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Voces de la alteridad:

estudiantes de la Ibero,
de pueblos originarios
Voces de la alteridad:
estudiantes de la Ibero,
de pueblos originarios

Coordinadoras
Mercedes Ruiz Muñoz
Martha Franco García

Universidad Iberoamericana
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.
BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

[LC] HQ 1123.V62.2017 [Dewey] 305.40922 V62.2017

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios /


Mercedes Ruiz Muñoz, Martha Franco García. – México: Universidad
Iberoamericana Ciudad de México, 2017. – 232 pp. – 14 × 21 cm. – ISBN:
978-607-417-441-0.

1. Mujeres – América Latina – Biografía. 2. Identidad de género.


3. Mujeres migrantes – Estudio de casos. 4. Discriminación sexual.
I. Ruiz Muñoz, Mercedes. II. Franco García, Martha. III. Universidad
Iberoamericana Ciudad de México.


D.R. © Universidad Iberoamericana, A.C.


Prol. Paseo de la Reforma 880
Col. Lomas de Santa Fe
Ciudad de México
01219
publica@ibero.mx

Primera edición: 2017


ISBN: 978-607-417-441-0

Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción hecha sin


consentimiento del editor se considerará ilícita. El infractor se hará
acreedor a las sanciones establecidas en las leyes sobre la materia. Si
desea reproducir contenido de la presente obra escriba a: publica@ibero.mx

Impreso y hecho en México.


Índice

7 Prólogo
Martha Corenstein Z.

11 Narrativas biográficas a contracorriente


Mercedes Ruiz Muñoz y Martha Franco García

51 Voz desde la identidad maya k’iche


53 Mi padre me decía: “Regresa a casa
cada vez que puedas”
Ana Felisa Chaclán

79 Voces desde la identidad ñuu savi


81 De niña caminaba con la luz de la luna,
entre las montañas, cercana a las nubes
Florina Mendoza

103 Situarme frente a mi historia hace que reclame


la oportunidad para que todos asistan a la escuela
Gloria Gracida Martínez
133 Voces desde la identidad quechua
135 Estar lejos de nuestra tierra
es como quedar huérfana
Edith Paucar

157 Mi lengua es el quechua, pero también


me comunico en otros idiomas
Isabel Saldaña

187 Voz desde la identidad tsotsil


189 Todavía me falta caminar, conocer realmente
quién soy y hasta dónde puedo llegar
Floriana de la Torre Sánchez

221 Consideraciones finales: el rumbo


de nuestras voces

225 Bibliografía
Prólogo

Este libro es la concreción de un proyecto y el resultado de un


taller biográfico que llevaron a cabo Mercedes Ruiz y Mar-
tha Franco en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de
México, con el fin de recuperar las narrativas de seis jóvenes
mujeres, en ese entonces estudiantes de maestría de la Univer-
sidad, en las que contaron sus narrativas de vida, cruzadas por
sus condiciones de ser mujer, indígena, migrante y estudiante.
Con sus relatos, muestran el sinuoso camino que recorrie-
ron desde sus comunidades de origen en Guatemala, Perú y
México, hasta llegar a ser estudiantes de la Ibero. Son testimo-
nios de lo que ocurre día a día con miles de mujeres que viven
en comunidades indígenas de América Latina, caracterizadas
por sus condiciones de pobreza. Por ello, sus vidas representan
un ejemplo de esfuerzo, entereza, valor y trabajo, para dejar de
ser invisibilizadas y negadas por las costumbres, las tradiciones
o la discriminación, y convertirse en mujeres valiosas para ellas
mismas, para sus familias y sus entornos.
La construcción de narrativas biográficas en la investi-
gación social y educativa ha cobrado, en los últimos años, un

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lugar importante en la comprensión de las historias de distintos
sujetos, y esta obra contribuye sólidamente con la recreación de
seis voces que logran empoderarse a pesar de circunstancias
adversas, derivadas de su condición social, étnica y de género.
Las autoras Ruiz y Franco, en un rico y pertinente capítulo
introductorio, nos presentan cómo llegaron a estos relatos de
vida, lo cual implicó, teórica y metodológicamente, un comple-
jo proceso de construcción y reconstrucción, donde lograron
activar la memoria, las imágenes y los recuerdos de las protago-
nistas. Recuperarlos no sólo representa un aporte valioso, sino
que el entramado que tejen de sus vidas nos permite conocer y
reconocer al otro, así como reflexionar sobre complejas realida-
des de otros espacios.
Los testimonios de Ana Felisa, Florina, Gloria, Edith,
Isabel y Floriana dan cuenta de que, aun en circunstancias
poco favorables, como sucede con miles de mujeres indígenas,
se puede trascender y ganar espacios educativos y profesionales.
Todas narran cómo enfrentaron la adversidad y de qué manera
sufrieron y sobrellevaron la discriminación, la humillación, la
marginación, la exclusión y la indiferencia por su tránsito por la
escuela; pero también relatan que gracias al apoyo de sus padres
y a la importancia asignada a la educación, lograron superar
obstáculos y avanzar en su búsqueda de mejores condiciones
de vida hasta convertirse en profesionistas. Son narraciones en
retrospectiva que hacen de su propia vida y representan una
forma de construir su realidad, de ordenar y apropiarse de su
experiencia, así como de los significados particulares y colecti-
vos donde están insertas.
La lectura de estos relatos constituye una posibilidad
de conocer y de comprender también la construcción de las
identidades maya k’iche, quechua, ñuu savi y tsotsil de
estas mujeres. Nos entretejen el discurso de su trayectoria

8 | Prólogo
de vida y nos comparten imágenes, recuerdos, costumbres,
tradiciones y saberes de estos pueblos originarios, mostrando
cómo la subjetividad y lo individual incorporan también lo co-
lectivo y los procesos sociales.
En suma, este libro convoca al conocimiento y la com-
prensión de las voces y relatos de distintas mujeres jóvenes de
diversos orígenes y trayectorias, que seguramente tendrán mu-
cho que seguir contando en los caminos que aún les queda por
recorrer, pues la autobiografía no deja de narrase sino hasta
que termina la vida misma. De igual forma, la obra propicia el
análisis y la reflexión de este rico y ejemplar espacio biográfico;
además, nos abre la posibilidad de que otros se vean reflejados
en estas historias y den sentido a sus vidas.

Martha Corenstein Z.

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Narrativas biográficas
a contracorriente
Mercedes Ruiz Muñoz y Martha Franco García

En este libro presentamos los relatos de estudiantes de la Uni-


versidad Iberoamericana, pertenecientes a pueblos originarios.
En el marco del proyecto del derecho a la educación y la justi-
cia, y a invitación expresa del Programa de Interculturalidad, se
conformó un proyecto común, un taller que, por su proceso,
alcances y posicionamiento, podemos situarlo como un espacio
biográfico (Arfuch, 2005a).
Este trabajo es resultado de la construcción de un taller
biográfico integrado por jóvenes universitarias de la Ibero y dos
coordinadoras del Departamento de Educación, articulado
desde diversas voces que se alzan de manera individual, pero
inscritas en un espacio común. El escuchar cada relato biográ-
fico les permitió repensarse a sí mismas como jóvenes universi-
tarias, mujeres latinoamericanas, originarias de comunidades
indígenas, hablantes de la lengua materna y del español.
Este material, que se inscribe en la perspectiva de las
narrativas biográficas, constituyó una apuesta epistemológica,
debido a que el proyecto fue más allá de situarnos en los micro-
rrelatos y emplear una metodología acorde. Consideramos que

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la complejidad de las narraciones nos ubicaban en una zona
intersticial entre dos construcciones epistémicas asimétricas,1 ya
que al relatar sus trayectorias,2 las estudiantes que participaron
en este proyecto fluctuaban entre dos mundos de la vida: el de
sus pueblos y el de la cultura hegemónica.
Con esto, los registros que fuimos construyendo desde la
oralidad y la escritura planteaban “la imposibilidad de estable-
cer una identificación inequívoca… la tensión entre dos mun-
dos cuyos contenidos son difícilmente traducibles entre sí,
todas las cuestiones afectivas inherentes a una subjetividad des-
garrada, el nomadismo de la condición contemporánea” (La-
clau, en Arfuch, 2005a: 14) que irrumpía, se enfrentaba y, en
ocasiones, se posicionaba sobre el valor territorial que las había
cobijado y que había engendrado el sentido primario que te-
nían de la vida.
Las protagonistas fueron seis alumnas de la Universidad
Iberoamericana, pertenecientes a pueblos originarios, que
mantenían como experiencia de vida haberse formado, prime-
ro, desde la construcción de sentido de la comunidad de origen
y, posteriormente de manera gradual, en la hegemónica, que les
impuso otra construcción del saber. En este proceso fue nega-
do, de múltiples formas, el valor de su cultura y con ello la
manera de ver el mundo que habían aprendido en el seno fami-
liar y comunal. A pesar de todo, ellas lograron mantener la cul-
tura materna como un importante referente identitario.
De esta manera, desde la conformación experiencial de estas
estudiantes, las narrativas darían cuenta de cruces de frontera
1
Esto lo sabíamos desde el principio por experiencias anteriores, y precisamente
este grado de complejidad representó, en todo momento, una apuesta de sentido
política y ética.
2
Nos referimos a la noción de “Trayectoria como la serie de posiciones sucesiva-
mente ocupadas por un mismo agente (o un mismo grupo) en un espacio en deve-
nir y sometido a incesantes transformaciones” (Bourdieu, 1977: 78).

12 | Narrativas biográficas a contracorriente


entre ambas construcciones de sentido, de maneras múltiples
y en una diversidad de condiciones, entre evidentes tensiones y
contradicciones.
Ante esto, en la construcción del proyecto nos cuestiona-
mos: ¿Cómo armar las narrativas desde esa complejidad exis-
tencial?, ¿cómo dar cuenta desde la escritura, de estas
identidades? Y es que como refiere Bourdieu (1977), retoman-
do a Grillet, lo real es discontinuo, está formado por elementos
únicos, contingentes, mezclados, difíciles de capturar por surgir
de manera imprevista.
Robin (2007) señala que las formas identitarias en la es-
critura son fragmentadas, cortas, que hablan de heridas, trage-
dias, del tartamudeo de la historia, las rupturas de la historia,
después de habernos acostumbrado a relatos largos, totalizado-
res, completos, que definían de principio a fin a los sujetos es-
tables y en su contexto.
Así, asumiendo la responsabilidad teórica, pero también
ética y política, partimos de problematizar el campo y recupe-
rar planteamientos conceptuales que nos permitieran, a manera
de andamiaje, diseñar el proyecto que propusimos al equipo de
trabajo. Nuestro interés fue crear un espacio de diálogo, re-
flexión, un encuentro identitario, donde las confluencias y las
divergencias posibilitaran el hecho de ir tejiendo las diversas
rutas de vida de cada participante en dos planos imbricados: el
personal y el colectivo. Y con esto, situarnos en la noción de
espacio biográfico como “horizonte de inteligibilidad que per-
mite una lectura transversal, simbólica, cultural y política, de las
narrativas del yo -y sus innumerables desdoblamientos- en la
escena contemporánea” (Arfuch, 2005a: 18).
El plano colectivo que podemos situar en “la escena con-
temporánea” referida por Arfuch, tenía un sentido importante
que remitía a un posicionamiento social explícito, debido a que,

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en las primeras reuniones, las estudiantes señalaban que no po-
dían nombrarse, ni recordar sus primeros años de vida de ma-
nera aislada de sus familias y sus comunidades. En el ejercicio
de “hacer memoria” se evocaba fuertemente lo comunitario.
No podían nombrarse sin nombrar el cuerpo social y te-
rritorial al que pertenecen, como un todo en el que ellas mismas
se sitúan como parte complementaria. En este caso, el yo en
el nosotros es uno, y el acto fue lograr situarse frente a su rea-
lidad para hilar, desde la memoria, lo que son a partir de un
ejercicio histórico, social, político, ético, para construir a través
del texto la identidad, no como una simple descripción, porque
los escritos de las compañeras van más allá de eso; nos van
llevando al interior, con trayectorias, líneas de fuga, altos en
los que se cuestionan, reflexionan, callan, articulan su expe-
riencia al tejido social, entre otros actos que permiten advertir
la complejidad de la exotopía, en una relación del sujeto con
su filiación comunitaria, narrarse en el con-texto; es decir,
situarse en comunión.
De este modo, narrar la vida en un diálogo entre las inte-
grantes del taller biográfico permitió construir, a través del re-
lato vivencial de cada una, la identidad étnica (de manera
evidentemente compleja); es decir, presentar desde la experien-
cia de estas estudiantes de origen maya k’iche, tsotsil, ñuu savi
y quechua la cotidianidad comunitaria, el sentido de perte-
nencia, la comunalidad (Díaz, s/f ),3 la sabiduría aprendida en el
lugar de origen:

3
Díaz (s/f: 3) refiere que la comunalidad define la inmanencia de la comunidad
indígena. Los elementos que la conceptualizan son: la tierra como madre y como
territorio; el consenso en asambleas para la toma de decisiones; el servicio gratuito,
como ejercicio de autoridad; el trabajo colectivo, como un acto de recreación y los
ritos y ceremonias, como expresión del don comunal.

14 | Narrativas biográficas a contracorriente


La Madre Tierra es nuestra fuente de vida; por ello es de suma im-
portancia el respeto hacia los guardianes de los cerros, de las cuevas,
de los terrenos y de los santos. Lo que acostumbramos en mi familia
es pedirle a un curandero de confianza que haga un ritual en la casa,
para agradecerle a Dios, a los santos y a nuestros Padres y Madres
ancestrales que nos dan vida, que nos protegen y nos dan lo que
tenemos. Por ello les pedimos que no nos abandonen. Esta ceremonia
la realizamos tres veces al año, al inicio, en medio y a finales (Floria-
na-tsotsil).
Las mujeres indígenas creemos mucho en la herbolaria, tanto así,
que cuando una mujer da a luz, durante los siguientes nueve días debe
recibir tres baños en temazcal, y debe bañarse con varias hierbas que
son las que ayudarán a que ella produzca la leche suficiente para ali-
mentar a su hijo; esta es una tradición que se vive no sólo en los can-
tones sino que también la practican los indígenas del área urbana. A
mis hermanas, sus suegras y mi mamá les prepararon el baño, y la
encargada de pasar las hierbas y hervir el agua para que la nueva ma-
dre se bañe es la comadrona, junto con la suegra. Esta práctica la se-
guimos teniendo, es un saber que se relaciona con nuestro bienestar y
salud (Felisa-maya k’iche).

Pero también en estos relatos era posible advertir los conflictos


propios de las relaciones sociales, la migración y el retorno (que
significa volver a casa con otro tipo de experiencias, amasadas
en la vida cotidiana desde otro lugar). Es decir, dar cuenta,
desde los sujetos, de la identidad narrativa comunitaria que
configura el rostro y el corazón de los pueblos originarios y de
las congregaciones (barrios, colonias, parajes, etc.) que han
fundado al migrar de su territorio,4 y la experiencia acumulada
4
 ecuperamos la noción de territorio de Giménez, quien refiere que es un espa-
R
cio valorizado, material y simbólico impregnado de historia, cultura y del trabajo
humano. Y plantea tres dimensiones en que se imbrica el territorio y la cultura.

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en la cultura hegemónica occidental en la que también están
inscritas.
Y es que el cruce hacia pautas culturales y sociales hege-
mónicas impuestas por la escuela, el comercio, la migración, etc.,
han constituido también sus referentes, que fueron aprendiendo
e incorporando en ocasiones intempestivamente, otras veces en
forma forzada o repentina, pero también de manera gradual, y
con ello reconfiguraron su identidad. De esta forma, en sus tra-
yectorias de vida podemos observar que, de manera complicada
y a veces contradictoria, se fueron apropiando de otros sentidos
de vida, y en ese tránsito, casi todas, de manera conflictiva y
dolorosa en algún momento de su vida, replantearon su origen
como una oportunidad de decidirse por una “reinserción cons-
ciente y activa” a sus comunidades de origen y, con ello, lograron
una potenciación subjetiva de gran relevancia.
Son el sujeto de la decisión, desde el cruce de fronteras;
con capacidad de inscribirse y mirarse desde la confluencia de
experiencias, mostrándose a los otros con rostro y corazón pro-
pios: manteniendo formas arcaicas (diría De Certeau), de las
que se ha nutrido el legado; articulado y en tensión con lo con-
temporáneo. En este sentido, es ilustrativo el caso de Florina,
joven ñuu savi. Estando en Chiapas como parte de un equipo
que realizaba un documental, reconoció en la vida cotidiana de
pueblos mayas la importancia de su propia identidad étnica.
Así, su reinserción consciente se muestra como una catarsis
existencial en la que se reedifica potenciándose en el acto:

La primera consiste en que “el territorio constituye por sí mismo un espacio de


inscripción de la cultura y por lo tanto equivale a una de sus formas de objetiva-
ción… [la segunda como] marco o área de distribución de instituciones y prácticas
culturales… y [la tercera] el territorio puede ser apropiado subjetivamente como
objeto de representación de apego afectivo y sobre todo como símbolo de perte-
nencia socio territorial” (Giménez, 1996: 14-15).

16 | Narrativas biográficas a contracorriente


Mi experiencia de trabajo en Chiapas fue el inicio de un autorrecono-
cimiento, mirando al otro que era yo misma. Estaba impactada de
mirar a la gente de las comunidades con sus atuendos coloridos y el
orgullo al portarlos… Cuando llegábamos a las comunidades, miraba
a las niñas cuidar a los borregos, y era como mirarme a mí misma, a la
gente trabajando el campo, el olor de la tierra, la música y a sus fiestas,
escucharlos hablar su idioma; me parecía que me regresaba a ese pasa-
do en el que presencié lo mismo cuando era niña, como si volviera a
nacer nuevamente y a vivirlo otra vez. Y creo que lo fue simbólica-
mente, porque el atreverme a ponerme un huipil fue para mí algo tan
significativo e indescriptible que no pude controlar mis lágrimas. En
ese momento había identificado quién era yo, era ñuu savi y podía
decirlo sin sentir temor o rechazo a mi idioma, a mi propia cultura y a
la mirada de los otros. Me incorporaba con dignidad, salía de la auto-
rrepresión, entendía mi pasado en relación con la alteridad y el propio
ser condicionado a olvidar, a cambiar porque no hay espacio para él.
Entonces comprendí por qué había llegado a dar una especie de
“transformación” o de negación hacia mi origen… Sin embargo,
también comprendí que en esas condiciones adversas aprendí mucho
de la cultura de los otros, en la que me he desenvuelto. El paso ya
estaba dado, consistió en una catarsis dolorosa y liberadora (Florina-
ñuu savi).

La fuerza de la palabra es impactante, cuando la representación


del sujeto frente a sí y a su historia permite constituir un texto
propio y profundo, y más aún cuando se convierte la experien-
cia de cada uno en el entramado de vida de todos; un espacio
biográfico que condensa desde la representación propia (subje-
tiva) el espacio y el tiempo social.
Por otra parte, es importante señalar que el espacio donde
se llevó a cabo el taller biográfico es evidentemente significa-
tivo: un aula universitaria de la Iberoamericana. Este sitio

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condensaba, desde la construcción de sentido social, tanto el
espacio erigido para la enseñanza de la cultura académica,
como la institución en la que tiene cobijo la expresión de ideas.
Debido a esto, allí se ejercitó el derecho a la libertad de con-
cepciones y pensamiento propios de una universidad y tam-
bién el reconocimiento a la diferencia, desde la voz colectiva
que una y otra vez hacía trazos de vida intentando hacer visi-
ble un posicionamiento indígena dentro de la institución, un
acto de conciencia y entendimiento del sujeto en “el mun-
do-mundos de la vida”.5
La intención de constituirnos como grupo teniendo como
espacio común la universidad y como interés pensarnos desde
la identidad, fue rearmar desde la palabra com-partida la trama
de vida que imbrica lo social y lo subjetivo, para hablar de lo
propio (lo subjetivo en el anclaje con lo nuestro); además de dar
cuenta de la relación que se construye con la alteridad. En este
sentido, es claro que las narrativas y el libro en su conjunto es-
tán inscritos en el campo de las identidades étnicas, las cuales
son soporte de reconocimiento y filiación al nosotros, y es que:

La identidad en acción, la etnicidad, puede ser definida en forma sin-


tética como la manifestación política de lo étnico… La identidad ma-
nifestada como etnicidad posee una capacidad de definición contrastiva
en la medida en que da que ser a diferentes actores sociales, señalando
los perímetros que delimitan sus filiaciones (Bartolomé, 2004: 76).

Cada participante, a través de su relato, fue delineando el con-


torno del nosotros desde donde se cobija, representa, cuestiona,

5
“ El mundo de la vida, entendido en su totalidad, como mundo natural y social, es
el escenario y lo que pone límites a mi acción y a nuestra acción recíproca” (Schutz
y Luckmann, 2009: 27).

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reconoce y es. En este ejercicio, la alteridad se presentó como
un “exterior constitutivo” (Laclau y Mouffe, 1987) que les per-
mitía reconocerse, en contrapartida a la diferencia con los otros
(maestros, sacerdotes, comerciantes, estudiantes, etc., agentes
sociales con quienes tuvieron contacto en el trascurso de sus
vidas). A partir de la definición contrastiva que se iba constru-
yendo a través de las narraciones que se tejían y destejían una y
otra vez se marcaban las diferencias como la del idioma: “Yo
sólo hablaba el idioma quechua que es mi lengua materna,
y tenía que enfrentarme a una lengua desconocida para poder
comunicarme con personas que hablaban distinto a mí”
(Isabel-quechua).
Sin embargo, esto que se advertía claramente, en otros
momentos se presentaba con gran complejidad, porque los re-
latos también daban cuenta de vínculos fraternos con la otre-
dad de manera importante:

Mi amiga alemana logró abrir un pequeño centro cultural llamado


“Hexen”, que significa bruja en alemán, del que yo me hacía cargo
junto con un grupo de amigos; podría decir que esta fue la ventana a
otro mundo que desconocía, a lo que llaman “arte y cultura”. Conocí
pintores, escritores, músicos, poetas, entre otros. Esto me ayudó mu-
cho a mirar por otras ventanas, a entender y disfrutar la vida también
de otras maneras. En este ambiente me sentía mucho mejor (Flori-
na-ñuu savi).

La relación con la alteridad, sin ser sencilla, dejó marcas de


diversos tipos en cada una, lo que muestra que entre tensiones
y contradicciones se construyó la identidad que se desdobla,
fragmenta, tiene quiebres, se reconstituye, etc. No obstante,
por decisión de las estudiantes, en el taller biográfico hubo
interés de dar cuenta de identidades personales al cobijo de la

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identidad étnica. Así por ejemplo, Florina relata una inscrip-
ción cosmopolita en la que es reconocida como mexicana, y de
manera específica como ñuu savi. Pero además, ella tiene otros
espacios de reconocimiento como son su familia y el asenta-
miento urbano en el que viven, donde se recrean de manera
importante prácticas de su pueblo.
De esta forma, en el taller biográfico surgían cuestiona-
mientos que las propias integrantes se planteaban e intentaban
responder, “haciendo memoria”, sobre las circunstancias que
suscitaron los hechos que enunciaban. En esta dinámica, ade-
más de los aspectos culturales que se fueron reconstruyendo, se
hicieron evidentes las relaciones de poder dadas en el encuen-
tro o “encontronazo” que han tenido con los otros, ya sea en su
propia región o al migrar.
La apuesta constituyó un reto metodológico, ético y polí-
tico. Y es que el ejercicio de narrar la propia vida y escuchar la
de los otros, implicó armar un entramado metodológico desde
una lógica que posibilitara nombrarse y reflexionar sobre el ser
desde el reconocimiento, articulado a lo histórico, lo cultural y
a las relaciones de poder. Para esto se conformó una atmósfera
de libertad, respeto y comprensión. Tratamos de mantener el
diálogo pero también, en ocasiones, estuvimos en silencio a la
espera de la respuesta del otro, quien determinó en todo mo-
mento seguir adelante o callar, y con esto último dar fin a la
conversación, manteniendo experiencias y rasgos de vida fuera
de la escucha y lectura de los otros; un acto de determinación y
valoración sobre el alcance de la interacción. Esto es, advertir
hasta dónde permitían las participantes la apertura. El “para sí”
referido por Dubar (2002), que traza el límite entre el yo y el
nosotros, constituyó un borde; la inquebrantable frontera del
sujeto que determina los límites frente al otro.

20 | Narrativas biográficas a contracorriente


Tomando en consideración lo anterior, las preguntas ge-
neradoras debían permitir acciones de pensamiento y lenguaje
(oral y escrito), entendiendo que estas aparecían articuladas a
acciones subjetivas que tensaban el proceso. Y es que al recor-
dar, reflexionar, buscar, relatar, escuchar, comprender y dialogar
aparecían emociones, valoraciones, pero también toma de con-
ciencia de la propia vida que intenta responder, de manera pre-
caria y contingente (Lacau y Mouffe, 1987; Arfuch, 2005a), a
la “cuestión sartreana ¿qué hacer de aquello que nos hace?”
(Barbier y Legrand, 1990: 133), y a la pregunta: “¿Quién soy de
lo que han hecho de mí?” (Baudouin, 2008).
Por otro lado, el hecho de trabajar a manera de taller con
estudiantes procedentes de pueblos originarios (que ya habían
coincidido en otras actividades previas del Programa de Inter-
culturalidad de la Universidad) permitió que hubiera una
interacción familiar, lo que por supuesto era favorable para el
proyecto, debido a que en cada encuentro se narraban expe-
riencias de orden personal y familiar, que en otros escenarios o
circunstancias difícilmente hubieran sucedido. De esta manera,
las integrantes del grupo nos convertimos en interlocutores
de relatos de vida que daban cuenta de lo privado que se enun-
ciaba con dificultad, cuando con ello la memoria arrastraba
recuerdos de discriminación, soledad y exclusión.
Planteado el rumbo que tomamos en el taller, presenta-
mos el sustento teórico y el proceso metodológico que per-
mitió conformar un espacio de encuentro de estudiantes, que
en conjunto hilaban y deshilaban sus propias vidas a través
del lenguaje, siempre en relación con la vivencia propia y
la de las demás, en un plano de interacción, reflexivo, crítico
que posibilitó la escritura como forma para decir quién
soy-somos.

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Una vez señaladas las consideraciones generales del trabajo,
pasamos a describir la estructura de este apartado. El capítulo
está integrado por tres secciones; la primera plantea la teoría
que da soporte a la narrativa biográfica, argumentando la per-
tinencia que tiene trabajar la identidad étnica; en la segunda
realizamos la descripción metodológica que se diseñó ex profeso
para trabajar con estas estudiantes, y en la tercera hacemos
referencia a las seis narrativas que en conjunto posibilitan un
espacio biográfico, recuperando el planteamiento de Arfuch
(2005a) e intentando construir un registro a partir de la inteli-
gibilidad, reconociendo desde lo sincrónico y diacrónico la po-
sibilidad que tienen como referentes ordenadores de la
realidad.

Narrativa biográfica e identidad étnica

Cuando se intenta teorizar sobre la narrativa biográfica se


plantean algunas cuestiones epistémicas complejas como “el
tiempo”. Al respecto, Ricoeur señala que “la composición na-
rrativa constituye una respuesta al carácter aporético de la es-
peculación sobre el tiempo… [y no obstante] la estructura
discordante-concordante del tiempo, no permite evaluar estas
aporías” (Ricoeur, 2006: 641). Sin embargo, condensar el tiem-
po a través de la narrativa posibilita aprehenderlo desde la
enunciación, plano abierto para apropiárnoslo, reconociendo
que esto se realiza de manera limitada. Y es que la narrativa
biográfica es un recorte diacrónico y sincrónico centrado en la
vivencia del sujeto a través del lenguaje.
Otro aspecto que tiende a cuestionarse es la “construcción
de sentido” (Bourdieu, 1977; Arfuch, 2005a), que para Bour-
dieu es un artificio en cuanto se intenta buscar, con todos los

22 | Narrativas biográficas a contracorriente


fragmentos de vida, una unidad significativa, posterior a las ex-
periencias de vida.6 Sin embargo, este artificio no inventa a otro
sino a “sí mismo”, desde la búsqueda consciente de las propias
experiencias,7 para edificar-se de forma coherente, siempre
siendo el yo-referente, y en el caso de las integrantes del taller
la construcción partió del yo-nosotros-referencial.
La relación entre lo subjetivo y lo social es también parte
del debate, debido a que, difícilmente, es posible advertir en el
análisis su frontera, la división que marca su límite. Por ejem-
plo, Bajtín hace referencia a que el sujeto es en relación con el
otro; sin embargo, el propio autor plantea que “yo para mí no
resulto connatural al mundo exterior por completo, sino que en
mí existe algo fundamental que yo puedo contraponerle, a sa-
ber: mi actividad intrínseca, mi subjetividad” (Bajtín, 2000: 58).
Pero si bien contraponer es un acto propio, una decisión que
realizo desde mi propia voluntad, esta se centra en dar respues-
ta a ese mundo social en el que estoy imbricado. Y en el posi-
cionamiento de las estudiantes del taller, la relación de sentido
con el nosotros aparecía fuertemente existencial e indisoluble.
Cabe cuestionarnos, entonces: ¿Cómo juega en estas narrativas
el yo en el nosotros?
Además de lo expuesto y problematizado, encontramos
otros aspectos que emergen en cuanto posicionamos el tema;
sin embargo, consideramos que más allá de las aporías, es decir,
de la incertidumbre y la contradicción insoluble que presenta
toda narración y que muestra el carácter de perplejidad de los
problemas que se confrontan al teorizarla, su importancia

6
“ El relato autobiográfico se inspira siempre, al menos por una parte, en el deseo de
dar sentido, dar razón, extraer una lógica a la vez retrospectiva y prospectiva, una
consistencia y una constancia, estableciendo relaciones inteligibles… que llevan a
una creación artificial de sentido” (Bourdieu, 1977: 74).
7
Aunque en este ejercicio no quedan exentas las creencias, incluso los deseos.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 23


radica en que “lo biográfico trata de aprehender la cualidad
evanescente de la vida” (Arfuch, 2005b: 17). Su relevancia está
en poder trazar, desde el lenguaje, la levedad y el arraigo del
sujeto pensado como refiere Heidegger (1980) en el Dasein (ser
ahí) inscrito en las condiciones externas en que se instituye,
pero ¿“el ser ahí” a qué nos remite en cuanto que ese ser se re-
conoce comunitario, indivisible del nosotros?, ¿qué nombra y
que instituye en su relato cuando tiene que partir del yo, del
nombre propio y no del nosotros?
El reto es edificarlo desde la memoria, la conciencia y lo
social, a partir del “debate de una existencia que dialoga con
ella misma, a la búsqueda de su fidelidad más íntima” (Gusdorf,
1991: 15). De esta manera, aparece el conflicto, la dificultad de
experimentar en la escritura el trazo personal, y surge el rejuego
entre el yo-nosotros-referencial.
Así, en cada uno de los escritos podemos ver que las estu-
diantes inician (sin que esto haya sido la consigna) con el nom-
bre propio. La importancia de esto es que:

El nombre propio es producto del rito institucional inaugural que


marca el acceso a la existencia social e instituye una identidad social
constante y duradera que garantiza la identidad del individuo biológi-
co en todos los campos posibles en los que interviene en tanto agente,
es decir, en todas sus historias de vida posibles (Bourdieu, 1977: 78).

El nombrarse tiene que ver con el reconocimiento social, pri-


mario y definitivo; de este se parte para articularse al nosotros
desde la complementariedad que permite la confluencia situada
en el reconocimiento identitario. Así, las estudiantes del taller
de narrativas biográficas inician su relato con el “yo soy…”,8 e

8
Haciendo referencia al nombre propio.

24 | Narrativas biográficas a contracorriente


inmediatamente después muestran, de manera contundente, su
filiación: ñuu savi, quechua, tsotsil o maya k’iche. Con esto
mantienen el vínculo yo-nosotros-referencial, para poder si-
tuarse desde su andamiaje cultural, única forma para hilar su
trama de vida.
¿Cómo pensar teóricamente el yo-nosotros-referencial
que constituyó el eje sustantivo en el taller? Nos parece que los
trabajos de Lenkersdorf (2001, 2003) respecto al sujeto-nosó-
trico que analiza con los tojolabales, nos es de gran utilidad. “El
nosotros” aparece en su planteamiento como un principio or-
ganizativo de la cultura y la sociedad, atractor, que permite la
acción común de los sujetos.

El nosotros no niega, de ninguna manera, la capacidad individual de


cada uno, tampoco le niega su individualidad, sino que la moviliza
porque la individualidad se despliega precisamente en el contexto del
nosotros activado. [De esta forma], los sujetos son complementarios.
El nosotros sigue siendo el sujeto para todos (Lenkersdorf, 2003: s/p).

Incluso en el plano lingüístico Lenkersdorf (2001) encuentra,


de manera persistente, la intersubjetividad en el discurso de los
tojolabales, y plantea que esta se visibiliza en la lengua como un
rasgo de su cosmovisión. Así, la intersubjetividad arma el noso-
tros desde la complementariedad pensada, enunciada y actuada.9
Un elemento trascendente en la narrativa biográfica es el
lenguaje. En esta consideración surge la pregunta de Loureiro

9
No obstante, es importante señalar que el sujeto nosótrico va más allá de una con-
cepción social indisoluble de sujetos interrelacionados. Debido a que en el nosotros
referencial, en un intento de completud, se complementan a la Madre Tierra, el
monte, las plantas, el maíz, los animales, el trueno, el río, las ollas y los comales. Esta
concepción va más allá del animismo. Es la relación con la naturaleza y el cosmos
donde el sujeto tiene su lugar sin considerarse el centro.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 25


(1991: 3): ¿En qué modo y medida el lenguaje no simplemente
sirve al sujeto sino que lo constituye como tal? Lo que el autor
cuestiona es más bien su planteamiento. Así, la construcción
del sujeto a través del lenguaje le permite a este un tipo de exis-
tencia a través del texto. Arfuch (2005a: 28) menciona la impor-
tancia de la concepción bajtiniana del sujeto habitado por la
otredad del lenguaje, que al narrarse permite un anclaje siempre
renovado, al propiciar una puesta de sentido de la propia vida.
En este ejercicio de constitución del texto, en el que se
narra la propia vida, la autobiografía conlleva un ejercicio de
exotopía (encontrarse fuera) de sí mismo y tomar conciencia
de la existencia; así podemos considerar que: “La autobiografía
no es la simple recapitulación del pasado; es la tarea, y el drama,
de un ser que, en un cierto momento de su historia, se esfuerza
en parecerse a su parecido. La reflexión sobre la existencia
pasada constituye una nueva apuesta” (Gusdorf, 1991: 15).
En esta reflexión aparece siempre el sujeto (agente) en una
“superficie social” (Bourdieu, 1977: 82) que le permite interve-
nir junto a los otros, desde diferentes posiciones y campos. En
este sentido, la toma de conciencia se sitúa en referencia a los
otros, como sujeto histórico y social. Y es que: “El cultivo auto-
consciente de la individualidad es lo mismo que vivir en el
mundo con la conciencia histórica de ese mundo… La com-
prensión de la individualidad sólo tiene sentido como una par-
te viva dentro del marco de la sociedad, de la cultura” (Weintraub,
1991: 33).
Entonces, en la toma de conciencia, aparece la inserción
del sujeto en el “nosotros” que constituye el reconocimiento
desde lo social, lo histórico, lo político y lo ético. Nombrarse en
relación cobija, incluye e identifica, pero también remarca la
diferencia con los de fuera. En el reconocimiento se apela al
referente histórico compartido; de esta manera,

26 | Narrativas biográficas a contracorriente


La reafirmación de la conciencia histórica en los límites de su validez
requiere a su vez la búsqueda, por parte del individuo y de las comu-
nidades a las que pertenece, de su identidad narrativa respectiva… es
en esta búsqueda solamente en donde se corresponden, con una per-
tinencia suficiente, la aporética del tiempo y la aporética de la narra-
ción (Ricoeur, 2006: 1037).

Es asir todos los hilos que permiten, en la enunciación, edificar


la identidad en común a través de la identidad narrativa. Este
ejercicio que presentamos es una búsqueda-encuentro de la
identidad narrativa desde el nosotros, que pone en el centro la
etnicidad, y como refiere Bartolomé tiene que ver con una po-
sición de sentido evidentemente política del nosotros.
Vale la pena mencionar que si “lo individual es materia de
biografías y lo colectivo es lo que hace la historia”, como señala
el Subcomandante Marcos, el intersticio entre ambas posicio-
nan al sujeto histórico, que al narrarse permite leer el mundo
desde los acontecimientos compartidos, y así su identidad na-
rrativa parte de su conciencia histórica, en complementariedad
con el “nosotros”.

Metodología para la construcción colectiva


de las narrativas biográficas
La pregunta sobre cómo somos o de dónde venimos se sustituye… por
el cómo usamos los recursos del lenguaje, la historia y la cultura en el
proceso de devenir más que de ser, cómo nos representamos, somos
representados o podríamos representarnos. No hay entonces identi-
dad por fuera de la representación, es decir de la narrativización (Ar-
fuch, 2005b: 24).

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 27


Recuperando el campo de inscripción de los trabajos de Arfuch
(2005a, 2005b, 2008), la apuesta para este taller fue configurar
las narrativas biográficas como un ejercicio de representación;
concretizar en la escritura la obra que posibilita otro tipo de
existencia al reconfigurar la experiencia. La pregunta fue, en-
tonces: ¿Cómo realizar el pasaje entre vida y obra?

La construcción narrativa como juego de voces referenciales

Desde el cuestionamiento anterior, y situadas como mediado-


ras, nos interesó partir de la autobiografía razonada, es decir,
que el propio sujeto se narre tomando en cuenta la posibilidad
reflexiva. De esta manera, “el protagonista de la historia, en la
medida que la narra, va tomando conciencia de su vida, apro-
piándose de su trayectoria y ubicándose en sus relaciones con el
entorno social” (Sánchez y Hernández, 2012: 134).
Nuestro propósito fue que las participantes lograran pasar
de lo vivencial a realizar la exotopía (Baudouin, 2008) que les
permitiera situarse desde relaciones más amplias y con una vi-
sión crítica de sus propios sucesos; mirar su inscripción histó-
rica desde un ejercicio deconstructivo.
Desde la idea de narrar, partimos del acto que permite
que, a través de la palabra, el sujeto se exponga al otro, en un
ejercicio de relatar de manera organizada la propia vida y expe-
riencias (Coffey y Atkinson, 2003). Para esto, recuperamos las
dos grandes posibilidades que tienen los sujetos para hacerlo: la
expresión oral y la escrita; actos humanos fuertemente ligados
al pensamiento y a la socialización.
En la narración oral Coffey y Atkinson refieren que “los
datos orales tienen forma y contenido, arte y ciencia, estructura
creativa y significados. Tiene que ver en cómo se dicen las

28 | Narrativas biográficas a contracorriente


cosas” (Coffey y Atkinson, 2003: 93). La oralidad constituyó
la piedra angular en el taller, porque permitió en principio
re-conocernos y compartir con los otros la palabra y la escucha,
para después ir hilando, colectivamente, el gran relato que sig-
nificó la comprensión del otro y la membresía al grupo. De
manera sustantiva, la palabra constituyó la apuesta en presente
y en perspectiva de lo que soy en relación con los otros.
Algunas veces, la narrativa oral permitió reconocer, desde
la palabra, discursos de gran luminosidad; otras, palabras entre-
cortadas que remitían a hechos de dolor o tristeza, o al recono-
cimiento reflexivo de la propia vida, y la recreación de situaciones
familiares, aunados a la corporeidad (gestos, posturas, etc.) y al
silencio (como forma de mantener la frontera hacia el otro).
Todo esto, en una construcción fragmentaria del sujeto a través
del discurso, en un acto de religarse con el otro, en su posición
de escucha.
Este ejercicio fue procesual; partía desde “el conocimiento
ingenuo que cada uno tiene de sí mismo, a relacionar su vida a
los sistemas sociales, políticos y culturales en que esta se ha
generado” (Czarny, 2012: 21). En los casos de las estudiantes
quechuas, por ejemplo, insertas en la violencia generada entre
la milicia peruana y Sendero Luminoso, remitían los episodios
de violencia vividos a las relaciones sociopolíticas imperantes y
a lo que representaban, en ese enfrentamiento, los habitantes
de los pueblos originarios:

La violencia política en Ayacucho fue uno de los periodos más duros


para muchas de nuestras familias, y sobre todo en las comunidades
profundas de la sierra, quienes llevamos la peor parte. Este hecho pro-
vocó cambios y secuelas en nuestras comunidades, es decir, se modifi-
caron formas de vida y se creó el temor de caer nuevamente en eso. La
guerra política generó mucho daño, al punto en que llegamos a negar

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 29


y esconder nuestra procedencia, a causa de la discriminación histórica
que hemos recibido, pero posteriormente, con la violencia armada esto
se enfatizó más. Aquellos años fueron días y noches crueles, tristes,
indiferentes, solitarios, donde nuestras vidas no tenían valor (Edith-
quechua).

En las narraciones, las estudiantes se obligaban a contextualizar


la escena, los lugares, los actores y el tiempo. En este caso, más
adelante, Edith hace referencia a la década de los ochenta, a
las fuerzas militares peruanas, los grupos guerrilleros de Sen-
dero Luminoso y a los pobladores de la región de Ayacucho.
De manera peculiar, en un acto de remembrar su infancia,
menciona a sus amigos que se habían quedado huérfanos, y
que junto a ella hacían una larga hilera esperando que les
dieran de comer las madres (entre ellas la suya), en un gesto
maternal comunitario que rayaba en lo heroico, al responsabi-
lizarse, en medio de la pobreza y la violencia, de todos los niños
de la comunidad.
Este tipo de narraciones, que iniciaban oralmente, consti-
tuían un anclaje de cada estudiante a su condición de vida, y
la puesta en escena a los otros. Un doble juego y rejuego de
construcción de sí mismo y de interacción con el otro, contex-
tualizando los hechos.
Con respecto a la escritura, fue un ejercicio que posibilita-
ba la reconstitución del sujeto de una manera estructurada;
armar la trama narrativa, elaborarla y reelaborarla hasta lograr
una totalidad fundante, de cierre y síntesis (Medina, 2005).
El taller de autobiografía se trabajó, básicamente, desde
nuestra mediación y acompañamiento en sesiones grupales.
Por supuesto, los momentos de escritura, donde el propio suje-
to se va reconfigurando como una totalidad provisional, siem-
pre fueron personales.

30 | Narrativas biográficas a contracorriente


Pasar de la oralidad a la escritura no fue sencillo; la
reconstrucción de vida a través de un texto constituyó un reto
en el que cada una tuvo que realizar un bosquejo a manera de
estructura y trabajar sobre él una y otra vez; armar y articular la
serie de estampas orales y escritas que, aunque en sí mismas
representaban un todo, debían hilarse a las otras. Además, a
partir del bosquejo, debieron hacer revisiones e ir generando y
acrecentando el texto, ya sea profundizando sobre ciertos acon-
tecimientos (a partir de las recomendaciones que les dábamos),
o buscando más información tanto con los padres como con los
abuelos.
En el taller, el trabajo era dialógico; se partía de cuestiona-
mientos que permitían ir narrando a muchas voces episodios de
vida. No comenzamos de cero, pues teníamos como antece-
dente el trabajo tutoral con una estudiante mixteca de maestría,
que realizó su narrativa de vida con el propósito de “recuperar
su propia voz y la de otros sujetos y explorar en profundidad,
mediante la entrevista biográfica, sobre lo que hace posible la
inclusión de los jóvenes y adultos indígenas en la escuela y
la experiencia con la cultura escolar” (Ruiz, 2012: 151).
Desde un principio tuvimos presente que, si bien nos
interesaba recuperar la práctica dialógica empleada en el estu-
dio referido, era claro que con este grupo debíamos plantearnos
una forma de trabajo propia, que tenía que ver con un diálogo
colectivo desarrollado sobre temas detonadores que partieran
de los propios sujetos.
Empleamos como técnica el grupo focal, que es una mo-
dalidad de entrevista grupal abierta y estructurada, donde se
procura que los integrantes comenten y elaboren, desde la ex-
periencia personal, una temática o hecho que es objeto de estu-
dio o trabajo. En este caso, partimos ya sea de una pregunta
generadora o de un relato donde narraba, alguna de ellas, un

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 31


momento de su vida, y en torno a él surgía la referencia perso-
nal de los otros participantes.
En este ejercicio colectivo se armaba una trama discursiva
verdaderamente rica; un juego de voces que desde la diversidad
y el encuentro creaban una serie de imágenes que nos remitían
a un tiempo discursivo cargado de significados y sabiduría, que
abreva de la construcción del conocimiento de pueblos origina-
rios, de estrategias de sobrevivencia, de resistencia, pero tam-
bién de vínculo con la alteridad.
En este tipo de trama hecha a varias voces, advertimos un
valor social y cultural importante, pues representa precisamen-
te el legado familiar y comunitario que poseen estas jóvenes al
pertenecer y reconocerse como tsotsil, maya k’iche, ñuu savi o
quechua; además, mostraban sus experiencias multiculturales
al situarse en espacios diferentes a su lugar de origen.
Al respecto, podemos hacer referencia a la narración sobre
el nacimiento entre los tsotsiles, que se contó con gran detalle,
mostrando la participación de la comunidad en el suceso, en un
interés de salutación y reconocimiento del bebé como parte de
ellos; en torno a esto y de las prácticas sociales subsecuentes,
se conforma el respaldo comunitario hacia el nuevo integrante.
Esa narración dio pie para que apareciera la voz maya k’iche
haciendo referencia al uso de las matemáticas y el significado
según el cálculo sobre la vida del recién nacido; en ese mismo
diálogo colectivo, surgió el conocimiento y la utilización de los
ñuu savi de la herbolaria, no sólo para el nacimiento sino tam-
bién para la sanación del cuerpo y el alma durante todo el ciclo
de vida.
Los temas que aparecían correspondían a un diálogo de
saberes10 y maneras de ver el mundo, que forman parte de la
10
Es de señalar que en ocasiones identificaban que sólo tenían generalidades sobre
ese saber e iban a investigar más con sus familiares.

