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siglo XVIII, y suele tomarse como emblemático por famoso en su época la “Defensa de
las mujeres” que el padre Feijoo publicó en 1726 en su Teatro Crítico (I, 16). Se abre así
una época de discusiones en las que se defiende que las mujeres nacían igualmente
inteligentes que los hombres, y sólo la inferioridad era aparente por las limitaciones
Josefa Amar Borbón, mujer ilustrada y gran defensora de su condición, “por razón de su
sexo dejaran de ser racionales, o como si fuera máxima establecida que las mujeres hayan
malinterpretada, es decir, una libertad prudente y plena de normas de cortesía, que había
fundamentalmente a través del teatro, como lo analiza Zavala (12-15), porque la cultura
que a través de nuevas costumbres como el paseo, las tertulias y la incorporación del
hombre (López-Cordón 75) aunque usualmente trabajaba las mismas horas. Por lo tanto,
a la mujer se la preparaba –si era afortunada– según lo que se esperaba de ella, esto es,
gobernar una casa con niños y saber comportarse ante los demás. Esto afectaba o tenía
más peso entre las clases altas. A Sullivan le “sobrecoge, sin embargo, el aparente grado
todas las clases sociales sabía leer, “y quizás firmar mal que bien su nombre, hecho
comprobado por los investigadores que han trabajado con protocolos notariales del siglo
XVIII” (Sullivan 307). Y en palabras de la ilustrada Josefa Amar, “apenas entre mil
señoras de alta esfera haya algunas a quienes hayan enseñado a leer y entender con
perfección su lengua patricia, y a quienes ha dado las instrucciones que basten para
formar juicios de los más fáciles libros escritos en su propio idioma” (Josefa Amar
Podemos considerar así la precaria situación cultural de la mujer dieciochesca, que vivía en un
mundo en el que todavía a principios del XIX no era necesario saber leer, escribir o contar para
No obstante, desde 1768 Carlos III había instaurado escuelas gratuitas para niñas (unas 32 en
Madrid), para “fomentar con trascendencia a todo el Reino la buena educación de jóvenes en los
rudimentos de fe católica, en las reglas del bien obrar, en el ejercicio de las virtudes y en las
labores propias de su sexo; dirigiendo las niñas desde su infancia y en los primeros pasos de su
inteligencia, hasta que se promocionen para hacer progresos en las virtudes, en el manejo de sus
casas y en las labores que las corresponden, como que es la raíz fundamental de la conservación y
aumento de la religión, y el ramo que más interesa a la policía y gobierno económico del estado”
Como se aprecia, los objetivos sociales y estatales no eran muy ambiciosos respecto a la
educación cultural que debía recibir una mujer, que apenas tenía lugares donde educarse; por ello
es interesante tener en cuenta que “la educación de las mujeres de las clases acomodadas seguía
siendo cuestión familiar y privada, y a base de maestros particulares más que de colegios”
En este panorama, ¿cómo es posible siquiera que existieran escritoras, e incluso buenas
de las escritoras dieciochescas, tenemos hoy poca idea de cómo llegaron a tener los
conocimientos literarios que mostraron poseer las cuatro escritoras importantes de finales de
siglo: Josefa Amar y Borbón, María Gertrudis Hore, Margarita Hickey, y Rosa Gálvez. La típica
instrucción de la niña bien casadera no iba más allá de los principios de religión, leer un poco,
aprender un poco de francés para poder estar en sociedad, las gracias sociales como el baile y
algo de música, trabajos de aguja, y gobierno doméstico. ¿Hasta qué punto fueron verdaderas
excepciones en su ambiente, estas cuatro mujeres que publicaron sus obras originales en poesía,
De Margarita Hickey se sabe muy poco1. Nació con probabilidad en Barcelona hacia el
año 1753, hija de un coronel dublinés y una milanesa cuya familia se dedicaba a trabajar como
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cantante de ópera, y vivió desde su tierna infancia en Madrid. Allí fue casada de muy jovencita
con un septuagenario navarro que de militar pasó al servicio de Palacio. Se sabe que quedó viuda
antes de 1779 y que nunca más contrajo matrimonio. Sin embargo, gracias a su elevada cultura –
que aun desconocemos cómo adquirió, como en otros casos notables2– participó en círculos
privados de tertulia, entre ellos el de Agustín Montiano, donde conoció en 1766 al escritor
Vicente García de la Huerta, con el que mantuvo una amistad intensa, correspondencia y varios
autores dramáticos franceses y mujer de fuerte sentido religioso, vivía aún en 1791 y debió
fallecer a principios del siglo XIX. Esto es, a grandes rasgos, todo lo que se sabe.
