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R omero, Lily, Gianna, Matteo, Luca y yo nos habíamos reunido en la
terraza de la azotea para celebrar la Nochevieja en familia. Se estaba
convirtiendo en una tradición hermosa.
—Me encantan las noches de Nueva York —dijo Lily mientras se recostaba
contra Romero, quien le tenía sus brazos envueltos en la cintura, mirándola como si
fuera el centro de su mundo.
Esos dos eran una pareja tan armónica, nunca los había visto discutir.
—Cada vez me gusta más. Pensé que lo odiaría, pero en realidad no lo hago
—dijo Gianna, apoyando los codos sobre la barandilla. Matteo se inclinó y le
susurró algo al oído que la hizo azotar su brazo, pero obviamente luchaba contra una
sonrisa.
—Nueva York es estar en casa —dije en voz baja. Luca apretó mi cadera y
nuestros ojos se encontraron. Gracias a él, esta ciudad se había convertido en un
lugar de felicidad y el hogar de nuestra pequeña familia.
—Diez, nueve —dijo Matteo, comenzando la cuenta regresiva para la
medianoche, entregándonos copas con champán rápidamente.
—Cuatro, tres, dos, uno —terminamos todos juntos y sonriendo.
Chocamos las copas y brindamos el Año Nuevo. Tomé un sorbo, amando la
forma en que el cielo de Nueva York se iluminó con fuegos artificiales. Luca me
atrajo para un beso y me relajé contra él, disfrutando el momento. Tenía mucho que
agradecer, no solo por Luca y Marcella, sino también por mis hermanas y sus
maridos. Todos habíamos encontrado el amor y la felicidad en un mundo que rara
vez lo concedía. Matteo agarró a Gianna, acunó su cabeza y la
besó apasionadamente. Al principio ella intentó empujarlo, pero luego le devolvió el
beso con el mismo fervor. Esos dos… sacudí la cabeza con una carcajada.
—Consíganse una habitación —murmuró Luca.
Al final se separaron, ninguno de los dos avergonzados. Eran una pareja
hecha en el infierno, como siempre decía Luca.
Gianna se encogió de hombros y me abrazó antes de pasar a Lily. Celebrar
con ellas era el regalo más maravilloso que podía imaginar, incluso aunque mi pecho
se apretara fuertemente cuando pensaba en Fabiano. Esperaba que él también
encontrara la felicidad.
Vimos los fuegos artificiales en silencio, los brazos de Luca creando un
cálido capullo a mi alrededor.
—No puedo creer que la niña no se despierte con todos los fuegos artificiales
—dijo Matteo, sacudiendo la cabeza.
—Marcella duerme como una roca —le dije.
—Hablando del diablo. —Gianna asintió hacia la sala de estar. Marcella
estaba de pie detrás de la ventana con sus pequeñas palmas presionadas contra el
cristal, observando hacia el cielo con sus grandes ojos.
Luca rio entre dientes y se acercó a la puerta de la terraza, abriéndola antes de
alzar a nuestra hija. Con sus dos años y medio no tenía problemas para salir de la
cama y bajar las escaleras. Envolvió sus pequeños brazos en el cuello de Luca y
siguió mirando los fuegos artificiales con asombro. Mi corazón se apretó de
felicidad al verla con Luca.
Cuando me enteré de mi embarazo, había albergado tantas preocupaciones,
pero afortunadamente ninguna de ellas resultó cierta. Luca era el mejor padre que
podría esperar para Marcella, y sería un padre maravilloso para más niños, incluso
un niño.
Lily se dirigió inmediatamente hacia Luca y Marcella, tirando de los
pequeños deditos de mi hija y sonriendo. Por la forma en que Romero la observaba,
sabía que los niños definitivamente serían parte de su futuro.
Marcella se rio mientras señalaba el cielo y luego me vio con una gran
sonrisa.
—¡Mami, mira!
Asentí y miré hacia el cielo y hacia las explosiones coloridas.
Gianna se apoyó a mi lado contra la barandilla.
—¿Ya planeando embarazarte otra vez?
Me encogí de hombros, tomando otro sorbo de mi champán. En las últimas
semanas, había pensado en un segundo hijo con más frecuencia, y ahora que
Marcella ya no era tan dependiente de mí, sentía que podía tener otro bebé.
—Tu expresión dice que sí —susurró Gianna—. Nunca pensé que Luca fuera
un hombre de familia, pero ahora creo que ustedes dos terminarán con cinco hijos y
aun así estarán bien.
Me reí.
—Definitivamente no cinco. En realidad, no me emociona demasiado quedar
embarazada tan a menudo, y menos aún dar a luz.
Gianna lo consideró con la nariz arrugada.
—Sí. Apretujar un bebé tan a menudo… no puedo imaginar hacerlo ni una
vez.
La contemplé y luego a Matteo, que se había unido a Luca y a los demás,
adorando a Marcella.
—No es necesario si los dos no quieren hijos.
—No lo hacemos. Y si Matteo y yo tenemos ganas de malcriar a un niño,
tenemos a Marcella y pronto más. Lily y tú pronto tendrán más bebés por aquí.
—No la malcríes demasiado. Luca ya está teniendo problemas para no
malcriarla. Lo tiene envuelto en su meñique.
Luca le entregó a Marcella a Romero, quien la levantó sobre su cabeza para
su evidente deleite antes de que Matteo se hiciera cargo. Marcella sonreía radiante
como la princesita que era.

