y lo mismo vale hoy para el embargo o, mejor dicho, el bloqueo total y
los continuos actos de sabotaje contra Cuba, culpable de llevar adelante una vía de autodeterminación socialista.
4 Lo cual no quiere decir que no exista competencia en ese plano. La Unión Europea desarrolla su industria armamentista con el
apoyo, a veces, de multinacionales norteamericanas, para así asumir más directamente el aprovisionamiento para su defensa.
5 Véase al respecto el Economic Report of The President, 1981, Washington, Estados Unidos.
1. Una gran contribución del pensamiento de los clásicos es seguramente la teoría sobre la división
social del trabajo, inseparable del análisis de las clases y de las relaciones de clase y el excedente eco-
nómico (el surplus)2, estudiado por Marx como plusvalía. La conexión entre surplus, división social
del trabajo y primeras formas de comercio –o intercambio– es de clara lectura. Solo en la medi-
da en que existe un excedente, puede concebirse el intercambio de bienes diferentes. Por lo tanto,
cuando la célula básica de la sociedad (familia, clan, etcétera) deja de ser autárquica (es decir, la
que produce por sí misma todo lo que necesita y solo para sí misma) y cada quien comienza a es-
pecializarse en la producción de un bien en particular, entonces, con el desarrollo de la técnica y
con el mejoramiento de las habilidades individuales, es posible obtener de la actividad laboral un
excedente. Luego este puede ser intercambiado para obtener otros bienes que se necesitan pero no
se producen.
Pero la división social del trabajo produce también las primeras formas de división en clases, capas,
castas, etcétera. Solo gracias al excedente la sociedad puede crecer y especializarse en nuevas activida-
des –sobre todo, inventarlas–, y el hombre puede dedicarse a actividades distintas a las meramente
manuales, como serían las intelectuales, especulativas, religiosas, políticas, etcétera. Solo en la medida
en que hay alguien que produce suficiente excedente como para mantener a otro que no participa en
el proceso productivo, las actividades no manuales pueden difundirse.
El camino que lleva de la cooperación simple a la manufactura y a la gran industria, no solo como
etapas del desarrollo técnico y de la coordinación del trabajo, sino como métodos para la obtención
de plusvalía, es parte consustancial del sistema. La división capitalista del trabajo se basa en una pro-
ducción de mercancías que involucra por primera vez a toda la sociedad. Como parte de su proceso de
desarrollo, el capital supera las fronteras nacionales y, en el marco de la ley de la internacionalización,
crea primero el mercado mundial y luego su complemento: el sistema de relaciones económicas inter-
nacionales, como una compleja red que transforma a todas las naciones del mundo en un gigantesco
campo de producción y apropiación de plusvalía.
Como dijera Marx:
La producción capitalista tiene por base el valor o desarrollo del trabajo abstracto materializado en
el producto y su transformación en trabajo social. Para ello, son indispensables el comercio exterior
y el mercado mundial. Estos factores son, pues, a la vez, condición y resultado de la producción
capitalista (Marx y Engels, 1972, tomo 25, parte I: 274).
2. En materia de relaciones económicas internacionales, los estudiosos marxistas han tenido muy
poco que agregar: solo algunas indicaciones al paso del desarrollo internacional del capital, el análisis
fundamental de la época del imperialismo que hiciera Lenin, seguido por Baran y Sweezy, y elemen-
tos de una construcción incompleta desarrollada por A. Emmanuel y P. Palloix. Otros elementos
actuales para considerar son la teoría de los intercambios mercantiles y financieros internacionales
y la de las áreas monetarias a escala mundial, así como los elementos de análisis de una teoría del
comercio exterior que, referidos contextualmente a su tiempo, estaban ya presentes en las obras de
los clásicos.
Por todo lo dicho, y tomando en cuenta las consecuencias y el ambiente político del proceso en cur-
so de globalización neoliberal, puede afirmarse que durante los años setenta y ochenta, como respuesta
al proceso de crisis estructural capitalista –parte consustancial de la manifestación de agotamiento del
modelo de acumulación capitalista instaurado en la posguerra–, se inicia un fenómeno de reestructu-
ración económica en el corazón del capitalismo.
Se trata de un proceso caracterizado esencialmente por la tendencia a la sustitución del modo
mecanizado de producción tecnológica por la automatización, unido a un proceso de renovación
del mecanismo económico, dada la obsolescencia de las viejas recetas keynesianas para garantizar la
regulación económica por medio del Estado. A ello se añaden un intenso proceso de financiarización
de la economía –que apunta más a la renta que a la ganancia–, las inversiones productivas basadas en
el progreso tecnológico y las nuevas condiciones objetivas de desarrollo de algunas fuerzas productivas,
ligadas en lo sustancial a la primacía de la electrónica, la informática, la robótica, los nuevos materiales
y la biotecnología, entre otros progresos científicos3.
4. En el contexto de este escenario se comenzó a hablar de globalización, que hoy día resulta ser el
término económico más usado y abusado: ha devenido en una suerte de palabra mágica que todo lo
explica, muchas veces sin tocar siquiera el real antagonismo internacional que esconde.
De ahí la necesidad de un debate en torno a la objetividad y subjetividad de la actual globalización,
en el que resulta interesante poner en primer plano las siguientes interrogantes: ¿Qué cosa es realmen-
te la globalización? ¿Constituye simplemente un fenómeno conceptualizable o es acaso susceptible
de ser asumido como categoría económica? ¿La internacionalización del capital es parte integrante
del proceso de globalización, o quizá la globalización es parte orgánica de la internacionalización del
capital? ¿Debe atribuírsele un efecto homogeneizador o disgregador? ¿Qué puede esperar en verdad de
ese proceso el Tercer Mundo?
6. Por eso, una de las primeras críticas que se pueden formular a quienes hablan del “fin del trabajo” es
la de ser eurocéntricos (rectius: “occidentalocéntricos”). Una visión restringida a los países de capitalis-
mo maduro los lleva a declarar con toda simpleza que el trabajo llega a su fin.
Esto tiene como consecuencia una pluralidad de errores. En primer lugar, su ideología4 no tiene
en cuenta la (nueva) división internacional del trabajo (NDIT); oblitera el resto del mundo, para
concentrar su esfuerzo en una parte limitada y minoritaria del planeta (la inmensa mayoría de la clase
trabajadora se encuentra hoy en las llamadas periferias y semiperiferias). Según estos teóricos, el trabajo
termina, desaparece, porque el “trabajo industrial” ha desaparecido en los países “posindustriales”.
Sin embargo, no solo no ha terminado, sino que está en fortísima expansión. El punto es que hoy se
expande no en los países de capitalismo maduro, sino en los PVD; en otras palabras, el sector de la
producción industrial es “externalizado” fuera del mundo occidental (siguiendo así un razonamiento
típico del eurocentrismo, para el cual el Otro no existe o existe solo en tanto que es negado5: si el sector
industrial es exportado a otro mundo, inexistente, entonces desaparece, se convierte en un problema
que no es nuestro).
7. La relación de dependencia de las “periferias” (colonias, para Jaffe, que además, correctamente,
resalta cómo en realidad es el capitalismo “central” el que depende de aquellas) está fundada en la
subordinación económica, política y cultural de los países dominados a los dominantes. Sobre esas
relaciones, a su vez, se basan las políticas estratégicas de internacionalización y deslocalización pro-
ductiva de la empresa capitalista, incluso en la forma de fábrica social difundida. Tras la crisis de
sobreproducción (y por tanto de rentabilidad) de las últimas décadas, las clases capitalistas imperia-
listas de Occidente han recurrido a diversas estrategias para elevar de nuevo la tasa de ganancia (y,
por tanto, la tasa de explotación). En las “periferias” (para Jaffe: colonias y semicolonias), la fuerza de
trabajo produce una superganancia que, al balancear las encogidas tasas de ganancia alcanzadas en el
“centro”, garantiza la supervivencia de los complejos industriales centrales y del capitalismo mismo10.
Es la ley del valor lo que nos permite comprender correctamente la nueva reestructuración mundial y
la nueva división internacional del trabajo11. Lo que se resquebraja, en comparación con el pasado, es
la relación privilegiada que la clase trabajadora occidental mantuvo en las décadas pasadas con la clase
capitalista-imperialista.
En el curso de los años –y con amplia divulgación en numerosas publicaciones–, Jaffe ha elaborado,
en paralelo a una lectura particularmente interesante de Marx, Engels y Lenin, la que posiblemente sea
la más consecuente y radical teoría de la explotación generalizada que adelantan los países de capitalis-
mo maduro (imperialistas) en detrimento de las clases explotadas de los países coloniales.
Lo que diferencia a Jaffe de tanta literatura marxista e incluso de la más radical en la materia, es su
teorización acerca de una plusvalía negativa (que en sus escritos representa con el signo S -). La teoría
marxista “clásica” habla de la aristocracia obrera12 como un estrato de la clase trabajadora de los países
de capitalismo maduro, que goza de los frutos del imperialismo en su propia casa, aun cuando sigue
siendo –en los términos de Marx– parte de la clase explotada; es decir, produce todavía W (plusvalía),
pero ss = v + ϕ, donde ϕ es una cuota agregada de W producida internacionalmente por las clases
trabajadoras de los países dominados-coloniales.
Y ahí se sitúa la ruptura radical de Jaffe con todo el pensamiento del “marxismo occidental”13.
Sostiene él lo que podríamos definir como un concepto de “aristocracia obrera difusa”: es toda la clase
trabajadora de los países de capitalismo maduro (salvo sus fracciones realmente explotadas, compuestas
por lo general por minorías étnicas e inmigrantes) la que constituye una inmensa aristocracia obrera
que ya no es explotada –en términos marxistas–, puesto que no produce ya plusvalía; antes bien,
8. En el caso de la clase trabajadora aristocrática de los países de capitalismo maduro, el saldo de plus-
valía es por tanto negativo: sus salarios son mayores que el valor producido por su fuerza de trabajo.
Las economías de esos países se desenvuelven “pacíficamente” (desde el punto de vista de los conflictos
de clase) gracias no solo a la superexplotación-superganancias de las colonias, sino también a una clase
trabajadora interna (de los países imperialistas) que, al no ser ya explotada y vivir ella misma de la
explotación de las clases trabajadoras de los países coloniales, pierde todo interés en la conflictividad y
se hace subsumir completamente en las lógicas e ideologías de sus propias clases dominantes.
De allí se deriva el “colaboracionismo difuso” de la clase trabajadora “central” con el imperialismo
doméstico (cfr., finalmente, Jaffe 2005). El llamado “pacto keynesiano” es entonces solamente una
estrategia política-económica-social de compromiso histórico entre clases sociales opuestas y conflic-
tivas en los países de capitalismo maduro, con base en la explotación generalizada de las colonias y
de su fuerza de trabajo; y esa explotación sirve, precisamente, para negar la base material-objetiva de
la conflictividad obrera en Occidente. De allí surgen las dificultades (o imposibilidades) de la clase
trabajadora “central” para asumir el conflicto. Y por eso la esperanza de un otro mundo futuro reposa,
para Jaffe, en las clases trabajadoras coloniales y en sus diversos movimientos de liberación, que, al
poner en discusión el sistema colonial, ponen en crisis el sistema capitalista.
Si esa interpretación de las asimétricas relaciones internacionales puede ser sugerente y convincente
para el período “fordista-keynesista”14, creemos, sin embargo, que en la fase actual es solo parcialmente
cierta. Tras la crisis de los años setenta y la reestructuración mundial, el capitalista colectivo ha logrado
restablecer su dominio despótico sobre el trabajo a escala planetaria, y también en los países de capita-
lismo maduro.
La clave de la lectura del modo de producción capitalista está, también hoy, durante la llamada
era posfordista de la acumulación flexible, en la estructura y las dinámicas de la plusvalía.
3. Los principales fenómenos que permiten dar base a la actual formación de una nueva etapa de
la mundialización capitalista, y que –obviamente– presuponen nuevas formas de manifestación de la
esencia del fenómeno de la internacionalización, son, por ejemplo:
1. El concepto de globalización, que en diversos trabajos hemos identificado como competencia glo-
bal15, demuestra una vez más tener escaso valor heurístico, cuando no ser directamente mitificante, si
2. Tras el frecuente estallido de guerras (promovidas por el “frente occidental”, Estados Unidos en
primera línea) durante la “década larga” de los años noventa, sobre todo después de la aceleración
beligerante que siguió al 11 de septiembre, se ha comenzado de nuevo a hablar de imperialismo, tanto
en los ámbitos del poder como entre la gente común. Se diría que la globalización está en crisis, o
habría en todo caso que sostenerla mediante “políticas imperiales” que, frente a un competidor uni-
versal antiglobalización, deben aplanar por la fuerza el camino de la construcción de nuevos Estados
democráticos (nation building), filo-occidentales, que garanticen la libre circulación de mercancías,
de capitales y de las finanzas del oeste (en un marco de pax imperialis que, por sí sola, puede crear los
presupuestos para una nueva globalización). En esa óptica, el imperialismo es reducido a una categoría
estrictamente militar y, como mucho, política. Parece apenas la otra cara (potentemente armada y
necesariamente amenazadora) del policía global, que de las políticas de disuasión pasa a las de pena
capital. El imperialismo asume así una connotación “violenta”, y no es ya de naturaleza predominan-
temente socioeconómica. Se reduce a una política militar, a la que recurre Occidente para defenderse
del enemigo.
Pero la dimensión militar no es sino el brazo armado de las contradicciones económicas del impe-
rialismo: basta mirar el escenario que se despliega en el marco macroeconómico mundial de los años
noventa, caracterizado simultáneamente por muy débiles tasas de crecimiento del PIB (incluyendo a
países como Japón, que desempeñó una función conductora con respecto al resto de la economía mun-
dial); por una coyuntura mundial extremadamente inestable, intercalada de sobresaltos monetarios y
3. Se desarrolla así, de manera todavía más fuerte y decisiva, la competencia entre Europa y Estados
Unidos, que tiene por objetivo el dominio de Eurasia y reviste características geopolíticas y geoeconó-
micas definidas, tanto con la colocación de las inversiones directas en el exterior (IDE) como con la
intervención en términos de globalización financiera. En este último caso, al explotar las utilidades de
las IDE, se reciclan estas en Occidente para favorecer formas de especulación financiera con ganancia
fácil, capaces de destrozar las economías débiles o de niveles medios de desarrollo, en beneficio de
las instituciones financieras, en particular de las no bancarias, en las que se basa el crecimiento de los
grandes bloques económicos. Estos elementos deben ser interpretados como los primeros signos de la
madurez de un nuevo y gran régimen de acumulación mundial, una acumulación flexible, cuyo fun-
cionamiento está sometido a las prioridades del capital privado y financiero altamente concentrado,
y en el que la Unión Europea procura jugar un papel de primer plano en abierta competencia con
Estados Unidos.
Este es el contexto de la competencia global, ampliamente tratado en páginas anteriores, en el cual,
seguidamente, profundizaremos en otros aspectos.
a) La globalización como sinónimo de interconexión económica de los países más ricos, que tienen
libertad de movimiento de personas y bienes.
b) La globalización como un proceso de interconexión de “los norte” –concebido tanto en lo
interno de los países desarrollados como en lo interno de los subdesarrollados–, pero también y
al mismo tiempo de exclusión de “los sur”.
c) La globalización como sinónimo de capital mundializado, proceso que supone la transición del
2. Ante todo se debe confirmar la necesidad de distinguir –como ya se ha indicado– entre la globali-
zación como proceso objetivo y su conversión en proyecto político, que es un fenómeno subjetivo (el
universalizable discurso neoliberal globalizador).
Nuestra posición acerca de las interrogantes expuestas y en relación con los principales aspectos
del debate teórico y del discurso globalizador, la hemos expuesto en varios trabajos anteriores, y aquí
en varios capítulos del texto, en particular cuando se ha afrontado el tema de los bloques geoeco-
nómicos y geopolíticos que identifican la fase actual del imperialismo en un evidente contexto de
competencia global.
La globalización es un concepto recurrente en el cual hay de todo, un término-comodín que casi
nunca explica nada y oculta en cambio una realidad fundamental; en otras palabras: un subterfugio
que se usa para obligar a la gente a aceptar el empeoramiento de sus propias condiciones de vida y
de trabajo.
En estricto sentido, la “globalización económica” hace referencia al proceso de formación de un
sistema económico mundial. Pero si la globalización existe como una de las nuevas tendencias del
proceso económico, no se puede afirmar que la economía sea una realidad completamente globalizada,
ni que se someta únicamente a las tendencias que apuntan a su mundialización.
Una economía, definida de manera rápida, es una estructura de estructuras en la que se ponen de
acuerdo operadores económicos, sistemas de producción y sistemas de intercambio. Los operadores
económicos fundamentales son los empresarios y los trabajadores, que al mismo tiempo son consu-
midores; la estructura de producción está formada por las empresas y las estructuras de distribución
son, en lo esencial, las que se derivan de la existencia de un mercado regulado, es decir, un mercado
3. Cabe subrayar que la explotación del trabajo, que nace del desarrollo de la producción mercantil,
deviene en universal, pero ello no necesariamente implica cambiar las formas de producción sobre la
base del trabajo asalariado. Es suficiente someter esas formas de producción a las leyes de la explota-
ción y del mercado capitalista. Eso quiere decir que el capitalismo es universal en tanto que somete
a sus leyes las diversas formas de producción: mercantil simple, esclavista, feudal, primitiva, etcétera;
todas esas formas son llevadas al mercado para que se realicen. El capitalismo compendia en sí mismo to-
das las formas previas de explotación, sobre la base de la generalización de la explotación del trabajo
asalariado, y eso sucede aun si no es del trabajo asalariado que se obtiene el 100% de la producción:
toda la producción que no se realiza con los métodos capitalistas, está dominada por las leyes de la
producción mercantil capitalista.
Luego, el capitalismo es universal no porque homogenice en términos absolutos todas las formas
de producción, sino porque las somete, las domina. No las sintetiza en un solo modelo de producción,
pero las hace girar continuamente en torno al modelo dominante, aprovechando las asimetrías y las
desventajas que estas formas de producción inferiores presentan con respecto a la producción capi-
talista17. Por eso hemos podido resaltar, en diversas partes del texto, que lo que se ha definido como
el actual modelo posfordista de acumulación flexible convive hoy con la estructura fordista y con la
dimensión esclavista, incluso en los mismos países de capitalismo maduro.
Este problema, el de la manera en que el capitalismo deviene en modo de producción y se univer-
saliza, es importante para entender cómo requiere, para existir, de un nivel más alto de desarrollo de
las fuerzas productivas; y, no obstante, contradice ese desarrollo, en tanto que no lo generaliza. Por
4. El capitalismo se generaliza sobre la base del surgimiento de dos mercados separados: el de los me-
dios de producción y el de la fuerza de trabajo. Ocurre esto en razón de la separación del productor con
respecto a sus medios y condiciones en este proceso. Ello pone en evidencia el doble carácter de todas
las categorías económicas que Marx utiliza y que lo distancian de la idea de que el capitalismo pueda
ser eterno, una última y definitiva forma de producción social, como pensaban los clásicos Petty, Smith
y Ricardo. La fuerza de trabajo, como conjunto de capacidades físicas e intelectuales que el hombre
posee para ejercer la función del trabajo –es decir, la transformación de la naturaleza para adaptarla
a sus necesidades–, ha existido siempre, pero es solo con el capitalismo que deviene en mercancía, al
igual que todos los resultados de la producción, sea o no creada con métodos mercantiles.
Son los fenómenos que ocurren en el proceso de la llamada “acumulación originaria” los que histó-
ricamente hacen surgir las condiciones sociales del régimen de producción capitalista. Esto solo sucede
a partir del nacimiento del capitalismo, no antes. Conocimientos sociales dispersos los había ya mucho
antes del capitalismo, pero solo este último hace posible, con la universalidad de sus leyes, la aparición
de las ciencias sociales como cuerpo coherente e integral de conocimiento.
Con el desarrollo del mercado mundial y con el surgimiento de los monopolios internacionales,
este fenómeno traspasa definitivamente las fronteras nacionales y deviene universal, sometiendo al
resto de los movimientos en el contexto de la economía mundial. Este proceso, consustancial a cada
país capitalista, se internacionaliza sobre la base del comercio de mercancías.
Pero el crecimiento del excedente relativo de capital en los países capitalistas desarrollados, re-
sultado del fenómeno de la concentración y centralización del capital y de la producción, suma a
este proceso la exportación de capitales y establece relaciones económicas más sólidas entre todas las
regiones del mundo, en un solo mercado mundial: el deudor está más fuertemente unido al acreedor
5. La fase actual de la competencia global –el llamado fenómeno de la globalización neoliberal– debe
ser vista, en primer lugar, como el resultado lógico del proceso de internacionalización del capital y
de la producción. Se trata, por tanto, de un fenómeno objetivo, independientemente del hecho de
que se presenta también como un proyecto hegemónico de la oligarquía transnacional, que busca la
reestructuración del capitalismo a nivel mundial –y, como parte de ello, la “modernización” del sistema
neocolonial inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial–, para tratar de salir de la crisis estructural de
acumulación que este afronta, cuando menos, desde mediados de los años setenta. Podemos afirmar,
entonces, que el ciclo del capital se cumple cada vez más en un espacio mundial, sea a través del ciclo
del capital dinero, del capital productivo o del capital mercancía.
La internacionalización del espacio en el que se cumplen estos procesos constituye un fenómeno
relativamente nuevo, sobre todo para los ciclos del capital dinero y del capital productivo, anterior-
mente confinados a un espacio más o menos estrecho. El capital mercancía ha constituido y mostrado,
desde los orígenes del capitalismo, un ciclo que se desarrolla en el espacio internacional e impone los
modos de operar y competir del comercio y de los flujos monetarios, que repercuten con gran fuerza a
escala mundial y minan, cada vez más, los conceptos de independencia y soberanía, como reacción al
ampliamente de acuerdo con este análisis [el recién citado de los neoliberales], diferenciándose solo
en el tema de la reglamentación política. Este enfoque, en todo caso, no solo implica una política de
austeridad –determinada por intereses de clase– y una depresión salarial, sino que además oblitera esa
característica –solo parcialmente entendida– de la globalización que refleja una específica estrategia de
clase del capital transnacional, ampliamente promovida a través de las empresas transnacionales y de
organizaciones internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la OMC, el G8, etcétera. (347-348).
No faltan tampoco aquellos que, sin que puedan ser acusados de comunistas, están ya afirmando
que se debe estudiar a Marx para comprender el capitalismo. Tómese como ejemplo, entre otros, a
Sylos Labini.
En realidad, ninguna de las tres aproximaciones permite dar una interpretación real de la actual
fase del imperialismo.
1. Cabe señalar que el valor del comercio mundial es apenas un tercio del valor del producto mundial
bruto; eso indica que dos tercios de dicho producto se realizan en los mercados nacionales y no en
un hipotético mercado global. La apertura externa de las economías es menor en los países más desa-
rrollados que en aquellos de bajo nivel de desarrollo. La inversión extranjera ha financiado –aunque
desigualmente– transformaciones productivas, ha propiciado el incremento de la producción destina-
da a la exportación y ha aumentado la productividad y la competitividad, permitiendo así a los países
en vías de desarrollo, en proporción diversa, hacerse de economías de escala a través de sistemas de
producción internacional.
Sin embargo, más de 75% del total de los flujos mundiales de IDE se mueve entre países desarro-
llados; en realidad, ese flujo está concentrado en poquísimos países, no más de 15 economías.
Este fenómeno tiene un límite en el hecho de que las oscilaciones de las economías receptoras, hacia
adelante o atrás, son frecuentemente muy débiles. Esto significa que el crecimiento económico, la pro-
tección social y el empleo generados a través del efecto multiplicador pueden ser relativamente bajos.
Luego, el reforzamiento del mercado financiero, de las ganancias fáciles sin inversión productiva,
de las rentas financieras, se produce como resultado del ataque no solo al salario directo y al salario
indirecto, sino también al diferido, con la contrapartida de un empeoramiento de las condiciones de
vida de todos los trabajadores, ocupados o no.
2. Es desde esta perspectiva que se lee la fase actual del capitalismo mundial y de casi todos los orga-
nismos internacionales, hoy sometidos a las lógicas monetaristas de la contrarreforma del welfare State,
sostenida en el desmantelamiento de las conquistas sociales, económicas y de civilidad, a partir de la
demolición del sistema público de pensiones. El verdadero objetivo del capital, en este terreno, no es
definir de otra manera el Estado social, sino derribarlo; así, por ejemplo, no se trata de reformar las
pensiones, sino de privatizarlas, de hacer pagar a los trabajadores una alta contribución para enriquecer
al cartel de las aseguradoras.
Se introduce así, pesadamente, la lógica forzada de echar mano a los fondos de pensiones, sin con-
siderar los crack financieros y las repercusiones extremadamente negativas que para la economía real
han generado, por ejemplo, los fondos ingleses y estadounidenses. Piénsese que los fondos de pensión
del área del capitalismo anglosajón (Estados Unidos y Gran Bretaña) y del renano (Alemania y Japón)
mueven varias decenas de millones de millardos de liras que, al circular en mercados no disciplinados,
no controlados, en los que predomina un capitalismo salvaje que no persigue sino la mera realización
de la ganancia, crean serias descompensaciones sociales en términos de sustracción de recursos para la
inversión real, y por tanto mayor desempleo, mayor reducción de la calidad de vida en general y mayor
derrumbe de las garantías sociales colectivas.
Los fondos de pensión administran cifras impresionantes, que se desplazan de un país a otro en
pos de las inversiones de mayor rentabilidad: movilizan colosales intereses internacionales, aprovechan
toda ocasión favorable que ofrezcan los mercados y producen, así, inesperados apoyos para la coti-
zación de los títulos durante las tendencias alcistas e impresionantes caídas cuando la incertidumbre
predomina. De esta manera, se convierten en factor desestabilizador no solo de dicha cotización, sino
3. La perspectiva debe ser la de canalizar el ahorro hacia las inversiones productivas, capaces de crear
trabajo, de crear riqueza que pueda medirse no exclusivamente en términos de PIB, sino también de
civilidad y humanidad, de impulsar asimismo una producción no mercantil, de desarrollar un tipo
de trabajo que pueda aportar mejorías significativas en el conjunto de las condiciones de vida, de las
relaciones sociales y de la protección social.
3. Todo el proceso de desarrollo del capitalismo ha transcurrido de esa manera: dejando tras de sí
los obstáculos de la desigualdad en los niveles de desarrollo, de las desigualdades estructurales, la
pobreza que afecta a estratos cada vez más amplios de la población mundial, los ciclos dependientes,
las asimetrías y la ausencia de bases materiales para los mismos ciclos. Esos desniveles y desigualdades
no han sido superados, a pesar de que el capitalismo alcanzó altos niveles de internacionalización
durante la Segunda Guerra Mundial. Fundamentalmente, la transnacionalización ha dado impulso a
la influencia de las multinacionales, al comercio mundial, a las inversiones y a la actividad financiera,
que han aumentado desmesuradamente. Un grupo de naciones capitalistas desarrolladas, comenzando
por Estados Unidos, controla –con evidente tendencia a la hegemonización– los elementos claves de la
economía mundial: producción, comercio, tecnologías y patentes, moneda, biodiversidad, economía
de mercado, narcotráfico, ambiente, licencias y demás.
Como fenómeno de mercado, la globalización es impulsada por una aparente capacidad de pro-
greso que la lleva a reducir el costo de los bienes, los servicios, el trabajo y la información. Las em-
presas multinacionales han adquirido, a través de la deslocalización, una capacidad extraordinaria
para fragmentar geográficamente los procesos productivos, y esto ha tenido como contrapartida el
fortalecimiento de la manufactura y de la inversión internacional.
La visión de la globalización neoliberal como fenómeno que los incluye todos, tiene como caracte-
rística la simplicidad, ya que es un fenómeno objetivo de internacionalización, unión y control de las
relaciones del capital: no puede eliminar las diferencias ni las desigualdades en el desarrollo, por tanto,
no puede consumar la existencia de un mundo totalmente globalizado.
La globalización neoliberal no abarca todos los contextos, en consecuencia es un fenómeno dife-
rente, que representa la fase actual del imperialismo: la de la competencia global. Mientras la interna-
cionalización y la transnacionalización son categorías analíticas, que están en el sustrato de todos los
a) Erosión de la soberanía de los Estados, como fenómeno objetivo, influenciado por los procesos
económicos, a veces impuestos (y la consiguiente formación de organizaciones supranacionales,
de las cuales la Unión Europea es un caso emblemático).
b) La necesidad de integrarse para responder a los procesos de fortalecimiento económico y lograr
una participación ventajosa en la economía mundial obliga a los países que se integran a ceder
cuotas de soberanía, en función de políticas económicas que refuerzan los organismos suprana-
cionales y, de manera indirecta, a cada país miembro.
c) Existen las tendencias de la globalización política, sobre la base de la necesidad de regímenes
“democráticos”, pluripartidistas, con economía de mercado y “procesos electorales libres”, es
decir, libres para agentes externos en función de intereses del capital y del poder transnacional.
5. Cuanto se ha dicho es impulsado por un proyecto político que nos muestra la globalización no en
sus tendencias positivas y negativas, sino solamente como el mejor de los mundos posibles; que por
todos los medios intenta hablar de cosas en proceso como si fuesen fenómenos cumplidos y que
considera como algo objetivo el inducir modalidades de comportamiento para contribuir al paso de
lo ideal a lo real.
La globalización neoliberal es un fenómeno objetivo, que representa la etapa actual del proceso de
internacionalización del capital y de la producción. La transnacionalización, como fenómeno que es
parte de la internacionalización, lleva al control multinacional de los mercados, del flujo de capitales,
de las tecnologías y de la información. Pero el capitalismo no anula los procesos que lo caracterizaron
en sus estadios previos de desarrollo. Por eso, junto con los niveles de concentración y centralización
presentes en los procesos globalizadores, hay en el capitalismo regiones o áreas que, aunque sometidas
e influidas por los procesos de la actual mundialización capitalista, se mantienen en estadios anteriores
de desarrollo. Lo mismo ocurre con los países a escala internacional.
El capitalismo somete bajo su ley al resto de las formas de producción, propias de regímenes y
modos de producción anteriores, pero no puede eliminarlas, y más bien se alimenta de ellas. Así, por
ejemplo, junto con la producción altamente monopolizada e internacionalizada, sobrevive la pequeña
producción mercantil20. En los países en vías de desarrollo, y también en los desarrollados, este es el
caso de la llamada producción o economía informal.
Si bien es un proceso objetivo, que se basa en el desarrollo mismo del capitalismo, la globalización
neoliberal es también un proyecto de dominio. Este proyecto responde a las intenciones de acaudillar
tanto los procesos económicos como los políticos e ideológicos.
7. Probablemente Italia y los demás países europeos se preparan para políticas que no serán ya de
carácter fuertemente restrictivo, políticas de crecimiento, pero no sobre el clásico modelo keynesiano.
Se tratará de políticas restrictivas temperadas, moderadas, que sepan hacer convivir la recuperación
económica con el saneamiento del presupuesto estatal y la reducción de la deuda pública, para así
relanzar definitivamente el euro con una estabilidad asentada en las llamadas reformas estructurales
fuertes. Un euro que debe tener la función de catalizador de reformas de corte cada vez más “privati-
zador”, de manera que la competencia sea más y más desenfrenada y pueda la Unión Europea jugar
duro en ese escenario global. Pero para eso todavía son útiles las políticas de recorte del Estado social
y del sistema previsional y asistencial, con escasas posibilidades de crecimiento para la masa salarial y
las retribuciones en general y, por tanto, sin formas significativas de redistribución de la renta y en
particular de la riqueza producida21.
El escenario previsible apunta, pues, a la búsqueda de un reequilibrio entre la cotización del dólar y
la cotización del euro que, en lo sustancial, redefina y ponga en evidencia la estabilidad y potencialidad
de crecimiento económico de una Europa cada vez más cercana al modelo del neoliberalismo salvaje;
que al mismo tiempo haga resaltar las debilidades y los desequilibrios internos y externos de Estados
Unidos.
¿Y si el problema fuese Estados Unidos y no Europa? ¿Y si, en perspectiva, el verdadero problema
no fuera el euro sino el dólar? El duelo geoeconómico internacional entre el área del dólar y el área
del euro se juega precisamente sobre este punto, y los escenarios de guerra económico-comercial y de
8. Los instrumentos actuales de la democracia económica, incluida aquella de falso contenido repre-
sentativo (véanse los sistemas electorales de la mayoría de los países capitalistas), deben ser considera-
dos como un espacio para la discusión de proyectos, más que como un vehículo político legitimador
de proyectos económicos específicos.
Así, sobre la base de una posición democrática participativa, es preciso fortalecer la conciencia
social, a partir de la formación de un conocimiento teórico acerca de la globalización neoliberal y del
análisis de los proyectos económicos y políticos que giran en torno a ella. Es importante que haya
correspondencia entre conocimiento teórico y trabajo político en lo que respecta a las contradicciones
de esta globalización neoliberal, para, de esa manera, fortalecer los movimientos internacionales de
lucha y de resistencia en el terreno de la superación del capitalismo.
— notas —
1 Autores como Hirst y Thompson (1997) subrayan mucho el lado subjetivo-proyectivo de la globalización, a la que en modo
alguno consideran un destino de la humanidad o un proceso irreversible. Referencia importante para nuestro trabajo siguen
siendo Casadio, Petras, Vasapollo (2003); Vasapollo, Casadio, Petras, Veltmeyer (2004); Vasapollo, Jaffe, Galarza (2005); Arrio-
la, Vasapollo (2004).
2 Sobre este histórico momento, véase el primer capítulo de Mandel (1997b) y Carlo (2000).
4 Se trata de una teoría no demostrada y que no tiene prácticamente ningún valor cognoscitivo para la realidad social; por tanto,
no es científica.
6 ¿Pero estamos verdaderamente seguros de que los mismos principios fundamentales del taylorismo no son aplicados hoy día
7 Tantos males acarreó a la teoría marxista la peligrosa rigidez (también en lo político) del obrerismo italiano (primera versión),
que veía en el obrero fordista-manual el único sujeto productor de plusvalía e identificaba, por tanto, al sujeto revolucionario
8 Lo que caracteriza a un sujeto como trabajador o no-trabajador son las funciones que cumple en el proceso productivo: si
desempeña o no la función del trabajador colectivo o la del capital. La pluralidad de funciones simultáneas, como serían la de
trabajador colectivo y la de capital, determina lo que Carchedi (1997) define como “nuevas clases medias”.
9 En un discurso más completo habría que tener presentes también a los trabajadores no productivos que, en todo caso, forman
parte de la clase trabajadora: aun cuando en términos de Marx no son explotados (ya que no producen plusvalía), sí son eco-
nómicamente oprimidos.
11 La superexplotación es garantizada incluso legalmente, gracias a la conformación de “zonas de apartheid laboral” como las
maquiladoras, las “zonas francas” y las llamadas export processing zones, donde no rige más ley que la del empresario local,
que hace custodiar los perímetros de su fábrica con guardias armados, impone jornadas de trabajo que alcanzan tranquilamen-
te las 16 horas y… todo ello sustraído al más mínimo régimen tributario (cfr. las interesantes páginas de Klein 2003: 256 ss.).
12 “Es evidente que una superganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a
los obreros de su ‘propio’ país) permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera” (Lenin,
1001: 20).
13 En lo que toca a este punto, Jaffe ha criticado en más de una ocasión a los “euromarxistas” al estilo de Mandel, Bettelheim,
etcétera, por su sobrevaloración (“de matriz liberal”, al decir de Jaffe) de la alta productividad del trabajo en el “centro” como
fuente de salarios mayores y posiciones privilegiadas.
14 Jaffe recoge en varios de sus libros (1977; 1990) datos acerca de las diferentes tasas de ganancia logradas en los países de
capitalismo maduro y en los coloniales, que son interesantes e inducen verdaderamente a la reflexión.
15 Cfr., por ejemplo, Casadio, Petras, Vasapollo (2003); Vasapollo, Casadio, Petras, Veltmeyer (2004).
16 Dicho sea de paso: esta no es la primera globalización sino la tercera, y tiene por antecedentes las que se experimentaron en
las primeras décadas del siglo pasado y en torno a los años cincuenta y sesenta.
17 Sin duda, las ventajas de la producción capitalista se basan en la tecnología, en la organicidad de la producción y en su subor-
dinación al mercado.
18 Recuérdese que el manual de balanza de pagos del FMI define como “directa” la inversión que se hace para adquirir una “voz
efectiva” (o un interés duradero) en una empresa (direct investment enterprise) que opera en un país distinto de aquel en
que reside el inversionista. Las inversiones directas asumen tres formas principales: adquisición de participaciones accionarias
o de otro tipo en el capital de la empresa extranjera (equity); reinversión de utilidades no distribuidas por parte de la empresa
extranjera; otorgamiento de otros capitales non-equity (préstamos intersocietarios). El FMI incluye entre las direct investment
enterprises solo aquellas sociedades por las cuales el inversionista adquiere al menos 10% de las acciones ordinarias o del poder
de voto, aun cuando admite la posibilidad de utilizar criterios complementarios, capaces de identificar la presencia o ausencia de
un interés duradero entre el inversionista y la contraparte extranjera. Las direct investment enterprises son, a partir de allí,
subdivididas en associates (sociedades consolidadas en las que el inversionista posee hasta el 49%), subsidiaries (sociedades
controladas, 50% o más) y branches (filiales, 100%). Cfr. Banca d’Italia (1998: 101-102), Relación de la Asamblea General
ordinaria de participantes, celebrada en Roma el 30/05/1998.
19 En otras palabras, “este tipo de inversión se efectúa con el objetivo de adquirir el poder de decisión en una empresa en el ex-
tranjero. Eso incluye nuevas instalaciones, fusiones, adquisiciones corrientes entre las sociedades matrices y sus filiales en el
20 Hasta el mismo esclavismo, que hoy continúa afectando a varias decenas de millones de personas en todo el mundo, incluyen-
21 Sobre estos asuntos, además de los libros citados en páginas anteriores, se hará en lo sucesivo frecuente referencia a Martufi,
Vasapollo (2003).
1. En los cambios de fase de la acumulación capitalista tiene una importancia fundamental la evo-
lución tecnológica. Dado que hoy la nueva fase concentra en un breve período de tiempo una gran
cantidad de transformaciones cualitativas del proceso de producción, se puede usar, ciertamente, el
término “revolución”.
Es entonces posible identificar, en la presente fase, una revolución industrial, que modifica el com-
portamiento estructural del sistema capitalista mientras conserva sus principios básicos de funciona-
miento, ahora bajo una forma más completa de socialización productiva. Con cada nueva revolución
industrial capitalista se modifican las formas de explotación del trabajo, alterando así las condiciones
para la manifestación de los conflictos de clase.
2. “Al igual que la primera, la segunda revolución industrial cambia esencialmente las fuentes de
energía de la producción y del transporte. Junto con el carbón y el vapor, el petróleo y la electricidad
hacen girar las ruedas y las máquinas” (Mandel, 1997: 617).
Partiendo de esa cita de Mandel, se puede definir la revolución industrial como un proceso cua-
litativo que modifica radicalmente las fuentes energéticas primarias que aseguran la reproducción de
todo el proceso productivo (aun cuando se sigan utilizando las fuentes “previas”), y que implica el
surgimiento de nuevos sectores en la producción de mercancías (como, por ejemplo, la industria
química, la metalmecánica, etcétera).
Sin embargo, esa revolución no es solamente un problema de materias primas, pues para que
estas puedan ser explotadas se requiere también de una nueva tecnología, que “salta” de un estadio
anterior a otro cualitativamente nuevo (y es ese salto cualitativo lo que posibilita la posterior difusión
cuantitativa). Pero el acceso a una nueva técnica implica una revolución en la estructura básica de la
actividad empresarial. Así, por ejemplo, de la organización productiva artesanal y familiar (“sistema
doméstico”), que precede a la primera revolución industrial, se pasa a las primeras formas de manu-
factura, para luego llegar a la fábrica y, finalmente, a la llamada fábrica social difundida posfordista de
la actualidad.
Este proceso de evolución técnico-organizativa no es neutro. La revolución técnica tiene como
presupuesto fundacional la sustitución del trabajo vivo (humano) por trabajo muerto incorporado en
las máquinas.
El artesano que posee un arte, un oficio, es progresivamente despojado de sus capacidades-cualida-
des laborales, sean intelectuales (de diseño, de elaboración conceptual) o manuales (de transformación
material de un valor de uso en otro nuevo). La tecnología lo reduce a simple ejecutor de movimientos
dictados por las máquinas (que han incorporado trabajo humano, intelectual y manual). El lugar de
trabajo y los instrumentos (medios) de producción ya no le pertenecen: son alienados a otros sujetos
que no desempeñan actividades laborales, sino solo de control, decisión y mando (coerción al trabajo).
La revolución industrial, sea desde el punto de vista de la técnica que desarrolla, de la organización
empresarial que se deriva de ella o de las materias primas y fuentes energéticas que se utilizan o explo-
tan en el proceso productivo, no es neutral, si se le analiza en el marco de las relaciones entre capital
y trabajo.
De hecho, la revolución industrial permite además otra clave de lectura, no solo como dimensión
productiva, sino también como dimensión de una revolución cultural empresarial. Si esa revolución se
concibe como el proceso histórico-técnico-social2 que transforma cualitativamente la relación capital-
trabajo y, por tanto, las modalidades de control del primero sobre el segundo, el “salto” entre la primera
y la segunda revolución industrial puede ser identificado en el generalizado proceso de automatización
del control del capital sobre el trabajo (la construcción de máquinas que se subsumen cada vez más a sí
mismas y, en consecuencia, también a las lógicas capitalistas que las regulan y fundan, el trabajo vivo).
3. Por revolución tecnológica debe pues entenderse un conjunto de innovaciones (de continuidad
sobre una misma base tecnológica) radicales (de ruptura con ella) que puede involucrar al conjunto de
los nuevos sistemas tecnológicos, con repercusiones directas o indirectas en casi todos los sectores
de actividad: se trata de un cambio de paradigma tecnológico. Piénsese en el cambio representado por la
fase fordista-keynesiana del capitalismo, vigente desde los años treinta hasta los setenta.
El motor a combustión interna y la electricidad ofrecieron la base tecnológica que permitió aplicar
los principios de la mecanización avanzada. La crisis del fordismo hacia fines de los años setenta,
traducida en crisis estructural de la economía mundial, hizo necesaria la búsqueda –que cumplieron
los economistas norteamericanos– de nuevos puntos de vista teóricos para superar la debacle en que la
estanflación había dejado los viejos paradigmas.
El nuevo ciclo industrial y el propio ciclo económico surgieron entonces de la electrónica y la
informática, como novedosa base tecnológica de la economía. Ello llevó a la sustitución del complejo
automovilístico, metalmecánico y petroquímico por el complejo electrónico-informático, como nuevo
núcleo integrador y dinamizador de la producción social y de la acumulación de capital. Todo esto se
traduce, actualmente, en un nuevo dinamismo económico o ciclo industrial.
Por lo que respecta a la estructura de los consumos nacionales, cabe destacar que la globalización
financiera y la internacionalización de la economía han influido en los equilibrios económicos, al
punto de que la distribución del ingreso a nivel nacional y la demanda de consumo no tienen ya la im-
portancia fundamental que revistieron en el modelo fordista. En esencia, se modificó también el papel
del Estado como operador económico y redistribuidor del ingreso a los factores de la producción. El
cambio ocurrido en el terreno productivo ha llevado a la desestructuración del trabajo y, simultánea-
mente, a la crisis del sistema general de garantías.
De esa manera, se desarrolla un sistema económico en el cual el gasto público no tiene por objetivo
un verdadero fortalecimiento infraestructural de la economía nacional, ni una eficiente producción
de servicios; por el contrario, se instituye una sociedad con mayores diferencias sociales, en la que se
reduce cada vez más el sistema de protección social de las capas ciudadanas más débiles. Esas capas no
dejan de crecer, hasta llegar a abarcar estratos a los que, hasta hace pocos años, se consideraba protegi-
dos (empleados públicos, artesanos, comerciantes). Se crean así nueva pobreza, nuevas necesidades y se
amplía, en definitiva, el área de la marginación social y absoluta.
Esta transformación, para efectos de la teoría económica, no es solo formal. Se trata, ni más ni me-
nos, de un cambio sustancial en el desarrollo de las fuerzas productivas, con lo que tiende a modificarse
también la aproximación teórica a la dinámica económica, en particular la del ciclo.
Estados Unidos es el país en el que el llamado capitalismo del conocimiento ha alcanzado su pico
máximo3, aun cuando eso ha provocado un conjunto de contradicciones, propias de las tensiones
implícitas en la aplicación de la revolución científico-técnica en una sociedad tan clasista y explotadora
como la del capitalismo norteamericano.
A esto se agrega que las exportaciones mundiales de la industria electrónica y de los instrumentos de
comunicación superan las automovilísticas, metalmecánicas y químicas, consideradas separadamente.
Eso no significa que estos tres últimos sectores no tengan ya importancia, pero sí hay en todo caso
4. La dinámica del ciclo industrial del SE-I tiende, en comparación con la del ciclo fordista-keynesiano,
a modificar la marcha del ciclo económico de las siguientes maneras:
a) La fase expansiva del ciclo es más larga y el incremento de la productividad es mayor, debido al
papel dinámico de la oferta (a precios decrecientes) sobre la demanda, a su mayor integración
al resto de las actividades económicas y a la tasa más acelerada de innovación de la nueva base
tecnológica.
b) La fase de contracción del ciclo es menos duradera y recesiva (Ordóñez, 2004: 15-16).
c) El tiempo de rotación4 se ha reducido al mínimo: baste pensar en la posibilidad de adquirir
un producto informático un segundo después de su ingreso al mercado (o incluso antes) y sin
siquiera intermediarios comerciales5 .
La relación oferta-demanda, en la política económica, es por tanto escasa en inversiones, que deben
ser recuperadas en el ámbito de las nuevas formulaciones.
Las nuevas medidas de política económica a las que este ciclo induce parecen ser las siguientes:
a) Apoyo al surgimiento y desarrollo de sectores productivos claves en el SE-I, con efectos multi-
plicadores en la conversión y en la producción.
b) Estímulo al desarrollo de una infraestructura del SE-I, conforme a una estrategia integral que
considere un nuevo tipo de articulación en el ámbito de las restantes actividades económicas, así
como la importancia del trabajo intelectual calificado en los procesos productivos.
c) Promoción en el SE-I de una oferta creciente con precios decrecientes y medidas que eviten la
perpetuación del monopolio natural y estimulen la innovación tecnológica (Ordóñez, 2004).
– Brinda una mayor contribución al progreso tecnológico, tema central para el crecimiento eco-
nómico a largo plazo.
– Cuenta con una tasa de retorno mayor que la de cualquier otra actividad económica.
– Tiene efectos externos, como la aceleración de la innovación tecnológica, que benefician al resto
de la economía6.
6. Todo parece indicar que la nueva fase de desarrollo del capitalismo, con todas sus crecientes con-
tradicciones, se caracteriza por aprovechar la valorización del conocimiento como principal fuerza
3. En todo caso, cualquiera sea el sistema de empresa, los diversos modelos de capitalismo han encon-
trado univocidad de intenciones a través de los procesos de financiarización, de nuevas modalidades
de explotación del trabajo y de la reestructuración del mercado, todo lo cual se traduce exclusivamente
en procesos expansivos de las empresas, que las conducen al éxito y las afirman en el largo plazo. Esto
se torna posible gracias a una puntual función gerencial y a la intervención directa del profit State,
como portador de la cultura y los intereses empresariales, con miras a un éxito que se mide no solo
y no tanto en capacidad de utilización de técnicas, instrumentos y desempeños innovadores, como
en la imposición de modelos conductuales que sepan expresar el más alto nivel de coherencia con la
programación estratégica de fondo de la cultura empresarial, para transmitirla al cuerpo social. La
gerencia que actúa en la realidad operativa del día a día debe tener un alto nivel de adaptabilidad a los
cambios técnico-organizativos internos y a las volubles condiciones ambientales externas; sobre todo,
debe basarse en la flexibilidad de las estructuras del mercado de trabajo, que varían continuamente.
Además, debe saber convivir con la formulación estratégica de fondo, centrada en el control social,
para determinar las formas de ser –en lo económico y lo social– de una empresa difundida socialmente
en el tejido territorial.
Con este nuevo modo de ser, la empresa estará lista para afrontar los desafíos del nuevo siglo
con eficiencia y sentido innovador, y sabrá implementar planes operativos para la acción de control
1. Es la función empresarial en el cuerpo social lo que predomina con respecto al sujeto. En conse-
cuencia, la nueva figura empresarial no puede ser sino de naturaleza plural e identificarse, casi exclu-
sivamente, con el top management, aunque a veces también puede ser aportador de capital de riesgo.
Se trata de un nuevo sujeto o, mejor dicho, de un pool de sujetos, capaz de dinamizar la función em-
presarial, y en particular para todo lo que corresponde a su imagen en el cuerpo social. Esa imagen se
identifica como una iniciativa empresarial cualquiera, caracterizada por la innovación, la subjetividad y
la gestión racional del consenso en torno a la cultura de la empresa, que se derivan de una innovación
de cualquier tipo proyectada en el territorio.
La función empresarial es gobierno de lo diversificado, de lo multiforme, porque al difundirse en el
territorio crea para la empresa imagen y consenso, tanto interno como externo, y aumenta así su valor
futuro, sea en términos de capital intangible o de retorno de inversión, en capital material o financiero,
con lo cual incrementa, en última instancia, los procesos de acumulación flexible.
Relevante para la función empresarial es difundirse en el territorio, establecer para la empresa flujos
informativos de entrada y de salida, dirigidos al consenso social. El bagaje de experiencias empresaria-
les y gerenciales se transforma así en patrimonio de la empresa, en acumulación flexible, al recibir y
distribuir en el cuerpo social, a sus propios y exclusivos fines, el recurso “información”, con el objetivo
de ampliar las oportunidades creativas y de innovación.
De esa manera, al aumento del valor patrimonial de la empresa le corresponde un incremento de
su valor social, capaz a su vez, este último, de nutrir y caracterizar los procesos de desarrollo de todo el
sistema económico, al exportar hacia el territorio únicamente cultura empresarial; al mismo tiempo, se
enriquece cualitativamente la función empresarial con la adquisición de flujos informativos, dirigidos
a controlar la complejidad y turbulencia del ambiente socioeconómico9.
Fundamental, para ese fin, es establecer flujos informativos continuos con el exterior, tanto de
entrada como de salida, y administrar y controlar el recurso “información” en términos de incrementos
de valor, de acumulación flexible.
3. Esas dinámicas identifican al posfordismo, basado cada vez más en la acumulación flexible a través
de los recursos del capital intangible.
Como se ha destacado ya anteriormente, desde las formulaciones de Marx acerca de la diferencia
entre trabajo simple y trabajo calificado, el capital tiende a aumentar la relevancia de los recursos in-
materiales, que posibilitan márgenes más amplios de ganancia y con menores condicionamientos. En
los años sesenta, esa característica del sistema capitalista fue identificada y tematizada para explicar las
cualidades específicas de las sociedades occidentales de consumo, caracterizadas por marcados procesos
de tercerización y potentes impulsos homologadores. En la original y heterodoxa disertación de Guy
Debord sobre la sociedad del espectáculo, que utiliza las categorías marxistas a la luz del nuevo paradig-
ma, el peso de los recursos inmateriales en el nuevo curso es ejemplificado con el valor que asumen la
publicidad, la marca, la exhibición del valor, que Debord clasifica bajo el término de “espectáculo”. En
la célebre tesis 34 del texto, el espectáculo es definido como “el capital a un grado tal de acumulación
que deviene en imagen” (Debord, 2002: 64).
El recurso inmaterial maximiza el proceso de acumulación, al tiempo que lo hace flexible y adap-
table a las fases del mercado. En la organización de la producción, ha implicado el paso de modelos
empresariales fuertemente jerárquicos a otros que están basados en la progresiva descentralización de
las funciones y en nuevas formas de trabajo precario, flexible, escaso en garantías.
4. Las funciones del sujeto empresarial en los diversos modelos de capitalismo son hoy, por tanto,
también diversas, porque lo es asimismo el punto de observación que influye o regula las relaciones
entre empresa y sociedad. En verdad, es ya predominante la idea de que en la sociedad civil el interés
general debe ser el de la cultura de empresa10. Consecuentemente, la función primaria de la fórmu-
la empresarial es sin duda la de comunicarse de la mejor manera posible con toda la colectividad,
superando definitivamente la valoración y la concepción centradas en el papel de la organización
tradicional de la empresa como fuente exclusiva de una acumulación basada en el solo trabajo de sus
propios integrantes.
Es en función de esa nueva realidad que se hace cada vez más evidente la separación entre sujeto eco-
nómico propietario (empresario-propietario) y sujeto gestor y de control (empresario-gerente-gestor),
5. La última fase en el desarrollo de las empresas –que estamos ya viviendo– constituye una nueva
época, por la complejidad y vitalidad de la relación entre empresa y contexto organizativo y territorial
en su conjunto. En esa óptica, tanto la propiedad como la dirección están llamadas a desempeñar roles
diversos, en función de un ambiente complejo, turbulento, caracterizado por el marcado dinamismo
competitivo del mercado y por la potencialidad de conflictos sociales, que deben ser dominados pre-
ventivamente. La sumatoria de la eficiencia gerencial y el innovador carácter patronal constituye la
nueva frontera para las funciones de gobierno empresarial sobre el completo macrosistema territorial
de una fábrica social generalizada. Las funciones de control son incorporadas progresivamente a las
máquinas, de manera tal que su utilización obedezca a códigos conductuales inscritos en estas; vale
decir, previstos, programados, inducidos e impuestos por el capital.
1. La industria informática avanza ya hacia la llamada “tercera fase”. Cabe recordar que la primera
está asociada a los grandes procesadores, los grandes terminales no-inteligentes, utilizados solo por las
empresas mayores y únicamente para la administración y la contabilidad. La segunda, que abarca los
últimos 10-15 años, se distingue por la fuerte expansión de la automatización individual gracias a la
presencia de la computadora personal, que entró no solo en las oficinas sino también en las casas de
una gran cantidad de personas, al tiempo que las empresas se han visto cada vez más forzadas a invertir
en telecomunicaciones e informática. La tercera fase, en cambio, se caracteriza por la información
multimedia que difunde, con presencia de tecnologías siempre novedosas que deben ser actualizadas
constantemente, mediante la cooptación salvaje de intelectuales de diverso tipo; en última instancia,
se distingue sobre todo por el totalitarismo de la comunicación estratégica desviante.
El capital intelectual estructural es lo que transforma a “un monje escribano que cumple preci-
sas pero lentas labores de caligrafía en el hombre-imagen cautivante y homologante de la comuni-
cación televisiva desviante”; es lo que difunde y amplifica las potencialidades y el valor del capital
El capital humano, es decir, la savia que corre bajo la corteza del árbol, produce innovación
y crecimiento, pero ese “anillo” de crecimiento deviene en maciza madera, se convierte en parte
integrante de la estructura del árbol. Lo que el capitán de industria debe hacer (...) es contener y
preservar el conocimiento, a fin de que se transforme en propiedad de la empresa. Es lo que llamamos
capital estructural (Stewart, 1999: 164).