32 | Narrativas biográficas a contracorriente


identidad colectiva de sus pueblos. Ese diálogo se experimen-
taba como un modo de compartir lo que soy, siendo tsotsil,
maya k’iche, ñuu savi, o quechua; es la voz que se reconoce
como parte irrenunciable de un pueblo que dialoga con los
otros, pero también es la voz reflexiva y valorativa. Y, además de
ser voz, es escucha de los otros, para reconocerse en la diferen-
cia, en la excepcionalidad y en lo común. Así, a partir de la
narración de sí mismas surgen el saber y las prácticas sociales
desde las cuales se reconocen y sitúan.
Con esto se advertía la conciencia étnica, es decir, “la ma-
nifestación ideológica del conjunto de las representaciones co-
lectivas derivadas del sistema de relaciones interiores de un
grupo étnico, las que se encuentran mediadas por la cultura
compartida” (Bartolomé, 2006: 71). De esta recuperación de lo
étnico, en el discurso se vincula lo histórico, lo social y lo polí-
tico11 como una representación hacia afuera de lo que soy desde
el devenir histórico de la identidad étnica, desde el yo-
nosotros-referencial.
Se va trazando la identidad étnica a partir del reconoci-
miento de lo que soy en relación con la familia y la comunidad;
en este ejercicio íbamos más allá de narrar los recuerdos;

11
Al respecto, este ejercicio político tiene que ver con lo que refiere Bartolomé
sobre la identidad étnica, que no es esencial, sino cambiante; de esta manera,
apunta que se “refiere al estado contemporáneo de una tradición, aunque puede
desarrollar una imagen ideologizada de sí misma y de su pasado como forma de
reconstrucción afirmativa” (Bartolomé, 2004: 76). En este caso, se observa en esa
reconfiguración identitaria relaciones de poder entre nosotros y los otros, pues,
“la identidad étnica aparece como una ideología producida por una relación diá-
dica, en la que confluyen tanto la autopercepción como la percepción por otros”
(Bartolomé, 2004: 47). En este juego de reconocimiento entre nosotros y los otros
se articula un dispositivo de poder que me permite nombrarme y nombrar a los
otros, a partir de esa percepción que se articula en la relación y en la acción como
resistencia, continuidad, cambio, lucha y en demandas como la exigibilidad de los
derechos universales y consuetudinarios.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 33


también aparecían dudas que permitían la búsqueda, preguntar
con los padres, los hermanos, en la comunidad y relacionar el
episodio de vida con hechos históricos del país, como el caso
que narra Felisa en el conflicto guatemalteco.

En 1979 cuando el conflicto armado, uno de los departamentos más


afectados por la violencia y la masacre fue el Quiché. Para mis papás y
mis dos primeras hermanas fue una temporada difícil, ya que se vivía
con mucho temor. Mi papá no pertenecía a la guerrilla, sin embargo,
como era maestro vivió muy de cerca las consecuencias del conflicto
armado mientras se trasladaba de un lugar a otro. Él y mi mamá op-
taron por dejar de verse durante algún tiempo ya que, como lo men-
cioné antes, él trabajaba en Sololá y ella en el Quiché. Cuando mi
papá lograba viajar iba a verla a ella y a mis dos hermanas mayores. Él
nos contó que un sábado que estaba en el Quiché, como al mediodía
salió a caminar un rato al parque… llevaba a mi hermana Caty en sus
brazos, pues en ese entonces ella tendría como cuatro añitos, y cuando
llegaron al parque, en la plaza principal, vieron a los soldados ejecutar
a un hombre frente a todos, como una advertencia para aquellos que
ayudaran o pertenecieran a la guerrilla (Felisa-maya k’iche).

Este tipo de narraciones constituía un ejercicio de reconstruc-


ción que necesitaba elementos puntuales (fechas, lugares y he-
chos); no debíamos omitir lo que no se pudo responder en el
momento, había que ir tras el dato para entender la circunstan-
cia. Este era un ejercicio que articulaba la descripción con la
reflexión y la búsqueda para acceder a la comprensión. Esta era
una autocomprensión reflexiva, conformada al lograr situarse
frente a sí mismo y permitir el diálogo con los otros.
Entre los temas que se desarrollaron podemos citar: el na-
cimiento, la colaboración de los niños en las actividades coti-
dianas, el trabajo para la subsistencia, la lengua materna,

34 | Narrativas biográficas a contracorriente


la escolarización, el comercio tradicional, el intercambio y la
subsistencia alimentaria, como un acto vital y al mismo tiempo
sagrado en relación con la Madre Tierra, entre otros tópicos.
Pero también aparecieron temas difíciles, que marcaron de
diferente manera la inclusión-exclusión que experimentaron
en la relación con la alteridad: la salida del pueblo, la violencia,
la discriminación y la pobreza. Estos últimos se narraban con
una fuerte carga emocional, pero también reflexiva. Era reco-
nocer lo vivido desde el tiempo presente, en un ejercicio inter-
pretativo; era también responder a la pregunta: ¿Por qué me
discriminaban? En este ejercicio, el respeto del grupo permitía
llegar a narrar-entender la situación vivida tiempo atrás.
Un tema fuerte es el referente al éxodo. En el caso de las
compañeras quechuas, este tiene que ver con la violencia entre
el gobierno y Sendero Luminoso, donde ellas observaban, sien-
do niñas, la represión de sus familias y pueblos:

Rodearon la casa y entraron a matar a mis padres; después de tantas


súplicas y negociaciones de mi hermana Elsa y mías, salvamos a mis
padres, quienes fueron golpeados brutalmente y amenazados de
muerte si no participábamos en sus filas. Después de esos momentos
de dolor y de confusión, por primera vez vi llorar a mi padre con mu-
cho dolor del alma, porque habría llegado la hora de que toda la fami-
lia partiera rumbo a la ciudad de Lima, donde encontraríamos algo de
paz y nuestra tranquilidad. Allá sólo veía casas y casas, de ladrillo y
cemento, y no había naturaleza. Una vez más se repetía mi historia:
llegaba a una ciudad con gente desconocida; sabía hablar castellano
pero con dejo quechua. Más difícil era para mi mamá y mis hermani-
tos pequeños que no hablaban castellano ni se vestían como citadinos
(Isabel-quechua).

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 35


Las otras formas de desplazamiento se originan cuando los pa-
dres salen en busca de mejores condiciones de vida. Al migrar,
el desarraigo y la incertidumbre, son evidentes:

Apenas tenía cinco años de edad cuando, junto con mi familia, migra-
mos desde la zona sur del país, hacia la zona norte de México. Salimos
de nuestro pueblo llamado Ahuehutla, en San Martín Peras, Oaxaca,
y nos dirigimos a San Quintín, Baja California, ya que mi padre había
escuchado que allí había trabajo en las zonas agrícolas. Era un viaje
por necesidad, no por gusto; muestra de ello eran las lágrimas de mi
madre y de mis hermanas mayores al sentirse desprendidas de su es-
pacio (Gloria-ñuu savi).

Poner sobre la mesa este tipo de experiencias permitió al grupo


no sólo narrar y reflexionar sobre procesos de desterritorializa-
ción, discriminación, exclusión y violencia, sino también iden-
tificar lo que les posibilitó revertirlos, de manera personal,
familiar y comunitaria.12

Plan de trabajo del taller de narrativas biográficas

Para la construcción de las narrativas biográficas diseñamos un


plan de trabajo con seis ejes, que permitieron transitar hacia la
escritura de los relatos de vida. Partimos del reconocimiento
presente, como estudiantes de la Universidad Iberoamericana,
para llegar a un ejercicio reflexivo, de reconocimiento identita-
rio, que posibilitara narrarse en diálogo con los otros, para lograr

12
En este trabajo aparece la parte ética como el sustento del ejercicio colectivo que
realizamos “a través de un mutuo entendimiento entre los integrantes y la liber-
tad comunicativa de posicionamientos” (Clifford, 2000: 151) y, siguiendo al autor,
mantener como un elemento relevante la dignidad de los sujetos.

36 | Narrativas biográficas a contracorriente


la “refiguración de la experiencia temporal” de cada una de ellas,
desde una experiencia compartida como grupo focal (en térmi-
nos metodológicos), y en términos sociales, de interrelación, de
hablar para el otro y al mismo tiempo escuchar al otro en un
diálogo a varias voces, que permitió incluirse desde la propia
experiencia.
Los ejes de trabajo que se desarrollaron fueron:
Eje 1. Contar la propia historia
Actividad: Realizar el relato a través de la pregunta gene-
radora: ¿Por qué estamos aquí? Primer insumo para la matriz
del relato biográfico.
Eje 2. Problematizar acerca de un relato biográfico
Material de apoyo: La biografía de Gloria Gracida Martí-
nez (ñuu savi de San Quintín), publicado en Ruiz (2012).
Actividad: Reacción al relato biográfico de Gloria. ¿Qué
recupero para contar mi propia historia?
Eje 3. Reflexionar: ¿Cómo me nombro y se construye
mi identidad?
Actividad: Trabajar sobre el relato de vida de los partici-
pantes. Cómo me nombro, cómo me construyo desde lo que
he vivido.
Actividad de cierre: Identificar los elementos discursivos
que se presentaron en los relatos: familia, comunidad, género,
marginalidad, migración, alteridad y tránsito entre culturas.
Eje 4. Presentar los relatos biográficos
Actividad: Pasar de la narrativa a la reflexión identitaria.
Actividad de cierre: Identificar la identidad como una
construcción abierta, compleja, en disputa.
Eje 5. Tramas discursivas desde los aprendizajes sociales
en contexto
Actividad: Advertir que sus narrativas son tramas discur-
sivas desde los aprendizajes sociales en contexto. En este

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 37


ejercicio se plantean: el bilingüismo, las prácticas sociales y las
creencias locales; prácticas sociales vinculadas al espacio escolar
y los aprendizajes fuera de la comunidad.
Eje 6. Narrativas biográficas desde lo colectivo
Actividades: Lectura de las narrativas. Presentación de
una narrativa biográfica (de alguna de ellas) y desde esta hilar
los recuerdos de las demás integrantes.
La secuencia realizada en el taller se observa en el siguien-
te esquema:

Eje 1 Contar la propia historia


Eje 2 Problematizar acerca de un relato biográfico
Reflexionar: ¿Cómo me nombro y se construye
Eje 3
mi identidad?
Eje 4 Presentar los relatos biográficos
Eje 5 Tramas discursivas desde los aprendizajes sociales
Eje 6 Narrativa biográfica desde lo colectivo
Proceso: Construcción de narrativas biográficas a partir de ejes
de discusión

A través del proceso referido, en el taller propiciamos la confi-


guración integrativa del “sí mismo” en el mundo. De esta ma-
nera, “en el proceso de desarrollo identitario la persona dialoga
con sus propios conflictos desde sus diversas posiciones de su-
jeto en relación con sus experiencias pasadas con el presente y
sus expectativas de futuro” (Van Schalkwyk, 2010: 675).
Esto lo trabajamos en dos niveles: desde lo personal (yo-
nosotros-referencial) y desde lo grupal (taller biográfico), obte-
niendo una voz-voces que arman al sí mismo personal, subjetivo
y al nosotros-referencial, así como al sí mismo grupal; esta última
es la voz múltiple que dialoga desde sus diversas posiciones del

38 | Narrativas biográficas a contracorriente


sujeto social latinoamericano, desde sus conflictos, deseos, ima-
ginarios, pero sobre todo desde su gradual empoderamiento.

Notas metodológicas

En un primer momento pretendimos trabajar desde el sujeto,


por lo que las introdujimos a la narrativa biográfica y les pre-
sentamos un texto de una estudiante indígena que describe su
trayecto formativo. También de manera oral, ante las compañe-
ras, narraron quiénes eran desde el presente. Sin embargo, en el
grupo se notaba falta de confianza, dificultad para hablar de
ellas mismas.
Una integrante comentó que tuvieron una experiencia an-
terior, la de haber escrito sobre ellos como requisito para obte-
ner una beca, y señaló que tuvo dificultades para realizarla pues
nunca se refieren a ellos, oralmente o por escrito, de manera
aislada. Otra integrante señaló que todavía se sentía ajena a
ella, que no se reconocía argumentando, que le costó trabajo
hablar sobre sí misma, que eso no se acostumbraba, que siem-
pre se habla de la familia, de la comunidad, etcétera.
A partir de lo comentado el grupo argumentó al respecto.
Se planteó la necesidad de hablar en relación con los otros
¿Pero de qué manera? Esto fue un reto. Les recomendamos que
realizaran la reflexión sobre sus vidas a partir de acontecimien-
tos que fueron importantes para ellas desde la colectividad, que
tuviera sentido al narrar, iniciando como lo hacíamos en el ta-
ller: a partir de un acontecimiento hilar la narrativa.
Les sugerimos que escribieran su historia y la compartie-
ran con el grupo. Planteamos que se presente una en cada se-
sión, y se trabaje en torno a ella. Esto nos permitió identificar
ejes de discusión; temas que se desarrollaron en la narrativa y

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 39


que posibilitó a las demás hacer referencia a la propia experien-
cia. Siempre había un eje de discusión y este las llevó hacia un
relato: ¿Cómo hilar el de cada sesión? Estos eran simplemente
ejercicios que mostraban que sí podían narrarse, pero aún no se
armaba la autobiografía. Nos encontramos ante una actividad
en la cual hacían referencia a recuerdos que las constituían.
Sin embargo, al presentar sus narrativas biográficas iban
hilando la trama, había un orden cronológico, una articulación
entre el sujeto y su contexto.
Cada narrativa permitió identificar elementos identitarios
que poníamos sobre la mesa para comentarlos y para que las
otras integrantes refirieran sus propias experiencias en torno a
ese elemento; esto posibilitó que ellas se interrogaran desde lo
escrito por el otro, se propició el diálogo, la reflexión y se pro-
fundizó en los recuerdos.
También se creó un reconocimiento a la identificación de
los pueblos originarios latinoamericanos. El diálogo fue un en-
cuentro, una inclusión desde el nosotros, el topos, la tierra, el
continente que las abraza y sostiene desde la raíz. Lo paradóji-
co es que su vínculo se da a partir de la segunda lengua (el es-
pañol) de la que se han apropiado.
El trabajo en cada sesión fue realmente rico; se mostraban
no sólo las prácticas culturales y sociales, sino también las for-
mas de mirar el mundo, de construir el referente sujeto-comu-
nidad-mundo, paso a paso, a partir del yo-nosotros-referencial.
En las sesiones se producían “imágenes de vida”, es decir, los
temas que surgían en el relato aparecían no como un suceso,
sino como una imagen que representa un todo. Esto permitió
crear secuencias de imágenes de vida, con las cuales les propu-
simos construir sus historias.

40 | Narrativas biográficas a contracorriente


Insumos metodológicos

Para acompañar a las estudiantes construimos una matriz de


análisis en la que anotábamos el proceso de cada sesión desde
tres aspectos: documentar el proceso, recuperar las inquietudes
que se crean, e identificar los aspectos que quedan en el borde.
El siguiente es un ejemplo de la matriz de análisis de una sesión.

Presentación de la matriz de trabajo de la sesión 6


Aspecto Observaciones
Del relato de Florina se van haciendo comentarios.
Salen categorías descriptivas: prácticas sociales en
la comunidad, de salud, productivas, alimentarias
y la escolarización.
Lo común es:
1. Prácticas vinculadas a la salud: curar con hierbas,
limpias, rituales, abrir camino y limpiar de los
malos espíritus, etcétera.
2. Realizar prácticas productivas desde pequeños
como una actividad de colaboración, aprendizaje y
vínculo familiar; trabajo-juego.
• Integración al trabajo-proceso de aprendizaje.
1. Documentar
• Actividades diarias que se van ejerciendo,
el proceso
asumiendo.
3. Sobre la escolarización, comentan que la escuela
no era prioritaria para la mayoría de la gente en el
pueblo, aunque para sus padres sí; debido a esto
hicieron mucho esfuerzo. Advierten que para la
mayoría de ellas representó un gran logro asistir a
la escuela.
4. Economía local, trueque y comercio: se intercam-
bian los productos como carne de alpaca, papa,
maíz, cereales, fruta, sal, queso, leche. Es una
manera de consolidar la actividad alimentaria, para
tener variedad.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 41


Presentación de la matriz de trabajo de la sesión 6
Aspecto Observaciones

1. Desde muy chico te integras a la vida, aprendes


a hacer de todo, es parte de la vida familiar
y comunitaria.
• El juego-trabajo es un aprendizaje para la vida.
2. Inquietudes • Empiezas esparciendo semillas de maíz como un
que se crean juego, junto a los demás.
2. Salimos de nuestra comunidad (migran) sin
entenderlo.
• Pasamos de una vida a otra cuando salimos, eso
es difícil.

Dar un paso fuera, cambia la vida. Paso tras paso no


se sabe lo que se va a encontrar.
El sentido de la migración tiene que ver con trayec-
torias articuladas a los sujetos y los acontecimientos.
Si migras cuál es tu territorio, a qué lugar te acoges.
3. Aspectos que
En unos casos las experiencias que se viven son
quedan en
decisivas, como un choque (idioma, separación de la
el borde
familia, del pueblo), en otros casos es procesual,
reconocimiento de lo otro.
El encuentro con el otro y con la forma de vida.
Sentimiento de soledad al estar fuera de la familia
y la comunidad.

La matriz como herramienta metodológica nos permitió reali-


zar un análisis de lo ocurrido en cada sesión para orientar el
taller, identificando los temas y las inquietudes que se aborda-
ron de manera grupal y poder documentar todo el proceso.
Desde un segundo aspecto, el valor teórico de la matriz permi-
te reconocer el diálogo colectivo que se desarrolla en cada
sesión, y con esto el tendido que van construyendo las partici-
pantes en torno a lo que son, comparten y hacen consciente
desde una diversidad de experiencias.

42 | Narrativas biográficas a contracorriente


En esta matriz, por ejemplo, se plantean prácticas sociales
comunitarias que las participantes realizaban en sus comunida-
des y las formas en que las aprendieron. En el diálogo que
se desarrolló se advierte que tanto las prácticas referidas como
las formas de aprenderlas son afines a todas; asimismo, se cons-
truye el tejido sobre las prácticas sociales que vivieron en sus
pueblos, enriqueciendo la descripción y observándose también
ciertas particularidades y pequeñas diferencias.
En este diálogo aparece la parte reflexiva en dos momen-
tos: uno, cuando cuestionan sus propias prácticas y el segundo
cuando las justifican. En relación con esto, podemos observar,
por ejemplo, las actividades productivas que realizan los niños
junto a sus padres en la trilogía trabajo-juego-aprendizaje para
la vida. En el primer momento relatan las actividades cotidia-
nas que hacían desde niñas al lado de sus padres, y que estas
iniciaban de manera sencilla y como un juego. Posteriormente,
estas tareas se convierten en mayor trabajo y se asumen mayo-
res responsabilidades.
En el segundo momento, al ser las prácticas productivas
actividades muy importantes para la formación de los niños
pero cuestionadas fuera de las comunidades indígenas, las par-
ticipantes argumentaban a su favor señalando que los niños
aprenden actividades útiles de manera gradual, y con esto cola-
boran con la familia y se integran a la comunidad.
Es importante poder advertir que las descripciones orales,
los diálogos y los escritos, tomados en su conjunto, constituyen
un espacio biográfico que da cuenta de formas de vida, relacio-
nes de poder, procesos histórico-sociales, en un rango de tiem-
po que se inscribe en una territorialidad: países con población
originaria latinoamericana, signados por procesos colonizado-
res que muestran, desde los discursos de las participantes, rela-
ciones intra e intercomunitarias.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 43


El espacio biográfico en la narrativa
de estudiantes de pueblos originarios

Haciendo una revisión de las actividades realizadas en el taller,


identificamos que los diálogos formales e informales, las foto-
grafías que presentan las integrantes, el simposio en el que
participamos como colectivo para socializar nuestro trabajo, los
textos revisados sobre otras narrativas, las matrices metodoló-
gicas, los borradores y finalmente este texto, nos permiten pen-
sar que construimos un espacio biográfico, donde los diversos
materiales que formaron una multiplicidad de imágenes de vida,
constituyen un horizonte de inteligibilidad sobre las condicio-
nes existenciales de estudiantes indígenas de México, Perú y
Guatemala.
Definimos un espacio biográfico siguiendo a Arfuch como
un “horizonte analítico para dar cuenta de una multiplicidad,
lugar de confluencia y de circulación, de parecidos de familia,
vecindades y diferencia… una dimensión de lectura de un fe-
nómeno de época” (Arfuch, 2005a: 22).
En este caso, las voces en su conjunto dan cuenta de las
condiciones tanto situadas como errantes, vividas por las estu-
diantes en el cruce entre educación comunitaria y educación
formal; entre las relaciones intracomunitarias y urbanas; sobre
la experiencia en la diáspora y las relaciones asimétricas que
provocan violencia simbólica y física por motivos de racismo.
Es importante detenernos en este último aspecto porque,
en las relaciones interétnicas, la violencia aparece como acto
discriminatorio que se advierte en diversos gradientes y en
múltiples situaciones. Felisa, al igual que sus demás compañe-
ras, lo señala de manera precisa:

44 | Narrativas biográficas a contracorriente


Creo que las diferencias étnicas se marcan muy bien en mi ciudad; a
pesar de que en su mayoría se conforma por personas indígenas, las
diferencias y exclusiones se hacen muy presentes, como el hecho de
escoger una reina de la feria patronal que sea ladina y otra indígena, a
la que llaman la hija del pueblo (Felisa-maya k’iche).

La exclusión por motivos étnicos fue evidente; sin embargo, lo


más lamentable es que se daba en la escuela de manera cotidia-
na, remarcando las diferencias y privilegiando a las y los mestizos:

Estando en la escuela nos dimos cuenta de que algunos de los niños y


las niñas de ahí eran diferentes a nosotros, especialmente en el color
de piel y en la vestimenta que usaban; nosotras, a esa edad, usábamos
el traje típico de la ciudad, por lo que era fácil distinguir que éramos
niñas indígenas. Pero las verdaderas diferencias no provenían de los
niños sino de los maestros, en el trato hacia quienes éramos indígenas;
era evidente, pues cada vez que había que representar al salón de clases
escogían a las niñas o niños “ladinos”, quienes al parecer eran más
bonitos (Felisa-maya k’iche).
Ya en Lima, a la edad de dieciséis años, yo estudiaba en un conven-
to; allí era muy disciplinada, pero también había oportunidades para
presentar estampas de danzas típicas para ciertas actividades, y en una
de esas actividades quería participar con una danza típica de la sierra.
Estaba practicando con mi grupo la danza y en eso viene la madre
superiora y, la verdad no sé qué le pasó, me gritó despectivamente,
diciendo que ese lugar no era campo ni las montañas para que las se-
rranas o las cholas vinieran a perturbar la tranquilidad de la casa. Yo
me sentí minúscula, sólo me salieron lágrimas, porque siendo la madre
superiora me había humillado tanto por mi origen (Isabel-quechua).

La violencia llega al clímax cuando el contexto es de guerra y


sobrevivir requiere tomar decisiones:

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 45


Yo no dejaba de hablar y negociar con ellos a pesar de que tenía varios
rifles apuntando a mi pecho; hablaba en castellano y fuerte al igual
que ellos y les decía que se llevaran todo lo que encontraran en la casa
y los animales también, pero que dejaran vivo a mi padre y a mi madre,
porque nosotros sabíamos trabajar y nos íbamos a levantar y saldría-
mos adelante (Isabel-quechua).

Las reflexiones en el taller sobre la guerra en Perú y Guatema-


la mostraban que la guerrilla y el Estado tomaron como carne
de cañón a los habitantes de los pueblos originarios; además,
saquearon sus territorios haciendo que muchos los abandona-
ran y otros resistieran de manera comunitaria. Traer a cuento
estas experiencias de vida las muestra como sujetos históricos
que relatan acontecimientos recientes latinoamericanos, des-
critos a partir del propio contexto social. Narran la historia
desde “la voz de los vencidos” diría León Portilla; hacen la his-
toria desde las múltiples voces invisibilizadas pero violentadas
tras ese tipo de experiencias; recuperan la memoria para que no
se nos olviden las arbitrariedades, para señalar lo sucedido, para
no pasar por alto las injusticias.
Por otro lado, es importante señalar que tenemos relatos
de vida redondos, que integran la vida personal y familiar. Se
habla incluso de hechos intergeneracionales, de la presencia de
los abuelos, de la historia de los padres vinculados con la propia
vida; se encarnan en el relato las vidas anteriores; se construye
la vida en relación con los antepasados que aún se recuerdan,
aquellos-nuestros por los que fue posible “ser” y “estar allí”, de
los lazos de familia y comunitarios que posibilitan la manera en
que son y están. Así, la memoria familiar y colectiva que devie-
ne en legado, y la memoria individual que recupera la experien-
cia, permiten comprender, explicar e hilar los fragmentos del
pasado, tomando en cuenta que “la memoria es eminentemente

46 | Narrativas biográficas a contracorriente


narrativa y, en tanto narración, articula por definición tempora-
lidades disyuntivas… construye los vericuetos de una trama”
(Arfuch, 2008: 79).
Aquí cabe advertir que “la memoria que contiene el relato
no posee organización propia; existe dotada de extraordinaria
ductilidad y se mueve en relación con lo que pasa” (Cassigoli,
2007: 107). De esta manera, la memoria es importante no sólo
porque construye una trama, a partir de rememorar, sino tam-
bién por la condición en que aparece, por su fuerza al restaurar
lo pasado en relación con el momento de la enunciación, el
sustento y sustrato que le ofrece al discurso actual.
En este mismo sentido, Arfuch refiere que “la fuerza per-
formativa de la memoria —su propiedad de instaurar una realidad
que como tal no preexiste a su intervención— se articula al acon-
tecimiento de su enunciación, momento único, singular” (Arfuch,
2008: 79). Así, el ejercicio de evocar se convierte en un dispositivo
que permite dirigir el sentido de la propia narración (oral o es-
crita) y, consecuentemente, lo que no se dice, el olvido, lo que se
invisibiliza, deja de representar al sujeto de la narración.

Consideraciones finales

Como mediadoras de los relatos biográficos, este proyecto nos


permitió hacer un registro desde dos planos de intelección: el
papel de los actores sociales y la metodología.
Sobre los actores sociales podemos señalar que el diálogo
que se produjo conformó un espacio biográfico que permite
hacer inteligible la realidad latinoamericana de estudiantes in-
dígenas (los parecidos de familia y la contemporaneidad), al
reconocer experiencias comunes, pero también los rasgos dis-
tintivos y la diversidad.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 47


De esta manera, en el proceso del taller, donde se genera-
ron relatos informales y se evocaron imágenes vividas, se dialo-
gó sobre aspectos comunes y finalmente se construyeron las
narrativas biográficas; se dio pauta a la identificación y el reco-
nocimiento del propio ethos de manera reflexiva y crítica, desde
la trilogía de vivirlo-narrarlo-comprenderlo.
Nos parece que el sentido de narrarse fue, en principio, un
acto referencial que permitía un re-conocimiento y a la vez una
puesta en común como necesidad de completud, de identifica-
ción, y para ello el lenguaje constituyó la única vía.
Entonces, a través del lenguaje (oral y escrito) observamos
que lo que les permite a estas estudiantes seguir nombrándose
como tsotsil, ñuu savi, maya k’iche y quechua, es el legado que
se les otorgó a través de aprendizajes comunitarios y procesos
de resistencia social y personales. Esto, por supuesto, de manera
compleja y muchas veces entre tensiones y contradicciones.
Se advierte la constitución identitaria del sujeto inscrito
en su comunidad y a la vez desterrado. Cada paso que este da
fuera de su espacio, lo acerca a lo otro y, desde esta paradoja, al
narrarse se reconocen y reconstruyen desde más de un lugar de
interpelación y apropiación.
Con respecto al ámbito educativo, podemos observar dos
factores determinantes en el trayecto formativo: por una parte,
los sujetos que propiciaron y apoyaron los procesos escolares de
estas estudiantes y, por la otra, las condiciones que les permitie-
ron o limitaron seguir en la escuela. Estos aspectos confluyen
en la construcción de sentido que han realizado en torno a la
educación.
No podemos dejar de señalar que un rasgo común en estas
estudiantes es la dignidad y el compromiso que tienen con sus
pueblos. Ambos permiten identificarlas como sujetos clave
para sus comunidades.

48 | Narrativas biográficas a contracorriente


Sobre el aspecto metodológico, podemos señalar que, al
realizar el taller a partir del diálogo colectivo entre estudiantes
de diferentes pueblos originarios, se trabajó de manera reflexiva
la identidad étnica, no sólo al reconocer los rasgos culturales
que les permiten su filiación comunitaria, sino que fueron más
allá, al significarla desde lo político y lo ético.
Las narrativas, como refieren Sánchez y Hernández,
muestran “la pertinencia de los métodos biográficos para apro-
ximarse a la comprensión de varios niveles de la realidad social,
como son la relación entre estructura económica y construccio-
nes simbólicas, y la interacción entre individuo y colectividad”
(Sánchez y Hernández, 2012: 129).
Trabajar el yo-nosotros-referencial permitió abonar a la
autobiografía el sentido del sujeto como complementariedad
del nosotros, propio de los pueblos originarios.
La marca histórica articula la vida personal, familiar y co-
munitaria que muestra la relación y la forma de inclusión intra
y extracomunitaria, en este caso, desde la cotidianidad (en las
prácticas sociales que han aprendido) y, de igual forma, desde la
resistencia, ya sea en el propio territorio como fuera de él.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 49


Voz desde la identidad
maya k’iche
Mi padre me decía: “Regresa a casa
cada vez que puedas”
Ana Felisa Chaclán

Mi nombre es Ana Felisa Chaclán, soy maya k’iche, nací el 15


de septiembre de 1982 en el municipio y departamento de
Totonicapán, a 200 km de la capital de Guatemala. Soy la
quinta hija de una familia de cinco hermanas, todas mujeres.
Un aspecto interesante en mi vida es que soy gemela.
Para hablar de mi vida y de las experiencias que he tenido
en mi cantón y fuera de él es necesario iniciar con la historia de
mis padres, pues ellos hicieron posible que mis hermanas y yo,
siendo indígenas, en un país con violencia armada y originarias
de una pequeña población rural, pudiéramos estudiar, trabajar
y superarnos, manteniendo nuestra identidad indígena.

Mi historia empieza evocando a mis padres


y abuelos

La historia de mis padres es muy importante para mí; ha sido


mi motivación para esforzarme como lo he hecho y para creer
en mí en todo momento. Por un lado, la historia de mi madre

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 53


me enseñó a ser una mujer fuerte y responsable, tal como lo fue
mi abuela y también mi mamá y, por otro lado, mi padre me
enseñó a ser decidida, soñadora y a desarrollar todo mi poten-
cial como persona.
Mi mamá se llamaba Luisa Josefina Barreno Menchú, de
ahí que mi hermana gemela se llame Ana Luisa; provenía de
una familia indígena de bajos recursos, pero vivía en el área
urbana de la ciudad; era la última de nueve hermanos, de los
cuales tan sólo queda uno vivo. Mi mamá convivió muy poco
con su papá ya que él murió cuando ella tenía apenas cinco
años. Fue mi abuelita quien crio a todos sus hijos.
Mi madre vivió con muchas limitaciones, pero a pesar de
eso tuvo la oportunidad de estudiar hasta graduarse de maestra
a los veintitrés años, profesión que ejerció durante veintiocho
años. Ella al igual que dos de sus hermanos lograron estudiar, a
pesar de mantenerse trabajando desde muy jóvenes, ya que la
familia de mi abuela se dedicaba a la zapatería artesanal; hacían
sandalias de cuero y las vendían.
Mi madre, a pesar de ser indígena, no usaba la vestimenta
típica durante su niñez y adolescencia para evitar discriminación,
tampoco hablaba k’iche a pesar de saberlo. Volvió a usar la ves-
timenta indígena cuando se casó con mi papá, quien le pidió
que la usara y ella aceptó. Creo que con el uso de la vestimenta
indígena mi madre recobró su identidad y también nos la trans-
mitió a nosotras. A ella no le gustaba que usáramos vestidos,
y nos permitía usar pantalones en ocasiones especiales, decía
que nos veíamos más bonitas con traje indígena.
Ella siempre fue una mujer muy fuerte; creo que por no
haber tenido a su papá asumió muchas responsabilidades desde
niña, también era estricta y disciplinada, pero muy servicial y
amorosa con su familia. Fue así siempre hasta el día en que
murió de fibrosis pulmonar, enfermedad que le diagnosticaron

54 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


por haber estado expuesta al polvo que inhaló al haber viajado
en pick up a las comunidades en las que trabajó, y al polvo del
yeso que usaba por ser maestra. Ella murió a la edad de cin-
cuenta y cinco años, cuando yo tenía veintitrés. Mi madre re-
presenta la imagen femenina que me permitió conformarme
con firmeza y con una identidad fortalecida.
Por otro lado, me parece importante hacer mención de mi
padre Bonifacio Celso Chaclán Solís; él nació en el cantón
Chotacaj donde vivió toda su infancia, proveniente de una fa-
milia pobre; era el segundo de ocho hermanos de los cuales
quedan vivos seis, tres hombres y tres mujeres. Debido a la po-
breza en la que vivían mis abuelos, mi papá y sus hermanos
trabajaron desde muy pequeños vendiendo leña, tejas y barro, y
en temporada navideña, otros productos naturales como el
musgo que crece en las montañas y se usa para hacer los naci-
mientos conmemorativos.
En esta actividad caminaban durante muchas horas para
entregar los productos que vendían. Cuando mi papá tenía
ocho años entró a la escuela primaria sin saber hablar español;
ingresó a estudiar por una beca concedida por los padres agus-
tinos recoletos, que tenían un colegio católico en Totonicapán,
en la cabecera departamental.
Mi papá, aunque no entendía el español, se esforzó mucho
para aprenderlo, y logró ser un buen estudiante a pesar de sus
limitaciones; por ello las monjas que trabajaban en el colegio le
consiguieron otra beca para estudiar la educación secundaria y
el diversificado (preparatoria) en un internado de Antigua
Guatemala. Así, durante muchos años mi padre vivió interna-
do en colegios; fue ahí donde aprendió a ser disciplinado y or-
denado, pues el tipo de educación que recibía era muy estricta.
Luego de haber terminado la carrera de magisterio y graduarse
como maestro, mi papá regresó a Totonicapán; en ese tiempo

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 55


fortaleció la relación que tenía con mi mamá, ya que antes se
habían visto sólo ocasionalmente.
Al graduarse y casarse, ambos buscaron trabajo; mi mamá
lo consiguió en el Quiché y mi papá en Sololá, los dos alejados
de su ciudad de origen. Mi papá viajaba cada fin de semana
para encontrarse con mi mamá y regresar juntos a Totonicapán,
a la casa de mis abuelos paternos. Todas mis hermanas y yo
nacimos en Totonicapán, aunque Caro y Caty, las dos mayores,
vivieron sus primeros años en el Quiché, cuando mi mamá aún
trabajaba ahí. Pero más o menos en 1979, cuando empezó el
conflicto armado, uno de los departamentos más afectados por
la violencia y la masacre fue el Quiché. Para mis papás y mis
dos primeras hermanas fue una temporada difícil, ya que se
vivía con mucho temor.
Mi papá no pertenecía a la guerrilla; sin embargo, como
era maestro vivió muy de cerca las consecuencias del conflicto
armado mientras se trasladaba de un lugar a otro. Él y mi mamá
optaron por dejar de verse durante algún tiempo ya que, como
lo mencioné antes, él trabajaba en Sololá y ella en el Quiché.
Cuando mi papá lograba viajar iba a verla a ella y a mis dos
hermanas mayores. Él nos contó que un sábado que estaba en
el Quiché, como al mediodía salió a caminar un rato al par-
que… llevaba a mi hermana Caty en sus brazos pues en ese
entonces ella tendría como cuatro añitos, y cuando llegaron al
parque, en la plaza principal, vieron a los soldados ejecutar a un
hombre frente a todos, como una advertencia para aquellos que
ayudaran o pertenecieran a la guerrilla. Esa fue una experiencia
muy difícil para mi padre; le preocupaba mucho el futuro de mi
madre y de nosotras, sus hijas, y ambos trataron de buscar un
traslado para que mi mamá ejerciera su profesión de maestra en
una aldea más cercana a nuestra ciudad de origen, para estar
más segura.

56 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


Cuando reflexiono sobre la manera de pensar de mi padre
y su actuar en ese tiempo, entiendo que no asumió una posición
de apoyo a la guerrilla a pesar de creer en la causa, porque sabía
que mi mamá y mis hermanas lo necesitaban, que debía cuidar
de su familia. De esta manera, se mantuvo al margen, pero con
ideales firmes de justicia que siempre lo caracterizaron en su
trabajo y en la comunidad.
Una vez que mi mamá logró trasladarse a una aldea más
cercana a Totonicapán regresó a vivir a casa de mis abuelos
paternos y viajaba diario; mi mamá trabajó en la misma aldea
durante más o menos diez años. Allí logró reconocimiento por
su trabajo y nos criaba al cobijo de su tierra natal.
Por otro lado, mi papá seguía estudiando; terminó la li-
cenciatura y luego una maestría. Siempre ha sido un hombre
muy decidido, se ha esforzado por darnos a todas sus hijas lo
necesario para tener una vida digna, aunque ha trabajado y vi-
vido lejos de nosotras para lograrlo. Hoy mi padre aún trabaja
y tiene un buen empleo. Que él estudiara constituyó una posi-
bilidad para que nosotras siguiéramos preparándonos.
Creo que la personalidad de mis padres influyó mucho en
mí; por un lado, la fuerza de mi madre me hizo una mujer va-
liente, y la convicción y el apoyo de mi padre me hicieron ser
decidida y esforzarme por trazarme muchas metas y alcanzar-
las, entre ellas estudiar en el extranjero, que es lo que actual-
mente hago.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 57


La vida cotidiana en Chotacaj, al cobijo
de mi abuela y mi madre
Cuando mi hermana gemela y yo nacimos vivíamos con mis
abuelos paternos en el cantón Chotacaj, del municipio y depar-
tamento de Totonicapán.
Chotacaj es un cantón chiquito, del área rural de Totoni-
capán, un lugar con mucha planicie pero rodeado por monta-
ñas. Mis recuerdos de la infancia son jugando en el campo,
acompañando a mi abuelo mientras sembraba el maíz en los
terrenos, o acompañando a mi abuela mientras alimentaba a
los animales que tenía, como gallinas, cerdos, una vaca, a los
perros que cuidaban en la casa y a los gatos que nos acompaña-
ban y jugaban con nosotras. Mi abuelo gustaba mucho de los
gatos; creo que así fue como yo también aprendí a amarlos, a
pesar de que a mi mamá no le gustaban los animales.
Nuestros vecinos, al igual que mi abuelo y que mucha gen-
te de la comunidad, eran agricultores y las mujeres amas de
casa; la rutina de cada día era cuidar de los terrenos, los anima-
les y la casa. Mi papá fue el segundo maestro en el cantón, cosa
que era de gran orgullo para mis abuelos. Cuando nosotras íba-
mos con mi abuelo y algún amigo suyo se acercaba a él, solía
decir con un tono un tanto altivo “son hijas de Bonifacio”.
Mi abuelo siempre se refirió a mi papá por su segundo
nombre, así que en el cantón todos lo conocen por Bonifacio.
Tener un hijo que había estudiado y que era maestro, era un
honor; por ello, nuestros vecinos y familiares le mostraban mu-
cho respeto a mi abuelo, y más a mi padre. Aun ahora, cuando
volvemos a la casa que fue de mis abuelos y vamos con mi papá,
la gente del cantón suele saludarlo con mucho respeto.
En Chotacaj no se realizaban actividades sociales o cultu-
rales excepto para la fiesta patronal que es en enero, en honor al

58 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


Cristo negro; durante esa celebración llegaban grupos musica-
les para dar conciertos al aire libre. Pero las actividades más
importantes para todos los lugareños eran las religiosas, se rea-
lizaban novenas y rosarios antes de la celebración principal. Y
mis abuelos siempre nos llevaban; eran muy devotos ambos.
Nosotras dejamos de asistir a esas actividades cuando nos mu-
damos, pues mi mamá no era muy afecta a esas actividades y mi
papá era más devoto de las ceremonias mayas, muy creyente de
los nahuales que rigen el día en que uno nace. Mi padre se pre-
ocupaba por saber si el nahual en el que cada una de nosotras
había nacido era bueno y también para entender qué tipo de
personalidad tendríamos.
Recuerdo que cuando estábamos por escoger la carrera
técnica y posteriormente le contamos que estábamos pensando
en estudiar Administración de Empresas, él nos dijo que estaba
bien, que nosotras habíamos nacido para conciliar y trabajar
con gente, aconsejando y dirigiendo. Que sabía que nos iría
bien. Eso lo deducía de la lectura que hacía de nuestro
nacimiento.
Durante nuestros primeros seis años de vida quedamos al
cuidado de mi abuelita durante las mañanas, pues mi mamá
trabajaba como maestra en otra comunidad, por lo que salía
muy temprano todos los días. Mi papá, desde que recuerdo,
trabajaba en la ciudad capital, por esa razón sólo lo veíamos los
fines de semana. Al principio, como técnico en educación, y
conforme fue avanzando y estudiando más obtuvo puestos más
altos, hasta llegar a ser viceministro de Educación Intercultural
hace seis años. Actualmente, trabaja como oficial de proyectos
en una organización no gubernamental.
Los fines de semana mi papá venía de la capital para ver-
nos y compartir tiempo con nosotras. Nos traía dulces y nos
hacía preguntas sobre las cosas que habíamos aprendido en la

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 59


escuela para premiarnos; o nos regalaba cinco centavos por
cada cana que le quitábamos del cabello; en ese tiempo no tenía
muchas (jaja).
Durante sus vacaciones siempre hacíamos un paseo a la
montaña; no importaba cuál, lo importante para mi papá era
que pasáramos tiempo juntos, en familia. Mi mamá preparaba
el almuerzo un día antes, para que nos lo lleváramos y comié-
ramos en el bosque.
Cuando nos mudamos de casa de mis abuelos y llegamos
a la nuestra en Totonicapán seguimos con la tradición de pasar
tiempo juntos los fines de semana; salíamos a caminar los sába-
dos por la tarde o nos quedábamos viendo una película todos
juntos.
En las cenas mi papá nos contaba historias sobre su vida
de estudiante, o cómo le iba en el trabajo, siempre tratando de
motivarnos a seguir estudiando y aprendiendo cada día más.
Totonicapán, el departamento al que pertenece Chotacaj,
es de clima frío. La actividad principal es la agricultura; mi
abuelo era agricultor, y mi padre también aprendió el oficio,
pero el haber estudiado le dio nuevas oportunidades y por eso
emigró.
Allá se vive principalmente de la tierra; la mayor parte de
la gente se gana el sustento cultivando maíz para después ven-
derlo en el mercado de la ciudad. Esa es la vocación que hemos
aprendido de generación en generación. Vivimos de la Madre
Tierra, de su fruto y cobijo. En torno a esta actividad se gene-
ran otras más.
Totonicapán es de clima frío, por eso el mayor cultivo es
de maíz y algunas hortalizas, como ya mencioné; no se produ-
cen frutas, las que venden en la cuidad vienen de otros depar-
tamentos del país. La gente de Totonicapán se dedica también
al comercio; muchos son tejedores de ropa típica; otros,

60 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


transportistas sobre todo de la ruta que va de Totonicapán a
Quetzaltenango, el departamento más cercano a donde mu-
chos de los estudiantes emigran, porque es ahí donde hay más
colegios y la única universidad, hasta hace cuatro años, pues
ahora ya hay extensiones universitarias con algunas carreras
solamente.