Después que todos se fueron y Marcella se durmió en su cama, Luca y yo


decidimos tomar una larga ducha juntos. Él entró primero al baño mientras yo me
dirigía a la mesita de noche donde guardaba mis anticonceptivos. Jugueteé con el
paquete de píldoras y luego contemplé la puerta abierta del baño antes de volver a
dejarlo y seguir a Luca. Ya estaba desnudo y abría el grifo del agua.
Me uní a él en la ducha, presionándome contra su cuerpo musculoso y
mirándolo mientras el agua tibia fluía sobre nosotros, luego pasó su mano por mi
espalda. Sus cejas se fruncieron cuando escaneó mi cara.
—¿Qué pasa?
Me conocía muy bien. Era una maldición y una bendición. No estaba segura
si Luca querría tener otro bebé todavía. La Famiglia lo mantenía ocupado: La guerra
con la Organización, la Bratva y los clubes moteros estaban pasándoles factura, pero
¿cuándo habría paz alguna vez?
—Ya no quiero tomar la píldora.
Luca hizo una pausa.
—De acuerdo.
—Me gustaría tener un segundo bebé —agregué rápidamente, sintiendo la
necesidad de justificarme—. Marcella cumplirá tres años este año. Creo que sería
bueno para ella tener hermanos. Tendrá a alguien con quien jugar y aprenderá a
compartir nuestra atención, lo que también será bueno para ella.
Luca acarició mi mejilla y después rozó mis labios por un beso.
—Si quieres un bebé, tendrás uno. ¿Qué tal si empezamos a trabajar en ello
de inmediato?
La sorpresa me llenó. Por alguna razón, esperé más resistencia de su parte.
—Pensé que tendría que convencerte.
—Amo a Marcella y me encanta construir una familia contigo, una familia
como debe ser. Quiero que Marcella tenga hermanos como nosotros.
Sonreí, aliviada y emocionada. La vida sin mis hermanos habría sido
sombría, y aunque Luca y yo amamos a Marcella con todo nuestro corazón, no
podríamos reemplazar a una hermana o hermano. Poniéndome de puntillas besé a
Luca, tirando de su cuello queriendo acercarlo.
Su lengua en mi boca, sus fuertes manos en mi espalda y culo, desterraron
cualquier rastro de cansancio. Me aparté y me arrodillé frente a él de modo que su
erección se balanceó frente a mí. Lo rodeé con una mano, y después lo llevé
lentamente a mi boca y comencé a chupar, levantando la mirada para verlo mientras
lo hacía. Se recostó contra la pared, con los labios abiertos, y su pecho musculoso
agitado. Me encantaba darle mamadas como esas porque así podía admirar la
longitud total de su increíble cuerpo de esa manera. Llevándolo más profundamente
en mi boca, acuné sus bolas con una mano mientras con la otra bombeaba la base de
su polla.
Luca me apartó el cabello del rostro.
—Maldición, por mucho que me encanta esto, no ayudará a nuestra misión
del bebé si me dejas seco.
Me alejé.
—Siempre estás listo para una segunda ronda.
Los ojos de Luca se oscurecieron con hambre.
—Contigo mirándome así, probablemente también logre una tercera y cuarta
ronda.
Me reí y luego cerré mi boca alrededor de su punta una vez más, pero Luca
me agarró por debajo de los brazos y me levantó.
—Suficiente. Quiero estar dentro de ti.
Luca deslizó su mano por mi vientre y entre mis piernas antes de sumergir
dos dedos en mí, encontrándome ya mojada. Con un gruñido, me alzó del suelo, de
modo que envolví mis piernas en su cintura antes que me empujara contra la pared y
entrara en mí. Clavé mis uñas en sus hombros, mi cabeza cayendo hacia atrás por la
sensación. Esta posición siempre le permitía ir mucho más profundo.
Me sostuvo con sus brazos a medida que comenzaba a embestir en mi
interior, largas estocadas duras que enviaron escalofríos a través de mi cuerpo.
Apreté los labios, intentando contener los gemidos, sin querer despertar a Marcella,
pero después de otro empujón profundo grité, mis dedos curvándose. Luca me
silenció con su boca, su lengua hundiéndose, acariciando la mía y agitando el fuego
en mi vientre.
Clavé mis talones en su trasero, mis paredes internas apretándose con tanta
fuerza que estaba segura que me rompería hasta que finalmente todo estalló. Luca
me poseyó con sus ojos mientras yo gemía en su boca y me balanceaba
desesperadamente contra su polla, incluso cuando siguió embistiendo aún más
rápido en mí. Con un gruñido áspero, se corrió y se derramó en mi interior. Pero
siguió bombeando, su respiración irregular mientras besaba mi garganta y luego
metía mi pezón en su boca para chuparlo. Me arqueé hacia él, amando la sensación
de su lengua rodeando mi pezón. Sus dedos acunaron mi trasero y me levantó más
alto, de modo que solo su punta permanecía dentro de mí y tuvo fácil acceso a mis
senos.
Apoyé mi cabeza contra la ducha mientras lo veía lamer y chupar mis
pezones.
—¿Lista para otra ronda? —murmuró con un giro hambriento de su boca.
Solo pude asentir.
F ue a finales de marzo cuando comencé a sentir pequeños cambios en
mi cuerpo, como tensión en mis senos y solo la sutil sensación de que
algo estaba mal. Sospeché inmediatamente que estaba embarazada
pero no le mencioné nada a Luca esa mañana porque quería estar segura antes de
decirle. Para el momento en que se fue, le envié un mensaje de texto a Gianna,
pidiéndole que viniera y trajera una prueba de embarazo de su alijo. Por lo general,
tenía un susto de embarazo al menos cada dos meses, de modo que siempre tenía
algunas pruebas a mano.
Como Demetrio se iría pronto para convertirse en lugarteniente de
Washington, Luca y Matteo habían decidido cambiar la forma en que seríamos
protegidas. Gianna y yo no queríamos guardaespaldas nuevos a nuestro alrededor
constantemente, así que desde hace unas semanas, Demetrio y los otros guardias se
habían mudado a una habitación en la planta baja del complejo desde donde podían
seguir varias cámaras que les mostraban imágenes del elevador, garajes
subterráneos, vestíbulo y los alrededores inmediatos del edificio. Eso garantizaba
nuestra protección al tiempo que nos permitía a Gianna y a mí más libertad.
Desperté a Marcella y seguí nuestra rutina matutina de cepillarnos el cabello y los
dientes, antes de vestirla con un lindo vestido de lana roja y medias blancas y bajar
las escaleras.
—Gianna vendrá a desayunar esta mañana.
—Yay —gritó Marcella, aplaudiendo. Tener a Gianna significaba actividades
divertidas y menos reglas, pero recientemente mi hermana había estado ocupada
convirtiéndose en instructora de yoga, lo que todavía me parecía divertido. Nunca
me había parecido alguien que tuviera la paciencia para algo como el yoga, pero la
actividad parecía relajarla y le daba algo para mantenerse ocupada, además de sus
estudios en línea para convertirse en nutricionista.
El ascensor llegó a nuestro piso poco después, y Gianna salió, agitando dos
pruebas en el aire. Vestida con ajustados leggins negros, un inmenso jersey negro
con una enorme lengua brillante de Kiss y botas negras, parecía una groupie de una
banda de rock. Dudaba que tuviera ni una sola pieza de ropa que no fuera negra.
Gianna realmente había encontrado su propio estilo, y la mayoría de las mujeres de
la Famiglia no lo aprobaban. No es que antes les haya agradado Gianna.
—No puedo creer que te haya embarazado así de rápido. Ese hombre solo
necesita mirarte y ya estás embarazada.
Marcella me frunció el ceño.
—¿Qué significa eso?
—No sé si estoy embarazada —dije a Gianna, luego a mi hija—: Nada,
cariño. Desayunemos. —Puse a Marcella en su silla alta antes de agarrar todo para
su avena con plátano.
Gianna me dio un abrazo lateral, y luego me empujó las pruebas en la mano.
—Ve a orinar en ellos. Prepararé el desayuno para la pequeña señorita
princesa. —Le hizo cosquillas en la barriga a Marcella, quien rio encantada.
—Toma, dale algunas de estas para mantenerla ocupada hasta entonces —le
dije mientras le entregaba a Gianna un puñado de frambuesas.
—Deberías agregar nueces de Brasil o de macadamia a su desayuno como
grasas saludables —dijo Gianna pensativamente.
—Revisa los armarios. No sé si tenemos algo de eso. —Me metí en el baño
de visitas, riendo. Era maravilloso ver a Gianna siendo apasionada por algo. La vida
como mujer en nuestro mundo podía volverse monótona muy rápidamente si no
encontrabas algo con lo que ocuparte.
Una vez que terminé de orinar en las pruebas, Gianna se me unió en el baño
para esperar los resultados apoyada contra el marco de la puerta con los brazos
cruzados. Marcella estaba ocupada comiendo sus frambuesas, pero podía decir que
estaba cada vez más impaciente por la forma en que rebotaban sus pequeñas piernas.
—Por lo general, me resulta absolutamente estresante esperar los resultados,
pero ahora que es por ti, en realidad estoy emocionada —dijo.
—¿Tienes tanto miedo de quedar embarazada?
Se encogió de hombros.
—No diría asustada, pero no quiero niños, así que no quiero estar en esa
posición.
—Si Matteo y tú están absolutamente seguros que no quieren niños, ¿por qué
no optan por una solución más definitiva?
Gianna resopló.
—Ya sabes cómo son los hombres… especialmente los mafiosos. Matteo no
quiere ser castrado, tal como lo dijo.
—Hmm —murmuré, mis ojos dirigiéndose una vez más a la prueba de
embarazo en el lavabo. El tiempo ya se había acabado, ¿no?
Gianna no era tan paciente como yo. Dio un paso adelante, agarró la prueba y
sonrió.
—Felicidades, tu vajay quedará destrozada otra vez.
—¿En serio?
Gianna resopló.
—Nunca pensé que alguien pudiera estar tan entusiasmado con la perspectiva
de eso. —Me ofreció la prueba y, de hecho, estaba embarazada. Abracé a mi
hermana, sonriendo. Ella me abrazó con fuerza—. Estoy feliz por ti.
La emoción burbujeó en mí. No esperaba que las cosas pasaran tan rápido y
no podía esperar para contarle a Luca. Definitivamente aumentaría su ego, no que lo
necesitara.
—Vamos. Desayunemos juntas —dije, de repente muriendo de hambre ahora
que mi nerviosismo se había evaporado.
Gianna y yo nos acomodamos en la mesa junto a Marcella, cuyos labios y
mejillas estaban teñidos de rosa por comer las frambuesas. Le limpié la cara con una
servilleta y luego aparté algunos mechones de su cabello negro de su cara. Gianna
colocó un cuenco con avena frente a mi hija, y después dos cuencos más grandes
frente a nosotras. Estaban salpicados de nueces, así que de hecho las había
encontrado en nuestros armarios. Mañana tendría que agradecer a Marianna
por asegurarse siempre de que nuestros estantes estuvieran abastecidos con una gran
variedad de alimentos.
Marcella tarareó cuando se metió la cuchara con avena en la boca y sonreí,
intentando imaginar cómo pronto estaría sentada aquí con dos niños.
—Marci ya es ridículamente hermosa. Luca tendrá que construir una torre
donde pueda encerrarla una vez que llegue a la pubertad —comentó Gianna.
Resoplé y luego tomé una cucharada de avena. Sabía mejor que las mías. Tal
vez debería pedirle a Gianna que viniera y nos preparara el desayuno todos los días.
—¿Tomas clases de cocina con tus cursos universitarios?
—Dios, no. Prefiero decirle a la gente lo que se supone que deben cocinar y
no cocinarlo yo misma, pero la avena no es realmente ciencia espacial.
—Si tú lo dices… —Gianna puso los ojos en blanco y las dos nos echamos a
reír—. Desearía que Lily viviera más cerca, así podría venir como tú.
—Lo sé —dijo Gianna—. Pero Romero tiene que proteger a su madre y
hermanas… bla, bla, bla.
—Bueno, es el único hombre en la familia, y sus hermanas menores y su
madre aún necesitan protección. Ya sabes cómo es.
—Todos necesitamos protección, siempre.
—Cuéntame de tus cursos. ¿Todavía estás contenta con ellos? —pregunté,
decidiendo distraer a Gianna del tema que siempre la irritaba, y de inmediato, su
expresión se transformó.
—Me encantan. Es muy interesante conocer los diferentes efectos que los
macro y micronutrientes tienen en nuestro bienestar.
—¿Has pensado en lo que vas a hacer con tu título una vez que hayas
terminado? —Saqué a Marcella de su silla porque se estaba aburriendo y la dejé en
el suelo de modo que pudiera conseguir algo para jugar.
Gianna se cruzó de brazos, recostándose en su silla.
—¿Crees que es una pérdida de tiempo como lo hace Luca? —resopló—. Lo
entiendo. No puedo hacer los libros de la Famiglia como tú…
—No dije eso. —Luca definitivamente lo había hecho, pero de todos modos
Gianna y él eran como el gato y el ratón, así que era un hecho.
—En realidad, lo he pensado bien. Puedo ser útil para nuestra causa con mi
título. Nuestros hombres son maníacos protectores; todos los hombres de nuestro
círculo lo son, así que es difícil para las mujeres salir solas. No todos los mafiosos
tienen tantos soldados a su disposición como Luca y Matteo, pero todos tienen
esposas que quieren verse bonitas para así poder hacer felices a sus esposos. —Alcé
una ceja ante el tono burlón de Gianna, incluso si tenía un punto—. Entonces, estaba
pensando en abrir un gimnasio exclusivo de mujeres solo para mujeres de la
Famiglia donde pueda dar clases de yoga y consultas nutricionales. El dinero no es
realmente un problema, así que lo abastecería con un equipo increíble, buscaría
personal entre nuestras mujeres, y Matteo podría asegurarse que siempre tengamos
algunos cuantos guardias manteniéndonos a nosotras y al gimnasio seguros.
—Eso suena genial.
—Lo sé —dijo Gianna con una sonrisa—. Oculto un cerebro muy inteligente
detrás de mi fachada bonita.
—Eres tan vanidosa como Matteo.
Gianna me sacó la lengua.
—¡Eso es malo! —gritó Marcella, señalando con un dedo acusador a su tía,
quien se volvió hacia ella y sacó de nuevo la lengua.
Marcella rio y luego su propia lengua salió con una sonrisa descarada.
Suspiré, sofocando una sonrisa. Tal vez era mejor que Gianna y Matteo no
tuvieran hijos…

