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Filosofía de Vida
Filosofía de vida es una expresión que sirve para describir un conjunto de ideas
y actitudes que forman parte de la vida de una persona o grupo de personas.
Por otra parte, también existe una definición alternativa según la cual, la filosofía
de vida es la forma en que una persona decide cómo vivir. En muchas ocasiones,
esta forma de ver la filosofía de vida está muy relacionada con una religión como
el budismo, el cristianismo o el judaísmo.
Finalmente, hay quien también usa la expresión filosofía de vida como un
sinónimo de estilo de vida.
La filosofía de vida tiene mucho que ver con la búsqueda de la sabiduría y el
autoconocimiento. En este sentido, las personas buscan una serie de normas,
valores o ideas que les permitan articular de manera ordenada su vida, de forma
que consigan una cierta estabilidad personal.
Así, es muy importante incidir en la idea de que el concepto de filosofía de vida
no es ni mucho menos único, sino que varía enormemente según el contexto de
cada persona, pudiendo estar enormemente influenciado por factores sociales,
políticos o económicos. Es por ello que en ocasiones dos personas pueden llegar
a tener un conflicto entre ellas debido a un punto de vista diferente sobre la
filosofía de vida. Lo más habitual es que estos choques vengan generados sobre
todo por las diferencias culturales entre ambos, lo que los lleva a entender la vida
desde posiciones antagónicas.
Los Problemas Filosóficos y sus Características
Los problemas referentes al conocimiento. Se trata de determinar la validez del
conocimiento. ¿En que condiciones es verdadero? ¿Cuándo alcanzamos
efectivamente la verdad? ¿Hasta dónde alcanzan y se limitan nuestras facultades
cognoscitivas?
La importancia de este problema resalta desde el momento en que se ofrecen
varias soluciones a una misma pregunta. El hecho de que cada uno tenga su
propia respuesta, y, en ocasiones, completamente opuesta a la de otros, no deja
de ser inquietante, para el que pretende profundizar en la realidad. ¿Por qué no
hay una respuesta única a los problemas del alma, la libertad, Dios, el bien y el
mal? La misma Historia de la Filosofía, con su cadena de sistemas y soluciones,
es motivo de inquietud para el espíritu filosófico.
Ha habido cinco principales soluciones al problema del conocimiento: el
escepticismo, el empirismo, el racionalismo, el idealismo y el realismo. El
escepticismo niega validez a todo conocimiento; lo mejor es dudar. El empirismo
solo concede capacidad cognoscitiva a las facultades sensibles; o mejor dicho, un
conocimiento es válido solamente cuando está apoyado en alguna experiencia
sensible. El racionalismo, por el contrario, pretende que los sentidos engañan, y
que la necesidad de la universalidad del conocimiento científico solo se consigue
por medio de las facultades intelectuales. El idealismo, por su parte, niega que
podamos conocer a las cosas independientes del sujeto cognoscente; solo
captamos nuestras propias ideas. El realismo, por último, sostiene que, si
tenemos conocimientos válidos, alcanzados por los sentidos y la inteligencia, y
que alcanzan la misma realidad, la cual es independiente del sujeto que conoce.
En el momento preciso
El tiempo no siempre es un recuento de acontecimientos más o menos
previsibles, en progresión lineal, sino que a veces acelera su ritmo y se deja
interrumpir por lo inesperado, lo que se encontraba fuera de los pronósticos más
certeros. La consecuencia es siempre el cambio, y sus protagonistas suelen ser
aquellos que estaban en el lugar y en el momento oportuno, como fruto de una
actitud, abierta a las posibilidades, más ligera y libre que la de los que se aferran
a la tarea de tenerlo todo controlado.
Tal es la lección de la historia, que deberíamos leer más a menudo. Quizá la
mayor de las singularidades que marcan a los personajes que salen a la escena
del mundo para escribir páginas en esa historia, es que supieron estar ahí
cuando era el momento, y se abrieron paso en medio de los sucesos, guiados por
ese particular olfato para percibirlo.
Ya sé que todo esto desafía las leyes de la racionalidad, pero es que en la vida de
los seres humanos no todo puede ser filtrado y enfriado por los razonamientos,
porque también existen las emociones y las intuiciones, por no hablar de ese
extenso territorio interior donde manejamos los símbolos y nos preguntamos por
el sentido que tienen las cosas. Ahora es el momento de soltar el lastre que se
nos había pegado, oscureciendo nuestra capacidad para los compromisos en el
refugio de la desilusión y el escepticismo.
Si nos desentendemos de lo que ocurra en la vida social, con el pretexto de
sentirnos defraudados, otros tomarán las decisiones por nosotros, y lo que es
peor, pretenderán interpretar el mundo solo a su manera, dictada por sus
intereses.
Entre los matices de lo que hemos vivido estas últimas semanas sobresale una
nueva capacidad para salir de la indiferencia y volver a comprometerse con las
ideas y las personas. Ha sido una buena lección de vitalidad, que va a servir
probablemente para renovar muchas cosas, en armonía con los mensajes de esta
primavera.