Los saberes y prácticas k’iches de Totonicapán

Los abuelos aún cuentan historias en k’iche alrededor del fuego


durante la cena, tal como mi abuelo lo hacía cuando vivíamos
con él y con mi abuela. Nos contaba varias historias, entre ellas
la de un conejo que se perdía en uno de los barrancos que hay
en el cantón; contaba cómo lloraba hasta que lograba escapar
de ahí; se perdía por desobedecer a su mamá coneja, así que al
final la moraleja era ser obedientes. También nos relataban él y
la abuela historias míticas de algunas personas que se conver-
tían en animales para molestar a sus vecinos, generalmente se
convertían en gatos y llegaban a maullar por las noches para
quitarle el sueño a la gente que no les caía bien.

Mi traje típico rememora a la naturaleza

Yo aprendí a usar mi traje típico con orgullo y sentirme linda


con mi vestimenta indígena; eso es algo que valoro mucho en
mi ciudad, ya que la mayoría de los indígenas seguimos usan-
do nuestra vestimenta. Es un signo de orgullo por nuestras
raíces, por provenir de los mayas, de preservar nuestra identi-
dad étnica. Usar huipiles bordados, cortes típicos con dibujos
de animales y con los colores del maíz significa que valoramos

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 61


y respetamos la naturaleza, que interactuamos con ella, que
le agradecemos lo que nos provee y que por ello también la
cuidamos.
En Totonicapán hay muchos agricultores, productores de
maíz, por eso se le da mucha importancia a la conservación de
los bosques y terrenos en las comunidades indígenas. Especial-
mente en el área rural, se forman directivas cada año integradas
por los mismos pobladores, quienes son los encargados de velar
por el buen uso de los recursos naturales; es decir, el agua y los
bosques. Nosotros mismos somos guardianes de la naturaleza,
de los bosques, de los ríos y montes.
Las mujeres indígenas creemos mucho en la herbolaria,
tanto así que se tiene la tradición de que cuando una mujer da
a luz, durante los siguientes nueve días debe recibir tres baños
en temazcal, y debe bañarse con varias hierbas, que son las que
ayudarán a que ella produzca la leche suficiente para alimentar
a su hijo. Esta es una tradición que se vive no sólo en los can-
tones sino que también la practican los indígenas del área ur-
bana. A mis hermanas, sus suegras y mi mamá les prepararon el
baño, y la encargada de pasar las hiervas y hervir el agua para
que la nueva madre se bañe es la comadrona, junto con la sue-
gra. Esta práctica la seguimos teniendo, es un saber que se re-
laciona con nuestro bienestar y salud.
La feria patronal de la ciudad de Totonicapán se celebra
en honor a San Miguel Arcángel, el 29 de septiembre. En esta
conmemoración se llevan a cabo actividades religiosas y con-
ciertos promovidos por las 12 sociedades de la iglesia católica.
Debo agregar que estos grupos y sociedades están conformados
en su mayoría por personas indígenas, lo cual ha sido como una
manifestación de poder económico por parte de estas. Es la
celebración más importante en la ciudad; la gente se prepara y
se viste de gala durante ese día en honor al patrono.

62 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


Por otro lado, las actividades sociales, como los bailes, se
llevan a cabo por directivas y grupos conformados por personas
ladinas, y a veces el ingreso es exclusivo para estas.
Creo que las diferencias étnicas se marcan muy bien en mi
ciudad; a pesar de que en su mayoría son personas indígenas,
las diferencias y las exclusiones se hacen muy presentes, como
el hecho de escoger una reina de la feria patronal que sea ladina
y otra indígena, a la que llaman la hija del pueblo.
Pero mi ciudad abreva en gran medida de la tradición
maya, una tradición oral indígena muy presente incluso en la
iglesia; los sacerdotes aprenden k’iche para oficiar una misa en
el idioma. Otra cosa que valoro mucho es la organización co-
munal que existe en cada municipio y cantón, ya que se pro-
mueve el respeto a la naturaleza y la celebración de costumbres
ancestrales.

Gran parte de mis raíces indígenas


se encuentran guardadas en el idioma k’iche
En mis primeros años de vida, durante las mañanas, mi herma-
na gemela y yo nos pasábamos todo el día jugando con los ani-
males que tenía mi abuelita, mientras que mi abuelo salía
al campo a cultivar las milpas en sus terrenos. Mi abuelita no
hablaba español, así que durante esos años nosotras aprendi-
mos algunas expresiones y palabras en k’iche para comunicar-
nos con ella; sin embargo, mi abuelo, mis padres y mi tía,
quienes vivían en esa casa, sí hablaban el español, así que a mis
hermanas y a mí nos empezaron a hablar en español creo que
desde que nacimos.
Mis intentos por hablar en k’iche sólo se remontan a los
momentos en que le pedíamos a mi abuelita que nos diera un

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 63


tamalito para comer a las once de la mañana, pues a esa hora
era cuando recién acababa de cocinarlos. Mi hermanita y yo
éramos las únicas que estábamos en casa durante las mañanas,
pues mis hermanas mayores asistían a un colegio en la cabecera
departamental. En aquel entonces yo lograba entender muchas
palabras en k’iche a pesar de no poder pronunciarlas; entendía
cuando mi abuela hablaba con las vecinas sobre los animales o
el clima, pues ninguna de ellas hablaba el español. Mi abuelita
siempre fue muy cariñosa con nosotras; nos atendía, nos ali-
mentaba y preguntaba cómo estábamos, aunque nosotras sólo
podíamos responderle con un movimiento de la cabeza en res-
puesta a sus preguntas. Las pocas palabras y expresiones que
aprendí a decir eran: Nan nu Wa (abuela nuestro tamal) katán
(caliente), maltiox (gracias) Jé (sí) maja (no, o no hay).
Cuando mi hermana y yo cumplimos seis años mi familia
se mudó al municipio y departamento de Totonicapán, pues
mis papás habían construido una casa en la ciudad para que a
mis hermanas y a mí no se nos dificultara ir a la escuela. Mien-
tras vivíamos en casa de mis abuelos había que caminar alrede-
dor de una hora para llegar al colegio donde estudiaban mis
hermanas y donde mi hermana gemela y yo entraríamos a
estudiar.
Al mudarnos, los intentos por seguir aprendiendo k’iche
se desvanecieron, pues aunque ahora viviríamos cerca de mis
tíos y abuela materna, ninguno de ellos hablaba k’iche a pesar
de saberlo muy bien, debido a que en la ciudad era mal visto
que no se hablara en español. Además, mi madre quería que
nosotros sólo habláramos en español para que no se burlaran
en la escuela. Mi papá sí quería que aprendiéramos el k’iche,
pero como él no estaba con nosotras entre semana, las únicas
oportunidades que teníamos para practicar eran los sábados
que él llegaba a casa, pero no lo hacíamos siempre.

64 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


Al entrar a la escuela, todos los niños hablaban español y
aunque había más niños indígenas estudiando, ninguno de los
profesores hablaba en k’iche; al contrario, si alguno de los niños
decía algo en k’iche lo corregían y lo obligaban a hablar en
español.
Durante mi paso por la primaria y secundaria no sentí la
necesidad de hablar en k’iche, salvo en las ocasiones en las que
mi abuelita paterna llegaba a visitarnos, aunque generalmente
lo hacía los días sábados, cuando mi papá estaba en casa, por lo
que ellos se ponían a hablar y nosotras a jugar.
Cuando entré a la universidad sentí el deseo de estudiar
k’iche, y precisamente en ese año, como parte de uno de los
servicios que la parroquia de la ciudad ofrecía, daban clases de
k’iche los sábados por la mañana. Recuerdo que disfruté mucho
mi primera clase pues aprendí muchas palabras y recordé otras
que mi abuelita nos mencionaba; ese sábado le conté a mi
mamá lo que había aprendido y ella me pidió que practicara
con mi papá, pues a él le daría gusto hacerlo conmigo y corre-
girme la pronunciación.
La segunda clase fue la más decepcionante, pues el profe-
sor hizo parejas entre los estudiantes y nos pidió que hiciéra-
mos una conversación; yo me sentí tan frustrada porque era la
única del grupo que no sabía realmente hablar el idioma, el
resto de mis compañeros sí lo sabía y sólo llegaban a clase para
aprender a escribirlo. Mientras yo hacía el intento por pronun-
ciar correctamente las palabras, la mayoría de ellos se burlaban
de mí, lo cual me hizo sentirme muy triste y avergonzada, así
que decidí no volver a asistir a las clases.
Con el paso de los años voy comprendiendo la importan-
cia de hablar el k’iche, porque gran parte de mis raíces indíge-
nas se encuentran guardadas en ese idioma, así como la
posibilidad de poder comunicarme con los indígenas que no

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 65


hablan el español. Creo que el hecho de que yo no hable la
lengua materna también ha sido motivo de burlas y bromas de
mal gusto junto a otras personas que sí hablan, y quienes con-
sideran que la identidad cultural sólo se define en función de
hablar o no el idioma.
En muchas ocasiones, al verme con el traje típico de mi
ciudad, me empezaban a hablar en k’iche y al no poder respon-
der sólo me decían “ahh idiaih como así que no habla, no es
indígena pues”. Esta expresión me molesta mucho pues yo creo
que mi identidad no está definida puramente con el uso del
idioma; creo que hay muchos más elementos que me definen
como indígena y especialmente como k’iche, y el más impor-
tante de ellos es mi identificación y la valoración de las costum-
bres y la cultura de nuestro pueblo, de los saberes de nuestros
abuelos, de nuestro agradecimiento a la Madre Tierra y el res-
peto a ella en todo momento, en la convivencia y el apoyo
comunitario.

En la escuela descubrimos las diferencias


por ser indígenas
Cuando nos mudamos a la ciudad fue la primera vez que mi
gemelita y yo conocimos un lugar más grande. Estando en la
escuela nos dimos cuenta de que algunos de los niños y las ni-
ñas de ahí eran diferentes a nosotras, especialmente en el color
de piel y en la vestimenta que usaban; nosotras a esa edad usá-
bamos el traje típico de la ciudad, por lo que era fácil distinguir
que éramos niñas indígenas. Pero las verdaderas diferencias no
provenían de los niños sino de los maestros en el trato hacia
quienes éramos indígenas; era evidente, pues cada vez que
había que representar al salón de clases escogían a las niñas o

66 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


niños “ladinos”, quienes al parecer eran más bonitos. Creo que
a pesar de esas diferencias, a mis hermanas y a mí nos fue muy
bien en el colegio, pues siempre fuimos muy inteligentes, y eso
nos permitió sobresalir en todo lo que hacíamos. Nosotras, gra-
cias a la experiencia de mi mamá como maestra, nunca tuvimos
problemas de aprendizaje; al contrario, siempre se nos facilita-
ron las actividades escolares.
Cuando yo estaba en cuarto grado de primaria, tenía un
buen promedio y en aquel tiempo el gobierno municipal pro-
movió una actividad de reconocimiento y conmemoración a
los alumnos destacados de educación primaria y secundaria, de
todas las escuelas de la cabecera departamental. Yo era la mejor
estudiante del colegio en aquel tiempo, pero hubo un inconve-
niente pues la hermana de una de las profesoras (ladina por
cierto) tenía un buen promedio también, por lo que la maestra
luchó para que fuera a su hermana a quien se le otorgara la
medalla de reconocimiento.
Afortunadamente, mi profesora de grado me defendió y
logró que se reconociera que yo tenía un promedio mayor, aun-
que era una niña más pequeña. Al final fui yo quien recibió el
reconocimiento en un acto público junto a otros estudiantes, en
su mayoría ladinos.
Otro de los eventos que más recuerdo durante mis estu-
dios en la primaria era que, durante los primeros años, algunos
de los niños no querían juntarse con nosotras por ser indígenas,
bueno no sólo con nosotras, sino más bien se hacían grupos…
Los niños indígenas de un lado y los ladinos de otro.
Yo no tenía ningún problema, pues afortunadamente
siempre me sentí acompañada por mi hermana, quien ha sido
mi mejor amiga. Creo que eso me permitió no sentirme recha-
zada en el colegio, aunque debo reconocer que siempre fuimos
muy calladas en clase.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 67


Por otro lado, creo que una de las cosas que nos hizo ser
más desenvueltas e interactuar con mayor frecuencia con niños
ladinos fue el hecho de jugar basquetbol, pues, modestia aparte,
lo hacíamos muy bien. Eso nos permitió pertenecer a la selec-
ción del departamento, a pesar de que pocos niños y niñas lo-
graban entrar; jugar basquetbol quedaba generalmente relegado
a los hijos de personas ladinas o de indígenas con una buena
posición económica y nosotras no teníamos ninguna de las dos
características, aunque mis padres afortunadamente no tenían
problemas económicos.
Esto es algo muy importante para mí, especialmente por-
que en Totonicapán las diferencias étnicas están seriamente
marcadas; tal es el caso de que ninguna reina de la cuidad pue-
de ser indígena. Se hacen dos eventos de belleza, uno para es-
coger a la reina indígena y otro para la elección de la reina del
departamento, que de hecho tiene que ser ladina.
En la secundaria nos fue muy bien; estudiamos en una
escuela pública y en su mayoría los que asistíamos éramos indí-
genas; no usábamos ningún uniforme, llegábamos con nuestro
traje típico, y los días en que tocaba educación física debíamos
llevar pants y tenis. Nosotras ya usábamos en ocasiones panta-
lones y pants, pues mis papás procuraban que aprendiéramos a
vestirnos de distintas formas, sin olvidarnos de usar nuestro
traje típico.
A pesar de que en aquella escuela la mayoría éramos indí-
genas los pocos ladinos que asistían seguían obteniendo algu-
nas ventajas y tratos especiales, pues los profesores eran en gran
parte ladinos.
Al pasar al diversificado (preparatoria) las diferencias se
hicieron más evidentes, pues dejamos de estudiar en Totonica-
pán y empezamos en un colegio en el departamento de Quet-
zaltenango. Ahí asistíamos menos indígenas y también había

68 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


diferencias entre los indígenas de Totonicapán y los de Quet-
zaltenango, pues durante muchos años se ha reconocido que
los indígenas de Quetzaltenango tienen más dinero.
Nuevamente, el hecho de que mi hermana gemela estu-
diara conmigo me hizo sentirme segura en el lugar en el que
estaba, y creo que yo le generaba la misma seguridad a ella. El
hecho de jugar bien basquetbol nuevamente nos hizo interac-
tuar con más personas ladinas, y ser parte del equipo del cole-
gio. Creo que mi hermanita jugaba sólo para darme gusto y
acompañarme, pues no le gustaba tanto como a mí, pero no
quería dejarme sola. Ahora me doy cuenta de que siempre tra-
tamos de protegernos y cuidarnos mutuamente.
Durante ese tiempo hice muy buenos amigos, en su mayo-
ría indígenas, aunque también algunos ladinos; sin embargo,
me doy cuenta de que en ese momento de mi vida fue cuando
yo empecé a sentir y querer ser diferente, dejar de ser indígena
y tener una imagen parecida a las de mis compañeras, usar ves-
tidos y ropa como la de ellas; pero eso no era posible pues mi
mamá jamás nos permitió usar vestidos de moda y argumenta-
ba que no debíamos olvidarnos lo que éramos y valorarnos.
Que no debíamos vestirnos distinto sólo para sentirnos iguales
a los demás, pues nosotros éramos iguales a todos ellos, pero
con nuestra propia identidad.
A pesar de las orientaciones de mi madre, en esta etapa fue
en la que negué mis raíces. No quería que mencionaran mi
apellido pues se darían cuenta de que era indígena; según yo
eso lo hacía más evidente porque después de todo en la escuela
usaba el mismo uniforme que mis compañeras.
Cuando entré al Centro Universitario de Occidente, de
la Universidad de San Carlos de Guatemala, la universidad
pública del país, me sentía más segura de usar nuevamente mi
traje típico; mis papás tenían una buena posición económica y

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 69


ya no me sentía distinta, al menos en cuanto a lo económico.
Mi hermana gemela y nuestra mejor amiga también estudiaban
la misma carrera, Administración de Empresas, así que no me
faltó compañía; además, había más estudiantes indígenas aunque
no tantos, algunos de Quetzaltenango y otros de Totonicapán.
Con nuestra ropa podían distinguirnos y reconocernos, pues a
pesar de ser indígenas no usamos la misma vestimenta.
Allí, nuevamente nuestra inteligencia nos permitió sobre-
salir, hasta los estudiantes ladinos se acercaban a nosotras para
que les explicáramos algunos temas; ambas éramos buenas,
pero cada una en áreas diferentes.
En la universidad, la discriminación, desde mi punto de
vista, se daba más en las oficinas de trámites, pues si te veían
como indígena tardaban más en atenderte; en las aulas las dife-
rencias se marcaban en los grupos de trabajo, pues generalmen-
te cada quién buscaba estar con alguien de su misma etnia. Los
indígenas nos reuníamos por un lado, y los ladinos por el otro.

Estar en varios lados pero siempre regresar


a donde está mi ombligo
Desde que cumplí seis años aprendí que no siempre estaríamos
en el mismo lugar. Fue esa la primera vez que nos mudamos;
dejamos de estar en la casa de mis abuelitos para vivir en la
ciudad. Mis padres siempre dijeron que nos habíamos mudado
para facilitarnos las cosas, pues vivir en un cantón iba a ser otro
motivo de discriminación.
Venir de un cantón significaba que eras de las montañas o
de la sierra; es decir, que eras una persona sin educación; más
bien, una persona incivilizada, que no sabía hablar ni tener mo-
dales. Incluso se sigue usando la expresión: “parece que vienes

70 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


del cantón”, como para hacer referencia a que no tienes
modales.
Sé que esa fue la experiencia de mi padre y no quería que
se repitiera con nosotras. Él ya estaba acostumbrado, desde ha-
cía muchos años, a no vivir en el cantón. Desde que tenía doce
años había salido de casa, se había ganado una beca para estu-
diar en la Antigua Guatemala, muy cerca de la capital, pero
muy lejos de Totonicapán. Desde entonces había estado fuera.
Conoció a mi mamá porque ambos eran maestros y ella tam-
bién había emigrado a otro departamento cuando empezó a
trabajar. Fue en el Quiché donde se conocieron y se enamora-
ron, pero ambos querían tener una familia y regresar a Totoni-
capán. Cuando se casaron volvieron a vivir con mis abuelitos, al
menos mi mamá, pues mi papá trabajaba más lejos y llegaba
únicamente los fines de semana. Siempre fueron muy trabaja-
dores los dos, pero mi papá, como ya lo he referido, siempre fue
muy visionario y decidido, siempre siguió estudiando, hasta
hizo la maestría en Nuevo México. Fue en ese año en el que
pudo ahorrar y enviarle dinero a mi mamá para que construye-
ran la casa en la ciudad, y cuando él regresó nos mudamos.
Mi papá siempre nos repitió que nos esforzáramos, que
aprovecháramos las oportunidades y que aprendiéramos mu-
cho, que eso nos permitiría tener una vida mejor. Él siempre
nos ha dicho que la educación es la puerta del éxito; nos repitió
que no teníamos que quedarnos en el mismo lugar, que debía-
mos crecer, y que eso muchas veces iba a significar dejar nuestra
casa y familia. Creo que hablaba por experiencia. Sin embargo,
siempre nos decía: “No se olviden de regresar siempre a casa,
porque ahí está su ombligo”, ahí está la familia y siempre ten-
drán un lugar.
Mi mamá también nos repetía que no dejáramos de estu-
diar y que no tuviéramos miedo de mudarnos si era necesario.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 71


Creo que como ambos se habían acostumbrado a tener que vivir
en otros departamentos por trabajo o estudios, nos decían eso.
Mis hermanas y yo estudiamos la primaria y la secundaria
en Totonicapán, pero el diversificado (preparatoria) lo hicimos en
Quetzaltenango; ahí había más opciones de estudio, más carre-
ras. Cada una estudió lo que quería, mis papás siempre nos
apoyaron en ese sentido. Sé que ellos hubieran querido que
fuéramos maestras pero ninguna de nosotras quiso serlo; a Ana
Luisa y a mí nos gustaron más los números y por eso estudiamos
Administración de Empresas. Yo al menos siempre quise trabajar
en una empresa y no ser docente.
Desde los quince años yo estaba acostumbrada a viajar
para estudiar, así lo hicimos todo el tiempo; salíamos a las once
de la mañana pues Quetzaltenango queda a una hora de Toto-
nicapán y regresábamos a las siete de la noche. Al terminar el
diversificado empezamos a estudiar en la universidad que que-
daba también en Quetzaltenango; era estatal pues mis papás
nos podían ayudar sólo con el transporte, y en esa universidad
el costo de matriculación era mínimo. Cuando estudiamos en
la universidad, viajábamos por la tarde, ya que las clases empe-
zaban a las seis y terminaban a las 9:30 de la noche, y regresá-
bamos a la casa a las 10:30. Sólo en una ocasión recuerdo
haberme sentido vulnerable siendo mujer y viajando tan tarde,
pues mientras caminábamos por las calles de Totonicapán, de
regreso a nuestra casa, un hombre nos persiguió para violarnos;
sé que eso era lo que quería pues se empezó a bajar los panta-
lones y a masturbarse. Mi hermana y yo corrimos lo más rápido
que pudimos hasta llegar a nuestra casa. Cuando entramos llo-
ramos mucho, pero no le dijimos a mi mamá lo que había pa-
sado para que no se preocupara, pues ella estaba enferma.
Mientras estudiaba la licenciatura, conseguí un trabajo en
Quetzaltenango, por lo que pasaba todo el día ahí. Sé que para

72 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


mí hubiera sido mucho más fácil mudarme a Quetzaltenango,
pero siempre recordé lo que mi papá me decía, que no debía
olvidarme de mi ombligo y debía regresar a casa siempre. Por
eso prefería viajar todos los días, al menos para pasar las noches
en casa y los fines de semana. Desde aquel entonces siempre ha
sido así, pues la mayor parte de mis empleos han sido en esa
ciudad y no en la mía.
Estudié la licenciatura en Administración de Empresas
porque siempre pensé que quería trabajar con personas en una
empresa. Fui una buena estudiante y terminé la carrera en el
tiempo estimado. Me gradué dos años después de haber culmi-
nado todas mis materias, ya que en esa universidad debía pre-
sentar un examen general de conocimientos previo a realizar
mi tesis de grado. Eso me hizo demorarme, además de que el
año en que terminé cursos en la universidad justo murió mi
madre; al siguiente trabajé en un diagnóstico sobre la realidad
de los jóvenes indígenas de la costa sur del país, luego hice un
diplomado de creatividad y después de eso regresé a una ong
que trabaja con jóvenes para quedarme ahí tres años, antes de
ganarme la beca para hacer la maestría en el extranjero. En ese
transcurso, mi vida académica se desarrollaba bien. Fui descu-
briendo nuevos intereses, me gustaron los proyectos y por eso
decidí trabajar en una asociación de jóvenes, donde el eje son
los proyectos para la promoción del desarrollo de los jóvenes y
señoritas. He trabajado poco la parte administrativa pero me
sigue gustando; no descarto la posibilidad de estar a cargo de
un área de recursos humanos, porque ahora comprendo que
puedo hacer mucho por la gente, no sólo a través de los
proyectos.
Ahora me encuentro en México estudiando una maestría
en Desarrollo Humano en la Universidad Iberoamericana de la
Ciudad de México. Cuando terminé la licenciatura tenía claro

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 73


que quería continuar estudiando, pero no estaba segura de qué
posgrado seguir; me dediqué a recibir otros cursos, hacer pro-
yectos y trabajar en ellos. Mientras los años pasaban, mi inten-
ción de prepararme y aprender más cosas y tener herramientas
para el trabajo con grupos y poblaciones indígenas iba crecien-
do. A mis manos llegó la convocatoria para las becas de la Fun-
dación Ford, y fue entonces cuando decidí postularme. Escogí
venir a México ya que el programa de la maestría en Desarrollo
Humano me parecía muy interesante y completo. Recuerdo
que cuando le dije a mi papá que me había ganado la beca se
puso muy feliz. Me felicitó y me dijo que esperaba que yo dis-
frutara mucho de esa experiencia, que estar en otro país me
permitiría ver de otra forma el mundo, pero eso sí, que nunca
me olvidara de dónde estaba mi ombligo, y regresara a casa
cada vez que pudiera. Creo que estas palabras han marcado mi
vida significativamente; para mí, regresar a casa significa no
olvidarme del lugar de donde provengo, de mi comunidad y de
mis costumbres, significa recordar mis raíces k’iches y no des-
prenderme de ellas nunca. Así que ahora, cada vez que puedo
regreso a casa.

Mi experiencia en la Universidad Iberoamericana

Mi experiencia en la Universidad fue muy agradable; claro que


al principio me costó adaptarme a un ambiente de tanta opu-
lencia y lujo. Yo nunca había estudiado en una universidad pri-
vada y menos con gente de clase social alta.
Afortunadamente, mi proceso de adaptación fue rápido;
hice muy buenos amigos dentro de la maestría. Además de esto,
haber estudiado la maestría en Desarrollo Humano me permitió
explorar mucho más en mis sentimientos y conocerme de una

74 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


forma profunda, valorando cada una de las cosas que me inte-
gran, entre ellas mi ascendencia maya k’iche.
Además, desde el primer semestre, el Departamento de
Interculturalidad y Asuntos Indígenas de la Universidad orga-
nizó varias reuniones para que los estudiantes indígenas pudié-
ramos conocernos y apoyarnos mutuamente. Como una
iniciativa del Departamento surgió la idea del taller de narrati-
va biográfica en la que varios de los estudiantes decidimos
participar.
Conocer la narrativa de vida de varios de mis compañeros
indígenas y compartirles la mía de forma abierta y confiada me
hizo sentirme acompañada y valorar nuevamente mi identidad
étnica. Varias veces me sentí diferente a los estudiantes de la
Ibero por mi color de piel, estatura y clase social, pero estando
dentro del taller de narrativas, al lado de mis compañeros, sentí
una especie de camaradería que me permitía revalorar, una y
otra vez, lo que significa pertenecer a un grupo étnico distinto.
Definitivamente fue un privilegio para mí.

¿De dónde vengo… y hacia dónde voy?

Aceptar y reafirmar mi identidad indígena no fue sencillo. Tar-


dé mucho en hacerlo, pero creo que el hecho de que mi papá y
mi mamá nos reforzaran constantemente la importancia que
tenían nuestras costumbres, el respeto por la lengua indígena
a pesar de no hablarla y vestirnos con nuestro traje típico casi
siempre, influyeron mucho en mí. En mi adolescencia fue
cuando más sentí la necesidad de vestirme distinto, pero más
bien de sentirme distinta; durante algún tiempo deseé no ser
indígena, por los comentarios que nos hacían, diciendo que éra-
mos sucios o tontos. Aún es común escuchar esos comentarios

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 75


en espacios públicos o privados provenientes de gente ladina.
Que en algunos lugares nos trataran distinto, que tardaran más
en atendernos o que al final de cuentas no nos atendieran, me
hacía querer ser otra persona, ser blanca, alta o tener otro apellido.
Creo que esto me sucedió cuando tenía más o menos die-
ciséis años hasta los veintidós, pues cuando cumplí veintitrés
conseguí un empleo. Era mi primer trabajo; fue en una exposi-
ción interactiva sobre relaciones interétnicas en Guatemala, y
la exposición se llamó ¿Por qué estamos como estamos? Fue en ese
espacio donde comprendí gran parte de la historia de Guate-
mala y también de mi historia personal. Hice un recorrido a lo
largo de muchos acontecimientos importantes en mi país,
como la guerra interna que duró treinta y seis años y que afectó
a mis padres y a mucha población indígena. Pero algo que me
motivó profundamente fue ver una fotografía de mi papá en
esa exposición como el segundo indígena viceministro de
Educación.
Fue ahí donde comprendí que yo no debía ser otra perso-
na, que mis condiciones y sentimientos de inferioridad en al-
gunos momentos venía de la inseguridad que sentía hacia mí
misma, como si mi condición de indígena me impidiera ser tan
inteligente y capaz como los no indígenas. Desde entonces re-
afirmo mi identidad como indígena k’iche cada vez que puedo;
participo en ceremonias mayas para sentir el fuego purificador
y la guía de nuestros ancestros, nuestros abuelos y nuestra ma-
dre naturaleza.
Uso mi vestimenta con orgullo, porque vestirla no me hace
ser menos capaz en ningún aspecto, aunque me traten de ma-
nera distinta a los demás. Lo más importante para mí es que yo
me trate con respeto.
Sé que soy una mujer indígena privilegiada, he llegado
hasta un lugar que no muchos han tenido la oportunidad, ni

76 | Mi padre me decía: “Regresa a casa cada vez que puedas”


siquiera mis hermanas; menos mis tías y mis abuelas, y por eso
siento el firme compromiso de hacer algo por los demás, espe-
cialmente por las mujeres indígenas que a lo largo de la historia
fueron, son y siguen siendo las menos atendidas, la población
más vulnerada.
Yo decidí estudiar una maestría en Desarrollo Humano
con la idea de que sólo en la comprensión correcta de las nece-
sidades de los otros puedo ayudar en la búsqueda de la satisfac-
ción de esas necesidades.
Estoy a punto de terminar esta maestría y de volver a mi
país con una experiencia distinta de vida, pero sobre todo con
una necesidad muy grande de ayudar, de acompañar o al menos
de escuchar las historias de otros, de mi gente, mi pueblo, mis
hermanos y mis hermanas indígenas.
Estuve lejos de mi país y de mi comunidad dos años, y mi
identidad hoy es más fuerte. Le agradezco a Dios y a la vida ser
indígena y lo que eso me ha permitido conocer; el acercamien-
to a la naturaleza, al fuego, a las costumbres. Ser indígena me
permitió ganarme la beca para estudiar la maestría y mostrar-
me con todo el potencial que tengo, no sólo académico sino
profesional y personal. Aprender de otras culturas durante
mi estancia en México enriqueció mi experiencia y sé que
hoy valoro más todo lo que mi cultura indígena k’iche me ha
ofrecido.
Mi experiencia en este trayecto de vida me permite dialo-
gar con los otros, abrir mi corazón k’iche a las personas con que
me relaciono, y regresar a mi país con una gran responsabilidad
y compromiso.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 77


Voces desde
la identidad ñuu savi
De niña caminaba con la luz
de la luna, entre las montañas,
cercana a las nubes
Florina Mendoza

Mi nombre es Florina, soy de origen ñuu savi (del lugar de las


nubes). Nací en 1975, en la sierra de Oaxaca, en un pueblo lla-
mado Chapultepec. Mi familia es numerosa; está compuesta por
ocho hermanos, cinco mujeres y tres hombres, yo soy la segunda
hermana. En el andar de mis padres en la búsqueda de otras
condiciones de vida, nos hemos desplazado de un lugar a otro.
Debido a esto, la mayoría hemos nacido y crecido en diferentes
lugares del país. Mi primer hermano nació en Michoacán, otros
en Chiapas, y en México. Uno de mis hermanos y yo nacimos en
la Sierra Mixteca, donde viví los primeros ocho años de mi vida.
Los años que viví en la mixteca han permanecido en mi
memoria, en mi sentir y en mi pensamiento como parte entra-
ñable de mi identidad. Aun a la distancia, y después de un largo
andar como familia migrante, tengo presente el pueblo de don-
de salimos. Incluso cuando regresé, después de más de diez
años, miré nuevamente aquellos paisajes que permanecían en
mi memoria, despertando un sinfín de recuerdos, y al mismo
tiempo me negaba a su transformación, a lo diferente que se
veía. Era evidente que había cambiado en mi ausencia.

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Sin embargo, en mis recuerdos están presentes el caminar
con la luz de la luna, escuchar el sonido de la noche, el amane-
cer con rocío, las montañas, las nubes que viajaban incansable-
mente, los campos de maíz y las fiestas de un pueblo a pie,
siempre en contacto con la tierra.
Estas imágenes rodearon mi niñez y ahora forman parte
de lo que soy, me acompañan como una manera de no olvidar
mi origen. Recuerdo una de ellas; fue una mañana con neblina,
la tierra estaba cubierta con su manto blanco y mis pies desnu-
dos se rehusaban a caminar con el frío y la carga excesiva a
cuestas: un tenante con maíz que mi madre me colocaba sobre
la frente. Yo era una niña menuda que tenía como tarea ir al
molino para moler el maíz. Con esto iniciaba el trajín del día,
pues de regreso de la molienda ayudaba a hacer las tortillas y a
poner leña al fuego. Al parecer, en esa ocasión, me resistía a la
tarea diaria.
En la comunidad, con este tipo de actividades que los ni-
ños realizan se aprende también jugando; se comparte con los
adultos la labor de la casa, el trabajo con la tierra y también las
actividades en los días de fiestas. A temprana edad tenemos
responsabilidades dentro de la vida familiar. Si los abuelos y las
abuelas se quedan con los nietos mientras los hijos salen del
pueblo a trabajar, prácticamente cuentan sólo con ellos para el
trabajo en la casa, en el solar y en el campo. Así que los niños,
ya sea con sus padres o con sus abuelos, a edad muy temprana
tienen una gran participación en la vida comunitaria, dándole
de comer a los animales, acarreando el agua, o yendo a buscar
leña al monte, saliendo a la milpa a buscar quelites, habas, fri-
joles tiernos o flores de calabaza para la comida.
A mi hermano y a mí, por ejemplo, nos tocaba ir por la
leña al monte; yo siempre me quejaba porque yo cargaba mu-
cho, mucho más que él, en el hombro, y siempre lo retaba.

82 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
Mientras buscábamos leña jugábamos con una tabla de madera
que se deslizaba sobre la llujia, es decir, las hojas secas de los
pinos. También perseguíamos conejos de monte, buscábamos
hongos o masticábamos la resina de los árboles, una especie de
chicle masticable. Estas eran las actividades comunes en las que
nosotros participábamos como niños, siempre integrados; así
aprendimos el valor de la vida, de la tierra, del trabajo y del
respeto con el otro.

Pocos han quedado en la mixteca al cuidado


de las tierras y de nuestras costumbres

Mis padres aprendieron de mis abuelos, al igual que nosotros


de ellos, todas las actividades agrícolas, familiares y comunita-
rias, pero además aprendieron a migrar desde muy jóvenes. Mi
padre, desde muy pequeño, salió de su comunidad para ir a
trabajar a Veracruz en el corte de caña, y mi madre también
migró cuando recién comenzaba a vivir con mi padre. Ambos
migraron por un tiempo a Michoacán con mis abuelos. La ma-
yoría de nuestra familia lo ha hecho; mis tíos “al norte” (como
se dice en el pueblo), para trabajar en el corte de tomate.
A una de mis tías sólo la conocí por una foto en medio de
ese campo rojo; mis primos, en su intento de ayudar a su familia,
lograron llegar hasta la isla de Hawaii, en donde permanecieron
muchos años. Ellos caminaron cada vez más, alejándose del
pueblo. Pocos han quedado en la mixteca, al cuidado de las tierras
y de nuestras costumbres, aunque los que salimos no hemos
perdido el contacto con el pueblo, e incluso los nombramientos
comunales continúan realizándose aun cuando el elegido
esté lejos de su pueblo. Muestra de ello es una gran población
mixteca en el Estado de México, que en coordinación con las

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 83


comunidades representan las diversas festividades con sus res-
pectivas mayordomías.
Después de que mis padres regresaron de Michoacán, nací
yo, y pocos años después nos mudamos hacia la cabecera muni-
cipal, en Chalcatongo, donde mi padre construyó una casita de
adobe, en la que vivimos hasta salir del pueblo. Él salió en busca
de trabajo; se fue al estado de Chiapas a “probar suerte” (como
se decía), mientras mi hermano y yo nos quedamos al cuidado
de mi madre y ella de nosotros; con esto hago mención de la
responsabilidad conjunta que tuvimos para sobrevivir sin él.
La ausencia de mi padre nos mostró, en nuestros primeros
años, junto a mi madre, varios lados de la vida: la escasez eco-
nómica estaba siempre presente a excepción de los momentos
en que él nos enviaba dinero o iba a visitarnos. A raíz de esta
situación yo decido trabajar desde muy pequeña, empleándome
como jornalera en el campo para la siembra del maíz, para lim-
piar la milpa (quitar la yerba mala), para arrancar la cebolla y
pizcar las mazorcas. En ese entonces ganaba cerca de dos pesos
al día, que gustosamente daba a mi mamá para los gastos de la
casa. Ante estas razones de escasez permanecíamos parte de
nuestro tiempo con los abuelos, ya que ellos sí cultivaban la
tierra y tenían de donde alimentarse, mientras mis padres bus-
caban la forma de obtener un poco de dinero.
Mientras transcurría de esta manera mi vida diaria, mi
experiencia educativa en el pueblo fue fugaz y también casi
por suerte, ya que si no había para comer mucho menos para
estudiar e ir a la escuela. Sin embargo, con gran esfuerzo, mi
hermano y yo estuvimos los primeros años en la escuela del
municipio, donde nosotros éramos los “privilegiados”, porque
esta nos quedaba a unos minutos de la casa, además de vivir en
“el centro” (dentro de la cabecera municipal), a comparación
de otros compañeros que tenían que caminar mucho para

84 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
llegar a ella. Aun así nuestra condición era la misma, aunque
se pensara que vivir en el municipio tenía, intrínsecamente,
mejores condiciones de vida; claro, hubo una que otra excep-
ción con algunos compañeros, pero al final todos éramos niños
con carencias.
Después de la escuela, continuaba con mis labores. Los
jueves, día de plaza, a veces iba a intercambiar algunos pro-
ductos por otros. Mi madre me daba, por ejemplo, trigo, se-
millas o frijol que cambiaba por sal o azúcar, que eran
productos casi privilegiados en el pueblo. Hace por lo menos
veinticinco años, el intercambio era la forma de subsistencia
predominante; la mayoría de la gente no tenía mucho dinero
o lo utilizaba para adquirir ciertos productos, por ejemplo,
insumos para el campo.
La gente venía de todas las comunidades cercanas a ven-
der sus productos a la cabecera municipal de Chalcatongo. Re-
cuerdo mirar muchos colores, oler muchos aromas, mirar
rostros de expresión fuerte, mujeres con sus niños sobre los re-
bozos comerciando, o mejor dicho intercambiando. Era una
gran fiesta, había dulces y mucha fruta que solamente se en-
contraba ese día, así que era el gran día de plaza. Este encuen-
tro era una gran oportunidad para escuchar la lengua ñuu savi,
ya que en la escuela nos hablaban en español, que incluso era
bien visto. Mis padres no pudieron hablarnos en el mismo idio-
ma debido al movimiento constante de ellos hacia otros luga-
res, y en la cabecera municipal predominaba el español. Mi
abuela sabía poco español; esa fue una gran ventaja para mí, ya
que la escuchaba atentamente mientras intercambiaba palabras
con la gente que encontrábamos en el camino, quienes visita-
ban la casa o en las fiestas a las que íbamos con ella.
Nuestros primos hablaban también español y entendían
muy bien el ñuu savi. Yo llegué a entenderlo un poco hasta

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 85


antes de nuestra partida del pueblo, momento que marcó el
inicio de un andar en el que me alejaba de mi tierra hasta no
verla, hasta perderla. Sin embargo, aunque me fui, no olvidé mi
infancia, a mi abuela, a mis amigos, el trabajo que realicé y, de
esa manera, tuve siempre presente a mi pueblo.
Aquel tiempo sin mi padre y sin recursos económicos fue
difícil. Sin embargo, la situación cambió en una ocasión en que
él llegó; incluso tuvimos que interrumpir nuestra asistencia a la
escuela en ese ciclo escolar porque llegó con la intención de que
todos nos trasladáramos a Chiapas, pues había encontrado un
trabajo que él consideraba más seguro, lo suficiente para mu-
darnos a su lado. Allá se empleó de ayudante en la construcción
de una presa hidroeléctrica. En familia migramos a ese estado.
Desde el viaje conocí sus paisajes, que eran distintos a los de mi
región; salía de las montañas frías hacia la selva calurosa. Más
tarde me di cuenta de que también tenían otra forma de hablar
y otras costumbres. Sin embargo, gracias a las relaciones coti-
dianas que establecimos con la gente que vivía allí, comenza-
mos a adaptarnos a esa nueva vida, lejos de mi pueblo.

La vida en los márgenes de la Ciudad de México,


un parteaguas en mi condición de inmigrante

Después de varios años en Chiapas, en donde nacieron mis dos


hermanas, nos trasladamos a la Ciudad de México. Nuestro
viaje fue por tren y tardamos una semana en llegar. La emoción
nos embargaba pero también sentíamos nostalgia por lo que
dejábamos atrás. El cambio de vida de una zona rural a las
márgenes de la ciudad tuvo un impacto tremendo, porque lo
que mirábamos no eran árboles, ríos o plantas, de los que vivi-
mos rodeados tanto en Chiapas como en Oaxaca. En este nue-

86 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
vo sitio, los paisajes eran distintos, sobre todo por los lugares en
donde el tren pasó mientras entrábamos a México. La basura,
los ríos negros, zonas de marginación, fueron las primeras imá-
genes de recibimiento. Mi hermana y yo nos preguntábamos
cómo podía vivir aquí la gente. Nuestra impresión fue aún ma-
yor cuando nos percatamos de que era justo allí la zona donde
íbamos a vivir.
Este espacio formaría parte de nuestra experiencia de vida;
el inicio de un camino impredecible por lo que nos tocaría vivir
como familia inmigrante que llega a México sin casa, sin traba-
jo, sin escuela, etc. Esto empeoraba la situación, pues nos ubi-
caba en condiciones desiguales respecto a las familias que allí
vivían y a los otros niños.
Fue entonces cuando mis hermanos y yo advertimos la
discriminación, que dio inicio al finalizar la escuela primaria,
donde nos decían “oaxacos”, que connotaba significados como
pobres e indios. Por el desconocimiento de algunas palabras o
la aplicación de otras que nosotros ya traíamos y usábamos, nos
reconocían como diferentes, pero de una manera negativa, des-
pectiva; ante esto, comenzamos a cambiar y a aprender para
tratar de no ser estigmatizados.
En la mayoría de las ocasiones no decíamos que éramos de
Oaxaca sino que veníamos de Chiapas, lo cual por alguna ra-
zón aminoraba la situación; tampoco queríamos que nuestros
padres hablaran en ñuu savi porque la gente nos miraba dife-
rente, pero por las fiestas en casa, con nuestra música, nuestra
comida, costumbres, era inevitable que la diferencia se notara.
Además, con nuestra llegada a México, mi familia se en-
contró con muchos mixtecos que vivían por las zonas cercanas.
Con el tiempo, mi padre se fue integrando con la comunidad
mixteca y en una ocasión llegó a ser representante de la mesa
directiva de la comunidad de Chapultepec. Entre las tareas de

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 87


esa mesa directiva, y que considero como prioridad, era man-
tener el contacto y la relación entre el pueblo y la gente que
vivía fuera, de manera que permanecieran involucrados en las
actividades, tanto en las gestiones políticas comunitarias como
religiosas.
En México se organizan prácticamente las mismas repre-
sentaciones y costumbres que en el pueblo: la celebración de la
virgen de la Natividad, el carnaval, y diversos festejos, con el fin
de recabar fondos para cubrir algunos servicios comunitarios
en general.
En mi experiencia como mujer, y siendo la segunda her-
mana mayor, desde nuestra llegada, me tocó cuidar a mis her-
manos más chicos y salir a trabajar desde los catorce años,
tiempo que fue clave en mi vida, en mi noción por primera vez
de “un afuera familiar”, y enfrentarme a la sociedad que aún no
conocía, así como a la propia situación económica familiar pre-
carizada, que determinaron mi camino y mi decisión de salir de
casa, pero sobre todo que me enseñaron a no ser pasiva y a una
búsqueda constante.
Sin embargo, en ese tiempo mi intento por iniciar estudios
de secundaria se vieron truncados; los gastos eran muchos
y mis padres ya no podían con la manutención de ocho herma-
nos, por lo tanto suspendí el primer año de secundaria. La
necesidad de trabajo era más importante que el estudio.
Entonces, salí en búsqueda de mi primer trabajo, que fue vender
refrescos en un campo de futbol donde no me iba nada bien;
posteriormente, decidí buscar otro, como trabajadora doméstica
o sirvienta, con la idea de ahorrar y así poder ayudar un poco
más a mi familia; este era el tipo de trabajo común que podían
encontrar rápidamente las mujeres que llegaban de los pueblos,
y comenzar a ganar dinero para poder apoyar a sus familias
económicamente.