“La mujer con voluntad y propósito de ser escritora sería alfabeta, socieconómicamente
privilegiada, y capaz de convencer a los censores eclesiásticos y civiles del valor de sus escritos”
(Sullivan 306). Margarita Hickey reunía todas estas condiciones, y, según el vigor de su pluma,
podemos deducir un fuerte carácter y gran inteligencia necesarios para defenderse como
individuo y como mujer de habituales acusaciones y trampas habituales, como veremos pronto en
el prólogo a sus Poesías. La amistad que lo unía con Huerta, por ejemplo, y según la
difícil situación política para el escritor, e incluso ella misma le redactó algunas cartas dirigidas al
amorosas... (1779) es una clara muestra de su compromiso con su condición de mujer ilustrada
defensora de sus derechos. Parece evidente que se inserta en el ambiente de fines del XVIII en el
El Prólogo explica las razones de la composición del más importante poema del libro, un
diálogo entre la España y Neptuno en elogio de Don Pedro Cevallos, un famoso militar que había
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Al mismo tiempo que hice en mis octavas la debida memoria del Excelentísimo Ceballos
(aunque no toda, ni tan dignamente como sus grandes méritos lo requerían, dejando el
desempeño de esta empresa a las plumas varoniles, que son a las que principalmente
Margarita utiliza el tópico retórico de humildad que es habitual en todo autor, pero
incorpora como causa no la habitual inferioridad artística que todo escritor se atribuye por
cortesía, sino que se hace eco de la idea conceptual que define a las mujeres y lanza la idea de que
no hizo mejor su poema laudatorio por ser mujer y por escribir de lo que no le corresponde: sobre
que en todas las épocas ha correspondido a la mujer es, todos lo sabemos, la lírica, la poesía de
En esta situación, colocar algo así en el prólogo, además de haberse atrevido a componer
y publicar en materia épica, resulta una evidente provocación al público y a la sociedad. Pero no
de mi poca habilidad y suficiencia, y hagan otros más, que yo con el buen fin y deseo de
que los que pueden y saben hagan mucho, he hecho este poco, que es a lo que alcanzan mis
fuerzas: y quien hace lo que puede, y da lo que tiene, ya se sabe que no está obligado a
Aquí aprovecha la escritora para destacar que al menos ella ha llegado a componer algo, a
pesar de su poca habilidad y suficiencia, y lo pone de ejemplo para que se tenga en cuenta que
quien hace un trabajo con esfuerzo y buena voluntad ha de ser justamente reconocido. La tensión
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crece en esas últimas frases, aunque dentro de los cauces retóricos habituales. Inmediatamente
Prevengo y con eso ingenuamente, que no he querido sujetar esta mi obrita al juicio y
corrección de nadie; y que solamente me he dejado llevar en ella para disponerla del modo
que está, de mi gusto, genio o capricho, y de las tales cuales luces que ha podido
comunicarme la afición que siempre he tenido a leer buenos libros en prosa y en verso:
conozco, trato y comunico algunos sujetos a cuya inteligencia y buen juicio, pudiera (y
debiera acaso) haberla sujetado; pero unos por haberlos contemplado muy afectos, otros
por poco, y a los más por suponerlos llenos de preocupación contra obras de mujeres, en
las que nunca quieren éstos hallar mérito alguno, aunque esté en ellas rebosando: he
desconfiado de la crítica de todos y he escogido por mi único juez al público el que sin
también se define como una persona que ha debido cultivarse por sí misma. En el estilo creo que
puede apreciarse el desapego y orgullo de quien no debe nada a nadie. No quiere ser encasillada y
aparece explícita la crítica y la desconfianza hacia una sociedad (y la autora incluye en ella a sus
inteligentes conocidos) que siempre tiene prejuicios contra obras de mujeres, o si no, funciona por
odios o afectos. Así, ofrece su libro confiándolo al juicio del anónimo público (inculto, por otra
parte) como forma de rechazo de la cultura hipócrita que la rodea, y también de este modo intenta
ganar un público (aunque sea futuro) para sí y para su causa a través de esta muestra de rebeldía.
