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estudiantes de la Ibero,
de pueblos originarios
Voces de la alteridad:
estudiantes de la Ibero,
de pueblos originarios
Coordinadoras
Mercedes Ruiz Muñoz
Martha Franco García
Universidad Iberoamericana
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.
BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO
[LC] HQ 1123.V62.2017 [Dewey] 305.40922 V62.2017
7 Prólogo
Martha Corenstein Z.
225 Bibliografía
Prólogo
8 | Prólogo
de vida y nos comparten imágenes, recuerdos, costumbres,
tradiciones y saberes de estos pueblos originarios, mostrando
cómo la subjetividad y lo individual incorporan también lo co-
lectivo y los procesos sociales.
En suma, este libro convoca al conocimiento y la com-
prensión de las voces y relatos de distintas mujeres jóvenes de
diversos orígenes y trayectorias, que seguramente tendrán mu-
cho que seguir contando en los caminos que aún les queda por
recorrer, pues la autobiografía no deja de narrase sino hasta
que termina la vida misma. De igual forma, la obra propicia el
análisis y la reflexión de este rico y ejemplar espacio biográfico;
además, nos abre la posibilidad de que otros se vean reflejados
en estas historias y den sentido a sus vidas.
Martha Corenstein Z.
3
Díaz (s/f: 3) refiere que la comunalidad define la inmanencia de la comunidad
indígena. Los elementos que la conceptualizan son: la tierra como madre y como
territorio; el consenso en asambleas para la toma de decisiones; el servicio gratuito,
como ejercicio de autoridad; el trabajo colectivo, como un acto de recreación y los
ritos y ceremonias, como expresión del don comunal.
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“ El mundo de la vida, entendido en su totalidad, como mundo natural y social, es
el escenario y lo que pone límites a mi acción y a nuestra acción recíproca” (Schutz
y Luckmann, 2009: 27).
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“ El relato autobiográfico se inspira siempre, al menos por una parte, en el deseo de
dar sentido, dar razón, extraer una lógica a la vez retrospectiva y prospectiva, una
consistencia y una constancia, estableciendo relaciones inteligibles… que llevan a
una creación artificial de sentido” (Bourdieu, 1977: 74).
7
Aunque en este ejercicio no quedan exentas las creencias, incluso los deseos.
8
Haciendo referencia al nombre propio.
9
No obstante, es importante señalar que el sujeto nosótrico va más allá de una con-
cepción social indisoluble de sujetos interrelacionados. Debido a que en el nosotros
referencial, en un intento de completud, se complementan a la Madre Tierra, el
monte, las plantas, el maíz, los animales, el trueno, el río, las ollas y los comales. Esta
concepción va más allá del animismo. Es la relación con la naturaleza y el cosmos
donde el sujeto tiene su lugar sin considerarse el centro.
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Al respecto, este ejercicio político tiene que ver con lo que refiere Bartolomé
sobre la identidad étnica, que no es esencial, sino cambiante; de esta manera,
apunta que se “refiere al estado contemporáneo de una tradición, aunque puede
desarrollar una imagen ideologizada de sí misma y de su pasado como forma de
reconstrucción afirmativa” (Bartolomé, 2004: 76). En este caso, se observa en esa
reconfiguración identitaria relaciones de poder entre nosotros y los otros, pues,
“la identidad étnica aparece como una ideología producida por una relación diá-
dica, en la que confluyen tanto la autopercepción como la percepción por otros”
(Bartolomé, 2004: 47). En este juego de reconocimiento entre nosotros y los otros
se articula un dispositivo de poder que me permite nombrarme y nombrar a los
otros, a partir de esa percepción que se articula en la relación y en la acción como
resistencia, continuidad, cambio, lucha y en demandas como la exigibilidad de los
derechos universales y consuetudinarios.
Apenas tenía cinco años de edad cuando, junto con mi familia, migra-
mos desde la zona sur del país, hacia la zona norte de México. Salimos
de nuestro pueblo llamado Ahuehutla, en San Martín Peras, Oaxaca,
y nos dirigimos a San Quintín, Baja California, ya que mi padre había
escuchado que allí había trabajo en las zonas agrícolas. Era un viaje
por necesidad, no por gusto; muestra de ello eran las lágrimas de mi
madre y de mis hermanas mayores al sentirse desprendidas de su es-
pacio (Gloria-ñuu savi).
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En este trabajo aparece la parte ética como el sustento del ejercicio colectivo que
realizamos “a través de un mutuo entendimiento entre los integrantes y la liber-
tad comunicativa de posicionamientos” (Clifford, 2000: 151) y, siguiendo al autor,
mantener como un elemento relevante la dignidad de los sujetos.
Notas metodológicas
Consideraciones finales
82 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
Mientras buscábamos leña jugábamos con una tabla de madera
que se deslizaba sobre la llujia, es decir, las hojas secas de los
pinos. También perseguíamos conejos de monte, buscábamos
hongos o masticábamos la resina de los árboles, una especie de
chicle masticable. Estas eran las actividades comunes en las que
nosotros participábamos como niños, siempre integrados; así
aprendimos el valor de la vida, de la tierra, del trabajo y del
respeto con el otro.
84 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
llegar a ella. Aun así nuestra condición era la misma, aunque
se pensara que vivir en el municipio tenía, intrínsecamente,
mejores condiciones de vida; claro, hubo una que otra excep-
ción con algunos compañeros, pero al final todos éramos niños
con carencias.
Después de la escuela, continuaba con mis labores. Los
jueves, día de plaza, a veces iba a intercambiar algunos pro-
ductos por otros. Mi madre me daba, por ejemplo, trigo, se-
millas o frijol que cambiaba por sal o azúcar, que eran
productos casi privilegiados en el pueblo. Hace por lo menos
veinticinco años, el intercambio era la forma de subsistencia
predominante; la mayoría de la gente no tenía mucho dinero
o lo utilizaba para adquirir ciertos productos, por ejemplo,
insumos para el campo.
La gente venía de todas las comunidades cercanas a ven-
der sus productos a la cabecera municipal de Chalcatongo. Re-
cuerdo mirar muchos colores, oler muchos aromas, mirar
rostros de expresión fuerte, mujeres con sus niños sobre los re-
bozos comerciando, o mejor dicho intercambiando. Era una
gran fiesta, había dulces y mucha fruta que solamente se en-
contraba ese día, así que era el gran día de plaza. Este encuen-
tro era una gran oportunidad para escuchar la lengua ñuu savi,
ya que en la escuela nos hablaban en español, que incluso era
bien visto. Mis padres no pudieron hablarnos en el mismo idio-
ma debido al movimiento constante de ellos hacia otros luga-
res, y en la cabecera municipal predominaba el español. Mi
abuela sabía poco español; esa fue una gran ventaja para mí, ya
que la escuchaba atentamente mientras intercambiaba palabras
con la gente que encontrábamos en el camino, quienes visita-
ban la casa o en las fiestas a las que íbamos con ella.
Nuestros primos hablaban también español y entendían
muy bien el ñuu savi. Yo llegué a entenderlo un poco hasta
86 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
vo sitio, los paisajes eran distintos, sobre todo por los lugares en
donde el tren pasó mientras entrábamos a México. La basura,
los ríos negros, zonas de marginación, fueron las primeras imá-
genes de recibimiento. Mi hermana y yo nos preguntábamos
cómo podía vivir aquí la gente. Nuestra impresión fue aún ma-
yor cuando nos percatamos de que era justo allí la zona donde
íbamos a vivir.
Este espacio formaría parte de nuestra experiencia de vida;
el inicio de un camino impredecible por lo que nos tocaría vivir
como familia inmigrante que llega a México sin casa, sin traba-
jo, sin escuela, etc. Esto empeoraba la situación, pues nos ubi-
caba en condiciones desiguales respecto a las familias que allí
vivían y a los otros niños.
Fue entonces cuando mis hermanos y yo advertimos la
discriminación, que dio inicio al finalizar la escuela primaria,
donde nos decían “oaxacos”, que connotaba significados como
pobres e indios. Por el desconocimiento de algunas palabras o
la aplicación de otras que nosotros ya traíamos y usábamos, nos
reconocían como diferentes, pero de una manera negativa, des-
pectiva; ante esto, comenzamos a cambiar y a aprender para
tratar de no ser estigmatizados.