Cuando Luca regresó del trabajo esa noche a tiempo para la cena, estaba
prácticamente saltando sobre mis pies y al momento en que me vio, sus cejas se
fruncieron.
—¿Qué pasa?
Se dirigió hacia donde estaba revolviendo la pasta en un tazón de salsa de
tomate, y me besó.
Marcella estaba ocupada viendo un episodio de su programa favorito. Se le
permitía verlo mientras yo preparaba la cena y apenas apartaba la vista de la
pantalla, completamente hipnotizada.
Dejando la cuchara a un lado, le sonreí a Luca.
—Estoy embarazada —susurré, recordando la última vez cuando me enteré
de mi embarazo con Marcella. Luca y yo habíamos estado peleando durante los
primeros meses del embarazo, así que no se lo conté hasta mucho después y había
sido horrible.
Luca parpadeó, después una sonrisa lenta se apoderó de su rostro y me
levantó del suelo para aplastarme contra su pecho. Sus labios encontraron los míos,
suaves y calientes, y cuando se retiró se veía tan feliz como yo me sentía. Era una
mirada que muy pocas personas veían en el rostro de Luca; Marcella, Matteo y yo
probablemente éramos los únicos que conocíamos la sonrisa sincera de Luca, no la
sonrisa engreída, no la sonrisa fría, ni la sonrisa arrogante o aquella que estaba llena
de amenazas. No, esta reflejaba la felicidad verdadera. Tragué con fuerza, abrumada
por las emociones.
Luca tocó mi vientre aún plano y sacudió la cabeza con aparente asombro.
—¿Qué tan avanzada estás?
Me reí.
—Solo unas cinco semanas. Todavía es muy temprano. Deberíamos esperar
antes de decirle a los demás. No quiero que la gente se entere antes de estar seguros
que el bebé está bien.
Luca sacudió la cabeza.
—No les diremos hasta que estés más avanzada, pero no porque perderemos a
nuestro hijo. Jamás te pasará nada a ti ni a nuestro bebé, Aria. No lo permitiré.
Parecía absolutamente seguro, como si incluso la Madre Naturaleza, incluso
mi cuerpo, escucharía su orden, pero ambos sabíamos que ese no era el caso. Aun
así, la certeza de Luca me hizo sentir mejor y sonreí.

