Sunteți pe pagina 1din 18

1

“COMO SI ACASO EL ALMA TUVIERA SEXO”

MARGARITA HICKEY, EL SEXO DE LA ESCRITURA Y LA POESÍA DE

AMOR FEMINISTA EN EL SIGLO DE LAS LUCES

ÁLVARO LLOSA SANZ

Defensa y ataque de mujeres: la batalla entre los sexos

El debate sobre las mujeres, que tuvo antecedentes medievales, se reaviva en el

siglo XVIII, y suele tomarse como emblemático por famoso en su época la “Defensa de

las mujeres” que el padre Feijoo publicó en 1726 en su Teatro Crítico (I, 16). Se abre así

una época de discusiones en las que se defiende que las mujeres nacían igualmente

inteligentes que los hombres, y sólo la inferioridad era aparente por las limitaciones

impuestas en la educación y el encierro por ellos. “Como si las mujeres”, en palabras de

Josefa Amar Borbón, mujer ilustrada y gran defensora de su condición, “por razón de su

sexo dejaran de ser racionales, o como si fuera máxima establecida que las mujeres hayan

de ser incapaces de asistir a todas las conversaciones” (citado en López-Cordón 90).

Pero la dualidad varón-razón/mujer-naturaleza prevaleció con la llegada de las ideas de

Rousseau, que consideraba a la mujer como compañera y complemento corporal del

varón (Sullivan 312-313). Se deseaba además controlar la sexualidad femenina y, en los

casos más progresistas o europeizantes, defender una libertad femenina no

malinterpretada, es decir, una libertad prudente y plena de normas de cortesía, que había

de diferenciar la mujer elegante de la mujer vulgar. Esta enseñanza se ofrecía

fundamentalmente a través del teatro, como lo analiza Zavala (12-15), porque la cultura

de la mujer se basaba principalmente en la oralidad, y, por tanto, en el teatro, la ópera, los


2

sermones y la literatura de pliegos y de cordel (Sullivan 314-315). Asistimos, sin

embargo, por influjo de la moda francesa, a una superficial liberalización de la mujer,

que a través de nuevas costumbres como el paseo, las tertulias y la incorporación del

cortejo u hombre de compañía para la mujer casada (Martín Gaite), se incorpora y se

convierte en centro de atención activo en la vida social (Fernández-Quintanilla 18-21).

Mujer y cultura en el dieciocho

Mujer y cultura no era una relación indispensable. La mujer dependía legalmente

de su marido o tutores, y económicamente cobraba un tercio del salario normal de un

hombre (López-Cordón 75) aunque usualmente trabajaba las mismas horas. Por lo tanto,

a la mujer se la preparaba –si era afortunada– según lo que se esperaba de ella, esto es,

gobernar una casa con niños y saber comportarse ante los demás. Esto afectaba o tenía

más peso entre las clases altas. A Sullivan le “sobrecoge, sin embargo, el aparente grado

de analfabetismo entre las mujeres acomodadas” (Sullivan 307). Según sus

investigaciones, a finales del siglo XVIII sólo entre un 5 y un 15 % de las españolas de

todas las clases sociales sabía leer, “y quizás firmar mal que bien su nombre, hecho

comprobado por los investigadores que han trabajado con protocolos notariales del siglo

XVIII” (Sullivan 307). Y en palabras de la ilustrada Josefa Amar, “apenas entre mil

señoras de alta esfera haya algunas a quienes hayan enseñado a leer y entender con

perfección su lengua patricia, y a quienes ha dado las instrucciones que basten para

formar juicios de los más fáciles libros escritos en su propio idioma” (Josefa Amar

Borbón, citado en López-Cordón 90).

Podemos considerar así la precaria situación cultural de la mujer dieciochesca, que vivía en un

mundo en el que todavía a principios del XIX no era necesario saber leer, escribir o contar para

ejercer como maestra oficial (López Cordón 74).


3

No obstante, desde 1768 Carlos III había instaurado escuelas gratuitas para niñas (unas 32 en

Madrid), para “fomentar con trascendencia a todo el Reino la buena educación de jóvenes en los

rudimentos de fe católica, en las reglas del bien obrar, en el ejercicio de las virtudes y en las

labores propias de su sexo; dirigiendo las niñas desde su infancia y en los primeros pasos de su

inteligencia, hasta que se promocionen para hacer progresos en las virtudes, en el manejo de sus

casas y en las labores que las corresponden, como que es la raíz fundamental de la conservación y

aumento de la religión, y el ramo que más interesa a la policía y gobierno económico del estado”

(Ley IX, citado en López-Cordón 93).