El capital intelectual estructural tiene, pues, la tarea de recoger en la empresa el conocimiento para
no dejarlo perder, y tiene además el objetivo de vincular a los hombres con los datos, con las compe-
tencias, con los consultores, con los recursos estratégicos intangibles.
El capital intelectual clientes está representado en el valor de la relación establecida entre la empresa
y aquellos que recurren a sus servicios, y se vale de indicadores apropiados para conocer la tajada de
mercado que se ha conquistado y la manera de hacer frente a las exigencias de la clientela. El capital
intelectual humano homologado se convierte en dinero a través de la relación con esta última, que
constituye el capital más precioso para el sistema empresa. El capital clientes es una suerte de consenso
social en torno a los paradigmas de la ganancia.
La comunicación integrada se hace desviante no por ser un recurso del capital intangible empresa-
rial, sino porque, a través del capital intelectual humano homologado, es a su vez función creadora en
lo social de recursos intangibles compatibles, como el conocimiento interactivo continuo, la imagen y
las conductas ético-sociales de la empresa: en pocas palabras, la “cultura empresarial de y en lo social”.
El modelo comunicacional desviante integrado, que el profit State ha hecho suyo, transmite una cultu-
ra desviante, lo que permite a sus varios interlocutores medir la capacidad de la empresa para involu-
crarse en la preservación de un justo equilibrio entre rentabilidad, competitividad, economicidad de la
gestión e imposición de los valores ético-sociales del mercado a todo el cuerpo social.
2. La imagen social de la empresa se forma a través de las conductas que un capital intelectual humano
homologado y de alto nivel hace propias y transmite. La homologación resulta mejor representada
y es más eficaz sobre el público en general, si la vehicula y dirige un sujeto intelectual moderno y
“alternativo”, características que son más propicias para llevar a un tipo de involucramiento basado en
la comprensión y aparente respeto de los intereses colectivos, mediante la consolidación de un “garan-
tismo económico consociativo”. Garantismo entendido como salvaguarda de la libertad económica,
de los intereses de la empresa, pero siempre en un sentido de homologación de la sociedad civil a los
parámetros de la competencia capitalista.
5. Ha sido este tipo de enfoque el que ha llevado a la afirmación del modo de hacer empresa del
capitalismo japonés, que luego se ha difundido en los sistemas empresariales occidentales. Se trata,
en última instancia, de un modelo cultural comprehensivo, generalizado, basado en la valorización de
los recursos intangibles, en la canalización de los vínculos derivados del contexto ambiental externo
6. Algunas consideraciones en torno a los razonamientos anteriores, para arribar luego a conclusiones:
— notas —
1 Sobre los temas tratados en este capítulo, serán frecuentes las referencias a Vasapollo (1996) y Martufi, Vasapollo (2000b).
2 Se pretende aquí solamente una lectura parcial de la revolución industrial, haciendo abstracción de las relaciones intercapitalis-
tas-interimperialistas y entre Estados dominantes y Estados dominados (colonias, en cualquier caso, como diría Jaffe) que, sin
embargo, son elementos fundamentales del movimiento de producción capitalista y están asimismo en la base del “estallido”
y la difusión de las revoluciones industriales.
3 La Unión Europea procura seguirle los pasos y superarlo. Al menos, esos son los objetivos que se planteó en Lisboa en el año
2000: “convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de impulsar un
crecimiento económico sostenible, con nuevos y mejores puestos de trabajo y una mayor cohesión social”.
4 Sobre la importancia de la compresión del período de rotación, véanse las bellas páginas de Dussel (2004b: cap. 13), que lee
los Grundrisse.
5 Ciertamente, este sector está también más expuesto al peligro de la duplicación “libre” y gratuita.
7 Tres óptimos libros construidos sobre el análisis de clase de las políticas de integración europea son Carchedi (2001), Bonefeld
(2001) y Arriola, Vasapollo (2004), todavía más importantes si consideramos que, desde un punto de vista marxista, son pocos
los análisis tan orgánicos y completos sobre los procesos constitutivos de la Unión Europea y las políticas económicas de esta
última.
8 Piénsese en el clásico de Albert (1993), que distingue entre capitalismo de “modelo renano” y capitalismo de “modelo anglo-
sajón”. Pero también en los más recientes Regini (2003) y Arriola, Vasapollo (2004).
9 En la relación territorio-empresa insiste sobremanera mucha literatura contemporánea. Un ejemplo, entre los más elegantes y
“románticos”, es el representado por Dioguardi (1995), que identifica en la producción de “cultura empresarial” –dentro de la
empresa misma, pero sobre todo en el territorio limítrofe– uno de los objetivos centrales para el futuro de la empresa-red del
tercer milenio.
10 Por otra parte, se ha adoptado desde hace años la infeliz expresión “empresa-Italia”, que pretende destacar cómo una nación
1. A escala internacional, la reconversión económica contemporánea está dominada por los grandes
grupos de la industria manufacturera, que encaran una rivalidad muy fuerte por parte de grupos
equivalentes de la distribución concentrada.
De cualquier forma, las modalidades de acumulación del sistema dependen de mecanismos inter-
nos de los sectores financieros, a los cuales se ha adaptado y sometido momentáneamente la inversión
industrial, aun cuando se empieza a avizorar un conflicto intercapitalista por la recuperación del pre-
dominio de los mecanismos característicos de la inversión productiva. De hecho, una vez concluido
el proceso de largas y complejas fusiones, las grandes multinacionales estadounidenses y europeas
concentran en sus manos actividades estratégicas decisivas. En todo el sector empresarial de la OCDE,
más de 80% de los gastos en investigación y desarrollo –que son los más vinculados al control del
capital intelectual homologado– corresponde a sociedades clasificadas como grandes empresas.
La época histórica que se conoce como “capitalismo”, aunque en realidad se debería hablar de capi-
talismos, se caracteriza por someter todos los procesos de producción social a la relación de explotación
capitalista, es decir, a la producción, mediante el trabajo ajeno, de mercancías que son apropiadas por
el interés privado y susceptibles de ser alienadas a través de un intercambio mercantil monetario. De
esta manera, las formas de expresión de la realidad social se reducen en nuestra época cada vez más a la
producción mercantil de esas formas sociales, transformadas en mercancías.
En la fase actual de evolución del capitalismo, el aspecto más relevante de ese proceso de mercanti-
lización de la vida social es precisamente el que concierne al conocimiento. Eso no quiere decir única-
mente que este último, como producto material en forma de ideas y pensamientos, se ha convertido en
una actividad humana susceptible de expresarse como mercancía –cosa que sucede desde hace mucho,
al menos desde la primera vez que alguien pagó para que le predijesen el futuro–, sino que las formas
que adopta el proceso de producción del conocimiento se estructuran cada vez más bajo la forma de
relación mercantil.
Incluso en los países donde las pequeñas y medianas empresas son fuertes, su existencia depende en
gran parte de las oportunidades que les ofrecen los grandes grupos, que a estas alturas son esencialmen-
te multinacionales de la comunicación o, en sentido más general, de la economía del conocimiento.
Se puede entonces decir que la comunicación, por mucho tiempo considerada sinónimo de liber-
tad, de difusión del conocimiento y el saber, se ha convertido en lo contrario. De hecho, ha sometido
todos los aspectos de la vida social, política y cultural, hasta convertirse en opresión, dominio social
totalizante, nueva forma de institución total, nuevo sistema de “ergastulización”, reducción forzada al
ostracismo social de toda forma de rebelión contra la homologación impuesta por la competencia
capitalista global.
En sus implicaciones sociales, esta situación de subrepticio dominio, ejercido a través de la gestión
de los flujos informativos, se manifiesta en la forma de una ulterior simulación de la realidad, de
los fenómenos físicos, con lo cual la experiencia de los sujetos es alejada de los contextos concretos.
Adelantada con eficiencia científica, la virtualización de las relaciones, de las necesidades y hasta de
los afectos de los individuos, ha reducido de hecho los espacios de la crítica, al tiempo que propone
un modelo único de sociedad que, cuando mucho, puede ser de alguna manera declinado, pero que
no deja espacios culturales relevantes a las posibles alternativas. Ese proceso, ya agudamente enfocado
por Theodor W. Adorno (1994: 64 ss.), ha posibilitado, de hecho, la instauración de nuevas formas
de dominio mediático, que utilizan los flujos informativos y los sistemas representacionales para llevar
adelante, entre otras cosas, el control social (Frasca, 1996: 53).
Es la comunicación nómada estratégica desviante integrada, no como simple transferencia de in-
formación, sino como activación de procesos de producción de conocimiento, de ideas-imágenes,
de cultura, de estímulo a la comprensión de la idea-fuerza del mercado por parte de la sociedad y de
control de la sociedad por parte de la fábrica social generalizada, en un modelo concertacionista que se
mueve en un plano de afrontar y resolver los problemas desde una aparente dinámica de salvaguarda
de intereses recíprocos, pero que en los hechos actúa de manera totalitaria, para la compresión de toda
forma de antagonismo social.
Queda así del todo superada la concepción circunscrita a una actividad pretendidamente divulgati-
va, en sentido general, de la comunicación. Definida, planificada y administrada por las instituciones,
por el profit State y por las empresas, la actividad comunicacional debe, a lo sumo, hacer convivir el
3. A lo largo del texto se habrá notado varias veces que, al introducir un discurso sobre el paradigma
posfordista, el patrón de comparación utilizado ha sido evidentemente el fordista. Por eso, de seguidas
se presentan esquemáticamente las bases de la formulación del modelo de acumulación de ese período;
modelo que todavía es central en países de la semiperiferia y sigue desempeñando un importante papel
también en los países de capitalismo maduro.
4. Se puede ciertamente sostener, en síntesis, que la gestión de una organización social cualquiera –y no
solo la empresarial– es hoy reconducible al circuito dato-información-decisión-acción, para luego tornar
nuevamente al capital información. Si la decisión es el elemento motor del circuito, la información
es el que lo une estrechamente al propio ensamblaje comunicacional nómada posfordista. Veamos de
qué manera.
Es ya doctrina y praxis consolidada que sin sistema informativo la organización empresarial no
tiene razón de existir, ya que este constituye su estructura neurálgica, formada por el conjunto cohe-
rente y orgánico de todos los flujos informativos, con carácter tanto cualitativo como cuantitativo. El
desarrollo de los sistemas informativos empresariales se ha producido gradualmente, con una sucesión
de fases que ha incidido progresivamente en los niveles operativo, sectorial y directivo, y parcialmente
en concomitancia con la evolución tecnológica de los dispositivos para el procesamiento de datos y de
las técnicas respectivas.
En estos últimos años ha surgido la exigencia, por parte de la gerencia de empresa, de afrontar el
problema de la gestión de la información no ya con islas de mecanización, separadas unas de otras,
sino en un marco orgánico, en el que se entrelacen los diversos aspectos organizativos. Al considerar
así la información como recurso estratégico y el sistema informativo como estructura de fines produc-
tivos con larga vida útil, se puede incidir de manera determinante en la competitividad y la eficiencia
empresariales2.
En ese sentido, surge el capital información como recurso intangible y complejo en un sistema de
fábrica social generalizada, y ese elemento del capital de la abstracción, como todos los otros recursos
inmateriales, tiene como característica fundamental la de ser utilizable para fines diversos, pero de
difícil coincidencia. El capital información requiere, por tanto, de continuas e ingentes inversiones,
si se quiere optimizar su eficiencia y eficacia y evitar su rápida obsolescencia técnica y económica.
De hecho, hoy, con la disruptiva innovación tecnológica en curso en el ámbito de la informática y
la telemática, los sistemas informativos empresariales envejecen con extrema facilidad y exigen, por
tanto, fuertes inversiones ya en la fase misma de implementación, para disponer inmediatamente de
un sistema integrado y altamente eficiente.
7. Se llega así, pues, al desarrollo cada vez mayor de una empresa socialmente difundida4.
Esa situación influye también en la posición de los trabajadores, ya que las empresas son llevadas
cada vez más a contratar personas con un alto nivel de instrucción –o sea, los “trabajadores del cono-
cimiento”– que, además de ser retribuidos en medida superior a los trabajadores manuales, obtienen
incentivos y gratificaciones si se esfuerzan en seguir cursos que mejoren su posición profesional.
Trabajadores, entonces, que van a constituir después la élite de los técnicos o a integrar esa cada
vez más difundida “aristocracia obrera” que se contrapone a la desocupación estructural provocada por
el desarrollo tecnológico y de la info-producción: un vínculo perverso entre crecimiento económico,
desempleo, riqueza social, carencias redistributivas, aumento de la productividad y nuevas pobrezas.
1. Es evidente que las modalidades de intervención informativa tienen gran relevancia en los sistemas
complejos de alto riesgo, sea que se hable de riesgos de implantación, riesgos productivos o, más en ge-
neral, económico-financieros. Por tanto, dicha intervención tiene una utilidad no desdeñable tampoco
en los procesos productivos, donde la caída de la confiabilidad informativa comporta una pérdida de
productividad o un deterioro de la calidad del producto.
Durante el período de los años sesenta y setenta, la comunicación empresarial era entendida, es-
pecialmente en Italia, como un conjunto de informaciones de carácter comercial (personal selling) que
hallaba fundamento cultural en las condiciones socioeconómicas, de la empresa y de toda la sociedad,
para el momento histórico-político en cuestión. Ya para fines de los años setenta, y especialmente
con los años ochenta, la comunicación asume cada vez más la caracterización de recurso estratégico
2. Hoy la comunicación se hace desviante porque está cada vez más atenta a manipular la libertad
individual de escogencia con respecto a todo el vivir social, en una falsa exaltación de la diversidad
que busca hacer creer, al ciudadano-consumidor, que cada día está en mayor capacidad de decidir
libremente sus intereses.
Nace y se desarrolla asimismo la comunicación desviante externa de tipo organizativo, ligada a una
suerte de mercadeo social derivado del conjunto de los flujos del capital de la abstracción y estrecha-
mente conectado a estos, que tienen el objetivo de difundir la idea guía, la imagen, crear consenso en y
para la lógica de empresa. Se trata, pues, de una comunicación sociocomercial, que es completamente
distinta a la publicidad y capaz de transformarse en un único y complejo modelo de comunicación
integrada nómada desviante de valor estratégico, para la determinación de las directrices del consenso
en y del cuerpo social.
También la comunicación financiera, dirigida a los operadores y a las instituciones respectivas,
reviste para la empresa un papel fundamental y es de carácter desviante. Se trata, en este caso, de
un tipo de comunicación que puede eventualmente tener tanto las características definitorias de la
comunicación institucional, como algunos rasgos típicos de la sociocomercial, de la organizativa y del
3. El principio de la flexibilidad social y del trabajo es aplicado, por tanto, como sistema de control
social. Pero un sistema rígido puede provocar perturbaciones evidentes y conflictos con las empresas.
Hay entonces que reforzar los métodos tradicionales de control con nuevos instrumentos alternativos,
que contemplen conductas coercitivas innovadoras, que permitan orientar hacia la colaboración y la
cooperación a los diversos sujetos del recurso humano presente en la empresa y en el cuerpo social –in-
cluido el sujeto sin empleo–, y adoptar para eso un modelo coercitivo-punitivo global. Estos procesos
fueron ampliamente experimentados con el “modelo tipo” de fábrica integrada (luego fábrica modu-
lar) en la FIAT-SATA de Melfi, donde se crearon muchos sistemas de control basados en el lenguaje,
incluso el electrónico; piénsese en los sistemas de comunicación audiovisual de los llamados “Andon” o
de los semáforos que dictan las órdenes o los ritmos de producción. O piénsense también en el sistema
del “kanban”, en el que, tras la aparente neutralidad del pedido externo a la unidad laboral, se esconde
el imperativo productivo dictado por la empresa (cfr. Fiocco, 1998-1999). Y aún más: el enfoque
discursivo caracteriza fuertemente a los departamentos de relaciones industriales y de relaciones sin-
dicales de la empresa, al privilegiarse el “trato personalizado” para resolver los más diversos problemas
(de ritmos, permisos, pausas, feriados, etcétera) directamente con el trabajador, en lugar de hacerlo
con las organizaciones sindicales. Finalmente, la misma estructura del proceso de trabajo, organizado
en múltiples “microempresas” dentro de la empresa madre –y en las que los premios de producción
dependen no del desempeño individual, sino de todo el equipo–, impulsa e impone un espíritu de
grupo que favorece el control horizontal y recíproco entre los mismos trabajadores. Eso significa que
si hay un “haragán”, son sus mismos compañeros quienes lo “regañan”, ya que están directamente
interesados en el desempeño positivo de toda la actividad laboral del equipo.
La comunicación, entonces, es desviante porque está completamente sujeta a la mentalidad de
producción, intercambio y ganancia de la política económica actual, con lo cual sustituye la función
hasta ahora cumplida por el “progreso”. En todos los sectores y en todas las instituciones, la palabra de
orden es ahora la misma: comunicar eficiencia y competitividad, las ideas-guía del poder capitalista.
El cambio de la ideología del progreso por la de la comunicación está produciendo innumerables
trastornos, en tanto que se hace cada vez más áspera la lucha entre el poder y la comunicación de masas.
Los medios de comunicación no conocen fronteras, ya que
4. Esa suerte de anonimato que se deriva de la difusión generalizada de estos nuevos medios de comu-
nicación, provoca una abrupta reducción de las relaciones sociales y políticas en la colectividad; lleva,
más todavía, a la negación de la política. En efecto:
La desaparición de las distancias que provoca esta teleciudad mundial, produce inmediatamente
la desaparición también del espacio nacional –lugar, desde hace siglos, de la regulación social– y
el resurgimiento del caos que destruye la base del Estado nacional y genera esos fenómenos de
descomposición con los cuales los medios de comunicación nos entretienen cotidianamente
(Latouche, 1995: 31).
Las hipótesis de la web democracy, que fascinaron a los teóricos a comienzos de los años noventa,
han revelado la última de las utopías. La ilusión de una participación mayor y más directa, de una
intervención libre de mediaciones en la cosa pública, se agotó en la breve vuelta de un decenio, al
quedar en claro que la posesión difusa de un medio capaz de acortar las distancias y sincronizar los
tiempos no coincidía forzosamente con la adquisición de las competencias e informaciones necesarias
para integrar al ciudadano común en el espacio decisorio reservado a los gobernantes. Por el contrario,
la web se ha convertido en un vector de modas, tics sociales y clichés que contribuyen a la masificación,
incluso, de sociedades y grupos étnicos “remotos” en términos de cultura y tradiciones (Maldonado,
1997: 22-27).
Se asiste a un aplastamiento de las culturas y un aplanamiento de las diferencias entre los países.
Todos beben Coca-Cola o usan jeans: se convierten, en definitiva, en “hombres idénticos”; lo cual no
niega, sin embargo, que las grandes diferencias existentes entre las clases sociales se tornen cada vez más
profundas, marcadas y penetrantes. De esta situación, obviamente, extraen ventaja aquellos que deten-
tan y vehiculan el poder del capital a través de los medios de la comunicación desviante. Se trata de un
componente fundamental y calificador del nuevo modo de entender la acumulación a través del capital
intangible de la abstracción; un modo que todo lo homologa a la imagen y a la cultura del mercado y la
ganancia, de manera totalitaria, ya que se presenta en ropaje de pensamiento único de la lógica empre-
sarialista, más allá de las alineaciones partidistas de derecha o de izquierda; un modo completamente
sometido y portador de los intereses económicos de un capitalismo cada vez más salvaje, que impone
las formas del desarrollo sociocultural, homologa a los intelectuales todos –o casi–, extingue la función
de la política y llama gobierno de la cosa pública al ejercicio del poder administrativo no en función de
las necesidades de la gente, sino exclusivamente como soporte del poder económico del capital, a través
de la comunicación desviada y desviante. Es el imperio del capital sobre la comunicación.
5. El crecimiento sociocultural de capas cada vez más amplias de la población, las cambiantes condicio-
nes del mercado por causa de la intensificación de los factores comerciales, la afirmación de la telemática
y de medios de comunicación más y más sofisticados, provocan una decidida evolución del concepto
de comunicación, que no se entiende ya como simple proceso de transmisión de informaciones de
carácter predominantemente comercial, a lo interno o a lo externo, sino como capacidad organizativa
de lograr consenso en el cuerpo social. Una comunicación desviada y desviante, como componente
6. La comunicación desviante se convierte así en un medio para salvaguardar los intereses de la clase
dominante en el cuerpo social, en el territorio, en una empresa difundida socialmente, en una fábrica
social generalizada, en la cual la comunicación es momento evolutivo del capital información y renuncia
a la prioridad que le había competido desde su nacimiento: la comunicación como circulación de todas
las ideas, como difusión de nuevas culturas, nuevas invenciones y descubrimientos.
El modelo comunicacional estratégico desviante integrado es, por tanto, un marco unitario de
información, conocimiento, ideas, decisiones y conductas que tienen por fin transmitir, a los diferentes
destinatarios sociales, elementos fundamentales del conocimiento y la cultura de empresa, para así
afirmar la identidad capitalista. De esta manera se define y gestiona la imagen empresarial y, al mismo
tiempo, la del valor del modelo neoliberal, reforzando y valorizando la gestión económica, social y del
consenso, centrada en las leyes del mercado, en la que es fundamental el papel de agente totalizante
que desempeña el profit State.
La comunicación estratégica desviante asume, en consecuencia, las características de comunicación
nómada social integrada y se hace parte de una nueva cultura de empresa de carácter plurifuncional,
de alta coherencia y capacidad sinérgica interna, en la que las conductas de todas las empresas y de
los sujetos institucionales de la organización capitalista son, en sí mismos, mensajes comunicacionales
desviantes.
La complejidad de los procesos de toma de decisiones en cualquier función de tipo laboral o,
más en general, económico-social, produce distorsiones interpretativas que afectan la correcta asi-
milación del contenido de la comunicación y limitan la pretendida precisión absoluta del proceso
Al usar estos tres parámetros se pueden identificar trayectorias de decisión suficientemente homo-
géneas y coherentes, con una correcta y eficiente relación entre recursos humanos y sistema comuni-
cacional desviante, relativa a planes analíticamente distinguibles. Tales modelos decisorios gozan de
una elevada coherencia dentro del modelo capitalista de referencia y con la manera como el profit State
adapta el modelo general de dominio tecnosocial a las situaciones específicas.
El elemento clave de los procesos decisorios sociales es, entonces, el tipo y la organización de la
comunicación desviante que surge de la reestructuración capitalista y se convierte en estrategia funda-
mental. Esto es así porque la organización de la comunicación es –y ha de ser considerada– un recurso
que debe ser manejado y administrado con los mismos criterios gerenciales con los cuales se tratan las
ventas y las adquisiciones, ya que contribuye al desarrollo estratégico de larga duración y a la eficiencia
no solo empresarial, sino de la fábrica social globalizada posfordista, que representa la intervención
del modelo capitalista de referencia en el cuerpo social. La flexibilización tecnológica y el papel de las
tecnologías del lenguaje y de la comunicación desviante han posibilitado la flexibilización social en
apego al modelo de producción posfordista. Las del lenguaje son esencialmente tecnologías de proceso,
que determinan acumulación flexible, aparte de un fuerte desarrollo de la innovación de productos,
capaz de absorber, solo en parte, la desocupación generada por las transformaciones tecnológicas.
8. El capitalismo posfordista es, en efecto, un sistema social dinámico, caracterizado por un progreso
tecnológico constante, cada vez más sobre bases inmateriales, que expele fuerza de trabajo, mientras
10. La imagen asume, entonces, atuendos de recurso intangible de relevancia estratégica, lograda me-
diante la comunicación nómada integrada desviante; es entonces recurso fundamental para el desarro-
llo y el éxito de la fábrica social generalizada. La imagen, si es correctamente utilizada, se acumula hasta
transformarse en capital intangible de función productiva para la empresa posfordista y para todo el
11. El valor total de la empresa depende entonces, cada vez más, de la cuantificación del capital
intangible, del incremento de valor que obtiene de la comunicación, de la calidad de los recursos infor-
mativos inmateriales producidos, utilizados y capitalizados por el sistema en su conjunto. Para obtener
un alto nivel de consenso y, al mismo tiempo, crear y difundir valor empresarial, es fundamental, en
una organización capitalista compleja, que se creen y refuercen las relaciones interfuncionales entre
todos los grupos, entre todos los sujetos que operan en el territorio a partir de cada unidad empresarial.
Se establece así un continuo intercambio de ideas, informaciones y conocimientos, para hacer posi-
ble un clima de “serena” y compatible convivencia y de coparticipación activa que involucra sobre todo
a los trabajadores, a los ciudadanos como sujetos del trabajo, del no trabajo y del trabajo negado, en
un proyecto de homologación al mecanismo meritocrático y competitivo impuesto por las empresas,
pero guiado y plegado a la voluntad del capital financiero, en primer lugar.
Es solo en los últimos años que se ha resaltado la importancia de los estímulos y de la libertad de
organización de la actividad empresarial, basada en modelos de fuerte concertación y de corresponsa-
bilidad entre propiedad, gerencia, instituciones gubernamentales y organizaciones de los trabajadores.
Ha sucedido así gracias a la aceptación de la concertación por parte de las grandes organizaciones
sindicales, pero también por causa de un clima cultural distinto, que ha llevado a toda la sociedad –y
por tanto también a los trabajadores– a renunciar a la lucha a cambio de otros objetivos reivindicativos,
muchas veces de bajo perfil y casi siempre de naturaleza exclusivamente salarial.
1. Como se ha visto ampliamente en los diversos capítulos del presente Tratado, una de las caracterís-
ticas de la fase actual de acumulación capitalista es el fortalecimiento del papel de la producción no
material, o producción intangible. Esa realidad ha sido definida como “economía del conocimiento”;
con ello se indica que el conocimiento se ha transformado en una fuerza productiva, con una presencia
cada vez más importante en el proceso de valorización y reproducción del capital.
2. En la historia de la humanidad es solo desde hace poco que las personas han comenzado a explicarse
determinados fenómenos naturales y a conocer sus aspectos esenciales. La aplicación de innovaciones
técnicas no ha sido en la historia un fenómeno nuevo, sino una constante en el devenir de la sociedad.
Valga recordar aquella afirmación de Marx según la cual las épocas históricas no se diferencian por los
objetos que producen, sino por los instrumentos de trabajo que utilizan, y es justamente en la época
moderna cuando se han producido los principales cambios, que en medida más o menos global han
modificado nuestras sociedades.
Hay una apreciable cantidad de autores que identifican tres períodos fundamentales como grandes
hitos en el desarrollo científico-tecnológico. El primero refiere a la revolución industrial, que provocó
cambios decisivos en el paso de la producción artesanal a la producción industrial. Ese proceso definió
claramente la individualización de dos clases fundamentales en la sociedad capitalista: capitalistas y
3. Es en este punto que aparecen los conceptos de “economía del conocimiento” y “sociedad del
conocimiento”, con términos anexos y específicos como “sociedad inmaterial”, “recursos del capital
intangible”, “capital cognitivo”, “capital inmaterial”, “trabajadores del conocimiento”, “trabajo inma-
terial”, “trabajadores cognitivos”, etcétera.
Medido por el contenido de conocimientos que está presente en los productos y exportaciones, los
países desarrollados, que representan 20% de la humanidad, participan actualmente con más de 90%
en la creación del conocimiento científico mundial, mientras el 80% de los habitantes del planeta,
que pertenece al mundo subdesarrollado, dispone de una capacidad de generación de conocimientos
inferior a 10%.
Según una relación de 1999 difundida en París por la OCDE, en 1997 Estados Unidos invirtió
206,5 millardos de dólares en investigación y desarrollo, mientras Japón invertía 130,1 el mismo año.
Tales datos dan cuenta, por sí solos, de la prioridad que estos poderosos países imperialistas conceden
actualmente al conocimiento y a sus aplicaciones. Por magnitud, esos recursos financieros representan
entre 2% y 3% del PIB respectivo de estos países, y superan el producto nacional bruto del conjunto
de las naciones africanas subsaharianas en el mismo año (Font, Mario, 2002: 51).
Mientras los países desarrollados concentran esos recursos en la producción manufacturera, en la
mayoría de los subdesarrollados se canalizan hacia las industrias primarias. Una situación similar se
repite en la estructura de gastos corrientes dedicados a la I&D por tipo de actividad. Allí se refleja un
alto porcentaje destinado al desarrollo experimental en los grandes centros de producción y comerciali-
zación científico-tecnológica, a diferencia de los países subdesarrollados, que invierten más los recursos
en investigación básica y aplicada.
Los países subdesarrollados participan con menos de 25% de los científicos y 16% de las publica-
ciones existentes a escala mundial. En relación con las patentes, que constituyen una medida directa
4. La novedad de la llamada “sociedad del conocimiento” consiste en el hecho de que acelera la ve-
locidad de su difusión y su alcance global a través de culturas, clases y geografías, hasta alcanzar una
expansión nunca antes vista, en un ámbito de dominio social generalizado y no limitado a la sola esfera
de la producción.
Esta transformación ocurre bajo el impulso de un cambio radical en el significado del conoci-
miento. De esta manera, el conocimiento se aplica no solo a los procesos productivos, sino también al
conocimiento mismo. Como ejemplo clásico de la velocidad de aplicación de los progresos científico-
tecnológicos, el teléfono requirió siete años para llegar a sus primeros 50 millones de usuarios. Internet
alcanzó la misma cifra en la mitad del tiempo, cuenta actualmente con más de 400 millones de usua-
rios y muestra incalculables posibilidades para la comunicación.
El impacto de las tecnologías de la información y la comunicación, junto con el uso de la informáti-
ca y la telemática, revolucionan la información. El desarrollo de la tecnología de fibra óptica ha elevado
enormemente la velocidad de transmisión de datos y ha hecho posible la existencia de auténticas
autopistas de la información que atraviesan países, continentes y océanos, con distancias ya cercanas
al millón de kilómetros y velocidad de hasta 10 gigabytes por segundo. Son cambios profundos, que
marcan época y obviamente superan, por su alcance internacional y por las transformaciones en el
flujo de información, la revolución que en esta esfera provocó en 1450 Gutenberg, al inventar los tipos
móviles e introducir en Europa las primeras máquinas tipográficas6.
El capitalismo medirá siempre el contenido de su riqueza a partir del tiempo de trabajo, como
creador de valor, para conservarla y lograr su autocrecimiento. Resulta que en el momento de negociar
conocimientos, la producción que se vende como mercancía es el conocimiento; este aparece aquí
5. El retraso de la teoría marxista del valor-trabajo en explicar, de una manera más convincente, el
significado del conocimiento en la creación del valor bajo las condiciones actuales, no desdice el hecho
de que detrás del intercambio entre nuevas tecnologías, nuevos productos y nuevos conocimientos,
están presentes unas relaciones económicas y sociales que, en el proceso de producción y de servicios,
generan en el mundo actual un conjunto de desigualdades, por causa del dominio monopólico de los
grandes centros de poder. En este escenario internacional, la “economía del conocimiento” ha genera-
do un nuevo paradigma técnico-económico.
En los últimos informes del Banco Mundial se reconoce el aporte del conocimiento al crecimiento
económico. Pero ya en la tradición económica, sobre todo en los decenios cincuenta y sesenta del
pasado siglo, se había entendido la fórmula matemática que permitía acercarse a este fenómeno. El
modelo de Solow tuvo la virtud de demostrar que una parte importante del crecimiento económico
no podía ser explicada con ninguno de los factores de producción tradicionales; este modelo puso en
evidencia que el progreso técnico era determinante para explicar las dinámicas de crecimiento, aunque
simultáneamente reconocía que tenía esto un carácter exógeno. Otros importantes aportes fueron
obra de Arroz, Machulp, Galbraith y Bell (Triana, 2005: 26). En los años ochenta, con los trabajos
de Romer, el tema vuelve a adquirir relevancia. El conocimiento siempre ha sido aplicado al sistema
productivo. El trabajo, al fin y al cabo, es intercambio de fuerzas físicas y mentales entre el hombre y
la naturaleza. Lo que hoy marca la diferencia es la aplicación instantánea del conocimiento y el hecho
de que este sea el factor determinante de la ventaja competitiva.
6. No es posible identificar un sector del conocimiento que esté separado del resto de las actividades
productivas y de servicios. Su intangibilidad le permite llegar a todas las esferas de la vida del hombre
y, en particular, a un proceso de reestructuración que lleva implícita la importancia del conocimiento,
su aplicación a los procesos tecnológicos y a los factores organizativos e institucionales en la determi-
nación de la competitividad internacional de los países.
Existen, en todo caso, algunos elementos que pueden definir sintéticamente las características de
una economía basada en el conocimiento:
Por el contrario, en el materialismo histórico (el materialismo de Marx y Engels) los fenómenos
espirituales –los que se generan y perciben a través del conocimiento– son de número limitado y se
caracterizan por situarse en un nivel superior que el de los procesos puramente sensibles. El conoci-
miento forma parte de la realidad objetiva dada por las sensaciones y pertenece al mismo campo real
de la naturaleza tangible.
En realidad, conciencia y conocimiento no son una “reflexión” sobre la realidad, sino el contenido
mismo de la realidad (Dietzgen, 1973). Pero solo surge como realidad material mediante un proceso
social históricamente determinado. Y el proceso social se estructura precisamente mediante el trabajo.
“La sociedad es la naturaleza transformada por el trabajo”: esta aserción de Pannekoek (1976: 54)
ilustra bien la cuestión.
El conocimiento no nace espontáneamente, no es fruto de una actitud individual de reflexión
íntima sobre la realidad externa al individuo pensante, sino que aparece en el proceso de producción
de la vida social como vida material. En cada época histórica, el conocimiento se ve determinado
por las condiciones del desarrollo social y expresa el alcance y los límites propios de la sociedad del
momento. Es por tal motivo que el conocimiento está históricamente determinado, pero no solo eso:
está también determinado por la clase a la que pertenece.
El conocimiento no es neutral, sino de clase.
1. La industrialización del conocimiento, el control –por parte de los propietarios de los medios de
producción– de la energía humana y de la fatiga humana de pensar, de la abstracción, es actualmente la
forma dominante de generación del conocimiento, y lo dota de un mayor poder de dinamización de las
fuerzas productivas materiales de la sociedad que en otras fases del desarrollo histórico del capitalismo.
Toda producción de bienes materiales o de servicios requiere una determinada cantidad de cono-
cimiento. El problema consiste en determinar y precisar cuándo el conocimiento se transforma en el
componente fundamental de esos procesos y se hace imprescindible para el desarrollo de las nuevas
producciones de bienes y servicios.
Para un primer acercamiento al tema de la economía del conocimiento desde la perspectiva de
la teoría marxista del valor-trabajo, resulta necesario hacer dos aclaratorias metodológicas. En pri-
mer lugar, para Marx el valor de las mercancías está determinado por el trabajo abstracto, indistinto,
2. Para profundizar en el análisis del pensamiento de Marx acerca del papel del conocimiento, del
desarrollo de la ciencia y de los procesos tecnológicos y su aplicación en la producción como fuerza
productiva directa, es necesario precisar que el estudio debe organizarse a partir de una sociedad his-
tóricamente determinada, no una sociedad en abstracto, y eso nos refiere a la sociedad capitalista. El
análisis de Marx se focaliza siempre en el carácter histórico del capitalismo y en cómo la fuerza del
capital apunta a su destrucción y no a su desarrollo; dicho en otros términos, su desarrollo conduce
irremediablemente a su destrucción.
Acerca de la subordinación real del trabajo al capital, explica Marx en los Manuscritos del 57 y 58:
El valor objetivado en la maquinaria se presenta, además, como supuesto frente al cual la fuerza
valorizadora de la capacidad laboral individual desaparece como algo infinitamente pequeño (Marx,
1976, tomo II: 121).
La acumulación del saber y de la destreza, de las fuerzas productivas generales del cerebro social,
es absorbida así, con respecto al trabajo, por el capital, y se presenta por ende como propiedad del
capital, y más precisamente del capital fijo, en la medida en que este ingresa como verdadero medio
de producción al proceso productivo (220).
Una demostración que refleja el análisis histórico concreto del papel de las máquinas en función
del capital, es la siguiente:
El volumen cuantitativo y la eficacia (intensidad) con los que el capital se ha desarrollado en cuanto
capital fijo, indican por ello en general el grado en que el capital en cuanto capital, en cuanto poder
sobre el trabajo vivo, se ha desarrollado y ha sometido a sí mismo el proceso de producción en
general (222).
En la misma medida en que el tiempo de trabajo es considerado por el capital como único elemento
determinante, desaparecen el trabajo inmediato y su cantidad como principio determinante de la pro-
ducción. Marx continúa explicando cómo el trabajo inmediato es reducido a una proporción exigua y
3. Para reafirmar la idea de que el conocimiento es trabajo complejo, es conveniente recurrir de nuevo
a Marx, quien subraya que
si bien, por un lado, la transformación del proceso productivo a partir del proceso simple de trabajo
en un proceso científico –que pone a su servicio las fuerzas naturales y, de esa suerte, las obliga a
operar al servicio de las necesidades humanas–, se presenta como cualidad del capital fijo frente al
trabajo vivo. (Marx, 1976, tomo II: 223).
4. Finalmente, la sociedad del conocimiento, al ser esencialmente una sociedad capitalista, se caracte-
riza por haber sometido la actividad espiritual del hombre a la relación mercantil.
Y el valor mercantil no tiene otro contenido material que el valor-trabajo, la aplicación de energía
humana, física y mental, a la producción de mercancías, entre las cuales se encuentra, ahora, el propio
conocimiento.
La posibilidad de patentar el conocimiento, de traducirlo en rendimiento financiero privado (por
ejemplo, las patentes del genoma humano, o de determinadas secreciones de especies vegetales), es una
clara demostración de que la “economía” del conocimiento es otra expresión de la economía mercantil
o capitalista, que sistemáticamente aplica la medida del rendimiento mercantil al conocimiento y no
constituye, por tanto, excepción alguna a la aplicación de la teoría del valor-trabajo, que precisamente
explica cómo se constituye esta noción de rendimiento mercantil.
Al mismo tiempo, la economía del conocimiento no puede reputarse externa o extraña a la relación
predominante en el capitalismo, es decir, la relación capital-trabajo, por lo que no determina sino una
nueva configuración de ese mismo conflicto en la llamada fase posfordista.
1 En el desarrollo de este capítulo serán frecuentes las referencias a Martufi, Vasapollo (1999; 2000b).
2 “La introducción de la informática –y en particular de la robótica, de la telemática y de los sistemas expertos– en el mundo
del trabajo lleva a una evolución profunda e irreversible del modo de producir y distribuir bienes y servicios. Simultáneamente,
también la organización social tiende a evolucionar bajo el impulso de las nuevas tecnologías: se modifica para el hombre la
manera de intervenir en la producción, pero también la de colaborar, interactuar socialmente y vincularse en lo privado” (Mis-
sikoff, 1984: 42).
3 Sobre estos temas vuelve con frecuencia Dioguardi (1995), desde una perspectiva y con finalidades completamente diferentes
a las nuestras.
4 Dioguardi (1995) sostiene que los medios principales de difusión de la cultura empresarial, tanto hacia adentro como hacia
afuera de la empresa, son en cambio las organizaciones sindicales. Estas deben desempeñar el papel de difusoras de cultura,
de estímulo cultural, entre todos los dependientes (nótese la completa subsunción de los sindicatos a las exigencias y políticas
empresariales, que los convierte en una simple ramificación). A su vez, los dependientes deben ser productores “autónomos”
de cultura y estímulos continuos, de manera tal que, al interactuar con la empresa y con el territorio, todas las relaciones se
conviertan en estímulos para la producción cultural. Así, pues, toda la sociedad cumple un papel indirectamente “empresarial”.
5 Cabe destacar que un sistema flexible como este no implica la desaparición de la jerarquía, del poder centralizado de decisión
y planificación. Antes bien, esa estructura flexible y operativamente descentralizada está principalmente centrada en las fun-
ciones generales de control, dirección y planificación. Sobre estos temas, cfr. Smith (2000).
6 Antes de Gutenberg había en todo el continente europeo apenas unos 30.000 libros, que en su enorme mayoría eran biblias
o comentarios de esta. Hacia 1500 ya eran más de nueve millones, sobre los más variados temas. Cfr. Gates (1995: 8).
7 Marx escribe las “Tesis sobre Feuerbach” en un cuaderno de notas en 1845, a sus 26 años, edad en que había ya elaborado
los fundamentos de su filosofía materialista de la historia. Cuando Engels las publicó, en 1888, las consideró como “el primer
documento en el que está contenido el germen inicial de la nueva concepción del mundo”.
1. El programa neoliberal, como ya hemos visto en el texto, abarca no solo una determinada política
macroeconómica, sino también importantes cambios estructurales en el campo tecnológico e institu-
cional, en la política y en las relaciones entre las fuerzas sociales.
Para aplicar ese programa, los Gobiernos conservadores de centro-derecha y centro-izquierda llevan
adelante una ofensiva contra el movimiento sindical clasista, que ya desde los años setenta se traduce
en serias derrotas para el movimiento obrero. El fracaso de la huelga de los sindicalistas británicos del
carbón se tradujo en una reforma de la legislación laboral, que transformó a Gran Bretaña en el país de
la Unión Europea con mayores restricciones legales al derecho de huelga. Las privatizaciones (bajo la
ideología del “capitalismo popular”) y el deterioro de las condiciones de trabajo tuvieron su punta de
iceberg en el sistema británico de servicios públicos y generaron, con su precarización, un mercado
de trabajo que no garantiza que el trabajo sirva para salir de situaciones de pobreza.
El desarrollo del marco legislativo del neoliberalismo incluye, como primera medida, generar una
recesión para provocar así un aumento de la desocupación, evitar el pleno empleo y debilitar el mo-
vimiento sindical organizado y clasista, con el objetivo de poder contar con una mano de obra dis-
ciplinada. Recesión que desemboca, por vía monetarista, en incremento de las tasas de interés (y es
lo que hace el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Paul Volker, en 1982, con lo cual
provoca de improviso el aumento de la deuda externa de los países periféricos y la consecuente crisis
de la deuda). A los ciudadanos no se les dice que el aumento del precio del dinero tenga ese objetivo;
se sostiene, en cambio, que se provoca la recesión porque hay inflación, y que para combatirla es
preciso contener el gasto –y por ende el consumo– y adaptar la capacidad adquisitiva a la capacidad
de producción.
Otros componentes del ajuste legal son la flexibilización del salario y el empleo, la privatización y la
desregulación por vía legal, es decir, la precarización institucional: reducción del conjunto de normas
que regulan el funcionamiento de la economía y reducción también de la capacidad de intervención
directa en la economía por parte del Estado y el sector público en general.
La flexibilización es asimismo un componente de la desregulación. Consiste en reducir los obstá-
culos para el despido de los trabajadores y facilitar al mismo tiempo la contratación parcial. A su vez,
la flexibilización salarial, vinculada a la negociación colectiva, busca la individualización de los salarios
para reforzar la disciplina en el trabajo y aumentar la productividad individual, lo cual encuentra legi-
timación jurídica a través de las decenas de contratos de trabajo llamado atípico (vale decir, precario).
La privatización contribuye, por otra parte, a la saturación de la demanda de productos tradicio-
nales. Con la privatización se transforma en mercancía un conjunto de actividades que estaban hasta
ese momento en manos del Estado; en particular, las actividades más dinámicas de la nueva revolución
industrial, es decir, las comunicaciones (teléfonos, líneas aéreas), o incluso la energía y los servicios
sociales. Y todo esto, se dice, para garantizar el éxito del sistema-país en la competencia global: todos
los ciudadanos son llamados a competir por el bien común de la globalización.
2. Una de las imágenes hoy más difundidas es la que muestra que vivimos en un mundo globalizado,
en el que los márgenes de maniobra de los partidos políticos se van reduciendo, independientemente
de las ideologías. Sin embargo, hay que considerar cuáles son los actores concretos, para darse cuenta
del hecho de que los márgenes de maniobra no vienen dados, sino que se construyen a partir de la
fuerza de cada quien.
El capital financiero de muchos pequeños países de la periferia se está empleando en estos circuitos.
También muchas grandes empresas productivas se mueven por la vía de la financiarización e interrum-
pen en gran parte la producción, pues lo que se necesita producir es dinero a partir del dinero, a través
de las mil formas de finanzas especulativas, que es lo que produce mayor rendimiento. Empresas como
la General Electric obtienen hoy mayores ingresos de sus inversiones financieras que de la actividad
productiva. En el marco de las instituciones nacionales e internacionales, los nuevos actores que apa-
recen en el mercado global de divisas saben hacer presión sobre los organismos respectivos y superan a
muchos Gobiernos tanto en fondos como en capacidad de negociación.
La innovación tecnológica, la homogeneización mundial de las necesidades de los consumidores,
la disminución de las barreras aduanales y las transformaciones productivas están, sin duda, entre las
principales motivaciones “oficiales” de este nuevo proceso, que afecta ya al mercado mundial.
4. El nuevo proceso de internacionalización ha sido, pues, afirmado en los mercados, como proceso
de competencia global, por la empresa difundida en el cuerpo social (es decir, de tipo posfordista)
en la época de la acumulación flexible. De hecho, si se excluye el circuito de los consumos locales y
tradicionales, para la enorme mayoría de los productos no hay ya diferencias de estatus o de percepción
entre producción nacional y transnacional; usualmente, los productos que provienen de otros países,
o que están dirigidos a otros países, reciben el mismo trato que los nacionales.
La carrera por asegurarse el control de África y Asia cambió la política de todas las naciones europeas,
hizo surgir alianzas contrarias a todas las líneas naturales de simpatía y de asociación histórica,
constriñó a toda nación del continente a consumir una parte cada vez mayor de sus recursos
materiales y humanos en el equipamiento naval y militar, condujo a la nueva gran potencia, los
Estados Unidos, de una posición de aislamiento a rivalizar de lleno en la competencia internacional;
y, por el número, el alcance y la urgencia de los problemas que ha impulsado a las marquesinas de
la política, se ha convertido en un factor constante de amenaza y de perturbación de la paz y del
progreso de la humanidad. (…) Mientras Alemania y Rusia han sido quizá las más claras en su
confesa decisión de considerar el beneficio material de su propio país como único criterio al cual con-
formar su conducta, otras naciones no han tardado en aceptar el mismo modelo. Y, aun si la
conducta de las naciones en sus relaciones recíprocas ha sido en todos los tiempos determinada por
consideraciones egoístas y miopes, la adopción consciente y deliberada de este criterio, en una época
en la que el intercambio entre las naciones y su interdependencia para todas las cuestiones esenciales
de la vida humana han crecido enormemente, representa un paso atrás, presagio de graves peligros
para la causa de la civilidad3.
La confirmación de este análisis se verá posteriormente reforzada por la dinámica geográfica de los
flujos de inversión directa en el extranjero (IDE), que en los años noventa del siglo xx constituyeron
el instrumento principal del dogma de mando de la “estabilidad” político-económica global, devenida
en elemento prioritario de la política de control y de dominio e impuesta en el mundo gracias al nue-
vo papel asumido por los organismos político-económicos internacionales (FMI, BM, CEI, OCDE,
OMC, etcétera).
Una “estabilidad” que se convierte en ley de dominación, tanto política como económica, para el
control en todo el mundo de las áreas de interés estratégico-económico para las dinámicas políticas,
sociales y de las crisis económicas, de manera que se resuelvan siempre a favor de las grandes multina-
cionales occidentales y de los intereses de los más importantes bloques geoeconómicos y geopolíticos,
Estados Unidos y la Unión Europea antes que todos.
6. Se puede hablar de cuatro formas del capital: el financiero (o mejor capital-inversión), el productivo,
el “humano” (fuerza de trabajo) y el llamado social, o mejor “capital humano social”, que sería la
acumulación de conocimientos y prácticas productivas.
Por capital-inversión no debe entenderse un cuerpo único, sino una unidad diferenciada y jerarqui-
zada en la que se funden el capital productivo (incluyendo las IDE), el capital comercial y el capital
financiero (o sea, la inversión financiera), que en comparación con el pasado ha asumido un carácter
puramente especulativo.
7. Hoy, el único mercado mundial realmente existente que haya superado los límites de la regulación
de los Estados nacionales, es el mercado del capital financiero global.
Como tal, la globalización neoliberal es una realidad inacabada, sujeta por tanto a cambios imprevi-
sibles en su devenir. Pero hay otra dimensión de la globalización neoliberal que avanza, en cambio, rá-
pidamente: en materia ecológica hay problemas regionales (como la lluvia ácida o la contaminación del
aire, la tierra y el agua), pero también mundiales (como el fenómeno de la capa de ozono, la reducción
de la biodiversidad y el sobrecalentamiento de la atmósfera), cuyo análisis requiere de profundizaciones
específicas y más amplias que las efectuadas en este trabajo.
En definitiva, podemos decir que existe la posibilidad de la globalización, pero su punto débil o
menos avanzado es el institucional.
La ausencia de una moneda nacional se completa con la inexistencia de una legislación laboral
mundial, más allá de las propuestas deliberativas representadas en los acuerdos y reglamentos de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT).
De hecho, el modelo consolidado de democracia capitalista, en todas sus diversas variantes, ha
quedado disuelto en los últimos 25 años.
El cambio más profundo se ha cumplido en el sistema trabajo y en el sistema de protección social.
La transformación es tanto cuantitativa, con una desocupación elevadísima en la Europa excontinen-
tal, como cualitativa, según hemos mostrado en las páginas anteriores.
1. En el origen del crecimiento de la esfera financiera se encuentran flujos que llevan hacia ella partes
de una riqueza surgida en el ámbito de la producción real, y que antes de ser trasvasadas en diversas
formas a dicha esfera asumían la forma de riqueza determinada en la esfera de la producción real. Esos
flujos están en el origen de los perversos mecanismos de acumulación que determinan economías
nacionales sometidas al dominio del capital financiero como instrumentos de la relación de competen-
cia internacional entre polos geoeconómicos, competencia mediada por compromisos internos en las
organizaciones supranacionales (G8, BM, FMI, OCDE, BRI, ONU).
Tales procesos de globalización, de connotaciones financieras, siguen simplemente su lógica in-
terna, tendente a una maximización de las rentas financieras sin efecto propulsivo sobre la economía
real; rentas que se suman a ganancias industriales cada vez más altas, debidas a inmensos incrementos
de la productividad del trabajo. Se trata de incrementos que, al no ser redistribuidos socialmente, han
acrecentado las cuotas de riqueza destinadas al factor capital, por lo general en forma de renta y cada
vez menos en forma de inversiones capaces de crear ocupación; en beneficio siempre de dividendos,
intereses y capital gain que destinar a la especulación financiera o a inversiones en países con mano de
obra barata y escasos derechos.
El mayor grado de desarrollo de la globalización financiera, en comparación con los procesos en
los que participan el capital productivo o los trabajadores –que se mueven todavía en la escala del
intercambio internacional–, explica ampliamente el feo giro especulativo del capitalismo actual. Varios
factores caracterizan la aparición de un mercado global de capitales.
La crisis económica estructural que se iniciara en los primeros años setenta significó la desesta-
bilización de los mercados de trabajo y de los sistemas de organización de la producción. Hoy sigue
existiendo un sistema de circulación de personas (visas, permisos y autoridades migratorias); sigue exis-
tiendo un sistema de circulación de mercancías (permisos de importación y exportación, autoridades
aduanales), pero no existe un sistema monetario internacional, no hay una divisa mundial, no hay una
autoridad monetaria que regule el espacio internacional de circulación del dinero.
La decisión de los gobiernos de Ronald Reagan y de Margaret Tatcher, en 1980, de llevar a cabo la
desregulación del sistema financiero, es decir, eliminar los controles y garantizar la libre circulación de
capitales financieros, dio lugar a que la autoridad de los Gobiernos nacionales y de los bancos centrales
fuese sustituida por decisiones que derivan exclusivamente de las señales del mercado. Solamente en el
mercado financiero es casi absoluta la autoridad del mercado. Y el “casi” es porque las monedas siguen
siendo nacionales o de un área específica.
Entonces, mientras los habitantes y las mercancías de un país tienen un mercado nacional y si
quieren salir del país deben pasar por los mecanismos de migración o del comercio internacional, las
monedas de los países tienen un mercado mundial. No hay comercio internacional de monedas, sujeto
a regulaciones como todo comercio, sino compra-venta global o mundial de monedas.
2. La globalización financiera se derivó, sobre todo, de la decisión de Estados Unidos de manejar sus
problemas de balanza de pagos sin un ajuste real de su economía y evitar así las presiones que ejercían
los bancos centrales del resto del mundo para que no siguiera pagando sus deudas corrientes con dóla-
res de papel, no convertibles. Dado que Estados Unidos tiene la capacidad de atraer una gran parte del
3. Legalmente, el FMI6 no puede intervenir en los mercados globales de divisas para ayudar a regu-
larlos, ya que, estatutariamente, la cuenta capital de la balanza de pagos no es competencia suya, sino
exclusivamente de los Gobiernos nacionales. En cualquier caso, no es posible mantener en equilibrio
ese mercado a largo plazo. Siendo un mercado esencialmente especulativo, el equilibrio consiste en
un hecho simple: lo que unos ganan, lo pierden otros. Pero una pérdida concentrada en uno o dos
agentes supone un verdadero desequilibrio del mercado financiero global, ya que produce a su vez una
gran pérdida de confianza y entonces el desequilibrio se traslada a la economía real. Lo que no se sabe
es cómo evitar que los desequilibrios temporales que golpean a algunos de los agentes se transformen
en un desequilibrio del sistema. El problema no es que quiebre un banco, sino que quiebre uno de
los diez bancos mundiales que manejan entre sí el 50% del volumen total de transacciones. Si alguno
de estos bancos cayera en una crisis de confianza, se produciría una catástrofe financiera mundial de
dimensiones imprevisibles.
Sin embargo, para los grandes inversionistas y las multinacionales, la existencia de los mercados
financieros globales es una gran ventaja, ya que les brinda acceso a un crédito no limitado por las
disponibilidades nacionales.
De esa manera, pueden solicitar un crédito global incluso cuando el Gobierno de su propio país,
por razones de política económica, procede a restringir el crédito nacional (mediante el aumento de las
tasas de interés o con limitaciones mayores a la capacidad de oferta de los bancos nacionales).
Se agrava así la desigualdad en el acceso a recursos financieros para impulsar el proceso de acumu-
lación y centralización de capital, ya que las pequeñas y medianas empresas y los consumidores están
sujetos al crédito disponible en el espacio nacional y a las condiciones particulares que este ofrece. La
existencia de mercados globales de capital, a disposición exclusiva de las muy grandes empresas, acelera
ese proceso de centralización.
Un claro ejemplo de esto lo encontramos en lo que ha sucedido durante estos últimos años con la
industria farmacéutica, en la que se adelanta un proceso de reconversión a través de la fusión de empre-
sas. El envejecimiento de la población en los países desarrollados favorece el progreso de esta industria,
que tiene un alto valor agregado y que, por otra parte, mantiene en muchos países un carácter familiar.