En la mayoría de las ocasiones no decíamos que éramos de
Oaxaca sino que veníamos de Chiapas, lo cual por alguna ra-
zón aminoraba la situación; tampoco queríamos que nuestros
padres hablaran en ñuu savi porque la gente nos miraba dife-
rente, pero por las fiestas en casa, con nuestra música, nuestra
comida, costumbres, era inevitable que la diferencia se notara.
Además, con nuestra llegada a México, mi familia se en-
contró con muchos mixtecos que vivían por las zonas cercanas.
Con el tiempo, mi padre se fue integrando con la comunidad
mixteca y en una ocasión llegó a ser representante de la mesa
directiva de la comunidad de Chapultepec. Entre las tareas de
88 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
Muchas veces se piensa sólo en esta idea y, tal vez como
segundo plano, si es que se da el caso, se piensa en estudiar. Esta
experiencia me mostró los otros lados de la vida, el de las injus-
ticias, el desplazo, la discriminación, la ignorancia de los otros.
Por la experiencia vivida, me di cuenta que se considera que las
personas que realizan esta labor no tienen sentimientos, aspira-
ciones o conocimientos. Sin embargo, las mujeres se enfrentan
a eso y continúan con su labor, soportando aspectos que llegan
hasta la violencia. Esta experiencia reforzó mi decisión de con-
tinuar la escuela secundaria en el sistema abierto, que con mu-
cha lentitud logré concluir, ya que mis labores me dejaban poco
tiempo para dedicar horas al estudio.
Fueron varias experiencias donde aprendí a hacer muchas
cosas, pero también a mirar la desigualdad y la marginación en
la que vivíamos, que finalmente me mostró el camino que quería
seguir: llegar a donde otros habían llegado por medio del estudio.
La pregunta era: ¿Cómo lograrlo en condiciones tan adversas?
Después de mis primeras experiencias fuera de casa, cono-
cí a una alemana (que ahora es gran amiga), con quien trabajé
cuidando a su pequeña hija de dos años, la misma que ahora
tiene veintiuno. La convivencia era muy agradable y de gran
respeto, hasta me invitó a integrarme a un coro junto con sus
hijas. En el Colegio Suizo, donde ellas estudiaban, me integré
con gusto al coro, aunque con temor a un ambiente desconoci-
do y porque en las primeras ocasiones me miraban mal, y le
decían a mi amiga: “Por qué traes a la sirvienta a cantar”; pero
a pesar de las miradas y de muchas otras palabras, yo no me
desanimé, pues nunca dejé de pensar en “mejorar” mis condi-
ciones de vida y educación para poder enfrentarme con otras
herramientas a las diferenciaciones sociales. Mientras realizaba
este trabajo, inicié la preparatoria en el sistema abierto y a la
par una carrera técnica en turismo.
90 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
y control, porque una mujer en la calle no era bien vista, y signi-
ficaba que iba a embarazarse o andaba de loca. Posiblemente,
esta era la mayor preocupación de mis padres, además del temor
de que mis amigos fueran “mariguanos” o drogadictos, y que yo
terminara igual que ellos.
Yo viví prácticamente mi adolescencia con estos jóvenes;
aunque en algunas ocasiones se drogaban, yo parecía más bien
como una hermana para ellos, quien los animaba a dejar la dro-
ga, platicaba con ellos en nuestros propios códigos; por mi par-
te, nunca llegué a probarla e incluso jamás intentaron que yo lo
hiciera. Ahora me pregunto cómo pude abstenerme, si en la
mayoría de los casos esto es el resultado de un entorno familiar
problemático, de jóvenes viviendo en zonas marginadas, inclu-
so el propio ambiente de las tocadas; o como resultado del con-
junto de estos factores, que en mi caso estaban un tanto
presentes. No obstante, nada de esto me condicionó a que yo
tuviera la experiencia de drogarme, simplemente nunca lo hice.
Después de todas las situaciones que viví, decidí buscar
otras oportunidades de trabajo y de educación, pero esto lo de-
terminó una circunstancia difícil. A pesar de las experiencias
complejas que había vivido, pero enriquecedoras y generadoras
de cambios en mi vida, aún no superaba la escasez económica;
no había concluido la preparatoria, carecía de un trabajo que
me permitiera acceder a mejores condiciones de vida, o por
lo menos que se me posibilitara tener opciones reales para
continuar estudiando. Todo esto se me presentaba como una
cascada de inconvenientes. Me mantenía sin brújula por el ca-
mino, sin guía para poder construir algo sólido.
Después de tanto esfuerzo, aún me encontraba en condi-
ciones de gran fragilidad; no sabía quién era, qué hacía, y sobre
todo cómo continuar. En ese momento entré en un estado de
depresión, buscaba respuestas a preguntas de orden existencial.
92 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
sitios lejanos, a otros países. Cuando en la primaria nos men-
cionaban algunos de ellos pensaba cómo podrían ser esos otros
lugares, esa otra gente. Siempre tenía mucha curiosidad y echa-
ba a volar mi imaginación, pero ahora sí iba al encuentro con
otra realidad.
Mi experiencia en los primeros días en la ciudad de Dus-
seldorf fueron lindas, las primeras impresiones fueron notar la
ciudad un tanto vacía, porque por más que buscaba las masas
de gente a las que estaba acostumbrada en México, no las en-
contré. Miraba las casas con gran orden, y los grandes y bellos
jardines.
Finalmente, me encontraba en otro lugar; aunque sabía
que llegaba a trabajar, mi emoción era muy grande, un sueño se
había cumplido hasta ese momento. Después de conocer a la
familia con la que trabajaría y las indicaciones exactas de mi
labor, cumpliría con asistir a cursos de alemán, mientras traba-
jara como niñera. Esta era una de las condiciones que se me
demandaron para permanecer trabajando el año laboral en
aquel país (estancia que se redujo por mi propia decisión).
En la hochvolkschule (escuela del pueblo) asistían otras
compañeras que estaban en la misma situación que yo, traba-
jando como niñeras, provenientes de Polonia, España, Ruma-
nia y algunas latinoamericanas. Con algunas hice una buena
amistad y nos contábamos sobre “nuestras familias”, es decir,
con las familias con las que trabajábamos. En algunos casos no
podíamos creer su comportamiento, una de ellos era la familia
con quien yo estaba.
A casi dos meses desde mi llegada el comportamiento
comenzó a ser desagradable: me racionaban la comida, debía
tener un orden estricto hasta en los detalles mínimos, casi sin
chance a la equivocación, y la familia era poco amable. Yo
comencé a sentirme peor que cuando estaba en México; los
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“Hexen”, que significa bruja en alemán, del que yo me hacía
cargo junto con un grupo de amigos; podría decir que fue la
ventana a otro mundo que desconocía, a lo que llaman “arte y
cultura”. Conocí pintores, escritores, músicos, poetas, entre
otros, algunos de ellos amigos hasta estos momentos.
Esto me ayudó mucho a mirar por otras ventanas, a enten-
der y disfrutar la vida también de otras maneras; perdí el temor
a otros conocimientos, a los que muchas veces ni siquiera se
tiene acceso por las limitaciones y restricciones de un sistema
que funciona sin tomar en cuenta la diversidad, la intercultura-
lidad, y el poco o nulo interés, ya muy conocido, hacia sectores
de la población marginada, migrante, campesina o indígena.
En este ambiente, donde me sentía mucho mejor, terminé
una carrera en turismo, continué estudiando alemán, y realicé
un diplomado como guía de turistas en el ipn. En ese tiempo
ya podía identificar mis avances; había dado un paso más den-
tro del sistema académico y me sentía reconfortada.
En 2006 el fervor del próximo Mundial en Alemania era
evidente en casi cada rincón del planeta. En México, la merca-
dotecnia se centró en el evento, se realizaron presentaciones, se
vendían boletos con un costo de cinco mil euros, que incluían
casi todo. La efervescencia era notoria.
Los mexicanos que viajarían al Mundial necesitaban con-
ductores que hablaran alemán o que pudieran comunicarse en
el idioma. A mi amiga alemana le ofrecieron coordinar algunos
grupos, y entonces abrieron una convocatoria que reunió a una
buena cantidad de posibles conductores, yo entre ellos. Ya para
ese entonces mi alemán era un poco fluido y tenía la confianza
de poder postularme para ser conductora en el Mundial. Pasa-
mos muchas pruebas pero hubo una que casi me negó la entra-
da. Una de las coordinadoras comentó: “creo que Flor no es
capaz de llevar un grupo, ellos son gerentes de empresas y me
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Este acercamiento fue el que me llevó a estudiar historia,
aunado, claro está, al interés en el conocimiento de mi propia
cultura; además, la beca era para estudiar precisamente historia.
