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La revelación del pecado en el Antiguo Testamento

El presente es un resumen del capítulo 1 titulado: la revelación del pecado en el Antiguo


Testamento, del libro el Don de Dios, Antropología teológica especial de Juan Ruiz Luis de
la Peña.

En este capítulo el autor nos frece una amplia explicación teológica de Gen 2 y 3 en los
cuales ve las bases de nuestra doctrina del pecado original. Comienza diciendo que en Gen
1 y 2 se nos habla de la creación de un mundo bueno para que el ser humano viva en armonía
y paz, sin embargo en el capítulo 3 este mundo ideal choca con la realidad humana del
pecado que lleva al hombre a la muerte y al sufrimiento.

Esa es la experiencia de Israel donde ni siquiera los elegidos de Dios se escapan de esta
realidad. El mismo Jacob confiesa que los años de su vida han sido pocos y malos (Gn 47,
9). Eclesiastés se pregunta ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con qué se afana bajo el
sol? … pues todos sus días son dolor y su oficio penar… y su final con los muertos (Qo 1,
3; cfr. 2, 23)

Ante todo esto, el israelita piadoso, se pregunta por las razones de tal dolor y la Palabra de
Dios le responde que tiene su raíz en la conducta culpable del hombre (Sal 90, 8-9), por la
infidelidad al Señor (Dt 32, 51-52), o por haberlo ultrajado (2 Sam 12, 14). Lo anterior nos
muestra que hay una relación entre la penosa situación del hombre y su relación con Dios
que determina la existencia de todo ser humano.

La existencia como pecado: El Antiguo Testamento da testimonio de la tendencia del hombre


al pecado. El Yavista lo expresa con crudeza: “le pesó a Yahvé haber hecho al hombre en la
tierra” (Gen 6, 5-6) y el sacerdotal: “la tierra estaba corrompida en la presencia de Dios…
toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra” (Gen 6, 11-12).

Lo dramático aquí es que el hombre pudo haber evitado el mal y haber hecho el bien, así se
lo dijo Dios a Caín (Gen 4, 6-7) y de Noé se dice que en medio de una humanidad pervertida
andaba con Dios (Gen 6, 9). Esta pecaminosidad del hombre es como una predisposición
psicológica hondamente arraigada en el ser humano. De esta inclinación al pecado, no se
salvan ni los elegidos de Dios: Abraham, Moisés, David, etc., sufren las consecuencias de sus
pecados.
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Las palabras con las que se denomina al pecado en el AT (errar, romper, pervertir), indican
ruptura con Dios y con los hombres, señalan como estamos ante Dios. Lamentablemente
la reacción instintiva del hombre en pecado es huir y no un acercamiento confiando al Señor.

La existencia como solidaridad en el pecado: Israel se comprende como comunidad solidaria


surgida de un mismo padre, Abraham (Gen 12, 1-3) a la que se le ha prometido una Alianza
y en la medida que convivieron con otros pueblos la idea de la comunidad solidaria se fue
universalizando, así lo reclama la realeza universal de Dios.

Desde esta perspectiva se entiende que el pecado no sólo afecta al que lo comete, sino que
repercute en los descendientes Sal 79, 8-9: no recuerdes contra nosotros las culpas de
nuestros antepasados. Lm 5, 7 nuestros padres pecaron y nosotros cargamos con sus culpas.
Incluso Jeremías dice: hemos pecado nosotros como nuestros padres Jer 3, 25. Junto a la
solidaridad vertical de Padres a hijos, existe una horizontal, donde el pecado de un miembro
de la comunidad arrastra a otros aunque no sean parientes como en 2 Sam 24.

El relato de la caída (Gen 2-3): lo anterior nos señala que la relación del hombre con
Dios está dañada, eso repercute negativamente en todos los ámbitos de la vida por la
existencia del mal y el mal por excelencia es el pecado. Los relatos del Génesis pretenden
mostrar la santidad de Dios, la bondad de la creación Gen 2 y la situación actual del hombre
que rompe esa armonía original Gen 3. Es una respuesta sapiencial.

En Gen 2 que relata el paraíso, leemos que el hombre ha sido creado del polvo (Adamá) pero
Dios quiere algo mejor para él, le prepara el jardín y lo coloca ahí para que lo goce (v. 8.
15) hay que notar que el jardín es de Dios, es como una sucursal del cielo donde el Señor
se pasea. Este simbolismo señala que Dios nos llama para compartirnos su existencia divina.

En el jardín hay dos árboles que decidirán el destino del hombre. El árbol de la vida que
ofrece al hombre superar su fragilidad. Esta vida se entiende como algo más que el simple
existir, se trata del disfrutar una existencia plenificada por la comunión con Dios. En la
medida que el hombre acepte la vida como don, la poseerá sin restricciones.