1. A falta de una ruptura radical con la estructura de la dependencia económica total, los países de
desarrollo medio (y en Europa son ejemplo evidente los del área balcánica y del antiguo bloque socia-
lista), así como gran parte de América Latina (particularmente en lo que respecta al intercambio con
Estados Unidos) y del Tercer Mundo se ven constreñidos a desarrollar su industria y su producción
agrícola de una manera tal que beneficie a las naciones que sirven de vehículo a los proyectos de las
multinacionales. Jaffe sostiene en varios de sus trabajos (1973; 1990) que los países coloniales han
sido obligados a “desarrollarse” en sectores productivos que son poco adecuados para ellos. Pone como
ejemplo la agricultura africana que, dadas las características ambientales de ese continente, sería el
sector menos adecuado para un desarrollo eficaz y eficiente, por no decir ventajoso; mientras que resul-
taría mucho más ventajoso intensificarla y expandirla en terrenos más fértiles y aptos, como las grandes
llanuras verdes de Europa. En cambio, el desarrollo dictado por las lógicas colonialistas ha hecho que
en el norte (Europa) se desarrollara a marcha forzada el sector industrial y en el sur (África) el agrícola.
Con el resultado de que el desarrollo en sectores más dinámicos, como el industrial conlleva tasas de
productividad bastante más elevadas, además de la posibilidad de incrementar las fuerzas productivas a
niveles no alcanzables en sectores todavía atados a límites físicos y naturales, como el de la agricultura.
Esto agrava ulteriormente la brecha existente entre norte y sur.
Hong Kong, Singapur, Taiwán y otros países asiáticos han convertido los procesos de transforma-
ción y su desarrollo está ya directamente sometido a las exigencias del mercado europeo y estadouni-
dense. Una de las propuestas de los especialistas para que los países subdesarrollados puedan alcanzar a
los desarrollados es aprovechar los “escenarios de oportunidad”. Esta propuesta supone que los países
que están colocados en la frontera tecnológica pueden hacer uso de las posibilidades del paradigma
técnico-económico actual; es decir: aprovechar los reducidos tiempos de formación y el relativo bajo
costo de un recurso humano suficientemente calificado.
Ese análisis rechaza la teoría del ciclo del producto, según la cual los países subdesarrollados reciben
exclusivamente tecnologías obsoletas que han agotado ya sus cualidades innovadoras.
Los teóricos neoschumpeterianos del cambio tecnológico afirman que una visión dinámica del
desarrollo podría hacer posible para los países subdesarrollados, bajo las condiciones actuales, una
producción competitiva durante las fases “calientes” del desarrollo de las tecnologías. Se basa esta
afirmación en el hecho de que los ciclos de vida de toda innovación son cada vez más breves, por lo cual
los innovadores deben recuperar la inversión a breve plazo y están, en consecuencia, más interesados
en proteger y vender patentes que en mantener el control monopólico. Según varios autores7, eso
2. Es la demanda externa de los dos grandes polos geoeconómicos, Estados Unidos y la Unión Eu-
ropea, lo que modela la amplitud y la orientación del proceso de acumulación del capital asiático en
función del paradigma de la acumulación flexible occidental.
La América Central y del Sur, el África subsahariana, el sur de Asia e Indochina tienen un aparato
estatal y productivo débil, por lo que no son todavía capaces de impulsar un proceso de industrializa-
ción que sea autónomo y, por tanto, funcional a auténticos procesos de colonización por parte de los
dos grandes polos. Hay también en esas áreas países que desde los años setenta han experimentado un
crecimiento industrial, bajo la acción combinada del capital extranjero y del controlado por la burgue-
sía interna. Un papel dominante cumple en esto el capital multinacional, que ha intentado modificar
los términos de la dependencia con un nuevo impulso industrializador para la construcción de procesos
de dominación que dependan también de las importaciones, al tiempo que mantiene una estructura
salarial en la que no deben permitirse crecimientos que se alejen de los niveles mínimos de subsistencia.
Finalmente, en los países exportadores de petróleo, que cuentan con importantes recursos finan-
cieros, o en aquellos que tienen gran abundancia de recursos naturales y coyunturas económicas muy
favorecidas por Occidente, el mercado interno se expande de manera significativa y da impulso a
una industria totalmente dependiente del capital occidental (como, por ejemplo, Colombia, Chile,
Nigeria, Indonesia, etcétera).
El crecimiento económico de algunos de estos países se debe al proceso de acumulación y de
transformación tecnológica, que ha creado un nuevo y sólido modelo de dependencia financiera y
tecnológica con respecto a los dos grandes bloques económicos. La reproducción a vasta escala del
moderno aparato industrial está basada en la importación de equipos y maquinarias.
El alto nivel de importaciones inherente a este modelo de crecimiento, así como la falta de dinamis-
mo del sector exportador, la relación de intercambio desigual, la dinámica de las IDE, los movimientos
de capitales financieros y la remesa de utilidades a las empresas extranjeras son algunos de los elementos
que por décadas han originado un desequilibrio macroeconómico y una tendencia continua al déficit
de balanza comercial, frente al cual se apela cada vez más al recurso del endeudamiento externo y a un
excesivo empleo de capitales extranjeros para restablecer el equilibrio.
3. Siguiendo indicaciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, numerosos Go-
biernos continúan aplicando políticas de “reforma estructural” y de apertura comercial acelerada,
con privatización de las empresas estatales, desregulación económica y medidas antinflacionarias. Las
primeras repercusiones son la caída del salario real, el aumento del desempleo, la desindustrialización
y la ausencia de inversiones reales y productivas por parte del capital interno, y de allí la ampliación
de la dependencia total respecto a los grandes bloques económicos. Con el incremento de la deuda
pública y del uso de capital extranjero, crecen la rentabilidad de este último y la distribución hacia el
exterior de las utilidades, al tiempo que se refuerza el desequilibrio en el sector de las exportaciones. El
refinanciamiento de la deuda acumulada provoca el aumento del capital extranjero, nuevos flujos de
capital, en la idea de que ayudarán a detener la descapitalización. En lugar de eso, se sigue financiando
un desarrollo dependiente, con la ilusión de obtener una utilidad duradera. Para mantener los niveles
de rentabilidad se incentiva el uso de capital extranjero y la dependencia de sus equipos e instalaciones,
se explota a los trabajadores, se reducen las inversiones públicas y se aplican políticas restrictivas, todo
lo cual lleva a un círculo vicioso de dependencia financiera y tecnológica que incrementa la deuda
externa y hace cada vez más difícil la sobrevivencia de pueblos enteros.
Los criterios clásicos de internacionalización resultan entonces cada vez menos eficaces, sobre todo
por causa de la expansión del ambiente empresarial y de su dinamismo. En las condiciones actuales, la
internacionalización alcanza un grado muy superior en su desarrollo, al punto de contribuir decisiva-
mente a pasar al nuevo paradigma técnico-económico. El acelerado cambio tecnológico de las últimas
décadas y el reconocimiento del relevante papel del conocimiento en la competitividad, han incen-
tivado los estudios teóricos y empíricos acerca de la relación entre cambio técnico y competitividad
en el comercio internacional. Toda la teoría del comercio internacional, incluyendo una de sus tesis
más antiguas, la conocida ley de las ventajas comparadas de Ricardo8 –según la cual la especialización
comercial de los países se basa en ventajas relativas–, ha sido revisada y discutida por los economistas.
La teoría tradicional del comercio internacional dominó en el pensamiento económico por mucho
tiempo. En la concepción de Ricardo, la ventaja comparada garantiza que el comercio beneficie a
todos los países, siempre que cada uno de ellos se especialice en la producción de aquellos bienes que le
representan menores costos relativos, de manera que el intercambio dependa más de la productividad
de los factores que de la dotación de recursos. Desde esa perspectiva, el comercio internacional siempre
genera ganancias.
Los modelos clásicos y neoclásicos se han basado siempre en un conjunto de hipótesis restrictivas
de la realidad concreta: competencia perfecta, rendimientos constantes de escala, movilidad nacional de
los factores, preferencias idénticas de los consumidores y libre difusión de la tecnología. Por otra parte,
las ventajas relativas, fundamento de la especialización internacional, surgen de la comparación de la
estructura intersectorial de costos relativos entre un país y otro, es decir, de la confrontación de las
estructuras intersectoriales internacionales.
Desde hace varios años se han producido aportes científicos para la creación de una teoría del
comercio que abarque los factores tecnológicos desde una perspectiva no ortodoxa, ya que los modelos
efecto, esta categoría separa la relación técnica de la relación social, con lo cual la dimensión sociopolí-
tica de la empresa es ignorada y se puede así ignorar también la relación de explotación de la fuerza de
trabajo. Los economistas de Estados Unidos han calculado que 70% de la riqueza de ese país asume la
forma de capital humano. Tal vez esto explique por qué las últimas caídas de la bolsa no han provocado
una fuerte reacción en la economía real: por la simple razón de que ¾ del capital es humano y tiende
a variar independientemente del rendimiento del capital financiero bursátil.
4. La creciente interdependencia de los mercados y la innovación tecnológica han hecho cambiar todos
los sistemas locales de empresas. Las ventajas derivadas de la ubicación en distritos empresariales –coo-
peración, cercanía de los mercados, circulación rápida de las comunicaciones– no fueron suficientes
para darle al sistema una completa ventaja.
La innovación tecnológica, la forzada homogeneización mundial de las necesidades de los con-
sumidores, la disminución de las barreras aduanales y la transformación productiva, están, sin duda,
entre las principales motivaciones “oficiales” de este nuevo proceso, que incide ya en el mercado
mundial.
6. Las nuevas formas de internacionalización pueden ser clasificadas en diversas categorías, que con-
templan acuerdos de naturaleza tecnológica (joint ventures, alianzas de diverso tipo, cesión de licencias,
etcétera), acuerdos de naturaleza productiva para la realización de operaciones complejas o de determi-
nados productos (subcontratos, coproducción y subproveeduría) y acuerdos de mercadeo, asistencia y
distribución (contratos de distribución, franchising).
Muchas veces los dirigentes empresariales que no logran detentar la totalidad o la mayoría ac-
cionaria de una sociedad extranjera constituyen, como se ha visto en otras partes del texto, joint
ventures para alcanzar mayor eficacia gerencial, mayor rentabilidad y, por tanto, utilidades más ele-
vadas: “Una joint venture es la participación de dos empresas en la propiedad, dirección y control de
una tercera, creada para rendir beneficios a ambas” (Biscarini, 1996: 97). En lo sustantivo, se trata
de una colaboración entre empresas distintas, a nivel internacional, para desarrollar un determinado
proceso productivo o para llevar a cabo una determinada obra o negocio, por un período de tiempo
variable11.
Si se quiere hablar de joint ventures, hay que partir del análisis de la situación de Japón, en tanto
que ese país se ha distinguido fuertemente por la creación y desarrollo de tal tipo de empresas. Baste
pensar que cerca de dos tercios de las sociedades extranjeras más importantes en el mercado nipón se
originaron bajo esa modalidad que, además, representa un tercio de la industria petrolera. La creación
de estas empresas se inició en Japón en los años setenta, período en el que constituyeron el mejor ins-
trumento para superar las barreras que obstaculizaban la entrada en ese mercado. Después de algunos
años, sin embargo, hubo una drástica reducción de su número, en parte por el estallido de la “burbuja
financiera” de fines de los ochenta y porque, además, hasta hace pocos años, el papel de las compañías
occidentales consistía en aportar productos o tecnologías de vanguardia a cambio de la posibilidad de
entrar al mercado local. Hoy, en cambio, las empresas niponas han aprendido a dotarse por sí mismas
de esas tecnologías.
Dado que la internacionalización productiva es un fenómeno cada vez más frecuente –a nivel
microeconómico, en la gestión de empresas, y a nivel macroeconómico, para las principales economías
mundiales–, valga aclarar que con ese término se designa un proceso que implica la gestión, perma-
nente y estable, de actividades de naturaleza económica en dos o más países.
el país que nos interesa tiene un amplio mercado, acceso a un mercado regional, bajo costo del
trabajo, mano de obra experta, excelentes factores productivos (costo de materias primas, alquileres,
La respuesta teórica que a ese respecto brinda una parte de la doctrina económica y económico-
empresarial, consiste en asegurar que, dadas ciertas condiciones económicas, sociales y técnicas, existe
para una determinada unidad productiva una localización “óptima” o cuando menos “más satisfacto-
ria” que otras, aun cuando sea de difícil identificación.
Existe también una segunda tradición en las teorías de la localización, cuyo fundamento radica en
la explícita consideración de los costos de transporte (Panati y Golinelli, 1995: 296).
Es preciso considerar, sin embargo, que hay otros factores que inciden en la escogencia de la lo-
calización óptima. Se habla entonces de infraestructura industrial, genérica y específica, de los input
de producción, del trabajo (vale decir, de sus costos y nivel de especialización), de los servicios de
interés industrial, de factores concernientes al mercado (medidos por la extensión del mercado local
y regional y por los niveles de competencia) y, finalmente, por las condiciones de asentamiento y vida
de la población.
El proceso de internacionalización productiva implica, entonces, una revisión significativa de las
escogencias de localización de la empresa y, por tanto, un cambio en el intercambio de mercancías.
Hay que verificar entonces si las inversiones en el exterior favorecen o no el comercio. En los
estudios de las realidades productivas de varios países se evidencia que las IDE crecen, de hecho, con
el comercio internacional y que, en esencia, ambos fenómenos están entrelazados. El crecimiento de
las empresas multinacionales en el exterior contribuye, en efecto, al conocimiento de los mercados y
acelera procesos que serían mucho más lentos si únicamente contaran con el comercio internacional.
Desde el punto de vista de la identificación de las zonas de actividad productiva, hay dos modali-
dades complementarias: el nuevo “sector” posfordista y la cadena internacional.
Se habla de sector cuando es posible hallar una cierta homogeneidad de la manufactura, o cuando
la materia prima empleada cumple el papel de denominador común en varios ciclos productivos. En la
cadena, en cambio, no hay homogeneidad tecnológica en las distintas fases del ciclo y el principio uni-
ficador está representado por el producto final transformado; en esta modalidad se asignan al exterior
algunas fases de la elaboración, a través de procesos de deslocalización productiva.
Se llega así a la conformación de la “empresa global”, que considera el mercado internacional en
su conjunto. La diferencia entre este nuevo tipo de empresa global y la empresa multinacional radica,
sobre todo, en el hecho de que para la primera el mercado internacional está compuesto por todos los
mercados de todos los países, sin distinción, mientras que la segunda tiende a mantenerlos separados.
7. La consecuencia más evidente de tal escenario es que, desde hace algunos años, la economía mundial
está sometida a un proceso de competencia global y mundialización de los mercados, con característi-
cas deslocalizadoras, mediante empresas-red multinacionales y cadenas productivas internacionales. Al
mismo tiempo se asiste a fuertes y continuos procesos de concentración de la propiedad empresarial,
todo ello en un contexto de especulación financiera.
En lo sustancial, entre los factores que influyen en el proceso de deslocalización los hay naturales, co-
mo por ejemplo la disponibilidad y características geológicas del terreno, el clima, etcétera; técnicos,
como la provisión de energía, la organización de los transportes, la disponibilidad “conveniente” de
8. En los últimos años, tras un período de alta concentración de las actividades productivas, se ha dado
un proceso de deslocalización que, iniciado en Estados Unidos y trasladado luego a Europa –y también
a Italia–, afecta a países periféricos, pero mucho más cercanos al centro del proceso; así, Italia y Europa,
en general, se deslocalizan cada vez más hacia la Europa balcánica y centro-oriental, y se interesan
fuertemente en los mercados euroasiáticos.
Paul Krugman (1995) sostiene que para entender el funcionamiento de la economía internacional
hay que empezar por observar lo que ocurre dentro de cada país y, en consecuencia, por el análisis de
la especialización local: así, la interacción entre rendimientos de escala y costos de transporte puede
tal vez explicar los desarrollos regionales desiguales, en los que las áreas dotadas de alguna ventaja pro-
ductiva sustraen la producción industrial a las áreas en desventaja. Esto es cierto también para Europa,
donde se postula una creciente deslocalización de las industrias aun cuando ello implique problemas
de ajuste, compensables probablemente por una mayor eficiencia.
Europa, según Krugman, se caracteriza por una separación muy acentuada entre centro y periferia,
si se considera el poder adquisitivo. Las diferencias de ingreso son en Europa mucho más grandes que
en Estados Unidos y se asocian a la ubicación geográfica.
En esa perspectiva, es posible explicar cómo muchas veces la descentralización productiva y, por
ende, los procesos de deslocalización económico-productiva, si bien son fenómenos de desconcentra-
ción geográfica de la producción, se asocian al mismo tiempo a intensos procesos de concentración
financiera y de la propiedad.
La descentralización productiva constituye, en esencia, un fenómeno opuesto a la concentración
territorial de la producción, pero no a la concentración de la propiedad y las finanzas; implica, pues,
9. Resulta evidente, pues, que a partir de los procesos de internacionalización económica y de los pro-
cesos de deslocalización productiva, las multinacionales juegan un papel fundamental. Por esto se debe
poner el acento en los procesos de adquisición y fusión ligados a la “nueva geografía”, tanto sectorial
como en términos de propiedad, de las multinacionales.
La competencia global y el desarrollo tecnológico han influenciado fuertemente la gestión, las diná-
micas sectoriales, la localización y la organización de los procesos productivos de las grandes multina-
cionales, que por muchos años se apegaron a un modelo jerárquico diseñado en función de expandir
sus dimensiones y controlar cada fase del proceso productivo. Se tenía así la “casa matriz”, que asumía
el predominio sobre las otras empresas y tomaba las decisiones de carácter estratégico, y las filiales, que
estaban sujetas a control y constituían la parte más directamente operativa del sistema.
La intensificación de la competencia, la innovación tecnológica y la disminución de los intervalos
de tiempo entre diseño y comercialización de los productos, junto con las características generales de
la globalización financiera y la competencia global, han hecho que muchas veces las filiales nacionales
experimenten situaciones de crecimiento y eficiencia muy superiores a las de la casa matriz. Esto ha
propiciado el paso del modelo jerárquico al llamado reticular, de organización no jerárquica, circuns-
tancia que se ha visto facilitada por un mercado interno y externo favorable a esa formulación.
En el sistema reticular no existen ya una casa matriz y sus filiales, sino que se hace fundamental
una fuerte interdependencia entre las diversas unidades, que deben saber trabajar en conjunto sin una
intervención específica del centro. De hecho, se habla de centro y periferia para resaltar la ausencia de
una empresa líder que organiza y controla a las otras.
Se viene a crear así una suerte de “red de empresas”, constituida por un conjunto de relaciones
con socios que están en los países de asentamiento. Este sistema de partnership permite disminuir
los aportes de capital, integrarse mejor en el contexto local y manejar directamente las problemáticas
nacionales. La gran empresa centralizada es sustituida por una red que se extiende a escala mundial,
dentro de la cual hay formas de partnership internas (por ejemplo, la franchising) y externas (como las
joint ventures).
Las empresas multinacionales trabajan sobre dos dimensiones geográficas: la global y la regional.
La primera reúne a las empresas que operan en sectores con alto contenido tecnológico (como el de la
informática), mientras en la segunda se agrupan aquellas que actúan en función de las ventajas asocia-
das a la organización de las actividades por regiones o macro-áreas (como la posibilidad de explotar la
homogeneidad de los mercados, las mejores condiciones fiscales o un mercado de trabajo de bajo costo
y con profesionales especializados de buen nivel).
10. Es importante recordar, además, que hay dos criterios organizativos fundamentales: el vertical y el
horizontal. En las empresas multinacionales integradas verticalmente, los diferentes estadios de la pro-
ducción se localizan en lugares distintos, según las ventajas –señaladas anteriormente– que se puedan
obtener en cada caso. La relación entre las filiales tiene entonces que ver, fundamentalmente, con la
transferencia de los productos intermedios de un estadio al otro, a lo largo de los confines territoriales.
11. Crecen, pues, la difusión de la empresa global y el papel de las multinacionales a través de la des-
localización productiva internacional. Esas dinámicas de expansión territorial se ven correspondidas
con nuevas formas e intensos procesos de ampliación del control, mediante fuertes mecanismos de
concentración de la propiedad.
En la casi totalidad de los casos de concentración de la propiedad, se invocan la eficiencia y la
competitividad, que se traducen en drásticas reducciones de personal y en la externalización de fases
Por tanto, el ajuste estructural atañe a una gran variedad de temas económicos:
a) Liberalización comercial.
b) Privatización de industrias y servicios.
c) Liberalización agrícola (precios y cantidades).
d) Desmantelamiento de instituciones reguladoras y mecanismos de otorgamiento de licencias.
e) Desreglamentación del mercado de trabajo y flexibilización de la relación salarial.
f ) Reducción y mercantilización de los servicios sociales (mecanismos de costos compartidos, cri-
terios más estrictos de acceso a la previsión y asistencia social, exclusión social de los grupos más
débiles, competencia de mercado entre las instituciones estatales y públicas, privatización de
servicios sociales como los hospitales públicos, etcétera).
g) Atención menor a los problemas ambientales.
h) Reformas educativas orientadas a la educación para el trabajo, en lugar de la formación ciuda-
dana o del reforzamiento de las bases culturales.
i) Políticas familiares que empeoran la situación de las mujeres y los niños.
Para todos estos elementos se pide una contundente intervención estatal que, mediante la modi-
ficación del marco legislativo, de las normas y los parámetros de acción, modifique sustancialmente
el espacio y las perspectivas de la actuación pública, para centrarse ahora, de manera prioritaria, en la
ampliación del campo de acción de las relaciones de mercado en la vida social y económica.
4.2. Diagnosis
1. Los PAE son la consecuencia, en materia de política económica, de un diagnóstico de la crisis,
que identifica las causas de la inestabilidad en las variables macroeconómicas. El siguiente esquema
diagnosis-objetivos-políticas económicas resume los contenidos macroeconómicos de los planes de
estabilización que se dan en el marco de esos programas:
a) La inflación es causada por las distorsiones de los precios internos (incluida la tasa de interés) y
externos (especialmente la tasa de cambio). Se considera que los precios actuales no son de equi-
librio u óptimos, ya que la oferta no es igual a la demanda en todos y cada uno de los mercados,
lo que da lugar a constantes aumentos.
b) El déficit fiscal se explica por una tendencia consolidada a elevar el gasto público por encima
del ingreso; de esta manera, el ahorro público se torna negativo y el Estado se abastece con los
capitales disponibles, en competencia con los proyectos privados de inversión. La necesidad de
financiar el déficit sería una de las causas principales tanto de la inflación, por vía del aumento
de la masa monetaria, como de la contracción de las inversiones, por causa del encarecimien-
to de las tasas de interés.
c) El déficit de la balanza de pagos. A comienzos de los años ochenta, este indicador estaba en la
mira de los organismos internacionales, y especialmente del FMI, por cuanto se pensaba que
la capacidad de hacer frente a los acuerdos de pago internacional, y en particular los relativos al
servicio de la deuda, dependía de la existencia de una balanza comercial positiva.
a) Balanza de pagos.
b) Reducción de la inflación.
c) Eficiencia macroeconómica (productores y consumidores).
d) Aumento de la tasa de crecimiento.
e) Mejoramiento de la distribución de la renta.
Restablecer el equilibrio de la balanza de pagos y reducir la inflación son los objetivos convencio-
nales de los planes (o políticas) de estabilización, que se ejecutan por medio de políticas restrictivas de
la demanda (puesto que se consume más de lo que se produce, hay que consumir menos para lograr el
equilibrio macroeconómico básico).
2. Los PAE incluyen en cada caso un conjunto de políticas específicas, centradas esquemáticamente en:
Mayo 1994 Reducir los salarios (40). Reducir las empresas públicas (58).
Octubre 1994 Reducir el déficit fiscal (45). Reducir el gasto público (59).
Mayo 1996 La política fiscal. Adecuación fiscal, reducir Reducir el gasto público mediante
el gasto en salarios y la reducción del empleo
prestaciones sociales (69). en el sector (81).
Abril 2005 Globalización y Devaluación del dólar (10). Liberalización del comercio (17).
desequilibrios Corrección fiscal y
externos. flexibilidad del trabajo (11, 21).
Septiembre 2005 Creando Corrección fiscal (14). Más apertura (18); mejorar
instituciones. Moderaciones salariales la rentabilidad de las inversiones
y rebajas fiscales (27). extranjeras (39); corrección
fiscal (35, 38).
Abril 2006 Globalización Flexibilizar el mercado Los países con excedente activo,
e inflación. de trabajo (26, 29). revaluar la tasa de cambio (51);
Reducir el déficit fiscal (42). los deficitarios, reforzar los
derechos de propiedad y facilitar
las inversiones extranjeras (55).
a) Al comienzo, la estabilización exige fijar un techo para el crédito total, con un sublímite para el
crédito que se conceda al sector público.
b) Por su parte, los PAE tienen algunos criterios más extensos, como:
– Aumento de las tarifas de los servicios públicos.
– Devaluación.
– Reducción de aranceles.
– Reforma impositiva.
– Privatizaciones.
Hoy, de cualquier modo, es virtualmente imposible para un país periférico obtener financiamiento
de los organismos internacionales o refinanciar su deuda externa, si no se ha sometido a un programa
de ajuste estructural.
2. Se comienza por analizar los temas macroeconómicos para justificar la reducción del déficit público; se
analizan las reformas propuestas para aumentar el ingreso y, posteriormente, reducir el gasto público.
Como ya se ha dicho, los países que se someten al ajuste presentan grandes desequilibrios externos.
Estos, a su vez, son provocados principalmente por un enorme déficit fiscal (déficit público o corrien-
te), asunto que se demuestra mediante la igualdad macroeconómica básica:
S - I = (G + Tr - T ) + Xn
3. Otro problema que en el marco neoclásico se relaciona con el déficit fiscal es la inflación, el enemigo
público número uno de la asignación eficiente de recursos en una economía de mercado.
Como se sabe, en una economía de ese tipo son convencionalmente los precios, determinados
por el “libre” juego de las fuerzas de la oferta y la demanda, el parámetro que guía las decisiones
económicas y determina así la asignación de los recursos. La inflación introduce incertidumbre en
esas decisiones, principalmente a través de la variación de los precios relativos de bienes y servicios,
que puede llevar a los operadores privados a tomar decisiones erróneas y, por tanto, a una asignación
ineficiente de recursos.
En el caso que se está tratando, el déficit fiscal introduce la incertidumbre de la inflación por dos
vías: en primer lugar, porque la elevada demanda agregada causada por el gasto lleva a que los incre-
mentos de aquella no tengan reflejo en un correspondiente aumento de la producción; y en segundo
lugar, porque eso impulsa al Estado a financiar su déficit a través de la emisión de moneda. En este
último caso, según la teoría cuantitativa monetaria, al no tener como contrapartida un aumento de
la productividad, el crecimiento de la oferta de dinero se traduce directamente en un incremento del
nivel de los precios.
La solución, en ambos casos, es la reducción del déficit, si bien los efectos se producen con mecanis-
mos de transmisión diferentes. En el primero, la reducción del gasto público lleva a una disminución
de la demanda agregada, lo que a su vez, al haber una menor actividad económica, determina la
reducción del nivel de precios de la economía. En el segundo caso, la solución propuesta implica evitar
a todo costo que el déficit fiscal sea financiado con emisión de moneda, lo que deja solo dos opciones:
la reducción del gasto hasta llegar a niveles sostenibles o la emisión de títulos que permitan al Estado
recoger dinero suficiente para financiar el déficit sin recurrir a la emisión monetaria.
Como se ha dicho, el FMI condena el financiamiento del gasto a través de la emisión de moneda,
por considerar que esta maniobra es una fuente de inflación; en consecuencia, solicita la emisión de títu-
los tanto en los mercados nacionales como en los internacionales. Por otra parte, la emisión de títulos
en el mercado nacional permitiría la evolución de los mercados de capital, en caso de que estos ya
existan, o su creación, en caso contrario.
4. Los planes de ajuste contemplan asimismo entre sus objetivos una reforma fiscal que, en primer
lugar, permita el aumento del ingreso percibido por vía impositiva, a través de un sistema con menos
2. El FMI plantea entonces la aplicación de políticas monetarias restrictivas, con techos de emisión y
tasas de cambio fijas para alcanzar objetivos específicos de reducción de la inflación, y así comenzar a
preparar el terreno para una fuerte y duradera fase de expansión económica.
Se sostuvo que, en un primer momento, las medidas propuestas tendrían lamentables consecuencias
recesivas, pero que a mediano y largo plazo se comenzarían a experimentar los beneficios, en primer
lugar con las tasas de interés. La aplicación de los techos de emisión monetaria provocó un alza conti-
nua en las tasas de interés del mercado, que en corto plazo redujo la inversión y, por tanto, la demanda
agregada. Pero a mediano plazo, con la reducción de la inflación –producto de las medidas tomadas
durante el ajuste–, las tasas nominales de interés comenzaron a adaptarse a los nuevos niveles de pre-
cios, que hicieron disminuir el spread efectivo entre tasas de interés reales y nominales. La disminución
de ese spread se tradujo, a su vez, en un aumento de la inversión y, con ello, de la dinámica económica.
Por su parte, la estabilización de la tasa de cambio abre dos vías para reducir la inflación a niveles
sostenibles: la primera, a través de los flujos comerciales externos, y la segunda, por medio de los flujos
financieros. En la primera hipótesis, la tasa fija de cambio incentiva la entrada de importaciones a
un precio menor que el de la producción nacional, lo que introduce presiones competitivas sobre el
sector productivo y lo obliga a reducir costos y, por tanto, también el nivel de precios. A su vez, este
mecanismo de presión refuerza los objetivos de la liberalización comercial, al favorecer la desaparición
de los sectores ineficientes –por efecto de la competencia externa– y propiciar así el desplazamiento de
recursos hacia un naciente y competitivo sector exportador. A largo plazo, el país aprovechará la tasa
fija de cambio para aumentar continuamente sus reservas internacionales, gracias a los excedentes de
cuenta corriente generados por la posición favorable del sector exportador en la economía mundial.
3. En el caso de los flujos financieros, el compromiso del Gobierno central de mantener una deter-
minada tasa de cambio genera un cierto grado de confianza en los inversionistas extranjeros, que
responderán generando un flujo positivo de capitales hacia el país en cuestión. Ese flujo, sea que se
canalice hacia las IDE o hacia inversiones de portafolio, brindará un alivio en la situación exterior del
país, al permitir que aumenten las reservas internacionales y asegurar así la capacidad de pago de la
deuda externa a corto plazo. Se sostiene que todo esto reforzará también la confianza de los mercados
internacionales en el proceso de ajuste, con lo cual aumentarán los flujos de inversión y mejorarán las
perspectivas de crecimiento económico.
Como puede verse, para el FMI vale la pena sacrificar el crecimiento económico a corto plazo, con
el objetivo de lograr una disminución de la tasa de inflación que sea compatible con el crecimiento
económico a largo plazo. Al final, el objetivo implícito de las medidas es crear un sistema de precios
coherente con las necesidades de una economía de mercado que, al estar libre de regulaciones, ofrezca
a los operadores económicos una información precisa e impulse así hacia una mejor utilización de los
recursos para alcanzar el crecimiento económico.
1. Las reformas estructurales en su conjunto son la razón de ser de las políticas neoliberales impuestas
por el FMI, según el cual no tiene sentido impulsar las reformas necesarias en materia de política
económica, ni alcanzar un cierto grado de estabilidad a través de los indicadores macroeconómicos, si
no se atacan al mismo tiempo los problemas estructurales de la economía.
Entre las reformas estructurales necesarias para los países con baja renta, el FMI da prioridad a
aquellas que incentivan rápida y directamente la inversión y la iniciativa privada. Por eso los programas
deben estar dirigidos a promover las privatizaciones y crear un fuerte sistema bancario, en un “marco
legal de reglas ciertas”.
El espíritu de esas reformas se desprende de un marco teórico desde el cual es imposible pensar en
un crecimiento económico de perspectivas duraderas sin el libre concurso de las fuerzas del mercado. A
ellas compete la responsabilidad de promover ese crecimiento en países que están hundidos en la pobre-
za, según la visión neoliberal, por culpa de sus Gobiernos tiránicos o populistas, en los que el único mo-
delo de programación es la planificación centralizada. Son los operadores económicos privados quienes,
gracias a los incentivos que ofrece la competitividad del libre mercado, comenzarán a implementar una
asignación óptima de los recursos, para así crear dinámicas empresas exportadoras, capaces de competir
en los mercados internacionales, allí donde antes solo había ineficientes monopolios estatales.
Pero, además, la asignación eficiente de recursos, lograda con la desregulación de los mercados,
no solo producirá cambios altamente positivos en el equilibrio externo del país, sino que mejorará
también notablemente –se sostiene– el bienestar de la población, por obra de las reformas internas.
La privatización de los servicios de salud y educación permitirá a la población acceder a ellos con una
mejor calidad y menor precio, una vez que los más pobres superen su dependencia de la ayuda estatal
y comiencen a generar renta.
La realidad siempre ha demostrado que tales políticas constituyen una verdadera masacre social
contra los trabajadores y otros amplios sectores de la población.
2. Es necesario aclarar que los objetivos de la privatización van mucho más allá de las estructuras de
propiedad. Se relacionan más bien, de manera directa, con lo que planteara Adam Smith en 1776
acerca de las funciones del Estado, que puede resumirse en neutralidad respecto a la actividad econó-
mica. Toda intromisión del Estado provocará peores resultados que los que se hubiesen tenido sin su
intervención. Es por eso que, según la visión neoliberal, la privatización debe desempeñar un papel
central en los ajustes previstos por los acuerdos de reforma estructural.
En el enfoque y las políticas del FMI, una economía no puede pretender desarrollarse mientras
los sectores estratégicos –como las telecomunicaciones, la minería, la energía y el petróleo, así como
3. Llegados a este punto, conviene aclarar asimismo que en el tipo de economía de mercado que pro-
mueve el FMI, el proceso de acumulación de capital, tecnología y conocimiento no se produce en todos
los sectores, sino solamente en aquel que, según el modelo, debe ser el responsable del éxito económico
del país a largo plazo, vale decir, el sector exportador. Debe entonces el Estado tomar medidas para fa-
vorecer ese cambio estructural. Esto nos lleva al siguiente punto de análisis: la liberalización comercial.
La importancia de esta reforma estructural se deriva del objetivo mismo del ajuste, que no es sino
alcanzar la estabilidad externa en países con una enorme deuda y condiciones de permanente déficit
comercial.
En ese contexto, el proceso de acumulación debe encaminarse a la creación y fortalecimiento de
un sector exportador nacional capaz de competir a nivel mundial, objetivo que el mercado puede
alcanzar de manera natural si se le deja actuar en libertad. La primera tarea es entonces eliminar las
barreras proteccionistas y permitir así la entrada de competidores extranjeros, que ofrezcan incentivos
para aumentar la eficiencia en determinados sectores en los que el país presente una pequeña ventaja
comparativa. En consecuencia, el FMI recomienda explícitamente medidas destinadas a facilitar el
proceso de incremento de la eficiencia sectorial, a través de la eliminación de restricciones cuantitativas
a las importaciones y la disminución gradual de las licencias e impuestos de exportación14.
Con esas medidas espera el FMI que comience un proceso de transformación estructural, como el
descrito por primera vez en el siglo xviii por David Ricardo. Este análisis, bastante refinado y evolu-
cionado hoy día, presupone que la liberalización comercial incremente la eficiencia en la asignación
de recursos a través del principio de la ventaja comparada. Este principio nos dice que la economía de
un país no debe centrarse en aquella actividad que presente los mejores resultados en términos abso-
lutos, sino en la que lo haga en términos relativos, es decir, aquella que muestre un menor costo de
oportunidad con respecto a los socios comerciales.
En el caso de los países que se someten al ajuste, se afirma que la aplicación de barreras comerciales
incentiva una producción ineficiente de bienes, que sin tales barreras no estarían en capacidad de
4. Según el FMI y el BM, la mejor forma de llevar a cabo el proceso de liberalización comercial es la
unilateral. Se parte de la hipótesis de que las políticas comerciales no afectan la balanza comercial; es
decir, que los cambios en las importaciones son iguales a los cambios en las exportaciones. Al dar así
paso a la fuerte presión de la competencia externa sobre los sectores ineficientes, estos desaparecerán
rápidamente y eso liberará más recursos para su posterior utilización en el sector exportador, que
generará a su vez un crecimiento del valor agregado de la producción, elemento clave que permite al
comercio exterior transformarse en motor del crecimiento.
Otro elemento clave en el proceso de conformación de dicho sector exportador es la participación
de inversionistas extranjeros. Una de las mejores formas de atraerlos, además de la privatización, es la
liberalización financiera, que tiene por objetivo no solo facilitar los procesos de inversión, sino también
asegurar verdaderas condiciones de mercado, para así asignar eficientemente los recursos.
El FMI resalta a continuación las ventajas de esta última liberalización y de la integración a los
mercados financieros globales –desregulados–, ya que promueven una asignación más eficiente de
recursos a escala mundial. Valga entonces analizar algunas de estas afirmaciones del FMI. Respec-
to a la eficiencia, se dice que la desregulación permitirá al sistema bancario desempeñar un papel
importante. La privatización del sector bancario nacional, unida a su desregulación para posibilitar
la libre determinación de las tasas de interés por parte del mercado, creará un ambiente altamen-
te competitivo, en el que los recién privatizados bancos lucharán por mantener una determinada
cuota del naciente mercado de capitales nacionales, lo que se traducirá en una reducción de las ta-
sas de interés y una mejoría de la calidad de los servicios financieros. Gracias a una mayor pers-
pectiva de ganancia y a flujos de información más precisos, esos dos hechos incentivarán aumen-
tos sucesivos de la tasa de inversión, que a su vez favorecerán la creación de puestos de trabajo y
el crecimiento a largo plazo. Simultáneamente, la desregulación estimulará la entrada de capitales
extranjeros, que permitirán iniciar la acumulación del capital necesario para impulsar un proceso
de crecimiento.
Queda claro, así, que el factor clave en los mercados de capital es la confianza de los inversionistas
hacia el país. Para el FMI y los mercados, los auxilios y las inversiones son efectivos solamente en tér-
minos de estímulo al crecimiento, que dependerá de la calidad del marco macroeconómico. Por tanto,
es de esperar que gradualmente fluyan más auxilios e inversiones hacia los países que hayan llevado a
cabo el ajuste y en los cuales se estén aplicando las políticas “correctas”, ya que los mercados confían en
que esas medidas prepararán adecuadamente el terreno para una fase de expansión.
1. Si la evolución económica de los últimos años, en los países que han instrumentado los proyectos
y acuerdos de reforma estructural, estuviese en línea con las expectativas generadas en torno a esos
planes 20 años atrás, seguramente no existiría el debate actual acerca de la validez de tales políticas
económicas y su capacidad para generar crecimiento y lograr la estabilidad externa.
La experiencia reciente demuestra, en la mayoría de los casos, que la aplicación de las llamadas
“reformas de mercado” no solo han provocado un deterioro de las condiciones económicas, sino que
han llevado a los países a puntos de no retorno en materia de política económica y de estabilidad social,
hasta perder prácticamente toda capacidad de tomar decisiones soberanas e independientes.
Cada día son más los países que entran en lo que muchos estudiosos definen como la zona de
vulnerabilidad económica: una combinación de elevados préstamos extranjeros con alto componente
de liquidez, una tasa de cambio desfavorable y bajas tasas de inversión interna. En ese contexto, las
economías son cada vez más sensibles a eventos económicos o políticos adversos, al tiempo que dis-
minuyen las posibilidades de escapar de tal situación, como país, sin sufrir grandes costos sociales y
económicos por largos períodos.
Pero, en realidad, ¿a qué se debe que esos planes tan “bien” intencionados resulten tan malditamen-
te complicados? Nos atrevemos a suponer, en la mejor de las hipótesis, que podría ser una conjugación
de efectos no previstos de esas políticas y reformas lo que lleva a la aparición de cuadros tan graves,
sobre todo en términos sociales, como los observados. Ese hecho debería obligar a replantear o, por lo
menos, a volver a analizar la validez de algunos de los postulados de la teoría neoclásica hoy dominante.
Lo primero que se ha de mencionar es el hecho de que el sistema financiero internacional obliga
a los países a trabajar en ambientes de baja inflación y estabilidad cambiaria, cuando las realidades
estructurales y macroeconómicas no son capaces de promover tales condiciones.
¿Por qué? En general, los países que se someten al ajuste lo hacen para reconstruir sus reservas
internacionales y así poder seguir tomando parte en el comercio internacional. Esas reservas se vieron
erosionadas principalmente por dos hechos: constante déficit corriente y aumentos del servicio de la
deuda externa. De allí se deriva que la solución pasa por dos vías: una es la de incrementar el ingreso
a través de mejoras en el intercambio comercial, y la otra es la reducción de los pagos de la deuda, sea
mediante el refinanciamiento de la deuda pendiente o por default.
Como consecuencia de la forma en que se manejó la crisis de la deuda de los años ochenta, el
componente financiero del desequilibrio externo aumentó en amplia medida y se resolvió no a partir
de excedentes comerciales o de la cancelación de los saldos pendientes, sino mediante el regreso de los
2. Dicho esto, resulta claro el motivo por el cual se califica de fundamentales las políticas de baja infla-
ción y estabilidad: de hecho, es esa la única forma en que estos países pueden asegurarle rendimiento
al capital extranjero y de esa manera incentivar su ingreso, con el fin de seguir financiando los déficit
comerciales y el aumento de la deuda. Se crea así un círculo vicioso de endeudamiento y recesión que
obstaculiza la aplicación de políticas económicas que permitan sacar al país de la crisis.
Ese círculo vicioso, directamente relacionado con las políticas de desregulación y de liberalización
impuestas con el ajuste estructural, no solo no permite salir de la crisis, sino que crea condiciones
únicamente para empeorarla.
Las primeras políticas en producir tal efecto son las de estabilización económica a corto plazo y
más precisamente la brusca reducción del gasto público, la disminución de la oferta monetaria y la
estabilidad de la tasa de cambio. La combinación de estas políticas provoca un ambiente de altas tasas
de interés y perspectivas de baja ganancia, que ni aun en las mejores circunstancias generaría un creci-
miento estable y duradero. La reducción del gasto público con el fin de controlar la inflación provoca
una contracción de la actividad económica, lo que reduce el ingreso de la población y, por tanto, el
consumo futuro; se golpea así al sector productivo nacional, con el añadido de un grave empeora-
miento de las condiciones laborales y sociales en general para los sectores más desposeídos del país. Al
mismo tiempo, la contracción de la oferta monetaria provoca el alza de las tasas de interés que, si bien
favorece el objetivo de atraer en el corto plazo capitales extranjeros que permitan financiar el déficit
de cuenta corriente y reducir los índices de inflación, obstaculiza el desarrollo del sector productivo
nacional al imponer un costo prohibitivo de la inversión.
Finalmente, cuando la estabilización de la tasa de cambio se produce en presencia de altas tasas de
interés, provoca una entrada de capitales extranjeros que sobrevalora la tasa de cambio. Esta aprecia-
ción lacera la producción nacional de dos maneras: impone en la práctica un “impuesto” a las expor-
taciones, haciéndolas más caras en términos relativos –cosa que golpea al sector exportador–, y rebaja
al mismo tiempo el costo de las importaciones, con lo cual incentiva su consumo. La combinación de
estos dos factores intensifica el desequilibrio externo inicial, reforzando la necesidad de atraer nuevos
capitales para financiar el aumento de las importaciones.
3. Los efectos negativos de las políticas de estabilización se ven ya reforzados con la aplicación de las
reformas estructurales que condicionan la concesión de los préstamos.
Comencemos, por ejemplo, con la liberalización financiera. No obstante el aumento de las tasas
de interés, se produce un salto en el crédito, como consecuencia de la competencia entre los bancos
4. Continuando con el análisis, es posible ver que en la mayoría de los casos se han estabilizado los
indicadores económicos considerados como fundamentales por los mercados internacionales. Este es
uno de los argumentos que permiten al FMI defender los ajustes y afirmar que han tenido éxito,
es decir, que han logrado reducir la inflación y estabilizar la tasa de cambio en los países que se han
sujetado a los planes.
Lo que no dicen las instituciones internacionales, como el FMI y el BM, es que esa estabilización se
consigue al costo de hipotecar el futuro del país, ya que el problema básico se mantiene: el déficit co-
mercial continúa y la única forma de sostener la situación económica es, entonces, promover la entrada
de más capitales, no solo para pagar las deudas acumuladas, sino también para acrecentar las reservas
internacionales y así mantener una imagen positiva que genere confianza hacia la tasa de cambio.
Ahora es necesario explicar por qué los desequilibrios fundamentales permanecen intactos y de qué
manera se transforman en el principal impedimento para que la estabilización económica se traduzca
en crecimiento.
La causa más importante de los desequilibrios comerciales es la prematura apertura comercial.
Como ha dicho Stiglitz, no se puede ser tan miope como para simplemente esperar que se creen nuevas
5. La actual gestión liberal (y por consiguiente neoliberal) de la economía se basa en los principios de la
austeridad preventiva y del rigor de la política monetaria. La experiencia nos muestra que, en lugar
de austeridad preventiva, es justo lo contrario, y es la eficacia de ese contrario lo que demuestra la
ineficacia de la austeridad. La teoría neoliberal afirma que los déficit preventivos, en razón de un efecto
de desplazamiento (el Gobierno absorbe una proporción mayor de recursos para financiar el déficit),
reducen la inversión, y con ello el empleo y el crecimiento de la economía. Pero la experiencia nos
enseña, por el contrario, que los países con mayores déficit son también los que logran los mejores
resultados económicos generales y en materia de ocupación: la política de enormes déficit ha sido,
por ejemplo, sostén principal del crecimiento norteamericano durante la última década. El motor
6. Todos los fenómenos citados –reducción del gasto, contracción monetaria, liberalización comercial
y financiera– llevan irremediablemente a una caída de la actividad económica, salvo que se le evite
mediante un aumento del endeudamiento. Puede producirse, entonces, un crecimiento basado en tal
endeudamiento, más que un crecimiento de las exportaciones, un crecimiento endógeno y compatible
con el equilibrio de las principales variables macroeconómicas. En tales casos, el incremento de la
deuda solo provocará el reforzamiento de las medidas destinadas a atraer capitales, hasta crear así
para el país una situación todavía más desfavorable frente a sus acreedores, cuando llegue el inevitable
momento del colapso.
Un defensor de las políticas de ajuste podría decir que esa caída de la actividad económica es buena
para el equilibrio externo del país, y por tanto contribuye al éxito del ajuste, gracias principalmente
a la presión que esto genera sobre los precios internos, lo que favorece tanto la competitividad de las
exportaciones en los mercados internacionales como la reducción de las importaciones por la caída del
ingreso. Pero ese sistema de ajuste no funciona en las economías que implementan también la libe-
ralización financiera, ya que –como se ha mencionado– los flujos financieros superan por mucho los
flujos provocados por la actividad comercial y, de esa manera, permiten el financiamiento del déficit;
7. Regresando al tema anterior, cuando esa caída de la actividad económica se produce, se deriva
una serie de consecuencias que aumenta la presión sobre el país –no solo por parte de los mercados
internacionales, sino también del organismo financiero internacional– para inducirlo a adecuarse a las
condiciones impuestas al momento de la concesión del financiamiento.
La recesión conlleva, naturalmente, una fuerte disminución de los ingresos fiscales, como conse-
cuencia de la caída de la renta. El problema reside en el hecho de que el FMI no le presta atención al
déficit fiscal estructural, sino al dinero contante, por lo que presiona a los países para que lleven a cabo
reducciones del gasto y aumentos impositivos, con el objetivo de alcanzar el equilibrio fiscal. En un
contexto recesivo, esto se traduce en políticas que exacerban la recesión inicial.
Aun así, y debido principalmente a que la inflación y la tasa de cambio se mantienen estables, la
entrada de capitales sigue golpeando directamente los fundamentos económicos del país.
Esos flujos tienen por lo general tres posibles destinos: el primero es la adquisición de empresas
públicas y sectores económicos estratégicos, recientemente abiertos a la inversión extranjera; el segun-
do es la compra de títulos de deuda emitidos por el Estado para financiar el déficit, y el tercero, el
financiamiento de la deuda privada. En este último caso, el endeudamiento externo se ve incentivado,
en particular, por el spread existente entre las tasas de interés externas e internas y por las condiciones
generadas por la liberalización financiera, que facilitan el endeudamiento de las empresas en el exterior.
Este último aspecto adquiere especial relevancia en el momento en que explotan las crisis, ya que
los rescates organizados por el FMI están encaminados, precisamente, a salvar los préstamos “malos”
otorgados por los grandes bancos internacionales en los llamados mercados emergentes. Es decir que
al final son los contribuyentes, en su conjunto, quienes deben pagar por la imprudencia y excesiva
confianza del sector bancario internacional.
El hecho de que se afronten los déficit de cuenta corriente con crecientes entradas de capital, lleva
a reforzar las condiciones que favorecen la entrada de capitales. A medida que aumenta el papel de los
agentes privados externos en la economía, aumenta también su aversión al riesgo.
Esa aversión pasa a reflejarse en un aumento de las tasas de interés que el país se ve obligado a
pagar en los mercados internacionales. A estas alturas, las autoridades han perdido ya el control de la
política económica de su país, que se encuentra completamente indefenso ante cualquier shock exter-
no: lo único que queda por hacer es reforzar las medidas recesivas y mantener la credibilidad de los
mercados internacionales, en la esperanza de que la balanza corriente empiece a mostrar créditos como
consecuencia de la misma recesión. Así, aunque la economía comience a mostrar excedentes en cuenta
corriente, los saldos no serán suficientemente grandes para poder pagar al menos las obligaciones a
corto plazo.
Al final, el encargado de poner la lápida sobre la tumba de la economía es la tasa de interés. Como
hemos dicho, el proceso de ajuste aumenta considerablemente el papel de las finanzas en las relaciones
exteriores.
En el caso más específico del gasto público y como consecuencia del constante endeudamiento del
Estado en los mercados nacionales e internacionales, la parte de ese gasto que se destina al pago de la
deuda sufre consecutivos aumentos, hasta alcanzar un peso determinante.
8. Por todo ello, el FMI es el responsable directo de las catástrofes económicas y sociales, ya que por
un lado apoya medidas de reducción del gasto y control de la oferta monetaria en contextos de libe-
ralización financiera y comercial, que no reducen ni el déficit fiscal ni el desequilibrio externo, y por
el otro hace aumentar la tasa de interés, con lo que crecen también las obligaciones del país y se torna
imposible salir de la crisis.
El momento clave y culminante del proceso de caída lo marca la reducción de las reservas inter-
nacionales. Esto golpea la confianza de los inversionistas internacionales hacia el esfuerzo del país por
mantener estable la tasa de cambio y hacia su capacidad de hacer frente a las obligaciones a corto plazo
sin tener que recurrir al refinanciamiento de la deuda.
Al final del ciclo, el país termina con una deuda mayor, mayor dependencia y por tanto mayor
vulnerabilidad externa, con un Estado ya incapacitado para hacer frente a las necesidades básicas de la
mayoría de la población y un sector productivo nacional que ha quedado fuera del mercado.
Las contradicciones que surgen durante la aplicación del proceso de ajuste llevan al fracaso de sus
objetivos.
9. Así que ahora nos preguntamos: ¿qué lecciones pueden sacarse de la aplicación de los planes de
ajuste, cuáles son sus grandes defectos, los que al final terminan por transformarse en la razón de su
fracaso? (Davies, 2003: 6, 12).
En primer lugar, el hecho mismo de enrostrar al Estado y a las políticas públicas la culpa de los
desequilibrios externos. Como se ha precisado, el problema no radica en reducir el déficit público para
lograr ese equilibrio, lo que puede llegar a ser una condición necesaria pero no suficiente, sino que pasa
más bien por crear condiciones que permitan liquidar las existencias y activar finalmente las capaci-
dades productivas del país, para así alcanzar resultados positivos en cuenta corriente de la balanza de
pagos. Al contrario de lo que esperan los organismos financieros internacionales, las reformas estruc-
turales que promueven la reducción del peso económico-productivo del sector estatal no favorecen el
equilibrio externo. Y no pueden favorecerlo porque el sector público debe desempeñar un papel clave
al momento de promover políticas nacionales que permitan superar las carencias productivas.
En realidad, con la aplicación de las reformas lo que se favorece es la destrucción de los sectores
productivos de los países que se someten a ellas, al tiempo que se crean ambientes recesivos en los que
desaparece la protección del Estado a los sectores claves de la economía. En tal forma, la única salida
que queda es la aplicación de una política económica activa, que impulse el reforzamiento del sector
productivo nacional y la recuperación económica, para buscar a través de esta última un aumento de
los ingresos que permita a largo plazo amortizar el déficit.
En segundo lugar, se hace necesario analizar más profundamente el hecho de que actualmente no
es el déficit público el responsable del efecto de frenado macroeconómico, como sostiene la teoría
1. El gran crecimiento de los países industrializados en los años cincuenta y sesenta estuvo acompañado
por una declinación gradual de la importancia de los países en vías de desarrollo (PVD). La parte
que correspondía a estos en las exportaciones mundiales cayó de 31,1% a solo 18,4% entre 1950 y
1973. También la exportación de productos industriales de los países de la OCDE hacia la periferia
declinó de 1955 a 1979, al pasar de 33% a 19%. Hasta las empresas multinacionales perdieron interés
en los PVD: si antes de la Segunda Guerra Mundial todavía transferían hacia ellos cerca de 50% de
las inversiones directas, durante los años setenta ese porcentaje descendió a 25%. Esta tendencia a la
marginación parecía golpear en una misma dirección a todos los países subdesarrollados.
Con el advenimiento de la crisis mundial comenzaron a manifestarse tendencias diversificadas en
algunas áreas: OPEP, nuevos países industrializados (Corea, Taiwán, Hong Kong, Singapur, México,
Brasil y Argentina). En los años ochenta, prácticamente en la totalidad de los países de la periferia, las
2. Por último, la observación más relevante con respecto a los planes de ajuste estructural es que no se
puede –ni se debe– pasar fácilmente de las recomendaciones de política económica subyacentes en un
modelo teórico a su aplicación en el mundo real.
Aunque obviamente hayan sido elaborados con el propósito de crear instrumentos confiables de
trabajo para los responsables de la política económica, estos modelos solo son capaces de explicar el
comportamiento de ciertas variables en determinadas y muy específicas circunstancias. Así, la sola
existencia de diversos fenómenos institucionales, sociales y políticos, que varían en los diferentes países
del mundo, desaconseja la formulación de modelos que permitan recomendar una serie de políticas
“correctas” para todos y cada uno de los casos.
En realidad, es necesario aclarar que no existe tal cosa como una política universal, unívoca y co-
rrecta. Cada país debe buscar de manera soberana y según su propia vía democrática, independiente y
— notas —
1 Sobre este tema, cfr., por ejemplo, Martufi, Vasapollo (2000a) y Vasapollo, Casadio, Petras, Veltmeyer (2004).
4 Sobre estos temas se hará frecuente referencia, también en lo que sigue, a Martufi, Vasapollo (2000a) y Arriola, Vasapollo
(2004; 2005).