Aunque después tuve la posibilidad de elegir, mi interés se
mantuvo en este campo de conocimiento.
Ya había concluida esta labor y, en mi búsqueda de un nuevo
trabajo, de pronto me contacta una documentalista alemana por
medio de mi amiga y me propone colaborar con su equipo en
un documental sobre los pueblos mayas en el sureste mexicano.
Ya para entonces había concluido mi diplomado como guía de
turistas y mi alemán también había mejorado un poco; en estas
condiciones acepté inmediatamente y nos fuimos a Chiapas, de
donde yo había salido hacía más de quince años, lo cual me trajo
recuerdos de la vida allá, y me llenó de nostalgia.
Llegamos a San Cristóbal de las Casas, lugar que no co-
nocía y del cual quedé encantada, principalmente porque ahí
fue donde tuve un acercamiento con las comunidades indíge-
nas, ya que a mi pueblo, en Oaxaca, había ido pocas veces.
98 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
El trabajo duró un año, y antes de concluirlo ya estaba
pensando qué más hacer, si dedicarme a trabajar como guía de
turistas o concluir con el idioma alemán. La idea de estudiar en
la universidad estaba presente, pero al mismo tiempo estaba
muy lejana. Ya no me veía en condiciones de realizarla y co-
menzaba a aceptar la idea por diversas circunstancias; incluso
no estaba del todo fuera de mis expectativas, como un sueño
que me rehusaba dejar. Para entonces la mayoría de mis amigos
habían estudiado en la universidad y yo aún continuaba con la
idea de hacerlo, seguía siendo un deseo.
Todavía me encontraba en Chiapas cuando la coordina-
dora del Archivo de la iglesia anglicana me llamó y me dijo que
el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamerica-
na de la Ciudad de México tenía becas, y que sabía que me
gustaba la historia, y por eso me llamaba, para que me postulara
si tenía interés. Mi reacción fueron muchas preguntas al mismo
tiempo: ¿Una beca para estudiar una licenciatura?, ¿estudiar en
una universidad privada?, ¿pertenecer a la comunidad estu-
diantil de la Iberoamericana? Casi no podía creerlo, y le dije
que me informara lo que tenía que hacer, y si el caso lo ameri-
taba estaba dispuesta a viajar en ese momento a México.
Finalmente, me dijo que me estaría informando sobre la
propuesta, lo cual hizo. Yo lo tomé entonces con más tranquili-
dad; sin embargo, no podía ocultar la emoción conmigo
misma.
El momento llegó para las respectivas entrevistas con la
coordinadora y directora del Departamento de Historia; des-
pués de eso y de entregar cartas de motivos, procedo a hacer un
examen, que me preocupaba mucho porque mis estudios en
preparatoria fueron por sistema abierto; pensaba que tal vez era
una gran desventaja y que quizá no pasaría el examen aunque
tuviera muchas ganas de estar en la Universidad. Logré pasarlo,
La Universidad Iberoamericana
me abre las puertas e inicio una licenciatura
100 | De niña caminaba con la luz de la luna, entre las montañas, cercana a las nubes
como Haití y Japón. De igual manera, propuse la participación
de algunas mujeres artesanas que había conocido en Chiapas
para la venta de sus textiles en la feria “manos abiertas”, que se
realiza cada año en la Universidad, así como la propuesta de
música con jóvenes mayas. Mi inquietud era contribuir a tener
la presencia de nuestros pueblos pues sentía que hacía falta.
Mi acercamiento hacia aspectos que tenían que ver con
nuestras comunidades me atrajo siempre, y buscaba programas
que tuvieran que ver con ello. El interés por temas como la
migración, derechos humanos, violencia y género, entre otros,
me atrajeron y fueron enriqueciendo mi formación universita-
ria dentro de la licenciatura en Historia.
Esta remembranza me permitió repensarme y escuchar a
los otros; escribir sobre cómo he llegado hasta aquí, una me-
moria como resultado de quienes nos conocimos, reunimos y
coincidimos en comunidad con nuestras diversas historias y
experiencias, pero también por la empatía que nos identifica,
de pertenencia a diversos grupos culturales, de respeto al otro
que no es más que lo que nos define y nos da la existencia.
104 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
ñuu savi (mixteco), que es la lengua de nuestro pueblo, y al no
haber salido antes a la ciudad, no habíamos tenido acercamien-
to con hablantes del castellano. No sabíamos ni siquiera pedir
un kilo de tortillas en la tienda, y para todo necesitábamos el
apoyo de otra persona que hablara español.
Las carencias económicas se hicieron presentes. El no te-
ner dónde vivir representó una gran dificultad. Al principio vi-
vimos en campamentos agrícolas, después de “arrimados” con
familias que no nos veían con buenos ojos. Sin embargo, mis
padres, hermanas y hermanos trabajaron muy duro, y en poco
tiempo ya teníamos una propiedad y una pequeña casa cons-
truida de cartones. Fue difícil vivir así por tantos años, porque
el frío nos invadía noche a noche, pero era lo único que podía-
mos tener en ese momento.
Tener un lugar para establecernos costó mucho trabajo fí-
sico, pero además muchas lágrimas de mi madre y hermanas
mayores. Sufrimos muchas carencias, necesidades básicas. La
comida y la vestimenta apenas eran cubiertas. Mi madre aun
embarazada de mi última hermana tuvo que trabajar hasta
pocos días antes del parto; mis hermanas debían trabajar en
lugar de asistir a una escuela, y todo lo que ganaban lo tenían
que aportar para la construcción de nuestro hogar.
Después de haber trabajado por varios años en San Quin-
tín, y una vez que como familia adquirimos una propiedad y ya
teníamos una casa, aunque hecha de varas y cartones, mi padre
empezó a migrar a Estados Unidos en busca de trabajo, siem-
pre para ofrecer una mejor condición de vida a la familia. Era
como una migración dentro de la migración. Esta doble migra-
ción de mi padre trajo como consecuencia que no lo pudiéra-
mos ver durante mucho tiempo, ya que permanecía en Estados
Unidos por periodos de hasta seis o siete años, y regresaba sólo
por uno o dos meses, pues no tenía documentos para salir y
106 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
el cansancio inmenso de las tardes, y recibir el salario a la vez
reconfortante y a la vez tan mediocre por tanto trabajo realiza-
do, me hizo pensar que yo no quería pasar toda mi vida en
esa situación.
Aunque era pequeña, yo reflexionaba sobre lo que pasa-
ba a mi alrededor. Miraba a las personas ancianas y me pregun-
taba si ellos habían empezado desde chicos a trabajar ahí. Me
di cuenta, tristemente, de que algunos sí pasaron toda su vida
en ese lugar, y yo pensaba: “Yo no quiero eso”. Creo que sabía
que había algo mejor, o por lo menos hacer algo que me gustara
y que me pagaran por ello. A pesar de todo esto, trataba de que
me gustara estar ahí; al final de cuentas era como mi espacio de
recreación, ya que desde que empecé a trabajar se acabaron los
juegos para mí. Dejé de sentirme niña, al igual que aquellos
niños que en mi misma condición de migrante trabajaban; a
diferencia de que para ellos no había una escuela, al fin sólo iban
por un tiempo y después migraban a otro lugar. En mi caso,
realmente me sentía afortunada por poder asistir a la escuela.
108 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
certeza; cosas tan sencillas y con tanto valor como la comida,
las tortillas preparadas por las manos de cada mujer, los totopos
gigantes que con maestría aprenden a elaborar desde niñas y
que difícilmente se encuentran en otros lugares, el atole y los
frijoles, nuestro alimento recién elaborado, que es una bendi-
ción que la Madre Tierra nos ofrece. Esa comida preparada en
ollas de barro con el inconfundible sabor de haber sido cocina-
da en un fogón con leña traída en los hombros de cada campe-
sino, mujer y hombre, desde los campos.
Se extrañan los campos, los verdosos campos con tanta
lluvia, pero aun así hay que caminar por ellos, en muchas oca-
siones sin comer, sin zapatos, pero hay que cuidar de los anima-
les, hay que traer el alimento al hogar. Estos campos se empiezan
a conocer desde la niñez; ahí se crece, ahí se juega, ahí se llora,
ahí se callan muchas cosas.
