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Cuando Luca regresó del trabajo esa noche a tiempo para la cena, estaba
prácticamente saltando sobre mis pies y al momento en que me vio, sus cejas se
fruncieron.
—¿Qué pasa?
Se dirigió hacia donde estaba revolviendo la pasta en un tazón de salsa de
tomate, y me besó.
Marcella estaba ocupada viendo un episodio de su programa favorito. Se le
permitía verlo mientras yo preparaba la cena y apenas apartaba la vista de la
pantalla, completamente hipnotizada.
Dejando la cuchara a un lado, le sonreí a Luca.
—Estoy embarazada —susurré, recordando la última vez cuando me enteré
de mi embarazo con Marcella. Luca y yo habíamos estado peleando durante los
primeros meses del embarazo, así que no se lo conté hasta mucho después y había
sido horrible.
Luca parpadeó, después una sonrisa lenta se apoderó de su rostro y me
levantó del suelo para aplastarme contra su pecho. Sus labios encontraron los míos,
suaves y calientes, y cuando se retiró se veía tan feliz como yo me sentía. Era una
mirada que muy pocas personas veían en el rostro de Luca; Marcella, Matteo y yo
probablemente éramos los únicos que conocíamos la sonrisa sincera de Luca, no la
sonrisa engreída, no la sonrisa fría, ni la sonrisa arrogante o aquella que estaba llena
de amenazas. No, esta reflejaba la felicidad verdadera. Tragué con fuerza, abrumada
por las emociones.
Luca tocó mi vientre aún plano y sacudió la cabeza con aparente asombro.
—¿Qué tan avanzada estás?
Me reí.
—Solo unas cinco semanas. Todavía es muy temprano. Deberíamos esperar
antes de decirle a los demás. No quiero que la gente se entere antes de estar seguros
que el bebé está bien.
Luca sacudió la cabeza.
—No les diremos hasta que estés más avanzada, pero no porque perderemos a
nuestro hijo. Jamás te pasará nada a ti ni a nuestro bebé, Aria. No lo permitiré.
Parecía absolutamente seguro, como si incluso la Madre Naturaleza, incluso
mi cuerpo, escucharía su orden, pero ambos sabíamos que ese no era el caso. Aun
así, la certeza de Luca me hizo sentir mejor y sonreí.
Luca parecía aún más nervioso por la cita con el médico que yo cuando me
instalé en la camilla de exploración. Estaba en mi decimosexta semana y era muy
probable que hoy descubriéramos el género de nuestro bebé. Si era una niña, Luca y
yo definitivamente intentaríamos tener un tercer hijo porque necesitaba un heredero,
y en realidad yo no estaba en contra de la idea. Una familia grande era algo que
quería más y más desde que tuvimos a Marcella. Me encantaba estar rodeada de mi
familia: Gianna, Marcella, Lily… quería una casa llena de risas.
La doctora me sonrió cuando entró en la habitación, pero al ver a Luca se le
tensaron los labios.
No le gustó la forma en que amenazó al personal para que nos programaran
fuera del horario habitual de oficina y guardaran silencio sobre nosotros. Él le dio
una breve inclinación de cabeza, pero no se movió de su lugar a mi lado, ni se sentó.
Apreté su mano y sus ojos se suavizaron ligeramente cuando se posaron en
mí. La doctora comenzó su ultrasonido y vi la pantalla con la respiración contenida,
pero no podía entender si era un niño o una niña.
—¿Está todo bien? —preguntó Luca con un toque de impaciencia después de
un minuto de silencio por parte del médico.
Ella lo miró con una sonrisa tensa.
—Todo como debe ser. Están esperando un niño, felicidades.
Por un momento, no me moví. Marcella sería una maravillosa hermana mayor
para un bebé varón.
Tal vez no estaría tan celosa si siguiera siendo la princesa de la familia, y me
encantaba la idea de tener a un pequeño Luca en mi vida, una pequeña versión del
hombre que amaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Luca acarició su pulgar por el dorso de mi mano, la única señal de afecto que
se permitía en público. Luca y yo nos aseguraríamos que nuestro hijo tuviera una
infancia mejor que la de Luca y Matteo. El rostro de Luca lucía estoico, pero en
sus ojos podía ver el indicio de cautela. Podía imaginar las preocupaciones pasando
por su cabeza. Incluso con Marcella le había preocupado ser como su padre, ser
demasiado duro o cruel, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Tal vez no
sería tan indulgente con un niño como lo era con una niña, pero eso sería todo.