6 Para profundizar críticamente en la naturaleza y las funciones del FMI, se pueden leer Pala (1996) y Donaher (2005).
8 Para una crítica de esta teoría y otras tesis sobre el intercambio desigual, de origen neomarxista y tercermundista, cfr. Orati
(2003).
9 Una crítica de matriz marxista a esta concepción la encontramos en Herrera (2004: 136-140).
10 La Nike no vende ya zapatos, ha escrito alguien, sino “emociones”, estilos de vida, tendencias, pertenencia. Sobre este punto
11 La joint venture puede ser contractual o societaria. En el primer caso, las empresas interesadas, que mantienen su autonomía
económica y jurídica, suscriben un contrato de colaboración con límites de tiempo; en el segundo, se constituye en cambio
una nueva sociedad de capitales. Puede haber, entonces, joint ventures con adquisición de participaciones internacionales, con
creación de una empresa en un tercer país, con creación de una sociedad mixta con un socio local público o abierta a socios y
accionistas privados.
12 Baste hacer referencia a lo que está siendo del África septentrional integrada a los acuerdos internacionales de la Euromed*.
13 Para algunas de las consideraciones sucesivas, cfr. Arriola (1992: 627-644; 1993: 3-28).
14 Hay solo un pequeño detalle que los economistas neoliberales del FMI no toman en cuenta para la elaboración de sus recetas
(que, por otra parte, son prácticamente iguales para todos los países –como si cada uno no fuese una historia aparte–, lo cual
dice mucho de las metodologías que utiliza): la historia económica, que nos enseña que ningún país ha logrado nunca desarro-
llar sectores productivos enteros abriendo indiscriminadamente sus propias fronteras. Por el contrario: fue solo con cautelosas
medidas proteccionistas que los grandes países capitalistas –como Inglaterra–, luego convertidos en campeones del liberalismo,
lograron niveles tales de producción y productividad que les permitieron enfrentarse sin temor a la competencia externa. Sobre
estos temas, cfr. Chang (2002; 2003).
* (n.t.) Acuerdo de la Unión Europea para la cooperación con los restantes países de la cuenca mediterránea, suscrito en 1995.
2. La metamorfosis del trabajo, el cambio de la prestación laboral en los últimos 25 años, ha puesto en
evidencia la superación de la organización taylorista-fordista, para dar paso a una fase caracterizada por
el modelo de la acumulación flexible. Como se ha visto repetidamente en este texto, es justamente el
proceso de transformación socioeconómica del trabajo lo que determina las líneas maestras del actual
contexto económico-social, las nuevas formas que asumen los modelos de la economía capitalista.
A pesar de que hasta los momentos no se ha delineado todavía una convincente y definitiva lectura
de la sociedad actual, el contenido de la transformación económica en curso pone en evidencia que ha
cambiado tal vez la esencia del trabajo y con seguridad su organización. Emergen, ciertamente, nuevas
funciones, nuevas figuras económicas y sociales que son todavía objeto de estudio y que, seguramente,
no tienen ya nada que ver con las fases económico-sociales inmediatamente anteriores, pero en las
que se identifica siempre una centralidad del trabajo asalariado y se evidencian así los típicos víncu-
los de subordinación, característicos de la relación capital-trabajo en el clásico modo de producción
capitalista.
La realidad económica está en rápida e ineludible evolución, pero tiende a hacer más notoria la línea
de demarcación entre el capital-propiedad y una clase trabajadora3 que se ve cada vez más precarizada
y flexibilizada no solo en su vida laboral, sino en todo el vivir social, en tanto se reducen más y más las
formas redistributivas de la riqueza y los mismos márgenes de vivencia social, política y cultural, en sus
más amplios sentidos.
Resulta así esencial el análisis de la organización del ciclo productivo, de las características del
tejido productivo y social, de las relaciones entre las áreas internacionales, de la estructura económica
3. Si la teoría marxista del valor-trabajo –y por tanto la teoría de la explotación de una clase por otra–
es válida, entonces el proletariado persiste hoy en los países de capitalismo maduro. Es precisamente la
cientificidad de la teoría marxista lo que nos permite ir más allá de la superficie. Hoy el proletariado no
solo existe todavía, sino que está en franca expansión por todo el mundo. Solo que esa difusión implica
diversificación, no homogeneidad de formas y subjetividades.
Si el elemento fundamental para definir al proletariado es el de constituir la clase social privada de
medios de producción y, sobre todo, de los productos de su propio trabajo (Bordiga, 1980), entonces
hoy podemos perfectamente sostener la tesis de su supervivencia y “renacimiento”. La clase trabajadora
solo puede ser entendida como un todo y no contraponiendo unos trabajadores a otros o promoviendo
formas diversas de exclusión (basadas, tal vez, en infundados criterios acerca de “subjetividades par-
ticulares” en la nueva composición de clase, que se consideran exclusivas de unos y no comunes a los
demás).
Hay al menos dos características fundamentales e inmediatamente perceptibles que objetivamente
uniforman al proletariado mundial de nuestros días: la salarización a destajo, difundida ya a escala
planetaria bajo una miríada de formas diversas (hay un auténtico retorno al sistema salarial del siglo
xix) y la creciente precariedad de las posiciones laborales, lo que comporta precariedad de derechos, de
prevención, de pensiones… y de vida.
Las funciones del sujeto del trabajo –y del no trabajo y del trabajo negado– son actualmente di-
versas en los diversos modelos de capitalismo, porque diverso es también el punto de observación que
influye y regula las relaciones entre empresa y sociedad. Con todo, es ya prominente que el interés
general de los trabajadores debe ser el mismo de la cultura de empresa, materializada a través del papel
del capital intelectual homologado, en un modo de producción capitalista que se centra en la explota-
ción del trabajo asalariado, bajo las diferentes formas en que este se presenta hoy día. Esto presupone la
desocialización de la propiedad privada y su concentración cada vez mayor, lo que a su vez determina
la destrucción de todo vínculo social como condición de trabajo libre, hasta hacer que la fuerza de
trabajo se pueda presentar en el mercado como mercancía con escasa capacidad contractual, flexible,
precarizada, dispuesta a todo. Un trabajo diferente, pero cada vez más subordinado y explotado: la
nueva forma del trabajo asalariado subordinado, antes que trabajo autónomo o liberado.
4. Pero es cada vez más cierto que mientras más se capitaliza el trabajo, mientras más se desarrolla el
capital y el trabajo se convierte en capital, tanto más se convierte el trabajo vivo en antagonista de tal
desarrollo. Cuanto más se presenta el capital como creador de ganancia –vale decir, como fuente de la
riqueza, independientemente del trabajo–, más aún se extraña socialmente el trabajo de las modernas
NUEVA COMPOSICIÓN DEL MUNDO DEL TRABAJO Y CONSTRUCCIÓN DEL BLOQUE SOCIAL ANTICAPITALISTA
635
formas del desarrollo capitalista. Y como lo subraya Marx, la determinación antagónica del trabajo es
inherente a la duplicidad de la ley de la tasa de ganancia. Si de un lado la ganancia es ferocidad en la
utilización y en el aumento de la masa de trabajo vivo, por otra parte choca con las condiciones de su
propia producción.
La tendencia al aumento de la ganancia se evidencia inmediatamente en el trabajo vivo directa-
mente explotado, aun con su innovación y creatividad; pero, al mismo tiempo, la tendencia a la caída
de la tasa de ganancia identifica la voluntad antagónica, aun si no siempre organizada, del trabajo vivo
contra el poder del capital.
Al analizar la contradicción entre la base de la producción burguesa (medida de valor) y su de-
sarrollo, se explica cómo el sistema mismo crea las condiciones de su propia destrucción. Por esta
razón puede Marx demostrar que la riqueza efectiva se hace menos dependiente del tiempo de trabajo
inmediato que cuesta su producción, con el que no conserva relación alguna, pero sí depende, todavía
más, del estado general de la ciencia y del proceso tecnológico, o de la aplicación de la ciencia a la
producción (Marx 1976, tomo II: 228).
En estas condiciones, el trabajo ya no se muestra aprisionado en el proceso de producción, sino
que el hombre aparece como supervisor y regulador de la producción. Hay un pasaje de Marx que
sintetiza su pensamiento y que al mismo tiempo refleja la tendencia de la producción mecanizada
como antecámara para el nacimiento de nuevas relaciones sociales y, por tanto, para el desarrollo libre
de la individualidad (Marx 1976, tomo II: 228-229).
Visto desde las circunstancias actuales, lo dicho hasta ahora nos confirma el fundamento metodo-
lógico y conceptual del pensamiento de Marx para la explicación del carácter endógeno del progreso
científico-técnico del capitalismo. El eje del análisis marxista se mueve en torno a la producción de
plusvalía, que constituye el objetivo del sistema.
Para Marx, la reducción del tiempo de trabajo inmediato es resultado del papel de las máquinas en
estas nuevas condiciones de producción capitalista. Expresado en el lenguaje de hoy, se hace referencia
a productos tangibles. En la época de Marx no existía lo que hoy llamamos recursos o productos
intangibles (venta de conocimiento-mercancía). No obstante, esto nos deja una importante reflexión,
que nos confirma que el capitalismo medirá siempre el contenido de su riqueza a partir del tiempo de
trabajo como creador de valor, para conservarlo y lograr su autocrecimiento.
5. Esta aclaración de Marx es de máxima importancia para comprender en qué medida es válida –o
no– para exponer la idea del valor del conocimiento o su precio. El conocimiento, entendido como tra-
bajo que se fija en un determinado producto tangible, no tiene valor, ni como precio ni como trabajo.
Por ese motivo, al hacer referencia a lo que hoy denominamos economía del conocimiento, sería
más exacto decir que el conocimiento crea valor y lo incluye en el producto, pero el conocimiento
en sí mismo no tiene valor. Luego, la discusión se concentra en cuándo el producto que se vende es
conocimiento.
Para la teoría marxista, el estudio del conocimiento como creador de valor es un importante desa-
fío, que requiere una mayor profundización.
El desarrollo exponencial de la comunicación desviante pone en evidencia, de manera exasperante,
el carácter de separación, indiferencia y soledad previsto por el sistema capitalista posfordista-taylorista,
en el cual el desarrollo es funcional a una producción de carácter individual; es decir, a un falso trabajo
6. En la sociedad actual todo gira en torno al recurso comunicación, devenida en piedra angular para
la homologación social a través del control y el dominio de la cultura y de las mentes.
En el mercado de trabajo, el trabajo de las mentes –es decir, el que se busca y se ofrece, el que se
tiene y no se tiene– existe desde tiempos relativamente recientes. Es resultado de un proceso histórico
que, aunque se inició con el capitalismo manufacturero y ha avanzado con ritmos y formas diversas
según el país donde se cumple, está siempre basado en la “compra-venta” de trabajo (cada vez más
intelectual) y en su consideración como mercancía que se mide en horas, como mercancía “fuerza de
trabajo”, sobre cuya explotación se sostiene el modo de producción capitalista. Esto se basa cada vez
más en el dominio de las mentes, en la cooptación de las intelectualidades: dominio también en el pla-
no de la propia identidad individual, que fundamenta en las formas sociales capitalistas su realización
en el trabajo, de manera que carecer de este, más que una pérdida económica, es visto como pérdida
de la identidad social, como pérdida del sentido de la vida.
En el caso del conocimiento, por otra parte, el proceso de acumulación presenta un rasgo peculiar:
la ciencia y la tecnología, en todas sus formas, solo se incrementan a partir de conocimientos ante-
riores, que constituyen la base para nuevas conquistas. El conocimiento, entonces, reúne no solo las
características de recurso que se consume en los procesos productivos, sino también las de “capital de
inversión”, útil para crear nuevo valor (Foray, 2006: 84).
Un importante cambio en la función empresarial es, pues, el que ha sido ocasionado por la evolu-
ción de las informaciones, por el papel que asume el capital de la abstracción en función del control del
trabajo (el intelectual en particular), de la inteligencia social, de las capas intelectuales disponibles para
la homologación.
La importancia del capital información se deriva del hecho de que toda unidad o persona que esté a
cargo de las decisiones en la empresa, necesita buscar, adquirir y elaborar informaciones para adelantar
una gestión económica equilibrada, al tiempo que controla la inteligencia social y la conflictividad
de clase. La empresa, al insertarse en mercados cada vez más complejos y dinámicos, debe producir
y transmitir flujos informativos de calidad cada vez mayor, en paralelo con la intensificación de la
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637
complejidad ambiental y con el crecimiento de las formas que potencialmente asume el antagonismo
social, incluso en la reivindicación del tiempo libre del trabajo asalariado, el tiempo de reapropiación
del modo de ser y de vivir social.
Se desarrolla al mismo tiempo un capital intelectual completamente sometido que, con la excusa de
satisfacer los deseos no expresados del consumidor, se las ingenia exclusivamente para crear y mantener
un clima de opinión favorable a los ideales y valores de empresa. Con ese objetivo, si bien procura y
consigue diferenciarse de la competencia, asume unitariamente la transmisión del estilo de vida reque-
rido por el modelo capitalista del pensamiento único. Se ejerce así el totalitarismo de la comunicación
estratégica desviante sobre las mentes y se define el papel del capital intelectual homologado.
Se deriva de allí que todo el movimiento de la economía capitalista es impulsado por la valorización
del capital; y es en la competencia capitalista que asumen significado y se materializan la lucha de
clases, las regulaciones institucionales y los acomodos intratécnicos e intertécnicos.
La expresión “sociedad del conocimiento” es ambigua por su contenido. Todo conocimiento se
produce en la sociedad y esta última, a su vez, está determinada por relaciones de producción que deli-
mitan sus objetivos. Por tanto, el conocimiento no es neutral, no existe en abstracto. Así como la actual
desigualdad en la distribución mundial de la riqueza se deriva directamente del modo de producción
capitalista, otro tanto ocurre con el acceso al conocimiento y a su utilización.
9. Por ejemplo, la integración entre los países de la Unión Europea ha permitido a las grandes empresas
encontrar mano de obra a bajo precio dentro de ese mismo mercado, sin tener que deslocalizar exce-
sivamente sus producciones fuera del continente. Las mismas diferencias todavía existentes de un país
a otro, en lo que corresponde a servicios sociales (asistencia a las familias, por ejemplo, o las diversas
formas de ingreso mínimo, garantizado solo para los niveles de pobreza absoluta), hacen comprender,
1. La demanda de trabajo –que es la ocupación, incluido el autoempleo– está determinada por el nivel
de inversión y de trabajo que se requiere para poner a funcionar las máquinas. Un rasgo de la economía
capitalista es que la demanda de trabajo es siempre inferior a la oferta. Por eso la desocupación es una
característica permanente del funcionamiento del sistema.
Los cambios en las actividades laborales y en la estructura del empleo corresponden a cambios
generales en la sociedad, como expresión de un nuevo modo de desarrollo capitalista, y también a
cambios específicos relacionados con una nueva senda en el proceso de acumulación nacional. La
evolución de las estructuras de empleo en los países centrales está dominada por una tendencia secular
al aumento de la productividad del trabajo, que constituye su característica económica más específica.
Las diferentes actividades del proceso de producción, distribución y gestión están estructuralmente
vinculadas con el objetivo de alcanzar los incrementos pautados de productividad. Este aspecto común
se mantiene actualmente, pero adquiere formas muy distintas según la posición que ocupa cada eco-
nomía en particular en la estructura global.
A medida que avanza el proceso de globalización neoliberal, deben continuar diluyéndose las fron-
teras económicas, entre ellas las que separan las condiciones de vida y de trabajo de algunos países con
respecto a otros. La unificación del mercado de trabajo a escala mundial deberá significar, en algún
momento, la igualación de las condiciones de los trabajadores en todo el mundo. Eso probablemente
lleve a un ulterior deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores en los países desarrollados
y a un mejoramiento relativo en los países subdesarrollados, que se incorporan a la nueva división
internacional del trabajo.
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639
2. La libre movilidad de la fuerza de trabajo es un mito, ya que el capitalismo no puede funcionar sin
mecanismos de coerción de sus trabajadores, como la desocupación, la precarización o las diferencias
de remuneración en función de características que muchas veces son solo un distintivo de estatus
social, pero no un factor vinculado realmente a la productividad (producen lo mismo un albañil y un
ingeniero, pero el primero recibe un salario muy inferior; es igual la productividad de un maestro de
escuela elemental que la de un profesor de liceo, pero la remuneración es diferente; la especialización
es la misma en un psicólogo y en un abogado, pero este tiene mayores ingresos que aquel, etcétera).
La unificación del mercado de trabajo se enfrenta también a diferencias culturales, de idioma, de
clima, etcétera, que impiden que las condiciones de los trabajadores de un mismo sector de la produc-
ción sean iguales en diferentes países o, incluso, regiones de un mismo país (piénsense, por ejemplo,
en el norte y el sur de Italia misma).
No hay posibilidad alguna de lograr la unificación del mercado de trabajo igualando a todos con
las condiciones de los trabajadores de los países desarrollados, puesto que los recursos existentes en el
planeta no podrían soportar esos niveles de consumo. Y esa es otra gran contradicción del desarro-
llismo capitalista: el consumismo universalizado contradice los niveles de sustentabilidad ambiental y
de recursos.
Especialmente en los países ricos, este proyecto solo se puede llevar a cabo mediante una verdadera
contrarrevolución social, que elimine en los Estados nacionales toda traza de poder de los trabajadores.
Todo sería posible si se elimina completamente la democracia en esos países. Esto solo puede lograrse
mediante profundas convulsiones sociales, que transformarían las guerras mundiales del siglo xx y la
lucha contra el fascismo en una pelea de niños.
Por todo esto, es bastante improbable que la globalización neoliberal pueda alcanzar su plena for-
ma. Aquí surge otra fuente de contradicciones, ya que un sistema basado en la emulación y en la pro-
mesa de recompensa no puede permitir que estas se muestren ilusorias, pues de inmediato comienza a
generar en su seno mecanismos de resistencia, que debilitan su capacidad de reproducción como forma
social hegemónica.
Las tres formas permanentes de sobrepoblación, tal como las expone Marx en El Capital, resultan
muy útiles para explicar la dinámica actual de la desocupación en países de capitalismo maduro, como
por ejemplo España e Italia:
a) Sobrepoblación fluida, vinculada a los altos y bajos de los ciclos de producción, medida por la
expulsión y atracción de trabajadores en el proceso de producción.
b) Sobrepoblación latente, en forma de población trabajadora no incluida actualmente en la oferta
de trabajo, como la sobrepoblación en áreas rurales o la población migrante.
c) Sobrepoblación estática-estancada, que es parte de la población trabajadora con condiciones
muy irregulares de empleo, como los trabajadores temporeros o a tiempo parcial. En las actuales
condiciones, la forma estática de la sobrepoblación está creciendo muy rápidamente en los
países centrales. Marx describe tres grupos dentro de esta categoría:
– Personas en condiciones de trabajar: actualmente jóvenes, inmigrantes y, en algunos casos, mu-
jeres potencialmente incorporables a la oferta de trabajo.
– Huérfanos y niños pobres: este grupo, muy numeroso en los países periféricos, se ha convertido
en un estrato muy reducido en los países desarrollados, gracias a lo que queda de los sistemas de
La ley general y absoluta de la acumulación capitalista explica cómo el ejército industrial de reserva
incrementa al mismo tiempo el volumen absoluto de la clase trabajadora y la fuerza productiva de su
trabajo. Así como en la fase expansiva de los años cincuenta y sesenta aumentaron simultáneamente
el volumen relativo de ese ejército y la riqueza social –y por tanto el capital operativo–, hoy sus filas
crecen en los países centrales con la incorporación de inmigrantes a la población activa. Actualmente,
el volumen relativo de su número se expande así con fracciones de la población local.
3. La evolución de las actividades laborales y de la ocupación en países del centro como, por ejemplo,
Italia y España, es un buen indicador de cómo se manifiestan las asimetrías en la interdependencia de
la economía global.
En primer lugar, el rápido proceso de reducción de la fuerza de trabajo en las áreas rurales, acelerado
en años recientes, difiere de procesos similares en otros países europeos por la brevedad del lapso en
que se produce esa reducción masiva y genera problemas adicionales que golpean negativamente el
crecimiento de la productividad. Un ejemplo opuesto, a este respecto, es Portugal, donde, en ausencia
de un rápido proceso de industrialización, el mantenimiento de las estructuras agrarias se traduce en
una menor incidencia de las tasas de desocupación.
En segundo lugar, el incremento de las actividades inmateriales no se concentra en los servicios
para la producción, que son los estratégicos en la nueva economía global. En Gran Bretaña, Estados
Unidos o Francia, la ocupación en este tipo de servicios se duplicó entre 1970 y 1990, hasta llegar a
10%-15% del empleo total, mientras en España, por ejemplo, abarca solo 5%. Los servicios sociales
han aumentado en los últimos años, pero la ausencia de un sistema desarrollado de protección social
los mantiene en un reducido nivel de ocupación relativa. Los servicios de distribución, fragmentados
y con un bajo nivel de centralización, requieren una fuerza de trabajo de bajo perfil. Solamente los
servicios personales, con escasa incidencia en la productividad, mantienen una elevada repercusión en
la creación de puestos de trabajo.
Los costos unitarios de la mano de obra, que reflejan estadísticamente la relación entre la evolución
de la productividad y el salario medio, brindan también cierta información políticamente relevante
acerca de la evolución de la correlación de fuerzas. Se puede observar, por lo que respecta a los seis
principales países de la escena capitalista mundial (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia y
Gran Bretaña), que los aumentos de los costos unitarios de la mano de obra se mantuvieron contro-
lados entre fines de los años sesenta y mediados de los setenta. Pero aun así, la evolución reciente de
NUEVA COMPOSICIÓN DEL MUNDO DEL TRABAJO Y CONSTRUCCIÓN DEL BLOQUE SOCIAL ANTICAPITALISTA
641
esos costos refleja, más que las disparidades de productividad media entre Estados Unidos y Europa, la
imposibilidad de hacer soportar a los trabajadores de los países desarrollados, en su conjunto, el costo
de generar los recursos para una nueva oleada de centralización de la riqueza mundial.
Por el contrario, la relación entre la tasa de crecimiento de la economía y las tasas de interés a largo
plazo, como referencia de la tasa de ganancia del capital financiero, muestra un marcado contraste
entre antes y después de 1980. Anteriormente, la economía crecía a un ritmo superior a la tasa de
interés a largo plazo. Esa relación se invierte bruscamente a partir de 1980; es decir, con la afirmación
de las políticas neoliberales. Desde entonces, la existencia de algunas tasas de interés superiores a los
índices de crecimiento del PIB pone en evidencia que una parte creciente del producto social se está
desplazando hacia el capital financiero, en lo que no es sino una centralización de recursos –en forma
de dinero– en este sector.
Ese capital financiero es el arma que usa el capital para imponer sus reglas del juego. Así, en la me-
dida en que los propietarios del capital financiero y del capital productivo no son las mismas personas
–o, en general, los mismos sujetos económicos–, esta lógica de funcionamiento de la globalización, en
detrimento de la producción y en beneficio de las finanzas, puede generar importantes contradicciones
entre las multinacionales capitalistas, que se reflejarán en el terreno político y social.
4. Otro factor que explica en parte los elevados niveles de desocupación estructural en España e Italia,
con respecto a la Unión Europea, es el proceso de construcción del ejército industrial de reserva. Una
de las complejidades del actual proceso de globalización neoliberal es la obligación impuesta a la clase
obrera de mantener su reproducción en el marco de las economías nacionales, hasta tanto se forme un
ejército industrial de reserva global.
Durante los años de expansión económica, ese ejército se completó en los países centrales con
población obrera inmigrante. Estos sustituyeron a la desaparecida población rural en la función de
completar la sobrepoblación relativa, necesaria para compensar el latente exceso de demanda de fuerza
de trabajo. Estados Unidos desarrolló un más sofisticado sistema estructural de utilización de la pobla-
ción migrante para ese fin, al incluir en ese sistema la fuerza de trabajo de alta calificación.
El proceso de reproducción de la fuerza de trabajo siguió en Europa central un camino similar,
sobre todo para los sectores de baja calificación.
En los años ochenta se produce un cambio hacia una mayor proporción de “contenido local” en el
ejército industrial de reserva. La situación agrava el problema de la desocupación en España e Italia,
tradicionalmente países con sobrepoblación relativa por las necesidades de valorización del capital y
que antiguamente encontraban en la emigración una válvula de desahogo, ahora cerrada.
La acumulación de capital se tradujo, por una parte, en crecimiento económico, y por otra, en mo-
dificación de la composición técnica del capital, con una tendencia al incremento de la composición or-
gánica (es decir, en la práctica, de la maquinaria empleada por unidad de trabajo). En la medida en que
el cambio técnico es más acelerado que la tasa de acumulación, el resultado será una reducción de los
requerimientos de trabajo. En términos estadísticos, se trata de la relación entre el crecimiento de
la productividad y el del producto: todo aumento de la productividad que sea mayor que la tasa
de aumento del producto se traducirá en una reducción del empleo. Pero en una economía abierta
la estabilidad de la ocupación no depende solamente de esta relación nacional entre productividad
y crecimiento.
6. La introducción de la producción con bajo contenido de trabajo ejecutivo no elimina el interés de los
grupos del gran capital, así como de la pequeña empresa, por los lugares de producción deslocalizados
y con bajo salario: simplemente los impulsa a buscar bases importantes más cerca, en las vecindades
de los polos productivos tradicionales. Estos últimos siguen ofreciendo a la acumulación capitalista
una combinación difícilmente igualable, en tanto que concentración de consumidores solventes, con
NUEVA COMPOSICIÓN DEL MUNDO DEL TRABAJO Y CONSTRUCCIÓN DEL BLOQUE SOCIAL ANTICAPITALISTA
643
frecuencia de alto ingreso; zonas, vale decir, de libre intercambio, con sistemas productivos caracte-
rizados por determinados tipos de especialización, susceptibles de ser explotadas mediante intensos
procesos de externalización de partes del ciclo productivo que son de bajo valor agregado. Se trata,
en fin, de zonas que se distinguen por la movilidad total de mercancías y capitales y por una marcada
flexibilidad en las formas de trabajo y en los salarios.
Son estas las áreas impulsoras de la economía en la Unión Europea, donde el movimiento hacia la
integración ha signado y reforzado muchas variables, pero con excepción de las relativas a los salarios,
a las condiciones de trabajo y a la seguridad social. De hecho, existen evidentes diferencias salariales
entre países y entre regiones de la Unión Europea, y el fundamento de tales diferencias se halla no
tanto en la productividad como en la desregulación de la relación salarial, en función de la nueva
acumulación posfordista.
La desaceleración del desarrollo económico durante estos últimos 25 años –causa de un fuerte
crecimiento del desempleo– ha hecho que se incrementen desmesuradamente los niveles de presión
fiscal. Los trabajadores, en particular, han advertido acerca de las consecuencias de ese incremento, en
tanto que no se ha querido aumentar la tributación del capital, con el argumento de que los capitales
son cada vez más móviles y convergen hacia los países en los que el costo del trabajo es muy bajo.
Esto es así porque la actual situación económica se caracteriza por una globalización financiera y
una competencia económica muy fuerte y dura, que en el plano global hace que cada país procure
aumentar la productividad mediante la reducción de los costos del trabajo. En la mira están ahora los
salarios, los aportes sociales y el sistema social en su conjunto. El capital cancela el Estado social como
compromiso y amortiguador social, para hacer prevaler una política monetarista neoliberal; es decir,
una política de mercado puro, que tiene cada vez menos contenidos regulatorios. Las exigencias del
capital privado, de la riqueza no reinvertida ni redistribuida, son lo primero que se respeta, y en el
centro de las actividades políticas –además de las económicas– está el crecimiento de la ganancia de
la empresa privada. Una política tal significa desocupación en masa, precariedad y desmantelamiento
del Estado social, todo lo cual conduce a una Unión Europea en la que no hay convergencia sobre
contenidos sociales de la política económica. Los criterios de tal convergencia no deben ni pueden ser
solo monetarios.
1. Ya desde 1994-1995 no se habla casi, a pesar de todo, de crisis internacional. La razón es que han
entrado prepotentemente en escena, con su efecto incluso ideológico, los principales elementos de la
nueva fase de la historia económica mundial: la clase obrera aparece derrotada en el escenario político y
en el escenario productivo (la empresa), la tasa de ganancia comienza a recuperarse y, si bien todavía no
se pone en movimiento el nuevo proceso de acumulación –porque todavía no se resuelve el problema
de la jerarquía internacional entre los países desarrollados–, la aceleración de la centralización del
capital ha liberado de escombros el terreno de juego y reforzado el poder económico y político de las
multinacionales.
2. La gestión de la crisis del modelo fordista-taylorista consiste en evitar una enorme devaluación del
capital mediante la invención continua de nuevas salidas financieras, en un contexto especulativo de
globalización financiera y de intensa competencia global. Para evitar la devaluación del capital se ha
adoptado un conjunto de medidas, como por ejemplo el cambio flexible, las muy elevadas tasas de
interés, las privatizaciones, la desregulación, el ataque a los salarios de los trabajadores y al welfare State,
hasta abatir las políticas de protección social y precarizar cada vez más el mundo del trabajo.
La degradación del Estado es una realidad general, especialmente en materia de protección social
e inversión pública. No obstante, el Estado renueva sus funciones de legitimación con procesos de-
mocráticos, que se presentan como el marco más adecuado para implementar las políticas de ajuste y
estabilización, con el consenso de una nueva fracción de la clase dominante.
La gestión de la crisis fordista, tal como hasta ahora ha sido implementada, muestra elementos de
debilidad: de un lado, acentúa la dicotomía del sistema oeste-nuevo este, más que norte-sur; por el
otro, en el occidente de capitalismo maduro tiene efectos sociales que pueden llevar a poner en tela de
juicio los modelos político-económicos y, ante todo, las políticas sociales.
De nuestro análisis se desprende con claridad cómo la economía capitalista ha roto definitivamen-
te los vínculos de solidaridad y de salvaguarda del interés colectivo. Se profundizan las diferencias
socioeconómicas entre occidente y el este europeo, crece en todo el mundo la brecha norte-sur y la
misma supervivencia material está en discusión para más de tres cuartas partes del planeta. Un modelo
capitalista que empuja a ritmos forzados hacia lógicas sociales que reproducen las de la empresa, hacia
un tipo de sociedad centrada en el individualismo darwinista y que interpreta las relaciones sociales
como modalidades de la selección natural de las especies.
NUEVA COMPOSICIÓN DEL MUNDO DEL TRABAJO Y CONSTRUCCIÓN DEL BLOQUE SOCIAL ANTICAPITALISTA
645
Tales decisiones se han hecho todavía más evidentes en estos últimos 25 años, cuando, frente
al enorme progreso tecnológico, el neoliberalismo ha escogido el camino de la involución social y
cultural, para lo cual ha desatado un fortísimo ataque del capital contra el trabajo, contra los salarios
directos e indirectos, y puesto en discusión las más elementales formas de supervivencia, empobrecien-
do así a capas cada vez mayores de la población, que hasta hace pocos años contaban con garantías y
un buen nivel de ingreso. La acentuación de la competencia global hace que apenas poco más de 200
multinacionales concentren hoy cerca de un tercio de toda la facturación mundial, lo que les permite
desempeñar, de hecho, el papel del verdadero poder en la nueva sociedad capitalista. La financiariza-
ción de la economía conduce a la disminución de las inversiones productivas –que son las que crean
ocupación–, para así tener a disposición enormes masas de capital, libres de circular, para adelantar
especulaciones internacionales que someten a los Gobiernos, países y economías enteras que no se
muestren inmediatamente disponibles y compatibles, en particular, con el modelo de capitalismo
anglosajón, que hoy parece prevalecer. Un capitalismo salvaje que quiere ser modelo universal y que
ataca sin mediación de otros polos geoeconómicos, en particular el japonés y el europeo.
Un modelo que tiene por centro a Estados Unidos, país que puede vanagloriarse de una situación
interna en la que 1% de la población percibe un ingreso igual al del 40% más pobre, y donde ese 1%
ha visto duplicarse su renta en los últimos 20 años, mientras que en el mismo período los salarios
medios han aumentado sólo 25%; y esto sin considerar que el ingreso de la población más pobre ha
disminuido cerca de 15% con respecto a los 10.000 dólares anuales de pocos años atrás. A esto se agre-
ga el enorme crecimiento de la población totalmente marginada, que no puede garantizarse siquiera
las condiciones más elementales de sobrevivencia.
Una economía seguramente “drogada”, en la que la demanda interna se sostiene por completo
en fuertes endeudamientos internos y externos, cada vez más dependiente de las importaciones, del
endeudamiento exterior y de un dólar cuyo curso es inflado por altísimas tasas de interés que permiten
atraer capitales extranjeros. La locomotora económica Estados Unidos está en crisis. Pero está en crisis
estructural, de acumulación, y no solo de credibilidad ético-moral y social, todo el esquema del sistema
capitalista internacional.
3. Al mismo tiempo, las prácticas tradicionales de la izquierda –que se enfrentan a veces a dictaduras o
guerras de agresión y avanzan otras por las vías institucionales de la lucha social, reivindicativa, urbana,
civil y obrera– tienen en este contexto dificultades, en términos de eficacia. En América Latina4, duran-
te las dos últimas décadas, las fuerzas armadas de muchos países se han transformado aparentemente en
uno de los sectores más dinámicos y modernos: tras ser sujeto portador del interés imperialista a través
de feroces dictaduras, han pasado ahora a desempeñar –siempre en interés del imperialismo– un papel
preponderante en diversos ámbitos de dominio de la economía: sector financiero, industria militar y
aeronáutica, comercialización y aun actividades de contrabando, que son relativamente importantes
en países económicamente deprimidos. Por otra parte, la transición de los regímenes militares de los
años setenta a las democracias poco participativas de los ochenta ha mantenido a los ejércitos en un
papel político activo: se habla de “democracias vigiladas”, en el sentido de que las posibilidades de
transformación social por medio de elecciones populares encuentran su límite inicial en las fuerzas
armadas. En África, la desintegración de los Estados ha llevado a cerrar las luchas armadas de liberación
nacional, que han sido sustituidas por luchas civiles entre clanes y bandas criminales, sin proyecto
4. La década de los años ochenta dio asimismo testimonio de una importante transformación en la
estructura de las sociedades, especialmente en América Latina. Asistimos entonces a la aparición de
nuevos actores sociales y políticos. La población urbana, que representaba 57,2% del total en 1979,
pasó a ser el 64,9% en 1980, y hoy es el 75%. Este enorme salto cuantitativo transformó el tipo de pro-
blemas que golpean a los países del subcontinente en una dimensión que no ha sido suficientemente
captada por los países desarrollados, ni tampoco por los políticos latinoamericanos: la contaminación
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647
ambiental de las grandes zonas urbanas y el desarrollo de enfermedades derivadas de la polución,
que van a la par con la deforestación acelerada, al punto de darle al problema ecológico una nueva
centralidad política y social.
A su vez, las políticas de ajuste han modificado profundamente el mapa social. El incremento de las
actividades informales se ha visto acompañado en las ciudades por el deterioro de las condiciones de
trabajo y por el peso numérico y social de la clase obrera y de los asalariados en general. El crecimiento
de las zonas marginales y la creación en ellas de redes de sobrevivencia de uno u otro tipo, han trans-
formado a los “marginales” en un sujeto político con voz propia, todavía no suficientemente articulado
con las prácticas políticas institucionales.
Como parte de las dinámicas de la economía marginal, cabe sin duda considerar las relaciones que
todas las estructuras de la economía establecen con las realidades productivas periféricas y semiperi-
féricas del mundo. Relaciones que cambian con el tiempo, pero que siguen configurando vínculos
funcionales de subdesarrollo, impulsados específicamente por la evolución del sistema en otras áreas,
para la reproducción y la expansión de la estructura central de la economía. Se pasa así de la función
atribuida al sur del mundo como depósito de mano de obra, regulador del costo máximo del trabajo –y
con ello, de contradicciones sociales y productivas–, a su consideración como área de ventas, en apoyo
de empresas que ven contraerse sus ganancias en campos tradicionales.
Ciertamente, esto es resultado de una relación de dominio con auténticas características de colo-
nización de las áreas meridionales del mundo, en las que predominan la alta desocupación, la preca-
rización y el trabajo subpagado y “negro”, por lo que encuentran mayores posibilidades de desarrollo
aquellas actividades que mejor se prestan a tales condiciones. Se trata de una verdadera relación de
expropiación-apropiación, de superexplotación del trabajo, en la que las empresas matrices ubicadas en
las áreas periféricas conservan para sí las funciones estratégicas y más rentables del ciclo de producción-
mercantilización. La consecuencia es que, al implementar procesos de deslocalización productiva hacia
el sur del mundo, muchas veces se ubican allí establecimientos y casas filiales, mientras los centros de
dirección permanecen en otras zonas; determina esto que también en la producción tradicional se ma-
nifieste una debilidad que es causa de la precoz mortalidad de tantísimas empresas y filiales. Sobreviven
solo algunas pequeñas y pequeñísimas empresas de producción fuertemente local, que se resignan a
una situación de micromercado y a los efectos de la lógica residual.
También estos procesos de marginación de la economía periférica y semiperiférica responden al
proyecto de la globalización neoliberal, que ha forzado al capitalismo a optar por un modelo de de-
sarrollo distribuido en el territorio y basado fundamentalmente en formas cada vez más presionantes
de deslocalización, de tercerización implícita y explícita, de producción difundida, con la consecuente
precarización del trabajo y fragmentación de la unidad de clase.
Esta situación no sería muy diferente de la que se vive en los países desarrollados, si no fuese por
la existencia de esas mayorías populares que, confrontadas con la necesidad de sobrevivir pese al total
abandono de lo que ya de por sí era precaria tutela del Estado, se han visto obligadas a actuar desde sus
propias condiciones de vida y de reproducción social, para así generar nuevos espacios de socialización,
nuevas formas de acción colectiva, que ahora se tendrían que articular políticamente.
Por ese motivo, en América Latina y otros países semiperiféricos, la mayoría de los partidos políti-
cos de izquierda debate actualmente el problema de la gobernabilidad, de la toma del poder y la puesta
en práctica de un cambio en el control de clase sobre el aparato del Estado, aun si todavía no se sabe
5. En los países desarrollados, lo usual es que los partidos políticos de izquierda no logren deslindarse, a
pesar de todo, de un discurso corporativo y consociativo que focaliza el problema del cambio social en
la apertura de espacios de representación electoral e institucional y, por tanto, en el control del aparato
del Estado. Pero estamos hablando de un Estado que en el entretanto se ha modificado sustancialmen-
te por efecto de los programas neoliberales.
En efecto, la nueva economía de los Estados europeos apunta exclusivamente a la contracción total
del costo del trabajo, a las altas tasas de productividad por períodos prolongados, a un crecimiento
sostenido, sin inflación y sin recuperación de los salarios, que antes bien comprima el salario directo
e indirecto mediante la flexibilización del trabajo y del welfare State y la privatización del sistema de
pensiones y de los diversos instrumentos de protección social. De esta manera, se intenta compensar
la debilidad de Europa con respecto a Estados Unidos –completamente política– por vía de la adap-
tación al modelo estadounidense y de la implementación de una verdadera new economy, que hay que
diferenciar de la net economy, que constituye solo un aspecto.
Tales cambios en el Estado han tenido repercusiones sociales importantes, algunas de ellas analizadas
previamente en su dimensión más económica, pero que pueden resumirse en una aseveración simple: la
gente ya no cree tanto como antes que el Estado pueda resolver los problemas sociales y redistributivos
del ingreso. La acción reivindicativa ha perdido fuerza y esto es así porque las energías de la acción
colectiva no se canalizan ya prioritariamente hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora.
6. Los cambios que se están produciendo, ¿representan tendencias o son simples respuestas coyuntura-
les? Empezando por Estados Unidos, no parece que los fenómenos políticos internos, ni las relaciones
que se están estableciendo en la política exterior norteamericana obedezcan a una mera situación
coyuntural. El primer factor que ha de considerarse ya fue analizado previamente, cuando hicimos
referencia a los fenómenos de la hegemonía en el contexto del imperialismo actual. No obstante las
evidentes intenciones estadounidenses de imponer su política exterior, se abre paso lentamente una
actitud contestataria, tanto de sectores políticos internos como de actores políticos de otros países, que
no aceptan las imposiciones norteamericanas, en tanto que no dan resultados satisfactorios. Al mismo
tiempo, está en aumento y es irrefrenable la pérdida de prestigio de Estados Unidos a nivel internacio-
nal, a lo que contribuye un conjunto de sucesos que van desde la derrota en Iraq y Afganistán, el uso
de la tortura por parte del ejército norteamericano y los problemas de la CIA, hasta el huracán Katrina
y, en fin, su total pérdida de credibilidad como locomotora de la economía mundial.
La puesta en discusión de la actual política norteamericana ocurre en tres escenarios internaciona-
les: Iraq, Palestina y América Latina. Los hechos que han tenido lugar en Iraq y en Palestina tienen
carácter de confrontación militar; son dos conflictos signados por la resistencia popular y por la ausen-
cia de perspectivas de solución, ya que estas dependen en ambos casos de cambios que Estados Unidos
no acepta.
En América Latina se presenta una situación de creciente cuestionamiento de la política neoliberal,
que, a partir del papel estratégico de Cuba, está produciendo cambios de gobierno que han llevado al
poder a figuras de izquierda o de tendencia progresista. Se han abierto procesos políticos articulados
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649
de diversa manera, pero seguramente progresistas y basados en la autodeterminación, en Venezuela,
Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile, Ecuador, etcétera. El carácter de los movimientos sociales y populares
es cada vez más de fuerte impronta antiimperialista, que se refuerza y extiende bajo el ejemplo y la guía
de Cuba revolucionaria y socialista.
En realidad, los intereses de Estados Unidos y de las potencias imperialistas en general, que buscan
producir un fenómeno de reestructuración del sistema colonial, han empezado a chocar fuertemente
con las tendencias que, al menos en América Latina, van en dirección contraria, por el camino de la
democracia participativa y con fuerte referencia al enfoque socialista de Cuba y de Venezuela.
En esa perspectiva, la izquierda histórica de los países occidentales debe plantearse inmediatamente
el problema de cómo darle representación política al nuevo bloque social del trabajo y del trabajo nega-
do, partiendo de la convicción de que el Estado no puede ser el eje de la transformación social, sino que
es más bien un punto de apoyo necesario para tal fin. Si la lucha de clases se manifestó históricamente
en torno al control de los medios de producción y de los procesos de trabajo, es decir, como lucha por
la reapropiación de parte de la plusvalía extraída, la articulación política del conflicto tuvo siempre
como objetivo final la conquista de la cúspide del Estado, vale decir, la conquista del poder. Hoy los
sindicatos y los partidos históricos de la izquierda han escogido la vía consociativa, concertacionista, y
aducen como excusa que el socialismo efectivamente realizado perdió, que la revolución no funcionó,
cuando lo que se necesita, en cambio, es recomenzar desde el “fondo” de la economía y la producción,
del territorio, para relanzar la ofensiva del nuevo mundo internacional del trabajo y del trabajo negado.
7. La sociedad de la llamada globalización neoliberal crea nuevas necesidades, pero con su actual
modelo de desarrollo crea al mismo tiempo nuevas exclusiones. Resulta entonces estratégico colocar
en el centro del debate la capacidad de proyectar un modelo de desarrollo distinto, solidario y socio-
eco-compatible, en el que sean esenciales las compatibilidades ambientales, la calidad de vida, la sa-
tisfacción de las nuevas necesidades, la centralidad del trabajo y la valorización del tiempo liberado, el
reforzamiento de un Estado social diferente con la redistribución del ingreso y el valor y la socialización
de la acumulación, de la riqueza producida en su conjunto. A manera de “no-conclusión”, eso significa
construir la alternativa al capitalismo a partir del territorio, recomenzando por Marx.
* (n.t.) Una “diversa soggettualità sociale”. Se ha optado aquí –y en párrafos sucesivos– por traducir como “subjetividad” el
neologismo soggettualità, que refiere no al modo individual de pensar sino al de un sujeto colectivo.
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651
ganancia mediante la reducción de la cantidad de trabajo y de su costo– no existen ya las condiciones
que antes caracterizaron las fases tendentes a la plena ocupación y al incremento de la nómina salarial,
de cuyos aportes provenía el financiamiento del Estado social.
Hoy, por efecto de la desocupación en masa, la precarización perseguida por las políticas neolibe-
rales ligadas a los procesos de globalización y por la consiguiente contracción de las nóminas salariales
–acompañada de una evasión fiscal institucionalizada–, se ha creado una situación macroeconómica
en función de la cual cae, consecuentemente, el principal mecanismo de financiamiento del welfare.
Se desarrolla de tal manera un sistema económico en el cual el gasto público no está dirigido a un
verdadero reforzamiento infraestructural de los países y a una eficiente producción de servicios públi-
cos, sino a la creación de una sociedad con mayores diferencias sociales, en la que se reduce cada vez
más el sistema de protección social para las capas ciudadanas más débiles, capas que crecen más y más
hasta englobar también a estratos sociales a los que, hasta hace pocos años, se consideraba protegidos
(empleados públicos, artesanos, comerciantes). Se crea así nueva pobreza, nuevas necesidades, y se
amplía, en definitiva, el área de la marginación social y absoluta.
9. El objetivo de controlar el Estado cambia de orientación con respecto al proyecto socialista clásico,
que tuvo en Occidente dos versiones: llegar al socialismo por la vía más corta (comunismo soviético
en Europa, revolución armada en África y América Latina) o llevar a término la incumplida revolución
burguesa, con un enfoque completamente ligado a la socialdemocracia moderada.
Las formas de lucha por el poder están en manos de los trabajadores, de los pueblos, de sus procesos
de autodeterminación. En Occidente, en los países de capitalismo maduro, donde las condiciones
son menos favorables para la izquierda clasista, se podría impulsar, al menos, un proceso táctico de
reformas estructurales para el cambio social, a partir de un programa mínimo de contratendencias5. Se
podría aprovechar, por ejemplo, la existencia de un capitalismo incompleto y en crisis estructural, que
presenta por tanto grandes huecos, formas de producción, mayorías excluidas del consumo de masas,
para articular nuevas formas de producción y consumo que se orienten no hacia la búsqueda de ga-
nancias, sino a la resolución de los problemas de la pobreza y la marginación. El objetivo de controlar
el aparato del Estado debe concentrarse, en principio, en favorecer estas nuevas formas de producción
y distribución “a escala humana”, comunitarias y cooperativas.
No se logra entender que, aun desde una óptica reformista y absolutamente mínima, los nuevos
lineamientos de política económica deben estar completamente dirigidos a la lucha contra la des-
ocupación estructural, contra la precariedad, para crear nuevas posibilidades de trabajo con utilidad
social y colectiva, impulsar producciones no necesariamente mercantiles y ampliar las oportunidades
de empleo para las mujeres, para los inmigrantes y para los jóvenes. Se trata de poner en ejecución
una seria política de reducción generalizada –en sentido tanto sectorial como territorial– del horario
de trabajo con preservación del salario, que abarque también el sector terciario público y privado, así
como las pequeñas empresas y microempresas.
Para llevar todo eso a cabo hay que saber conjugar un fuerte y renovado sindicalismo del trabajo
con un nuevo y moderno sindicalismo del territorio, que reivindique la redistribución social de la
riqueza e incida profundamente en los procesos de acumulación capitalista, a partir de una política
fiscal redistributiva que finalmente golpee y no favorezca de manera indiscriminada al factor capital.
10. ¿Se llegará a establecer una nueva articulación política de grupos y clases sociales en torno a una
propuesta de desarrollo alternativo? En la espera, el neoliberalismo comienza a agotar su tiempo.
Es por tal motivo que el sistema capitalista debe ser superado, pero eso no está necesaria ni exclusi-
vamente ligado a la acción de la ley de caída tendencial de la tasa de ganancia.
Se demuestra así la actualidad del pensamiento de Marx, que en su teoría económica distinguió
siempre entre el contenido material de la economía capitalista, las tendencias progresistas de su desa-
rrollo y las tendencias reaccionarias determinadas por su ser social en conflicto contra el trabajo.
Este es el método de la teoría marxista, que todavía hoy permite leer e interpretar las formaciones
económico-sociales-productivas y políticas del capitalismo contemporáneo y construir al mismo tiem-
po, desde el nuevo movimiento internacional de trabajadores, su antagonista.
Es por eso que el análisis de Marx y la teoría marxista en su conjunto refuerzan las características
sociales que marcan una fuerte determinación a la práctica de la transformación radical del actual
estado de cosas.
Todo esto significa retomar el estudio de la actual fase de la mundialización capitalista con la “caja
de herramientas” de Marx, desde la teoría del valor y sus conexiones con la teoría de la explotación
hasta el análisis de clase del conflicto capital-trabajo, para llegar así a una actualización de todo el
marco científico del análisis realizado por Marx y de los estudios marxistas en general. Solo así será
posible un proceso de profunda renovación para una transformación económico-social –y por tanto
política– fundamentada en una estrategia posible para establecer la alternativa al capitalismo.
— notas —
1 Desde Estados Unidos se ha impuesto, en las grandes empresas pero también en las universidades privadas, una gestión to-
talizante de la vida y de las mentes del cuerpo docente. Estas instituciones tienden cada vez más frecuentemente a organizar
encuentros lúdicos, veladas –de gala o frívolas–, cocktail parties, etcétera, para ocupar también las horas de “ocio” de sus
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653
empleados. La particularidad es que en tales encuentros no se hace otra cosa que reproducir el ambiente laboral bajo ropajes
diferentes, aparentemente de “tiempo libre”, pero donde en verdad no se hace más que hablar de trabajo, resolver problemas,
averiguar, intercambiar informaciones y conocimientos: trabajar, en suma… para el propio “proveedor de esclavitud”. Sobre el
tema de la puesta en producción del tiempo libre, así como sobre otros que explican la actual fase del conflicto capital-trabajo
en el llamado posfordismo, cfr. en particular Arriola, Vasapollo (2005).
2 Se niega el taylorismo solo para hacerlo aparecer bajo otros hábitos, al menos en sus principios fundamentales. La negación es
dialéctica porque la nueva ciencia organizativa subsume en sí misma el taylorismo y lo mejora: no es sino superación, avance,
perfeccionamiento.
5 Hablamos, pues, de “programa mínimo” para la izquierda clasista, en una fase no revolucionaria, como la actual, al menos en
los países de capitalismo maduro, tal como se presenta, por ejemplo, en Martufi, Vasapollo (1999; 2003) y en Arriola, Vasapollo
(2004; 2005).
1. El modo de producción capitalista sobrevive hoy solo a través de la dominación y la explotación cada
vez más intensivas y brutales de los recursos humanos y naturales del mundo.
Los desastres ambientales que se abaten sobre el planeta, cada vez más frecuentes, han hecho com-
prender a los economistas el fracaso de la teoría clásica, basada en la divinidad del “libre mercado”. La
economía mundial está cambiando profundamente. La globalización neoliberal, las privatizaciones, la
liberalización del comercio y de los mercados de capital han empeorado los estándares de vida incluso
en las naciones de capitalismo maduro, y los países en vías de desarrollo se ven en el peligro de atrasarse
todavía más.
En estos últimos años, después de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición de la Unión
Soviética, los grandes poderes económicos han impuesto una globalización unipolar, primero, y luego
una competencia global que, al implantar a su vez los dictámenes de la economía imperialista, ha
puesto en marcha al mismo tiempo una explotación acelerada de la naturaleza y del trabajo. Han
aumentado vertiginosamente, por eso, las alteraciones causadas por la producción salvaje y sin límites
de un desarrollismo cuantitativo, orientado solo por las reglas de la ganancia del capital internacional.
El sistema, pues, se basa por una parte en la acumulación de riqueza y de ganancias en manos de
unos pocos y, por la otra, en el desmesurado crecimiento de las desigualdades entre ricos y pobres, al
punto de que estos últimos se constituyen cada día más en ejército de miserables.
Todo está subordinado a la voluntad de acrecentar la ganancia: los hombres, los animales, la so-
ciedad, la naturaleza, cada cosa debe someterse a las reglas del desarrollo del modo de producción
capitalista y, en esta fase en particular, a los dictámenes de la especulación financiera.
Cada año, los movimientos internacionales de capital superan treinta veces el valor del comercio
mundial. El crecimiento de las rentas y ganancias ha tenido como contrapartida la disminución de los
salarios directos, indirectos y diferidos. Esto ha aumentado las diferencias entre las clases sociales y la
concentración de la riqueza en pocas manos.
Efectivamente, los procesos de financiarización de la economía permiten a los países imperialistas
apropiarse de cuotas crecientes de plusvalía y someter a sus deseos político-económicos el mundo
entero, toda la humanidad.
La financiarización de la economía es así una de las mayores causas de las crisis económicas mun-
diales. Es también la escogencia del capital internacional para tratar de salir o, mejor, esconder la crisis
estructural de acumulación que se prolonga ya por más de 35 años. Generan esos procesos una riqueza
ficticia, desvinculada del trabajo, sin trabajo verdadero, que parece, sin embargo, incontrolable.
De esa financiarización no se ha salvado siquiera la naturaleza. En efecto, mecanismos predominan-
temente centrados en la economía financiera, y por tanto no directamente productivos, son utilizados
en la explotación de ambientes naturales, como es el caso del perverso Clean Development Mechanism
(CDM) y sus Certified Emission Reductions (CER). El CDM, contemplado en el Protocolo de Kyoto,
prevé la posibilidad de que las empresas de países industrializados que tienen limitaciones de emisión,
puedan adelantar en los países en vías de desarrollo –que no están sujetos a tales restricciones– proyec-
tos dirigidos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
El país al que pertenece la empresa en cuestión obtiene con ello una determinada cantidad de
créditos CER, que puede “abonar” en su propia cuenta de reducción de emisiones o, en caso de no
necesitarlos, venderlos a un tercero. En lo esencial, esto genera tres fenómenos económicos: primero,
las empresas de las naciones industrializadas pueden así hacer negocios escasamente controlados con
los países en vías de desarrollo (PVD); segundo, logran abstenerse de reducir sus propias emisiones de
gases-invernadero y, por tanto, seguir produciendo sin restricciones ambientales; y, tercero, se crea un
mercado financiero y especulativo de CER.
Lo mismo vale para el programa Reducing Emissions from Deforestation and Forest Degradation
(REDD), que abre las puertas a los mecanismos de mercado al permitir a los inversionistas privados
financiar proyectos llamados a frenar la deforestación; con lo cual ahora se ven millardos de dólares de
ese origen invertidos en el sector forestal del sur del mundo. El REDD ofrece incentivos a los PVD
para que reduzcan las emisiones asociadas a la deforestación. De esta manera, los bosques producen
créditos de carbono, como parte del sistema de compensación de emisiones. Con el programa REDD+
se incluye también la valorización del stock de carbono de los bosques. Forman así ambos, REDD y
REDD+, un sistema basado en mecanismos de mercado y en procesos financieros, que son manejados
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta a otra del planeta. Por todas
partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. La burguesía, al explotar
el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. (…)
Brotan necesidades nuevas que ya no logran satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino
que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas6.