Esos campos que dan de comer a casi todos, el maíz, las
ricas calabazas, los elotes, las infinidades de hortalizas que pa-
recieran no comestibles pero que la gente de los pueblos origi-
narios ha encontrado su sabor y su utilidad. Ese campo que a
veces también castiga, cuando en temporadas la cosecha espe-
rada no llega, y entonces se vive la escasez en las familias. Pero
aun así el campo sigue formando parte de cada campesino.
Se echa de menos la unión familiar. La familia la confor-
man los tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres, hijos, nietos,
bisnietos, tíos, primos y hasta los vecinos. Es una cercanía que
al llegar a otro lugar se añora y se recuerda con mucha nostal-
gia. La gente de la comunidad forma parte de esta nostalgia,
el trabajo en conjunto en los denominados tequios, las festivida-
des organizadas para celebrar todo tipo de eventos, desde
la celebración del nacimiento de un nuevo integrante de la fa-
milia, hasta la melancolía de tener que despedir a un ser queri-
do en los entierros, acompañados de la banda del pueblo, y los
110 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
era aburrida, porque se puede escuchar toda la noche y parecie-
ra que es la misma; pero no, son maestrales esas chilenas, sobre
todo cuando son interpretadas en tu’un savi. Cuentan historias
escondidas entre el pueblo, aquellas que no se cuentan fácil-
mente a cualquiera, pero sí se bailan con ganas con quien invite
a bailar; así son las chilenas.
Cuando te vas del pueblo te sientes desarraigado de tantas
cosas; muchos lazos inevitablemente se rompen no porque se
desee sino porque se pierde la relación con el pueblo. Ahora se
pertenece a otro lugar, quieras o no. Poco a poco las añoranzas
se convierten sólo en nostalgias, en sueños. Esto es lo que deja-
mos cuando migramos, esto es lo que tenemos en nuestros
corazones.
112 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
Asistir a la escuela no fue un derecho
sino un privilegio
Plasmar mi experiencia como estudiante indígena ha sido, sin
duda, una situación que me lleva a reencontrarme conmigo
misma. Siento el deber y la necesidad de contar mi historia, mi
experiencia como indígena en el espacio escolar.
Apenas puedo creer lo afortunada que soy, al haber tenido
la oportunidad de realizar estudios hasta llegar a la educación
superior y terminar un posgrado. Esta situación sería irrelevan-
te sino es porque provengo de una familia indígena, y porque
para nosotros, aun en la actualidad, incluso el hecho de apren-
der a leer y escribir representa un privilegio. Siempre he pensa-
do que tuve la oportunidad de asistir a la escuela porque mi
familia y yo migramos del estado de Oaxaca a Baja California.
De habernos quedado en Oaxaca no sé si hubiera tenido esa
oportunidad.
114 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
tuviera las mismas condiciones de los otros niños, además de
que tenía dificultades para entender las lecciones diarias, pues
estas se impartían en español y yo no comprendía nada de este
idioma.
116 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
niveles posteriores. En cierta manera esta dificultad en cuanto
al idioma fue un impulso para trazar objetivos y no descansar
hasta obtenerlos.
118 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
Si quieres estudiar, te vas a levantar temprano y vas a hacer tus
tareas. Si no, mejor ni vayas”. La actitud de mi madre fue algo
que me impulsó en gran manera.
Es impresionante que unas palabras sencillas de parte de
una persona significativa puedan ser el punto clave para conti-
nuar o renunciar a lo que se desea.
Cumpliendo con el acuerdo hecho con mi madre, a partir
de la secundaria me empecé a sentir adulta. Me tenía que hacer
cargo de todo y estar pendiente de lo que tuviera que ver con
mis estudios. En parte también tenía que estar a cargo de lo
que pasaba en casa, ya que para entonces era la mayor del hogar
y la que hablaba mejor el español. En cuanto a lo académico,
mis calificaciones eran considerablemente buenas, aunque no
tenía la atención de mis padres; mi padre porque no estaba y mi
madre porque no sabía leer, ni escribir.
Ahora recuerdo con pena que hasta llegué a improvisar
una firma que supuestamente era de mi madre, y yo firmaba
mis propios exámenes; afortunadamente, mis profesores nunca
se dieron cuenta. En ocasiones, les hacía algunas anotaciones
como: “La pondré a estudiar para la próxima” o “Felicidades”.
Era la única forma de sentirme en las mismas condiciones que
los demás niños; disminuir un poco esa pena y tristeza que
sentía porque mis padres no podían ponerme atención o ir a las
reuniones y los papás de los otros niños sí. Yo me enteraba de
lo que se había hablado en las reuniones cuando mis compañe-
ros decían en el salón que se trató de esto o aquello, ya que
prácticamente mi estancia en la escuela era: “Ya te inscribiste,
ya estás en la escuela, pues a echarle ganas”.
Al ingresar a la secundaria, continué trabajando dos años
más en los campos agrícolas, y posteriormente empecé a
trabajar en una tienda de abarrotes de uno de mis cuñados.
Trabajé en este lugar hasta sexto semestre de la licenciatura.
120 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
Mis compañeros y yo nos cuestionábamos “¿Cómo el pro-
fesor que lo ves allá arriba y que está dando clases de repente se
baja, llega a un lado contigo y te pregunta cosas que te hacen
sentir importante, que alguien se preocupa por ti?”. Nos sentía-
mos importantes, al menos yo me sentía muy importante. Sen-
tía que alguien me estaba poniendo atención. Lo miraba y
pensaba: “Yo quiero ser como él algún día. Yo quiero dar clases
en secundaria y tratar así a mis alumnos”. Con esa actitud él
estaba marcando mi vida. Ahora lo veo así; en ese momento no,
pero creo que estaba marcando mi vida de alguna manera.
En cuanto a mis compañeros, la mayoría eran niños no
indígenas, pero también había otros como yo, indígenas que
habían migrado con sus padres en busca de algo “mejor”. Los
niños indígenas formaban sus grupitos y no se juntaban mucho
con los niños no indígenas. Yo no entendía eso porque a mí no
me gustaba aislarme; me relacionaba mucho con ellos y plati-
cábamos, pero no me gustaba que nos aisláramos sólo porque
los demás pensaban que éramos diferentes. Yo buscaba la ma-
nera de sentirme “igual” que los demás; eso me hacía sentir
bien. Tal vez de esta manera me sentía integrada al grupo y
buscaba demostrar que no era diferente en nada, y que también
era importante como persona.
Había cosas que no me permitían olvidar lo “diferente
que era” o lo diferente que me hacían sentir algunas situacio-
nes. Algo que recuerdo mucho es lo triste que era para mí ver
que, después de las vacaciones, todos los niños entraban a la
escuela con ropa nueva que les habían comprado sus padres,
comentaban que habían viajado, que sus papás les habían
comprado esto y aquello. Entonces yo pensaba: “A mí no me
compraron nada, ¿yo qué voy a decir?”. Me daba coraje y hasta
llegué a decirle a mi mamá: “Es que tengo que entrar con algo
nuevo, todas las niñas entran con algo nuevo que les compran
122 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
salir de la preparatoria, y seguir”, porque en ese momento escu-
chaba los comentarios de mis compañeros sobre las carreras que
cursarían, y de nuevo la idea de: “Si todos piensan cursar una
carrera, ¿por qué yo no?”, “Tengo que pasar esta materia porque
es la única que se me dificulta, pero no es imposible”. Con esto
en mente continué hasta terminar este nivel educativo.
Recuerdo con alegría que al estar en primer semestre de la
preparatoria mi padre fue por primera y única vez a preguntar
sobre mi desempeño escolar. Yo era la persona más alegre en
ese momento, pues no me esperaba eso de él, y aunque mis
compañeros veían mal que sus padres fueran a la escuela a esa
edad, a mí me dio mucho gusto.
Fue muy importante para mí. Me sentía como en primaria
o secundaria, y estuve pegada a mi padre mientras el profesor le
decía: “Gloria va muy bien, le echa muchas ganas…”. Esto fue
como un impulso para seguir en la escuela, le tenía que demos-
trar a mi padre que aunque fuera mujer sí podía estudiar.