Luca parecía aún más nervioso por la cita con el médico que yo cuando me
instalé en la camilla de exploración. Estaba en mi decimosexta semana y era muy
probable que hoy descubriéramos el género de nuestro bebé. Si era una niña, Luca y
yo definitivamente intentaríamos tener un tercer hijo porque necesitaba un heredero,
y en realidad yo no estaba en contra de la idea. Una familia grande era algo que
quería más y más desde que tuvimos a Marcella. Me encantaba estar rodeada de mi
familia: Gianna, Marcella, Lily… quería una casa llena de risas.
La doctora me sonrió cuando entró en la habitación, pero al ver a Luca se le
tensaron los labios.
No le gustó la forma en que amenazó al personal para que nos programaran
fuera del horario habitual de oficina y guardaran silencio sobre nosotros. Él le dio
una breve inclinación de cabeza, pero no se movió de su lugar a mi lado, ni se sentó.
Apreté su mano y sus ojos se suavizaron ligeramente cuando se posaron en
mí. La doctora comenzó su ultrasonido y vi la pantalla con la respiración contenida,
pero no podía entender si era un niño o una niña.
—¿Está todo bien? —preguntó Luca con un toque de impaciencia después de
un minuto de silencio por parte del médico.
Ella lo miró con una sonrisa tensa.
—Todo como debe ser. Están esperando un niño, felicidades.
Por un momento, no me moví. Marcella sería una maravillosa hermana mayor
para un bebé varón.
Tal vez no estaría tan celosa si siguiera siendo la princesa de la familia, y me
encantaba la idea de tener a un pequeño Luca en mi vida, una pequeña versión del
hombre que amaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Luca acarició su pulgar por el dorso de mi mano, la única señal de afecto que
se permitía en público. Luca y yo nos aseguraríamos que nuestro hijo tuviera una
infancia mejor que la de Luca y Matteo. El rostro de Luca lucía estoico, pero en
sus ojos podía ver el indicio de cautela. Podía imaginar las preocupaciones pasando
por su cabeza. Incluso con Marcella le había preocupado ser como su padre, ser
demasiado duro o cruel, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Tal vez no
sería tan indulgente con un niño como lo era con una niña, pero eso sería todo.
Ahora no era el momento de discutir los resultados de la prueba, no mientras
la doctora hiciera el ultrasonido y no estuviéramos solos.
Para el momento en que regresamos a nuestro auto, tomé la mano de Luca.
—Serás un padre maravilloso para nuestro hijo. Solo lo sé. Lo amarás como a
Marcella y a mí. Sé que serás paciente, amoroso y no lo lastimarás.
Luca levantó mi mano hacia sus labios y besó mis nudillos, pero no dijo nada.
Aria sonaba absolutamente segura y deseé poder sentir lo mismo, pero sabía
que criar a un niño en nuestro mundo requería hacerlo fuerte, hacerlo duro y
hacerlo despiadado. Nuestro niño se convertiría en Capo algún día, gobernaría sobre
la Famiglia y toda la Costa Este. Para estar listo para esa tarea, necesitaba ser un
asesino, necesitaba ser cruel y brutal, resistente al dolor y al miedo. A mi padre le
había encantado torturarnos a Matteo y a mí como también le encantó torturar a
nuestra madre y más tarde a Nina. Había disfrutado de nuestro dolor, de
nuestro miedo; endurecernos había sucedido automáticamente. Matteo y yo nos
acostumbramos al dolor desde una edad temprana, habíamos visto cosas horribles en
nuestra propia casa, habíamos visto a nuestro padre cometer crímenes horrendos
cuando apenas teníamos la edad suficiente para caminar.
¿Cómo me las apañaría con un niño?
Aria todavía me sonreía con una cara llena de amabilidad y amor. Hizo que
mi propio corazón se hinchara con las mismas emociones. Sin embargo, Aria y
Marcella eran las únicas personas con las que era amable, las únicas personas que
quería tratar de esa manera. Pero un niño, una pequeña versión de mí… esa era otra
historia.
Si se parecía a mí, como los hombres de mi familia, sería difícil de
manejar, amaría infligir dolor y matar. Mostrarle amabilidad sería difícil. Tendría
que alentar su lado oscuro, su brutalidad, tendría que asegurarme que tuviera aún
más sed de sangre. ¿Cómo podría endurecer a un niño para nuestro mundo, para la
tarea de convertirse en Capo, si no con violencia?
No lo sabía y no estaba seguro siquiera si había alguna manera, si incluso
intentaría tomar la ruta suave. Tal vez no sentiría la misma vacilación, la misma
repulsión al pensar en lastimarlo, como lo hacía con Aria y Marcella. Cuando las
veía, a sus rostros inocentes, no podía imaginar golpearlas o algo peor. La idea de
infligir dolor a mi hija o mi esposa me enfermaba, mientras que infligir dolor a
otras personas siempre me había traído alegría.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Aria en voz baja.
Aparté mis ojos del tráfico, dándome cuenta que no había reaccionado a su
comentario anterior, demasiado perdido en mis pensamientos agitados.
—Solo en cómo será todo con un niño.
—Va a estar bien. —Apretó mi muslo y puse mi mano sobre la de ella—.
¿Has pensado en un nombre para él? Con Marcella querías el nombre de tu abuela,
así que me preguntaba si querrías hacer lo mismo con un niño.
—¿Ponerle el nombre de mi padre o abuelo? ¿Por hombres que torturaron a
sus hijos y esposas? —Solté una risa oscura. Esos nombres nunca volverían a ser
parte de nuestra familia.
Habían muerto con sus dueños despreciables.
—Bueno, tampoco quiero nombrar a nuestro hijo como mi padre o mi abuelo.
—Encontraremos un nombre para él que no lleve el equipaje del pasado —le
dije.
E ra pasada la medianoche cuando Matteo y yo entramos en el ascensor
de nuestro edificio. Habíamos rastreado un depósito de armas de los
Jersey Head Hunters y lo quemamos hasta los cimientos. A pesar
de mi éxito en su sede hace tres años, todavía estaban siendo un dolor en nuestros
traseros.
Su cooperación con los rusos era inestable, pero aun así nos tenían como su
enemigo común.
Matteo bostezó mientras se apoyaba contra la pared espejada.
—¿Tuviste suerte en tu búsqueda de casa?
Sacudí mi cabeza.
—Aún no. La mayoría de las casas con jardín están demasiado lejos de la
ciudad.
—Aria escupirá a tu hijo pronto, así que será mejor que encuentres algo.
—Aún faltan dos meses —murmuré, pero tenía razón. Habíamos estado
buscando un nuevo hogar para nosotros durante tres meses. El ático era demasiado
pequeño para nosotros y dos niños, y necesitaban un jardín donde pudieran jugar,
incluso si Aria y sus hermanas pasaban los fines de semana y los veranos en los
Hamptons.
El ascensor se detuvo en el piso de Matteo y se fue con un gesto. Me sentía
agotado para cuando entré en el ático, y el hedor a madera quemada colgaba en mi
nariz.
Un ruido en las escaleras me puso tenso, mi mano yendo a mi funda por
costumbre.
—¿Papá? —La pequeña voz de Marcella se extendió por la oscuridad. Bajé el
brazo y me dirigí a las escaleras donde encontré a mi hija sentada en el último
escalón, frotándose los ojos. Me puse en cuclillas ante ella y ella abrió los brazos
ampliamente—. Cárgame.
La levanté y sus pequeños brazos me rodearon el cuello.
—¿Por qué estás aquí abajo?
—No puedo dormir.
—¿Por qué no te uniste a tu madre en la cama?
—Lo hice, pero no estabas allí… quería esperarte.
Mi corazón se hinchó y besé su frente.
—Ahora estoy aquí.
Ella asintió en la curva de mi cuello.
—¿Dónde estabas?
—En el trabajo, princesa.
—Hueles a humo.
Mierda. Menos mal que hoy no llegué a casa cubierto de sangre. Eso era algo
que Marcella no necesitaba ver. Con el tiempo, entendería lo que hacía, pero aún no.
No quería manchar su inocencia tan pronto.
—Tuvimos una hoguera.
—¿Podemos tener una? —dijo con su voz suave y alta. Mierda.
Me reí.
—La próxima vez que estemos en la mansión.
—Bieeen —murmuró, su cuerpo ya relajándose dormido. La llevé arriba a su
habitación y la puse en su cama, luego la cubrí con sus sábanas rosa. Toda
su habitación era el sueño de cualquier niña de rosa y blanco con dibujos de
unicornios en las paredes. Hace cinco años, jamás habría pensado que alguna
habitación de mi ático se vería así. Después de un beso en su frente, entré en el
dormitorio principal.
La luna iluminaba el cuerpo dormido de Aria. Como de costumbre, estaba
acostada en mi lado. Me desvestí rápidamente y me puse un bóxer limpio antes de
meterme en la cama. Aria tenía todas las mantas metida debajo del vientre mientras
su almohada materna estaba metida debajo de sus piernas. Supongo que volvería a
dormir sin sábanas otra vez. Sonriendo, presioné un suave beso en su barriga
protuberante y luego me detuve cuando sentí una pequeña patada. Mi hijo.
Descansé mi frente ligeramente contra el bulto del bebé en Aria,
maravillándome de la pequeña maravilla creciendo dentro de ella.
—¿Luca? —susurró Aria adormilada.
Levanté la cabeza, besé su boca y me estiré a su lado. Estirándome a su
alrededor, la acerqué con cuidado lo más que permitió su barriga. Presionó su frente
contra mi pecho y después besó mi piel ligeramente.
—¿Mal día? —preguntó, su voz somnolienta y su respiración lenta y
uniforme.
Inhalé su reconfortante aroma floral, pasé los dedos por su cabello sedoso y
luego por la piel suave de su brazo.
—Ya no —dije en voz baja—. Ahora duerme.
Lo hizo, y al final también me quedé dormido.