Como se aprecia, los objetivos sociales y estatales no eran muy ambiciosos respecto a la

educación cultural que debía recibir una mujer, que apenas tenía lugares donde educarse; por ello

es interesante tener en cuenta que “la educación de las mujeres de las clases acomodadas seguía

siendo cuestión familiar y privada, y a base de maestros particulares más que de colegios”

(Sullivan 310; cfr. López-Cordón 93)

En este panorama, ¿cómo es posible siquiera que existieran escritoras, e incluso buenas

escritoras? Sullivan plantea el desorientado estado de la cuestión: “Como carecemos de biografías

de las escritoras dieciochescas, tenemos hoy poca idea de cómo llegaron a tener los

conocimientos literarios que mostraron poseer las cuatro escritoras importantes de finales de

siglo: Josefa Amar y Borbón, María Gertrudis Hore, Margarita Hickey, y Rosa Gálvez. La típica

instrucción de la niña bien casadera no iba más allá de los principios de religión, leer un poco,

aprender un poco de francés para poder estar en sociedad, las gracias sociales como el baile y

algo de música, trabajos de aguja, y gobierno doméstico. ¿Hasta qué punto fueron verdaderas

excepciones en su ambiente, estas cuatro mujeres que publicaron sus obras originales en poesía,

ensayo y teatro?” (Sullivan 311).

Margarita Hickey Pellizoni: esbozo biográfico

De Margarita Hickey se sabe muy poco1. Nació con probabilidad en Barcelona hacia el

año 1753, hija de un coronel dublinés y una milanesa cuya familia se dedicaba a trabajar como
4

cantante de ópera, y vivió desde su tierna infancia en Madrid. Allí fue casada de muy jovencita

con un septuagenario navarro que de militar pasó al servicio de Palacio. Se sabe que quedó viuda

antes de 1779 y que nunca más contrajo matrimonio. Sin embargo, gracias a su elevada cultura –

que aun desconocemos cómo adquirió, como en otros casos notables2– participó en círculos

privados de tertulia, entre ellos el de Agustín Montiano, donde conoció en 1766 al escritor

Vicente García de la Huerta, con el que mantuvo una amistad intensa, correspondencia y varios

poemas cruzados, según ha descubierto recientemente Philip Deacon (1988). Traductora de

autores dramáticos franceses y mujer de fuerte sentido religioso, vivía aún en 1791 y debió

fallecer a principios del siglo XIX. Esto es, a grandes rasgos, todo lo que se sabe.

Margarita Hickey y la defensa de las mujeres escritoras: Prólogo a sus Poesías

“La mujer con voluntad y propósito de ser escritora sería alfabeta, socieconómicamente

privilegiada, y capaz de convencer a los censores eclesiásticos y civiles del valor de sus escritos”

(Sullivan 306). Margarita Hickey reunía todas estas condiciones, y, según el vigor de su pluma,

podemos deducir un fuerte carácter y gran inteligencia necesarios para defenderse como

individuo y como mujer de habituales acusaciones y trampas habituales, como veremos pronto en

el prólogo a sus Poesías. La amistad que lo unía con Huerta, por ejemplo, y según la

investigación documental de Deacon (404), la llevó a sugerirle estratagemas en momentos de

difícil situación política para el escritor, e incluso ella misma le redactó algunas cartas dirigidas al

duque de Alba, el Conde de Aranda o el Ministro Roda.

El Prólogo y las Aprobaciones a su obra Poesías varias sagradas, morales y profanas o

amorosas... (1779) es una clara muestra de su compromiso con su condición de mujer ilustrada

defensora de sus derechos. Parece evidente que se inserta en el ambiente de fines del XVIII en el

que el debate sobre mujeres seguía vivo.

El Prólogo explica las razones de la composición del más importante poema del libro, un

diálogo entre la España y Neptuno en elogio de Don Pedro Cevallos, un famoso militar que había
5

fallecido recientemente. Después de estimar largamente el merecimiento laudatorio de tan gran

personaje, dice en el segundo párrafo:

Al mismo tiempo que hice en mis octavas la debida memoria del Excelentísimo Ceballos

(aunque no toda, ni tan dignamente como sus grandes méritos lo requerían, dejando el

desempeño de esta empresa a las plumas varoniles, que son a las que principalmente

corresponde, y no a las mujeriles y débiles como la mía) no me pareció justo ni puesto en

razón no hacerla en términos proporcionados.

Margarita utiliza el tópico retórico de humildad que es habitual en todo autor, pero

incorpora como causa no la habitual inferioridad artística que todo escritor se atribuye por

cortesía, sino que se hace eco de la idea conceptual que define a las mujeres y lanza la idea de que

no hizo mejor su poema laudatorio por ser mujer y por escribir de lo que no le corresponde: sobre

hazañas militares, poesía épica laudatoria. Un género arriesgado y de importancia. Y el género

que en todas las épocas ha correspondido a la mujer es, todos lo sabemos, la lírica, la poesía de

sentimientos, porque coincide con su definición: la mujer es naturaleza. Y en esta lírica no se

tratan asuntos importantes, de estado, que corresponden a los varones.