A lo largo de los siglos se han sucedido tres fases principales: la colonización de países, con el
consecuente surgimiento de los imperios coloniales europeos; la fase del desarrollo capitalista, que per-
mitió a Estados Unidos apropiarse de los antiguos mercados europeos; y, finalmente, la globalización
neoliberal, que es el nuevo nombre de la mundialización capitalista como política hegemónica de los
países ricos contra los pobres.
Pero, en realidad, el llamado “desarrollo verdadero” no se ha cumplido jamás. Ha habido única-
mente un desarrollismo cuantitativo, vinculado a la historia de los países occidentales, que a través de
2. Para reforzar este sistema, el capital internacional ha constituido organismos que, al decir de sus
creadores, constituyen el principal apoyo del desarrollo mundial paritario: la Organización Mundial
del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
En realidad, estos organismos han servido para dar carácter central a la posición de monopolio
de las grandes empresas occidentales, y sobre todo estadounidenses. Las reiteradas crisis asiáticas y la
persistente falta de desarrollo en los países del llamado Tercer Mundo han mostrado el verdadero rostro
de estas instituciones, que, al servicio como están de los poderosos, no han producido beneficio alguno
para quienes realmente lo necesitan.
La OMC ha acentuado la brecha existente entre países ricos y pobres, de manera que estos últimos
se encuentran cada vez más atrapados por la enorme deuda externa.
A través de la disminución del gasto público y los salarios, de la expropiación y completa mer-
cantilización de la naturaleza, de la supresión de todo obstáculo para la intervención de los capitales
extranjeros, de la devaluación de las monedas locales y, en fin, de las grandes privatizaciones, esos
países –completas regiones periféricas y semiperiféricas– se han hecho cada vez más “esclavos” del gran
capital financiero y del mercado salvaje.
El crecimiento incesante de la deuda de los llamados países del Tercer Mundo con las grandes
potencias occidentales, ha hecho que tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional
les continúen exigiendo a aquellos, como condición para obtener nuevos préstamos o refinanciar los ya
existentes, la aplicación de programas de ajuste estructural plenamente alineados con las exigencias del
capital financiero y con las estrategias tendentes a reducir los costos en las grandes empresas.
Pero además de esos organismos, el sistema capitalista ha tenido que dotarse de tratados interna-
cionales y de organismos nacionales y supranacionales –siempre funcionales a sus propios intereses y
mecanismos de acumulación– en el campo específico de los temas ambientales. En efecto, tras com-
prender en las últimas décadas que se ha ido creando y fortaleciendo entre los ciudadanos una creciente
sensibilidad hacia la salvaguarda de la naturaleza y como resultado también de la presión en ascenso
del sur del mundo, se ha activado en este campo el circuito massmediático del consenso, que incluye
una vasta y diversificada organización de encuentros internacionales de gran relevancia. Es preciso
considerar en ese sentido, entre otros ejemplos, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente y Desarrollo (CNUMAD), de Río de Janeiro, o la Conferencia de las Partes sobre Cambio
Climático, o la suscripción de tratados como el Protocolo de Kyoto, Agenda 21 y la Convención
Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), así como también el intento
3. Como modelo económico, el neoliberalismo ha agudizado todavía más las desigualdades e injusticias
sociales. Con sus objetivos de consumismo, el tan ensalzado aumento del PIB ha significado –también
en los países de capitalismo maduro– un crecimiento cuantitativo sin desarrollo de calidad, que antes
bien ha conllevado un ataque al Estado social y un incremento del desempleo y de la explotación del
trabajo, aparte, claro está, de profundizar la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres.
El continuo ataque a las garantías sociales es mitificado a través de una suerte de celebración de la
inestabilidad, a la cual se presenta como la posibilidad, abierta a todos los trabajadores, de adquirir
nuevas experiencias mediante la aceptación, como hecho normal, de trabajos inestables y por tiempo
determinado, es decir, precarios. El puesto de trabajo estable es sustituido por el trabajo a término, en
nombre de la flexibilidad y la competitividad.
El llamado modelo del capitalismo social o temperado no es ya compatible con las difíciles condicio-
nes de la acumulación de capital. Así, de hecho, el capitalismo renano (¡que sigue siendo capitalismo!)
es sustituido hoy por el modelo anglosajón, que se caracteriza por menores garantías sociales y menores
costos del trabajo, vale decir, por el ataque a las condiciones generales y a los derechos laborales.
La globalización, que debía producir el milagro de un mayor bienestar y una mejor esperanza
de vida para todos, en realidad ha incrementado los problemas. La competitividad sin control y la
explotación del hombre y de la naturaleza han llevado no solo a la destrucción del ambiente y a cre-
cientes desigualdades entre ricos y pobres, sino también a crisis cada vez más graves del sistema, que
se traducen en desempeños económicos cada vez más inciertos y en el colapso de multinacionales, de
países y aun de áreas económicas como un todo.
En lo sustancial, la globalización neoliberal es la continuación de la expansión desarrollista y de las
colonizaciones que la precedieron. Es por eso que, desde tiempos en que ello resultaba insospechable,
la hemos definido y estudiado –al igual que en este texto– como competencia global.
Las desigualdades siempre mayores entre el norte y sur del mundo, el fin del Estado social, el
imparable monto de la deuda de los países del sur con los del norte y la destrucción de los recursos
ambientales, son solo algunos de los daños provocados por la llamada globalización neoliberal.
Los graves problemas ambientales que afectan a nuestro planeta se muestran en todo su dramatis-
mo justamente en la actual fase de la mundialización capitalista, caracterizada cada vez más por una
despiadada competencia global.
Se trata de un imperialismo y neocolonialismo que ponen en evidencia la explotación monopólica
y oligopólica de los recursos naturales mundiales, como condición necesaria en el intento de configurar
un nuevo modelo internacional de acumulación y una nueva división internacional del trabajo, en la
cual la mundialización de los capitales debe ser cada vez más funcional a los intereses de las oligarquías
financieras.
Es con esa óptica que debe leerse la destrucción de la naturaleza a escala mundial, la explotación
ilimitada de los recursos energéticos, la emigración y la explotación global de la fuerza de trabajo.
Es por eso que los llamados países en vías de desarrollo definen la contaminación atmosférica como
colonización de la atmósfera.
Es preciso impulsar un gran movimiento de liberación para derrotar las injusticias entre los seres
humanos y contra la naturaleza, una nueva protesta por la sobrevivencia, capaz de hacernos pasar
de la ideología del crecimiento a la del desarrollo. Nadie nos salvará, si no son nuestras manos,
nuestro sentido de responsabilidad hacia las generaciones futuras, hacia ese “prójimo del futuro”
de quien no conoceremos nunca el rostro, pero cuya vida y felicidad dependen de lo que nosotros
hagamos o no hagamos mañana y en las décadas por venir. La construcción de un desarrollo
sustentable y la paz se conquistan solamente con la justicia en el uso de los bienes de la Tierra,
nuestra única y común casa en el espacio, y con una justicia planetaria para un hombre planetario
[Ernesto Balducci]. Sin justicia en el uso de los bienes comunes de la casa común, del planeta Tierra,
nunca habrá paz7.
Valga recordar que, todavía hoy, más de tres cuartas partes de la población mundial se encuentran
en condiciones de extrema pobreza y son muchísimos los que viven con menos de un dólar al día. Los
países del norte utilizan más de 70% de los recursos disponibles, de manera que, para que los países
subdesarrollados puedan alcanzar un nivel de vida aceptable, el norte del mundo tendría que disminuir
su consumo y despilfarro.
Pero el despilfarro es funcional al sistema capitalista: le sirve para optimizar la ansiada valorización
del proceso económico-productivo y mejorar los resultados contables de la empresa, ya que el consu-
mo desenfrenado es la esencia misma del sistema.
Una de las fases de la valorización material del capital –y la conceptual del dogma del PIB–, y por
tanto de la realización de la ganancia, es la comercialización de las mercancías. Para ello el capital
necesita transformar los bienes en mercancías y atribuirles un valor de cambio, haciéndoles perder su
valor de uso.
Tampoco se pone límites el capital al transformar la satisfacción de necesidades en determina-
ción de consumos inducidos. No importan las desigualdades distributivas: las mercancías deben ser
vendidas, aun si el desenfrenado consumismo cuantitativo significa destrucción de la naturaleza, sea
en la producción o en la circulación y comercialización de las mercancías, o en la disposición de los
desechos derivados: también en este caso, todo es funcional al modo de producción capitalista y está,
incluso, subsumido en él.
Los problemas ambientales, económicos y de los pueblos han sido agudizados por la globalización
neoliberal, en tanto que la financiarización de la economía solo ha conducido a un crecimiento eco-
nómico ficticio.
En las últimas décadas, el crecimiento de la producción alimentaria no ha sido en modo algu-
no suficiente para resolver el problema de las necesidades de sobrevivencia. Se calcula que entre los
años 2002 y 2004 fueron oficialmente más de 950 millones las personas subalimentadas, cifra que
2. Basta releer a Malthus, que con su ensayo sobre la población fue de los primeros en señalar la escasez
y el carácter limitado de los recursos de la tierra, y recordar después a John Stuart Mill, para compren-
der que el problema de la relación entre población y consumo debe ser afrontado.
A tal fin, hay que considerar el pronunciado incremento de la población mundial en estas últimas
décadas: si en 1900 los habitantes del planeta eran 1.600 millones de personas, en el 2000 se llegó a
6.000 millones; cada año son más de 70 millones de personas las que se suman a esa población, que,
según se prevé, rondará los 7,5 millardos en el año 2025.
Está claro que a medida que crece el número de habitantes, mayores deben ser los recursos que se
destinen a su sostenimiento. Si se considera que los recursos materiales de la naturaleza no aumentan,
sino que, por el contrario, disminuyen con el crecimiento de la población, es lícito pensar que, de
mantenerse los actuales ritmos y el actual sistema de producción, en el futuro tanto pobres como ricos
sufrirán la carencia de bienes naturales.
Los problemas que recaen sobre la naturaleza por causa del aumento de la población no han sido
resueltos ni podrán resolverse confiando en el progreso tecnológico, si este no es sometido a la centra-
lidad de la política, es decir, una política que recupere el predominio sobre las decisiones económicas.
La organización conservacionista World Wide Fund for Nature (WWF) ha calculado en 1,8 hec-
táreas el espacio bioproductivo necesario para cada persona. Si se considera que un ciudadano de
Estados Unidos consume el equivalente a 9,6 hectáreas y un europeo 4,5, resulta inmediatamente claro
cuán lejana está la igualdad en el planeta, especialmente si a ello se agrega que más de tres millardos
de personas viven hoy con menos de dos dólares por día. Hay que analizar, también, los llamados
progresos socioeconómicos –con sus respectivos cambios en el consumo– ocurridos en los países del
norte, donde se encuentra una población cada vez más anciana y con diversas necesidades, así como el
creciente número de inmigrantes que se trasladan de los países pobres hacia los más ricos.
3. La carrera por la máxima ganancia exige una explotación siempre creciente del hombre y de la
naturaleza, y no considera siquiera el principio –sancionado por la ONU– de que todos los hombres
tienen el derecho de vivir en un ambiente adecuado para su salud y su bienestar.
En el pasado, y en parte todavía hoy, la aún no resuelta contradicción hombre-naturaleza dio lugar
a una peculiar visión ambientalista que no ha sabido captar la verdadera esencia del problema; se trata
de una visión engañosa del conflicto capital-naturaleza, que se constituye entonces en mera variante
–aun si involuntaria en algunos casos– del pensamiento y la acción del sistema capitalista.
Solo recientemente se ha producido una toma de conciencia por parte de movimientos, asociacio-
nes y personas progresistas en general, acerca de los daños ambientales que ocasionan la producción
industrial y el llamado progreso técnico, con lo cual se está comenzando a comprender que la utiliza-
ción de la naturaleza bajo las reglas del capital conduce, inevitablemente, a desastrosas consecuencias
que hacen al hombre víctima de su propia degradación.
La explotación, la privatización y la mercantilización de los recursos naturales tienen como con-
secuencia una polarización creciente del ingreso: los ricos tienden a ser cada vez más ricos, los pobres
cada vez más pobres.
Cincuenta años de desarrollismo cuantitativo no han producido mejoría alguna en el tenor de vida
de los países en vías de desarrollo. De hecho, sus habitantes tenían en 1950 un ingreso per cápita que
equivalía solo a 5,3% del ingreso promedio en los países industrializados, pero medio siglo después, en
1998, los más de 5 millardos de habitantes de los países pobres percibían una renta equivalente a 4,9%
de la que correspondió a los 800 millones de habitantes de los países ricos.
A comienzos de 2003, la quinta parte más rica de la población planetaria poseía 86% del PIB mun-
dial, frente al 1% que correspondía a la población más pobre. Además, los tres mayores millardarios
del globo tenían un ingreso mayor que el que conjuntamente recibían los 600 millones de habitantes
de los países más pobres9.
Las estadísticas oficiales acerca de pueblos que viven en condiciones de analfabetismo, pobreza y
enfermedad, confirman que más de un millardo de personas sobreviven con menos de un dólar al
día; el mismo número de seres humanos no tiene la posibilidad de utilizar agua potable ni seguridad
en su suministro, ya que menos de 1% del agua dulce está hoy disponible para el hombre; luego, son
más de 2,5 millardos las personas que no disfrutan de servicios higiénicos de calidad. Por otra parte,
los recursos energéticos no son todavía accesibles a todos y el sector está dominado por combustibles
1 Esta sección del libro es una revisión corregida, actualizada y ampliada de la septima parte de L. Vasapollo, La crisi del capitale.
Compendio di Economia Applicata: la mondializzazione capitalista. Editorial Jaca Book, Milano, 2009. El autor agradece a
Domenico Vasapollo –investigador de Natura Avventura– por su importante colaboración en la fase de revisión y actualización.
2 http://www.salvaleforeste.it/Foreste-e-Clima-REDD/.
4 Nebbia (2002).
8 http://www.unesco.org/new/en/natural-sciences/environment/water/wwap/wwdr/.
9 Cfr. Per uno sviluppo durevole e sostenibile (Por un desarrollo duradero y sustentable), textos a cargo de Cristina Rapisarda
Sassoon, en colaboración con Stefania Anghinelli, Francesca Feller y Daniele Ferrero, 2005, Milano, p. 15.
1. La actual globalización no es otra cosa que la continuación en el tiempo del llamado mito del
desarrollo mercantil, considerado como el medio que permitirá a todos los seres humanos gozar de
una existencia digna y satisfactoria. La globalización neoliberal es ese tipo de desarrollo; de hecho, no
puede ser separada del sistema de producción capitalista que se configura como desarrollismo, como
crecimiento cuantitativo sin redistribución de la riqueza social, sin verdadero progreso.
En esencia, el desarrollo capitalista es manifestación de la voluntad de los países occidentales de
dominar el mundo a través del mercado, la tecnología y la ciencia, es decir, a través del modo
de producción capitalista, basado siempre y en todos los casos –aun si en contextos diferentes– en la
explotación del hombre por el hombre y de la naturaleza por el hombre.
La creciente multiplicación de las emergencias ambientales ha sacado a la luz nuevos problemas.
La pregunta es: ¿hasta cuándo es posible seguir explotando los recursos de la naturaleza? ¿Hasta qué
punto se puede continuar con un modelo de crecimiento cuantitativo?
Para tratar de resolver el problema ambiental se introdujo el concepto de “desarrollo sustentable”,
vale decir –según los dictámenes de la ONU–, un desarrollo capaz de satisfacer las necesidades del
mundo actual sin perjudicar la satisfacción de las necesidades del mundo futuro.
Para alcanzar ese objetivo, han sido muchas las providencias adoptadas por la comunidad interna-
cional en el curso de los años: desde la Declaración de Estocolmo de 1972 y el Informe Brutland de
1987 (que definió el desarrollo sustentable como “aquel que satisface las necesidades de la generación
actual sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”), hasta llegar
en 1992 a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que en su
Declaración de Río proclamó 27 principios sobre derechos y responsabilidades de las naciones para un
desarrollo consciente.
En 1994 se produjo la Declaración de Aalbborg, Dinamarca (declaración de las ciudades europeas
por el desarrollo sustentable); en 1996, el Plan de Acción de Lisboa; en 1997, el Protocolo de Kyoto
(con el compromiso de los países industrializados de reducir las emisiones de gases de efecto inverna-
dero); y en 1999, durante la Tercera Conferencia Europea de Ciudades Sustentables, el Llamado de
Hannover, Alemania.
En 2001, con el Sexto Programa de Acción Ambiental, para los años 2001-2010, se trazaron obje-
tivos en materia de ambiente, salud, naturaleza, biodiversidad y cambio climático. En 2002 se celebró
la conferencia de la ONU en Sudáfrica, y en 2004, la Cuarta Conferencia Europea de Ciudades
Sustentables, nuevamente en Dinamarca.
En 2007 tuvo lugar en España la Quinta Conferencia Europea de Ciudades Sustentables. Luego se
llega a la cumbre de la FAO sobre alimentación, celebrada en Roma del 3 al 5 de junio de 2008, sobre
la cual se escribirá más adelante.
En diciembre de 2009 se realizó en Copenhague la decimoquinta Conferencia de las Partes, en la
que participaron 192 países. La motivación principal era formular nuevos objetivos vinculados con
la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, ante el vencimiento en 2012 del Protoco-
lo de Kyoto. El resultado, conocido como Acuerdo de Copenhague fue un compromiso para mantener
por debajo de 2 ºC el aumento de la temperatura terrestre, pero sin ningún objetivo vinculante para
tal fin ni para reducir las mencionadas emisiones. Sobre este último propósito, se dejó –de hecho– en
manos de los países industrializados la potestad de decidir y asumir por sí mismos compromisos vo-
luntarios e individuales para el período 2012-2020. Por otra parte, se estableció un fondo que deberá
financiar la conservación de los bosques y se acordaron compromisos de ayuda a los países en vías de
desarrollo, que deberían llegar a 100 millardos de dólares anuales en 2020. Pero no está claro quién ni
mediante cuáles mecanismos asignará esos recursos.
2. Ya en 1987, el citado Informe Brutland subrayaba, tras definir el concepto de desarrollo sustentable,
la necesidad imperiosa de involucrar a todas las partes sociales en el crecimiento económico.
El desarrollo sustentable se fundamenta en la integración de 10 componentes: ambiente, economía,
sociocultura (dimensiones del desarrollo), equidad social, equidad interlocal, equidad intertemporal
(dimensiones de equidad), diversidad, subsidiariedad, partnership, networking y participación (dimen-
siones de sistema).
Se habla entonces de desarrollo sustentable; esto es, de un modelo que debe ser capaz de responder
combinadamente a tres necesidades: el crecimiento, la disminución de la pobreza y la protección de
los ecosistemas.
1. Nace así la extravagante idea, occidental-céntrica, pero al mismo tiempo peligrosa para el desarrollo
solidario de la humanidad, de la limitación del crecimiento, como si ello resolviese los problemas y
desastres del modo de producción capitalista y pudiese, además, hacerlo desde adentro, sin alterarlo,
sin plantearse su superación. Así, para tratar, por ejemplo, de poner freno a los cambios climáticos de-
rivados de tales modificaciones, se pide una limitación, un decrecimiento de los consumos de energía
y de mercancías.
Si esa limitación del consumo resulta inaceptable para los ciudadanos del llamado Primer Mundo,
lo es todavía más para aquellos (más de 4,5 millardos de personas) que habitan en los países del sur del
planeta, que justamente necesitan “consumir” al menos un mínimo que les permita vivir dignamente
(con agua, corriente eléctrica, alimentación, frigoríficos, educación, salud, etcétera: lo necesario para
la sobrevivencia).
Se considera que hay procesos de desertificación en marcha en todos los continentes, con la sola
excepción de la Antártida. Al día de hoy, las tierras áridas ocupan más de 40% de la superficie terrestre
y están pobladas por más de 2 millardos de personas.
De los países del sur del mundo, sometidos a un estado de vejación y “esclavitud” por los países
ricos, no se puede pretender que actúen de manera respetuosa hacia el ambiente.
En los llamados países desarrollados, en los que viven cerca de 1,5 millardos de personas, las ne-
cesidades primarias y secundarias se encuentran casi siempre satisfechas y el abuso contra los recursos
naturales provoca notables daños en la naturaleza. ¿Qué pasaría si los 4,5 millardos de personas que
viven en pobreza en el sur del mundo comenzaran a disponer, en justa cantidad y calidad, de los bienes
necesarios para satisfacer sus necesidades?
Los recortes del gasto social, la disminución de las tasas de empleo, la reducción de las ayudas y
los subsidios a los habitantes de los países en vías de desarrollo y, en general, el desmantelamiento del
Estado social en los países europeos, han hecho que entre quienes viven por debajo del umbral de la
pobreza se cuenten ya no solo los pobladores del Tercer Mundo, sino también una creciente capa de
personas que viven en el norte del planeta, pero que han sido expulsadas del bienestar y la vida digna
como resultado de la desocupación, de la precariedad del trabajo y del vivir social, de la carencia de
una adecuada protección social, para pasar a engrosar las filas de los nuevos pobres con y sin trabajo.
3. Pero esa situación no podrá cambiar mientras persista el actual modo de producción: los principios
en que se basa el capitalismo no permiten, en efecto, otra posibilidad que la de alcanzar la máxima
ganancia a través de la explotación sin reglas del hombre y de la naturaleza.
El modelo neoliberal en curso necesita de la producción ajustada y flexible, capaz de reducir al
máximo los costos y de desdeñar, por tanto, las necesidades reales de los consumidores, empujados a
gastar cada vez más en objetos frívolos y sin utilidad verdadera.
Con el programa “Ambiente 2010: nuestro futuro, nuestra decisión”, la Unión Europea se propone
implementar planes para contrarrestar el cambio climático, la desertificación, la contaminación, el
incremento de los desechos, etcétera, y salvaguardar así la flora, la fauna, el ambiente, la salud y los
recursos naturales.
Para alcanzar entonces un desarrollo equitativo, cabe al menos considerar los principios de una
economía ecológica:
Si los países ricos continúan entendiendo la cooperación solo como un medio para hacer a los
países pobres cada vez más pobres y dependientes, y si siguen provocando guerras, ¿cómo se puede
hablar de desarrollo sustentable? ¿Cuál sustentabilidad y para quién?
Está claro que si los países pobres comenzaran a tener niveles de consumo cercanos a los de los
países ricos, nuestro sistema macroambiental afrontaría consecuencias desastrosas en pocos años.
Pero, ¿se puede acaso pensar en negar el agua, fertilizantes y energía a las poblaciones más pobres
del mundo y contribuir así a empeorar la situación de países donde los muertos se cuentan por miles
cada día?
— notas —
2 M. Pallante, Un programma politico per la decrescita, Edizioni per la Decrescita Felice, Roma, 2008.
1. Maldito PIB
Concebido como un instrumento para medir la capacidad productiva en el período bélico, el PIB
se ha convertido con los años en una suerte de patrón del bienestar de una nación: su crecimiento
suscita aplausos, su estancamiento genera preocupación. Esto ocurre por diversas razones, incluso
compartibles, entre las cuales se cuenta su reflejo en la ocupación. Y sin embargo, el mismo Simon
Kuznets, su principal creador, ha subrayado en varias oportunidades el error intrínseco de la fórmula
“más PIB = más bienestar”. Dado que el PIB aumenta cada vez que se produce una transacción en
la economía, su crecimiento tiende inevitablemente a conectarse con gastos que, en algunos casos,
constituyen un indicio de malestar, antes que de bienestar, como son aquellos asociados, por ejemplo,
a desastres ecológicos, a la lucha contra la criminalidad o a los divorcios. Los gastos sostenidos para
la limpieza de un derrame petrolero, o para el tratamiento de un tumor por contaminación, aun
cuando hacen crecer el PIB, son síntomas de un daño al ambiente y al hombre. En ese terreno, aun
el más capaz de los abogados defensores se ve en problemas para socorrer al PIB. Un crecimiento del
gasto en Prozac, aunque estimule el PIB, no implica una mayor felicidad1.
2. El PIB es el patrón con relación al cual los países se miden, se comparan, pero es necesario de-
jar siempre en claro cuáles son las limitaciones de este indicador, cosa que por nuestra parte hemos
analizado en muchas publicaciones desde hace ya unos 20 años. En primer lugar, el PIB mide todas
las actividades que implican una transacción monetaria y se desentiende de todas las demás. Así,
por ejemplo, si una persona sufre un accidente automovilístico e ingresa en graves condiciones a un
hospital, se produce un crecimiento del PIB; también la economía de guerra y las guerras de agresión
contra los pueblos impulsan la demanda y, por tanto, lo acrecientan.
La idea obsesiva del crecimiento del PIB hace que toda producción mercantil, incluso aquella que
resulte nociva, sea evaluada positivamente.
Otra característica de este indicador es que contabiliza solo los daños y reparaciones al ambiente.
Si se le calculase tomando también en cuenta los daños ecológicos y sociales, su valor se vería notable-
mente reducido en todos los países.
Es entonces mera ilusión pensar en un desarrollo sustentable (¿sustentable para quién?: sustentable
para las leyes del mercado), puesto que toda producción de mercancías provoca un empobrecimiento
de los recursos naturales y tiene devastadores impactos sociales. La conciencia de que los indicadores
monetarios, como el producto interno bruto, no toman en cuenta el empeoramiento y empobreci-
miento de los recursos, ha llevado a la formulación de algunas propuestas –consideradas alternativas–
para introducir correcciones en el PIB. Sin embargo, son propuestas que se mantienen en el campo de
la compatibilidad con un sistema de contabilidad nacional que mide las dinámicas económicas, todas
ellas propias del modo de producción capitalista, con fórmulas cuantitativas de mercado.
2. El producto interno bruto verde (PIB verde) es, esencialmente, un indicador que toma en cuenta
las consecuencias del desarrollo económico en el ambiente. Sin embargo, y al igual que el llamado
desvalor agregado, es muy difícil de calcular, ya que se enfrenta a la prácticamente imposible tarea
de estimar cuantitativamente los efectos del cambio climático o de los cambios culturales, científicos
y económicos. A veces recurre a indicadores físicos, ejemplo de los cuales podría ser el cálculo de las
emisiones anuales de anhídrido carbónico o del “despilfarro per cápita”.
Otro ejemplo es el del GPI o indicador del progreso genuino (Genuine Progress Indicator), también
llamado índice de progreso efectivo o indicador del progreso real. Su peculiaridad estriba en distinguir
entre gasto positivo (como por ejemplo el de bienes y servicios) y gasto negativo (como el provocado
por la contaminación, la criminalidad o los accidentes). A diferencia del PIB, que contabiliza como
positivos todos los gastos, el GPI no considera que toda transacción monetaria se corresponda con un
incremento del bienestar.
En concreto, el GPI deduce del PIB los costos sociales vinculados con la contaminación, la degra-
dación ambiental y la criminalidad, al tiempo que suma el valor del trabajo cumplido en voluntariado
y del desempeñado en el seno de la familia. Además, toma en consideración la distribución del ingreso,
de manera que mientras mayores sean la equidad o la disponibilidad de tiempo libre, más altos son
los valores del índice, e incorpora asimismo el costo de bienes duraderos, obras de infraestructura,
etcétera.
1. Es evidente que las empresas, en el desempeño de sus actividades, entran en contacto con el ambien-
te externo, que influye y condiciona las decisiones que aquellas asumen. La empresa, como parte del
sistema social, es influida por el ambiente externo y viceversa, ya que cumple un papel tanto económi-
co como social; por tanto, debería actuar en una perspectiva socioeconómica, es decir, en una óptica
de interdependencia entre calidad del ambiente y desarrollo económico, a fin de mejorar la producción
mediante la utilización de las tecnologías más avanzadas en lo que respecta a las normas ambientales y
el control de la contaminación.
Resulta ya claro, y también para los procesos de gestión en el ámbito empresarial, que cada día es
mayor la importancia del elemento ecológico, el cual puede ser considerado como una fuerza exter-
na –en términos capitalistas, un factor de producción, como recurso del capital externo– que actúa
y condiciona el desenvolvimiento de toda la producción de la empresa. Para esta, la valoración del
patrimonio propio y de su renta estaría, pues, ampliamente condicionada por el respeto a las norma-
tivas ambientales. El ambiente se transforma así en recurso estratégico, en factor del capital, en tanto
que los elementos calificadores de la actividad empresarial a mediano-largo plazo deben tender a la
redefinición de las relaciones de poder entre sujetos empresariales y sociales.
2. En particular, para hacer frente a los mencionados efectos de la actividad empresarial en el patrimo-
nio natural, se suelen distinguir dos tipos de indicadores: los de impacto ambiental y los de desempeño
ambiental.
Se establece esa distinción por ser diverso el significado que puede asumir la medición de la activi-
dad de una empresa con relación a su impacto en el patrimonio natural. En efecto: si bien es posible
medir esa actividad en términos de uso de los recursos, de emisiones, de desechos producidos, etcétera,
para determinar su impacto global en el ambiente es preciso recurrir a valoraciones subjetivas, a esti-
maciones que puedan dar cuenta de las consecuencias derivadas de la gestión productiva.
Valga recordar, a este respecto, que los indicadores de impacto ambiental analizan la incidencia de
la actividad productiva a través de la determinación de magnitudes físicas que refieren a la producción
de un determinado establecimiento, como por ejemplo el efecto invernadero, el nivel de toxicidad para
la salud humana, para la fauna, para la flora, etcétera. Tales indicadores pueden ser calculados desde un
punto de vista físico o monetario.
Los indicadores físicos dan cuenta de la contribución de la empresa al cambio de las condiciones
ambientales, a escala tanto local como global, y constituyen una medida de su eficiencia en la admi-
nistración de los recursos. Para su construcción, el método más utilizado hasta hoy es el de vincular los
flujos físicos con algunos de sus efectos en la salud humana, en los ecosistemas y en el empobrecimien-
to de los recursos presentes en la naturaleza. Se tiene así, en primer lugar, una clasificación de los flujos
físicos con base en los efectos que producen en el ambiente; se procede luego a una caracterización
de dichos flujos, en la que se consideran los impactos ambientales en términos de efecto invernadero,
disminución de la capa de ozono, toxicidad –y los consiguientes peligros para los hombres, la vegeta-
ción y los animales–, energía, desechos, esmog, etcétera. Finalmente se realiza la verdadera evaluación,
fundamental si se trata de una situación en la cual los resultados o valores de impacto contrastan entre
sí; en ese caso es necesario saber confrontar dichos resultados para tomar las decisiones pertinentes.
Los indicadores monetarios, en cambio, sirven a la empresa para medir desde un punto de vista eco-
nómico –en términos de valor monetario estimado– las alteraciones causadas en el patrimonio natural,
lo que le permite incorporar la variable ambiente en sus distintos procesos de decisión económica.
3. En síntesis, tales indicadores le permiten a la empresa prestar una mayor atención a la política am-
biental, mediante una formulación de objetivos más clara, específica y sectorial, así como desarrollar
su sistema de gestión ambiental y mejorar tanto la comunicación externa como la prevención, control
y reducción de las emisiones, y sobre todo de los costos asociados.
La primera observación que puede hacerse a este respecto, en cuanto al uso de los diversos instru-
mentos de gestión y control de la sustentabilidad ambiental, es que en ellos el ambiente es considerado
como un factor de la producción capitalista y, por tanto, es sometido a las leyes de valorización del
capital; de hecho, se habla del “capital naturaleza”, que no es otra cosa que el “ambiente del capital”. Se
trata, pues, de una política ambiental de mercado, que apela tanto a la publicidad como a las relaciones
públicas y tiene muchas veces como primer objetivo el mejorar la imagen de la empresa.
Los operadores de mercadeo deben, en todo caso, crear responsabilidad entre los consumidores,
aun en los menos sensibles, mediante estímulos que tiendan a producir motivaciones incluso entre
quienes no perciben una ventaja inmediata en la adopción de políticas ambientalistas.
Es preciso hacer comprender al consumidor la importancia y las ventajas que derivan de la utili-
zación de productos ecológicos y artículos “verdes”, y poner especialmente en evidencia los beneficios
personales que esto conlleva, en términos tanto económicos como de salud.
Cabe subrayar que, aunque todos los indicadores ambientales disponibles para la empresa –y sobre
todo los de impacto ambiental– presentan un alto nivel de complejidad e incertidumbre en cuanto
a su validez científica, su utilización de manera integrada permitiría adoptar actitudes y orientar las
decisiones empresariales hacia objetivos de sensibilidad económica y socioambiental. Obviamente, la
consideración será completamente diferente según se trate de una empresa capitalista, en la que todo
está relacionado con la obtención de la máxima ganancia, o de una socialista, o en todo caso sujeta a
lógicas ajenas al mercado –o, mejor, no de mercado–, en las cuales el logro del máximo resultado se
mide en términos redistributivos y de salvaguarda de los intereses socioambientales.
1. “Vivimos en un planeta que se inserta en una delicada e intrincada red de relaciones ecológicas,
sociales, económicas y culturales que regulan nuestra existencia. Si queremos alcanzar un desarrollo
sustentable, debemos demostrar una mayor responsabilidad en relación con los ecosistemas de los
cuales depende toda forma de vida, considerándonos parte de una sola comunidad humana y en
relación con las generaciones que seguirán a la nuestra. La Cumbre de Johannesburg 2002 representa
una oportunidad para el compromiso de construir un futuro más sustentable”5.
Estas palabras de Kofi Annan, pronunciadas en 2002 en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo
Sustentable, dejan ver cómo se ha hecho general e improrrogable la elaboración de leyes nacionales e
internacionales que tengan por objetivo la defensa del ambiente en que vivimos, y cómo también para
las instituciones, los organismos internacionales y las empresas, la solución más eficaz parece ser la de
cambiar el modelo actual de desarrollo siguiendo los principios de la sustentabilidad y la solidaridad.
En la perspectiva de la salvaguarda ambiental, la actividad general de la empresa debe preservar
–tanto en sus relaciones internas como en las externas– el patrimonio que ella tiene “en préstamo” y
que requiere para una gestión que acreciente su valor, es decir, que sea capaz de impulsar procesos de
acumulación de capital que determinen las relaciones de dominio social.
Las leyes ambientales promulgadas por el legislador, o de otras fuentes, son normas jurídicas que
salvaguardan tales relaciones de dominación y de poder capitalista.
Junto con esas leyes, existen también las llamadas normas de cumplimiento voluntario, emanadas
de organismos tanto nacionales (la UNI, por ejemplo, en Italia) como europeos (Comité Europeo de
Normación, CEN) e internacionales (ISO), que sirven para orientar a las empresas hacia un tipo de
producción que tenga en cuenta las necesidades ambientales.
2. La búsqueda de un hipotético equilibrio entre los intereses empresariales y los ecológicos ha llevado,
en los países de la Comunidad Europea, a la creación de algunos instrumentos económicos y de
autorregulación.
El Reglamento de la Comunidad Europea introdujo en 1993 (Nº 1.836) un nuevo instrumento
de gestión y control, conocido como Environmental Management and Audit Scheme (EMAS), que
puede ser aplicado voluntariamente por las diversas organizaciones (empresas, entes públicos, etcétera)
a fin de mejorar su propio desempeño ambiental y transmitir datos y noticias sobre esos asuntos a
cuantos puedan estar interesados.
La segunda versión de ese instrumento, el EMAS II, fue difundida por la Comunidad Europea con
el Reglamento 761/2001, y posteriormente modificada por el Reglamento 196/20066.
El año 2007 marcó un récord en la historia de la Ecolabel europea en Italia, con un crecimiento en
el número de licencias equivalente a 111% con respecto al año anterior; de hecho, se pasó de 86
licencias y 1.384 productos para fines de 2006, a 174 licencias y 2.474 productos al concluir 2007.
Ahora, 2008 será un año de compromiso para la APAT y el Comité, dado que la Comisión Europea
le ha encomendado a Italia el desarrollo de criterios para la concesión del sello Ecolabel europeo
al grupo de productos “Edificios”, así como la revisión de algunos grupos de productos entre los
que se cuentan “Papel de copia y papel gráfico”, “Servicios de recepción turística” y “Servicios de
campamento”.
Cabe destacar, en particular, la importancia del sello Ecolabel para los edificios. Se trata de un
importante proyecto, que prevé un abordaje integral de las problemáticas ambientales vinculadas
con la construcción, el uso y la demolición de edificios, en el ámbito de todo su ciclo de vida. Esta
certificación ambiental será de carácter voluntario y se unirá a la certificación energética obligatoria
prevista en el decreto legislativo 311/2006, que hace posible informar a los ciudadanos acerca de los
consumos de un edificio7.
4. Las normas de la serie ISO 14000 proveen instrumentos gerenciales a las organizaciones que mani-
fiestan su voluntad de poner bajo control sus propios aspectos e impactos ambientales, para mejorar
así sus desempeños en este campo.
Valga señalar que todos los requisitos ISO 14000 son de naturaleza voluntaria. Su aplicación corres-
ponde, por tanto, a una decisión de tipo estratégico que debe estar a cargo de la directiva empresarial.
La ISO 14000 es una norma que puede ser impulsada por cualquier tipo de organización que se
proponga alcanzar una mejoría en el ejercicio de sus actividades, mediante la adopción de un sistema
de gestión ambiental; como tal, ha sido reconocida en el nuevo Reglamento EMAS. Además, en un
progresivo acercamiento del sistema internacional a los esquemas europeos, a ella se han añadido las
normas del subconjunto ISO 14030 para la evaluación de los desempeños ambientales, y está por
agregarse la norma ISO 14063 para la comunicación ambiental. El subconjunto ISO 14020 regula,
por su parte, diversos tipos de etiquetas y de declaraciones ambientales, al tiempo que estandari-
za diferentes niveles de información al público acerca de los desempeños ambientales de productos
y servicios.
Desde ese punto de vista, las etiquetas y las declaraciones cumplen un papel importante a los
fines del consumo sustentable, en tanto que definen, de manera creíble y transparente, un límite que
distingue los productos más compatibles con el ambiente de aquellos menos compatibles. A todo esto
se suma la ISO 14040, que establece la metodología aplicable en el estudio del ciclo de vida8.
5. Como parte de su quinto programa de acción, la Comisión Económica Europea (CEE) aprobó, en
marzo de 1992, un reglamento que instituye un esquema voluntario de gestión y auditoría ambiental,
con el fin de promover una mejoría del desempeño ambiental en las actividades industriales.
Esta auditoría, concebida en Canadá durante los tempranos años setenta para garantizar la seguri-
dad y la higiene en el ambiente laboral, se extendió posteriormente a todos los temas de seguridad am-
biental. Consiste en una evaluación sistemática, objetiva y documentada (y ejecutada periódicamente)
6. Hasta el momento, el instrumento al que se considera más válido para visibilizar las demandas y
las necesidades de información y transparencia del consumidor –siempre en el ámbito del enfoque
contable y cuantitativo– es el balance social. Es decir:
El balance social es un documento muy difícil de redactar, ya que, al tomar en cuenta muchas
variables socioeconómico-ambientales, debe responder a las exigencias informativas de todos aquellos
que han “apostado” a la suerte de la empresa y que esperan retornos económicos y financieros.
En consecuencia, debe informar a los diversos ámbitos de la empresa acerca de los desempeños
sociales que esta impulsa y orientar con base en ellos las decisiones futuras. La empresa debe saber ad-
ministrar el consenso social a través de un mejoramiento de su imagen, capaz de conciliar los intereses
de los sujetos empresariales. Así, junto con el balance de ejercicio, que ha de responder a los requisitos
y reglas normativas, el balance social debe proveer informaciones “pertinentes, imparciales y claras”.
Cada uno de estos principios se subarticula en sucesivos postulados, de manera que la pertinencia
alude a la oportunidad, significatividad y periodicidad de la información; la imparcialidad, a su com-
pletitud, ponderación y aceptabilidad; y la claridad, a su comprensibilidad, concisión y corrección11.
1. Los indicadores de sustentabilidad buscan brindar una medida de la diferencia, en el uso del ambien-
te, entre la situación efectiva y la que se ha definido como “sustentable”. Es evidente que su dificultad
y su utilización “interpretativa” dependen, entonces, del concepto de sustentabilidad que se asuma.
El concepto de sustentabilidad está estrechamente ligado al concepto o modelo de sociedad, lo
que no puede ser asimilado exclusivamente a los aspectos económico y ecológico; en consecuencia, el
umbral de sustentabilidad de un indicador no puede ser definido de manera unívoca.
En la literatura económica-ecológica, por lo general compatible con el modelo social, político y
económico del sistema capitalista, se han definido tres principios relativos a la gestión sustentable de
los recursos:
– Las tasas de utilización de los recursos renovables no deben superar sus tasas de regeneración.
– Las emisiones contaminantes no deben superar la capacidad asimilativa de los ecosistemas.
– Los recursos no renovables deben ser utilizados de una manera “casi sustentable”: en otras pala-
bras, sus tasas de utilización se deben limitar a la tasa de creación de sustitutos renovables.
Los principales pasos que se han de cumplir para derivar indicadores a partir de estas reglas básicas,
son (Opschoor, Reijnders, 1991):
– Identificación de los elementos principales del capital natural y de sus funciones económicas.
– Selección de los más importantes de aquellos elementos cuya integridad se vea potencialmente
amenazada, para determinar un conjunto de indicadores.
– Determinación de estándares (valores-umbral) sobre la base de las reglas previas de gestión
sustentable.
Sobre la base de estos principios se han adelantado esfuerzos para definir algunos indicadores, como
por ejemplo la “huella ecológica” (ecological footprint) o la “huella de carbono” (carbon footprint), que,
sin embargo, tropiezan con muchas limitaciones por causa de un “defecto básico” común a todos ellos.
Esas limitaciones son subestimadas y su resolución se remite a estudios e investigaciones ulterio-
res. Algunos autores plantean, esencialmente, dos principios-guías en la construcción de sistemas de
indicadores:
– El principio de “golpear la orilla”, que afirma que impreciso pero relevante es preferible a preciso
pero inútil; desde esta perspectiva, acercarse al objetivo es suficiente, cuando precisarlo con
exactitud requiere demasiado tiempo, esfuerzos y recursos.
– El principio del “grupo”: si para el análisis de un problema se requiere información muy con-
fiable y los indicadores disponibles son considerados demasiado imprecisos, es mejor utilizar un
conjunto de tales instrumentos en lugar de procurar uno solo y perfecto. Si todos los indicado-
res del grupo dan la misma señal, esta puede ser considerada confiable.
Hasta los momentos, los indicadores de sustentabilidad que se han elaborado pueden agruparse en
tres categorías:
La Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa ha desarrollado indicadores de carga
y nivel crítico que persiguen establecer el nivel crítico de los desechos, especialmente los contami-
nantes, en los ecosistemas. El término “carga” se utiliza para los desechos, mientras que el “nivel” refiere a
las concentraciones de estos.
Los indicadores socioecológicos han sido desarrollados por algunos autores suecos, como por ejem-
plo Azar, Holmberg y Lindgren. Tienden a determinar el aspecto causal, es decir, a ubicar en la socie-
dad aquello que determina los efectos en el ambiente, pero no a indicar –como falsamente se podría
deducir de su nombre– los nexos de desarrollo futuro entre sociedad y ambiente. Asimismo, buscan
superar los defectos de los restantes indicadores de sustentabilidad, que se manifiestan, por una parte,
en el retraso temporal que media entre una actividad específica y la correspondiente manifestación del
daño que se le imputa (lo que significa que pueden dar la señal de alarma con demasiado retardo, o
solamente indicar si ciertas actividades del pasado fueron o no sustentables); y por la otra, en la impo-
sibilidad de prever todos los posibles efectos de una determinada actividad, dada la complejidad de los
ecosistemas. Muchos daños ambientales son conocidos, pero otros no lo son todavía. Los indicadores
actuales consideran, por lo general, solamente los daños conocidos y comprobados científicamente.
Los indicadores de medición del desarrollo sustentable reflejan, todavía más que los otros, su for-
mulación economicista y propia de la lógica del capitalismo. De hecho, sus creadores los han derivado
— notas —
3 “El concepto de desarrollo humano fue elaborado a fines de los años ochenta por el Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD), a fin de superar y ampliar la acepción tradicional de desarrollo, centrada únicamente en el crecimiento
económico. El desarrollo humano abarca algunos ámbitos fundamentales del desarrollo económico y social; la promoción de
los derechos humanos y el apoyo a las instituciones locales, con particular referencia al derecho a la convivencia pacífica, la
defensa del ambiente y el desarrollo sustentable de los recursos territoriales; el desarrollo de los servicios sanitarios y sociales,
con atención prioritaria para los problemas más extendidos y los grupos más vulnerables; el mejoramiento de la educación para
el conjunto de la población, con particular atención a la educación básica; el desarrollo económico local, la alfabetización y la
educación para el desarrollo, la participación democrática y la equidad en las oportunidades de desarrollo y de inserción en
la vida social”. En Utopie-Onlus. Cfr. http://www.utopie.it/sviluppo_umano.htm.
4 Cfr. L. Vasapollo, “Nuovi strumenti statistico-aziendali per la misura della compatibilità sociale d’impresa. Gli indicatori socioam-
5 Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU, en Johannesburg, Sudáfrica, 26 agosto-4 septiembre 2002.
6 “El objetivo de EMAS consiste en promover el mejoramiento continuo de los desempeños ambientales de las organizaciones,
– la información sobre los desempeños ambientales y un diálogo abierto con el público y demás sujetos interesados, incluso a
través de la publicación de una declaración ambiental.
El sistema de gestión ambiental planteado por el estándar EMAS se basa en la norma ISO 14001/2004, de la que se exi-
gen todos los requisitos, mientras que para el diálogo abierto con el público se prescribe que las organizaciones publiquen
– una descripción clara, libre de ambigüedades, de la organización que solicita su registro en el EMAS;
– una descripción de todos los aspectos ambientales, directos e indirectos, que determinen impactos ambientales significativos
por parte de la organización, y una explicación de la naturaleza de dichos impactos;
– una descripción de los objetivos y targets relacionados con los aspectos e impactos ambientales significativos:
– un sumario de datos disponibles acerca de los desempeños de la organización en lo que respecta a sus objetivos y targets
sobre impactos ambientales significativos;
– otros factores concernientes a los desempeños ambientales, incluidos los que corresponden a las disposiciones legales;
En cuanto a los datos e informaciones suministrados en la declaración ambiental, el reglamento comunitario precisa que deben:
Las organizaciones registradas en el EMAS deben utilizar un logotipo idóneo, sujeto a los procedimientos y requisitos de uso
establecidos en el reglamento comunitario.
Para obtener (y conservar) el reconocimiento del EMAS (registro), las organizaciones deben someter sus propios sistemas de
gestión ambiental a la evaluación de conformidad por parte de un verificador acreditado, y hacer validar por este su declaración
ambiental (y sus actualizaciones, normalmente anuales).
El procedimiento de registro prevé que la declaración sea examinada también por el órgano nacional competente del EMAS, y
sometida además a un control –exigido por ese mismo organismo– por parte de las autoridades ambientales locales (las ARPA),
que deben emitir un nulla osta (“sin objeciones”) de tipo legislativo (en cuanto a leyes, autorizaciones, etcétera).
En Italia, los registros EMAS con acreditación italiana son 714, que corresponden a más de 900 sitios (al 05/11/2007, según
listado de organizaciones registradas en el sitio APAT). El número es todavía relativamente bajo, en particular si se compara con
el de certificaciones ISO 14001 acreditadas en Italia para el 31/10/2007: 7.243 certificados y 11.505 sitios (fuente: Sincert)”.
Cfr. Network Sviluppo Sostenibile (Milano).
7 Cfr. Cfr. APAT - Agencia para la Protección del Ambiente y para los Servicios Técnicos, Sección Ecolabel. http://193.206.192.245/
giorgio/CrescitaEcolabelItalia2007.pdf.
9 Cfr. APAT - Agencia para la Protección del Ambiente y para los Servicios Técnicos. http://www.apat.gov.it/site/it-IT/Temi/Merca-
to_verde/Standards_ISO_14000/.
12 Cfr. www.sistemacosea.it/pdf/pubblicazioni/ind_sost.pdf.
Son diversos los productos agrícolas que se emplean para la producción de energía, los que genéri-
camente se identifican como agroenergéticos, entre ellos están la caña de azúcar, el maíz, la remolacha,
el sorgo, la palma de aceite, la colza y otras oleaginosas. Además, se incluyen en esta categoría sub-
productos agropecuarios tales como la paja, el bagazo, las hojas, los tallos, las cáscaras, el aserrín, las
vainas, el estiércol, la gallinaza y otros muchos derivados de la elaboración de alimentos, de productos
agrícolas y forestales y del sacrificio de animales. En resumen, la biomasa es una fuente de energía
localmente disponible que puede proporcionar electricidad, calor y energía mecánica, a partir de
combustibles líquidos, gaseosos o sólidos, y contribuir así a la sustitución de los combustibles fósiles
y a la diversificación de las fuentes de energía1.
Se sostiene, por ejemplo, que los agrocombustibles son limpios y verdes. Eso no es verdad, porque
para producir una tonelada de aceite de palma se generan 33 toneladas de emisiones de anhídrido
carbónico, o sea, cerca de 10 veces más que en el caso del petróleo. Para producir etanol a partir de la
caña de azúcar –hecho que conlleva, además, la destrucción de bosques tropicales– se emite 50% más
de gas invernadero que para el equivalente en gasolina. Se dice que los agrocombustibles no provocarán
deforestaciones; también eso es falso, basta ver –por ejemplo– el caso de Indonesia, donde la pérdida
de bosques responde precisamente a las plantaciones de palma de aceite para el biodiesel. A esto se
deben agregar la contaminación de suelos y acuíferos por el uso masivo de herbicidas, abonos químicos
y antiparasitarios, el creciente desarrollo de organismos genéticamente modificados o transgénicos para
aumentar la producción, el empobrecimiento de la biodiversidad agrícola por la expansión constante
del monocultivo y el uso desmesurado del agua para la irrigación.
Se llega incluso a declarar que los agrocombustibles promoverán el desarrollo rural. También ese es
un mito que es preciso destruir: considérese que en los trópicos, 100 hectáreas dedicadas a la agricultu-
ra familiar proveen 35 puestos de trabajo, mientras que la palma de aceite y la caña de azúcar reportan
10, el eucalipto solo 2 y la soya apenas 0,5. Se dice, además, que los agrocombustibles no provocarán
más hambre. Según la FAO, la comida que hay en el mundo sería suficiente para saciar a todos, pero
la pobreza –ligada también a los altos precios de los combustibles, que hacen aumentar los rubros
alimentarios– no permite que todos puedan nutrirse adecuadamente. Aquella es, entonces, una mera
utopía, desde el momento en que no es, seguramente, aumentando la producción de agrocombustibles
como se pondrá remedio al hambre en el planeta2.
Pienso que reducir y además reciclar todos los motores que consumen electricidad y combustible es
una necesidad elemental y urgente de toda la humanidad. La tragedia no consiste en reducir esos
gastos de energía, sino en la idea de convertir los alimentos en combustible.
Hoy se conoce con toda precisión que una tonelada de maíz solo puede producir 413 litros de etanol
como promedio, de acuerdo con densidades, lo que equivale a 109 galones.
El precio promedio del maíz en los puertos de Estados Unidos se eleva a 167 dólares la tonelada. Se
requieren por tanto 320 millones de toneladas de maíz para producir 35.000 millones de galones de
etanol. (...) el maíz convertido en etanol; los residuos de ese maíz convertidos en alimento animal con
26% de proteína; el excremento del ganado utilizado como materia prima para la producción de gas.
Desde luego, esto es después de cuantiosas inversiones, al alcance solo de las empresas más poderosas,
en las que todo se tiene que mover sobre la base de consumo de electricidad y combustible. Aplíquese
esta receta a los países del Tercer Mundo y verán cuántas personas dejarán de consumir maíz entre
las masas hambrientas de nuestro planeta. O algo peor: présteseles financiamiento a los países pobres
para producir etanol del maíz o de cualquier otro tipo de alimento y no quedará un árbol para
defender la humanidad del cambio climático.
Otros países del mundo rico tienen programado usar no solo maíz, sino también trigo, semillas de
girasol, de colza y otros alimentos para dedicarlos a la producción de combustible. Para los europeos,
por ejemplo, sería negocio importar toda la soya del mundo a fin de reducir el gasto en combustible
de sus automóviles y alimentar a sus animales con los residuos de esa leguminosa, especialmente rica
en todos los tipos de aminoácidos esenciales3.
La energía es concebida como una mercancía más. Tal como lo advirtiera Marx, esto no ocurre debido
a la perversidad o insensibilidad de este o aquel capitalista individual, sino que es consecuencia
de la lógica del proceso de acumulación, que tiende a la incesante “mercantilización” de todos los
Desde el punto de vista ambiental, la producción masiva de agrocombustibles sería más dañina que
el problema de contaminación que se intenta resolver.
3. Los agrocombustibles son presentados como alternativa al petróleo y como medio para combatir el
recalentamiento global y, por eso, las mayores empresas internacionales se están lanzando a este nuevo
mercado que, sin embargo, resulta contrario a las necesidades alimentarias de los pueblos.
La FAO afirma que entre marzo de 2007 y marzo de 2008 se registró en el precio de los cereales un
aumento de 88%, mientras el de grasas y aceites fue de 106%. El Banco Mundial sostiene que en el
último año y medio el precio de los granos se incrementó en más de 80%.
En los países de capitalismo desarrollado, la superficie agrícola per cápita es el doble de la existente
en las áreas subdesarrolladas: 1,36 hectáreas por persona en el norte, contra 0,67 en el sur, por el simple
hecho de que en las zonas subdesarrolladas vive cerca de 80% de la población mundial5.
Los precios de los alimentos básicos han aumentado muchísimo en estos últimos meses, lo cual
penaliza todavía más a las comunidades más pobres. El del maíz, por ejemplo, creció en un año más de
50%, y no es este un aumento provocado por escasez de producción; por el contrario, en estos últimos
años se ha producido mucho más maíz que en los precedentes.
La causa principal de ese incremento de precios debe imputarse al que a su vez experimentan los
cereales utilizados para la producción de biocarburantes, así como al de los costos del gasoil y los ferti-
lizantes, y también al del consumo de carnes, que tiene como consecuencia el aumento de la demanda
de alimentos para animales.
No es posible que se les quite la comida, el agua y la tierra a las comunidades pobres para sostener
los lujos del occidente del mundo.
1. Un total de 43 jefes de Estado y más de 5.000 delegados, en representación de 181 países, se reu-
nieron por tres días en Roma, del 3 al 5 de junio de 2008, en la Cumbre Mundial de la FAO sobre
Alimentación.
Entre los temas más “candentes” estuvieron el de los agrocarburantes y el de las políticas agrícolas y
comerciales, en los que se enfrentaron de un lado los países latinoamericanos y del otro Estados Unidos
y la Unión Europea.
En la declaración de clausura de la cumbre se manifestó la necesidad de dar una respuesta duradera
a la crisis alimentaria, que requiere de acciones coordinadas de la comunidad internacional.