Desperté cubierto de sudor. Parpadeando contra la luz de la mañana, me tomó


un momento encontrar la fuente de calor.
Estaba estirado sobre mi espalda y Marcella estaba tendida sobre mi pecho,
su cabello pegado a mi garganta y barbilla. Era increíble cuánto calor emitía su
pequeño cuerpo. La segunda fuente de calor era Aria, presionada contra mi costado,
su cabeza sobre mi hombro y un brazo sobre Marcella y yo.
Antes de Aria, ni siquiera podía dormir con otra persona en la habitación.
Ahora ni siquiera despertaba cuando mi hija se colaba en nuestra habitación y me
usaba como colchón personal.
Debía ser un instinto profundamente enterrado que me permitía diferenciarlo
porque las pocas veces que había tenido que dormir en otro lugar, había despertado
al segundo en que alguien siquiera se hubiera movido en la habitación contigua. Era
como si mi cuerpo supiera que podía confiar en Aria y Marcella y no tenía que
despertar cuando estuvieran cerca.
Aunque me encantaba tener a mis dos chicas lo más cerca posible, iba a tener
un golpe de calor pronto si no me daban espacio. Moviéndome cuidadosamente,
intenté sacar a Marcella de mi pecho sin despertarla. Mala suerte. Marcella abrió sus
grandes ojos azules, parpadeó hacia mí y luego bostezó.
—¿No deberías estar en tu cama? —Por un tiempo se había escabullido en
nuestra cama casi todas las noches, pero quería algo de privacidad para Aria y para
mí, así que lo detuvimos… en su mayoría.
Me dio una sonrisa tímida y bateó esas largas pestañas suyas.
—Tuve una pesadilla.
—¿En serio? —pregunté severamente, o tan severamente como podía cuando
se trataba de Marcella. Estaba mejorando a medida que crecía porque sabía que
tendría que respetar las reglas de nuestro mundo y no podía actuar como una
princesa malcriada.
Se mordió el labio, sonriendo descaradamente.
—No.
—¿Qué te dije sobre las mentiras?
—Son malas —dijo, sentándose encima de mí. Algunos mechones de su
cabello negro sobresalían alborotados a un lado.
Tomé su barbilla.
—No mientas.
Asintió y luego se deslizó fuera de mí y salió corriendo.
Me reí.
—Te tiene envuelto en su meñique —dijo Aria con una sonrisa, después besó
mi clavícula y pecho.
—Como su madre.
Aria levantó las cejas y besé su boca antes de tocar su vientre.
—¿Cómo está?
Su expresión se suavizó aún más.
—Amo está pateando como loco. Es más activo que Marcella. Será un
pequeño diablillo.
Asentí mientras acariciaba el vientre de Aria, preguntándome qué tan difícil
sería. Si era como Matteo, tendríamos nuestras manos llenas. Todavía me
preocupaba la forma en que me las apañaría con él. Con Marcella sentía un instinto
protector tan fuerte que nunca podría castigarla con dureza, ¿pero un niño? ¿Un niño
que presionaría mis botones y necesitaba ser fuerte para la Famiglia?
—Deja de preocuparte —dijo Aria suavemente.
Suspiré.
—Me conoces demasiado bien. No estoy seguro que me guste.
Aria se apoyó en mi pecho.
—Te encanta.
Tenía toda la jodida razón. Me encantaba que Aria me conociera mejor que
nadie, pero aun así intentaba ocultarle ciertas cosas… como el alcance de mis
preocupaciones acerca de tener un hijo.
—Me gusta Amo cada día más —le dije para distraerla.
Aria sonrió radiante. Cuando sugirió el nombre por primera vez, dudé porque
no era un nombre muy común en nuestros círculos, pero entonces pensé que era lo
mejor. Quería que Amo fuera especial, quería que fuera mejor que Matteo y yo, que
todos los demás. Un mejor Capo y hombre.