En esta situación, colocar algo así en el prólogo, además de haberse atrevido a componer

y publicar en materia épica, resulta una evidente provocación al público y a la sociedad. Pero no

acaba aquí todo. Sigue justificándose, extensamente, en la habitual retórica:

Si no he sabido desempeñar uno ni otro empeño, recibáseme mi buena voluntad en cuenta

de mi poca habilidad y suficiencia, y hagan otros más, que yo con el buen fin y deseo de

que los que pueden y saben hagan mucho, he hecho este poco, que es a lo que alcanzan mis

fuerzas: y quien hace lo que puede, y da lo que tiene, ya se sabe que no está obligado a

más, ni se le puede más pedir.

Aquí aprovecha la escritora para destacar que al menos ella ha llegado a componer algo, a

pesar de su poca habilidad y suficiencia, y lo pone de ejemplo para que se tenga en cuenta que

quien hace un trabajo con esfuerzo y buena voluntad ha de ser justamente reconocido. La tensión
6

crece en esas últimas frases, aunque dentro de los cauces retóricos habituales. Inmediatamente

después de éstas lanza su defensa, clara y alta:

Prevengo y con eso ingenuamente, que no he querido sujetar esta mi obrita al juicio y

corrección de nadie; y que solamente me he dejado llevar en ella para disponerla del modo

que está, de mi gusto, genio o capricho, y de las tales cuales luces que ha podido

comunicarme la afición que siempre he tenido a leer buenos libros en prosa y en verso:

conozco, trato y comunico algunos sujetos a cuya inteligencia y buen juicio, pudiera (y

debiera acaso) haberla sujetado; pero unos por haberlos contemplado muy afectos, otros

por poco, y a los más por suponerlos llenos de preocupación contra obras de mujeres, en

las que nunca quieren éstos hallar mérito alguno, aunque esté en ellas rebosando: he

desconfiado de la crítica de todos y he escogido por mi único juez al público el que sin

embargo y a pesar de la ceguedad e ignorancia que se le atribuye, hace (como el tiempo)

tarde o temprano justicia a todos.

Ahora sí declara, abiertamente y fuera de moldes, su independencia como creadora y

también se define como una persona que ha debido cultivarse por sí misma. En el estilo creo que

puede apreciarse el desapego y orgullo de quien no debe nada a nadie. No quiere ser encasillada y

prefiere avisar. La humildad ha finalizado, el molde retórico del prólogo se ha fragmentado y

aparece explícita la crítica y la desconfianza hacia una sociedad (y la autora incluye en ella a sus

inteligentes conocidos) que siempre tiene prejuicios contra obras de mujeres, o si no, funciona por

odios o afectos. Así, ofrece su libro confiándolo al juicio del anónimo público (inculto, por otra

parte) como forma de rechazo de la cultura hipócrita que la rodea, y también de este modo intenta

ganar un público (aunque sea futuro) para sí y para su causa a través de esta muestra de rebeldía.

Indirectamente, está llamando a aquella generación futura que libre de los prejuicios denunciados

sea capaz de mirar su obra con la serenidad de encontrarse tan sólo ante unos poemas.

Margarita, consciente sin embargo de no ser un genio, y seguramente para evitar que la

tachen por completo de arrogante, se dedica el resto del prólogo a señalar pormenorizadamente

los defectos de sus poemas, justificando las posibles tachas y errores de forma tan detallada que a
7

ojos de hoy parecería innecesario. No lo es: desde sus ataques, que la colocan en el centro de la

atención como mujer que se declara orgullosa de serlo y de hacer poemas de hombres, tiene ahora

que demostrar que sabe qué es lo que ha hecho, que todo ha sido trabajo y que no ha sido fruto de

un capricho o casualidad. Y tiene que demostrar que sabe cómo se hacen los versos y qué versos

no le han salido bien: es decir, que es consciente de su trabajo, de su tarea, y que conoce el oficio.

Por eso añade:

No por eso digo, ni pretendo decir que mi Poema (si se le puede dar este nombre)

carecerá de defectos; tendrá quizá tantos como versos o pies y entre ellos podrá ser que los

rigorosos versificadores me tachen, primeramente algunas octavas, en que los consonantes

de unos pies, son asonantes de otros: segundo, que uno u otro consonante de los últimos

pies de otras (con que se cierran) no tienen todo aquel rigor que exigen las reglas del arte; y

últimamente, que la última octava concluye en agudos que están ya desterrados de la buena

versificación por los delicados, rígidos y modernos versistas; a todo lo cual satisfago,

respondiendo en cuanto al primer reparo, que es cierto que estarían mejor, y sonarían más

bien aquellas dos o tres octavas donde se halla esta asonancia junta con la consonancia,

sino la tuviera, pero me salieron así naturalmente de la pluma, y sin trabajo alguno

conceptuosas y corrientes, y no quise darme el de mudarlas, pareciéndome que al favor de

la verdad y buen concepto que encierran, se les podía pasar ese pequeño defecto; fuera de

que no carecen de ejemplares, éstos, en los más celebrados Poetas de la Nación. Entre ellos

Lope de Vega en su Jerusalén, Rufo en su Austriada, Ercilla en su Araucana, y otros, &c.