El árbol de la ciencia del bien y del mal: conocer el bien y el mal y ser como Dios significan lo
mismo. El árbol conlleva un mandato que adquiere sentido con la libertad del hombre que
lo hace responsable. El mandata sirve para que el hombre no se aliene buscando ser lo que

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no es, de ahí que el pecado es un mal logro del hombre. Estos árboles al estar en el centro
del jardín indican el centro mismo de la relación Dios- hombre: obediencia.

La caída: la serpiente simbolismo de la tentación y posterior identificación con Satán (Ap 12,
19). Lo decisivo es lo que ella propone: que el hombre sea autónomo situándose en el lugar
de Dios (siendo como Dios). Es una opción fundamental. Se busca superar la limitación, la
divinidad no como don sino al margen de Dios. La mujer que ha sido tentada, se convierte
en tentadora y el pecado se consuma, el hombre y la mujer caen.

El hombre traspasa el límite, ha tomado el centro (el lugar que le corresponde a Dios). Se
les abren los ojos, no para ser como dioses, sino para ver que estaban desnudos. El pecado
nunca cumple su promesa, el hombre queda desnudo, está degradado, ha perdido la
autoridad y la autoestima. Con el pecado perdemos.

Con la entrada de Dios en escena, el hombre instintivamente huye porque el pecado es la


ruptura de la relación con Dios. El hombre es llamado para comparecer ante el Señor, como
es libre tiene que dar razón de sí. Y en el interrogatorio se rompe la relación entre el
hombre y la mujer y la relación con el mundo (la mujer acusa a la serpiente).

Vemos pues en la escena que por el pecado se ve afectada la armonía original de la creación
y el no reconocimiento de la culpa. Se culpa al otro, se culpan a las instancias no humanas
(la serpiente) que no son interlocutoras de Dios, Dios sólo cuestiona a las personas.
Finalmente Dios da la sentencia que son cosas muy naturales, en eso nada ha cambiado,
pero sí las relaciones recíprocas. El pecado contamina todo, nada queda exento. Se ha roto
el plan de Dios y ha sido por culpa del hombre.

v. 15 la promesa da un rayo de luz, una victoria del bien sobre el mal, la fe en la santidad y
la bondad de Dios no puede admitir el triunfo del mal. V. 21: Dios viste al culpable, haba de
la providencia de Dios, pero se le expulsa del paraíso para que no tenga acceso al árbol de
la vida.

La exegesis protestante señala que estos relatos son puramente simbólicos y su intención no
es señalar el origen del mal, sino la culpa del hombre cuando peca y su superación en la
cruz. La mayoría de los teólogos católicos señalan un carácter etiológico de estos relatos pero

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sin negar su simbolismo, se quiere explicar el origen de los males, entienden que el yavista
está convencido que la conducta de los antepasados afecta a los presentes.

Entienden que la experiencia del mal ha tenido un comienzo en la humanidad, con un primer
evento que determina todos los demás y que se ha propagado a su descendencia
deteriorando su ser. Von Rad comenta que el relato es etiológico en cuanto que demuestra
la inocencia de Dios y de la naturaleza de los males que acechan a la humanidad. Es todo lo
contrario a la concepción griega que señala que al principio el hombre es inocente y los
dioses culpables.

El hombre experimenta un mal que va en creciente, eso indica el fratricidio de Caín (4, 10-
14), el Canto de Lamec que glorifica la venganza (4, 23-24), la promiscuidad de los hijos de
los dioses con las hijas de los hombres (6, 1), la torre de Babel (11, 1-9). La interpretación
etiológica es la más plausible en la explicación de la intención de autor de Gen 3. Pero
todavía no se llega a la concepción del pecado original. Éste se esclarece en el Misterio de
Cristo.

El pecado de Adán y la pecaminosidad de universal: Sir 25, 24 nos dice que por la mujer fue el
comienzo del pecado y por causa de ella morimos todos. El autor piensa en una transmisión
de penas, no de culpas a partir del primer pecado. Hay que entender el binomio vida-muerte
que es equivalente a pecado-santidad. En Sir 21, 2-3 habla del pecado como lo que quita la
vida y la vida es más que el hecho biológico, se le atribuye a los que temen al Señor, cuya
protección da salud, vida y bendición Sir 34, 13-17.

En Sb 2, 24 dice por la envidia del diablo entró la muerte al mundo y la experimentan los
que le pertenecen. Este versículo prepara la teología del pecado original que se desarrollara
después en el nuevo testamento.

El autor concluye este capítulo diciendo que en el Antiguo Testamento no existe la doctrina
del pecado original, pero sí nos da sus ingredientes base: la culpabilidad humana que ha
convertido el mundo en un reino de pecado que es la herencia de los hijos.

Juan Antonio Domínguez López pbro.

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Referencias:

Ruiz, J. (1991). El don de Dios. Antropología especial. Cantabria, España: Sal Terrae.

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