Ahora no era el momento de discutir los resultados de la prueba, no mientras
la doctora hiciera el ultrasonido y no estuviéramos solos.
Para el momento en que regresamos a nuestro auto, tomé la mano de Luca.
—Serás un padre maravilloso para nuestro hijo. Solo lo sé. Lo amarás como a
Marcella y a mí. Sé que serás paciente, amoroso y no lo lastimarás.
Luca levantó mi mano hacia sus labios y besó mis nudillos, pero no dijo nada.
Aria sonaba absolutamente segura y deseé poder sentir lo mismo, pero sabía
que criar a un niño en nuestro mundo requería hacerlo fuerte, hacerlo duro y
hacerlo despiadado. Nuestro niño se convertiría en Capo algún día, gobernaría sobre
la Famiglia y toda la Costa Este. Para estar listo para esa tarea, necesitaba ser un
asesino, necesitaba ser cruel y brutal, resistente al dolor y al miedo. A mi padre le
había encantado torturarnos a Matteo y a mí como también le encantó torturar a
nuestra madre y más tarde a Nina. Había disfrutado de nuestro dolor, de
nuestro miedo; endurecernos había sucedido automáticamente. Matteo y yo nos
acostumbramos al dolor desde una edad temprana, habíamos visto cosas horribles en
nuestra propia casa, habíamos visto a nuestro padre cometer crímenes horrendos
cuando apenas teníamos la edad suficiente para caminar.
¿Cómo me las apañaría con un niño?
Aria todavía me sonreía con una cara llena de amabilidad y amor. Hizo que
mi propio corazón se hinchara con las mismas emociones. Sin embargo, Aria y
Marcella eran las únicas personas con las que era amable, las únicas personas que
quería tratar de esa manera. Pero un niño, una pequeña versión de mí… esa era otra
historia.
Si se parecía a mí, como los hombres de mi familia, sería difícil de
manejar, amaría infligir dolor y matar. Mostrarle amabilidad sería difícil. Tendría
que alentar su lado oscuro, su brutalidad, tendría que asegurarme que tuviera aún
más sed de sangre. ¿Cómo podría endurecer a un niño para nuestro mundo, para la
tarea de convertirse en Capo, si no con violencia?
No lo sabía y no estaba seguro siquiera si había alguna manera, si incluso
intentaría tomar la ruta suave. Tal vez no sentiría la misma vacilación, la misma
repulsión al pensar en lastimarlo, como lo hacía con Aria y Marcella. Cuando las
veía, a sus rostros inocentes, no podía imaginar golpearlas o algo peor. La idea de
infligir dolor a mi hija o mi esposa me enfermaba, mientras que infligir dolor a
otras personas siempre me había traído alegría.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Aria en voz baja.
Aparté mis ojos del tráfico, dándome cuenta que no había reaccionado a su
comentario anterior, demasiado perdido en mis pensamientos agitados.
—Solo en cómo será todo con un niño.
—Va a estar bien. —Apretó mi muslo y puse mi mano sobre la de ella—.
¿Has pensado en un nombre para él? Con Marcella querías el nombre de tu abuela,
así que me preguntaba si querrías hacer lo mismo con un niño.
—¿Ponerle el nombre de mi padre o abuelo? ¿Por hombres que torturaron a
sus hijos y esposas? —Solté una risa oscura. Esos nombres nunca volverían a ser
parte de nuestra familia.
Habían muerto con sus dueños despreciables.
—Bueno, tampoco quiero nombrar a nuestro hijo como mi padre o mi abuelo.
—Encontraremos un nombre para él que no lleve el equipaje del pasado —le
dije.