Se llena de defectos posibles, se acusa de impropiedades, y demuestra con ello que

conoce cómo es verso a verso el oficio. Y al mismo tiempo demuestra su amplia cultura y lecturas

al reseñar una serie de prominentes autores que a su vez incurrieron –aunque ejemplarmente– en

estos defectos que ella también ha cometido –por lo tanto, yerra ilustremente. De la humildad a la

autosuficiencia, Margarita da la vuelta a cada paso, con marcada ironía, los tópicos habituales,

enfocándolos hacia una clara y agresiva defensa de sí misma. Sigue disculpándose y el cierre es

absolutamente provocador:
8

y si este descargo no sirviese, sirva el que podrá hacerlas mejor el que más sepa y quiera,

como ya lo dejo insinuado (...) Que yo me contento con que no puedan con razón tacharme

de impropiedad de estilo, bajeza de expresión y de pensamientos, que son los defectos

capitales y esenciales que deben procurarse evitar en tales composiciones; los que, a Dios

gracias, no me cuesta gran trabajo ni cuidado huir porque naturalmente me lleva mi genio a

cosas altas y nobles, y a expresarlas noblemente. VALE.

Con la última afirmación declara absoluta y tajantemente que su naturaleza femenina no

coincide con la definición habitual de la época, sino que se caracteriza por la expresión noble de

una inteligencia elevada. Lo auténticamente interesante de este prólogo radica precisamente en

este colofón: tras haber rechazado ciertos tópicos socialmente extendidos sobre el papel y la

capacidad intelectual de la mujer, es ella misma, una mujer, la que destierra tales ideas y redefine

su figura, con un alegato sobre sí misma y sobre su obra. Margarita no espera las alabanzas de

varones que justifiquen su obra, su osadía; ella misma se basta para hacerlo sola: rechaza así

cualquier tipo de tutoría impuesta o de paternalismo sobre sus actuaciones y el posible valor de

éstas. Se rebela y revela como mujer que ha rebasado la mayoría de edad en una sociedad

inmadura y se sitúa al mismo nivel cultural y digno de cualquier varón ilustrado.

Posiblemente no le faltaron detractores ni enemigos, pero en las aprobaciones3

obligatorias que debían encabezar su obra, aparecen tres dictámenes laudatorios sobre la misma y

sobre su persona. En el primero y el tercero, por demás, se alude explícitamente a la condición

sexuada de la autora en relación con el alto valor de su obra. Veamos la primera, perteneciente al

padre Villalpando:

Señora: «he leído con singular gusto su Poema, y celebrado en él su espíritu, afición a

las buenas letras y al mérito; cualidades sumamente apreciables aun en los varones más

distinguidos; cuanto más en las señoras de la clase de V. convendrá que su obra la vea la

luz pública para que sea un testimonio del aprecio que se hace en la Nación del valor y

pericia militar, que a más de los premios sobre abundantes y dignos del magnánimo
9

corazón de nuestro Soberano, de las alabanzas de los primeros sujetos de la Nación, logra

también los graciosos elogios de un sexo, que el vulgo cree incapaz de ideas de esta

naturaleza.

El gran juicio y talento de V. me hace creer la disgustaría un elogio más dilatado de su

obra; de que por lo mismo me abstengo, contentándome con ofrecerme a sus órdenes, como

que soy de V. rendido y afecto Fr. Francisco de Villalpando, Lector de Teología

Capuchino.»

La obra no sólo merece su publicación por alabar las virtudes militares y a un gran héroe

patrio, sino que también elogia y es digna de haber sido ideada por una mujer, contra lo que

normalmente piensa la sociedad. Asuntos militares y mujeres, como ya hemos mencionado, no

eran una relación habitual. Aunque dudo que fuera sólo el vulgo quien lo pensase. El capuchino,

quizás para que no sea malinterpretado como oportunista y falso adulador, dice no querer elogiar

más la obra, pues sería ofender a su autora. Lo dicho basta.

En la tercera aprobación, Fray Antonio de Vitoria, predicador de S.M., es algo más

explícito e incluso justifica históricamente y teologalmente la posibilidad de talento en las

mujeres.