Cuando terminé la preparatoria tenía ciertas dudas sobre
continuar estudiando, pues sabía que esto representaba mayo-
res costos y que posiblemente con el salario que tenía en ese
entonces no me alcanzaría. Sabía que iba a seguir a pesar de
todo, pero necesitaba un impulso. “Sigue estudiando, y por el
dinero no te preocupes, eso se irá arreglando”, me dijeron mi
hermana y mi cuñado. Esas palabra me alentaron a continuar
con mayor esmero; sabía que por lo menos había alguien
que me respaldaba; no esperaba un respaldo económico, sim-
plemente necesitaba esas palabras, pues en mi recorrido escolar
me había dado cuenta de que todo se va arreglando en el
proceso.
124 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
una fuente de apoyo, pues cuando no podía ir porque tenía
mucho trabajo en la normal o porque tenía prácticas, me per-
mitían faltar y me pagaban el mismo salario; esto me ayudó a
solventar mis gastos académicos.
Me las arreglaba para cumplir tanto con las fuertes deman-
das de la escuela, como con el trabajo. En ocasiones llegaba tarde
o no iba a clase por el trabajo, pero me gustaba la carrera y trataba
de hacer las tareas lo mejor posible: me esforzaba, pues sabía
que era sólo un escalón más de todos los que había subido ya.
La primera vez que un niño me dijo “profesora” sentí mucha
alegría, estaba apenas en las prácticas de la normal pero fue muy
significativo para mí. Sentía que estaba a unos pasos de lograr
un sueño que me había trazado desde niña, ser profesora.
Una de las situaciones que viví con mucha alegría fue
cuando presenté el examen profesional y mi madre me acom-
pañó. Cuando llegamos al aula los profesores me dijeron: “No
vayas a llorar”, porque es sólo un examen y “todos lloran”; traté
de ser fuerte y preparé todo para presentar el examen. Me pre-
guntaron que si quería decir algo antes de empezar y les dije:
“Sé que me dijeron que no debo llorar, pero creo que sí lo voy a
hacer”. Me dirigí a mi madre y le agradecí que estuviera ahí
conmigo, una vez más, por todo el apoyo que había recibido de
ella. Mi madre también lloraba.
Les comenté a los sinodales lo importante que era este
momento para mí y al pasar eso tan emotivo les dije: “Estoy
lista para presentar el examen”.
Al terminarlo, mi madre y yo nos abrazamos, y lo único
que le pude decir fue “lo logramos”, porque era un logro de las
dos, quizá más de ella que mío. También es un logro de mi
padre, quien ahora se siente orgulloso de que haya podido cur-
sar mi carrera, y mi historia ha contribuido para que él apoye a
mis hermanas en sus estudios.
126 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
que tenía algo que era muy valioso y que mis compañeros no
tenían. Antes era el centro de atención para las burlas, ahora
era el centro de atención pero para que otros reconocieran el
valor de las lenguas indígenas, tanto la que yo hablo como las
demás.
Ahí comprendí que primero debía valorar mi cultura indí-
gena, para poder transmitirla a los demás, indígenas y no indí-
genas, porque si yo me avergüenzo de ello es lo que voy a
transmitir, y el ciclo se repite.
Este reconocimiento de mi ser étnico me sirvió para em-
pezar a reconocer a mi gente, porque siendo sincera, en ocasio-
nes, me avergoncé de mis orígenes y hasta mi propia gente me
era extraña; no tanto por discriminarlos sino porque yo había
crecido en otro ambiente y me había acostumbrado o me ha-
bían enseñado a ver a los indígenas como diferentes. Aunque mi
madre siempre nos había inculcado el respeto a nuestra gente,
los no indígenas se burlaban de nosotros, y eso me molestaba, y
no lo entendía desde que era niña.
Si en algún momento yo no encontraba mi lugar, desde
esta clase he fortalecido mi identidad indígena, y puedo decir
ahora: “Yo soy indígena ñuu savi del estado de Oaxaca y hablo
el tu’un savi; me reconozco orgullosamente como parte de esta
cultura, de esta etnia. Ahora sí puedo decir con orgullo ‘soy una
oaxaquita’”.
128 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
creer. Para empezar teníamos la opción de elegir entre las me-
jores universidades del país y del extranjero, incluidas universi-
dades privadas. Y digo que parece algo difícil de creer porque
nosotros, los indígenas, casi nunca tenemos la posibilidad de
esas opciones. Accedemos a las pequeñas escuelas que hay
en nuestras comunidades, cuando las hay, pero casi siempre
tenemos que trasladarnos a lugares muy alejados en busca de
una escuela y, con muchas carencias, logramos permanecer en
ella hasta donde nuestras posibilidades y esfuerzos nos lo
permitan.
A nosotros los indígenas no se nos dan opciones, mucho
menos con calidad, y de educación privada ni imaginarlo. Mu-
chos jóvenes se quedan en el camino, no por falta de decisión
sino porque no hay opciones. Por ello significo mi preparación
académica como un granito de arena para contribuir con mi
historia en la lucha de nosotros los marginados.
Cursé la maestría en Investigación y Desarrollo de la Edu-
cación en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de
México. Fue una de las opciones que elegí por la línea de inves-
tigación que ofrece, relacionada con mi área de estudio.
Una de las muchas circunstancias que pude experimentar
durante los estudios de posgrado fue que, por primera vez, me
sentí una alumna como tal; no tenía que llegar corriendo de un
trabajo a la escuela, así como lo hacía desde la educación pri-
maria. Las preocupaciones por el pago de la colegiatura no es-
taban presentes. Por primera vez me sentí en “igualdad” de
condiciones con los otros estudiantes, por lo menos en las si-
tuaciones básicas. Tuve el apoyo económico para adquirir una
computadora portátil, así como libros y otros útiles necesarios
para la universidad.
Contar con las facilidades mencionadas me permitió tener
mayor concentración en los estudios, tiempo para realizar los
130 | Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportunidad para que todos
asistan a la escuela
acercarse un poco a la descripción antes señalada. Parece uto-
pía, pero si ese fuera el verdadero objetivo, tal vez algún día se
logre. Así, muchos niños disfrutarían estar en la escuela, disfru-
tarían aprender y tendrían las condiciones para hacerlo.
No puedo dejar de mencionar que, aun teniendo las ven-
tajas que he señalado, fue muy difícil sobrellevar la parte emo-
cional. Extrañaba a mi familia, y tuve que buscar alojamiento
en la ciudad en varias ocasiones. Muchas veces vinieron los
desánimos y creí que no podría concluir, sobre todo en la fase
final, cuando había que terminar la tesis para obtener el título
de grado; sin embargo, pude concluir satisfactoriamente la
maestría. Con el apoyo de Mercedes Ruiz, quien fungió como
mi tutora de tesis, Sylvia Schmelkes y Enrique Pieck, como
mis lectores terminé la tesis obteniendo el grado con mención
honorífica.
Situarme frente a mi historia hace que reclame la oportu-
nidad para que todos los jóvenes asistan a la escuela; demandar
la oportunidad para que tengan diversas opciones para cursar
sus estudios; o simplemente que se ejerza su derecho a la edu-
cación de calidad. Exigir el derecho a la educación es situarme
en los principios de justicia social, que siguen siendo un reto en
los pueblos indígenas, en los campos agrícolas y en la propia
escuela.
Recuerdo que cuando era muy niña deseaba viajar donde vivían
mis abuelitos, porque creía que estaban cerca, pues viendo el
cerro en el horizonte tenía la sensación de que si lo cruzaba ya
podía estar al lado de ellos. Mi madre me decía que estábamos
lejos, y que por el momento no podíamos ir por lo peligroso
que era viajar en esas épocas. Mis abuelos llegaban dos o tres
veces al año a la casa, debido a que no podían abandonar las
actividades del campo, sus animales, los sembradíos. El poco
tiempo que permanecía mi abuelo materno en casa era cuando
podía aprender mucho de él; si bien es cierto que intentaba
comunicarse en castellano, también lo hacía en quechua; de por
sí yo entendía todo, pero no podía hablarlo.
En mi tierra, la mayoría somos quechua hablantes, y de
pequeña estaba rodeada de parientes, vecinos, tíos, abuelitas
que siempre me hablaban en quechua y no tenía ninguna difi-
cultad en entenderlos, pero hablarlo sí se me dificultaba. Quizá
en ese tiempo no prestaba importancia porque estaba rodeada
también de personas que me hablaban en castellano, tanto en la
escuela, como en casa, con la diferencia de que esta última tuvo
mayor influencia.