88 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
Muchas veces se piensa sólo en esta idea y, tal vez como
segundo plano, si es que se da el caso, se piensa en estudiar. Esta
experiencia me mostró los otros lados de la vida, el de las injus-
ticias, el desplazo, la discriminación, la ignorancia de los otros.
Por la experiencia vivida, me di cuenta que se considera que las
personas que realizan esta labor no tienen sentimientos, aspira-
ciones o conocimientos. Sin embargo, las mujeres se enfrentan
a eso y continúan con su labor, soportando aspectos que llegan
hasta la violencia. Esta experiencia reforzó mi decisión de con-
tinuar la escuela secundaria en el sistema abierto, que con mu-
cha lentitud logré concluir, ya que mis labores me dejaban poco
tiempo para dedicar horas al estudio.
Fueron varias experiencias donde aprendí a hacer muchas
cosas, pero también a mirar la desigualdad y la marginación en
la que vivíamos, que finalmente me mostró el camino que quería
seguir: llegar a donde otros habían llegado por medio del estudio.
La pregunta era: ¿Cómo lograrlo en condiciones tan adversas?
Después de mis primeras experiencias fuera de casa, cono-
cí a una alemana (que ahora es gran amiga), con quien trabajé
cuidando a su pequeña hija de dos años, la misma que ahora
tiene veintiuno. La convivencia era muy agradable y de gran
respeto, hasta me invitó a integrarme a un coro junto con sus
hijas. En el Colegio Suizo, donde ellas estudiaban, me integré
con gusto al coro, aunque con temor a un ambiente desconoci-
do y porque en las primeras ocasiones me miraban mal, y le
decían a mi amiga: “Por qué traes a la sirvienta a cantar”; pero
a pesar de las miradas y de muchas otras palabras, yo no me
desanimé, pues nunca dejé de pensar en “mejorar” mis condi-
ciones de vida y educación para poder enfrentarme con otras
herramientas a las diferenciaciones sociales. Mientras realizaba
este trabajo, inicié la preparatoria en el sistema abierto y a la
par una carrera técnica en turismo.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 89


En esta nueva situación nunca dejé de pensar en apoyar a
mi familia. En esto había una paradoja; por un lado, quería se-
guir estudiando para mejorar y acceder a otras condiciones de
vida; pero mi gran preocupación, lo que me importaba más, era
ayudar a mi familia, quedando y colocando en segundo plano
mi persona, mis anhelos de estudiar. Con esto viví. Durante ese
trayecto laboral ahorré un poco de dinero que sirvió para apo-
yar a mi padre con una pequeña parte del costo de un terreno,
y poder vivir sin pagar una renta, que fue lo que hicimos duran-
te varios años a nuestra llegada. Este logro me reconfortó mu-
cho. Creo que me fortaleció y seguí adelante.
A la par de mis primeras experiencias en nuestro nuevo
lugar, y tal vez debido a la influencia de vivir en barrios margi-
nados, conocí a algunos amigos con quienes salía. Ellos eran o
se hacían llamar rocanroleros, y a veces se drogaban pero eran
pacíficos; conformaban una banda a la cual yo pertenecía, y en
ese entonces el ambiente juvenil, en estos lugares, se caracteri-
zaba por jóvenes que se reunían, ya fueran mujeres u hombres,
que conformaban grupos llamados bandas, y salían a las “toca-
das” en la calle, una especie de baile al aire libre.
Mi vestimenta en aquel entonces eran faldas muy cortas o
pantalones muy justos, siempre caracterizados con ropa oscura,
que mostraba el nombre de algunos grupos de rock, y con el
cabello erizado; era la punk mixteca. Estos eran los tiempos
donde en estas zonas marginadas, en el Estado de México, se
daban encuentros de jóvenes conocidos entre ellos mismos, y
ubicados por el nombre de sus bandas. A veces había peleas,
pero nunca nos tocó vivir una mala experiencia con el grupo
con el que yo salía.
A mi papá, por supuesto, no le agradó nada mi comporta-
miento aunque mi actitud no era rebelde; intentaba acatar siem-
pre sus condiciones, pero como mujer había mucha restricción

90 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
y control, porque una mujer en la calle no era bien vista, y signi-
ficaba que iba a embarazarse o andaba de loca. Posiblemente,
esta era la mayor preocupación de mis padres, además del temor
de que mis amigos fueran “mariguanos” o drogadictos, y que yo
terminara igual que ellos.
Yo viví prácticamente mi adolescencia con estos jóvenes;
aunque en algunas ocasiones se drogaban, yo parecía más bien
como una hermana para ellos, quien los animaba a dejar la dro-
ga, platicaba con ellos en nuestros propios códigos; por mi par-
te, nunca llegué a probarla e incluso jamás intentaron que yo lo
hiciera. Ahora me pregunto cómo pude abstenerme, si en la
mayoría de los casos esto es el resultado de un entorno familiar
problemático, de jóvenes viviendo en zonas marginadas, inclu-
so el propio ambiente de las tocadas; o como resultado del con-
junto de estos factores, que en mi caso estaban un tanto
presentes. No obstante, nada de esto me condicionó a que yo
tuviera la experiencia de drogarme, simplemente nunca lo hice.
Después de todas las situaciones que viví, decidí buscar
otras oportunidades de trabajo y de educación, pero esto lo de-
terminó una circunstancia difícil. A pesar de las experiencias
complejas que había vivido, pero enriquecedoras y generadoras
de cambios en mi vida, aún no superaba la escasez económica;
no había concluido la preparatoria, carecía de un trabajo que
me permitiera acceder a mejores condiciones de vida, o por
lo menos que se me posibilitara tener opciones reales para
continuar estudiando. Todo esto se me presentaba como una
cascada de inconvenientes. Me mantenía sin brújula por el ca-
mino, sin guía para poder construir algo sólido.
Después de tanto esfuerzo, aún me encontraba en condi-
ciones de gran fragilidad; no sabía quién era, qué hacía, y sobre
todo cómo continuar. En ese momento entré en un estado de
depresión, buscaba respuestas a preguntas de orden existencial.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 91


Llegué a sentir la necesidad de irme muy lejos. ¿Sería esta idea
una respuesta consecuente a ser mixteca?; es decir, ¿la herencia
que tengo de ser migrante, como la gran mayoría de los mixte-
cos, me llevaba a decidirme por echarme a andar de nuevo ha-
cia lo desconocido, como si eso fuera el punto de salvación?, ¿o
era algo más subjetivo, ir en busca de un lugar en el que se me
permitiera construirme, formarme, “ser” en toda la extensión de
la palabra? No lo sé bien; sin embargo, decidí marcharme.
Salí de este país porque sentía que no tenía un lugar aquí,
que ya no soportaba la forma de vida de discriminación, indi-
ferencia y porque seguía percibiendo que no era nadie para los
demás. Me veía sin estudios suficientes y sobreviviendo, a pesar
de que me mantenía luchando cada día para mejorar. Por más
que me esforzaba seguía sin encontrar la manera de que mi
familia y yo tuviéramos mejores condiciones de vida. Recorda-
ba, entonces, que habíamos partido del pueblo para encontrar
una forma de vida “mejor”, y lamentablemente nuestra expe-
riencia en México, como familia, nos mostró lo contrario, y
yo continuaba preguntándome: ¿Cuál es nuestro lugar aquí?,
¿acaso había algún lugar para nosotros?, ¿o teníamos que seguir
para toda la vida al margen?
Yo contaba con cerca de veinticinco años, y a través de mi
amiga alemana encontramos una propuesta de ir a trabajar
como niñera a Alemania, lo cual fue un paso decisivo y un
cambio radical en mi vida desde mi llegada a México. La idea
de viajar a otro país me emocionó; simbólicamente, significaba
volar a lugares lejanos y alejarme de aquello que me hacía daño,
como si la distancia fuera el antídoto para mi malestar.
Dispuse todo para salir y tomé un nuevo rumbo. Nunca
había volado en avión; después de muchas horas, de pronto me
encontraba en otro país; era Alemania. No podía creer que es-
taba en otro lugar y recordé que de niña siempre quería ir a

92 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
sitios lejanos, a otros países. Cuando en la primaria nos men-
cionaban algunos de ellos pensaba cómo podrían ser esos otros
lugares, esa otra gente. Siempre tenía mucha curiosidad y echa-
ba a volar mi imaginación, pero ahora sí iba al encuentro con
otra realidad.
Mi experiencia en los primeros días en la ciudad de Dus-
seldorf fueron lindas, las primeras impresiones fueron notar la
ciudad un tanto vacía, porque por más que buscaba las masas
de gente a las que estaba acostumbrada en México, no las en-
contré. Miraba las casas con gran orden, y los grandes y bellos
jardines.
Finalmente, me encontraba en otro lugar; aunque sabía
que llegaba a trabajar, mi emoción era muy grande, un sueño se
había cumplido hasta ese momento. Después de conocer a la
familia con la que trabajaría y las indicaciones exactas de mi
labor, cumpliría con asistir a cursos de alemán, mientras traba-
jara como niñera. Esta era una de las condiciones que se me
demandaron para permanecer trabajando el año laboral en
aquel país (estancia que se redujo por mi propia decisión).
En la hochvolkschule (escuela del pueblo) asistían otras
compañeras que estaban en la misma situación que yo, traba-
jando como niñeras, provenientes de Polonia, España, Ruma-
nia y algunas latinoamericanas. Con algunas hice una buena
amistad y nos contábamos sobre “nuestras familias”, es decir,
con las familias con las que trabajábamos. En algunos casos no
podíamos creer su comportamiento, una de ellos era la familia
con quien yo estaba.
A casi dos meses desde mi llegada el comportamiento
comenzó a ser desagradable: me racionaban la comida, debía
tener un orden estricto hasta en los detalles mínimos, casi sin
chance a la equivocación, y la familia era poco amable. Yo
comencé a sentirme peor que cuando estaba en México; los

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 93


momentos “libres” no lo eran tanto para mí, no podía disfrutar
del paisaje, de los paseos y en momentos tampoco quería volver
a casa. Ante esta situación decido regresar. Mis amigas me di-
jeron que no lo hiciera, que conseguirían otra familia para mí,
pero contesté que ya no quería experimentar sobre lo mismo y
mi decisión era regresar a mi país.
Era muy claro que la distancia no me alejaba de los com-
portamientos adversos ante la alteridad; se mantenía el temor
infundado al otro, en este caso a mí como inmigrante. Advertí
la ignorancia y el estigma hacia el extranjero, quien cuenta con
una situación que lo empuja hacia otras direcciones, porque se
siente libre de hacerlo, pero también por la necesidad de sobre-
vivencia. El rechazo es evidente al que cruza fronteras y ha te-
nido el valor de enfrentarse a lo desconocido. En ese encuentro
no hay posibilidad de una interacción cálida con el recién
llegado.
Finalmente, regreso a México con mucho menos peso
corporal que con el que me fui. Al llegar mi padre me preguntó
qué me había pasado y por qué había llegado tan delgada. Yo le
dije que la comida allá era diferente.
Ante esta experiencia mi vida dio un giro. Tenía dos op-
ciones: buscar un trabajo donde solamente me pidieran la se-
cundaria como mínimo o intentar continuar en la búsqueda de
otras opciones con estudios. Para ese entonces, mis hermanos
emprendieron su travesía por el desierto hacia Estados Unidos,
momento en que casi me decido a hacer lo mismo, como una
posibilidad de continuar; sin embargo, no lo hice, pues pensaba
que lo único que haría sería ganar dinero, y yo quería intentar
continuar estudiando.
Finalmente, terminé la preparatoria en el sistema abierto,
ya que la había suspendido varios años. En aquel tiempo, mi
amiga alemana logró abrir un pequeño centro cultural llamado

94 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
“Hexen”, que significa bruja en alemán, del que yo me hacía
cargo junto con un grupo de amigos; podría decir que fue la
ventana a otro mundo que desconocía, a lo que llaman “arte y
cultura”. Conocí pintores, escritores, músicos, poetas, entre
otros, algunos de ellos amigos hasta estos momentos.
Esto me ayudó mucho a mirar por otras ventanas, a enten-
der y disfrutar la vida también de otras maneras; perdí el temor
a otros conocimientos, a los que muchas veces ni siquiera se
tiene acceso por las limitaciones y restricciones de un sistema
que funciona sin tomar en cuenta la diversidad, la intercultura-
lidad, y el poco o nulo interés, ya muy conocido, hacia sectores
de la población marginada, migrante, campesina o indígena.
En este ambiente, donde me sentía mucho mejor, terminé
una carrera en turismo, continué estudiando alemán, y realicé
un diplomado como guía de turistas en el ipn. En ese tiempo
ya podía identificar mis avances; había dado un paso más den-
tro del sistema académico y me sentía reconfortada.
En 2006 el fervor del próximo Mundial en Alemania era
evidente en casi cada rincón del planeta. En México, la merca-
dotecnia se centró en el evento, se realizaron presentaciones, se
vendían boletos con un costo de cinco mil euros, que incluían
casi todo. La efervescencia era notoria.
Los mexicanos que viajarían al Mundial necesitaban con-
ductores que hablaran alemán o que pudieran comunicarse en
el idioma. A mi amiga alemana le ofrecieron coordinar algunos
grupos, y entonces abrieron una convocatoria que reunió a una
buena cantidad de posibles conductores, yo entre ellos. Ya para
ese entonces mi alemán era un poco fluido y tenía la confianza
de poder postularme para ser conductora en el Mundial. Pasa-
mos muchas pruebas pero hubo una que casi me negó la entra-
da. Una de las coordinadoras comentó: “creo que Flor no es
capaz de llevar un grupo, ellos son gerentes de empresas y me

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 95


parece que ella no va a poder realizar esta labor, creo que ella no
es buena opción”.
Por supuesto que esa consideración que tenía hacia mí me
molestó y me entristeció, aunque yo ya estaba curada de espan-
to, como decimos en México, y estas cosas no me afectaban
como lo hacían antes de mi primer viaje a Alemania. Mi mira-
da era otra; con mayor firmeza y seguridad me enfrentaba a lo
adverso. La mayoría de los que se postulaban tenían bastante
experiencia en idiomas, estudios y situación laboral. Yo para
entonces contaba con una carrera técnica en turismo y el diplo-
mado como guía casi listo. Con entereza logré, después de va-
rias pruebas y de una selección muy reñida, conducir un grupo
de mexicanos desde México hasta la puerta de los estadios en
Alemania, y en una ocasión hasta a un partido de futbol.
Esa fue la segunda vez que yo regresaba a ese país, pero en
otras condiciones laborales que me permitieron mirar hacia otros
aspectos. De igual manera, el recuerdo de la primera vez estaba
presente, pero sólo con la idea de un día no tan bueno, que suele
pasar a veces. Después de casi un mes de trabajo con un par de
días de descanso, regresé a México a terminar mi diplomado
como guía y con la necesidad de buscar un trabajo para con-
cluirlo. Por medio de un contacto llegué con la comunidad an-
glicana, donde había una propuesta de trabajo en la organización
del Archivo de la Iglesia Christ Church, en el cual fui aceptada
para colaborar en una especie de beca remunerada. Aunque yo
no tenía noción de archivos históricos, no fue impedimento para
aprender a realizar algunas funciones para su organización, junto
con las coordinadoras y otro colaborador.
El proyecto concluyó con satisfacción, el cual me dejó un
gran aprendizaje, en relación con las miradas del pasado, sobre
la importancia de la información de ese pasado en el presente,
de un sector que quiere conservar su memoria.

96 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
Este acercamiento fue el que me llevó a estudiar historia,
aunado, claro está, al interés en el conocimiento de mi propia
cultura; además, la beca era para estudiar precisamente historia.
Aunque después tuve la posibilidad de elegir, mi interés se
mantuvo en este campo de conocimiento.
Ya había concluida esta labor y, en mi búsqueda de un nuevo
trabajo, de pronto me contacta una documentalista alemana por
medio de mi amiga y me propone colaborar con su equipo en
un documental sobre los pueblos mayas en el sureste mexicano.
Ya para entonces había concluido mi diplomado como guía de
turistas y mi alemán también había mejorado un poco; en estas
condiciones acepté inmediatamente y nos fuimos a Chiapas, de
donde yo había salido hacía más de quince años, lo cual me trajo
recuerdos de la vida allá, y me llenó de nostalgia.
Llegamos a San Cristóbal de las Casas, lugar que no co-
nocía y del cual quedé encantada, principalmente porque ahí
fue donde tuve un acercamiento con las comunidades indíge-
nas, ya que a mi pueblo, en Oaxaca, había ido pocas veces.

Entre los mayas redescubro mi origen mirando


al otro que era yo misma

Mi experiencia de trabajo en Chiapas fue el inicio de un auto-


rreconocimiento, mirando al otro que era yo misma. Estaba
impactada de mirar a la gente de las comunidades con sus
atuendos coloridos y el orgullo al portarlos. Esto me hacía pen-
sar que en mi pueblo esta forma casi se había perdido. Al trans-
formarse las costumbres de antes, muchas cosas ya sólo se han
quedado en la memoria.
Cuando llegábamos a las comunidades, miraba a las niñas
cuidar a los borregos (era como mirarme a mí misma), a la gente

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 97


trabajando el campo, sentía el olor de la tierra, la música y sus
fiestas, escucharlos hablar su idioma; me parecía que regresaba
a ese pasado en el que presencié lo mismo cuando era niña, como
si volviera a nacer nuevamente y a vivirlo otra vez. Y creo que
lo fue simbólicamente, porque el atreverme a ponerme un huipil
fue para mí algo tan significativo e indescriptible que no pude
controlar mis lágrimas; en ese momento había identificado quién
era. Era mixteca y podía decirlo sin sentir temor o rechazo a mi
idioma, a mi propia cultura y a la mirada de los otros.
Me incorporaba con dignidad, salía de la autorrepresión,
entendía mi pasado en relación con la alteridad y del propio ser
condicionado a olvidar, a cambiar porque no hay espacio para
él. Entonces comprendí por qué había llegado a dar una especie
de “transformación” o de negación hacia mi origen.
Ahora puedo decir que esta experiencia como inmigrante
llega a ser parte del andar, del enfrentarse a formas distintas en
las que no siempre hay una recepción, una escucha, una valora-
ción positiva del otro. Sin embargo, también comprendí que en
esas condiciones adversas aprendí mucho de la cultura de los
otros, en la que me he desenvuelto. El paso ya estaba dado,
consistió en una catarsis dolorosa y liberadora.
En estas condiciones continué mi labor como asistente del
documental que mis amigos realizaban, en un ambiente de tra-
bajo de gran calidez humana y aprendizaje; me sentía parte del
grupo, una amiga en colaboración con el proyecto. Este proyec-
to me llevó a nuevos planos de experiencia, de mayor solidez en
mis pensamientos y emociones en relación con experiencias
pasadas. Mis actividades consistían en hacer contacto con las
personas de las comunidades indígenas, con organizaciones no
gubernamentales, apoyo a entrevistas de los protagonistas del
documental, un poco de traducción del español al alemán, en-
tre algunas otras cosas.

98 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
El trabajo duró un año, y antes de concluirlo ya estaba
pensando qué más hacer, si dedicarme a trabajar como guía de
turistas o concluir con el idioma alemán. La idea de estudiar en
la universidad estaba presente, pero al mismo tiempo estaba
muy lejana. Ya no me veía en condiciones de realizarla y co-
menzaba a aceptar la idea por diversas circunstancias; incluso
no estaba del todo fuera de mis expectativas, como un sueño
que me rehusaba dejar. Para entonces la mayoría de mis amigos
habían estudiado en la universidad y yo aún continuaba con la
idea de hacerlo, seguía siendo un deseo.
Todavía me encontraba en Chiapas cuando la coordina-
dora del Archivo de la iglesia anglicana me llamó y me dijo que
el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamerica-
na de la Ciudad de México tenía becas, y que sabía que me
gustaba la historia, y por eso me llamaba, para que me postulara
si tenía interés. Mi reacción fueron muchas preguntas al mismo
tiempo: ¿Una beca para estudiar una licenciatura?, ¿estudiar en
una universidad privada?, ¿pertenecer a la comunidad estu-
diantil de la Iberoamericana? Casi no podía creerlo, y le dije
que me informara lo que tenía que hacer, y si el caso lo ameri-
taba estaba dispuesta a viajar en ese momento a México.
Finalmente, me dijo que me estaría informando sobre la
propuesta, lo cual hizo. Yo lo tomé entonces con más tranquili-
dad; sin embargo, no podía ocultar la emoción conmigo
misma.
El momento llegó para las respectivas entrevistas con la
coordinadora y directora del Departamento de Historia; des-
pués de eso y de entregar cartas de motivos, procedo a hacer un
examen, que me preocupaba mucho porque mis estudios en
preparatoria fueron por sistema abierto; pensaba que tal vez era
una gran desventaja y que quizá no pasaría el examen aunque
tuviera muchas ganas de estar en la Universidad. Logré pasarlo,

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 99


y fue entonces que la emoción fue real, ahora sólo quedaba
comenzar a asistir a ella.
Este fue el fin y el inicio de otro ciclo, en una universidad,
que en mi recuerdo miré en alguna ocasión desde fuera, cuan-
do entregaba mensajería muy cerca de ella, imaginándome
cómo sería si yo estudiara ahí, paradójicamente en un lugar
que en su mayoría es para gente que tiene suficiente solvencia
económica, resultando impensable para otros. Ya en mi estan-
cia miré el ejercicio de una identidad humanista y la sensibili-
dad hacia el otro.

La Universidad Iberoamericana
me abre las puertas e inicio una licenciatura

Mi experiencia dentro de la Universidad fue siempre de respe-


to y de inclusión desde el inicio, pero yo buscaba algo que me
identificara también con gente que estaba becada, que pertene-
ciera a una comunidad étnica, como una necesidad de escuchar
y mirar a mi semejante; incluso los buscaba con la mirada, por
los pasillos, en los foros, etc. Entonces, me acerqué al Departa-
mento de Interculturalidad y Asuntos Indígenas, que fue mi
primer contacto con otros compañeros. Saber que estaban allí
me dio mucha alegría, porque me permitía reconocerme como
parte de ellos, conocer las circunstancias que posibilitaron que
estuvieran en esta Universidad y escuchar sus historias que,
junto a la mía, parecían hilar nuevas posibilidades.
En mi deseo de participación dentro de la Universidad,
fungí como voluntaria en el Departamento de Copsa (Consejo
de Presidentes de la Sociedad de Sociedades de Alumnos),
para el apoyo en la recolección de víveres por los desastres na-
turales para algunos estados de la República y del extranjero,

100 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
como Haití y Japón. De igual manera, propuse la participación
de algunas mujeres artesanas que había conocido en Chiapas
para la venta de sus textiles en la feria “manos abiertas”, que se
realiza cada año en la Universidad, así como la propuesta de
música con jóvenes mayas. Mi inquietud era contribuir a tener
la presencia de nuestros pueblos pues sentía que hacía falta.
Mi acercamiento hacia aspectos que tenían que ver con
nuestras comunidades me atrajo siempre, y buscaba programas
que tuvieran que ver con ello. El interés por temas como la
migración, derechos humanos, violencia y género, entre otros,
me atrajeron y fueron enriqueciendo mi formación universita-
ria dentro de la licenciatura en Historia.
Esta remembranza me permitió repensarme y escuchar a
los otros; escribir sobre cómo he llegado hasta aquí, una me-
moria como resultado de quienes nos conocimos, reunimos y
coincidimos en comunidad con nuestras diversas historias y
experiencias, pero también por la empatía que nos identifica,
de pertenencia a diversos grupos culturales, de respeto al otro
que no es más que lo que nos define y nos da la existencia.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 101


Situarme frente a mi historia
hace que reclame la oportunidad
para que todos asistan a la escuela
Gloria Gracida Martínez

Mi nombre es Gloria Gracida Martínez. Soy la quinta de una


familia integrada por diez hermanos. Narrar mi historia es ha-
blar de migración familiar y personal, de la pertenencia a más
de un espacio y de mi identidad como ñuu savi en el destierro.
Nací en el estado de Oaxaca y pertenezco a la etnia de los ñuu
savi (mixtecos). A pesar de haber migrado muy pequeña con mi
familia a un lugar donde hablar una lengua indígena era (y aún
es) mal visto, todavía hablo la lengua de mis padres, el tu’un
savi (mixteco). Mi madre nunca permitió que dejáramos de ha-
blarla, pese al rechazo y las discriminaciones que pasamos.
A pesar de las dificultades que me ha tocado vivir en mi
pueblo y fuera de él, he luchado constantemente por permane-
cer en la escuela, intentando cambiar ese continuo de exclusio-
nes que se mantienen contra nosotros. Con esta convicción
llegué a cursar la licenciatura en Educación Secundaria con
especialidad en Matemáticas, en la Escuela Normal Estatal en
Baja California, y con apoyo del Programa Internacional de
Becas de Posgrado para Indígenas (ifp, por sus siglas en inglés)
de la Fundación Ford, cursé la maestría en Investigación y

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 103


Desarrollo de la Educación, en la Universidad Iberoamericana
de la Ciudad de México.

De sur a norte: migración

Apenas tenía cinco años de edad cuando tuvimos que migrar


desde la zona sur del país, hacia la zona norte de México. Sali-
mos de nuestro pueblo llamado Ahuehutla, en San Martín Pe-
ras, Oaxaca, y nos dirigimos a San Quintín, Baja California, ya
que mi padre había escuchado que allí había trabajo en las zo-
nas agrícolas. Era un viaje por necesidad, no por gusto; muestra
de ello eran las lágrimas de mi madre y de mis hermanas ma-
yores al sentirse desprendidas de su espacio. Debido a que este
proceso de migración lo realizamos cuando era muy pequeña,
no recuerdo casi nada de mi pueblo de origen. Lo único que
tengo presente es que esta migración nos llevó a vivir serias
dificultades que fueron marcando mi vida.
Antes de llegar a Baja California, mi padre siempre mi-
graba por temporadas para trabajar en los campos agrícolas de
varios estados de la República, como lo hacían muchos otros
campesinos. Lo acompañaban mis hermanas y hermanos ma-
yores, quienes a pesar de ser pequeños ya tenían que contribuir
con los gastos del hogar. En otras ocasiones, era acompañado
por toda la familia, incluyéndome, pero siempre regresaba al
pueblo. Esta era la idea al irnos a Baja California, aunque esta
vez, a pesar de las añoranzas de los integrantes de la familia, ya
no regresamos a nuestra pequeña comunidad en Oaxaca.
Una de las mayores dificultades que enfrentamos en este
proceso de migración fue aprender a comunicarnos en el idio-
ma español, ya que nadie de la familia lo hablaba. Nunca tuvi-
mos la oportunidad de aprenderlo antes, sólo hablábamos el

104 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
ñuu savi (mixteco), que es la lengua de nuestro pueblo, y al no
haber salido antes a la ciudad, no habíamos tenido acercamien-
to con hablantes del castellano. No sabíamos ni siquiera pedir
un kilo de tortillas en la tienda, y para todo necesitábamos el
apoyo de otra persona que hablara español.
Las carencias económicas se hicieron presentes. El no te-
ner dónde vivir representó una gran dificultad. Al principio vi-
vimos en campamentos agrícolas, después de “arrimados” con
familias que no nos veían con buenos ojos. Sin embargo, mis
padres, hermanas y hermanos trabajaron muy duro, y en poco
tiempo ya teníamos una propiedad y una pequeña casa cons-
truida de cartones. Fue difícil vivir así por tantos años, porque
el frío nos invadía noche a noche, pero era lo único que podía-
mos tener en ese momento.
Tener un lugar para establecernos costó mucho trabajo fí-
sico, pero además muchas lágrimas de mi madre y hermanas
mayores. Sufrimos muchas carencias, necesidades básicas. La
comida y la vestimenta apenas eran cubiertas. Mi madre aun
embarazada de mi última hermana tuvo que trabajar hasta
pocos días antes del parto; mis hermanas debían trabajar en
lugar de asistir a una escuela, y todo lo que ganaban lo tenían
que aportar para la construcción de nuestro hogar.
Después de haber trabajado por varios años en San Quin-
tín, y una vez que como familia adquirimos una propiedad y ya
teníamos una casa, aunque hecha de varas y cartones, mi padre
empezó a migrar a Estados Unidos en busca de trabajo, siem-
pre para ofrecer una mejor condición de vida a la familia. Era
como una migración dentro de la migración. Esta doble migra-
ción de mi padre trajo como consecuencia que no lo pudiéra-
mos ver durante mucho tiempo, ya que permanecía en Estados
Unidos por periodos de hasta seis o siete años, y regresaba sólo
por uno o dos meses, pues no tenía documentos para salir y

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 105


entrar del país. Por fortuna, siempre mantuvo contacto con la
familia. En mi niñez no comprendía por qué mi padre se tenía
que ir, y poco a poco fui asimilando que nuestras grandes nece-
sidades requerían un ingreso superior al que mi padre obtenía
en Baja California.

Jornaleros agrícolas desde pequeños ¿Habrá otra


posibilidad de vida?

Al estar conscientes de nuestras carencias como migrantes, los


más pequeños de la familia también sentíamos la necesidad de
contribuir con los gastos del hogar. La migración nos obligó, a
mis hermanos y a mí, a incorporarnos a temprana edad al cam-
po laboral. Cuando estaba en cuarto grado de primaria apenas
tuve la edad aceptada por los empleadores; empecé a trabajar
en los campos agrícolas los fines de semana y en vacaciones. A
partir de ahí, los momentos de juegos terminarían para mí.
Recuerdo que mi madre nos decía: “Ustedes tienen que
tener su propio dinero, tienen que saber cómo se gana el dine-
ro”, y aprendimos cómo se gana, pero no a tener nuestro propio
dinero en ese momento, ya que sólo se nos daba para algunos
dulces y lo demás decidíamos dejarlo para que nuestra madre lo
administrara en las necesidades del hogar.
En ese tiempo, yo era una niña delgada en extremo. El
trabajo consistía en el corte de diferentes productos agrícolas
como tomates, pepinos, calabazas, fresas, entre otros. Se tenía
que llenar un bote de 15 a 20 kilos aproximadamente (casi los
mismos que yo pesaba en ese entonces), y después llevarlos a
un contenedor, cargándolos en el hombro. Sentir este peso en
mi espalda, ese frío que calaba hasta los huesos en las mañanas,
levantarme a las cinco, soportar el intenso calor de mediodía,

106 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
el cansancio inmenso de las tardes, y recibir el salario a la vez
reconfortante y a la vez tan mediocre por tanto trabajo realiza-
do, me hizo pensar que yo no quería pasar toda mi vida en
esa situación.
Aunque era pequeña, yo reflexionaba sobre lo que pasa-
ba a mi alrededor. Miraba a las personas ancianas y me pregun-
taba si ellos habían empezado desde chicos a trabajar ahí. Me
di cuenta, tristemente, de que algunos sí pasaron toda su vida
en ese lugar, y yo pensaba: “Yo no quiero eso”. Creo que sabía
que había algo mejor, o por lo menos hacer algo que me gustara
y que me pagaran por ello. A pesar de todo esto, trataba de que
me gustara estar ahí; al final de cuentas era como mi espacio de
recreación, ya que desde que empecé a trabajar se acabaron los
juegos para mí. Dejé de sentirme niña, al igual que aquellos
niños que en mi misma condición de migrante trabajaban; a
diferencia de que para ellos no había una escuela, al fin sólo iban
por un tiempo y después migraban a otro lugar. En mi caso,
realmente me sentía afortunada por poder asistir a la escuela.

Te ven como “diferente”: discriminación

Al estar en una tierra que no era la nuestra, lejos de nuestras


raíces, nuestras costumbres, sentimos el desprecio, la discrimi-
nación por parte de las personas que no eran indígenas, pero lo
peor fue sentir el desprecio de la propia familia que ya radicaba
en Baja California y que dominaban el idioma español. No
querían que sus hijos se juntaran con nosotros, porque “iban a
aprender a hablar como nosotros”, y se reían cuando tratába-
mos de hablar el español.
En la escuela se burlaban de mis hermanos y de mí cuando
íbamos aprendiendo a hablar el castellano, cuando cambiábamos

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 107


una palabra por otra. Muchos otros estudiantes indígenas la
abandonaron por esta razón, por las constantes burlas de los
compañeros; afortunadamente nosotros continuamos, mis her-
manos hasta la secundaria y en mi caso hasta el posgrado.
A partir de este rechazo mi padre no permitió que si-
guiéramos hablando el mixteco y nos decía: “Tienen que
aprender el español y apréndanlo bien. No quiero que hablen
mixteco”. Esto era lo mismo que mis tíos habían dicho a sus
hijos, pero ellos sí dejaron de hablarlo. Cuando mi padre mi-
gró a Estados Unidos, ya no pudo influir para que dejáramos
de hablar el mixteco. Así, mi madre de manera cotidiana lo
empleaba para comunicarse con nosotros en casa sin ningún
contratiempo.
Fueron muchas las injusticias que pasamos simplemente
por no dominar el idioma español; por no saber leer, por no
saber escribir, por no haber tenido la oportunidad de realizar
estudios en nuestro pueblo natal. Ante esas carencias, no tuvi-
mos atención adecuada en los hospitales cuando alguien de la
familia enfermaba, nos maltrataban en los trabajos, no podía-
mos transportarnos con facilidad de un lugar a otro, teníamos
dificultades para realizar trámites, entre otras situaciones. En
muchas ocasiones mi madre pensó en regresar a Oaxaca, pero
las necesidades económicas, la situación de mi padre y pensan-
do en nuestro bienestar, él decidió que nos estableciéramos en
el estado de Baja California.

Nuestra vida como ñuu savi en Oaxaca


y en San Quintín: cultura y tradiciones

¿Qué añoraba mi familia de un pueblito tan pequeño como lo


es Ahuehutla en Oaxaca? Sólo los indígenas lo sabemos con

108 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
certeza; cosas tan sencillas y con tanto valor como la comida,
las tortillas preparadas por las manos de cada mujer, los totopos
gigantes que con maestría aprenden a elaborar desde niñas y
que difícilmente se encuentran en otros lugares, el atole y los
frijoles, nuestro alimento recién elaborado, que es una bendi-
ción que la Madre Tierra nos ofrece. Esa comida preparada en
ollas de barro con el inconfundible sabor de haber sido cocina-
da en un fogón con leña traída en los hombros de cada campe-
sino, mujer y hombre, desde los campos.
Se extrañan los campos, los verdosos campos con tanta
lluvia, pero aun así hay que caminar por ellos, en muchas oca-
siones sin comer, sin zapatos, pero hay que cuidar de los anima-
les, hay que traer el alimento al hogar. Estos campos se empiezan
a conocer desde la niñez; ahí se crece, ahí se juega, ahí se llora,
ahí se callan muchas cosas.
Esos campos que dan de comer a casi todos, el maíz, las
ricas calabazas, los elotes, las infinidades de hortalizas que pa-
recieran no comestibles pero que la gente de los pueblos origi-
narios ha encontrado su sabor y su utilidad. Ese campo que a
veces también castiga, cuando en temporadas la cosecha espe-
rada no llega, y entonces se vive la escasez en las familias. Pero
aun así el campo sigue formando parte de cada campesino.
Se echa de menos la unión familiar. La familia la confor-
man los tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres, hijos, nietos,
bisnietos, tíos, primos y hasta los vecinos. Es una cercanía que
al llegar a otro lugar se añora y se recuerda con mucha nostal-
gia. La gente de la comunidad forma parte de esta nostalgia,
el trabajo en conjunto en los denominados tequios, las festivida-
des organizadas para celebrar todo tipo de eventos, desde
la celebración del nacimiento de un nuevo integrante de la fa-
milia, hasta la melancolía de tener que despedir a un ser queri-
do en los entierros, acompañados de la banda del pueblo, y los

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 109


familiares y amigos caminando detrás del cortejo fúnebre para
dar el último adiós.
La vestimenta forma parte importante de la personalidad,
sobre todo de las mujeres. El rebozo color oscuro y en rayas no
puede faltar; las faldas floreadas reflejan la alegría y la belleza de
estas mujeres. No pueden faltar los sombreros de palmas en los
hombres. Se extraña, por supuesto, hablar y escuchar hablar en
lo cotidiano la lengua de nosotros, los ñuu savi. Es extraño ya no
escuchar tu lengua, es extraño tener que arrancar de tu vida algo
que forma parte de ti, y más extraño aún sentirte obligado a
reemplazar esa lengua por otra totalmente desconocida.
En nuestro pueblo, sólo unos años atrás únicamente ha-
blábamos el tu’un savi (mixteco); casi no se escuchaba el espa-
ñol, pero eso ha cambiado mucho debido a las constantes
migraciones. En estos tiempos, casi todos, excepto los ancianos
del pueblo, hablan o por lo menos comprenden un poco el es-
pañol. Pero aun así la lengua de nuestros abuelos forma parte
de nosotros como indígenas y nos caracteriza.
Cuando se deja el pueblo se extrañan las conversaciones
con tu gente, las historias de los abuelos, los chistes, las largas
horas de plática al caer la noche. La música en tu lengua, esa
música que sólo llega al corazón de los que la reconocen y se
identifican con ella. Esa música que te hace llorar, que te hace
pensar, pero casi siempre te invita a bailar. Esa música que es
irremplazable. Se puede escuchar otro tipo de música, pero la
música de tu pueblo es la música de tu pueblo. Esa música con
la banda caminando por las calles, establecida en las plazas
o frente a las iglesias, banda conformada por adultos y niños;
esos niños que desde pequeños se apasionan por la música de
su pueblo.
Se bailan también las chilenas, esas chilenas tan particula-
res. La primera vez que escuché este tipo de música pensé que

110 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
era aburrida, porque se puede escuchar toda la noche y parecie-
ra que es la misma; pero no, son maestrales esas chilenas, sobre
todo cuando son interpretadas en tu’un savi. Cuentan historias
escondidas entre el pueblo, aquellas que no se cuentan fácil-
mente a cualquiera, pero sí se bailan con ganas con quien invite
a bailar; así son las chilenas.
Cuando te vas del pueblo te sientes desarraigado de tantas
cosas; muchos lazos inevitablemente se rompen no porque se
desee sino porque se pierde la relación con el pueblo. Ahora se
pertenece a otro lugar, quieras o no. Poco a poco las añoranzas
se convierten sólo en nostalgias, en sueños. Esto es lo que deja-
mos cuando migramos, esto es lo que tenemos en nuestros
corazones.

Entre paisanos y rodeados de una diversidad


cultural fuera del pueblo

Mi familia y yo tuvimos la fortuna de establecernos en un lugar


donde había, y hay, mucha gente migrante de diferentes pue-
blos originarios, entre ellos nosotros los ñuu savi; me refiero a
San Quintín, “una tierra de migrantes”. A pesar de la diversi-
dad, hay muchas cosas que nos unen; una de las fiestas que más
nos unen es la celebración del aniversario de la estación de ra-
dio “xeqin, la voz del valle”. Recuerdo que cuando trabajaba en
los campos agrícolas, todos los días se escuchaba esta estación,
y sí que era la voz del pueblo; las canciones que se amenizaban,
los mensajes que se daban a algunas etnias en su lengua mater-
na, las noticias de los pueblos; era un espacio que realmente nos
unía como paisanos. Esa estación me permitía conocer, aunque
sea un poco, mi pueblo, ya que como estaba creciendo lejos de
él muy poco lo recordaba.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 111


Cuando se acerca la fecha de aniversario de la xeqin, la
mayoría de los indígenas nos preparamos para asistir a la fiesta,
pues los eventos que se realizan nos permiten expresar nuestras
costumbres y tradiciones, en un lugar alejado de nuestra tierra;
es una forma de conservar nuestras raíces y de transmitirlas a
las generaciones futuras. Nos vestimos de fiesta; algunos toda-
vía llevan su vestimenta típica, otros ya no, pero llevan su cora-
zón indígena; nos une el baile hasta casi el amanecer, y en
ocasiones con bandas traídas desde nuestro pueblo. Eso es lo
que más nos une como indígenas.
Las festividades no se dejan atrás aunque estemos fuera de
nuestros pueblos. Varios grupos indígenas se organizan para
llevar sus fiestas patronales al valle de San Quintín; se elige con
mucho tiempo de anticipación, tal como se hace en el pueblo, a
las personas que se encargarán de llevar a cabo la organización
del evento. Ese día es como estar en tu pueblo. Recuerdo la
primera vez que mi padre me llevó; él estaba muy contento por
asistir a esa fiesta, y se me hacía muy raro porque él no frecuen-
taba mucho las fiestas, pero a esta sí quería ir y con mucha
emoción. Durante el camino iba platicando sus recuerdos en
cuanto a las fiestas que se hacían en su pueblo. Yo no entendía
mucho, pero me alegraba verlo así.
Cuando llegamos al lugar había un señor danzando con
fuego en la cabeza en forma de toro; se me hizo muy extraño,
pero a la gente parecía gustarle el espectáculo, y el danzante
bailaba con mucho empeño y alegría; después comprendí que
esa es una tradición en algunas zonas de Oaxaca. Esta primera
experiencia en esas fiestas fue impresionante para mí, y de esa
manera también conocí un poco más de mi cultura y de las
tradiciones de mis padres.

112 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
Asistir a la escuela no fue un derecho
sino un privilegio
Plasmar mi experiencia como estudiante indígena ha sido, sin
duda, una situación que me lleva a reencontrarme conmigo
misma. Siento el deber y la necesidad de contar mi historia, mi
experiencia como indígena en el espacio escolar.
Apenas puedo creer lo afortunada que soy, al haber tenido
la oportunidad de realizar estudios hasta llegar a la educación
superior y terminar un posgrado. Esta situación sería irrelevan-
te sino es porque provengo de una familia indígena, y porque
para nosotros, aun en la actualidad, incluso el hecho de apren-
der a leer y escribir representa un privilegio. Siempre he pensa-
do que tuve la oportunidad de asistir a la escuela porque mi
familia y yo migramos del estado de Oaxaca a Baja California.
De habernos quedado en Oaxaca no sé si hubiera tenido esa
oportunidad.