«He visto la obra, breve, lucida y compendiosa, compuesta en cincuenta y cinco octavas,

por la Señora Doña M. H.; y reflexionando en la genial viveza de la nominada señora, la

miró harto propia; cuya propiedad me trae a la memoria una serie bastante dilatada de

señoras, Españolas y Extranjeras, muy eruditas, en Poesía, Filosofía, y otras ciencias;

especialmente desde el tiempo del Señor Don Felipe II, III, IV y V, de donde se ve, cuan

incierta fue la opinión de algunos; haciendo poca merced al entendimiento de las señoras

mujeres; como si el Omnipotente no repartiera a su voluntad talentos y dones, a los

diversos sexos racionales. (...)por todo me parece bien dirigida la obrita, y no descubro

inconveniente el más leve, en que se le permita a la prensa. (...)


10

Así, a la propia defensa realizada por sí misma, se añaden la de sus censores, varones que

huyen de retóricas paternalistas y que no sólo admiten la valía de su obra y su autora, sino que

declaran abiertamente el derecho de la mujer a utilizar sus talentos y dones, otorgados por Dios a

placer entre individuos de ambos sexos. Y en un último párrafo, que cierra las tres aprobaciones,

resume la fuerte intencionalidad de éstas en destacar que es una mujer la que compuso la obra, y

que no por sus alabanzas el poema será mejor, sino que vale en sí mismo. Es decir, se niega la

protección o aval de las aprobaciones sobre la autora, y se da a entender que surgen como muestra

reivindicativa de un hecho cotidiano como es la opinión desfavorable sobre la mujer.

Estas aprobaciones se dan a la estampa con el Poema que las ha motivado, no con el fin de

que sirvan para prevenir y captar el elogio de este, cuya diligencia y precaución (de la que

no es capaz su Autora ) sería ociosa e inútil, pues si el poema no es real y verdaderamente

bueno en sí, no bastarán todas las aprobaciones imaginables a hacerle parecer tal: danse,

pues, a la estampa en obsequio sólo del bello sexo en general, y en desagravio o

vindicación de la injusticia que el vulgo hace a éste en la opinión que de él comúnmente

tiene &c.

Poemas contra los hombres: Como si acaso el alma tuviera sexo

Es curioso: ni el prólogo ni las aprobaciones van dirigidas al resto de poemas que

componen el libro de Hickey Pellizoni. Exclusivamente tratan del gran poema épico que ha

compuesto en honor del capitán Cevallos. Sin duda, es el poema principal, más elaborado y de

tema serio. El resto son poemas que, respecto a él, podrían considerarse menores por sus asuntos

fundamentalmente amorosos. Asuntos que eran el centro de la vida social de la época, con énfasis

en el comportamiento más libertino de la mujer, a la que se permitía mostrarse en público, danzar

y tener un cortejo o acompañante íntimo. Y así, es aquí donde Margarita adopta más libertad y

descaro –el descaro femenino fue una nueva virtud de las damas– al tratar tópicos que,

nuevamente, afectan a la figura de la mujer respecto a la del varón. La cuestión del ser hombre y

ser mujer en el amor queda claramente planteada en los dos siguientes fragmentos:
11

“Son monstruos inconsecuentes,

Altaneros y abatidos;

Humildes, si aborrecidos;

Si amados, irreverentes;

Con el favor, insolentes;

Desean, pero no aman;

En las tibiezas se inflaman,

Sirven para dominar;

Se rinden para triunfar,

Y a la que los honra infaman”

(Citado en Serrano y Sanz 514)

“De bienes destituidas,

Víctimas del pundonor,

Censuradas con amor,

Y sin él desatendidas;

Sin cariño pretendidas,

Por apetito buscadas,

Conseguidas, ultrajadas;

Sin aplausos la virtud,

Sin lauros la juventud,

Y en la vejez despreciadas.”

(Citado en Serrano y Sanz 514)

Como acertadamente señala Deacon: “En efecto muchos poemas parecen inspirarse en un

deseo de vindicar los derechos de la mujer” (Deacon 408). Y se repite de manera recurrente, en

forma de historias poéticas en las que el maltrato de los hombres hacia las mujeres se hace claro e

inexcusable. Por ejemplo, en un poema en el que se parte de un acusador estribillo del poeta

Góngora hacia las mujeres, se protesta por la naturaleza infiel que se les imputa cruelmente, y que

a juicio de la autora no es precisamente una virtud de los hombres. Así, como ha estudiado
12

detenidamente Salgado (1994), Margarita comenta, glosa y critica poéticamente –y desde una

perspectiva feminista– el estribillo gongorino buscando dar un nuevo rumbo al tópico y a la

historia de las mentalidades (el estribillo de Góngora va en cursiva): Guarda corderos Zagala,/

Zagala no guardes fe, / que quien te hizo pastora / no te excusó de mujer. / No sé por qué aquel

discreto / dulce plectro Cordobés / a esta donosa sentencia / no añadiría también, / Guarda

corderos Zagala, / Zagala no guardes fe, / que los hombres comúnmente / no la saben merecer.”