Ripuy ripuy niwachkanki pasay Vete vete me estás diciendo, sal sal
pasay niwachkanki manaraq me estás diciendo cuando aún no
ripuyta pinsachkatiy manaraq pienso irme, cuando aún no pienso
pasayta piensachkaptiy. salir.
Buena Vista
1
a ciudad de Huamanga se encuentra ubicada a una distancia de unas tres horas de
L
viaje en autobús del pueblo de Buena Vista o un día de caminata.
3
a naturaleza ha otorgado al mundo andino una planta excepcional llamada “coca”,
L
cuyas hojas han sido usadas como alimento y medicina desde tiempos inmemo-
riales, mucho antes que el imperio inca. El hombre andino siempre la consideró
una planta sagrada, ya que ofrecía energías extraordinarias para vencer la geografía,
el clima y porque curaba muchos males. Se ha utilizado y se sigue haciendo en
diferentes rituales, en especial el de la Pachamama (Madre Tierra). Recuperado de
http://www.plantasmedicinales.org/archivos/la_hoja_de_coca_parte_i.pdf (con-
sultado el 24 de septiembre de 2013).
A los seis años de edad sólo hablaba quechua, porque era nues-
tra lengua en Buena Vista. Después me llevaron a estudiar a la
ciudad de Ayacucho, donde ya comencé a integrarme con las
niñas que hablaban castellano. Fue difícil poder comunicarnos,
mis hermanas y yo, con los demás, porque al no saber hablarlo
no nos podíamos relacionar y solicitarles las cosas que necesi-
tábamos. En ese tiempo estudiábamos juntas mis hermanas
Ana, Elsa y yo. Mi hermana Ana creo que no tenía dificultad
para adoptar el idioma porque ella era mayor que nosotras. Y el
caso de mi otra hermana también era diferente al mío; ella era
más aventada que yo, hablaba como sea, lo que le venía a la
cabeza, algunas veces atinaba y otras no. Por ejemplo, en el
salón de clase, un día cualquiera estábamos con nuestras com-
pañeras y a una de ellas se le cayó un lápiz al piso; nosotras no
sabíamos cómo se decía en castellano: “se cayó tu lápiz”, y Elsa
190 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
video, documental y cine. En ciertas ocasiones, él me ha apoya-
do económicamente para mis estudios, igual con todos, mis
padres y mis otras hermanas. Se puede decir que somos una
familia unida, que nos apoyamos entre todos.
Mi hermana Pascuala Asela tiene veintitrés años, única-
mente terminó el telebachillerato en Zinacantán, y ya no quiso
seguir estudiando. Se casó y se fue a vivir con su esposo en una
comunidad que se llama Bochojbo Alto, a quince minutos de la
casa. Ahora ya tiene un hijo de tres años, Rolando. Ella es la
primera de la familia que le dio rumbo diferente a su vida, aun-
que a nosotros quién sabe que nos depare el futuro, pues apenas
nos estamos iniciando en la vida laboral.
Mi otra hermana se llama Ana Guadalupe, tiene veintiún
años, está estudiando la licenciatura en Turismo Alternativo.
Más que con mis otros hermanos, con ella es con quien me
identifico, con la que platico de cualquier tema y ella también a
mí. Creo que porque somos mujeres y la diferencia de edades
no tiene que ver tanto. El último es Pedro Damián, que tiene
trece años, y está en primer año de secundaria. Es bonito tener
una familia así, ahora nos hemos quedado en pares, a mí me
gusta esta familia. Nos hemos coordinado muy bien para todas
las actividades familiares y comunitarias. Ahora que tenemos
diferentes profesiones nos complementamos y nos ayudamos
mutuamente para nuestros proyectos.
192 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
aun sin mi título y cédula profesional; también me ofrecieron
una beca. Estudié la maestría en Desarrollo Humano, pues era
justo lo que me faltaba y necesitaba.
En los años que llevo hasta ahora, de hecho siempre fui
muy tranquila, tímida, seria y callada en ambientes que son
desconocidos o nuevos para mí. Soy sensible a percibir las ex-
presiones de las personas, y por lo mismo me hacen sentir inse-
gura o seria, porque muchas veces esas expresiones, miradas o
gestos que hacen las personas no sé claramente qué significan
en palabras, ni en las sensaciones que me provocan, son confu-
sas a veces. Es algo extraño porque dentro de mí cuestiono por
qué algunas personas no reaccionan con disgusto cuando yo
veo que las están discriminando u ofendiendo con algo. Yo
simplemente me quedo con el malestar y la impotencia de no
poder hacer nada para ayudar a esa persona, y de no lograr ha-
cer algo con lo que siento. Sin embargo, poco a poco voy enten-
diendo las situaciones que me rodean, pero no dejo de pensar
que existen injusticias.
194 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
maltraten. Desde chiquitas, nuestra mamá nos enseñó todo,
paso a paso, de acuerdo con nuestra edad. A mí, a los nueve o
diez años me empezaron a enseñar a lavar ropa; primero prac-
tiqué con la ropa de mis hermanos chiquitos, ya que tenían
ropa ligera y chiquita, con la que yo podía. En ese entonces no
teníamos tanque ni lavadero para lavar paradas. En el patio de
la casa, más o menos a un lado, teníamos las vasijas y las ollas
grandes para almacenar el agua, y sobre una piedra grande, y
más o menos plana, lavábamos la ropa sentadas de rodillas en
el suelo. Era algo incómodo, y yo me cansaba rápido.
También como a esa edad me enseñaron a hacer tortillas.
Yo recuerdo que mi mamá y mi tía hacían las tortillas sobre
algo parecido a un banco de tres patas, y un corte redondo de
una bolsa de nailon, donde ponían una bolita de masa y con las
palmas de las manos la aplanaban hasta formar una tortilla del-
gada, y siempre les salían igualitas.
Yo intenté pero no me salían como a ellas, me quedaban
como memelas, gordas y ni esperar que se inflaran. Luego, no
pasó mucho tiempo, salieron las famosas prensas de madera;
con esas aprendí a tortear y hasta ahora las sigo haciendo así.
Antes de aprender cualquier cosa, desde los cinco años iba
de acompañante al molino. Acompañaba a mi tía María todas
las tardes, a las cinco o a las seis, porque a esa hora abrían, y una
buena parte de las mujeres del pueblo se reunían ahí; en ese
entonces sólo había dos familias que tenían molino. Donde
íbamos nosotras se encontraba a ocho cuadras de la casa. Siem-
pre íbamos acompañadas de alguien. Una, porque ya era tarde,
y capaz que había una gran fila por lo que nos podíamos tardar
y nos caía la noche, o a veces porque se descomponía el molino.
Otra porque a esa hora los chicos salen a “cazar chicas”, digo
esto porque creo que era el único espacio para que ellos apro-
vecharan a conseguir novia.
196 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
Iba caminando de regreso a mi casa y un tipo me alcanzó,
según porque me quería pretender; utilizaba su bicicleta para
acorralarme. Me daba muchísimo miedo, pero después de va-
rias veces, al ver que no entendía que yo no quería nada con él,
no tuve de otra más que tomar una piedra y aventársela. Él se
encontraba a dos o tres metros de distancia, así que en el mo-
mento de aventarle la piedra me volteé rápido para irme co-
rriendo, y no me di cuenta si le di o no. Algo seguro es que no
volvió a molestarme.
También me enseñaron a bordar; creo que desde los siete
años, no me acuerdo bien si mi mamá o mi tía María, me re-
galaron un pedazo de tela y pedazos de hilo que les sobraba
del telar.
En esos tiempos y en temporadas que salían chayotes, mi
mamá me mandaba a venderlos, ya cocidos, al mercado que se
pone todos los domingos. Me gustaba a esa edad; creo que no
tenía pena. Iba con mi abuelita, pues también ella vendía sus
chayotes. A veces nos quedábamos un rato más después de que
se habían ido las mujeres que vendían estambres. Yo me acer-
caba a recoger los pedazos de hilo que dejaban para utilizarlos
para mi bordado. Después de un tiempo, no mucho, fui mejo-
rando, y mi mamá me dijo que estaba lista para bordar mi pro-
pia blusa. Yo estaba muy emocionada, empecé a bordarla con
muchas ganas, pero no logré terminarla de esa manera; apenas
la terminé, me la estrené y ya me quedaba justa, por lo que no
tardé mucho con ella. La verdad me aburrió bordar del mismo
estilo y era bastante; me desesperaba rápido. Por eso, un tiempo
después, ya teniendo diez u once años, me inscribí en el taller
de bordado en la Casa de la Cultura, donde bordaba servilleti-
tas chiquitas, con diseños modernos, y diferentes estilos. Me fui
interesando cada vez más, por lo que llegué a terminar como
una docena, hasta llegar a bordar en punto de cruz; sin
198 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
y de entenderle a los niños con diferentes ritmos de aprendiza-
je, aparte de ser mi primer trabajo.