La presión en mi vientre bajo había empeorado cada vez más durante la


noche. Mi fecha probable de parto era en tres días. Mirando hacia el techo oscuro,
me pregunté si debería despertar a Luca, pero me preocupaba que solo fuera una
falsa alarma. Había tenido un día difícil y necesitaba dormir. Una fuerte contracción
me hizo estremecer y acuné mi panza, presionando mis labios.
Luca se movió a mi lado.
—¿Qué pasa, amor?
—Probablemente no sea nada. No quería despertarte. Pero estoy teniendo
contracciones.
Luca encendió las luces de inmediato y luego se volvió hacia mí con ojos
preocupados. Tocó mi vientre ligeramente como si pensara que explotaría si ponía
demasiada presión sobre él.
—¿Deberíamos conducir al hospital?
Si no era el asunto real, pasaríamos horas en el hospital por nada y
Luca perdería una noche de sueño.
—No creo…
Otra, una contracción más fuerte me cortó la respiración y jadeé, mis dedos
clavándose en las sábanas.
Luca sacudió la cabeza.
—Nos vamos ahora.
Solo pude asentir. Luca me ayudó a levantarme de la cama y llamó a Matteo
mientras me vestía con un vestido veraniego, simplemente porque era cómodo y me
lo podrían quitar sin problemas.
—¿Mamá? —llamó Marcella desde su habitación—. ¿Papá?
—Traeré a Marcella —dijo Luca y desapareció antes de regresar con nuestra
pequeña niña en su brazo, que estaba medio escondida detrás de su osito de
peluche favorito—. Tendrás frío con eso —comentó Luca cuando vio lo que llevaba
puesto.
Sacudí mi cabeza.
—Créeme, el frío será lo último en mi mente.
Luca agarró la bolsa del hospital con una mano mientras sostenía a Marcella
con la otra. Su cabello oscuro estaba completamente alborotado y se frotaba sus ojos
azules con sueño.
Bajé la escalera lentamente, dando un paso tras otro mientras Luca seguía
lanzándome miradas preocupadas por encima del hombro.
Otra contracción me hizo agarrar la barandilla para mantener el equilibrio.
Luca corrió por los escalones restantes rápidamente y dejó a Marcella junto al bolso
en el suelo.
—Espera aquí. Tengo que ayudar a tu madre.
Marcella asintió con sus grandes ojos abiertos de par en par, pareciendo
perdida ahí de pie en su pijama rosa donde Luca la había dejado. No entendía lo que
estaba pasando y no estaba segura de cómo explicárselo. Sabía que pronto tendría un
hermano, pero para ella, aparecería mágicamente como un regalo. Ojalá pudiera ser
así.
Luca me rodeó con un brazo y me ayudó a bajar las escaleras restantes
lentamente. El elevador comenzó a subir y, un momento después, Matteo entró en
nuestro apartamento con pantalones de chándal. Sus ojos pasaron de Luca y yo a
Marcella, quien estaba aferrando su osito de peluche contra su pecho.
Se acercó a ella.
—Ahí está mi chica favorita —dijo, sonriendo, pero Marcella no sonrió, solo
lo miró con grandes ojos llorosos. Me dolió el corazón, pero no estaba segura de
cómo hacerlo más fácil para ella. Tal vez si no hubiera tenido tanto dolor, podríamos
haber inventado algo, pero ahora estaba en blanco.
Matteo se puso en cuclillas frente a ella con una sonrisa.
—¿Qué tal si pasas la noche con tu tío y tía favoritos? Gianna está haciendo
galletas con chispas de chocolate mientras hablamos.
Supuse que esta noche era un buen momento para romper la regla de “cero
chocolate después de cepillarse los dientes”.
—¿Están sabrosas? —preguntó Marcella, inclinando la cabeza de la manera
más linda que tenía.
Matteo rio entre dientes.
—Bueno, la masa es comprada en la tienda, y tiene algunas cosas orgánicas
elegantes, así que es probable que sean comestibles si bajamos ahora mismo y nos
aseguramos que tu tía no las queme.
—Bien —dijo Marcella con voz solemne. Luego miró una vez más a Luca y a
mí.
—Ve, princesa. Me aseguraré que tu madre esté bien.
Matteo abrió los brazos y Marcella avanzó a él inmediatamente,
acurrucándose. El rostro de Matteo se suavizó a medida que la alzaba y presionaba
contra su pecho.
—Asegúrate de que mi hermano no se meta en problemas sin mí.
Sonreí.
—No te preocupes. Lo vigilaré.
Matteo sonrió y luego se puso serio mientras veía a Luca.
—La mantendré a salvo.
Entramos al elevador juntos y descendimos al piso de Matteo y Gianna.
Mi hermana se apresuró hasta nosotros en lo que parecían ser el bóxer y una
camiseta sin mangas de Matteo cuando las puertas se abrieron y besó mi mejilla.
—Mantenme informada. —Asentí porque podía sentir otra contracción
acercándose rápidamente. Gianna se volvió hacia Luca—. Mantenla a salvo. —Sin
esperar su respuesta, revolvió el cabello de Marcella y besó su mejilla—. ¿Qué tal si
nos pintamos las uñas de nuestros pies? Tal vez tú y yo podemos convencer a
Matteo para que también nos deje pintar las suyas. —Le dio a Matteo una sonrisa
descarada.
—Sí, por favor, Matteo. Por favoooor —dijo Marcella, batiendo esas largas
pestañas oscuras hacia su tío.
Matteo le dirigió a Luca una mirada torturada.
—Por mi bien, dense prisa.
—No pensaré en nada más durante el parto —murmuré mientras aferraba el
brazo de Luca con increíble fuerza.
Luca presionó el botón que nos llevaría hacia abajo y las puertas se cerraron
ante las caras sonrientes de Gianna y Marcella, y la resignada de Matteo. Para el
momento en que estuvimos ocultos a la vista, solté un jadeo agudo y me incliné
hacia adelante, apoyándome en mis muslos a medida que intentaba respirar a través
de las contracciones.
Luca frotó mi espalda. Cuando llegamos al nivel subterráneo, me condujo
gentilmente hacia el auto porque apenas podía pensar por el dolor.
—Lo estás haciendo bien, amor.
Ni siquiera podía expresar con palabras lo agradecida que estaba por el
hombre a mi lado. Sin su apoyo, esto sería mil veces más difícil. Con él a mi lado,
sabía que todo iba a estar bien.
Ver a Aria sufriendo era la peor jodida cosa que podía imaginar, incluso si
sabía que al final valdría la pena y el dolor quedaría en el olvido una vez que Aria
sostuviera a nuestro hijo en sus brazos. Aun así, deseé poder soportar el dolor en su
lugar.
Llegamos al hospital en quince minutos y nos llevaron a la sala de partos de
inmediato. Pronto dos médicos se unieron a nosotros y comenzaron a verificar los
signos vitales del bebé. Uno de ellos sacudió la cabeza y luego se volvió hacia
nosotros.
—Tenemos que hacer una cesárea. La frecuencia cardíaca y el nivel de
oxígeno han caído y su esposa no está lo suficientemente dilatada.
—Hagan lo que tengan que hacer para garantizar la seguridad de mi esposa y
nuestro hijo —dije en voz baja, dándoles una mirada de advertencia que no pudieran
malinterpretar ni remotamente. Ninguno de ellos sobreviviría esta noche si algo le
pasaba a mi familia.
Los ojos de Aria se abrieron de par en par a medida que respiraba
entrecortado a través de otra contracción.
—Quiero un parto natural.
—Lo sé, amor, pero esto es lo mejor para ti y para el bebé.
No pasó mucho tiempo hasta que todo estuviera preparado para la operación.
Uno de los médicos se volvió hacia mí antes de que comenzaran.
—Por lo general, advertimos a los padres que no deben mirar por encima de
la barrera a menos que puedan soportar la sangre en cantidades, pero no creo que sea
necesario para usted.
No me gustó ni un poco su tono y le di una sonrisa fría.
—Puedo soportar la sangre, no se preocupe.
Después de eso, concentré toda mi atención en Aria, acunando su cabeza y
susurrando palabras de adoración en su oído. Podía ver la preocupación y el miedo
en sus ojos, probablemente no por ella sino por nuestro hijo nonato.
—Todo va a estar bien.
No estaba seguro de cuánto tiempo pasó hasta que el médico finalmente
levantó a nuestro hijo, todo arrugado y azul. Por un momento, pensé que no estaba
respirando, pero entonces dejó escapar un fuerte gemido y el médico se volvió para
hacer sus controles. Era mucho más grande que Marcella, mi hijo definitivamente.
Aria dejó escapar un fuerte suspiro y besé su frente, luego su oreja,
susurrando:
—Te amo más que a la vida misma, principessa. Me diste el mejor regalo de
todos, tu amor y nuestros hijos.
Las lágrimas inundaron los ojos de Aria y apoyó su mano sobre la mía.
El doctor nos llevó a nuestro hijo y lo dejó en el pecho de Aria. Ella acarició
su espalda y luego me miró maravillada, y todo lo demás pareció
desvanecerse, volviéndose irrelevante.
—Se parece a ti.
Así era.
Su cabello era completamente negro y sus ojos grises, y por su aspecto,
pesaba al menos cuatro kilos.
Asentí. Como yo, pero inocente y pequeño. Extendí la mano y acaricié su
mejilla. Mi dedo se veía enorme contra él.
Aria parecía exhausta y pálida.
—¿Te gustaría sostenerlo?
—Sí —murmuré, mi voz extrañamente ronca. Levanté a nuestro bebé
suavemente del pecho de Aria y lo cargué en mi brazo. Había olvidado cuán
pequeños y vulnerables eran los bebés, cuánto dependían de nuestro cuidado. No
estaba seguro de por qué había pensado que mis sentimientos por mi hijo serían
diferentes a los de Marcella. En los pocos minutos que tenía sobre la tierra, ya lo
amaba con un fervor que solo reservaba para Aria y mi hija. Aún necesitaba mi
protección como ellas, y lo mantendría a salvo tanto como pudiera.
—Amo —murmuré mientras ponía mi dedo en su pequeña palma.
Aria nos observó con lágrimas en los ojos mientras yo seguía supervisando a
los médicos que la suturaban para asegurarme que estuvieran enfocados en la tarea
en cuestión. Cuando finalmente fuimos admitidos en nuestra habitación privada, me
incliné sobre Aria y besé su frente, después sus labios.
—Eres increíble, principessa.
Me dio una sonrisa cansada.
—¿Te quedarás toda la noche?
—Por supuesto. No me iré de tu lado.
Acunando a Amo en mis brazos, vigilé a Aria mientras dormía. No cerraría
los ojos hasta que volviéramos a casa. Estarían a salvo; nada más importaba.