El dolor
Hay una pregunta que, calladamente o en voz alta, solemos formularnos varias
veces al día, muchas, demasiadas veces en la vida. ¿Por qué sufren los hombres?
¿Por qué existe el dolor?
Esta pregunta señala una realidad de la que nos es imposible escapar. Todos
sufren; por una u otra razón, todos sangran en su corazón e intentan vanamente
apresar una felicidad concebida como una sucesión ininterrumpida de gozos y
satisfacciones.
Viene a mi memoria una parábola del budismo que siempre me ha impresionado;
aparece en los libros bajo el nombre de “El grano de mostaza”. Y, en síntesis,
refleja el dolor de una madre que ha perdido a su hijo pero que, sin embargo,
confía en volverlo a la vida gracias a las artes mágicas del Buda. Este no
desalienta a la madre; solo le pide que para resucitar a su hijo le consiga un
grano de mostaza obtenido en un hogar donde no se conozca la desgracia…
El final de la parábola es evidente: el grano de mostaza, ese grano tan especial,
jamás aparecerá, y el dolor de la madre se verá mitigado, en parte, al comprobar
cuántos y cuán grandes son también los sufrimientos de todos los demás seres
humanos. Pero el hecho de que todos los hombres sufran no quita ni explica la
realidad del sufrimiento. Y otra vez nos preguntamos, ¿por qué?
Viejas enseñanzas –más viejas aún que la parábola citada– nos ayudan a
penetrar en el intrincado laberinto del dolor.
En general, se nos indica que el sufrimiento es el resultado de la ignorancia. Así,
sumamos dolor tras dolor, es decir, a los hechos dolorosos en sí, sumamos el
desconocimiento de las causas que han motivado esos hechos: no somos capaces
de llegar hasta las raíces de las cosas para descubrir la procedencia profunda de
aquello que nos preocupa; simplemente nos quedamos en la superficie del dolor,
allí donde más se siente, y allí donde más se manifiesta la impotencia para salir
de la trampa. Ignoramos la causa de lo que nos sucede, y nos ignoramos a
nosotros mismos, sumando una doble incapacidad de acción positiva.
Así mismo desconocemos otras leyes fundamentales de la Naturaleza, y una vez
más, por ignorancia, acrecentamos nuestro dolor. Deberíamos saber que ningún
dolor es eterno, que ningún dolor se mantiene ante el embate de una voluntad
constructiva. Nada, ni dolor ni felicidad, puede durar eternamente en el mismo
estado. Hay que aprender, pues, a jugar con el Tiempo para hallar una de las
posibles salidas del laberinto.
El dolor de lo por venir no tiene cabida en el presente, ya que es un sufrimiento
inútil, antes de tiempo y, tal vez, sin razón de ser. Es verdad que en el presente
ya se está gestando el futuro, pero también es verdad que el temor del futuro es
germen de futuros males, mientras que la voluntad firme y positiva da lugar a
circunstancias más favorables que también pueden gestarse en el presente.
El dolor de las cosas pasadas es como intentar mantener el cadáver de un ser
querido en nuestra casa, repitiéndonos constantemente que no ha muerto,
volviendo mil veces los ojos a la irrealidad de un cuerpo que no existe y
desconociendo la otra realidad espiritual que sí existe.
Y en cuanto al dolor del presente, es apenas una punzada que en breve se hunde
en el pasado, para dejar lugar al futuro.
Por eso decía un sabio que los hombres somos capaces de sufrir tres veces por
la misma cosa: esperando que suceda, mientras sucede y después que ha
sucedido. Así se refuerza la tesis de “la ignorancia como madre de todos los
dolores”.
Para los orientales, siguiendo con la tónica de la parábola budista, “el dolor es
vehículo de conciencia”, lo que equivale a decir que todo sufrimiento encierra una
enseñanza necesaria para nuestra evolución.
El dolor es el que nos obliga a detenernos y a preguntarnos acerca de las cosas.
Sin el dolor, jamás nos diríamos, como tantas veces lo hacemos: “¿Por qué a mí?”,
para advertir seguidamente que no es “a mí” solamente… Sin el dolor, no nos
propondríamos indagar en las leyes ocultas que mueven todas las cosas, hechos
y personas.
Por poco que volvamos los ojos, encontraremos sufrimiento: sufre la semilla que
estalla para dar lugar al árbol, sufre el hielo que se derrite con el calor o el agua
que se endurece con el frío, y sufre el hombre que, para evolucionar, tiene que
romper las pieles viejas de su cárcel de materia.
Pero tras todos estos sufrimientos se esconde una felicidad desconocida: la
plenitud de la semilla, del agua, del alma humana que descubren, en medio de
las tinieblas, la luz segura de su propio Destino.
Universidad de San Carlos de Guatemala
Centro Universitario del Suroccidente
Licenciatura en Administración de Empresas
Filosofía de la Administración