Después recibí cursos de narrativa para escribir cuentos o
poesía en las dos lenguas, español y tsotsil. Me di cuenta de que
no era buena para eso, pero de igual forma aprendí algo, por lo
menos saber las reglas de cómo se construyen los cuentos, las
novelas y los poemas. También desde ahí empecé a leer más
libros; eso sí me gustó bastante, sobre todo las novelas.
Luego esta experiencia me sirvió en la universidad en al-
gunas materias. También el saber una lengua fue un requisito
con el cual me gané una beca (con la ayuda de mi papá), que me
empezaron a dar desde el inicio hasta el final de mi carrera.
De ahí seguí con las traducciones de tsotsil a español o
viceversa. He sido intérprete de algunos investigadores, hacien-
do entrevistas o encuestas en comunidades tsotsiles, hasta aho-
ra que estoy en un doblaje de voz de una telenovela, donde
implica manejar bien las dos lenguas para traducir y hablar.
Los cursos y las lecturas me ayudaron a mejorar mi espa-
ñol, pero sobre todo las prácticas en la vida diaria con las per-
sonas que voy conociendo. Recuerdo que ya estaba en la
universidad y se me complicaba comunicarme fluidamente.
Esto me preocupaba, y pienso que por eso, en parte, era seria y
callada, porque me frustraba por momentos, no poder decir
bien todo lo que quería. Lo que decía era calculado y bien pen-
sado, pues no quería equivocarme y que se burlaran de mí, o me
vieran feo por no saber pronunciar bien.
Reconozco que yo sola me presioné mucho, porque mis
compañeros no me decían nada; a veces ellos también se equi-
vocaban. Una vez estaba platicando con una amiga mientras
caminábamos rumbo a la escuela; yo sin pensar le afirmé algo
en tsotsil, pero rápidamente me di cuenta y le volví a decir lo
mismo pero en español; en lo que dije “lek che’e” pasaron algunas
200 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
manera le pedía a una de mis hermanas que me acompañara, y
eso me tranquilizaba un poco, por lo menos tenía a alguien con
quién platicar o ver cuando me tocaba receso.
De ahí continuó mi peregrinar debido a que cursé el ba-
chillerato en San Cristóbal, en el cbtis 92, etiquetado como la
escuela más fresa. Ahí iban estudiantes ladinos. Me inscribí en
el área de Contabilidad; si me preguntan por qué, ni yo lo sé, tal
vez porque en esa escuela era lo que más o menos me llamaba
la atención.
Mi estancia ahí ya no fue tan dolorosa porque se fueron
conmigo unas amigas con las que estudié en la secundaria. Yo
aún seguía siendo tímida, sentí que me faltaba carácter y valor,
pero me escudaba en mis amigas para sobrellevar todo el am-
biente. Una de ellas y yo nos cambiamos de ropa tradicional a
mestiza, para que no hubiera tanto problema por aquello de la
discriminación.
Mis amigas siempre estaban conmigo. Si teníamos que
trabajar en equipo, casi siempre estaba con una de ellas; para
viajar iba con una, y de regreso igual. En este periodo de mi
vida descubrí que tenía problemas de la vista; que me faltaba
carácter para enfrentarme a las cosas. En los trabajos en equipo
yo me sentía débil en cuanto a opinar, me imponía la presencia
de mis compañeros mestizos y mis maestros estrictos. Aquí mi
mundo era escuela-casa. Otras distracciones no nos permitía-
mos, una porque no teníamos dinero, otra por el tiempo, pues
no nos podíamos quedar hasta tarde en San Cristóbal, porque
había un horario de regreso por los transportes, y además por-
que yo sentía que no encajaba; por ejemplo, a las fiestas que
hacían mis compañeros, ya sea en sus casas o en algún antro,
simplemente no aceptábamos la invitación.
En este tiempo aprendí a maquillarme, por ejemplo, a usar
rímel, sombras; empecé a comprar mis cosas, aprender a vestirme
202 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
no completamente, porque notaba que mi compañera no se
sentía a gusto conmigo.
Atrás de mi inseguridad hubo momentos de resignación,
aceptar y aprender lo que me toca vivir y empezar a asimilar.
Intenté ver la forma de mejorar mi comunicación con los de-
más, tanto con ella, con mis compañeros y compañeras de clase.
Y claro, mejorar mi comunicación conmigo misma. Tratar de
ser más espontánea, de relacionarme mejor con los demás; eso
parecía mi único propósito. Porque en relación con mis mate-
rias, con mi carrera, todo iba bien; además, en mi salón yo era
la de mejor promedio. Empecé a asistir a las reuniones de mis
compañeros, a las fiestas, a los trabajos en equipo, a las salidas a
los antros, a sentirme más involucrada a esa otra cultura. Fue
interesante conocer por primera vez algunos lugares; esas expe-
riencias fueron divertidas, fue emocionante y tranquilo, sobre
todo, porque siempre y en todo momento me sentía protegida.
A pesar de que ellos tomaban o echaban más relajo unos que
otros, siempre había alguien que me cuidaba; eso me hacía sen-
tir muy bien. Por ejemplo, cuando llegaba a alguna clase o no
entregaba mis trabajos a tiempo con un profesor, ellos y ellas se
encargaban de resolverlo, y luego me decían: “Hablé con tal
maestro y me dijo que no hay problema que entregues tu tra-
bajo después”. Creo que hasta ellos se preocupaban más por mí
que yo. Eso lo agradecí muchísimo, me ayudaron a sobrellevar
mis problemas aunque no les dije nada al respecto.
204 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
que sí, que en un rato llegaba. Decían los otros taxistas de lejos
que con él no había problema, que él ya no hacía nada. El señor
se retiró en el momento que le dije que estaba esperando a al-
guien y le dio risa lo que le dijeron.
Yo estaba tranquila; sabía que no me iba a pasar nada, y
unos minutos después llegó Alberto, me preguntó si estaba
bien y cómo estuvo mi viaje.
Me llevó hasta el metro La Merced. Ese tramo me pareció
feo, en todas partes había tiendas de todo, de zapatos, de ropa,
que apenas estaban abriendo cuando pasamos, entre nueve y
diez de la mañana; estaban barriendo, lavando los pasillos, y
espiraba un olor desagradable.
Él me iba platicando del lugar y de cómo andar, que no
tenía que distraerme, caminar rápido, seguro; incluso que me
fijara qué había en el camino, a los lados, para tomar como
referencia dónde estaba para cuando me viniera sola. La ver-
dad no me preocupaba casi nada, porque confiaba en él. Re-
cuerdo que me iba explicando, pero como todo era nuevo para
mí no se me quedaba mucho que digamos. No me ubicaba, no
sabía dónde estaba, sólo caminaba, veía algunas cosas, le seguía
y nada más. Creo que hubo una segunda ocasión en que me
fue a esperar a la terminal para llevarme hasta la Ibero, des-
pués ya llegaba sola.
Él junto con sus amigos me ayudaron a buscar un cuarto.
Me llevó hasta allá, y me presentó con los dueños. Mi amigo se
tenía que ir, y me quedé sola en esa casa. Me sentí nostálgica,
pero me aguantaba para que no se me salieran las lágrimas
mientras que los dueños me mostraban el cuarto; platiqué un
rato con ellos, sobre quién soy, de dónde soy. Le pagué la renta
acordada, y ellos me platicaron de las condiciones de la casa.
Después me dejaron sola, y empecé a ver detalladamente el
cuarto. Me acosté en la cama a llorar porque no quería estar
206 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
Pasó un mes completo en que todo me parecía nostálgico,
preocupante y angustiante. Después decidí cambiarme de casa,
y me fui a vivir al departamento de Camilo, un amigo que co-
nocí en San Cristóbal. Ya me había ofrecido su casa desde que
le dije que iba a ir para allá, pero yo quise buscar un lugar más
cerca de la escuela mientras me ubicaba, y también quería an-
dar sola. Me fui a vivir con él por la Condesa, muy cerca del
metro Chilpancingo; así sí me ubicaba, pues del metro contaba
las cuadras para llegar al lugar donde vivía.