Debido a la cesárea, a Aria no se le permitió irse al día siguiente, pero Gianna


y Matteo se encargaron de Marcella, probablemente atiborrándole la cara de
chocolate y dejándola mirar televisión hasta que su pequeño cerebro estuviera
agotado por completo. Decidimos no tener ningún visitante para darle tiempo a Aria
para sanar y acordamos reunirnos en nuestro ático.
Llevaba a Amo en un brazo brazo y el bolso de Aria en la otra mano cuando
entramos en el elevador.
—Odio no poder cargarlo por la cesárea —dijo, mirando con nostalgia a
nuestro hijo.
—Solo son un par de semanas. Tus hermanas estarán cerca para ayudarte, y
Matteo se encargará de los negocios tanto como pueda para que yo pueda quedarme
en casa.
Gianna, Liliana, Romero y Matteo ya estaban en nuestro ático cuando
entramos. Supuse que Liliana había decorado todo con globos y había horneado
un pastel con glaseado azul. Los ojos de Aria se abrieron por la sorpresa. Avanzó
con cuidado a nuestra casa, intentando ocultar que todavía tenía dolor, pero capté
una mueca ocasional.
Gianna y Liliana, quien cargaba a Marcella en sus brazos, se apresuraron
hacia Aria y la abrazaron mientras Matteo y Romero se unían a mí. Romero tocó mi
hombro, contemplando a Amo con una sonrisa.
—Se parece a ti.
Antes de que yo pudiera decir algo, Matteo añadió:
—Parece un pequeño Buda gordo con cabello negro. —Levantó uno de los
brazos rechonchos de Amo.
Aria le lanzó a Matteo una mirada incrédula y le habría pegado en la cabeza
si no hubiera estado cargando a Amo.
Matteo les dirigió a las chicas una sonrisa.
—Vamos, es cierto. No es que sea un bebé feo, pero es todo un hombrecito
Michelin con todos esos rollos de grasa.
—Si llega a ser tan alto como Luca, crecerá rápidamente, así que necesita el
peso adicional —dijo Romero diplomáticamente.
—Ojalá. Por otro lado, tal vez podemos torturar a nuestros enemigos dejando
que tu pequeño luchador de sumo se siente sobre ellos.
—¿Qué tal si te callas? —murmuré.
Gianna se acercó a nosotros y pellizcó a Matteo, quien se estremeció y luego
se frotó el lugar.
—Míralo y dime que no se parece a un Buda bebé.
Gianna puso los ojos en blanco y después me lanzó una mirada exasperada.
—Felicidades. Espero que no dejes caer a tu hijo de cabeza como alguien
debe haber hecho con Matteo cuando era bebé.
—Haré lo mejor que pueda —le dije y luego miré a Amo, quien estaba
profundamente dormido, ajeno a los comentarios de Matteo.
Liliana se acercó con Marcella en sus brazos.
—Mira, ese es tu hermanito.
Le di una sonrisa a Marcella, levantando a Amo para que así pudiera verlo
mejor. Observó a su hermano con la cabeza inclinada hacia un lado como si fuera un
juguete nuevo que intentaba entender.
—¿Por qué no está haciendo nada?
—Porque es un bebé. Duermen, hacen popó y comen —dijo Gianna.
Aria suspiró, pero podía decir que estaba luchando contra una sonrisa.
—Eso es aburrido —dijo Marcella, decepcionada. Entonces miró a Aria
y estiró los brazos—. Mami, cárgame.
La expresión de Aria cayó.
—A mami no se le permite cargar nada en este momento —le dije. El labio
inferior de Marcella comenzó a temblar. Mierda. No podía soportar cuando lloraba.
Gianna suspiró y se acercó a mí.
—Vamos, dame tu pequeña máquina de popó. Cargaré a tu futuro luchador
de sumo mientras acurrucas a Marci.
Le entregué a Amo y sus ojos se abrieron de par en par hacia mi esposa.
—¿Cómo encajó dentro de ti?
Aria rio.
—No lo sé.
—Qué bueno que no tuviste que exprimirlo de tu vajay...
—Oye —dije en advertencia a medida que tomaba a Marcella de Liliana,
quien se acercó a Gianna para sostener la pequeña mano de Amo.
—¿Qué es un vajay? —preguntó Marcella de inmediato. Le envié a Gianna
una mirada de muerte.
—Nada de lo que tengas que preocuparte.
Gianna y Aria soltaron una carcajda, y Marcella me miró con su pequeño
ceño fruncido.
Matteo me guiñó un ojo.
—Extrañando tus días de soltero, ¿eh?
—Nunca —dije a medida que besaba el ceño de Marcella, haciéndola reír y
luego miró a Amo quien se había despertado y miraba a Gianna con sus ojos
enormes. Aria estaba sonriendo como si esto fuera la perfección… y para mí, lo era.
E l proceso de curación de Aria tardó más que la última vez, pero con la
ayuda de sus hermanas, las cosas pronto se acomodaron. Aun así,
podía decir que Aria estaba intentando no ser una carga y hacer las
cosas por su cuenta.
Este era el primer día que no estaba en casa antes de las seis porque los Jersey
Head Hunters habían arrojado un cóctel Molotov en uno de nuestros prostíbulos.
Amo tenía ocho semanas y era un bebé quisquilloso, así que intentaba ayudar a Aria
durante las noches tan a menudo como podía.
Para el segundo en que entré al apartamento después de la medianoche pude
escuchar sus lamentos. Tomé los escalones de dos en dos y corrí a la habitación del
bebé donde encontré a Aria en el sillón, cubierta de sudor, con los ojos rojos de
llorar y un sonrosado Amo gritando y retorciéndose mientras Aria intentaba
alimentarlo.
—¿Aria?
—No puedo hacer que se calme. Sin importar lo que haga. Lleva horas
llorando.
Acaricié su cabeza.
—Shhh. Deja que me encargue de él. Toma un baño, amor.
—Le estoy fallando.
—No le estás fallando a nadie, Aria. —Besé su cabello—. ¿Dónde está
Marcella?
—En nuestra cama. Le permití ver sus series porque no podía dormir.
Saqué a Amo de los brazos de Aria.
—Ve a dormir un poco. O toma un baño. Ahora.
Asintió y luego avanzó a nuestra habitación. Puse a Amo en su portabebés
antes de seguirla. Marcella estaba sentada en la cama, mirando su serie en la tableta,
pero levantó la vista de la pantalla cuando entré.
—¿Qué tal si tú, Amo y yo conducimos un poco por la ciudad?
Marcella saltó de la cama.
—¡Sí!
Antes de irme con nuestros hijos, Aria me dio una sonrisa agradecida a
medida que se hundía en la cama.
Como esperé, tanto Amo como Marcella se quedaron dormidos en el auto
después de treinta minutos conduciendo en círculos alrededor del área. Después de
llevar a Marcella a su cama, me estiré en el sofá de la habitación del bebé en caso de
que Amo despertara otra vez.

—¿Luca? —Mis ojos se abrieron de golpe. El rostro de Aria se cernía


sobre mí, con las cejas fruncidas en preocupación—. ¿No me digas que dormiste así
toda la noche?
Eché un vistazo a mi reloj. Algunos minutos después de las nueve.
—Amo me mantuvo ocupado la mayor parte de la noche. —Negué con la
cabeza ante la expresión culpable en el rostro de Aria—. Necesitabas dormir más
que yo. Has estado encargándote de todo la mayoría de las noches y ahora era mi
turno. —Me senté, mirando hacia la cuna, pero Amo no estaba en ella.
—Lo agarré hace tres horas y lo llevé conmigo abajo. Gianna y Matteo van a
Marcella y a Amo durante unas horas para que así podamos desayunar juntos y
tener algo de tiempo para nosotros —dijo Aria con una sonrisa esperanzada.
Poniéndome de pie, la atraje contra mí y la besé.
—¿Qué tal si desayunamos en la cama? ¿Por qué no te adelantas y pides
algunas cosas mientras me ducho?
Aria asintió y salió a toda prisa después de otro beso. Al verla en sus
sensuales pantalones cortos y camisola, la sangre se precipitó a mi polla. No
habíamos tenido intimidad desde que Aria había dado a luz, y estaba comenzando a
matarme poco a poco, pero no quería ejercer una presión adicional sobre Aria.
Me metí en la ducha y me masturbé, incluso si eso ya no satisfacía mi hambre
por mi hermosa esposa.
Cuando salí del baño, Aria estaba sentada con las piernas cruzadas en la
cama, con dos tazas de café humeante en una bandeja de madera frente a ella.
—La comida estará aquí en unos diez minutos.
Mis ojos se sintieron atraídos por la forma en que sus pantalones cortos se
reunían entre sus nalgas, acentuando su coño. Tomé la taza y bebí un poco de café.
Aria me contempló con una mirada de complicidad, pero no hizo ningún
comentario.