Indirectamente, está llamando a aquella generación futura que libre de los prejuicios denunciados
sea capaz de mirar su obra con la serenidad de encontrarse tan sólo ante unos poemas.
Margarita, consciente sin embargo de no ser un genio, y seguramente para evitar que la
tachen por completo de arrogante, se dedica el resto del prólogo a señalar pormenorizadamente
los defectos de sus poemas, justificando las posibles tachas y errores de forma tan detallada que a
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ojos de hoy parecería innecesario. No lo es: desde sus ataques, que la colocan en el centro de la
atención como mujer que se declara orgullosa de serlo y de hacer poemas de hombres, tiene ahora
que demostrar que sabe qué es lo que ha hecho, que todo ha sido trabajo y que no ha sido fruto de
un capricho o casualidad. Y tiene que demostrar que sabe cómo se hacen los versos y qué versos
no le han salido bien: es decir, que es consciente de su trabajo, de su tarea, y que conoce el oficio.
No por eso digo, ni pretendo decir que mi Poema (si se le puede dar este nombre)
carecerá de defectos; tendrá quizá tantos como versos o pies y entre ellos podrá ser que los
de unos pies, son asonantes de otros: segundo, que uno u otro consonante de los últimos
pies de otras (con que se cierran) no tienen todo aquel rigor que exigen las reglas del arte; y
últimamente, que la última octava concluye en agudos que están ya desterrados de la buena
versificación por los delicados, rígidos y modernos versistas; a todo lo cual satisfago,
respondiendo en cuanto al primer reparo, que es cierto que estarían mejor, y sonarían más
bien aquellas dos o tres octavas donde se halla esta asonancia junta con la consonancia,
sino la tuviera, pero me salieron así naturalmente de la pluma, y sin trabajo alguno
la verdad y buen concepto que encierran, se les podía pasar ese pequeño defecto; fuera de
que no carecen de ejemplares, éstos, en los más celebrados Poetas de la Nación. Entre ellos
conoce cómo es verso a verso el oficio. Y al mismo tiempo demuestra su amplia cultura y lecturas
al reseñar una serie de prominentes autores que a su vez incurrieron –aunque ejemplarmente– en
estos defectos que ella también ha cometido –por lo tanto, yerra ilustremente. De la humildad a la
autosuficiencia, Margarita da la vuelta a cada paso, con marcada ironía, los tópicos habituales,
enfocándolos hacia una clara y agresiva defensa de sí misma. Sigue disculpándose y el cierre es
absolutamente provocador:
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y si este descargo no sirviese, sirva el que podrá hacerlas mejor el que más sepa y quiera,
como ya lo dejo insinuado (...) Que yo me contento con que no puedan con razón tacharme
capitales y esenciales que deben procurarse evitar en tales composiciones; los que, a Dios
gracias, no me cuesta gran trabajo ni cuidado huir porque naturalmente me lleva mi genio a
coincide con la definición habitual de la época, sino que se caracteriza por la expresión noble de
este colofón: tras haber rechazado ciertos tópicos socialmente extendidos sobre el papel y la
capacidad intelectual de la mujer, es ella misma, una mujer, la que destierra tales ideas y redefine
su figura, con un alegato sobre sí misma y sobre su obra. Margarita no espera las alabanzas de
varones que justifiquen su obra, su osadía; ella misma se basta para hacerlo sola: rechaza así
cualquier tipo de tutoría impuesta o de paternalismo sobre sus actuaciones y el posible valor de
éstas. Se rebela y revela como mujer que ha rebasado la mayoría de edad en una sociedad
obligatorias que debían encabezar su obra, aparecen tres dictámenes laudatorios sobre la misma y
sexuada de la autora en relación con el alto valor de su obra. Veamos la primera, perteneciente al
padre Villalpando:
Señora: «he leído con singular gusto su Poema, y celebrado en él su espíritu, afición a
las buenas letras y al mérito; cualidades sumamente apreciables aun en los varones más
distinguidos; cuanto más en las señoras de la clase de V. convendrá que su obra la vea la
luz pública para que sea un testimonio del aprecio que se hace en la Nación del valor y
pericia militar, que a más de los premios sobre abundantes y dignos del magnánimo
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corazón de nuestro Soberano, de las alabanzas de los primeros sujetos de la Nación, logra
también los graciosos elogios de un sexo, que el vulgo cree incapaz de ideas de esta
naturaleza.