Poco tiempo después descubrí que por ahí vivía un amigo
de mi papá. Al saber de mi situación sobre mi problema de los
ojos me ofreció su ayuda, me llevó a un oftalmólogo, y resultó
que tenía miopía, que necesitaba lentes. Él me dijo que no me
preocupara que se haría cargo de todo. Yo no lo podía creer,
pero él había llegado en el momento indicado. No pasó más de
un mes que me entregaron los lentes; desde ese día mi vida ha
sido otra, no únicamente de borrosa a nítida, sino toda mi for-
ma de ser y de vivir cambió. Por ejemplo, ya me concentraba
mejor en las clases, me empezó a gustar más la lectura, salir a
caminar más, salía sola a explorar lugares, y lo más importante:
poco a poco me fui sintiendo más segura.
Otro de los momentos más felices y aliviadores fue cuando
mi asesora me mandó a presentarme con Juan Pablo Vázquez,
del Departamento de Interculturalidad y Asuntos Indígenas,
para ver si me podía ayudar, por ejemplo, becarme en algún pro-
yecto y de esta manera ayudarme con mis gastos. Un semestre
después sí se logró, me aceptaron como becaria. Antes de esto
todas las tardes contaba mi dinero porque había veces que gas-
taba de más en copias o en impresiones; ahorraba mucho en
comida y apenas trataba de que hubiera para mi pasaje. Eso
realmente me preocupaba. En esos primeros meses no conocía
todo lo que me ofrecía la Universidad; sólo iba a clases y
208 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
a cambio, un canto o un dulce, aunque otros dan un espectáculo
lastimándose. Lo que más me sorprende es que esas personas
son ordenadas, no dañan a otros y han adquirido esos actos
como su trabajo para poder sobrevivir.
210 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
ciudades no tengo preocupación de meterme en cualquier lu-
gar, como tiendas, restaurantes, etc. Crecí tratando de entender
lo que me ocurría, de entender por qué soy tan sensible.
Mi salud, mi cuerpo y mis sensaciones han sido la preocu-
pación de mis padres y mía. Crecí tratando de entender lo que
me ocurría, de entender por qué soy tan sensible. Fue todo un
proceso.
Desde bebé me enfermaba, y hasta muy grande, incluso
hace poco me enfermé, no sé si era otra cosa, pero se parecía al
mal de ojo que le dicen. Y es que en mi caso el mal de ojo es
recurrente; por ello, tenía mi curandero particular casi, porque
era el único que me curaba. Yo le decía “tata’” (abuelo) y él a mi
“k’ox nex” (pequeña rubia); era un hombre muy respetado por
todos y sobre todo por mi familia, era como mi abuelo en sí,
porque ya no conocí a mi abuelo paterno.
Mi mamá siempre me llevaba con él hasta su casa, no vivía
muy lejos de la nuestra, como a tres cuadras. Recuerdo que las
últimas veces que llegaba, como de costumbre, me agachaba
para el saludo y él me pasaba su mano derecha sobre mi frente.
Pasábamos a su cocina, no importando la hora, casi siempre lo
encontrábamos.
Nosotras le llevamos nuestro poquito de pox (aguardien-
te) y trece ramas que se llaman “chijilte”. En cuanto recibe el
pox y mi mamá le pide de favor que me atienda por lo de siem-
pre, él, entre risa y preocupación, le pregunta: “Dónde fue, dón-
de la llevó, qué pasó ahora, porque a veces ya no se sabe”. Y es
que simplemente cuando voy a alguna fiesta o alguien llega a
mi casa me enfermo. Esto sucede cuando me ve alguna persona
que tiene un espíritu más fuerte que el mío o que tiene “ojos
calientes”.
Después de la breve plática, él se persigna y empieza a
rezar. Prepara las ramas, se lleva a su boca un sorbo de pox y un
212 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
contestaba, claro en lenguaje de bebé. Que sólo por eso el
Guardián de la Tierra se interesó en mí. Las siguientes veces
que regresé a ese lugar, ya más grande, caminaba con unas pun-
tas de ruda; era mi protección para que el Guardián no se acer-
cara a mi espíritu. O bien, cuando me asusto por algo, en ese
lugar o en otro donde voy a traer leña con mi mamá, ella me
dice que coma tres pizcas de tierra, justo donde me espanté.
Luego ella corta un tipo de hoja de árbol y recoge un poco más
de la tierra que comí. La envuelve con la hoja y la amarra con
paja que fácilmente se encuentra en el monte. Queda como un
tamal, me dice que lo ponga entre mi faja y cuando llegue a la
casa lo ponga debajo de mi almohada, tres días y tres noches.
Eso es para prevenir que me enferme de espanto.
Con estas experiencias mis padres decidieron protegerme,
me hicieron una ceremonia junto con un curandero; en tsotsil
se llama “volim” y en español sería como protección, como un
escudo energético, con el fin de que no me enfermara mucho y
para estar siempre protegida por Dios, los santos y nuestros
padres y madres ancestrales. Lo que me ha pasado es raro; me
dicen que fui muy consentida y protegida, cuidada y, sin em-
bargo, me pasaba lo de mis ojos (miopía), mis brazos (sensibi-
lidad), mis oídos (me salía pus) etcétera.
214 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
teñía su falda (por cierto ahora no se utiliza así) en una olla de
barro grande, ella constantemente la estaba moviendo con un
palo. Creo que nos peleamos con nuestros primos, no sé, creo
que teníamos entre dos a cuatro años, y recuerdo que estába-
mos llorando. Mi mamá, para asustarnos y dejáramos de llorar,
nos decía que nos calláramos porque si no iba a venir “el negro”,
en tsotsil “j’ik’al”, por nosotros. En eso, afuera había un árbol de
ciprés, justo junto a la casa, y ese árbol de repente se movió,
rozando la pared de la casa y alguien hacía gestos horribles, y
de verdad pensamos que era el personaje que nos dijo mi mamá.
A mí me dio miedo y en ese momento pensé que era ver-
dad, pero después supe que era mi tío que estaba afuera. Hasta
ahora ha sido un buen método para asustar a los niños.
Foto 2: Soy la del chal verde. Estamos reunidos con mis primos y mis hermanos.
Momento cuando nos tienen que callar con el cuento del j’ik’al.
216 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
de cintura, ocote para hacer fuego y lo más actual es el lápiz y
el cuaderno. Porque se ha visto que las mujeres de ahora estu-
dian, y trabajan en otra cosa más que en los quehaceres de la
casa.
Mi mamá me dijo que me dieron todo eso; creo que por-
que mi papá ya había estudiado y me daban la oportunidad que
de grande pudiera escoger mi oficio. Se cree que según el na-
hual y el don que tenemos, de eso podemos trabajar. Algunas
personas sueñan sus oficios y no los pueden despreciar, ya que
si lo hacen pueden enfermarse de gravedad. Por esta razón hay
nahuales buenos y malos, fuertes y débiles. De ellos hay curan-
deros, hueseros, parteras y otros oficios que forman parte de la
existencia y de la cultura.
218 | Todavía me falta caminar, conocer realmente quién soy y hasta dónde puedo llegar
de aceptarme y expresarme tal cual soy sin juzgarme. La verdad
es que me está costando mucho, aún más estando en el mismo
entorno familiar y social donde crecí, y lo mejor es que no me
daré por vencida porque quiero estar aquí. Todos mis estudios
y aprendizajes no han sido en vano. Todo esto me ayuda a ser
mejor persona, a relacionarme mejor, a entender mejor a las
personas.
Actualmente, estoy trabajando como consultora en Voces
Mesoamericanas, Acción con Pueblos Migrantes, A. C., en
San Cristóbal de Las Casas. También soy parte de un nuevo
grupo de jóvenes en Zinacantán que queremos iniciar proyec-
tos para una radio comunitaria. Me siento orgullosa de mí,
agradecida con mi familia y con Dios porque he salido adelan-
te, tengo una maestría, tengo una vida por delante, tengo ami-
gos que me impulsan a volar, no pido más, ahora lo tengo todo.
upn-Polvo de gis.
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Impreso por Alfonso Sandoval Mazariego,
Calle Tizapán 172, Col. Metropolitana Tercera Sección,
Nezahualcóyotl, Estado de México, C.P. 57750.
Se terminó de imprimir el 22 de febrero de 2017.
El tiraje fue de 500 ejemplares.