Todos los países y organizaciones asumieron el compromiso de destinar 6,5 millardos de dólares a
auxilios alimentarios: el Banco Mundial se comprometió con 1,2 millardos; Estados Unidos, con 1,5 y
Francia con otro tanto; el Reino Unido, con 590 millones de dólares; Italia, con 190 millones de euros.
La cumbre concluyó de manera decepcionante, con la simple disposición de los jefes de Estado y
de los tantos ministros presentes de asumir un compromiso genérico para combatir el hambre en el
mundo, sin identificar en absoluto las responsabilidades políticas de las grandes potencias occidentales,
de las multinacionales y de la crisis estructural del modo de producción capitalista.
Pero junto con la declaración final, pudo verse la clara toma de posición de algunos países de Amé-
rica Latina, encabezados por Cuba. Al dar lectura a la declaración de su país ante la sesión final de la
asamblea general de la FAO, el viceministro para la Inversión Extranjera de Cuba, Orlando Requeijo,
2. Los delegados de Argentina, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Venezuela apoyaron la posición de Cuba.
En particular, la embajadora de la República Bolivariana de Venezuela ante la FAO, Gladys Urbaneja
Durán, subrayó en su intervención que la crisis alimentaria no es un problema técnico, sino social y
político:
es la mayor demostración del fracaso histórico del modelo capitalista. (…) Todas estas causas se
podrían resumir en una sola: el carácter de mercancía que tienen los alimentos en la actual estructura
económica internacional, sustentada en el modelo de producción y consumo capitalista, que
privilegia la maximización de la ganancia, en desmedro del bienestar colectivo de los pueblos y del
aprovechamiento sostenible de los recursos naturales.
Es por tales motivos, manifestó la delegada de Venezuela, que es preciso darle un fuerte impulso al
ALBA –es decir, la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América–, para contraponerse
así a la lógica capitalista, a la lógica de la ganancia y la competencia global. Propuso, además, la crea-
ción inmediata de un fondo agrícola especial, al que se destine un porcentaje consensuado del precio
del barril petrolero, para financiar la mecanización de la agricultura y sus tecnologías y desarrollar la
producción de alimentos, para lograr así una verdadera soberanía alimentaria de los pueblos frente a
los intereses de las multinacionales.
La delegación de Cuba, al agradecer el apoyo recibido de la mayoría de los países presentes para
exigir el fin del criminal bloqueo impuesto por el Gobierno de Estados Unidos, reiteró que su país
seguirá trabajando en defensa de la justicia, de la equidad y de la solidaridad, “a fin de que el hambre
se convierta lo antes posible en un flagelo erradicado de la historia de la humanidad”.
Debemos unir nuestros esfuerzos en defensa de la Madre Tierra. Nos negamos a plegarnos a los
intereses económicos capitalistas que hicieron naufragar la Conferencia de Copenhague. Para que eso
no se repita, trabajaremos todos juntos en la articulación de una propuesta compartida y concreta,
capaz de incidir en las políticas globales que amenazan la supervivencia de nuestro planeta.
Para afrontar el cambio climático debemos reconocer a la Madre Tierra como fuente de vida y
plasmar un nuevo sistema basado en los principios de:
– armonía y equilibrio entre todos y con todo;
– complementariedad, solidaridad y equidad;
Después de seis días de discusiones, en las que participaron más de 15.000 delegados –entre mili-
tantes, estudiosos e intelectuales– provenientes de 170 países, así como 90 delegaciones en representa-
ción de otros tantos Gobiernos, se llegó a un documento final consensuado que recibió el nombre de
Acuerdo de los Pueblos8.
En la parte política de dicho documento se subraya:
– los responsables históricos y actuales de los desastres ambientales son el capitalismo y los países
desarrollados, y corresponde a ellos solucionar tales problemas;
– la descolonización de la atmósfera de los países desarrollados debe lograrse a través de la reducción
y absorción de sus propias emisiones;
– los países desarrollados deben asumir los costos y las necesidades de transferencia tecnológica de
los países en vías de desarrollo, debidos a la pérdida de oportunidades de desarrollo que se derivan
del vivir en un espacio atmosférico restringido; deben hacerse responsables de los centenares de
millones de personas que se ven obligadas a emigrar por causa del cambio climático que ellos han
provocado, eliminar sus políticas restrictivas en materia de migración y ofrecer a los inmigrantes
una vida digna, con usufructo de todos los derechos existentes en sus países; y asumir los costos de
adaptación vinculados a los impactos del cambio climático en los países en vías de desarrollo.
Propuestas estas que más adelante serían hechas propias por los Gobiernos del ALBA (Cuba, Ve-
nezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Dominica, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda)
durante las negociaciones oficiales en Cancún y en Durban, aunque lamentablemente con escasos
resultados.
En su discurso de clausura, el presidente Evo Morales dijo, entre otras cosas:
Si no cambiamos el sistema capitalista, cualquier medida que decidamos adoptar tendrá un carácter
limitado y precario. Debemos construir un nuevo sistema, basado en la armonía con la naturaleza
y con los demás seres humanos. No puede haber armonía alguna en un modelo en el que 1% de
la población mundial concentra en sus ávidas manos el 50% de la riqueza del planeta. El poder de
5. En diciembre de 2010 se efectuó la COP16 en Cancún, México. También allí, los temas principales
fueron el futuro del Protocolo de Kyoto –que vence en 2012–, las decisiones vinculantes con respecto
a los cambios climáticos y las emisiones, y los compromisos financieros en favor de los países en vías
de desarrollo, que deben ayudarlos a obtener tecnologías energéticas limpias para reducir sus propias
emisiones de gases de efecto invernadero. Entre sus resultados, esta décimo sexta conferencia planteó la
necesidad de “acciones urgentes” para evitar un aumento superior a 2 grados en la temperatura media
del planeta y pidió a los científicos determinar si ese límite se debe fijar en 1,5 grados, pero no esta-
bleció objetivos precisos y vinculantes para lograr la reducción de los mencionados gases. Asimismo,
acordó exhortar a los países a “ampliar sus propias aspiraciones” y manifestó la necesidad de compro-
meter de inmediato 30 millardos de dólares para el período 2010-2013 –y movilizar posteriormente
100 millardos de dólares anuales hasta el año 2020–, a fin de ayudar a los países en vías de desarrollo
en el mencionado objetivo de obtener tecnologías limpias para reducir sus emisiones de gases de efecto
invernadero; todo esto a través de un nuevo organismo internacional denominado Green Climate
Fund. Se habló, pues, de necesidad y no de certeza; de movilizar y no de asignar. Pero sobre todo,
se habló sin precisar de dónde saldrán esos fondos y quién los administrará. En concordancia, se
arribó a un compromiso no vinculante para mantener el aumento de la temperatura terrestre por
debajo de los 2 grados. No hubo compromiso alguno para prorrogar el Protocolo de Kyoto tras su
vencimiento en 2012.
En diciembre de 2011 tuvo lugar en Durban, Sudáfrica, la COP17. Dados los escasos resultados
de las dos cumbres anteriores, los temas planteados fueron casi los mismos: el futuro del Protocolo de
Kyoto, compromisos vinculantes respecto a los cambios climáticos y las emisiones de CO2, obtención
y administración de los recursos de la Green Climate Fund. También en esta oportunidad, los resul-
tados fueron un tanto decepcionantes; de hecho, y en lo esencial, el cónclave concluyó con el solo
compromiso formal de llegar a 2015 con un acuerdo vinculante que entre en vigor en 2020.
— notas —
1 Cfr. “La faccia oscura degli agrocombustibili”, de José Antonio Díaz Duque, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular,
viceministro del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Ambiente de la República de Cuba, en Vasapollo, Martufi (ed., 2008)*.
2 “I cinque miti degli agrocombustibili” (Los cinco mitos de los agrocombustibles). Fuente: Missione Oggi. http://www.trentino-
solidarieta.it/article/articleview/2020/1/156/.
* (n.t.) El fragmento que aquí se incluye es tomado de la versión original en español, titulada “La cara oculta de los biocombustibles”,
según se reproduce en http://rsandres.wordpress.com/category/medi-ambient/.
5 http://www.granma.cu/italiano/2007/mayo/juev10/sintensifica-il-dibattito.html.
7 Cfr. 2008-06-06 12:53; “FAO: vertice chiuso, approvata la dichiarazione finale”; http://www.ansa.it/opencms/export/site/visua-
lizza_fdg.html_77952538.html.
8 http://cmpcc.org/2010/04/24/acuerdo-de-los-pueblos/#more-1757.
** (n.t.) El fragmento que aquí se incluye es tomado de la versión original en español que, con el título de “Condenados a muerte
prematura por hambre y sed más de 3 mil millones de personas en el mundo”, se publicó el 28 de marzo de 2007 y se reproduce
en www.cubadebate.cu.
*** (n.t.) El fragmento que aquí se incluye es tomado de la versión original en español que, con el título de “Se intensifica el
debate”, se publicó el 9 de mayo de 2007 y se reproduce en www.lajiribilla.cu.
1. En lo sustancial, un concepto está ya claro: nuestro sistema macroambiental no puede seguir repro-
duciéndose a través de la explotación continua y descontrolada de los recursos naturales. La solución,
sin embargo, no puede ser el crecimiento cero o detención del desarrollo, ni está en falsas alternativas
que en realidad son crímenes contra la humanidad, como el uso de agrocombustibles.
El empeoramiento de las condiciones de vida de las clases subalternas en el mundo entero, agudi-
zado por las guerras necesarias para los nuevos esquemas del modo de desarrollo del capitalismo, pone
de relieve las posibilidades para una solidaridad internacional renovada. El internacionalismo renovado
y militante de los movimientos de clase no es ya postergable: lo hace más y más necesario el contexto
de “guerra infinita”, la que batallan ejércitos y la que se cumple en el terreno social.
Está claro que darle voz a las exigencias ambientales y sociales no debe implicar, en contrapartida,
que se produzcan repercusiones negativas para las ya precarias condiciones salariales. El temor, en
efecto, es que la empresa, para conformar la producción a las exigencias ambientales y negada a tocar
para ese fin los recursos destinados a las ganancias y las rentas, ataque con tal propósito los que co-
rresponden a la retribución del trabajo, ocasionando así un empobrecimiento adicional de las clases
más desposeídas. Eso no se debe permitir. Los costos de la salvaguarda del ambiente deben correr por
cuenta de la empresa y recaer, por tanto, en el factor productivo capital y no sobre el costo del trabajo.
Pero esto solo será posible si las organizaciones sindicales asumen un rol de madurez, si ubican y
enfrentan las contradicciones capital-naturaleza en el marco del conflicto capital-trabajo, sin sacrificar
–o, todavía peor, contraponer– las cuestiones ambientales a los problemas de la retribución; vale decir,
si desarrollan una visión unificadora de las luchas por el trabajo y por el ambiente y si logran construir
relaciones de fuerza que sean en su conjunto favorables al mundo del trabajo.
Es ya indispensable poner freno a la carrera desbocada en pos de la ganancia, así como definir y
establecer, en materia de condiciones sociales, ambiente y trabajo, estándares mundiales mínimos a los
que todos los Gobiernos deban ceñirse y hacer respetar2.
2. Dado que la sobrevivencia biológica de la especie humana y su sobrevivencia social están estre-
chamente ligadas, resulta necesario, para posibilitar un crecimiento equilibrado e igualitario de la
sociedad, superar el modo de producción capitalista y poner en discusión el lugar de la economía en
la vida cotidiana. Una economía hoy drogada y de papel, ya que únicamente determina las leyes de la
búsqueda desenfrenada de ganancias por parte de los capitalistas.
El desafío planteado es, pues, el de lograr una sociedad que vaya más allá del capital, pero también,
al mismo tiempo, el de dar respuestas inmediatas a la barbarie que flagela la vida cotidiana del ser social
que trabaja, es decir, de la clase trabajadora.
Es necesario, desde ya, desarrollar batallas de contra-tendencia, con un programa de fases bien de-
finidas sobre las compatibilidades socioambientales, que sea primero de carácter político para después
buscar influir en las decisiones económicas.
Los límites de la naturaleza deben ser considerados también en su relación con las necesidades reales
de los llamados países en vías de desarrollo, y con su derecho a la autodeterminación para emprender
caminos propios de emancipación social y económica.
Resulta evidente, pues, que se requiere una redistribución de la riqueza natural, a través de la so-
beranía jurídica y económica de cada Estado sobre sus propios recursos naturales, como también una
nueva geopolítica ambiental basada en la descolonización del suelo y de la atmósfera por parte de los
llamados países desarrollados o de capitalismo maduro.
Es preciso plantear asimismo en escala ambiental los problemas vinculados con la inmigración.
Son cada vez más los emigrantes ambientales; es decir, las personas que no tienen ya esperanza de so-
brevivir en sus tierras de origen por causa de factores relacionados con la destrucción de la naturaleza,
como son la sequía, la desertificación, la erosión, la falta de recursos hídricos, entre otros, o debido
3. Solo de esa manera se pueden detener para siempre y dondequiera las guerras de agresión y de
expansión imperialista, a la vez que redistribuir la riqueza al mundo del trabajo y del trabajo negado,
y vincular el concepto de desarrollo a los de Estado social, de progreso y de buen vivir para todos:
un desarrollo, pues, cualitativo y autodeterminado, con fuerte compatibilidad social y ambiental,
basado en la centralidad del hombre y de la naturaleza y, por tanto, enfocado en los derechos de
la humanidad.
Desde hace mucho, Cuba ha hecho de la protección del ambiente una prioridad nacional. Así, por
ejemplo, la superficie de sus bosques ha aumentado en 33.631 hectáreas.
La isla dispone hoy de 2.696.589 hectáreas de terrenos boscosos, sin contar las 170.253 hectáreas
de plantaciones jóvenes, con menos de tres años. Gracias a un programa nacional de mejoramiento de
suelos, en 2006 fueron tratadas 515.000 hectáreas, lo que permitió disminuir la contaminación am-
biental en 3,8% con respecto a 2005. Cuba es uno de los pocos países del mundo cuya superficie
forestal es actualmente superior a la de 50 años atrás3.
Todo esto se traduce en una aproximación diferente a la naturaleza, gracias a un mayor involucra-
miento con el territorio, a su conocimiento profundo, a la percepción exacta de las necesidades y de
los recursos territoriales disponibles, a una visión de valorización y de valía de la cultura local, como
también a una visión cosmocéntrica de la naturaleza misma.
Y justamente porque los medios de producción son del pueblo, puede Cuba, con todas las dificul-
tades y contradicciones de un proceso socialista obviamente todavía inacabado, plantear una relación
distinta con el cuerpo social y con el macrosistema ambiental, ya que la producción está orientada a
la resolución de las necesidades de la gente, a las posibilidades de redistribución social y, por tanto, al
respeto y protección de la naturaleza.
4. Tal como hoy se presenta, el desarrollo es solo expresión de la civilización capitalista, que se ca-
racteriza por su exclusividad al confrontarse con otras civilizaciones del planeta. Remite, pues, a un
crecimiento cuantitativo que presenta el modelo de desarrollismo capitalista como única perspectiva
de la humanidad.
En el actual sistema capitalista, las grandes empresas nacionales, financieras y transnacionales, que
actúan únicamente en función de sus propios intereses, generan un desarrollo desigual. Es fundamen-
tal demostrar que ese sistema y las teorías que lo legitiman son injustos, que generan pobreza, desigual-
dades y trágicos problemas de supervivencia, porque son las mismas leyes del modo de producción
capitalista las que determinan el conflicto social con la naturaleza, como reflejo de la contradictoria
dinámica que establecen entre desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones de producción.
Se impone, por tanto, el establecimiento de relaciones internacionales de nuevo tipo, basa-
das en la cooperación real, en la solidaridad activa, en el respeto recíproco y el desarrollo social y
5. El reto, como ya hemos dicho, es lograr una sociedad que vaya más allá del capital. Un modelo de
sociedad –y por tanto de desarrollo autodeterminado– que se centre en la planificación económica
y social como instrumento de igualdad y de justicia, en el que sea posible un desarrollo socio-eco-
sustentable que se oriente hacia nuevas relaciones entre los hombres y entre el hombre y la naturaleza,
y por tanto hacia la redefinición de las relaciones de producción, de las relaciones entre las fuerzas
productivas y de sus finalidades.
En la economía planificada, y en particular en la socialista, el postulado primario es la propiedad
colectiva de los medios de producción fundamentales, seguida por la propiedad colectiva de los secto-
res productivos estratégicos, comenzando por el crédito.
Una planificación, entonces, incluso no del todo centralizada y acompañada por diversas formas
de descentralización, en la que pueden tener cabida posibles relaciones mixtas entre centralización y
autogestión local.
6. Un proceso de renovación cultural que vuelva a dar importancia a los valores de uso, a los bienes
comunes, al bienestar colectivo, a los derechos de la humanidad, a la solidaridad, a la equidad, a la
repartición, a la reciprocidad, a la coparticipación.
Ese proceso, sin embargo, no puede ser interpretado de manera unívoca, sino que será necesaria
–como ha sido el caso en las experiencias cumplidas y en las que se están realizando– una aproximación
subjetiva a cada experiencia en particular.
Una superación, pero que desde un comienzo se plantee la perspectiva de cambio. Que sepa iden-
tificar y crear de inmediato la sociedad alternativa.
El problema tiene dos caras. La primera consiste en pasar de los movimientos sociales a la construc-
ción de una organización política en forma de partido, con un grupo dirigente y con capacidad para
conducir numerosas formas de lucha hacia un horizonte estratégico no solo antiimperialista, sino sobre
todo anticapitalista, es decir, hacia un gobierno alternativo al modo de producción capitalista, utili-
zando para ello las formas y modalidades objetivas y subjetivas que las condiciones reales impongan.
Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la
realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas
actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente7.
Entretanto, hay que tener muy claro que esto es un proceso y, como tal, se realiza en el tiempo. Así,
por ejemplo, no cabe pensar en la eliminación del mercado, por lo menos a corto plazo. Aunque no
será una economía de mercado, al menos inicialmente tendrá que ser con mercado, pero eso en todo
caso no determinará las decisiones ni las inversiones productivas.
Está claro que solo con una guía y una subjetividad política organizada podrán los movimientos de
masas avanzar en el fortalecimiento de una etapa de transformaciones con sentido realmente alternati-
vo, para colocarse así inmediatamente en el terreno de la superación del capitalismo.
Los caminos para la realización de un proceso de transformación radical deben necesariamente
estar ligados a las condiciones particulares de cada país. Las especificidades del lugar, desde el punto
de vista de su devenir histórico y de su economía actual, como también de su cultura, sus tradiciones,
sus costumbres, y aun de sus condiciones geográficas, geomorfológicas y de disponibilidad de recursos
naturales, determinan las posibles trayectorias.
Por tanto, también la relación entre planificación y salvaguarda de los ambientes naturales pue-
de discurrir por distintas vías, aunque sin negar los valores universales que las vinculan; vale decir,
sin negar la necesidad de eliminar gradualmente, en la sociedad socialista, toda contradicción con la
naturaleza8.
Una sociedad que será capaz de superar asimismo la simple relación oportunista con la naturaleza,
y en la que no se tratará ya de preservarla para explotarla más y mejor, sino para vivir en armonía con
ella y utilizarla en la medida de la necesidad.
7. Construir, pues, una globalización de la solidaridad entre los pueblos, de manera tal que se equilibre
con las reglas de un desarrollo cualitativo, compatible y sustentable en el plano social y ambiental y en
el de los derechos humanos, civiles y del trabajo, y resulte así realmente eficaz para todos los países: una
globalización, entonces, de los derechos de la humanidad.
Solamente siguiendo los lineamientos de Cuba, de Venezuela y de Bolivia pueden consolidarse las
reformas parciales; y las tácticas y las luchas por reivindicaciones parciales transformarse en verdaderas
estrategias para la superación del capitalismo. Es por eso que el socialismo en el siglo xxi sigue teniendo
como referencia prioritaria a Cuba, su revolución, su gobierno, y que han asumido carácter de revolu-
ción socialista tanto la alternativa de Chávez y la revolución bolivariana, como la de Evo Morales y el
movimiento indígena del “vivir bien”.
Es necesario, entonces, ya en lo inmediato, desarrollar teorías alternativas y luchas sociales para
imponer la redistribución del ingreso y de la riqueza en favor de los trabajadores, de los desocupados,
de los indígenas, así como salvaguardar el ambiente y la salud y fortalecer la educación, la formación, la
cultura y el saber social, a partir de una renovada crítica de la economía aplicada, capaz de configurarse
como economía política socioecológica para un desarrollo fuera del mercado y alternativo al capitalis-
mo, y por tanto en capacidad de superar, en una perspectiva socialista, las leyes de la explotación del
hombre y de la naturaleza.
Es así que, en una economía política socioecológica, el estudio y desarrollo de teorías alternativas
de crítica de la economía aplicada se realiza como soporte e intercambio de experiencias con los mo-
vimientos internacionales de lucha de los trabajadores y de los indígenas, en el entrelazamiento de la
teoría y la práctica de la lucha de clases, al tiempo que la contradicción capital-naturaleza se asume
por completo dentro de las dinámicas del conflicto capital-trabajo, para la superación del modo de
producción capitalista en la construcción y concreción del socialismo del y en el siglo xxi.
Resulta indispensable un nuevo modelo de desarrollo en el que las desigualdades sean corregidas por
buenas políticas para el progreso social, que den voz a las minorías y a las marginaciones creadas
por el sistema de producción capitalista; es decir, una nueva teoría de la economía política socioecoló-
gica, que tenga por centro las compatibilidades sociales y ambientales perseguidas e impuestas por las
luchas del movimiento de clase, para así lograr de inmediato un cambio profundo. Un socialismo del
siglo xxi, posible, necesario, irrenunciable, impostergable, a partir de un programa mínimo de grandes
reformas estructurales: ¡pero ahora, ya mismo! Mañana podría ser demasiado tarde.
Se trata de una batalla única, que hay que vencer unidos para poner fin a las causas del cada vez
más inhumano sistema social capitalista, siempre en pos del horizonte de la construcción del socialis-
mo, pero en un mundo en el que se afirmen procesos inmediatos del socialismo posible, que resulta
necesario ahora mismo.
3 Granma, “La superficie des forêts augmente dans l’île”, 27 de dicembre de 2006.
4 http://www.ansa.it/ambiente/notizie/notiziari/mondo/20071005125134454118.html.
6 L. Vasapollo e Y. Farah, Pachamama. L’educazione universale al Vivir Bien, vol. 1 y 2, Natura Avventura Edizioni, Roma 2010 y
2011.
8 L. Vasapollo, Il tocororo e l’uragano. La pianificazione socio-economica come risposta alla crisi globale, Jaca Book, Milano 2011.
1. La crisis económica del capital internacional, originada en los primeros años setenta como crisis
general de acumulación, ha manifestado su profundidad en estos últimos años. Desde hace más de tres
lustros, en diversos trabajos1, la hemos identificado como una crisis de naturaleza estructural que ha
asumido luego carácter sistémico: diferente, por tanto, de aquellas “normales” en que se desenvuelve el
modo de producción capitalista por causa, precisamente, de su intrínseco desequilibrio2.
Independientemente de que su profundidad se haya puesto en evidencia en las bolsas y en las
prácticas especulativas de los grandes sistemas bancarios, hemos señalado que no se trataba de la
clásica crisis financiera3, ya que en tales circunstancias, consideradas “normales”, no se interrumpen los
procesos internacionales de acumulación del capital.
Ya hacia fines de los años setenta, diversos sectores productivos de los países de capitalismo maduro
evidenciaban un cierto agotamiento del modelo de organización capitalista centrado en la fábrica
fordista, el llamado “fordismo”.
Por una parte, se había producido la saturación del mercado sobre la base de productos existen-
tes, introducidos masivamente (consumo de masas) al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Cuando
los habitantes de los países desarrollados comenzaron a disponer de todos los artículos de consumo
necesarios (TV, lavadora, teléfono, posibilidades de viajes y vacaciones, etcétera), se produce una
desaceleración de las ventas y por tanto del crecimiento económico. El mercado potencial, que está
formado por las mayorías empobrecidas de los países periféricos, no fue incorporado al consumo
porque su función en el modelo de desarrollo fordista consiste, precisamente, en trabajar a cambio
de un ingreso de subsistencia y producir a bajo costo materias primas y algunos bienes de lujo y de
consumo obrero que requieren los países centrales. Otro factor fundamental del fracaso del modelo de
organización capitalista (entiéndase como organización fordista) fue la redistribución del poder dentro
de las fábricas, del capital al trabajo. Una de las características del modelo fue que se alcanzó, de hecho,
el pleno empleo de la fuerza laboral, aun cuando esto involucró solo al 20% de la población mundial
y por un lapso no superior a 20 años –entre 1948 y 1968–, mientras que en los restantes 200 años de
capitalismo, antes y después, no se produjo nunca ese fenómeno, que ha resultado así ser una rareza.
Por otra parte, a lo ya señalado es preciso agregar la dinámica política mundial, que redujo todavía
más el margen de maniobra del capital. A todo esto hay que añadir el cambio del panorama político.
El sistema internacional adopta la forma de una jerarquía de naciones, que responde al papel que
desempeña cada país en la división internacional del trabajo.
En la cúspide, en ausencia de autoridades mundiales, se coloca el Estado imperial, Estados Unidos,
que ejerce el papel de “juez-árbitro” internacional y dicta las reglas del juego en función de las necesi-
dades particulares de reproducción de sus propios capitales.
Desde los inicios de la segunda revolución industrial (1871), las nuevas potencias que dominan las
tecnologías modernas, Alemania y Estados Unidos, ponen en discusión la hegemonía británica, que
dominó el mundo durante el siglo xix. Inglaterra, entonces, comienza a perder parte de su influencia
tanto en el campo militar (la Armada británica) como en el económico (la industria textil y siderúrgi-
ca) y el financiero (la libra esterlina). La Primera Guerra Mundial no da lugar a un nuevo período de
estabilidad político-económica, dado que Alemania no consigue imponer su dominio y Estados Uni-
dos no ejerce todavía el liderazgo mundial. Los años veinte y treinta constituyen entonces un período
de fragilidad objetiva del dominio capitalista, que favorece el triunfo de la Revolución Rusa y reclama
un nuevo ciclo de enfrentamientos militares para dirimir la jerarquía mundial del capitalismo (hay que
subrayar que los grandes poseedores de capitales, no obstante su manifiesto “elogio” del libre mercado,
recurren siempre a la acción organizada del Estado y a la fuerza militar para establecer las jerarquías de
poder, dentro y fuera de los confines nacionales, cuando estas son puestas seriamente en entredicho).
2. Puede también suceder que la crisis financiera se acompañe con un cambio radical del modelo
de acumulación capitalista y del correspondiente sistema productivo. Esto probablemente solo ha
ocurrido una vez, en 1929, y provocó radicales cambios político-institucionales que se asociaron a la
definición de un nuevo modelo de producción y de desarrollo. En este caso la crisis asume rasgos de
estructuralidad y puede hacer surgir un nuevo modelo de acumulación capitalista, como sucedió tras
el año 1929 con el modelo keynesiano en sus diversas formas y manifestaciones.
En octubre de 1929 se produjo, en efecto, la fatídica caída de la economía mundial, que involucró
a todos los países industrializados. La gran depresión, recordada como el “crack de Wall Street”, tuvo
3. A partir de los años sesenta, los tiempos cambian rápidamente y a Estados Unidos le cuesta cada vez
más mantener su hegemonía económica, por lo que debe recurrir constantemente a la política militar
(guerras de Corea, Vietnam, etcétera). Desde finales de esa década, el oro de la Reserva Federal de
Estados Unidos, que sirve para garantizar los dólares esparcidos por el mundo, no logra cubrir siquiera
la quinta parte de su valor.
Así, cuando el presidente Richard Nixon reconoce –en agosto de 1971– que su país no puede ya
asegurar que pagará con oro los dólares, da origen al derrumbe del sistema monetario internacional:
se suprime la convertibilidad del dólar con respecto al oro y el sistema económico internacional expe-
rimenta una caída. Mediante un acto de fuerza unilateral, se decreta el fin de los acuerdos de Bretton
Woods y en 1976, cinco años después, el FMI reconoce que el sistema monetario ya no existe: se
1. Una característica estructural del proceso permanente de acumulación capitalista es que su desacele-
ración se transforma automáticamente en crisis. Dicho en otras palabras: el estado estacionario es una
situación imposible bajo las reglas de la economía capitalista.
a) En síntesis, el dinero del crédito se hace disponible para adquirir medios de producción y fuerza
de trabajo, con la promesa de una recuperación –tras la venta de las mercancías– mejorada por
el interés, o de parte del nuevo valor creado en el proceso de elaboración. Pero la oferta no crea
su demanda, por lo cual puede ocurrir que las previsiones no se cumplan y una parte de las
mercancías no se realicen o vendan, y no sea entonces posible embolsillarse el dinero del crédito
mejorado por su renta.
b) En un período indeterminado de tiempo, los generadores de dinero de crédito pueden ayudar
a la valorización del capital con el crédito al consumo y su renovación más allá del plazo de
vencimiento. Pero en el largo plazo, si el problema de la realización de parte de las mercancías
se repite durante varios ciclos de producción, puede producirse una acumulación de crédito o
de las correspondientes exigencias de renta financiera, incompatibles con la generación de una
ganancia capitalista que resulte suficiente para sostener la acumulación.
2. Son esas las premisas teóricas necesarias para entender mejor las causas y los efectos del peso deter-
minante que, con el neoliberalismo, asumen en la política económica el sector financiero y los procesos
especulativos posibilitados por la desregulación financiera, inicialmente impulsada por los gobiernos
de Reagan y Thatcher. Se eliminó así toda restricción al movimiento de capitales –y en particular el
ficticio–, en relación a lo cual se cumplió efectivamente una globalización, pero no la mundialización
plena de las economías en general, sino simplemente una incontrolada internacionalización financiera.
Se eliminaron de esa forma los fondos bancarios de garantía, se multiplicaron los paraísos fiscales, se
permitió la proliferación de las finanzas creativas y la posibilidad de apostar o jugar en la bolsa no
solo con los flujos de los instrumentos financieros, sino también de las materias primas, de las tasas de
cambio y de los alimentos; en otras palabras: la renta especulativa, generar especulación para obtener
una ganancia fácil e, incluso, superganancias mediante la determinación, por esa vía, de los precios
del petróleo, los granos, el maíz, sin importar para nada el hecho de que tales rentas signifiquen luego
hambre, miseria y destrucción para continentes enteros.
— notas —
1 Cfr. Vasapollo, L.; Casadio, M.; Petras, J.; Veltmeyer, H. (2004) y Vasapollo, L.; Casadio, M.; Petras, J., Clash! Scontro tra po-
tenze. La realtà della globalizzazione, Jaca Book, Milano, 2004. Por lo demás, para la redacción final de esta novena parte han
sido fundamentales las contribuciones de J. Arriola y R. Martufi.
2 Cfr. Vasapollo, L., Trattato di Economia Applicata. Analisi Critica della Mondializzazione Capitalista, Jaca Book, Milano, 2007 y
3 Cfr. Vasapollo, L.; Arriola, J., Crisi o Big Bang?, Eprint Edizioni, Roma, 2009; y Vasapollo, L.; Martufi, R. y Arriola, J., Il risveglio
dei maiali. PIIGS, Jaca Book, 2011. Este último texto ha sido base de referencia y de fundamental importancia para la redacción
de esta novena parte.
4 En 1992 se produjo, en efecto, la llamada crisis del sistema monetario europeo, causada por la “especulación internacional”,
1. En los países de capitalismo maduro, la fuerza de trabajo ha vuelto entretanto a producir plusvalía.
Con mayor razón si se piensa en sectores como el de informática, el de biotecnología, el agroalimen-
tario y el de los cultivos genéticamente modificados, etcétera; sectores que hoy (gracias también a sus
frecuentes posiciones de oligopolio, cuando no de verdadero monopolio) garantizan altísimas tasas
de ganancia, pero que están concentrados en el “centro”, aun cuando se valgan muchas veces de una
fuerza de trabajo instruida en otras partes (recuérdese el fenómeno del brain drain o fuga de cerebros,
que golpea en general a todos los países coloniales y, en los últimos años, sobre todo a China en el
sector de la ingeniería y a la India en el informático).
Eso no significa que la aristocracia obrera haya desaparecido en los países de capitalismo maduro
(ni en los coloniales). Persiste, pero es ahora más furtiva: los factores que concurren para estructurar su
base material son múltiples y, sobre todo, en el seno de una clase trabajadora fragmentada asume ella
una forma menos homogénea. El saneamiento financiero público y privado no se ha complementado
con un adecuado fortalecimiento de las inversiones en investigación y desarrollo o en innovaciones,
y aunque el proceso se ha caracterizado por un fuerte incremento del progreso tecnológico, ha tenido
como contraparte negativa una continua disminución del nivel de ocupación y la precarización del
empleo, con el único objetivo de aumentar las ganancias y comprimir los costos del trabajo; vale decir:
el salario social en su conjunto, tanto directo como indirecto.
El endeudamiento generalizado es parte de esta perspectiva financiera, que se ha afirmado en el
tiempo gracias a un largo ciclo de bajas tasas de interés y a una salvaje desregulación, así como al papel
central de los organismos internacionales y en particular del FMI, que ha impulsado un sistema de
pagos internacionales capaz de garantizar la continuidad de una voluntaria situación de desequilibrio,
en la cual el increíble endeudamiento estadounidense pudiese ser suplido con el enorme excedente de
Japón, Alemania y China.
Es obvio que una tal estructura de pagos introduce en el sistema una gigantesca concentración de
liquidez, proveniente de las grandes multinacionales, administrada por los grandes bancos y las gran-
des sociedades financieras. Para canalizar esos excesos de liquidez hacia el sistema financiero, se han
contraído todavía más las inversiones productivas, con la consiguiente reducción del ingreso potencial
de los trabajadores.
Tanto así, que ya desde la misma OCDE –y muchos otros organismos internacionales– se ha
confirmado cómo en el conjunto de los países de capitalismo maduro, durante los últimos 35 años, la
participación de las rentas del trabajo en el PIB se ha reducido en más de 10%, mientras se ha produ-
cido un aumento correspondiente de las rentas del capital y, por tanto, de la masa de plusvalía. Y no
responde esto a un desarrollo proporcional de la productividad del trabajo, sino a un vuelco estructural
en la redistribución del ingreso.
El exceso de liquidez, entonces, se deriva de esa modificación estructural de la redistribución del
PIB, que desde los años ochenta fluye con marcada ventaja para el capital y en desmedro del trabajo.
A esto debe agregarse que otro tanto sucede con los incrementos de productividad del trabajo, que
durante los últimos 25 años solo en una pequeña parte han sido redistribuidos a las nóminas salariales.
Por último, contribuyen también a esa acumulación de liquidez los procesos de centralización del ca-
pital, resultado de fusiones, incorporaciones, liquidaciones, quiebras más o menos verdaderas y cierres
de empresas, que han multiplicado las filas del ejército de los desempleados y los precarizados.
Al reducirse la participación del salario en la redistribución del PIB, ha disminuido también, obvia-
mente, la capacidad adquisitiva y la propensión al ahorro del operador familia, de los trabajadores, que
de ahorristas-acreedores se han convertido en consumidores pobres y deudores, obligados a recurrir a
las mil formas de endeudamiento para cubrir, incluso, sus consumos de primera necesidad.
Al mismo tiempo, la cada vez más evidente redistribución del valor agregado hacia las rentas de ca-
pital y la transformación de las ganancias en renta, desincentivan de hecho la propensión a la inversión
productiva, a lo cual contribuyen también la disminución del consumo de las familias y el aumento de
las ganancias, que torna menos importante o estratégica la necesidad de recurrir al endeudamiento
de la empresa.
Se viene a configurar así un nuevo equilibrio entre los sujetos económicos, en el cual es ahora el
operador familia –es decir, los trabajadores– quien más recurre al endeudamiento, a los préstamos ban-
carios y de las sociedades financieras; el operador empresa, en cambio, se convierte en el nuevo sujeto
Si se tratara de una crisis financiera, su manejo, planificado por los Gobiernos centrales y basado
en nuevas reglas financieras y mayores controles por parte de las autoridades monetarias, podría llevar
a una solución interna, es decir, de características capitalistas. En ese contexto, la respuesta de las
izquierdas debe centrarse en la reducción drástica de las dimensiones de las finanzas globales y la
prohibición de las operaciones especulativas de “cobertura de riesgos” (¿por qué se necesita un mercado
de productos derivados de 600 millones de dólares, cuando el producto mundial es de 60 millones? Se
trata de un evidente mecanismo financiero de transferencia de valores entre agentes especulativos, que
se debe eliminar), así como en la estimulación del sector público en la actividad productiva financiera
(creación de una banca pública de fomento, de empresas públicas y de empleo en el sector público para
el desarrollo de los servicios sociales, etcétera) o en el control de los bancos centrales, a fin de que estos
tengan como prioridad el crecimiento y no solo la estabilidad de los precios.
Pero, aunque la crisis se manifestó inicialmente como crisis de las finanzas internacionales, esa no es
en absoluto su causa profunda. Las medidas para reducir el peso del mercado internacional del dinero
y del crédito pueden constituir un programa de emergencia, pero no una alternativa a la crisis global.
Ante una crisis que golpea en mayor medida a los países que tienen fuerte endeudamiento externo,
la izquierda responde con la tesis de una “crisis de demanda” y, en consecuencia, propone como alter-
nativa un ajuste fiscal más lento, para así favorecer la generación de un volumen de inversión pública
que habría de transformarse en motor del crecimiento.
El problema es que no se trata de una crisis de demanda. La demanda mundial, que creció incluso
en los momentos más graves de la crisis (2008-2009), no deja de aumentar. Solo en 2009, el PIB
mundial se redujo en 3,3 millones de dólares, lo cual dice mucho acerca de la profundidad de la
crisis. Y sin embargo, a pesar de esa caída, la inversión mundial se mantuvo en los niveles habituales
(21,4% de aumento, frente a una media de 22,3% en los 10 años previos al estallido de la crisis, entre
1998 y 2007). Todo eso significa que los capitalistas, a escala mundial, no han percibido un problema
keynesiano de “demanda efectiva”, de realización del valor (de hecho, en paridad de poder adquisitivo,
el PIB mundial aumentó en 239 millones de dólares en 2009), y que han seguido invirtiendo sus
capitales como siempre, con solo cambios de ubicación espacial y sectorial (datos del FMI: World
Economic Outlook Database). Si la crisis no es de demanda, la solución no puede ser una política de
2. Pero los principios en los que se sustenta el capitalismo –propiedad privada de los medios de produc-
ción, competitividad y máxima ganancia– deben ser preservados a todo costo. ¿Y qué hacen entonces
los Gobiernos estatales y del capital?
Protegen a los ricos y nacionalizan las empresas para socializar sus pérdidas a expensas de los tra-
bajadores. Primero que nada, es necesario destacar que las soluciones instrumentadas para intentar
ponerle freno a la amenaza cada vez más real de recesión, no están en línea con el concepto neoliberal
según el cual el Estado debe permanecer ajeno a la economía, ya que es justamente con la intervención
de los Gobiernos que se procura subsanar los desastres del libre mercado, mediante inmensas inyeccio-
nes de dinero público en la economía. Dinero que se sustrae del gasto social con un keynesianismo de
empresa y de guerra que destruye el welfare y ataca duramente el salario social, en el empeño histórico
de hacer pagar la crisis a los trabajadores, a través del profit State, el warfare, el welfare de los miserables.
Es interesante reseñar lo que ha escrito Fidel Castro sobre estos temas:
El lunes 13 [de octubre de 2008] se anuncian las cifras multimillonarias de dinero que los países
de Europa lanzarán al mercado financiero para evitar un colapso. Las acciones subieron con las
sorprendentes noticias.
En virtud de los acuerdos mencionados, Alemania había comprometido, en la encuesta de rescate,
480.000 millones de euros; Francia, 360.000 millones; Holanda, 200.000 millones; Austria y
España, 100.000 millones cada uno, y así sucesivamente hasta alcanzar, junto con la contribución de
Gran Bretaña, la cifra de 1,7 millones de millones de euros, que ese día –ya que varía constantemente
la relación de cambio entre una y otra moneda– equivalían a 2,2 millones de millones de dólares, que
se sumaban a los 700.000 millones de dólares de Estados Unidos.
(...) Los países capitalistas europeos, saturados de capacidad productiva y mercancías,
desesperadamente necesitados de mercados para evitar paros de obreros y de los especializados en
servicios, con ahorristas que pierden su dinero y campesinos arruinados, no están por tanto
en situación de imponer condiciones y soluciones al resto del mundo. Así lo proclaman los líderes de
importantes países emergentes y de los que, pobres y saqueados económicamente, son víctimas del
intercambio desigual1.
La desigualdad ha aumentado en dos tercios de los países que forman parte de la OCDE –admite
la misma organización–, y esto se explica porque “las familias ricas han alcanzado resultados particu-
larmente positivos en comparación con la clase media y con las familias que se ubican en los niveles
más bajos de la escala social”2.
Se ha puesto así en evidencia que el 10% más rico de la población posee más del 30% de toda la
renta disponible; asimismo, es importante recordar que en Italia la tasa de pobreza entre los menores
de edad supera el 15%, frente a una media de 12% en el conjunto de la OCDE.
4. Se pone así en marcha lo que en varias ocasiones hemos llamado el relanzamiento del keynesianismo,
del llamado keynesianismo “privado”, que en última instancia se traduce en la habitual socialización de
las pérdidas. Esto significa sustraerle al salario y al welfare tajadas consistentes del gasto público para
socorrer a ese sistema criminal de los bancos, que después de provocar desastres son auxiliados con
dinero público; es decir, con impuestos que se sustraen al gasto social y se destinan a esa última forma
de privatización que es la “deuda soberana”.
Se trata, simplemente, de un incremento de la deuda pública que es absorbido por el rescate del
sistema privado de bancos e instituciones financieras.
Resulta evidente que está en marcha un auténtico ataque político y especulativo, por parte de los
mercados financieros internacionales –dominados por los grandes bancos y los fondos de pensión e
inversión–, para desacreditar el papel del Estado. Crear en la opinión pública, como ocurre hoy, la
idea de que los Estados están al borde del fracaso, significa ocultar la crisis económica general de acu-
mulación del sistema capitalista y el desastre de los mercados crediticios y financieros, para promover
al mismo tiempo la necesidad de socializar las pérdidas del sistema bancario mediante el dinero y los
impuestos de los trabajadores y a través del recorte del Estado social y del costo del trabajo.
Así, por ejemplo, fueron los bancos europeos –y en particular los de Italia– los que financiaron la
burbuja especulativa de los precios inmobiliarios mediante la fuerte reducción de las tasas de interés; y
son los bancos los que han cerrado para las empresas el acceso al crédito y lo han tornado cada vez más
oneroso para las familias. Y luego resulta que son los bancos los que reciben la ayuda pública del key-
nesianismo “privado-estatal”, los auxilios fiscales, incluso para beneficiar el carry trade, lo que significa
que los bancos centrales les suministran dinero, con tasas de interés por debajo del 1%, para que ellos
luego recompren los títulos de la deuda pública a más o menos 5%. Además, el Banco Central Europeo
no compra deuda pública, pero acepta los títulos de deuda pública de los bancos privados para que
estos sigan recibiendo liquidez y puedan volver a comprar deuda pública.
Más de 40% de la capitalización de las bolsas se perdió entre fines de 2007 y fines de 2008. Las
cifras hablan claro: casi 26.000 millardos de dólares y solo Wall Street llegó a perder 7.000 millardos.
En los primeros seis meses de 2010, los bancos europeos y estadounidenses perdieron 568 millardos de
euros de capitalización. Si HSBC y el Santander se mantuvieron en la primera y segunda posición, e
Intesa Sanpaolo confirmó su sexto lugar, UBS descendió de la quinta a la séptima posición, UniCredit
cayó de la tercera a la octava y el Royal Bank of Scotland terminó en la cola con una caída de capitali-
zación de 75%, a 14,6 millardos4.
La contracción “está afectando incluso a los más meritorios consumidores de crédito y amenaza
al sector bancario, ya en fuertes dificultades, con otra oleada de pérdidas masivas, tras una época en
1. La crisis actual va más allá de la crisis financiera y la recesión. Es el síntoma del fin del ciclo de
acumulación capitalista, que se traduce en dos aspectos esenciales:
a) El fin del ciclo de la hegemonía del capital estadounidense, en curso desde los años sesenta y, en
consecuencia, el agotamiento de los procedimientos puestos en marcha por dicho capital desde
fines de los años setenta y comienzos de los ochenta para seguir captando recursos materiales y
trabajo en forma de bienes comerciales del resto del mundo, siempre a crédito.
b) La desaceleración de la productividad, que genera dificultades para ampliar la masa de ganancias
y frena la tendencia al crecimiento, provoca también la caída de la tasa general de ganancia. Este
fenómeno hace surgir un problema clave, de cuya respuesta depende la perspectiva de salir de
la crisis: ¿cómo es posible que, transcurridos veinte años de la “nueva revolución industrial”, la
economía no crezca? ¿Qué significa el estancamiento económico a largo plazo de los países
centrales, justo en medio de una revolución científico-técnica como la llamada “revolución
de la información y de la materia viva”? Los avances de productividad que se esperaban tras la
introducción masiva de los nuevos procedimientos de automatización del saber obrero y con
la reducción de la demanda de materias primas mediante la nanotecnología y las biotecnologías,
no han reportado los frutos prometidos. La crisis del capitalismo industrial de los años setenta
se ha traducido, para los países centrales, en tasas muy bajas de incremento de la productividad.
* Variación del PIB-variación de la ocupación civil (personas). Fuentes: Base de datos Ameco y elaboración propia.
** UE15+Estados Unidos+Japón+Canadá+Australia+Nueva Zelanda.
2. El cierre del ciclo especulativo del verano de 2007, con la caída del mercado mundial del crédito,
conduce a un regenerado intervencionismo del Estado de los países de capitalismo maduro, solo que no
dirigido al relanzamiento de la productividad en la economía real, sino al rescate del sistema bancario
to de la acumulación capitalista.
El papel de los bancos y las finanzas en el capitalismo global es el mismo que en el capitalismo
nacional. La diferencia es de escala: el proceso de centralización y concentración del capital se acelera,
favorecido por el acceso al crédito internacional de que disfrutan los grandes capitales multinacionales.
Al mismo tiempo, las finanzas globales sostienen la “fábrica global” de muchas marcas productivas, al
financiar la fragmentación internacional de los procesos productivos (factor que impulsa la competen-
cia entre los trabajadores a escala internacional).
Por último, la caída del rendimiento global que experimenta el capital por la pérdida de eficiencia
en los procesos mercantiles necesarios para la generación de valor (que se traduce en aumentos escasos
de productividad, logrados mediante la intensificación del trabajo), es compensada a escala global por
la transferencia de las rentas desde los lugares de producción a los de realización del valor, rentas que
son en su mayor parte financieras (y en menor medida ganancias de capital por inversiones directas
en el exterior).
Se ha tratado, en efecto, de una gigantesca operación en beneficio de los bancos, del sistema fi-
nanciero y de las empresas –en su mayoría grandes y medianas–, para transformar la deuda privada
en deuda pública. Se traslada así la crisis del capital a un ámbito más grave, como es el de la crisis
económica y política de los Estados soberanos, bajo la forma de crisis de la deuda pública.
3. Todo eso en un contexto de competencia internacional con fuertes rasgos financieros, en la cual lo
único que ha cambiado del viejo concepto de globalización es –si se excluyen las tecnologías– la inter-
conexión de los fenómenos económicos (producción, consumo, intercambio, pero también el incre-
mento y centralización de capitales, de técnicas e instalaciones, las nuevas formas de financiamiento,
4. No bastó siquiera la rebaja de la tasa de descuento dictaminada por la FED. Esta grave situación se
produjo en Estados Unidos, fundamentalmente, por causa de la especulación financiera e inmobiliaria:
es eso lo que explica que, durante los últimos 20 años, el precio de los inmuebles se duplicara aproxi-
madamente cada cinco. No por un efectivo aumento del valor o de los costos, sino como incremento
forzado por la especulación. Solo en parte fueron simples ciudadanos, deseosos de adquirir su primer
hogar, quienes solicitaron préstamos hipotecarios; en la mayoría de los casos se trató, en realidad, de
especuladores –incluso pequeños especuladores, que tentaban la suerte– sin otro propósito que el
de revender a precio duplicado en pocos años.
Valga recordar que en julio de 2007 se llevaron a cabo en Estados Unidos 179.599 embargos de
viviendas, lo que representó un aumento de 9% respecto al anterior mes de junio y de más de 93% en
relación con 2006. El escenario, pues, es catastrófico y se extiende hacia los países europeos.
En 2007, en efecto, el temor a una debacle todavía mayor de las subprime provocó una muy acen-
tuada caída de todos los índices de la bolsa, que se extendió también a Europa.
Después de 30 años de endeudamiento creciente de toda la economía estadounidense, se llegó al
límite final. Frente a un PIB mundial de 44.000 millardos de dólares, la deuda pública de Estados
Unidos supera los 11.000 millardos. En 2007, su endeudamiento llegó a 13,8 trillones de dólares –más
de un trillón por encima del año anterior– y la deuda per cápita alcanzó a 46.115 dólares, es decir,
184.460 para una familia de cuatro personas.
Esa grave crisis, que resaltó por sus rasgos financieros, se acentuó en Estados Unidos y afectó en
cadena a todas las bolsas occidentales. Lehman Brothers era uno de los mayores actores del capitalismo
subprime, y cabe recordar que Fannie Mae y Freddie Mac, los dos colosos del ramo, concentraban
más de la mitad de los 12.000 millardos de dólares en hipotecas sobre las viviendas de los ciudadanos
estadounidenses. La quiebra de colosos bancarios como Lehman Brothers –el mayor en todo el país–,
junto con la caída de todas las bolsas, llevó al Gobierno de Estados Unidos a nacionalizar, de hecho,
a los gigantescos Fannie Mae y Freddie Mac, al convertirlos en sociedades públicas por un período
indeterminado.
5. Otro elemento importante para comprender las causas de la explosión de esta burbuja especulativa
inmobiliaria y financiera son los datos que muestran cómo el mercado, a partir de las llamadas hipo-
tecas subprime, creció en Estados Unidos hasta el punto de alcanzar un valor total –en titulizaciones e
6. El sistema bancario-financiero cumple, además, otra función central en el proceso de circulación del
capital: la de poner a disposición de este último, a través de los sistemas de crédito y financiero, una enor-
me suma de dinero que sería no valorizable y que puede utilizar para extender su propio poder a escala
mundial, mediante inversiones directas en el exterior, participaciones y financiamientos de todo tipo.
Luego, la financiera y la productiva son simplemente dos funciones del capital que cada vez más
conviven en un mismo operador económico, incluso como mescolanza de actividades técnico-mate-
riales y actividades de especulación financiera. Esto se ha acentuado particularmente en los últimos
25 años, gracias a la desregulación del sistema financiero y a la utilización de los instrumentos de las
llamadas finanzas alegres y creativas.
En realidad, los bancos están aprovechando el incremento de la oferta de deuda pública para rees-
tructurar sus fondos de inversión y colocarlos en papeles de menor riesgo, con el objetivo de brindar
una mayor garantía a un cliente que, tras la aparatosa caída, no se muestra en absoluto dispuesto a seguir
apostando en la ruleta rusa del riesgo-alta rentabilidad. Los bancos necesitan asimismo modificar la
composición de sus propios activos, cargados de títulos y valores inmobiliarios en proceso de devalua-
ción acelerada. En esa circunstancia, los títulos de deuda pública resultan un valor de cobertura perfecto.
Es, en síntesis, un juego de masacre, en el que las víctimas (los Estados) proveen a su verdugo (el
sistema bancario y financiero) el arma de ejecución, la soga de ahorcamiento (la liquidez), para ser así
no solo colgados sino también burlados.
1. La actual crisis del capital viene entonces de lejos y muestra su condición estructural ya desde los
primeros años setenta, con tendencia al estancamiento y con fuertes y continuas tensiones recesivas,
en parte atenuadas por los también continuos procesos de recomposición en la localización de los
centros de acumulación mundial del capital, y con una reducción temporal de los ciclos de las crisis
financieras.
Tales crisis dejan ver cómo las diversas y crecientes formas de endeudamiento, interno y externo,
público y privado, han garantizado, de alguna manera, la supervivencia de los centros históricos de
acumulación del capital de Norteamérica y de Europa Occidental.
Las distintas formas de endeudamiento presentes en esta crisis son resultado del desesperado es-
fuerzo del capital por prolongar en el tiempo su propia reproducción, por mantener el aumento del
consumo de masas en concordancia con el aumento de la productividad del trabajo y con la reducción
de los salarios y, en general, de la masa salarial implicada en el valor agregado. Es un tipo de sobrendeu-
damiento que responde, también, al objetivo de retardar el momento en que la caída de la rentabilidad
se traduzca en una fuerte disminución de los bienes y de la masa de ganancias, momento en el que se
produce un fatal desequilibrio entre los ritmos de la producción, de la realización y de la valorización
del capital, condición última de la crisis.
Es por eso que se nos quiere hacer creer, mediante un deshonesto juego massmediático, que la
actual crisis es de naturaleza financiera y se debe a una excesiva liberalización y desregulación de los
mercados, que habría provocado tanto las burbujas especulativas, financieras e inmobiliarias, como la
sustitución de las ganancias del capital productivo “bueno” por las del capital financiero “malo”, dado
el exceso de rentas financieras, inmobiliarias y de situación. Al estallar las burbujas y caer los precios
de los activos financieros del capital ficticio, con las consecuentes y variadas situaciones de insolvencia
bancaria, se fueron evidenciando las diferentes crisis regionales, como por ejemplo la de Japón en
1992, la de México en 1995, la de los tigres asiáticos en 1997, la de Rusia en 1998, etcétera, hasta
llegar a la de 2007, que fuera erróneamente definida como crisis financiera de Estados Unidos y que
en 2008, por efecto de la articulación del sistema bancario internacional, golpeó a todos los países de
capitalismo maduro –y no solo a ellos–, para luego revertirse fuertemente sobre los países de la Europa
mediterránea, los llamados Piigs.
Se busca así sobrevivir de la mejor manera posible, intensificando la sustitución de las funciones del
capital productivo por la financiarización, deslocalización, externalización y privatización; reducien-
do drásticamente los costos de producción mediante un ataque violento y generalizado al costo del
2. Pero aquello que se podría llamar “reaganismo originario” tuvo algunas consecuencias, como una
pesada rigidez de la “política monetaria” en 1981, que implicó un crecimiento inicial de M17 cercano
al 10%, para posteriormente tener un aumento equivalente solo a 4,7% y luego decaer entre abril y
noviembre de 1981 y ser cancelado definitivamente8.