obra; de que por lo mismo me abstengo, contentándome con ofrecerme a sus órdenes, como
Capuchino.»
La obra no sólo merece su publicación por alabar las virtudes militares y a un gran héroe
patrio, sino que también elogia y es digna de haber sido ideada por una mujer, contra lo que
eran una relación habitual. Aunque dudo que fuera sólo el vulgo quien lo pensase. El capuchino,
quizás para que no sea malinterpretado como oportunista y falso adulador, dice no querer elogiar
mujeres.
«He visto la obra, breve, lucida y compendiosa, compuesta en cincuenta y cinco octavas,
miró harto propia; cuya propiedad me trae a la memoria una serie bastante dilatada de
especialmente desde el tiempo del Señor Don Felipe II, III, IV y V, de donde se ve, cuan
incierta fue la opinión de algunos; haciendo poca merced al entendimiento de las señoras
diversos sexos racionales. (...)por todo me parece bien dirigida la obrita, y no descubro
Así, a la propia defensa realizada por sí misma, se añaden la de sus censores, varones que
huyen de retóricas paternalistas y que no sólo admiten la valía de su obra y su autora, sino que
declaran abiertamente el derecho de la mujer a utilizar sus talentos y dones, otorgados por Dios a
placer entre individuos de ambos sexos. Y en un último párrafo, que cierra las tres aprobaciones,
resume la fuerte intencionalidad de éstas en destacar que es una mujer la que compuso la obra, y
que no por sus alabanzas el poema será mejor, sino que vale en sí mismo. Es decir, se niega la
protección o aval de las aprobaciones sobre la autora, y se da a entender que surgen como muestra
Estas aprobaciones se dan a la estampa con el Poema que las ha motivado, no con el fin de
que sirvan para prevenir y captar el elogio de este, cuya diligencia y precaución (de la que
bueno en sí, no bastarán todas las aprobaciones imaginables a hacerle parecer tal: danse,
tiene &c.
componen el libro de Hickey Pellizoni. Exclusivamente tratan del gran poema épico que ha
compuesto en honor del capitán Cevallos. Sin duda, es el poema principal, más elaborado y de
tema serio. El resto son poemas que, respecto a él, podrían considerarse menores por sus asuntos
fundamentalmente amorosos. Asuntos que eran el centro de la vida social de la época, con énfasis
y tener un cortejo o acompañante íntimo. Y así, es aquí donde Margarita adopta más libertad y
descaro –el descaro femenino fue una nueva virtud de las damas– al tratar tópicos que,
nuevamente, afectan a la figura de la mujer respecto a la del varón. La cuestión del ser hombre y
ser mujer en el amor queda claramente planteada en los dos siguientes fragmentos:
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Altaneros y abatidos;
Humildes, si aborrecidos;
Si amados, irreverentes;
Y sin él desatendidas;
Conseguidas, ultrajadas;
Y en la vejez despreciadas.”