E ra pasada la medianoche cuando Matteo y yo entramos en el ascensor
de nuestro edificio. Habíamos rastreado un depósito de armas de los
Jersey Head Hunters y lo quemamos hasta los cimientos. A pesar
de mi éxito en su sede hace tres años, todavía estaban siendo un dolor en nuestros
traseros.
Su cooperación con los rusos era inestable, pero aun así nos tenían como su
enemigo común.
Matteo bostezó mientras se apoyaba contra la pared espejada.
—¿Tuviste suerte en tu búsqueda de casa?
Sacudí mi cabeza.
—Aún no. La mayoría de las casas con jardín están demasiado lejos de la
ciudad.
—Aria escupirá a tu hijo pronto, así que será mejor que encuentres algo.
—Aún faltan dos meses —murmuré, pero tenía razón. Habíamos estado
buscando un nuevo hogar para nosotros durante tres meses. El ático era demasiado
pequeño para nosotros y dos niños, y necesitaban un jardín donde pudieran jugar,
incluso si Aria y sus hermanas pasaban los fines de semana y los veranos en los
Hamptons.
El ascensor se detuvo en el piso de Matteo y se fue con un gesto. Me sentía
agotado para cuando entré en el ático, y el hedor a madera quemada colgaba en mi
nariz.
Un ruido en las escaleras me puso tenso, mi mano yendo a mi funda por
costumbre.
—¿Papá? —La pequeña voz de Marcella se extendió por la oscuridad. Bajé el
brazo y me dirigí a las escaleras donde encontré a mi hija sentada en el último
escalón, frotándose los ojos. Me puse en cuclillas ante ella y ella abrió los brazos
ampliamente—. Cárgame.
La levanté y sus pequeños brazos me rodearon el cuello.
—¿Por qué estás aquí abajo?
—No puedo dormir.
—¿Por qué no te uniste a tu madre en la cama?
—Lo hice, pero no estabas allí… quería esperarte.
Mi corazón se hinchó y besé su frente.
—Ahora estoy aquí.
Ella asintió en la curva de mi cuello.
—¿Dónde estabas?
—En el trabajo, princesa.
—Hueles a humo.
Mierda. Menos mal que hoy no llegué a casa cubierto de sangre. Eso era algo
que Marcella no necesitaba ver. Con el tiempo, entendería lo que hacía, pero aún no.
No quería manchar su inocencia tan pronto.
—Tuvimos una hoguera.
—¿Podemos tener una? —dijo con su voz suave y alta. Mierda.
Me reí.
—La próxima vez que estemos en la mansión.
—Bieeen —murmuró, su cuerpo ya relajándose dormido. La llevé arriba a su
habitación y la puse en su cama, luego la cubrí con sus sábanas rosa. Toda
su habitación era el sueño de cualquier niña de rosa y blanco con dibujos de
unicornios en las paredes. Hace cinco años, jamás habría pensado que alguna
habitación de mi ático se vería así. Después de un beso en su frente, entré en el
dormitorio principal.
La luna iluminaba el cuerpo dormido de Aria. Como de costumbre, estaba
acostada en mi lado. Me desvestí rápidamente y me puse un bóxer limpio antes de
meterme en la cama. Aria tenía todas las mantas metida debajo del vientre mientras
su almohada materna estaba metida debajo de sus piernas. Supongo que volvería a
dormir sin sábanas otra vez. Sonriendo, presioné un suave beso en su barriga
protuberante y luego me detuve cuando sentí una pequeña patada. Mi hijo.
Descansé mi frente ligeramente contra el bulto del bebé en Aria,
maravillándome de la pequeña maravilla creciendo dentro de ella.
—¿Luca? —susurró Aria adormilada.
Levanté la cabeza, besé su boca y me estiré a su lado. Estirándome a su
alrededor, la acerqué con cuidado lo más que permitió su barriga. Presionó su frente
contra mi pecho y después besó mi piel ligeramente.
—¿Mal día? —preguntó, su voz somnolienta y su respiración lenta y
uniforme.
Inhalé su reconfortante aroma floral, pasé los dedos por su cabello sedoso y
luego por la piel suave de su brazo.
—Ya no —dije en voz baja—. Ahora duerme.
Lo hizo, y al final también me quedé dormido.