Las mencionadas medidas de política monetaria tuvieron efectos no previstos por la teoría:
a) Un crecimiento sustancial del costo del crédito, es decir, un aumento de las tasas de interés.
b) Un impulso al alza de la tasa de cambio efectiva.
c) Un impacto recesivo en el nivel de actividad económica, por cuanto limitó fuertemente la
demanda y la producción.
d) No funcionó el llamado principio de la “curva de Phillips”, según el cual un incremento de M1
produciría un incremento del ahorro, que habría de traducirse en un aumento de la inversión
productiva.
En realidad, el incremento de M1 fue directo a un ahorro que no tuvo que ver con la inversión
productiva, sino con la industria de la diversión y de la especulación, como resultado del nivel nada
estimulante en que se encontraba la tasa de ganancia, todo lo cual provocó el aumento de las tasas
de interés.
Durante ese período, la economía se vio inmersa en el peor momento recesivo de la posguerra. La
recuperación del último trimestre de 1982 no dependió solo de la política económica: la perspicacia
de los llamados economistas de la oferta (Supply Side Economics) no consistió tanto en la política que
habían recomendado, como en darse cuenta de que el modelo de acumulación de la posguerra se ha-
bía agotado y que la economía norteamericana, en particular, estaba pasando a un nuevo paradigma
tecnológico, dentro del cual el objetivo de la política económica no debía ser ya el estímulo directo a
la “demanda efectiva”.
Está claro que para llegar a esa situación de liberalismo sin reglas de las finanzas, fue preciso intro-
ducir antes la libre circulación de capitales, que el sistema monetario de Bretton Woods9 no permitía
y que, de hecho, no existió siquiera hasta hace pocas décadas.
El actual sistema monetario, que los economistas estadounidenses llaman “Bretton Woods II”,
no se basa ya en la convertibilidad dólar-oro, sino en tasas de cambio fluctuantes y en la creciente
capacidad de los países asiáticos para financiar el déficit de Estados Unidos, que tras haber crecido
desmesuradamente arruina nuestros días.
* (n.t.) Denominación informal que recibieron los acuerdos monetarios estipulados en 1972 por la entonces Comunidad Económica
Europea.
— notas —
2 http://www.tgfin.mediaset.it/tgfin/articoli/articolo430703.shtml.
3 Las ondas de Kondratiev (también llamadas ondas k) son ciclos regulares, con forma sinusoidal, de la moderna economía mun-
dial capitalista. La duración de cada onda o ciclo largo varía entre 50 y 70 años, durante los cuales se alternan una fase ascen-
dente y una descendente. A la fase ascendente corresponden períodos de crecimiento veloz y especializado, y a la fase
descendente, períodos de depresión. Este tipo de ciclos económicos resulta más evidente en los datos relativos a la producción
internacional, que en los individuales de las distintas economías nacionales, y atañe más a la producción que a los precios
(Fuente: http://it.wikipedia.org/wiki/Onde_di_Kondrat%27ev).
4 http://www.ilsole24ore.com/art/SoleOnLine4/dossier/Finanza%20e%20Mercati/2008/crisi-credito-borse-governi-banche-cen-
trali/borse-analisi/banche-10-mesi.shtml?uuid=e84043a8-a00c-11dd-b23c-4c4868599d2c&DocRulesView=Libero.
5 http://www.ilsole24ore.com/art/SoleOnLine4/Mondo/2008/10/crisi-carte-di-credito.shtml?uuid=7b83e2d4-a5a1-11dd-bd0e-
74972eef3b4a&DocRulesView=Libero.
6 La titulización (securitisation, en inglés) es la cesión de actividades –o más propiamente de bienes financieros que proporcionan
derechos de crédito– de una sociedad, técnicamente conocida como originator, a través de la emisión y colocación de títulos
financieros. El crédito es así traspasado a terceros y el rembolso debe garantizar la restitución del capital y de los intereses
correspondientes a la obligación. Si el crédito resulta irrecuperable, el comprador de la titulización pierde tanto los intere-
ses como el capital desembolsado. Por lo general, esos bienes están constituidos por créditos, aunque también pueden ser
** (n.t.) La versión que aquí se reproduce ha sido tomada del original en español, tal como aparece en www.juventudrebelde.cu.
7 Valga recordar cómo se subdivide la masa monetaria. Masa monetaria M0 es la moneda creada por los bancos centrales:
billetes en circulación y haberes de los bancos en cuenta corriente de aquellos; el banco central ejerce, pues, una influencia
directa sobre la masa monetaria M0. Luego siguen las masas monetarias M1, M2 y M3. El agregado monetario restringido M1
comprende el efectivo (billetes y monedas) y los saldos que puedan ser inmediatamente convertidos en efectivo o utilizados
para pagos, así como los depósitos a la vista. El agregado monetario intermedio M2 abarca, además de M1, los depósitos con
vencimiento no mayor de dos años y los depósitos rembolsables con preaviso de hasta tres meses; la definición de M2 refleja el
hecho de que el análisis y la observación continua de un agregado monetario que, además del circulante, comprende los depó-
sitos líquidos, reviste un particular interés para todo banco central. El agregado monetario amplio M3 incluye, además de M2,
algunos instrumentos negociables emitidos por el sector de los intermediarios financieros, y cuyo elevado grado de liquidez y
certidumbre de precio convierten en sustitutos de los depósitos; en consecuencia, y en relación con las definiciones de moneda
más restringidas, M3 resulta menos influido por fenómenos de sustitución entre las diversas categorías de activos líquidos, y es
por eso más estable. A diferencia de M0, las masas monetarias M1, M2 y M3 están compuestas en su mayor parte por moneda
creada por los bancos. Cfr. http://www.gambelli.org/download/banche%20-%20finanza/Capire_l’emissione_monetaria.pdf.
8 Véase a este respecto el Economic Report of The President, 1981, Washington, Estados Unidos.
9 La conferencia de Bretton Woods tuvo lugar del 1 al 22 de julio de 1944 en la localidad homónima cercana a Carroll (New
Hampshire), para establecer las reglas de las relaciones comerciales y financieras entre los principales países industrializados del
mundo. Los acuerdos de Bretton Woods fueron el primer ejemplo, en la historia del mundo, de un orden monetario totalmente
acordado, pensado para regir las relaciones monetarias entre Estados nacionales independientes. Cuando todavía no cesaba
la Segunda Guerra Mundial, se preparó la reconstrucción del sistema monetario y financiero, al reunir a 730 delegados de 44
naciones aliadas para la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (United Nations Monetary and Financial
Conference) en el Hotel Mount Washington de la ciudad de Bretton Woods (New Hampshire). Tras un encendido debate, que
duró tres semanas, los delegados firmaron los Acuerdos de Bretton Woods, que establecían un sistema de reglas y procedi-
mientos para la política monetaria internacional. Sus temas principales eran dos: el primero, la obligación de todo país de
adoptar una política monetaria dirigida a estabilizar la tasa de cambio en un valor fijo con respecto al dólar, que resultaba así
elevado a divisa principal, sin permitir más que pequeñas oscilaciones de las demás monedas; y segundo, el deber de solucionar
los desequilibrios causados por los pagos internacionales, tarea asignada al Fondo Monetario Internacional (FMI). El plan creaba
tanto el FMI como el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (más conocido como Banco Mundial). Ambas
instituciones solo se harían operativas cuando un número suficiente de países hubiesen ratificado el acuerdo, lo que ocurre
en 1946. En 1947 se suscribió el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (General Agreement on Tariffs and Trade, GATT),
que se unía al FMI y el Banco Mundial en la tarea de liberalizar el comercio internacional. Fuente: http://it.wikipedia.org/wiki/
Conferenza_di_Bretton_Woods.
1. La crisis económica que hoy viven los países capitalistas más desarrollados es una de las más pro-
fundas en la historia del capitalismo. Independientemente de que haya nacido en Wall Street y de las
prácticas especulativas de los grandes bancos, hay que ver si se trata de una crisis financiera “normal”
–ya que, como se puede observar en el gráfico siguiente, durante las crisis financieras no se interrumpe
la acumulación mundial de capital– o más bien del agotamiento del modelo de acumulación capi-
talista –como ocurrió en el año 1929–, pues solo con una crisis de las estructuras institucionales y
productivas como la de entonces, o durante las guerras mundiales, retrocede la acumulación capitalista
de manera significativa y provoca una fractura que abre posibilidades para cambiar el modelo de
producción.
Crisis financiera y crecimiento de la economía mundial (1870-2008)
En lo que respecta a las economías desarrolladas, nos encontramos entonces en un largo período de
tendencia al estancamiento, que incluye la reubicación de los centros de acumulación y la reducción
de los ciclos de las crisis financieras mundiales. La llamada globalización es un proceso de cambio
espacial de los centros de acumulación y las crisis financieras de los últimos 15 años constituyen, de
hecho, una manera de mantener, a través del endeudamiento creciente, los niveles de acumulación en
el centro tradicional, que corresponde a Europa Occidental y Norteamérica.
Numerosos análisis de la crisis se concentran, sobre todo, en la dimensión financiera o macroeco-
nómica. Usualmente se da por “culpable” al largo período de crecimiento económico que, junto con
la liberalización financiera, permitió la creación de un mercado financiero mundial que ha alimentado
las burbujas especulativas en el sector inmobiliario y la inflación de los activos. Después de varios
episodios de crisis financiera, caracterizados por la caída de los precios de los activos del capital ficticio
y por situaciones de insolvencia bancaria que provocan, con mayor o menor violencia, la destrucción
del empleo y del capital productivo, con impacto sobre todo regional –países nórdicos, 1991; Japón,
1992; México, 1995; los tigres y dragones asiáticos (o sea, las economías de Hong Kong, Singapur,
Corea del Sur y Taiwán), 1997; Rusia, 1998; dotcom, 2001–, en agosto de 2007 estalló en Estados Uni-
dos una crisis financiera que a fines del año siguiente embestía también al conjunto de las economías
desarrolladas y articuladas en el sector bancario internacional.
Desde la perspectiva financiera, esta evolución se debe a un largo período de bajas tasas de interés
(“dinero fácil”) y a la falta de supervisión y reglamentación de las actividades bancarias y financieras.
Como factor desencadenante se habla, según el caso, de crisis bancaria, crisis de la bolsa, crisis del
crédito o crisis inmobiliaria.
Desde una perspectiva macroeconómica, en algunos análisis –sobre todo de organismos internacio-
nales como el FMI o la OCDE– se explica esa evolución como resultado de la existencia de un sistema
internacional de pagos que facilita la acumulación de enormes desequilibrios en cuenta corriente (el
impresionante déficit estadounidense y el enorme excedente de China, Japón y Alemania) y, por tanto,
2. El colapso del mercado mundial del crédito llevó a los Gobiernos capitalistas de los países centrales
a organizar costosas operaciones de rescate bancario, que generaron un rápido crecimiento del déficit
fiscal, tanto por causa de las sumas empleadas para restablecer la liquidez y solvencia de los bancos1,
como por la caída del ingreso que experimentaron muchos países como consecuencia de la reducción
del crédito, que frenó el rimo de acumulación.
Desde fines de 2009, la atención de las políticas públicas se ha centrado en el déficit fiscal y
la deuda pública. En términos cuantitativos, esto es solo una parte menor del problema real de la
deuda externa: en la Eurozona, la deuda externa soberana equivale a 44% del PIB, mientras que la deuda
bancaria –que además es en gran parte de corto plazo– representa casi el doble. Solamente en Grecia se
constituye la deuda externa soberana en la parte principal del problema. En Gran Bretaña y en Estados
Unidos, la deuda externa de las empresas (deuda corporativa y deuda intrafirm) es superior a la deuda
de los Estados de la Eurozona.
Luego, el asalto emprendido contra la deuda soberana por los grandes bancos que controlan los
mercados financieros y los principales fondos especulativos es, sin ninguna duda, una postura política
que busca lanzar sobre las espaldas del Estado la visión crítica de la opinión pública, que hasta ahora
solo ha experimentado el desastre del mercado en la gestión del crédito y en la necesidad de emprender
rescates bancarios mediante el dinero sustraído de los impuestos ciudadanos.
3. La crisis actual es mucho más que una crisis financiera de dimensiones mundiales. Es el síntoma del
agotamiento de los procedimientos puestos en marcha por el capital estadounidense, desde fines de
los años setenta y comienzos de los ochenta, para continuar saqueando recursos materiales y trabajo
en forma de bienes, siempre a crédito. Al mismo tiempo, plantea problemas claves de cuya respuesta
dependen las perspectivas de salida de la crisis.
¿Cómo es posible que, transcurridos veinte años de la “nueva revolución industrial”, la economía
no crezca? ¿Qué significa el estancamiento económico a largo plazo de los países centrales, justo en
medio de una revolución científico-técnica?
El final de un largo ciclo de dominación imperialista se manifiesta siempre como un período de
inestabilidad político-financiera, puesto que no se han creado todavía los fundamentos institucio-
nales del nuevo régimen de acumulación, con reglas de dominio que incluyan la administración de
la moneda-medio de pago internacional y los mecanismos de dominación militar necesarios para
establecer –y hacer respetar– las normas de los créditos internacionales asociados al comercio y
la inversión.
Así, por ejemplo, antes de que el dominio británico se estableciera sobre la base del control tec-
nológico de la primera revolución industrial, en Europa se vivió un período de fuerte inestabilidad
político-financiera (era la época de las revoluciones liberales, de 1814 a 1848), durante el cual Francia
le disputó a Gran Bretaña el control de Europa y de las colonias.
En el período de la segunda revolución industrial, el dominio de Estados Unidos encontró resisten-
cias en los liderazgos de esos países. Entre 1871 y 1896 se produjeron cambios estructurales que dieron
origen a la segunda revolución industrial.
Estas fueron algunas consecuencias:
– Se producen muchos cambios tecnológicos (de la energía producida por vapor y carbón se pasa
a la eléctrica, generada con petróleo).
– La madera es sustituida por el acero como material básico para la construcción.
– La siderurgia –sector clave de la primera revolución industrial– cede el paso a nuevos sectores
industriales (como por ejemplo el químico-plástico, nuevamente a través de la explotación del
petróleo como materia prima).
– Ocurre una gran revolución en el sistema de transporte (de la vela al carbón).
En Alemania, la aplicación de los nuevos avances tecnológicos le permite a ese país aspirar, a
lo largo de medio siglo, al dominio mundial, hecho que entre los años veinte y treinta se traduce en un
largo período de crisis económica, financiera y política.
De igual manera, la crisis actual indica el fin de un ciclo de hegemonía y el tránsito a una tercera
revolución tecnológica, en la que se producirá la aplicación masiva de nuevas invenciones y tecnologías
que favorecerán el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo y el relanzamiento del proceso de
valorización del capital.
De cualquier manera, aunque el contexto conserva algunas características de fases anteriores, otros
aspectos, no menos cruciales, hacen que de esta ocasión resulte un escenario completamente nuevo.
4. Las revoluciones tecnológicas anteriores constituyeron un enorme desarrollo de las fuerzas produc-
tivas del trabajo y de su medida estadística, la productividad. Para lograrlo, se aceleró la planificación
microeconómica o programación empresarial. La organización del proceso de trabajo a través de la
cadena de montaje conllevó el aumento de la productividad y, también, a una importante disminución
de los costos unitarios. Hasta ese momento, solo las clases sociales más poderosas podían comprar un
automóvil. Esa situación cambia con la aplicación de una innovación crucial, la cadena de montaje y
con una estrategia empresarial basada en el incremento de la productividad y la reducción de los cos-
tos, que hace posible a los trabajadores adquirir una parte de la producción masiva. Mantener el flujo
de capital en las nuevas condiciones del consumo de masas, fue algo posible solo gracias al desarrollo de
instrumentos idóneos a la planificación macroeconómica, como la contabilidad nacional y las políticas
de corto plazo (políticas fiscales, monetarias y de ingreso).
Desde el momento en que la fábrica se convierte en la forma dominante de producción de bienes
sociales, el escenario principal del conflicto social se traslada a su seno. La historia oficial se desarrolla
toda o casi por completo en los espacios públicos, y solo algunos historiadores nos cuentan lo que
ocurre allí donde las personas se expresan como seres humanos socializados, es decir, en el puesto
de trabajo.
Inicialmente, la crisis-transformación de la primera mitad del siglo xx revela las contradicciones en-
tonces existentes en el seno de las fábricas, donde el dominio de los propietarios es puesto en discusión,
de manera creciente, por una clase obrera cada vez más consciente de sí misma y que desde algunas dé-
cadas atrás cuenta con un programa político y una alternativa social basada en su emancipación como
clase. En ese sentido, el fordismo –denominación asociada a la transformación social que determina la
transición del capitalismo del siglo xix al del siglo xx (y que tuvo más éxito que el concepto gramsciano
de americanismo)– presuponía también un procedimiento de regulación obrera: intensificación de
los ritmos de trabajo a cambio de una mayor participación en la distribución del valor, negociación
colectiva y sindicato como instrumento de regulación del conflicto de clase.
La tercera gran oleada de transformaciones tecnológicas no se tradujo en un nuevo proceso de ace-
leración del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo. La acumulación capitalista se hizo extensiva;
5. En un sistema fundado en el trabajo asalariado y en la asignación privada del trabajo social para la
producción de bienes y servicios que se distribuyen en forma de mercancías a través de mecanismos
de mercado, las crisis nacen cuando una parte sustancial de los recursos es desperdiciada, como puede
ser el caso de recursos (trabajo y medios de producción) no utilizados y productos no vendidos. En la
historia del capitalismo, es un hecho comprobado que tales crisis se presentan de manera recurrente,
en una sucesión cíclica de fases de recesión, estancamiento y expansión con mayor o menor magnitud.
En todas las fases se manifiesta, además, como crisis de rentabilidad del capital, que es el factor clave
en la demanda de factores productivos y en su asignación a la producción de cantidades variables de
cada mercancía. Es la rentabilidad del capital lo que determina la tasa de acumulación y sus contenidos
materiales.
Identificar esta sucesión de fases recurrentes en la dinámica global de la acumulación no es muy
difícil: basta disponer de algunos datos estadísticos básicos. El problema se presenta cuando se quiere
determinar si esa sucesión de fases obedece a una particularidad específica cualquiera del sistema capi-
talista, a través de la cual se pueda comprobar la existencia de límites objetivos (lo que no quiere decir
definibles en el tiempo) en el proceso de acumulación. Es este un problema teórico que no puede ser
resuelto con análisis historicistas, basados en la mera selección de datos descriptivos, sino que exige su
resolución en el campo de la teoría.
La teoría económica convencional solo ha prestado una atención marginal a este problema y en los
años del predominio del pensamiento neoclásico (o sea, desde la Segunda Guerra Mundial) abandonó
completamente el tema. En contrapartida, en los fundamentos teóricos de la economía marxista en-
contramos su solución; y la respuesta teórica nos dice que, más allá de las fases cíclicas de expansión
y contracción, es posible identificar un factor de fondo que limita a largo plazo las posibilidades de la
acumulación bajo formas capitalistas. Ese factor no es otro que la propia competencia capitalista, que
existe y se produce entre agentes del capitalismo, entre capitalistas y trabajadores y entre los mismos
trabajadores: la competitividad es la parte sustancial del funcionamiento de la economía de mercado
y puede ser administrada bajo formas menos reglamentadas (capitalismo liberal) o más reglamentadas
(capitalismo monopólico), o con diversas modalidades de intervención del Estado, agente regulador de
la acumulación capitalista en última instancia.
La teoría que analiza esa característica del capitalismo constituye uno de los logros más relevantes
del método de análisis desarrollado por Marx. Esa teoría aparece cada vez que se compendian los
esquemas de reproducción y también se le encuentra expuesta en su forma más amplia, como un
modelo económico, en una parte de los manuscritos que componen el tercer tomo de El Capital;
concretamente, en la sección segunda (“La transformación de la ganancia en ganancia media”) y en la
tercera (“Ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia”).
6. En este momento estamos viviendo las consecuencias de una contradicción de fondo entre el desa-
rrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas, contradicción que genera
estancamiento e incapacidad, por parte del capital, para remontar la crisis mediante un reimpulso de
En el último año, las bolsas mundiales han perdido 41% de su capitalización, lo que equivale a 25,9
trillones (miles de millardos) de dólares. Y Wall Street ha pagado el precio más alto: 7 trillones. Son
números tan grandes que no se consigue siquiera imaginarlos. Lo que decimos es que los inversionistas
mundiales han perdido en los últimos doce meses el producto interno bruto generado por el mundo
entero en siete meses2.
En ese momento se hizo notar que las pérdidas sufridas equivalían a cerca de 70% del PIB mundial.
Pero, cuidado, porque el capital financiero, al jugar en el sistema del capital ficticio y no productivo,
no produce plusvalía, no genera riqueza real, y por tanto la bolsa no quema riqueza sino que, en una
suerte de juego suma cero, a mediano-largo plazo hace que lo que pierda uno lo gane otro. Las finanzas
han cambiado de papel y de sostén de la economía real ha pasado a sostenerse a sí misma.
8. La crisis actual muestra los límites de la planificación capitalista, tanto micro como macroeconó-
mica. Y es que las normas capitalistas de producción y consumo son incompatibles con un sistema
racional de programación político-económica a largo plazo y con un sistema de planificación estra-
tégica macroeconómica y social. Esa incompatibilidad entre mercado capitalista y gestión racional
de la economía a largo plazo, deriva de la imposibilidad de adelantar una gestión centralizada de los
recursos en un contexto de competencia capitalista, como también de garantizar el libre desarrollo de
las fuerzas vivas del trabajo: dado que el capital necesita un dominio absoluto del trabajo durante el
proceso productivo, le resulta indispensable mantener su protagonismo en la toma de decisiones micro
y macroeconómicas, a fin de que la revolución tecnológica de la información y la comunicación se
traduzca en ganancias de productividad.
Esa incapacidad para avanzar en la racionalización del mercado capitalista, sin sustituirlo por las
nuevas relaciones sociales socialistas, se explica porque –a diferencia de las fases anteriores de la revo-
lución científico-técnica– en esta fase el capitalismo no ha sido hasta ahora capaz de lograr la trans-
formación energética que marca el éxito de las fuerzas productivas del trabajo. Si durante la primera
revolución industrial el carbón sustituyó a la leña, con el fordismo el petróleo deviene en símbolo de
la supremacía tecnológica estadounidense. En todo caso, confrontado hoy con el agotamiento de los
1. Según Marx, ya desde los orígenes de la sociedad humana, los individuos tienen la capacidad
de poner en movimiento, a través de su trabajo, un número creciente de medios de producción, de
manera que los avances técnicos y el aumento de la productividad del trabajo se manifiestan inmedia-
tamente, gracias al crecimiento de los medios de producción en relación con la fuerza de trabajo. Sin
embargo, en el sistema capitalista de producción de mercancías se presenta un rasgo específico, como
es el hecho de que esa relación entre medios de producción y fuerza de trabajo –para la generación de
un producto– no se establece únicamente a través del proceso de trabajo, sino también de un proceso
de valorización que exige que la relación entre ambos (y la tendencia a incrementar constantemente
la masa de medios de producción movilizados por el trabajo vivo) se exprese siempre mediante la
generación de un excedente, que sobrepasa la reproducción del valor de los medios de producción y
de la fuerza de trabajo. Obviamente, ese excedente debe ir a manos de los propietarios de los medios de
producción, con lo cual se manifiesta la contradicción entre el carácter social de la producción (que
incluye el trabajo de generaciones pasadas, cristalizado en los medios de producción y en el trabajo de
la presente generación) y el carácter privado de la apropiación del excedente o ganancia.
La dificultad (teórica) de interpretar este modelo aparece cuando se pierde de vista el carácter dual
del proceso de producción capitalista, ya que es la consideración de ese carácter lo que lleva a Marx a
poner en discusión la idea de que el proceso de producción y de aumento constante de la productivi-
dad del trabajo pueda hacerse permanente.
Este aspecto fue estudiado detalladamente por Henryk Grossmann hacia fines de los años veinte
del siglo pasado, en su libro –tan citado como poco leído– La ley de la acumulación y del derrumbe del
sistema capitalista, en el que analiza los fundamentos lógicos y matemáticos de los límites estructurales
1. La pregunta de quién podrá asumir el liderazgo capitalista en el nuevo ciclo histórico de acumula-
ción puede entonces ser resuelta sobre la base de los procesos políticos, más que de los datos puramente
económicos. En efecto, para administrar el desarrollo de las fuerzas productivas se requiere también de
otras cosas; hace falta, de hecho, eliminar la formalidad de la apropiación privada del conocimiento,
2. En el caso de la crisis actual, desde hace tiempo hemos puesto en evidencia que su aspecto sistémico
convive con el de una verdadera crisis global. De hecho, al ser simultánea con la crisis económica
general de acumulación y sus fenómenos conexos de naturaleza financiera, resulta claro para todos,
incluso para quienes no son partidarios del trabajo, que el modo de producción capitalista evidencia
hoy una agudización del conflicto capital-trabajo, que de manera creciente saca a la luz las dramáticas
consecuencias de otras crisis simultáneas, como la ambiental, la energética, la alimentaria, la del Estado
de derecho y la de las formas mismas de representación democrática. Se llega así a una auténtica globa-
lidad de la crisis, y aun de los valores éticos que fundamentan la teoría y la práctica de la era capitalista,
que en el pasado habría cumplido su función evolutiva.
Eso significa que la constante sobreproducción de mercancías y capitales en los países de capitalis-
mo maduro, no encuentra solución ni en sus diversas formas de entrar y salir de las crisis coyunturales
ni ante aquellas de naturaleza más estructural, sino que se va configurando cada vez más su carácter de
crisis global acompañada de crisis sistémica. Esto es así porque las mismas relaciones de producción en-
tran en conflicto con carácter endémico, destruyendo incluso, por primera vez, la forzada convivencia
patrón-trabajador. El fin de la relación social esclavo-patrón pone todavía más en evidencia una crisis
sistémica, ya que golpea los elementos mismos de la convivencia social y la civilización.
Para el capital internacional, es una crisis irreversible que va más allá del agotamiento de un mo-
delo de acumulación capitalista, como ocurrió en 1929, y que al provocar una profunda ruptura en
términos de relaciones políticas, abre grandes posibilidades de cambio, no para el simple modelo de
producción, sino para las perspectivas generales de la humanidad, ya que se rompe definitivamente la
aspiración a la relación y a devenir otro sujeto de clase.
3. En este punto, el análisis conduce directamente a las condiciones políticas. ¿Qué puede esperar-
se de potencias capitalistas cuyo papel de dominio comienza a pertenecer a una época histórica en
disolución?
Si el mundo afrontase simplemente una crisis financiera, aun de grandes dimensiones por las in-
terconexiones bancarias derivadas de la globalización, pero sin mayores implicaciones que limiten el
modo de producción capitalista y la gestión planificada de la crisis por los Gobiernos centrales –gestión
basada en nuevas reglas financieras y mayores controles por parte de las autoridades monetarias–,
entonces sí: podría haber una solución. A este respecto, la alternativa socialista debe apuntar hacia la
reducción drástica de las dimensiones de las finanzas globales (¿para qué, por ejemplo, se necesita un
mercado de productos derivados de 600 millardos de dólares, cuando el producto mundial equivale a
600 millardos? Se trata de un evidente mecanismo financiero de transferencia de valores entre agentes
especulativos, que se debe eliminar), así como hacia el crecimiento del sector público en la actividad
productiva y financiera (creación de una banca pública de fomento, de empresas públicas y de empleo
El Consejo (...) a partir de una propuesta de la Comisión (...) hará recomendaciones precisas sobre
política económica (...) que podrán estar dirigidas tanto al sector de los ingresos como al de gastos y
de política fiscal (...) para frenar el aumento del crédito excedente o los crecimientos exorbitantes de
los precios de los activos. (ob. cit., p. 7).
— notas —
1 La Comisión Europea estima que en 2009 los países de la Unión Europea comprometieron cerca de un tercio de su PIB en au-
xilios a los bancos en crisis, considerando inyecciones de capital (2,7% del PIB), garantías bancarias (24,6%), restablecimientos
de la liquidez y saneamiento de inversiones financieras de mala calidad (4,1%). (Datos tomados de European Economic Fore-
cast, otoño 2009. European Economy 10, 2009, pág. 61.) Para el conjunto de los países centrales, esos auxilios equivalen, en
términos de porcentaje del PIB, a 3,4% en inyecciones de capital, 4,1% en adquisición de activos de mala calidad por parte de
los bancos centrales, 13,9% en garantías, 7,6% en inyecciones de liquidez y 5,7% en financiamientos directos del Gobierno
(FMI: The State of Public Finances Cross-Country Fiscal Monitor: November 2009 Staff Position Note 2009/25, pág. 11).
2 http://it.biz.yahoo.com/09102008/92/liquidazione-non-sta-risparmiando-niente-nessuno.html.
1. Esta nueva fase, llamada posfordista de rasgos financieros, conduce además al predominio de un
ciclo fuertemente especulativo, en el cual el dinero invertido crece sin pasar a través de intermediario
productivo alguno: en la práctica, no hay transformación del capital en medios de producción, en
producción efectiva, y la inversión financiera prevalece cada vez más con respecto a la productiva, con
lo que se generan contextos de “burbuja financiera” especulativa.
El lugar en que se efectúa la producción ha sido históricamente determinado por el costo del
trabajo, por la especialización de los trabajadores y por la infraestructura. Hoy, lo que influye en el
surgimiento y desarrollo de los asentamientos productivos no es ya la ubicación geográfica vinculada
a la explotación de recursos materiales, sino los factores económicos, sociales y políticos relacionados
con las dinámicas del costo del trabajo y con los procesos de creación de monopolios.
Pero mucho más impresionante es la globalización efectuada en estos años en el mercado financie-
ro, y es seguramente en ese sentido como mejor se ha evidenciado y cumplido una de las condiciones
de la fase actual de la mundialización capitalista.
La diferencia entre el aumento de la exportación de mercancías, el crecimiento y la movilización
de capitales ha sido sorprendente; basta pensar que en los países de “capitalismo avanzado”, de 1964 a
1992, la producción creció en 9%, las exportaciones en 12% y los préstamos internacionales en 23%.
Hoy día, cerca de 2.500 millardos de dólares se desplazan de un punto a otro del planeta a través de
la especulación financiera. Los grandes establecimientos industriales que hasta hace pocos años se
colocaban entre las primeras diez empresas del mundo, han sido sustituidos por emporios financieros
(como por ejemplo los grandes fondos de pensión de Estados Unidos y Japón). Además, los capitales
se desplazan fundamentalmente entre Europa, Estados Unidos y Japón, mientras que solo 15% de las
transferencias involucra a los mercados emergentes. Objeto de la especulación financiera no son ya
las oscilaciones en los precios de las mercancías, como ocurría en los años ochenta, sino las divisas: tan
solo en 1999, el valor de las actividades financieras de los principales países capitalistas se calculó en un
monto equivalente a 365% del PIB respectivo.
El control de las divisas y del capital financiero permite determinar las tasas de cambio y, por tanto,
acumular ganancias cada vez más altas; sin embargo, esto solo provoca un movimiento ficticio de la
plusvalía entre capitales, y no un movimiento real, determinado por las mercancías.
3. Hasta hace algunos años, al incremento de la liquidez internacional no se sumaban tensiones infla-
cionarias porque en Estados Unidos la inmigración, el aumento de la productividad y las importaciones
2. Una de las imágenes más difundidas es la que muestra que vivimos en un mundo globalizado, en
el que los márgenes de maniobra de los partidos políticos se van reduciendo, independientemente de
las ideologías. Sin embargo, hay que considerar cuáles son los actores concretos, para darse cuenta del
hecho de que los márgenes de maniobra no vienen dados, sino que se construyen a partir de la fuerza
de cada quien.
El capital financiero de muchos pequeños países de la periferia se está empleando en estos circuitos.
También muchas grandes empresas productivas se mueven por la vía de la financiarización e interrum-
pen en gran parte la producción, pues lo que se necesita producir es dinero a partir del dinero, a través
de las mil formas de finanzas especulativas, que es lo que produce mayor rendimiento. Empresas como
la General Electric obtienen hoy mayores ingresos de sus inversiones financieras que de la actividad
productiva.
En el marco de las instituciones nacionales e internacionales, los nuevos actores que aparecen en
el mercado global de divisas saben hacer presión sobre los organismos respectivos y superan a muchos
Gobiernos, tanto en fondos como en capacidad de negociación.
La discordancia entre producción (industria, servicios, actividades públicas) y exigencias ocupa-
cionales ha sido reformulada solo en la perspectiva de un desarrollo de las posibilidades de lucro,
con rasgos cada vez más financieros, en la cual la valorización sociocultural de los recursos humanos
representa solo un costo y no una gran ocasión para incrementar la demanda individual y colectiva,
incluida la de un desarrollo con alta sustentabilidad socioambiental, que favorecería las actividades
basadas en el incremento de la cultura, de la solidaridad y la civilidad. No todos los aumentos de
productividad han sido correctamente redistribuidos. Por el contrario –como se ha visto en el curso
del análisis–, se han usado casi exclusivamente para remunerar al factor capital, bajo la forma de una
ganancia que no es reinvertida productivamente sino que termina en su casi totalidad en la “burbuja
financiera especulativa”, donde el beneficio es fácil pero no existe capacidad de crear empleos nuevos
y reales.
Es Grecia la que ha evidenciado una deuda externa soberana por encima de la media y particular-
mente ingente, ya que en Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo, la deuda externa privada (de
las empresas, incluida la deuda intrafirm) supera la deuda soberana de los países de la Eurozona.
España tenía a comienzos de 2010 una deuda externa de aproximadamente 2 millardos de euros,
en su mayor parte acumulada tras la sustitución de la peseta por el euro. Su deuda pública externa está
cerca de 300 millardos de euros, mientras que la privada es de 400 millardos, la de las empresas sube a
475 millardos –ambas en su mayor parte a largo plazo– y la de los bancos es de 800 millardos de euros,
de la cual más de 50% es a breve plazo.
La situación actual en España –uno de los primeros países en verse bajo ataque de la especulación
financiera– indica que por cada euro de deuda externa soberana, las empresas privadas deben al extran-
jero un euro y medio, y los bancos casi tres.
Ciertamente, es una situación muy diferente de la griega, donde la deuda pública representa más de
55% de la deuda externa total. En España esa proporción es de solo 18%, pero la parte del león, entre
En la última década, la deuda externa italiana aumentó en 2,5 veces, al pasar de 1,1 millardos de
dólares en 2002 a cerca de 3 millardos en 2012.
Ha cambiado su distribución sectorial: en el cuarto trimestre de 2002, la deuda pública (Gobierno
y Banco de Italia) representaba 50% del total, mientras a los bancos correspondía 28% y a las em-
presas 22%. En el segundo trimestre de 2011, la deuda pública estaba en 45%; la de las empresas,
en un porcentaje análogo, y la de los bancos había llegado a 38% del total. En la deuda empresarial
es notable el incremento de los préstamos entre filiales de empresas multinacionales, que pasa de
15.000 millones en 2002 a más de 200.000 millones en 2011. Este tipo de préstamo, entre empresas
de un mismo grupo multinacional, es uno de los instrumentos financieros que facilitan la evasión
fiscal internacional. La deuda externa italiana, privada y pública, representaba a mediados de 2011
el 10% de la deuda externa de los países de la Eurozona (incluida la contraída entre ellos mismos),
el 17% de la deuda pública, el 8% de la bancaria y el 7% de la empresarial. Por tanto, la estructura
de la deuda externa italiana se parece a las de Grecia y Portugal (mucha deuda pública, menos deuda
bancaria) y se diferencia de las de países como España o Irlanda, donde prevalece la deuda bancaria
y empresarial.
El peso de la deuda pública italiana en el PIB (123%) es uno de los más altos de los países centrales:
superado solo por Japón (233%) y Grecia (166%), es mayor que el de Irlanda (109%), Portugal
(106%) y Estados Unidos (100%), y muy superior a la media de la Eurozona (89%). La evolución del
endeudamiento permite observar, sin embargo, que el actual nivel de deuda pública es análogo al de
1993-1994 (datos del FMI, WEO Database). En el período 1988-2011, el nivel medio de la deuda
fue de 110% del PIB, solo 10% menos que en el último año.
Considérese, además, que se mantendrá la política de sustraer recursos de los presupuestos públicos
para sostener a empresas, bancos y finanzas, en un contexto en el que, ante el empeoramiento de las
condiciones sociales por causa de la misma crisis, habría más bien que aumentar las cuotas de recursos
para el welfare. Habrá entonces recortes difíciles de ejecutar, para no verse expuestos a auténticas
rebeliones sociales y costos cada vez más altos para el gasto social.
Ciertamente no será la tasa de inflación lo que de alguna manera pueda reducir el peso de la deuda
pública, puesto que allí donde la situación se vuelva “insostenible”, el Banco Central Europeo inter-
vendrá inmediatamente para redimensionarla.
Como también es cierto que los bancos alemanes que poseen tales títulos de deuda, junto con
las hipotecas subprime estadounidenses y los títulos inmobiliarios especulativos, hacen que el crédito
potencial sea probablemente inexigible en su mayor parte.
Es por eso que Alemania persiste en mantener precios y salarios moderados, en términos relativos,
para favorecer su propio modelo de desarrollo basado en la exportación, e intenta agredir a sus socios
con un relanzamiento de las exportaciones extraeuropeas. Pero China y Estados Unidos, ciertamente,
no están en papel pasivo de observadores: la guerra continúa.
1. En las interpretaciones de la actual crisis mundial, asistimos a una polifonía directa de la evolución
aparente y específica de los acontecimientos: de cuando en cuando, la crisis internacional de los países
centrales es explicada como crisis financiera global, crisis de la deuda, crisis fiscal y pasajera, una con-
secuencia de los salarios excesivos (crisis de competitividad) o de los salarios demasiado bajos (crisis
de demanda). Esta última interpretación tiene cierto número de seguidores entre organizaciones que
2. Estos fenómenos plantean un problema clave, de cuya respuesta depende la perspectiva de salir de
la crisis: los avances de productividad que se esperaban tras la introducción masiva de los nuevos pro-
cedimientos de automatización del saber obrero y con la reducción de la demanda de materias primas
mediante la nanotecnología y las biotecnologías, no han reportado los frutos prometidos. La crisis del
capitalismo industrial de los años setenta se ha traducido, para los países centrales, en tasas muy bajas
de incremento de la productividad.
En los países centrales, el capitalismo se encuentra en una situación práctica de estancamiento de la
productividad desde hace varios años. Si la crisis se torna crisis del capitalismo, crisis de productividad,
es porque el desarrollo de las fuerzas productivas se ha topado con un límite objetivo impuesto por las
formas actuales de las relaciones sociales de producción; y todas las medidas basadas en la “regenera-
ción” de la acumulación capitalista están condenadas al fracaso.
Una primera respuesta a esta crisis de las estructuras ha sido la deslocalización. El capital ha inten-
tado recuperar las ganancias mediante procedimientos de explotación extensiva: la deslocalización y
la reducción de las tasas salariales son, en el centro, la principal receta aplicada, y ahora asistimos a un
nuevo intento de continuar en esa vía.
La segunda respuesta ha sido la financiarización de la economía. En muchos países, el volumen del
crédito ha crecido de manera sustancial, sobre todo la desregulación financiera internacional, y en el
caso de Europa (o sea, el área euro), por la drástica reducción de las tasas de interés en los países de la
periferia europea. Entre 1998 y 2010, el peso en el PIB del volumen del crédito aumentó en la Euro-
zona de 1,29 a 1,81 (datos de Eurostat). Excepto Alemania y Bélgica, todos los países experimentaron
aumentos similares: de 1,12 a 1,65 en Francia, de 1,55 a 2,43 en Holanda, de 0,96 a 1,68 en Italia,
de 1,12 a 2,47 en España, de 1,132 a 2,47 en Portugal; curiosamente, en Grecia, país que no se ha
caracterizado por una economía que se funde en la inflación del crédito, ese peso subió de 0,87 a 1,69,
asunto que refuerza el carácter excepcional del endeudamiento griego.
Así, el estancamiento de la acumulación se mantuvo oculto, en la medida en que se acumulaba una
masa cada vez mayor de deuda, sobre todo privada.
La expansión del crédito, al no estar acompañado por un incremento en la producción y en la
realización de valor, se ha traducido en una crisis del crédito global, ya que las expectativas de rentabi-
lidad no se han cumplido: la velocidad con la que se multiplica el crédito, ponderada por la reducción
de las tasas de interés, ha sido mayor que las tasas de crecimiento alcanzadas por las economías del
3. En un contexto como ese, las propuestas de expansión por la demanda y por el gasto público son
claramente insuficientes e ineficaces, dado que una crisis del capitalismo implica que las reglas del
proceso de acumulación –o sea, el modo en que se trabaja, las normas de distribución del valor entre el
capital y el trabajo y entre capital productivo, financiero y rentístico, los espacios de intervención del
Estado, las formas de aplicación del cambio técnico, la división internacional del trabajo– han dejado
de funcionar y deben ser sustituidas. Lo que se plantea son instancias de cambio estructural que no
pueden surgir de la “caja de herramientas” keynesiana, en ninguna de las dos versiones.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, el peso del Estado en la actividad económica giraba en
torno a 10% del PIB. Hoy, en los países centrales, fluctúa entre 30% y 50%. En 1960, el peso de las
remuneraciones de los asalariados en el PIB de esos países (OCDE) era de 70%. Actualmente apenas
supera el 55%. Una política sindicalista de estímulo de la demanda salarial no podría tener ahora el
mismo impacto que tuvo en los años cincuenta o sesenta sobre el crecimiento económico, ni se podría
financiar del mismo modo.
Esta evolución es una clara manifestación de la ineficiencia de las soluciones de mercado en el capi-
talismo moderno, cuando la socialización de las fuerzas productivas ha alcanzado un nivel tan elevado
que se necesita una centralización profunda de las decisiones relativas a la asignación del trabajo social,
a la producción y a la distribución.
De la capacidad de respuesta de los trabajadores dependerá el resultado de las transformaciones
neoliberales en Europa.
Hoy las propuestas keynesianas de gestión de la demanda a través del envío de señales al mercado,
para su activación, no funcionan porque el Estado está directamente a cargo de asignar una parte fun-
damental de los recursos del trabajo social. Es una incongruencia histórica, incluso dentro del mismo
desarrollo capitalista, que los recursos financieros continúen siendo privados. Que se pretenda aplicar
una política económica de incentivos a la inversión privada a través de la activación de la demanda, es
un absurdo que únicamente refleja el despiste histórico de quien lo propone.
Para cuanto concierne a la dimensión nacional de las economías, la situación es diferente. Los
procesos de deslocalización masiva de la producción hacia la periferia han modificado los circuitos
de incremento y acumulación del capital. Actualmente, la demanda que permite movilizar recursos de
inversión para generar empleo –que se basa en las expectativas de los inversionistas privados en cuanto
al aumento de capital– no se manifiesta a escala nacional, sino mundial.
1 Con el término producción ajustada (del inglés lean manufacturing o lean production) se identifica una filosofía industrial
inspirada en el Toyota Production System, que tiene por objetivo minimizar los desperdicios hasta eliminarlos del todo. Entre
los desperdicios se consideran los de materias primas, de tiempos muertos, de inventarios inutilizados, de sobreproducción, de
productos defectuosos, etcétera.
1. Seguramente las tendencias de fondo del contexto económico internacional han cambiado mucho
en los últimos años. En la instalación estructural productiva, por ejemplo, las empresas han pasado de
una estructura productiva horizontal a una vertical, con la consecuente segmentación y concentración
de la producción y del capital. La disminución de los costos de transporte, la supresión generalizada de
los aranceles, la creciente eliminación de los derechos portuarios y aeroportuarios y de los monopolios
ferroviarios, marítimos y aéreos, están creando un mercado de mercancías en el que la localización del
centro de producción resulta cada vez menos relevante.
En la producción ajustada, la comunicación –el flujo informativo– accede directamente al proceso
productivo: comunicación y producción se hacen coincidir. El programa de producción se formula
exclusivamente a partir de las exigencias de la oferta del mercado. La deslocalización, la fragmentación
y la dispersión de los lugares físicos de la producción no implican, en absoluto, una disminución del
poder de la gran empresa capitalista: ella mantiene su poder, justamente, gracias a la concentración
financiera y el downsizing (enflaquecimiento). Se conforman así las cadenas productivas nacionales y
también internacionales, en busca de lugares de producción donde el factor trabajo sea especializado
y bajos sus costos y las garantías sindicales.
Todo esto sucedía porque (como se ha anticipado parcialmente) se estaba pasando progresivamen-
te del ciclo fordista-keynesiano, basado en el paradigma tecnológico de la industria metalmecánica-
automovilística-petroquímica, a un ciclo llamado posfordista, que tiene su base tecnológica dominante
en el paradigma electrónico-informático. La acumulación flexible1 (bautizada así por David Harvey)
se confronta directamente con las rigideces del fordismo: se trata de la flexibilidad de los procesos
productivos, de los mercados de trabajo, de los productos y de los modelos de consumo que determi-
nan los cambios en el proceso desigual de desarrollo, sea entre sectores productivos o entre regiones
geográficas, con un aumento vertiginoso del sector servicios y el surgimiento de industrias en regio-
nes subdesarrolladas.
Se podría también decir que la globalización neoliberal se opone a la multinacionalización que
implica que una empresa, aun estando presente en diversos países, esté ligada sobre todo a uno en
particular, usualmente el de origen.
Hoy, en cambio, la empresa multinacional decide su estrategia productiva en función, cada vez
más, de los costos relativos de producción en los diversos lugares, así como de la diversificación de un
producto final que se venderá en el mayor número posible de países, o de un producto ensamblado
en la empresa matriz con componentes que llegan desde filiales situadas en todas partes del mundo.
La mundialización neoliberal favorece el crecimiento de la desigualdad. En los países empobrecidos,
eso es lo que ocurre entre la mayoría popular, de un lado, y los propietarios, los que detentan el capital
y los administradores del sistema, del otro (hay un método verdaderamente simple para distinguir, en
los países de la periferia, a los incluidos y los excluidos de la competencia global: podemos identificar
quiénes son pobres y quiénes no porque estos últimos son sujetos de crédito y tienen acceso a los ban-
cos, como grandes o pequeños clientes, mientras los otros no; en casi todos los países del Sur, de hecho,
solo un porcentaje de entre 5% y 25% de la población tiene acceso al crédito y realiza operaciones
bancarias, lo que se traduce en una tasa de exclusión que fluctúa entre 75% y 95%).
Además, sigue existiendo un sistema de circulación de mercancías (permisos de importación y
exportación, autoridades aduanales), pero no existe un sistema monetario internacional, no hay
una divisa mundial, no hay autoridad monetaria que regule el espacio internacional de circulación
del dinero.
Por tanto, consideramos la globalización financiera como el resultado de la decisión de Estados
Unidos de enfrentar sus problemas presupuestarios sin un fortalecimiento real de su economía y evi-
tando las presiones de los bancos centrales del resto del mundo para que no siga pagando sus deudas
con dólares no convertibles. Así se torna más aguda y directa la competencia global en busca de
la concentración de la riqueza en pocas manos, con escenarios cada vez más frecuentes de guerra
económico-financiera, guerra comercial, guerra social contra las clases subalternas y guerra militar
expansionista por la conquista y el dominio de los recursos energéticos –más escasos cada vez– para
sostener los ritmos del proceso de acumulación internacional.
La dificultad para activar un modelo de acumulación nuevo y rentable hace esta crisis única, al
tiempo que pone seriamente en tela de juicio el propio modo de producción capitalista, por lo que es
3. Los intensos procesos de competencia global en la economía mundial han llevado a Alemania, en
privilegiado eje con Francia, a intentar una hipotética solución de los problemas de la competencia
internacional mediante la construcción de un área económica y monetaria centrada en las exigencias
exportadoras del modelo germano, y con una nueva división internacional del trabajo que asigna a
los países de la Eurozona mediterránea el papel de importadores y de proveedores de servicios. Con
ese mismo fin ha deslocalizado su propio sistema industrial hacia los países del Este europeo, lo que
le permite grandes ahorros en los costos del trabajo y obtener, al mismo tiempo, una mano de obra
especializada.
Desde que entró en vigencia la moneda única, es decir, desde el año 2000 y hasta 2011, los países
centrales han tenido un saldo comercial medio equivalente a 3,2% de su PIB –frente a 1,7% durante
los diez años previos–, mientras que los países periféricos han experimentado un déficit comercial de
1,7% del PIB al año, frente a un activo de 0,6% del PIB en la década previa al euro.
1 David Harvey escribió en 1989 La crisis de la modernidad, uno de los textos fundamentales de las ciencias sociales sobre el
posmodernismo, que es, según el autor, la ideología del capitalismo tardío y no de la época de la posmodernidad. Explica allí
cómo, desde los años sesenta, Occidente ha pasado de un modelo de producción fordista a un modelo posfordista, en el cual
el modo de producción está regido por formas de acumulación flexible, capaces de integrar –de articular en redes– modos,
tiempos y lugares de producción muy diferentes entre sí. Pero para Harvey esto podría no ser un verdadero cambio de época y
de paradigma económico, sino una mutación del capitalismo, que se hace flexible para escapar de la crisis reduciendo el costo
del trabajo y disminuyendo los tiempos que transcurren entre la inversión y la realización de la ganancia. La relación entre espa-
cio geográfico, tiempos económicos y capital se convierte en el focus central de reflexión en el pensamiento del autor. Fuente:
http://it.wikipedia.org/wiki/David_Harvey.
2 Véase también para lo que sigue, Vasapollo, L.; Martufi, R.; Arriola, J., Il risveglio dei maiali. Piigs, Jaca Book, 2011.
1. El Europolo de la pobreza
1. La crisis financiera refleja en la Eurozona una configuración institucional diseñada de modo parti-
cular desde hace décadas. Los trabajadores de los países del euro sufren las consecuencias de la crisis
estructural y sistémica del capitalismo, incapaces de obtener mejores beneficios a partir de sus incre-
mentos de productividad, que dependen también de la importante revolución tecnológica en curso.
Pero más allá del reciente comportamiento recesivo de la economía, común a todos los países de
capitalismo maduro, el Europolo se ve particularmente golpeado por causa de un sistema monetario y
financiero especialmente inmaduro, que agudiza las tensiones y amplifica el impacto de la crisis.
Muchos economistas poscapitalistas, en particular norteamericanos, habían señalado desde hace
años que la moneda única agrupaba bajo una misma política monetaria formaciones sociales muy
diferentes, y advertido que, en ausencia de mecanismos fiscales de compensación, eso agudizaría las
desigualdades hasta materializar todas las contradicciones de un modelo monetario mal diseñado,
incluso para los mismos parámetros capitalistas. Las previsiones en tal sentido de personajes como
Krugman, Dornbush, Modigliani, Becker y otros parecen haberse confirmado en la coyuntura finan-
ciera de esta crisis estructural y sistémica.
A estas alturas, el contexto económico, social y político ha creado una situación en la que sectores
sociales completos están fuera de los campos tradicionales del welfare (trabajo y salud), al tiempo que
capas cada vez más vastas de la población acusan un creciente malestar social vinculado a factores
como la toxicodependencia, la inmigración, la precariedad, el trabajo atípico y flexible, el desempleo
estructural, la nueva pobreza y la marginalidad, que se suman a los “viejos” problemas no resueltos de
la salud, la prevención y la asistencia. Hay que resaltar, además, que factores como el envejecimiento
de la población, la disminución de la natalidad y la precarización del trabajo han planteado la necesi-
dad de un desempeño más intenso en los sectores de pensiones, sanidad y servicio social.
De esa manera, se desarrolla un sistema económico en el cual el gasto público no tiene por objetivo
un verdadero fortalecimiento infraestructural de la economía nacional, ni una eficiente producción
de servicios públicos. Con las últimas leyes financieras –y el discurso vale en general para todos los
países de la Unión Europea, sea que tengan Gobiernos de centro-derecha o, todavía más, de centro-
izquierda– ha continuado el ataque contra las clases más desposeídas, que cada vez ven recortarse más
su salario directo e indirecto, sin ninguna política seria para el tema del empleo, sin redistribución
alguna de las rentas a cargo del capital, con incentivos y desgravámenes cada vez más fuertes para
las empresas, frente a la falta o la intermitencia de ingreso para los bolsillos de la mayor parte de los
ciudadanos. Se crea así una sociedad con mayores diferencias sociales, en la que se reduce cada vez más
el sistema de protección de las capas ciudadanas más débiles, capas que no dejan de crecer, hasta llegar
a abarcar estratos a los que, hasta hace pocos años, se consideraba protegidos (empleados públicos, ar-
tesanos, comerciantes). Se crea así nueva pobreza, nuevas necesidades y se amplía, en definitiva, el área
de la marginación social y absoluta: aumentan, pues, los “miserables”, a los que, por no ser reconocidos
como tales –porque pueden, por ejemplo, tener un pequeño ingreso en algún trabajo precario e inter-
mitente–, no se les reconocerán siquiera los derechos mínimos de protección social y de ciudadanía.
Mientras hace cada vez más larga la fila de los pobres y los excluidos, el Europolo restringe constan-
temente la protección social. El paso del universalismo de los derechos a las garantías caritativas para los
miserables se convierte así, con el keynesismo para los privados, en auxilios y apoyos a los bancos y
los patrones, es decir, en “welfare del baile enmascarado de las celebridades”.
Se incrementan las formas de más verdadera pobreza y de marginación absoluta y relativa, aumenta
la miseria de un número siempre creciente de personas que no logran ya acceder siquiera los niveles
mínimos de sobrevivencia, ni a una mínimamente digna calidad de vida. Es así que regresa, como
en los años noventa, el “welfare de los miserables”, de los excluidos, pero todavía más restringido,
más selectivo.
2. La crisis llevará a la formación de un sistema multipolar en el que Estados Unidos deberá compartir
el poder con otras naciones, y esto podría significar el inicio de un período de competencia cada vez
más aguda y en perjuicio, como siempre, de la clase trabajadora. Para el capital internacional, es una
crisis irreversible que va más allá del agotamiento de un modelo de acumulación capitalista, como
ocurrió en 1929, y que al provocar una profunda ruptura en términos de relaciones políticas, abre
grandes posibilidades de cambio, no para el simple modelo de producción, sino para las perspectivas
3. De la misma manera en que una familia es económicamente estable, aunque esté endeudada, si
tiene un sólido patrimonio (inmobiliario, pero sobre todo en términos de saber, cultura y tradicio-
nes), también un Estado puede tranquilamente endeudarse para invertir si mantiene la solidez de su
patrimonio general, que no puede ser solo cuantitativo, medido por el PIB, sino que debe incluir las
bases cualitativas fundamentales del desarrollo, como la cultura, los monumentos, tradiciones, saberes,
bienes comunes, etcétera.
El mismo Estados Unidos tiene un endeudamiento sostenido en parte por Alemania, además de
China. La competencia, sin embargo, es hoy cada vez más fuerte, y los Brics quieren su espacio. Esta-
dos Unidos no tiene ya la fuerza política y militar para imponer en el mundo su modelo de desarrollo,
basado en su endeudamiento. Se ha dicho que la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE)
fue diseñada especialmente en función de las necesidades de Alemania, cuyas políticas de moderación
fiscal y salarial han provocado la disminución de la demanda interna, por lo que necesita tasas de
interés bajas para no disminuirla todavía más. Eso ha implicado una baja de las tasas reales en los países
periféricos del continente, que se distinguen por una inflación estructural superior a la media europea.