El primer contacto con el espacio escolar


Una vez que nos radicamos en Baja California, mientras mis
padres y hermanos mayores trabajaban para conseguir un lugar
donde vivir, mis hermanos menores y yo empezamos a asistir a
la escuela, en parte por tener un lugar donde quedarnos mientras
los adultos trabajaban, y en parte porque mi padre pensaba que
así aprenderíamos el español y dejaríamos de hablar mixteco.
Yo había cumplido los seis años de edad, pero ingresé al
preescolar porque no estaba inscrita en la primaria por nuestras
constantes migraciones de un lugar a otro. A esa edad me tenía
que ir sola, pues mis padres trabajaban todos los días y se iban
muy temprano. Desde que tuve contacto con la escuela me

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 113


gustó mucho, al grado de que en el preescolar las clases inicia-
ban a las nueve de la mañana, pero yo llegaba a las ocho, pues
estaba despierta desde las cinco de la mañana, hora en que los
adultos se preparaban para ir al campo.
Una vez en la escuela esperaba con ansia que llegara la
maestra y mis compañeros. Mientras esperaba, sentía frío pero
prefería estar ahí, pues en casa no había nadie y esa pequeña
escuela tenía algo que me alegraba. En mi pueblo natal nunca
había tenido contacto con una escuela; esto era nuevo para mí
y me gustaba mucho. Cursé el preescolar sólo algunos meses
porque casi estaba por cumplir los siete años cuando entré, y
faltaba poco para que terminara el ciclo escolar y tendría que
ingresar a la primaria.
A pesar de mi corta edad, algunas situaciones llamaban mi
atención, entre ellas que mis compañeros traían ropa muy bo-
nita, que andaban muy arregladitos y limpios, que las mamás
peinaban muy bonito a las niñas, y a la salida iban por ellos. Yo
no entendía por qué no era “igual” a ellos. Yo deseaba que de la
misma forma mis padres también llegaran por mí, pero yo sa-
bía que ellos no podían, así que entendí que me tenía que re-
gresar sola a casa. Así como iba sola a la escuela, tenía que
regresar sola a casa. A veces me sentía “diferente”, sentía que yo
tenía algo diferente. No vestía igual que las niñas, no estaba
igual de limpia y sentía que mis compañeritos también me mi-
raban diferente.
A mi corta edad, yo ya veía que las profesoras tenían pre-
ferencias hacia ellos y a mí me hacían a un lado. Claro estaba
que cuando escogían a alguien para formar la escolta, era a los
niños “más presentables, los más limpios”. Estas pequeñas si-
tuaciones empezaron a quedar en mi memoria: la relación de
indiferencia de mis compañeros de clase hacia mí y también de
los maestros. Daba igual, yo era una alumna más, aunque no

114 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
tuviera las mismas condiciones de los otros niños, además de
que tenía dificultades para entender las lecciones diarias, pues
estas se impartían en español y yo no comprendía nada de este
idioma.

La primaria: forjando el carácter

Al ingresar a la primaria lo que yo sentía en el preescolar se


intensificó. Seguía observando que los niños vestían bien y te-
nían útiles escolares bonitos. Yo me miraba sucia. Uno de chico
es sucio; yo era muy chica y mis padres no podían ponernos
atención porque trabajaban todos los días de la semana, desde
la mañana hasta muy tarde.
También trabajaban por las noches en actividades del mar.
Aunado a esto casi no tenía ropa porque no teníamos la posi-
bilidad de comprar; si nos regalaban ropa ya era mucha ganan-
cia. Los demás niños me miraban y me decían: “Tú eres una
oaxaquita sucia”.
Ante estas situaciones, como un mecanismo de defensa,
empecé a reaccionar de manera agresiva en algunos aspectos,
porque no me gustaba que me dijeran cosas, adquirí un carácter
fuerte y me defendía ante cualquier situación que no me gusta-
ba. Comencé a ver las agresiones como un reto, y pensaba: “Yo
puedo hacer esto mejor que tú”. Sentía que me daban en mi
orgullo. Empecé a hacer las actividades lo mejor posible, como
en un afán de competencia; buscaba participar más.
Recuerdo que los maestros me miraban de una forma di-
ferente, con extrañeza, como pensando “parece que se te difi-
culta, pero te esfuerzas”. Lo que más me molestaba era cuando,
en mi intento por aprender a hablar el español, yo decía una
palabra mal y los niños me decían: “Así no se dice”, “Mírenla,

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 115


no sabe hablar”. O sea, es una oaxaquita y no sabe hablar bien.
Entonces yo decía: “¿Yo?, ¡yo sí puedo hablar bien!”.
A partir de entonces empecé a leer mucho. Al observar las
palabras en la lectura siempre pensaba: “Esta palabra no se dice
así”, y al escuchar a mi familia yo me cuestionaba: “¿Por qué
hablamos de esta manera? No es así”. Fue cuando dije: “No
debo seguir hablando así”. Poco a poco empecé a defenderme de
las frecuentes burlas de mis compañeros y sólo pensaba: “Pue-
do ser una oaxaquita o lo que ellos quieran, pero también
puedo hacer lo que ellos hacen y mucho mejor”. Esta actitud de
defensa me llevó a obtener los primeros lugares de aprovecha-
miento desde segundo grado hasta sexto de primaria. Me vi
obligada a aprender muy rápido el español.
Una vez que aprendí el idioma siempre traté de “incorpo-
rarme”. Constantemente pensaba: “No soy tan diferente. Yo
puedo hacer las cosas que ustedes hacen, hablar como ustedes
hablan, participar en las mismas cosas que ustedes, jugar los
mismos juegos. No tengo por qué aislarme”. Yo veía que mis
primas y primos se aislaban, hacían grupitos y eso no lo
comprendía.
Empecé a platicar con los demás niños, a aprender de ellos
o a competir con ellos, hasta que llegó el momento en que me
di cuenta que si le ponía empeño, aun con mis carencias, podía
lograr lo que me proponía. Siempre traté de hacer las cosas lo
mejor posible.
Tomé esta actitud aunque de manera forzada, como un
mecanismo de defensa que contribuyó en gran medida para
que pudiera responder a las situaciones que se me iban presen-
tando de forma positiva. Aprender español era muy necesario
en el medio en el que me encontraba; obtener buenos resulta-
dos académicos a pesar de no dominar el idioma en el que se
impartían las clases era muy importante para continuar los

116 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
niveles posteriores. En cierta manera esta dificultad en cuanto
al idioma fue un impulso para trazar objetivos y no descansar
hasta obtenerlos.

Estudiar no es asunto de mujeres. “Pero si tú


quieres ir, pues ve”, dijo mi madre

Terminé la primaria con buen promedio. A pesar de las dificul-


tades que tuve para “integrarme” siempre obtuve reconoci-
mientos de buen aprovechamiento escolar. Me gustaba estudiar,
me gustaba estar en la escuela y quería continuar estudiando en
la secundaria, pero mi padre, que estaba en Estados Unidos,
dijo que yo ya no seguiría estudiando, que tendría que salir de
la escuela para trabajar y ayudar en los gastos de la familia. Lo
que recuerdo con mayor énfasis es que mi padre señaló que por
ser mujer no tenía caso que estudiara.
Él, como la mayoría de los varones en nuestra comunidad
indígena, tiene la idea de que las mujeres deben tener menos
privilegios en la familia, pues muy pronto dejarán el hogar para
pertenecer a otro y ya no seguirán aportando económicamente.
Representan una inversión innecesaria. Para nosotros los indí-
genas es difícil ingresar y permanecer en la escuela y aún más
en nuestra condición como mujeres.
La idea de mi padre de que yo ya no siguiera estudiando
me entristeció, pues mi mayor deseo era seguir estudiando. No
estaba de acuerdo con su decisión, así que fui por mis docu-
mentos a la primaria y me inscribí en una secundaria que era
considerada una de las mejores en la zona. Realicé el examen y
fui admitida.
Fue así como, en contra de las ideas de mi padre, ingresé a
la secundaria. Claro estaba, tendría que trabajar los fines de

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 117


semana para tener por lo menos para el transporte y la comida
de la semana. Los gastos de útiles escolares se cubrían con el
sueldo obtenido de mi trabajo durante los veranos.
No puedo dejar de lado el apoyo de mi madre. Cuando
mi padre dijo que yo ya no seguiría estudiando, recuerdo que
ella tenía el teléfono en la mano, yo estaba a un lado escuchan-
do. Cuando colgó, me miró, y me dijo: “Pero si tú quieres ir,
pues ve”. Me sentí muy contenta; esto me reconfortó mucho,
porque en realidad deseaba estudiar. Aunque mi madre me
aclaró que me tocaba a mí lo demás, que tenía que hacer lo
mismo que en la primaria, resolver sola todo lo que tuviera que
ver con la escuela, ya que ella no sabía mucho de eso pues no
sabía leer, ni escribir, mucho menos hablar español, que si yo
estaba dispuesta a eso pues adelante. Y como sí quería yo dije:
“Si mi mamá me apoya, si mi mamá dice que sí, pues yo sigo
estudiando”.
La decisión de mi madre de apoyarme fue, en realidad, un
punto decisivo para que continuara mis estudios, ya que al ve-
nir de una comunidad indígena se le había enseñado a respetar
las decisiones del jefe del hogar, pero estaba desafiando esta
regla, y con ello me estaba dando la oportunidad de lograr mi
sueño de tener una carrera. Es una parte que siempre he admi-
rado de mi madre. Lamentablemente mis dos hermanas mayo-
res no corrieron con esta suerte; a causa de las constantes
migraciones no lograron concluir la educación primaria y ya no
tuvieron la oportunidad de estudiar. La oportunidad de que yo
pudiera estudiar abrió la posibilidad de que mis hermanas pe-
queñas también realicen estudios de nivel superior.
Aunque mi madre no sabía leer, ni escribir, siempre nos
impulsó, a mis hermanos y a mí, a seguir estudiando. Recuerdo
que nos decía: “¡Levántense, ya es muy tarde!” “¡Ya váyanse, es
hora!” “¡Deben tomar su desayuno! ¡Vámonos!” “¿Vas a ir o no?

118 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
Si quieres estudiar, te vas a levantar temprano y vas a hacer tus
tareas. Si no, mejor ni vayas”. La actitud de mi madre fue algo
que me impulsó en gran manera.
Es impresionante que unas palabras sencillas de parte de
una persona significativa puedan ser el punto clave para conti-
nuar o renunciar a lo que se desea.
Cumpliendo con el acuerdo hecho con mi madre, a partir
de la secundaria me empecé a sentir adulta. Me tenía que hacer
cargo de todo y estar pendiente de lo que tuviera que ver con
mis estudios. En parte también tenía que estar a cargo de lo
que pasaba en casa, ya que para entonces era la mayor del hogar
y la que hablaba mejor el español. En cuanto a lo académico,
mis calificaciones eran considerablemente buenas, aunque no
tenía la atención de mis padres; mi padre porque no estaba y mi
madre porque no sabía leer, ni escribir.
Ahora recuerdo con pena que hasta llegué a improvisar
una firma que supuestamente era de mi madre, y yo firmaba
mis propios exámenes; afortunadamente, mis profesores nunca
se dieron cuenta. En ocasiones, les hacía algunas anotaciones
como: “La pondré a estudiar para la próxima” o “Felicidades”.
Era la única forma de sentirme en las mismas condiciones que
los demás niños; disminuir un poco esa pena y tristeza que
sentía porque mis padres no podían ponerme atención o ir a las
reuniones y los papás de los otros niños sí. Yo me enteraba de
lo que se había hablado en las reuniones cuando mis compañe-
ros decían en el salón que se trató de esto o aquello, ya que
prácticamente mi estancia en la escuela era: “Ya te inscribiste,
ya estás en la escuela, pues a echarle ganas”.
Al ingresar a la secundaria, continué trabajando dos años
más en los campos agrícolas, y posteriormente empecé a
trabajar en una tienda de abarrotes de uno de mis cuñados.
Trabajé en este lugar hasta sexto semestre de la licenciatura.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 119


Aunque tenía ciertos privilegios en este empleo, no dejaba de
ser pesado.
Saliendo de la secundaria tenía que llegar directo al trabajo,
casi siempre sin comer, y salía a las nueve o diez de la noche,
agotada. No había tiempo para juegos, para tareas u otras acti-
vidades personales; era la escuela y después me esperaba el tra-
bajo. Tuve que aprender a manejar mis tiempos; aprovechaba las
primeras clases para hacer tareas, y en lo que ponía atención,
estaba haciendo la tarea de la siguiente clase, o dependiendo de
la materia en casa reflexionaba: “Mañana me toca a primera hora
esta clase, esta tarea es importante, me pongo a hacerla ahorita
en la noche y las demás las hago ahí en clase o en el receso”.
Algo que recuerdo con mucho agradecimiento es que la
mayoría de los profesores en esta secundaria nos impulsaban a
continuar estudiando con frases como: “Ustedes pueden mu-
chachos”, “Lo que sus padres no pudieron lograr ustedes lo
pueden hacer”, “¿Quieren trabajar toda la vida en el campo y
ganar unos cuantos pesos?”. Creo que eso fue algo que marcó
mi vida, nos hacían reflexionar constantemente.
Recuerdo específicamente a un profesor de matemáticas, a
quien considero que fue un impulso para mí, al punto de decir:
“Yo quiero ser como este profesor”. Yo veía, por una parte, que
tenía una gran disciplina y dedicación en su trabajo y, por otra,
estaba su preocupación por nosotros, sus alumnos, para que sa-
liéramos adelante. Tenía un trato personalizado con cada uno,
platicaba con nosotros acerca de nuestros problemas. Lo veía-
mos como maestro y como amigo. Pero cuando estaba dando la
clase era muy estricto. Aprovechaba cualquier momentito,
cuando todos los demás estaban trabajando para pasar por
nuestros lugares y preguntarnos: “¿Cómo estás?, ¿qué piensas
hacer?, ¿qué piensas estudiar?”, y le daba continuidad al día
siguiente.

120 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
Mis compañeros y yo nos cuestionábamos “¿Cómo el pro-
fesor que lo ves allá arriba y que está dando clases de repente se
baja, llega a un lado contigo y te pregunta cosas que te hacen
sentir importante, que alguien se preocupa por ti?”. Nos sentía-
mos importantes, al menos yo me sentía muy importante. Sen-
tía que alguien me estaba poniendo atención. Lo miraba y
pensaba: “Yo quiero ser como él algún día. Yo quiero dar clases
en secundaria y tratar así a mis alumnos”. Con esa actitud él
estaba marcando mi vida. Ahora lo veo así; en ese momento no,
pero creo que estaba marcando mi vida de alguna manera.
En cuanto a mis compañeros, la mayoría eran niños no
indígenas, pero también había otros como yo, indígenas que
habían migrado con sus padres en busca de algo “mejor”. Los
niños indígenas formaban sus grupitos y no se juntaban mucho
con los niños no indígenas. Yo no entendía eso porque a mí no
me gustaba aislarme; me relacionaba mucho con ellos y plati-
cábamos, pero no me gustaba que nos aisláramos sólo porque
los demás pensaban que éramos diferentes. Yo buscaba la ma-
nera de sentirme “igual” que los demás; eso me hacía sentir
bien. Tal vez de esta manera me sentía integrada al grupo y
buscaba demostrar que no era diferente en nada, y que también
era importante como persona.
Había cosas que no me permitían olvidar lo “diferente
que era” o lo diferente que me hacían sentir algunas situacio-
nes. Algo que recuerdo mucho es lo triste que era para mí ver
que, después de las vacaciones, todos los niños entraban a la
escuela con ropa nueva que les habían comprado sus padres,
comentaban que habían viajado, que sus papás les habían
comprado esto y aquello. Entonces yo pensaba: “A mí no me
compraron nada, ¿yo qué voy a decir?”. Me daba coraje y hasta
llegué a decirle a mi mamá: “Es que tengo que entrar con algo
nuevo, todas las niñas entran con algo nuevo que les compran

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 121


y yo nada”. Pero después entendía o tenía que entender que
mi madre no tenía las posibilidades de comprar esas cosas
que yo quería.
En ese momento yo continuaba trabajando, así que me
empecé a comprar mis propias cosas. Yo no decía: “Mis papás
me compraron esto”, pero sí decía: “Yo me compré esto”. Era
como decir: “Ustedes tienen, pues yo también y me lo he gana-
do con mi propio esfuerzo”.
Me gustaba estar en la escuela, realizar las actividades,
aprender, así que salí con buen promedio de la secundaria.
Siempre mantuve una actitud competitiva, y esto me permitió
permanecer en la escuela a pesar de trabajar y estudiar a mi
corta edad, y a pesar de las carencias económicas.

El bachillerato un paso más

Los consejos de los profesores de la secundaria sirvieron para


que yo deseara continuar mis estudios. Por otra parte, veía que
la mayoría de mis compañeros iban a estudiar la preparatoria,
así que yo también quería hacerlo. En ese momento, “ya toma-
ba mis propias decisiones”, así que escogí la preparatoria y me
fui a inscribir.
Este nivel era más demandante, y el trabajo lo hacía ver
más aún. Me tomaba más tiempo ir y volver de la escuela. Al
regresar, no llegaba a casa, tenía que ir directo al trabajo y seguir
la misma rutina que en la secundaria. Hubo momentos en que
pensé en desistir, pues creía que no era buena para la asignatura
de matemáticas, pero me daba ánimos y siempre aprobaba la
materia. En las otras asignaturas no tenía problemas. En ese
momento sólo pensaba: “Tengo que estar aquí y tengo que po-
der hacerlo; a pesar de que esté reprobando tengo que lograr

122 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
salir de la preparatoria, y seguir”, porque en ese momento escu-
chaba los comentarios de mis compañeros sobre las carreras que
cursarían, y de nuevo la idea de: “Si todos piensan cursar una
carrera, ¿por qué yo no?”, “Tengo que pasar esta materia porque
es la única que se me dificulta, pero no es imposible”. Con esto
en mente continué hasta terminar este nivel educativo.
Recuerdo con alegría que al estar en primer semestre de la
preparatoria mi padre fue por primera y única vez a preguntar
sobre mi desempeño escolar. Yo era la persona más alegre en
ese momento, pues no me esperaba eso de él, y aunque mis
compañeros veían mal que sus padres fueran a la escuela a esa
edad, a mí me dio mucho gusto.
Fue muy importante para mí. Me sentía como en primaria
o secundaria, y estuve pegada a mi padre mientras el profesor le
decía: “Gloria va muy bien, le echa muchas ganas…”. Esto fue
como un impulso para seguir en la escuela, le tenía que demos-
trar a mi padre que aunque fuera mujer sí podía estudiar.
Cuando terminé la preparatoria tenía ciertas dudas sobre
continuar estudiando, pues sabía que esto representaba mayo-
res costos y que posiblemente con el salario que tenía en ese
entonces no me alcanzaría. Sabía que iba a seguir a pesar de
todo, pero necesitaba un impulso. “Sigue estudiando, y por el
dinero no te preocupes, eso se irá arreglando”, me dijeron mi
hermana y mi cuñado. Esas palabra me alentaron a continuar
con mayor esmero; sabía que por lo menos había alguien
que me respaldaba; no esperaba un respaldo económico, sim-
plemente necesitaba esas palabras, pues en mi recorrido escolar
me había dado cuenta de que todo se va arreglando en el
proceso.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 123


Educación superior: licenciatura
en Matemáticas, el miedo a superar
Las matemáticas no fueron mi fuerte en la preparatoria, pero
logré terminar, concluir este nivel académico y ahora tenía que
elegir la carrera a cursar, aunque desde segundo de secundaria
había decidido estudiar para profesora, así que no había mu-
cho que elegir. No podía migrar a otro lugar para estudiar,
debía aprovechar las oportunidades que tenía en mi comuni-
dad. Para mi fortuna, en ese momento se estaba ofertando la
licenciatura en Educación Secundaria en la escuela normal de
Ensenada, con extensión en San Quintín. Me habían dicho
que la especialidad era de español y con gusto me fui a inscri-
bir, pero al llegar a la escuela me dijeron que la especialidad era
en matemáticas.
En ese momento me desanimé pensando en todas las di-
ficultades que había pasado en la preparatoria con las matemá-
ticas, pero no quería perder un año de estudios, y pensé: “Si
otros pueden, por qué yo no”, y acepté el reto. Una vez que es-
taba cursando la carrera me gustó mucho y fui superando el
temor a las matemáticas y descubrí que no es tan difícil. Lo
difícil de sobrellevar fueron los pagos a realizar en la escuela
normal. Debido a que los primeros años los alumnos cubría-
mos el salario de los maestros mientras se incorporaba total-
mente la escuela normal a la sep, los gastos eran fuertes.
En este tiempo yo continuaba trabajando, ya que a partir
de que empecé en la primaria ya no estaba acostumbrada a
pedir dinero a mi familia. Aunque mis hermanos mayores, una
vez que ya no pudieron estudiar y se fueron a Estados Unidos,
siempre nos apoyaron en el aspecto económico, a mí me daba
pena pedirles. Sin embargo, en este momento sí recurrí a ellos
en varias ocasiones. Mi cuñado y mi hermana también fueron

124 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
una fuente de apoyo, pues cuando no podía ir porque tenía
mucho trabajo en la normal o porque tenía prácticas, me per-
mitían faltar y me pagaban el mismo salario; esto me ayudó a
solventar mis gastos académicos.
Me las arreglaba para cumplir tanto con las fuertes deman-
das de la escuela, como con el trabajo. En ocasiones llegaba tarde
o no iba a clase por el trabajo, pero me gustaba la carrera y trataba
de hacer las tareas lo mejor posible: me esforzaba, pues sabía
que era sólo un escalón más de todos los que había subido ya.
La primera vez que un niño me dijo “profesora” sentí mucha
alegría, estaba apenas en las prácticas de la normal pero fue muy
significativo para mí. Sentía que estaba a unos pasos de lograr
un sueño que me había trazado desde niña, ser profesora.
Una de las situaciones que viví con mucha alegría fue
cuando presenté el examen profesional y mi madre me acom-
pañó. Cuando llegamos al aula los profesores me dijeron: “No
vayas a llorar”, porque es sólo un examen y “todos lloran”; traté
de ser fuerte y preparé todo para presentar el examen. Me pre-
guntaron que si quería decir algo antes de empezar y les dije:
“Sé que me dijeron que no debo llorar, pero creo que sí lo voy a
hacer”. Me dirigí a mi madre y le agradecí que estuviera ahí
conmigo, una vez más, por todo el apoyo que había recibido de
ella. Mi madre también lloraba.
Les comenté a los sinodales lo importante que era este
momento para mí y al pasar eso tan emotivo les dije: “Estoy
lista para presentar el examen”.
Al terminarlo, mi madre y yo nos abrazamos, y lo único
que le pude decir fue “lo logramos”, porque era un logro de las
dos, quizá más de ella que mío. También es un logro de mi
padre, quien ahora se siente orgulloso de que haya podido cur-
sar mi carrera, y mi historia ha contribuido para que él apoye a
mis hermanas en sus estudios.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 125


Ser indígena no tiene nada de malo.
El reencuentro con mi cultura
Ahora me pregunto por qué tardó tanto en darse ese momento.
De haber aprendido antes lo que aprendí en esa clase de histo-
ria, me hubiera ahorrado no pocas situaciones desagradables,
pues habría sabido que ser indígena no tiene nada de malo.
Estaba en primer semestre de la licenciatura, cuando en
una clase de historia el profesor llevó un libro que estaba escri-
to en lengua indígena y nos preguntó: “¿Alguien de aquí habla
alguna lengua indígena?”. Yo apenas levanté la mano, pues para
entonces ya hablaba bien el español y nadie notaba que hablaba
una lengua indígena; la verdad es que me daba pena decir que
la hablaba, pues yo había crecido pensando que era malo.
El profesor se dio cuenta de que quise levantar la mano y
me dijo: “Entonces tú puedes entender este texto”; le dije: “Po-
siblemente”, y me dio el libro, pero no le entendí porque estaba
escrito en otra lengua. Quizá antes de esta clase me habían
hablado sobre los pueblos indígenas y de la importancia de
conservar la cultura, pero no había prestado tanta atención
como ese día, tal vez por la forma en que se dio y lo especial que
me sentí cuando terminó la clase.
El profesor nos explicó que yo no le había entendido por-
que había muchas lenguas indígenas y que todas eran diferen-
tes, que yo me debería sentir orgullosa por hablarla y que no
dejara de hacerlo. En ese momento era el centro de atención,
sentía todas las miradas sobre mí, pero ya no como antes, con
desprecio. Mis compañeros se asombraron al saber que yo ha-
blaba una lengua indígena, pues nunca les había dicho o prefe-
ría que no se enteraran. A partir de esa ocasión, se acercaron
a mí y me preguntaban cómo se decía tal cosa en mi lengua. Me
empecé a sentir orgullosa. Ya no me sentí diferente, sólo sabía

126 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
que tenía algo que era muy valioso y que mis compañeros no
tenían. Antes era el centro de atención para las burlas, ahora
era el centro de atención pero para que otros reconocieran el
valor de las lenguas indígenas, tanto la que yo hablo como las
demás.
Ahí comprendí que primero debía valorar mi cultura indí-
gena, para poder transmitirla a los demás, indígenas y no indí-
genas, porque si yo me avergüenzo de ello es lo que voy a
transmitir, y el ciclo se repite.
Este reconocimiento de mi ser étnico me sirvió para em-
pezar a reconocer a mi gente, porque siendo sincera, en ocasio-
nes, me avergoncé de mis orígenes y hasta mi propia gente me
era extraña; no tanto por discriminarlos sino porque yo había
crecido en otro ambiente y me había acostumbrado o me ha-
bían enseñado a ver a los indígenas como diferentes. Aunque mi
madre siempre nos había inculcado el respeto a nuestra gente,
los no indígenas se burlaban de nosotros, y eso me molestaba, y
no lo entendía desde que era niña.
Si en algún momento yo no encontraba mi lugar, desde
esta clase he fortalecido mi identidad indígena, y puedo decir
ahora: “Yo soy indígena ñuu savi del estado de Oaxaca y hablo
el tu’un savi; me reconozco orgullosamente como parte de esta
cultura, de esta etnia. Ahora sí puedo decir con orgullo ‘soy una
oaxaquita’”.

Los indígenas casi nunca tenemos opciones:


la experiencia de estudiar un posgrado

Cada vez somos un poco más los estudiantes que tenemos la


fortuna de culminar una carrera universitaria; lo que antes

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 127


parecía imposible y muy invisible, afortunadamente y por di-
versos medios empieza a visualizarse. Cada vez son más los
estudiantes indígenas que reclaman y hacen valer su derecho a
la educación. Sin embargo, a pesar de este importante reclamo
y logro paulatino de los estudiantes indígenas, aún existen es-
pacios en los que el acceso y la permanencia en el sistema edu-
cativo son muy difíciles; entre ellos se encuentra la oportunidad
de cursar un posgrado. Las razones de la dificultad en el acceso
son diversas: económicas, lejanía de los centros escolares, cali-
dad de los procesos de enseñanza, entre otros.
En este apartado quiero compartir lo que significó para
una estudiante indígena como yo tener la oportunidad de cul-
minar un posgrado en las condiciones que se llevó a cabo.
Como he mencionado antes, en mi caso, y en la mayoría
de los casos de niños indígenas, tuve que trabajar desde muy
pequeña para apoyar en los gastos del hogar, y para sustentar
los gastos de mis estudios. Desde la educación primaria hasta
la licenciatura tuve que trabajar y estudiar al mismo tiempo; al
principio en labores muy demandantes para mi edad, poste-
riormente donde se requería menos esfuerzo físico, pero final-
mente era una responsabilidad que había adquirido desde muy
pequeña.
Para poder continuar mis estudios tuve que ir superando
diversos obstáculos. Una lucha personal y la idea de lograr un
objetivo, el de estudiar hasta obtener una carrera universitaria,
me mantuvieron firme.
Al terminar la licenciatura tenía en mente continuar mi
preparación, pero como siempre debía trabajar primero para
sostener esa preparación. Apenas un año después de haber cul-
minado la licenciatura y estar trabajando fui seleccionada como
becaria de la Fundación Ford. Las condiciones para que los
becarios realizáramos los estudios me parecía algo difícil de

128 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
creer. Para empezar teníamos la opción de elegir entre las me-
jores universidades del país y del extranjero, incluidas universi-
dades privadas. Y digo que parece algo difícil de creer porque
nosotros, los indígenas, casi nunca tenemos la posibilidad de
esas opciones. Accedemos a las pequeñas escuelas que hay
en nuestras comunidades, cuando las hay, pero casi siempre
tenemos que trasladarnos a lugares muy alejados en busca de
una escuela y, con muchas carencias, logramos permanecer en
ella hasta donde nuestras posibilidades y esfuerzos nos lo
permitan.
A nosotros los indígenas no se nos dan opciones, mucho
menos con calidad, y de educación privada ni imaginarlo. Mu-
chos jóvenes se quedan en el camino, no por falta de decisión
sino porque no hay opciones. Por ello significo mi preparación
académica como un granito de arena para contribuir con mi
historia en la lucha de nosotros los marginados.
Cursé la maestría en Investigación y Desarrollo de la Edu-
cación en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de
México. Fue una de las opciones que elegí por la línea de inves-
tigación que ofrece, relacionada con mi área de estudio.
Una de las muchas circunstancias que pude experimentar
durante los estudios de posgrado fue que, por primera vez, me
sentí una alumna como tal; no tenía que llegar corriendo de un
trabajo a la escuela, así como lo hacía desde la educación pri-
maria. Las preocupaciones por el pago de la colegiatura no es-
taban presentes. Por primera vez me sentí en “igualdad” de
condiciones con los otros estudiantes, por lo menos en las si-
tuaciones básicas. Tuve el apoyo económico para adquirir una
computadora portátil, así como libros y otros útiles necesarios
para la universidad.
Contar con las facilidades mencionadas me permitió tener
mayor concentración en los estudios, tiempo para realizar los

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 129


trabajos, para leer, para asistir a algunos cursos y diplomados;
traté de aprovechar al máximo este tiempo. Es muy diferente
realizar estudios en estas condiciones; siento que en este perio-
do de estudios fue cuando en verdad aprendí a aprender.
Era la primera vez que realizaba estudios en una universi-
dad, ya que los estudios de licenciatura los había llevado a cabo
en una pequeña escuela en el valle de San Quintín, Baja Cali-
fornia. Tuve que enfrentarme a los desafíos que implica el tras-
ladarse a un lugar desconocido, sin conocer a nadie y estar en
una ciudad tan grande; pero la experiencia y el aprendizaje que
esto me dejó me ha llevado a trazar nuevos retos.
Confieso que el primer día de clases sentí cierto temor de
no cumplir con las expectativas de la maestría y de la Universi-
dad. Al escuchar a mis compañeros hablar de diferentes expe-
riencias, mencionar diversos autores, libros, eventos, entre
muchas otras situaciones, me di cuenta de que ignoraba mu-
chas cosas, quizá la mayoría de esas situaciones, aunque eran
del área de educación. Me sentí perdida, que me faltaba mucho
por aprender y que esta vez, como en las otras ocasiones, debía
poner mucho empeño y realizar un doble trabajo para com-
prender las clases, porque muchas cosas eran totalmente nue-
vas para mí.
Poco a poco, y con mucho esfuerzo, en todos los aspectos,
me fui adaptando a mi vida en la ciudad y en la Universidad.
Sin temor puedo señalar que la enseñanza y la preparación que
recibí fueron de calidad. Contar con instalaciones en excelentes
condiciones, docentes muy preparados, bibliotecas y material
bibliográfico en las mejores condiciones, espacios de estudio,
equipos tecnológicos, entre otros beneficios, hacían del proceso
de estudio un gusto. Al menos así fue desde mi experiencia.
Debo señalar, casi como un reclamo, que las condiciones
de cada centro escolar de nuestro país deberían por lo menos

130 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
acercarse un poco a la descripción antes señalada. Parece uto-
pía, pero si ese fuera el verdadero objetivo, tal vez algún día se
logre. Así, muchos niños disfrutarían estar en la escuela, disfru-
tarían aprender y tendrían las condiciones para hacerlo.
No puedo dejar de mencionar que, aun teniendo las ven-
tajas que he señalado, fue muy difícil sobrellevar la parte emo-
cional. Extrañaba a mi familia, y tuve que buscar alojamiento
en la ciudad en varias ocasiones. Muchas veces vinieron los
desánimos y creí que no podría concluir, sobre todo en la fase
final, cuando había que terminar la tesis para obtener el título
de grado; sin embargo, pude concluir satisfactoriamente la
maestría. Con el apoyo de Mercedes Ruiz, quien fungió como
mi tutora de tesis, Sylvia Schmelkes y Enrique Pieck, como
mis lectores terminé la tesis obteniendo el grado con mención
honorífica.
Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportu-
nidad para que todos los jóvenes asistan a la escuela; demandar
la oportunidad para que tengan diversas opciones para cursar
sus estudios; o simplemente que se ejerza su derecho a la edu-
cación de calidad. Exigir el derecho a la educación es situarme
en los principios de justicia social, que siguen siendo un reto en
los pueblos indígenas, en los campos agrícolas y en la propia
escuela.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 131


Voces desde
la identidad quechua
Estar lejos de nuestra tierra
es como quedar huérfana
Edith Paucar

Mi nombre es Edith Paucar. Soy la segunda de una familia


integrada por cinco hermanos, originaria de la región quechua
de Ayacucho, ubicada en la sierra central del Perú. Nací en la
provincia de Huamanga, debido a que mis padres migraron de
su pueblo (Huambalpa) a finales de la década de los setenta
en busca de mejores oportunidades de vida, pues mis abuelos,
tanto por el lado de mi madre como de mi padre, no podían
mantener a una familia numerosa.
El desplazamiento familiar de mi madre fue el siguiente:
ella se fue a los quince años con su madrina para estudiar y
trabajar en las labores domésticas. Mi padre, de la misma forma,
estuvo con su tío trabajando en todo tipo de oficios, desde al-
bañilería hasta peón, en las haciendas donde cosechaba; paralelo
a ello estudiaba y, posteriormente, se juntaron y así, poco a poco,
la familia fue creciendo. A pesar de su movilidad, ellos mantu-
vieron su identidad étnica porque siguieron practicando sus
costumbres, tradiciones, lengua nativa y los conocimientos
ancestrales de nuestro pueblo. En mi familia, estos conocimien-
tos originarios como quechuas se han venido transmitiendo a

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 135


nosotros, los hijos. Por este cuidado que han tenido mis padres,
mis raíces ancestrales vienen de una comunidad muy lejana, en
este caso del distrito de Huambalpa (el nombre original proviene
de dos palabras quechuas Huaman que significa Halcón y Allpa
que significa tierra de halcones).
Huambalpa es un distrito de la provincia de Vilcashuamán,
en la región de Ayacucho; se encuentra ubicado a 3217 msnm,
con una población de 2212 habitantes. Posee una variedad de
pisos ecológicos y cuenta con las condiciones climáticas para sem-
brar; por tal motivo, la agricultura viene siendo la actividad prin-
cipal y de subsistencia para la alimentación de los pobladores.
A través del tiempo me llegan recuerdos de allá; cuando
descendía por las carreteras camino a Huambalpa, apreciaba las
verdes montañas que me conducían a una tranquilidad interior,
la bienvenida típica de mi pueblo con aroma a eucalipto fresco
y reconfortante. Los eucaliptos son característicos de la comu-
nidad y siempre observaba, a las orillas de la carretera y a lo
lejos, bosques de eucaliptos que le dan vida a Huambalpa. Ade-
más, el recibimiento de nuestra gente, siempre amable, y es que
la naturaleza y nosotros somos una unidad.
Cada año, después de que paró la violencia política, solía-
mos ir con mi madre a visitar a mis abuelos para ayudar en la
cosecha de maíz, cebada y haba. No era ni una hectárea pero
ellos necesitaban ayuda porque se encontraban solos y además
ya no tenían la misma fuerza. Solíamos salir de madrugada,
como a las cuatro o cinco de la mañana, con mucho abrigo
porque el frío se impregnaba en nuestra piel. Llevábamos los
materiales para cosechar como la “rutuna” (hoz) y la “tipina”
(material rústico de madera para la cosecha de maíz), y el fiam-
bre para todo el día, que consistía en papa cocida, mote (maíz
u otros granos cocidos en agua) y si se tenía algo de charqui
(carne deshidratada) también.

136 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


Caminábamos, aproximadamente, de una a dos horas para
llegar a las parcelas de tierra, subiendo cerros y chacchando
coca (se introducen hojas secas en la boca y se va formando un
bolo para extraer de ellas las sustancias). Teníamos que aprove-
char bien el día, ya que no podíamos regresar muy de noche por
la oscuridad y lo peligroso de poder pisar mal y caernos repen-
tinamente. En el día teníamos como dos momentos de media
hora para poder alimentarnos y descansar un poco. Luego que
concluía la jornada, trasladábamos la cosecha en burros y tam-
bién en nuestra espalda.
Para mí era muy divertido viajar y estar con mis abuelos,
siempre aprendía algo de ellos; en el camino, cada vez que nos
tropezábamos con alguna planta o hierba, me explicaban acerca
de sus beneficios para la salud. Hasta el momento me curo con
base en las plantas medicinales, porque mi organismo no tolera
las pastillas.
De los cinco hermanos tres somos mujeres y dos varones.
Los cuatro primeros nacimos durante la década de los ochenta,
periodo en el que aconteció la violencia política en la región de
Ayacucho, donde muchas de nuestras familias, tíos, tías, veci-
nos, hemos sido carne de cañón por parte de los dos grupos
beligerantes: Sendero Luminoso y los militares.

La violencia política provocó cambios


y secuelas en nuestras comunidades

Haciendo una comparación de aquellos años de tortura, vio-


lencia y muerte, me parece que no hay mucha diferencia con lo
que estamos viviendo actualmente respecto al daño que sufre
nuestro territorio, a partir de la extracción de los recursos natu-
rales, por parte de las compañías transnacionales. Sólo que esta

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 137


vez la muerte de un territorio indígena se da lentamente, con
la contaminación, el daño a las tierras y la expropiación, entre
otros. Mi pregunta es: ¿Acaso lo provocamos?, ¿en qué mo-
mento se toma en cuenta la vida en nuestros pueblos?, ¿por qué
se tienen que dar estas situaciones en nuestro territorio? Dejo
abiertas estas interrogantes porque sé que cada uno de nosotros
tenemos nuestras respuestas.
La violencia política en Ayacucho fue uno de los periodos
más duros para muchas de nuestras familias, y sobre todo en las
comunidades profundas de la sierra, quienes llevamos la peor
parte. Este hecho provocó cambios y secuelas en nuestras co-
munidades, es decir, se modificaron formas de vida y se creó el
temor de caer nuevamente en eso. Si en mi comunidad antes
recibíamos con calidez y confianza a un extraño, hoy esa aten-
ción ha disminuido.
La guerra política generó mucho daño, al punto en que
llegamos a negar y esconder nuestra procedencia, a causa de la
discriminación histórica que hemos recibido, pero posterior-
mente, con la violencia armada, esto se acentuó más. Aquellos
años fueron días y noches crueles, tristes, indiferentes, solita-
rios, donde nuestras vidas no tenían valor.
Durante mi infancia no visitaba mucho mi pueblo, ni a mis
abuelos paternos y maternos, debido a la situación inestable que
se vivía a causa de la violencia política; no sabíamos en qué
momento uno podía perder la vida, el peligro estaba por todos
lados. En las décadas de los ochenta y noventa, muchas familias
venían a Huamanga huyendo de Sendero Luminoso y los mi-
litares, ya que el peligro en la capital de Ayacucho era un poco
menor. Mientras otras familias se desplazaron a Lima, la capital
del país, como mis tíos y tías que se fueron muy jóvenes.
Mi padre es el hermano mayor, tres de sus hermanas que-
daron a su responsabilidad, y vi que tanto en la familia de mi

138 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


mamá como de mi papá se dispersaron sus integrantes por di-
ferentes lugares, al punto en que después de veinte años logra-
ron comunicarse, y con algunos hermanos incluso pudieron
verse. Así, la violencia política desintegró a muchas familias.
Para nosotros fue una etapa de muchas necesidades, inestabili-
dad, recesión. Y teníamos que ver a diario la forma de compar-
tir un mote o una cancha (maíz tostado).
El barrio donde vivía se ubicaba en la periferia de la ciu-
dad; eran las últimas casitas de adobe (casas de tierra y paja)
que se estaban construyendo, y mis padres, al igual que otras
familias, eran los primeros pobladores de ese lugar, sin luz eléc-
trica y mucho menos agua potable.
Dos a tres veces a la semana, en las tardes, solíamos traer
agua en bidones y baldes (cubetas); teníamos que caminar más
de 2 km para llegar a un lugar donde había un pozo con un
caño y donde teníamos que hacer cola para poder recolectar
agua, ya que sólo la teníamos por horas. A ello hay que agregar-
le la recesión que vivimos durante el gobierno de Alan García.
De la misma forma teníamos que realizar largas colas para po-
der conseguir kerosene (combustible) u otros productos bási-
cos para alimentarnos; era increíble cómo de la noche a la
mañana el dinero que tenían nuestros padres no valía nada.
Si sumamos a ello la violencia política que se vivía, hicie-
ron que aquellos años fueran los peores para Ayacucho. La po-
blación en la ciudad de Huamanga había aumentado debido a
los desplazamientos internos ocurridos en esa época. En mi
barrio aparecieron más habitantes de lo normal; llegué a cono-
cer y tener amigos y amigas, muchos de ellos huérfanos de pa-
dre, algunos de madre o ambos, pues la violencia política les
había quitado a sus seres queridos y se encontraban en un total
desamparo.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 139


Las madres se organizan para preparar
una olla común y alimentar a todos los niños
A finales de la década de los ochenta se había creado la Fede-
ración de Clubes de Madres de Huamanga, como consecuen-
cia de la escasez de comida, y más aún por la guerra iniciada
por Sendero Luminoso y la recesión. Me acuerdo que en aque-
lla época todas las mujeres de mi barrio empezaron a organi-
zarse, incluida mi mamá, para poder turnarse y hacer una olla
común para los niños y niñas, víctimas de la violencia. Todos
los días nos dirigíamos con mis hermanos al comedor popular
para poder alimentarnos. Allí nos encontrábamos con mis ve-
cinos y otros niños, haciendo cola y esperando el turno para
poder recibir un plato de comida.
Esta experiencia me agrada mucho porque allí estábamos
todos y las veces que le tocaba cocinar a mi madre, estaba segu-
ra de que sí alcanzaba a recibir un plato de frijoles. Pero había
días en que comíamos rico y otros no; ahora pienso que lo más
probable es que hayan sido caprichos míos decir que la comida
no estaba buena. También teníamos días en que nos quedába-
mos sin un plato de comida porque venían niños de muchos
lugares, que no eran parte de la jurisdicción, a los cuales no se
les podía decir que no. Los niños, más que las niñas, se queda-
ban hasta el final para ver si sobraba algo y pedir una “yapita de
comida”, es decir, esperaban a que todos se fueran para ver si
podían seguir comiendo.
A pesar de las múltiples necesidades que pasamos en mi
familia, sobre todo cuando era niña, también hemos tenido mo-
mentos muy agradables con aventuras y vivencias que hoy re-
cuerdo con agrado. Mis padres siempre nos enseñaron a
compartir y ser solidarios entre nosotros; sólo por mencionar
una etapa linda de mi niñez, recuerdo cuando, aparte de tener

140 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


a mis hermanos al lado, nosotros compartíamos algunos espacios
con otros niños vecinos, que no tenían a sus familias al lado.
Entonces muchos de los niños y las niñas se quedaban
solos en casa; generalmente, tenían a sus mamás y no a sus pa-
pás porque la guerra se los había quitado, así como a familiares
más cercanos, y por ende la madre tenía que trabajar en muchas
actividades para llevar un pan de trigo a la casa. Mis hermanos
y yo tuvimos muchos amigos en la infancia; ellos eran parte de
mi familia, ya que comían, jugaban, brincaban con nosotros. Mi
madre, muy generosa siempre, estaba al tanto de todos, al me-
nos en la comida, con lo poco que se tenía.
Mi padre trabajaba muy lejos y venía a casa dos o tres ve-
ces al año; en aquel tiempo iniciaba su carrera profesional como
docente en educación primaria, y quien necesitaba trabajar te-
nía que llegar hasta los últimos rincones de las comunidades.
Mi madre nos cuenta que cuando éramos pequeños, y como mi
padre regresaba después de algún tiempo, nos olvidábamos de
su rostro y le decíamos a ella: “¿Quién es el señor?”.
En verdad no recuerdo esa etapa, pero seguramente para
mi padre debe haber sido incómodo; hubo muchos factores
para que esto se diera: uno, por la lejanía de su trabajo y otro
por el peligro que causaba viajar a menudo por la guerra. Pos-
teriormente, su estancia con nosotros fue de manera constante,
ya sea mensual o quincenal.