En las restantes estrofas se denuncian abiertamente habituales comportamientos sexistas: una

mujer seducida y tras ello abandonada, una mujer que guarda fielmente la ausencia de un hombre

que la engaña allá por donde pasa, una mujer asesinada por celos, el fanfarroneo de quienes a

voces alardean de haber seducido a una mujer. Al final, sólo le queda concluir y resumir, con

marcada ironía: “Mira a ésta, mira a aquélla, / mira a éste, mira a aquél, / y verás patentemente /

en todo un retrato fiel, / del engaño de los hombres / de su inconstancia, su infiel /

correspondencia, y que siempre / vuelven el mal por el bien.” Y concluye, rehaciendo

completamente el estribillo gongorino en un modo inteligentemente provocador: “Guarda

corderos Zagala, / Zagala no guardes fe, / que los hombres comúnmente / no la saben merecer: / y

quien te hizo pastora / no te excusó de mujer”. Así, Margarita decide desafiar al ingenio con el

ingenio, además de corregir y reelaborar con vigor intelectual y elegancia estética un tópico que

marque un rumbo nuevo para la mujer: la posibilidad de defenderse mediante el

desencumbramiento del hombre. Quizás en este sentido sea el más representativo el poema

protagonizado por la dama Esmaragda, dama que, aunque no aborrece a los hombres, los desdeña

“porque advertida, / sus defectos y excesos / les conocía”. Y se repasan breve pero intensamente

estos defectos que nunca son denunciados o advertidos: “Si sabiondos preciados / hay que

sufrirlos / si ignorantes son necios, / otro martirio; / de cualquier suerte, / es molesto su trato / si

bien se advierte. / Si aman son importunos / si no groseros, / que andan siempre estas fieras / por

los extremos; / y tan viciosos, que al mayor juicio el verlos / volverá loco. / Celos crueles dar

quieren, / y no tenerlos, / prueba evidente y clara / de sus cerebros; / Pues que pretenden, / en
13

amor diferencias / que no se deben. / Que para eso son hombres, / dicen muy necios, / como si

acaso el alma tuviera sexo; / locura rara, / pretender distinciones / el que se iguala. / Agrados y

caricias / en vez de quejas, / cuando ofenden aleves / hallar quisieran; / y ellos airados, / vengar a

sangre y fuego / cualquiera agravio.” En la más pura tradición literaria contra mujeres, Margarita

Hickey revierte los términos y contraataca ofreciendo su propia medicina a los hombres. Como

una Sor Juana Inés peninsular, con renovado vigor y atrevimiento, desparpajo incluso, coloca los

puntos sobre las íes y continúa su ataque fulminante hasta no dejar de acusar a hombre alguno:

“Éstos son sus defectos, / los más comunes, / de los que no se eximen / los de alta cumbre; /

callándose otros / más feos, indecentes, / e indecorosos. / Si aquestos son los hombres / tan

decantados, / éste el sexo perfecto / privilegiado; / éstos los fuertes, / los graves, esforzados, / y

los valientes.” La ironía degrada todo aquello de lo que muchos hombres presumían desde hacía

siglos, arrasa con la imagen ideal del hombre que se ha erigido a través de los tiempos mediante

una construcción tenaz e invariable de un orden simbólico patriarcal que dejaba a la mujer bajo su

albedrío. La llegada de esta Esmaragda –quizás su alter ego– supone para Margarita Hickey la

rebelión, en principio a través del desdeño, contra la cultura impuesta por los hombres a las

mujeres. Así, Esmaragda se erige en el modelo de nueva mujer que desenmascara a los hombres,

los desmitifica de una vez por todas y rechaza sus engaños, sus trampas. Y todo esto “supo

entenderlo, / cuando a ninguno digno / de sus afectos / contempló noble; / pues el más estirado /

al fin es hombre”.

Hay otros poemas donde su pluma se suaviza y su expresión muestra un

semblante más sensible y humano, menos ironía hiriente. Son poemas donde se llega a

aconsejar a hombres y mujeres, dentro del ámbito cortesano en el que ella se movía,

cómo deben cultivar ciertas virtudes para que el amor entre ellos sea posible y concorde.

Huyendo de la confrontación e inmersa en un código amoroso civilizado y galante que ve

concluyente, anima a ellos a buscar un ideal: “Amor te advierte piadoso,/ que si tú, amante y
14

discreto / supieres guardar secreto,/ llegarás a ser dichoso.” Y advierte a los hombres de los

peligros que amenazan su carrera hacia el amor respetuoso y fiel: inconstancia, vanidad,

acomodo, falta de perseverancia.

A ellas, para lograr un hombre así, les recomienda que “si a tu amante quieres fiel / debe

alternar tu destreza, / el rigor con la fineza, / entre piadosa y cruel.” Y denuncia explícitamente

algunos excesos entre las mujeres, que hacen perder a veces a buenos hombres: “Es excesivo el

rigor con que maltratas a tu amante, / siendo su afecto constante; / de tu fineza acreedor.” O “No

maltrates satisfecha, / que el desdén prueba el amor, / usa con tiento el rigor, / porque si es mucho

despecha.” Al fin, pide el premio para aquellos que, a su juicio, sí lo merecen por poseer ciertas

virtudes: “Solícito es y discreto, / Ysbella, tu fino amante, / prémiale porque es constante, / y sabe

guardar secreto”.

