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LOS CONTRATOS AGRARIOS I

Pedro Cristóbal Doiny Cabré


Guillermo Marchesi

El uso o explotación del suelo se ha realizado tradicionalmente tanto por


parte del propietario en forma directa, como por terceras personas, sea en
forma independiente o asociados a aquél. Para ello las partes han debido
realizar distintos contratos por medio de los cuales instrumentaban los
acuerdos a los que arribaban.
Siendo las actividades agrícola y ganadera las de mayor importancia de
nuestro país, las que mayor inversión, divisas y mano de obra generan y
de hecho, históricamente han subsidiado – y siguen subsidiando – a
muchas otras actividades, es evidente que los contratos que rigen las
relaciones entre los distintos actores de esa realidad revistan gran
importancia.

Breves antecedentes:

El Código Civil Argentino, dictado en el año 1857, trató por igual a los
contratos de locación, tanto arrendamientos rurales como locaciones
urbanas, no haciendo diferencias entre ambos tipos de contrataciones.
Las en aquellos años nuevas corrientes de pensamiento hicieron que las
disposiciones del Código, basadas en la libertad de las partes, fueran
reemplazadas por otras que en nuestra opinión resultaron más bien
negativas, favoreciendo a unos a costa de otros en un primer momento, y
a la actividad agropecuaria en su conjunto en el largo plazo.
La primera ley de arrendamientos se dictó en el año 1921, fue la ley
11.170; luego, en 1932 se dictó la ley 11.627.
De ambas leyes surge en forma patente la vocación proteccionista e
intervencionista del legislador, fijando plazos mínimos y otras
disposiciones que dejaban de lado la libre disponibilidad de las partes.
Las dos leyes mencionadas, como la que se dictó luego y todavía hoy nos
rige, encuentra gran parte de su fundamente en que existe un fuerte
desequilibrio entre las partes contratantes, el arrendador, la parte fuerte
que podía imponer condiciones abusivas, casi leoninas, y la parte débil de
la relación, el arrendatario, que debía aceptar casi cuanto le impusieran.
Si dichos argumentos pudieron ser ciertos, y ello sólo parcialmente, en
aquellos años, hoy nos parece que no resisten ningún análisis. Piénsese si
no en el propietario de un campo de 300 o 400 hectáreas que decide darlo
en arrendamiento a un pool de siembra o a un grupo económico
poderoso. Resulta casi ofensivo que se considere que la parte “fuerte” de
la relación contractual es el arrendador y la parte “débil” el arrendatario.
Sin embargo no hay distinciones legales y la ley sigue defendiendo
siempre al arrendatario, por poderoso que éste sea.
En función de esa idea es que se incorpora por medio de esa legislación
el concepto del orden público económico, que implica que la voluntad
de las partes es reemplazada por la del legislador, al menos en algunas
cláusulas. Así el artículo primero de la ley de arrendamientos la declara
“de orden público, irrenunciables sus beneficios e insanablemente nulos y
carentes de todo valor cualesquiera cláusulas o pactos en contrario o
actos realizados en fraude de la misma”.
Es importante tener en cuenta que la aplicación de este concepto, no
implica la nulidad del contrato, que sigue siendo plenamente válido, si no
de la o las cláusulas que la ley prohíbe y que son reemplazadas por lo que
la ley dispone. Así, si las éstas pactan un arrendamiento cuyo plazo sea
de un año y medio, el contrato se tendrá por realizado por tres años, que
es el mínimo que la ley autoriza.-

La ley actual:

La ley 13.246 fue dictada en el año 1.948, y tuvo algunas modificaciones


que fueron incorporadas por las leyes 21.452 y especialmente por la ley
22. 298, la que si bien tuvo dentro de sus fundamentos la idea de que ya
no existía ese desequilibrio entre las partes, dejó intacta la idea del orden
público económico. Igualmente, justo es reconocer que algunas
disposiciones fueron modificadas en función de esta nueva corriente de
pensamiento, que no considera que exista, al menos en la generalidad de
los casos, ese desequilibrio entre las partes del contrato. –

La ley regula algunos contratos: Arrendamiento, Aparcería, Mediería,


Pastoreo y el llamado Contrato Accidental por Hasta Dos Cosechas.
Además están aquellos contratos no regulados por la ley, tales los de
Capitalización de Hacienda, Pastaje, Contrato de Maquinaria Agrícola y
el de Maquila.
En esta primera nota nos referiremos al contrato de arrendamiento.

El Contrato de Arrendamiento.

Es aquel por medio del cual “una de las partes se obliga a conceder el
uso y goce de un predio ubicado fuera de la planta urbana de las ciudades
o pueblos, con destino a la explotación agropecuaria en cualesquiera de
sus especializaciones, y la otra a abonar por ese uso y goce un precio en
dinero”.
Dos elementos son característicos del arrendamiento rural, que el predio
se encuentre fuera de la planta urbana de ciudades o pueblos y que se lo
destine a la explotación agropecuaria en cualquiera de sus
especialidades. Los dos elementos deben darse en forma conjunta ya que
si el destino es la explotación agropecuaria, pero el predio está dentro del
radio urbano o si estando el predio fuera de ese radio el destino no fuese
la explotación agropecuaria, el contrato se regirá por las normas sobre
locaciones urbanas y no por la ley de arrendamientos y aparcerías rurales.
Esta solución, discutida y discutible, no nos parece la más adecuada y
sería conveniente que fuese el destino, independientemente de la
ubicación geográfica del predio, lo que caracterice al contrato como de
arrendamiento.