Mi infancia entre leyendas, cantos, paseos


y actividades para colaborar con la familia
Las veces que mi padre estaba en casa participaba en algunas
actividades con nosotros, como contarnos leyendas e historias
de nuestros pueblos; cada vez que había “apagones” (Sendero

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 141


volaba las plantas de energía eléctrica en esos años), nos quedá-
bamos sin fluido y como de costumbre debíamos tener listas las
velas para encenderlas y pasar una parte de la noche acompa-
ñados entre la oscuridad. Una de las tantas historias que mi
padre nos contaba, y la que recuerdo, son algunos episodios de
una obra titulada Los perros hambrientos de Ciro Alegría; él na-
rraba (de manera muy vivencial, variando incluso la tonalidad
de su voz en momentos que ameritaba por escenas de tristeza y
alegría) la vida de una pastorcita llamada Antuca, que llevaba a
pastar a su ganado, en compañía de sus perros; ella estaba muy
feliz, porque tenía a sus animales al lado, hasta que un día llegó
la época de sequía, donde la lluvia dejó de venir por un tiempo
y muchas personas y animales murieron por la falta de alimen-
tos. Cuando mi padre narraba la historia me sentía parte de
ella, al punto de que mis hermanos y yo terminábamos con al-
gunas lágrimas por ser una historia muy triste y real a la vez. En
aquellos años queríamos que nos contara toda la historia, pero
después él nos dio la tarea de leer la obra completa y posterior-
mente nos tocaba contarle todo lo leído.
Los apagones solían pasar a menudo en la época de la
violencia política, y sentía que la noche me envolvía de miedo;
sólo me sentía segura cuando mi padre se encontraba en casa.
También, todas las noches mis hermanos y yo nos sentábamos
alrededor de la mesa junto con mi mamá y papá. Él tocaba su
guitarra, el charango, la mandolina y la quena, acompañado de
canciones muy tristes, y a veces mi madre se animaba a cantar
canciones en quechua, recordando mucho su lugar de origen.
La melodía y las letras solían ser muy melancólicas o a veces
jocosas; recuerdo una que hoy en día sigo cantando “Kuka kin-
tucha, Hoja redonda. Qamsi yachanki Ñuqap vidayta. Runapa
llaqtanpi Waqallasqayta”. Muchos la cantamos porque se refie-
re a la coca, que representa una planta originaria de los Andes,

142 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


que nos acompaña en la cotidianidad de nuestras vidas y en el
trabajo arduo de la tierra.
Cada vez que mi padre retornaba al trabajo siempre nos
decía que no debíamos salir mucho a la calle por el peligro;
además, nos pedía que cuidáramos la casa. La mayor parte de
mi infancia la pasé con mis hermanos al lado de mi madre;
gracias a Dios nos sigue acompañando. Algunas veces ella se
enojaba con nosotros por traviesos, porque aprovechábamos
cuando no estaba mi padre para salir a la calle a jugar con los
niños y las niñas de mi barrio.
Haciendo un recuento de nuestra vida en familia, observo
que mi madre es un ejemplo a seguir porque es una mujer lu-
chadora y muy entregada a la familia; ella me acompañó duran-
te mi proceso de aprendizaje en la primaria, transmitiéndome
los valores como el respeto y la reciprocidad. Además, sabiendo
o no del tema de estudio, siempre nos apoyaba con las tareas.
Mis juguetes, al igual que los de mis amigas y amigos, eran
cosas que encontrábamos en la calle, y adaptábamos los mate-
riales de la naturaleza como la piedra, las latas, para crear nues-
tros juegos; en esa época no se compraban juguetes de plástico
porque simplemente no había dinero. Pero muchas veces eso
no importaba porque podíamos divertirnos a nuestra manera.
En aquellos años jugaba muchos juegos como mundo, lingo,
San Miguel, la calabaza, entre otros que ya no recuerdo. Men-
ciono esto porque es uno de los recuerdos más lindos de mi
niñez, donde jugábamos todos los niños sin distinción, y com-
partíamos e interactuábamos con lo que teníamos, con respeto
y solidaridad.
De la misma forma, me gustaría compartir algo que mi padre
siempre nos hizo partícipes desde pequeños, referido a los car-
navales rurales, una expresión cultural que viene de todos los
pueblos. La festividad se realiza en febrero y él nos llevaba, a mis

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 143


hermanos y hermanas, al estadio de Huamanga junto con mis
vecinos, quienes no tenían a nadie más que a nosotros. Entonces
mi padre andaba en la festividad con seis o siete niños a su alre-
dedor. Con tantos niños a su cargo, las personas le miraban como
diciendo, “¡tantos hijos!”, pero en verdad sólo éramos cuatro. Sin
embargo, él de igual forma cuidaba también a nuestros amigos.
Mi madre hasta el momento suele preparar artesanal-
mente los marcianos, que son unas paletas frías elaboradas a
base de frutas, muy ricas por cierto. Cuando era niña, diría casi
toda la infancia, en los fines de semana le ayudábamos a
vender los marcianos en las losas (canchas) deportivas donde
los jóvenes se reunían para jugar futbol. Era divertido porque
teníamos nuestra caja de tecnopor (unicel), lugar donde colo-
cábamos como máximo unos 40 marcianos, y siempre vendía
acompañada de uno de mis hermanos, porque siendo dos
podíamos ayudarnos mejor en las ventas.
Me sentía bien en esa actividad porque creía que era bue-
na negociante. Siempre regresábamos por más marcianos por-
que a los jóvenes les gustaba mucho, y después de cada partido
o en el descanso ellos solían comprar hasta tres marcianos por
persona, y siempre terminaba de vender lo que llevábamos.
Pero también tenía que estar muy despierta porque si no con-
tabilizaba bien los pedidos, tenía varios marcianos perdidos
porque simplemente algunos se iban sin pagar. Esta actividad
era para mí como un juego, donde aprendía a vender, a sumar,
a contar el dinero. Quizá ese haya sido el inicio, porque poste-
riormente trabajé como vendedora en una tienda comercial de
golosinas (dulces).
En general, el proceso de desplazamientos internos que
ocurría en Ayacucho, así como la migración a las ciudades más
grandes como Lima, provocaron cambios estructurales muy fuer-
tes, tanto en la familia como en la comunidad. La desintegración

144 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


familiar era uno de los aspectos más notorios. Asistía a los co-
medores populares, impulsados por las mujeres organizadas como
una ayuda entre nosotros para sobrellevar el hambre y la pobreza,
ya que en la ciudad no teníamos nuestras tierras cercanas para
poder sembrar y alimentarnos. Era una época donde sólo entre
los vecinos y vecinas podíamos solidarizarnos sin esperar nada
de la parte gubernamental.

Una identidad que estuvo oculta:


ahora muy valiosa

Recuerdo que cuando era muy niña deseaba viajar donde vivían
mis abuelitos, porque creía que estaban cerca, pues viendo el
cerro en el horizonte tenía la sensación de que si lo cruzaba ya
podía estar al lado de ellos. Mi madre me decía que estábamos
lejos, y que por el momento no podíamos ir por lo peligroso
que era viajar en esas épocas. Mis abuelos llegaban dos o tres
veces al año a la casa, debido a que no podían abandonar las
actividades del campo, sus animales, los sembradíos. El poco
tiempo que permanecía mi abuelo materno en casa era cuando
podía aprender mucho de él; si bien es cierto que intentaba
comunicarse en castellano, también lo hacía en quechua; de por
sí yo entendía todo, pero no podía hablarlo.
En mi tierra, la mayoría somos quechua hablantes, y de
pequeña estaba rodeada de parientes, vecinos, tíos, abuelitas
que siempre me hablaban en quechua y no tenía ninguna difi-
cultad en entenderlos, pero hablarlo sí se me dificultaba. Quizá
en ese tiempo no prestaba importancia porque estaba rodeada
también de personas que me hablaban en castellano, tanto en la
escuela, como en casa, con la diferencia de que esta última tuvo
mayor influencia.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 145


Mis estudios primarios los pasé, como todo niño, estudian-
do, llevando cuadernos, entre otros. La primera vez que mis
padres compraron el uniforme escolar fue para el primer grado
de primaria. Recuerdo que me lo compraron en tamaño grande
porque tenía que durarme los seis años, tiempo en que terminaría
la educación primaria; también sólo compraban un juego de mate-
riales, como los colores, para todos los hermanos, que se usaban
en la casa, y reciclábamos los cuadernos antiguos. En ese mo-
mento, no entendía sobre la austeridad, pero hoy agradezco
mucho porque he aprendido a valorar y cuidar lo poco que tenía,
al punto de que puedo decir que uso lo necesario.
Tenía ocho años cuando acudí al centro de salud de mi
comunidad; fuimos con todos mis compañeros del salón para
recibir unas vacunas, quién sabe para qué, ya no recuerdo. Pero
en suma, las personas que acudían para atenderse se comunica-
ban en nuestro idioma que es el quechua.
Considero que ahora, debido a las políticas lingüísticas
gubernamentales, son menos los que hablan el idioma, y con
esto excluyen la riqueza y la autenticidad de nuestra cultura, así
como conocimientos que hemos venido aprendiendo de gene-
ración en generación, de abuelos a padres, de padres a hijos, de
abuelos a nietos.
En casa mi familia siempre buscó la manera de mantener
la identidad y que lográramos aprendizajes escolares, pero tam-
bién comunitarios. Así, un día, en horas de la mañana, cuando
tenía nueve años, mi padre se acercó a mí y me dijo que en las
vacaciones del año escolar podía participar en unos talleres so-
bre telar de cintura, en vista de que no se contaba con recursos
para poder matricularme en cursos vacacionales, y que era me-
jor que asistiera a ese que era gratuito y que me permitía apren-
der una actividad ancestral. En principio no quise por timidez,
pero por insistencia de mi padre tenía que ir.

146 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


Agradezco mucho que haya insistido en que participara,
porque gracias a ello logré tener mayor seguridad conmigo
misma y un cambio en mi forma de pensar y de actuar. Aunque
a él en algún momento le abrumó que, de la noche a la mañana,
me había convertido en una jovencita que ocupaba su tiempo
en espacios organizativos, y que los fines de semana siempre
participaba en actividades que tenían que ver con mi formación
de liderazgo a nivel organizativo.
A partir de entonces empecé a participar en los talleres de
afirmación cultural de retablo, dibujo y pintura, y telar de cin-
tura, desarrollado en mi barrio por la Asociación del Centro de
Culturas Indígenas del Perú, Chirapaq. Posteriormente, iden-
tificada con la propuesta de esta asociación, realicé trabajos du-
rante mi carrera profesional.
Esta organización surge a fines de la década de los ochenta,
con propuestas y programas posviolencia a favor de niños, niñas,
huérfanos que quedaron desamparados por el conflicto armado.
A través de estos espacios promovieron la recuperación de la
identidad cultural, el fortalecimiento de la autoestima y el de-
sarrollo de habilidades y destrezas artísticas. Fue en esos espacios
donde empecé a socializar con mis pares, a reafirmar y valorar
mi identidad cultural, mis raíces y recuperar mi autoestima. Es
algo mágico porque a través del arte podía expresar todo lo que
sentía, incluso mis miedos. Cabe señalar que no ha sido fácil.
Fue un proceso que me tomó un tiempo prolongado, en el cual,
mediante las expresiones artísticas, podía comunicar todo lo que
sentía y pensaba. A la vez, a través de la danza de nuestros pue-
blos empecé a valorar y recuperar el verdadero significado de
cada una de las expresiones culturales y así, poco a poco, recuperé
y asumí mi identidad como quechua.
El proceso de afirmar mi identidad ha sido muy largo de
por sí; no dudo de que me haya tomado más de diez años, y

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 147


esto gracias a mucho trabajo de autorreconocimiento a nivel
personal y organizativo. Hoy en día vemos que el tema de iden-
tidad cultural está muy debilitado en nuestros pueblos; quizá el
sistema educativo que se implementa coadyuva a que se dé este
proceso.
No obstante, en mi caso, el compromiso e identificación
con mi pueblo me motiva a seguir trabajando y transmitiendo
lo vivido y lo aprendido durante este tiempo; sobre todo estoy
centrada en los niños, adolescentes y jóvenes que estén pasando
las mismas dificultades que yo he vivido, y que nuestra afirma-
ción cultural de reconocernos como hombres y mujeres que-
chuas nos llene de valor para seguir adelante.
Aun no hablando bien el quechua, considero que es mi
lengua materna, porque mi madre lo habla, mis abuelos lo ha-
blan, y ha sido un medio de comunicación para entender y
aprender de ellos. En fin, acciones como estas me impulsan
firmemente a seguir afirmando mi identidad desde el espacio
en que me encuentre.

Nuestras diferencias nos unen

En uno de los encuentros de Pueblos Indígenas y Afroperua-


nos, realizado en la ciudad de Lima, nos reunimos muchas li-
deresas, representantes de diferentes organizaciones, para
elaborar un plan de acción contra el racismo y la discrimina-
ción. Precisamente en ese taller conocí a dos lideresas afrope-
ruanas, que al verme me preguntaron de dónde venía, y al
decirles que era quechua se sorprendieron porque me dijeron
que tenía rasgos afroperuanos y me pusieron un apelativo de
Afroandina, porque para ellas también tenía procedencia afro.
Este acontecimiento me pareció muy curioso, ya que hasta ese

148 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


momento tenía y tengo la claridad de mi procedencia e identi-
dad indígena, pero no la procedencia afroperuana; será porque
no tuve contacto cercano con algún pariente afroperuano. Sólo
sé que tengo el color de mi padre y él no conoció a su padre;
quizá eso es algo pendiente que queda por saber para identifi-
car dicha procedencia.
Aunque no hay necesidad de hacerlo porque mis caracte-
rísticas faciales me delatan, ya que de mis hermanos y herma-
nas yo soy de piel más morena. Ahora bien, cuando era niña los
compañeros del salón siempre me molestaban por el color de
mi piel; a veces me sentía mal, pero finalmente no recurría a
nadie.
Tengo un recuerdo que me causa mucha gracias hoy en
día, aunque quizá en ese momento haya sido molesto para mí;
sin malas intenciones, un amigo de mi padre me ve junto a mi
hermana y nos dice, de manera jocosa, lo siguiente: “Tú naciste
de noche y tu hermana de día”. Lo decía por mi color, pues mi
hermana tiene la tez más clara, como la de mi madre. Allí en-
tendí que no todo lo que te dicen es con el fin de lastimarte,
también es una forma de expresar cariño.
Los niños van aprendiendo socialmente lo que es la discri-
minación y a discriminar, desde la televisión y por el trato que
ellos mismo reciben. Muchas veces nosotros, consciente e in-
conscientemente, discriminamos en algún momento de nues-
tras vidas, no somos ajenos a ello. Pero sí siento que viví más
discriminación por el color de mi piel que por ser quechua.
Pero de algo estoy segura, desde que afirmé mi identidad y re-
cuperé mi autoestima me siento segura de mí misma, y veo que
no debo sentirme discriminada, y si fuera así no dejaría que me
discriminen.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 149


Mi paso por la escuela. Una experiencia
que articulé a mi vida cotidiana
A partir de 1996 ingresé a la educación secundaria. Mis estu-
dios primarios los realicé de manera normal, siempre con el
consejo y la motivación de mis padres. En cuanto a mi desem-
peño en el nivel secundario, trataba de mantener buenas califi-
caciones, lo cual no me era difícil. Mis padres se sentían felices
por el buen desempeño y decían que yo tenía que seguir una
carrera universitaria.
Ya en la secundaria, aparte de estudiar, me dedicaba a tra-
bajar regularmente los fines de semana, para cubrir algunas ne-
cesidades que se me presentaban. Trabajé de ayudante de
limpieza para mi tío, que era personal de limpieza en una ins-
titución educativa, y en ocasiones me ganaba algunos centavos
lavando ropa, aunque mi padre no quería que lo hiciera porque
al menos tenía para comer; sin embargo, para mí sí era impor-
tante. Yo creo que mis primeras experiencias de trabajo me
ayudaron a madurar y tener una responsabilidad conmigo mis-
ma. Desde allí me empezó a gustar el trabajo, porque veía que
podía ganarme algunos centavos que para mí eran una gran
ayuda para gastos que requería como mujer.
Desde mi adolescencia he ido perfilando un liderazgo en
mi persona por la participación que he venido desarrollando en
diversos espacios de formación y capacitación en distintos temas,
así como la socialización con otros jóvenes y redes juveniles. En
mi desarrollo académico se han cimentado mejor las experiencias
de liderazgo, en el momento en que impulsamos una Organi-
zación de Adolescentes y Jóvenes Quechuas de Ayacucho, Ñu-
qanchik (nosotros mismos). Fue en este espacio donde se han
consolidado aprendizajes, aportes y valores como la identidad
cultural, humildad, reciprocidad, no discriminación, colectividad,

150 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


compromiso, integridad y respeto como quechuas que somos, y
que son nuestra razón de ser como personas individuales, que
sentimos y reflexionamos en nuestro entorno. A eso sumamos
nuestros aprendizajes académicos y profesionales que contribu-
yen en el desenvolvimiento y la aplicación acorde a las necesi-
dades y exigencias que se dan en nuestro entorno.
Terminé la educación secundaria a los diecisiete años y
con ello se venía otro reto en mi vida: ingresar a la universidad.
Para esto mis padres me apoyaron y me postulé. El ingreso era
difícil, pues tenía que realizar un examen de admisión y el cupo
era limitado, a pesar de que éramos muchos aspirantes. Emo-
cionada me presenté a la carrera de Administración de Empre-
sas, profesión que me gusta, pero los resultados no fueron
positivos. Entonces, no me quedaba de otra que trabajar para
poder reunir dinero y prepararme para postular nuevamente y
seguir insistiendo, porque uno de mis sueños era ingresar a la
universidad.
Mi padre me decía que podía inscribirme en un instituto
para poder estudiar una carrera técnica y no perder el tiempo,
pero no me agradó la idea. Entonces, busqué trabajo en tiendas
comerciales, donde los sueldos oscilaban entre 150 a 200 soles
mensuales, que equivalían a 70 dólares, para aquellos que no
teníamos experiencia. De tanto buscar trabajo ingresé a una
tienda comercial de golosinas que vendía tanto a mayoristas
como minoristas. Estaba muy contenta porque sabía que tenía
trabajo fijo y podía reunir dinero.
Trabajando y estudiando logré prepararme y postular a la
universidad, y después de algunos intentos logré ingresar en
2003 a la carrera de Administración de Empresas. Siempre te-
nía en mente emprender un negocio familiar, y de alguna for-
ma buscar esa autonomía económica que todos quieren para
encontrar la estabilidad en el hogar. Aun estudiando en la

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 151


universidad seguía trabajando en la tienda de golosinas; para la
dueña era una de las vendedoras “estrellas”, y me acuerdo que
tenía mucha habilidad para vender los productos con facilidad.
Los tres primeros años me los pasé trabajando y estudiando.
A medida que realizaba mis estudios en Administración
de Empresas me empezó a gustar más y, a la vez, hacía lo posi-
ble por seguir apoyando a las organizaciones al menos los do-
mingos. Durante mi recorrido en este proceso organizativo
impulsamos, con otros adolescentes y jóvenes, como ya comen-
té, la organización Ñuqanchik debido a que Chirapaq ya no
contaba con presupuesto para seguir trabajando con los talleres
en los barrios. Nosotros, deseando que ello continuara, recupe-
ramos el aprendizaje y la experiencia obtenida para que fuera
algo perenne, con vida orgánica.
Me tocó ser presidenta de la organización en la que traba-
jamos juntos, aprovechando nuestras capacidades y habilidades
para que tuviera actividades de desarrollo, de capacidades y de
formación en temas diversos como identidad, derechos de pue-
blos indígenas, temas empresariales, etcétera.
Más adelante, desde mi aporte profesional, promovimos el
desarrollo de capacidades emprendedoras en los adolescentes y
jóvenes de la organización, todo ello debido a que tenemos una
gran necesidad de mejorar nuestras condiciones de vida para
acceder a un mejor nivel de educación, salud, alimentación y
vivienda. Por ello, pensábamos que al generar ingresos propios
nos convertiríamos en líderes empresariales indígenas integra-
les, para el apoyo a nuestra familia, comunidad y pueblos. De
esta manera, elaborábamos propuestas de iniciativas económi-
cas desde la organización Ñuqanchik, para solicitar apoyo a
entidades nacionales o cooperantes.
Casi los dos últimos semestres de la universidad busqué
prácticas preprofesionales como parte de los estudios que venía

152 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


realizando. Inicié en Chirapaq, y allí me desempeñé en la eje-
cución de proyectos de desarrollo, con la coordinación y pro-
moción de actividades de talleres de expresión y afirmación
cultural con niños, niñas, adolescentes y jóvenes, en barrios pe-
riféricos de Huamanga-Ayacucho, tales como talleres de cerá-
mica, tallado en piedra, danza, etc., y cuyo eje transversal era la
afirmación de la autoestima y recuperación de la identidad cul-
tural; a la vez se brindaba a los jóvenes talleres de formación de
capacidades emprendedoras, para incentivar e impulsar en ellos
un liderazgo juvenil, para lograr un espíritu emprendedor, que
adquirieran capacidades de organización, gestión organizativa
y comunitaria. Todo esto me permitía conjuntar lo que había
aprendido en diversos ámbitos y coadyuvar a mantener y po-
tenciar la identidad étnica de los niños y jóvenes que aún tie-
nen raíces quechuas.
Posteriormente, terminadas mis prácticas profesionales,
me quedé a trabajar en Chirapaq. Considero que esta organiza-
ción ha sido como mi segunda casa de aprendizaje y de recupe-
ración de mi identidad y autoestima; por ello, prácticamente
desde que tenía nueve años fui parte de esta gran familia que
lucha por el respeto de los derechos de los pueblos indígenas.
Todas esas condiciones me han ayudado a tener bien claro
lo que es bueno y lo que es malo durante mi aprendizaje y asi-
milación de todo lo que uno pasa, ya sea racismo, discrimina-
ción y marginación de cualquier índole. Me doy cuenta de que
esas acciones ayudan a fortalecer nuestra posición y a defender-
nos como personas humanas que somos, sujetos de derechos
como mujeres y pueblos indígenas. Cabe recalcar que, en todo
momento, todos nosotros sufrimos algún tipo de marginación,
y siempre está presente.
Por ello, desde lo que aprendí en mi pueblo, con mi familia
y vecinos, en mi vida académica y organizativa, con todo esto

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 153


he ido empoderándome, construyendo y fortaleciendo, desde
un liderazgo organizacional en espacios académicos y estu-
diantiles, la defensa y el respeto que tenemos todas las perso-
nas, sobre todo mujeres y niños sin exclusión, y también que
podemos crear oportunidades para vivir mejor. Más aún, ahora
en mi vida profesional los cultivo, haciendo conocer que noso-
tros somos hijos de los pueblos indígenas, que no somos po-
bres, que tenemos conocimientos valiosos, costumbres, recursos
naturales, biodiversidad, riqueza cultural, y que somos capaces
de sobresalir con nuestros propios recursos, para así contribuir
al desarrollo de nuestras familias y pueblos.
Actualmente estoy estudiando la maestría en Adminis-
tración, en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de
México, con el apoyo del Programa Internacional de Becas
de la Fundación Ford (ifp, por sus siglas en inglés). Si no fuera
por ello, quizá no estaría aquí tratando de seguir aprendiendo
y aportando, en la medida de lo posible, al desarrollo de nues-
tros pueblos. La experiencia con la maestría es interesante, tan
sólo el compartir los diversos conocimientos de los compañe-
ros me enriquece y, a la vez, las diferencias que existen entre
nosotros nos permiten un diálogo y un reconocimiento de la
diversidad.
Sin embargo, una experiencia que tuve recientemente en
las aulas de la maestría me causó extrañeza. Escuché mencio-
nar a un docente lo siguiente: “Si las lenguas o las culturas de-
berían seguir existiendo”. Claro, esto como parte de una
presentación que teníamos con respecto a la educación, ya que
estamos envueltos en este proceso de globalización, que cada
vez hace que los pueblos indígenas se encuentren invisibiliza-
dos, y que pronto puedan desaparecer. Obviamente tuve com-
pañeros a favor y otros en contra, estos últimos sostenían con
argumentos que se deberían “eliminar”.

154 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


Para mí fue muy fuerte escuchar eso, sabiendo que México
es un país pluricultural, y que de alguna manera la gran mayo-
ría de personas tienen procedencia indígena. Encuentros de ese
tipo, donde los indígenas somos vistos como la minoría, sin
gran trascendencia en nuestros países, hacen que sigamos bre-
gando e insertando propuestas en las políticas públicas para
visibilizarnos y buscar el desarrollo, como lo decimos en el
mundo andino, el “Allin kawsay”, el buen vivir, ya que para no-
sotros nuestra lengua y nuestro territorio son vitales para seguir
viviendo mejor.
En este momento pienso que es importante seguir desa-
rrollando nuestras capacidades profesionales. Por eso, tener
oportunidad de seguir estudiando la maestría es una gran for-
taleza para el desarrollo de capacidades y habilidades, y de esta
forma seguir bregando por nuestros pueblos; desde donde me
encuentre seguiré afirmando, de múltiples maneras, que existi-
mos y tenemos muchas cosas que dar, para lograr un bienestar
en nuestros pueblos.
Ahora me encuentro en la etapa final de la maestría, con-
cluyendo la tesis, lo cual es una meta más por cumplir como
estudiante, y también como parte de mi compromiso en el
tema desarrollado. Mi formación tiene una repercusión perso-
nal, familiar y social. Me parece que estoy en condiciones de
trabajar con metas claras.
Por otro lado, ser parte del Programa de Interculturalidad
de la Ibero me ha permitido conocer a hermanos de otras re-
giones y pueblos: a la hermana maya k’iche de Guatemala, y a
los hermanos de México de diferentes culturas como la mixte-
ca, náhuatl, zapoteca, maya, y otros que enriquecieron mi per-
manencia en este país; y a la vez el compartir sueños y luchas
en común por ser todos parte de pueblos originarios. Ahora me
encuentro escribiendo, como parte del taller de narrativas,

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 155


sobre mi experiencia de vida muy corta pero importante para
mí. Este proceso de compartir y escribir lo vivido no ha sido
nada fácil; ha sido un encuentro con mi interior y recuerdos
que se iban borrando, pero que a medida que escribía venían a
mi mente; en algunas ocasiones escribía con mucho júbilo y en
otras con melancolía.
En este ejercicio de escritura logro encontrar que la deci-
sión que tomé de participar en una organización para colaborar
de manera directa con los míos, con los pueblos quechuas, no
es fortuita; esto es un legado de mis padres. Viene a mi memo-
ria mi padre, llevándonos a mis hermanos y a los otros niños de
paseo, y a mi madre preparando la olla de comida para todos
los niños del barrio. Esto que vi y aprendí de niña, en el actuar
de mis padres, es una influencia muy fuerte que ha trazado el
rumbo de mi vida, mi liderazgo y compromiso. Con la forma-
ción que tengo creo que puedo hacer mucho más.

156 | Estar lejos de nuestra tierra es como quedar huérfana


Mi lengua es el quechua,
pero también me comunico
en otros idiomas
Isabel Saldaña

Siendo una niña, cuando me iba al campo a cuidar


a mis animales, al cobijo de la naturaleza,
cantaba en quechua para no olvidar mi lengua
y leía libros para aprender el castellano.

Yo soy Isabel Saldaña; nací una


mañana del 19 de noviembre de
1970 en el anexo de Buena Vista,
del distrito de Santo Tomás de
Pata, ubicado a una altitud de 3170
msnm, pueblo originario quechua
del departamento de Huancaveli-
ca, centro sur de Perú. En la ima-
gen se puede ver la casa de mis Foto 1: Casa de mis padres.
padres y el entorno en que viví.
Buena Vista es una comunidad donde la base económica
es la agricultura y ganadería extensiva de autosubsistencia.
Generalmente se cultivan cereales como maíz blanco, trigo,
cebada, así como arveja (chícharo), haba, entre otros; en gana-
dería se cría, principalmente, ganado vacuno, con doble pro-
pósito, de carne y leche, ovino y caprino en menor proporción,
debido a que los terrenos se han ido fragmentando de gene-
ración en generación; es decir, fueron dividiéndose por herencia
en pequeñas extensiones hasta de un cuarto a una hectárea

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 157


aproximadamente. Las actividades agropecuarias se realizan con
los conocimientos básicos adquiridos de las experiencias de ge-
neraciones de antepasados.
Mi madre Macedonia y mi padre Alberto, ambos que-
chuas, originarios del distrito de Santo Tomás de Pata, tuvieron
nueve hijos, cinco mujeres y cuatro hombres; yo soy la quinta
hija de los nueve hermanos. Mis padres fueron netamente agri-
cultores y ganaderos, quienes desempeñaban, con mucha dedi-
cación y agrado, la actividad agropecuaria que les generaba
rentabilidad y les alcanzaba para la educación, vestimenta y, a la
vez, buena alimentación de sus hijos. Mi padre fue un gran
hombre que trabajaba desde la madrugada (3: 30); muchas ve-
ces iba a traer el agua por la acequia (canal rústico que conduce
el agua) para el riego de cultivo, principalmente de maíz, pro-
ducto de doble uso: el grano para consumo y venta, y los rastro-
jos (zacate de maíz) para alimentar a los vacunos en la temporada
de sequía entre junio y noviembre. Mi madre, que es una mujer
admirable, trabajó al lado de mi padre incansablemente, y veló
por el bienestar de sus hijos. Siempre hemos sido una familia
muy unida, con valores y principios que nuestros padres nos
han inculcado desde niños.
Desde pequeños, todos los hermanos teníamos una fun-
ción; a los hombres les tocaba apoyar en las labores culturales
de cultivo (deshierbe, aporque, riego entre otros), y a las muje-
res nos tocaba apoyar en la cocina y cuidar los animales. Tenía-
mos vacunos, ovinos, caprinos, cerdos, burros y caballos. En
particular mi hermana Elsa, dos años mayor que yo, se encar-
gaba de cuidar los animales vacunos, burros, caballos, y a mí
me tocaba cuidar a los ovinos y las cabras; para mí era lo más
fácil, pues los llevaba a las montañas como a una hora de dis-
tancia de mi casa, y como los animales conocían el camino no
era difícil llevarlos a pastar; esta actividad la realizaba sólo en

158 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


periodos de vacaciones (enero, febrero y marzo), para no per-
der clases.
Me gustaba cuidar a los animales, era mi diversión; jugaba
con los bebés de las ovejas y las cabras, y cuando no podían
caminar los cargaba. En muchas ocasiones también los vi na-
cer; eran acontecimientos maravillosos, momentos únicos que
nunca se repetirán. A la vez, también me sentía libre en el cam-
po y podía cantar cualquier canción en quechua y recordar mi
idioma; nadie me criticaba cómo cantaba, si estaba desento-
nando o no. Yo solamente cantaba con entusiasmo, sintiendo la
libertad de estar en el campo. Recuerdo en especial la canción
Por tu Santo de Picaflor de los Andes:

Quechua Traducción en español


Santuyuqmi nisuptikim tankar Dicen que estás de cumpleaños
kichkachallayyy… vengo a darte un tankar espinita… vengo a darte un
abrazo pero amam waqachiwanki- abrazo pero no me hagas llorar
cho pero amam llakichiwankicho. pero no me hagas sufrir.

Ripuy ripuy niwachkanki pasay Vete vete me estás diciendo, sal sal
pasay niwachkanki manaraq me estás diciendo cuando aún no
ripuyta pinsachkatiy manaraq pienso irme, cuando aún no pienso
pasayta piensachkaptiy. salir.

Ripuytaqa ripusaqsi pasaytaqa De irme sí me voy a ir, de salir sí


pasasaqsi wan wapa tulluchan voy a salir con la quena de hueso
quinachayuq arañapa llikackan de wan wapa y con la tinya de la
tinyachayuq. tela de araña.

Imamantataq chiptipuwachkanki De que estás piñizcando a mi flor


clavelinas waytachayta pitaq de clavel, quién te lo piñizca tu flor
qampata chiptipusunki mala de mala hierba tu flor de tankar
hierba waytaykita tankar kichka espina.
waytaykita.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 159


Quechua Traducción en español
Imamantataq qawapayawanki De qué me estás mirando de pie a
chakiymanta umaykama manaña- cabeza, ya no me conoces que
chum riqsillawanki vida pasaq tuvimos una vida juntos, que
masikita kuska puñukuq masikita. hemos dormido juntos.

Chincheros plazapi blanquilloy En la plaza de Chincheros mis


durazno maypiraq karanki soltero blanquillos durazno, dónde estarías
kachkaptiy maypiraq karanki cuando yo era soltero, dónde
sapallay kachkaptiy. estabas cuando yo estaba solo.

Saralla piruway piruwaycha Maíz floreciendo floreciendo


piruwaycha trigucha sisay sisaycha floreciendo, trigo floreciendo
sisaycha. floreciente floreciente.

Aprendí esta canción porque mis padres, después de la faena


agrícola, solían poner un disco en esos antiguos tocadiscos, que
funcionaban con cuatro pilas Rayoback, pero en esos tiempos
era el único buen equipo, y nos hacía bailar. Era un momento
muy feliz para mi familia; mi padre nos decía: “Hay que hacer
fiesta porque sus cumpleaños no los podremos festejar, debido
a que se encontrarán en clases y nosotros también estaremos
ocupados con la cosecha”. Palabras de pretexto de mi padre
para la diversión en familia y, con ello, disfrutábamos mucho;
bailábamos y cantábamos entre todos, y era una especie de con-
curso entre mis hermanos. Siempre resaltaban nuestras reunio-
nes en el canto y en el baile. Para mí fueron los mejores
momentos de mi niñez. Eso, cuando estaba en familia, y en mi
soledad otra vez cantaba lo mismo; esa era otra experiencia
agradable.

160 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


Tuve que salir de Buena Vista a encontrarme
con otro mundo

Mi familia y yo tuvimos dos momentos de migración por las


situaciones que se presentaron en nuestra vida familiar. La pri-
mera fue de Buena Vista a la ciudad de Ayacucho, por motivos
de estudios, y la segunda fue de Buena Vista a la ciudad de
Lima, estrictamente por conflictos políticos en la zona. Esa
migración la puedo representar con imágenes, en las que es
posible observar los diferentes contextos en que me situé con
mi familia o con mi hermana.
En cada uno de estos lugares aprendí a vivir; tuve expe-
riencias importantes que ahora recuerdo, y que me permiten
reflexionar sobre lo que soy.

Buena Vista

Primera Migración Segunda Migración


de Buena Vista a La Ciudad de Buena Vista a La Ciudad
de Ayacucho de Lima

Plaza principal de Ayacucho Plaza Mayor de Lima

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 161


Primera migración. Me separo de mis padres
y de mi pueblo

En mi infancia, yo viví muy feliz con mis padres y hermanos en


Buena Vista, un pueblo pequeño muy hermoso, lleno de natu-
raleza y tranquilidad. La principal fuente de economía de mi
familia era la agricultura y la ganadería, como lo menciono en
párrafos anteriores. Mis padres se esforzaban mucho por dar-
nos mejores condiciones de vida y de educación a todos mis
hermanos. La educación para ellos era lo primordial; por eso,
nos enviaban a estudiar a la ciudad de Huamanga, capital del
departamento de Ayacucho.1
Recuerdo, como si fuera ayer, que cuando yo tenía seis
años de edad, salí de mi casa de Buena Vista, rumbo a la ciudad
de Huamanga para iniciar mis estudios primarios. La despedi-
da con mi madre fue muy triste y dolorosa, pues era la primera
vez que me separaba de ella, por un largo tiempo. Era pequeña,
delgada, con una cabellera castaña clara ondulada, de largo has-
ta la cintura, y esa vez llevaba puesto un pantalón Jaén (de mez-
clilla) y una chompa (chamarra) tejida por mi madre de lana de
oveja. Como era tradicional llevar algo de comida para el viaje,
mi madre tostó maíz (que se llama maíz de cancha, hoje sara,
en quechua) envuelto en un mantel, con un pedazo de quesillo
que sería mi fiambre (comida para el camino).
Así partí de Buena Vista, junto con mis tres hermanos
mayores y mi padre, cumpliendo el deseo de mis padres de que
nuestra educación era muy importante, pues nos abriría todas
las puertas para mejorar nuestra condición de vida, para no

1
 a ciudad de Huamanga se encuentra ubicada a una distancia de unas tres horas de
L
viaje en autobús del pueblo de Buena Vista o un día de caminata.

162 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


seguir realizando las actividades de ellos, que eran duras: la
agricultura y la ganadería. Estas actividades las hacían con mu-
cho orgullo; sin embargo, esas eran las palabras célebres de mi
padre2 y también sus actos, porque se esforzaron mucho para
que estudiáramos; incluso tuvieron que dejarnos partir.

Foto 2: Duraznos. Foto 3: Tunas.

El separarme de mi madre fue muy difícil. Primero, fue un paso


de independencia salir de mi dulce hogar a otra ciudad desco-
nocida; segundo, yo sólo hablaba el idioma quechua, que es mi
lengua materna, y tenía que enfrentarme a una lengua desco-
nocida para poder comunicarme con personas que hablaban
distinto a mí.
Al llegar a la ciudad de Huamanga me sentí totalmente
sola, con nueva gente, nuevo hogar, a pesar de que mis padres
hicieron el esfuerzo de comprarnos una casa para vivir cómo-
damente y tener buen rendimiento en nuestra educación. El
2
 i padre fue huérfano de padre desde los cinco años de edad y no tuvo la opor-
M
tunidad de educarse; sólo estudió hasta tercer grado de primaria en la escuela
del pueblo. Fue autodidacta. Él leía muchos libros de cualquier autor; recuerdo
que una vez, en Lima, estaba tratando de entender una lectura escrita en inglés;
estaba deletreando con mucho esfuerzo, entonces yo me acerco y le pregunto
qué estaba leyendo, y me dice que estaban bonitos los dibujitos, que quería leer lo
que decía de la figura, y cuando le dije que estaba en otro idioma se mató de risa
mi viejito lindo.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 163


primer año me sentía mal psicológicamente. Recuerdo que llo-
raba mucho; sentía nostalgia por mis padres y el ambiente de
mi pueblo, extrañaba los animales, las frutas y a mis amiguitas
(aunque no tenía muchas amistades); por dejar todo, no ver
más el entorno, mis lugares de referencia, los frutos, todo lo que
constituía mi vida.
Poco a poco me acostumbré a estar fuera; me integré a la
vida de allá, y con gran dificultad a la escuela. En Huamanga
solía ir a una curva de la carretera, que es justo a la entrada de
la ciudad; era como una especie de mirador donde podía ver la
llegada de los autobuses de Lima, en forma de caravanas.
Me llamaba la atención verlos llegar, siempre me preguntaba
si en algunos de los autobuses estaría llegando algún familiar.
Sabía que era difícil que eso sucediera, y me provocaba un senti-
miento de nostalgia, pero también era para mí una distracción.
En este lugar donde yo solía creer que llegaba mi gente y
me entretenía ingenuamente mirando llegar uno a uno los au-
tobuses, allí, donde imaginar era parte de un juego infantil, en
una ocasión sucedió algo que puso en peligro mi vida, sin que
yo supiera el riesgo que corría. Una tarde particular, un grupo
de personas se reunieron en esa curva y amontonaron en la
carretera muchas piedras y se fueron. Mi hermana Elsa y yo
observamos todo y nos quedamos sentadas en la zona sin ima-
ginar lo que estaba ocurriendo; entonces comenzaron a llegar
los autobuses y también el atraco de terroristas pidiendo dinero
a todos los que pasaban por allí. No demoró en llegar la policía
y comenzó la balacera. Nosotras no sabíamos qué hacer; está-
bamos totalmente paralizadas y mi hermana reaccionó y co-
menzamos a correr entre piedras y balas. En esa ocasión fue la
primera vez que experimenté la violencia que vivió por mucho
tiempo mi país, ante el enfrentamiento entre policías o milita-
res y Sendero Luminoso.

164 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


Después de una semana de lo sucedido, llegó mi padre y
nos llevó a Buena Vista a todos mis hermanos, porque Hua-
manga estaba tiñéndose con sangre por la violencia política.
Todo era un caos. Mi hermano mayor tenía dieciséis años, ape-
nas había terminado la secundaria y estaba a punto de postular
a la Universidad de Huamanga, pero seguir allí era correr peli-
gro, porque había reclutamiento de menores para conformar
las filas del terrorismo. No se podía andar tranquilamente en
las calles; siempre uno tenía que estar vigilando quién andaba a
su lado. Esta situación no fue nada favorable para nosotras ni
para nuestro pueblo.
Así es que viví cuatro años de escolaridad en Ayacucho y a
la edad de diez años retorné a Buena Vista, por la decisión de
mis padres. Mi padre dijo que teníamos que regresar por nues-
tra seguridad, debido a que en Huamanga, en ese periodo, ha-
bía mucha violencia, pues Sendero Luminoso tenía un activismo
político en la región. Esto fue en la década de los ochenta. En
esos tiempos no entendía qué era la violencia política
En ese entonces, ya en mi pueblo, con diez años, tuve que
tomar muchas responsabilidades para apoyar a mis padres, de-
bido a que fuimos directamente afectados, tanto en la ciudad
como en el pueblo. Por ejemplo, en la ciudad de Huamanga
asumí la responsabilidad de la venta de nuestra casa. Yo tuve
que negociar con el comprador; para ello mi padre me enseñó
a hacer tratos, es decir, cuánto pedir inicialmente y hasta cuán-
to podía rebajar el precio. Adopté una conducta de adulta. An-
daba con mucha responsabilidad, y la gente me decía que tenía
el carácter de mi padre (bondadoso, respetuoso y, a la vez, res-
ponsable y serio). Ahora, cuando imagino ese periodo tengo
una sensación de temor; son recuerdos que no se borran de mi
mente, sobre todo los muertos botados en las calles de Hua-
manga, paredes pintadas con lemas de vivas de Sendero

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 165


Luminoso, dibujos macabros de degollamiento y con sus letre-
ros “así mueren los soplones”. Había toque de queda. Al ano-
checer la gente ya no andaba en las calles, sólo se veían policías
que detenían a las personas sospechosas, las capturaban y las
llevaban a la cárcel. Sendero Luminoso no se quedaba atrás,
dinamitaba los puestos policiales, plantas generadoras de ener-
gía, agua potable. Fue un total desastre social. La gente hablaba
con mucho miedo, pensando cuándo le tocaría morir, y cuidan-
do a sus familiares de todo tipo de peligro.
Después de un año, en 1981, ya estando en mi pueblo,
Buena Vista, escuchaba a mi papá y mamá decir: “No nos hemos
salvado del movimiento Sendero”. Recuerdo como si fuera ayer
que la población se interesaba por las políticas comunistas que
profesaba Sendero Luminoso: la igualdad para todos, la lucha
es a favor de los pobres y la distribución económica debe ser por
iguales, favoreciendo más a los pobres, etcétera.
Desafortunadamente, en mi pueblo nuestra familia era so-
bresaliente económicamente, gracias a los grandes esfuerzos de
mi padre y de mi madre, que trabajaban de sol a sol. Los hijos
también apoyábamos mucho con la orientación de mi padre,
quien siempre se negó a participar en las filas de Sendero. Él
sólo daba alimentos a los que venían a convencerlo para su su-
puesta participación; mi padre nunca les faltó el respeto, pero el
hecho de negarse a participar fue acumulando la furia de los
senderistas contra mi familia.
Una vez, en la madrugada, vinieron como cinco personas a
ordenar a mi padre que tenía que participar en las faenas; en ese
periodo estaban cultivando papa en una antigua hacienda (sus
dueños radicaban en Lima y otros en Huamanga), que habían
tomado para la producción agrícola comunitaria. Mi padre, fir-
me a sus convicciones, se negó a asistir a esa faena porque tam-
bién tenía mucho trabajo en nuestras parcelas (tierra de cultivo

166 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


de extensión aproximada de un cuarto de hectárea como máxi-
mo). Ahora pienso que para él esa advertencia fue como su
primera sentencia ante los senderistas. Uno de los comisiona-
dos dijo que al compañero mayor (jefe de Sendero) no le agra-
daría la respuesta de mi padre. Que el jefe estaba pensando
tomar medidas drásticas para las personas que no estuvieran de
acuerdo con las políticas igualitarias, así que tomando en cuen-
ta la respuesta que estaba dando mi padre, de negarse a partici-
par en la faena, tenía que atenerse a las consecuencias.
No solamente era la resistencia de mi padre sino de mis
tíos y muchos de sus amigos, que seguían la decisión que tomaba
mi padre porque él era el líder de la comunidad, y continuamente
ostentaba cargos de autoridad. Además, realizaba trabajos con-
juntos como, por ejemplo, la canalización de agua para riego de
las parcelas de la comunidad de Buena Vista, siendo esta de muy
poca población con respecto a otros anexos del distrito.