Treinta minutos más tarde, terminamos con nuestros wafles y panqueques, y


estaba acostado bocarriba con Aria acostada encima de mí. Habíamos estado
besándonos por un par de minutos y el calor de Aria y su aroma reavivaron el deseo
que había intentado matar antes. No quería nada más que dormir con ella, pero me
contuve.
En su lugar, mis manos rozaron la espalda de Aria, sus costados y su trasero,
intentando ignorar los pequeños movimientos balanceantes de su pelvis.
Con un suspiro suave, Aria se apartó, sus labios rojos e hinchados.
—Quiero intentar tener sexo.
—¿Estás segura? —pregunté con voz áspera, incluso aunque mi mano
amasaba su nalga y mi polla saltó en atención.
Aria respondió con un beso firme, su lengua deslizándose en mi interior. Nos
di la vuelta de modo que terminé cernido sobre ella, desesperado por adorarla y
preparar su cuerpo. Pronto me abrí paso por sus hermosos senos hasta su coño.
Después de besarla por encima de sus pantalones cortos, los arrastré por
sus piernas, dejándola desnuda para mí.
Acaricié a Aria, separándola para así poder frotar su clítoris y sofoqué un
gemido al ver su necesidad de mí. Aria gemía suavemente a medida que la
acariciaba.
Empujé mi dedo medio en ella, pero me detuve cuando Aria exhaló
temblorosamente.
—¿Estás bien?
Ella asintió y comencé a moverme lentamente mientras dibujaba pequeños
círculos en su clítoris resbaladizo. Me encantaba ver cómo mi dedo se follaba el
coño de Aria, me encantaba ver cómo brillaban con sus jugos.
Aria no tardó mucho en deshacerse, balanceando sus caderas, y empujando
mi dedo aún más profundamente en ella. Se corrió con un grito, sus uñas arañando
las sábanas y casi me corro en mis malditos bóxer. Saqué mi dedo rápidamente, y
luego hundí mi cabeza y pasé mi lengua por su hendidura, lamiendo su excitación.
—Luca —jadeó.
—¿Extrañaste que te devorara así? —gruñí antes de sumergirme entre esos
deliciosos labios vaginales.
—Dios, sí —jadeó. Sonreí contra su coño y agité mi lengua sobre su abertura.
Aria me recompensó con más de sus jugos dulces.
—Sabes tan bien, principessa. Podría lamerte el coño todo el día. —Aria
gimió, meciendo sus caderas, presionando su coño aún más cerca de mi boca—.
¿Quieres que te chupe ese pequeño botón?
—Sí, por favor.
Cerré mis labios alrededor de su clítoris y comencé a chupar como a Aria le
encantaba. Pronto se estaba retorciendo y gimiendo, y yo no podía quitarle los ojos
de encima, incluso cuando mi propia necesidad se hacía casi imposible de ignorar.
Se arqueó cuando su liberación la golpeó, luciendo salvaje y hermosa. Me levanté y
bajé mis calzoncillos, después los saqué con impaciencia, muriendo por estar dentro
de Aria.
Abriéndola aún más con mis muslos, gemí cuando mi punta se presionó en su
calor. Habían pasado tres meses desde la última vez que había estado dentro de ella.
Mierda. No podía esperar. Antes de comenzar a empujar, bajé sobre mis codos de
modo que nuestros cuerpos estuvieran completamente juntos y besé a Aria.
Ella curvó sus dedos sobre mi cuello y levantó su trasero. Mecí mis caderas,
deslizándome lentamente dentro de ella, mi mirada fija en su rostro para ver
cualquier indicio de incomodidad, pero solo había lujuria y necesidad. Gemí cuando
me enterré por completo en su interior y Aria cerró los ojos con un estremecimiento.
—¿Estás bien?
Aria aferró mis hombros, abriendo sus ojos con una mirada de deseo.
—Por favor, fóllame, Luca. Te necesito.
Nuestras bocas chocaron y hundí mis caderas en ella. Aria eme envolvió con
sus piernas, acercándonos aún más mientras comenzaba a embestir en su interior,
más profundo y más duro, hasta que ambos estuvimos jadeando y sudando. No
duramos demasiado, corriéndonos al mismo tiempo, abrumados por las sensaciones.
Después la sostuve en mis brazos, intentando recuperar el aliento, pero mi polla
tenía mente propia y también los dedos de Aria cuando se pusieron a recorrer
mis abdominales…

Aria y yo recogimos a nuestros hijos dos horas y otra ronda de sexo más
tarde. Era extraño lo mucho más relajada que parecía Aria, y yo también me sentía
menos estresado. Tendríamos que asegurarnos de organizar tiempo para nosotros
incluso con dos niños pequeños.
Cuando entramos en el apartamento para recoger a nuestros hijos, Gianna
parecía haber caído de cara sobre una caja de pinturas. Su lápiz labial rojo brillante
se extendía hasta la piel alrededor de su boca, dándole una sonrisa grotesca, y sus
ojos estaban enmarcados de tanto color que era difícil distinguir su pupila e iris real.
—Marcella decidió maquillarme hoy —dijo.
Aria rio.
—Se ve bonita, ¿verdad? —dijo Marcella, radiante.
Aria acarició la cabeza de Marcella con un asentimiento antes de tomar a
Amo de Matteo.
—Sí Luca. Me veo bonita, ¿no? —dijo Gianna, batiendo sus pestañas de la
misma manera que Marcella siempre lo hacía. Parecía una de esas muñecas de
payaso asesino.
Matteo rio entre dientes y le di una mirada exasperada.
—Recuerdo un momento en que tu nombre era susurrado con miedo… —
comentó.
—Estoy satisfecho con la lista de personas que me temen.
Marcella se acercó a mí y envolvió sus brazos en mi pierna.
—Papá, ¿por qué la gente te teme? —Gianna resopló. Los ojos de Marcella se
dirigieron a su tía y corrió hacia ella—. Dime, ¿por qué?
Me tensé, preocupado por lo que diría Gianna. Ella hizo un gesto hacia mí.
—Míralo, Marci. Es un gigante. Todos les temen a los gigantes, ¿verdad?
Marcella me contempló por un momento antes de asentir seriamente como si
nunca se hubieran dicho palabras más ciertas. Una sonrisa tiró de su boca y corrió
hacia mí.
—¡Pero yo no te temo, papá!
La levanté.
—Bien.
Aria sacudió la cabeza con una sonrisa y luego besó la cabeza de Amo.
—Gracias por cuidarlos.
—Espero que los dos tortolitos hayan tenido tiempo para un poco de amor. —
Matteo sacudió las cejas.
—Adiós, Matteo —dije a medida que entraba en el elevador. Aria se me unió
con un gesto hacia su hermana y mi hermano.
Más tarde ese día, nos acomodamos en el sofá con nuestros hijos. Aria leía un
libro ilustrado a Marcella, quien se sentaba en su regazo mientras yo me recostaba
contra el respaldo con Amo en el hueco de mi brazo.
Frotaba su vientre suavemente y fui recompensado con una sonrisa
desdentada y algunas patadas contra la palma de mi mano extendida.
—Eres un niño fuerte.
La diversión cruzó por el rostro de Aria cuando Marcella hizo otra pregunta
sobre la mariposa desplegada en su libro. Ambas se enfocaban en la imagen con un
pequeño ceño fruncido y los labios tensos, pareciéndose tanto en ese momento, que
mi jodido corazón latió más fuerte. Besé la frente de Amo entonces, y murmuré:
—Cuando seas mayor, vas a tener que ayudarme a proteger a tu hermana y
madre. Son demasiado hermosas para este mundo. Tendremos que matar a todos los
chicos que piensen que son dignos de tu hermana.
—¿Qué dijiste? —preguntó Aria con curiosidad.
—Que necesito invertir en más armas para mantenerlos a todos a salvo.
—Creo que Matteo y tú poseen suficientes armas, sin mencionar soldados,
para invadir un país pequeño. No es necesario más armas.
Marcella inclinó la cabeza, su cabello negro cubriendo la mitad de su rostro y
contrastando fuertemente con sus ojos azules y piel pálida. Entonces sonrió.
Alcé a Amo por encima de mi cabeza.
—Definitivamente más armas, ¿verdad, Amo?
Me dio otra sonrisa desdentada.
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra Chronicles
y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos peligrosamente sexy.
Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue una autora publicada
tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como con
el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando despierta con
libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina platos muy picantes
de todo el mundo.
A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a leyes
cualquier día.

Born in Blood Mafia Chronicles:


1. Luca Vitiello
2. Bound by Honor
3. Bound by Duty
4. Bound by Hatred
5. Bound by Temptation
6. Bound by Vengeance
7. Bound by Love
8. Bound by the Past

The Camorra Chronicles:


1. Twisted Loyalties
2. Twisted Emotions
3. Twisted Pride
4. Twisted Bonds
5. Twisted Hearts
6. Próximamente

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