El plazo mínimo del contrato es de tres años, teniéndose dicho plazo por
válido aunque las partes hubiesen pactado uno menor: Igualmente
también se considerará celebrado por tres años “ todo contrato sucesivo
convenido entre las partes respecto de la misma superficie, en el caso de
que no se establezca plazo o se estipule uno inferior al indicado”. Vale
aclarar que no se considerará contrato sucesivo la prorroga que se hubiere
pactado originariamente, como optativa para las partes.
Con respecto a los plazos máximos rige el de diez años que surge del art.
1505 del Código Civil, ya que la ley no contempla uno, salvo en aquellos
casos en que el arrendatario se obliga a realizar mejoras como
plantaciones, desmonte, irrigación, etc. que retarden la producción por un
lapso mayor de dos años., caso en el cual puede pactarse un plazo
máximo de hasta veinte años.
También se ha dicho que el plazo mínimo garantiza una explotación
racional del uso del suelo y de los recursos naturales del campo;
pensamos que no necesariamente es así y que si bien no es objeto de esta
nota, hay otros medios que deberían instrumentarse, mucho más
efectivos, que la mera fijación de un plazo mínimo legal para
efectivamente proteger dichos recursos.

En cuanto al precio, la ley habla de un precio cierto en dinero, precio


que puede estar determinado en el contrato o ser determinable mediante
una simple operación matemática, que es la forma más común de
estipular el valor de los arrendamientos, ya que en general se pactan
determinada cantidad de kilogramos de novillo de cierta categoría en los
predios que se destinarán a ganadería, y el quintales de cereal en los
destinados a la agricultura. Esta práctica, muy difundida, en nuestra
opinión ha hecho que al estar ligado el valor del arrendamiento a la
producción que en el se lleva adelante, ha hecho que la litigiosidad sea
muy baja si la comparamos con las locaciones urbanas. Y es que si el
valor de lo producido baja, bajará en consecuencia el arriendo y
viceversa, lo que logra una mayor equidad en la relación. No puede
fijarse como precio una parte proporcional del producido en la
explotación ya que en ese caso estaríamos dentro de la figura de la
aparcería, y la ley 22.298 derogó la posibilidad de solicitar la remisión
proporcional del precio en casos de pérdida total o parcial de cosechas,
ya que se considera que ese riesgo es asumido por el arrendatario; por lo
demás si se quisiera compartir el riesgo se puede recurrir a la figura de la
aparcería. También se derogó la autorización para que cualquiera de las
partes pidiese la revisión del precio cuando existiera desequilibrio entre
el costo y el valor de los productos.
Con respecto al destino del predio, de más está decir que es muy
importante determinarlo en el contrato, y es obligación del arrendatario
respetarlo al que libremente se ha obligado. Queda prohibida cualquier
explotación irracional del predio que implique su erosión, degradación, o
agotamiento, aún cuando se hubiese pactado en el contrato, resultando en
ese caso nula dicha convención, pero no el contrato. En caso de
explotación irracional que implique las consecuencias indicadas, puede el
arrendador solicitar la resolución del contrato, la restitución del fundo y
reclamar los daños y perjuicios que dicho accionar le hubiese causado. Al
referirse la ley a explotación irracional, pensamos que sólo se refiere a
aquella que es irracional en cuanto al tratamiento de los recursos
naturales, especialmente el suelo, ya que si el manejo es económicamente
irracional, por ejemplo, ello no sería motivo de rescisión del contrato.

Otras disposiciones que podemos mencionar es que está prohibida la


cesión del contrato y el subarriendo del predio sin la expresa
conformidad del arrendador. Por otra parte, en caso de muerte del
arrendatario el contrato podrá ser continuado por los descendientes,
ascendientes, cónyuge y colaterales hasta el segundo grado de
parentesco (hermano y medio hermano), siempre y cuando hayan
participado directamente en la explotación, debiendo notificarse la
decisión dentro de los 30 días contados a partir del fallecimiento.

Tampoco existe actualmente la tácita reconducción, que implicaba que


si el arrendatario permanecía en el predio, con el consentimiento del
arrendador durante un año y aquel no hubiese manifestado su voluntad
de exigirle la devolución del predio, se consideraba que había entre las
parte un nuevo contrato por los mínimos legales. Dicha figura fue
derogada por la ley 21.452.

En cuanto a las plagas y malezas, la ley obliga al arrendador a contribuir


con el 50% del costo de combatirlas si estas existían al momento de
celebrarse el contrato, mientras que si el predio fue entregado libre de
plagas y malezas, su eliminación será exclusiva responsabilidad del
arrendatario.

El régimen de las mejoras se rige por las disposiciones del Código Civil.
Si hay prohibición expresa de realizar mejoras, en principio las mejoras
realizadas por el arrendatario no serán indemnizables, salvo que hubiesen
sido realizadas de urgencia, que fuesen necesarias y de acuerdo a los
principios generales del derecho. Es importante dejar en claro en los
contratos el tema de las mejoras para evitar conflictos futuros y el
arrendatario solicitar expresa autorización por escrito en caso de
realizarlas.-

En lo que hace al desalojo del predio, el art. 19 de la ley dice que “El
abandono injustificado de la explotación por parte del arrendatario o la
falta de pago del precio en cualquiera de los plazos establecidos por el
contrato, son causales que dan derecho al arrendador a rescindir el
contrato y exigir el desalojo del inmueble”.
De este artículo surge claramente que las partes tienen absoluta libertad
para pactar los plazos de pago y los efectos de la mora circunstancia que
ha sido incorporada por la ley 22.298.

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