Aria y yo recogimos a nuestros hijos dos horas y otra ronda de sexo más
tarde. Era extraño lo mucho más relajada que parecía Aria, y yo también me sentía
menos estresado. Tendríamos que asegurarnos de organizar tiempo para nosotros
incluso con dos niños pequeños.
Cuando entramos en el apartamento para recoger a nuestros hijos, Gianna
parecía haber caído de cara sobre una caja de pinturas. Su lápiz labial rojo brillante
se extendía hasta la piel alrededor de su boca, dándole una sonrisa grotesca, y sus
ojos estaban enmarcados de tanto color que era difícil distinguir su pupila e iris real.
—Marcella decidió maquillarme hoy —dijo.
Aria rio.
—Se ve bonita, ¿verdad? —dijo Marcella, radiante.
Aria acarició la cabeza de Marcella con un asentimiento antes de tomar a
Amo de Matteo.
—Sí Luca. Me veo bonita, ¿no? —dijo Gianna, batiendo sus pestañas de la
misma manera que Marcella siempre lo hacía. Parecía una de esas muñecas de
payaso asesino.
Matteo rio entre dientes y le di una mirada exasperada.
—Recuerdo un momento en que tu nombre era susurrado con miedo… —
comentó.
—Estoy satisfecho con la lista de personas que me temen.
Marcella se acercó a mí y envolvió sus brazos en mi pierna.
—Papá, ¿por qué la gente te teme? —Gianna resopló. Los ojos de Marcella se
dirigieron a su tía y corrió hacia ella—. Dime, ¿por qué?
Me tensé, preocupado por lo que diría Gianna. Ella hizo un gesto hacia mí.
—Míralo, Marci. Es un gigante. Todos les temen a los gigantes, ¿verdad?
Marcella me contempló por un momento antes de asentir seriamente como si
nunca se hubieran dicho palabras más ciertas. Una sonrisa tiró de su boca y corrió
hacia mí.
—¡Pero yo no te temo, papá!
La levanté.
—Bien.
Aria sacudió la cabeza con una sonrisa y luego besó la cabeza de Amo.
—Gracias por cuidarlos.
—Espero que los dos tortolitos hayan tenido tiempo para un poco de amor. —
Matteo sacudió las cejas.
—Adiós, Matteo —dije a medida que entraba en el elevador. Aria se me unió
con un gesto hacia su hermana y mi hermano.
Más tarde ese día, nos acomodamos en el sofá con nuestros hijos. Aria leía un
libro ilustrado a Marcella, quien se sentaba en su regazo mientras yo me recostaba
contra el respaldo con Amo en el hueco de mi brazo.
Frotaba su vientre suavemente y fui recompensado con una sonrisa
desdentada y algunas patadas contra la palma de mi mano extendida.
—Eres un niño fuerte.
La diversión cruzó por el rostro de Aria cuando Marcella hizo otra pregunta
sobre la mariposa desplegada en su libro. Ambas se enfocaban en la imagen con un
pequeño ceño fruncido y los labios tensos, pareciéndose tanto en ese momento, que
mi jodido corazón latió más fuerte. Besé la frente de Amo entonces, y murmuré:
—Cuando seas mayor, vas a tener que ayudarme a proteger a tu hermana y
madre. Son demasiado hermosas para este mundo. Tendremos que matar a todos los
chicos que piensen que son dignos de tu hermana.
—¿Qué dijiste? —preguntó Aria con curiosidad.
—Que necesito invertir en más armas para mantenerlos a todos a salvo.
—Creo que Matteo y tú poseen suficientes armas, sin mencionar soldados,
para invadir un país pequeño. No es necesario más armas.
Marcella inclinó la cabeza, su cabello negro cubriendo la mitad de su rostro y
contrastando fuertemente con sus ojos azules y piel pálida. Entonces sonrió.
Alcé a Amo por encima de mi cabeza.
—Definitivamente más armas, ¿verdad, Amo?
Me dio otra sonrisa desdentada.
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra Chronicles
y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos peligrosamente sexy.
Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue una autora publicada
tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como con
el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando despierta con
libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina platos muy picantes
de todo el mundo.
A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a leyes
cualquier día.