Segunda migración. Un desplazamiento forzoso


Después de retornar con mis hermanos de la ciudad de Huaman-
ga, a los mayores mi padre los envió a la ciudad de Lima, vía
Huancavelica, con la finalidad de que no cayeran en manos de
Sendero. Con esto también tenían la esperanza de que mis her-
manos continuaran sus estudios. Mi padre tuvo que viajar, en
muchas ocasiones, a la ciudad de Huamanga para tramitar los
documentos de estudio, y algunas veces sin éxito porque por el mis-
mo problema de Sendero Luminoso los colegios estaban cerrados.
Por dichos viajes realizados a Huamanga mi padre fue
acusado de soplón injustamente por los senderistas, y con
su negativa de participar con ellos se ensañaron aún más, y su
cólera se acrecentó.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 167


Muchas veces decimos que las mujeres tenemos un sexto
sentido o simplemente es cuestión de intuición. Yo tuve esa
sensación, en una ocasión en que el ambiente era tenso por la
situación de enfrentamiento en que nos tenía la gente de Sen-
dero Luminoso. Un día de julio era el cumpleaños del mejor
amigo de mi papá, que vivía cerca de nuestra casa rústica (pre-
fabricada con material de la zona que se puede desarmar). Ese
día yo estaba demasiada triste sin motivos, me daban ganas de
llorar, sentía miedo hasta de la sombra del árbol. Mi padre par-
ticipó en la celebración del cumpleaños de su amigo; estaba
muy alegre junto con mi mamá, y ya en la noche nos ordena, a
mi hermana Elsa (que es dos años mayor que yo) y a mí, que
fuéramos a cuidar la casa principal, digamos donde están todos
los cereales porque recién habíamos finalizado la cosecha.
Luego de cenar fuimos con mi hermana a dormir a la casa
principal; yo tomé la radio pequeña de mi papá y me la llevé
para escuchar música y para que mi miedo bajara. Esa noche no
podíamos dormir porque se sentía que alguien nos estaba vigi-
lando. Efectivamente, mis sospechas fueron corroboradas; a las
tres de la mañana, un grupo de gente violentó la puerta de la
cocina que habíamos habilitado para dormir. Todos estaban
enmascarados, hablando groserías, nos quitaron las frazadas y
nos encañonaron con rifles, pero en ese momento yo estaba
como en un profundo sueño, tratando de despertar; a mi her-
mana ya la habían sacado de la cama, y no sé cómo escuché una
conversación que decía: “Cuando nos vayamos te llevas la radio
que está sobre la mesa”; allí reaccioné y me levanté. Por el can-
sancio y por no poder dormir nos habíamos recostado con la
ropa del día, así es que cuando me paré estaba vestida, y les dije
a todos que yo también iba a donde estaba mi padre, y cogí la
radio diciendo que si no la llevaba me iba a pegar.

168 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


Así, salimos de la casa custodiadas por gente de Sendero y
cuando llegamos al camino grande vimos a cientos de personas
esperándonos y nos juntaron con otro prisionero que no supe
de dónde lo habían secuestrado. En ese momento yo había per-
dido el miedo, pero mi hermana, al contrario, lloró mucho du-
rante el trayecto del camino (veinte minutos de caminata).
Nos dirigíamos hacia donde estaban mis padres y mis her-
manos pequeños; cuando llegamos a la entrada de mi casa se
preguntaron cuántos iban a entrar. Mi casa ya estaba rodeada
para que no escapara mi padre; mi hermana y yo estábamos
detenidas a la entrada, encañonadas; escuchábamos los gritos de
mis hermanos y la pelea con mi padre, que tenía unas copas
encima por la celebración del cumpleaños de su amigo.
Yo sentí que tiraron a mi padre al suelo porque no quería
salir, a pesar de que lo consideraban un prisionero más. Mi ma-
dre, al ver que estaba tirado, corrió y se sentó encima de él, di-
ciendo que primero la mataran a ella, y todos mis hermanitos
se lanzaron encima, pero mi madre fue golpeada salvajemente
con la culata del rifle al igual que mi padre.
En el mismo momento yo no dejaba de hablar y negociar
con ellos, a pesar de que tenía varios rifles apuntando a mi
pecho; hablaba en castellano y fuerte al igual que ellos, y les
decía que se llevaran todo lo que encontraran en la casa y
los animales también, pero que dejaran vivo a mi padre y a
mi madre porque nosotros sabíamos trabajar y nos íbamos
a levantar y saldríamos adelante. Pero mi hermana no podía
reaccionar ante el asombro de todo lo que estaba sucediendo;
lloraba y lloraba.
Uno de ellos los llamó a todos diciendo, desde el camino
principal: “¡Ya déjenlo!”. El otro poblador que iba ser asesinado
se había escapado. A nosotras nos llevaron donde estaban mis

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 169


padres todos golpeados; en un momento pensé que habían ma-
tado a mi padre. Ya en la puerta, uno de los senderistas me
golpeó con la culata de su rifle en la nuca diciéndome: “No se
te ocurra salir”. Después del golpe yo sentí que me caía al suelo
casi desmayada, y luego nos advirtió a todos: “En primer lugar,
pase lo que pase, no salgan de la casa hasta que amanezca; en
segundo lugar, deben alinearse a nuestras filas, si no sufrirán las
consecuencias”. A pesar de que sabían que mi papá era un
hombre sano, que no era conflictivo, se ensañaron con él y con
la familia, y nos dejaron con un trauma terrible.
Después de que se fueron, como estábamos advertidos que
no teníamos que salir, todos nos quedamos dentro de la casa.
Pasó como una hora y escuchamos tres disparos en la escuela
del pueblo; habían matado al prisionero que venía delante de
nosotras (de mi hermana y de mí). A la luz de la luna se veía
que ese señor tenía más o menos cuarenta años de edad, pero
no era del pueblo, no supimos de dónde lo habían traído y por
qué lo habían ejecutado. Eran preguntas sin respuestas.
Esa mañana todos estábamos como alma en vida; no sa-
bíamos si íbamos a cocinar o nos quedábamos sin comer. Mi
madre y mi padre estaban moreteados por todo el cuerpo. No
sabíamos si lloraban de dolor o de miedo por encontrarse a
punto de perder todo lo que habían logrado construir hasta esa
fecha. Por primera vez vi llorar a mi padre con mucha tristeza
por todo lo que nos había sucedido esa madrugada. Sin embar-
go, él fue muy firme y no permitió que alguno de nosotros par-
ticipáramos en las filas de terror, pues consideraba que no
conducían a nada.
Finalmente, mis padres decidieron que teníamos que irnos
de Buena Vista hacia Lima, donde tendríamos más tranquili-
dad y no correríamos peligro. Planificamos nuestros viajes. Pri-
mero mi padre y Elsa, mi hermana, se adelantarían para avisarle

170 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


a mi hermano Germán que todos nos iríamos a Lima, porque
estábamos en peligro por la amenaza de los senderistas.
En esos días pasó un incidente, sufrí un trauma terrible,
que por muchos años no se me quitó de la mente. Ese día vi a
mi compañero prisionero. Lo volví a ver pero ahora muerto, en
descomposición.
Pasaron tres días hasta que yo pude salir de los alrededores
de mi casa, porque teníamos mucho miedo. Mi familia y yo no
nos recuperábamos del drama que vivimos; estábamos prácti-
camente escondidos. Salí a entregar un encargo para un sepelio;
allí vi a algunos parientes y vecinos que estaban reunidos, porque
iban a sepultar al muerto que había sido prisionero junto con
mi hermana y conmigo. Cuando vi la escena pensé que nosotros
también estuvimos a punto de correr la misma suerte.
Entre todas aquellas personas que estaban por enterrar al
muerto se encontraban mis tíos, primos de mi papá. Ellos no
sabían todo lo que nos pasó la noche del drama, por lo que le
pidieron a mi papá que colaborara con un poco de hoja de coca3
y trago (bebida alcohólica) para el entierro del muerto. Mi papá
accedió y yo, para ayudar a mi mamá, quien era la que tenía que
ir a entregar, me ofrecí a llevar todos los productos que pidie-
ron. Lo hice con mucho miedo, los llevé corriendo a mucha
velocidad. Ya muy próxima al muerto, mi tía me indica con
señas que retroceda y que me quede esperando allí, pero no
escuché, ni entendí sus señas, por lo que me di vuelta rumbo al

3
 a naturaleza ha otorgado al mundo andino una planta excepcional llamada “coca”,
L
cuyas hojas han sido usadas como alimento y medicina desde tiempos inmemo-
riales, mucho antes que el imperio inca. El hombre andino siempre la consideró
una planta sagrada, ya que ofrecía energías extraordinarias para vencer la geografía,
el clima y porque curaba muchos males. Se ha utilizado y se sigue haciendo en
diferentes rituales, en especial el de la Pachamama (Madre Tierra). Recuperado de
http://www.plantasmedicinales.org/archivos/la_hoja_de_coca_parte_i.pdf (con-
sultado el 24 de septiembre de 2013).

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 171


colegio y justo choqué con el muerto, que ya estaba en proceso
de descomposición por el calor. Verlo de pronto y en esas con-
diciones me impresionó, pero también me dio mucha pena
pues recordé, cuando estábamos prisioneros e íbamos rumbo a
mi casa, que él casi se cae en un barranco y entre varios lo aga-
rraron. El difunto tenía un sombrero azul fino, debe haber sido
un señor con economía regular, quien no estaba de acuerdo con
las políticas de los senderistas al igual que mi padre.
Para ser sincera, en ese momento no me dio miedo, pero
cuando salí del lugar me sentí muy débil; no podía correr, tenía
mucho miedo y la imagen del difunto en la mente. Cuando
llegué a mi casa vi a mi madre muy triste, me preguntó con
lágrimas en sus ojos cómo era el difunto, y se lo describí. Mi
mamá me preguntó pues tenía interés en saber si era un cono-
cido nuestro.
El difunto vestía un pantalón de mezclilla color azul ma-
rino, camisa de rayas, chompa (chamarra) color verde agua,
poncho de alpaca, sombrero azul fino que no es típico de la
zona. Con las señas que le di ella no lo relacionó con alguien
conocido; más bien soltó en llanto diciendo que si no hubiera
salvado a mi padre, estaríamos enterrándolo junto con ese se-
ñor. Al anochecer, yo no podía dormir y mi peor pesadilla era la
imagen del difunto; no se me quitaba, no podía dormir a pesar
de estar junto a mi madre. El impacto que tuve fue muy grande.
Hasta ahora tengo presente la imagen. En estos momentos en
que estoy escribiendo, aparece claramente y me sobresalta.
Mi papá seguía con el proyecto de mudarnos de allí y des-
pués de llevar a mi hermana a Lima, retornó a la casa (ese viaje
demoró dos días). Una vez que regresó, continuamos con nues-
tro plan de arreglar las cosas sin levantar sospechas. Ya no po-
díamos confiar en nadie; lo peor era que estábamos vigilados,
sobre todo en el día, y no podíamos hacer nada; sólo en la

172 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


noche podíamos trasladar productos de un lugar a otro con
burros y caballos. Eran momentos de pánico cuando lo hacía-
mos, porque corríamos el riesgo de encontrarnos en el camino
con los grupos de Sendero. A pesar de eso, yo me armaba de
mucho valor para apoyar a mi padre y mi madre, quienes esta-
ban muy mal heridos por la golpiza que les propinaron, injus-
tamente, los de Sendero.
Ese año, para nuestra buena suerte, nuestra producción
agrícola (maíz, trigo, cebada, otros cereales) fue abundante. No
podíamos quejarnos, teníamos repleta la casa grande con todos
los productos, y de hecho alcanzaba para nuestro autoconsumo
y también para vender, cosa que logramos hacer. Esa produc-
ción nos sostendría durante el año hasta la próxima campaña.
De igual forma, nuestros animales (ovejas, cabras, vacas) tuvie-
ron muchas crías; además, mi padre había adquirido mulas y
caballos. Gracias a sus amistades, que eran los que hacían ne-
gocio con ganado, pudimos vender de punta (todos juntos)
nuestros animales, un día antes de nuestro viaje a Lima. Para
mi familia fue muy penoso ver partir a todos sus animales, que
con tanto sacrificio y cariño los habían cuidado durante toda su
vida. Pero también éramos conscientes de que no había otra
opción. Entonces, esa noche partimos con sigilo, tratando de
que nadie en la comunidad sospechara de nuestra salida, de lo
contrario hubiera sido nuestro fin. Recuerdo que caminamos
todo un día.
Yo imaginaba, en el trayecto, que la ciudad de Lima era un
lugar maravilloso, con mucha naturaleza y con edificios gran-
des, como en los cuentos de hadas; sin embargo, cuando llega-
mos me llevé una gran sorpresa, sólo veía casas y casas, de
ladrillo y cemento; no había naturaleza ni los edificios bellísi-
mos que me había imaginado. Según yo, la ciudad de Lima era
tan bonita como Estados Unidos (pero tampoco conozco

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 173


Estados Unidos, aun así me había creado la idea de que la ca-
pital era muy bella).
Una vez más se repetía mi historia: llegaba a una ciudad
con gente desconocida; sabía hablar castellano pero con dejo
quechua. Más difícil era para mi mamá y mis hermanitos pe-
queños que no lo hablaban, ni se vestían como citadinos. Fue-
ron momentos muy difíciles para mi familia. Mi padre enfermó
de tanto golpe (con hematomas en las costillas y espalda) y de
igual forma mi madre. Yo me sentía con mucha impotencia al
no poder ayudarlos económicamente, porque aún tenía once
años, pero finalmente logramos superar ese momento de gran
dolor y de cambios drásticos para la familia.

Siempre traté de hablar bien el castellano


sin olvidar mi lengua

A los seis años de edad sólo hablaba quechua, porque era nues-
tra lengua en Buena Vista. Después me llevaron a estudiar a la
ciudad de Ayacucho, donde ya comencé a integrarme con las
niñas que hablaban castellano. Fue difícil poder comunicarnos,
mis hermanas y yo, con los demás, porque al no saber hablarlo
no nos podíamos relacionar y solicitarles las cosas que necesi-
tábamos. En ese tiempo estudiábamos juntas mis hermanas
Ana, Elsa y yo. Mi hermana Ana creo que no tenía dificultad
para adoptar el idioma porque ella era mayor que nosotras. Y el
caso de mi otra hermana también era diferente al mío; ella era
más aventada que yo, hablaba como sea, lo que le venía a la
cabeza, algunas veces atinaba y otras no. Por ejemplo, en el
salón de clase, un día cualquiera estábamos con nuestras com-
pañeras y a una de ellas se le cayó un lápiz al piso; nosotras no
sabíamos cómo se decía en castellano: “se cayó tu lápiz”, y Elsa

174 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


le decía: “wichich tu lápiz”, que es una mezcla de quechua y
castellano, porque en quechua se traduciría “wichicuycon jilja-
cuyniqui”. En cambio yo era más reservada, esperaba estructu-
rar bien las frases por miedo a equivocarme al decirlas o
pronunciarlas. No quería ser burla de las demás, entonces
hablaba poco y me relacionaba poco.
Desde pequeña me gustaba leer mucho; recuerdo que una
vez en mi casa de Ayacucho, cuando tenía siete años y cursaba
el segundo grado de primaria, me puse a estudiar en la noche,
ya era más de medianoche, todos mis hermanos ya estaban
durmiendo y me exigían que duerma y yo les decía: “No tengo
sueño yo quiero estudiar, quiero leer y escribir bien”. Mi libro
favorito, en ese entonces, era Coquito. Yo seguía leyendo, dele-
treando palabra por palabra, y ahora me pregunto qué sabía de
castellano esa vez. Pienso que nada, sólo recuerdo hasta hoy lo
que me decía mi padre, que debía estudiar mucho para que al-
gún día lograra ser una ingeniera respetada y un ejemplo para
la familia. Esas palabras sabias de mi padre me las tomé en se-
rio y estudiaba hasta que mis ojos estaban realmente fatigados,
o cuando la linterna se apagaba por falta de kerosene (combus-
tible). En esas ocasiones acusaba a mis hermanas de que me la
apagaban para que no siguiera estudiando.
En las vacaciones escolares yo retornaba a Buena Vista
con mi libro bajo el brazo y mi cuaderno. Estando cercana a
los libros, tenía la costumbre de andar con ellos, porque pen-
saba distraerme con los dibujos y también porque debía revi-
sarlos para no olvidar lo aprendido durante los cursos: la suma,
la resta, el deletreo y estructurar frases formadas en español.
Por otra parte, yo nunca he dejado de hablar el quechua; me
agradaba y me agrada mucho, y para no olvidarme también
me aprendía las canciones en quechua que sintonizaba en
la radio.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 175


Como les comento en los primeros párrafos del relato, mis
padres tenían animales (vacas, burros, caballos, mulas, ovejas,
cabras) y en vacaciones tenía la tarea de llevar al campo a pastar
a las cabras y las ovejas. Yo era feliz porque era una época muy
tranquila, disfrutaba ir al campo reverdecido, me encontraba
rodeada de la naturaleza y con un montón de animales grandes,
pequeños y sus bebés preciosos. Allí, aprovechaba a cantar mis
canciones favoritas en quechua y leer mis libros. Esta fue mi
rutina durante mis vacaciones por cuatro años.
En 1981 esa tranquilidad terminó para mí y para mi fami-
lia, porque la violencia política en mi pueblo llegó a su etapa de
mayor apogeo. Como les comentaba en los párrafos anteriores,
una noche violentaron mi casa y querían sacar a mi papá para
matarlo; en ese momento entendí la importancia de hablar el
castellano. Yo pude hablar con los jefes, quienes nos habían
tomado prisioneras a mi hermana y a mí; además, negocié la
vida de mi papá al implorarles a los jefes de ese grupo: “Lléven-
se todos los animales inclusive todos los bienes a cambio de la
vida de mi padre y familia”. Ellos no podían decir que no me
entendían porque estábamos hablando en el mismo lenguaje, y
si ellos hablaban quechua también respondíamos en quechua.
Estoy convencida de que en esa ocasión el lenguaje fue crucial
para que comprendieran mis súplicas.
Entonces, desde esa vez, valoro la lengua de cada lugar o
país. Sin ellas no hay una buena comunicación, y claro que
existe la traducción, pero no es lo mismo, porque tal vez el
traductor no logre transmitir lo que yo pienso y siento. Por eso
para mí ha sido un reto aprender bien el castellano, y hoy en
día inglés, pues como dicen: “El inglés te abre la puerta del
mundo”. Pero el quechua, jamás lo he dejado de hablar, es
nuestra lengua.

176 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


La cultura la llevas en la sangre
y aunque te miren mal, representa todo

A mí me parece que la cultura la llevas en la sangre, representa


todo, y se muestra en la forma de vestir, la forma de hablar,
hasta la forma de caminar; en general, en la forma de vida
de cada persona, de cada familia y de cada comunidad, pueblo
o nación.
Yo antes de ir a estudiar a la ciudad de Ayacucho tenía una
forma de vida tranquila, en medio de la naturaleza, sin preocu-
paciones; hablaba mi quechua y no tenía necesidad de aprender
el castellano, ni estaba sujeta a críticas por lo que soy, por lo
que hablo o por mi forma de vestir. Sólo era mi mundo, Buena
Vista y yo.
Posteriormente, cuando salí de mi pueblo viví escenas de
mal gusto, quizás sea discriminación porque no valoraban mi
cultura. A propósito de esto, cuando tenía siete años, recuerdo
que en la escuela siempre nos hacían rezar antes de iniciar las
clases. Mi hermana y yo apenas habíamos aprendido el caste-
llano. Yo tenía mucho cuidado antes de hablar, esperaba estruc-
turar mentalmente lo que quería decir y luego hablaba, pero mi
hermana Elsa no; sólo hablaba como fuera, a la buena de Dios.
Un día, en el rezo, ella no podía pronunciar bien la frase: “Aho-
ra y en la hora de nuestra muerte amén”, y cuando llegaba a
pronunciarla sólo decía: “Jaurin jaurin, jaurin…”, y todas nues-
tras compañeras se burlaban de ella. En el recreo se amontona-
ban alrededor de mi hermana para que rezara, y ella, como no
era de perder la oportunidad, pedía centavos y se divertía, por-
que las demás reían. A mi corta edad yo decía que estaba mal,
pues de esa manera la estaban discriminando y burlándose por-
que no sabía pronunciar esa frase complicada y sin sentido para

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 177


ella. A esa edad yo no sabía de discriminación, pero sí sabía
diferenciar cuál era la burla y cuál era la distracción o el juego
de niños.
A los once años de edad yo retorné a estudiar a mi pueblo
de Buena Vista; allí los niños y las niñas que asistían al colegio
no sabían hablar castellano y el profesor del curso dictaba todos
los temas de la clase en castellano; como mi hermana y yo sa-
bíamos hablarlo no teníamos problema con el aprendizaje, pero
nuestros compañeros sí tenían problemas de lenguaje. Ellos
sentían la diferencia y nos decían que nosotras no deberíamos
estar en esa aula, porque esa clase era para los pobres y no para
los hijos de los ricos. Entonces, ¿cómo se entiende esta situa-
ción?, si hablas castellano tienes problema y si sólo hablas que-
chua también tienes problema, ¿cuál es la solución? Frente a
ellos, para estar en sus mismas condiciones, hablábamos una
mezcla de mitad quechua y mitad castellano. Finalmente, la
comunicación en nuestro lenguaje originario es lo más impor-
tante, porque no todos los de la comunidad salen a la ciudad a
aprender otro idioma.
Ya en Lima, a la edad de dieciséis años, yo estudiaba en un
convento; allí era muy disciplinada pero también había oportu-
nidades para presentar estampas de danzas típicas para ciertas
actividades, y en una de esas actividades quería participar con
una danza típica de la sierra. Estaba practicando con mi grupo
la danza y en eso viene la madre superiora y, la verdad no sé qué
le pasó, me gritó despectivamente, diciendo que ese lugar no
era el campo ni las montañas para que las serranas o las cholas
vinieran a perturbar la tranquilidad de la casa. Yo me sentí mi-
núscula, sólo me salieron lágrimas, porque siendo la madre su-
periora me había humillado tanto por mi origen, a pesar de que
su institución era la que estaba organizando el evento musical
y nosotras íbamos a colaborar. Entonces, ese encuentro de dos

178 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


mundos diferentes, la chola y la serrana con la criolla citadina,
no era tal, sino un encontronazo. Entenderlo fue difícil, pues
recordaba que ante Dios todos somos iguales (idea que com-
parto); sin embargo, la acción es otra, porque justamente los
que predican la palabra de Dios nos discriminan.
A los veintitrés años de edad, ya en la universidad, en los
principios del semestre académico, vi un caso de discriminación.
Yo tenía una amiga de Ayacucho que estudiaba también en la
universidad y coincidíamos en algunos cursos; físicamente ella
es chaparrita y morenita, y yo ya tenía amigas de élite, pero ellas
no sabían aún mi procedencia, porque me esforzaba en mis es-
tudios y en mejorar mi castellano. Un día yo estaba conversando
con mi amiga ayacuchana de lo más agradable, contándonos
algunas bromas de la sierra y de pronto me llama mi grupo eli-
tista, y me preguntan en tono serio por qué me juntaba con esa
serrana, que me restaba nivel. La verdad me sentí muy mal por-
que yo también era de la sierra, sólo que con mucho esfuerzo
estaba casi igual que ellas en vestimenta, modales y en rendi-
miento académico. Me parece que todos estos casos son sucesos
reales y cotidianos de racismo y discriminación. Con esto no
quiero decir que en la universidad sólo hay discriminadores.
También encontré muchísimas personas muy buenas, quienes
me brindaron confianza y respeto, y valoraron mi cultura y con-
vicciones. En ese ambiente participé en los programas de volun-
tariado, conocí amigas muy sinceras que me apoyaron mucho,
con las cuales mantengo amistad, aunque estamos a distancia
(Milagros, Aymé, Melissa, entre otras compañeras de estudio).
El voluntariado me abrió espacios donde realmente pude des-
envolverme y apoyar a la gente de provincia. Tenía la necesidad
de volcar mis conocimientos adquiridos en la universidad hacia
el campo, obtener más herramientas de gestión agropecuaria en
la Universidad Nacional Agraria.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 179


Este proceso de aprendizaje me permitió socializarme con
mucha gente de la institución, y también gente internacional
que tiene las mismas ideas de trabajar en el sector de desarrollo
rural. Dos de las maestras que apostaron por mí son Ivonne
Salazar y Nilda Varas, ambas docentes de la universidad.
Gracias a esa confianza fui aprendiendo y compartiendo expe-
riencias de trabajo de gestión de empresas agropecuarias;
fomentamos en equipo la constitución de una microempresa
de crianza de cuy y la planta piloto de derivados de leche en
Cañete, al sur de Lima, en la costa. Fruto de esta dedicación y
ejecución de los proyectos, concursé en abril de 2002 para la ii
Versión del Premio Nacional “Los Jóvenes Cambiando el
Mundo”, Tema Empresariado, en el Día Global del Servicio
Voluntario Juvenil. El resultado fue que me otorgaron el pre-
mio por presentar un proyecto productivo de la zona de Cañe-
te, lo cual me motivó más a trabajar en el desarrollo rural y
vincularme de lleno con proyectos productivos.
Trabajar con las comunidades fue también valorar las cul-
turas y aceptarse uno mismo. Es maravilloso sentirse parte de
ellos, hablar su propio lenguaje e intercambiar las costumbres;
la música, la comida, las fiestas, entre otros. Por ejemplo, cuan-
do conté mi experiencia de cómo postulé a la universidad, esto
motivó a una joven para que ella también postulara. Sí logró
ingresar y justamente a mi especialidad. Para mí fue una satis-
facción y a la vez admiración por su logro. Ella también tuvo
oportunidad de migrar a la ciudad y adaptase en ese mundo sin
perder sus raíces.

180 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


Mi vida escolar, una forma de seguir adelante

Realicé mis estudios primarios en el colegio 614 de mujeres, en


la ciudad de Ayacucho desde que tenía seis años, también lo
hice en mi pueblo; luego a los once años viajé a la ciudad de
Lima, capital del Perú. Allí estudié la secundaria en un progra-
ma para adultos que impartía el Instituto Pedagógico Nacional
de Monterrico. Durante los cinco años de estudio ocupé los
primeros puestos y me otorgaron diplomas de reconocimiento
por mis altas calificaciones. De esta manera, tuve facilidad
de postular a la universidad y, dentro de la competencia de
ingreso, logré estar entre los primeros puestos a nivel nacional.
Cabe recalcar que yo postulé a la edad de veintitrés años a la
Universidad Nacional Agraria La Molina (unalm), logrando
un resultado positivo en el primer intento. Ahora soy ingeniera
en Gestión Empresarial con especialización en Proyectos Pro-
ductivos para el Desarrollo Rural.
De 2004 a 2005 fui responsable de la ejecución del proyecto
“Generación de capacidades para el desarrollo rural del Perú”,
en el Instituto de la Pequeña Producción Sustentable (ipps) de
la unalm. Las actividades que realicé fueron: facilitación de
talleres comunales para el desarrollo agropecuario en el distrito
de Sincos, Jauja, Perú, organización de mesas redondas en la
temática de pequeña producción, rediseño de la página web del
ipps y traducción de página web de español a quechua.
De 2007 a 2010 fui jefa del Departamento de Asistencia
Técnica y Capacitación de la Oficina Académica de Extensión
y Proyección Social, de la unalm. Mi actividad principal era la
formulación y la gestión de proyectos de capacitación y asisten-
cia técnica dirigidos a productores agropecuarios y agroindus-
triales de importancia nacional.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 181


En 2011, tuve la oportunidad de postular a una beca que
ofreció la Fundación Ford, a través del Instituto de Estudios
Peruanos; dicha postulación resultó positiva con una oportuni-
dad de estudiar una maestría de dos años. Hoy me encuentro
finalizando mis estudios en la maestría de Administración, en
la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, con
una tesis cuyo título es “Análisis comparativo de las formas ad-
ministrativas del emprendimiento micro-empresa de ganade-
ría de leche entre el departamento de Junín, Perú y el Estado
de México, México”. Finalizados mis estudios retorné a mi país
para continuar con los trabajos de emprendimiento empresa-
rial para el desarrollo rural.
Mi experiencia en la Universidad Iberoamericana es sim-
plemente espectacular. Aparte de especializarme en la maestría,
he conocido a muchas personas muy amigables y colaborado-
ras, a través del Programa de Interculturalidad y el Departa-
mento de Educación, un espacio donde puedo interactuar mis
vivencias con otros compañeros que también vienen de las co-
munidades originarias de los países de Perú, México y Guate-
mala. Al iniciar el primer semestre de la maestría recibí una
invitación para asistir a una reunión y compartir nuestras expe-
riencias entre los becarios Ford y otros becarios. Yo contentísi-
ma asistí a la reunión; recuerdo que estuvo Juan Pablo Vázquez
Gutiérrez presentando el espacio del Programa de Intercultu-
ralidad con el entusiasmo que lo caracteriza.
En esa ocasión fue la primera vez, en el breve tiempo que
estaba en México, donde me sentí en casa, y sabía que algo
importante iba a ocurrir, que marcaría mi tránsito en México.
Esto tenía que ver con la fraternidad entre los compañeros in-
dígenas, cuestión que nos permitiría sentirnos acompañados.
En el primer año participé en reuniones que fueron
para conocernos, y también en la visualización en eventos

182 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


interculturales, que se organizaban en la Ibero. Siempre estaba
la idea de que se debería escribir un libro de nuestras experien-
cias, y cada una de nuestras compañeras proponía diferentes
ideas; por ejemplo, yo proponía que podía escribir un capítulo
del libro sobre mi experiencia de trabajo de proyectos produc-
tivos con los pequeños y medianos productores en Perú, y
otros de mis compañeros también proponían escribir, desde
su óptica de sus especialidades, su experiencia, que podía ser
antropología, historia, de turismo vivencial, etcétera.
En el segundo semestre de la maestría se presentó una
estudiante de psicología para que la apoyáramos con una en-
cuesta para su trabajo de metodología de investigación cualita-
tiva. Ella conversó con nosotras sobre el tema de autoexclusión
en estudiantes indígenas de la Universidad Iberoamericana.
Participé con mucho interés porque, en particular, me gusta
colaborar y también tuve interés en conocer los resultados de la
investigación.
En el tercer semestre se concretó nuestra idea de escribir
el libro, con el apoyo de Juan Pablo, quien contactó a Mercedes
y Martha, para que nos pudieran conducir, a través de talleres,
a escribir nuestro relato biográfico. Los talleres se realizaban
cada quince días con mucha motivación de las compañeras;
al inicio comentamos nuestra procedencia y vivencias. A mí
no se me hizo difícil entender la dinámica y metodología del
trabajo, ya que traigo una experiencia de participación en reu-
niones y talleres similares, realizados en Perú. Uno de los resul-
tados del proceso de los talleres fue la participación en el “ix
Foro de Educación, Interculturalidad, Migración y Vida Esco-
lar”, en Cuetzalan, Puebla, México, los días 16 y 17 de noviem-
bre de 2012.
En este evento fuimos panelistas y desarrollamos el tema
“Narrativa indígena y relatos de vida a contracorriente”. Fue

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 183


una experiencia que fortaleció mis ideas para continuar escri-
biendo mi relato de vida a contracorriente. En equipo identifi-
camos que recordamos cada momento de nuestras vidas como
una fotografía, y que esta, a su vez, se puede describir en estam-
pas, que facilita mucho la organización de la historia.
Así, inicié la aventura de escribir mi narrativa biográfica,
como una oportunidad y encuentro, un diálogo personal y gru-
pal. Una manera de decirme y decirles a los demás quién soy y
quiénes me han acompañado en mi proceso formativo, tanto en
casa como fuera de ella.
En la foto 4 visualizamos, de izquierda a derecha, la dele-
gación de Perú, Percy, Edith e Isabel (autora); de México, Flo-
rina, y de Guatemala, Ana. Asimismo, se encuentran nuestras
coordinadoras, Martha y Mercedes, quienes igual que Florina
son de México. En la foto 5 se aprecia el desarrollo del taller
donde se observa la participación de Martha y la facilitación
de Mercedes, y en el foto 6 se muestra mi participación, donde
trato de describir mi origen quechua, la discriminación, la
migración, la importancia de la lengua y la cultura. Fue un
momento agradable y a la vez un aprendizaje. En particular, es
un aprendizaje de día a día; aprendo cosas nuevas de los com-
pañeros que han participado con otras ponencias, de los talleres
y las sesiones de debate. Fue muy interesante el evento.

184 | Mi lengua es el quechua, pero también me comunico en otros idiomas


Foto 4: Delegación de la Universidad Iberoamericana.

Foto 5: Participación del taller Foto 6: Intervención de Isabel


en el simposio “Narrativas biográficas en el simposio.
a contracorriente”.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 185


Voz desde la identidad
tsotsil
Todavía me falta caminar,
conocer realmente quién soy
y hasta dónde puedo llegar
Floriana de la Torre Sánchez

Soy Nex, Luch, Flori, Floriana, y mi nombre es María Floriana


de la Torre Sánchez. Fui creciendo con todos estos nombres,
unos más pronunciados que otros en una parte de mi vida; de
igual manera forman parte de lo que soy ahora. Me llamaron
Nex hasta los cuatro o cinco años; era principalmente porque
tenía el cabello rubio. Me llamaban así las personas cercanas a
la familia y algunos siguieron diciéndome hasta los once o doce
años. Mi mamá trató de que ya no me llamaran así porque, en
realidad, no era un nombre; además yo ya iba creciendo y no
era bonito, así que optaron por decirme Luch, de cariño, que es
el diminutivo de María.
Conforme pasaba el tiempo, no era gracioso que me lla-
maran así, ya estaba siendo una mujer, y mi nombre no corres-
pondía a mi edad. Hasta ahora, a mis veintisiete años, mi
nombre se ha multiplicado. Se puede decir que mi familia más
cercana me sigue diciendo Luch, pero en presencia de otras
personas, mi papá y mis hermanos me dicen Flori y mi mamá
Tseb (hija). En el caso de la familia externa y personas conoci-
das del pueblo, para ellos soy Maruch (María), y Floriana para

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 189


los que no conocen mis otros nombres o a los que les he dicho
que me llamen así. Muchos batallan con mi nombre, no les
parece común o fácil de pronunciar, lo confunden con otros
nombres como Florinda o Florencia. Hace tres años que no me
pasa, a lo mejor quiere decir que ya es tiempo de ser lo que soy,
aceptarme con toda mi historia vivida.

Con el apoyo de mi familia, todos mis hermanos


y yo hemos tomado nuestro camino

Nací en la cabecera de Zinacantán, un pueblo conocido como


el valle de murciélagos y que ahora más bien sería el valle de las
flores (porque es un pueblo que produce variedad de flores).
Este lugar está ubicado en Chiapas, a media hora de San Cris-
tóbal de Las Casas, la ciudad más cercana.
Nací el 6 de mayo de 1985, y crecí muy en contacto con la
naturaleza, las costumbres, los hábitos, la cultura y el idioma
tsotsil, gracias a mi familia. Mis padres, María Rosa Sánchez
López y Juan Benito de la Torre López, son originarios de Zi-
nacantán. Mi madre se dedica a los quehaceres de la casa y mi
papá es promotor cultural en una asociación civil llamada Sna
Jtz’ibajom “casa del escritor”, en San Cristóbal, desde hace trein-
ta años, donde es escritor y actor de teatro. Mi mamá siempre
ha estado cerca para orientarme, educarme y cuidarme. Me ha
enseñado a seguir los papeles de la mujer tradicional zinacanteca.
Le agradezco toda esa noción en mi vida, pero mi papá también
me ha impulsado a enfocarme a tener una vida como profesio-
nista, y es lo que me ha interesado más hasta ahora.
Soy la primera hija de cinco hermanos. El que sigue de mí
es Mariano Crisóforo, tiene veinticinco años y es licenciado en
Comunicación, y aparte recibió y está recibiendo cursos sobre

190 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
video, documental y cine. En ciertas ocasiones, él me ha apoya-
do económicamente para mis estudios, igual con todos, mis
padres y mis otras hermanas. Se puede decir que somos una
familia unida, que nos apoyamos entre todos.
Mi hermana Pascuala Asela tiene veintitrés años, única-
mente terminó el telebachillerato en Zinacantán, y ya no quiso
seguir estudiando. Se casó y se fue a vivir con su esposo en una
comunidad que se llama Bochojbo Alto, a quince minutos de la
casa. Ahora ya tiene un hijo de tres años, Rolando. Ella es la
primera de la familia que le dio rumbo diferente a su vida, aun-
que a nosotros quién sabe que nos depare el futuro, pues apenas
nos estamos iniciando en la vida laboral.
Mi otra hermana se llama Ana Guadalupe, tiene veintiún
años, está estudiando la licenciatura en Turismo Alternativo.
Más que con mis otros hermanos, con ella es con quien me
identifico, con la que platico de cualquier tema y ella también a
mí. Creo que porque somos mujeres y la diferencia de edades
no tiene que ver tanto. El último es Pedro Damián, que tiene
trece años, y está en primer año de secundaria. Es bonito tener
una familia así, ahora nos hemos quedado en pares, a mí me
gusta esta familia. Nos hemos coordinado muy bien para todas
las actividades familiares y comunitarias. Ahora que tenemos
diferentes profesiones nos complementamos y nos ayudamos
mutuamente para nuestros proyectos.

Las decisiones y oportunidades me han hecho


quien soy

Debido a que mi hermana, que es menor que yo, está casada,


aquí en el pueblo ven raro que yo, la hermana mayor, me haya
quedado. Yo digo que cada quién con su oportunidad y su

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 191


decisión. A mí ya se me pasaron varias oportunidades, pero
pensé y pienso que todavía me falta un poco más caminar sola,
conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar. Por-
que observo, escucho y lo vivo, aun en mi propia familia, que
casarse significa ocuparse en las actividades del hogar, los hijos
y el esposo. En esa manera de vivir también suelen surgir pro-
blemas, como la violencia familiar, la desigualdad y la injusticia.
Estos son temas que me han pegado muchísimo y me han he-
cho pensar que tengo que prepararme, por lo menos saber
cómo defenderme cuando me toque algo parecido antes de
decidir casarme.
Hasta ahora me he enfocado siempre en buscar mi bien-
estar, pero también teniendo en mente compartir mis conoci-
mientos a los otros, a mi comunidad. Estudié la licenciatura en
Sociología, aunque inicialmente me había interesado por la
psicología, porque pensé que me podía ayudar en cuanto a mi
situación y condición personal en ese momento, pero por cues-
tiones económicas no se pudo. Así que la sociología no me
pareció tan mal después de todo; me fue gustando y le fui en-
contrando provecho conforme pasaba el tiempo, pero me se-
guía faltando algo más, como por ejemplo trabajar conmigo
misma; pero al mismo tiempo, si me dedicaba a la investigación
o al trabajo con la gente, necesitaba aportar algo que les pudiera
ayudar o servir, y de igual forma crecer con ello, no únicamente
participar como agente externo, de una simple investigación
basada en entrevistas y encuestas. Mi interés era trabajar con y
para mi comunidad.
Después de un año de haber terminado la carrera y la tesis,
empecé a investigar opciones de maestría por internet. Mi obs-
táculo era que no tenía mis documentos completos para probar
en otras universidades, pero luego encontré la página de la Ibe-
roamericana. Me contacté con los encargados y me aceptaron

192 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
aun sin mi título y cédula profesional; también me ofrecieron
una beca. Estudié la maestría en Desarrollo Humano, pues era
justo lo que me faltaba y necesitaba.
En los años que llevo hasta ahora, de hecho siempre fui
muy tranquila, tímida, seria y callada en ambientes que son
desconocidos o nuevos para mí. Soy sensible a percibir las ex-
presiones de las personas, y por lo mismo me hacen sentir inse-
gura o seria, porque muchas veces esas expresiones, miradas o
gestos que hacen las personas no sé claramente qué significan
en palabras, ni en las sensaciones que me provocan, son confu-
sas a veces. Es algo extraño porque dentro de mí cuestiono por
qué algunas personas no reaccionan con disgusto cuando yo
veo que las están discriminando u ofendiendo con algo. Yo
simplemente me quedo con el malestar y la impotencia de no
poder hacer nada para ayudar a esa persona, y de no lograr ha-
cer algo con lo que siento. Sin embargo, poco a poco voy enten-
diendo las situaciones que me rodean, pero no dejo de pensar
que existen injusticias.

Un paso atrás de la moda actual

La vestimenta de Zinacantán me gusta muchísimo, una porque


no es tan ligera, ni tan pesada, además de que los colores y el
estilo se renuevan cada corto tiempo, y porque portarla tiene su
elegancia. Desde chiquita me vistieron con la ropa tradicional
especial para bebés, que se compone de una blusa hecha de te-
lar de cintura, con mangas largas y brocados con tonos rosas y
rojos, insertados en el telar, y la falda negra. Ahora ya no la
hacen porque es complicado y lleva mucho tiempo. Me la hacía
mi tía María, hermana de mi papá; para mí, ella es como mi
hermana y dice que soy como su hija. Ella se encargaba de

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 193


elaborar mi ropa. Y en momentos de juegos me ponía a mecer
en su telar; me gustaba mucho.
La ropa común para las mujeres se compone de una blusa
de manga corta casi cuadrada, bordada de flores, y dependien-
do de la edad cambia el estilo. Para las mujeres grandes va de
reservada a moderna; entonces, sus blusas tienen una tirita de
flores que se va ampliando hasta que se iguala con la blusa de
las mujeres jóvenes como yo, que las usamos todas bordadas o
bien sólo un pedazo alrededor del cuello. Las blusas anterior-
mente eran de tela blanca y ahora, de todos los colores. Tam-
bién el chal está hecho en telar de cintura, con tres franjas: las
externas del mismo color y la del medio de cualquier otro color.
La falda más común y tradicional es negra, pero ahora hay de
varios colores, conservando el tono negro, y se amarra con una
faja que también hay de varios colores, dependiendo el estilo
que la persona quiera. Todas las prendas están bordadas con
flores, ya sea a mano o a máquina, rellenadas o de punto de
cruz. Digamos que yo estoy entre no tan reservada y no tan
moderna; porque la moda pasa muy rápido y aparte el costo
que implica estar a la vanguardia; además, la ropa dura mucho
tiempo, por eso no quiero estar en los extremos. Digo moda,
porque en Zinacantán se acostumbra estrenar diferentes estilos
de ropa, uno o dos al año. Cambia en cuanto a color, tipo de
hilo y algunos adornos que le ponen las tejedoras de Nachij,
Navenchauc (comunidades cercanas) y algunas del centro.

Aprendiendo a ser mujer zinacanteca

En mi comunidad se tiene la idea de que la mujer, para poder


casarse, tiene que saber todas las labores necesarias y ser
eficiente para que no la regresen, la abandonen o incluso la

194 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
maltraten. Desde chiquitas, nuestra mamá nos enseñó todo,
paso a paso, de acuerdo con nuestra edad. A mí, a los nueve o
diez años me empezaron a enseñar a lavar ropa; primero prac-
tiqué con la ropa de mis hermanos chiquitos, ya que tenían
ropa ligera y chiquita, con la que yo podía. En ese entonces no
teníamos tanque ni lavadero para lavar paradas. En el patio de
la casa, más o menos a un lado, teníamos las vasijas y las ollas
grandes para almacenar el agua, y sobre una piedra grande, y
más o menos plana, lavábamos la ropa sentadas de rodillas en
el suelo. Era algo incómodo, y yo me cansaba rápido.
También como a esa edad me enseñaron a hacer tortillas.
Yo recuerdo que mi mamá y mi tía hacían las tortillas sobre
algo parecido a un banco de tres patas, y un corte redondo de
una bolsa de nailon, donde ponían una bolita de masa y con las
palmas de las manos la aplanaban hasta formar una tortilla del-
gada, y siempre les salían igualitas.
Yo intenté pero no me salían como a ellas, me quedaban
como memelas, gordas y ni esperar que se inflaran. Luego, no
pasó mucho tiempo, salieron las famosas prensas de madera;
con esas aprendí a tortear y hasta ahora las sigo haciendo así.
Antes de aprender cualquier cosa, desde los cinco años iba
de acompañante al molino. Acompañaba a mi tía María todas
las tardes, a las cinco o a las seis, porque a esa hora abrían, y una
buena parte de las mujeres del pueblo se reunían ahí; en ese
entonces sólo había dos familias que tenían molino. Donde
íbamos nosotras se encontraba a ocho cuadras de la casa. Siem-
pre íbamos acompañadas de alguien. Una, porque ya era tarde,
y capaz que había una gran fila por lo que nos podíamos tardar
y nos caía la noche, o a veces porque se descomponía el molino.
Otra porque a esa hora los chicos salen a “cazar chicas”, digo
esto porque creo que era el único espacio para que ellos apro-
vecharan a conseguir novia.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 195


Foto 1: En la foto soy la segunda de la fila. Iba con mi mamá.
Ella está delante de mí.