Como acertadamente señala Deacon: “En efecto muchos poemas parecen inspirarse en un
deseo de vindicar los derechos de la mujer” (Deacon 408). Y se repite de manera recurrente, en
forma de historias poéticas en las que el maltrato de los hombres hacia las mujeres se hace claro e
inexcusable. Por ejemplo, en un poema en el que se parte de un acusador estribillo del poeta
Góngora hacia las mujeres, se protesta por la naturaleza infiel que se les imputa cruelmente, y que
a juicio de la autora no es precisamente una virtud de los hombres. Así, como ha estudiado
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detenidamente Salgado (1994), Margarita comenta, glosa y critica poéticamente –y desde una
historia de las mentalidades (el estribillo de Góngora va en cursiva): Guarda corderos Zagala,/
Zagala no guardes fe, / que quien te hizo pastora / no te excusó de mujer. / No sé por qué aquel
discreto / dulce plectro Cordobés / a esta donosa sentencia / no añadiría también, / Guarda
corderos Zagala, / Zagala no guardes fe, / que los hombres comúnmente / no la saben merecer.”
mujer seducida y tras ello abandonada, una mujer que guarda fielmente la ausencia de un hombre
que la engaña allá por donde pasa, una mujer asesinada por celos, el fanfarroneo de quienes a
voces alardean de haber seducido a una mujer. Al final, sólo le queda concluir y resumir, con
marcada ironía: “Mira a ésta, mira a aquélla, / mira a éste, mira a aquél, / y verás patentemente /
corderos Zagala, / Zagala no guardes fe, / que los hombres comúnmente / no la saben merecer: / y
quien te hizo pastora / no te excusó de mujer”. Así, Margarita decide desafiar al ingenio con el
ingenio, además de corregir y reelaborar con vigor intelectual y elegancia estética un tópico que
desencumbramiento del hombre. Quizás en este sentido sea el más representativo el poema
protagonizado por la dama Esmaragda, dama que, aunque no aborrece a los hombres, los desdeña
“porque advertida, / sus defectos y excesos / les conocía”. Y se repasan breve pero intensamente
estos defectos que nunca son denunciados o advertidos: “Si sabiondos preciados / hay que
sufrirlos / si ignorantes son necios, / otro martirio; / de cualquier suerte, / es molesto su trato / si
bien se advierte. / Si aman son importunos / si no groseros, / que andan siempre estas fieras / por
los extremos; / y tan viciosos, que al mayor juicio el verlos / volverá loco. / Celos crueles dar
quieren, / y no tenerlos, / prueba evidente y clara / de sus cerebros; / Pues que pretenden, / en
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amor diferencias / que no se deben. / Que para eso son hombres, / dicen muy necios, / como si
acaso el alma tuviera sexo; / locura rara, / pretender distinciones / el que se iguala. / Agrados y
caricias / en vez de quejas, / cuando ofenden aleves / hallar quisieran; / y ellos airados, / vengar a
sangre y fuego / cualquiera agravio.” En la más pura tradición literaria contra mujeres, Margarita
Hickey revierte los términos y contraataca ofreciendo su propia medicina a los hombres. Como
una Sor Juana Inés peninsular, con renovado vigor y atrevimiento, desparpajo incluso, coloca los
puntos sobre las íes y continúa su ataque fulminante hasta no dejar de acusar a hombre alguno:
“Éstos son sus defectos, / los más comunes, / de los que no se eximen / los de alta cumbre; /
callándose otros / más feos, indecentes, / e indecorosos. / Si aquestos son los hombres / tan
decantados, / éste el sexo perfecto / privilegiado; / éstos los fuertes, / los graves, esforzados, / y
los valientes.” La ironía degrada todo aquello de lo que muchos hombres presumían desde hacía
siglos, arrasa con la imagen ideal del hombre que se ha erigido a través de los tiempos mediante
una construcción tenaz e invariable de un orden simbólico patriarcal que dejaba a la mujer bajo su
albedrío. La llegada de esta Esmaragda –quizás su alter ego– supone para Margarita Hickey la
rebelión, en principio a través del desdeño, contra la cultura impuesta por los hombres a las
mujeres. Así, Esmaragda se erige en el modelo de nueva mujer que desenmascara a los hombres,
los desmitifica de una vez por todas y rechaza sus engaños, sus trampas. Y todo esto “supo
entenderlo, / cuando a ninguno digno / de sus afectos / contempló noble; / pues el más estirado /
al fin es hombre”.
semblante más sensible y humano, menos ironía hiriente. Son poemas donde se llega a
aconsejar a hombres y mujeres, dentro del ámbito cortesano en el que ella se movía,
cómo deben cultivar ciertas virtudes para que el amor entre ellos sea posible y concorde.