Piénsese, además, que hay una Europa débil y dividida, una Unión Monetaria que no es todavía ni
económica ni política, y que esa restricción de la deuda estatal tiene más bien por objetivo justificar y
concretar la construcción del Estado político supranacional europeo.
Se entiende así claramente que la campaña de terrorismo massmediático sobre la deuda pública y la
deuda soberana tiene simplemente el objetivo de dirigir contra el Estado, contra lo público, la crítica
feroz de la opinión pública y, al mismo tiempo, salvar el sistema empresarial y bancario mediante la
socialización de las pérdidas, es decir, ponerlas a cargo del Estado, que deberá entonces liberalizar, pri-
vatizar, recortar salarios y welfare, e infligir así otro duro golpe al poder adquisitivo de los trabajadores
y pensionados.
Pero las políticas de usura en clave europea no necesariamente funcionarán en toda su capacidad
expansiva, ya que hoy, incluso en los países de capitalismo maduro, la productividad está estancada
desde hace más de 35 años, lo que ha hecho que la acumulación de capital –y la producción fordista
que se le vincula– se haya desplazado a los países de la periferia y semiperiferia, en particular de Asia
oriental y de América Latina.
La Unión Europea es el proyecto neoliberal de Europa, al menos desde el giro político representado
en 1986 por el Acto Único, consolidado por el Tratado de Maastricht. La construcción de una Europa
alternativa es incompatible con los tratados vigentes de la Unión. Por tanto, una alternativa a la Unión
Europea implica el abandono de la “constitución europea”, el Tratado de Lisboa.
Todo proyecto alternativo para Europa implica una alternativa a la Unión Europea, y no admitirlo
así solo puede conducir a la frustración política de las expectativas de cambio.
La alternativa no puede limitarse a reivindicar otras formas de administrar la crisis. En particular, el
BCE es una institución inadecuada para administrar estrategias distintas al ajuste, dada su dependen-
cia estructural (legal y política) del capital financiero.
1. El euro ha servido para reforzar los patrones exportadores de los países centrales del Europolo, es de-
cir, el polo geoeconómico europeo, y para debilitar la posición comercial y subordinar la dinámica de
acumulación de los países periféricos del Mediterráneo a la división internacional del trabajo impuesta
por aquellos. De esa manera, Portugal, Italia, Grecia y España (Piigs, con el agregado de Irlanda) se
convierten cada vez más en reserva de servicios turísticos y residenciales, o de servicios generales a las
empresas, y se someten a un proceso de desindustrialización más o menos acelerada.
Las finanzas especulativas, que deberían ser las que estén en crisis, asoman de nuevo con prepo-
tencia e inventan nuevas armas y nuevos terrenos de combate. La especulación financiera está allí,
como un buitre, y con sus instrumentos creativos agrede a quien no acepte las reglas de dominio o no
emprenda ataques cada vez más fuertes contra el salario directo, indirecto y diferido.
Para salir del problema de la deuda pública se están preparando nuevos instrumentos de finanzas
creativas que difieren el endeudamiento y crean las premisas para nuevos colapsos. Los Piigs son impe-
lidos a endeudarse cada vez más para responder a las reglas del euro, a sofocar sus propias economías
y masacrar el mundo del trabajo para garantizar que la “cuestión del euro” se mantenga funcional al
desarrollo exportador de Alemania y, en segundo lugar, a los intereses franceses, hasta que termine por
tocarle también a Francia hacer de cerdo servido en la mesa alemana (y es por eso que muestra los
músculos, como en la agresión contra Libia).
Las finanzas siguen cumpliendo el papel de masacre y especulación, y esto a costas de las arcas
públicas, de los salarios, del Estado social. Está claro, sin embargo, que el problema planteado no es
tanto ni solo de crisis financiera, sino el de una crisis del modelo de acumulación: en crisis está todo
el sistema capitalista.
2. La política de austeridad no es una solución, porque, como señalan muchos analistas, la reducción
de las inversiones reduce la acumulación a largo plazo, y la reducción del consumo público restringe
la demanda global y, por tanto, también el crecimiento a corto plazo, al punto de que el aumento de la
desocupación y el cierre de empresas reducen la base impositiva fiscal, de manera que el problema
del déficit, lejos de corregirse, se agrava. La política de ajuste tiene entonces el único fin de resolver el
problema de liquidez en que ha caído la banca europea, mediante una transferencia masiva de rentas
de los trabajadores al capital, por vía directa con el ataque a las condiciones de trabajo y al salario, y
por vía indirecta con la reducción de las transferencias sociales.
Se invierten así los comportamientos y el papel del ciclo expansivo keynesiano. En efecto, en esa
construcción, que se remonta al modelo teórico de equilibrio de la contabilidad nacional keynesiana,
el papel del operador bancario es el de intermediar entre el operador familia, que tiene por objetivo
institucional el consumir y ahorrar, mientras el operador empresa, en tanto que dedicado a la actividad
productiva, debe sostenerla con el autofinancimiento y sobre todo con el endeudamiento. En ese
contexto, el modelo de keynesismo social juega un papel de amortizador del conflicto capital-trabajo,
ya que es capaz de redistribuir ingresos (y por tanto valor agregado, y por extensión PIB) a los traba-
jadores. Estos últimos, gracias a la fuerza manifestada en el gran ciclo de luchas victoriosas de los años
cincuenta y sesenta, conquistan una mayor capacidad adquisitiva y con ella una fuerte propensión al
3. En este marco de acentuada competencia global, parecen prevalecer tres estrategias europeas para
salir de la crisis.
La primera es la receta alemana para lo que considera la periferia europea, que apunta a la deses-
tructuración del mercado del trabajo con una mayor austeridad y mayor liberalización, mientras se
reducen también las formas de protección social. En ese sentido, las políticas de ajuste estructural en
clave europea tienen el único objetivo de salvar bancos, empresas privadas y mercado, a través de un
siempre creciente endeudamiento público que ve luego su salvación en la privatización de los servicios
públicos básicos, para así crear un nuevo espacio de acumulación a través de la nueva cadena de
valor que se realiza sobre la privatización de los servicios sociales. Una idea, pues, de estabilidad en la
austeridad, dentro de los rígidos parámetros europeos impuestos por Alemania, que favorece procesos
recesivos con un fuerte condicionamiento negativo para el mundo del trabajo, en términos de costos,
de especialización y de derechos. Pero hay que decir que esto podría tener un impacto negativo sobre la
productividad, al favorecer a las empresas menos productivas, que utilizan mano de obra a bajo costo,
y perder capacidad en términos de innovación tecnológica.
Una segunda hipótesis es la británica y de una parte de los potentados de la llamada izquierda
euroescéptica, que auspician la creación de un “segundo euro”, en la idea de devaluar y reestructurar la
4. Suponiendo que toda la deuda pública se financiara a las tasas actuales para la deuda de largo plazo,
la Eurozona estaría transfiriendo hoy (primeros meses de 2012) cerca de 400.000 millones de euros
anuales del fisco al capital privado, en forma de intereses (la cifra exacta debería tomar en cuenta las
tasas históricas de las sucesivas emisiones, cuya rentabilidad ha cambiado en el tiempo, y considerar la
parte de la deuda a corto plazo, que genera una rentabilidad menor para el capital financiero, pero a
cambio de mayor liquidez y de un mayor costo relativo de refinanciamiento para los Gobiernos; a los
efectos de esta hipótesis, podemos presuponer una tasa única de referencia: la de los bonos del Tesoro
a diez años).
Si se estableciera un sistema de títulos de deuda europeos, la tasa de interés se situaría por lo menos
al nivel de la media de las tasas actuales. Con base, entonces, en los datos sobre tasas de interés de
octubre de 2001, los eurobond deberían pagar no menos de 5,6% al año, menos de lo que hoy pagan
Italia (6%), Grecia, España, Portugal, Eslovenia, Chipre y Estonia, pero más de lo que pagan otros
5. En los últimos 30 años, el modelo capitalista de base keynesiana –en todas sus diversas formas– se
ha disuelto, cancelando así el concepto mismo de civilización. El desmoronamiento de toda la estruc-
tura productiva preexistente destruye las formas de convivencia civil determinadas por el modelo de
mediación social del keynesismo.
Probablemente esto signifique la destrucción de las condiciones de vida de los trabajadores en los
países desarrollados y una ligera mejoría de las condiciones de vida de los trabajadores de los países
subdesarrollados que se inserten en la nueva división internacional del trabajo.
La perspectiva futura no puede apuntar a otra cosa que al endeudamiento creciente de los países de
capitalismo maduro, para tratar así de mantener sus niveles de vida. La nueva estructura de la división
internacional del trabajo llevará a un juego por el dominio financiero de la deuda, en el que, por ejem-
plo, los nuevos países emergentes del llamado BRIC (Brasil, Rusia, India, China) seguirán comprando
títulos occidentales e incrementando la competencia entre el euro y el dólar.
Considérese que China y Japón, conjuntamente, poseen más de 50% de la deuda estadounidense.
Bastaría con que esos dos países decidieran diversificar su posesión de títulos públicos para determinar
una reorganización definitiva del ahorro y de las reservas mundiales, agudizando así la competencia
internacional. Y considérese, además, que muchos piensan ya en una reestructuración, no de la deuda
de los países europeos individualmente, sino de toda la deuda soberana de ese continente, lo cual,
afirman, podría aportar mayor estabilidad y crecimiento y brindarle una estructura y un papel político
a la Unión Europea.
Pero se insiste en la necesidad de recortar el gasto social y se alega para ello, falsamente, que Europa
en general es un sistema en déficit, cuando en verdad resulta claro lo contrario, es decir, la ausencia de
6. Es evidente que con las privatizaciones, con el ataque al costo del trabajo, al sistema del welfare, a los
derechos y con la financiarización de la economía, el capital internacional ha buscado salir de la crisis
o al menos ocultar su carácter estructural y sistémico. Una vez más la economía, en nombre del dios
ganancia, impone su dominio y determina las escogencias de política económica.
En consecuencia, los países del Euopolo no disponen de instrumentos económicos eficaces para ha-
cer frente a la crisis económica. En ese escenario, las organizaciones sindicales de los trabajadores están
llamadas a desarrollar un nuevo ciclo de luchas, con un programa de fases sucesivas, por el trabajo y las
eco-socio-compatibilidades solidarias, para recuperar en términos redistributivos los inmensos incre-
mentos de productividad que se han logrado en las dos últimas décadas, para reivindicar de inmediato
una reducción generalizada de la jornada laboral con pago de salario completo, para poner las bases
de una nueva ocupación a partir de empleos con compatibilidad social y ambiental y de utilidad públi-
ca, con plenos derechos y plena retribución, para crear “puestos fijos”, para reforzar al mismo tiempo
el welfare State con incrementos del ingreso en los presupuestos públicos, mediante la tributación de
los capitales, de manera de poder incluir en el gasto social un “ingreso social mínimo” europeo que se
otorgue a los desempleados, a los precarizados, a los marginados.
Los economistas críticos y heterodoxos, en sus distintas vertientes, están tratando de lograr acuerdos
para un programa de contratendencia y progresivo que se pueda proponer y practicar conjuntamente,
con el sindicalismo conflictivo y clasista en papel central, in primis las organizaciones pertenecientes a
la Federación Sindical Mundial (FSM).
El movimiento de clase de los trabajadores debe hoy partir de la inversión de esa relación, reivindi-
cando y practicando la supremacía de la política sobre la economía. En segundo lugar, hay que afrontar
1. La evolución previsible del sistema, en ausencia de fuerzas alternativas, conduce hacia el debilita-
miento de los mecanismos democráticos de participación social y hacia el reforzamiento de los me-
canismos represivos y de control de masas, comenzando por la “TV basura”, la vigilancia electrónica,
la metrópoli como cárcel ideológica, la subordinación del sistema educativo a las necesidades de las
compatibilidades del capital, etcétera.
El proceso de centralización y concentración del capital llevará al reforzamiento del poder de las
multinacionales y de los organismos internacionales de la compatibilidad con el capitalismo agresivo,
como el FMI y el BCE. La democracia seguirá perdiendo su propia consistencia, transformándose en
un orden plutocrático de represión ideológica, funcional al dominio de la ganancia. La existencia de
monopolios no inhibe la acción de las fuerzas competitivas que definen la lógica profunda del conflicto
social, en la activación de una nueva dinámica del conflicto directo entre el capital y el nuevo mundo
del trabajo y del trabajo negado.
Por más difícil que sea la sustitución del sistema de propiedad privada, todavía más increíble resulta
pensar que el capitalismo pueda garantizar un nivel de vida digno a toda la población mundial. Al
menos en ese punto, los Estados que participaron o participan en el área socialista han demostrado
mayor capacidad para dar solución a las necesidades básicas de la población.
En la búsqueda de alternativas, la posición utópica cree posible reformar el sistema capitalista –sin
sustituir sus principios esenciales– para resolver los problemas de la pobreza, la miseria y la exclusión.
La puesta de límites a la explotación y el uso del Estado como mecanismo de transferencia del ingreso,
nivelador de las desigualdades, solo han sido posibles en áreas muy limitadas del sistema y con la
contrapartida, además, de la existencia de otros segmentos de la fuerza de trabajo mundial sometidos
a niveles de expolotación que compensan la reducción de las ganancias en el centro del sistema, donde
ha dominado el Estado redistribuidor.
Actualmente, las propuestas de regeneración del capitalismo por medio de un nuevo contrato social
(sea que se le llame neokeynesismo, tercera vía, etcétera) solo son concebidas en los llamados países
desarrollados. Ninguna de esas propuestas aporta algo sustancial con miras a integrar a las masas ex-
plotadas, de la misma manera que las esperanzas depositadas en la superación del desempleo no acaban
con esa indigna situación, sino que apenas determinan una posición en la fila de los precarizados y
los nuevos desocupados, con menos garantías aún. La esperanza de lograr un capitalismo “civilizado”
responde únicamente a las aspiraciones ideológicas de la “clase media-alta”, de mejorar su propio nivel
de consumo y de protección social, sin planificar ninguna vía socioeconómica de alternativa para los
obreros y los trabajadores en general, para los excluidos y los desheredados de la Tierra.
3. Desde un punto de vista teórico, es posible concebir un sistema en el cual la división del trabajo se
establezca a través de un sistema de relaciones internacionales horizontales, basado en actos de reci-
procidad, y en el que el mercado no prescinda de la gratuidad y el conflicto no se base en la dicotomía
posesión-no posesión. Eso significa que, cualesquiera sean las formas de un sistema poscapitalista, para
representar un avance social y humano tendrá que acabar con la separación capitalista entre la economía
y la política, la cual solo permite a unos pocos privilegiados pasar de una región a otra como ciudadanos.
Por eso la democracia participativa, política y económica es una dimensión clave de cualquier
proyecto de futuro poscapitalista: ser integralmente ciudadanos (también en la empresa), ser univer-
salmente ciudadanos (ciudadanía global). De esta manera, cuando la actividad económica deje de ser
parte de la esfera de lo privado, se estará transitando hacia un mundo diferente al capitalismo.
La evolución del capitalismo real ha conducido a una situación en la que las exigencias democráti-
cas aparecen como aspiraciones radicales.
La sociedad del terciario avanzado crea nuevas necesidades, pero con el actual modelo de desarrollo
crea al mismo tiempo nuevas exclusiones. Resulta entonces estratégico poner en el centro del debate
un proyecto global hacia un modelo de desarrollo diferente, solidario, socio-eco-compatible, en el que
sean fundamentales las compatibilidades ambientales, la calidad de la vida, la respuesta a las nuevas
necesidades, un lugar más alto para la educación, la recuperación de culturas y saberes tradicionales, la
centralidad del trabajo y la valorización del tiempo liberado, la redistribución del ingreso y del valor y
la socialización de la acumulación, de la riqueza producida en su conjunto.
Es posible, entonces, dar una vuelta definitiva de página a las decisiones de política económica
y de política industrial, puesto que las innovaciones tecnológicas permiten una más alta productivi-
dad en la empresa que, de manera directa o indirecta, se deriva exclusivamente del incremento de la
productividad del trabajo. Incrementos que son entonces riqueza social en su conjunto, y deben por
eso ser utilizados para mejorar la calidad del trabajo y la calidad de la vida –a partir de la reducción
del horario laboral, que podría estar acompañado por un aumento del trabajo voluntario y social–,
para su redistribución al factor trabajo, y por tanto a los desocupados, y no solo para las ganancias y
las rentas inmobiliarias, especulativas, de posición, financieras, como ha ocurrido particularmente en
estos últimos 30 años.
No se trata, pues, de reproducir simples formas de intervención, ni de actuar exclusivamente en
el frente de la distribución del ingreso, sino de retomar con nuevos instrumentos el conflicto capital-
trabajo, que de hecho es ahora más duro y diversificado, a partir de los nuevos sujetos del conflicto
social, así como de reorganizar la unidad de intereses del mundo del trabajo, la solidaridad y la fuerza
que la clase obrera se dio en los años sesenta y setenta a partir de su organización en la fábrica. Para
eso hay que saber conjugar un fuerte, renovado y antagónico sindicalismo del trabajo con un nuevo y
no menos antagónico sindicalismo del territorio en la fábrica metropolitana, que reivindique la distri-
bución social de la riqueza y que incida profundamente en los procesos de acumulación capitalista, a
partir de una política fiscal redistributiva que finalmente golpee al factor capital en lugar de favorecerlo
4. Los proyectos de los diversos capitalismos internacionales enumerados en este libro permiten ver
que la tendencia político-económica está cada vez más orientada a la ganancia, a la liberalización de los
servicios públicos, la privatización más desenfrenada y sin límites.
La brecha entre crecimiento de la riqueza financiera y contracción de la riqueza real, entre econo-
mía real y economía financiera, ha sido y es favorecida no solo por la especulación internacional y la
falta de control, sino sobre todo por escogencias de política económica que, al centrarse en una lógica
privada y en la centralidad cultural de las compatibilidades económicas y sociales de la empresa, no son
capaces de producir o distribuir trabajo, ingreso o riqueza, sino que destruyen recursos.
Es una vía exclusiva para la ganancia, que no tendrá en cuenta, de ninguna manera, las exigencias
de los trabajadores, de las clases más débiles de la sociedad: en nombre del “dios mercado desregulado”,
se seguirán eliminando hasta las mínimas garantías de Estado social que todavía persisten, aunque ya
de manera casi residual. Cuando se habla de privatizar la energía, los transportes, la escuela, la sanidad,
el agua, los servicios locales, se comprende fácilmente cuáles podrán ser las consecuencias para los
ciudadanos, para los trabajadores, para los desocupados y todas las figuras sociales precarias, marginales
y de bajos ingresos. Pero lo que está en juego es el modelo mismo de participación en la vida política
a nivel local.
En el futuro inmediato, también las exigencias de mayor democracia y participación serán rápida-
mente conflictualizadas.
La contradicción entre las reglas salvajes de mercado y la garantía de una calidad de vida digna
para los ciudadanos-trabajadores no tiene resolución posible en los automatismos internos del propio
mercado, que imponen las políticas neoliberales. La lógica no puede ser la de un capitalismo agresivo
y “sin ley”, que no persigue más que la realización de la ganancia, sin escrúpulos, sin reglas, y crea de
tal suerte serias descompensaciones sociales, en términos de desempleo y de disminución de la calidad
de vida en general.
El proceso de reconversión, de reestructuración y de innovación tecnológica no puede basarse en
la caída del empleo, no se puede seguir exprimiendo el limón de las rentas del trabajo dependiente,
las mejores políticas empresariales no pueden ser las que se basan en mayores ganancias derivadas de
más altos recortes de la ocupación. El ahorro debe ser canalizado hacia inversiones productivas en su
más amplio sentido, capaces de crear riqueza y trabajo y de impulsar un mejoramiento general de las
condiciones de vida y de la protección social.
Es por eso que puede ser a la vez explosiva y recomponedora del bloque social del trabajo y del
trabajo negado la capacidad de sostener, en términos no ya estrictamente políticos, sino con con-
sideraciones macroeconómicas ahora sí de orden global, la necesidad de un modelo de desarrollo
radicalmente diferente, capaz de generar ocupación nueva y diferente, así como diferente riqueza y
una manera diferente de producir y del vivir social. Un modelo de desarrollo cualitativo que apunte
hacia la distribución del trabajo, del ingreso y de la acumulación de la riqueza social; una modalidad de
desarrollo, pues, socio-eco-compatible y solidaria, basada en formas de economía que se centren en el
valor de uso, capaces de crear una riqueza diferente y de distribuir el valor difundiéndolo socialmente.
1. Las tendencias que hemos identificado marcan la actual fase del conflicto económico y social y de la
confrontación política y militar en la competencia global. Las fuerzas del capital están organizadas de
manera transnacional, con una burguesía que tiene conciencia de sus funciones, se afana en defender
sus intereses y hace pagar su agonía con guerras financieras, comerciales, económicas y sociales, pero
también con represiones y guerras militares.
Mientras se intenta sofocar el conflicto entre trabajo y capital permitiendo una representación social
de la empresa que recae sobre la vida de todos los ciudadanos, la práctica de la solidaridad, inspirada
y dirigida por el Estado social fordista, se vacía progresivamente de todo significado, a medida que la
ideología y el accionar de la privatización generalizada destruyen los instrumentos de poder económico
y de legitimación moral que habían hecho posible el compromiso social con el gasto público.
Es el momento de relanzar, de poner en el orden del día una iniciativa político-económica desde
abajo, que reivindique un welfare más grande para los derechos universales y para los nuevos derechos
de la ciudadanía.
Con las actuales tendencias, no queda dentro del sistema fuerza alguna por descubrir que permi-
tiese pensar en la posibilidad de una recomposición de las condiciones del pacto social del período de
posguera, que dio origen al llamado “milagro económico” con el Estado social keynesiano en los países
centrales, ni mucho menos en su eventual expansión haca la mayoría expropiada y empobrecida del
planeta.
La alternativa posible y necesaria exige la conjugación inmediata de una etapa táctica reinvindica-
tiva, dentro de las luchas y el conflicto social, con una perspectiva estratégica de poder para la supera-
ción en clave socialista del modo de producción capitalista: un programa mínimo de contratendencia
(PMC), y por tanto una mayor calificación y sofisticación en las exigencias y en el análisis de los
trabajadores y de sus representantes, de los ciudadanos y de sus organizaciones.
Se trata de distribuir la acumulación de valor a quien la ha creado y a quien le ha sido impedido
entrar a un mundo del trabajo con pleno salario y plenos derechos. Es en la práctica del conflicto social
donde se ha de ver que es posible producir y no “inflar los bolsillos” de esos potentados económicos
que hacen de la especulación financiera y de la codicia de ganancias su razón de existir. Si se continuase
por el camino de la privatización de los entes centrales y de desmantelamiento de los servicios públi-
cos, Italia asumiría, junto con toda Europa, la peor cultura de empresa, la cultura de la globalización
financiera de ganancia fácil y bajísima compatibilidad ecológica y social, una cultura que se convertiría
en terreno de iniciativas concretas para administrar también la convivencia social según principios de
darwinismo económico.
3. Después de unas tres décadas de distribución del valor cada vez más en beneficio del capital y con
criterios contables impuestos por Estados Unidos a escala internacional –que obligan a valorar las
empresas en función de los activos realizados a precios de mercado–, la determinación y regulación de
la economía capitalista va dejando de estar en manos del Estado y de las empresas productivas, para
ahora favorecer cada vez más al capital financiero, que concentra un volumen creciente de capitales en
espera de ser asignados a un uso productivo. Frente a las exigencias apremiantes del capital financiero
para que se sostengan y amplíen las tasas de rendimiento, la tasa de interés predomina cada vez más
sobre la tasa de ganancia, lo que lleva directamente a la contracción salarial para balancear la pérdida
de eficacia del capital productivo, sometido a bajas tasas de productividad y, por tanto, a rendimientos
marginales siempre decrecientes.
Los mercados competitivos, comandados por un indisoluble entramado en el que el sistema polí-
tico, el mundo de los negocios y las finanzas se protegen y favorecen recíprocamente, encubren coti-
dianamente diversos fenómenos de “criminalidad financiera”. Ante esa realidad, hay que restablecer el
papel mediador de la política, con un sistema que se someta al control de la autoridad pública, pero
independiente de las lógicas partidistas y del poder económico.
El mercado no se puede disciplinar a sí mismo. Necesita de la mediación política, de una interven-
ción del Estado que imponga la transparencia y la eficiencia, que preserve el interés social general, que
garantice condiciones de igualdad a los participantes y canalice los recursos financieros hacia quien
esté en capacidad de conjugar rentabilidad y justicia social y distributiva, para así crear una riqueza
socialmente redistribuida y trabajo verdadero, con salario pleno y plenos derechos.
En el proceso general para salir de la financiarización de la economía, la parte más importante es
la nacionalización de los bancos. Hasta tanto no se cumpla ese objetivo, continuará el deterioro de la
calidad de vida y se mantendrá la concepción de que el trabajo no tiene más fin que aumentar la tasa
de ganancia. Romper la lógica del capital financiero significa nacionalizar las decisiones de inversión
para favorecer las actividades socialmente útiles, bajo un criterio de rendimiento social y ecológico, que
son criterios de mediano y largo plazo. El control social de las inversiones es imprescindible para dina-
mizar la actividad productiva, así como para orientar el crédito en función del máximo desarrollo de
la ocupación y de la utilidad social, funciones estas muy diferentes de las que aplica la banca privada,
orientadas siempre por el criterio de la máxima ganancia a corto plazo.
La nacionalización de los bancos que se encuentran en situación de insolvencia y que dependen de
los auxilios públicos es también un requisito para evitar la fuga de capitales y para erradicar la dramá-
tica e histórica tradición capitalista de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
4. Más allá de las limitaciones y los elementos estructurales, el crecimiento del sistema industrial
italiano –como el de todos los países europeos, en modalidades diversas– está seriamente amenazado
por la escasa difusión de los factores indispensables para un desarrollo equilibrado con característi-
cas de compatibilidad socioambiental. El primero y más importante de los obstáculos es la ausencia
misma de reglas de competencia en el mercado, todavía hoy falseada por vínculos ilegítimos con las
estructuras institucionales y con el sistema político-partidista, en un verdadero sistema de corrup-
ción partidista-empresarial mejor conocido como “sistema tangentopoli”, al que nunca se ha querido
poner coto.
Además de contribuir a alimentar el proceso inflacionario, la falta de competencia en el mercado
no incentiva a las empresas a buscar innovaciones y calidad en sus productos y servicios. Nunca se ha
querido en verdad resolver estos y otros problemas que amenazan la competitividad real de la industria
italiania, ni siquiera a través de una acción socialdemócrata de gobierno de la industria, es decir, de una
política industrial que debería acompañarse de una eficaz política socioambiental y de un nuevo papel,
no clientelar y asistencia, sino intervencionista y ocupador, para el Estado.
Solo a través de una ampliación de las bases de las grandes empresas públicas y del reforzamiento
del tejido de las PYME, en el marco de una economía pública equilibrada y eficiente, habría podi-
do la industria italiana remprender la carrera y recuperar aquellos márgenes de competitividad con
características también sociales. Era importante para el país la recuperación tecnológica en sectores
tradicionales, al igual que lo era aprovechar la adaptabilidad a las exigencias y alternativas que se
presentan de tanto en tanto, como solamente es posible con un gobierno planificado y orientador del
desarrollo, que no puede prescindir de la fundamental presencia pública en los servicios esenciales y en
los sectores estratégicos de la economía.
Era necesario entender el nexo indisoluble entre los cambios en los lineamientos del desarrollo y el
papel local y central de la industria pública (y de la economía pública, en general).
Perseguir tales objetivos sería aún más válido, económica y socialmente, en esta fase del desarrollo
italiano, en la que asistimos a intensos procesos de desindustrialización y fuerte competencia interna-
cional. Además, si siempre ha habido sectores específicos de la economía sujetos a control por parte del
Estado, en tanto que proveen servicios estratégicos y esenciales a los ciudadanos y a las demás empresas
–nos referimos a las empresas que operan en el campo de la energía, del agua, el transporte, telecomu-
nicaciones, etcétera, sin dejar de considerar los consumos colectivos, públicos por excelencia, como los
de asistencia, sanidad, defensa, prevención social, etcétera, es decir, la “producción de welfare”–, hoy la
intervención del Estado en tales sectores sería todavía más una garantía, para todos, de acceso paritario
a la calidad de los bienes y servicios producidos, intervención que debería acompañarse con la nacio-
nalización de las empresa que experimentan crisis estructurales y la eliminación de la especulación, que
agrava los caminos de la bancarrota.
Una parte de la deuda pública es resultado de las acciones emprendidas por los Gobiernos para
auxiliar a capitales locales fuertemente endeudados: a los bancos, en primer lugar, pero también a
las empresas (de los 4,7 billones –miles de millardos– de euros en deuda externa acumulados para
5. En estos últimos 30 años, la desaceleración del desarrollo económico ha provocado, junto con el
marcado crecimiento del desempleo, un desmesurado incremento de la presión fiscal. Las consecuen-
cias de ese incremento las han percibido sobre todo los trabajadores, por cuanto no ha sido posible o
simplemente no se ha querido aumentar la tributación fiscal del capital, con el argumento de que los
capitales son siempre móviles y se desplazan hacia los países en los que el costo del trabajo es más bajo.
El sistema fiscal italiano insiste, con absoluta persistencia, en proteger la evasión y la elusión y en
brindar continuas y masivas transferencias, facilidades e incentivos a las empresas. Baste considerar
que, durante los últimos años, generalmente más de dos terceras partes de las sociedades de capital
declaran un Irpeg* negativo, y más de 25% de ellas asegura tener una renta imponible inferior a
los 10.000-15.000 euros. Esto sin considerar que la enorme mayoría de los trabajadores autónomos
declaran rentas menores que las de sus empleados. La evasión fiscal y contributiva llega así a más de
350.000 millardos de viejas liras, casi 200 millardos de euros. Por el contrario, para los trabajadores
dependientes, los pensionados y los ingresos familiares, los tributos y cargas fiscales han alcanzado
niveles insostenibles.
Es preciso, entonces, implementar políticas y sistemas de control efectivamente capaces de sacar
de sus escondrijos a los grandes evasores fiscales: eliminar las exenciones de que gozan la ganancia y la
renta, e invertir así la tendencia que desde 1970 ha hecho que las cuotas de transferencia de ingresos al
Estado aumenten cada vez más en perjuicio de las familias y disminuyan en beneficio de las empresas.
Valga entonces plantear, como eslabón central de las políticas económicas, una lucha seria contra
la evasión y la elusión fiscal, de manera de ampliar las posibilidades de intervención del Estado social.
Hay que abandonar las políticas restrictivas de tributación de las rentas de capital y de empresa, las
políticas neoliberales de recortes al gasto social, de movilidad y flexibilidad, de transformación del sis-
tema de derechos en benévola “caridad para los excluidos”. Hay que implementar una incisiva política
de ingresos que finalmente apunte a una verdadera reducción de la evasión fiscal y a una tributación
seria por parte de todos los capitales.
7. Solo hay dos soluciones: o el dominio financiero, con deuda externa y privatizaciones, o el rechazo
de la deuda, con socialización del crédito y satisfacción de las necesidades colectivas.
Actualmente, el programa necesario para afrontar la crisis no puede basarse en la gestión de la
demanda y de los desequilibrios fiscales, que no corresponden ya al grado de desarrollo del capitalismo
en Europa.
Por tal razón, un programa de contratendencia debe rechazar los instrumentos del programa neoli-
beral, como el euro neoliberal y los procedimientos puestos en marcha para promover la reducción del
gasto público a través de un inicuo y socialmente perverso pacto de estabilidad.
– Con una moneda que se demuestra incapaz de estabilizar un área monetaria en la que se es-
tán agravando los desequilibrios, es necesaria una nueva moneda y una política monetaria que
faciliten el desarrollo equilibrado de todos los países que forman parte de la zona euro. Un
cambio de moneda determinaría la devaluación implícita de la medida. Pero tendría un costo
financiero, en términos de mayores tasas de interés y de posible fuga de capitales. Estos proble-
mas pueden resolverse con un control adecuado sobre el sistema financiero local y mediante la
nacionalización de los entes de crédito. En cualquier modo, los beneficios de una medida de este
tipo –reducción del valor nominal de la deuda y éxitos en la competencia internacional– pueden
contribuir a un ajuste real de la economía, más rápido que el aplicado por los Gobiernos de la
Eurozona. Esto haría recaer el costo del ajuste sobre los importadores y sus acreedores, pero
también sobre los trabajadores con deudas familiares si, por ejemplo, tienen créditos con tasas de
interés variables.
1. La propuesta, ampliamente compartida por confusos sectores de izquierda, de que el BCE actúe
como prestador de última instancia, mediante la adquisición directa de la deuda soberana, no sirve
ni para resolver el problema estructural del capitalismo ni, mucho menos, para limitar el impacto de
la financiarización. Es cierto que la emisión de títulos de la deuda europea podría implicar un alivio
en la transferencia de rentas al capital financiero internacional, para aquellos países que hoy deben
pagar mayores tasas de interés para refinanciar su deuda. Pero en el conjunto de la Eurozona, dada
la dispersión actual de los sistemas fiscales, la sustitución de las emisiones nacionales por emisiones
europeas no conduciría a una reducción, sino a un incremento de la captura de valor por parte del
capital financiero. Este argumento, que resulta obvio para los economistas y políticos alemanes, no
parece comprensible en otros países, y ni aun para la Comisión Europea.
Y entonces, preguntémonos concretamente: salir del euro, con la propuesta de una nueva moneda
para los países que tienen estructuras productivas más o menos similares, ¿sería una alternativa reali-
zable? ¿Permitiría eso conservar un margen de negociación con las instituciones comunitarias y con el
Banco Central Europeo? ¿Es posible crear un nuevo bloque político institucional, capaz de impulsar
un modelo de acumulación favorable a los trabajadores?
2. Nuestra lectura es propedéutica para el reforzamiento de las luchas y de los procesos de sedimen-
tación organizativa en todos los niveles y ámbitos posibles, que a su vez son el producto permanente
y estratégico de un proyecto sindical clasista en Europa. Se trata de reconstruir, así, la identidad y
conciencia de sí del mundo del trabajo, en la dimensión y en la práctica de la defensa del mundo
del trabajo. De allí se debe derivar la decisión de impulsar cursos de formación política-sindical y de
formación sindical propiamente dicha, como paso fundamental para dotar de fuerza al proyecto del
sindicalismo clasista en Europa.
Como siempre, la suerte de la clase trabajadora no está en manos de las variadas recetas económicas,
incluidas las edulcoradas del nuevo keynesismo de izquierda: la solución es por completo y únicamente
política, y la palabra la tienen los sujetos políticos y sindicales de clase, organizados, capaces de consti-
tuirse en fuerza motriz de un cambio total y radical.
3. Por todas esas razones, una alternativa global es la que redefine el discurso político en el terreno
social y subordina a este último tanto el dicurso económico como el discurso político sobre la econo-
mía. Hay que construir de manera independiente las propias perspectivas y moverse inmediatamente
con total autonomía respecto a todo modelo consociativo, concertacionista y de cogestión de la crisis.
Solo así asume la autonomía de clase una verdadera independencia frente a los diversos modelos de
desarrollo impulsados o impuestos por las varias formas de capitalismo y, sobre todo, frente al sistema
de explotación que es propio del único modo de producción capitalista. El movimiento de los trabaja-
dores no puede ni debe ser parte en la gestión de la crisis, sino, antes bien, encontrar también en ella
los elementos que refuercen sus reivindicaciones socioeconómicas y en especial las políticas, aun las
más radicales.
Ninguna gestión de la crisis por parte de los trabajadores. No aceptar las compatibilidades de la
sobrevivencia en el deterioro social del sistema del capital. La independencia del mundo del trabajo
frente al desarrollismo capitalista significa negarse a colaborar y plantear, en cambio, el propio progra-
ma de clase, ajeno a las compatibilidades del capital, y expresar así plena autonomía e independencia.
Una ocasión para apasionarse y crear una oportunidad para otro mundo posible “aquí y ahora”, que
demuestre concretamente que se puede lograr un vivir diferente, solidario y autodeterminado, a través
de los caminos de un movimiento sindical realmente independiente, que se plantee estratégicamente,
pero con prácticas y objetivos tácticos inmediatos, el logro de una sociedad libre, a través de la auto-
determinación de los pueblos.
1. Si las nuevas exigencias se dirigen hacia el espacio de producción y distribución de la riqueza social,
antes o después se concretarán en una estrategia de ruptura con el propio capitalismo. No queremos,
entonces, terminar estas reflexiones sin aportar algunas posibles claves de lectura que vayan más allá del
inmediato y táctico “programa mínimo de contratendencia”, para ubicarse en el terreno estratégico de
la transición socialista, por la construcción de una alternativa al poder global del capital.
Insisteremos en la vinculación de dos aspectos centrales: el ideológico y el técnico, teórico y práctico.
Desde un punto de vista lógico e ideológico, existen varias alternativas posibles a la actual com-
petencia global, hasta llegar a la más estratégica determinación de superar el modo de producción
capitalista, cada una con distintos grados de probabilidad en función de razones técnico-económicas o
político-sociales. En todo caso, cualquier propuesta realizable tendrá que vérselas, en primer lugar, con
la identificación de los sujetos –el bloque social– con los que se ha de avanzar hacia la construcción de
una alternativa no capitalista y, seguidamente, con la relación clasista del trabajo y la tecnología.
El cambio tecnológico puede representar un progreso técnico y social si es fruto de una decisión
colectiva de los trabajadores, mayoritaria, responsable, abierta al diálogo, negociada y contratada.
Desde la época “ludista”, cuando muchos trabajadores se propusieron destruir las máquinas que los
reemplazaban en las fábricas, los sindicatos han renunciado a controlar, a regular y a participar en el
sentido y la orientación del cambio técnico. Es esa una decisión que se ha dejado siempre en manos de
los empresarios y del capital.
Revertir esa tendencia secular implica entender de otra manera el desarrollo democrático: com-
prender que el debate sobre la tecnología –que es también parte del debate entre marxistas– exige
de los trabajadores una cultura tecnológica, que hoy no tienen, así como estructuras que sirvan para
canalizar y organizar el debate sobre el cambio tecnológico y su conveniencia o inconveniencia, como,
por ejemplo, ante el actual proceso de privatización de los recursos o la orientación científica de las
universidades, que es el paso que precede al desarrollo tecnológico.
Hoy día es más bien fácil obtener financiamiento para un proyecto que sea funcional a los intereses
de la empresa, pero es muy difícil conseguirlo para un proyecto que no tenga rentabilidad comercial
a breve plazo. También eso es parte del debate que debe abrirse entre todos los trabajadores y los inte-
lectuales militantes y orgánicos, para lograr que el cambio técnico se oriente en función del progreso
de la sociedad. Y para tal fin se necesita un proyecto central fiscal, planificado, que sepa redistribuir los
recursos al canalizarlos hacia inversiones en tecnologías de fuerte compatibilidad ambiental y social, en
una dimensión socioecológica del desarrollo con sustentabilidad cualitativa.
3. Desde hace mucho tiempo se debate, no solo entre marxistas, acerca de la oportunidad que se
presenta para un área de países, con estructuras económico-sociales similares, de “abandonar” o “se-
pararse” de lo que Hosea Jaffe llamó en 1994 “la empresa mundo”, para identificar así los polos de
dominio del sistema capitalista internacional y las instituciones y organismos de que se han dotado
(FMI, Banco Mundial, OMC, UEM, BCE, etcétera).
No ha sido esto un mero ejercicio teórico, sino que se han producido experiencias concretas que
permiten hablar, entonces, de hipótesis practicadas y practicables. Piénsese en los ejemplos históricos
del Kemala ayer, del ALBA hoy. En tales experiencias, aun desde toda la posible diversidad, se han
afirmado modelos de desarrollo autodeterminados, centrados en los recursos y las economías locales,
con una autodeterminación que valora al mismo tiempo las tradiciones culturales y productivas. Se ha
demostrado asimismo que, al saber valorar los propios recursos, se puede renunciar a tanta mercancía
importada e inútil, funcional a un sistema de consumismo insostenible.
Y llegamos, entonces, al tema también operativo, pero que plantea de inmediato el tema estratégico
de la ruptura, del “abandono” de las áreas capitalistas –como el Europolo– sobre la base de una puesta
en práctica inmediata.
El euro ha servido para reforzar los patrones exportadores de los países centrales del Europolo, es
decir, el polo imperialista europeo, y para debilitar la posición comercial y subordinar la dinámica de
acumulación de los países periféricos del Mediterráneo a la división internacional del trabajo impuesta
por aquellos. De esa manera, Portugal, Italia, Grecia y España (Piigs, con el agregado de Irlanda) se
convierten cada vez más en reserva de servicios turísticos y residenciales, o de servicios generales a las
empresas, y se someten a un proceso de desindustrialización más o menos acelerada. Por eso, si no se
modifican las reglas del sistema monetario y financiero vigente, no puede haber una salida a la crisis
que no perjudique cada vez más a los trabajadores.
La política de austeridad no es una solución, porque, como señalan muchos analistas, la reducción
de las inversiones reduce la acumulación a largo plazo y la reducción del consumo público restringe
la demanda global y, por tanto, también el crecimiento a corto plazo, al punto de que el aumento de la
desocupación y el cierre de empresas reducen la base impositiva fiscal, de manera que el problema
del déficit, lejos de corregirse, se agrava. La política de ajuste tiene entonces el único fin de resolver el
problema de liquidez en que ha caído la banca europea, mediante una transferencia masiva de rentas
de los trabajadores al capital, por vía directa con el ataque a las condiciones de trabajo y al salario, y
por vía indirecta con la reducción de las transferencias sociales.
Los Gobiernos del Europolo han decidido crear fondos financieros de estabilización, destinados
exclusivamente a administrar los desequilibrios presupuestarios y garantizar el pago del servicio de la
deuda pública a los banqueros y demás perceptores de rentas. La posibilidad de establecer una política
de transferencias fiscales está fuera de discusión, ya que presupondría cambiar los objetivos estratégicos
para los cuales se creó el euro; es decir, los de profundizar de una determinada manera la división
4. La salida del euro debería realizarse de manera concertada, en primer lugar entre los países de la
periferia mediterránea, a través de cuatro movimientos estrechamente relacionados, sin los cuales ese
proceso podría resultar una catástrofe para todos.
Los cuatro movimientos son: a) la creación de una nueva moneda común para la Europa mediterrá-
nea (que, a manera de ejemplo, podríamos llamar “libera”*, vale decir, una moneda precisamente libre
de los vínculos monetarios impuestos por la construcción del euro); b) la reconducción de la deuda de
la nueva moneda del área periférica (que, también a título de ejemplo, podríamos llamar Área Libre
para el Intercambio Alternativo y Solidario, Alias), relacionada con el cambio oficial que se establezca;
c) el rechazo y condonación de, al menos, una parte consistente de la deuda, comenzando por la que
existe con los bancos y las instituciones financieras, y la imposición de una renegociación del saldo
restante; d) la nacionalización de los bancos y la estricta regulación (incluso prohibición temporal) de
la salida de capitales fuera del área en cuestión.
Todos esos elementos se deben ejecutar simultáneamente, para evitar la descapitalización de toda
la región periférica y para asumir un control adecuado de los recursos disponibles para las inversiones
(una respuesta parecida a esta es la que defienden Costas Lapavitsas y el grupo de investigación sobre
la moneda y las finanzas en “Eurozone Crisis: Beggar Thyself and Thi neighbour”, marzo 2010, y en
“The eurozone between austerity and default”, septiembre 2010, consultable en www.researchonmo-
neyandfinance.org).
La nueva moneda común, la “libera”, se podría negociar tanto dentro como fuera de la Unión
Europea, lo que de por sí permitiría una gestión más ordenada de la transición productiva, sin que se
tenga que conducir a un mismo tiempo la ruptura monetaria, la del mercado único y la de los flujos
monetarios.
1. Los países de la periferia europea necesitan un sistema monetario y financiero alternativo al euro y a la
globalización. Pero no se puede concebir un sistema de ese tipo en el ámbito del mercado único neo-
liberal, tal como ha sido construido por los tratados europeos. Las reglas de funcionamiento de dicho
mercado impiden una solución que aporte estabilidad al proceso de acumulación, al menos en el senti-
do de lo que se entiede por “estabilidad” bajo el sistema capitalista, vale decir, un período relativamente
largo de crecimiento, en el cual se suceden ciclos de expansión y de contracción económica. Una cosa
muy diferente, pues, del largo período secular de dificultades que atraviesan las economías capitalistas
desarrolladas, incapaces ya de intensificar la productividad del trabajo.
Por todo eso, la alternativa monetaria y financiera debe insertarse en una propuesta de integración
económica y social completamente diferente a la que persiguen la Unión Económica y Monetaria y el
mercado único.
Si los países de la periferia europea desean regresar al control de la actividad productiva, solo
pueden hacerlo de manera conjunta y mediante un proceso de ruptura con el modelo de las finanzas
privadas y con el vigente espacio monetario asimétrico.
Salir del euro es una operación compleja, que tiene implicaciones no solo monetarias. No se puede
pensar en imponer un retorno a la lira, a la peseta o al dracma, ya que la existencia misma del euro ha
dado lugar a una evolución del sistema monetario internacional y a una integración productiva de las
economías nacionales.
Solo en condiciones de fuerte autarquía se podría considerar realizable una economía nacional
europea. Pero no hay garantía, ni mucho menos, de que en tales condiciones pueda mejorar rápida-
mente la calidad de vida de la población. Una moneda propia, pero siempre dentro del mismo sistema
monetario europeo –cosa que algunos analistas proponen para países como Grecia, o para los demás
que en el Europolo confrontan altos niveles de desequilibrio fiscal–, no permitiría siquiera autonomía
en la política monetaria para desarrollar una política alternativa, ya que, como sucede hoy con los
países de la Unión Europea que no forman parte de la Unión Económica Monetaria (en la práctica, el
área del euro), esa eventual moneda propia estaría sujeta a los criterios –neoliberales y favorables a las
finanzas privadas– del Banco Central Europeo.
Cambiar la moneda de los países que tienen fuerte desequilibrio fiscal, implica una devaluación casi
inmediata. Por eso, el cambio de moneda requiere que al mismo tiempo –y en esto no deben haber
dilaciones– se renomine la deuda externa e interna con la nueva moneda, la libera, a la tasa de cambio
que los Gobiernos consideren más apropiada. Obviamente, esto representa una nueva fuente de tensión
2. Por razones tácticas, nos parece conveniente separar la decisión de construir efectivamente otra
moneda –la libera, para concretar una política en favor de los trabajadores–, de la decisión de abando-
nar la Unión Europea. En la práctica, y al menos durante una primera fase y tácticamente, valdría el
principio de “en la Unión Europea y fuera de la UEM”.
En efecto, es seguro que las restricciones establecidas por los tratados de la Unión Europea –desde el
Acto Único y el Tratado de Ámsterdam hasta el Tratado de Lisboa–, que colocan la propiedad privada
y los criterios de mercado por encima de las decisiones colectivas de los ciudadanos y de los Estados,
hacen más difícil impulsar una política alternativa que se base en la gestión social de los recursos y que
respete –cosa de por sí imposible– los principios de la libre competencia y la gestión privada. Como
igualmente es incompatible con los tratados vigentes la existencia de un Banco Central sujeto a deci-
siones públicas y a las directivas democráticas de los representantes de los ciudadanos.
Por tales motivos, una nueva moneda –como la libera– para la periferia europea entraría inevitable-
mente en conflicto con las estructuras vigentes en materia de integración europea.
Pero no existe un procedimiento preestablecido para salir de la Unión Europea y eso puede facilitar
la implementación de la propuesta de crear una nueva moneda para una gestión alternativa de la
economía y de la política, puesta en marcha inicialmente dentro de la Unión Europea, para abrir un
espacio que permita avanzar una hipótesis realmente reformista, contraria al neoliberalismo y a la
estructura de dominación imperante.
En cualquier caso, una nueva moneda para una gestión alternativa de la economía y de la política,
impuesta dentro de la Unión Europea, podría ser un procedimiento útil para ofrecer a los trabajadores
de los países centrales una posibilidad de salir del desastre que presupone la construcción misma de
la Europa neoliberal (cambiar las políticas conlleva la exigencia de cambiar las reglas de la Unión
Europea), y puede servir también para limitar el impacto de la problable reacción del capital y de sus
representantes políticos, reacción que podría estar justificada en el caso de una salida voluntaria y de
un aislamiento económico y político de los países de la periferia del Europolo.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de la población de los países periféricos internos valora en
forma positiva la contribución efectiva de la Unión Europea al desarrollo institucional de la infraes-
tructura en las regiones de menor desarrollo relativo –como es el caso de la utilización de los Fondos
Estructurales o la Política Agraria Común (PAC)–, y la considera capaz de alcanzar buenos resultados
porque, precisamente, está basada en criterios no compatibles con los del mercado, aun cuando en los
últimos años la PAC ha sido sometida a un proceso de liberalización.
3. Desde el momento en que países con diferentes sistemas político-sociales, como Gran Bretaña, Di-
namarca o Suecia, pueden mantenerse dentro de la Unión Europea pero fuera de la Unión Económica
4. Seguramente el capitalismo estadounidense podrá todavía seguir siendo un actor importante, pero
se cumplirá el fin de un ciclo político y Estados Unidos no tendrá ya una posición dominante con
respecto a otros centros de poder, como Europa, Rusia, China, India, Brasil, que impondrán, aunque
de manera diversa, nuevas formas del poder político del capital, que solo entrará en crisis si las fuerzas
subjetivas del movimiento obrero y de clase saben transformar la crisis económica y política en caída y
superación del sistema de producción capitalista, a través de procesos de construcción de sistemas de
relaciones socialistas.
Pero es posible contraponerse inmediatamente a los mecanismos de poder de los centros-polos, de
las áreas del sistema de dominación del modo de producción capitalista, como tenazmente lo viene
haciendo la alianza alternativa del ALBA. Y para las organizaciones sindicales y los movimientos socia-
les que actúan en Europa, se trata de agudizar las contradicciones y contraponerse directamente a las
reglas de los potentados del Europolo.
Para la afirmación de una nueva moneda y de una política orientada en favor de los trabajadores,
resulta por tanto imprescindible contar con un espacio productivo en el que se pueda establecer una
nueva división del trabajo, basada en los principios de la planificación económica, que posibilite un
desarrollo social colectivo y solidario y un bienestar cualitativo para el conjunto de la población del
Alias, la nueva área monetaria.
Por eso, en una segunda etapa tras su conformación en los países de la periferia de la Eurozona,
la nueva moneda y las nuevas condiciones de desarrollo social y económico deberán convertirse en
propuesta de integración directa de las restantes periferias del área del capital europeo: la del este de
Europa y la del África mediterránea.
5. La moneda común, la libera, asociada a una política de plena ocupación, de producción solidaria
y eco-socio-sustentable, puede ser instrumento para brindar una alternativa a países que, como lo
muestra la experiencia de la periferia euro-mediterránea, requieren inmediatamente dejar de ser parte
del juego, de la trampa que presupone la utilización político-monetaria del euro por parte de naciones
que tienen una base productiva dependiente y tecnológicamente menos sofisticada y que, por tanto,
se ven forzadamente sometidos a la necesidad de importar masivamente productos provenientes de los
países más avanzados del centro y norte del Europolo.
El África mediterránea se está convirtiendo, para la Unión Europea, en una reserva energética
y turística, proveedora de productos agrícolas y manufacturas ligeras. Su integración con los países
del norte mediterráneo y del este europeo en un espacio monetario y financiero común –que hemos
llamado Alias–, podría ser una oportunidad para superar la catástrofe política e ideológica en que hoy
se encuentran los países del Magreb, como consecuencia de la ruptura del modelo desarrollista de los
años ochenta y del posterior fortalecimiento del fundamentalismo islámico.
En conjunto, el Mediterráneo y el este de Europa agrupan formaciones sociales con un elevado
nivel de simetría productiva; son países en los cuales la política monetaria y fiscal encuentra una
confluencia de intereses, lo que puede facilitar un proceso de transición a través de políticas basadas
en el pleno empleo de los recursos productivos y el mejoramiento gradual –pero decidido– de las
condiciones de vida de toda la población.
La polarización productiva, los intereses contradictorios y de dominio que caracterizan al Euro-
polo, serían así sustituidos por un espacio de desarrollo poscapitalista y orientado hacia el socialismo,
como ocurre hoy en América Latina para los países del ALBA. Un Alias, entonces, que a largo plazo
supone un modelo alternativo también para otros países de la periferia europea, como por ejemplo
Irlanda, donde actualmente se expresa la ruptura, el fin del modelo de acumulación basado en la des-
fiscalización de las rentas del capital y donde mejor se han implantado las sedes de las multinacionales
norteamericanas y japonesas. Pero la alianza alternativa Alias puede también incluir, posteriormente,
a países como Bélgica, o la misma Gran Bretaña, cuya permanencia en la actual división europea del
trabajo es cada vez más contradictoria y problemática.
1. El deseo y la esperanza es que este libro pueda servir no solo a los estudiantes universitarios de
disciplinas como la economía aplicada y la política económica, sino también a quien cotidianamente
2. Las luchas sociales de fines de los años noventa, en todas sus variantes y diversidad –como lo fueron
en Europa las grandes manifestaciones contra la guerra y contra el neoliberalismo, y como han sido
en América Latina las luchas que han dado el poder a Gobiernos revolucionarios y democráticos
como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Uruguay, Argentina y Brasil–, han
animado un debate, en términos tanto de claro rechazo al neoliberalismo como de crítica radical para
la superación del sistema capitalista en sus fundamentos teóricos y alternativos, que puede ya mostrar
excelentes aportes, incluyendo, sobre todo, los provenientes del país que cuenta con el capitalismo más
desarrollado del planeta.
La mayor o menor participación en estas luchas, y en el debate abierto, será la línea de demarcación
de la reorganización del espacio político entre las fuerzas de la izquierda radical –la de clase, la que
plantea una alternativa al sistema– y aquella cuyos proyectos se insertan todavía en la lógica capitalista.
Es por eso que las propuestas que hace el Centro de Estudios y Transformaciones Económico-
Sociales (Cestes) en Il risveglio dei maiali [El despertar de los cerdos] son realistas y cónsonas con las
necesidades actuales de la periferia europea del sur. Creemos que está naciendo una nueva alianza del
trabajo entre norte y sur en el espacio mediterráneo.
En todo caso, esa tarea solo será posible si se dan las necesarias condiciones políticas y sociales. ¿Es
posible prever una crisis de poder de tales dimensiones que los vientos del cambio radical se infiltren
en sus instersticios?
Para dar cuenta exhaustiva del itinerario intelectual que está en la base del presente trabajo, esta bi-
bliografía incluye, además de los textos explícitamente citados, las obras consultadas y, más en general,
aquellas que se consideran útiles para posteriores profundizaciones. Los aportes explícitamente citados
en el texto se señalan aquí con un asterisco después del año de publicación.
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