Volver a cobrar del alma el antiguo señorío

Pero Margarita Hickey no sólo reivindica una defensa femenina frente a la idea que de

ella difunde el hombre, y no sólo propone un comportamiento de igualdad en el trato entre parejas

en el que cada uno cumple su papel, sino que además busca la libertad y el respeto hacia la mujer

que ama y decide, en algunos casos, nunca caprichosamente, dejar de amar. En un poema que

semeja una larga carta dirigida a su amigo, la poeta expone delicada, abiertamente y al mismo

tiempo con firmeza y valentía, sus dudas acerca de una relación que ya ha comenzado y que no

desea proseguir: “ni sé decir si te amo, / ni te sabré decir si te aborrezco./ Toda soy repugnancias,

/ gustos y desconsuelos, / ni acierto a aborrecerte, / ni con amarte (¡ay de mí triste!) acierto.” Y le

pide que comprenda su decisión: “Para lograrlo, Fabio, / te pido contento / con lo que has

merecido, / de tu ambición moderes los excesos. / No te ofenda, bien mío, / lo extraño de este

ruego, / que el corazón lo llora, / mas lo quieren ansiosos mis respetos.”

Y en un último poema conoceremos la solicitud de comprensión del amante ante una

decisión más difícil, comprometida y consciente, de la que emana una gran responsabilidad y al

mismo tiempo exige osadía: acabar con una relación ya empezada y de la que no existe queja
15

alguna por parte de la mujer, excepto ciertos temores de alguna futura infidelidad que no puede

evitar. De nuevo como una larga carta, el poema explica la delicada situación y pide excusas y

respeto por la decisión tomada. Comienza así: “Lesbio, aunque tu amor lo sienta / darte cuenta

determino, / de las rigurosas ansias / que afligen cruelmente el mío. / No me mueve a ejecutarlo /

traición, mudanza ni olvido, / ni de una pasión lograda / el decantado fastidio. / Tienen mis fieros

pesares /más generosos principios, / pues nacen del noble origen / de mi amoroso delirio. / Mi fe

sólo verdadera / impele fiel mis suspiros, / no bastardas impresiones, / mi bien, de un deseo ya

tibio. / (...) Yo, Lesbio, negar no puedo / que tu rendimiento fino / nada que anhelar le deja / a mi

amante desvarío. / (...) y con sumo gozo mío / te he encontrado más amante / cuando más

favorecido. / (...) logras con tu noble estilo, / que el corazón no eche de menos / la libertad que ha

perdido. / (...) El que desdeñado adora, / y el que ama favorecido, / son, pues, los que justamente /

merecen nombres de finos. / Pero estas pruebas que sobran / para que el tierno amor mío / viva

contento, no bastan / para que viva tranquilo.” Sí: reconoce abiertamente que el amante es

intachable, y por ello admite posibles reproches: “Dirasme que antes de haber / tu rendimiento

admitido, / esas tristes contingencias / debería haber previsto, / o para rehusar entonces / tus

amorosos servicios, / o para animosamente / despreciarlas admitidos. / Yo la razón te concedo /

que tendrás para decirlo, / pero hasta que me vi en él / no advertí necia el peligro.” Reconoce su

error, pero sobre todo se impone corregirlo, liberarse, y seguir su camino: “ya que no es posible

odiarte, / por lo menos solicito / poner el debido coto / a mi ciego desvarío.” Su decisión se le

impone firme y necesaria: “Ya desde este instante, Lesbio, / firmemente determino, / volver a

cobrar del alma / el antiguo señorío. / Dentro del pecho se ahoguen / de amor ardientes suspiros, /

y vuelva de mis potencias / el usurpado dominio.” Así, reclama su individualidad libre y

responsable ante el hombre que la ama, al que desea consoladoramente futura felicidad: “Todas,

más que yo merecen, / y serás (¡ay hado esquivo!) / con cualquiera más dichosa, / de ninguna más

querido. / Pues más que yo son felices, / gocen ellas, Lesbio mío, / tus amantes expresiones, / tus

lisonjeros cariños; / y en mi pecho resucite / el feliz sistema antiguo, / de cifrar todos mis gustos /
16

en indiferencia y libros: / pues que yo con el esfuerzo / no me hallo que necesito, / para vencer los

temores / en que mísera cavilo.” Finalmente espera algo más que comprensión serena, exige

reciprocidad de sentimientos; a pesar de pedir la renuncia a disfrutar de su amor, le anima a

corresponderle en la medida que ella le corresponde sentimentalmente: “Y así, aunque a mi amor

le pese / hoy al tuyo le suplico, / que de su arrogante empeño / desista ya compasivo. / (...) Mas

no por eso pretendo / que me olvides fementido, / pues antes eternamente / de tu gratitud exijo, /

que me ames, como te he amado, / me quieras como he querido, / como te aprecio me aprecies, /

y estimes como te estimo.”