concluyente, anima a ellos a buscar un ideal: “Amor te advierte piadoso,/ que si tú, amante y
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discreto / supieres guardar secreto,/ llegarás a ser dichoso.” Y advierte a los hombres de los
peligros que amenazan su carrera hacia el amor respetuoso y fiel: inconstancia, vanidad,
A ellas, para lograr un hombre así, les recomienda que “si a tu amante quieres fiel / debe
alternar tu destreza, / el rigor con la fineza, / entre piadosa y cruel.” Y denuncia explícitamente
algunos excesos entre las mujeres, que hacen perder a veces a buenos hombres: “Es excesivo el
rigor con que maltratas a tu amante, / siendo su afecto constante; / de tu fineza acreedor.” O “No
maltrates satisfecha, / que el desdén prueba el amor, / usa con tiento el rigor, / porque si es mucho
despecha.” Al fin, pide el premio para aquellos que, a su juicio, sí lo merecen por poseer ciertas
virtudes: “Solícito es y discreto, / Ysbella, tu fino amante, / prémiale porque es constante, / y sabe
guardar secreto”.
Pero Margarita Hickey no sólo reivindica una defensa femenina frente a la idea que de
ella difunde el hombre, y no sólo propone un comportamiento de igualdad en el trato entre parejas
en el que cada uno cumple su papel, sino que además busca la libertad y el respeto hacia la mujer
que ama y decide, en algunos casos, nunca caprichosamente, dejar de amar. En un poema que
semeja una larga carta dirigida a su amigo, la poeta expone delicada, abiertamente y al mismo
tiempo con firmeza y valentía, sus dudas acerca de una relación que ya ha comenzado y que no
desea proseguir: “ni sé decir si te amo, / ni te sabré decir si te aborrezco./ Toda soy repugnancias,
pide que comprenda su decisión: “Para lograrlo, Fabio, / te pido contento / con lo que has
merecido, / de tu ambición moderes los excesos. / No te ofenda, bien mío, / lo extraño de este
decisión más difícil, comprometida y consciente, de la que emana una gran responsabilidad y al
mismo tiempo exige osadía: acabar con una relación ya empezada y de la que no existe queja
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alguna por parte de la mujer, excepto ciertos temores de alguna futura infidelidad que no puede
evitar. De nuevo como una larga carta, el poema explica la delicada situación y pide excusas y
respeto por la decisión tomada. Comienza así: “Lesbio, aunque tu amor lo sienta / darte cuenta
determino, / de las rigurosas ansias / que afligen cruelmente el mío. / No me mueve a ejecutarlo /
traición, mudanza ni olvido, / ni de una pasión lograda / el decantado fastidio. / Tienen mis fieros
pesares /más generosos principios, / pues nacen del noble origen / de mi amoroso delirio. / Mi fe
sólo verdadera / impele fiel mis suspiros, / no bastardas impresiones, / mi bien, de un deseo ya
tibio. / (...) Yo, Lesbio, negar no puedo / que tu rendimiento fino / nada que anhelar le deja / a mi
amante desvarío. / (...) y con sumo gozo mío / te he encontrado más amante / cuando más
favorecido. / (...) logras con tu noble estilo, / que el corazón no eche de menos / la libertad que ha
perdido. / (...) El que desdeñado adora, / y el que ama favorecido, / son, pues, los que justamente /
merecen nombres de finos. / Pero estas pruebas que sobran / para que el tierno amor mío / viva
contento, no bastan / para que viva tranquilo.” Sí: reconoce abiertamente que el amante es
intachable, y por ello admite posibles reproches: “Dirasme que antes de haber / tu rendimiento
admitido, / esas tristes contingencias / debería haber previsto, / o para rehusar entonces / tus
que tendrás para decirlo, / pero hasta que me vi en él / no advertí necia el peligro.” Reconoce su
error, pero sobre todo se impone corregirlo, liberarse, y seguir su camino: “ya que no es posible
odiarte, / por lo menos solicito / poner el debido coto / a mi ciego desvarío.” Su decisión se le