Todos ellos andaban con su bicicleta; mientras las chicas de su


interés no salían, ellos se reunían en una esquina antes del mo-
lino. A mí me tocó ver los pretendientes de mi tía, nada gratos
la verdad. Recuerdo que en esos tiempos las calles no estaban
pavimentadas, y cuando algún tipo se acercaba y no dejaba de
molestar a las buenas, se le aventaban piedras para que se fuera.
A mí me tocó verlo con mi tía, y después, con más edad, creo
que a los quince años, me tocó algo parecido.

196 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
Iba caminando de regreso a mi casa y un tipo me alcanzó,
según porque me quería pretender; utilizaba su bicicleta para
acorralarme. Me daba muchísimo miedo, pero después de va-
rias veces, al ver que no entendía que yo no quería nada con él,
no tuve de otra más que tomar una piedra y aventársela. Él se
encontraba a dos o tres metros de distancia, así que en el mo-
mento de aventarle la piedra me volteé rápido para irme co-
rriendo, y no me di cuenta si le di o no. Algo seguro es que no
volvió a molestarme.
También me enseñaron a bordar; creo que desde los siete
años, no me acuerdo bien si mi mamá o mi tía María, me re-
galaron un pedazo de tela y pedazos de hilo que les sobraba
del telar.
En esos tiempos y en temporadas que salían chayotes, mi
mamá me mandaba a venderlos, ya cocidos, al mercado que se
pone todos los domingos. Me gustaba a esa edad; creo que no
tenía pena. Iba con mi abuelita, pues también ella vendía sus
chayotes. A veces nos quedábamos un rato más después de que
se habían ido las mujeres que vendían estambres. Yo me acer-
caba a recoger los pedazos de hilo que dejaban para utilizarlos
para mi bordado. Después de un tiempo, no mucho, fui mejo-
rando, y mi mamá me dijo que estaba lista para bordar mi pro-
pia blusa. Yo estaba muy emocionada, empecé a bordarla con
muchas ganas, pero no logré terminarla de esa manera; apenas
la terminé, me la estrené y ya me quedaba justa, por lo que no
tardé mucho con ella. La verdad me aburrió bordar del mismo
estilo y era bastante; me desesperaba rápido. Por eso, un tiempo
después, ya teniendo diez u once años, me inscribí en el taller
de bordado en la Casa de la Cultura, donde bordaba servilleti-
tas chiquitas, con diseños modernos, y diferentes estilos. Me fui
interesando cada vez más, por lo que llegué a terminar como
una docena, hasta llegar a bordar en punto de cruz; sin

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 197


embargo, no pude plasmar todos esos conocimientos en mi
ropa, sólo quedaban así. Lo dejé y me pasé al telar de cintura.
Igual empecé con todo el interés del mundo, y comencé con un
brocado muy elaborado que mi tía me orientaba a hacerlo. Ese
fue mi único trabajo en telar de cintura, no le seguí pues casi no
me quedaba tiempo. Ya estaba en la secundaria y aparte iba a
un curso de computación en San Cristóbal, los fines de
semana.

Ser bilingüe me abre oportunidades

El tsotsil lo aprendí a hablar muy bien, ya que toda mi familia


lo hablaba, no tenía problema en ese aspecto. En cambio lo
tuve cuando entré al preescolar, pues mis maestros me habla-
ban en español y yo no entendía nada. No me acuerdo mucho
de esos tres años que pasé ahí, excepto de algunos eventos fuer-
tes con mi hermano, pero de ahí no sé si empecé a hablar algo
o a entender el español.
En la primaria, recuerdo que en quinto grado empecé a ser
consciente de mis cambios, tal vez de que estaba en el mundo,
que estaba con gente diferente a mí. Platicaba con mis maes-
tros, tenía más amigas, como que ya empezaba a dominar y a
sentirme más segura de hablar en español, y con mis amigas en
tsotsil. Creo que me ayudó un curso de lectoescritura tsotsil al
que mi papá me mandó. Ahí aprendí cómo escribir mi lengua
y entender algunas cosas; por ejemplo, cómo se dice algo en
tsotsil o en español. Desde ahí fui practicando. A los quince
años hice pequeñas traducciones. Después impartí el mismo
curso que me dieron a mí. Fueron dos, de ocho meses cada uno,
a niños que estaban entre tercero y quinto año de primaria.
Aprendí muchísimo la mecánica de dar clases, de relacionarme

198 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
y de entenderle a los niños con diferentes ritmos de aprendiza-
je, aparte de ser mi primer trabajo.
Después recibí cursos de narrativa para escribir cuentos o
poesía en las dos lenguas, español y tsotsil. Me di cuenta de que
no era buena para eso, pero de igual forma aprendí algo, por lo
menos saber las reglas de cómo se construyen los cuentos, las
novelas y los poemas. También desde ahí empecé a leer más
libros; eso sí me gustó bastante, sobre todo las novelas.
Luego esta experiencia me sirvió en la universidad en al-
gunas materias. También el saber una lengua fue un requisito
con el cual me gané una beca (con la ayuda de mi papá), que me
empezaron a dar desde el inicio hasta el final de mi carrera.
De ahí seguí con las traducciones de tsotsil a español o
viceversa. He sido intérprete de algunos investigadores, hacien-
do entrevistas o encuestas en comunidades tsotsiles, hasta aho-
ra que estoy en un doblaje de voz de una telenovela, donde
implica manejar bien las dos lenguas para traducir y hablar.
Los cursos y las lecturas me ayudaron a mejorar mi espa-
ñol, pero sobre todo las prácticas en la vida diaria con las per-
sonas que voy conociendo. Recuerdo que ya estaba en la
universidad y se me complicaba comunicarme fluidamente.
Esto me preocupaba, y pienso que por eso, en parte, era seria y
callada, porque me frustraba por momentos, no poder decir
bien todo lo que quería. Lo que decía era calculado y bien pen-
sado, pues no quería equivocarme y que se burlaran de mí, o me
vieran feo por no saber pronunciar bien.
Reconozco que yo sola me presioné mucho, porque mis
compañeros no me decían nada; a veces ellos también se equi-
vocaban. Una vez estaba platicando con una amiga mientras
caminábamos rumbo a la escuela; yo sin pensar le afirmé algo
en tsotsil, pero rápidamente me di cuenta y le volví a decir lo
mismo pero en español; en lo que dije “lek che’e” pasaron algunas

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 199


personas, y eso hizo que no me escuchara claramente. En ese
momento me incomodé, pero también entendí que tenía que
hablar más el español, como sea, para poder dominarlo.

Mi viaje era monótono, era triste, era solitario,


era presionante

Comenzar a volar sola no ha sido fácil. Mi primera salida fue a


los trece años, a San Cristóbal, porque tuve la iniciativa de pe-
dirle a mi papá que me dejara ir a estudiar computación; sin
tener muchas ganas mi papá accedió. Me llevó a inscribirme.
Ese primer día sábado, porque mis clases eran los sábados, fue
de lo más extraño; experimenté como si fuera mi primer día en
el preescolar o en la primaria, era como estar en ceros, sin
conocer a nadie y sin saber nada de computadoras; sin saber
dónde ir, ni cómo expresarme, era una sensación de vulnerabi-
lidad, de timidez.
Recuerdo a mi primer maestro ahí; era joven, serio y un
poco tímido pero explicaba bien su clase. Él y varios de mis
compañeros y compañeras del salón platicaban entre ellos;
charlaban como si ya se conocieran desde antes y yo como si
fuera la única rara y desconocida. Tuve dos amigas únicamente,
pero cuando no llegaban me sentía súper sola, sin nadie con
quién hablar, sin nadie a quién preguntarle si no le entendía al
maestro. Me sentí así todo el curso de dos años. Y mis viajes
eran ir al estacionamiento a tomar mi transporte que me dejaba
a una esquina de la escuela.
Era monótono, era triste, era solitario, era presionante,
principalmente por la lengua; pensaba muchísimo en qué decir
o cómo decir las cosas en español. A veces ya no quería llegar,
no por las clases, sino por el ambiente fuera de clase; de esa

200 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
manera le pedía a una de mis hermanas que me acompañara, y
eso me tranquilizaba un poco, por lo menos tenía a alguien con
quién platicar o ver cuando me tocaba receso.
De ahí continuó mi peregrinar debido a que cursé el ba-
chillerato en San Cristóbal, en el cbtis 92, etiquetado como la
escuela más fresa. Ahí iban estudiantes ladinos. Me inscribí en
el área de Contabilidad; si me preguntan por qué, ni yo lo sé, tal
vez porque en esa escuela era lo que más o menos me llamaba
la atención.
Mi estancia ahí ya no fue tan dolorosa porque se fueron
conmigo unas amigas con las que estudié en la secundaria. Yo
aún seguía siendo tímida, sentí que me faltaba carácter y valor,
pero me escudaba en mis amigas para sobrellevar todo el am-
biente. Una de ellas y yo nos cambiamos de ropa tradicional a
mestiza, para que no hubiera tanto problema por aquello de la
discriminación.
Mis amigas siempre estaban conmigo. Si teníamos que
trabajar en equipo, casi siempre estaba con una de ellas; para
viajar iba con una, y de regreso igual. En este periodo de mi
vida descubrí que tenía problemas de la vista; que me faltaba
carácter para enfrentarme a las cosas. En los trabajos en equipo
yo me sentía débil en cuanto a opinar, me imponía la presencia
de mis compañeros mestizos y mis maestros estrictos. Aquí mi
mundo era escuela-casa. Otras distracciones no nos permitía-
mos, una porque no teníamos dinero, otra por el tiempo, pues
no nos podíamos quedar hasta tarde en San Cristóbal, porque
había un horario de regreso por los transportes, y además por-
que yo sentía que no encajaba; por ejemplo, a las fiestas que
hacían mis compañeros, ya sea en sus casas o en algún antro,
simplemente no aceptábamos la invitación.
En este tiempo aprendí a maquillarme, por ejemplo, a usar
rímel, sombras; empecé a comprar mis cosas, aprender a vestirme

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 201


más o menos, digo más o menos porque estaba empezando a ver
qué tipo de ropa me quedaba mejor y cómoda y al principio le
pedí a alguien que me ayudara a comprarla. También aprendí a
saludar como los de allá acostumbran, a abrazar y darse un beso
en la mejilla con chicos y chicas.

Viví momentos de inseguridad, resignación


y asimilación

Cuando ya tenía diecinueve años, después de haber hecho


conciencia de mi problema existencial y de haber asimilado
que no podía estudiar lo que quería, fui a visitar la Universidad
Autónoma de Chiapas, en San Cristóbal, a la Facultad de
Ciencias Sociales, y de sus cuatro licenciaturas que ofrece, ele-
gí Sociología. Para entonces, mi amiga Mayra ya me había
explicado algo porque ella es socióloga. En los primeros se-
mestres estuve en el turno matutino. De nuevo me sentí sola
en medio de compañeros mestizos, pero eso ya no me impor-
taba tanto, y es que lo que me permitía sentirme segura era que
entendía muy bien mis materias. Fue nada más como la pri-
mera mitad del primer semestre que no conocía a nadie, y de
ahí empecé a tener amigas, aunque con todos me hablaba, me
llevaba bien.
En el tercer semestre me cambiaron de turno, ahora ya
tenía que quedarme en algún lugar. Entonces renté un cuarto
en una casa, con una familia mestiza; muy lindas personas, me
cuidaban y se preocupaban mucho por mí. Yo en cambio me
sentía incómoda; me presionaba a mí misma porque según yo
tenía que relacionarme más con ellos, hablar o platicar más y
no podía. Un año después de quedarme allí me cambié a un
cuarto compartido no amueblado. Ahí sí me sentía mejor pero

202 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
no completamente, porque notaba que mi compañera no se
sentía a gusto conmigo.
Atrás de mi inseguridad hubo momentos de resignación,
aceptar y aprender lo que me toca vivir y empezar a asimilar.
Intenté ver la forma de mejorar mi comunicación con los de-
más, tanto con ella, con mis compañeros y compañeras de clase.
Y claro, mejorar mi comunicación conmigo misma. Tratar de
ser más espontánea, de relacionarme mejor con los demás; eso
parecía mi único propósito. Porque en relación con mis mate-
rias, con mi carrera, todo iba bien; además, en mi salón yo era
la de mejor promedio. Empecé a asistir a las reuniones de mis
compañeros, a las fiestas, a los trabajos en equipo, a las salidas a
los antros, a sentirme más involucrada a esa otra cultura. Fue
interesante conocer por primera vez algunos lugares; esas expe-
riencias fueron divertidas, fue emocionante y tranquilo, sobre
todo, porque siempre y en todo momento me sentía protegida.
A pesar de que ellos tomaban o echaban más relajo unos que
otros, siempre había alguien que me cuidaba; eso me hacía sen-
tir muy bien. Por ejemplo, cuando llegaba a alguna clase o no
entregaba mis trabajos a tiempo con un profesor, ellos y ellas se
encargaban de resolverlo, y luego me decían: “Hablé con tal
maestro y me dijo que no hay problema que entregues tu tra-
bajo después”. Creo que hasta ellos se preocupaban más por mí
que yo. Eso lo agradecí muchísimo, me ayudaron a sobrellevar
mis problemas aunque no les dije nada al respecto.

Entre lágrimas de desapego y de realización


seguí avanzando

Con todo este apoyo y después con el de mi familia subí otro


escalón. Por mis propios medios me aceptaron en la Universidad

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 203


Iberoamericana de la Ciudad de México, para estudiar la maes-
tría en Desarrollo Humano; no había otra cosa mejor que me
pudiera llegar en ese momento de mi vida.
Por primera vez viajé a la capital del país, sola pero con la
seguridad de que en el otro lado me esperaba mi amigo Alber-
to, a quien conocí en un intercambio que hizo a mi facultad.
El momento de la partida fue un poco difícil porque ya
estaba toda mi familia para despedirse de mí, estaban anun-
ciando mi salida, y llegó el momento de los abrazos, que usual-
mente no acostumbramos, pero mi papá empezó y de ahí mi
mamá y mis hermanos, con mucho sentimiento y lágrimas
contenidas en los ojos; yo me aguanté también, me subí a mi
camión, y busqué mi asiento número ocho, junto a la ventanilla.
El autobús arrancó, el asiento de al lado estaba vacío, y confor-
me me iba alejando dejé que mis lágrimas salieran y pensaba en
toda mi familia, que me dijeron, entre otras cosas: “Que te vaya
bien”, “Cuídate”, “No te preocupes”, “No te pongas triste cuan-
do estés allá”; esto último me llegó más.
Llegué a la primera parada en Tuxtla Gutiérrez, no salí
para nada, sino hasta la siguiente que fue en Puebla, donde me
bajé para ir al baño, pero siempre revisaba el número del ca-
mión, dónde quedó, junto con qué y seguía a las demás perso-
nas que se bajaron para ir al baño. Sólo eso hice y me regresé
rápido a mi asiento, me preocupaba y me daba miedo por si me
dejaba el camión.
En el camino nos habíamos enviado mensajes por teléfo-
no, mi amigo y yo, para ver la hora en que iba a llegar. Resulta
que llegué antes y me senté en un lado del parque, muy cerca de
la calle, para que me viera cuando llegara. En mis pies puse mis
dos mochilas, que era todo lo que llevaba. Los taxistas me pre-
guntaban si quería taxi, a dónde iba y luego se acercó uno, ya de
edad avanzada, y me dijo que si esperaba a alguien, yo le dije

204 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
que sí, que en un rato llegaba. Decían los otros taxistas de lejos
que con él no había problema, que él ya no hacía nada. El señor
se retiró en el momento que le dije que estaba esperando a al-
guien y le dio risa lo que le dijeron.
Yo estaba tranquila; sabía que no me iba a pasar nada, y
unos minutos después llegó Alberto, me preguntó si estaba
bien y cómo estuvo mi viaje.
Me llevó hasta el metro La Merced. Ese tramo me pareció
feo, en todas partes había tiendas de todo, de zapatos, de ropa,
que apenas estaban abriendo cuando pasamos, entre nueve y
diez de la mañana; estaban barriendo, lavando los pasillos, y
espiraba un olor desagradable.
Él me iba platicando del lugar y de cómo andar, que no
tenía que distraerme, caminar rápido, seguro; incluso que me
fijara qué había en el camino, a los lados, para tomar como
referencia dónde estaba para cuando me viniera sola. La ver-
dad no me preocupaba casi nada, porque confiaba en él. Re-
cuerdo que me iba explicando, pero como todo era nuevo para
mí no se me quedaba mucho que digamos. No me ubicaba, no
sabía dónde estaba, sólo caminaba, veía algunas cosas, le seguía
y nada más. Creo que hubo una segunda ocasión en que me
fue a esperar a la terminal para llevarme hasta la Ibero, des-
pués ya llegaba sola.
Él junto con sus amigos me ayudaron a buscar un cuarto.
Me llevó hasta allá, y me presentó con los dueños. Mi amigo se
tenía que ir, y me quedé sola en esa casa. Me sentí nostálgica,
pero me aguantaba para que no se me salieran las lágrimas
mientras que los dueños me mostraban el cuarto; platiqué un
rato con ellos, sobre quién soy, de dónde soy. Le pagué la renta
acordada, y ellos me platicaron de las condiciones de la casa.
Después me dejaron sola, y empecé a ver detalladamente el
cuarto. Me acosté en la cama a llorar porque no quería estar

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 205


ahí; me sentía rara, triste y sólo pensaba en mi familia y en que
quería regresarme ya.
Así era mi vida de lágrimas cada vez que me sentía sola,
cada vez que no me salían bien las cosas, pues como no me
concentraba en mis lecturas nadie me hablaba en la escuela,
cuando veía que mi dinero se me iba rápido, cuando veía borro-
so o cuando no tenía computadora donde hacer mis trabajos.
No ver de lejos me seguía incomodando, sobre todo cuan-
do tenía que hacerle la parada al pesero que me iba a llevar a la
Ibero. En ocasiones no le atinaba; a veces me confiaba en el
color o en que según yo decía Santa Fe, borrosamente, y no
todas esas rutas me llevaban hasta la universidad; cuando las
tomaba equivocadamente me llevaban por otro camino. Una
vez, al ir en un camión equivocado y ver que se desviaba, me
bajé y esperé otro. Otra vez me llevó hasta la parada de otro
lado que desconocía. Allí esperé que pasara la misma ruta de
regreso, pero no, tuve que preguntar y tomar un pesero.
En mis circunstancias, durante el tiempo en que viví en el
pueblo de Santa Fe, el camino de regreso a mi casa siempre me
preocupó demasiado, porque no sabía exactamente dónde bajar-
me y pedir la parada; no alcanzaba a ver la tienda o la calle con
que me ubicaba, o algo, y peor cuando ya estaba algo oscuro.
En mis clases no alcanzaba a ver las proyecciones, y no me
permitía captar la información que me presentaban. Me sentía
tonta por no poder ver, pero también me sentía insegura por
mis compañeros, pues todos eran más grandes que yo y traba-
jaban en grandes empresas; opinaban y se expresaban sin nin-
gún problema de los temas que se tocaban y daban ejemplos.
Yo sentía que no podía competir porque ellos eran más y com-
partían más o menos la misma experiencia y la vivencia de la
ciudad. En relación con ellos pensaba que lo mío no era impor-
tante y no me iban a entender.

206 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
Pasó un mes completo en que todo me parecía nostálgico,
preocupante y angustiante. Después decidí cambiarme de casa,
y me fui a vivir al departamento de Camilo, un amigo que co-
nocí en San Cristóbal. Ya me había ofrecido su casa desde que
le dije que iba a ir para allá, pero yo quise buscar un lugar más
cerca de la escuela mientras me ubicaba, y también quería an-
dar sola. Me fui a vivir con él por la Condesa, muy cerca del
metro Chilpancingo; así sí me ubicaba, pues del metro contaba
las cuadras para llegar al lugar donde vivía.
Poco tiempo después descubrí que por ahí vivía un amigo
de mi papá. Al saber de mi situación sobre mi problema de los
ojos me ofreció su ayuda, me llevó a un oftalmólogo, y resultó
que tenía miopía, que necesitaba lentes. Él me dijo que no me
preocupara que se haría cargo de todo. Yo no lo podía creer,
pero él había llegado en el momento indicado. No pasó más de
un mes que me entregaron los lentes; desde ese día mi vida ha
sido otra, no únicamente de borrosa a nítida, sino toda mi for-
ma de ser y de vivir cambió. Por ejemplo, ya me concentraba
mejor en las clases, me empezó a gustar más la lectura, salir a
caminar más, salía sola a explorar lugares, y lo más importante:
poco a poco me fui sintiendo más segura.
Otro de los momentos más felices y aliviadores fue cuando
mi asesora me mandó a presentarme con Juan Pablo Vázquez,
del Departamento de Interculturalidad y Asuntos Indígenas,
para ver si me podía ayudar, por ejemplo, becarme en algún pro-
yecto y de esta manera ayudarme con mis gastos. Un semestre
después sí se logró, me aceptaron como becaria. Antes de esto
todas las tardes contaba mi dinero porque había veces que gas-
taba de más en copias o en impresiones; ahorraba mucho en
comida y apenas trataba de que hubiera para mi pasaje. Eso
realmente me preocupaba. En esos primeros meses no conocía
todo lo que me ofrecía la Universidad; sólo iba a clases y

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 207


regresaba. Debía ir a un cyber para hacer mis trabajos, ya que no
tenía computadora.
Después, al integrarme a este programa, me quedaba más
tiempo en la Universidad. Me di cuenta que ahí podía impri-
mir con menor costo, podía utilizar las máquinas que están en
la biblioteca. Y con la beca, ya no me preocupaba por sacar mis
copias, podía ir a comer en la cafetería.
Después, como parte de mi trabajo ahí, me puse en con-
tacto con los alumnos becados por la Fundación Ford, compa-
ñeros y compañeras indígenas, originarios de diferentes lugares.
Con algunos de ellos me empecé a llevar; eso me dio mucha
alegría porque sentía que no podía platicar con mis compañe-
ros de clase, que no tenía tema de conversación, me sentía muy
diferente a ellos. Con los compañeros de la Ford ya me sentía
bien, con tan sólo mandarles un correo para convocarlos a las
reuniones; posteriormente, ya nos encontrábamos a comer, o en
los pasillos, o en la biblioteca. Empecé a sentirme más en con-
fianza, sabiendo que tenía algunos conocidos en alguna parte
de la Ibero. Esto hacía más amistosa y relajante mi estancia ahí.
Después de siete meses me cambié de casa otra vez. Me
fui a la delegación Iztacalco. Un cambio de aires, encontré per-
sonas muy amables que me brindaron toda la ayuda que nece-
sitaba. También me quedé unos siete meses y decidí pasarme a
otro lugar, a la Villa, donde viví con amigas que hasta ahora
frecuento. Estos lugares fueron clave para conocer la ciudad y
los amigos que me facilitaron conocer otros sitios.
Lo que puedo decir de lo que viví en esta ciudad es que
encontré mucha gente buena que me apoyó y me ofreció su
confianza. Lo que me dio lástima es que hay muchas personas
indigentes, dentro y fuera del metro, pidiendo dinero o comida;
personas invidentes, personas sin una pierna o brazo. Lo más
curioso es que no piden nada más por pedir, sino que dan algo

208 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
a cambio, un canto o un dulce, aunque otros dan un espectáculo
lastimándose. Lo que más me sorprende es que esas personas
son ordenadas, no dañan a otros y han adquirido esos actos
como su trabajo para poder sobrevivir.

Tenía la idea de ser diferente, llamar la atención

Toda mi vida me han dicho cosas por mi apariencia y mi com-


portamiento, además de mi físico, que mi piel es más clara, que
mi cabello es muy bonito, abundante, largo y brillante; por eso
me decían, Nex, o K’ox Nex, rubia o pequeña rubia. En las pe-
leas que tenía con mis compañeras en la primaria me decían,
como en forma de insulto, gato rubio, y yo les contestaba gato
negro, porque tenía el cabello negro; según yo me molestaba y
por eso les contestaba. Recuerdo que, efectivamente, tenía mi
cabello largo y no podía peinarme sola, porque se me enredaba
y luego no podía hacerme las trenzas. Mi mamá se encargó de
peinarme hasta los diez u once años, yo creo que me consentía
porque otras niñas de mi edad ya se peinaban solas.
Con mi traje tradicional, me pasan varias cosas, aparte de
que me gusta. En casa y en mi pueblo es normal que de vez en
cuando, o en las fiestas, me quiera ver elegante y bonita, así que
me peino diferente y utilizo sandalias bonitas. Pero de ahí no
pasa nada, sólo que se me quedan viendo porque cambio un
poco a como me ven en días comunes. Aparte, traigo lentes,
pues mucho más, les llamo la atención. Pero ya me estoy
acostumbrando.
A decir verdad, me gusta ser diferente, pero siempre con-
servando los límites de los extremos. Por un tiempo me moles-
taban las miradas, lo confieso, y decía dentro de mí que si me
miraban era porque algo estaba haciendo mal; tal vez porque

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 209


me puse ropa nueva, puede ser porque me enchiné las pestañas,
llegué a ser fachosa, sencilla, no utilizar nada llamativo, peinar-
me normal, pero con eso no me sentía bien. No sabía qué hacer,
ni con eso cambiaba algo. Lo que me ponía, aunque fuera algo
sencillo, siempre lo veían en mí como algo bonito; por ejemplo,
en una ocasión en que me acababa de bañar y me cambié, una
persona me dijo: “¿Tu falda es nueva?, porque se ve bonita”, y yo
le contesté que no. Era una falda de hacía cinco años.
Yo sentía que todas las alusiones hacia mí eran malas; eso
por supuesto era algo que me chocaba, porque tenía la idea de
que si se referían a mi persona era malo, que no estaba bien.
También pensé que yo era la del problema y que no podía ser
así, que tenía que cambiar. Creo que tomé esos comentarios de
manera negativa porque, en algún lado, escuché que quienes se
arreglan mucho eran mujeres locas, alzadas o presumidas, y yo
no quería que pensaran eso de mí. Hace dos años que cambié
ese chip, me dije: “Yo soy así, soy bonita y no es malo
arreglarse”.
No sé por qué tengo tantos problemas por portar mi traje
fuera de mi pueblo, pero veo a mujeres que caminan solas, con
sus trajes a donde sea, seguras, ya sea en la escuela, o en otras
ciudades. Conmigo pasa algo diferente, cuando llevo puesto el
traje a San Cristóbal y sola, los hombres me empiezan a hablar,
a decir piropos, hombres jóvenes o viejos, y no hay ni una vez
que me haya librado de eso. O, también me preguntan los tu-
ristas dónde pueden comprar un chal como el mío, o qué boni-
ta ropa, como si pareciera que soy la única que ven. Eso también
me molesta. Por eso opté que cuando voy sola a algún lugar uso
mi ropa ladina, porque con esa estoy más tranquila.
Además, la ropa ladina me hace sentir segura, diferente
pero bien; es como si me impulsara a ser otra persona, a veces
mi comportamiento es más espontáneo. Estando en las

210 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
ciudades no tengo preocupación de meterme en cualquier lu-
gar, como tiendas, restaurantes, etc. Crecí tratando de entender
lo que me ocurría, de entender por qué soy tan sensible.
Mi salud, mi cuerpo y mis sensaciones han sido la preocu-
pación de mis padres y mía. Crecí tratando de entender lo que
me ocurría, de entender por qué soy tan sensible. Fue todo un
proceso.
Desde bebé me enfermaba, y hasta muy grande, incluso
hace poco me enfermé, no sé si era otra cosa, pero se parecía al
mal de ojo que le dicen. Y es que en mi caso el mal de ojo es
recurrente; por ello, tenía mi curandero particular casi, porque
era el único que me curaba. Yo le decía “tata’” (abuelo) y él a mi
“k’ox nex” (pequeña rubia); era un hombre muy respetado por
todos y sobre todo por mi familia, era como mi abuelo en sí,
porque ya no conocí a mi abuelo paterno.
Mi mamá siempre me llevaba con él hasta su casa, no vivía
muy lejos de la nuestra, como a tres cuadras. Recuerdo que las
últimas veces que llegaba, como de costumbre, me agachaba
para el saludo y él me pasaba su mano derecha sobre mi frente.
Pasábamos a su cocina, no importando la hora, casi siempre lo
encontrábamos.
Nosotras le llevamos nuestro poquito de pox (aguardien-
te) y trece ramas que se llaman “chijilte”. En cuanto recibe el
pox y mi mamá le pide de favor que me atienda por lo de siem-
pre, él, entre risa y preocupación, le pregunta: “Dónde fue, dón-
de la llevó, qué pasó ahora, porque a veces ya no se sabe”. Y es
que simplemente cuando voy a alguna fiesta o alguien llega a
mi casa me enfermo. Esto sucede cuando me ve alguna persona
que tiene un espíritu más fuerte que el mío o que tiene “ojos
calientes”.
Después de la breve plática, él se persigna y empieza a
rezar. Prepara las ramas, se lleva a su boca un sorbo de pox y un

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 211


poco de sal blanca que se obtiene en una comunidad de Zina-
cantán y la escupe a las ramas dándole vueltas; con eso empieza
a limpiarme, y después me prepara una bebida con unas hierbas
“poxil apon”, las machaca, luego las pone en un tazón con un
poco de sal blanca. Recuerdo que esa bebida la tiene en sus
manos un rato mientras reza y le sopla unas cuantas veces. Des-
pués me la da para tomar y siempre dejo un poco, no me la
tomo toda, y lo que queda, él me la pone en medio de la cabeza,
en las venas de los brazos y en los pies, en el tobillo y en la
punta de los pies.
Mi alivio era efectivo, sin embargo, lo tuve hasta los siete
u ocho años, hasta que mi abuelo falleció. Sin él yo seguía con
el malestar; es un malestar insoportable, me da dolor de cabeza,
calor en algunas partes del cuerpo, más en mis brazos y toda la
cabeza y cara, comezón en la cara, mal humor, con ganas de
gritar o de insultar a alguien, no duermo bien, estallo a llorar
por alguna pequeñez, no aguanto el roce de mi ropa y no quiero
salir a ningún lado. Como yo seguía sintiéndome mal, le pedí
de favor a mi abuelita materna que me curara; ella me ayudaba
pero muy poco, entonces yo continuaba mal, pero ahora ya me
puedo curar yo sola.
Mi madre me cuenta que una vez me llevó a un terreno
que tenemos en el monte; ahí hay una cueva, donde llegan los
curanderos a rezarle, a hacer rituales, etc. Yo tenía ocho meses
de nacida; mi abuela me cargaba, nunca me bajó al suelo, y
cuando regresamos a la casa inicié con vómitos y a tener dia-
rrea. Mi familia no sabía qué me pasaba; me llevaron a la clíni-
ca, me dieron medicamento para las lombrices, y eso no me
hacía efecto. Ante esto, a mi madre se le ocurrió llevarme con
mi curandero, y él les dijo que el Guardián de la Tierra me
quería, que mi malestar se debió a que me llevaron a un lugar
sagrado. En esa ocasión mi abuela hablaba conmigo y yo le

212 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
contestaba, claro en lenguaje de bebé. Que sólo por eso el
Guardián de la Tierra se interesó en mí. Las siguientes veces
que regresé a ese lugar, ya más grande, caminaba con unas pun-
tas de ruda; era mi protección para que el Guardián no se acer-
cara a mi espíritu. O bien, cuando me asusto por algo, en ese
lugar o en otro donde voy a traer leña con mi mamá, ella me
dice que coma tres pizcas de tierra, justo donde me espanté.
Luego ella corta un tipo de hoja de árbol y recoge un poco más
de la tierra que comí. La envuelve con la hoja y la amarra con
paja que fácilmente se encuentra en el monte. Queda como un
tamal, me dice que lo ponga entre mi faja y cuando llegue a la
casa lo ponga debajo de mi almohada, tres días y tres noches.
Eso es para prevenir que me enferme de espanto.
Con estas experiencias mis padres decidieron protegerme,
me hicieron una ceremonia junto con un curandero; en tsotsil
se llama “volim” y en español sería como protección, como un
escudo energético, con el fin de que no me enfermara mucho y
para estar siempre protegida por Dios, los santos y nuestros
padres y madres ancestrales. Lo que me ha pasado es raro; me
dicen que fui muy consentida y protegida, cuidada y, sin em-
bargo, me pasaba lo de mis ojos (miopía), mis brazos (sensibi-
lidad), mis oídos (me salía pus) etcétera.

El cuerpo, la mente, el espíritu y las emociones


no están separados

En la época de la prepa, desde los quince años en adelante (igual


eran problemas de adolescente), tenía problemas de existencia,
me sentía mal conmigo misma, aunado a que mis padres también
tenían problemas; yo me sentía en medio de todo, entre mis
padres y mis hermanos. Ser la mayor, en esos momentos, y tener

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 213


que lidiar con todo no fue fácil; yo quería que todo se acabara,
porque todo se me complicaba. Caí en una depresión y mi au-
toestima estaba muy baja.
Estos problemas los arrastré hasta la licenciatura. Sentí
que el problema en gran parte era yo, porque me incomodaba
mi forma de ser, no me tenía paciencia, sentía que todo me salía
mal. Necesitaba ayuda, así que yo sola busqué un psicólogo y
fui a varias sesiones, pero no me ayudó mucho.
Lo que más me ha inquietado es el mal de ojo. Lo que
puedo decir ahora es que es cosa de energía, porque me trago lo
que me incomoda y estallo cuando mi cuerpo ya no soporta
tantas emociones atoradas. Y como me incomodo, mis defensas
bajan, y doy paso a que la energía de otras personas me hiera.
Esa sería como mi hipótesis.
Esto lo he ido superando a lo largo de la maestría en De-
sarrollo Humano, con las terapias y los cursos relacionados con
la espiritualidad, la energía y las emociones. Fueron factores
que me ayudaron a sacar todas las emociones aprehendidas que
no únicamente están en mi cabeza, sino en mi piel. Antes no
podía soportar un abrazo de alguien; cuando sentía o veía que
alguna persona traía un problema, que estaba enferma, eso me
hacía más daño, sentía una sensación en el pecho y en los bra-
zos, y a veces sólo por eso llegaba a casa y me ponía a llorar sin
parar y sin saber por qué. Con todo lo que he pasado entiendo
que el cuerpo, la mente, el espíritu y las emociones no están
separados.

Llegué a pensar que era real el cuento del j’ik’al

Cuando era chiquita, por las noches, acostumbrábamos toda la


familia estar alrededor del fuego. Una noche, cuando mi mamá

214 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
teñía su falda (por cierto ahora no se utiliza así) en una olla de
barro grande, ella constantemente la estaba moviendo con un
palo. Creo que nos peleamos con nuestros primos, no sé, creo
que teníamos entre dos a cuatro años, y recuerdo que estába-
mos llorando. Mi mamá, para asustarnos y dejáramos de llorar,
nos decía que nos calláramos porque si no iba a venir “el negro”,
en tsotsil “j’ik’al”, por nosotros. En eso, afuera había un árbol de
ciprés, justo junto a la casa, y ese árbol de repente se movió,
rozando la pared de la casa y alguien hacía gestos horribles, y
de verdad pensamos que era el personaje que nos dijo mi mamá.
A mí me dio miedo y en ese momento pensé que era ver-
dad, pero después supe que era mi tío que estaba afuera. Hasta
ahora ha sido un buen método para asustar a los niños.

Foto 2: Soy la del chal verde. Estamos reunidos con mis primos y mis hermanos.
Momento cuando nos tienen que callar con el cuento del j’ik’al.

Indagando la historia del j’ik’al, entre mi familia, refieren que,


en el auge de las fincas que reclutaban a esclavos, había negros

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 215


traídos desde la conquista para trabajar ahí. Pero algunos se
escapaban y se escondían en las cuevas. Tenían mal aspecto;
aparte de que su piel era completamente negra, salían por las
noches a asustar y entraban en las casas. Las familias ya tenían
su propia estrategia para esconderse cada vez que escuchaban
que llegaba alguno de ellos. Dentro de sus casas tenían unas
ollas grandes enterradas, donde las personas entraban y salían
cuando se iban.

El nacimiento, todo un ritual, que incluye don


y nahual

Algo que me llama la atención en cuanto a los nacimientos de


los bebés, es que todas las familias, principalmente las de reli-
gión católica, festejan la llegada de los niños, bien sea que ha-
yan nacido con una partera tradicional en la casa o con médicos
en los hospitales, no importa, siempre hacen uso de las tradi-
ciones. Se acostumbra bañar al bebé con laurel; la encargada es
una partera tradicional y mi mamá me dice que se toma tres
copas de aguardiente durante el baño. El pox es una bebida
muy necesaria, en todo caso importante, en la familia y en la
comunidad.
Después se acuesta el bebé muy cerca de la puerta princi-
pal de la casa, donde pasamos tres veces sobre él, todas las per-
sonas que estemos allí. Esto es para que no se enferme de mal
de ojo, de mal de hueso y para que se le sane bien su ombligo.
Enseguida se le hace entrega de todas las herramientas posibles
y conocidas que un hombre o mujer podría utilizar en la actua-
lidad. Por ejemplo, a un hombre se le hace entrega de su aza-
dón, machete, hacha, lápiz, cuaderno e incluso las llaves del
carro. En el caso de las mujeres, las herramientas para el telar

216 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
de cintura, ocote para hacer fuego y lo más actual es el lápiz y
el cuaderno. Porque se ha visto que las mujeres de ahora estu-
dian, y trabajan en otra cosa más que en los quehaceres de la
casa.
Mi mamá me dijo que me dieron todo eso; creo que por-
que mi papá ya había estudiado y me daban la oportunidad que
de grande pudiera escoger mi oficio. Se cree que según el na-
hual y el don que tenemos, de eso podemos trabajar. Algunas
personas sueñan sus oficios y no los pueden despreciar, ya que
si lo hacen pueden enfermarse de gravedad. Por esta razón hay
nahuales buenos y malos, fuertes y débiles. De ellos hay curan-
deros, hueseros, parteras y otros oficios que forman parte de la
existencia y de la cultura.

Mi familia y yo respetamos a las deidades


y a la Madre Tierra

Como herencia generacional pertenecemos a la religión católi-


ca tradicional, aunque no al pie de la letra pero creemos en los
santos, en los curanderos y el respeto hacia los guardianes de
los cerros, de las cuevas, de los terrenos. Lo que acostumbramos
en mi familia es pedirle a un curandero de confianza que haga
un ritual en la casa, para agradecerle a Dios, a los santos y a
nuestros Padres y Madres ancestrales que nos dan vida, que nos
protegen y nos dan lo que tenemos. Por ello les pedimos que no
nos abandonen y nos sigan bendiciendo. Esta ceremonia la rea-
lizamos tres veces al año, al inicio, en medio y a finales. Aparte,
en las festividades de los santos patronos, San Sebastián y San
Lorenzo, le llegamos a rezar y a pedir lo mismo.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 217


Foto 3: Con la familia en la segunda visita de la Virgen
de Ocotlán en nuestra casa.

Disfruto y saboreo la vida con más paciencia


y conciencia
Cuando se vive tratando de entender las cosas, poniéndoles
atención a los demás sobre sus críticas, sus consejos, más que en
uno mismo, lo que queremos y lo que nos hace bien, nos perde-
mos y después es difícil curarse o sanarse de las heridas. Eso fue
lo que hice; me sentí ajena a mí, a lo que soy realmente y no lo
veía, ni lo quería ver. Suena raro pero mi cuerpo, mi mente me
estaban gritando, a través de los malestares: “Mírame, escúcha-
me, siénteme, atiéndeme, quiero salir, quiero vivir, quiero ser”.
La maestría me ayudó a ver todo esto. Desde entonces sigo
trabajando conmigo misma, dándome tiempo de conocerme,

218 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
de aceptarme y expresarme tal cual soy sin juzgarme. La verdad
es que me está costando mucho, aún más estando en el mismo
entorno familiar y social donde crecí, y lo mejor es que no me
daré por vencida porque quiero estar aquí. Todos mis estudios
y aprendizajes no han sido en vano. Todo esto me ayuda a ser
mejor persona, a relacionarme mejor, a entender mejor a las
personas.
Actualmente, estoy trabajando como consultora en Voces
Mesoamericanas, Acción con Pueblos Migrantes, A. C., en
San Cristóbal de Las Casas. También soy parte de un nuevo
grupo de jóvenes en Zinacantán que queremos iniciar proyec-
tos para una radio comunitaria. Me siento orgullosa de mí,
agradecida con mi familia y con Dios porque he salido adelan-
te, tengo una maestría, tengo una vida por delante, tengo ami-
gos que me impulsan a volar, no pido más, ahora lo tengo todo.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 219


Consideraciones finales: el rumbo
de nuestras voces
Mercedes Ruiz Muñoz y Martha Franco García

Las voces de las compañeras maya k’iche, quechuas, ñuu savi y


tsotsil que presentamos, surgieron de una iniciativa mixta; del
interés que tenían las y los estudiantes indígenas que participa-
ban en las actividades del Programa de Interculturalidad de la
Ibero, por construir, de manera conjunta, un proyecto dentro
de la Universidad. En este sentido, se planeó la posibilidad de
crear el taller de narrativas biográficas. Inicialmente, el grupo
se constituyó por ambos géneros, y por motivos de tiempo los
tres compañeros que participaron en el proyecto (huirrárica,
quechua y tsotsil) lo dejaron en diferentes momentos.
Lo anterior nos llevó a preguntarnos, ¿Por qué todas las
estudiantes sí se mantuvieron?, ¿qué significó para ellas seguir
pese a tener que realizar otras actividades? Lo que creemos es
que ellas lograron construir, en este proyecto, un espacio para
visibilizarse a través de sus escritos y pensarse juntas desde su
historia y perspectiva.
Así, las narrativas biográficas que presentamos son excep-
cionales, debido a que dan cuenta de la cristalización de un

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 221


proyecto propio, en el que las experiencias de vida de cada una
se sitúan en el rejuego de lo subjetivo y la posición complemen-
taria que tienen dentro de lo comunitario y familiar, nombrán-
dose en memoria desde el “yo-nosotros-referencial”.
Por otro lado, en este atado de voces encontramos las
confluencias y las divergencias que permiten pensar en este
proyecto como un espacio biográfico (Arfuch, 2005a), a mane-
ra de horizonte de inteligibilidad, para re-conocer en esta con-
junción de relatos, imágenes y textos revisados sobre el relato
biográfico de indígenas y migrantes (Medina, 2005; Baudouin,
2008; Czarny, 2012; Ruiz, 2012; Sánchez y Hernández, 2012),
un registro de época.
Así, podemos señalar que la trama que se construyó en el
texto a partir de la puesta en común de estas narrativas, nos
permitió identificar, como espacio biográfico, un lugar de re-
constitución del sujeto social: mujeres universitarias pertene-
cientes a grupos originarios de raíz mesoamericana.
Se configuró un espacio biográfico que da cuenta de di-
mensiones contextuales y temporales, en las que fue posible,
entre otras cosas, advertir el vínculo comunitario que han teni-
do las narradoras; los procesos de formación dentro y fuera de
la escuela; la potenciación identitaria étnica; el cruce de fronte-
ras culturales; el dualismo epistémico; repensar lo que son a la
luz de sus experiencias con la alteridad (Bajtín, 2000), entre
otros aspectos.
En este texto, sus voces también nos remiten a la cons-
trucción de ellas, como sujetos históricos que, en el oficio de
escribir, logran hilar la historia de sus pueblos, que a partir
de diversas estrategias como la resistencia, pero también el éxo-
do y el retorno, han logrado afrontar los constantes embates de
los que han sido objeto.

222 | Consideraciones finales: el rumbo de nuestras voces


De esta manera, desde el empeño por narrarse, dan testi-
monio de la realidad siempre a contracorriente de los pueblos
de raíz mesoamericana, y de manera particular de las mujeres,
quienes sin dejar de ser portadoras del legado de sus abuelas y
madres, están incursionando en papeles novedosos, dentro y
fuera de sus comunidades.

Voces de la alteridad: estudiantes de la Ibero, de pueblos originarios | 223


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228 | Bibliografía
Impreso por Alfonso Sandoval Mazariego,
Calle Tizapán 172, Col. Metropolitana Tercera Sección,
Nezahualcóyotl, Estado de México, C.P. 57750.
Se terminó de imprimir el 22 de febrero de 2017.
El tiraje fue de 500 ejemplares.

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