A través de sus poemas, Margarita Hickey, probablemente a modo de autorretrato

clandestino (Salgado 1992), justifica un comportamiento como mujer ante el complejo y voluble

mundo del amor, y reivindica al mismo tiempo la posibilidad de disponer libremente de sus

sentimientos y actuar consecuentemente con ellos sin recibir a cambio críticas injustas: más aún,

siendo respetada y amada o apreciada justamente por ello. Al igual que para defender la

capacidad intelectual de la mujer escritora, como lo había hecho en el prólogo a sus poesías,

ahora también para el nivel de la vida sentimental (que puede extrapolarse al mundo social, pues

ambas facetas estaban muy unidas en el XVIII) justifica y explica clara y delicadamente las

razones que llevan a una mujer a actuar como su razón y corazón le indiquen, sin que ello sirva

para discriminar su actitud y su persona ante los hombres: muy al contrario, la autora parece

querer legitimar mediante estos poemas las posibles decisiones o respuestas que puede adoptar

cualquier mujer ante el requerimiento de amor, sin menoscabo de su dignidad ni naturaleza

humanas, “como si acaso el alma tuviera sexo”.

University of Nevada, Reno.


17

NOTAS
1
La principal y casi única fuente de información hasta el momento sobre la biografía de M. H. sigue siendo
el voluminoso compendio de Manuel Serrano y Sanz.
2
Véase Sullivan 311, citado antes.
3
Aprobaciones o dictamen, y parecer de los RR. PP. MM. Fr. Francisco de Villalpando, Fr. Fidel de
Gordojuela, y Fray Antonio de Victoria, Religiosos Capuchinos; Lectores de Teología los dos primeros, y
Ex-Lector y Ex-Definidor primero, Custodio y Predicador de S. M., el tercero en su Convento de
Capuchinos de San Antonio del Prado de Madrid, dada al primer Poema, dispuesto en Diálogo entre la
España y Neptuno, en elogio del Capitán General Don Pedro Ceballos; el que se sujetó a la censura de
estos RR. PP. inmediatamente que se compuso, en la ocasión del fallecimiento del nominado Don Pedro
Ceballos, en el año de 1779 por si podían contener algo contra la fe y buenas costumbres
18

OBRAS CITADAS

DEACON, Philip. “Viecente García de la Huerta y el Círculo de Montiano: La amistad de Huerta


y Margarita H. P.” En Revista de Estudios Extremeños 44.2 (1988): 395-421.

FEIJOO, Benito Jerónimo. Teatro Crítico Universal. Madrid: Espasa-Calpe, 1941.

FERNÁNDEZ-QUINTANILLA, Paloma. La mujer ilustrada en la España del siglo XVIII,


Madrid, Ministerio de Cultura, 1981.

HICKEY y PELLIZONI, Margarita. Poesías varias sagradas, morales y profanas o


amorosas : con dos poemas épicos en elogio del capitán general D. Pedro Cevallos.
Tomo primero, Madrid, 1789. <www.cervantesvirtual.com> (02/02/06)

LÓPEZ-CORDÓN, María Victoria. “La situación de la mujer a finales del Antiguo Régimen
(1760-1860)” en VVAA. Mujer y sociedad en España (1700-1975), Madrid, Ministerio de
Cultura, (1982): 47-107.

MARTÍN GAITE, Carmen. Usos amorosos del XVIII en España, Madrid, Siglo XXI, 1972.

SALGADO, María. “El autorretrato clandestino de Margarita Hickey, escritora ilustrada”, Aix,
Univ. Provence, (1992): 133-47.

SALGADO, María. “Rescribiendo el canon: Góngora y Margarita Hickey” en Dieciocho, 17.1


(1994), pp. 17-31.

SERRANO Y SANZ, Manuel. Apuntes para una bibliografía de escritoras españolas


desde el año 1401 al 1833, Madrid, Atlas, 1975, BAE, vols.68-71, orig. Madrid, 1903.

SULLIVAN, Constance A. “Las escritoras del siglo XVIII” en ZAVALA, Iris M. Breve historia
feminista de la literatura española (en lengua castellana), tomo IV. La literatura escrita por
mujer (De la Edad Media al siglo XVIII), Barcelona, Anthropos, 1997. 305-30.

ZAVALA, Iris M. Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana), tomo
IV. La literatura escrita por mujer (De la Edad Media al siglo XVIII), Barcelona, Anthropos,
1997.

S-ar putea să vă placă și