impone firme y necesaria: “Ya desde este instante, Lesbio, / firmemente determino, / volver a
cobrar del alma / el antiguo señorío. / Dentro del pecho se ahoguen / de amor ardientes suspiros, /
responsable ante el hombre que la ama, al que desea consoladoramente futura felicidad: “Todas,
más que yo merecen, / y serás (¡ay hado esquivo!) / con cualquiera más dichosa, / de ninguna más
querido. / Pues más que yo son felices, / gocen ellas, Lesbio mío, / tus amantes expresiones, / tus
lisonjeros cariños; / y en mi pecho resucite / el feliz sistema antiguo, / de cifrar todos mis gustos /
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en indiferencia y libros: / pues que yo con el esfuerzo / no me hallo que necesito, / para vencer los
temores / en que mísera cavilo.” Finalmente espera algo más que comprensión serena, exige
le pese / hoy al tuyo le suplico, / que de su arrogante empeño / desista ya compasivo. / (...) Mas
no por eso pretendo / que me olvides fementido, / pues antes eternamente / de tu gratitud exijo, /
que me ames, como te he amado, / me quieras como he querido, / como te aprecio me aprecies, /
clandestino (Salgado 1992), justifica un comportamiento como mujer ante el complejo y voluble
mundo del amor, y reivindica al mismo tiempo la posibilidad de disponer libremente de sus
sentimientos y actuar consecuentemente con ellos sin recibir a cambio críticas injustas: más aún,
siendo respetada y amada o apreciada justamente por ello. Al igual que para defender la
capacidad intelectual de la mujer escritora, como lo había hecho en el prólogo a sus poesías,
ahora también para el nivel de la vida sentimental (que puede extrapolarse al mundo social, pues
ambas facetas estaban muy unidas en el XVIII) justifica y explica clara y delicadamente las
razones que llevan a una mujer a actuar como su razón y corazón le indiquen, sin que ello sirva
para discriminar su actitud y su persona ante los hombres: muy al contrario, la autora parece
querer legitimar mediante estos poemas las posibles decisiones o respuestas que puede adoptar
NOTAS
1
La principal y casi única fuente de información hasta el momento sobre la biografía de M. H. sigue siendo
el voluminoso compendio de Manuel Serrano y Sanz.
2
Véase Sullivan 311, citado antes.
3
Aprobaciones o dictamen, y parecer de los RR. PP. MM. Fr. Francisco de Villalpando, Fr. Fidel de
Gordojuela, y Fray Antonio de Victoria, Religiosos Capuchinos; Lectores de Teología los dos primeros, y
Ex-Lector y Ex-Definidor primero, Custodio y Predicador de S. M., el tercero en su Convento de
Capuchinos de San Antonio del Prado de Madrid, dada al primer Poema, dispuesto en Diálogo entre la
España y Neptuno, en elogio del Capitán General Don Pedro Ceballos; el que se sujetó a la censura de
estos RR. PP. inmediatamente que se compuso, en la ocasión del fallecimiento del nominado Don Pedro
Ceballos, en el año de 1779 por si podían contener algo contra la fe y buenas costumbres
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OBRAS CITADAS
LÓPEZ-CORDÓN, María Victoria. “La situación de la mujer a finales del Antiguo Régimen
(1760-1860)” en VVAA. Mujer y sociedad en España (1700-1975), Madrid, Ministerio de
Cultura, (1982): 47-107.
MARTÍN GAITE, Carmen. Usos amorosos del XVIII en España, Madrid, Siglo XXI, 1972.
SALGADO, María. “El autorretrato clandestino de Margarita Hickey, escritora ilustrada”, Aix,
Univ. Provence, (1992): 133-47.
SULLIVAN, Constance A. “Las escritoras del siglo XVIII” en ZAVALA, Iris M. Breve historia
feminista de la literatura española (en lengua castellana), tomo IV. La literatura escrita por
mujer (De la Edad Media al siglo XVIII), Barcelona, Anthropos, 1997. 305-30.
ZAVALA, Iris M. Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana), tomo
IV. La literatura escrita por mujer (De la Edad Media al siglo XVIII), Barcelona, Anthropos,
1997.